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ASPECTOS CULTURALES DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES CAMPESINOS

“Muchos años después, ese niño había de seguir contando, sin que nadie se lo creyera, que había visto al
teniente leyendo con una bocina de gramáfono el Decreto Número 4 del Jefe Civil y Militar de la provincia.
Estaba firmado por el General Carlos Cortes Vargas, y por su secretario, el Mayor Enrique García Isaza, y
en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al
ejército para matarlos a bala” Fragmento de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Según el autor Stephan Suhne, la génesis del movimiento social campesino se puede situar en la década
de 1920, época en que se crearon las diversas ligas campesinas y surgieron también varios partidos de
izquierda, los cuales se organizaron para realizar las primeras protestas campesinas que reunieron a un
buen número de campesinos que veían sus derechos laborales vulnerados. (Suhner, 2002: 16)
Las peticiones del movimiento social campesino se caracterizaron por denunciar las precarias condiciones
laborales generadas por las élites terratenientes de principios del siglo XX, haciendo énfasis en los bajos
salarios, la escasa socialización de la riqueza y la intimidación ejercida por las empresas extranjeras que
explotaban los recursos colombianos.
Durante las protestas que se realizaron en el año de 1928 en la zona bananera del departamento de
Magdalena, aconteció un hecho que con el tiempo se constituyó en unos de los referentes de la violencia
política en contra de los campesinos. La masacre de las bananeras, evento en donde la entonces United
Fruit Company, en complicidad con el ejército colombiano, asesinó a varios trabajadores que participaban
en la protesta en esta zona del país. Aunque las cifras de muertos nunca han sido determinadas
oficialmente, los datos más conservadores hablan de 500 muertos, pero hay datos que mencionan que
fueron más de 1.000 los muertos durante este trágico evento.
Dos décadas más tarde, uno de los eventos históricos más relevantes de la primera mitad del siglo XX
influyó radicalmente en el orden social de las zonas rurales y urbanas del país. El asesinato del líder
liberal Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948, quien había sido uno de los personajes públicos que
había denunciado los graves hechos ocurridos en 1928, radicalizó definitivamente el conflicto bipartidista
en Colombia y el escenario de esta confrontación fueron las zonas rurales del país.
La ruralidad colombiana fue entonces marcada por el conflicto armado y desde aquí el movimiento
campesino empezó a estructurar una agenda que dentro de sus principales preocupaciones tenía la
reforma agraria y la solución negociada al conflicto armado, el cual los afectaba en su cotidianidad.
En medio de la tensión generada por la violencia política surgió en la segunda mitad del siglo XX la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC, la cual se constituyó durante los años 70 del siglo
XX en el referente más importante del movimiento social campesino.
Según la ANUC , el origen de su organización se remonta a la década de 1960, cuando el entonces
senador de la República y más adelante Presidente Carlos Lleras Restrepo, planteó la reforma agraria a
través de la Ley 135 de 1961 ,que más adelante, en su decreto Ley 755 del 2 de mayo de 1967, estructuró
los pilares para la promoción y legitimación de las asociaciones de usuarios del sector rural, que a su vez
organizó y consolidó las luchas campesinas que se habían dado en el país desde inicios del siglo XX.
(ANUC, 2010)
Según el sociólogo Alejandro Reyes y el Historiador Mauricio Archila, el movimiento social campesino, en
cabeza de la ANUC, tuvo su primavera durante la década de 1970, periodo durante el cual se logó la
homogeneidad de este movimiento y se superó la fragmentación regional que había evitado que el
movimiento campesino tuviera un objetivo común, que beneficiara a los campesinos de todas las regiones
del país.
Los años 70 también se caracterizaron por ser una década de prosperidad económica, marcada por la
bonanza del sector cafetero y por la sensación de prosperidad que empezada a generar los recursos
económicos surgidos del narcotráfico. En este contexto, el movimiento campesino gozó de ciertas
garantías, que incluso se materializaron en las políticas públicas llevadas a cabo por el gobierno del
presidente Carlos Lleras Restrepo, que marcaron las relaciones entre el Estado y el movimiento
campesino durante esta década de prosperidad y cambios sociales.
Para los años 80 el movimiento campesino había pasado a una nueva etapa enmarcada en los conflictos
regionales, los cuales son descrito por Alejandro reyes de la siguiente manera . Los conflictos regionales
que enmarcaron las movilizaciones campesinas de los años 80 fueron: los enclaves agroindustriales que
fomentaron la inmigración y los conflictos en cuanto a los beneficios, los cuales se presentaron
principalmente en zonas como Arauca, Urabá y Barrancabermeja. La colonización campesina asociada a
procesos de concentración de la tenencia de la tierra y que fue preponderante en el Magdalena Medio, El
Catatumbo, el Alto Sinú, el bajo Cauca y la zona del Ariari-Guayabero-Guaviare. Y por último las zonas
donde era generalizado el
latifundio improductivo, como los son los departamentos de Sucre, Córdoba, Magdalena y Cesar, al igual
que regiones como el sur de Bolívar, el centro oriente del Cauca, el sur del Tolima y el centro-sur del
Huila. ( Reyes, 1994).
Esta nueva etapa se concentró en resolver estos conflictos regionales, los cuales seguían estando muy
