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Además del amor-vanidad por el conocimiento del moderno trabajo científico -identificado por
Nietzsche como condición y ethos, puro aburrimiento, en lugar de una pasión y por Freud
como poco más que una auténtica distracción contra las miserias de la vida- nos queda
siempre la voluntad de saber de la práctica filosófica de la que habló Aristóteles y que tiene su
potencia, su empuje inicial, en los centros mismos del ser. Que en tiempos modernos esta
última sea vista como inútil, y sobre todo como improductiva, por la primera, sólo nos confirma
la naturaleza de su auténtica libertad de pensamiento.
Freud sobre el horror en los sueños, citado por Benjamin: "Tales sueños satisfacen el deseo
de consolarnos de las desazones que nos acarrea el despertar. Despertando de ellos
encontramos unas condiciones que, en comparación con las soñadas, nos son soportables".
Y B. añade: "¿No resulta de la necesidad de mitigar el horror a la muerte, que nos es segura,
con un horror que es aún más profundo ante otras cosas que nos son inciertas y que acaso
evitamos?"
Pero el horror siempre es horror de muerte y este se oculta en el lenguaje, un horror más
profundo es un horror más cercano a la verdad de la nada que la muerte desoculta y que se
presenta sin discriminación tanto en la falsa seguridad de las horas de vigilia como en el no-
tiempo inconsciente del sueño.
Cuando Kleist leyó La Eutanasia de la Razón de Kant se deprimió tanto que abandonó las
ciencias, a Kleist le faltaba Hegel, que este le dijera que la razón se basta por sí misma, con
tres suaves palmadas en la espalda. Habría que ver si le hubiera creído. Lo cierto es que
Kant, como dice Nietzsche, es el primero en poner un dedo en la herida, apuntar a la grieta, la
brecha, del sujeto y el conocimiento. Pero si la crítica a la razón lo deprimió la ética kantiana lo
terminó de convencer:
Kant: El hombre vive sólo porque es su deber, no porque tenga el menor gusto por la vida. Tal
es la naturaleza del verdadero móvil de la razón pura práctica.
Bataille escribió que el vicio tiene una relación estrecha con los tormentos del amor más puro;
la farmacofilia da prueba de ello y dentro de este campo los opiáceos siempre han sido los
que despiertan las pasiones ambivalentes más profundas: se les ha llamado my wife, my love;
Hans Fallada llamaba a la morfina: my princess.
Thoreau pertenecía a esa clase de filósofos que William James identificó como poseedores de
una especial susceptibilidad emocional (James recuerda a Hegel, que era capaz de observar
los movimientos indecibles del espíritu) a la que él mismo había llegado sólo después de sus
experiencias con óxido nitroso. Thoreau se levanta por la mañana y el aire de la montaña lo
llena de dicha, observa el cielo y sus aves y entra en estados extáticos que le hacen
comprender las vicisitudes del universo sobre su propia alma. Dennis Mckenna ha
mencionado que el estado psicodélico reconecta al sujeto a un estado primordial,
prelingüístico, precognitivo, sin duda infantil y Stirner ha comparado el alma del niño con la del
filósofo siempre admirado de los acontecimientos del universo. Platón en su Fedón señala su
deseo de ser incluido entre aquellos participantes de los misterios (según él los únicos que
han filosofado correctamente), los rituales eleusinos en donde se bebía el ciceón que
Hofmann y Wasson creían pudiera haber contenido alguna lisergamida. Aristóteles compara el
conocimiento filosófico con el estado mistérico: "aquellos que han tocado directamente la
verdad pura aseguran poseer el objetivo último de la filosofía..."
Ortega y Gasset reprochaba a los místicos construir un maravilloso relato para al final dejar con las manos
vacías al lector, se prometía la verdad y se iba uno con la desilusión. Dennis McKenna ha escrito sobre la
profunda necesidad que se tiene de transmitir la experiencia mística (o el no-conocimiento como le llama
Agamben) al salir de ella, y que se puede comparar a la "pulsión de traductor" de Ricoeur. Pero poco importa
la comprensión del lector o el oyente, nada tiene que ver con ellos, esto lo hace el místico para sí mismo: el
relato del viaje fantástico, hablar de lo indecible, solo tiene utilidad para legitimar en el universo simbólico su
propia experiencia inefable. El místico habla en el lenguaje de lo que está más allá del lenguaje sólo para
hacer aquello realidad.
Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura
de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espíritu sólo
conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto
desgarramiento.
Pero nunca debemos olvidar que este antagonismo fundamental que nos hace creer
en dos fuerzas en fricción es siempre en realidad una sola, lo que Freud llamó
pulsión de muerte, y Lacan lo Real: es la vida en sí misma como principio de la
inmortalidad, lo que insiste más allá de la muerte. La paradoja de esta fuerza vital, la
pulsión de muerte, como vida que no quiere morir nunca, es que a través de la
vuelta a un estado originario recupera su impulso vital primordial. Es esta la
paradoja psicodélica primordial y también el fundamento del valor de su posible
enseñanza: entender que aquello que sólo somos capaces de representar como dos
caras, dos fuerzas antagónicas que nos oprimen continuamente, es en realidad una
sola cara con un solo borde. Lo que sólo podemos concebir como exterior y lejano,
es en realidad interior y demasiado cerca de nosotros. Michaux lo dice resume
bellamente al declarar: He dejado atrás mi vida para vislumbrar la vida.
“Wo Es war, soll Ich werden”. Es decir: “Donde Ello estaba Yo debo advenir”
Paz: This helplessness is our strength. At the last moment, when there is
nothing left in us - when self is lost, when identity is lost - a fusion takes
place, a fusion with something alien to us that nonetheless is the only
thing that is truly ours.
Perhaps there is a point where the being of man and the being of the
universe meet.
The visible entrails, chaos is the primordial stuff, the original disorder,
and also the universal womb.
Es también un “pasaje al acto”, un iniciar desde cero, un renacer como sujeto nuevo