You are on page 1of 323

Jo h n L yo n s

P r o fe s o r d e L in g ü ís tic a
U n iv e rs id a d d e Sussex

INTRODUCCIÓN
AL LENGUAJE
Y A LA LINGÜISTICA

V e r s ió n esp a ñ o la

R a m ó n Cerdá
Ca te d rá tic o d e L en gu a E sp a ñ o la
U n iv e rs id a d de B a rc e lo n a

EDITORIAL TEIDE - BARCELONA


T itu lo original:

L A N G U A G E A N D LIN G U IS T IC S
g ) C a m b r i d g e U n i v e r s i t y P r e s s 1981
IS B N : 0 521 230 34 9 / 0 521 2 9 7 7 5 3

D erechos de !a versión en len gu a española:


C) E d ito ria l T e id e , S. A. - V ilad om at. 291 - Barcel<>n;i-29, 1984
IS B N : 84-307-7446-7 Printed in S p a in

G ráfiqu es U niversitat, S. A. - Arqu im ed es. 3 - SANT A D R IÁ DEL UESóS


D ipósit Legal B. 15.395-84
Prólogo a la versión española

E n cuestión de pocos años, hem os pasado de una acuciante penuria en trata­


dos in tro d u c to rio s a la lingüística hasta una p rolife ra ció n que ronda p o r am­
bos lados los lím ite s del exceso. Afortunadam ente, los avances indiscutibles
y los cam bios de perspectiva llevan una aceleración tal que p ro n to queda
espacio disponible para nuevos manuates atentos a las novedades. Y no sólo
eso. Pues los m ism os manuales que años atrás servían para uso de noveles
e incluso iniciados universitarios ya se em plean en los niveles de la enseñan­
za media. Con lo que el espacio disponible tam bién ha aum entado m ucho en
este sentido.
E l presente lib ro no pretende, desde luego, desplazar a ninguno de sus
m ú ltip les congéneres en esta carrera, aunque es raro que no lo haga. Com o
todos ellos, aspira no sólo a c u b rir ese com etid o global que tan bien detalla
su p ro p io a u tor en la in tro d u cción , sino tam bién a ser, al m ism o tiem po, un
te stim o n io fie l sobre las actitudes del m om en to. Quizás, a este respecto, ha­
bría que repa rar en el tra ta m ien to más bien sum ario que recib e en él la sin­
taxis o en la om isió n de la llamada lingü ística del texto, que pugna con ím petu
crecien te en tre algunos de nuestros estudiosos. Sin em bargo, tratándose de
John Lyons, uno de los lingüistas más traducidos, citados y, cabe deducir,
m e jo r con ocid os de todos los tiem pos en países de habla hispana, no sería
de extrañar que este lib r o tam bién m arcase con más o m enos prem editación
unas pautas y unos fo cos de atención inéditos para el fu tu ro inm ediato. Lugar
no fa lta para ello : véase, si no, la extensa cob ertu ra tem ática que ofrece.
D e n tro de la obra de Lyons, esta Introdu cción al lenguaje y a la lingüística
no desplaza siquiera a su aparente antecesora, la m em orable y todavía bien
vigente In trodu cción en la lingüística teórica (1971). Constituye, eso sí, un re­
llano más bajo, leve, holgado y, en consecuencia, cóm od o (de donde la p rep o­
sición ‘a’, en lugar de 'e n '). La relación entre ambos lib ros recuerda la que
existe, d e n tro del á m b ito más red ucido de la semántica, entre otras dos obras
del m ism o a u tor: Sem ántica (1980) y Lenguaje, significado y contexto (1983).
P o r lo que atañe al m arco h istórico, no tengo reparo en a firm a r que esta
síntesis, p o r el talante de sus ob jetivos, la trabazón del con ten id o y la p e ri­
cia de la exposición para in cita r continuam ente al lector, sigue la trayec­
toria de los célebres tratados de F. de Saussure, L. B loo m field , Ch. H ock e tt
o L. H jelm slev.
Desde el punto de vista estricto de la traducción, apenas hay nada que
consignar fuera del habitual y consabido em peño en fa cilita r al le c to r una
plácida y fru ctífe ra com prensión. Las aclaraciones, las adaptaciones ilu stra ti­
vas o la traducción de los ejem plos, las actualizaciones y añadidos b ib lio g rá fi­
cos y todo lo demás se han encaminado a ello, y aun a la consecución de un
estilo espontáneo que logre hacer olvidar, a la postre, que se trata de un tex­
to originariam ente urd id o en inglés. P o r este lado, sólo el le c to r m ism o tiene
la palabra, en especial a la luz de cuanto se dice sobre la tra ducción en las
secciones finales del lib ro.
Las interpolaciones de alguna entidad aparecen siem pre en tre corchetes.
Son más bien escasas, dado el tono generalizador de toda la obra. De vez en
cuando, he recu rrid o a algunos signos de tra nscripción fonética, cuya p rin c i­
pal ju stifica ció n consiste en señalar más la existencia de diferencias de p r o ­
nunciación entre expresiones que la especificación precisa de dichas diferen­
cias. P o r ello, no m e ha parecido indispensable describirlos n i enum erarlos
en una tabla especial. Tales signos están extraídos del A lfabeto F o n ético In ­
ternacional (A F I) y pueden consultarse en la inmensa m ayoría de tratados ac­
tuales de fonética o bien en los fo lle to s y opúsculos que edita la A sociación
Fonética In tern a cion a l (véase B ibliografía).
P o r lo demás, he de a d m itir que m e alienta la ín tim a esperanza de haber
con trib u id o a la adaptación de una obra que ejercerá un im p orta n te benefi­
cio en el am biente lin g ü ís tico hispánico y aun será recla m o efectivo para
cualquier m ente tocada p o r la curiosidad.

R amón C erdA
Barcelona, enero de 1984
Prefacio

E l presente lib ro está pensado para un curso del m ism o títu lo que m is cole­
gas y yo im p a rtim o s en la Universidad de Sussex a los alum nos de p r im e r año.
M u y p ocos de estos estudiantes llegan a la Universidad con la in te n ción de
especializarse en lingüística. Y aunque algunos, anim ados p o r el cu rso, se de­
cid en p o r ella y abandonan o tro s derroteros, la inm ensa m ayoría continúa
en la especialidad p reviam ente elegida al fo rm a liz a r la in scrip ción . P o r ello,
la fina lid ad del m encionado curso consiste en in tro d u c ir a los alum nos en
los con cep tos teóricos más im p orta n te s y en los hallazgos em p írico s de la
lin gü ística actual, en un nivel relativam ente no técnico, con el p ro p ó s ito de
p o n e r de relieve las conexiones que existen én tre la lin gü ística y las num erosas
disciplinas académ icas igualm ente interesadas, si bien con o b je tiv o s y pers­
pectivas diferentes, en el estudio del lenguaje. C o n fío en que este lib r ó resul­
tará tam bién prov ech o so para cursos sim ilares que so b re el lenguaje existen
hoy díá en m uchas universidades y escuelas superiores p olité cn ica s y pedagó­
gicas ta nto en nuestro país c o m o en el extra n jero. Y aún espero que despierte
asim ism o el interés d e l le c to r en general que desee aprender algo sob re la lin ­
gü ística m oderna.
E l lib ro presenta un con ten id o más am plio, y m enos exigente en sus ca­
p ítu lo s centrales, que m i In trodu cción en la lingüística teórica (1971). Resulta,
en consecuencia, m enos detallado en el tra ta m ien to de m uchos temas. E n cam ­
bio, he añadido a cada ca p ítu lo una lista de sugerencias b ib liográ fica s para un
adecuado desa rrollo temático'. E n tie n d o que esto ha de' ser su ficie n te para
que los lectores y profesores usuarios del lib ro hagan una selección de acuer­
do con. sus co n o cim ien tos sobre cada asunto y con sus p referencia s teóricas.
Pueden incluso añadir a la lista de lib ro s una serie de im p orta n tes artícu los
aparecidos en revistas especializadas cuya m ención yo he o m itid o p o r norm a
a m enos que se hayan reeditado en publicaciones más accesibles. La B ib lio ­
grafía está en consonancia con las m encionadas sugerencias para una A m p lia ­
c ió n B ib lio g rá fica y viene a representar p rá ctica m en te todos los pu n tos de
vista concurrentes. Pensando en los estudiantes que u tilic e n el lib r o sin o rie n ­
ta ció n especiatiz&da y en el le c to r general interesado en p rofu n d iza r sobre
un determ in a d o tema, he señalado unos veinte manuales y algunas c o le c c io ­
nes de a rtícu lo s de la B ib lio g ra fía con un asterisco. Con ello he p rocu ra d o
ha cer una selección representativa tanto de las distintas concepciones co m o
de los niveles de exposición.
Cada ca p ítu lo lleva una serie de Preguntas y E je rc icio s . E n algunos casos
se tra ta de sencillas cuestiones de revisión que n o req u iere n ninguna lectu ra
u lte rio r. E n o tro s — especialm ente cuando se refiere a citas de o tro s lib ro s
de lin gü ística — el estudiante se verá obligado a considera r y evaluar o p in io ­
nes distintas a las que p resen to en el lib ro. Algunas de las preguntas son bien
d ifíc ile s y n o espero que el a lu m n o las conteste sin ayuda, contand o sólo
c o n un curso de lin gü ística de diez semanas. P o r o tr o lado, entiend o que es
im p o rta n te que los estudiantes de estos cursos p ercib a n el talante de la lin ­
gü ística en sus niveles más avanzados, aunque n o necesariam ente más té cn i­
cos. ¡H ay que v e r lo que se consigue a veces con un p o c o de m anipulación
so crá tica !
L o m is m o d iría con resp ecto a un p rob le m a que he in clu id o ( tras el capí­
tu lo de G ra m á tica ). L o in venté hace m uchos años cuando enseñaba en la
U niversidad de Ind iana y se ha venido em pleando, p o r m í y p o r otros, co m o
un e je rc ic io rela tiva m en te c o m p le jo en el análisis lin gü ís tico. ¡Q uien ap orte
una s o lu ció n que satisfaga las exigencias de adecuación observacional y ex­
p lica tiv a en m enos de dos horas no necesita leer los ca p ítu los prin cip a les del
lib r o !
A unque In trod u cción al lenguaje y a la lingüística resulta m uy d is tin to
de m i In trodu cción en la lingüística teórica, ta m bién está in fo rm a d o p o r el
m is m o sentid o de con tin u id a d en la teoría lingüística, desde las épocas p r im i­
tivas hasta la actualidad. N o he in clu id o ningún c a p ítu lo que tra te espe­
cia lm e n te sobre la h is to ria de la lingüística, p e ro d e n tro de los lím ite s dis­
p on ib le s he p ro cu ra d o situ a r los temas teóricos más im p orta n te s d e n tro de su
c o n te x to h is tó ric o . H e redactado asim ism o un breve ca p ítu lo sobre estru ctu ­
ralism o, fu n cio n a lism o y g en era tivism o en lin gü ística p o rq u e las relaciones
e n tre estos m ov im ie n to s apenas si reciben, a m i ju ic io , atención, o bien apa­
recen m al interpretad as en la m ayoría de m anuales al uso. E n p a rticu la r, la
g ra m á tica generativa suele confund irse, p o r una parte, con un c ie rto tip o
de gra m á tica tra n sform ativo-generativa form alizada p o r Chom sky y, p o r otra,
con lo que yo lla m o aqu í 'gen era tivism o', igualm ente propagado p o r Chom sky
so b re todo. E n la breve exp osición que hago sob re la gra m á tica generativa, lo
m is m o que en m i lib r o Chom sky (1974) y en otras partes, in te n to m antener
las necesarias distinciones. P ersonalm ente, estoy del to d o a fa v o r de los ob­
je tiv o s de quienes em plean las gram áticas generativas — p o r m otiv os te ó ri­
cos, más que p rá ctico s — c o m o m od elos para la d e scrip ció n de la estructura
g ra m a tica l de las lenguas naturales.• C om o se p on d rá bien de m anifiesto a lo
la rg o del lib ro , yo rechazo m uchos de los dogm as del generativism o, p o r no
d e c ir todos. A pesar de ello, los p resento del m od o más im p a rcia l y o b je tiv o
posible. M i p ro p ó s ito ha sido con ced er en todas las instancias una im p o rta n ­
cia idéntica a las bases ta nto cultura les c o m o b iológicas del lenguaje. L o digo
p o rq u e se observa una recien te tendencia a destacar las últim as en detrim en­
to de las prim eras.
D ebo d ejar constancia de m i a p recio p o r la ayuda prestada al es crib ir el
lib ro hacia m is colegas, el D r. R ic h a rd Coates y el D r. G erald Gazdar. Los dos
han leíd o toda la ob ra en b o rra d o r y m e han hecho m uchos com entarios c rí­
ticos de gran utilidad, y m e han aconsejado, además, en cam pos que ellos
dom inan m e jo r que yo. N i que d e cir tiene, no hay que considerarles responsa­
bles p o r ninguna de las op iniones sostenidas en la versión -final del lib ro, y
más cuando — m e alegra decla ra rlo públicam ente— todavía discrepam os en
una serie de asuntos teóricos.
M e gustaría expresar asim ism o que m e siento deudor de m i esposa, no sólo
p o r haberm e deparado el apoyo m ora l y el a m or necesarios m ientras escribía
el lib ro, sino tam bién p o rq u e ha actuado co m o un m odelo de le c to r general
en diversos capítulos y ha c o rre g id o la m ayoría de pruebas. Una vez más, he
tenido la suerte de co n ta r con el con s ejo ed itorial experto y com p ren sivo del
D r. Jerem y M y n o tt y de la Sra. Penny C árter de la Cam bridge U niversity
Press, a quienes debo m i sin ce ro agradecim iento.

Falm er, Sussex

E n ero de 1981
1. El lenguaje

1.1 ¿Qué es el lenguaje?

L a lingüística es el estudio cien tífico del lenauaie. Se trata, al menos a prim e­


ra vista, de una definición bien sim ple que aparece en la m ayoría de manua­
les y de obras generales sobre e l tem a. Ahorá bien, ¿qué ha de entenderse
exactam ente por ‘lenguaje’ y p o r ‘cien tífico’ ? Y , p o r o tro lado, ¿puede consi­
derarse que la lingüística, tal co m o se m anifiesta en la actualidad, constituye
una ciencia?
La pregunta sobre «¿q u é es eL len gu aje?» puede com pararse con otra
— para algunos, mucho más profu n d a ren todo caso— com o «¿q u é es la, vida?»,
cuyas presuposiciones circunscriben y unifican las ciencias biológicas; Desde
luego, «¿q u é es la vid a »? n o es el tip o de pregunta que los biólogos se plan­
tean constantem ente en sus tareas diarias. Presenta más bien un halo filosó­
fico, ciertam ente, y él biólogo, co m o los dem ás científicos, suele estar dem a­
siado inm erso en los detalles de algún que o tro problem a concreto para
ponderar todo lo atingente a cuestiones tan generales com o éstas. N o obstan­
te, la presunta significación de una pregunta com o «¿qu é es la vid a »? — el su­
puesto de que todos los seres vivientes com parten alguna propiedad o con­
ju nto de propiedades que los distinguen de lo no viviente— establece los lí­
m ites del quehacer del biólogo y ju stifica la parcial autonomía de su disci­
plina. Áun cuándo puede decirse, en este sentido, que preguntar «¿q u é es la
vid a ? » proporciona a la biología su verdadera razón de existir, lo que nutre
las especulaciones y la investigación cotidiana del biólogo no es tanto la pre­
gunta misma com o la interpretación concreta que el biólogo le atribuye ju nto
con el esclarecim iento de sus im plicaciones más detalladas en el m arco de
alguna teoría aceptada por él. L o m ism o sucede con el lingüista con respecto
a la cuestión de «¿qu é es el lenguaje?».
Lo prim ero que hay que distinguir acerca de esa cuestión es la posibilidad
de entender un sentido más o menos general, esto es el sentido de una capa­
cidad para la com unicación o bien el de un sistem a concreto o lengua natural,
fin inglés, por ejem pio, existe una sola expresión, ‘language’, para ambos
sentidos, pero pueden distinguirse entre sí a base del artículo: cf. «W h a t is
language?», «¿Qué es el len gu aje?», frente a «W h a t is a language?», «¿Q ué es
una lengua?». Ciertas lenguas europeas disponen, com o en español, de dos
palabras: cf. el francés ‘langage’ fren te a ‘langue’, el italiano ‘linguaggio’ frente
a ‘lingua’, etc. Con la p rim era de estas expresiones se alude al sentido general
y con la segunda al particular. Ocurre, entonces, que en inglés cabe la posi­
bilidad de decir, m ediante una sola palabra, que alguien no sólo posee una
lengua (español, chino, m alayo, swahili, etc.), sino tam bién la capacidad del
lenguaje. Los filósofos, psicólogos y lingüistas suelen insistir en que la pose­
sión del lenguaje es lo que más claram ente distingue el hom bre de los demás
animales. En este capítulo exam inarem os más de cerca el contenido de esta
afirm ación. Por de pronto, sólo quiero destacar el hecho evidente, pero im por­
tante, de que no cabe poseer (o u tilizar) el lenguaje natural sin poseer (o uti­
lizar) alguna lengua natural.
Acabo de em plear los térm inos ‘lenguaje’ y ‘lengua natu ral’ y ello nos
lleva a otro asunto. La Dalabra ‘lengua’ no sólo se aplica al español, chino, ma­
layo, swahili. etc. — es decir, a los sistemas propiam ente adm itidos com o len­
guas— , sino también a una diversidad de sistemas distintos de comunicación,
acerca de los cuales hay opiniones bastante controvertidas. P o r ejem plo, los
m atem áticos, lógicos y técnicos en inform ática construyen con frecuencia, y
para usos determ inados, sistemas de notación que son artificiales y no natu­
rales, al m argen de que se les llam e correctam ente lenguas o no. L o m ism o
sucede con el esperanto, inventado a finales del pasado siglo para fa cilita r la
com unicación internacional, aun cuando se funde en lenguas naturales pre­
existentes y sea indudablem ente una lengua. Existen además otros sistemas
de com unicación humanos y no humanos in con trovertiblem en te naturales y
no artificiales, pero que no parecen lenguas en un sentido estricto del térm i­
no, aunque se aluda a ellos m ediante la palabra ‘len gu aje’. Recuérdense a este
propósito frases com o ‘ lenguaje de las señales’, ‘lenguaje co rp o ra l’ o ‘lenguaje
de las abejas’. La m ayoría de la gente diría seguram ente que se trata de un
uso m eta fórico o figu rativo de la palabra ‘len gu aje’. Resulta bastante intere­
sante, al menos desde la perspectiva del inglés, que en todos estos casos las
lenguas diferen ciadoras recurran a la form a que corresponde a ‘ lenguaje’ (cf.
francés ‘langage’, italian o ‘lin gu aggio’, etc.). E llo se debe a que esta form a
es más general que el o tro m iem bro de la oposición, esto es ‘ lengua’, pues
se em plea para hacer referen cia no sólo a la capacidad com unicativa en ge­
neral, sino tam bién a los sistemas com unicativos naturales o artificiales, hu­
manos o no, a los que se aplica la palabra inglesa language’ en un sentido
al parecer am pliado.
E l lingüista se ocupa prim ordialm ente de las lenguas naturales. Así, las
preguntas «¿Q u é es el len gu a je» o «¿Q ué es la lengua?» parten del supuesto
de que los varios m illares de lenguas naturales que cabe distinguir en el
mundo son. en cada caso, una m uestra concreta de algo más general. E l lin­
güista, entonces, desea saber si todas esas lenguas naturales tienen algo en
com ún que al propio tiem po n o esté presente en los demás sistemas de co­
municación. humanos o no, algo tan específico, que autorice la aplicación del
térm ino ‘lengua’ en form a exclusiva, pretirien do asi los demás sistemas co­
municativos, salvo cuando, com o el esperanto, se basen en lenguas naturales
preexistentes. De todo ello tratarem os en el nresente cauítuip.

1.2 Algunas definiciones de ‘lenguaje’ y ‘lengua’

N o es d ifíc il encontrar definiciones sobre el lenguaje y la lengua. Vam os a


exam inar algunas. Las precisiones que siguen, tanto si se han hecho en form a
de definición com o si no, establecen uno o más puntos de vista que más ade­
lante tom arem os en consideración. Todas ellas proceden de obras clásicas
y de lingüistas de gran reputación. Tom adas conjuntam ente, nos servirán para
establecer alguna indicación prelim in ar sobre las propiedades que los lin­
güistas tienden, al menos, a estim ar esenciales en el lenguaje.

(i) Según Sapir (1921: 8): « E l lenguaje es un m étodo puram ente humano
y no instintivo para la com unicación de ideas, em ociones y deseos Dor m edio
de sím bolos producidos vo lu n ta ria m e n te .» Esta definición adolece de diver­
sos defectos. Por m uy am plios que sean ios sentidos atribuidos a los térm i­
nos ‘ idea’, ‘ em oción’ y ‘ deseo’, parece evidente que mucho de lo que se comu­
nica p o r m edio d el lenguaje no queda cu bierto p er nin gu n o de ellos; sobre todo
‘idea’, que es esencialm ente im preciso. P o r otra parte, existen muchos siste­
mas de sím bolos voluntariam ente producidos que sólo consideraríam os len­
guajes en un sentido am pliado o m e ta fó rico del térm ino. P o r ejem plo, lo que
h oy se entiende popularm ente p o r m edio de la expresión ‘lenguaje corporal’
— que recurre a gestos, posturas, miradas, etc.— parece satisfacer este aspecto
de la definición de Sapir. Desde luego, queda en p ie la duda de si se trata de
algo exclusivamente humano y no instintivo. Pero esto m ism o, com o verem os,
puede preguntarse acerca de las lenguas propiam ente dichas. Es lo más im ­
portante que cabe destacar en la definición de Sapir.

(ii) En su O utline o f L in g u is tic Analysis Bloch v T ra g er escribieron (1942:


5): «L a lengua es un sistem a de sím bolos vocales arbitrarios p o r m edio del
cual fcoopera un grupo social.» L o qu e sorprende en esta definición, en con­
traste con la de Sapir, es que no alude más que indirectam ente y p o r im ­
plicación a la función com unicativa del lenguaje. En cam bio, hace hincapié
en su función social y con ello, com o verem os más adelante, presenta un as­
p ecto más bien reducido de la fu n ción que la lengua desem peña en la socie­
dad. La definición de B loch y Trager difiere de la de Sapir en que recoge la
propiedad de la arbitrariedad y en que lim ita el lenguaje a la lengua hablada
(con lo que convierte en contradictoria la frase ‘lengua escrita’). E l térm ino
‘arbitrariedad’ aparece em pleado aquí en un sentido un tanto especial, al que
atenderem os en seguida. Tam bién volverem os a la relación que hay entre len­
guaje y habla. A qu í basta decir que, en lo atingente a las lenguas naturales,
hay una relación estricta entre ambos. Lógicam ente, el habla presupone el
lenguaje, ya que no puede hablarse sin utilizar algún lenguaje (esto es, sin
hablar en una determ inada lengua), pero puede usarse un lenguaje sin nece­
sidad de hablar. Ahora bien, adm itiendo que el lenguaje es lógicam ente inde­
pendiente del habla, hay buenas razones para decir que, en todas las lenguas
naturales, al menos tal com o las conocemos, el habla es históricam ente, y
quizá biológicam ente, anterior a la escritura. La m ayoría de lingüistas acepta
este punto de vista.

(iii) En su Essav on Language, H all (1968: 158), declara que el lenguaje


es «la institución con que los humanos se comunican e intereactúan entre sí
p or m edio de sím bolos arbitrarios orales, y auditivos de uso h abitual». De
todo ello m erece destacarse, en p rim er lugar, que se m encion e tanto la comu­
nicación com o la interacción (esta últim a en un sentido más am plio y, por
tanto, más adecuado que el de ‘ cooperación’) y, en segundo lugar, que el tér­
m ino ‘oral y au ditivo' puede tom arse com o si fuese más o menos equivalente
a ‘ fó n ico ’, pues sólo se distingue de éste en que alude tanto al oyente com o al
hablante (es decir, al recep tor y al em isor de las señales fónicas que iden tifi­
camos com o enunciados lingüísticos). H all, lo m ism o que Sapir, tra ta é l len­
guaje com o institución humana y nada más. A l propio tiem po, el térm ino
institución' pone de m anifiesto que la lengua que em plea una determ inada
sociedad form a parte de la cultura de esta misma sociedad. Y una vez más,
se subraya la propiedad de la arbitrariedad.
L o más notable de la definición de H all, sin em bargo, es el em pleo del
térm ino ‘ de uso habitual’* para el que no faltan, por cierto, razones históricas.
La lingüística y la psicología del lenguaje recibieron una intensa influencia,
hace unos treinta años, especialm ente en Norteam érica, de teorías conduc-
tistas basadas en la correlación entre estím ulo y respuesta. En e l m arco teóri­
co del conductismo, el térm ino ‘hábito’ adquirió un sentido un tanto parti­
cular, pues se em pleaba con referencia a porciones de com portam iento iden-
tificables com o respuestas estadísticam ente predictibles ante determ inados
estímulos. Y com o este térm ino acuñado p or los conductistas llegaba a com ­
prender muchas cosas que nunca atribuiríam os a la acción de ningún hábito,
muchos manuales de lingüística adolecen de su em pleo más o menos, técnico,
p or lo que muestran un com prom iso, al menos por im plicación, con una u
otra versión de la teoría conductista del estímulo-respuesta transferida al uso
y adquisición de la lengua. Actualm ente suele adm itirse que se trata de una
teoría, si no totalm ente inservible, sí de aplicación muy restringida tanto a
la lingüística com o a la psicología del lenguaje.
Cuando H a ll habla de ‘sím bolos’ lingüísticos seguramente se refiere a las
señales fónicas efectivam ente transm itidas del em isor al receptor en el pro­
ceso com unicativo e interactivo. P ero es evid en te que en la actualidad carece
de sentido em plear, técnicam ente o no, él térm ino ‘hábito’ com o si los enun­
ciados de la lengua fuesen hábitos en sí m ism os o consecuencia de algún
hábito. Si p o r ‘ sím bolo’ se entiende, no los enunciados lingüísticos, sino las pa­
labras o frases de que se com ponen dichos eñunciadós, sería erróneo suponer
qu e el hablante utiliza p o r sim ple h áb ito tal o cual palabra en tal o cual ocasión.
Un rasgo fundam ental de la lengua consiste precisam ente en que, p o r lo co­
mún, no hay una conexión entre palabras y situaciones tal que pueda prede­
cirse situacionalm ente la aparición de una palabra dada del m ism o m odo que
cabe p red ecir un com portam iento habitual a p a rtir de las situaciones mis­
mas. P o r ejem plo, no solem os p rod u cir un enunciado con la palabra ‘p á ja ro ’
cada vez que nos encontram os con un p ájaro; en rigor, no es m ayor la pro­
babilidad de usar la palabra ‘p á ja ro ’ en esos casos que en cualquier o tro tipo
de situación. La lengua, com o verem os más adelante, es i n d e p e n d i e n t e
del estímulo.

(iv ) Robins (1979a: 9-14), p o r su parte, no fa cilita ninguna definición fo r ­


m al de la lengua; al contrario, afirm a con razón que esas definiciones «tie n ­
den a ser triviales y carentes de in form ación, a menos que presupongan...
alguna teoría general sobre la lengua v el análisis lingü ístico». L o que sí hace,
en cam bio, es enum erar y exam inar una serie de hechos relevantes que «d e ­
ben ser tenidos en cuenta en toda teo ría d el lenguaje que se precie de seriedad».
A lo largo de las sucesivas ediciones de su manual, precisa que las lenguas
son «sistem as de sím bolos... basados casi p o r com pleto en una convención
pura o a rb itra ria », y luego hace un especial hincapié en su flexibilidad y adap­
tabilidad.1 Tal vez no hay in com patibilidad lógica entre el punto de vista de
que las lenguas son sistemas fundam entados en el hábito (entendiendo ‘há­
b ito ’ en un sentido particular) y la concepción de Robins. Después de todo,
no hay dificultad en adm itir que un sistem a de hábitos cam bie a lo largo
del tiem po en virtu d de las necesidades cam biantes de sus usuarios. N o obs­
tante, es infrecuente asociar el térm in o ‘h áb ito’ con el com portam iento adap­
table. Más adelante habrem os de exam inar un poco más de cerca la noción
de extensibilidad infinita. Con ello verem os la necesidad de establecer una
distinción entre extensibilidad y m odificabilidad de un sistem a y extensibili­
dad o m odificabilidad de los productos de este sistema. Conviene recon ocer
asim ism o que, en lo que atañe al sistema, ciertos tipos de extensión y m odi­
ficación son teóricam ente más interesantes que otros. P o r ejem plo, la posibi­
lidad de que puedan entrar en el vocabu lario de una lengua nuevas palabras

1. En ediciones anteriores (1964: 14; 1971: 13), dice: «Las lenguas son infinitamente
extensibles y modificables a partir de las necesidades y condiciones cambiantes de los
hablantes.» En la última edición ‘adaptables’ sustituye a ‘infinitamente extensibles'.
en cualquier m om ento presenta un interés muy in ferio r a la posibilidad de
que puedan aparecer, y realm ente aparezcan, nuevas construcciones gram ati­
cales a lo largo del tiem po. Uno de los temas centrales de la lingüística con­
siste en determ inar si hay lím ites en este últim o tipo de m odiñcabilidad y,
en caso afirm ativo, en sentar cuáles son estos límites.

(v ) La últim a definición que vam os a aducir aquí pulsa una nota bien
diferen te: «D e ahora en adelante consideraré que una lengua es un conjunto
(fin ito o infinito) de oraciones, cada una de ellas finita en longitud y compues­
ta por un conjunto finito de elem en tos.» Esta definición procede de Syn tactic
S tru ctu re s (1957: 13) de Chomsky, cuya publicación inauguró el m ovim iento
denom inado gram ática tran sform ativa. En contraste con las demás definicio­
nes, trata de abarcar mucho más que las lenguas naturales. Ahora bien, según
Chomsky, todas las lenguas naturales, en form a hablada o escrita, son lenguas
en el sentido de su definición, puesto que (a ) toda lengua natural presenta
una cantidad finita de sonidos (y una cantidad finita de letras, en el supuesto
de que se escriba en un sistem a alfabético), y (b ) porque, si bien puede haber
un núm ero infinito de oraciones en la lengua, cada oración puede represen­
tarse com o una secuencia finita de sonidos (o letras). La tarea del lingüista,
p o r tanto, consiste en describir una lengua natural para determ inar, entre
sus secuencias de elem entos, cuáles constituyen oraciones y cuáles no. A su
vez, la tarea del lingüista teórico que interprete la pregunta «¿Q ué es la len­
gu a?» en el sentido de «¿Q u é es la lengua natural?» consiste en revelar, si
puede, las propiedades estructurales, en caso de haberlas, que distinguen las
lenguas naturales de lo que, en contraposición, cabe denom inar lenguas no
naturales.
Chomsky está persuadido — y ha acentuado esa postura en su obra más
reciente— de que no sólo existen realm ente estas propiedades estructurales,
sino que son tan abstractas, com plejas y específicas en su finalidad, que nin­
gún niño em peñado en la adquisición de la lengua nativa puede aprenderlas
de la nada. Han de estar presentes en el conocim iento del niño, en algún sen­
tido, antes e independientem ente de que éste tenga experiencia alguna con
una lengua natural, pues los ha de u tilizar en el proceso misjno de adquirirla.
P o r este m otivo, Chomsky se considera racionalista y no em pirista. Más ade-
lanre volverem os a esta cuestión (cf. 7.4).
H em os citado con cierta am plitud la definición de Chomsky sobre ‘ lengua’
p o r el contraste que o frece con las demás definiciones, tanto en estilo com o
en contenido. N ada m enciona sobre la función com unicativa de las lenguas,
naturales o no. com o tam poco sobre la naturaleza sim bólica de sus elem entos
o secuencias. En cambio, concentra su atención en las propiedades puram en­
te estructurales para p ropon er que deben investigarse desde un punto de vista
m atem áticam ente preciso. Una de las principales contribuciones de Chomsky
a la lingüística consiste en haber concedido una especial atención a lo que
él m ism o llam a la d e p e n d e n c i a e s t r u c t u r a l de los procesos aue
configuran las oraciones de las lenguas naturales y en haber form ulado uña
teoría general de la gram ática basada en una cierta definición de esta pro­
piedad (cf. 4.6).
Las cinco definiciones de ‘ lengua’ que acabamos de citar y examinar bre­
vem ente han servido para introducir algunas propiedades que los lingüistas
consideran rasgos esenciales de las lenguas tal com o las conocemos. La ma­
yoría estim a que las lenguas son sistemas de sím bolos diseñados, com o si
dijéram os, para la comunicación. Tam bién nosotros adoptarem os este supues­
to más abajo, en el apartado titulado ‘ E l punto de vista sem iótico’ . Como
verem os, la semiótica- es la disciplina o ram a de estudio que se ocupa de in­
vestigar el com portam iento sim bólico y com unicativo. Lo que p o r el m om ento
nos interesa es saber si existe alguna propiedad o conjunto de propiedades,
que distinga las lenguas naturales de otros sistemas s e m i ó t i c o s. Entre
las ya mencionadas se cuentan la arbitrariedad, la flexibilidad y la modifi-
cabilidad, la libertad con respecto al control de estím ulo v la dependencia
estructural. En su debido m om ento añadirem os otras. Y en 1.4 tratarem os
sobre la relación entre lengua y habla.

1.3 Comportamiento lingüístico y sistemas lingüísticos

H a llegado el m om ento, sin em bargo, de sentar algunas distinciones de sen­


tido necesarias entre ‘ lenguaje’ y ‘lengua’ [d a d o que en algunas lenguas, com o
en inglés, se confunden en un solo térm in o ]. Y a m e he referid o a la distin­
ción entre lenguaje en general y una determ inada lengua. E l a d jetivo ‘ lin­
gü ístico’, en consecuencia, es am biguo (pues se refiere al ‘ lenguaje’, a la ‘ len­
gua’ y aun a la ‘ lingüística’ ). P or ejem plo, la frase ‘com petencia lingüística’,
que ha em pleado Chomsky y a partir de él otros para referirse al dom inio que
una persona tiene de una determ inada lengua, se em plearía con no menos
soltura en el inglés [ y otras lenguas] de todos los días para aludir a la ha­
bilidad o facilidad con que alguien adquiere o utiliza, no ya una lengua con­
creta, sino el lenguaje en general. (L o m ism o sucede con expresiones com o
‘ aprendizaje lingüístico' o ‘adquisición lingüística’ .) Casi siem pre el contexto
basta para deshacer la ambigüedad, pero, en todo caso, conviene mantener
aparte ambos sentidos.
Usar una lengua y no otra equivale a com portarse de una m anera y no
de otra. Tanto eT lenguaje en general com o las lenguas en concreto pueden
concebirse com o un com portam iento o actividad, parte del cual, al menos,
es observable y reconocible com o c o m p o r t a m i e n t o l i n g ü í s t i c o , no
sólo por los propios interlocutores (esto es, hablantes y oyentes en el caso
de la lengua hablada), sino también p o r los observadores no directam ente
im plicados en ese com portam iento, típicam ente interactivo y com unicativo,
en el m om ento de producirse. Por lo demás, aunque el com portam iento lin­
güístico sea casi siem pre, por no decir siem pre, esencialm ente com unicativo,
cabe la posibilidad de que los observadores externos lo reconozcan aun en
caso de ignorar la lengua utilizada y de no poder interpretar, por tanto, los
enunciados producidos por él.
E l lenguaje o la lengua, entonces, puede considerarse legítim am ente desde
el punto de vista del com portam iento o de la conducta (si bien no necesaria­
mente desde un punto de vista conductista), pero también desde otros dos
más, por lo menos. Uno de ellos tiene que ver con la distinción term inológica
de Chomsky entre ‘com petencia’ y ‘actuación’; el otro, con la distinción, un
tanto distinta, que estableció Saussure en francés, a principios de siglo, entre
‘ langue’ y ‘p a ro le’.
Cuando decimos que alguien habla español, querem os decir una de dos:
o bien (a ) que de un m odo habitual u ocasional se entrega a un determ inado
tipo de com portam iento, o bien (b ) que tiene la capacidad (tan to si la eiercitá
com o si no) de em prender este particular tipo de com portam iento. S i aludi­
mos a lo prim ero mediante a c t u a c i ó n v a lo segundo mediante c o m p e ­
t e n c i a , podem os afirm ar que la actuación presupone la competencia, m ientras
que la com petencia no presupone la actuación. Dicho así, la distinción entre
com petencia y actuación no parece ofrecer dificultades, al igual que la acla­
ración u lterior de Chomsky de que, por muy holgadam ente que se entienda
el térm ino ‘com petencia lingüística’, debe adm itirse que en el com portam iento
lingüístico de la gente a menudo concurren muchos más factores de los que
cabe atribuirle. En cambio, gran parte de la form ulación más detallada del
propio Chomsky sobre la noción de com petencia lingüística resulta enorm e­
m ente controvertida. Pero no vamos a detenernos en ello por ahora (c f. 7.4).
Aquí basta con notar que para Chomsky lo que realm ente hacen los lingüistas
cuando describen una determ inada lengua no es describir la actuación m ism a
(es decir, el com portam iento), sino la com petencia de sus hablantes (en lo
que tiene de puram ente lingüístico) que subyace a la actuación y la hace p o­
sible. La com petencia lingüistica equivale, pues, al saber que se tiene acerca
de una lengua. IT com o la lingüistica se ocupa de la identificación y el examen
teóricam ente satisfactorio de los determinantes de la com petencia lingüística,
debe clasificarse, según Chomsky, com o una ram a de la psicología del cono­
cimiento.
A su vez. la distinción entre ‘langue’ y ‘ parole’, ta l com o la em itió o rig i­
nalm ente Saussure, encubre una serie de distinciones lógicam ente dependien­
tes. Las más im portantes se referían a la distinción entre lo potencial y lo
actual, p o r una parte, v entre lo social y lo individual, p o r otra (cf. 7.2). Lo
que Saussure llamaba ‘langue’ se refiere a la lengua comúnmente com partida
por todos los m iem bros de una c o m u n i d a d l i n g ü í s t i c a dada (esto
es p o r todos los hablantes reconocidos de la misma lengua). E i térm ino fran ­
cés ‘ langue’, que, com o vemos, no es más que la palabra que significa «len gu a»,
se deja sin traducir a menudo cuando se em plea técnicam ente en el sentido
saussureano. N osotros em plearem os el térm ino 'sistema lingü ístico’ en lugar
de aquél [o de ‘lengua’ ], y establecerem os un contraste con el de ‘com porta­
miento lingüístico’ [en lugar de ‘habla’ ], al menos al principio, tal com o Saus­
sure contrastaba ‘ langue’ y ‘ parole’. Un s i s t e m a l i n g ü í s t i c o es un fe­
nóm eno social, o una institución, puramente abstracta en sí misma, p o r cuanto
carece de existencia física. Dero aue se realiza ocasionalm ente en el c o m-
p o r t a m i e n t o l i n g ü í s t i c o de los miembxQ&_de la comunidad. Hasta
cierto punto, lo que Chomsky denomina com petencia lingüística se identifica
con bastante naturalidad, no con el sistem a lingüístico, sino con el conoci­
m iento que el hablante típico tiene de dicho sistema lingüístico. Y com o Saus­
sure hizo un especial hincapié en el carácter social o institucional de los sis­
temas lingüísticos, consideraba la lingüística más cerca de la sociología y de
la psicología social que de la psicología del conocim iento. Muchos lingüistas
han adoptado el m ism o punto de vista. Otros, en cam bio, han sostenido que
los sistemas lingüísticos pueden y deben estudiarse independientem ente de sus
im plicaciones psicológicas o sociológicas. V olverem os a ello en el capítulo 2.
P o r el m om ento advirtam os tan sólo que cuando decim os que el lingüista se
interesa p o r el lenguaje, querem os decir que se interesa, pn m ordialm ente, por
la estructura de los sistemas lingüísticos.

