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Septiembre 2011

Zygmunt Bauman y la sociedad líquida


Cinta Barreno
Corresponsal de la revista Esfinge en Reus

Ziygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 (junto a Alain
Touraine), nació en 1925 en Poznan, Polonia. Sociólogo, filósofo y ensayista, su investigación, entre otras
cosas enfocada en la modernidad, le ha llevado a definir la forma habitual de vivir en nuestras sociedades
modernas contemporáneas como “la vida líquida”.

Una vida caracterizada por no mantener un rumbo determinado, pues al ser líquida no mantiene mucho tiempo
la misma forma. Y ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre. Así, nuestra
principal preocupación es no perder el tren de la actualización ante los rápidos cambios que se producen en
nuestro alrededor y no quedar aparcados por obsoletos.

En su libro La vida líquida, el diagnóstico sobre la sociedad de consumo en la que vivimos es demoledor por
certero y al mismo tiempo conmovedor. Escribiendo este artículo no puedo dejar de pensar en el mito de la
caverna de Platón, y no puedo sacarme de la cabeza un precioso dibujo que Sonja, una compañera de
voluntariado, dibujó hace unos años sobre el mismo.

La caverna de Platón no ha dejado de retumbar en mi cabeza, y ese retumbar me provocaba angustia. Y es


que, quizás, me he visto más encadenada de lo que pensaba. Soy consciente de la perversidad del sistema
consumista en el que vivimos y de sus maquiavélicos mecanismos, pero también sé que soy yo, somos
nosotros, los que tenemos las llaves de muchas de las cadenas que nos atan.

¿Pensamos, decimos y actuamos al unísono? ¿Nos conocemos realmente a nosotros mismos? ¿Vivimos
realmente lo que queremos vivir? ¿Luchamos por nuestros sueños? ¿Somos conscientes de que formamos
parte de una gran familia llamada Humanidad?

Quizás la falta de respuestas a estas preguntas es lo que nos hace navegar sin rumbo por la vida. Vivir, como
dijo en su discurso de recogida del Premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman, (…) en un mundo donde la
única certeza es la certeza de la incertidumbre, en el que estamos destinados a intentar, una y otra vez y
siempre de forma inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y a los demás, destinados a comunicar, con y
para el otro”.

En La vida líquida, Bauman nos ayuda a identificar los velos que ocultan el mundo que habitamos y que
intentamos comprender. Y estos velos no dejan de ser las sombras y los ecos de los gritos que los encadenados
de la caverna ven y escuchan reflejados en la pared creyendo que son la realidad y que nada pueden hacer; y
los espectadores siguen sentados sin saber que esos velos, esas sombras, esos ecos no son la realidad sino
distorsiones de la misma. Imágenes y ruidos reproducidos a conciencia que los mantienen cara la pared.

Es cuestión de encontrar el coraje para darse la vuelta y poder comprobar que esas formas grotescas no son
más que deformaciones, y ver la luz clara que proviene de fuera, que nos indica la dirección de la verdadera
realidad.

La sociedad líquida produce triunfadores egoistas

Zygmunt Bauman define la sociedad moderna líquida como aquella sociedad donde las condiciones de
actuación de sus miembros cambian antes de que las formas puedan consolidarse en unos hábitos y en una
rutina determinada. Esto, evidentemente, tiene sus consecuencias sobre los individuos porque los logros
individuales no pueden solidificarse en algo duradero, los activos se convierten en pasivos, las capacidades en
discapacidades en un abrir y cerrar de ojos.
Por tanto, los triunfadores en esta sociedad son las personas ágiles, ligeras y volátiles como el comercio y las
finanzas. Personas hedonistas y egoístas, que ven la novedad como una buena noticia, la precariedad como un
valor, la inestabilidad como un ímpetu y lo híbrido como una riqueza.
El nuevo modelo de héroe es el triunfador que aspira a la fama, al poder y al dinero…, por encima de todo, sin
importarle a quién se lleva por delante.

Esto coincide con la definición de “hombre light” de Enrique Rojas, definido con cuatro características:
hedonismo, entronización del placer; consumismo, acumulación de bienes: se es por lo que se tiene y no por
lo que se es; permisividad, todo vale; y por último, relativismo, donde nada es bueno ni malo y en última
instancia todo depende del pensamiento de cada uno.

La sociedad moderna líquida orquestada por el consumo

La vida líquida asigna al mundo y a las cosas, animales y personas la categoría de objetos de consumo,
objetos que pierden su utilidad en el mismo momento de ser usados. Los objetos de consumo tienen una
esperanza limitada y, cuando sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el consumo, se convierten en
objetos inútiles. Las personas, también somos objetos de consumo: pensemos en el trato que nuestra sociedad
da a nuestros mayores o en las industrias del sexo. En una sociedad así la lealtad y el compromiso son motivo
de vergüenza más que de orgullo porque son valores duraderos.

En un mundo de carácter empresarial y práctico como el que vivimos (un mundo que busca el beneficio
inmediato), todo aquello que no pueda demostrar su valor con cifras es muy arriesgado. Por tanto, materias de
estudio como la historia, la música, la filosofía…, que contribuyen al desarrollo del ser humano, más que una
ventaja social, política o económica son un peligro. Porque el ser humano ha dejado de tener valor “humano”
para pasar a ser un simple objeto de producción o consumo.

