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A TRAVÉS DE LA EPIGRAFÍA
León, 1988
Así es, en efecto. En un bucólico paraje poblado de aromáticas hierbas, en terrenos que
son actualmente una finca particular, donde el silencio sólo se rompe por los graznidos de los
córvidos, se elevan, dotadas de una majestuosidad impresionante, las ruinas de este cenobio
cisterciense, magnífica obra de finales del siglo XII y principios del XIII, construido en la piedra
rojo-amarilenta propia de la tierra, ante cuya vista cobra plena actualidad lo que sobre las mismas
escribió Unamuno en un lejano junio de 1911: "No lejos de Benavente, en la Granja de
Moreruela, provincia de Zamora, resisten acabar de caer las espléndidas ruinas del primer
Monasterio Cisterciense de España. Allí recordé, una vez más, el virgiliano ETIAM RUINES
PERIERE: ¡hasta las ruinas perecieron!"
"¡Qué majestad la de aquella columnata de la Girola que se abre hoy al sol, al viento y a la
lluvia! ¡Qué encanto el de aquel ábside! ¡Y qué intensa melancolía la de aquella nave tupida de
escombros, sobre la que brota hoy la verde maleza...! Y todo ello se alza añorando siglos que
fueron, y quién sabe si siglos por venir, en un valle de sosiego y de olvido del mundo..."1.
En 1931, veinte años después de que Unamuno escribiera estas palabras, por Decreto del
3 de junio -caprichosa coincidencia ésta-, el monasterio de Moreruela es declarado Monumento
Nacional, lo que no deja de constituir un esperpéntico epitafio para sus ruinas muertas.
Nuestro primer contacto con Moreruela tuvo lugar con motivo de la elaboración de un
Corpus de las inscripciones medievales de la provincia de Zamora, impresionándonos la
grandiosidad de sus restos, especialmente los de la girola del templo, diseñado según el patrón
cluniacense, cuyo aspecto augusto ya fue ponderado en el año 1642, cuando aún se hallaba en pie,
por el cronista Manrique2, y al que Gómez Moreno otorga una importancia capital en el desarrollo
de la arquitectura del siglo XII, llegando a afirmar: "bien puede juzgarse irresoluble el problema
de lo ogival en León y Castilla sin su conocimiento"3.
Pero no es nuestra intención cantar las excelencias artísticas del lugar -aspecto tratado con
mayor maestría por diversos autores, especialistas en el tema-, sino, aprovechando las fuentes
epigráficas conservadas en las ruinas y aquellas otras que nos han llegado a través de distintos
textos, analizarlas y cotejarlas con otras diferentes en un intento de establecer qué datos deben
considerarse como históricos y cuáles deben quedarse en la mera conjetura o, como decimos en
el título, en la anécdota, dentro del período medieval en Moreruela.
Es opinión extendida entre algunos autores que el primitivo emplazamiento del monasterio
no era el actual, sino el de Moreruela de Tábara. Uno de ellos es Argáiz, quien atribuye a Ordoño
I la fundación de un monasterio en Tábara, el año 859, edificado por un monje llamado Juan, y
cuyo primer abad se llamó Miguel, suponiendo que sea éste el mismo que algunos denominan
Santiago de Moreruela, a una legua de Tábara y otra del Esla4. Pero el hecho de que este autor
tome sus principales fundamentos de los falsos Cronicones nos obliga a tomar sus conclusiones
con cierta reserva.
Morales, a quien sigue el historiador zamorano Fernández Duro, cree que la fundación fue
durante el reinado de Alfonso III, una vez que la frontera del Duero estuvo asegurada5.
La siguiente fecha en torno a la que se mueven los autores, siguiendo a Lobera, Yepes y
Manrique, es el año 985. El primero coloca en esta fecha la fundación de Moreruela, reinando don
Bermudo, haciendo notar el hecho de que hubo necesidad de fundar otros nuevos en lugares
cercanos, dada la gran cantidad de monjes que concurrieron6.