1.4 Lengua y habla

Uno de los principios cardinales de la lingüística m oderna afirm a que la len­


gua hablada es más básica que la escrita. E sto n o significa, sin em bargo, que
la lengua deba identificarse con el habla. P or ello, precisam ente, hay que es­
tablecer una distinción entre las señales lingüísticas y el m e d i o en que se
manifiestan dichas señales. Así, es posible leer en voz alta un texto escrito
y, viceversa, anotar lo que se dice. Los hablantes nativos ilustrados pueden
decir, en general, si la transferencia de una señal lingüística de un m edio
a o tro se ha llevado a cabo con corrección o no. Y en tanto que lengua es
independiente del m edio en que discurren las señales lingüísticas, direm os
que tiene la propiedad de la t r a n s f e r i b i l i d a d de m edio. Una propiedád
de la m ayor im portancia, p o r cierto, aun cuando se le haya prestado una
atención dem asiado exigua al analizar la naturaleza de la lengua, pues, com o
verem os, depende de otras con las que contribuye a dar flexibilidad y adap­
tabilidad a los sistemas lingüísticos.
¿En qué sentido cabe entender, entonces, que la lengua hablada es más
básica que la escrita? ¿ Y a qué se debe que tantos lingüistas tiendan a con­
siderar com o un rasgo definitorio de las lenguas naturales el de ser sistemas
de señales fónicas?
En p rim er lugar, los lingüistas parecen arrogarse la m isión de co rreg ir las
desviaciones de la gram ática y la enseñanza tradicional de la lengua. Hasta
hace poco, los gram áticos se han. ocupado casi exclusivam ente de la lengua
literaria y apenas han atendido el habla coloquial. Y dem asiado a menudo
han tratado el uso litera rio com o si fuese la norm a de corrección para la
lengua y han condenado el uso coloquial, en la m edida en que difiere del li­
terario, com o a lgo no gram atical, descuidado e incluso ilógico. A lo largo del
siglo pasado hubo un gran progreso en la investigación sobre la evolución
h istórica de las lenguas. Los estudiosos llegaron a com prender m e jo r que
nunca que los cam bios producidos en la lengua de los textos escritos en dis­
tintos períodos — como, p o r ejem plo, aquellos que con los siglos transfor­
m aron el latín en francés, italiano, español, etc.— podían explicarse a base
de cam bios ocurridos en la lengua hablada. La continuidad y la ubicuidad del
cam bio lingüístico quedan considerablem ente oscurecidas en los textos es­
critos del pasado a causa del conservadurism o de las tradiciones ortográficas
de muchas culturas y p or el uso secular, en documentos legales y religiosos
y en la literatura, de un estilo de escritura cada vez más arcaico. En últim o
térm ino, todas las grandes lenguas literarias del mundo derivan de la lengua
hablada p o r una determ inada comunidad. Más aún, sólo por sim ple accidente
h istórico el habla de una región o de una clase social se convierte en la base
de una lengua literaria estándar para determ inadas comunidades y, en con­
secuencia, los dialectos de otras regiones o de otras clases sociales reciben
frecu entem ente un trato discrim in atorio com o de variantes in feriores de
aquella lengua. La fu erza de los preju icios tradicionales en fa v o r de la lengua
estándar en su form a escrita es tan potente, que los lingüistas apenas pue­
den convencer a los profanos de que los dialectos no reconocidos resultan,
p o r lo general, no menos regulares o sistem áticos que las lenguas literarias
más encumbradas y que tienen sus propias normas de corrección inmanentes
al uso de sus propios hablantes nativos. Una de las prim eras y más difíciles
tareas que deben em prender los estudiantes de lingüística consiste en consi­
derar la lengua hablada en sus propios térm inos, com o si dijéram os, sin pensar
que la pronunciación de una palabra o una frase esté, o deba estar, deter­
m inada p o r su form a ortográfica.
E l deseo de co rregir el eq u ilib rio en fa vo r de la investigación sin pre­
ju icio s del habla y de la lengua hablada no justifica, p o r supuesto, que se
adopte el prin cip io de que la lengua hablada es más básica — y no sim ple­
m ente no menos básica— que la escrita. Y a todo esto,, ¿qué significa, aquí,
‘básico’ ? La p r i o r i d a d h i s t ó r i c a del habla sobre la escritura no o fre ­
ce apenas dudas. N o existe ni ha existido en el pasado, qu e se sepa, ninguna
sociedad humana conocida sin la capacidad de hablar. Y aunque las lenguas,
tal com o las encontram os hoy en la m ayor parte del mundo, pueden ser es­
critas o habladas, la inmensa m ayoría de las sociedades, hasta hace bien poco,
han sido total o casi totalm ente analfabetas. La p riorid a d histórica, no obs­
tante, es mucho menos im portan te que otros tipos de prioridad im plicados
p o r el térm ino ‘básico’ en este contexto, pues alude a una presunta prioridad
estructural, funcional y, al parecer, biológica.
Podem os aclarar com o sigue la supuesta p r i o r i d a d e s t r u c t u r a l
de la lengua hablada. Si om itim os, de m om ento, las diferencias de estilo que
cabe en contrar entre lenguas escritas y habladas correspondientes y adopta­
mos el supuesto de que toda oración hablada aceptable puede transferirse a
o tra oración escrita tam bién aceptable, y a la inversa, no hay m otivo para
pensar que alguna de estas versiones haya de derivar de la otra, com o no sea
p o r circunstancias puram ente históricas. L a estructura de las oraciones es­
critas depende de distinciones reconocibles de form a gráfica, m ientras que
la de las oraciones habladas se basa en distinciones reconocibles de sonido.
En el caso, teóricam ente ideal, de que hubiese una correspondencia biunívoca
entre las oraciones escritas y habladas de. una lengua, cada oración, escrita
sería i s o m ó r f i c a (es decir, tendría la misma estructura interna) con la
correspondiente oración hablada. Por ejem plo, si las oraciones escritas em­
plean un sistema de escritura alíabético, cada letra estará en correspondencia
con un determ inado sonido, y las distintas combinaciones de letras se corres­
ponderán biunívocam ente, com o sílabas o palabras, con ciertas com binacio­
nes de sonidos. N o todas las com binaciones de letras son admisibles, com o
tam poco todas las de sonidos. Pero hay una im portante diferencia, a este res­
pecto, entre letras y sonidos. La capacidad com binatoria de los sonidos u tili­
zados en una lengua depende, en parte, de las propiedades del m edio m ism o
en que se manifiestan (hay com binaciones ae sonidos impronunciables o muy
difíciles de pronunciar) y, en parte, de restricciones más concretas que valén
sólo para la lengua en cuestión. A su vez. la capacidad de las letras para com ­
binarse entre sí resulta totalm ente im p redictib le a juzgar p or su aspecto ex­
terno. Sin em bargó, es mas o menos prealctíble en las lenguas que emplean
un sistem a de escritura alfabético si se atiende a la asociación de las form as
con los sonidos v a la capacidad com binatoria que presentan en el habla
los propios sonidos. E n este aspecto^ por tanto, la lengua naDiada es estruc­
turalm ente más básica que la escrita^ aun cuando ambas pueden ser isomór-
ficas, en un ideal teórico al m enost y en un plano de unidades superiores com o
palabras v frases. H ay que tener en cuenta aquí que esto no cuenta para las
lenguas qu e utilizan sistemas de escritura donde las form as no establecen
una correspondencia con los sonidos, sino con las palabras enteras. N o sirve,
por ejem plo, para el chino clásico, escrito en caracteres tradicionales, o para
el antiguo egipcio, escrito en jeroglíficos. Y com o precisam ente, en general,
no hay prioridad estructural de la lengua hablada sobre la escrita, al menos
para el chino, una m ism a lengua escrita puede ponerse en correspondencia
con dialectos hablados muy distintos entre sí y aun mutuamente incom pren­
sibles.
La p r i o r i d a d f u n c i o n a l es más fácil de describir y de com pren­
der. Aun hoy, en la más culta de las sociedades industrializadas y burocrati-
zadas, la lengua hablada se em plea para una serie de com etidos más extensa
que la lengua escrita, m ientras que ésta sirve de sustituto funcional del habla
sólo en situaciones que hacen im posible, poco fiable o ineficaz la comunica­
ción vocal-auditiva. Tam bién la invención del teléfono y del m agnetófono ha
facilitado el uso de la lengua hablada en circunstancias en que antaño se hu­
biese em pleado la escrita. Las razones que dieron lugar a la invención de la
escritura eran para asegurar la com unicación fidedigna a distancia y conservar
docum entación im portan te de tipo legal, religioso o com ercial. Él hecho de
que a lo largo de la historia se hayan em pleado textos escritos para esta clase
de altos designios y de que sean más fidedignos y duraderos que los enuncia­
dos hablados (a l menos m ientras no se han instaurado m étodos m odernos
para la grabación del sonido) ha contribu ido a conferir, en muchas culturas,
una m ayor solem nidad y prestigio a la lengua escrita.
Con ello llegamos a la cuestión más controvertida de la p r i o r i d a d
b i o j ó__g i c a. H ay muchos indicios que sugieren que los seres humanos es­
tán genéticam ente program ados no sólo para adqu irir el lenguaje, sino. tam-_
Sien, v com o parte del mismo proceso, para produ cir y reconocer sonidos de
habla. A menudo se ha señalado que los llamados órganos del habla — pulm o­
nes, cuerdas vocales, dientes, lengua, etc.— cumplen ante todo una función
biológicam ente más básica que la de produ cir señales fónicas. Y así es, en
efecto: los pulmones se em plean para respirar, los dientes y muelas para
m asticar la comida, y así sucesivamente. Y lo que no es menos im portante,
todos los niños empiezan a barbotear cuando alcanzan los pocos meses de
edad (a menos que sufran algún trastorno m ental o físico que se lo im pida);
y el gorjeo, que com prende la producción de una gama más am plia de so­
nidos de lo que contiene el habla de quienes están en contacto con el niño, no
puede explicarse satisfactoriam ente por la sim ple im itación de papagayo, por
parte del niño, de los sonidos que oye a su alrededor. Además, ya se ha dem os­
trado experim entalm ente que los niños pequeños son capaces, a p a rtir de las
prim eras semanas de vida, de distinguir sonidos de habla y que se hallan pre­
dispuestos, por así decirlo, para prestarles atención. Los más cercanos parientes
del hom bre entre los prim ates superiores, aun poseyendo un aparato fisiológico
muy sim ilar no muestran la misma predisposición para produ cir o distinguir
los sonidos característicos del habla humana. Ésta puede ser la razón principal
por la que han fracasado los intentos de enseñar la lengua hablada a chimpan­
cés, aun cuando se haya alcanzado un cierto éxito al enseñarles lenguas, o siste­
mas comunicativos, con señales que se producen manualmente y se in terpre­
tan visualmente. (H oy es sabido ya que los chimpancés, en su hábitat natural,
se comunican entre sí mediante gestos acompañados de gritos, y que las
señales gesticulares parecen estar mucho más copiosam ente diferenciadas que
las llamadas vocales: cf. 1.7)» Finalmente, ocurre que los dos hem isferios del
cerebro humano son funcionalmente asim étricos a partir de la niñez, pues
cada uno de ellos se vuelve dominante con respecto a la ejecución de deter­
minadas operaciones. En la m ayoría de la gente dom ina el h em isferio iz­
quierdo, el cual lleva a cabo gran parte de la interpretación de señales lin­
güísticas. y responde m e jo r al tratam iento de los sonidos del habla, si bien
no a otros tipos de sonido, que el hem isterio derecho (ct. 8.3).
Este tipo de evidencia, aun sin ser concluyente, resulta m uy sugestiva.
De acuerdo con una hipótesis plausible, el lenguaje humano se desarrolló, en
un m om ento dado de la evolución de la especie, a partir de un sistem a com u­
nicativo gesticular y no vocal, y no faltan rabones para im aginar p o r qué
habría ocu rrido así. Tan to si esta hipótesis es correcta com o si no, los datos
aducidos en el párrafo anterior apuntan a la conclusión de que, para el hom ­
bre, en su actual estado de desarrollo evolutivo, el sonido, y más en concreto
la gama fónica audible que pueden produ cir los órganos de fonación, es el
medio natural o biológicam ente básico en que se realiza el lenguaje. Si es así
ciertam ente, los lingüistas quedan justificados, no sólo para em plear el tér­
mino de ‘órganos del habla', sino también para postular una relación no con­
tingente entre las lenguas y el habla.
Queda en pie, sin em bargo, la diferen cia entre la prioridad biológica y la
p rioridad lógica. Com o hemos subrayado ya, la lengua tiene, en grado sumo,
la propiedad de la tran sferibilidad de m edio. En el curso norm al de las acon­
tecim ientos, los niños adquieren naturalm ente un dom inio de la lengua habla­
da (esto es, en virtu d de unas dotes biológicas y sin ninguna preparación
especial), m ientras que la lectura y la escritura son habilidades especiales
en las que los niños reciben una instrucción igualm ente especial basada en
el conocim iento previo de la lengua hablada. A pesar de todo, no sólo los
niños, sino tam bién los adultos, pueden aprender a leer y a escribir sin ex­
cesiva dificultad, y aun es posible, aunque no habitual, aprender una lengua
escrita sin tener un dom inio p revio de la correspondiente lengua hablada.
Cabe incluso la posibilidad de aprender sistemas gesticulares de com unica­
ción no basados en ninguna lengua escrita o hablada, com o sucede con algu­
nos sistemas em pleados p or los sordom udos. Si llegáram os a descubrir una
sociedad con un sistem a de com unicación escrito o gesticular que tuviera las
demás propiedades distintivas del lenguaje, pero que nunca se hubiese reali­
zado en el m edio hablado, seguramente nos referiríam os a este sistem a co­
m unicativo com o si se tratara de una lengua. N o hay que conceder, p o r con­
siguiente, dem asiado peso a la prioridad biológica del habla.
P o r lo demás, en cuanto a la descripción de las lenguas, el lingüista tiene
buenas razones para tratar las correspondientes m odalidades escritas y ha­
bladas com o si fuesen más o menos isomórficais, pero no totalm ente. Com o
se ha dicho antes, el isom orfism o com pleto no es más que un ideal teórico.
N o existe sistem a ortográfico (al m argen de los sistemas de transcripción
que los fonetistas han diseñado para este p ropósito) capaz de representar
todas Tas distinciones im portantes del habla. De ahí que, en general, haya
diversas maneras de pronunciar una m ism a oración escrita, con diferencias
de acento, entonación, etc. Los signos de puntuación y el em pleo de cursiva
o mayúsculas cum plen el m ism o com etido en la lengua escrita aue el acento
y la entonación én la lengua hablada, p ero los recursos gráneos nunca pueden
representar adecuadarñente todas las diferencias fónicas significativas. H ay
que prestar asim ism o el debido reconocim iento a í hecho de que siem pre hay
diferencias tanto funcionales com o estructurales entre las correspondientes
m odalidades escritas y habladas. La extensión de la diferen cia varía, p o r m o­
tivos históricos y cultúrales, de una a otra lengua. En árabe y en tam il, por
ejem plo, la diferen cia de gram ática y de vocabulario es m uy considerable.
Menos notable resulta en inglés. [ Y quizás aún menos en español.] P ero aun
en español, hay palabras, frases y construcciones gram aticales que se consi­
deran dem asiado coloquiales para figurar en la lengua escrita (p. ej., ‘se la
dio con queso’ ) o, a la inversa, dem asiado literarias para la lengua hablada
(p. ej., ‘con el espíritu en abundancia de ínclitos designios’).
Los térm inos ‘coloqu ial’ y ‘litera rio ’ son bien reveladores. En principio, hay
que establecer una clara distinción entre ‘coloqu ial’ y ‘h ablado’, p o r una par­
te, y entre 'lite ra rio ' y ‘ escrito ’, por otra. Desde luego, es d ifíc il de m ante­
nerla en la práctica, pues en algunas lenguas la distinción entre diferencias
de m edio ( ‘escrito ’ fren te a ‘hablado’) y diferencias de estilo ( ‘ coloqu ial' fren ­
te a ‘ litera rio ’ ) carecen casi de sentido. Lo m ism o sucede con la distinción
entre diferencias de m edio y diferencias de dialecto ( ‘ estándar’ fren te a ‘ no
estándar’, etc.). E l postulado teórico del isom orfism o entre lengua escrita y
hablada form a parte de lo que más abajo denom inam os la ficción de la ho­
m ogeneidad (cf. 1.6).

1.5 E l punto de vista semiótico

Es corriente que la sem iótica reciba una diversidad de definiciones: com o


ciencia de los signos, del com portam iento sim bólico o de los sistemas de
comunicación. En su p ro p io cam po ha habido grandes polém icas sobre la di­
feren cia entre signos, sím bolos y señales, y aun sobre la am plitud del tér­
m ino ‘com unicación’. Para nuestro inm ediato propósito, atribu irem os a la
sem iótica el estudio de los sistemas de comunicación, v darem os a ‘com uni­
cación’ un.sentído más bien extenso que no im pliqu e forzosam en te la i n t e n ­
c i ó n de in form ar. S ólo así puede hablarse de com unicación anim al sin
levantar cuestiones filosóficas controvertidas.
H ay conceptos que son pertinentes para la in vestigación de todos los
sistemas com unicativos, humanos y no humanos, naturales y artificiales. Se
transm ite una s e ñ a l de un e m i s o r a un r e c e p t o r (o grupo de re­
cep tores) por un c a n a l de comunicación. La señal tendrá una determ inada
f o r m a y tran sm itirá un cierto s i g n i f i c a d o ( o m e n s a j e ) . La cone­
xión entre la form a y el significado de una señal vien e determ inada p or lo
que (en un sentido más bien general del térm ino) suele denom inarse en se­
m iótica el c ó d i g o : el m ensaje es codificado p or el em isor y descodificado
p o r el receptor.
Desde este punto de vista, las lenguas naturales son códigos y admiten,
p o r tanto, una com paración con otros códigos en todos los aspectos posibles:
en cuanto al canal p o r el que se transmiten las señales, p o r la form a, o es­
tructura, de las señales, p o r el tipo o gam a de m ensajes codificables, y así
sucesivamente. La dificultad radica en determ inar qué propiedades de los
códigos, o de los sistem as com unicativos en que éstos operan, son im portan­
tes para establecer la com paración y qué otras son insignificantes o menos
im portantes. E l problem a se agrava porque muchas de las propiedades que
cabría considerar decisivas son graduales, p or lo que parece p referib le com ­
parar códigos p o r el grado en que se presenta o actúa una determ inada
propiedad que no a base tan sólo de si tal o cual prop ied a d se halla o n o
presente. A veces se han hecho com paraciones más bien absurdas, entre las
lenguas y los sistemas de com unicación de determ inadas especies de pájaros
y otros animales p o r eleg ir una propiedades en vez de otras y no prestar aten­
ción a su graduabilidad.
Con respecto al canal de comunicación, poco hay que decir, salvo que,
contra lo que ocu rre con los códigos utilizados p o r muchos animales, si no
por todos, la lengua tiene la propiedad, en muy alto grado, de la tran sferí -
bilidad de m edio. Y a hemos tratado este asunto en el apartado anterior. Las
nociones de m edio y canal se hallan, desde luego, intrínsecam ente conecta­
das entre sí, pues las propiedades del m edio derivan de las que tiene norm al­
mente el canal de transmisión. Es im portante, a pesar de todo, distinguir
ambas nociones con referencia a la lengua, ya que tanto la lengua escrita
com o la hablada pueden transm itirse a través de una gran variedad de ca­
nales. Así, cuando em pleam os el térm ino ‘ m edio’ , en vez de ‘ canal’t no nos
referim os a la transm isión real de señales en un m om ento dado, sino a las
diferencias funcionales y estructurales sistemáticas entre lo típico de la es­
critura v lo típico del habla oral. P o r muy paradójico que parezca a prim era
vista, el español escrito puede transm itirse p or un canal vocal-auditivo (es
decir p o r m edio del habla) y, a su vez, el español hablado puede también
transm itirse p or vía escrita (si bien no m uy satisfactoriamente, con la orto­
gra fía al uso).
Tal vez la característica más destacada de la lengua en com paración con
otros códigos o sistem as-com unicativos sea su flexibilidad y versatilidad. Po­
dem os u tilizar la lengua para desahogar nuestras emociones y sentimientos,
para p ed ir ayuda a los com pañeros, para amenazar y prom eter, para dar ór­
denes, form u la r preguntas o em itir opiniones. Podem os referirnos al pasado,
al presente o al futuro, a cosas muy rem otas del lugar de la enunciación e
incluso a cosas que pueden no existir o que no pueden existir. Ningún otro
sistema de comunicación, humano o no, parece contar con un grado compa­
rable de flexibilidad y versatilidad. E n tre las propiedades más específicas
que contribuyen a dar flexibilidad y versatilidad a la lengua (esto es a, todos
y a cada uno de los sistemas lingüísticos), a menudo se reservan cuatro para
una m ensión detallada: la arbitrariedad, la dualidad, la discreción y la pro­
ductividad.

( i) Aquí, el térm ino ‘a rb itra rio ’ se utiliza, en un sentido un tanto espe­


cial, para significar que algo resulta «in explicable con relación a algún prin­
cipio más gen eral». É l caso más evidente de a r b i t r a r i e d a d en la len­
gua — y uno de los más socorridos, p o r cierto— se refiere al vínculo que hay
entre form a y significado, entre la señal y el mensaje. En todas las lenguas
existen casos esporádicos de lo que p or tradición se denomina onom atopeya:
v. gr., la conexión no arbitraria que hay entre la form a y el significado de
palabras onom atopéyicas com o ‘bisbiseo’, ‘ tartaja’, ‘ murmuración', en espa­
ñol. P ero la inmensa m ayoría de palabras en todas las lenguas no son ono­
m atopéyicas, p or lo que la conexión entre su form a y su significado es arbi­
traria, ya que, una vez dada la form a, es im posible predecir el significado y,
viceversa, una vez dado el significado, es im posible predecir la form a.
Es evidente aue la arbitrariedad, en este sentido, aumenta la flexibilidad
y la versatilidad del sistem a com unicativo habida cuenta que la extensión
del vocabu lario no se ve constreñida p o r la necesidad de em parejar form a y
significado a p a rtir de algún prin cip io más general. P o r otra parte, el hecho
de que el vínculo entre form a y significado en el plano de las unidades de
vocabulario del sistema lingüístico sea, por lo común, arbitrario da lugar a
que la m em oria deba soportar una considerable carga en el proceso de la
adquisición lingüística. La asociación de una form a y un significado dados
debe aprenderse independientem ente para cada unidad de vocabulario. Desde
un punto de vista sem iótico, entonces, este tipo de arbitrariedad presenta
tanto ventajas com o inconvenientes, pues m ientras hace más flexible y adap­
table el sistema, tam bién lo hace más d ifícil y laborioso de aprender. Ocurre
asim ism o que la arbitrariedad en un sistema sem iótico hace las señales más
difíciles de in terpretar a quien las intercepta sin conocer el sistema. Tam ­
bién esto ofrece ventajas e inconvenientes para los usuarios norm ales del sis­
tema. Presum iblem ente, las ventajas habrán superado a los inconvenientes
en el desarrollo de la lengua. En cambio, en la m ayoría de sistemas com uni­
cativos desanímales hay un vínculo no arbitrario entre la form a de una señal
y sus significado.
La arbitrariedad no se lim ita, en la lengua, a la asociación entre form a,
y significado. Tam bién se presenta, y en un gra do considerab le , en gran
parte de la estructura gram atical, en cuanto a que las lenguas difieren gram a­
ticalm ente entre sí. De o tro modo, sería mucho más fácil de lo que es apren­
der lenguas extranjeras.
Más controvertida es aún la tesis de Chomsky de que buena parte de
lo que es común a la estructura gram atical de todas las lenguas humanas,
incluso un tipo m uy específico de dependencia estructural, es tam bién ar­
bitrario, en el sentido de que no puede explicarse ni predecirse a p a rtir de
las funciones de la lengua, las condiciones ambientales en que se adquiere
y usa, la naturaleza de los procesos cognoscitivos humanos en general o cual­
qu ier o tro fa cto r sem ejante. A ju icio de Chomsky, los seres humanos poseen
genéticam ente el conocimientcT de lo£~principios generales supuestamente ar­
bitrarios que determ inan la estructura gram atical cle todas" las TengiiasHCcT
único que cabe añadir aquí a esta hipótesis es que no todos los lingüistas
aceptan qué tales principios generales, en tanto que puedan establecerse,
sean arbitrarios en el sentido propuesto, y que muchas de las investigaciones
actuales en lingüística teórica se dedican a probar que no lo son. V olverem os
a este asunto én el capítulo 8.

(ii) Por d u a 1 i d a d_ se entiende la propiedad de tener d o s _ n i v e 1 e s


de estructura tales que las u n i d a d e s L del nivel prim ario se com ponen de
e l e m e n t o s del n ivel secundario, y que cada uno de dichos niveles tiene
sus propios principios organizativos. N ótese que he introducido una distin­
ción term inológica entre ‘elem ento ’ y ‘ unidad’ no dem asiado habitual en la
lingüística. N o obstante, com o es útil para la exposición, la m antendré en
adelante a lo largo del libro.
De momento, podem os considerar que los elem entos de la lengua habla­
da son sonidos (m ás exactamente, com o se precisará en el capítulo 3, fone­
mas). Los sonidos no tienen significado p or sí mismos. Su única función con-
siste en combinarse entre sí para configurar unidades que sí tienen, en gene­
ral, un cierto significado. La razón p o r la cual los elem entos se describen
com o secundarios y las unidades com o prim arias estriba precisam ente en que
aquéllos, siendo más pequeños y de un nivel inferior, carecen de significado,
m ientras que éstas, m ayores y de un n ivel superior, suelen tener uño distinto
e identificable. Todos los sistemas de com unicación contienen dichas unida­
des primarias, pero ellas no se com ponen necesariam ente de elem entos. Sólo
cuando un sistema presenta al m ism o tiem po unidades y elem entos tiene, a
su vez, la propiedad de la dualidad. La m ayoría de sistemas com unicativos
en animales no la tienen, al parecer; y los que sí la tienen no utilizan las uni­
dades para com binarse entre sí tal com o hacen las palabras para fo rm a r fra­
ses y oraciones en todas las lenguas humanas.
La ventaja de la dualidad es evidente: pueden form arse grandes canti­
dades de unidades distintas a p a rtir de un núm ero reducido de elem entos
— muchos miles de palabras, p o r ejem plo, a base de vein ticin co o cuarenta
elem entos— . Y si estas unidades prim arias pueden com binarse sistem ática­
m ente del m odo que sea, el núm ero de señales distintas transm itibles — y,
en consecuencia, el n ú m eio de m ensajes distintos— aumenta enorm em ente.
Como verem os en seguida, no hay lím ite para el núm ero de señales lingüísti­
cas distintas que cabe com poner en una lengua dada.

( iii) La d i s c F e c T ó n se opone a la continuidad o variación continua.


En el casó de~la lengua, coñsütuye una propiedad de jos elem entos secun-_
daños. P ara ilustrarlo rápidam ente, digam os que ‘ cal’ y ‘co l’ difieren en fo r­
ma, tanto en la lengua escrita com o hablada. N o hay, p or lo demás, dificultad
en produ cir un sonido vocálico que se encuentre a m itad de cam ino de las
vocales que norm alm ente aparecen en la pronunciación de estas dos palabras
[esto es, un sonido interm edio entre a y o ] . Ahora bien, si en el m ism o con­
texto sustituimos las vocales de ‘c a l’ y ‘ co l’ por este sonido vocálico interm e­
dio, no p or ello habrem os pronunciado una tercera palabra distinta de aque­
llas dos o que reúna las cualidades de ambas. En rigor, habrem os pronunciado
algo que no puede reconocerse en absoluto com o una palabra o bien que
cabe entender, a lo sumo, com o una mala pronunciación de cualquiera de
aquellas otras dos. La identidad de la form a en la lengua es, en general, un
asunto de todo o nada, no de más o menos.
Aunque la discreción no depende lóeicam ente de la arbitrariedad, actúa
conjuntam ente con ella para aum entar ía flexibilidad y la versatilidad de los
sistemas lingüísticos. P or ejem plo, sería posible, en principio, que dos pa­
labras mínima, pero discretam ente, distintas en la form a fuesen asim ism o
muy sim ilares en significado. P o r lo general, esto no sucede: ‘ cal’ y ‘c o l’ no
se parecen más en significado que o tros pares de palabras tom ados al azar
del vocabulario del español. E l hecho de que las palabras con diferencias
mínimas de form a suelan distinguirse considerablem ente, y no tam bién m í­
nimamente, en el significado viene a intensificar la discreción de la diferen cia
form al recíproca, pues en la m ayoría de contextos la aparición de una de
ellas será m uchísim o más probable que la aparición de la otra, lo que dis­
m inuye la posibilidad de que haya una m ala com prensión en condiciones de­
ficientes de transm isión de señal. En los sistemas de com unicación de anim a­
les la ausencia de discreción (esto es, la variación continua) suele relacionarse
con la no arbitrariedad.

( iv ) La productividad de un sistem a com unicativo es la propie-


4a<Lj}ueuRo.sjMl¿tajiucj3n^me«i?¿^
decir de señales con_las cuales no ha hab ido un contacto previo y que no.se
encuentran en ninguna lista — por muy larga que sea— de señales prefabrica-
das a. la que tenga, acceso el usuario. La m ayoría de sistemas com unicativos en
anim ales parecen m uy restringidos en cuanto al núm ero de señales diferentes
que sus usuarios pueden em itir y recibir. P o r o tro lado, todos los sistemas
com unicativos perm iten construir y com pren der un núm ero indefinidam ente
grande de enunciados inéditos, esto es no oídos ni leídos con anterioridad.
En la más recien te bib liogra fía lingüística, y en especial la de Chomsky,
la im portan cia de la produ ctividad ha cobrado un gran interés, sobre todo
con relación al problem a de describir la adquisición lingüística en los niños.
E l hecho de que los niños, a una edad m uy temprana, sean capaces de p ro ­
du cir enunciados que nunca han oído antes es prueba de que la lengua no
se aprende tan sólo p o r im itación y m em orización.
H ay que hacer hincapié, a propósito de la produ ctividad, en que no es
tanto la capacidad de construir enunciados inéditos lo que reviste una im ­
portancia crucial en la evaluación de los sistemas lingüísticos. P or ejem plo,
decir que el sistem a com unicativo que em plea la a beja de m iel al indicar la
situación de una fuente de néctar tiene la propiedad de la produ ctividad es
bien errón eo si con e llo se qu iere dar a entender que el sistem a resulta, a este
respecto, igual que las lenguas humanas. La abeja produce una cantidad inde­
finidam ente grande de señales (que varían con respecto a las vibraciones de
su cuerpo y al ángulo que adopta en relación con el sol). Pero, en rigor, hay
una variación continua en las señales, un vínculo no arb itra rk ) entre la señal
y el mensaje, y el sistem a no puede ser utilizado p o r la abeja para tran sm itir
in form ación sobre algo que no sea la distancia y la dirección de la fuente
de néctar.
L o más notable de la productividad de l'ás lenguas naturales, p or cuan­
to se m anifiesta en su estructura gram atical, es la extrem a com plejidad y
heterogeneidad de los principios que la constituyen y aseguran su funciona­
miento. A hora bien, com o Chomsky, más que nadie, ha subrayado, esta com ­
p lejid ad y h eterogen iedad no carece de constricciones, sino que, p or el
contrario, está r e g u l a d a . Dentro de los lím ites establecidos p or la gra­
mática, que quizá son en parte universales y en p a rte p ropios de cada lengua,
los hablantes nativos de una lengua tienen plena libertad para actuar creati­
vamente — lo que Chomsky considera un rasgo distintivo del hom bre— en
la construcción de enunciados indefinidam ente numerosos. Esta noción de
creatividad regulada se halla en estrecha conexión con la de productividad
(cf. 7.4) y ha desempeñado un papel de la m ayor im portancia en el desarrollo
del generativism o.

Las cuatro propiedades generales que acabamos de enumerar y describir


brevem ente — arbitrariedad, dualidad, discreción y productividad— se rela­
cionan entre sí de diversas maneras. N o sólo se encuentran, por lo que sa­
bemos, en todas las lenguas, sino que también actúan en grado sumo. Si se
encuentran o no en cualquier o tro sistema com unicativo es asunto discuti­
ble. Claro que, de ser así, no parecen tener la misma eficiencia ni cooperar
del m ism o modo.
M erece la pena notar tam bién que estas cuatro propiedades, totalm ente
independientes tanto del canaT~como“ cíéÍ m edio, son, sin em bargo, menos ca-
fa c F é n s n c is ^ é n 'Ia T p á rté n ñ o 'v ^ b a r'd e 'ia s ^ e n a le F lm g ü ís ticas. En efecto, los
enunciados rio ‘ sé’ cÓmponen”fán sóIo*c[e'~secuencías” 3e palabras. Superpuestos
a la cadena de palabras (es decir a la parte v e r b a l ) , en toda enunciación
hablada habrá dos tipos más o menos distinguibles de fenóm enos fón icos:
los p r o s ó d i c o s y los p a r a l i n g ü í s t i c o s . L os rasgos prosódicos
com prenden, por ejem plo, el acento y la entonación; y~Ios par alingüís ticos,
fenómenos tales com o el ritm o, la intensidad, etc. Tam bién apareceránTiunto
con la enunciación hablada, otra serie de f enómenos no fón icos (m ovim ien­
tos de ojos, inclinaciones de cabeza, expresiones faciales, ademanes, posturas
corporales, etc.) que determ inan u lteriorm ente la estructura o el significado
del enunciado resultante y que pueden tam bién" considerarse paraüngüSti-
cos7"E riingüista sólo se ocupa Habltualmente d ^ o F T e n ó m e n o s prosódicos,
además de los rasgos verbales, pues los considera un producto del propio
sistema lingüístico. Tan to los fenóm enos prosódicos com o los paralingüístí-
cos, sin em bargo, form an parte integral de todo com portam iento lingüístico
en el m edio hablado. Y en tanto que carecen de las cuatro propiedades gene­
rales de la arbitrariedad, dualidad, discreción y productividad — o al menos
no las manifiestan en el m ism o grado que la parte verbal de la lengua— di­
chos rasgos guardan más sem ejanza con los de diversos tipos de comunica­
ción animal.
La lengua, ¿es, entonces, privativa del hom bre? La respuesta a esta pre­
gunta, lo m ism o que la respuesta a si « e l hom bre es especial entre los ani­
m ales», depende m uchísim o de las propiedades que se quieran tener en
cuenta y considerar cruciales para definir la lengua. Es tan legítim o acentuar
las notables diferencias cualitativas y cuantitativas que separan lo lingüístico
de lo no lingüístico que destacar sus sim ilitudes, no menos notables por cier­
to. E l lingüista, el psicólogo y el filósofo acaso tiendan a en fatizar las p ri­
m eras; por su parte, el etólogo, el zoólogo y el sem iotista probablem ente
subrayarán las segundas.
1.6 L a ficción de la homogeneidad

Hasta aquí hemos procedido con lo que denom inaré la ficción de la hom oge­
neidad, esto es la creencia o la~suposxcioñ~3e que todos los m iem bros de una
m isma com unidad lingüística hablan exactamente la m ism a lengua. Desde
íuego, cabe la posibilidad de definir el térm ino ‘com unidad lingüística’ de
m odo que se desprenda de la propia definición la ausencia de diferencias
sistemáticas de pronunciación, gram ática o vocabulario en el habla de sus
m iem bros. P ero si el térm ino se interpreta con referencia a cualquier grupo
de personas a quienes se atribuye el habla de una m ism a lengua, p. ej., el
español, el inglés, el francés o el ruso, entonces depende de la observación
em pírica establecer si todos los m iem bros de la com unidad lingüística ha­
blan o no del m ism o m odo en todos los respectos.
Salvo en las m ás pequeñas comunidades lingüísticas del m undo, en__el
resto existen siem pre diferencias más o menos evidentes de a c e n t o y de
d i a l e c t o . De estos térm inos, el prim ero es más restrin gido que el segun­
do, pues se refiere tan sólo a la manera com o se pron uncia la lengua y nada
tiene que ver con Ija gram ática y el vocabulario. P o r ejem pío, es posible, y
aun nada tiene de raro, que un extranjero quede inm ediatam ente identificado
por el acento, aun cuando su lengua resulte indistinguible, p o r la gram ática
y el vocabulario, con respecto a la de los hablantes nativos. E incluso es
posible que dos hablantes nativos hablen un m ism o dialecto, si bien con un
acento claram ente distinto. Esto o curre con frecuencia, sobre todo si el dia­
lecto en cuestión ha tom ado, por razones históricas, el rango de lengua e s-
t á n . d a r nacional o regional. P or ejem plo, la m ayoría de habitantes cultos
nativos de In gla terra hablan un dialecto que se aproxim a más o menos a un
determ inado tipo de inglés estándar, pero lo pronunciarán con un acento
que revelará su proveniencia geográfica o social. H ay que establecer una dis­
tinción, al menos en el uso cotidiano, entre ‘ acento* y ‘ dialecto*. Muchos lin­
güistas, sin em bargo, incluyen las diferencias de acento dentro de las de
dialecto. Esta cuestión, puram ente term inológica, no o frec e consecuencias
graves, por sí misma. P ero conviene com prender que un dialecto dado que
se mantiene idéntico en los dem ás aspectos, puede pronunciarse de maneras
n o t^ jg m e n te distintas. Y conviene asimismo com pren der que, donde no hay
una lengua estándar nacional o regional reconocida y bien establecida, las
diferencias de dialecto, no sólo ya en la pronunciación, sino también en la
gram ática y el vocabulario, tienden a acentuarse mucho más de lo que sucede
hoy, pongamos, en la m ayoría de comunidades lingüísticas de habla inglesa
[o española].
Aunque el lingüista utilice el térm ino ‘dialecto* y, com o el profano, lo re­
lacione con ‘ lengua* diciendo que una lengua dada puede com ponerse de dis-
tin t o s d ía le c to s , no acepta, en cambio, las im plicaciones que típicam ente
acom pañan al térm ino ‘ dialecto* en el uso diario. Én especial, rechaza que el
dialecto de una región"o~uná clase social sea ung m era versión envilecida o
degenerada deT dialecto estándar, pues sabe, p or el contrario, que desde un
punto_de_yistá h istórico el dialecto estándar — al que el lego tenderá a lia-
m ar ‘lengua’, en vez de ‘ dialecto’— no es, en su origen, aunque sí en su desa­
rrollo ulterior, de distinto tipo con respecto a los dialectos no estándares. Es
igualm ente consciente de que, en tanto que desempeñe una gam a considera­
blem ente am plia de funciones en la vida diaria de la localidad o de la clase
social en que actúa, los dialectos no estándares no son menos sistem áticos
que el estándar regional o nacional. Y a hemos aclarado estas cuestiones con
anterioridad. Volverem os a ellas, para am pliarlas y ejem plificarlas — y, en su
caso, para introducir alguna que otra caracterización— en los capítulos pos­
teriores del lib ro: m irado desde un punto de vista contem poráneo social y
cultural, es adm isible considerar un dialecto estándar regional o nacional m uy
distinto en carácter de los dialectos no estándares afines con los que guarda
una relación histórica.
En el uso cotidiano de los térm inos ‘ dialecto’ y 'lengua', la distinción suele
basarse prim o rdialm ente en consideraciones políticas .o culturales. Así, p or
ejem plo, se e s tim a q u e e F m andarín y el cantonés son dialectos del chino,
pero ambos se distinguen entre sí más que, pongamos, el danés y el noruego
o, lo que es aún más sorprendente, que el holandés, el flam enco y al africaans,
frecuentem ente presentados com o lenguas diferentes. Cabría pensar qu e el
criterio de la intercom prensibilidad bastaría para trazar una línea decisoria
política y culturalm ente neutra en la dem arcación de las lenguas. Se trata
precisam ente del principal criterio que esgrim iría el lingüista em peñado en
esclarecer los lím ites de una com unidad lingüística. Pero tam bién aquí sur­
gen inconvenientes. Sucede con gran frecuencia que una determ inada varia­
ción dialectal se extiende gradualm ente, y con más o menos continuidad,
por un vasto territorio. D ebido a ello, los hablantes de dos regiones alejadas
entre sí pueden ser incapaces de com prenderse, aun cuando no haya ningún
punto in term edio a los dos dialectos que provoqu e la ruptura de la Ínter-
com prensibilidad. Y a ello hay que añadir el problem a, aún más dificultoso,
de que la com prensibilidad no es siem pre sim étrica, ni tam poco un asunto de
todo o nada. Cabe m uy bien la posibilidad, y es incluso bastante com ún que
X com prenda la m ayor parte de lo que dice Y y que Y apenas com prenda
nada de lo que dice X , cuando ambos conversan en sus respectivos dialectos.
P o r diversos m otivos, entonces, a menudo es m uy d ifícil trazar una distinción
precisa entre lenguas distintas y entre dialectos diferentes de una m ism a
lengua.
En realidad, sucede muy frecuentem ente que no _ p_ugdan_dgliroitarse.
bien dos dialectos situados en regiones adyacentes. P o r m uy estrictam ente
que circunscribam os el área dialectal a 'partir de criterios sociales e incluso
geográficos, siem pre nos encontrarem os, si investigam os bien el tema, una
cierta cantidad de variación sistem ática en el habla incluso de quienes so n ;
reputados hablantes del m ism o dialecto. E n última instancia, habrem os de*
adm itir que cada cual tiene su propio dialecto individual, esto es que cada
uno tiene su propio i d i o l e c t o , com o dicen los lingüistas. T o d o id io lecto
difiere de todos los demás sin duda en vocabulario _y en pronunciación y qui­
zá también, aunque en m enor grado, en la~j^amaTíca. P o r lo demás, tam poco
el propio idiolecto queda fijado de una vez p o r todas cuandq se supone^que^
_termina el perío d o de la adqu isición lingüística; por el contrario, está suje to
a m odificaciones y am pliaciones a lo largo de toda la v ida.
Aparte de esta especie de escala a base de lengua-dialecto-idiolecto. existe
otra dim ensión de variación^ sistem ática en la enunciación de los m iem bros
de una com unidad lingüística: el_ e s t i 1o . H em os aludido ya a las d iferen ­
cias estih'sticás~aí dislin gu ir entre lo literario y lo coloquial, distinción que
deriva, aun sin co in cid ir con ella, de la otra distinción entre lengua escrita
y hablada. L o cierto es que hay mucha más variación estilística aún. En cuan­
to hablam os o escribim os en nuestra lengua nativa lo hacemos en un estilo
y no en otro, según la situación, las relaciones entre nosotros y la persona o
personas a que nos dirigim os, el propósito o la naturaleza de lo que tenem os
que com unicar y algunos otros factores más. Tan to si las opciones estilísti-
cas que hacem os son conscientes com o si no, son, a pesar de todo, sistem á­
ticas'e~ld entificab lesL Más aún, tom ar las opciones constituye una parte im^
portante del uso co rrecto y efectivo de la lengua. En cierto modo, p o r con­
siguiente, todo hablante nativo' aéHuñá- lengua"es estilísticam ente m u ítilin gü e.
Así corno vale, en (^irrcTpi6”~s’uponer qüe cada dialecto constituye un sistem a
lingüisfico_ a^parre, tambTén~válF^— y no menos razonablem ente— suponerlo
de cada estilo reconocible.

1.7 N o hay lenguas primitivas

Todavía es bastante com ún o ír hablar al p rofan o sobre lenguas prim itivas y


aun rep etir el m ito ya desprestigiado de que hay pueblos cuya lengua consta
de un par de centenares de palabras com plem entadas p or gestos. L a verdad
es que toda lengua estudiada hasta el presente, al margen de lo p rim itiva ~o
incivilizada q ue pueda parecem os la sociedad que la em plea, se ha m anifes­
tado com o un sistem a co m p lejo y altam ente desarrollado de comunicación.
Por supuesto, la n oción entera de evolución cultural desde la barbarie hasta
la civilización es extrem adam ente dudosa. Pero no corresponde al lingüista
pronunciarse sobre su validez. L o que sí podem os decir es que no se ha des­
cubierto aún una correla ción entre los diferentes estadios de” JesaTrolío^cultu-
ra í p or lo s q u e f í añ discurrid o laT "sociedades y el tipo de lengua hablada en
cada estadio en cuestión. P or ejem plo, no existe algo así com o un tipo de
lengua de la Edad de Piedra o, al menos en lo que atañe a la estructura
gram atical en su conjunto, un tipo de lengua p rop io de las sociedades reco­
lectaras o ganaderas, por un lado, o de las modernas sociedades industria­
lizadas, p o r otro.
En el siglo pasado hubo abundantes especulaciones sobre el desarrollo
de las lenguas desde la com plejidad a la sim plicidad estructural o bien vice-
versa, desde la sim plicidad a la com plejidad. L a gran m ayoría de lingüistas
actuales se abstiene de especular sobre el desarrollo evolu tivo de las lenguas
en térm inos tan generales. Saben muy bien que, si acaso ha existido alguna
direccionalidad en la evolución del lenguaje desde sus orígenes, en la prehis­
toria del hombre, hasta el presente, no hay indicios de tal direccionalidad a
partir del estudio de las lenguas actualmente habladas o de aquellas más an­
tiguas sobre las que tenemos noticia. Muchas de las prim itivas especulaciones
de los estudiosos sobre la evolución de las lenguas adolecían de un prejuicio
en favor de las llamadas lenguas flexivas, com o el latín y el griego.
Llegados a este punto, es_menester decir afeo sobre el origen del lengua-
je, j>roblem a que ha tenido ocupada la mente y la imaginación del hombre
desde tiempo inm em orial. Fue extensamente debatido en términos seculares,
en el sentido de no religiosos o sobrenaturales, por los filósofos griegos, v
luego en diversas ocasiones, especialmente en el siglo x v m . desde puntos de
v ista básicamente sim ilares. Las prim eras discusiones llegaron incluso a de­
sempeñar un im portante papel en la configuración de la gramática tradicional.
A su vez, los debates de finales del x v m por el filósofo francés Condillac v el
filósofo alemán H erd er propiciaron el camino para una m e jo r comprensión
de la interdependencia entre lengua, pensamiento y cultura. Desde el siglo
pasado, la m ayoría de lingüistas, con muy pocas excepciones, han tendido a
desechar el tema del origen del lenguaje por considerarlo fuera del alcance
de la investigación lingüística. La razón se debe a q ue, com o hemos visto,
a fo largo del siglo xix"fos~~lingüistas se percataron de que, por mucho que
se remontaran en la h is to ria de las lenguas mediante lo s textos documentales
conservados, era im p osib le"dÍscern ir en ellas "indicios de progreso evolutivo
desde un estado más p rim itivo a otro más avanzado.
Pero existe otra evidencia, en parte nueva, con la que el origen del len-,
guaje se ha convertido de nuevo en tema de discusión científica. Acaso es aún
prem aturo hablar de soluciones. Lo único que puede decirse, no obstante, es
que ahora parece mucho más plausible que hace unos años la idea de que
el lenguaje se originaría com o un sistema de comunicación gesticular y no
fónico. Parte de esta evidencia se funda en el éxito que han tenido los psi­
cólogos al enseñar a los chimpancés a com prender y utilizar sistemas gesti­
culares bien com plejos y, hasta cierto punto, de base lingüística. Resulta con
ello que el fracaso de los chimpancés para adquirir el habla en experim entos
simpares del pasado se explica, al menos en ' parte, por diferencias, relativa-
mente pequeñas, p ero im portantes, entre los órganos vocales del chimpancé
y del h om bre. Del estudio de los fósiles se desprende también que los organos
vocales del hom bre de Neanderthal se parecían más que los nuestros a los
de los chimpancés y otros primates, los cuales tienen una gama lim itada de
llamadas fónicas, pero se comunican entre sí en la selva con gran profusión
de gestos, f i stos y o tros datos sugieren que la lengua puede haberse desarro-,
liado a partir de un sistem a gesticular en una época en que los antepasados
del hom bre adoptarían una posición verdea!, con la que quedarían las manos
1ibres. v el cerebro aumentaría en tamaño y capacidad para especializarse
en funciones de elaboración com pleta en el hem isferio dominante. En un
momento dado, y por razones biológicam ente v e rio s ím iles^ e l sistema gesti­
cular se habría convertido en úñ sistema vocal, con lo^que a d q u ir ir ía ^ con­
tinuación la propiedad de la dualidad, que, com o hemos visto, perm ite una
oyjiansión m uy considerable de vocabulario. De ahí que quizá no todas las
propiedades características de la lengua, tal com o las conocemos, hayan es-
tádcTpresentes desde el principio y que lo lingüístico haya surgido e fe ctiva-
m ente de lo no lingüístico.
" " Q u e d a en pie, sin em bárgo, que no sólo en todas las lenguas conocidas
el canal vocal-auditivo es lo que se utiliza prim ordial y naturalm ente para la
transmisión, sino tam bién que todas ellas ofrecen una com plejidad aproxi­
m ada en estructura gramatical.
L a única excepción con respecto a este últim o postulado se encuentra en
las lenguas p i d g i n . Se trata de lenguas especializadas en el com ercio .v
actividades análogas que utilizan J os qwe. j a e c e n ^dgi.olraJbmgua-£Qmán.-La
-característica de los pidgins es que tienen una gram ática sim plificada y un
vocabulario m uy restrin gido con relación a la lengua o lenguas en que se
ÍTasan."Claro que se uTífizan para com etidos muy lim itados, pero cuando, com o
ha ocurrido a menudo, lo que ha em pezado siendo un pidgin llega ajJtüizarse
c o m o ^ lr a g ^ ^ a itS n M M lC iiS a " com unidad lingüística, no sólo se procura un
vocabulario más extehsó,'sino que también acrecienta su propia com plejidad
gram atical. P or esto, y no p or su origen,..Jos lingüistas han distinguido J a s
lenguas pidgin de las líamadas c r i o l l a s. Éstas pueden parecer, o sonar,
en muy gran m edida como~pI3gins, pero no~están más próxim as a las lenguas
prim itivas — es decir, de estructura rud imentaria— q ue cualquier otra de los
miles de lenguas naturales que no se originaron, p or lo que sabemos, com o
pidgins (cf. 9.3).
Existen, e v identemente, diferencias considerables entre los vocabu larios
de las lenguas. De ahí que sea necesario aprender otra lengua, o al menos
un vocabulario especializado, para estudiar determ inado tem a o disertar sa­
tisfactoriam ente sobre él. En este sentido, puede suceder que una lengua
esté m e jo r jadaptada que otra para determ inados propósitos. P ero esto no
significa que unlTTerigua sea m Tfíñsecam ente"m ás rica que otra. Puede es-
timarse que todas las lenguas vivas son, p o r su propia naturaleza, sistemas
eficientes de comülircaHonr~Y~asf~como cambian las necesidades com unicati­
vas .de_una_ sociedad, cam biará la lengua respectiva para cu brir aquellas, rié-
cesidades. El_ yocabulario se am pliará bien p o r el préstam o de palabras de,
otras.lenguas o bien creando otras nuevas a p a rtir de las ya existentes. El
hecho de que muchas lenguas habladas en países que se consideran subdesa-
rrollados carezcan de palabras para los conceptos y los productos m ateriales
de la ciencia y la tecnología m odernas no im plica que las lenguas en cuestión
sean más prim itivas que las lenguas dotadas de tales palabras, Significa ban
sólo que no se han em pleado, al menos de m om ento, por parte de quienes
intervienen en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Conviene destacar, en conclusión, que el principio de que no hay lenguas
prim itivas n o.coo stitu ye tanto un hallazgo em píric o de la investigación Un-
güística com o una hipótesis de trabajo. Hem os de adm itir la posibilidad de
que las lenguas difieran efectivam ente en com plejidad gram atical y que los
lingüistas no hayan descubierto estas diferencias hasta el presente. N o sería
científico negar que esta posibilidad existe, com o tam poco lo sería decir que
el latín es intrínsecam ente más noble o más expresivo que el hotentote o
cualquiera de las lenguas de los aborígenes australianos.