relacionados con la tenencia de la tierra y la estructura de la hacienda, la cual perpetúa la desigualdad en
la distribución de las tierras productivas.
Aunque los años 80 no fueron tan positivos para el movimiento campesino como la década de los 70, el
movimiento campesino siguió siendo determinante en la estructura social rural de nuestro país. Sin
embargo, en los años 80 el fenómeno de la coca y otros cultivos de de uso ilícito también permearon el
movimiento, el cual empezó a enfrentar de nuevo una persecución política y una desarticulación que tuvo
su punto de quiebre a principios de la década de 1990, con la apertura económica.
La década de los noventa empezó con un movimiento campesino que se había centrado sus demandas
en los conflictos regionales y por lo tanto había perdido algo de la homogeneidad que había ganado
durante sus primero años de consolidación. Sin embargo, los problemas más graves que enfrentaría el
movimiento social campesino durante la década de 1990 no estarían relacionados con su organización
interna, sino con dos factores externos que le darían un giro definitivo a la movilización campesina.
La consolidación del proyecto paramilitar y la apertura económica que impactó significativamente la
agricultura, diezmaron el movimiento campesino que se había formado desde los años 70 y abonaron el
terreno para un nuevo movimiento que empezó a tener como temas prioritarios de su agenda los efectos
de las medidas neoliberales y la solución negociada del conflicto armado.
En el año de 1991 el país presenció las movilizaciones campesinas e indígenas que se llevaron a cabo en
el Cauca y Nariño. Aunque en un principio se pensó que esta era un movimiento acéfalo sin mayores
fundamentos políticos, luego se evidenció la importancia de la articulación entre dos organizaciones
sociales de relevancia importancia durante el década del 90
El Comité de Integración del Macizo Colombiano CIMA y el Cabildo Mayor del Pueblo Yanacona CMY,
empezaron a cobrar relevancia como organizaciones sociales e iniciaron un interesante debate regional
que permitió evidenciar la difícil situación socioeconómica en que se encontraban los campesinos y los
indígenas de esta región.
La movilización de 1991, fue la primera de tres grandes movilizaciones que paralizaron el sur del país a
través de la carretera Panamericana y que se llevaron a cabo en los años de 1996 y 1999. Durante estas
movilizaciones, estas dos organizaciones, una campesina ( CIMA) y la otra indígena (CMY), dejaron ver
un interesante discurso articulado que no solo se centraba en temas agropecuarios, sino que hablaba de
la construcción de una identidad colectiva para los habitantes del macizo colombiano que ellos llamaron
una “maciceñidad” , la cual se constituía de la relación que tenían con la tierra y su entorno los
campesinos y los indígenas de esta zona del país.
Lo interesante de este proceso de movilización fue que articuló a las organizaciones indígenas y
campesinas, las cuales se habían caracterizado por permanecer distantes entre sí y no articularse
concretamente en procesos específicos de protesta. También es interesante ver que su objetivo central no
era precisamente un tema de política agropecuaria, sino una postura cultural frente a su región y los
procesos de articulación necesarios para el bienestar de sus comunidades.
La “maciceñidad” es un concepto que recoge una visión ampliada sobre las comunidades campesinas e
indígenas que habitan en los departamentos de Cauca y Nariño. Es a su vez un concepto crítico, puesto
que busca el reconocimiento de una autonomía regional y de una neutralidad frente al conflicto armado
interno que, según este movimiento es fomentado tanto por el estado, como por los grupos armados al
margen de la ley.
Aunque estas movilizaciones tuvieron una relevancia importante durante los años 90, la movilización
campesina que más conmocionó al país fue la conocida como la marcha cocalera de 1996, la cual tuvo
como epicentro el departamento de Caquetá y evidenció el grave problema social que estaba detrás de los
cultivos de coca y sobretodo de la asociación entre el narcotráfico, las guerrillas (principalmente las FARC
) y los grupos paramilitares que se estaban disputando las tierras de cultivo con las guerrillas.
Está movilización mostró lo permeado que se encontraba el movimiento campesino del Caquetá , otrora
un movimiento organizado y unos de los más influyentes al interior de la ANUC, por el cultivo de la coca
con propósitos de narcotráfico. Como bien observan Juan Guillermo Ferro y Graciela Uribe en su
investigación sobre las marchas cocaleras de 1996 “En el Caquetá hay un bloqueo provocado por la
intensificación de la guerra que dificulta enormemente la expresión autónoma de los movimientos
populares y sobre todo los de base rural. El protagonismo de los colonos fundadores ha sido suplantado
por actores más fuertes. Los campesinos con proyectos alternativos se encuentran atenazados entre los
actores armados y los partidos tradicionales. ( Ferro y Uribe, 2002)
Este recorrido por la historia de los movimientos sociales campesinos nos permite ver que la asociación es
un elemento importante a la hora de generar identidad colectiva. Aunque los movimientos campesinos se
han caracterizado por enfocar sus demandas a temas estrictamente agropecuarios, el caso de la
articulación entre el CIMA y el CMY nos muestra un ejemplo de cómo también las demandas sobre las
condiciones socioeconómicas de las poblaciones campesinas y la reconstrucción de la identidad regional,
pueden cohesionar a las poblaciones.
No debemos olvidar, que precisamente en los departamentos del Cauca y Nariño el movimiento indígena