Por su parte, Yepes señala que hubo dos monasterios llamados Moreruela, el primero de
los cuales se edificó en el valle de Tábara pocos años antes que este segundo, y después de que
los santos Froilán y Atilano hubieron perseverado en el antiguo algunos años, se pasaron al nuevo
en el año 985, dándole principio con tan buen pie que muy pronto se les juntaron doscientos
monjes. Dedicóse este monasterio al principio al apóstol Santiago y así en las escrituras siempre
se halla Santiago de Moreruela7.
Autores más recientes, como Álvarez Martínez, nos hablan asimismo de un traslado, pero
situándolo en el reinado de Alfonso III, contándonos que el monarca "sacó dos monjes
respetables del monasterio de Sahagún para que fundaran el grandioso convento de Moreruela
de Suso, actualmente conocido por el de la Granja de Moreruela, a cuyo sitio el rey trasladó,
al quererle reedificar, el que había sido fundado en Távara (sic), en tiempo de Ordoño I. Estos
monjes no eran otros que Froilán y Atilano"8.
Este problema en torno a las fechas viene determinado por las que los autores antiguos
conceden al episcopado de Atilano y la pretensión de que éste sea el primer obispo de la sede
zamorense.
Mientras Yepes, Flórez y Villaldrando dan el año 990 para el episcopado de Atilano y el
1000 para su muerte, Lobera, Sandoval y Risco colocan su episcopado de 909 a 915, y en el
catálogo de obispos zamoranos se dice que fue consagrado el 8 de junio de 900, falleciendo el 5
de octubre de 919.
San Froilán, de acuerdo a una breve biografía, atribuida según unos a Juan, diácono
contemporáneo suyo, y según otros a un autor anónimo algo posterior, había nacido el año 833
en los arrabales de Lugo. A los dieciocho años inició una vida eremítica en los montes de Curueño
(León), haciendo desde allí apostolado por las ciudades convecinas. Se le asoció aquí, como
discípulo, Atilano. Ambos, junto con otros monjes, levantaron un monasterio en la ciudad o
pueblo de Veseo9, en el que, según su biógrafo, se reunieron hasta trescientos monjes. Con el
favor y estima de Alfonso III fundó varios monasterios, uno de ellos el de Távara y otro “Invenit
amœnum, et altum locum erga flumen Stolæ... Construxit ibidem cœnobium, ubi congregavit
ducentos fere monacos sub regulari norma constitutos”, identificado por algunos, como Lobera,
con el de Moreruela, en tanto otros, como Flórez, defienden que el monasterio se trasladó aquí
desde otro lugar ya que éste, en palabras de Ambrosio de Morales “Y cierto el sitio es tan malo
de cenagales, que á mi me espantó, como se habia puesto alli Monasterio, y asi lo han tratado
de mudar muchas veces.” . El 8 de junio del año 900, día de Pentecostés, fue consagrado como
obispo de León. Murió el año 905, siendo enterrado en el sepulcro que el antedicho monarca
había mandado labrar para sí en la iglesia catedral de Santa María y San Cipriano, siendo
trasladados sus restos a la nueva catedral de León en año 916, por orden del rey Ordoño II10.
Los datos biográficos sobre San Atilano son escasos. Proceden de la biografía de San
Froián y de un leccionario cisterciense reproducido en un breviario de la catedral de Zamora que
fue publicado por Flórez. Según esta fuentes, era oriundo de Tarazona, donde se hizo monje a los
quince años de edad. Más tarde se asoció a San Froilán y en la misma fecha que éste, el 8 de junio
del año 900, fue consagrado obispo de Zamora. Murió, de acuerdo con la fecha expresada en el
catálogo de obispos zamoranos, el 5 de octubre de 91911.