A M P L IA C IÓ N B IB L IO G R Á F IC A

La mayor parte de introducciones generales al lenguaje y a la lingüística compren­


den más o menos detalladamente, y desde distintos puntos de vísta, los temas tra­
tados en este capítulo 1. En la Bibliografía se incluye, en todo caso, una selección
de ellas.
Los principiantes pueden empezar por Aitchison (1978), capítulos 1-2; Akmajian,
Demers & Hamish (1979), capítulos 1-5; Chao (1968); Crystal (1971), capítulo 1;
Fowler (1964), capítulo 1; Fromkin & Rodman (1974), capítulos 1-2; Lyons (1970),
capítulo 1; Robins (1974); Smith & Wrlson (1979), capítulo 1. Pueden luegÓKprose-
guir con alguno de los manuales y libros de la Bibliografía que llevan asterisco,
muchos de los cuales contienen capítulos y apartados pertinentes. [También Co­
seriu (1977a, 1981); Elgin (1977); López Morales (1983); Malmberg (1982); Pottier
(1977); Yllera (1983).]
Sobre el habla y la escritura, véanse también Basso (1974); Gelb (1963); Haas
(1976); Householder (1971), capítulo 13; Lyons (1977b), apartados 3.1-3.3; Uldall (1944);
Vachek (1949, 1973), y algunos de los tratados generales sobre fonética enumera­
dos en la Ampliación bibliográfica del capítulo 3, más abajo. [Además, Móorhou-
se (1965).]
En cuanto al punto dé vista semiótico (junto con la comunicación en los ani­
males), añádanse Aitchison (1976); Cherry (1957); Eco (1976); Hinde (1972), capí­
tulos 1-3; Hockett (1960); Hockett & Áltmann (1968); Householder (1971), capítulo 3;
Lyons (1977b), apartados 3.4, 4.14.2; McNeill (1970), capítulo 4; Sebeok (1968,-1974a);
Thorpe (1974). [Y Eco (1980); Mounin (1969, 1970).]
Para trabajos recientes con chimpancés, cf. Akmajian, Demers & Hamish (1979),
capítulo 14; Brown (1970); Clark &Clark (1977: 520-3); Linden (1976); Premack (1977);
Rumbaugh (1977).
Sobre los sistemas sígnicos empleados por los sordos, consúltense Klim a &
Bellugi (1978); Siple (1978); Stokoe (1961).
Sobre el origen del lenguaje, cf. también Hewes (1977); Lieberman (1975);
Stam (1977); Wescott (1974).
Otros temas aludidos en este capítulo aparecen también tratados con mayor
extensión en los capítulos 8-10, junto con otras referencias bibliográficas.
1. Expóngase qué se entiende por ‘independencia del estím ulo'.

2. «... la actuación presu pone la competencia, m ientras que la com petencia no


presupone la actuación» (p. 8). Com éntese.

3. ¿Q u é distinción podría establecerse, si e s que la hay, entre c o m p e t e n c i a


y f l u i d e z lin g ü istic a s?

4. «Con bastante fre cue ncia,'el profano piensa que escribir e s algo m ás básico
que hablar. Y e s casi lo contrario» (Hockett, 1958: 4). C o m é ntese (sob re todo
con relación a ‘b á sic o ’ y a ‘c a s i’).

5. La lengua se denom ina a ve c e s ‘com portam iento ve rb a l’. C o m é ntese la


adecuación de la expresión con respecto a (a) 'com portam iento' y (b) a ‘verbal’.

6. ¿E n qué sentido, y en qué grado, constituyen el español escrito y el español


hablado una m ism a len gu a? ¿Q u é clase de inform ación e s im posible, o m uy
difícil, de codificar por escrito, cuando, por el contrario, se codifica fácilm ente
y con naturalidad en el habla?

7. ¿R ecu erd a alguna oración en español que sea am bigua por escrito pero no
cuando se expresa oralm ente? Y al revés, ¿h á y oraciones am biguas en el habla,
pero no en la lengua e scrita ? (¿E n qué afectan a esta cuestión sobre la trans-
feribilidad de medio (a) las diferencias de acento y dialecto y (b) el hecho de
dar el debido reconocim iento a la distinción entre com ponentes ve rbales y no
verbales de la lengua?)

8. ¿Q u é le parece el español com parado con otras lenguas que conozca en


cuanto a la relación entre ortografía y pronunciación? ¿Q u é argum entos aduciría
en favor y en contra de una reforma ortográfica?
9. C ítense ejem plos cotidianos de transm isión del español escrito por un canal
vocal-auditivo y, viceversa, del español hablado por medio de la escritura.

10. « A la ley no le importa que cam bie la pronunciación de mi apellido, pero


si cambio la manera de e scrib irlo ......debo acudir al juzgado a legalizarlo. Y la
opinión pública apoya a los abogados al cien por cien...» (Householder, 1971:
353; cf. también Hockett, 1958: 549). ¿ S e da generalmente el caso de que
sólo la lengua escrita reciba reconocim iento legal?

11. ¿Q u é otros tipos de no arbitrariedad existen en las lenguas naturales adem ás


dél a o n o m a t o p e y a ?

12. ¿E x iste una relación necesaria entre la d u a l i d a d y la significación?

13. Expóngase lo que se entiende por d i s c r e c i ó n con referencia (a) a la


escritura y (b) al habla.

14. ¿Q u é “ distinción hay, si es que hay alguna, entre productividad y


creatividad?

15. «El paralelism o m ás extensó y sorprendente es el que hay entre la lengua


y la danza de las abejas, pues am bas tienen productividad, cierto distanciam ien-
to y algo de especialización» (Hockett, 1958: 581). Com éntese.

16. «todos lo s [ s e re s ] hum anos norm ales adquieren el lenguaje, m ientras que la
adquisición de s u s m ás escu eto s rudim entos está fuera del alcance de un mono,
en otros respectos inteligente» (Chom sky, 1972a: 66). ¿H a quedado refutada esta
afirmación por la investigación actual so bre los chim pan cés?

17. «Tanto los niños so rd o s com o los chim pancés aprenden su primer signo
m ucho antes de que los niños norm ales digan su prim era palabra, lo que apoya
la idea de que ontogénica y filogenéticam ente esta m os dotados para el lenguaje
gesticular antes que para el habla» (Linden, 1976: 72). Com éntese.

18. ¿ E s correcto llamar lenguas naturales a los siste m a s síg n ico s utilizados
por lo s s o rd o s ?

19. ¿E n general, en qué se distinguen los acentos de los dialectos? ¿Q u é sentido


podem os atribuir, com o lingüistas, a la afirm ación de que (a) un extranjero y (b)
un hablante nativo «no tiene acento»? (E sta s preguntas pueden contestarse no
técnicamente aquí; cf., sin embargo, 9.2.)

20. «Hay lugar para los dialectos regionales y para el inglés de la Reina. El ámbi­
to del acento regional es el m ism o donde se ha formado, y es adecuado para la
taberna, el cam po de fútbol y el baile del pueblo. El inglés de la Reina lo es para
la d iscu sión radiofónica sobre el existencialism o, la recepción, la entrevista para
un mejor em pleo» (Bu rgess, 1975: 16). Com éntese.
2. La lingüística

2.1 L a s ramas de la lingüística

Como hemos visto, tanto el lenguaje en general com o las lenguas en particu-
lár pueden estudiarse~d^3e'*3TvérsdTpuntoslie vista. En consecuencia, el ám-
b (to g eñ er^ ~ d ^ ~ T ^ H n g u ística puede divid irse en distintos com partim entos
según el punto de vista que se adopte o según el interés especial que quiera
concederse a un determ inado conju nto de fenómenos.
La prim era distinción separa la lingüistica- g e n e r a l de la' lingüística
d e s c "r ip tT iv ~ a ""y ^ c o lre s p ó liH e "¡T T iT ^ rfé re n c ia que hay entre estudiar el
lenguaje en general y describir las lenguas en concreto. Así, la pregunta «¿qu é
es el lenguaje?», que en el"'capítu lo arTterior hemos considerado com o la
principal cuestión definitoria de toda la disciplina, resulta más apropiada
para la lingüística general. L a lingüística general y descriptiva no carecen,
desde luego, de relación, pues cada una depende explícita o im plícitam ente
de la otra. La lingüística general proporcionaJos^ conceptos y las categorías
a partiF3e~lós*cüales ¿¿“pueden "analizar íás dirersás lenguas: a su vez, la lin -1
güística descriptiva aporta los “ciatos que confirm an o refutan las proposicio­
nes y ’ te o rfís presenteclas~pbr la" lingüística general. P o r ejem plo, el lingüista
general podría form u lar la hipótesis de que todas las lenguas tienen nom bres
y verbos. E l descriptivista, p o r su parte, podría refu tarla p o r m edio de piue-
bas em píricas y m ostrar que hay por lo menos una lengua en cuya descrip­
ción no puede establecerse la distinción entre nom bre y verbo. Ahora bien,
para refu tar o confirm ar la hipótesis, el lingüista descriptivista debe operar
con un cierto concepto de ‘n om bre’ y ‘verb o ’ proporcionado p o r el lingüista
general.
Hay, por supuesto, toda suerte de razones para describir una determ inada
lengua. Muchos de los que trabajan en la lingüística descriptiva no lo hacen
con el propósito de fa cilita r datos al lingüista general ni de com prob ar teo­
rías e hipótesis en conflicto, sino que desean produ cir una gram ática de con­
sulta o un diccionario por necesidades puram ente prácticas. Pero ello no
tiene p or qué afecta r la interdependencia entre los campos com plem entarios
de la lingüística general y descriptiva.
A lo largo del siglo pasado, los lingüistas se preocuparon mucho por inves­
tigar los detalles de la evolución histórica de determinadas lenguas y p or
form ular hipótesis generales acerca del cam bio lingüístico. La rama de la dis­
ciplina que trata de estos temas se conoce ahora por la lingüística h i s t ó r i-
c a. Es evidente que en la lingüística histórica, com o en la no histórica, uno
también puede interesarse p or el lenguaje en general o por las lenguas en
particular. Conviene m encionar a este propósito los térm inos más técnicos
'diacrón ico’ y ‘ sin crón ico’, acuñados p~or~~Saussure (a cuya distinción entre
‘ langue’ y ‘p a role’ aludim os en el capítulo a n terioi^ _L a descripción d i a c r ó -
n i c a de una 1engua ~escudr i ñ a~e 1 desarrollo histórico de la misma y registra
los cambios que ha experim entado entre sucesivos puntos d e l _ t i e m p o o r
tanto, ‘ diacrón ico’~equivakT-a~rh iston co ’. La descripción s i n c r ó n i c a de
una lengua nó es'K IstóncaT ya que presenta un estado de lengua tal com o se
encuentra en ún determ in ado punto del tiem po..
H ay una tercera dicotom ía entre lingüística t e ó r i c a aplicada.
Brevem ente, la lingüistica teórica estudia' el lenguaje y„ías lenguas con el "ob­
je tiv o de construir una teoría sobre su estructura y funciones sin prestar aten­
ción a ninguna de las aplicaciones prácticas jque podría te n e r la investigación,
m ientras que la lingüística aplicada se propone en prim er lugar al aprove-
cham iento de jo s conceptos y hallazgos de la lingüística en una variedad de
tareas prácticas, en tre las que se incluye la enseñanza de lenguas. En principio,
la distinción entre teoría y aplicación es independiente de las otras distincio­
nes establecidas hasta aquí. En la práctica, apenas hay diferen cia entre los
térm inos ’ liñgüfstica te ó n c a ’ 'y 'liH g ü ís tic irgéñ ei^ C p u es la m ayoría de los que
utilizan el p rim ero "dan p o r sFnr¿3o~^u™ s^''propoñeñ la "fo rm u la c ió n de una
te o n a ^ a tis fá c to r r á ^ o b r é lá ” éslm H ü rá ’ d é r i e i ^ á j é 'e n 'g e n e r á l T É n cu anto]a
^ lin g ü ís t ic a aplicada, es evidente que se basa tanto en la general com o en la
descriptiva7"" ‘
L a"cú arta y últim a dicotom ía distingue entre una visión más estricta y
más am plia del ámb ito de investigación. N o hay una distinción term inológica
generalm ente aceptada para ello, de m odo que utilizarem os los térm inos ‘ mi-
crolingüística’ y ‘m acrolingü ística’, para decir que en la m i c r o l i n g ü í s-
t i c a, se adopta el punto de vista más estricto y en la m a c r o l j n g ü í s t i -
c a, el_más_ am plio. En su sentido m áxim am ente estricto, la m icrolingüística
se ocupa tan sólo de la estructura de lo s sistemas lingüísticos, sin tener
en cuenta cóm o se adqu ieren las lenguas, ‘se alm acenan en el cerebro o se
em plean en sus diversas funciones, y sin atender^ tam poco a la interdepen­
dencia que hay entre lengua y cultura ni entre lo s mecanism os fisiológicos y
psicológicos que intervienen en el com portam iento lingüístico; en resumen,
sin atender m ás q ue al sistem a lingüístico considerado (c o m o Saussure o. me-
jor, sus editores, lo expusieron) en sí m ism o y p or sí mismc». En su sentido
m áxim am ente am plio, la m acrolingüística se ocupa de todo lo que pertenece
de algún m odo al lenguaje y a las lenguas.
Como existen muchas otras disciplinas, además de la lingüística, que se
aplican al lenguaje, no es sorprendente que ciertas zonas interdisciplinarias
se hayan identificado con la m acrolingüística y hayan recibido una denomi­
nación específica: sociolingüística. psicolingüística. etnolingüística. estilística,
etcétera.
Conviene subrayar que la distinción entre m icrolingüística y m acrolin-
güística es independiente de la que se establece entre lin güística teórica y
aplicada. En pnñcipIoT’Eay uh~áspecto~~téonco en tocias las ramas de la ma-
■crolingüística. Sucede, entonces, que en Ciertas áreas de la lingüística apli­
cada, com o la enseñanza de las lenguas, es esencial adoptar el punto de vista
más amplio, en lugar del más estricto, sobre la estructura y las funciones
de las lenguas. A esto se debe que algunos autores hayan incorporado lo que
aquí denominam os m acrolingüística a la lingüística aplicada.
En capítulos sucesivos atenderem os a algunos otros aspectos de la ma­
crolingüística. Podría pensarse, a ju zgar por la reconocida im portancia del
lenguaje en tantas disciplinas, que la lingüística debería asumir el punto de
vista más am plio posible sobre su propio cam po de estudio. Y en cierto modo,
así es. E l problem a es que to davía no existe, y probablem ente nunca exista, un
marco teórico satisfactorio dentro deí cual podamos contem plar el lenguaje^
al m ism o tiem po desdé un punto de vista psicológico, sociológico7.cultural,
estético y neuropsicológico (para no m encionar otros puntos de vista igual-
mente pertinentes). En la actualidad, la gran m ayoría de lingüistas d iría que
la m icr^ iñ gu istica sincrónica teórica es lo que constituye el núcleo m edular
de su discip lina v lo que le confiere unidad v coherencia. Casi la m itad de
este lib ro se dedicará a este aspecto crucial; el resto se ocupará de la lin­
güística histórica y de una serie selecta de aspectos m acrolingüísticos.

2.2 ¿ E s una ciencia la lingüistica?

La lingüística suele definirse com o la ciencia del lenguaje o. de o tro m odo ,


el estudio científico del lenguaje (cf. 1.1). La razón por la que se dedica un
apartado, en este lib ro y en otras introducciones a la lingüística, explícita­
mente destinado a exam inar la condición científica de la disciplina no debe
pasar por alto. Después de todo, aquellas disciplinas cuya condición científica
está fuera de duda — la física, la quím ica, la biología, etc.— no necesitan jus­
tificar la pretensión de llam arse ciencias. ¿P or qué, entonces, se preocupa la
lingüística de validar su condición científica? ¿ Y a qué se debe que al de­
fender sus credenciales científicas el lingüista dé tan a menudo la im presión
de protestar en exceso? Ante todo ello, no es raro que se levanten las suspi­
cacias del lector.
Un asunto previo al que conviene atender consiste en que, en inglés, la
palabm '~ p á rá"«ciéricia »,''scién cé,,~[Io m ism o que el plural del español, ‘ cien­
cia s'] t tiené~un ‘sentido *más estricto” que sus equivalentes de traducción con-
vencionalm ente aceptados en otras lenguas, como, p o r ejem plo, ‘W issenschaft’
en alemán, ‘nauka’ en ruso e incluso ‘science’ en francés. L a lingüística, así,
sufre más que la m ayoría de las otras disciplinas por las im plicaciones tan ’
específicas que contienen, en inglés, las palabras ‘ sciéñce’ y 'scientific*. «cien -
tífico», que se refieren prim ordialm ente á las ciencias naturales y a sus m é­
todos característicos de investigación. Y así ocurre, aun cuando se vayan ha­
ciendo cada vez más comunes expresiones equivalentes a ‘ ciencias sociales',
/ciencias del com portam iento’ e incluso ‘ciencias humanas’. ¿H em os de inter­
pretar, entonces, la palabra ‘ ciencia’ tal com o aparece en el título de este
ipárrafo en el sentido de sim ple «disciplina académ ica»?
Desde luego, aquí hay más hechos incursos de lo que sugiere esta in ter­
pretación. La m ayoría de lingüistas que suscriben que la definición de su
disciplina equivale al estudio científico del lenguaje lo hacen p ensando en
qüé~Bá y lIir 'ig o 3 ó T íé ñ t ífic5~y~ otro distinto, no científico, de hacer las cosas.
Pueden discrepar acerca de algunas de las im plicaciones del térm ino ‘ cientí­
fico’, com o sucede entre filósofos e historiadores de la ciencia. Pero, p o r lo
general, coinciden en cuanto a las principales diferencias que hay entre el
estudio científico y el estudio no científico del lenguaje. Em pecem os, pues,
con los aspectos del acuerdo.
E l p rim ero y más im portan te consiste en que la lingüística es e m . p i r i c a ,
y no es p rc u la H v a ^ 'T ñ fiB T n fi^ i ’^ e ic ir .^ ^ r a con datos verificabíes o btenidos
po r observación o experim entación. E l em pirism o así entendido constituye
para la m ayoría ía marca distintiva más genuina de una ciencia. En estrecha
relación con él se halla asim ism o la o b j e t i v i d a d. En general, damos
por sentada la iengua7~de una manera práctica e irreflexiva, com o algo fa­
m iliar, desde la niñez. Esta fam iliaridad práctica con la lengua tiende a pre­
valecer incluso cuando se em prende su examen ob jetivo. Existe toda suerte
dé prejuicios sociales, culturales y de inspiración nacionalista en las concep­
ciones de los profanos acerca de las lenguas. Por ejem plo, a menudo se con­
sidera que una determ inada pronunciación o un cierto dialecto de una lengua
ha de ser inherentem ente más puro que otro, o bien que una cierta lengúa es
más prim itiva que otras. Com o m ínim o, hay que p reterir este tipo de creencias
y exigir que térm inos com o ‘ p u ro’ y ‘p rim itivo ’ se definan con claridad o sean
rechazados. - '
Muchas de las ideas sobre las lenguas que el lingüista pone en tela de
juicio, si es que no abandona enteramente, acaso parezcan m eras perogru ­
lladas. P ero com o B loom field (1935: 3) subrayó acerca de las actitudes llenas
de sentido común en los estudios lingüísticos, se trata «m ás de mascaradas
que de sentido común y, en realidad, son actitudes muy poco naturales que
derivan, a escaso trecho, de las especulaciones de los filósofos antiguos y
m edievales». Claro que no todos los lingüistas com parten una opinión tan
negativa sobre, las especulaciones filosóficas del lenguaje, p ero se trata de un
punto de vista, a la postre, válido. Los térm inos con que el profan o se ex­
presa sobre la lengua y las actitudes que sostiene a este respecto tienen su
historia. A menudo le resultaría menos fáciles de aplicar o menos evidentes
si averiguara un poco su origen.
N o vamos a analizar la historia de la lingüística en este libro, aun cuando
se im pongan algunos com entarios generales. En lds introducciones a la lin­
güística es habitual sentar una distinción nítida entre g r a m á t i c a t r a ­
d i c i o n a l y lingüística m oderna con o b jeto de contrastar la condición cien­
tífica de la últim a con ía no científica He la prim era. ¡Desde luego, hay buenas
razones para adm itir tal distinción y señalar que muchas in terp r e t a r a n ^
p.n to m o a las lenguas, in correctas y com unes en nuestra sociedad, tienen su
explicación histórica en los supuestos filosóficos y culturales que se im pusie­
ron en el desarrollo de la grainática^tradjcional. En el apartado siguiente
enumeraremos y e x ^ íh a T é lrio s ’ algunas' ae eflas. H ay que subrayar, no obs­
tante, que la lingüística, com o cualquier otra disciplina, se fundam enta en
el pasado no sólo poniendo en duda y refu tando las doctrinas tradicionales.
sino j a m b ién desarrollándolas y jró lyiéim ola s _a_ form ular. i Muchas obras re­
cientes sobre lingüística, al d escrib ir los principales avances realizados duran­
te los últim os cien años en la investigación científica del lenguaje, han pasado
por alto la continuidad de la teoría lingüística occidental a p a rtir de los
tiempos más prim itivos hasta la actualidad misma. A menudo han carecido
también de perspectiva cron ológica al no tratar la gram ática tradicional a
partir de los objetivos que ella m ism a se había propuesto. N o debe olvidarse
que los térm inos ‘ciencia’ y ‘cien tífico ’ (o sus precursores) se han utilizado
de un m odo diferen te en distintos períodos históricos.
Conviene precisar asim ism o que la llam ada ‘ gram ática tradicion al’ — es de­
cir la’ teóríá lingüística occidental qu é sé rem onta, a -través del R enacim iento
y "la 'E d a d M edia, Hastá~ el pensam iento rom ano_y, aún antes, ai g r ie g o ^ es
múcfio más d ispar y;m atizada' de fo que habitualmente se a d vierte. Más aún,
lo que se ha enseñado eri la éscuéia a generaciones de alumnos reluctantes
y desinteresados a menudo no es más que una versión m al com prendida y
tergiversada. En los últim os años los lingüistas han em pezado a adqu irir una
visión más justa de la contribución de la gram ática tradicional — vam os a
Icontinuar utilizando el térm ino— en el desarrollo global de la disciplina. Que­
dan, desde luego, muchas investigaciones p o r hacer sobre las fuentes origi­
nales de los períodos prim itivos. P ero en la actualidad ya existen historias
de la lingüística que ofrecen un panoram a de los fundamentos y el progre­
so de la gram ática tradicional más satisfactorio de lo que cabía disponer en
la generación de Bloom field y sus inm ediatos sucesores.
V olvam os ahora al estado actual de la lingüística, indudablem ente más
em pírico y o b jetivo en actitudes e im plicaciones que el de la gram ática tra­
dicional. En el próxim o apartado exam inarem os con más detalle algunas de
estas actitudes y supuestos. Ahora bien, en la práctica, ¿es tan em pírico y
o b jetivo com o pretende ser? Es, desde luego, dudoso. Incluso cabe la posi­
bilidad de discrepar, al menos en un plano más refinado de discusión, sobre
la naturaleza de la o b jetivid a d científica y la aplicabilidad del supuesto mé­
todo científico al estudio del lenguaje.
En rigor, los científicos y filósofos de la ciencia ya no aceptan tan fá cil­
mente com o antes la idea de que hay un m étodo único de investigación apli­
cable a todas las ramas de la ciencia. E l térm ino mismo de ‘ m étodo cien­
tífico' parece un tanto pasado de moda, incluso decim onónico. Se ha indicado
a veces que la investigación científica ha de proceder necejéu-jgmente _p_pr
m edió de la g e n e jr y i^ c ió frin d u c tív a n s ó ¥ re J a ^ b a s ^ d e ja iw ^ ^ e n ^ ió n _ jio _ rn a -
nipulada teóricam ente. En realidad, esto es lo que mucha gente sobreentiende
en el ,términQ_lm étpdo cien tífico '. ~Pero son pocos los científicos que han tra­
bajado realm ente de esta manera, incluso en las ciencias naturales. Cualquiera
que sea el sentido que se atribuya a la o b jetivid a d científica, evidentem ente
no im plica que el cien tífico deba abstenerse de teorizar y form ular hipótesis
generales m ientras no haya almacenado una cantidad suficiente de datos. Los
datos científicos, com o se ha subrayado a menudea no. se, dan._en,la_,experien-
\cjá, sino que se tom an de ía experiencia. La observación supone una atención,
selectiva. N o existe observación ni allegam iento de datos al m argen de la
teoría y de alguna hipótesis previa. Para decirlo con una expresión de m oda
originada en Popper, Ja observación está necesariam ente, y desde el m ism o
principio, im buida de teoría.
La frase es sugestiva, pero también controvertida. Se produ jo com o reac­
ción a la concepción radicalm ente em pirista de la ciencia propuesta por los
positivistas lógicos en el p e r ío d o . precedente a la Segunda Guerra Mundial.
Los estudiantes de lingüística no deben ign orar el e m p i r i s m o y el p o ­
s i t i v i s m o . Sin "ún cie rto ^ o ñ ó c im ie n to de e llo — no necesariam ente m uy
detallado o profu ndo— , no pueden com prenderse los aspectos teóricos y m e­
todológicos que” cafacterízan las escuelas Hngüísticas de la actualidad. Lo que
sigue constituye un m ín im o necesario de in form ación básica, presentado, en
lo posible, de un m odo im parcial y sin com prom iso con ninguno de los cam­
pos de la controversia. H ay que añadir, además, que las polém icas afectan al
conjunto de la ciencia y no sólo a la lingüística, ya que los últim os progresos
en lingüística y en filosofía del lenguaje prom ovidos p o r la obra y las ideas
de Chomsky han ejercid o una influencia m uy considerable en la discusión
generalizada acerca del em pirism o y el positivism o no sólo entre filósofos y
psicólogos, sino tam bién entre otros científicos sociales (cf. 7/.4).
E l em pirism o im plica mucho más que la adopción de m étodos em píricos
de verifica ción o confirm ación; de ahí que deba establecerse una distinción
crucial entre ‘em pirista’ y ‘em p írico ’. E l térm ino ‘em pirism o’ se refiere a la
concepción de que todo conocim iento p rovien e de la experiencia — la pala­
bra griega ‘em p eiría ’ significa, aproxim adam ente, «exp erien cia »— y, más en
concreto, de la percepción y los datos sensoriales, jS e opone, en una invete­
rada controversia filosófica, al ‘racionalism o’ — del latín ‘ra tio ’, que significa,
e n este contexto, «m en te», «in te le c to » o «ya zón »— . Los r a c i o n a l i s t a s
destacan el papel que la m ente desempeña en la adquisición del conocim ien­
to. En particular, defienden la existencia de ciertos conceptos o proposicio­
nes a p riori ( ‘a p r io r i’ significa, en su in terpretación tradicional, «con ocid o
independientem ente de la ex p erien cia») a p a rtir de los cuales la m ente inter­
preta los datos de la experiencia. V olverem os a algunos de los aspectos más
concretos de esta controversia a propósito del generativism o (cf. 7.4).
" ~ N o " e s ñecésarió" esllibTeceY aqürñín gú n a distinción en tre em pirism o y po­
sitivism o. E l p rim ero presenta una historia más extensa y es mucho más in-
elusivo com o actitud filosófica. P ero am bos son aliados naturales y marchan
estrechamente unidos en todo lo que aquí nos interesa. E l positivism o des­
cansa en la distinción entre los llam ados datos positivos de la experiencia y
la especulación trascendental de diversos tipos...Tiende a ser agnostíco’ vr ah-
tim etafísico de perspectiva y rechaza todo recurso a entidades no físicas.
El ob jetivo de los p o s i t i v i s t a s l ó g i c o s del Círculo de Viena consis-
tiría en producir un sistem a único p a r a j a ciencia entera, en el .cual ,tp,do. el _
cuerpo""del saber positivo quedaría rep resentado, en últim o térm ino, como
uñ conjunto de proposiciones rigurosam ente formuladas.
Existen aun dos principios mas concretos en esta empresa. El prim ero
se refiere
_ ,
al ahora célebre
r— |. „ u |
p r i n c i p. ..________i.nujuiuii.i.Hi_mii
* ____ _________
i o d e v e nrmimfi iu c a c i !■ó_■»»—n«iim
, r nimsegún el cual
» T nr—rrr tn rT ~ rriir r- r
ninguna afirm ación tiene sentido a menos que pueda verificarse por la obser­
vación o p or m étodos científicos aplicados á los datos de la observación,,E j.
segundó se refiere al principio del r e d u c c i o n i s m o, según eP cu a T h a y
ciencias más básicas que otras — así, la física y la quím ica serían m ás básicas
que' la biología, la biología más básica que la p sicología y la sociología, y asi
sucesivamente-—’ por lo q ue' 'én ”la” gran S ín tesis de ía ciencia unificada, los
conceptos y proposiciones de las ciencias menos básicas debían red u cirse,a
los conceptos y proposiciones de las más básicas (esto es, reinterpretarse
a p a rtir de ellpg)^ É l reduccionism o, contra lo que sucede con el principio
de la verificación, era característico de un grupo más am plio de estudiosos
que trascendía a los p ropios m iem bros del Círculo de Viena hace unos cua­
renta años.
Actualm ente se ha abandonado el prin cip io de la verificación (pese al im­
portante * p á p é r ^ F 'E á '^ e s e m ^ ñ a 3 o ^ ñ ~ íá ~ form ación de la teoría veritativa
del significado: cf. 5.6), m ientras que el del reduccionism o ha perdido el res­
paldo de científicos y filósofos de la ciencia en com paración a cuando B loom ­
field escribió su clásico manual de lingüística en 1933. M enciono a Bloom field,
lo que no es sorprendente, p o r su extraordinaria adhesión al em pirism o y al
positivism o. Así se desprende claram ente del segundo capítulo de su manual.
É l estaba, en realidad, estrecham ente relacionado con el m ovim iento de la
Unidad de la Ciencia y suscribía totalm ente el principio del reduccionismo.
Y más que nadie, sobre todo en N orteam érica, impuso a la lingüística un
ideal suprem o de ciencia. De ahí que exista, en nuestra disciplina, un legado
h istóricam ente explicable de em pirism o y positivism o.
El. reduccionism o y. m ás_ en general,,, el.p ositivism o han perdido atractivo
ante la m ayoría dé científicos actuales. H o y se piensa más bien que no existe
algo así com o un m étodo cien tífico único aplicable a todos los campos, y que
la diversidad de procedim ien tos no sólo debe tolerarse p or su m era necesidad
inm ediata en cada disciplina, sino que puede resultar incluso justificable, a
la larga, en virtu d de diferencias irreductibles en el p rop io o b je to de estudio.
Y a desde el siglo x v n — a p a rtir de Descartes y Hobbes— algunos filósofos
de la ciencia habían expresado sus dudas sobre la pretensión positivista de
explicar los procesos mentales a p a rtir de m étodos y conceptos característi­
cos de las ciencias físicas. Gran parte de la psicología y la sociología del pre-
sente siglo, lo m ism o que la lingüística, se han visto afectadas p o r este espí-
ritu positivista. Pero sobre todo en la lingüística, el positivism o ha recibido
liltin S iñ éñ te'u 'n serio atáqüe~como me todo irrealizable o estéril.
En resumen, la cuestión de si una disciplina es o no científica ya no puede
contestarse satisfactoriam ente, si es que alguna vez lo fue, apelando al lla­
mado m étodo científico. Toda ciencia bien establecida em plea conceptos teó-
ricos característicos y m étodos propios para obtener e in terpretar los datos,.
T o que en el capítiilo áñ ten or denominábamos ficción — ef sistem a iinguisti-
c o ^ puede describirse en térm inos científicam ente más precisos com o c o n s -
t‘r u c t o'" t e ó r i c o . Desde luego, puede ponerse en entredicho la realidad
de tales constructos, al igual que la realidad de los constructos teóricos de
la física o la bioquím ica. Es más provechoso, en cambio, preguntarse por el
propósito explicativo que cada constructo teórico postulado trata de cu m plir
con respecto a los datos.
Todo lo dicho hasta aquí sobre el em pirism o, el positivism o y el estado
actual del llam ado m étodo científico pertenece a lo que hemos considerado
más o menos evidente e incontrovertido. Veam os ahora los aspectos polé­
micos.
E l prim ero se refiere a las implicaciones contenidas en la noción de Popper
sobre la observación im buida de teoría. Aquí la controversia radica en el uso
del térm ino ‘ teoría’. L o que Popper quería decir iy estaba precisam ente criti­
cando era la distinción tajante de los positivistas, lógicos., entre, la observación
considerada en sí misma, teóricam ente neutra, y la construcción de la teoría
entendida com o una m era generalización inductiva. Evidentem ente, estaba en
lo cierto al poner en duda la claridad de esta distinción y, en especial, la idea
de que la observación y la colección de datos pueden y deben realizarse an­
tes de form ular toda hipótesis. A menudo, sucede que la selección de datos
está determ inada po r alguna, hipótesis q ue el científico desea verificar,. sin
que im porte cóm o haya llegado a ella. Ahora bien, la invalidez de la idea so-
breT íá observación y colección no selectiva de datos tam poco im pide que
pueda establecerse una distinción entre conceptos pretóricos y teóricos. En
rigor, n o'h a y que am pliar el térm ino ‘ teoría’ hasta el punto de abarcar en él
todas las concepciones previas y las expectativas con que el científico aborda
y selecciona lo observable. Nosotros adoptarem os la distinción entre concep-
tos preteóricos y teóricos en diversos momentos de los capítulos subsiguien-
tes y adm itirem os que la observación, aun cuando sea necesariam ente selec-
tivá, puede sujetarse a "controles m etodológicos satisfactorios, tanto en. la
lingüística com o en otras ciencias basabas en ía experiencia em pírica.
O tro aspecto de la controversia — y uno de ios que han cobrado especial
-‘im portancia en la lingüística actual— se refiere a l papel de ía intu ición y a
los problemas’ m étodologicós derivados de ella. E l ' térm ino ‘ intuición* con-
tiene asociaciones más bien desafortunadas. Cuando aludimos a las intuicio­
nes del hablante nativo acerca de su lengua nos referim os a los ju icios es­
pontáneos y nq .condicionados sobre la aceptabilidad o inaceptabilidad de
enunciados. equivalencia o no equivalencia de enunciados, y así sucesivamen­
te^ H ubo un tiem po en que algunos lingüistas pensaron que cabía, en princi­
pio, o m itir las intuiciones de los hablantes nativos sim plem ente allegando un
co rp u s suficientem ente copioso de datos obtenidos con naturalidad y so­
m etiéndolo a un análisis exhaustivo y sistem ático. En la actualidad m uy pocos
suscribirían este punto de vista. Es evidente que muchos enunciados dichos
con naturalidad resultan, p or razones lingüísticam ente no pertinentes, inacep­
tables, e incluso que no hay ningún corpus de m aterial, p o r muy grande que
sea, capaz de contener ejem plos de todos los tipos aceptables de enunciado.
Sin em bargo, el recurso a las pruebas intuitivas continúa con trovertido en
un par de aspectos. -
E l p rim ero consiste en determ inar si las intuiciones a que se refiere el
1ingüTslá"foñ5a5rpartirefécfí^mé5t<r'aelá~c6m^
hablante n ativy. Si -es así, a ju zgar p o r la definición de Chomsky de ‘com pe­
tencia’ y su form ulación sobre los o b jetivo s de lingüística, esas intuiciones
deben en trar en la descripción de la lengua. P ero la m ayoría de lingüistas
probablem ente no aceptaría las intuiciones del hablante nativo com o dato
fehaciente para la descripción. V o lverem os a este asunto al tratar del gene­
rativism o (c f. 7.4).
La segunda parte del litigio se re fiere a la fia b ilidad de los juicios del ha­
blante nativo cóm b~reflejo~o pronpistico del com portam iento lingüístico pro­
pio y ajeno. Los lingüistas reconocen en general que estos juicios, al menos
en ciertos aspectos, son muy poco fidedignos. Los propios hablantes nativos
no sólo discrepan entre sí acerca de lo que es o no aceptable, aun cuando no
hay razones para pensar que hablan dialectos diferentes, sino que, además,
sus ju icios varían a lo largo del tiem po. O curre incluso con frecuencia que
un hablante nativo rechace por inaceptable un cierto enunciado propuesto
por el lingüista y más tarde se le oiga produ cir justam ente el m ism o enun­
ciado en algún contexto natural de uso. En cuanto a las in trospecciones del
lingüista sobre sü propia lengua, hay qu e a d m itir que son, al menos, tan**
poco fiables, a menudo incluso p o r otras razones, com o las intuiciones del
lego. Acaso el lingüista esté menos pendiente que el p rop io lego de las con­
venciones del uso corrpcto (p o r ejem plo, adm itiendo sin reparos una cons-
i trucción com o estaba en tre tú y yo, en lugar de estaba en tre ti y m í). Pero sus
ju icios son más proclives al distorsionam iento precisam ente porque sabe las
im plicaciones que tienen para éste o aquél o tro asunto teórico. Las introspec­
ciones del lingüista sobre el com portam iento p rop io y ajen o pueden muy
bien estar imbuidas dé teoría, aun cuando no ocurra así con la observación
directa de la conversación espontánea.
Desde luego, hay graves inconvenientes m etodológicos a la hora de alle­
gar datos fidedignos en todo el ám bito de la lingüística teórica. Pero estos
inconvenientes no son más serios que los de quienes trabajan en psicología,
sociología o en las ciencias sociales en general. Puede decirse, por el contrario,
que, en ciertos respectos, el lingüista se encuentra más cóm odam ente que la
m ayoría de científicos .sociales, pues se distingue con claridad qué parte de
lo observado pertenece al com portam iento lingüístico y qué parte no le per­
tenece. Existen, además, aspectos muy am plios, en la descripción de cual­
qu ier lengua, en que la fiabilidad de las intuiciones del hablante n ativo o de
las introspecciones del propio lingüista no plantea ningún problem a serio.
N o hay que exagerar, p o r tanto, los inconvenientes m etodológicos que apare­
cen en el curso de la investigación lingüística.
En el apartado a n terior nos hemos referid o a la psicología, a la sociología
y a las demás ciencias sociales. Muchos lingüistas, acaso la mayoría, clasifi­
carían su disciplina entre las ciencias sociales. Pero la lingüística no se pres­
ta fácilm ente a ninguna división académica que distinga entre ciencia y arte
ni entre ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades. El uso creciente
de expresiones tales com o ‘ciencias de la vid a ’, ‘ ciencias del com portam iento’,
‘ ciencias humanas’ o ‘ciencias de la tierra' indican que muchas disciplinas
sienten la necesidad de agruparse por razones estratégicas o tácticas que poco
tienen que ver con las distinciones convencionales. La cuestión de si la lingüís­
tica, com o asignatura universitaria, se encasilla m e jo r en una facultad o en
otra constituye un m ero asunto de conveniencia adm inistrativa. Com o se ha
señalado antes, la lingüística o frece vínculos naturales con una gama muy am-’
plia de disciplinas académicas. Por ello, al decir que constituye una ciencia
no se niega en absoluto su estrecha relación tem ática con disciplinas tan
húmañas~como lia ''iSfósóWá'^ a' critica literaria.
En apartados subsiguientes examinaremos una serie de principios que los
lingüistas de hoy suelen tom ar p or válidos y que, en su m ayor parte, pueden
considerarse derivados del ideal científico de la objetividad. Como la lingüís­
tica moderna, al afirm ar su objetividad, se ha declarado tan a menudo al
margen de la tradición, estos principios se contraponen con frecuencia a los
que determ inaron las actitudes y supuestos característicos del gram ático tra­
dicional.

2.3 Terminología y notación

Toda disciplina dispone de su propio vocabulario técnico, y la lingüística no


es una excepción. La m ayoría de térm inos técnicos que em plean los lingüistas
aparecen en el curso de su obra y son fácilm ente com prensibles si se atienden
con atención y sin prejuicios.
A veces, no obstante, se objeta que esta term inología o jerga de la lin­
güística es más com pleja de lo necesario. ¿Por qué es tan proclive el lingüista
a la creación de térm inos nuevos? ¿P or qué, no se con form a con hablar de
sonidos, palabras y partes de la oración en lugar de inventar nuevos térm inos
técnicos com o ‘ fonem as’, ‘ m orfem as’ y ‘clases de fo rm a ’ ? E llo se debe, evi­
dentemente, a que los térm inos corrientes sobre la lengua — muchos de los
cuales, incidentalm ente, se form aron com o térm inos técnicos de la gram ática
tradicional— son im precisos o ambiguos. Desde luego, esto no im pide que el
lingüista, com o otros especialistas, no incurra a veces en una pedantería ter­
m inológica fuera de lugar. N o obstante, en principio, si el vocabulario espe­
cializado de la lingüística se em plea con m oderación y con propiedad sirve
para clarificar y no para ensom brecer, ya que evita la ambigüedad y los po­
sibles malentendidos.
Lo m ism o puede decirse con respecto a la notación. N o hay más rem edio
que u tilizar la lengua para hablar tanto del lenguaje en general com o de las
lenguas en particular. Por ello necesitam os identificar con exactitud a qué
partes o rasgos de una lengua aludimos. E l em pleo de notaciones especiales
facilita muchísim o esta labor. Por ejem plo, puede surgir la necesidad de dis­
tinguir entre el significado de una palabra y su form a, y entre cada uno de
estos aspectos y la palabra misma. Y no existe, desafortunadamente, un gru­
po generalm ente adm itido de convenciones notacionales que perm ita esta­
blecer éstas y otras distinciones. En este lib ro recurrirem os al uso de com illas
simples, com illas dobles y cursiva. P o r ejem plo, distinguirem os entre «m esa »
y mesa, para distinguir, respectivam ente, entre el significado y la form a (o una
de las form as) de la palabra 'mesa'. Gracias a estas convenciones, podemos
mantener separados, com o verem os más adelante, al menos d os.de los senti­
dos de la palabra ‘palabra’ : el prim ero, para lo que aparece en el diccionario
de la lengua; el segundo, para lo que se escribe entre espacios com o una se­
cuencia de letras en un texto escrito.
Más adelante introducirem os otras convenciones que perm itan distinguir
las form as habladas de las escritas, y las form as habladas de un cierto tipo
(fo n ético) de las habladas de o tro tipo (fo n o ló gico ), y así sucesivamente. Lo
que aquí nos interesa establecer, en general, es que las diversas convenciones
son, si no absolutam ente esenciales, sí al menos muy útiles para aludir a los
datos lingüísticos y precisar de qué se está hablando. Ofrecen, además, la
ventaja de inducir al lingüista a m editar con cuidado distinciones que de
otro m odo podrían pasar inadvertidas. M uy a menudo resulta d ifícil aplicar
con absoluta coherencia una determ inada convención notacional, lo que lleva
a veces a replantear la distinción teórica para la cual se había establecido al
principio. Ésta es también una de las form as de progresar en toda disciplina.