que se ha movilizado en contra del conflicto armado y a favor de la neutralidad activa frente a este
conflicto durante la primera década del siglo XXI, ha logrado una cohesión importante, acudiendo,
precisamente, a la identidad ancestral que los reúne.
LA CUESTIÓN CULTURAL DE LA TIERRA
En mi tierra yo me siento como un rey
Un rey pobre pero al fin y al cabo rey
Mi castillo es un ranchito de embarrar
Y mi reino todo lo que alcanzo a ver
Por corona tengo la cara del sol
Y por capa una ruana sin cardar
Es mi cetro el cabo de mi azadón
Y es mi trono una piedra de amolar
El rey pobre (fragmento) Jorge Velosa
La estructura de la propiedad de la tierra en Colombia tiene su origen en el concepto liberal de propiedad
individual que adoptó la república durante el siglo XIX. En este contexto surgiría la figura de la hacienda, la
cual fue la principal unidad de explotación económica que ha tenido nuestro país en su historia.
La figura de la hacienda está fundamentada en la acumulación de grandes extensiones de tierra, al igual
que en un apoyo por parte del poder económico y político, que durante el siglo XX, fue tomando claros
tintes partidistas. Durante el siglo XX, la constitución del mapa agropecuario de nuestro país estuvo
íntimamente ligado al poder político de los partidos liberal y conservador, los cuales, aunque tenían
posturas divergentes, por ejemplo en cuanto al papel de la iglesia en las decisiones del Estado, siempre
sostuvieron la figura de la hacienda y la acumulación desigual de la tierra como un factor que les era
funcional a sus proyectos políticos regionales.
Mientras en Colombia este modelo avanzaba y se afianzaba, en otros países latinoamericanos la situación
era algo distinta. Por ejemplo, durante los primeros 20 años del siglo XX, México vivió un proceso
revolucionario, conocido como la revolución de 1917, la cual estaba fundamentado precisamente en los
conflictos que se habían generado a partir de la acumulación indiscriminada de la tierra por parte de los
terratenientes.
Si bien no se puede afirmar que este país hoy tenga una estructura de distribución de la tierra justa y
equitativa, si es cierto que no tiene una distribución tan desigual de la tierra como la tiene Colombia, que
hoy en día es uno de los países con más alta desigualdad en la propiedad rural en América Latina y el
mundo ( PNUD, 2011: 47)
La distribución inequitativa de la tierra en Colombia ha marcado claramente la cultura campesina. Fue en
este modelo de desarrollo agropecuario que se generalizó la figura del jornalero, el cual es un trabajador
nómada que transita entre diferentes zonas del país buscando cultivos donde trabajar. El jornalero se
caracteriza también por ser un campesino sin tierra, el cual vende su fuerza de trabajo a cambio de dinero,
que es entregado en contraprestación al trabajo entregado.
Aunque los jornaleros han estado presentes en gran parte del territorio rural colombiano y desde que las
haciendas empezaron su desarrollo a principios del siglo XX, fue a partir de la década de 1960, en el
territorio conocido como el eje cafetero y durante la bonanza cafetera, que los jornaleros se hicieron más
visibles. Las manifestaciones culturales de este grupo de campesinos migrantes y desposeídos crearon un
discurso de confrontación permanente con los terratenientes, el cual se ve reflejado en algunas de las
canciones del folklore popular “paisa”.
Esta música, conocida popularmente como música “guasca”, tiene en Octavio Mesa a su más reconocido
representante. Aunque este autor tiene un amplio repertorio, una de sus canciones más representativas,
El jornalero, muestra de forma clara la conflictiva relación que se daba entre los jornaleros y los
terratenientes.
La estructura musical de este género es básica, puesto que consta solo de voz y guitarra acústica. Las
letras se caracterizan por contar con un lenguaje soez y un humor fácil, que servía como diversión para los
jornaleros durante sus periodos de descanso. El hecho de que esta música conste solo de voz y guitarra
se explica debido a portabilidad de la guitarra, que permitía que los músicos, que en muchos casos
también eran jornaleros, pudieran interpretar su música sin mayores recursos técnicos.
Los jornaleros se hicieron muy populares durante la bonanza cafetera y se fueron constituyendo
gradualmente en personajes representativos de la cultura popular campesina de nuestro país. La música
guasca y las otras manifestaciones culturales de estos campesinos se han establecido como íconos del
campesino colombiano. El carriel, el poncho, las alpargatas y el sombrero blanco característico de esta
región, fueron haciéndose símbolos del campesinado de nuestro país. La figura de Juan Valdez,
precisamente un típico jornalero de las zonas cafeteras de Antioquia, Risaralda, Quindío y Caldas, ha sido
desde los años 60 del siglo XX la imagen más representativa de nuestro país en el exterior y la imagen
oficial de la Federación Colombiana de Cafeteros, una de las agremiaciones más importantes de la
historia reciente colombiana.
Siguiendo con la música campesina colombiana, otro de los géneros que se asocia con el campesinado
de nuestro país es la música “carranga”. Este género, propio de la región cundi- boyacense y que se
extiende por buena parte de los andes centrales colombianos, es quizá la música que más nos dice
acerca de la cultura campesina. La música carranguera es una música profundamente descriptiva, que
enaltece la geografía de los territorios rurales, al igual que la sencillez y la bondad de los y las
campesinas.
Es a su vez una música festiva, la cual está siempre presente en las fiestas de los pueblos de esta zona