Individuo asediado, planeta asediado

¿Cómo es el individuo que vive en esta sociedad de vida líquida? Zygmunt Bauman nos dice que es un
individuo asediado. Porque busca su individualidad, singularidad y aquí viene la gran contradicción.
La individualidad sería la autenticidad, como ser fiel a uno mismo, ser el yo real. Pero ya hemos visto que
para la sociedad moderna líquida la fidelidad no es un valor sino todo lo contrario. Entonces, ¿qué es la
autenticidad que busca este individuo asediado?

La autenticidad, la individualidad, la singularidad en una sociedad moderna líquida es ser como todos los del
grupo, ¡una auténtica y gran contradicción! Es decir, los individuos han de ser asombrosamente parecidos,
deben seguir una misma estrategia vital y usar señas compartidas, reconocibles e inteligibles por el resto del
grupo (las marcas de consumo, el comportamiento, las modas, el gusto por el arte…).

La sociedad obliga a ser únicos, pero ella misma da las pautas para conseguirlo. Para satisfacer esa necesidad
de individualidad, nada de buscar en nuestro interior: la autenticidad se encuentra bebiendo un determinado
producto, llevando una marca de ropa interior, hablando con un determinado móvil, conduciendo un
determinado coche… Todos llevan o quieren llevar las mismas marcas, van o quieren ir de vacaciones a los
sitios que se han puesto de moda, leen los mismos best sellers… y todos se creen singulares. ¡Increíble!

Como dice Bauman, la lucha por la singularidad se ha convertido en el principal motor, tanto de la producción
en masa como del consumo en masa. Todos son singulares utilizando las mismas marcas y aparatos, y serán
más o menos singulares dependiendo de la capacidad de compra y actualización de los objetos, y ésto,
evidentemente, requiere dinero.

La búsqueda de esta singularidad se ha convertido en una carrera de consumo donde hay unos pocos
ganadores y muchos perdedores. Esto ha provocado la consiguiente polarización no tan solo de las sociedades,
sino del planeta. Como nos dicen los últimos informes sobre el déficit ecológico (cifra que se calcula
comparando lo que un ciudadano consume con la capacidad de producción y regeneración de los recursos
naturales de su país, que incluyen terrenos agrícolas, pastos, bosques, costas, etc.), el déficit ecológico
planetario en el año 2010 supuso que el 22 de agosto, la humanidad empezáramos a consumir lo que ya
correspondía al 2011; en España, el 20 de abril de este año 2011 empezamos a consumir lo que corresponde al
2012.
Está claro que cuánto más grande es la calidad de vida de una ciudad mayor es su huella ecológica.

Por tanto, la singularidad es realmente un privilegio, tanto en lo que se refiere a individuos como a sociedades,
a nivel planetario. A este individuo asediado Bauman lo define como homo eligens, hombre elector (que no
hemos de confundir con el ser humano que realmente elige). El homo eligens es un yo permanentemente
impermanente, completamente incompleto, definidamente indefinido, auténticamente inauténtico. El homo
eligens y el mercado de consumo conviven en perfecta simbiosis. El mercado no sobreviviría si el homo
eligens o consumidor no se apegara a las cosas.

Los directores de la orquesta: engaño, exceso y desperdicio

Bauman nos dice que esta sociedad de consumo justifica su existencia con la promesa de satisfacer los deseos
humanos (remarco: materiales) como ninguna otra sociedad lo ha hecho, aunque esta promesa de satisfacción
solo resulta atractiva siempre y cuando los deseos no sean del todo satisfechos.

Por tanto, la realidad es que la no satisfacción es el motor de la economía. La sociedad de consumo consigue
esta permanente insatisfacción por dos vías:

1) Denigrar y devaluar los productos al poco tiempo de haber salido, sacando otros nuevos;
2) Satisfacer cada necesidad o carencia de tal forma que dé pie a nuevas necesidades o carencias.

Para mantener las expectativas vivas y para que las nuevas esperanzas ocupen rápidamente el vacío dejado
por las obsoletas, la distancia entre la tienda y el cubo de la basura tiene que ser muy corta y la transición muy
rápida.

El consumismo es una economía de engaño, exceso y desperdicio. Pero, al mismo tiempo, son el engaño, el
exceso y el desperdicio los que garantizan el funcionamiento de la sociedad. La historia avanza hoy como una
fábrica de residuos.

Una sociedad de consumidores no es solo la suma de individuos consumistas. Es una totalidad, se trata de un
auténtico síndrome: un cúmulo de actitudes y estrategias, disposiciones cognitivas, juicios y prejuicios de
valor, supuestos explícitos y tácitos sobre el funcionamiento del mundo y cómo desarrollarse en él, imágenes
de felicidad y cómo alcanzarla.