2.4 L a lingüística es descriptiva; no prescriptiva

Aquí em pleamos el térm ino ‘d escrip tivo’ en un sentido d ife rente y opuesto
tanto, a ‘gen eral’ com o a ‘h istórico’. Este contraste es el que se establece en-
tre d e s c r i b i r cóm o son las cosas y p r e s c r i b í r cóm o deberían ser.
O tro térm ino equivaTénte á~F^ esS Tpn voT~eñ ^posicíoír~an áloga a ‘d escriptivo’,
es ‘n orm ativo’. A firm ar q ue la lingüística es una ciencia descriptiva (es decir,
no n orm ativa) supone que el lingüista trata de descubrir y alm acenar las
reglas que siguen realm ente los m iem bros de una com unidad lingüística sin
im pon eríes"otras reglas- o “normas” T3ívérsas^"y," p or tanto, extrañas) de co-
rrección. ' '
Quizá resulte confuso em plear, com o acabo de hacer, el térm in o ‘ regla’
con dos significados tan diferentes. Los lingüistas, con razón o no, lo utilizan
así. Será útil, p o r tanto, ilustrar la diferen cia entre am bos tipos de reglas
— llamémoslas inmanentes y trascendentes, respectivamente— a través de algo
que“ ñaclá—tíérieTqué ver con la íefrfgli á7"E xami ríemo s"el com portam iento sexual
de la gente en una sociedad dada. Si nos interesa el punto de vista puramente
descriptivo (es decir, no norm ativo) en la investigación de dicho com porta­
miento, trataremos de averiguar cómo se comporta realmente la gente a este
respecto: si practican el sexo prematrim onial y, si es así, de qué manera y
desde qué edad; si los maridos y las esposas son igualmente fieles o no a sus
compañeros, y así sucesivamente. Ahora bien, en tanto que el com portam ien­
to de un grupo dentro de la comunidad esté gobernado, en la práctica, por
principios determinables — si los miembros los obedecen o no, o son cons­
cientes de ellos— , podemos decir que está regulado, en el sentido de que las
reglas son i n m a n e n t e s al com portam iento real. Pero tales reglas (si es
que cabe llam arlas-' así) son muy distintas en condición, si no en contenido,
de las reglas de conducta que podría prescribir la relación establecida o una
cierta m oralidad convencional. La gente, en la práctica, puede o no amoldarse
a esta suerte de reglas t r a s c e n d e n t e s (es decir, extrañas, o no in­
manentes) del com portam iento sexual. Por lo demás, puede haber diferen­
cias entre el modo com o la gente se comporta y como afirma o incluso cree
comportarse. Todas estas diferencias guardan correlación con el com porta­
miento lingüístico. La distinción más importante, sin em bargo, es la que se-
para las reglas trascendentes (o prescriptivas) 5e las inmanentes (o descrip­
tivas). Las afirmaciones y negaciones prescriptivas son órdenes (¡D i / Ñ o
digas )¿7)7 mTéñt7iiJ~^TTás*^fírma£Ío^es y negaciones descriptivas son sim-
ples áse^ racloñ esT £ á “ ^n /e"3¿cF7 no dice X ).
E ITn ofivo"prfñ^ípall3F ^ü elóTTingm stás actuales insistan tanto en la dis-
tin c ió ñ ^ iíffg ~ r ^ la s ~ d H c ñ p t iM s ~ y ^ fe s m ^ w á s " reside en q u é lá gram ática
tradicional presentaba un talante fuertemente norm ativo. El gram ático con­
cebía su tarea com o la form ulación de pautas de corrección y su imposición,
en caso de necesidad, a los hablantes de la lengua respectiva. A algunos segu­
ramente les resultarán fam iliares muchos de los preceptos norm ativos de la
gram ática tradicional: «L a segunda persona singular del indefinido nunca ter­
mina en -s» (no cantastes, sino cantaste); «H ay que evitar la ambigüedad
entre antecedente y cláusula de relativo» (no Es el ch ico del vecino que estu­
vo aquí)-, «H a y que respetar la correspondencia entre d eícticos» (n o Pásame
esto que llevas a h í); «N o hay que confundir los numerales partitivos con los
ordinales» (n o E l lib ro está en la doceava ed ición); «E l o b jeto indirecto pro­
nominal carece de concordancia de género» (n o La escribió una postal).'

1. [E n el o rigin al, se consignan las siguientes n o rm a s :] «N u n c a debe em plearse u


n egativa d o b le » (n o / d íd n ’t do n oth in g, sino í d id n 't do anything, « N o h ice n a d a »); «N u n ­
ca term in a r oración con p rep o sició n » (n o T h a t's the m an I was speaking to, sino T h a t's
the m an to w h om l was speaking, «E s el h om bre con quien estu ve h a b la n d o »); « E l verb o
‘ to b e ’, ''ser/estar'', exige el m ism o caso antes y después» (p o r tanto, al a p lica r esta regla
debe correg irse í t ’s m e p or I t is /, «S o y y o »); «L a form a a in 't es in c o rre c ta » [(n o A in ’t
m isbeh avin g, sino ! am n o t m isbehaving, « N o me p o rto m a l» )] « N o debe escin dirse el
in fin itiv o » (c o m o en I want you to cleariy understand, «Q u ie ro que (lo ) entiendas clara­
m en te», don de -clearly está in tercalado en la form a [c o m p u es ta ] de in fin itivo to u n dersta nd).
E l exam en de estos ejem plos dem uestra de inm ediato qué tienen un ca­
rácter bien heterogéneo. H ay dialectos del español en que nunca aparece el
llamado laísm o (es decir, el uso de la en vez de le ), m ientras que en otros
constituye, desde un punto de vista puram ente descriptivo, la construcción
correcta. Cuando se aducen razones para condenar el laísm o u o tro fenóm eno
similar en nom bre de algún principio descriptivo que lo descalifique por vul­
nerar alguna prem isa necesaria, la lógica se con vierte en una suerte de orácu­
lo. Así ocurre, p or ejem plo, al p roscribir las construcciones de doble negación
(algo así com o N u n c a 'n o ha ven id o) en ciertas lenguas com o en inglés [o en
latín clásico]. Esgrim iendo la lógica, se ha argum entado que dos negaciones
equivalen a una afirm ación. Esto m erece algunos com entarios. En p rim er lu­
gar, delata una incom prensión palm aria de lo que es la lógica y de cóm o
opera, si bien no tenemos por qué en trar ahora en la naturaleza de los axio­
mas lógicos ni en la com pleja cuestión de cóm o se relaciona la llam ada
lógica natural del com portam iento lingüístico ordin ario con los sistemas ló ­
gicos que construyen e investigan los especialistas. L o único que vale con­
signar aquí es que no hay nada intrínsecam ente iló gico en íai construcción
n e g a t iv a dobig En los dialectos en que se em plea con regularidad actúa sis­
temáticamente según reglas y principios gram aticales de interpretación que
son inmanentes al com portam iento de las respectivas comunidades dialecta­
les. Tam bién conviene mencionar, a p rop ósito de la construcción negativa
doble, que, tal com o funciona en ciertos dialectos del inglés, no puede des­
cribirse adecuadam ente sin tener en cuenta rasgos com o el acento y la en­
tonación. Las reglas del inglés estándar (esto es las reglas inmanentes al com ­
portam iento lingüístico de los hablantes de un determ inado dialecto del
inglés) perm iten / did n’t do n othing (con el significado aproxim ado de « N o
es cierto que y o no h iciera n a d a ») siem pre y cuando d i& f’t se acentúe, o
bien, ju n to con otras im plicaciones o presuposiciones, si do o n o th in g se
pronuncian con un acento especialm ente enfático. En los dialectos en que
I didn’t Ido n o th in g (con acento n orm al) puede significar « N o hice n ad a»
también tom a los significados del inglés estándar, si bien el acento y la en­
tonación evitan la confusión. Puede observarse, en fin, que son muchas las
lenguas donde la llam ada construcción negativa doble se produce precisa­
mente en el dialecto literario: por ejem plo, en francés, italiano, español o
ruso — p o r no m encionar sino algunas de las m odernas lenguas europeas más
familiares— . Incluso el más prestigioso dialecto del griego antiguo — el grie­
go clásico, em pleado en .las obras de Platón, Sófocles, Tucídides y aun del
padre de la lógica, el propio A ristóteles— tenía una construcción negativa
doble. ¡Y a fin de cuentas la gram ática tradicion al se origin a en la descrip­
ción de los dialectos literarios de la antigua G recia!
Otros preceptos norm ativos de la gram ática tradicion al — com o [e n in­
glés] la condena de la escisión del in fin itivo (... to clearly understand) o de
I t ’s m e— derivan de la aplicación de principios y categorías que en un m o­
mento an terior se habían establecido para la descripción del griego y el latín.
Así, ocurre que las form as a que se aplica el térm ino ‘ in fin itivo’ contienen
una sola palabra en griego y en latín, lo m ism o qu e en francés, alemán, ruso,
español, etc. Tradicionalm ente, las form as de dos palabras, com o to under-
stand, «com p ren d er», to go, « ir » , etcétera, se denom inan tam bién in fin itivos,
aun cuando su función sólo pueda com pararse en parte con la de los in fi­
nitivos latinos, pongam os por caso. Com o verem os más adelante, la posibi­
lidad de escindir una form a (en el sentido en que se utiliza con respecto al
infinitivo [en in g lé s ]) es uno de los principales criterios que aplica el lin­
güista para decidir si se trata de una o de dos palabras. Y dado que p o r otros
m otivos y por las convenciones ortográficas de la lengua escrita los llam ados
infinitivos del inglés son form as de dos palabras, no cabe objeción, en prin­
cipio, para separarlas. En cuanto a la proscripción de I t ’s m e, «S o y y o », et­
cétera, lo cierto es que las llamadas diferencias de caso de la gram ática
tradicional (y o fren te a me, m í; tú frente a te, ti; él fren te a le, lo, etc.) no se
encuentran en todas las lenguas, y ni siquiera algo que quepa identificar, por
su función y sus características gramaticales, com o un verb o que signifique
«s e r». Además, en las lenguas con casos y verbos equivalentes ál latín ‘esse’,
al inglés ‘ to b e’ [o al español ‘ ser’ ], la diversidad de construcciones posibles
es tal, que la tradicional regla, « E l verbo ‘ to b e’ tom a el m ism o caso antes
y después», denuncia inm ediatam ente lo que es: una regla n orm ativa basada
en el latín que no se sostiene en criterios más generales.
Es interesante notar que muchos hablantes de un inglés que los gram á­
ticos tradicionalistas considerarían bueno' dirían y escribirían betw een you
and I [en lugar de betw een you and m e ), «en tre tú y y o ». H e to ld y ou and I
[en lugar de H e told you and m e], « L o d ijo a t r y a m í», etc.2 Estas cons­
trucciones violan otra tradicional regla prescriptiva del inglés: «L o s verbos
y las preposiciones rigen su o b jeto en acusativo». Derivan, al parecer, de lo
que se denomina u l t r a c o r r e c c i ó n , e$to es la am pliación de una re­
gla o principio, p o r ign orar su cobertura, a fenóm enos a los que o rigin al­
m ente no se aplicaba.3 Queda, así, ignorada la naturaleza de la regla pres-
criptiva, sobre tod o porque muchos hablantes que dirían con naturalidad
Y ou and m e w ill go, «T ú y m í» ( = y o ) irem os», nunca dirían, en cam bio. M e
w ill go, «M í iré », ni H e told I, «M e d ijo a y o ». Se in terpreta, p o r el con trario
(para no pasar p o r hablante de un inglés deficiente) com o una n orm a para
sustituir you and m e (o m e and y ou ) p o r you and I en todas las posiciones.
E llo da lugar no sólo a lo que la gram ática tradicional aceptaría, Y o u and
1 w ill go tegether, «T ú y yo irem os ju n tos», etc., sino tam bién a lo que con­
denaría, between you and I, «en tre tú y y o », H e to ld you and I, « D ijo a ti

2. [Algo semejante sucede en español con ‘entre’, que rige actualmente las formas
pronominales de nominativo (v. gr., Entre tú y yo lo haremos) tras una situación vaci­
lante hasta ñnales del xvu (v. gr.. Estaba entre ti y m í).]
3 [U n ejemplo de ultracorrección en español se encuentra en una grafía como Viva
lio, en lugar de Viva yo, cuyo autor, sin duda semianalfabeto y yeísta, esto es hablante
que confunde 11 (v. gr,,. calló) e y (v. gr., cayó) en favor de y (y pronuncia [kayó] en am­
bos casos), se corrige-indebidamente al aplicar en exceso (en una forma de ‘yo’) la nor­
ma ortográfica que ha de aplicar todo yeísta de que, a veces, ha de escribir < ll> donde él
pronuncia [y ], Cf. 6.5, nota 3.]
y a y o », etc. L o que no im plica, p o r supuesto, que todo hablante de inglés
que diga betw een you and I, H e ío_íd you and I, etc., haya realizado la ope­
ración de aplicar bien y mal, al m ism o ^tiempo, la regla tradicional. Estas
construcciones son tan comunes en el habla actual de la clase m edia y alta
del inglés estándar de In gla terra que seguramerite^ las han aprendido con
toda naturalidad la m ayoría de los que las utilizan. Y no hay duda, sin em ­
bargo, de que se origin aron en un proceso de ultracorrección.
Desde luego, ni la lógica ni la gram ática del latín sirven de tribunal de­
cisorio para d ecid ir si algo es o no co rrecto en inglés. Tam p oco puede a p e­
larse a la autoridad incuestionable de la tradición p o r la tradición (« A s í m e
los énséñáron a m i, a m is padres y a los padres de m is p a d res») o al uso
de los escritores más reputados de la lengua. H ay una opinión am pliam ente
adm itida en nuestra sociedad, al m enos hasta hace poco, según la cual el
cam bio lin gü ístico supone necesariam ente un decaim iento o una corrupción
de ia lengua, ü sta o p im ó ji no puede defenderse de ningún m odo. Todas Tas
lenguas están sujetas al cam bio, no hay más que observarlo. De ahí que la
tarea de la lingüística h istórica consista en investigar todos los detalles po­
sibles del cam bio lingüístico y, m ediante una teoría explicativa, contribu ir al
con ocim ien to de la naturaleza del lenguaje. Los factores que determ inan el
cam bio son com plejos y hasta ahora sólo parcialm ente com pren didos. Pero
sé conocen suficientem ente ya — desde m itad del siglo pasado^— para que no
quepa duda de que, si se m ira sin p reju icios el cam bio en la lengua, lo qu e
en un m om ento se condena com o corrupción o decaim iento de criterios tra­
dicionales de uso puede siem pre ponerse en correlación con o tro cam bio
an terior del m ism o tipo que dio origen al uso que los propios tradiciona-
listas consideran genuinam ente correcto.
En cuanto al prin cip io de seguir los criterios de los escritores más con­
sagrados, tam bién es índeienaiDie, ai m enos por la form a en que suele aplicar­
se. N o nav razón para creer que un escritor, p o r m uy genial que sea, está
in vestido de un don especial para el conocim iento seguro y certero de las
reglas trascendentes de corrección p o r encim a de los demás hablantes. De
ahí que la gram ática tradicional tenga un verdadero p reju icio litera rio en
sus 'bases de com paración. E llo se debe a que en períodos im portantes del
desarrollo cultural europeo — desde la escuela alejandrina en el siglo n a. C.
hasta el hum anism o renacentista— la descripción gram atical, p rim ero del
griego y luego del latín, estaba subordinada a la tarea práctica de hacer acce­
sible la literatu ra p rim itiva a los que no hablaban, o no podían hablar p o r
el paso del tiem po, el dialecto del griego o del latín en que se basaba la len­
gua de los textos clásicos. E l p reju icio litera rio de la gram ática tradicional
no sólo se explica por estos hechos históricos, sino que resulta aun, ju stifica­
ble, al m enos en lo que atañe a la descripción del griego y del latín. Pero
carece de sentido en la descripción gram atical de las lenguas habladas m o­
dernam ente.
N o hay, en la lengua, pautas absolutas de corrección. Podem os decir que
un ex tra n jero ha com etido un e rro r si dice algo que viola las reglas inm a­
nentes al uso de los hablantes nativos. Podem os decir igualm ente, si nos
em peñam os en ello, que el hablante de un dialecto social o regional no es­
tán dar se ha expresado de una fo rm a no gram atical si su enunciación vu l­
nera las reglas inm anentes a lengua estándar. Pero al expresarnos así adop­
tam os, desde luego, el supuesto de que quería u tilizar la lengua estándar o de
que, al menos, debía h aberlo qu erido. Y este supuesto requ iere justificación.
Para evita r m alentendidos, hem os de subrayar que, al distin gu ir en tre
descripción y prescripción, el lingüista no m ega el establecim ien to y la pres­
crip ció n de norm as de uso. E xisten evidentes ven tajas adm inistrativas y edu-
cacionales en el m undo m oderno si se estandariza un dialecto prin cip al para
un determ in ado país o región. E ste proceso de estandarización ya ha tenido
lu gar durante largos p eríod os en muchos países occidentales, con o sin la
in terven ción d el gobierno. En la actualidad se está realizando a escala ace­
lerad a y den tro de la p olítica oficial en algunas naciones en vías de desarrollo
de' Á fric a y Asia. E l problem a de seleccionar, estandarizar y p ro m o ve r una
determ in aba lenguá o dialecto a expensas de ofras está lle na de difacultades
p o líticas y sociales. ¡Forma parte efe lo que se ha ven ido en Uaínar " p í a ^ T IT í-
c a c i ó n l i n g ü í s t i c a , , un cam po im portan te de la soc iolingüística apli-
ca3a.
T a m p oco debe pensarse que, al negar que todo cam bio en la lengua sea
para mal, el lingüista im pliqu e que deba ser necesariam ente para bien. E l
lin gü ista se lim ita a poner en tela de ju icio la apelación irreflexiva a crite­
rios em píricam ente desacreditados. Concede que cabe la posibilidad, en prin­
cip io, de evalu ar los dialectos y las lenguas p o r su flexibilidad relativa, el
ám b ito de expresión, la precisión y el potencial estético, y acepta ciertam en ­
te qu e el uso de un dialecto o lengua p o r cada hablante y escritor puede ser
más o menos efectivo. N o obstante, y a ju zgá r p o r la obra cien tífica más
recien te sobre el lenguaje y las lenguas, tam bién ha de a d m itir que la ma­
y o ría de estos ju icios son extrem adam ente subjetivos. C om o m iem bro de
una com unidad de hablantes, el lingüista tendrá sus propios preju icios, es­
pontáneos o derivados de su origen social, cultural o geográfico, y puede ser
con servador o progresista p o r tem peram ento. Sus actitudes hacia la propia
lengua no serán menos subjetivas, a este respecto, que las del profan o. P o r
ejem p lo , puede en contrar agradable o desagradable una determ inada p ro ­
nunciación o dialecto. Puede, incluso, c o rregir el habla de sus h ijos si los oye
u tiliza r una pronunciación, una palabra o una construcción gram atical re­
probadas p o r los puristas. Ahora bien, al proced er así, si es consecuente con­
sigo m ism o, sabrá que co rrige algo n o inherentem ente in correcto, sino sólo
en relación con un cierto m odelo que, p o r razones de p restigio social o p o r
alguna ven ta ja educativa, desea que adopten sus hijos.
„ E n cuanto a su actitud con respecto a la lengua literaria, el lingüista se
lim ita a subrayar que la lengua se em plea para muchos propósitos y que
estos em pleos no deben juzgarse a p a rtir de criterio s aplicables única o p ri­
m ord ialm en te a la lengua literaria. Esto no qu iere decir, en absoluto, que
sea h ostil a la literatu ra o a su estudio en la escuela y la universidad. P o r
e l con trario, m uchos lingüistas manifiestan un particu lar interés p o r la in­
vestigación de los usos litera rios a que se aplica la lengua y al m odo de cul­
m in ar dichos usos. E sto fo rm a parte — muv im portante, p o r cierto— de la
r ama de la m acrolingüística conocida p o r e s t i l í s t i c a .

2.5 Prioridad de la descripción sincrónica

E l prin cip io de lá p riorid a d de la descripción sincrónica, característico, en su


m ayor parte, de la teo ría lingüística del presente siglo, im plica 'que las con­
sideraciones históricas carecen de relevancia para investigar los diversos es­
tados tem porales de una lengua. A l com ienzo del capítulo (cf. 2.1). introdujim os
los térm inos de 'sin cron ía y *diacronía’, debidos a Saussure. Aquí vam os a
u tilizar una de las analo|ías utilizadas p o r este autor para ilustrar la prio­
rid ad de lo sincrónico sobre lo diacrónico.
Com parem os el desarrollo h istórico de una lengua con una partida de
a jedrez que se ju ega ante nosotros. La situación del tablero cam bia cons­
tantem ente a m edida que cada ju ga d o r realiza su m ovim iento. E llo no obs­
tante, en cada m om ento puede describirse sin residuos la situación de ju ego
a p a rtir de las posiciones ocupadas p o r las piezas. (En realidad, no es exac­
tam ente así. P o r ejem p lo, el estado del ju ego queda afectado, por lo que se
refiere a las posibilidades de enrocar, p o r haber m ovido el rey de su posi­
ción inicial, aunque luego vu elva a ella. Podem os pasar p o r alto estos deta­
lles m enores que in frin gen la analogía de Saussure.) N o im p orta por qué
cam ino llegan los ju gadores a un determ inado estado de juego. A l m argen
del núm ero, la naturaleza o el ord en de los m ovim ientos anteriores, puede
describirse cada posición sin necesidad de hacer ninguna referencia a ellos.
L o m ism o sucede^ según Saussure, con el desarrollo histórico de las lenguas.
Todas cam bian constantem ente. P ero cada estado sucesivo de una lengua
puede, y debe, describirse en sus p rop ios térm inos sin referencia a sus ante­
cedentes ni a sus probables consecuencias.
T o d o esto acaso parezca dem asiado teórico y abstracto, pero contiene
im plicaciones bien prácticas. L a prim era se refiere a lo que cabe llam ar fa -
1 a c i a e t i m o l ó g i c a . La etim ología es el estudio del origen y evolución
dé las" palabras. 5us m entes se encuentran, p or lo que concierne a la tradi­
ción gram atical de O ccidente, en las especulaciones de ciertos filósofos grie­
g o s del siglo v a. C. E l p rop io térm in o de ‘ etim ología’ es bien revelador, pues
[es la versión latinizada de la palabra griega ‘étym os’, que significa «verd a ­
d e ro » o «r e a l». Según una escuela de filósofos griegos del siglo v, las pala­
bras se asocian por naturaleza, y no p o r convención, a sus significados. Esto
quizá no resulta evid en te al profan o, estim aron; pero era dem ostrable por
el filó so fo capaz de discern ir la realidad que subyace b a jo la apariencia de
las cosas. P en etrar las apariencias a m enudo engañosas por m edio del aná­
lisis cuidadoso de los cam bios que habían tenido lugar en la evolución de
la form a o del significado de una palabra, descubrir el origen de una palabra
y po r él su ver dadero significado equivalía a desvelar una verdad de la natu-
raleza. P or falacia etim ológica entiendo- ei ^upuesto 'de que la form a _y el
significado o riginarios de una palabra son necesariarnenteT v en v irtud de ello,
los únicos correctos. TaI.supuesto sé encuentra a m pila men te~dífun d i d o . Pién­
sese, si no, en la cantidad de veces que se aduce el argum ento de que com o
tal o cual palabra procede del griego, el latín, el árabe u otra lengua cual­
quiera, el significado correcto de la misma ha de ser el que tenía en esa len-
i gua de origen. El argum ento es falaz porque carece de justificación e l su­
puesto im p lícito de que hay una correspondencia originalm ente verdadera
o apropiada entre form a y significado.
En el siglo x ix la e t i m o l o g í a adquirió un fundam ento mucho más
sólido ^ ú ^ e n ~ ^ r ío 3 o s “ ánteríores71irai no es ju sto sostener, com o se atribuye
a Voftaíre, que la etim ología es una ciencia en que las vocales no cuentan
para nada y las consonantes para muy poco. Tal com o se practica en la ac­
tualidad, constituye una ram a bien respetable de la lingüística h istórica o
diacrónica. Como verem os en el capítulo 6, dispone de sus propios princi­
pios, basados en la cualidad y cantidad de evidencias qu e ello s m ism os
aportan. En los casos más favorables, la fiabilidad de la reconstrucción eti­
m ológica es ciertam ente muy grande.
U n a s p e c to que descubrieron los etim ologistas del XIX y que los lingüis­
tas actuales dan" por sentado es que la m ayoría de las palabras del vocabu­
lario de una le^ no pueden rastrearse hasta su origen. Las palabraTcreadas
deliberadam ente, tom ando en préstam o form as de otras lenguas o utilizan do
algún o tro principio, no son típicas del vocabulario en general ni evidente­
m ente del vocabulario más básico y no especializado de una lengua. L o que
hace el etim ologista actual es relacionar palabras de un estado sincrónica­
mente descriptible de una lengua con otras atestiguadas o reconstruidas de
algún estado anterior de la misma o de alguna otra lengua. Ahora bien, las
palabras de aquel estado anterior han evolucionado a su vez a p a rtir de otras
también anteriores. La posibilidad de descubrir la form a o el significado de
estas palabras anteriores con las técnicas etim ológicas depende de los datos
que hayan sobrevivido. P o r ejem plo, podem os relacionar la palabra del in­
glés actual ‘ ten’, «d ie z », con la del antiguo inglés cuyas form as alternaban
entre ten (con una vocal larga) o den. Y aun podem os relacionar esa palabra
del antiguo inglés, a través de sucesivos estados hipotéticos, con una pala­
bra reconstruida del protoindoeuropeo, cuya form a sería *d ekm y que significa
asim ism o «d ie z ». Pero ya no cabe retroceder más allá de este punto. Y , sin
em bargo, la palabra del protoindoeuropeo *dekm — el asterisco precisa que
se trata de una form a reconstruida y no documentada (cf. 6.3)— no es, evi­
dentemente, el origen de todas las palabras derivadas de ella en las lenguas
que pertenecen a la fam ilia indoeuropea. Desde luego, ha de haber surgido a
partir de otra palabra (que puede, o no, haber significado «d ie z » — no hay
m odo de averiguarlo— ) perteneciente al vocabulario de otra lengua; y aquella
palabra, a su vez, de alguna otra anterior de otra lengua, y así sucesivamente.
En general, los etim ologistas no se preocupan en la actualidad p o r los o ríg e ­
nes más rem otos, y aun adm itirían que, en muchos casos (p . ei-, en la palabra
‘ ten’), no tiene sentido indagar el o rigen de una palabra. L o que el e tim o lo ­
g í a puede decir, con ;m as~o” m enos
<dgnificado der más antiguo antecedente con ocido o h ipotético de una pala­
bra dada.
É sto nos lleva a una evid en te incongruencia con la analogía de Saussure.
Toda partida de ajedrez, ju gada y com p leta d a se^ún las reglas, tien e un prin ­
cipio y un final. Las lenguas, en cam bio, no. N o áólo es falso (p o r l o que sa-
bem os) que todas las lenguas partieran de una m ism a posición de taEife r o T
por así decirlo, y luég5~evoíucionaran p o r su cuenta, sino que tam bién es
im posible fechar él prin cip ió de 'u n a lengua com o n ^ sea m uy aproxim
mente y p o r una convenc ió n a rb ítr á n a !“N o podem os decir, p o r ejem p lo, en
qu é puntó” ”del tiem po e T la tín h ablado se co n virtió en francés, italian o o es­
pañol antiguos. Tam p oco podem os d ec ir en qué m om ento cesó de ex istir
una lengua a menos que sea una lengua extinguida más o m enos de go lp e
por la m u erte física de sus hablantes nativos. Las lenguas, desde un pu n to
de vista diacrónico, no tienen p rin cip io ni fin deTerminado. ^n'^ntTma instan^
’cia, sólo por m era convención o conveniencia decim os que el antiguo in glés
y el inglés m oderno constituyen dos e stados de la m ism a lengua en lu gar.
pongamos, de dos lenguas diferen tes. E xiste aún o tro aspecto p o r el q u e-se
desm orona tam bién la analogía de Saussure. La partida de ajed rez diepeñde
de reglas"éxplíc'itam enté"fónnuÍac[as“ y ^ e n t r o ^ e T o s * T í m i t e s im puestos p o r
ellas, los ju gadores determ in an el curso del ju ego con referen cia a un final
reconocido. Pór~íó qu^"saBemós. noi K a v d i r eccionalidad en la evolu ción d ia­
crónica de las lenguas. Puede h ab er ciertos principios generales qu e deter-
minan la transición de un estado a o tro de una lengua. Ahora bien, aun cuan-
iiii«»nmi » |"'inr n i r n>r-TTHi i u—ir-rnii >-Trmjii u r n. i », j ............ i n n i in n » i nn^ i »i » > i » ~r—iru 11- n nr «'' mil —- iirr—- t ■rif ir ■-r1- ---- ,------ -- , " *' f ' ' .. .........—
ht i t m
do existan tales principios, no pueden com pararse con las reglas de un luego
a7 !I fi^ a r ^ o m o ~ *g I^ jF (Ífe ^ "V ^ lv é r e m o i~ ^ T a s ^ la m a 3 a s leyes del cam b io lin ­
güístico en e l capítulo 6.
E l prin cip io de la p riorid a d de la descripción sincrónica suele con cebirse
en el ‘sentido dé que ñ d iiñ iitrar'la '^ S scn p H ií^ su M róñ ica 'es independiente áde
la d escrip cióñ ’^¡S cn S iffc^ ,^ i t in p r ^ u p o n e ^ r M ^ 3 S is >s 5 £ M ffi^ "p S re w o dé lo s
estados sucesivos p o r lo s que han pasado las lenguas en el curso de su evo ­
lución. Quizá no era ésta íaTopinión de Sáüssure. p ero h oy se acepta a m plia­
m ente en los supuestos sobre la naturaleza de los sistemas HngüísHcos.
A veces los lingüistas hablan, ün “tanto ''conKs'aSñente, com p si bastara
el paso del tiem p o para explicar el cambio lingüístico. P ero in tervien en fa c­
tores m uy diferentes, tanto internos co m o externos a la lengua. Algunos, tal
vez los más im portan tes, son sociales. E l paso del tiem po sim plem ente per­
m ite que su ihtera*ccíóñ**compTéja de lu gar a lo que más tarde aparece como
una transición de un estado de lengua a otro.
Adem ás, la noción de paso d iacrón ico entre estados su ces ivo s jd e una
lengua sólo adquiere 'sentido" si "sé ap lic a 'á éstacfos'lingüísticos relativa m en te
alejados uno de o tro en el tiempc). M e he re ferid o ya a lo que he llam ado
ficción de la hom ogeneidad (c f. 1.6). H asta cierto punto, es tan ú til co m o ne­
cesaria. N o obstante, si se en tiende q ue el cam bio lingüístico com p o rta la
tran sform ación constante de lo aue en un m om ento fue un sistem a,lingüís-
tico p erfecta m en te h om ogéneo, todo el proceso d el cam b io en la lengua pa­
rece m ucho m ás m is te rio s o g e I^ g ü F ré á J m en ti£ es.'L o s- rasgos característicos
del habla de una m in o ría aparentem ente insignificante de m iem bros de una
com unidad lin gü ística, en un determ in ado m om ento, pueden extenderse a
la m a yor p a rte de la com u n idad en el curso de una o dos generaciones. A l
lingüista que d escrib a la lengua sincrónicam ente en cu alquiera de estos dos
puntos del tiem p o le será igualm ente leg ítim o o m itir el habla de la m in oría
disidente. P ero si p ro ce d e así y luego continúa refirién dose diacrón icam en te
a un sistem a lin gü ístico sincrónicam ente h om ogéneo qu e se tran sform a en
o tro tam bién h om og én eo in cu rrirá en una d istorsión de los hechos. P e o r aún,
co rrerá el rie sgo de crea r ciertos pseudoproblem as teóricos insolubles. En
cuanto a d vertim o s qu e ninguna lengua es estable o u niform e, dam os ya el
p rim er paso para e x p lica r teóricam ente la u bicuidad y la continu idad del cam ­
b io lingü ístico. Si ob serva m os dos estados de una lengua no excesivam ente
separados en el tiem po, probablem en te descu brirem os que íá m ayoria de las
diferen cias en tre am bos ya se encuentran com o variación sincrónica en los
p eríod os an teriores y posteriores. Desde el punto de vista m icroscóp ico — en
tanto que d istin to d el m acroscópico, habitual en _lin gü ística h istórica— es
im p osib le tra za r una distin ción clara entre cam b io d iacrón ico y variación
smcramc~á7~
En resum en, e l p rin cip io de la p riorid a d de la va ria ción sincrónica es
pálido, pero, en la m ed id a éri que se apoya en la ficción de la hom ogeneidad,
debe aplicarse con sum o cu idado y con su recon ocim ien to total a la condi­
ción teórica d el co n cep to de sistem a lingüístico. V o lverem o s de in m ediato a
está' cüestióríT

2.6 Estructura y sistema

Una de las definicion es de ‘ lengua’ que m encioné en el capítu lo 1 a propósito


de Chom sky la con sid era com o un «con ju n to (fin ito o in fin ito) de oraciones,
cada una de ellas fin ita en longitu d y com puesta p o r un con ju n to fin ito de
elem en to s» (c f. 1.2). A d op tem os lo dicho com o definición parcial del térm ino
‘ sistem a lin gü ístico ’ qu e hem os introducido, recuérdese, para solven tar en parte
la am bigüedad de la palabra inglesa ‘ language’.
En tanto que, p o r definición, son estables y uniform es, los sistem as lin­
güísticos no pueden iden tificarse con las lenguas naturales existentes; son^
p o r el con trario, constru ctos teóricos posíulados p o r el lingüista para dar
cuenta de las regu laridades que halla en el com p orta m ien to lin gü ístico de
los m iem bros de com unidades lingüísticas — más exactam ente, en las seña­
les lingüísticas p rod u cto de aquel com portam ien to— . C om o hem os visto,
las lenguas naturales existentes no son ni estables ni hom ogéneas. N o obs­
tante, hay suficiente estabilidad y hom ogeneidad en el habla de los que razo­
nablem ente u tilizan la m ism a lengua para que la postulación de un m ism o
sistem a lin gü ístico subyacente sea provechosa y científicam ente ju stificable.
excepto cuando se trata explícitam ente de describir la variación sincrónica
y diacrónica. En el curso de los tres capítulos siguientes daremos por sen­
tada la noción de sistem a lingüístico tal com o la definimos y exponemos aquí.
. E n tre las señales lingüísticas que produce o produciría un hablante es­
pañol en un períod o dado de tiem po, algunas q uedarían clasificadas com o
o r a c i o n e s de la lengua, y otras n o T N o vale la pena in qu irir en este mo­
m ento en virtu d de qué criterios se establece esta división entre oraciones y
no oraciones. E videntem ente, se trata de principios que determ inan la cons­
trucción de textos y discursos más am plios. Además, algunos de estos prin­
cipios son tan básicos, que su vio la ción se entendería com o la ruptura de
las reglas de la lengua. Aunque no todos en la actualidad, la m ayoría de lin­
güistas m antiene el supuesto tradicion al de que mucho, si no todo, de lo
que se com pren de al decir que se conoce una lengua se refiere a la cons­
trucción e in terpretación de oraciones.
D igam os que las oraciones son lo que se puntuaría convencionalmente
com ó 'tales éri la Ien ^ á ^ é'scY itá rC om o'H ém bs visto, la sT eñguas naturales tie-
nen la propiedad de la tran sferibilidad de m edio (cf. 1.4). Esto significa que,
por ío general, toda oración de la lengua escrita puede ponerse en corres-
póhdenciá cóñTuHa ’óraci<Ea“ clS~la lengua hablada, y viceversa. Las oraciones
habladas, por'sü p íiesto, ñ o "s e puñtüan p o r m edio de algo estrictam ente equi­
valente a la letra mayúscula inicial, el punto y aparte o la com a de las ora­
ciones escritas. Para nuestros propósitos, sin embargo, podem os establecer
una equ ivalen cia aproxim ada y sim ple en tré- los signosjde puntuación de una
lehgüá escrita~3^ ras~pautas^~de é r i T o n a c i ó n de la correspondiente len-
gua hablada.
L o m ism o que en muchas otras disciplinas, el térm ino ‘ estructura’ fi­
gura de un m odo prom in en te en la lingüística moderna. Si adoptam os el
punto de v is ta que p rim ero expresó Saussure y hoy aceptan" quienes suscn-
ben ios prin cip ios del e s t r u c t u r a l i s m o, direm os que un sistema lin-
gü ístico no sólo tiene uná"éstmcTüraJ~sin o que es una estructura. P or ejem -
pló, e n t a ñ t ó q u e ei español ^escr ito ~y~ hablado son isom órficos (es decir, tie-
nen la m ism a estructura), son la m ism a jlengua: no tienen en común más^
que su estructuraT E l sis te m é lin g ü ís tic o en sí, es, en principio, independiente
del m ed io en que se_ manifiesta.'^"es. ‘a este respecto, una, estructura., pura­
mente abstracta.
Los sistem as lingüísticos son estructuras de dos n iveles; tienen, pues,
la prop ied a d de la dualidad (c f. 1.5)i Las oraciones habíadas._no..son„ com bi­
naciones sólo de elem entos fo n o ló gicos, sino también de unidades .sintácticas.
La definición parcial de Chom sky sobre el sistema lingüístico com o conjunto
de oraciones, cada una de las cuales es finita en longitud y form ada p o r un
conju nto fin ito de elem entos, debe am pliarse para abarcar esa propiedad
esencial de las lenguas naturales. Cabe lógicam ente la posibilidad de que dos_
sistemas lingüísticos s e a n , isom órficos e n up nivel sjn_.serk>_en _eL_otro. En
rigor, com o se ha señalado ya, el hecho de que los llamados dialectos del
chino sean suficientem ente próxim os al isom orfism o sintáctico (aunque estén
lejos del isom orfism o fo n o ló g ico ) explica que la misma lengua escrita no
alfabética pueda ponerse más o menos en correspondencia con cada uno de
ellos. Cabe asimism o la posibilidad de que haya lenguas fonológicas, p erq no^
^ ^ á c t ir a n w n t ^ js o m ó ^ c a s . Ésta posibilidad se encuentra más o menos cuan­
do un hablante de español habla un francés gram aticalm ente perfecto pero
con un fu erte acento de su propia lengua. Más interesante aún es la in de­
pendencia de la sintaxis y la fonología que a menudo se pone gram atical­
mente de manifiesto en los procesos de criollización (cf. 9.3).
Las lenguas naturales, por consiguiente^ presentan jdos niveles de estruc­
tura independientes, en el sentido de que, la estructura fon ológica , de una
lengua no está determ inada p or su estructura sintáctica, del m ism o m odo
qué la estructura sintáctica tam poco está determ inada p or Su estructura fo n o ­
lógica. És im probable, por no decir im posible, que existan dos lenguas natura­
les cuyas oraciones habladas o escritas en una puedan oírse o leerse, una a
una, com o oraciones de la otra (con el m ism o significado o no). P ero sucede
a menudo, debido a la independencia de la estructura fonológica y sintáctica,
que la misma com binación de elem entos (sonidos en el habla, y letras en la
escritura alfabética) realice no una, sino dos o más oraciones. Las oraciones,
entonces, pueden distinguirse p o r m edio de la entonación o la puntuación, se­
gún sea el caso. Así,

(1) Piensa Juan que todo saldrá bien

se distingue de

(2) Piensa, Juan, que todo saldrá bien

en español escrito p or la puntuación, y en el hablado por la entonación. Pero,


aun sin diferencias de este tipo, cabe la posibilidad de que una m ism a com ­
binación realice más de una oración. Por ejem plo,

(3) Ahí viene la lechuza de su suegra

pueden ser, al menos, dos oraciones'distintas en español, según que se afirm e


que su suegra posee una lechuza o que es (co m o ) una lechuza en algún sen­
tido pertinente. Más adelante tratarem os más de cerca el análisis sintáctico
de las oraciones. De m om ento, basta con haber establecido que las oraciones,
tal com o se definen tradicionaim ente, no pueden- identificarse ni distinguirse
e n t r e g a base dé los elém éntos fó ñ o ló g íc ó s jie que se com ponen. En realidad,
com o hemos podido observar en (3), ni siquiera pueden identificarse a partir
de las unidades sintácticas sin tener en cuenta otros aspestos. al menos. He la
estructura sintáctica, entre ellos la asignación de unidades a lo que tradicio­
nalmente se denominan p a r t e s d e l d i s c u r s o (n om bre, y e rb o .a d je ti-
vo, etc).
Las unidades sintácticas que componen las oraciones, contra lo que ocu­
rre con los elem entos fonológicos, son muy num erosas. Ñ o obstante, com o los
elem entos fonológicos, son finitas en número. Digam os que todo sistem a lin­
güístico supone la existencia de un i n v e n t a r i o finito de elem entos y 3e
un v o c a b u l a r i o finito de unidades ( sim ples) ju nto con un conjunto de re­
g la s(acaso de d iversosjtipos) que in terrelacionan ambos niveles de estructura
jr^recísaTriraue c o m ^ a c io r S s 'c íe unida3es‘"son"o r S i o nes del sistema lingüís­
tico v. po r implicación, si no explícitam ente, cuáles no lo son. Conviene notar,
como verem os más adelante, que el vocabulario de una lengua natural es mu­
cho más que un conjunto de unidades sintácticas, pero ninguna de las m odi­
ficaciones o de los afinamientos term inológicos que introduciré en capítulos
siguientes afecta sustancialmente lo que se ha dicho aquí.
P o r el m om ento, las llamadas unidades sintácticas pueden considerarse
f o r maTs, esto es, combinaciones de elem entos tales, que toda com binación
distinguible constituye una form a distinta. Ahora bien, las form as en este
se n tid o 'd eí' térm íñó^ienenTún significado y éste está lejos de ser independien­
te de su función sintáctica. Así aparece claram ente en el caso de form as com o
sobre. La concepción tradicional establecería que hay (a l menos) dos pala­
bras diferentes en el vocabulario del español, representables (entre com illas
sim ples) a base de ‘ sobre,’ y ‘ sobre2’ y que difieren tanto en significado com o
en función sintáctica, aun cuando com partan la misma form a (v. gr.. Hay un
sobre sobre la mesa). Más adelante precisarem os un poco m ejor esta distin­
ción tradicional entre una form a y la unidad de la cual es form a; con ello ad­
vertim os que el térm ino ‘ palabra’, tal com o lo utilizan los lingüistas y los pro­
fanos, es extrem adam ente am biguo (cf. 4.1).
Toda oración está b i e n f o r m a d a por d e finición, tanto sintáctica com o
fonológicam ente, en el sistema lingüístico del cual es oración. El térm ino ‘b ien
form ad o’ es más am plio que el más tradicional ‘ gram atical . y lo incluye, mien-
tras que este últim o es más am plio a su vez que ‘ sintácticam ente bien for-
m^o^r^^^^l^^m^[^^^Er^F^r^ap7uIIoT~ScaimñáremoslanauIraIeza
y los"lím ites de la g'r a'm a tT ’c a 1 i d a d (esto es. la buena form ación gram a­
tical). Aquí basta con precisar que la buena fo rm ación (incluyendo la gra­
maticalidad) no de bir'ÍToñTum li r se~*con T a ~a c ep tab 111da d " poten cial ida d de uso
y ni siquiera significabilidad. Existe un núm ero indefinidamente grande de
oraciones en español y en cualquier otra lengua natural que, por diversas ra­
zones, no suelen aparecer. Pueden contener una serie inaceptable de palabras
obscenas o blasfemas, resultar estilísticam ente forzadas o excesivam ente com ­
plejas desde un punto de vista psicológico, o bien resultar contradictorias, o
aun describir situaciones que nunca se producen en el mundo habitado por la
sociedad que utiliza la lengua en cuestión. Toda com binación de elem entos
o unidades de una lengua dada., L, que no esté b ien formada..según. las rgglas,
de L está m a l f o r m a d a con respecto a L. Las com binaciones mal fo r ­
madas de elem entos o unidades pueden caracterizarse com o tales por medio
de un asterisco antepuesto.4 Así,

(4) '-Feliciano la dio un susto

4. E l uso de asteriscos para in dicar m a lfo rm a ció n no debe con fu n d irse con el em p leo
tam bién com ún y más arraiga d o que se hace en ia lin gü ística h istó rica para cara cterizar
form as recon stru idas [ o no docu m en tadas] (c f. 2.5). El c o n tex to aclarará, sin duda, a cuál
nos referim o s.
está m al form ad a y, en rig o r, es no gram atical con respecto al español estándar.
N o obstante, está gram aticalm en te bien form ad a en ciertos dialectos del es­
pañol. E ste e jem p lo ilu stra el p rin cip io más general de que pueden construirse
lenguas distintas a p a rtir de los m ism os elem entos y unidades, y lo que está
bien fo rm ad o en una lengua puede estar m al form ad o con respectó a qtra.
Pese a que se ha ilu stra d o con dos dialectos de la m ism a lengua, el p rin cip io
vale para lenguas d iferen tes. M ucho más podría decirse aún sobre la estruc­
tura de los sistem as lin gü ísticos, p ero es m e jo r d eja rlo para los capítulos de
fon ología, gram ática y sem ántica, donde cabe presentar gradualm ente y e jem ­
p lificar con m a yor d eta lle las cuestiones generales.5
H em os em pezado este apartado asum iendo la definición de Chom sky sobre
la lengua (es decir, el sistem a lin gü ístico) com o un conju n to de oraciones.
Es p referib le, sin em bargo, con cebir el sistem a lingü ístico com puesto de un
in ven tario de elem entos, un vocabu lario de unidades y unas reglas que deter­
m inan la buena fo rm a c ió n de las oraciones en ambos niveles. A ello vam os a
atenernos en lo sucesivo. A l parecer, con una definición adecuada de ‘ o ra ció n ’
coinciden am bas fo rm a s de con ceb ir los sistemas lingüísticos.