del país, que suelen estar asociadas a los periodos de inicio y finalización de las cosechas y que son
generalizadas en las zonas rurales colombianas.
Aunque al igual que la guasca, la carranga es una música de cuerda, esta es mucho más elaborada
musicalmente y se interpreta con otros instrumentos de cuerda como el tiple y el requinto, mientras la base
rítmica la da la guacharaca.
En cuanto a las letras, la carranga se caracteriza por usar el humor y la ocurrencia como elementos de la
composición, al igual que por el uso recurrente del leguaje y los dichos propiamente campesinos. Aunque
la carranga es esencialmente una música festiva y alegre, también hay algunas letras que muestran la
difícil situación de algunos campesinos y la distancia que sienten los campesinos con los centros urbanos.
Jorge Velosa se ha convertido con los años en un ícono de este género musical. Algunas de las
agrupaciones que ha conformado tales como "Los Carrangueros de Ráquira", "Jorge Velosa y los
Hermanos Torres" o "Velosa y los Carrangueros", han construido un género que hoy en día cuenta con
numerosos seguidores, no solo en las áreas rurales, sino también en los centros urbanos.
Los músicos carrangeros se identifican directamente con los campesinos del área cundi- boyacense. Al
igual que los músicos de la guasca, estos usan sus prendas representativas, que en caso de esta región
son la ruana, el sobrero y las alpargatas, vestimenta que también es asociada popularmente con los y las
campesinas colombianas.
Al hacer una breve exploración a los principios y las temáticas de la música guasca y carranguera,
podemos observar un factor común: la reivindicación de las tradiciones campesinas y el conflicto que
suscita en el campo la desigual distribución de la tierra, que en términos socieconómicos se traduce en
menos oportunidades para que las poblaciones campesinas logren un pleno bienestar.
En el último Informe Nacional de Desarrollo Humano, el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo PNUD, mencionó que la estructura de tenencia de la tierra en Colombia es un gran obstáculo
para el desarrollo humano de los y las campesinas de nuestro país. Según los datos consolidados en este
informe, la situación colombiana es tan dramática que más de la mitad de la tierra (52,2%) está en manos
del 1,5 % de las personas, mientras el 10,59% del área total (microfundios), le pertenecen a un 78,31% de
los y las campesinas. ( PNUD, 2011: 50)
Esta situación no ha permitido la formación y consolidación de una clase media rural, que supere el
microfundio y el trabajo jornal, propios de la estructura actual de la tenencia de la tierra en Colombia. La
alta concentración de las tierras productivas en pocas manos aumenta sistemáticamente el número de
campesinos y campesinas pobres, aumentando así su vulnerabilidad. A partir de estas consideraciones, el
IDH del PNUD propone dirigir acciones hacia la creación de una “estructura de la tenencia más
democrática en la que la mediana propiedad tenga un liderazgo para la innovación tecnológica, la creación
de empleos e ingresos, la mejor utilización de la tierra y el buen manejo del medio ambiente, lo que
significaría un aporte tanto a la construcción de democracia en el campo como al desarrollo humano y la
búsqueda de caminos de paz” (PNUD, 2011: 48)
Sin embargo, un aspecto que no es tocado por este informe ni por la mayoría de los documentos
analíticos que tratan el tema campesino, es el de la relevancia de las tradiciones culturales en el desarrollo
social de las poblaciones.
La tierra, o mejor dicho, el territorio es uno de los elementos de mayor trascendencia en la configuración
cultural de una determinada población. Fue precisamente a través de los reconocimientos de titulación
colectiva de territorios que las comunidades indígenas y afrodescendientes consolidaron un proceso de
reconocimiento de sus tradiciones culturales. A muchos analistas del tema campesino, parece olvidárseles
que la cultura campesina y las tradiciones que la definen están directamente ligadas con la tierra y que la
promoción de estas tradiciones culturales es también una apuesta por el desarrollo social de estas
sociedades.
A partir del reconocimiento de las tradiciones campesinas, se puede lograr una cohesión del campesinado
colombiano, el cual se ha caracterizado por su fragmentación y su falta de unidad. El reconocimiento de
las tradiciones culturales es también un paso importante en la dignificación de la labor campesina, que ha
sido tan poco valorada en un país en donde el sector agrícola aporta alrededor del 10% del PIB del país y
se encarga de una buena parte de la producción de alimentos para el resto de la población del país.
Recientemente, el discurso ambiental ha tomado una importancia inusitada debido a las consecuencias
que ha traído para el medio ambiente las prácticas humanas encaminadas al “desarrollo”. En este sentido,
la tierra como elemento fundamental en la producción de alimentos y en el equilibrio de los ecosistemas
ha cobrado un valor renovado.
Desde que los indígenas recobraron su importancia social a partir de la constitución de 1991, también
empezaron a ser vistos como comunidades depositarias de un conocimiento ambientalista y protector del
medio ambiente. Como bien menciona la antropóloga Astrid Ulloa “los indígenas ahora son considerados
tanto por la comunidad académica como por el público en general, en Colombia y en el ámbito
internacional como indígenas ecológicos que protegen el medio ambiente y dan esperanza a la crisis
ambiental y del desarrollo. Por lo tanto, las representaciones sobre los indígenas han sido transformadas