El monasterio debía llevar una existencia modesta hasta que, en 1131, llegaron a España
los primeros monjes del Císter, enviados desde Claraval por san Bernardo, a instancias de Alfonso
VII, que los instaló en este lugar de Morerola de Frades. Aunque no es hasta doce años más tarde,
al formalizarse la donación, cuando cambia de modo radical su destino. Así nos cuenta Yepes el
hecho: "Este año Christo, de mil ciento cuarenta y tres, el Emperador don Alonso y su mujer
Berenguela hacen merced al conde don Ponce de Cabrera de la Villa de Moreruela, qual estaba
desierta, para que después del conde la de a Sancho y Pedro compañeros monjes cistercienses,
y a todos los demás que debaxo de la Regla de San Benito quisieren permanecer en aquel
lugar... Estos dos religiosos se entiende que vinieron de Francia del Ilustrísimo Monasterio de
Claraval, y por los años de mil ciento treinta y uno introduxeron en Moreruela las Ceremonias,
Constituciones y Costumbres guardadas en la sagrada religión del Císter, llamada ahora de San
Bernardo"16.
No es nuestro deseo entrar en este controversia, recogida y analizada por otros autores19,
sino señalar el que a estos motivos religiosos del monarca, históricamente admitidos, podríamos
unir otros de tipo mucho más personal, si hemos de tener en cuenta un nuevo epígrafe,
transmitido por Álvarez Martínez como situado en uno de los intercolumnios de la capilla mayor,
cuyo texto es el siguiente:
El que el citado autor diga que se trata de un letrero de nuevo carácter, unido a su
desaparición, deja de nuevo este hecho en el campo de lo anecdótico o, a lo más, como una
posible muestra de agradecimiento que explicaría la protección posterior, aunque del texto del
epígrafe, carente de fecha, parezca desprenderse que sea anterior al documento fundacional.
Especial papel como protector es el desempeñado por Ponce de Cabrera, noble de origen
catalán, hijo del vizconde de Girona, que vino a Castilla en el año 112822 acompañando a la reina
Berenguela, hija del conde de Barcelona23.
Por los años de 1138 y 1139, en unión del prelado zamorano don Bernardo, figura a la
cabeza de las huestes que el concejo de Zamora y su tierra mandaban a formar parte del ejército
de Alfonso VII. Conquistaron los castillos de Aurelia y Alboher, sitiaron y destruyeron Urgi,
pasando a cuchillo, por orden del monarca, a la guarnición. Recibió el conde “pro bono servicio”
el título de Príncipe de Zamora.
Ya bajo el reinado de Fernando II, con ocasión del “motín de la trucha” en que muere su
hijo Ponce (Giraldo, según Fernández Duro), indispuesto contra el rey por haber éste perdonado
a los implicados en el motín, tanto el conde como su yerno y otros personajes, fueron desposeídos
de las concesiones de señoríos y heredamientos de que gozaban, por lo que, enojados, estos
caballeros se dirigieron a Castilla a darse por vasallos del rey don Sancho, querellándose ante él
del mal comportamiento de su hermano. Se dirigió éste hacia Sahagún a pedir cuentas de su
comportamiento al monarca leonés y, arregladas las diferencias, les fueron restituidas las tierras
a aquellos caballeros, pero a don Ponce se le cambió el título de Príncipe de Zamora, que
desapareció, por el cargo de Mayordomo Mayor del Rey27.
De nuevo en buenas relaciones con el monarca toma parte, en 1167, en la campaña contra
Portugal28 y en noviembre del mismo año aparece confirmando en la carta puebla concedida por
Fernando II a Benavente29.
Fueron sus hijos: Ponce o Giraldo, muerto en la iglesia de Santa María la Nueva de
Zamora, con ocasión del citado “motín de la trucha”; Fernán o Fernando, Alférez Mayor de
Fernando II, casado con Guiomar Rodríguez, enterrado en Moreruela; otro Fernando; Sancha,
que contrajo matrimonio con el conde don Vela Gutiérrez Osorio, constituyendo la familia de los
Ponce vela, una de las más preclaras estirpes30 -de quien descienden los Ponce de León-, y Pedro,
sucesor en el mayorazgo de la casa, que casó con Aldonza Alonso, hija de Alfonso IX, y que, a
su muerte, fue enterrado en Nogales.