A M P L IA C IÓ N B IB L IO G R A F IC A
(
En general, sirve la misma que para el capítulo 1. Además, Crystal (1971), capítu­
los 2-3; Lyons (1974).
De los textos que en la bibliografía aparecen con asterisco, Robins (1979a) es
el más comprehensivo y neutral en la presentación de temas controvertidos; Lyons
(1968) subraya la continuidad entre la gramática tradicional y la lingüística mo­
derna, se circunscribe a la microlingüística sincrónica y se inclina en favor de una
determinada versión (actualmente pasada de moda) de la gramática transforma­
tiva; Martinet (1960) se encuentra en la tradición del estructuralismo europeo; Glea-
son (1961), H ill (1958) y Hockett (1958), junto con Joos (1976), proporcionan una
buena descripción desde la llamada lingüística postbloomfieldiana; Southworth &
Daswani (1974) plantea magistralmente la relación de la lingüística con la sociolo­
gía y la antropología, y vale asimismo en la lingüística aplicada; lo mismo, aunque
menos comprehensivo, resulta Falk (1973); Akmajian, Demers & Hamish (1979),

5. L o s lin gü istas b ritá n ic o s , en esp ecial, u tiliza n con fr e c u e n c ia los té rm in o s ‘ estru c­


tu ra ’ y ~ ‘ s istem a ’ en un s e n tid o e sp ecializad o : ‘ sistem a ' se ¿ p lica a todo_ con ju nto^ d e e le ­
m en tos o un idades q u e p u ed en a p a rec er é ñ ' uña m is m a "p o s ic íó n f^ e s tru c tu ra ’ alu d e a to d a '
c o m b in a c ió n de e lem e n to s y un id ad es qu é resu lta d e la selección adecu ád á én d eterm in a -"
das p osicion es. D efin id os así, ‘ e stru c tu ra ’ y ‘ s istem a ’ son c o m p le m e n ta rio s y se p res u p o ­
nen re cíp ro c a m e n te . L o s sistem a s dan lu gar en d eterm in a d a s p osicion es a estru ctu ras, y
las estru ctu ras se id en tific a n a b ase d e las seleccion es hechas a p a r tir de lo s sistem as
(c f. B e rry , 1975). E n este lib ro , ‘ s istem a ’ y ‘ e stru c tu ra ’ tom an un sen tid o m ás gen era l.
& Rodman (1974) y Smith & Wilson (1979) se inspiran coherentemente en
F ro m k in
Chomsky y, por lo general, hacen hincapié en el lenguaje biológico más que en el
cultural. Para las diversas corrientes y escuelas de la lingüistica moderna y refe­
rencias ulteriores, cf. el capítulo 7. [También Hágége (1981); López Morales (1974);
Newmayer (1982); Sánchez de Zavala (1982).]
En el capítulo 6 trataremos sobre la lingüística histórica (es decir, diacrónica)
y en los capítulos 8-10, sobre otras ramas de la macrolingüística.
Sobre la lingüística aplicada, cf. Corder (1973) y, para una presentación más
detallada, Alien & Corder (1975a, b, c).
1. ¿E n qué sentido cabe considerar que la lingüística e s una cien cia ? ¿Im p lica
esto que no form a parte de las hum anidades?

2. «com o todas las ram as del saber hacen uso del lenguaje, puede d e cirse que,
en ciertos aspectos, la lingüística reside en el centro de todas ellas com o estudio
de la herramienta que deben utilizar» (Robins, 1979a: 7). Com éntese.

3. «Las únicas generalizaciones útiles sobre la lengua so n las inductivas» (Bloom ­


field, 1935: 20). Com éntese.

4. ¿P o r qué los lingüistas tienden a criticar tanto la gram ática tradicional?

5. « A menudo los filó sofos y lingüistas tienen la im presión de que las intuiciones
no so n ‘científicas' ni suscep tib les de una observación directa, y s í va ria b le s
y poco dignas de crédito. A nosotros n o s parece una objeción no válida...» (Sm ith
& W ilson, 1979: 40). Com éntese.

6. D isp ó n ga se un contexto adecuado para el enunciado en español estándar


No he dicho algo (con la estructura prosódica pertinente).

7. ¿Q u é tiene de incorrecto, si es que tiene algo, la locución entre t¡ y m í?


¿Puede explicarse por m edio de la lógica o dá principios tradicionales b a sa d o s
en el latín?

8. ¿Q u é diferencia hay entre la perspectiva d e s c r i p t i v a y prescripti­


v a (o normativa) en, la 'in ve stig a ción de la lengua?

9. Ejemplifíquese, a s e r posible a través de la propia experiencia, el fenóm eno


de u l t r a c o r r e c c i ó n .
10. «La palabra ‘obviar’ su e le utilizarse incorrectam ente en la actualidad. Deriva
de una palabra latina que significa «sa lir al encuentro» y, por tanto, no vale en
el sentido corriente de «evitar, quitar de en medio». C om éntese.

11. Indíquese qué se entiende por prioridad del punto de vista sincrónico
sobre el d i a c r ó n i c o , en lingüística.

12. H á ga se un com entario crítico so bre la fam osa com paración de S a u ssu re entre
la lengua y una partida de ajedrez.

13. Un concepto ingenuo so b re la traducción literal la entendería com o la su sti­


tución una a una de las fo rm a s de palabra de la lengua de que se traduce por
las form as de palabra de la lengua a la que se traduce. ¿ E s esto lo que suele
entenderse por ‘traducción lite ra l'? ¿P u e d e determ inarse por qué razones resulta
poco realista esta concepción para las lenguas naturales?

14. «El sistem a lingüístico en s í ... e s una estructura puram ente abstracta» (p. 49).
C o n sid é re se esta afirm ación con referencia al u so de c ó d ig o s y cifrados sim p le s
basados en el principio de la su stitu ció n (a) letra a letra y (b) palabra a palabra
en m ensajes escritos. E sta s té cn ica s criptográficas, ¿c o n se rv a n o destruyen, ne­
cesariam ente el i s o m o r f i s m o ?

15. ¿Pue de idearse un c ó d igo o cifrado sim ple que explote la independencia de
ios d o s nive les estructurales del siste m a lingüístico y cam bie uno sin afectar por
ello el otro?
3. Los sonidos de la lengua

3.1 E l m edio fónico

Aunque los sistemas lingüísticos son en gran m edida independientes del m e­


dio en que se manifiestan, el m edio natural o prim ario del lenguaje humano
es el sonido. De ahí que el estudio del sonido haya adqu irido m ayor im portan­
cia en lingüística que el de la escritura, los gestos u o tro m edio lingüístico
real o posible. A h ora'bien , al lingüista no le interesa ni el sonido com o tal ni
toda la gam a de sus posibilidades. Sólo le interesan los sonidos en la medida
en que desem peñan algún papel en la lengua. A esta gama lim itada de soni­
dos la llam arem os m e d i o f ó n i c o y a sus respectivos com ponentes, s o-
n i d o s d e l h a b l a . Así, cabe definir la f o n é t i c a com o el estudio del
m edio fónico.
H ay que subrayar que la fonética no es la fonología, del m ism o m odo que
los sonidos del habla tam poco deben confundirse con los elem entos fonológi­
cos a que nos hem os re ferid o en apartados anteriores. La fonología, com o he­
mos visto, fo rm a parte del estudio y la descripción de los sistemas lingüísticos
ju nto con otras partes, com o la sintaxis y la semántica. Se funda en los ha­
llazgos de la fon ética y los aprovecha (aunque de un m odo diverso, según sus
diferentes teorías), pero, contra lo que ocu rre con la fonética, no opera con
el m edio fó n ico com o tal. Los tres prim eros apartados de este capítulo tratan,
de la m anera más sim ple posible, de los conceptos y categorías básicas de la
fonética, esenciales para la com prensión de ciertos aspectos presentados en
otras partes del libro, y de su respectiva notación. N o pretendem os, por ello,
hacer una introducción com pleta sobre una disciplina que en los últim os años
se ha con vertido en una ram a muy extensa y sobre todo especializada de la
lingüística.
E l m edio fón ico puede estudiarse, al menos, desde tres puntos de vista:
articulatorio, acústico y auditivo. La fonética articulatoria investiga y clasifica
los sonidos del habla a p a rtir del m odo com o son producidos por los órganos
de dicción; la fon ética acústica, a su vez, estudia las propiedades físicas de
las ondas sonoras generadas por la actividad de los órganos de fonación y
propagadas por el aire; por fin, la fonética auditiva considera el ih ódo com o
el oído y el cerebro del oyente percibe e identifica los sonidos dél habla. De
estas tres ramas de la fonética, la que tiene más larga tradición y la más
desarrollada hasta hace poco es la articulatoria. Por este m otivo, la m ayoría
de términos que los lingüistas utilizan para aludir a los sonidos del habla tie­
nen origen articulatorio. También nosotros adoptarem os la perspectiva articu­
latoria en la siguiente exposición.
Existen, no obstante, ciertos hechos descubiertos o confirm ados por la
fonética acústica y auditiva — en especial la prim era, que ha experim entado
un enorme progreso en los últimos veinticinco o treinta años— que nadie se­
riamente interesado por las lenguas puede perm itirse ignorar. E l más im p or­
tante, quizás, es que las repeticiones de lo que se oye com o un m ism o enun­
ciado sólo son idénticas por pura casualidad si es que lo son en absoluto, desde
un punto desvista físico (esto es acústico). La identidad fonética (fren te a la
fonológica, como veremos en el apartado siguiente) Constituye un ideal [ o una
quim era] teórica; en la práctica, los sonidos de habla producidos p or los seres
humanos — incluso por los fonetistas m e jo r preparados— no hacen más que
aproximarse a este ideal en m ayor o m enor grado. De ahí que sea ía sim ilitud
fonética, y no la identidad, el criterio con que se opera en el análisis fon oló­
gico de las lenguas. Y la sim ilitud fonética, desde un punto de vista articula­
torio, acústico o auditivo, es multidimensional. Dados tres sonidos de habla,
x, y, z: x e y pueden ser máximamente sim ilares [o incluso idén ticos] en una
dimensión, mientras que y y z pueden serlo en otra, y aun así m antenerse los
tres distintos.
La fonética acústica ha confirmado asim ism o algo ya establecido antes
en la articulatoria, esto es que los enunciados hablados, considerados com o
señales físicas transmitidas por el aire, no constituyen secuencias de sonidos
separados. E l habla se compone de impulsiones continuas de sonido. N o sólo
no hay intervalos entre los sonidos que com ponen las palabras; las mismas
palabras no suelen quedar separadas p or pausas (excepto, naturalm ente, cuan­
do el. hablante duda momentáneamente o adopta un estilo especial para el
dictado o algún otro propósito). El habla continua queda segm entada en se­
cuencias de sonidos mediante transiciones más o menos discernibles entre
un estado relativam ente permanente de la señal y o tro estado a n terior o pos­
terior también relativam ente permanente. Más adelante ejem plificarem os esto
desde el punto de vista articulatorio. Conviene advertir, sin em bargo, que la
segmentación a partir de criterios puram ente acústicos o frec ería a menudo
resultados bien distintos co n 'resp ecto a la stegmentación con criterios pura­
mente articulatorios (o auditivos).
La integración de las tres ramas de la fonética no es tarea fácil. Uno de
los principales y de mom ento más sorprendentes hallazgos de la fonética acús­
tica consiste en que no hay una correlación sim ple entre dim ensiones articula­
torias prom inentes del habla y parám etros acústicos tales com o la frecuencia
y la am plitud de las ondas fónicas. Para decirlo más en general con respecto
a las tres ramas de la fonética las categorías articulatorias, acústicas y audi­
tivas jno coinciden necesariam ente en tre sí. P o r ejem plo, las diferen cias arti­
culatorias y auditivas, en apariencia evidentes, entre diversos tipos de con­
sonantes, digam os p, t, o k, no aparecen com o un rasgo o conju n to de rasgos
identificables en un análisis acústico de sus respectivas ^señales. Las dim en­
siones auditivas de tono y fu erza se corresponden con los parám etros acústi­
cos de frecuencia e intensidad, p ero la correspondencia en tre ton o y frecuen­
cia, p o r un lado, y entre fuerza e intensidad, p o r otro, no guarda üqa relación
fija y válida para todos los sonidos de habla a lo largo de las dim ensiones
pertinentes.
Esto no significa que las categorías de una ram a fon ética sean más o m e­
nos verosím iles o intrínsecam ente científicas que las de cu alqu ier otra rama.
Recuérdese que hablar y o ír no son actividades independientes. Cada una
aprovecha la retroacción de la otra. L a observación com ún dem uestra clara­
m ente que cuando alguien se vu elve sordo, su habla tiende a d eteriorarse
tam bién. E llo se debe a que n orm alm en te controlam os la produ cción del ha­
bla m ientras la producim os ya que introducim os, en gran parte inconscien­
tem ente, los reajustes necesarios en la posición del aparato a rticu la torio siem ­
p re que este proceso de con trol a d vierte al cereb ro que nó se cum plen las
norm as auditivas. La señal acústica contien e tpda la in form ación lingüística­
m ente relevante, pero tam bién o tra gran cantidad de in form ación qjue no lo
es. Adem ás, la in form ación acústica lingüísticam ente relevante deb$ ser in­
terpretada p o r los m ecanism os del hablante-oyente humano con trolados p o r
el cerebro. Parece que el niño recién nacido está dotado de una predisposición
para concentrarse sobre ciertos tipos de información acústica y soslayar otros.
En la adquisición de la lengua perfeccion a la capacidad de p ro d u cir o iden­
tifica r los sonidos qué aparecen en el habla que o ye a su a lred ed o r y; m e jora
su habilidad articu latoria y au ditiva verifican do las señales acústicas que él
m ism o produce. En cierto m odo, p o r tanto, puede decirse qu e el niño en el
proceso norm al de la adquisición lingüística, es, y debe ser, sin ayuda de ins­
trum entos científicos ni preparación especializada, y en un á m b ito?!im ita d o
del m ed io fónico, un experto com petente en las tres ram as de la fonética,
sobre todo, para in tegrar la in form ación tan disím il con que operan las tres.
H asta ahora, los fonetistas sólo han descrito y explicado de un m o d o m uy
in com pleto esa capacidad tan eficiente de integración que la vasta m ayoría de
seres humanos adquiere en la niñez y practica a lo largo de su vida com o
hablante.

3.2 Representación fonética y ortográfica

H acia finales del siglo pasado, cuando la fonética articu latoria re cib ió un
auténtico im pulsó en O ccidente (gracias, justo es decirlo, a la secular tradi­
ción in dia), los estudiosos em pezaron a sen tir la necesidad de confeccionar
un sistem a estándar e internacionalm ente aceptable de tran scripción foné­
tica. Aunque hubo y tod avía hay mucho que decir en fa v o r de los sistemas no
a lfa b ético s de represen tación , en la actualidad el más u tilizado p o r los lin­
güistas, con m odificacion es más o menos im portantes, es el A lfa b eto Fonético
In tern a cio n a l (A F I ), com pu esto e instaurado p o r la Asociación Fonética In ­
tern acion al en 1888. Se in spira en el prin cip io de disponer de una letra distin­
ta para cada sonido distin gu ible de habla. Com o en realidad no hay lím ite
para el nú m ero de sonidos de habla distinguibles y capaces de ser producidos
p o r los órgan os hum anos de habla (al menos, un lím ite su perior tipográfica­
m en te ra zo n a b le) este p rin cip io no puede aplicarse de un m odo coherente.
P o r ello, el A F I p ro p o rc io n a al usuario un conju nto de d i a c r í t i c o s de
d iverso s tipos que pueden añadirse a los s í m b o l o s a fin de establecer
distin cion es más precisas de lo que perm itirían p o r sí solas las letras aisladas.
Así, con un uso co rrecto y m oderado de diacríticos, el especialista puede re­
p resen tar con su ficiente plu critu d las distinciones necesarias a cada p rop ó­
sito. Desde luego, no alcanzará a describir con toda precisión los m is m íni­
m os detalles fo n éticos que distingue una enunciación concreta de otra, pero,
p o r lo com ú n no hay razón para alcanzar este ideal. Para ciertos com etidos,
basta una tra n scrip ción relativam en te a n c h a ; para otros, conviene una
tra n scrip ción m ás o m enos e s t r e c h a . 1
E n lo sucesivo u tilizarem os el A F I para representar los sonidos del habla
o form as tran scritas fonéticam en te. Respetarem os asim ism o la convención
usual de co lo c a r las transcripciones fonéticas entre corchetes. Así, en lugar
de re ferirn o s a un sonido p, un sonido k, etc., com o hemos hecho hasta aquí,
n os re fe rire m o s a [ p ] y [ k j . (E lijo deliberadam ente sím bolos del A F I con el
m ism o v a lo r fo n ético, al m enos con aproxim ación, que las letras p y k en los
sistem as ortog rá fico s de la m ayoría de lenguas europeas.) La m ayoría de
sím bolos d el A F I p roced en d el a lfabeto latino o griego. P ero com o sabe muy
b ien qu ien habla y lee, pongam os, inglés, francés, italian o y español, las letras
distan m ucho de ten er un va lo r fon ético igual en todas estas lenguas, pese
a que em plean esencialm ente el m ism o alfabeto. En rigor, la m ism a letra no
presenta n ecesariam en te un va lo r fo n ético constante ni aun en el sistem a or­
tográ fico de una sola lengua. A qu í reside una de las ven tajas de disponer de
un a lfa b eto fo n é tic o estándar e internacionalm ente aceptado, ya que no hay
qu e re la tiviza r la in terp retación de los sím bolos a una determ inada lengua
o incluso a determ inadas palabras: «a com o en ita lian o», « u com o en el fran­
cés lu », etc. L a con trap artid a para tan considerable ven ta ja consiste en que
los usuarios del A F I se ven obligados a renunciar a todo tip o de supuestos
sobre la m anera com o habría de pronunciarse tal o cual sím bolo de letra. P o r
ejem p lo , [ c ] es un sonido m uy distinto del que1representa la letra c en inglés,
francés, italian o o español (cf. ch ico [c ík o ]). En lo que sigue, sólo in corp o ­

1. L a d ife re n c ia e n tre una tra n sc rip ció n an ch a y o tr a estrech a (q u e, p o r su n aturaleza


es p u ra m en te re la tiv a y n o a b s o lu ta ) con siste en qu e la p rim e ra fa c ilita m en os d etalles que
la segunda. L a tra n s c rip c ió n ancha, p o r lo dem ás, n o ha d e ser n ecesa riam en te fo n é m ic a
(c f. 3.4).
rarem os una pequeña cantidad de sím bolos de letra y unos pocos diacríticos.
Tras habernos agenciado, entonces, un sistema de transcripción fonética,
disponemos de dos maneras de citar form as: (a ) en cursiva y escritura con­
vencional (o en transliteración) y sin corchetes, com o en el inglés led y lead;
(b ) en transcripción ancha, entre corchetes, [le d ] y [ l i : d ] . 2 Aún podem os
añadir o tro sistema: (c) en cursiva y entre paréntesis angulados, esto es < le d >
y < le a d > . S ólo en casos excepcionales recurrirem os a (c). Ahora bien, todo
ello perm ite distinguir las form as escritas, (c ), de las form as habladas foné­
ticam ente transcritas, (b ), y éstas de las form as cuya form a hablada o escrita
no ofrece un interés inm ediato, (a). Tam bién nos perm ite afirm ar algo así
com o lo siguiente: la form a escrita < le a d > corresponde a dos form as ha­
bladas, [ l i : d ] y [le d ]; y a la inversa, la form a hablada [le d ] corresponde a
dos form as escritas, < le d > y < le a d > ?
E ste tipo de correspondencias m últiples entre form as escritas y habla­
das se agrupa tradicionalm ente b a jo el nom bre de h o m o f o n í a («id e n ti­
dad de so n id o »): v. gr., rodé, «ca b a lgó », y road, «ca m in o», [ra u d ]; father, «p a ­
d re», y fa rth er, «m ás le jo s», [ fá:&-a]; co u rt, «p a tio », y caught, «a s id o », [k o :t ],
en la llam ada R eceived Pronunciation (R P ) [o pronunciación fo rm a l] del in­
glés británico.4 En ciertas hablas escocesas, no hay hom ofonía en ninguno de
estos pares de form as, pero m ientras fa th e r : fa rth e r y c o u rt : caught se dis­
tinguen, otros como, p o r ejem plo, caught y cot, «cu na», coinciden en muchas
hablas del inglés am ericano, [k o t ]. Es im portante advertir, p o r tanto, que
el inglés estándar se pronuncia de un m odo diferen te entre distintos grupos
de hablantes y que los hom ófon os en la pronunciación de un grupo pueden
no serlo en otro.5 E l fenóm eno inverso a la hom ofonía, al que los gram áticos
tradicionales han prestado menos atención, es el de la h o m o g r a f í a («id e n ­

2. L o s d os puntos in dican un a la rga m ien to d el son id o exp resa d o p o r el s ím b o lo p re­


cedente.
3. [ N o hay, en esp añ ol, un e je m p lo eq u iva len te capaz de re fle ja r los m ism os cruces
sim ultán eos: led., p ro n u n cia d o [ l e d ] , es la fo r m a de pasad o d el v e rb o ‘ le a d ’ , «g u ia r». Lead,
en cam b io, tien e d os o p cio n es; c o m o fo r m a de presente (e n tre o tra s ) d el v e rb o ‘ le a d ’ se
pronu n cia [ l i : d ], y c o m o fo r m a d el n o m b re ‘ le a d ’ , «p lo m o », [le d ], al igu al que led. R e­
léase, con esta in fo rm a c ió n , el ú ltim o p u n to d el te x to p rin cip al. E n esp añ ol, d on d e, en
p rin c ip io , n o h a y m ás q u e una o p c ió n a p a r t ir d e ( c ) (e s to es, n o h ay h o m ó g ra fo s, com o
se v e rá a c on tin u a c ió n ), p o d ría e je m p lific a rs e a base de (a ) b a sto y va sto, (b ) [b á s to ] y
[b á s to ], y ( c ) < b a s t o > y < v a s í o > . ]
4. La p ro n u n cia ció n R P d el inglés, b asada o rig in a ria m e n te en el h ab la de la gente
culta de L o n d re s y el sudeste d e l país, fu e con sid era d a durante e l x ix c o m o la ún ica p ro ­
nunciación soc ia lm en te a cep ta b le de las clases educadas inglesas. M ás en p a rticu la r, era
la p ron u n cia ción d e lo s re cib id o s o a co gid os en la C orte. P ro p a ga d a p o r lo s c ole gio s p ri­
vados (d e p a g o ) y a d o p ta d a después de 1930 p o r la B B C p ara sus lo cu to res, en Ja actua­
lid ad tiene m enos filia c ió n re gio n a l que los dem ás acentos d el in glés d e cu a lq u ier parte
del m undo, aunque ya no g o za d el m is m o p red ica m en to de antes, sob re to d o en tre la
juventud. T o d a s las fo rm a s d e l in glés fo n é tic a m e n te transcritas en este lib r o tom an com o
base la p ron u n cia ción con a cen to R P.
5. [L o m ism o sucede, en esp añ ol, e n tre casa y caza, que n o son h o m ó fo n a s en caste­
llano — [k á s a ] y [k á 0 a ], re sp e ctiva m en te — y sí en las hablas p en in su lares m erid ion a les
(en zon a de ‘ c ec eo ’ , [k á O a ]), en Canarias y p rá ctica m en te tod a la A m éric a hispana: [k á s a ].]
tidad de escritu ra»): cf. los hom ógrafos im p o rtu «im p orta ción », im p o rt2, «im ­
porta r», cuyos correlatos hablados difieren con respecto a la posición del acen­
to [[ím p o :t ] y [im p ó :t ], respectivam ente.]
A causa de la existencia, en inglés y en muchas otras lenguas con sistema
ortográfico conservador, tanto de hom ófonos no hom ógrafos, por un lado, y
de hom ógrafos no hom ófonos, p o r otro, la hom ofonía y la hom ografía exigen
una atención especial al describir tales lenguas. Pero, com o verem os más ade­
lante, hay razones gram aticales o semánticas para distinguir form as idénticas
tanto en el m edio fón ico com o en el gráfico. P o r ejem plo, found¡ (form a de
pasado del verbo ‘fin d’, «e n c o n tra r») y found2 (una de las form as de presente
del verbo ‘ found’, «fu n d a r ») son hom ófonos [fá u n d ], y también hom ógrafos,
ya que las palabras de las cuales son form as, ‘ find’ y ‘ foü nd’, son homónimos
(parciales).

3.3 Fonética articulatoria

Hem os señalado ya que los llam ados ó r g a n o s d e l h a b l a cumplen otras


funciones sin conexión con el habla ni con la producción de sonido, y que
estas otras funciones son biológicam ente primarias. Los pulmones proporcio­
nan oxígeno a la sangre; las cuerdas vocales (situadas en la laringe, o nuez)
sirven, cuando se juntan, para cerrar la tráquea y evitar que entre alim ento
en ella; la lengua y los dientes se em plean para com er y masticar, y así suce­
sivamente. N o obstante, los órganos del habla vienen a constituir una suerte
de sistema biológico secundario, com o parecé probarlo al menos su adapta­
ción evolutiva para la producción del habla. En la fonética articulatoria los
sonidos del habla se clasifican a p a rtir de los órganos que los producen y de
la m anera com o se producen.
La m ayoría de sonidos de habla de las lenguas se producen m odificando,
de algún modo, la corriente de •aire em itida p or los pulmones, a través de la
tráquea y la g l o t i s (e l espacio que hay entre las c u e r d a s v o c a l e s ) ,
a lo largo del c a n a l b u c a l. E l canal bucal discurre desde la laringe hasta
los labios, p o r un lado, y las ventanas nasales, p o r el otro.
Si se mantienen juntas y se hacen vibrar las cuerdas vocales m ientras el
aire pasa p or la glotis, el sonido que así se produce es s o n o r o ; si, p o r e l con­
trario, el aire pasa sin vibración de las cuerdas.* vocales, el sonido resultante
es s o r d o . Esto da lu gar a una de las principales variables articulatorias.
La gran m ayoría de vocales en todas las lenguas, y entre ellas las del español
(excepto en el habla cuchicheada), son sonoras. Ahora bien, las consonantes
sonoras y sordas son comunes en todas las lenguas del mundo, aun cuando
la distinción entre “sonoridad y sordez no siem pre sirva, com o sucede en es­
pañol, para diferenciarlas en el m edio fónico. E n tre las consonantes sordas
más frecuentes se hallan [ p ] , [ t ] , [k ] , ’ [ s ], [ f ] , y entre las correspondientes
sonoras, [b ], [d ] , [ g j , [ z ] , [ v ] . Cuando el A F I no proporcion a sím bolos dis­
tintos para a liid ir a sonidos sonoros y sordos, puede recu rrirse a diacríticos
para sentar gráficam ente la distinción. E l diacrítico que indica sordez con­
siste en un pequeño círculo debajo del sím bolo correspondiente. P o r ejem ­
plo, el A F I establece que las vocales son sonoras a menos que se consigne
explícitam ente su sordez, de m odo que [ a ], [ § ] , [ j ] , etc. son los correlatos
sordos de las vocales sonoras [ a ], [ e ] , [ i ] , etc. Conviene n otar que, aunque
se utilicen diacríticos en un caso y no en el otro, la relación fonética entre
[ a ] y [ a ] o entre [ e ] y [ g ] es exactam ente la misma que hay entre [ b ] y
[ p ] o entre [ d ] y [ t ] .

Figura 1. Los órganos del habla: 1, Labios. 2, Dientes. 3, Alvéolos. 4, Paladar duro.
5, Paladar blando (ve lo ). 6, Üvula. 7, Ápice de la lengua. 8, Dorso de la 'lengua.
9, Raíz de la lengua. 10, Faringe. 11, Epiglotis, 12, Esófago. 13, Cuerdas vocales.

La nasalidad es otra im portante variable articulatoria. Si el v e l o o pa­


ladar blando desciende hacia el fondo de la garganta y d eja abierto el canal
que la conecta con las cavidades nasales, el aire puede escapar a través de
la nariz al tiem po que sale tam bién p or la boca. Los sonidos de habla así
producidos son n a s a l e s , en contraste con los n o n a s a l e s ( u o r a l e s ) ,
en cuya producción no hay em isión de aire p or la nariz. E n tre las posibles
consonantes nasales cabe inclu ir [m ] [n ] y [p ], todas ellas presentes en es­
pañol (v. gr., cama [k á m a ], cana [k á n a ], caña fk á p a ]). N orm alm en te, las con­
sonantes nasales son sonoras, a menos que aparezcan marcadas com o sordas
con el diacrítico apropiado: [m ], [n ], [ji], etc. D el m ism o m odo que [ b ] se
halla en contraste con [p ] , y [m ] con [ m ] , en cuanto a la voz, tam bién [ m ]
se halla en contraste con [b ], y [ m ] con Qp], en cuanto a la nasalidad. De un
m o d o análogo, puede establecerse [ d ] : [ t ] :: [n ] : [ jj]. Se considera que las vo­
cales son orales a m enos que aparezcan explícitam ente marcadas com o na­
sales p o r m ed io de una tild e [ ~ ] encim a del correspondiente sím bolo. Así,
[ a ] , [ é ] , etc., son los correlatos nasales (son oros) de [ a ], [ e ] , etc. Una vez más,
es necesario com pren der que [ b ] , [ p ] y [ m ]; [ d ] , [ t ] y [n ] presentan foné­
ticam en te una relación idéntica a la que existe en tre [ a ] [ a ] y [ a ] .
Una tercera dim ensión articu latoria es la aspiración. Los sonidos a s p i ­
r a d o s se distinguen de los correspondientes n o a s p i r a d o s porque
los prim eros se realizan con un pequeño soplo de aliento. (En rigor, es pre­
fe rib le tratar la aspiración com o un aspecto de la distinción entre sonoro
y sordo que com o una varia b le totalm ente independiente, ya que, [so b re todo
en algunas lenguas germ án icas], depende de la aparición o desaparición de
sonoridad de otros procesos articu latorios simultáneos. N o vam os a entrar
aqu í en otras articulaciones secundarias com o la glotalización, la palataliza­
ción, la labialización, la velarización , etc.) En muchas lenguas, entre ellas el
inglés, existen consonantes aspiradas, generalm ente sordas, com o verem os
más adelante. En lugar de u tiliza r el diacrítico del A F I para la aspiración,
seguirem os la práctica actualm ente común de poner una pequeña hache ele­
vada después del sím bolo norm al. Así, [p h] es el co rrela to aspirado de [p ] .
H asta aquí hem os ven id o utilizando los térm inos tradicionales de ‘conso­
n ante’ y ‘ voca l’ sin más explicaciones. P o r lo que respecta a la articulación, las
c o n s o n a n t e s difieren de las v o c a l e s porqu e son producidas p o r obs­
trucciones o constricciones de la corriente de aire en su paso p o r la boca,
m ientras que en la produ cción de vocales no hay obstru cción ni constricción.
De hecho, la diferen cia fon ética entre consonantes y vocales no es absoluta,
y no faltan sonidos del habla con entidad interm edia. En esta breve y sim ­
plificada exposición de los principales conceptos de la fonética articu latoria
no cabe en trar en tales detalles.
Las consonantes pueden su bdividirse en varios grupos según la naturaleza
de la obstrucción de la co rrien te de aire. Si la obstrucción es total se produce
una consonante o c l u s i v a ( o i n t e r r u p t a ) ; si es parcial y se form a
con ello una fricció n audible, el sonido resultante se denom ina f r i c a t i v o
( o c o n t i n u o ) . E n tre las oclusivas más típicas se hallan [ p ] , [ t ] , [ k ] ; en­
tre las fricativas, [ f ] y [ s ] . Las consonantes tam bién se clasifican en virtu d
de o tra dim ensión articu latoria, la del l u g a r d e a r t i c u l a c i ó n , según
la zona de la boca en que se produce la obstrucción. Son innum erables los
lugares, a lo largo del canal bucal, en que lo s,órga n os a r t i c u l a d o r e s
pueden obstru ir la corrien te de aire: cuerdas vocales, lengua, dientes, labios,
etcétera. Aun así, ninguna lengua utiliza más allá de un pequeño núm ero de
ellos. Entre los lugares de articulación de que se valen el inglés y otras len­
guas fam iliares (con o sin articulaciones secundarias de diversos tipos) pue­
den citarse los siguientes:

B i l a b i a l (o sim plem ente l a b i a l ) , cuando los labios se juntan entre sí;


p o r ejem plo, [p ] , [ b ] , [m ].
L a b i o d e n t a l , cuando el labio in ferio r toca los dientes superiores; por
ejem plo, [ f ] , [ v ] . Ahora bien, m ientras [p ] , [b ], [m ] son oclusivas, [ f ] , [ v ]
son fricativas. (Las fricativas bilabiales y' las oclusivas labiodentales, orales
y nasales, son menos comunes, p ero también existen.)

D e n t a l , cuando el ápice de la lengua se apoya en la parte posterior de los


dientes superiores; p o r ejem plo, [ t ] , [d ] , [n ], [8 ], [5 ],

A l v e o l a r , cuando el ápice de la lengua se pone en contacto con el alvéolo


superior (la prom inencia situada inm ediatam ente detrás de los dientes supe­
riores); p o r ejem plo, [ t ] , [ d ] , [n ], [ s ] , [z ] . Conviene notar que, en caso de
necesidad, pueden utilizarse los m ism os símbolos, en una transcripción an­
cha, para las oclusivas dentales y alveolares, aun cuando el A F I disponga de
diacríticos para distinguir las dos clases. Las consonantes iniciales del inglés
th ick [0 ik ] y this [S is ] son fricativas dentales, respectivam ente sorda y so­
nora, que se transcriben a base de [6 ] y [5 ], mientras que los sonidos [ t ] ,
[d ] y [n ] de la m ayoría de hablas en inglés (en casi todas las posiciones de
la palabra) son alveolares (fre n te a los sonidos [ t ] , [ d ] y [n ] del ruso o [ t ]
y [ d ] del francés, español e italiano, [q u e son den tales]).

P a l a t a l , cuando el dorso de la lengua se aplica contra el paladar duro; por


ejem plo, en las oclusivas [ c ] , [J ] y las fricativas [ q], [ j ] .

V e l a r , cuando el dorso de la lengua se pone en contacto con el velo o pa­


ladar blando; por ejem plo, en las oclusivas [k ] , [ g ] y las fricativas [ x ] , [y ]-
La diferen cia entre palatales y velares, com o entre dentales y alveolares, es
sim plem ente de grado (más que, p o r ejem plo, entre labiales y dentales o en­
tre dentales y palatales). Aunque las palatales en general no suelen aparecer
en ciertas posiciones de palabra en español, la fricativa palatal sorda [ g ] se
encuentra [en el español de C h ile], en muchos dialectos del alemán y aparece
asim ism o com o una de las posibles pronunciaciones form ales dé la conso­
nante inicial en una fo rm a del inglés com o hue [h ju : ] (la letra < h > en in­
glés com prende una gam a de sonidos cuya cualidad queda m uy determ inada
por la vocal que le acom paña). Los sonidos que en el sistem a ortográfico del
inglés corresponden a las letras < k > y < c > son, en la m ayoría de contextos
fonéticos, variedades de velares, pero en ciertas posiciones (igu al que en mu­
chas otras lenguas) se aproxim an a las palatales com o por ejem p lo en key
[ k i : ] y cue [k ju :]. La frica tiv a vela r sorda [ x ] no aparece en la pronuncia­
ción form al del inglés, pero se encuentra com o consonante final en la pro­
nunciación escocesa de loch y es común en alemán y castellano.6 La fricativa
velar sonora [ y ] es más rara en las lenguas indoeuropeas que su correlato

6. E n castellan o, sin e m b a rgo , suele pron u n ciarse com o fric a tiv o p ostvelar, o uvular,
que en el A F I se tran scrib e c om o [X ] .
sordo, pero aparece en [español y ] griego m oderno (y en ciertos dialectos
del ruso).

G 1o t a 1, cuando las cuerdas vocales se juntan momentáneaménte; por ejem ­


plo en la oclusiva P ] y las fricativas [h ] y [fi] , respectivam ente, sorda y so­
nora. Como las cuerdas vocales no pueden vibrar cuando están com pletam en­
te cerradas, no hay oclusivas glotales sonoras, aunque sí fricativas glotales
sordas o sonoras. Se percibe una oclusiva glotal com o variante socialmente
estigm atizada del sonido [ t ] entre vocales en form as com o city, united, butter,
en muchas pronunciaciones urbanas de Inglaterra y Escocia, entre otras de
Londres (cockney) Manchester, Birm ingham y Glasgow (lo m ism o que en
ciertos contextos fonéticos, en los que pasa inadvertida, incluso en la pronun­
ciación form al). Es im portante subrayar, pues, que, desde un cierto punto
de vista fonético, se trata de una consonante perfectam ente adm isible e in­
dependiente que no debe confundirse con [ t ] y que se encuentra en diversas
lenguas del mundo.

Para la clasificación de las consonantes el A F I establece muchos otros lu­


gares de articulación, algunos innecesarios para una cabal descripción foné­
tica del inglés [ y de muchas otras lenguas]. P or lo demás, las consonantes
presentadas bastan para ilustrar los principios generales de la clasificación

TABLA 1

Modo de Oclusivas Fricativas


articula-
ción
Orales Nasales
Lugar de
articula-
ción Sordas Sonoras Sonoras Sordas Sonoras

bilabiales P b m V 3
labiodentales b f
a
TZ "D V
dentales t d n e
alveolares t, d, n s z
palatales c J «ji ? j
velares k g X r
glotales h fi

Tabla 1. Algunas consonantes transcritas según el AFI. (N o se representa la aspi­


ración debido a que siempre se simboliza mediante diacríticos. Análogamente, los
símbolos para las nasales sordas se forman añadiendo un diacrítico al correspon­
diente símbolo de letra.)
articulatoria. Los sím bolos utilizados (ju nto con algunos m ás) aparecen en
la tabla 1. Adviértase que m ientras la dim ensión vertica l de la tabla repre­
senta una parám etro articu latorio único (s i om itim os la coarticulación y las
articulaciones secundarias), no ocu rre así con la dim ensión horizontal. Hay
una disposición jerárquica, p rim ero entre oclusivas y fricativas, luego las
oclusivas se subdividen en orales y nasales, m ientras que oclusivas y fricativas
se subclasifican aún com o sordas y sonoras. La m u ltidim ensionalidad del lla­
m ado m o d o d e a r t i c u l a c i ó n , en contraste con la unidimensionali-
dad esencial del lugar de articulación, resultaría todavía más evidente si lle­
váram os más lejos la clasificación consonántica (distinguiendo entre clases
com o rehilantes, vibrantes, líquidas, etc.). N o lo olvidem os, en lo sucesivo.

Volvam os ahora al análisis articu latorio de las vocales. Com o las vocales
(en oposición a las consonantes) se caracterizan p o r la ausencia de obstruc­
ción en la corriente de aire a su paso p o r la boca, no presentan un lugar de
articulación com o las consonantes. En cam bio, hay que considerar la confi­
guración entera de la cavidad oral, la cual varía de un m odo infinito en tres
dim ensiones convencionales a base de cerradas : abiertas (o bien ja ita s : ba­
jas), anteriores : posteriores y labializadas : no labializadas.

En las vocales c e r r a d a s ( o a l t a s ) las mandíbulas se m antiéhen juntas


(porqu e la lengua se eleva en la boca); en contraste, la producciórí'-de las vo­
cales a b i e r t a s ( o b a j a s ) com porta la abertura de la boca (porqu e la
lengua baja). Así, [ i ] y [u ] son cerradas (altas), [ a ] y [ a ] abiertas (bajas).

Las vocales a n t e r i o r e s se em iten m anteniendo la lengua (más exacta­


mente, el punto más alto de la lengua, ya que su raíz está fija ) hacia la parte
anterior de la boca; las vocales p o s t e r i o r e s com portan la refracción de
la lengua. Así, [ i ] y [ a ] son anteriores, y [u ] y [a ] posteriores.

Las vocales l a b i a l i z a d a s se pronuncian p o r el redondeam iento de los


labios; lo que no ocurre en las vocales no labializadas. Así, [u ], [ o ] y [ o ] son
labializadas; [ i ] , [ e ] , [ s ] y [ a ], no labializadas. La vocal cardinal núm ero 5,
[a ], al ser m áxim am ente abierta, es no labializada.

H agam os ahora unas breves precisiones sobre esta clasificación tridim en­
sional de las vocales. En p rim er lugar, com o cada dim ensión es continua, la
diferencia entre dos vocales cualesquiera en virtu d de la abertura, la anterio­
ridad y la labialización siem pre se produce en m ayor o m enor grado. N o
obstante, para estandarizar las referencias, los fonetistas recurren al sistema
de v o c a l e s c a r d i n a l e s . Éstas no deben confundirse con las vocales de
ninguna lengua real, pues constituyen sim plem ente puntos teóricos de refe­
rencia a p a rtir de los cuales el fonetista establece los sonidos vocales de las
distintas lenguas. Gracias a ellas puede sentar hechos com o el siguiente: la
vocal de la form a p ie del francés, que podem os tran scribir a base de [p i ] ,
se aproxim a más a la [ i ] cardinal que la prim era parte de la vocal en la pro­
nunciación fo rm al de la palabra pea del inglés, que tam bién cabe transcribir,
aproxim adam ente, a base de [ p i ] o, con más estrecham iento (in dicando la
aspiración de la consonante y la longitu d de la vocal, aunque no su cualidad
dipton gal no u n iform e), a base de [ p hi : ] . Las ocho vocales cardinales prim a­
rias aparecen en la figura 2. D en tro de poco considerarem os las cardinales
secundarias. O bsérvese que las cardinales 1, 4, 5 y 8 — esto es [ i ] , [ a ] , [ a ] , y
[ u ] — constituyen los extrem os teóricos de las dim ensiones de abertura y an­
teriorid ad . E n tre [ i ] y [ a ] y en tre [u ] y [a ], en intervalos supuestamente
iguales, se encuentran las vocales s e m i c e r r a d a s [ e ] ■y [ o ] y las s e m i -
a b i e r t a s [e ] y [o ].

Figura 2. Las vocales cardinales primarias.