del sujeto colonial salvaje en el actor político- ecológico”( Ulloa, 2001).
Si bien este discurso fue atribuido a las comunidades indígenas, la sensibilidad ambiental no es exclusiva
de estas comunidades. La población campesina ha compartido por años una serie de tradiciones con los
indígenas, las cuales van desde la preparación de los alimentos, pasando por las técnicas de cultivo,
hasta llegar a tradiciones musicales y artesanales. Sin embrago, la relación que tienen los campesinos con
la tierra es distinta a la relación que tienen las comunidades indígenas.
El artículo La lucha Guambiana por la tierra: ¿indígena o campesina? el antropólogo Luis Guillermo Vasco
hace un interesante análisis sobre la diferencia que los campesinos y los indígenas Guambianos tienen
con respecto a la tierra. Según Vasco “no basta con que los guambianos posean tierras, sean dueños de
un espacio geográfico, lo exploten económicamente y deriven de él sus medios de vida, para que tales
tierras sean identificadas como territorio suyo. Es otra cosa, el mayaelo, lo que puede conferirles la
categoría de un territorio propio; no es el espacio sino la relación con él la que lo define como tal. Y el
mayaelo, que es esa relación, está diferenciado en dos aspectos inseparables: por un lado, el carácter
comunitario de las tierras; por el otro, que sobre ellas se ejerza la autonomía de la comunidad encarnada
en la autoridad de un gobierno propio” ( Vasco, 1980). A partir de esta conceptualización es que Vasco
llega a una interesante conclusión sobre la diferencia entre la tenencia de la tierra por parte de los
indígenas y por parte de los campesinos, para este autor: el indio lucha por su tierra, en tanto que el
campesino lo hace por la tierra.
En este sentido, el cuidado del medio ambiente, el cual está ligado estrechamente al conocimiento de la
tierra, se ha convertido paulatinamente también es un discurso campesino. Gradualmente,
los campesinos han visto la importancia que tiene el cuidado del medio ambiente, sobre todo en lo que
concierne a las fuentes hídricas y la fertilidad de los suelos.
Aunque suele percibirse al campesino como un colonizador que depreda los bosques y las selvas para
ampliar las tierras agrícolas, solo con observar la estructura de propiedad de la tierra se puede ver que
esta es más una práctica generalizada por los grandes terratenientes, que en muchas regiones del país
usan las tierras productivas para labores como la ganadería extensiva, la cual ha sido identificada como
una de las prácticas agrícolas que más ha profundizado la desigualdad en la distribución de la tierra en
Colombia.
Según el IDH del PNUD, citando datos oficiales emitidos por el Instituto Agustín Codazzi, “para el año
2009 de identificó un fenómeno de gran subutilización de la tierra apta para el desarrollo de cultivos. La
superficie dedicada a actividades agrícolas y silvoagrícolas asciende a 4,9% millones de hectáreas, pese a
que se estima que 21,5 millones tienen aptitud agrícola; es decir, sólo el 27,7% de la superficie con esa
vocación es utilizada para cultivos. Lo contrario sucede con la actividad ganadera que dedica 39,2
millones de hectáreas para mantener el hato, mientras que solo 21 millones de las utilizadas tienen aptitud
para esta actividad”. ( PNUD, 2011: 37)
La cuestión cultural de la tierra es por lo tanto un factor muy importante para el diseño y la implementación
de las políticas culturales dirigidas a la población campesina. El vínculo que existe entre la tierra y las
manifestaciones culturales de los campesinos y campesinas es evidente. Sin embargo, las características
excluyentes del modelo de tenencia de la tierra en Colombia hacen que la cuestión cultural de la tierra
también esté relacionada con el debate sobre la distribución de la tierra productiva y las figuras de la
hacienda y el terrateniente en el desarrollo social de las áreas rurales colombianas.
De igual forma, la construcción de un modelo de desarrollo sustentable, basado el conocimiento sobre la
tierra y en el respeto por el medio ambiente, tendría en las campesinas y campesinos a unos importantes
multiplicadores, puesto que serían ellas y ellos los más beneficiados, tanto con una mejor disposición de
las tierras cultivables, como con la socialización de un manejo responsable de los recursos naturales.
LINEAMIENTOS DE POLÍTICA PÚBLICA
Después de hacer una revisión a los documentos institucionales e independientes que se han escrito
sobre la población campesina, se puede concluir que el tema de la cultura campesina no ha sido de
importancia en los análisis realizados sobre esta población.
De igual forma, la legislación y las políticas públicas tampoco han tenido la cultura campesina como un
punto de referencia a la hora de diseñar e implementar las medidas institucionales para el desarrollo de la
población campesina.
A partir de las anteriores consideraciones, los lineamientos de política pública que se hacen en este
documento de consultoría están enfocados a visibilizar la importancia de la cultura como elemento
cohesionador de la identidad campesina, al igual que identificar la importancia que tendría la cultura
campesina en el desarrollo social del campesinado colombiano y en las políticas públicas y la legislación
dirigida a esta población.
En cuanto a la cultura como elemento cohesionador, las recomendaciones que se hacen son las
siguientes:
1. Es necesario fomentar la investigación sobre las manifestaciones culturales campesinas (música,
danza, tradición oral, artesanía), teniendo como punto de referencia la heterogeneidad de la cultura
campesina y la importancia que tienen estas manifestaciones en la identidad campesina.