Murió en 1169, siendo enterrado en la catedral zamorana, si bien, señala Manrique que,
como fundador del monasterio, tenía sepulcro en Moreruela, con epitafio idéntico al que se
conserva en la catedral de Zamora, en una de las columnas del crucero, cuyo texto dice:
Hic iacet comes Poncius de Cabrera, strenuissimus in armis, qui obiit era
millesima ducentesima septima.
Idéntica situación se produce con el epitafio del hijo del conde, llamado Fernán, fallecido
el 1 de octubre de 1180, cuyo texto tomamos de Fernández Duro32, aunque también Morales33
y Álvarez Martínez34 se hacen eco de la noticia, si bien no publican el texto del epígrafe, que
rezaba así:
Aquí yace Fernán Ponce de Cabrera, el mayor, hijo del Conde Ponce de
Cabrera, que murió en las kalendas de octubre, era 1218.
Precisa el citado autor que el personaje murió joven, siendo enterrado en el arco en que
yacía su tío don Juan Vela, "en el claustro del Capítulo, junto á la puerta de la iglesia, en un arco
que está al lado del altar de San Juan”35. Pero esta precisión, en vez de aclararnos las cosas, las
complica aún más, ya que este don Juan Vela era hijo de don Vela Gutiérrez y de Sancha Ponce,
hija del conde Ponce de Cabrera, así que, o Fernández Duro equivoca el parentesco de tío y
sobrino, o hay una confusión de personajes que no acertamos a descifrar.
De finales del siglo XII es la primera inscripción conservada entre las ruinas, cuyo texto
nos ha dado a conocer Gómez Moreno, quien advierte de la imposibilidad de leer el principio del
mismo debido a la acumulación de escombros36. Su lectura es correcta, excepto al comienzo, en
que da de bladelli por Tabladelli, error debido sin duda al inconveniente de los citados escombros.
En la actualidad, limpia de restos la zona, este texto es perfectamente legible en los sillares
del muro norte de la sala capitular, mostrándonos unos caracteres acordes con lo usual en la
época, de gran elegancia y perfección, reflejo de la notoriedad que en otros aspectos estaba
alcanzando el monasterio. La inscripción es la siguiente:
Hic iacet Pelagius Tabladelli et hic filius eius Petrus Pelagii.
Este personaje, Pelayo Taulatello o Tabladelo, es un noble o magnate que forma parte del
séquito de Fernando II, al que sirvió lealmente según se desprende de los escasos datos que
poseemos, puesto que ya en el año 1162 -es la primera noticia que tenemos de él- fue premiado
en Burgos “pro bono servicio” con la donación de Villalbo37.
En 1174 recibe una viñas40. El 1 de agosto de 1179 confirma un documento por el que el
monarca dona a los Sanjuanistas el pueblo de Cerecinos y otros términos que antes había dado
para la repoblación de Villalpando41.
Confirma un documento de septiembre de 1180 por el que el rey dona a Moreruela una
heredad en el término de Toro 42. Al año siguiente, el 10 de marzo, aparece entre los confirmantes
de un privilegio rodado por el que el monarca concede al Concejo de Benavente las heredades de
Vidriales, Tera y Carballedo por alfoz y fija los términos de Benavente43. Aparece también como
confirmante en un documento del 4 de mayo de 1183 por el que Sancho Ordoño dona al
monasterio de Moreruela un hospital en Villanueva de Jamuz44.
Su muerte ha de situarse en torno a 1187, fecha en que su nombre aparece por última vez,
firmando un documento como tenente de Villalpando46.
Es posible que esta ligazón a actos relacionados con la zona norte de la provincia de
Zamora, en especial con el monasterio de Moreruela, le llevasen a solicitar sepultura entre los
muros del mismo, a semejanza de otros personajes benefactores del cenobio, solicitud que los
monjes acogerían con afecto, haciendo reposar sus restos en la sala capitular.