O tro aspecto que conviente precisar es que m ientras todas las vocales an­
teriores de la figura 2 son no labializadas, las correspondientes posteriores
(salvo para la núm ero 5) son labializadas. Esto no significa que no aparezcan
vocales anteriores labializadas o p osteriores sin labializar. En realidad, las
hay, p ero se encuentran m ucho menos a menudo — especialm ente las poste­
riores no labializadas— en las lenguas europeas (la verdad es que el A F I y
sus vocales cardinales tienen una cierta predisposición en fa vo r de las len­
guas europeas). Ahora bien,, cada vocal cardinal prim aria tiene su contrapar­
tida entre l^s v o c a l e s c a r d i n a l e s s e c u n d a r i a s (anteriores labiali­
zadas y posteriores no labializadas), enumeradas de 9 a 16. P or ejem plo, la
equ ivalente secundaria de [ i ] es la núm ero 9, anterior labializada [ y ] , apro­
xim adam ente la vocal de la palabra tu del francés; la equivalente secundaria
de [u ] es la núm ero 16, p o sterio r no labializada [u i], que aparece en ja ­
ponés. ■*
Nótese, además, que las vocales de la figura 2 vienen dispuestas en un
cu adrilátero con una base más estrecha que su parte superior. Este diagram a
refleja esquem áticam ente el hecho de que, por razones fisiológicas, hay m e­
nos diferencia, tanto articu latoria com o auditiva, en la dim ensión de ante­
rio rid ad y posteriorid ad entre vocales abiertas que entre cerradas, esto es
hay m enos diferencia, p o r ejem plo, entre [a ] y [ a ] que entre [ i ] y [u ]. L o m is­
ino sucede con respecto a la labialización. Así, [ i ] difiere de [u ] más que [a ]
difiere de [£ ] en dos de las tres dim ensiones (pues la labialización es irrele-
van te en las vocales máxim am ente abiertas). N o es sorprendente, entonces,
que las lenguas tiendan a form ar sistemas vocálicos asimétricos con menos
distinciones entre vocales abiertas que entre cerradas.
Finalm ente, hay que subrayar de nuevo que el cuadrilátero vocálico re­
presenta un continuo de tres dimensiones, dentro del cual, excepto en el ideal
teórico, los sím bolos vocálicos del A F I indican zonas y no puntos. Por lo de­
más, hay zonas, especialm ente en el centro del continuo, más bien poco
atendidas por el A F I y el sistema de vocales cardinales.
Basta ya sobre la articulación de consonantes y vocales. Por lo dicho hasta
aquí, pese al tratam iento selectivo del asunto, se habrá aclarado sobradam ente
que las consonantes y las vocales, consideradas com o s e g m e n t o s de
habla, constituyen haces de r a s g o s articulatorios, cada uno de ellos equi­
valente al va lo r de una variable en una determ inada dimensión. Por ejem plo,
[m ] es oclusiva, sonora, bilateral, nasal: esto es, presenta el valor de [o clu ­
siva ] en la dim ensión de la oclusión u obstrucción, de [so n o ra ] en la de la
voz, de [la b ia l] en la del lugar (p rim a rio ) de articulación y de [n asal] en
la de nasalidad.

Segmen-
tos foné-
n. ticos

Rasgos \
articula-
torios \ P p" b m 3 t t" d n e 5 k kh g in X Y

s o n o ro — — + — + — — + + — + — — + + — +

a s p ir a d o — + — — 0 0 — + — — 0 0 — + — — 0 0

nasal — — + 0 0 — — — + 0 0 — — — 0 0

o c lu s iv o + ■ + + 0 0 + + + + 0 0 + + + + 0 0

fr ic a tiv o 0 0 0 0 + + . 0 0 0 0 + + 0 0 0 0 + +

la b ia l + + + + + + 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0

d e n ta l 0 0 0 0 0 0 + + + + + + 0 0 0 0 0 0

v e la r 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 + + + + + +

T a b la 2. A lg u n a s c o n s o n a n t e s a n a liz a d a s e n r a s g o s a r t ic u la t o r io s . (A p a r e c e n e je m ­
p lific a d a s la s o c lu s iv a s o r a le s s o rd a s a s p ira d a s , p e r o n o la s o c lu s iv a s s o n o ra s a s p i­
ra d a s , n a s a le s u o r a le s , c o m o t a m p o c o la s n a s a le s s o rd a s . A t í t u l o p u r a m e n t e ilu s ­
t r a t iv o , se l i m i t a n a tr e s lo s lu g a r e s d e a r t i c u l a c i ó n : la b ia l, d e n ta l y v e la r. L a ta b la
p u e d e a m p lia r s e f á c i lm e n t e h a s ta i n c l u i r la s c o n s o n a n t e s de la ta b la 1 y sus c o ­
r r e la t o s a s p ir a d o s .)
Los corchetes que encierran los térm inos ‘oclusiva', ‘ labial’, etc., del pá­
rrafo anterior, indican que dichos térm inos funcionan com o rótulos de ras­
gos fonéticos. Las tablas 2 y 3 reclasifican ahora com o conjuntos de rasgos
algunas de las consonantes y vocales ya presentadas. Obsérvese que estos ras­
gos son simultáneos y no secuenciales (en cualquier sentido pertinente del
térm ino). Hay que apreciar asimismo que debe establecerse una distinción
entre los rasgos independientem ente variables y los que no lo Son. Así, un
sonido de habla no puede ser, en un mom ento dado, a la vez sonoro y sordo,
o nasal y oral. Las tablas 2 y 3 utilizan signos de más y menos para reflejar
este hecho: [s o n o ro ], [n a sa l], etc., han sido elegidos com o m iem bros posi­
tivos de los pares de rasgos en correlación, mientras que [s o rd o ] [o r a l], et­
cétera, aparecen com o m iem bros negativos. En cuanto al lugar de articulación
de las consonantes, la situación es diferente. Desde luego, si una consonante
es (prim ariam ente) labial no puede ser también (prim ariam en te) dental o ve­
lar. Sin em bargo, no cabe tratar los rasgos [d en ta l] o [v e la r ] com o si fueran
negativos de [la b ia l]. Una vez establecido esto, si se m arca positivam ente una
consonante en uno de los valores de la dimensión de lugar de articulación,
aparece, en la tabla 2, com o neutra, y no negativa, en los demás valores. De
un m odo sim ilar se procede con la distinción entre oclusiva y fricativa. La
tabla 3 sólo representa las tres dimensiones de la clasificación articulatoria
de las vocales a p a rtir de la configuración de la boca; no hay dificultad, enton­
ces, en in corporar a esta tabla la distinción entre sonoro y sordo y entre
oral y nasal para las vocales. En futuras ocasiones las tablas 2 y 3 nos se­
rán útiles.

i e a a o u y tu

abierta — 0 + + 0 — — —
posterior — — — + + + — +
labializada — — — — + + + —

Tabla 3. Algunas vocales analizadas en componentes. (N o


se incluyen [s ] y [o ]. Así, al no tener que distinguir entre
semiabiertas y semicerradas, [e ] y [o ] quedan tratadas com o
si fuesen neutras.)

Conviene exam inar ah ora la segmentación en sí misma. ¿C óm o precisar


que una porción dada de habla, analizada desde el punto de vista de la fo ­
nética articulatoria, consta de tales y tales segm entos secuencialm ente or­
denados? E l principio determ inante de la segmentación fonética es muy sim-
pie de establecer, pero m uy d ifíc il de aplicar sin tom ar una buena cantidad
de decisiones más o menos arbitrarias en muchos casos. En general, estable­
cem os una fron tera entre segm entos (estableciendo así los segmentos m is­
m os) en los puntos en que se produ ce un cam bio de va lo r en una o más va­
riables articulatorias; por ejem plo, de [la b ia l] a [d e n ta l], de [s o n o ro ] a [s o r­
d o ], de [p o s te rio r] a [a n te rio r], de [n a s a l] a [o r a l]. E l prin cip io presenta a
menudo dificultades de aplicación debido a que los cam bios de valor no son
siem pre claros y a que los tram os de sonido entre cam bios sucesivos de va­
lo r no constituyen estados perfectam ente constantes.7 Además, ciertas tran­
siciones entre rasgos (p o r ejem plo, la aparición de voz o de aspiración en las
consonantes) no se tendrían en cuenta norm alm ente si no hubiese razones
fonológicas para ello (cf. 3.4). De ahí que la pregunta de cuántos sonidos de
habla hay en uná form a dada — considerada sin referencia a la estructura
fonológica del sistema lingüístico al que pertenece o a los sistemas lingüísti­
cos en general— no suele adm itir una respuesta precisa. Es im portante tener
esto bien presente cuando se opera con datos lingüísticos transcritos foné­
ticamente.
Desde luego, una desventaja de los sistemas alfabéticos de transcripción
fonética consiste en que induce a los no especialistas a creer que el habla
se com pone de sartas de sonidos separados. E l usuario de un alfabeto foné­
tico debe avezarse a desalfabetizar, p o r así decirlo, las sartas de sím bolos
que representan enunciados hablados. P o r ejem plo, ante [tem a n ] no sólo ha
de ser capaz de analizar [ t ] en los rasgos sim ultáneos que lo Componen,
[s o r d o ], [d e n ta l], etc., lo m ism o que para los otros sonidos de habla repre­
sentados. Debe notar inm ediatam ente que el rasgo [s o rd o ] discurre p o r dos
segmentos, que [s o n o ro ] y [n a s a l] afectan a tres segmentos, y así sucesiva­
mente. Estos rasgos no aparecen y desaparecen instantáneam enté1'entre [ t ]
y [e ], o entre [ m ] y [ á ] y entre [ á ] y [n ]. Cuando dos o m ás'segm en tos
com parten así un m ism o rasgo (especialm ente si es consonánticoj y relativo
al .lu gar de articulación) se describen com o h o m o r g á n i c o s -'(«produci­
dos p or el m ism o ó rga n o»). Más en general, podem os decir que hay una ten­
dencia entre segmentos sucesivos (m ien tras sean distintos según el criterio
de más arriba) a a s i m i l a r s e en tre sí en lugar de articulación, en m odo
o en ambos. Ésto reviste una considerable im portancia en el análisis fo n o ­
ló gico de las lenguas.
P o r todo lo dicho está bien claro que cualquier rasgo fon ético puede afec­
tar a segmentos sucesivos y ser, p o r tanto, en este sentido del térm ino, s u-
p r a s e g m e n t a l . P or ejem plo, [s o n o ro ] es suprasegm ental en [a m b a ]; [n a­
sal] lo es en [m a n ], y así sucesivamente. N o obstante, suele restringirse el
térm ino 'suprasegm ental' a aquellos rasgos que se clasifican, más bien fon o­
lógica que fonéticam ente, com o c a n t i d a d , t o n o y a c e n t o o i n t e n -

7. L o s d ip ton go s se d istingu en fo n é tic a m e n te d e las llarijadás vocales puras, o m onop-


tongos, p o r s e r son idos con estados varia b les. [E s t o n o obsta p ara que a m en u d o se in ­
terp reten c o m o secuencias de vocales p u ras.]
s i d a d. En un apartado p o sterio r volverem os a la noción de suprasegmen-
talidad en ambos sentidos.
H ay que señalar, sin em bargo, que en este lib ro hacemos un tratam iento
m uy selectivo tanto de los segm entos com o de los rasgos suprasegm entales.
En cuanto a otros posibles segmentos, hay que recon ocer que hemos om itid o
clases enteras de sonidos de habla: l í q u i d a s , g l i d e s , a f r i c a d a s , et­
cétera. Desde luego, no m e he propuesto o frecer una clasificación com pleta,
ni siquiera en bosqu ejo, de las variables articulatorias, sino tan sólo ilustrar
los principios generales.

3.4 Fonemas y alófonos

En lo sucesivo nos ocuparem os de la fonética (com o estudio del m edio fó n i­


co ) sólo en la m edida en que sea pertinente para el análisis f o n o l ó g i c o
de los sistemas lingüísticos. Existen diversas teorías de la fon ología; ante
tod o foném icas y no foném icas, según que utilicen o no los f o n e m a s com o
elem entos básicos de análisis. De las distintas teorías foném icas, hay una, que
cabe denom inar f o n é m i c a a m e r i c a n a c l á s i c a , y que, si bien ya la
ha abandonado la m ayoría de lingüistas, o frec e una considerable im portan ­
cia para com pren der el desarrollo de las teorías más m odernas. Tiene, ade­
más, la ven taja pedagógica de ser conceptualm ente más sim ple qu e otras. De­
dicarem os, p o r tanto, este apartado a la exposición de las nociones claves de
la foném ica am ericana clásica elaboradas en el períod o que siguió a la Se­
gunda Guerra Mundial. Y sólo atenderem os a nociones y térm inos que sean
ú tiles en adelante. Pasarem os, en cam bio, p o r alto muchos otros detalles.
En la teoría en cuestión, los fonem as se definen con arreglo a dos c rite­
rios principales: (a ) la s i m i l i t u d f o n é t i c a y ( b ) l a d i s t r i b u c i ó n
(su jeto s a í crite rio p riorita rio, presente en todas las teorías fonológicas del
c o n t r a s t e f u n c i o n a l : cf. más abajo). Com o hem os visto en el apar­
tado anterior, la sim ilitud fonética es una cuestión m ultidim ensional de grado.
De ahí que un determ in ado sonido de habla pueda resultar sim ilar a o tro en
una o más dim ensiones y al p rop io tiem po d ife rir de él y ser aun sim ilar a un
tercer sonido tam bién en una o más dim ensiones diferentes. La consecuencia
práctica de ello, en lo que atañe al análisis foném ico, es que el analista se
en frenta a menudo con diversas alternativas a la^ hora de decidir qué sonidos
de habla fonéticam ente sim ilares deben agruparse com o variantes, o más téc­
nicam ente a l ó f o n o s , de un m ism o fonema. A menudo se aplican criterios
suplem entarios (qu e nosotros om itirem os). Pero, no obstante, quedan aún
muchos cabos sueltos sobre el núm ero de fonem as y alófonos incluso después
de invocar esos criterios suplem entarios. A l m argen de la im presión que
o frecen muchos manuales de aquel período, es evidente que la foném ica
am ericana clásica no llega a producir, un análisis único y universalm ente
aceptable sobre la fon ología de muchas lenguas.
Exam inem os ahora a la noción de distribución, que, com o hemos visto
a lo largo del libro, es pertinente no sólo en fonología, sino también en gra­
mática y semántica. En pocas palabras, la distribución de una entidad es el
conjunto de contextos en que aparece, entre todas las oraciones de una len­
gua dada. H ay que tom ar el térm ino ‘en tidad’ en el sentido más general po­
sible. En el presente apartado incluye sonidos de habla y rasgos fonéticos,
p o r un lado, y fonem as p or otro. La noción de distribución presupone a su
vez la de buena form ación (cf. 2.6). Esto supone, para la fonología, operar
no sólo con las form as reales del sistema lingüístico, sino con el conjunto de
form as fonética y fonológicam ente bien form adas, reales o potenciales. En
todas las lenguas naturales hay form as reales de uso más o menos común
(don frecuencia prestadas de otras lenguas) que no se ajustan a los modelos
fonológicos más generales y hay, al p rop io tiem po, muchas otras form as
in existentes'qu e los hablantes de la lengua reconocerían com o potenciales de
esta misma lengua, es decir, conformes, a los m odelos generales. Veám oslo
con un ejem plo: [a b lá r] es form a de palabra potencial y real en español (en
una transcripción fonética ancha), cf. hablar; [a b lé r ] es form a potencial pero
no real. A su vez * [lb á r a ] no sólo constituye una form a de palabra irreal,
sino que está fonológicam ente mal form ad a (de ahí el asterisco) ya que no
existen form as bien form adas en español que em piecen con [Ib ].
En tanto que las lenguas son sistemas regulados, toda entidad lingüística
sujeta a las reglas de un sistema presenta una distribución característica. Dos
o más entidades tienen la misma distribución si, y sólo si, aparecen en una
m ism a posición — esto es son sustituibles entre sí, o i n t e r s u s t i t u i b l e s—
en todos los contextos (supeditados a la condición de buena form ación). Las
entidades intersustituibles en algunos contextos p ero no en todos se i n t e r ­
s e c a n en distribución; la identidad distribucional, por tanto, puede consi­
derarse com o el caso lím ite de intersección distribucional y, si se entiende
que «a lg ú n » incluye a «to d o », puede definirse en el ám bito de la ‘intersección’.
En adelante la definirem os así. Las entidades no intersustituibles en ningún
contexto se encuentran en d i s t r i b u c i ó n c o m p l e m e n t a r i a .
Estam os ya en condiciones de aplicar estas nociones a la definición de
los fonem as y sus alófonos. En p rim er lugar, hay que tener en cuenta que
dos sonidos de habla no pueden hallarse en contraste funcional a menos
que se intersequen en distribución, pues sin intersección distribucional no
pueden cu m plir la función de distinguir una form a de otra. Por ejem plo,
existen varios sonidos de [ d ] fonéticam en te distintos en la pronunciación
norm al del español. En general pueden clasificarse en dos grupos, el de [d ]
oclusiva y el de [5 ] frica tiva (den tro del m ism o lugar prim ario de articula­
ción). Estos grupos nunca aparecen en la misma posición en las form as de
palabra: [ d ] oclusiva se encuentra en posición inicial absoluta de enuncia­
ción, tras [1] y nasal, mientras que [5 ] se encuentra, norm alm ente, en el
resto de posiciones. En consecuencia, la sustitución de [S ] fricativa por [d ]
oclusiva, pongam os p o r caso, en m oda ([m o d a ] en lugar de [m ó 5 a ]) no pue­
de dar lugar a otra form a (aunque sí produ cir un efecto extraño propio de
un hablante extran jero sin filiación determ inada). De manera sim ilar, la
permutación de [ d ] por [5 ], digamos, en monda ([m ó n o a ] en vez de [m on ­
da]), aparte de su dificultad intrínseca, tampoco produciría otra form a de
palabra real o potencial. En térm inos más generales, co m o todos los sonidos
de [d ], oclusivos o fricativos, están en distribución com plem entaria, no se
encuentran en contraste funcional. Satisfacen las dos condiciones definitorias
mencionadas antes para dar lugar a la noción de fonem a: sim ilitud fonética
y distribución complementaria. De ahí que quedan universalm ente asignadas
como alófonos a un solo fonema, esto es variantes posicionales fonéticam en­
te distintas. Para' los elem entos fonológicos es esencial que se hallen en con­
traste funcional al menos en un lugar del sistema lingüístico.
Los alófonos son subfonémicos. A pesar de todo, presentan una distri­
bución regular; a este respecto, pertenecen al sistema lingüístico en tanto que
se r e a l i c e en el m edio fónico. Pero no constituyen elem entos del sistema
lingüístico, pues esta condición sólo corresponde (según las teorías fonémi-
cas) a los fonemas. Convencionalmente, los fonemas se representan a base del
símbolo de letra (con o sin diacríticos) más apropiado para la transcripción
ancha de uno de los alófonos fonéticam ente distinguibles y colocando dicho
símbolo entre barras oblicuas. Por ejem plo, el fonem a del español /d/ pre­
senta como alófonos un conjunto de sonidos de habla fonéticam ente distin­
tos, entre ellos [ d ] y [S ], capaces de ser distinguidos, en caso de necesidad,
en una transcripción estrecha. Así, disponemos de una nueva m anera de
aludir a las formas: foném icam ente o, más en general, si generalizam os el
uso de las barras oblicuas (lo que haremos en efecto), fonológicam ente. Es
importante comprender, p o r tanto, com o seguramente se desprenderá de todo
ello, que una representación foném ica no equivale a una transcripción foné­
tica ancha.
Queda otro asunto p o r aclarar. Demasiado a menudo los manuales de
lingüística ofrecen una form ulación imprecisa, por no decir carente de sen­
tido, del principio del contraste funcional. Llegan a insinuar, p o r ejem plo,
que la sustitución de [ d ] oclusiva por [5 ] fricativa en m onda no cam bia el
significado de monda, mientras que la sustitución por [ t ] sí lo cambia. Es­
trictamente hablando, esto no es así. Lo que hace la sustitución de [ d ] por
[ t ] en monda es cam biar la form a y no el significado, ya que la form a m onda
cambia en la form a m onta. En efecto, ‘ monda’ y ‘ m onta’ (es decir, las pala­
bras de las cuales m onda y m onta son form as), difieren en significado, de
modo que los enunciados que las contengan tam bién d iferirán (generalm en te)
en significado. N o m e m ueve una pedantería inm otivada al a d vertir sobre la
formulación frecuentem ente im precisa del principio del contraste funcional.
La diferencia de form a no garantiza una diferencia de significado (cf. el fe­
nómeno de la sinonimia). Tam poco es la diferencia de significado el único
criterio por el que se establece una diferencia de form a. L a posibilidad de
que haya diferencias .de form a sin correlación, en algún lugar del sistema
lingüístico, con alguna diferencia de significado es un asunto controvertido,
en parte dependiente de cóm o se define ‘ significado’ . P ero de lo que no cabe
duda es que la form ulación del principio del contraste funcional afecta a
la identidad y diferencia de form a, y no de significado.
La intersección distribucional constituye una condición necesaria, pero
no suficiente, para el contraste funcional. Con frecuencia hay sonidos de ha­
bla fonéticam ente distintos e intersustituibles en un m ism o contexto y aun
así pueden estar en v a r i a c i ó n l i b r e , es decir, no hallarse en contraste
funcional. Por ejem plo, [ r ] y [ r ] , que se hallan en contraste en posición
m edial intervocálica de palabra (cf. c a ro [k á r o ] : c a rro [k á r o ]), están en
variación lib re en posición final (y aun im p losiva): m ar [m a r ] o bien [m a r ].
En este caso, la perm utación de [ r ] p o r [ r ] , o viceversa, nunca da lugar a
una form a de palabra distinta. En rigor, el fenóm eno podría pasar bien inad­
vertido. En otros casos de variación libre, la elección de los hablantes en
fa vo r de una pronunciación depende de factores estilísticos de diversos ti­
pos. En lo que concierne al análisis foném ico, puede entenderse que el ‘con­
traste fu ncional’ se lim ita a la f u n c i ó n d i s t i n t i v a , es decir, a la fun­
ción de distinguir una form a de otra. Es discutible que la descripción
fonológica deba tom ar en consideración también la variación estilítica, com o
propugnaban los fonólogos de la Escuela de Praga (c f. 7.3).
Uno de los prim eros y más decisivos descubrim ientos de la fon ología
consistió en a d vertir que los sonidos de habla que en una lengua, están en
contraste funcional pueden estar en distribución com plem entaria o en va­
riación lib re en otra. P o r ejem plo, [3 ] y [ d ] se hallan en contraste fu ncio­
nal en inglés (cf. there, « a llí» fren te a daré, «a tre v e rs e »), p ero en distribución
com plem entaria (con alguna posible variación estilística) en español (cf. hada
fren te a anda). Los ejem plos podrían m ultiplicarse, pero lo im portan te es que
las lenguas difieren considerablem ente con respecto a las distinciones foné­
ticas qu e ponen en ju ego, com o si dijéram os, al realizar (en el m ed io fó n ico)
las form as de que se com ponen las oraciones. L a validez de esté' hecho es
independiente de la teoría, fon ológica que lo form ule.

3.5 Rasgos distintivos y fonología suprasegmental

Según la teoría de la foném ica am ericana clásica a que hem os aludido en el


apartado anterior, los fonem as son los elem entos fonológicos m ínim os de los
sistemas lingüísticos. Trubetzkoy, uno de los m iem bros fundadores de la Es­
cuela Lingüística de Praga que desarrolló su propia versión del estructura­
lism o saussureano y ejerció una gran influencia, especialm ente en la fon ología
y en la estilística, durante la década de 1930 a 1940 (cf. 7.3), adoptó un punto
de vista muy distinto. La idea fundam ental de la escuela fon ológica de Praga
es que los fonem as, aun cuando tam bién se consideren segm entos m ínim os
de los sistemas lingüísticos, no son sus elem entos más pequeños, puesto que
son haces (o conjuntos) de r a s g o s d i s t i n t i v o s sim ultáneos. Esta no­
ción, con algunas m odificaciones ulteriores, fue adoptada en 1960 y años
subsiguientes p o r los partidarios de la g r a m á t i c a g e n e r a t i v a , al
form aliza r una doctrina que vin o a sustituir las nociones características de
la fon ética clásica americana, origin alm en te asociadás a la p rop ia gram ática
gen erativa a causa de su herencia post-bloom fieldiana (cf. 7.4). En todo caso,
la presentación que aquí hacemos de la teoría de los rasgos distintivos no
pretend e atender a las distintas fases históricas de su desarrollo.
E l térm ino ‘ d istin tivo ’ se refiere a la parte del contraste funcional que
en los sistemas lingüísticos tiene que ve r con la distinción mutua entre fo r­
mas (cf. 3.4); no obstante, los fon ólogos de la Escuela de Praga, prestaron
asim ism o gran atención a otros tipos de función fon ológica que por ahora
no nos interesan. E l térm ino ‘ rasgo’ nos es ya fa m ilia r desde el apartado que
trataba de la fonética articu latoria (3.3). De ahí que podem os pasar a expo­
n er las ideas centrales de la teoría de los rasgos distintivos a p a rtir de lo
dich o ya en los dos apartados anteriores.
Los sonidos del habla pueden representarse com o conjuntos de rasgos
fonéticos. Los rasgos fonéticos de más arriba eran articu latorios, pero igual­
m ente podían haber sido acústicos o incluso, en principio, auditivos. Lo m is­
m o vale con respecto a los rasgos fonológicos de la teoría de los rasgos dis­
tintivos, donde se han emjpleado ya rasgos tanto articu latorios com o acústi­
cos. Com o puede considerarse que, contra lo que ocu rre con la fonética, la
fo n o lo gía no establece ningún com prom iso directo con el m edio fón ico (aun­
qu e los partidarios de la teoría de los rasgos distintivos tienden a soslayar
esta concepción más bien abstracta de la fon ología), quizás habría que op era r
con rasgos fonológicos ni articu latorios ni acústicos, si bien relacionables
(d e una m anera un tanto co m p le ja ) con ambos tipos, e incluso con rasgos
au ditivos cuando la fonética auditiva haya alcanzado un desarrollo m ayor del
qu e tiene en la actualidad. Para sim plificar la exposición u tilizarem os deno­
m inaciones articulatorias. Y para distinguir los rasgos fon ológicos de los fo ­
néticos, pondrem os barras oblicuas y no corchetes alred ed or de los datos ar­
ticulatorios. (Aunque no constituye una práctica corriente, fa cilita la claridad
conceptual y perm ite d eja r abiertas ciertas opciones teóricas.) Así, del m ism o
m odo que el sonido [ p ] puede describirse a p a rtir de la tabla 2 de más arriba
com o el conjunto { [ + la b ia l], [-(-o c lu s iv o ], [ — so n o ro ], [ — n a s a l]}, tam ­
bién el fonem a del español /p/, pongamos, es analizable a base del conjunto
{ / + labial/, / + oclusivo/, /— son oro/}.
A prim era vista quizá parezca que no hemos hecho más que realizar un
m ero truco notacional al sustituir los corchetes p o r barras oblicuas y llam ar
fo n o ló gico en lugar de fon ético al resultado de dicha sustitución. Conviene
advertir, sin em bargo, que ahora se han enum erado tres rasgos distintivos y
no cuatro para el español /p/. Si el rasgo foném íco /— nasal/ no aparece en
/p/ se debe a que la falta de nasalidad es predictible en español (aunque no
en todas las lenguas) a p a rtir de la falta de sonoridad; en cam bio, /— nasal/
aparecería en /b/ para establecer su función distintiva en vano [b á n o ] fren ­
te a m ano [m á n o ]; lo b o [ló fio ] fren te a lo m o [ló m o ], etc. P o r otra parte, la
descripción articulatoria de [ p ] es m uy incom pleta (a l lim itarse a los rasgos
articu latorios de la tabla 2). Ahora bien, el conju nto de rasgos distintivos
que defienen y caracterizan un fonem a será mucho más pequeño que el de
rasgos fonéticos que caracterizan a cualquiera de sus alófonos. P o r ejem plo,
el fonem a /b/ del español presenta entre sus alófonos [0 ] (v. gr., lob o, más
arriba) frica tivo, oral, bilabial, sonoro, cuya descripción articulatoria más
com pleta habría de aludir no sólo a la fricación, sino tam bién a la fuerza es­
piratoria con que sale el aire tras la constricción labial, a la duración de la
constricción, a la espiración y a otros rasgos más que lo hacen reconocible
com o [3 ] p o r la posición en que aparece. Ahora bien, ninguno de estos otros
rasgos fonéticos es distin tivo en español hasta el punto de cam biar la reali­
zación fonética de una form a en la de otra.
En cuanto a los tres rasgos reconocidos antes en la com posición de /p/,
/ + labial/ (que corresponde a [ + la b ia l]) distingue (la pronunciación d e)
paso de (la pronunciación d e) vaso, caso, etc.; / + oclusivo/ distingue pardo
de ja rd o (com o en español no hay fricativas labiales ni oclusivas labiodenta-
les, puede interpretarse que /f/ constituye el correlato / + fricativo/ de /p/)
tapa de sapa (y zapa); /— sonoro/, según la concepción habitual, es el rasgo
que distingue paño de baño; c o to de codo. Cabe sostener que el rasgo que
distingue /p/, /t/, /k/, etc., de /b/, /d/, /g/, etc., en español no debe iden­
tificarse sólo con la sordez, sino con algo distinto con que serían concom i­
tantes la sordez o la fricación (o am bas). N o obstante, cualquiera que sea el
punto de vista a este respecto, es o b vio que no son necesarios al m ism o tiem ­
po / + fricativo/ y /— sonoro/ en un análisis de los rasgos distintivos del es­
pañol.
H e u tilizado el térm ino ‘a ló fa n o ’ al describir la relación entre los fone­
mas y los rasgos distintivos de que se componen. En realidad, la noción de
variación alofón ica se considera de una m anera tan diferen te en la teoría
de rasgos distintivos, que puede ponerse en duda la aplicabilidad del térm ino.
L o crucial acerca del análisis en rasgos distintivos es que tod o fonem a difiera
de los dem ás dentro del sistem a lingüístico p o r la presencia o ausencia de
un rasgo al menos, en el conju nto de rasgos definitorios; y que el conjunto
de rasgos definitorios de un fonem a perm anezca constante en todas sus
posibles apariciones. L o que la fon ém ica am ericana clásica denom ina varia­
ción alofón ica aparece tratado en la teo ría de rasgos distintivos (especial­
m ente en la gram ática generativa) a base de reglas que (habiendo convertido
en rasgos fonéticos el conju nto m ín im o de rasgos fonológicos suficientes
para distin gu ir cada fonem a de los dem ás: / + labial/ —»■[ + la b ia l], / + so­
noro/ —» [ + so n o ro ],) añaden rasgos fonéticos no distintivos contextüalm ente
adecuados a determ inadas posiciones de aparición. P o r ejem plo, el rasgo
fon ético [ + o clu sivo ] se añadiría a la realización fonética del español /b/
en posición inicial absoluta de palabra (p o r ejem plo, en vaso o en -bolso),
pero no cuando sigue a /l/ (p o r ejem p lo, en alba ca lvo), m ientras que el
rasgo fon ético [ + so n o ro ] se añadiría en todas las posiciones.
En el apartado a n terior hem os señalado que las lenguas difieren consi­
derablem ente en cuanto a la capacidad distintiva de los rasgos fonéticos
que utilizan. Esto es válido al m argen de la teoría fon ológica que lo form ule.
Después de todo, se da el caso de que un rasgo com o [ + aspirad o], pura­
m ente alofón ico en español, inglés y otras lenguas, es distin tivo en hindi
y en chino m andarín, que las vocales del francés son al m ism o tiem po dis­
tintivam ente anteriores y labializadas, que en muchas lenguas australianas
la nasalidad es tan distintiva, en lu gar de la sonoridad, que caracteriza más
fonemas que en cualquier lengua europea, y así sucesivamente. Nótese, sin
em bargo, que en estos ejem plos he utilizado térm inos — ‘ aspirado’, ‘a n terior’,
‘p osterior’, ‘nasal’— que tam bién se utilizan en la descripción de otros cien­
tos, p or no decir miles, de lenguas habladas. La teoría de los rasgos distin­
tivos com o tal no es incom patible con el supuesto de que hay un núm ero
ilim itado de rasgos distintivos posibles de los cuales cada sistema lingüís­
tico hace su propia elección particular, com o si dijéram os, y los com bina
en un núm ero im previsible de m odos para fo rm ar sus propios fonemas.
Ahora bien, las form ulaciones recientes de la teoría de rasgos distintivos tien­
den a adm itir, a ju zgar p or ciertas evidencias favorables, que todas las lenguas
naturales existentes son susceptibles de recibir una descripción fonológica
satisfactoria a p a rtir de una lista de algo más de una docena dé rasgos v ir­
tualmente distintivos. Desde luego, hay muchos rasgos fonéticos que no son
distintivos, por lo que sabemos, en ninguna lengua natural y muchas com bi­
naciones de rasgos fisiológicam ente posibles extrem adam ente raras o incluso
inexistentes, al parecer. Chomsky ha sugerido que esto se debe a que la
fonología de las lenguas naturales, lo m ism o que la sintaxis y la semántica,
están fuertem ente lim itadas p o r una predisposición específicam ente humana
a operar con ciertos tipos de distinción y no con otros (cf. 7.4).
Una notable ven taja de la teoría de rasgos distintivos en com paración
con la foném ica americana clásica consiste en que proporcion a una des­
cripción m otivada de los principios qu e determ inan la buena form ación de
secuencias de fonem as en una am plia gama de casos. P or ejem plo, tras /t/
y /r/ iniciales dentro de la misma form a, en español, puede aparecer cual­
qu ier vocal, pero no una consonante (cf. trípode, tres, trampa, trozo, etc.,
fren te a */trp-/, */trs-/, */ tm -/, etc.). N o es más que uno de los muchos
contextos en que alternan vocales entre sí con exclusión de las consonantes.
Este aspecto distribücional de los dos grupos de fonem as puede tratarse (d e
una m anera fonéticam ente m otivada o condicionada) p o r m edio de una
regla que oponga / + vocal/ a /— vocal/ o a / + consonante/. Análogamente,
la asim ilación de /n/ a /m/ y /p/ en posición im plosiva ante /p/ o /b/ y ante
/c/, respectivam ente, puede atribuirse a la presencia, también respectiva­
m ente, de / + labial/ y / + palatal/ en el fonem a que condiciona la asim ila­
ción: en paz [ém pá0], un vasoy[úm bá so], un c h ic a ¿ík o ],)etc.8 (E n las
com posiciones léxicas, la o rtogra fía registra a veces este fenóm eno: in + p o­
sible —» im p osib le; otras veces prevalece un criterio etim ologista: in + váli­
do —> inválido; cf. también form as com o mancha [m á p c a ].) Con frecuencia
sucede, pues, que un determ inado rasgo, com o / + vocal/, / + labial/, / + na­
sal/ o / + sonoro/, puede interpretarse, en ciertos contextos, com o si fuese

8. [E s to s e jem p lo s, aducidos sólo a títu lo ilu strativo , p o d ría n re c ib ir una in te rp re ­


tación m uy d istin ta e n ' un á m b ito fo n o ló g ic o más a m p lio .]
s u p r a s e g m e n t a l , esto es com o si afectase a una secuencia de dos o más
segmentos (foném icos).
Ahora bien, ¿qué decir sobre la posibilidad de que un rasgo distintivo
sólo sea supresegmental en un sistem a lingüístico dado? N o se trata de una
m era posibilidad teórica. En muchas lenguas se encuentran rasgos supraseg-
mentales de este tipo. P o r ejem plo, lo que se conoce p or a r m o n í a v o c á ­
l i c a no es tan infrecuente. Tal co m o opera en turco, afecta a los rasgos con­
trastantes / + posterior/ fren te a /— posterior/ y /-(-labializado/ fren te a /— la­
bializado/.' D ejando de lado ciertas form as de palabra (en su m ayoría,
prestadas de otras lenguas) que no se ajustan al m odelo general, podem os
decir que en turco todas las vocales en las sucesivas posiciones de la palabra
deben presentar el m ism o va lo r para el contraste J ± posterior/ y debido
a una condición u lterior,*que excluye la com binación de /-(-labializado/ con
el rasgo segmental / + abierto/ en las sílabas no iniciales, para el contraste
/ ± labializádo/. Independientem ente de la longitud de la palabra — y p o r su
estructura gram atical el turco tiene muchas form as largas de palabra— ,
/ ± posterior/ y / ± labializado/ son suprasegmentales en el sentido expuesto.
Los rasgos distintivos suprasegm entales de este tipo són lo que la t e o ­
r í a p r o s ó d i c a de la fon ología denomina, en un sentido especializado del.
térm ino, p r o s o d i a s . Esta teoría, característica de lo q u e se ha dado en
llam ar la Escuela Lingüística de Londres, com parte muchos aspectos con la
teoría de los rasgos distintivos en sus más recientes progresos. P o r des­
gracia, las diferencias term inológicas, para no m encionar las de perspec­
tiva teórica en asuntos más generales, tienden a oscurecer las sim ilitudes.
La diferen cia principal entre la teoría de rasgos distintivos digam os o rto ­
doxa y la teoría prosódica reside en que la prim era es esencialm ente foné-
mica o segmental, com o la J on ém ica am ericana clásica. L a teoría prosódica,
por su parte, adm ite tanto elem entos foném icos (segm entales) com o prosó­
dicos (suprasegm entales), a los qu e atribu ye una condición teórica idéntica,
aunque com plem entaria, en los inventarios fonológicos de los sistem as lin­
güísticos. Adem ás, reconoce que, pese a la tendencia general (p o r m otivos
fonéticos) de ciertos rasgos a hacerse segmentales y otros suprasegm entales,
la noción de suprasegm entalidad depende, en principio, de cada sistema
lingüístico.
Conviene aclarar, ahora, que hemos utilizado el térm ino ‘ suprasegm ental’
en un sentido no corriente. L a m ayoría de lingüistas, cuando em plean el tér­
mino ‘ suprasegm ental’, se re fiere a elem entos com o el acento, el tono y la
cantidad, que constituían un problem a para la foném ica am ericana clásica,
cuyo supuesto básico consistía en describir totalm ente la estructura de las
palabras y las oraciones por m edio de elem entos fonológicos ordenados en
secuencia.
La diferen cia acentual entre la form a de nom bre im p o rt [Im p o c t], «im ­
p ortación », y la form a de verbo ifn p o rt [im p o c t], «im p o rta r», en el inglés
hablado no puede tratarse con naturalidad com o una diferen cia entre fone­
mas segmentales. [L o m ism o puede decirse del español; cf. depósito, deposito,
depositó.'] Y hay dos razones parcialm ente independientes para ello: en
p rim er lugar, porque el acento constituye esencialm ente un fa ctor de m ayor
prom inen cia de una sílaba con respecto a las demás sílabas dentro de la
m ism a form a (o de las form as adyacentes); y en segundo lugar, porque no
puede decirse que la realización fonética del acento, contra lo que ocurre
con la de fonem as segmentales, preceda o siga en el tiem po a la de sus ele­
m entos fon ológicos adyacentes. Evidentem ente, en una representación foné-
m ica cabe señalar la ^diferencia acentual entre form as poniendo más o menos
arbitrariam en te el correspondiente fonem a acentual antes (o después) del
fonem a vocálico nuclear de la sílaba tónica en la realización fonética; [c f.
[d e ’p o sito ], [d e p o ’sito ], etc.]. L o im portante es que, si bien la segmentación
siem pre puede llevarse a cabo en fonología, aunque sea al p re c io de tom ar
decisiones arbitrarias, la arbitrariedad de las decisiones en casos com o
éste denuncia la inadecuación teórica del m arco en que se lleva a cabo el
p ro p io análisis.
L o que acabamos de decir sobre el acento vale igualm ente para el tono,
que en muchas lenguas (las llamadas tonales) sirve para distinguir form as
de un m odo m uy análogo a com o lo hace el acento en español. En cuanto
a la cantidad, puede haber consonantes largas, lo m ism o que vocales largas,
en determ inadas lenguas; y puede haber incluso interdependencia entre la
cantidad de ambos tipos de fonemas. Así, en inglés (en la pronunciación fo r­
m a l) la cantidad de las vocales varía según la cualidad de las consonantes
que les siguen en la m ism a sílaba. Las vocales que la tradición y algunos
fonólogos, aunque no todos, consideraban y analizaban com o largas, se
realizan com o segm entos fonéticam ente acortados cuando van seguidas de
oclusiva /— sonora/; así, el segmento vocálico de seat- [s ít ], «asien to », es
fonéticam en te más co rto que el de seed [s í:d ], «s e m illa », o see [ s í : ] , « v e r ».
E n rigor, su realización fon ética puede ser más corta que la vocal fonológica­
m ente corta de sit [s ít ], «esta r sentado». E sto viene a ilu strar no sólo la
d iferen cia en tre cantidad fon ológica y duración fonética, sino también, más
en general, la com p lejid a d de la relación entre el análisis fo n o ló gico y la
transcripción fonética.

3.6 L a estructura fonológica

Se trata de un apartado dem asiado breve para un tem a inmenso. M e pro­


pongo tan sólo exponer lo que se entiende por ^estructura’ en este contexto
y subrayar que los análisis fonológicos tienen una tarea m ucho más extensa
que la de confeccionar inventarios de elem entos segm entales y supraseg-
mentales.
Dado un inventario de elem entos fonológicos para una lengua, la estruc­
tura fonológica de la m ism a puede describirse a base de las relaciones entre
los propios elem entos o bien de los diversos tipos de relación que hay entre
conjuntos de elem entos fonológicos p o r un lado y com p lejos fonológicos
m ayores, form as u otras unidades gram aticales, p o r otro.
Las relaciones entre los propios elementos son de dos tipos, denomi­
nadas, en la tradición saussureana, ‘ sintagmáticas’ y 'paradigmáticas'. El tér­
m ino ‘ sintagm ático1, etim ológicam ente relacionado con ‘sintáctico’, pero no
confundible con él, no significa más que «com bin atorio». Como ‘ paradigm áti­
co ’, aunque es históricam ente explicable y muy difundido, induce eventual­
mente a engaño, lo cam biaré por ‘ sustitutivo’. Con ello, en adelante, a m e­
nos que nos refiramos específicam ente al estructuralismo saussureano, ha­
blaré de relaciones s i n t a g m á t i c a s y s u s t i t u t i v a s . Las primeras se
refieren a relaciones entre elem entos combinados entre sí en sintagmas bien
form ados; las últimas se refieren a relaciones entre conjuntos de elementos in­
tersustituibles en un determ inado lugar del sintagma. Uno de los principales
logros de Saussure, com o verem os en la exposición sobre el estructuralismo,
consistió en aclarar, a com ienzos del presente siglo, la interdependencia de
las relaciones sintagmáticas y sustitutivas (cf. 7.2).
Como hemos visto, los sistemas lingüísticos pueden d iferir fonológicam en­
te, no sólo con respecto al número de elementos fonológicos que aparecen
en sus respectivos inventarios (y en su realización fonética), sino también en
cuanto a las relaciones sintagmáticas que determinan la buena form ación
fonológica de las com binaciones posibles, esto es los sintagmas fonológicos.
Adm itiendo, pará sim plificar, que los sintagmas fonológicos pueden definirse
satisfactoriam ente com o secuencias de fonemas, sabemos que no todos los
fonemas pueden preceder o seguir a todos los demás. Existen limitaciones
contextúales que prohíben la aparición de los m iembros de un conjunto de
fonemas al lado de los m iem bros de o tro conjunto. Las reglas que determ i­
nan la buena form ación fonológica en cada lengua han de especificar cuáles
son estas lim itaciones secuenciales y, más en general, qué elem entos pueden
juntarse, y de qué manera, en los sintagmas bien formados.
Pero esto no agota todo lo que cabe esperar de la descripción fonológica.
El térm ino ‘ sintagm a’, que acabamos de em plear, contiene la im plicación de
que hay entidades mayores, los propios sirltagmas, cuyos componentes son
precisam ente los elem entos fonológicos. Y así ocurre, en efecto. Más contro­
vertido es averiguar si existen en todas las lenguas naturales o al menos en
algunas sintagmas puram ente fonológicos com o las s í l a b a s (para no men­
cionar las frases' fonológicas) postulables para describir las estructuras fono­
lógicas de la lengua en cuestión y al m ism o tiempo definibles sin tener en
cuenta la estructura sintáctica de la misma. Desde luego, es mucho más fácil
form ular las lim itaciones secuenciales de las consonantes del español a par­
tir de su posición en la sílaba. Ahora bien, esto presupone una definición
teóricam ente satisfactoria de las sílabas com o entidades fonológicas. Los lin­
güistas todavía discrepan en cuanto a la posibilidad y a la necesidad de pos­
tular sílabas y otros sintagmas puram ente fonológicos en la estructura de
las lenguas. Puede suceder, por descontado, que ciertas lenguas presenten
sintagmas puram ente fonológicos y otras no.
En la actualidad hay mucha menos discusión, en cambio, sobre la nece­
sidad de recu rrir a unidades sintácticas en el análisis fonológico de las len­
guas o, para decirlo en térm inos más típicam ente modernos, sobre la integra­
ción de las reglas fonológicas con las reglas sintácticas en los sistemas lin­
güísticos. En muchas lenguas naturales, posiblem ente en todas, hay depen­
dencias entre n i v e l e s de diversos tipos que form an tanta parte de la len­
gua com o las relaciones puram ente fonológicas ó sintácticas. En realidad, ya
hemos incorporado im plícitam ente esta noción de dependencia entre nive­
les en apartados anteriores. En efecto, no sólo hemos introducido el prin ci­
pio de la buena form ación fonológica en las form as (es decir en los sintag­
mas fonológicos que son asim ism o unidades sintácticas, b a jo los supuestos
sim plificadores de 2.6), sino que tam bién nos hemos referid o con frecuencia
a la posición de los fonem as — inicial, medial, final, etc.— en las palabras; y
las palabras, en este sentido del térm ino ‘palabra’, constituyen una subclase
de formas.
La interdependencia de la sintaxis y la fonología es, no obstante, mucho
más extensa de lo que seguramente hemos podido dar a entender. H ay fen ó­
menos de juntura, com o el que tradicionalm ente se denomina 1 i a i s o n en
francés, cuya descripción debe apelar no sólo a las fronteras entre palabras,
sino también a la relación sintáctica, si es que la hay, entre dichas fron teras:
v. gr., la aparición de [ z ] en [lez|om] les homm es, «lo s h om bres», y [Jsslezevy]
Je les ai vu, «L o s he visto», en contraste con su ausencia en [d|DnleamaRi]
Donne-les á M arie, «D áselos a M aría». Muchos fenóm enos del com ponente
no verbal de las lenguas habladas que hemos considerado prosódicos (c f. 1.5)
— entre los que destacan el acento y la entonación— no pueden describirse
idóneam ente a menos que se especifique su ám bito sintáctico; y aun así son
fenóm enos fonológicos, pues afectan a los elem entos segmentales y supra-
segmentales del sistema lingüístico. Com o hemos visto, en la m edida en que
estos elem entos prosódicos no se manifiestan en la escritura, las correspon­
dientes lenguas escrita y hablada dejan de ser isomórficas. Y de ahí que si
hay distinciones fonológicas sintácticam ente (y sem ánticam ente) relevantes
no transferibles al m edio gráfico, las correspondientes lenguas escrita y ha­
blada diferirán necesariamente, hasta cierto punto, desde el punto de vista
sintáctico (y sem ántico).