2. Conjuntamente con las instituciones estatales y no estatales que han reconstruido la memoria histórica
del conflicto armado interno colombiano, llevar cabo una indagación sobre el impacto de este conflicto en
la cultura campesina. El enfoque de reconstrucción de la memoria histórica puede ser una herramienta
interesante para determinar que tanto ha afectado el conflicto armado a la cultura de las poblaciones
campesinas.

3. Trabajar simultáneamente con las organizaciones sociales campesinas y las organizaciones culturales,
con el fin de sensibilizarlas sobre la importancia de reconstruir la cultura campesina e identificar los
efectos que el conflicto armado interno ha tenido en esta cultura y en sus manifestaciones más
significativas.

4. Es necesario identificar detalladamente los aspectos culturales asociados a los conflictos por la

tenencia de la tierra que se han dado y se siguen dando en gran parte de las áreas
rurales colombianas. Debido a que la distribución inequitativa de la tierra es un factor de suma importancia
en el orden social de las áreas rurales, profundizar en los efectos culturales producto de esta situación
abre una perspectiva interesante que permite avanzar hacia el desarrollo humano de las poblaciones
campesinas con un enfoque cultural.

5. Es conveniente identificar y fortalecer las organizaciones culturales campesinas. Este sector es


bastante estratégico, puesto que es depositarios de las tradiciones culturales campesinas y de la historia
del campesinado. Aunque estas organizaciones son tan heterogéneas como el campesinado mismo, es
precisamente en esta diversidad que se puede encontrar la riqueza de la cultura campesina.
Con respecto a la importancia que tendría la cultura campesina en el desarrollo social del campesinado
colombiano y en las políticas públicas y la legislación dirigida a esta población, las recomendaciones son
las siguientes:
1. Es conveniente crear un espacio interinstitucional permanente que reúna a funcionarios de alto nivel del
Ministerio de Cultura, el Ministerio de Agricultura y el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural INCODER;
para establecer el marco institucional y las estrategias de implementación y evaluación de las políticas
públicas dirigida al fortalecimiento de la cultura campesina.

2. En coordinación con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística DANE, el Ministerio de


Agricultura y el INCODER; el Ministerio de Cultura debe propender por la realización de un censo
agropecuario actualizado que incluya, entre sus objetivos, la indagación sobre la cultura campesina,
haciendo énfasis en la diferencia que se hay entre los indígenas y los afrocolombianos que tienen su
sustento económico en actividades agrícolas y los campesinos que no se identifican como indígenas o
afrocolombianos. Esta diferenciación es fundamental para mejorar la información que se tiene sobre la
cultura campesina y sobre las particularidades que mejorarían el bienestar de estas tres poblaciones, las
cuales comparten en muchos casos el mismo territorio.

3. Coordinadamente con la Agencia Presidencial para Acción Social y la Cooperación Internacional-


Acción Social y el grupo de memoria histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconstrucción-
CNRR, sería conveniente adelantar un proceso de
investigación y divulgación que dé cuenta del impacto que el conflicto armado en la cultura rural
colombiana.

4. Aprovechando los avances del Informe de Desarrollo Humano realizado por el PNUD, donde se analiza
la situación socioeconómica del campesinado desde una perspectiva ampliada y se plantean soluciones
que mejoren el bienestar de la población campesina destacando sus potencialidades, el Ministerio de
Cultura puede iniciar un trabajo articulado con esta organización que permita nutrir el análisis de la
población campesina, teniendo en cuenta aspectos culturales como la concepción sobre la tierra y el
territorio que tienen las comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas.