En la firma de un documento de finales del siglo XII, pero de fecha ilegible, por el que
Simón Sánchez dona a Moreruela el lugar de Hospital de Sancho Ordoño, aparece un Petrus
Pelagii “asturianus miles”, que podría ser el hijo de Pelagius que figura en su mismo epitafio, lo
que nos aclararía el origen de estos dos personajes47
Álvarez Martínez nos transmite la noticia de otro epígrafe de la iglesia del monasterio,
desaparecido ya en su tiempo a juzgar por sus palabras, que indicaba la donación hecha a aquél
en 1206 por la infanta doña Berenguela, hija de Sancho I de Portugal -aunque él dice Sancho II-,
otorgándole varios lugares, anotando que la donante trajo al monasterio el cuerpo de San Froilán
y que fue enterrada en su iglesia49.
Otro epígrafe se ha conservado, situado en los sillares del claustro. Sus caracteres altos
y estrechos, perfectos en su ejecución, constituyen una espléndida muestra de la escritura gótica
típica de la segunda mitad del siglo XIII. La exposición a las inclemencias del tiempo ha afectado
a una parte del texto, pero es fácil su recomposición total:
Hic iacet famulus Dei dompnus Egidius, magistro, et dompnus Paulus [ qui
obierunt era ] millesima tricentesima decima quarta, in vigilia sancti Ande.
Este sancti Ande se trata de un error de grabación que interpretamos como «san Andrés»,
correspondiendo la fecha al 29 de noviembre de 1276. Los personajes nos resultan desconocidos.
El resto está tan gastado que es imposible reconocer otros caracteres, resultando
aventurada cualquier hipótesis sobre el personaje.
Su texto, en letra gótica minúscula, puede datarse en torno a la mitad del siglo XIV,
cuando el monasterio atraviesa una crisis que logra superar, pero no alcanzamos a comprender
la finalidad del mismo.
Cerramos este trabajo sobre Moreruela haciendo mención del hallazgo y posterior traslado
a la catedral de Zamora, en 1844, del cadáver momificado y en perfecto estado de conservación,
de doña Velasquida, esposa de don Alonso Meléndez de Bornes, caballero portugués que fue
monje en el monasterio, la cual había fallecido en 121050, acontecimiento que, si bien no ha sido
registrado epigráficamente, ha entrado a formar parte de su historia, uniendo en un lazo dos siglos
tan distantes como lo son el XIII y el XIX, poniendo ante nosotros una muestra más de su
pasado, como si el monasterio se empeñase en que volvamos los ojos hacia él, hacia su
semidestruida girola que se alza aún, desafiando soles, vientos y lluvias, como mudo centinela de
unas ruinas que, si muertas, se resisten a ser enterradas.
Notas
10. C. V. ALDEA, Diccionario de Historia Eclesiástica de España, tomo II, voz «Froilán»,
Madrid 1972, pág. 962; E. FLÓREZ; M. RISCO et alii, España Sagrada: Memorias
autenticas de la vida de San Froylan, Vol. XXXIV, Madrid 1784, págs. 174-203.
11. Ibíd., tomo I, voz «Atilano», Madrid 1972, pág. 152; E. FLÓREZ; M. RISCO et alii,
España Sagrada, Vol. XIV, Madrid 1786, págs. 348-354.
21. I. ALFONSO ANTÓN, O. c., en que contabiliza 135 documentos que registran algún tipo
de adquisición de propiedades, repartidos entre 72 donaciones, 34 compras, 11 permutas
y 18 prestimonios.
22. C. FERNÁNDEZ DURO, Colección Bibliográfico-Biográfica de noticias referentes a
la provincia de Zamora o materiales para su historia, Madrid 1891, pág. 444.
25. L. CALVO LOZANO, Historia de la villa de Villalpando, Zamora 1981, pág. 72.
33. A. MORALES, Viage por orden del rey D. Phelipe II a los reinos de León, y Galicia,
y principado de Asturias, Madrid 1765, pág. 184.
48. Hacemos notar que en nuestra última visita al lugar, los sillares que formaban esta
inscripción habían desaparecido.