A M P L IA C IÓ N B IB L IO G R Á F IC A

La mayoría- de obras generales que llevan asterisco en la bibliografía contienen


capítulos sobre fonética y fonología. Entre los tratados introductorios útiles cabe
citar Crystal (1971:167-87); Fudge (1970); Henderson (1971). Más amplios son:
(a ) Para la fonética: Abercrombie (1966); Fry (1977); Ladefoged (1974, 1975);'
Malmberg (1963); [Gili Gaya (1961)], y en un nivel más avanzado, Brosnahan &
Malmberg (1970); Catford (1977) y Malmberg (1968), [junto con Garde (1972);
Hála (1966) y Martínez Celdrán (1984).]
(b ) Para la fonología: Fischer-J0rgensen (1975); Sommerstein (1977); [Alarcos
(1971)].
Los siguientes libros representan aspectos de la teoría y práctica de la fonolo­
gía: Bolinger (1972); Fudge (1973); Jones & Laver (1973); Makkai (1972), y Pal­
mer (1970) [y Contreras & Lleó (1982)].
Para una selección de ejercicios de análisis fonológico, cf. Langacker (1972),
capítulo 4 y Robinson (1975).
Para la fonética acústica, cf. Fry (1979) y Ladefoged (1962).
Sobre la fonética del inglés, especialmente de su pronunciación formal, cf. Brown
(1977); Gimson (1970) y Jones (1975). [Y para la del español, cf. Guitart & Roy (1980);
Harris, J. W. (1975); Navarro Tomás (1961, 1966, 1974); Quilis & Fernández (1982).]
Para la fonología generativa consúltense las descripciones en Akmajian, De-
mers & Hamish (1979); Fromkin & Rodman (1974); Smith & Wilson (1979). Entre
los más comprehensivos, cf. Hyman (1975); Kenstowic? & Kisseberth (1979) y Scha-
ne (1973). El libro clásico es Chomsky & Halle (1968).
Para la fonología prosódica, cf. Lyons (1962); Palmer (1970) y Robins (1975a),
apartado 4.4.
Sobre la fonología de la Escuela de Praga la obra clásica es Trubetzkoy (1939);
para los elementos y su ejemplificación, cf. Jakobson (1973); Vachek (1974, 1976).
Próximo a la Escuela de Praga en muchos aspectos se encuentra Martinet (1960).
1. «Un medio [de com unicación] ... no constituye lengua por s í m ism o, sin o un
vehículo para la lengua» (Abercrom bie, 1967: 2). Com éntese.

2. En qué difiere la f o n é t i c a de la f o n o l o g í a ?

3. ¿ C u á le s son las tres ram as principales de la fonética?

4. «El niño, en el proceso normal de la adquisición lingüística, es, y debe ser,


...u n experto com petente en las tres ram as de la fonética...» (p. 59). A c lá re se
y com éntese.

5. Exponer y ejemplificar (utilizando form as distintas de las del texto y a partir


de la propia experiencia en cualquier lengua) (a) la h o m o f o n í a y (b) la h o -
rn o g r a f í a.

6. «Lo que llam am os 'ó rg a n o s vo c a le s' u ‘órganos del habla’...no son de ningún
m odo ó rgan os prim arios del habla» (O ’Connor, 1973: 22). Com éntese.

7. ¿E n qué difieren (a) las v o c a l e s de las c o n s o n a n t e s y (b) las


o c l u s i v a s de las f r i c a t i v a s segú n una clasificación articulatoria de los
so n id o s del habla? *

8. ¿Q u é rasgo articulatorio tienen en com ún los siguientes conjuntos de so n id o s


del habla: (i) [p], [b ], [m ]; (ii) [p], [t], [k]; (iii) [0], [fj. [ s ], [8]; (iv) [m ],
[n ], [ j i ] ?

9. ¿C u á le s so n las ocho v o c a l e s c a r d i n a l e s prim a ria s? ¿ Y con qué pro­


pósito se utiliza e ste sistem a clasificatorio?
10. Escrib ir con sím bolos del AFI: (a) vocal labializada anterior cerrada, (b) oclu­
siva nasal velar; (c) fricativa dental sonora; (d) oclusiva oral labial sorda.

11. H ágase la transcripción fonética ancha de la propia pronunciación de las


palabras máscara, anguila, cocinar, cuñado, ribazo, coche, zapato, ropa, roba, hijos,
ancho, circo, rodar, alhelí, peñasco, horchata, henchido, construir, droguería, exacto.

12. Extraer de las siguientes form as fonéticam ente transcritas (desalfabetizando


las cadenas de sím bolos: c f. p. 71) todos los ra sgo s h o m o r g á n i c o s contiguos
siguiend o la clasificación de consonantes y voca les del apartado 3.3 y especificar
su ámbito de acción. (Por ejemplo, en [ám ba], el rasgo fonético [son orid ad] afecta
a todos los segm entos, pero la [labialidad] só lo afecta a [m b].} (i) [in d i]; (ii)
[m ánoji]; (iii) [patetp; (iv] [apti]; (v) [a g k a ra ].
4. La gramática

4.1 Sintaxis, flexión y morfología

H ay que a d vertir que en este capítulo y a lo largo del lib ró em plearem os el


térm ino ‘gram ática’ (ex cep to en frases com o ‘gram ática tradicion al’ y ‘gra­
m ática generativa’) en un sentido relativam ente estricto, en contraste con
‘ fon ología ’, por un lado, y con ‘ sem ántica’, p or otro. Se trata ju stam ente de
uno de sus sentidos tradicionales p róxim os a lo que se entiende corrientem en ­
te p o r ‘gram atical’. En la actualidad, muchos lingüistas incluyen la ‘ fo n o lo gía ’ ,
e incluso la ‘sem ántica’, en la ‘ gram ática’ y esto puede inducir a confusión.
H asta aquí hemos a dm itido el supuesto de que las lenguas presentan
dos niveles estructurales, uno fo n o ló gico y o tro sintáctico. En lo que sigue
rechazarem os tal supuesto. P ero para e llo habrá que modificarlo^ a menos
que aceptem os am pliar el concepto de fon ología o el térm ino ‘ sintaxis’ más
allá de sus lím ites tradicionales. H em os visto ya que en algunas lenguas na­
turales, posiblem ente en todas, hay una dependencia entre niveles que im ­
pide la separación rígida de la estructura fonológica y la estructura sintác­
tica. A hora tendrem os ocasión de com prob ar que, en ciertas lenguas al m e­
nos, hay un vacío, com o si dijéram os, entre sintaxis (en el sentido tra d icion al)
y fonología. En la gram ática tradicional, este espacio queda cu bierto p o r el
térm ino ‘flexión ’.1

1. C o n tra riam en te a lo que dan a e n ten d er m uchos m anuales d e lin gü ística, lo que
se o p o n e a la 'sin ta xis', en la gra m á tica tra d icio n a l, no es la ‘ m o r fo lo g ía ’, s in o la ‘ flex ió n '.
E l té rm in o ‘ m o r fo lo g ía ’ no s ó lo es d e recien te creación , sino que, cu an d o c o n tra s ta con
‘ sin taxis’ — esp ecialm en te si se d efin e a p a r tir d el té rm in o aún más re c ie n te ‘ m o r fe m a ’— ,
im p lica una con cep ción nada tra d ic io n a l s o b re la estru ctu ra gra m a tica l d e las lenguas. A l
m argen d e sus in discu tib les d eficien cias, la gra m á tica trad icio n al n o an d a fo rzo s a m e n te
equ ivo ca d a a este resp ecto. S i se exp lican ad ecu adam en te y se fo rm u la n con p recisión , las
con cep cion es trad icio n ales son al m en os tan sa tisfa cto ria s c om o cu alq u iera d e las rép licas
qu e lo s lin gü istas han opu esto c o n el tiem p o.
Todos los diccion arios corrientes de las lenguas europeas antiguas y m o­
dernas establecen la distinción entre sintaxis y flexión. A sí se nos ha enseña­
do, p o r cierto, en la escuela. Y aun en caso de que los térm inos ‘sintaxis' y
‘flexión ’ no nos resulten fam iliares, en cierto m odo sabem os qué significan.
Estam os habituados a op era r con el térm ino ‘palabra’ y u tilizarlo, com o en
la gram ática tradicional, en dos sentidos bien distintos según lo que abarque,
en la práctica, lo que se entiende p o r ‘flexión’. Em pecem os, pues, por la
‘palabra’.
¿Cuántas palabras hay en español? Se trata de una pregunta ambigua.
En un sentido, canto, canta, cantam os, cantaría, cantado y cantar cuentan
com o palabras diferen tes. En otro, se consideran f o r m a s distintas de úna
mism a palabra, a saber ‘can tar’. En general, si nos preguntan cuántas pala­
bras contiene un diccion ario entendem os el térm ino ‘palabra’ en el segundo
sentido. P o r o tro lado, si se nos pide que escribam os un artículo de dos m il
palabras sobre un cierto tema, aplicam os el p rim er sentido y contam os cada
aparición concreta de canto, cantas, cantado, etc,., com o elem entos aparte.
Presentem os ahora otra term inología destinada, en caso de necesidad, a
m antener separados los dos sentidos de ‘ palabra’. D irem os que canto, cantas,
cantaría, etc., son f o r m a s d e p a l a b r a s (esto es, form as que son, a su
vez, tam bién palabras), tal com o lo hemos sobreentendido ya en apartados
anteriores. Y direm os que ‘cantar’ (nótese: ‘cantar’ y no ca n ta r) es un l e x e ­
ma , o una palabra de vocabulario, cuyas form as son canto, cantas, canta­
mos, etc., las cuales, en realidad, son lo que tradicioiíalm en te se denom ina­
ban f o r m a s f l e x i v a s . Ahora bien, cantar ocupa una cierta posición de
p rivileg io entre las form as de ‘ cantar’ , ya que se trata de la f o r m a d e
c i t a , m ientras qu e cant- sería, para muchos lingüistas, la f o r m a d e b a s e .
Y aunque no hay dificultad en distinguir la fo rm a de cita de la fo rm a de
base, es im p ortan te distin gu ir cada una de ellas con respecto al lexema. La
fo rm a de cita d e l lexem a es la que se em plea para alu dir al lexem a y qu e
aparece en el listado a lfa b ético de los diccionarios convencionales. L a form a
de base es la form a, si la hay, de la que pueden d eriva r las demás p o r m e­
dio de las r e g l a s m o r f o l ó g i c a s de la lengua. En inglés, la fo rm a de
cita de un lexem a puede co in cid ir con la form a de base (cf. ‘sing’, «ca n ta r»,
sing-, etc.) pero, en general, difieren entre sí en la m ayoría de lenguas euro­
peas m odernas lo m ism o que entre verbos y muchos nom bres y adjetivos en
latín y griego.
Al igual que podem os referirnos a los lexemas, podem os referirn os a
cualquiera de sus form as. En rigor, así lo hemos hecho, y lo continuarem os
haciendo, al u tiliza r la cursiva (sin corchetes: ¿f. 3.2) y en ocasiones la nota­
ción fonética o foném ica. Las form as mismas pueden va ria r en ciertos res­
pectos según el con texto en que aparecen — el grado y la naturaleza de su
variación fon ética en la lengua hablada viene determ inada p o r las reglas fo ­
nológicas— . Aun así, tienen una form a de cita con que pueden ser aludidas;
p o r lo demás, los lingüistas, y en especial los fonetistas, suelen u tilizar el tér­
m ino ‘ fo rm a de cita' só lo para las de form as fon éticam en te variables. P o r
ejem plo, dirán que vienen o ven (fo rm a s del lexem a ‘ v e n ir’ ) se pronuncian
con una nasal alveolar [n ] en la posición final de sus form as de cita, pero
pueden pronunciarse con nasal labiodental [n j]), ante una consonante labio-
dental com o [ f ] (cf. vienen fieras [bjénerrj fjé ra s ]).
Este tipo de variación se llam a subfonémica, pues la distinción entre al­
veolar y labiodental no constituye contraste fonológicam ente distintivo entre
las nasales del español, lo que no obsta para que ciertas variaciones contex­
túales com porten, según la foném ica americana clásica, la sustitución de un
fonem a p or o tro (cf. 3.5, nota 8). En ambos casos, sobre todo en la fonología
generativa, hoy se habla de derivar o generar todas las form as fonéticam en­
te variables a partir de una f o r m a s u b y a c e n t e común, que será
idéntica a la form a de cita de la form a fonéticam ente variable en cuestión
o sim plem ente más sim ilar a la form a de cita que a cualquiera de las demás
variantes fonéticas.
A p artir de la distinción entre el lexem a (o, más exactamente, lexema de
palabra) y sus form as podem os form u lar com o sigue la distinción tradicio­
nal entre s i n t a x i s y f l e x i ó n . Tom adas a la vez, la sintaxis y la flexión
son com plem entarias y constituyen la parte principal, si no total, de lo que
denominamos gram ática. Conjuntamente, determinan la gram aticalidad (es
decir la buena form ación gram atical) de las oraciones: la sintaxis especificandp
cóm o se combinan los lexemas entre sí en las distintas c o n s t r u c c i o n e s ;
las reglas de flexión (en la m edida en que la gram ática tradicional disponía
de reglas, en lugar de paradigm as) estableciendo qué form as del lexem a de­
ben aparecer en tal y tal construcción. E ntre sintaxis y flexión hay un nivel?
o subnivel, de descripción al que se alude con expresiones com o ‘la tercera
persona del singular, (d e la form a de) presente (del lexem a) c a n t a r ’ ; ‘ (la fo r­
m a) singular (del lexem a) c h i c o ’ . Aquí he introducido deliberadam ente una
notación distinta para los lexemas, utilizada en obras recientes; en todo caso,
‘cantar’ y c a n t a r son variantes notacionales que se refieren exactam ente a la
misma entidad.2
La distinción m oderna (y, más en particular, post-bloom fieldiana) entre
s i n t a x i s y m o r f o l o g í a , según la cual la sintaxis se ocupa de la distri­
bución de las palabras (esto es de las form as de palabra), mientras que la m or­
fología se ocupa de su estructura gram atical interna, resulta, a prim era vista,
muy sim ilar a la distinción tradicional entre sintaxis y flexión. Pero difiere de
ella en dos aspectos: (a ) la m o rfolo gía no sólo incluye la flexión, sino también
la d e r i v a c i ó n ; (b ) trata la flexión y la derivación por m edio de reglas que
operan sobre las mismas unidades básicas, a saber, los m orfem as. P or ejem ­
plo, así com o la form a flexiva cantar se com pone de las unidades más básicas
(m o rfem a s) cant y ar, tam bién la form a derivacional cantante se com pone de

2. E strictam en te hablan do, no se trata de palabras c om o lexem as, n i siqu iera d e pa­
labras co m o form a s d e p a la b ra cuya d istrib u ció n qu eda especificada p o r las reglas sintác­
ticas de la gra m ática tra d icio n a l, s in o d e palabras en e l sen tido de estas entidades in ter­
m edias: p alabras m o rfo sin tá ctica s. Aún así, n o vam os a e n tra r aqu í en esta suerte de
refin am ien tos te rm in o ló gic o s (c f. M atth ew s, 1974).
las dos unidades más básicas cant y ante. Además, en ambos casos se trata
del m ism o proceso de a f i j a c i ó n, es decir de añadir un a f i j o a una
form a de base. Desde este punto de vista, los m o r f e m a s — form as m íni­
mas— constituyen las unidades básicas de la estructura gram atical. De ahí
que una buena parte de la m orfología puede entrar en la sintaxis si se des­
p oja la palabra de su antigua posición de privilegio en la teoría gramatical.
Existen argumentos en fa vor y en contra de la gram ática m orfém ica o
basada en los m orfem as. L o m ism o puede decirse de la gram ática más tra­
dicional basada en la palabra. El problem a consiste en conservar las ven­
tajas de cada una dentro de una teoría coherente y, en otros aspectos, bien
asentada sobre la estructura gram atical de las lenguas humanas. E n -los úl­
tim os veinte años se ha alcanzado más progreso en esta dirección que en
cualquier Otro período de la larga historia de la lingüística. La m ayor parte
de este progreso puede atribuirse, directa o indirectam ente, a la form aliza-
ción de una teoría de la sintaxis, en el m arco de la gram ática generativa,
creada p o r Chomsky. Más adelante, volverem os con m ayor detalle sobre ello.
Aquí basta con advertir que, si bien la teoría de la sintaxis de Chomsky se fun­
da en el m orfem a y no en la palabra, en su versión más reciente ha ter­
minado adoptando una concepción más tradicional sobre la com plem entari-
dad de la sintaxis y la flexión de lo que adm itía en versiones anteriores. En
particular, la m orfología derivacional no depende ahora del com ponente sin­
táctico central de la gram ática, sino de la estructura del vocabulario (o 1 é-
x i c o ). Cualquiera que sea la teoría gram atical con que operem os, es evi­
dente que ya no podem os lim itarnos a decir, com o hacíam os en la form ulación
anterior del principió de la dualidad, que las unidades del n ivel prim ario se
componen de elem entos del nivel secundario (1.5). La relación entre los dos
niveles es muchísim o más com pleja de lo que esta form ulación deja entrever.
N o obstante, cabe la posibilidad de gobernar esta com plejidad p or m edio de
reglas. Además, a pesar de las considerables diferencias de estructura gram a­
tical y fonológica que hay entre las lenguas humanas, se observan sim ilitu­
des, igualmente sorprendentes, que vienen a sugerir que al menos algunas
de las reglas que determ inan o integran los dos niveles — y que los niños do­
minan en un período relativam ente corto durante la adquisición de la len­
gua— son comunes a todas las lenguas humanas.

4.2 Gram aticalidad, productividad y arbitrariedad

Las oraciones son, p o r definición, g r a m a t i c a l e s (es decir gram aticalm en­


te bien form adas: cf. 2.6). Para nuestros inm ediatos propósitos pueden consi­
derarse s a r t a s d e p a l a b r a s (esto es secuencias) bien form adas de
form as de palabra, de tal m odo que, por ejem plo,
(1) Esta mañana se levantó tarde

y
(2) Se levantó tarde esta mañana

son, por definición, oraciones diferentes del español. Desde un punto de vista
teóricam ente más general y tradicional, las oraciones pueden definirse com o
clases de sartas de form as de palabra, donde cada m iem bro de la clase p re­
senta la misma estructura sintáctica. Esta definición nos perm ite, aunque
no nos oblique a ello, tratar (1) y (2) com o si fuesen, no oraciones diferentes,
sino versiones alternativas de una m ism a oración.
H ay que recordar asim ism o que toda oración de la lengua hablada lleva
superpuesto a la sarta de form as de palabra un cierto c o n t o r n o p r o s ó ­
d i c o (en especial, una determ inada pauta de entonación) sin el cual no
sería oración. Los lingüistas no se ponen de acuerdo en establecer qué can­
tidad de estructura prosódica de los enunciados hablados ha de atribuirse
a la estructura de las oraciones. L a m ayoría consideraría propia de la estruc­
tura oracional a l. menos la parte que distingue las afirm aciones de la§: pre­
guntas y las órdenes. N osotros aceptarem os en la práctica esta posturá, que
deja abierta la posibilidad de que (1) y (2 ) se hallen en correspondencia, no
con oraciones únicas, sino con conjuntos de oraciones diferentes d el español
hablado. De ahí, y p o r lo dicho en el párra fo anterior, se sigue que si las
diferencias en el orden de plabras y en el contorno prosódico reciben igual
peso com o índices de estructura gram atical, la diferen cia entre dos versiones
distintas en entonación tanto en (1) com o de (2) contará, en prin cip io, tanto
com o la diferen cia entre (1 ) y (2). Conviene tener bien presente tod o esto
aun cuando en muchas partes del lib ro hablemos com o si las oraciones que­
daran satisfactoriam ente representadas com o m eras sartas de palabras.
¿Qué diferen cia hay, entonces, entre una sarta de palabras gram atical y
otra no gram atical? La respuesta es sim ple, aunque poco aclaratoria. Una
sarta no gram atical de palabra es aquélla cuya form ación no respeta las re­
glas gram aticales del sistem a lingüístico. Este principio no sólo abarca ora­
ciones, sino tam bién frases: por ejem plo, *mañana esta, *se tarde levantó
son no gram aticales (d é ahí el asterisco: cf. 2.6). Veam os qué im plica esto y
— lo que no es menos im portan te— qué no im plica, en lo que atañe a las
oraciones.
Evidentem ente, no im plica ninguna actitud norm ativa o prescriptiva ha­
cia la lengua, pues nos interesam os por las reglas inmanentes que, al m argen
de cualquier fa cto r in hibidor o distorsionante sin im portancia lingüística,
aplican inconscientem ente los hablantes nativos de cada lengua. Tam p oco
im plica ninguna conexión directa entre gram aticalidad y prob a b ilid ad de apa­
rición. Finalm ente, tam poco im plica la identificación entre gram aticalidad y
significátividad; admite, en cam bio, una conexión estrecha y esencial entre,
al menos, parte de la gram aticalidad de las oraciones y la significatividad de
enunciados reales o potenciales.
En el capítulo 5 exam inarem os con más detalle cóm o se expresan los di­
versos tipos de significado en las lenguas naturales. L o único que nos inte­
resa señalar aquí es que, cualquiera que sea la conexión entre gram aticalidad
y significatividad, hay que distinguirlas entre sí. E l ejem p lo ya clásico de
Chomsky,

(3) Las verdes ideas incoloras duermen furiosam ente

es una oración perfectam ente bien form ada del español, aun cuando no pue­
da recib ir una in terpretación literal coherente. P o r el contrario,

(4) *T ard e se esta mañana levantó

es indudablem ente no gram atical, aun cuando presum iblem ente no resulte
menos fá cil de in terp retar que (1 ) o (2), una vez establecidas las debidas con­
cesiones a la viola ción de las reglas sobre la posición relativa de las diversas
clases de palabras en la oración. Podríam os aducir innum erables casos más
com plicados de lo que ejem plifican (3) y (4 ); indudablem ente, existe una ex­
tensísim a interdependencia del m ayor interés teórico entre gram aticalidad y
significatividad. N o obstante, hay que m antener separadas estas dos p rop ie­
dades de las oraciones.
La gram ática tradicion al sólo o frecía una presentación m uy parcial y a
menudo poco exp lícita de la gram aticalidad. A certó a establecer muchos prin­
cipios específicos todavía útiles a los lingüistas y, para ciertas lenguas bien
estudiadas, cod ificó un gran núm ero de construcciones gram aticales y aun
a d virtió un núm ero todavía m ayor de hechos diversos que, aunque sancio­
nados p o r el uso y, p o r tanto, gram aticales en cierto m odo, caían fu era de
las reglas del sistem a lingüístico com o tal. L a m oderna teoría gram atical se
ha propu esto ser explícita y com prehensiva, especialm ente en la form ulación
de las reglas sintácticas, hasta un punto inim aginable para la gram ática tra­
dicional. Y ello porqu e, com o el latín y el g riego eran lenguas con abundante
flexión y m ucho de lo que evidentem ente atañe a la gram aticalidad puede es­
tablecerse directa o indirectam ente a p a rtir de categorías flexivas (género,
núm ero, caso, tiem p o verbal, m odo, etc.), la ‘gram ática’, en su in terpretación
tradicional, era fu ertem en te p roclive al estudio de la flexión. De ahí la creen­
cia, bastante común, de que las lenguas no flexivas, com o el chino clásico,
no tienen gram ática, y que una lengua com o el inglés, con una m orfología
flexiva relativam en te m enor, tiene menos gram ática que el latín y el griego
o incluso que el francés, el alem án [ y el esp añ ol]. La m oderna teoría gram a­
tical opera con una noción de ‘gram ática’ desprovista de sem ejantes p reju i­
cios en fa v o r de las lenguas flexivas.
O tra razón de que la gram ática tradicional no proporcion ara — ni se p ro ­
pusiera tan sólo prop orcion a r— una exposición integral y totalm ente explí­
cita de la sintaxis de las lenguas que describió se debe a que gran parte de
la sintaxis se consideraba explícita o im plícitam en te dependiente del sentido
com ún o, para u tilizar un térm ino grandielocuente, de las leyes del pen­
samiento. E l hecho de que se diga Esta mañana se levantó tarde o bien Se
levantó tarde esta mañana, en lugar de Tarde se esta mañana levantó, en es­
pañol, se suponía que no necesitaba más explicación que la de que el orden
de las palabras refleja el orden del pensamiento. Esta concepción se vuelve
más y más d ifíc il de sostener al investigar seriam ente una muestra suficien­
tem ente am plia y representativa de las lenguas del mundo. D entro de ciertos
lím ites, en latín y en griego el orden de las palabras era en buena parte un
asunto de variación estilística. Son muchas las lenguas, entre e lla s 'e l inglés,
donde el papel estilístico que desempeña el orden de palabras es mucho me­
nor m ientras que se hace proporcionalm ente más im portante su función sin­
táctica.
Desde luego, puede sostenerse en parte que el orden de palabras estilís­
ticam ente variable, com o se ejem plifica en (1 ) y (2), está determ inado por
factores psicológicos y principios lógicos que cabe concebir groseram ente
com o leyes del pensamiento. Pero, ¿cóm o explicar, por ejem plo, que en ora­
ciones declarativas estilísticam ente neutras del inglés el sujeto preceda al
verbo, m ientras que en sus equivalentes del irlandés sea el verbo el que va
antes? O bien, más aún, ¿cóm o explicar que en frases nominales el adjetivo
preceda norm alm ente al nom bre en inglés (re d coát), m ientras que (para la
m ayoría de a d jetivo s) se sigue el orden inverso en español (chaqueta roja )?
Las explicaciones chauvinistas de que un orden dado de palabras está más
en consonancia que o tro con las leyes del pensam iento y que la lengua de
una nación resulta, en consecuencia, más lógica que la de o tra se desmoronan
en seguida. L o m ism o ocu rre con la hipótesis, aún más arriesgada, de que cada
nación tiene su lógica, tal vez distinta de la de otra nación, y que esta lógica
es la que determ ina los principios del funcionam iento sintáctico del orden
de palabras en la lengua correspondiente. S i se pide a un inglés y a un es­
pañol que describan una chaqueta roja, ¿acaso el p rim ero pensará ante todo
que es ro jo y sólo entonces que se trata de una chaqueta, m ientras que el
español realizará estas operaciones mentales en el orden inverso? Parece im ­
probable.
E l orden sintáctico de las palabras no es más que uno de los muchos as­
pectos de la estructura gram atical hasta cierto punto a r b i t r a r i o s , en el
sentido de que no pueden describirse a p a rtir de principios lógicos y psicoló­
gicos más generales (cf. 1.5).
Y , aun así, el niño pequeño, en el curso norm al de la adquisición lingüís­
tica, consigue aprender, sin que nadie se las enseñe, la s reglas gram aticales
de su lengua nativa. Y es todavía más sorprendente, habida cuenta que las
lenguas naturales, en virtu d de su estructura gram atical, tienen tam bién la
propiedad de la p r o d u c t i v i d a d (cf. 1.5). La tarea que em prende el niño
durante el períod o de la adquisición lingüística consiste nada menos que en
inferir, a p a rtir de una muestra abundante, pero finita, de enunciados, unos
principios gram aticales en gran parte arbitrarios en virtu d de los cuales es
gram atical un conju nto indefinidam ente grande, acaso infinito, de sartas de
palabras, m ientras que resulta gram aticalm ente m al form ad o o tro conjunto,
tal vez más grande aún, de sartas de palabras.
Chomsky fue, alrededor de 1955, el prim ero en apreciar el va lo r del do­
m inio que el niño ejerce sobre los determinantes sintácticos de la gram atica­
lidad. Y fue él tam bién quien presentó lo que luego se ha convertido en la
más influyente teoría de la sintaxis de cualquier período, antiguo o m oderno,
de la lingüística. La sintaxis chomskyana se form aliza en el m arco de la gra­
mática generativa y, sobre tod o en sus versiones más recientes, integra la sin­
taxis con la fonología y la sem ántica en una teoría com prensiva de la estruc­
tura de la lengua. E n un lib ro de esta naturaleza no podem os penetrar en
los porm enores más técnicos de la gramática generativa. N o obstante, en un
próxim o apartado expondrem os sucintamente los principios más im portantes
de la g r a m á t i c a g e n e r a t i v a de Chomsky (4.6) y, en un capítulo pos­
terior, estudiaremos el llam ado g e n e r a t i v i s m o en su contexto histó­
rico (cf. 7.4).
E l generativism o, en contraste con el estructuralismo, el funcionalism o,
el historicism o, etc., es lo p rim ero que viene a las m ientes de quienes se re­
fieren, correctam ente, a la revolución chomskyana. Com o todas las revolucio­
nes, parte del pasado y deja intacto mucho más de lo que llegan a com prender
los propios revolucionarios y la m ayoría de sus contem poráneos. Así com o
no puede com prenderse la filosofía aristotélica al margen del platonism o ni
Descartes sin la tradición escolástica contra la cual reaccionó y de la que
aceptó indudablemente tanto com o rechazó, lo m ism o ocu rre con Chomsky
y las ideas que le eran más fam iliares por su form ación en lingüística, psico­
logía y filosofía: el generativism o chomskyano está m uy condicionado por el
contexto intelectual y cultural en que se desarrolló. Pero de m om ento de­
jarem os a un lado estos asuntos más generales.

4.3 Partes del discurso, clases de forma y categorías gramaticales

Lo que se denomina tradicionalm ente, de un m odo más bien engañoso, partes


del discurso [o de la ora ció n ] — nombres, verbos, adjetivos, preposiciones, et­
cétera— desempeña un papel crucial en la form ulación de las reglas gram a­
ticales de las lenguas. Conviene advertir, sin em bargo, que la lista tradicional
de más o menos diez partes del discurso es muy heterogénea en com posición
y refleja en muchos detalles definitorios rasgos específicos de la estructura
gramatical del griego y del latín que distan de ser universales. Además, las
definiciones mismas resultan a menudo lógicam ente insuficientes. Muchas
son verdaderos círculos viciosos y, en su mayoría, m ezclan criterios flexivos,
sintácticos y semánticos que entran en conflicto tan pronto com o se aplican
a una gama amplia de lenguas. En realidad, si se tom an al pie de la letra, ni
siquiera funcionan .perfectam ente en griego o en latín. Com o la m ayoría de
las definiciones de la gram ática tradicional, descansan sobre todo en el buen
sentido y en la tolerancia de quienes las aplican y las interpretan.
Es bien fácil encontrar deficiencias en las definiciones tradicionales: «E l
sustantivo es el nom bre de persona, lugar o cosa», « E l verb o es la palabra
que denota acción», « E l a d jetivo m odifica al n om bre», « E l pron om bre susti­
tuye al n om bre», etc. A pesar de todo, muchos lingüistas todavía operan con
los térm inos ‘n om bre’, ‘verb o ’, ‘a d je tiv o ’, etc., y los interpretan, explícita o
im plícitam ente, de una m anera básicam ente tradicional. Y con razón, pues
en la caracterización de la estructura de las lenguas naturales conviene que
los lingüistas puedan hacer afirm aciones em píricam ente verificables para
sentar que algunas lenguas presentan una distinción sintáctica entre a d jeti­
vos y verbos (español, inglés, francés, ruso, etc.), m ientras que otras (chino,
malayo, japonés, etc.) no la hacen; que muchas lenguas distinguen sintác­
ticam ente entre nom bres y verbos (español, inglés, francés, ruso, chino, ma­
layo, japonés, turco, etc.), pero otras (notablem ente la lengua india de Am é­
rica denom inada nootka, tal com o la describió Sapir) al parecer no; qu e en
algunas lenguas (español, latín, turco, etc.) los adjetivos son gram aticalm ente
más afines a los nom bres que a los verbos y en otras no (inglés, chino, ja ­
ponés, etc.).
Pero, en este punto, hem os de aclarar o tro aspecto de la teoría tradicio­
nal sobre las partes del discurso. L os térm inos ‘n om bre’, ‘verb o ’, ‘a d jetivo ', et­
cétera, se em plean en la gram ática tradicional con la misma am bigüedad que
‘palabra’, y esta am bigüedad ha p revalecido hasta algunos m odernos trata­
dos de sintaxis, en otros aspectos no tradicionales, que, prefieren h ablar de
clases de palabra en lugar de partes d el discurso. Si optam os p o r restrin gir
el térm ino ‘ parte del discurso’ a clases de lexemas, diciendo que ‘ch ico’ es un
nom bre, ‘ven ir’ un verbo, etc., podem os d ecir que chico, chicos son f o r m a s
d e n o m b r e , que vengo, vienes, venían, vendrán, son f o r m a s d e v e r ­
b o , y así sucesivamente.
En tod o ello no hay un sim ple afán de coherencia term inológica. Una de­
bilidad de la teoría tradicional de las partes del discurso radica én que, al
no establecer la distinción que acabamos de sentar, hubo de recon ocer que
ciertas palabras (térm ino que aquí u tilizo equívocam ente de un m odo deli­
b erado) pertenecían al m ism o tiem po a dos partes del discurso. Esto se hace
bien patente en los participios (cu ya denom inación refleja ya su doble con­
dición). Considerados desde el punto de vista de la m o rfo lo gía flexiva, son
form as de verbo, p ero p o r su función sintáctica pueden ser adjetivos (c f. E l
niño se ha desprendido; E l niño está desprendido; E l niñ o es (m u y ) despren­
did o). De un m odo análogo, en inglés los llam ados gerundios (o, de una m a­
nera más reveladora, hom bres verb a les) son form as de verb o cuya función
sintáctica es típica de los nom bres (cf. dancing en shoes f o r dancing, «za p a ­
tos para b a ila r», y, en otra ordenación, c o m o nom bre u tilizado adjetivam en te
en dancing shoes, «zapatos de b a ile »).
Más interesante aún, aunque sólo sea porqu e no se reconoce dem asiado
ni en la gram ática tradicional ni en la m oderna teoría, es que ciertas form as
de nom bre son, desde una perspectiva sintáctica, típicam ente adjetivas o ad­
verbiales. P o r ejem plo, [en in glés] el posesivo bish op ’s, «d e l o b isp o », en the
bishop’s m itre (construido com o «la m itra del tipo que llevan los o b isp o s»)
es sintácticam ente un adjetivo: cf. the episcopal m itre, «la m itra episcop al».
N o cabe establecer ju icios coherentes acerca de hechos así sin distinguir entre
asignar un lexem a a una determ inada parte del discurso e iden tificar sus fun­
ciones sintácticas en los distintos contextos.
Muchos tratados m odernos hablan de c l a s e s d e f o r m a en vez de
partes del discurso. A l h aber reservado el térm ino ‘partes del discurso' para
las clases de lexem a, no hay inconveniente en h ab ilitar el térm ino ‘clase de
fo rm a ’ (en uno de sus sen tidos) para aquellas clases de fo rm a que tienen una
m ism a función sintáctica. Podem os, entonces, dar una suerte de in terpreta­
ción distribucional a ‘fu n ción sintáctica’ : dos form as tienen una m ism a fun­
ción sintáctica si, y sólo si, tienen la misma distribución (es decir si son inter-
sustituibles: cf. 3.4) en todas las oraciones gram aticales (aunque no necesa­
riam ente significativas) de la lengua. Este tipo de definición distribucional
desem peñó un papel decisivo en el últim o períod o de la lingüística postbloom -
fieldiana y desbrozó el cam ino para la gram ática generativa chomskyana.
En seguida observarem os que las diversas form as flexivas de un m ism o
lexem a no presentan, en general, la m ism a distribución, y que p o r ello la sin­
taxis y la flexión constituyen partes com plem entarias de la gram ática. Por
ejem p lo, c h ico y ch ico s difieren distribucionalm ente en diversos sentidos, pero
en especial en que el prim ero, y no el segundo, puede aparecer en una serie
de contextos, entre los cuales se halla

(1) E l --------- está aquí

m ientras que el ú ltim o, y n o el prim ero, puede aparecer en o tra serie de con­
textos, entre los que se halla

(2 ) Los --------- están aquí.

En virtu d de la función sem ántica que distingue c h ico de ch icos en la m ayo­


ría de contextos, d irem os que c h ico es la fo rm a de singular y chicos la de
plu ral de ‘ch ico’. Si esta diferen cia de significado no estuviese en correspon­
dencia con una d iferen cia de distribución (esto es si la fo rm a de singular y de
plu ral de los lexem as pudieran sustituirse entre sí en todas las oraciones del
español sin altera r otras partes de las mismas ora cion es) no habría ninguna
regla sintáctica del español que gobernase aquella distinción. Pese a que hay
una conexión intrínseca en tre el significado de las form as y su distribución,
es la distribución en sí lo que interesa directam ente al gram ático. Quien
quiera com pren der la m oderna teoría gramatical» en sus .m anifestaciones más
peculiares e interesantes ha de ser capaz de con cebir la distribu ción de las
form as independientem ente de su significado.
Com o el térm ino ‘ fo rm a ’ es más am plio que el de ‘fo rm a de palabra’, y lo
incluye, ‘clase de fo rm a ' resulta, en consecuencia, más am plio que ‘clase de
p alabra’ o ‘parte del discurso’. Así, los m orfem as (esto es las form as m ínim as)
pueden agruparse en dos clases de form as según el crite rio de la intersusti-
tuibilidad, del m ism o m odo qu e lo pueden hacer las frases com puestas de va­
rias palabras. En una gram ática m orfém ica el rótu lo de partes del discurso.
que hemos asignado a los lexemas, se atribu iría prim ordialm ente a lo que la
tradición denominaba t e m a s , o incluso r a í c e s . (L a diferencia entre te­
mas y raíces consiste en que las raíces no, son analizables m orfológicam ente,
m ientras que los temas pueden contener, además de su raíz, uno o más afijos
derivacionales.) P o r ejem plo, [en in glés] la form a boy, «ch ic o », quedaría cla­
sificada com o nom bre por ser el tem a de un conjunto entero de form as fle-
xionadas de palabra, boy, boys y b oy ’s. Sin embargo, es una pura casualidad
de la estructura gram atical del inglés que los temas de nom bre, de verbo, de
adjetivo, etc., sean siem pre form as de palabra (y aun de cita: cf. 4.1). Resulta
igualm ente contingente que en inglés (lo m ism o que, digamos, en chino, pero
no en español o tu rco) un gran núm ero de form as puedan servir com o temas
de nom bre o de verbo (c f. walk, «p a seo »/ «p a sea r», turn, «v u e lta »/ «v o lv e r»,
man, «h o m b re »/ «d o ta r de h om bres», table, «m esa »/ «p on er sobre la m esa», et­
cétera). En este sentido, com o en el anterior, el inglés está lejo s de ser repre­
sentativo de las lenguas del mundo. Las versiones actuales de la gram ática
generativa, al basarse en los m orfem as, operan con definiciones de ‘nom bre’,
‘verb o ’, ‘ a d jetivo ’, etc., que se aplican, en p rim er lugar, a temas de lexema
y después a form as m ayores que los contengan o que sean sintácticam ente
equivalentes.
En la gram ática tradicional basada en la palabra, así com o la flexión es
com plem entaria de la sintaxis, tam bién las c a t e g o r í a s flexivas o grama­
ticales lo son de las partes del discurso. P o r ejem plo, ‘singular’ y ‘plural’ son
térm inos de la categoría de n ú m e r o ; ‘presente’, ‘p retérito ’ y ‘fu tu ro’, de
la categoría de t i e m p o ; ‘ in d ica tivo’, ‘ subjuntivo’, ‘im p erativo’, etc., de la
categoría de m o d o ; ‘ n om in ativo’, ‘ acusativo’, ‘ dativo’, ‘ gen itivo’, etc., de
la categoría de c a s o, y así sucesivamente. Las expresiones tradicionales
de tipo ‘ prim era persona d el singular del presente de in dicativo del verbo
s e r ' ejem plifican aquella concepción que, expresada en los propios térm inos
tradicionales, suponía que cada parte del discurso era flexionada en un de­
term inado conjunto de categorías gram aticales.
Dos cuestiones más añadirem os en cuanto a las categorías flexivas de la
gram ática tradicional. En p rim er lugar, que ninguna es universal en el sen­
tido de que se encuentre en todas las lenguas. H ay lenguas sin tiem p o gra­
m atical, otras sin caso, otras sin género, y así sucesivamente, sin o m itir nin­
guna de las categorías tradicionales. P o r el contrario, son muchas las catego­
rías no reconocidas p o r la gram ática tradicional y que existen en lenguas re­
cientem ente investigadas.
E l segundo aspecto consiste en que ías antiguas categorías gram aticales
en la gram ática m orfém ica serían tratadas p or lo común com o conjuntos de
m o r f e m a s g r a m a t i c a l e s (fre n te a los m o r f e m a s l é x i c o s , que
aparecen en el vocabulario com o temas nominales, verbales, etc.). Su distri­
bución, p o r lo demás, ven dría dada directam ente por m edio de reglas sintác­
ticas. Se trata, en esencia, del sistem a adoptado en las versiones actuales de
la gram ática generativa.
4.4 Algunos conceptos gramaticales más