Una perspectiva diferencial, que tenga en cuenta que las distintas concepciones sobre la tierra y el
territorio no son solo una disposición legal, sino una cuestión cultural, definiría una línea de análisis que
revigorizaría el papel de las distintas poblaciones como constructores de su propio bienestar.
Finalmente y a manera de conclusión general, se puede afirmar que el camino hacia la construcción de
una política pública que promueva la cultura campesina como elemento determinante en el desarrollo
social de esta población, aún no ha empezado.
Los estudios socioeconómicos y los análisis sobre el conflicto armado han establecido un discurso
hegemónico que no ha permitido que otras perspectivas de análisis se consoliden y se desarrollen más
allá de lo descriptivo, lo que ha aportado a la invisibilización de la cultura campesina en un país cada vez
más urbano que se ha distanciado gradualmente de su condición rural.
Por su parte, los movimientos sociales campesinos, otrora grandes e influyentes organizaciones, han
soportado por más de 20 años la más compleja violencia política, siendo diezmados como organización y
anulados como generadores de cambio social.
Es por estas y otras razones que el Estado colombiano debe redoblar esfuerzos para apoyar a la
reconstrucción la sociedad civil campesina, la cual ha sido golpeada por los más complejos fenómenos
sociales durante los últimos 20 años.
Esta reconstrucción de la sociedad civil campesina debe considerar como uno de los elementos
fundamentales la dignificación de la población rural a través de su cultura, elemento que además
cohesionaría la organización campesina, revigorizando la identidad y haciendo de los y las campesinas,
creadores de sus propias soluciones y por lo tanto constructores de su futuro como población.

Según Smith-Sebasto (1997), profesor de la Universidad de Illinois, el propósito de la EA es dotar los individuos
con: el conocimiento necesario para comprender los problemas ambientales; las oportunidades para desarrollar
las habilidades necesarias para investigar y evaluar la información disponible sobre los problemas; las
oportunidades para desarrollar las capacidades necesarias para ser activo e involucrarse en la resolución de
problemas presentes y la prevención de problemas futuros; y, lo que quizás sea más importante, las
oportunidades para desarrollar las habilidades para enseñar a otros a que hagan lo mismo. “En una palabra, la
Educación Ambiental es sobre oportunidades”. (p.1)

La Asociación Civil de Red Ambiental (s.f) indica que los objetivos de la Educación Ambiental se encuentran
íntimamente relacionados y cada uno de ellos depende del anterior. Son pasos que deben ir alcanzándose
gradualmente para lograr la formación del individuo hacia el Desarrollo Sustentable. Dichos objetivos son:

1. Conciencia, que se logra mediante la enseñanza al aire libre, la realización de campamentos, la organización
de debates, distintos ejercicios de sensibilización, etc.

2. Conocimientos sobre la realidad ambiental alcanzados recurriendo a estudios de campo, aplicación y


desarrollo de modelos, simulaciones, investigaciones, redes conceptuales, entre otros.

3. Actitudes vinculadas a las formas de percepción de la realidad ambiental y el desarrollo de la autoconciencia.

4. Aptitudes y habilidades, logradas mediante el trabajo de campo, la realización de experiencias de laboratorio,


la recolección de información y los debates.

5. Capacidad de evaluación que evidentemente, teniendo en cuenta la necesidad de formar individuos capaces
de tomar decisiones sustentables, es fundamental en cualquier programa que se emprenda. Puede lograrse
mediante el análisis comparativo de distintas soluciones, la evaluación de acciones y sistemas, la simulación de
situaciones, la organización de debates, etc.

6. Participación, elemento vital y motivo primordial de la Educación Ambiental, alcanzada por medio de talleres
de acción, actividades en la comunidad, simulación de situaciones complejas y juegos diversos.

La Educación Ambiental tiene como uno de sus objetivos centrar “el desarrollo de conocimientos y habilidades
que les permita a individuos y grupos, establecer una relación más armónica con la naturaleza” (Castro, 2000, p.
5)
El consumo de los productos que entran en las denominaciones bio, eco, orgánico, de comercio justo,
responsable o sostenible, puede quedarse en una simple moda para un nicho reducido de consumidores, si
no se generan estrategias para desarrollar y ampliar los mercados en los países latinoamericanos.

(Lea: ‘La sostenibilidad ambiental también es rentable’: Palatino)

En contraste, en el caso de Alemania, las cifras de consumo de este tipo de productos van en aumento. Por
ejemplo, para la línea de productos alimenticios, las ventas de los productos sostenibles alcanzaron la cifra
de casi nueve mil millones de euros en el año 2015, 11 % más que en el año 2014, según el más reciente
estudio de bio-productos de la Federación de la Industria de Alimentos Orgánicos. La razón: la
implementación de estrategias empresariales colaborativas enfocadas a comunicarle al consumidor las
ventajas de los productos sostenibles y a aumentar sus preferencias de consumo hacia dichos productos.

(Lea: ‘Firmas colombianas, entre las más avanzadas en RSE’)

No obstante, desde una perspectiva más global, si bien el consumo de este tipo de productos ha aumentado
en los últimos años a nivel mundial, no alcanza a ser ni el 4 % del consumo masivo en el mundo en todas
sus categorías (hogar, alimentos, vestidos, transporte, ocio, salud, belleza e higiene). Es por ello que en la
medida en la que las preferencias de consumo por los productos sostenibles aumenten,las oportunidades de
negocio, para aquellas empresas que los generen, van a ser más reales.

No obstante, en países como Colombia todavía hay un camino largo por recorrer para que el consumo de
este tipo de productos deje de ser de nicho y pase a ser de consumo masivo. Para que esto suceda, primero
deben pasar algunas cosas:
1
Que la regulación y las políticas públicas generen un contexto idóneo para que las empresas inviertan más
en estrategias de
eco-innovación.
2
Que los precios de transacción (por los cuales compran los consumidores), reflejen todas las externalidades
ambientales y sociales que están intrínsecas en el proceso de producción de la empresa (ejemplo:
contaminación, emisiones de gases de efecto de invernadero, conservación y recuperación de los recursos
naturales).
3
Que las empresas sostenibles, de manera colaborativa y determinada, expongan a los consumidores las
ventajas económicas, ambientales y sociales de los productos sostenibles. Esto demandará un esfuerzo
colectivo para generar una pedagogía comercial para todos los actores del mercado.
Los dos primeros argumentos no dependen de las empresas; a lo sumo pueden influenciar el diseño de
políticas públicas al estar agremiadas. Pero en el segundo caso, las empresas sostenibles pueden desarrollar
dos estrategias. Por una parte, actuar como un clúster y diseñar estrategias de comunicación y de educación
que le permita a los consumidores entender, no solo las ventajas de adoptar estilos de vida sostenibles por
medio del consumo sino, también, comprender los ahorros asociados con el consumo de estos productos a lo
largo de su ciclo de vida (ejemplo: paneles solares, luminarias
eco eficientes).

La segunda estrategia depende de la voluntad de colaboración entre las empresas, las entidades académicas
y los expertos en comunicación y mercadeo. Esta alianza permitirá impulsar las preferencias de consumo a
través de mensajes emocionales y argumentados desde el punto de vista económico. En resumen, generar y
vender productos sostenibles es una oportunidad que se evidenciará cuando su valor esté posicionado en las
mentes de los consumidores. Para mayor información ir a
www.academiasostenibilidad.com.
La economía campesina es un constructo social que puede entenderse como “el conjunto sistemático de
estrategias y actividades que la familia y la comunidad rural desarrollan para lograr satisfacer sus
necesidades vitales materiales y espirituales, en función de alcanzar una vida digna, en armonía con el
territorio y el ambiente con los que conviven; siendo tres de sus características fundamentales: el trabajo
familiar, la producción de sus propios alimentos y el rol central de la mujer en la reproducción y
fortalecimiento del sistema. La economía campesina es poli-activa y sus expresiones varían de región en
región, determinadas por los elementos socioculturales y por los factores físicos del entorno. Es una
economía dinámica en las relaciones y vínculos con el mercado, las instituciones públicas y entre
comunidades”. (PNDRI, 2012).

Algunos indicadores dan cuenta sobre la importancia de este fenómeno en la realidad nacional. Por
ejemplo, actualmente el 52% de la población es rural, hay un 76.4% de pobreza general rural, existe un
65.1% de empleo rural y el PIB agrícola representa un 13%.

Según la Encovi de 2011, el total de hogares agrícolas es de 50.8%, un 10.8% de los mismos se dedican
a la agricultura familiar, 39.5% de hogares están conformados por asalariados agrícolas, y un 40.9% de
los ingresos de los hogares rurales proviene de actividades salariales no agrícolas.

Cabe mencionar que para el año 2012 existían 164,097 hogares sin tierra, 171,420 hogares excedentarios
y 228,621 hogares pequeños comerciales (Maga, 2012). Asimismo, el 50.5% de la tierra está concentrada
en propietarios que poseen fincas de 0.7 hectáreas.

Por otra parte, el cultivo de maíz genera aproximadamente 190 mil empleos permanentes, mientras que el
del frijol solamente 52 mil.

Desde la perspectiva de la gobernabilidad, no debemos olvidar que el campesinado es un sujeto


sociopolítico que juega un rol determinante en la política, economía, cultura, ideología de contrapoder y
resiliente ante las políticas oligopólicas del sistema capitalista, pues interesa analizar su racionalidad
discursiva, estrategias de mimetismo y movilización social e incidencia en el poder.

A manera de colofón, la modernización integral de la economía campesina no puede hacerse de manera


aislada de las dinámicas históricas en torno al desarrollo rural y las variantes adaptativas de la agricultura
familiar, sobre todo por la desventaja de competir ante los monocultivos agroindustriales e industria
extractiva; y reconociendo que los territorios indígenas son bastiones de identidad, lucha comunitaria e
inclusión agraria.

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