La extensión de pautas de consumo es de tal amplitud que abarca todos los aspectos y las actividades de la
vida. Esto produce un efecto secundario, quizás involuntario: la penetrante mercantilización de los procesos
vitales. El mercado se ha introducido en áreas de la vida que se habían mantenido fuera de los intercambios
monetarios. La educación, la cultura, todo está supeditado a unas cifras económicas que hacen que un objeto o
servicio, independientemente de su calidad, sea exitoso o no. Porque el éxito, la mayoría de veces, no depende
de la calidad sino de la campaña de marketing que tenga detrás. Incluso en nuestras relaciones humanas nos
tratamos como objetos de consumo o producción.

Bauman explica que el consumo sería una versión moderna del sueño del rey Midas, hecho realidad en el
siglo XXI. Todo lo que el mercado toca se convierte en un artículo de consumo, incluso las cosas que tratan de
escapar a su control.

Pensar en tiempos oscuros


Zygmunt Bauman alerta de que las dos acusaciones que lanzó Karl Marx contra el capitalismo, su carácter
derrochador y su iniquidad moral, siguen totalmente vigentes. Lo único que ha cambiado es el alcance del
derroche y de la injusticia: ambos han adquirido dimensiones planetarias.

La era del Primer, Segundo y Tercer Mundo ha llegado a su fin para dejar paso a la era de la Globalización.

Para la mayor parte de habitantes del planeta la globalización ha supuesto un deterioro de sus condiciones de
vida. Esto, hace años, era muy patente en el Tercer Mundo, donde la crisis alimentaría es endémica desde hace
décadas. Ahora, con la crisis económica que estamos sufriendo, el deterioro de las condiciones de vida ha
llegado también al Primer Mundo. Y es que la globalización ha sido eminentemente empresarial.

Bauman considera que los problemas y sufrimientos de nuestros días tienen raíces planetarias y, por tanto,
requieren soluciones globales. Todos los que compartimos el planeta dependemos unos de otros para nuestro
presente y nuestro futuro.

En lugar de aspirar a limitar los daños locales y la obtención máxima de beneficios, hay que buscar un nuevo
escenario global donde las iniciativas económicas dejen de estar guiadas por los beneficios monetarios sin
prestar atención a los efectos secundarios.

El ocaso de los valores

Queda bastante claro que la vida líquida no da cabida a la realización espiritual de la mujer o del hombre, y
que los valores que propugna, si los podemos llamar valores, son de una altísima volatilidad y relativismo; y
del relativismo, donde nada es absoluto, donde nada es malo ni bueno, de esta tolerancia interminable nace la
indiferencia pura.

La pérdida de referentes claros y fuertes nos hace caminar a ciegas. Vivimos en el ocaso de los valores
humanos y esto es realmente un drama para todos los seres humanos.

La sociedad moderna líquida es artificial, poco tiene de humana porque precisamente no se sustenta los
valores humanos atemporales, sino en los materiales. Nos hace creer que nos lo dá todo a cambio de nada,
cosa que no es cierta,. El precio que se paga por ello es convertirse en ese humano asediado o ese hombre
“Light” que simplemente escoge egoístamente lo que más le conviene o gusta en cada momento. Poco a poco
la caverna va apagando su lucecita humana, al tiempo que lo encadena más y más.

Este homo eligens está a años luz de la vía del desapego que nos libera del dolor, según nos transmiten las
enseñanzas budistas, y del ser humano realmente libre que se compromete por voluntad propia; porque el
homo eligens de la sociedad moderna líquida es esclavo de sus pasiones y gustos subjetivos, que lo
imposibilitan para comprometerse con nada y con nadie.

Pero la vida tiene un sentido que va más allá del plano meramente objetivo que vamos viviendo y
consiguiendo. Y el ser humano es algo más que un cuerpo que produce y consume, que tiene todo, pero nunca
acaba de estar satisfecho.

Bauman aclara que esta insatisfacción forma parte del mecanismo, pero esto no es mérito de la maquinaria de
la sociedad de consumo porque al ser humano los objetos materiales nunca lo podrán satisfacer del todo,
porque no vienen de nuestro interior. Recordemos la vieja leyenda hindú: Brahma, enfadado por el
comportamiento de los seres humanos, escondió la felicidad en los corazones de los hombres y las mujeres,
consciente de que les costaría mucho encontrarla; pero también, consciente de que así siempre la llevarían con
ellos.

Hoy parece que las cosas están del revés y cuesta un poco ser optimistas. La actual crisis económica está
haciendo aflorar conductas egoístas y mezquinas a nivel de Gobiernos e individuos. Nosotros apoyamos la
idea de asumir responsabilidades y de encontrar soluciones planetarias para unos problemas que son globales.
También se está encendiendo muchas lucecitas en los corazones de la gente, que se traducen en solidaridad,
generosidad, entusiasmo, coraje, valor, porque hay muchos Quijotes que están rasgando los velos de esta vida
líquida intentando solidificarla, trabajando por cambiar la actitud cavernícola de tener por la humana de ser.

Sí, es cierto que vivimos en el ocaso de los valores humanos, pero detrás de cada ocaso viene una nueva salida
del sol, una regeneración. Y únicamente depende de nosotros que los valores humanos vuelvan a brillar y
guiar el rumbo de nuestras vidas.

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