La función de las reglas gram aticales de una lengua consiste en especificar


los respectivos determ inantes de la gram aticalidad (cf. 4.2). Com o verem os
más adelante, la gram ática generativa los establece generando (en iin sentido
que aclararem os) todas las oraciones de la lengua, y sólo ellas, y asignando
a cada una, en el proceso m ism o de su generación, una d e s c r i p c i ó n e s ­
t r u c t u r a l . En este párrafo enumeraremos y aclararemos brevem ente una
serie de nociones gram aticales que los lingüistas han elaborado al intentar
form ular para lenguas concretas y para el lenguaje en general, los determ i­
nantes de la gram aticalidad y el tipo de inform ación indispensable en las des­
cripciones estructurales de las oraciones.
Nunca se insistirá bastante en que el lingüista — al menos en la actuali­
dad— no siente el m enor interés p o r la clasificación y la taxonom ía a secas.
Como vim os al com ienzo, le preocupa indagar «¿qu é es el len gu aje?» y, directa
o indirectam ente, la capacidad del habíante nativo para produ cir y com pren­
der un núm ero indefinidam ente grande y virtualm ente infinito de enunciados
distintos entre sí en form a y significado. A este propósito, es im prescindible
contar con una explicación sobre el concepto de gram aticalidad que dé cuenta
de esa capacidad del hablante nativo (y de su adquisición p o r parte del niño).
Y es asim ism o fundam ental si se pretende responder de un m odo intelectual­
m ente satisfactorio a la cuestión de «¿qu é es el lenguaje?»
La lista de conceptos gram aticales que presentam os a continuación, aun­
que bastante larga, no es, ni de lejos, exhaustiva. Muchos de estos conceptos
tienen su origen en la gram ática tradicional; otros han aparecido más tarde.
N o todos serán utilizados en apartados u lteriores del libro, en parte porqu e
esta exposición sobre la estructura gram atical y la gram ática generativa será
inevitablem ente muy elem ental y selecta en extrem o. Pero aún hay otra razón
aún más im portante. En el presente estado de la teoría gram atical, no cabe
precisar cuántas nociones lógicam ente independientes o prim itivas se nece­
sitan para especificar los determ inantes de la gram aticalidad en una lengua
dada, por no decir en todas las lenguas. Si se considera p rim itivo un conjunto
de nociones en este sentido lógico del térm ino, otras nociones pueden defi­
nirse a p a rtir de dicho conjunto. Sin em bargo, suele haber num erosas o p cio­
nes disponibles a la hora de decidir cuál es el conjunto p rim itivo y cuál el
derivado. Las versiones actuales de la gram ática generativa, a m enudo p o r
razones puram ente históricas, han optado p o r una cierta selección de ele­
mentos prim itivos. Tal vez no se trate de la selección más correcta. En todo
caso, no puede considerarse concluida la cuestióh de si existe una selección
correcta de datos — correcta, en el sentido de válida para todas las lenguas
humanas— .
N o im porta dem asiado que el lector no fam iliarizado con la siguiente
lista de nociones gram aticales no llegue a retenerlas en su m ayor parte. Des­
de luego, cuando se"em prende el estudio de la lingüística en un cierto n ivel
de especialización, no sólo hay que com prenderlas, sino tam bién ejem plificar­
las y, lo que no es menos im portante, poder aum entar la lista y m ostra r cóm o
una noción dada presenta m atices comunes con otra o puede definirse a par­
tir de ella. La razón p o r la cual aduzco esta lista considerablem ente larga
de conceptos gram aticales en un lib ro que se supone elem ental y muy básico
sobre el lenguaje y la lingüística es que muchas obras com parables no esta­
blecen lo que hem os sentado en el p á rra fo anterior. Incluso un lib ro elem en­
tal ha de o frec er a sus lectores alguna idea sobre el ám bito y la com plejidad
del tem a que expone. Ningún tratado de teoría gram atical debe d eja r de in­
dicar con claridad que, pese a los grandes progresos recientes, estam os to­
davía lejos de disponer de una teoría satisfactoria de la estructura gram a­
tical.
Las oraciones pueden clasificarse (y así aparecen clasificadas en la gra­
mática tradicion al) a p a rtir de las dim ensiones im bricadas de (a ) estructura
y (b ) función; luego, según (a ), entre s i m p l e s y no sim ples, y luego, las
mxsim ples, en com plejas y c o m p u e s t a s ; según (b ), en d e c l a r a t i v a s ,
i n t e r r o g a t i v a s , i m p e r a t i v a s , etc. La oración sim ple consta de una
sola c l á u s u l a (con el contorn o prosódico adecuado); la oración com p leja
m ínim a consta de dos cláusulas, una subordinada a la otra; la oración com ­
puesta m ínim a consta de dos o más cláusulas coordinadas. (P a ra fa cilita r la
exposición in troduciré aquí el térm in o (o ra ció n ) c o m b i n a d a para abar­
ca r al m ism o tiem po las com puestas y com plejas.) Las nociones m encionadas
de subordinación y coordinación son, com o verem os, muy generales y aplica­
bles rio sólo a lá clasificación de oraciones, sino dentro de las oraciones
mismas.
En cuanto a la clasificación funcional de las oraciones hay que aclarar dos
aspectos. En p rim er lugar, que si establecem os una distinción entre oraciones
declarativas y aseveraciones, oraciones in terrogativas y preguntas, oraciones
im perativas y órdenes, peticiones, etc., podem os decir que es oración decla­
rativa aquélla cuya estructura gram atical es la de las oraciones que suelen
utilizarse, de un m odo característico, para hacer aseveraciones y así sucesi­
vamente. Esto nos perm ite m antener distintas, e interrelacionadas, la estruc­
tura gram atical de las oraciones y la función com unicativa de los enunciados
(cf. 5.5). En el capítulo sobre sem ántica volverem os a esta distinción. E l se­
gundo aspecto se refiere a que ‘ im p era tivo ’, en contraste con ‘ declara tivo’ e
‘ in terroga tivo’, se em plea tradicionalm ente, ju n to con ‘ in d ica tivo’, ‘ subjunti­
vo', etc., para designar uno de los térm inos de la categoría gram atical de
m odo. Conviene señalar este doble em pleo de ‘ im p erativo’ aunque no sea más
que p or la confusión que ha causado en la m oderna teoría gram atical.
En las oraciones, sim ples o no, existen diversos tipos de relación entre
la parte y el todo: se trata de las relaciones de c o n s t i t u c i ó n . P o r ejem ­
plo, toda cláusula de oración com p leja o com puesta es c o n s t i t u y e n t e
de la oración com o un todo; en una oración sim ple, todas las form as de pa­
labra (digám oslo así) son constituyentes; y los grupos de palabras pueden
constituir, a su vez, f r a s e s , que son también constituyentes de la oración
(d e m odo que las palabras son constituyentes de las frases y, p o r tanto, sólo
indirectam ente de las oraciones de las cuales son constituyentes las frases).
Com o verem os en los apartados siguientes, esta noción de constitución, ju nto
con una versión algo más am plia del concepto tradicional de frase, constituye
el núcleo m ism o de la form alización en la gram ática generativa chomskyana.
O tro tipo de relación sintáctica — al que la gram ática tradicional atribuyó
una im portancia particu lar— es la de d e p e n d e n c i a . Se trata de la re­
lación, asim étrica, que existe (p a ra u tilizar una term inología m oderna) entre
un r e g e n t e y uno o más d e p e n d i e n t e s . Por ejem plo, se dice que el
verbo r i g e su o b jeto (si lo tiene) de una determ inada m anera, com o el ver­
bo ‘v e r ’, que, al igual que todos los verbos transitivos del español, rige su
o b je to en el ca so . tradicion alm en te llam ado acusativo (cf. T e v i a ti fren te a
* V i a tú; pues la categoría del caso, tú fren te a ti, etc. constituye una catego­
ría flexiva de los pronom bres, aunque no de los nom bres, en español.) Más
en general, podem os establecer una relación de dependencia, en una determ i­
nada ¡construcción, siem pre que la aparición de una unidad, el regente, sea
precondición de la aparición, en la form a apropiada, de una o más unidades,
sus dependientes. L o que tradicionalm ente se denominaba r é g i m e n , tal
com o se ha ejem plificado antes, puede incorporarse a un concepto más am­
p lio de dependencia que no presuponga variación flexiva. E n tanto que la
agrupación de un regente y sus dependientes establece im plícitam en te una
relación de parte a todo entre cada una de las unidades y la agrupación m is­
ma, la constitución y la dependencia no son variables totalm ente independien­
tes entre sí. La gram ática generativa chom skyana ha optado p o r la constitu­
ción, siguiendo, a este respecto, a B loom field y sus sucesores. L a gram ática
tradicional pone, en cam bio, más énfasis en la dependencia.
En el apartado a n terior hem os aludido a los verbos transitivos. La dis­
tinción tradicional en tre verbos t r a n s i t i v o s e i n t r a n s i t i v o s puede
generalizarse en dos sentidos: en p rim er lugar, incluyendo los verbos en la
clase más am plia de p r e d i c a d o r e s y así subclasificar los predicadores
según su v a 1 e n c i a, es decir p o r el núm ero y la naturaleza de sus unidades
dependientes. Inclu yendo no sólo el o b jeto directo a indirecto, sino tam bién
el sujeto, entre los dependientes, podem os d ecir que un verb o intransitivo
com o ‘m o rir’ tiene valencia 1, un verb o tran sitivo com o ‘co m er’ tiene valencia
2, verbos com o ‘ dar’ o bien ‘ p o n er’ tienen valencia 3, y así sucesivamente.
Esta noción de valencia, nótese bien, no presupone que lo s dependientes
de un p redicador sean necesariam ente frases nominales. Lo que tradicional­
m ente se llam aban com plem entos adverbiales de lugar y de tiem po, etc., tam­
bién entran en la definición de valencia. H em os de adm itir asim ism o predi­
cadores con valencia 0. P o r ejem p lo, puede sostenerse que verbos com q ‘ llo­
v e r ’, ‘n evar’, etc., en español, pertenecen a este tipo, según se desprende de
construcciones com o Llueve/E stá lloviendo, etc.'4
H asta hoy el térm ino ‘ valencia’ (tom ado de la qu ím ica) no se ha em pleado
mucho en la b ib lio gra fía británica y am ericana sobre lingüística. P ero la no­
ción se encuentra latente en buena parte de la teoría gram atical, aunque no
aparezca realm ente el térm ino. E l aspecto más con trovertido y novedoso de
la noción de valencia, tal com o la acabamos de utilizar, consiste en que des­
virtúa, p or así decirlo, las distinciones tradicionales entre s u j e t o y p r e ­
d i c a d o (d e la cláusula), p or una parte, y entre s u j e t o y o b j e t o (d el
verbo), p o r otra. H ay que ad vertir que estas distinciones son lógicamente in­
dependientes, pues la prim era descansa en la división de la cláusula (en virtu d
de supuestos tradicionales) en dos partes com plem entarias, lo que no sucede
con la segunda. E l sujeto del verbo es la unidad que, aun siendo dependiente
del verbo, al igual que el objeto, determ ina la form a de aquél en lo que suele
denom inarse c o n c o r d a n c i a entre su jeto y verb o (cf. E l niño c o rre fren­
te a * E l n iñ o corre n , y Los niños c o rre n fren te a *L os niños c o rre ). Pueden
aducirse, y de hecho se han aducido, otros criterios para hallar una noción
más general de sujeto sintáctico aplicable a todas las lenguas. Pero la uni­
versalidad de algún tipo de sujeto sintáctico (o de alguna noción más general
que los com prenda tod os) es tan con trovertid a ahora com o lo fue entre los
lingüistas de finales del siglo pasado.

4.5 L a estructura de constituyentes

En este apartado atenderem os a los aspectos de la estructura gram atical que


se deducen de la noción de constitución. O perarem os en el m arco de la gra­
mática m orfém ica siguiendo el punto de vista distribucionalista típico del úl­
tim o p erío d . de la lingüística postbloom fieldiana (cf. 7.4). A l adoptar esta
perspectiva obtendrem os un doble beneficio, pues luego podrem os ilustrar la
aplicación de nociones im portantes ya presentadas — asociadas a térm inos
com o ‘ m o rfem a ’, ‘m o rfo lo gía ’, ‘flexión’, ‘ derivación ’, ‘clase de form a ’, ‘ distri­
bución’, para no m encionar la ‘ constitución’ m ism a— y así disponer el camino
para el tratam ien to de la gram ática generativa en el apartado siguiente.
Aunque el concepto bloom fieldiano de estructura de constituyentes viene
a ser ante tod o sintáctico, podem os m ostrar cóm o se aplica a form as de pa­
labra. Es preciso recordar que en la lingüística postbloom fieldiana la gramá­
tica se d ivid ió en m o rfolo gía y sintaxis (c f. 4.1). L a m orfología estudiaba la
estructura interna de las form as de palabra, m ientras que la sintaxis se ocu­
paba de la distribución de dichas form as en las oraciones bien form adas de
la lengua o b je to de estudio. Ahora bien, la m o rfolo gía postbloom fieldiana era
en sí m ism a un tipo de m o rfolo gía sintáctica, pues aplicaba los mismos prin­
cipios al análisis gram atical de las form as de palabra y al análisis sintáctico
de unidades m ayores, com o frases y oraciones. En realidad, los lingüistas
postbloom fieldianos, aunque no siem pre de un m odo coherente, term inaron
por abandonar la distinción entre m o rfo lo gía y sintaxis al am pliar la defini­
ción de ‘ sintaxis’ . Así, la sintaxis se co n virtió en el estudio de la distribución
de los m orfem as (y no de las form as de palabra), con lo que las form as de
palabra se reconocían no com o unidades puram ente sintácticas, sino com o
entidades que podían u tilizarse (con un adecuado contorno prosódico) para
fo rm a r enunciados m ínim os y, en ciertas lenguas, com o ám bito de ciertos ras­
gos fon ológicos suprasegm entales (cf. 3.6). Este es, en esencia, el punto de
vista que adoptó, com o parte de su herencia postbloom fieldiana, la gram ática
generativa de Chomsky.
En este apartado y en el siguiente hay que tom ar el térm ino ‘palabra' con
referencia a form as de palabra. En este sentido, las palabras pueden repre­
sentarse com o sartas de uno o más m orfem as siendo los m orfem as form as
mínimas y las palabras, en la definición clásica (só lo parcialm ente satisfacto­
ria) de Bloom field, f o r m a s l i b r e s m í n i m a s (esto es form as que no
constan de otras form as libres más pequeñas). Una form a l i b r e , en con­
traste con una form a l i g a d a , es la que puede aparecer, con un contorno
prosódico adecuado, com o un enunciado (aunque n o necesariam ente com o
una oración entera) en un contexto norm al de em pleo. N o todas las form as
que la tradición ha reconocido com o palabras en español y que aparecen se­
paradas p o r espacios en el m edio escrito satisfacen esta definición. Aquí va­
mos a recu rrir sólo a ejem plos que sí la cumplen. Así, m al es ta n to 'm o rfem a
(p o r ser form a m ín im a) com o palabra (p o r ser form a lib re); males no es m or­
fem a, ya que se com pone de dos form as mínimas, m al y es, pero es palabra
(pues m al es form a libre, aunque es no lo sea); desenam oram iento es una pa­
labra com puesta de cuatro m orfem as, des-en-amor-amiento, de los cuales to­
dos, excepto a m o r, son form as ligadas. Las form as ligadas que aparecen com o
constituyentes de palabra son afijos: prefijos si preceden a la form a básica
a la cual se añaden o afijan, sufijos si la siguen.
P ero aún cabe describir más en la estructura constitutiva de las palabras
a partir de sus m orfem as componentes. Muchas palabras del español y de
otras lenguas presentan una e s t r u c t u r a j e r á r q u i c a interna que cabe
representar form alm en te p or m edio de la noción m atem ática de e s t r u c t u ­
ra p a r e n t é t i c a . P o r ejem plo, la estructura constitutiva de la palabra
desenam oram iento puede representarse a base de

(1 ) [d es [e n -[a m o r]-a m ie n to ]]

o, de un m o d o equivalente, a base de un diagrama arbóreo com o (2).

(2) des en am or am iento

Es preciso n otar que (1) y (2) son form alm ente equivalentes. Cada uno
dice ni más n i m enos J o , siguiente: que los c o n s t i t u y e n t e s i n m e d i a ­
t o s (C I) de desenam oram ien to son des y enam oram iento; que los C I de
en a m ora m ien to son en, a m o r y am iento, y, al no ser posible un nuevo análisis
en el n ivel gram atical de descripción, que los c o n s t i t u y e n t e s t e r m i ­
n a l e s de tod o el sintagma son des, en, a m or y am iento. Procediendo de o tro
modo, nos dicen tam bién que en, a m o r y am ien to pueden com binarse (en
secuencia) para fo rm a r un constituyente inm ediato, enam oram iento, al cual
puede p refija rse des- para produ cir d esenam oram iento y, con ello, dar lugar
a toda la fo rm a de palabra. Los dos m étodos de representación (1) y (2) son
neutros con respecto al análisis y a la síntesis de los sintagmas.
N o m e propon go ju stificar con detalle la división parentética de desena­
m ora m ien to que asigno a (1) y (2). En prin cip io se basa (según los postulados
del distribucionalism o postbloom fieldian o) en los criterios de sustituibilidad,
o perm utabilidad y generalidad. La form a desenam oram iento pertenece a una
clase de form a (es decir a un conjunto de form as intersustituibles) que de­
nom inaremos, utilizando una term inología tradicional, nom bres abstractos y
que sim bolizarem os a base de N a. En español hay muchos nom bres abstrac­
tos form ados por la adición del sufijo -(a )m (i)e n to a form as verbales (más
exactamente, a las form as básicas de verbos). De una m anera sim ilar, la p re­
fijación de des- a una form a verbal (V ) o nom inal ( N ) constituye un proceso
m orfológico extraordinariam ente productivo. A su vez, los m orfem as consti­
tuyentes en y (a )m (i)e n to , aunque no necesariam ente solidarios (cf. entalla­
dura, d erram am iento, etc.), ño suelen ten er una productividad independiente,
pues en la gran m ayoría de form as en que aparecen no ofrecen, p or lo común,
otras opciones constitutivas (d e ahí que no haya, al menos en principio/ algo
así com o a m o r a m iento o enam oradura).
La ju stificación distribucional de la estructura de constituyentes asigna­
da a la fo rm a de palabra desenam oram iento es relativam ente sencilla. M uy
peliaguda resulta, en cam bio, con respecto a muchas otras form as de palabra,
y en especial si se pretende co n vertir los criterio s distribucionales en p roce­
dim ientos m ecánicos de descubrim iento (cf. 7.4). Pero aquí no nos interesa
abogar p o r el distribucionalism o com o tal, sino tan sólo ilustrar lo que se
entiende p o r estructura de constituyentes. L a cuestión es que si se da validez
a un determ in ado análisis a base de criterios puram ente distribucionalés o
no, el uso de un determ inado térm ino o sím bolo, pongamos, ‘ n om bre’ o N,
para r o t j u l a r clases de form a im plica que los m iem bros de dicha clase
son perm utables en todos los contextos sujetos a cualquier regla que u tilice
el rótulo en cuestión. P o r ejem plo, asignem os arbitrariam ente el rótu lo N a
al conjunto de form as que resulta de sufijar (a )m (i)e n to a los m iem bros de la
clase de fo rm a V. Podem os, entonces, expresar lo que acabamos de decir p or
m edio de las siguientes reglas:

(3) V -f- (a )m (i)e n to —» N a

o bien

(4 ) en + V + (a jm (i)e n to Na

Esto nos dice que, en la práctica, todas las form as de la clase V s o n perm u­
tables al m enos en el ám bito de los contextos com prendidos en (3) o (4). Im ­
plica, además, que todos los m iem bros d^ la subclase N a son intersustituibles
en los contextos com prendidos en otra regla com o 1

(5) des + N a —»• N a

E l hecho de que el distribucionalism o, tal com o fue desarrollado p or los lin­


güistas postbloom fieldianos, haya caído en descrédito no significa que la no­
ción m ism a de distribución haya perdido relevancia en el análisis gram ati­
cal. A l contrario, constituye la noción fundam ental en la form alización de
la gram ática.
Antes de continuar conviene reparar en algo más. L a regla (5), fren te a
(3 ) y (4), es potencialnjiente r e c u r s i v a, en el sentido de que puede aplicar­
se a su propia salida ( N a) y fo rm a r así un núm ero in defin ido de sintagmas de
com p lejid a d creciente: [ d es-enam oram iento], [d e s -[d e s -e n a m o ra m ie n to ]], [des-
[des-[d es-en a m or a m ie n t o ]]], etc.3 Com o presum iblem ente no nos convendrá
considerar desdesenamorar^iiento, : y aun menos desdesdesenam oram iento, et­
cétera, gram aticalm ente bien form ados, la regla (5) resulta técnicam ente de­
fectuosa, pues en a m ora m ien to y 'desenam oram iento no ¡son m iem bros exac­
tam ente de la m ism a clase de form as. P o r o tro lado, posiblem en te en todas
las lenguas naturales hay muchas construcciones sintácticas, si no m o rfo ló ­
gicas, totalm ente recursivas. A ello se debe que las oraciones de una lengua,
aunque finitas en longitud, puedan ser infinitas en núm ero (c f. la definición
que dio Chomsky de ‘ lengua’, citada en 1.2 y 2.6).
Exactam ente la m ism a noción de estructura de constituyentes se aplica
a las secuencias de palabras —-f r a s e s , tanto en el sentido tradicion al com o
cotidiano del térm ino— (según la concepción bloom fieldiana y postbloom fiel­
diana de la m o rfolo gía ). P o r ejem plo, sobre la mesa m etálica es lo que tra­
dicionalm ente se denom ina f r a ^ e p r e p o s i c i o n a l , com puesta p o r una
p r e p o s i c i ó n (so b re) y una f r a s e n o m i n a l (la mesa m etálica), que
a su vez, se cém pone del a r t í c u l o d e f i n i d o (la ) y la frase mesa m e­
tálica, que se com pone, á su vez, de un nom bre (m esa) y un a d jetivo (m e tá li­
ca). T o d o ello puede expresarse, sin estos rótulos tradicionales, p o r m edio de

(6) [ sobre [la [ mesa m e t á lic a ]]]

o, de un m odo equivalente, por el diagram a arbóreo de (7).

(7) sobre la mesa m etálica

3. [E n realid ad , su' a p lica ción se extien d e a m uchas m ás clases en tera s.]


Tanto (6 ) com o (7), al igual que (1 ) y (2), son representaciones n o r o ­
t u l a d a s de una estructura de constituyentes.
N o obstante, lo habitual es op era r con la noción de representaciones
r o t u l a d a s — donde los rótulos, com o hemos visto antes, se emplean para
indicar la pertenencia a una determ inada clase de form a— . Vamos, pues, a
convertir (6) y (7) en una e s t r u c t u r a p a r e n t é t i c a r o t u l a d a y
e n un á r b o l r o t u l a d o , respectivam ente (8) y (9), utilizando sím bolos
m nem otécnicos corrientes com o F N para ‘ frase nom inal', P para ‘ preposi­
ción’, FP para ‘ frase preposicional’, A para ‘a d jetivo ’, A rt para ‘artículo (de­
fin id o )’. Adviértase que (8)

(8 ) [pptp-sobre] [ FN[ Artta ] ÍN t H ^ e s a ] [ Am e fá //c a ]] ] ]

y (9) son form alm ente equivalentes. Com o las clisposiciones parentéticas ro­
tuladas, sijbien más compactas, son difíciles de leer, los lingüistas suelen uti­
lizar árboles rotulados.

(9) FP

P FN

N A

sobre la mesa m etálica

Dos hechos generales hay que sentar en cuanto a (8) y (9). E l prim ero es
que representan la frase mesa m etálica com o pertenecientes a la misma clase
de form as que mesa (N ). Se trata de algo distribucionalm ente justificable.
Más aún, pese a que determ inados principios precisan la secuencia relativa de
nom bres y luego adjéítivos dentro de la misma frase en español, no hay lím ite
para el núm ero de adjetivos que pueden aparecer en tal posición. N o obstan­
te, hay dudas razonables sobre la estructura interna de las sartas de adjetivos
en dichas posiciones.
El segundo aspecto se refiere a los térm inos ‘ frase nom inal’ y ‘ frase pre­
posicional’, tom ados de la gram ática tradicional. N o se basan en la noción
de constitución, sino en la de dependencia (cf. 4.4). Una frase nominal, en la
gram ática tradicional, es aquélla cuyo regente o c a b e c e r a es un nom ­
bre; y una frase preposicional, aquélla cuyo regente o cabecera es una pre­
posición. La representación de estructura de constituyentes en (8) y en (9)
nada indica sobre la dependencia. A este respecto, los térm inos ‘ frase nom i­
nal’ y ‘frase preposicional’ son inmotivados. En cambio, si se adm ite que im ­
plican que las frases nom inales y las frases preposicionales tienen la misma
distribución, respectivam ente, que los nom bres y las preposiciones resulta
que no es así, al menos en lo que atañe a las fiases preposicionales. Parece,
entonces, que el térm ino ‘frase nom inal’ resulta más apropiado desde este
punto de vista. Y para ciertas lenguas sí lo es, en efecto; entre ellas, el latín
y el ruso, que no tienen artículo definido y, frente a lo que sucede en español,
pueden utilizar los llam ados nom bres comunes en singular sin artículo, de­
finido o indefinido, ni otro m iem bro de la clase de form as que Hoy se deno­
minan d e t e r m i n a d o r e s . Pero bastará una breve reflexión para advertir
que aun cuando la mesa m etálica y la mesa tienen en general la m ism a dis­
tribución que los nom bres propios y los pronom bres, no la tienen igual, en
cambio, que los nom bres comunes de tipo mesa.
Los ejem plos que he aducido aquí para ilustrar la noción de estructura de
constituyentes son bien sencillos y, al margen de algunos detalles, nada con­
trovertidos. Pero cuando se em prende el análisis de un conjunto represen­
tativo de oraciones en español y otras lenguas siguiendo el punto de vista
adoptado en este apartado, sobreviene toda clase de problem as. En particular,
es difícil integrar la estructura de constituyentes de las form as de palabra
en la de sintagmas más am plios donde dichas form as aparecen com o cons­
tituyentes. Pocos lingüistas, si es qué los hay, creerían hoy en la posibilidád
o en la utilidad de describir la sintaxis de una lengua en el m arco esbozado
aquí sin invocar otras nociones adicionales, A l propio tiem po, es indiscutible
que existe algo así com o una estructura de constituyentes, en algunas lenguas
naturales, y presum iblem ente en todas. La sintaxis teórica ha experim entado
un considerable avance gracias al esfuerzo de la lingüística postbloom fieldia-
na para form alizar la noción de estructura de constituyentes con criterios dis-
tribucionales.
Para terminar, conviene mencionar, por un lado, lo que suele denom inar­
se (quizás inadecuadamente) c o n s t i t u y e n t e s d i s c o n t i n u o s y, p or
otra, la cuestión del orden secuencial. Muchas lenguas presentan casos de cons­
tituyentes term inales o interm edios cuyas partes com ponentes aparecen se­
paradas p o r una sarta de una o más formas. P o r ejem plo, los participios de
pasado de muchos verbos en alemán están form ados por la prefijación de ge-
y la sufijación de -t o -en a la form a de base: ge-lob-t, «a m a d o », ge-sproch-en,
«h a b la d o». La discontinuidad dentro de la palabra no es extraña en lenguas
flexivas. En realidad, es m uy común en sintagmas extensos, p o r ejem plo, ha­
b ría...en contra d o en De haberlo buscado bien, lo habría tal vez en contra do;
está...borracho en Está, sin la m en o r duda, b orrá ch o; o en inglés, looked...u p,
«b u scó », en H e look the w ord up in the dictionary, «B u scó la palabra en el
diccion ario».
La discontinuidad viola el principio de la a d y a c e n c i a , según el cual
las unidades (o las partes com ponentes de unidades) sintácticam ente conec­
tadas deben situarse juntas en las oraciones. En ciertas lenguas este principio
no pasa de ser una m era tendencia estilística; en otras, la adyacencia misma
se utiliza com o un m odo de probar la corrección sintáctica. P o r ejem plo, pa­
seando p o r el cam ino se atribuiría p or adyacencia o proxim idad a Juan y no
a M aría tanto en Paseando p o r el cam ino, Juan en con tró a M aría com o en
Juan, paseando p o r el cam ino, en co n tró a M aría (cuando se pronuncian con
acento y entonación norm ales). Es preciso com prender que la noción de es­
tructura de constituyentes no im plica p o r sí misma la adyacencia de los co-
constituy entes.
Tam poco im plica que los co-constituyentes deban aparecer en un o r d e n
s e c u e n c i a l fijo. Ocurre que muchas ordenaciones secuenciales de form as
en español, aunque de ninguna manera todas, dependen de una regla grama­
tical más que de una tendencia estilística, pues ninguna form a de palabra de
tipo *am or-en-des-am iento, *en-am iento-am or-des, etc., o bien frases com o
* m etálica la mesa sobre, * sobre m etálica mesa la, etc., están bien form adas.
N o cabe duda de que, en la m ayor p a n e de palabras de todas las lenguas na­
turales, el orden secuencial de los m orfem as constituyentes viene fija d o por
reglas. P ero hay considerables diferencias entre las lenguas con respecto al
uso que hacen del orden secuencial en sintagmas más extensos. Com o vere­
mos, la form alización de Chomsky para la estructura de constituyentes, y
para la estructura gram atical en general, considera tanto la adyacencia com o
el orden secuencial necesariamente dependientes de reglas.

4.6 L a gramática generativa

El térm ino ‘gram ática generativa’, introducido en la lingüística p o r Chomsky


en la década de 1950 a 1960, se utiliza en la actualidad en dos sentidos un
tanto diferentes. En su sentido original, más estricto y técnico, se refiere a
conjuntos de reglas que defienen diversos tipos de sistemas lingüísticos. Así
entenderem os en adelante la ‘gram ática generativa'.
En su segundo sentido, más am plio — para el que utilizarem os el térm ino
‘generativism o’— , se refiere a un corpus com pleto de supuestos teóricos y
m etodológicos sobre la estructura lingüística, cuya discusión posponem os
para el capítulo 7. N o sólo fue Chomsky el iniciador de la versión más difun­
dida de la gram ática generativa en la lingüística, sino tam bién el principal
in iciador del generativism o, y es en esta función donde se ha m ostrado más
influyente tanto en la lingüística com o en otras disciplinas. P o r ello, nótese
bien, aunque difícilm en te se puede ser generativista sin sentir interés p o r la
gram ática generativa, en cambio, ’ es perfectam ente posible interesarse p or
la gram ática generativa sin suscribir los preceptos teóricos y m etodológicos
más característicos del generativism o.
Una g r a m á t i c a g e n e r a t i v a es un conjunto de reglas que, ope­
rando sobre un vocabulario finito de unidades, g e n e r a un conjunto (fin ito
o infinito) de sintagmas (cada uno com puesto de un núm ero fin ito de unida­
des) y define cada sintagma bien form ad o a partir de la lengua c a r a c t e ­
r i z a d a p o r la gramática. Las gram áticas generativas que ofrecen m ayor in­
terés para los lingüistas asignan además a cada sintagm a bien form ad o (y, en
especial, a cada oración) una adecuada d e s c r i p c i ó n e s t r u c t u r a l .
E sta definición de 'gram ática gen erativa’ es más general en un aspecto que
la de Chomsky, pues u tiliza el térm ino ‘ sintagm a’ donde Chom sky utilizaría
‘ sarta’ o bien ‘ secuencia’. C om o hem os visto, un sintagm a es una com binación
de unidades gram aticales (o, en fonología, de elem en tos) que no presentan
necesariam ente un orden secuencial. Aun cuando Chom sky define las oracio­
nes y las frases com o sartas (estructuradas), es m uy razonable, y, en rigor,
acorde con las concepciones tradicionales, pensar que se trata de sintagmas,
esto es conjuntos de unidades reunidas en una determ inada construcción.
L o que la gram ática tradicion al consideraba una diferen cia de construcción,
en la gram ática generativa se identificará com o una diferen cia de descripción
estructural.
H ay que entender el térm ino ‘generar’, utilizado en la definición, en el
sentido que tiene en m atem ática. Para ilustrarlo, veam os el siguiente ejem plo.
D ado que x pueda tom ar com o va lo r cualquiera de los núm eros naturales
{1 , 2, 3, ... }, la función x2 + x + 1 (considerada com o un conju n to de reglas
u operacion es) genera el conju n to {3 , 7, 13, ...}. Es precisam ente en este sen­
tid o abstracto del térm in o com o se entiende que las reglas de una gram ática
generativa generan las oraciones de una lengua. N o es necesario en trar más
en porm enores m atem áticos. L o im portante es que ‘gen era r’, aquí, no guarda
relación con ningún proceso de producción de oraciones llevado a cabo en la
realidad p o r parte de hablantes (o máquinas). Una gram ática generativa con­
siste en una especificación m atem ática precisa de la estructura gram atical
de las oraciones que ella m ism a genera.
Esta definición no lim ita la aplicabilidad de la gram ática generativa a las
lenguas naturales. De hecho, tam poco im plica que la gram ática generativa sea
en absoluto pertinen te para describir lenguas naturales. Los conjuntos de
sintagm as caracterizados com o lenguas por las gram áticas generativas son
lo que los lógicos denom inan l e n g u a s f o r m a l e s . T o d o sintagm a posible
está o no bien form ad o; no existen sintagmas en un estado in term edio o in­
deciso a este respecto. Adem ás, tod o sintagma bien fo rm ad o presenta una es­
tructura totalm ente determ inada, definida p o r la descripción estructural que
le asigna la gram ática. N o está claro que las lenguas naturales sean form ales
en este sentido del térm ino. Muchos lingüistas sostendrían que no lo son.
P ero esto no significa que las lenguas form ales no puedan utilizarse com o
m odelo de las lenguas naturales. Basta con que la propiedad de la gram atica­
lidad, aun cuando no quede totalm ente deterjninada, lo sea em píricam ente
den tro de unos lím ites razonables, y tam bién que las dem ás propiedades es­
tructurales del m odelo puedan identificarse en la lengua natural a la que
sirve de m odelo la lengua fo rm al en cuestión. A qu í em pleam os la palabra
‘ m o d elo ’ en el sentido en que un econom ista podría h ablar de un m odelo, di­
gam os, de com petencia im p erfecta; o un quím ico, de un m odelo de estruc­
tura m olecular. En todos los casos, la construcción del m odelo supone abs­
tracción e idealización. L o m ism o ocurre en lingüística. L a m icrolingüística
sincrónica teórica; interesada p o r lo que se consideran las propiedades esen-
cíales de los sistemas lingüísticos, puede perm itirse la om isión de muchos
detalles y aspectos indeterm inados que otras ramas de la lingüística deben
tener en cuenta (cf. 2.1). Así, el hecho de que las lenguas naturales puedan
no ser lenguas form ales no invalida p o r sí m ism o la aplicabilidad de la gra­
m ática generativa a la lingüística.
O tro im portante aspecto que conviene subrayar sobre la definición ante­
rio r de gram ática generativa es que adm ite la existencia de muchos tipos di­
ferentes de gramáticas generativas. L a cuestión, para la lingüística teórica,
debe plantearse com o sigue: dentro del núm ero ilim itado de tipos distintos
de gram áticas generativas, ¿cuál de ellos, si es que hay alguno, serviría de un
m odo óptim o para m odelar la estructura gram atical de las lenguas naturales?
Planteada así, la cuestión presupone que todas las lenguas naturales son sus­
ceptibles de m odelación p or parte de gram áticas del m ism o tipo. E ste su­
puesto suele darse por sentado, actualm ente, en la lingüística teórica. Una ra­
zón p o r la cual los generativistas lo asumen es que todos los seres humanos
son, en apariencia, capaces de aprender cualquier lengua natural. Y cabe, en
principio, la posibilidad de que haya tipos muy distintos de gram ática gene­
rativa efectivam ente aptos para describir tipos diversos de lenguas natura­
les. P ero hasta hoy no hay m otivos para creer en ello.
En su obra más prim itiva, Chom sky dem ostró que ciertos tipos de gram á­
tica generativa son intrínsecam ente más p o d e r o s o s que otros, ya que
pueden generar todas las lenguas form ales que generan las gramáticas menos
poderosas y aun otras que éstas no pueden generar. En particular, dem ostró
que las g r a m á t i c a s d e e s t a d o s f i n i t o s son menos poderosas que
las g r a m á t i c a s d e e s t r u c t u r a f r a s e a l (de diversos tipos) y que
éstas son a su vez, menos poderosas que las g r a m á t i c a s t r a n s f o r m a ­
t i v a s . L a diferencia entre estos tres tipos de gramáticas generativas (q u e
Chomsky, utilizando un sentido un tanto distinto de ‘ m odelo’, consideró com o
tres m odelos de descripción lin gü ística) no requiere un análisis detallado
aquí, ya que existen numerosas descripciones asequibles con diversos niveles
de especialización. Lo único que m erece decirse sobre las gram áticas de esta­
dos finitos es que, en virtu d de ciertos supuestos razonables sobre la estructu­
ra sintáctica del inglés y otras lenguas, las lenguas form ales que generan re­
sultan, según dem ostró Chomsky, inapropiadas com o m odelo, al menos, de
algunas lenguas naturales. En principio, las gramáticas de estados finitos no
son suficientem ente poderosas, pero ello se debe, sobre todo, a que algunos
de sus m odelos fueron confeccionados en la década de 1950 a 1960 por psicó­
logos conductistas, ante los cuales Chom sky tenía interés p o r evidenciar su
inadecuación para describir la estructura gram atical de la lengua.
P o r o tro lado, las gram áticas transform ativas son ciertam ente bastante
poderosas, en principio, para servir de m odelos en la descripción gram atical
de los sistemas lingüísticos naturales. Pero existen clases y más clases de
gram áticas transform ativas. Y por m uy paradójico que pueda parecer a p ri­
mera vista, algunas — y aun quizá todas— son demasiado poderosas, pues
perm iten la form ulación de reglas que nunca se necesitan, p or lo que sabe­
mos, en la descripción de una lengua natural. Idealm ente, y ello se encuentra
en la misma médula del generativism o, se necesita un tipo de gram ática ge­
nerativa cuyo poder llegue tan sólo hasta el punto de refleja r de un m odo
directo y perspicuo las propiedades de la estructura gram atical de las len­
guas naturales que, en opinión de todos, son esenciales. Aun cuando un de­
term inado tipo de gram ática transform ativa, form alizada p o r Chomsky du­
rante los años siguientes a 1950, y modificada en diversas ocasiones desde
entonces, haya dominado la sintaxis teórica durante los últim os veinte años,
lo cierto es que la función de las propias reglas transform ativas se ha visto
continuamente restringida. Y el futuro de la gram ática transform ativa com o
tal (si bien no la gram ática generativa) está hoy por hoy en situación dudosa.
A l principio, Chomsky prestó una especial atención a dos propiedades,
del inglés y otras lenguas naturales, im prescindibles para investigar el tipo
adecuado de gram ática generativa: la recursividad y la estructura de consti­
tuyentes (cf. 4.5). Ambas propiedades quedan reflejadas, de un m odo directo
y eficaz, en una gram ática de estructura fraseal. (Quedan igualm ente refle­
jadas en una gram ática transform ativa chomskyana, pues puede describirse
aproxim adam ente com o una gram ática de estructura fraseal con una am plia­
ción transform ativa). En realidad, las reglas (3) a (5) de 4.5 se han vertid o en
el< fo rm ato de las reglas de estructura fraseal, cuya función consiste en ge­
n erar sartas de sím bolos y asignar a cada una una disposición parentética
rotulada del tipo que ya hemos ilustrado: cf. (6) y (8 ), en 4.5. Estas disposi­
ciones parentéticas rotuladas se denominan m a r c a d o r e s f r a s e a l e s .
Y com o las gramáticas de estructura fraseal se form alizan en el m arco más
am plio de las g r a m á t i c a s d e c o n c a t e n a c i ó n (es decir gram áticas
que generan s a r t a s de unidades), el m arcador fraseal representa no sólo
la estructura de constituyentes del sintagma y la clase de form a de cada cons­
tituyente, sino también su ordenación secuencial relativa.
Com o en un libro elem ental de esta naturaleza no vam os a en trar en las
diferencias técnicas entre uno -y o tro tipo de gram ática generativa, d e jo aquí
e l tratam iento del form alism o y el m odo com o operan las gram áticas de es­
tructura fraseal. Sí es preciso destacar, en cam bio, que un tipo de gram ática
generativa puede presentar ventajas de que carece otro tipo, y que hasta
ahora no puede precisarse cuál de ellos, si es que hay alguno, de los muchos
construidos e investigados en la actualidad servirá m e jo r com o m odelo para
la descripción gram atical de las lenguas naturales. P o r mucho que se haya
sostenido durante años la opinión de que una versión de la gram ática trans­
fo rm a tiva serviría óptim am ente a este propósito (hasta el punto de que los
térm inos ‘gram ática generativa' y ‘gram ática tran sform ativa' se han tratado
con frecu encia com o sinónim os), la obra más reciente ha arroja d o serias dudas
so b re los argum entos que llevaron a Chomsky y a otros a esta conclusión.
Además de los contenidos pertinentes de las introducciones generales enumeradas
para los capítulos 1 y 2, Palmer (1971) resulta especialmente provechoso como pun­
to de partida, ya que ofrece las ventajas y desventajas de la imparcialidad teórica.
La mayor parte de las obras más especializadas en la teoría gramatical pueden
clasificarse a partir de las distintas escuelas o movimientos: generativistas, funcio-
nalistas, sistémicas, etc. (cf. el capítulo 7). Allerton (1979) y Brown & M iller (1980)
constituyen valiosas excepciones. Así, entre los manuales habituales sobre lingüís­
tica general se encuentra Robins (1979a), capítulos 5-6.

Sobre la morfología (incluyendo la flexión), la m ejor exposición general ac­


tualmente disponible en inglés es Matthews (1974). También se recomienda, para
quienes lean en alemán, Bergenholtz & Mugdan (1979), ya que está muy actualizado
y presenta un abundante e ilustrativo material junto con ejercicios. Nida (1949)
constituye la presentación clásica (con ejercicios) en el marco teórico post-bloom-
fieldiano. [Para algunos aspectos morfológicos del español, cf. Martínez Celdrán
(1975).]

En tom o a la sintaxis (que para muchos incluye asimismo la m orfología fle-


xiva), en Matthews (1981) se halla una discusión crítica de los conceptos básicos
con referencias completas. Householder (1972) contiene muchos artículos ya clási­
cos y presenta una buena introducción bibliográfica sobre el desarrollo histórico
de la teoría sintáctica. Desde puntos de vista concretos:
Sintaxis generativa: la mayoría de exposiciones de la sintaxis generativa de­
pende del generativismo o lo presupone (cf. 7.4). Existen en la actualidad muchos
manuales fiables que se hacen inmediatamente anticuados en determinados temas
(por ejemplo, en cuanto al estatuto de las estructuras profundas), pero que pro­
porcionan una buena introducción a los conceptos técnicos y al formalismo. Para
una exposición relativamente no técnica, cf. Lyons (1970), capítulo 6, y (1977a). En­
tre las exposiciones, incluyanse asimismo Akmajian & Heny (1975); Bach (1974);
Baker (1978); Culicover (1976); Huddleston (1976); Keyser & Postal (1976); Stock-
well (1977). Muchos de ellos incluyen problemas y ejercicios. Especialmente útiles
a este respecto son Koutsoudas (1966); Langacker (1972). Como libros de consulta,
cf. Fodor & Katz (1964); Jacobs & Rosenbaum (1970); Reibel & Schane (1969). [Para
el español, cf. D’Introno (1979); Hadlich (1973); Pilleux & Urrutia (1982).]
Sintaxis funcional: Dik (1978); Martinet (1960, 1962).
Gramática sistémica: Berry (1975, 1977); Halliday, McIntosh & Strevens (1964);
Hudson (1971); Sinclair (1972).
Gramática tagmémica: Cook (1969); Elson & Pickett (1962); Longacre (1964).
Gramática estratificacional: Gleason (1965); Lockwood (1972); Makkai & Lock-
wood (1973).
Estos rótulos alusivos a puntos de vista y concepciones, aunque útiles, pueden
inducir a error, pues los propios puntos de vista que dan Jugar a dichos rótulos
no son forzosamente incompatibles. Por ejemplo, la sintaxis funcional no es nece­
sariamente antigenerativa (cf. Dik, 1978); la gramática sistémica puede formularse,
en principio, como un sistema generativo (cf. Hudson, 1976) y, en ciertos desa­
rrollos, se encuentra estrechamente asociada al funcionalismo (cf. Halliday, 1976).
En determinados aspectos de detalle, la gramática sistémica tiene mucho en co­
mún con la gramática tagmémica, por un lado, y con la gramática estratificacio-
nal, por otro. Las diferencias de terminología y de notación oscurecen con frecuen­
cia estas similitudes.
Gramática inglesa: entre las obras clásicas de referencia se encuentran Cur-
me (1936); Jespersen (1909-49); Poutsma (1926-9). La obra reciente más comprehen­
siva para el inglés escrito y hablado (en términos exclusivamente sincrónicos) es
Quirk, Greenbaum, Leech & Svartvik (1972), teóricamente ecléctica, pues se basa
en contribuciones procedentes de la mayoría de escuelas actuales de lingüística,
pero es fiable, en general, en todo el tratamiento. Muchas de las preguntas y ejer­
cicios de este capítulo en relación con la estructura gramatical del inglés pueden
contestarse en parte aprovechando la información de Quirk, Greenbaum, Leech &
Svartvik (1972).
En cuanto al sistema verbal inglés, además de los tratamientos que recibe en
las obras de más arriba con arreglo a cada punto de vista, véanse Leech (1976);
Palmer (1974).
Sobre la gramaticalidad en relación con la significación: añádanse Lyons (1977b),
capítulo 10; Sampson (1975), capítulo 7.
Sobre las palabras y los morfemas: Matthews (1974); Robins (1979a), capítu­
lo 5 —ambos con referencias muy completas a la bibliografía pertinente— .
Sobre las partes del discurso y las clases de formas: completar con Lyons
(1977b), capítulo 11.
Sobre la perspectiva distribucional en el análisis gramatical, la obra clásica es
Harris (1951). Fries (1952) ilustra esta perspectiva en una escala limitada con res­
pecto al inglés.
Sobre las categorías gramaticales: Lyons (1968), capítulo 7.
Sobre la gramática de dependencia y la noción de valencia, hay muchas más
obras asequibles en francés (donde el libro clásico es Tesniére, 1959), alemán (v. gr.,
Helbig, 1971) y ruso (v. gr., