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Amarás al Señor tu Dios…

Marcos 12: 29-30

El propósito fundamental por el cual los seres humanos (y la creación entera) fuimos creados es
para glorificar a Dios y deleitarnos en Él. Esta realidad se expresa a través del mandato supremo
de amar a Dios que encontramos en varias ocasiones en la Biblia: Deuteronomio 6: 5; 11: 1;
Mateo 22: 37; Marcos 12: 30 y Lucas 10: 27. En este mandato se nos dice que nuestro amor a
Dios debe ser…

Con todo el corazón (fuego contra fuego). Una de las maneras como la Biblia utiliza la palabra
“corazón”, tiene que ver con la pasión con que nos dedicamos a una causa. El ser humano que
no tiene una pasión por la cual vivir, vive en un nivel sub-humano. La gente se apasiona con el
fútbol, con los cantantes del momento, con un actor o actríz de cine, o con una ideología política
(como ocurrió con el comunismo o el nazismo). El ser humano existe para vivir una pasión.
Pero esta pasión puede ser el entusiasmo pasajero de las cosas que mueren, o el fuego de Dios.
El Señor nos llama a adorarle y a seguirle de una manera apasionada, con una entrega total, a ser
Él el fuego que consume todos los demás fuegos.

Cn toda el alma (sentimientos y emociones). La palabra alma (psique, en griego), aparece más
de cien veces en el Nuevo Testamento, ilustrando su importancia. El alma es el asiento y centro
de la vida interior humana, donde se localizan las emociones y los sentimientos, de los cuales el
amor es el más importante de todos (1 Tes. 2: 8). El alma es esa parte de la persona que
sobrevive después de la muerte del cuerpo (Lucas 16: 19-31). De acuerdo a Juan 11:25, esta
alma se reunirá con el cuerpo en la resurrección de los muertos. Alma y espíritu se dividen entre
los dos la vida interior de la persona, algunas veces teniendo el mismo significado, con la
particularidad de que la palabra espíritu se identifica como el atributo divino que relaciona a los
seres humanos con Dios. Dios nos llama a amarle con el alma, esto es con las emociones y los
sentimientos, que son una parte vital de nuestro ser.

Con toda la mente (una piedad ilustrada). La impresión que a menudo tenemos de la iglesia es
que buscamos más un avivamiento de los sentimientos y las emociones pero no del conocimiento
de Dios. No hay duda de que con frecuencia valoramos más el entusiasmo que el compromiso
informado y los sentimientos —e inclusive las conveniencias personales—, que las convicciones.
Por eso es vital que tengamos siempre presente que Dios fue quien nos dio una mente (un
cerebro, un intelecto), al cual santificó y regeneró y nos pidió que lo amáramos también con esa
parte de nuestro ser. Somos llamados a pensar nuestra fe, y a ser capaces de explicar por qué
hemos escogido la fe cristiana en constraste con otras creencias y estilos de vida. Un cristiano
responsable es el que medita y vive la palabra en un contexto en que está no solo informado de lo
que ocurre en el mundo sino que está preparado para los desafíos de hoy y del mañana.

Con todas las fuerzas (sirviéndole con toda la energía). La palabra fuerza aquí implica con
una participación de lo físico, de nuestros recursos y energías. El Señor desea que le amemos a
través de una vida de servicio donde envolvemos nuestra parte física y material.

Nuestro amor a Dios debe cubrir la totalidad de nuestra experiencia humana. Nada de lo que
somos y hacemos debe excluirlo. El es nuestro centro de integración. Sólo en Dios encontramos
nuestra razón de ser y de existir. Pero toda esta vida de amor y entrega no se vive para el
beneficio exclusivo del creyente, sino sobre todo para expresar nuestra vida en servicio y amor a
nuestro prójimo. Vive para alabanza y gloria de Dios y deléitate en Él mientras sirves y
compartes de tu amor con los demás.

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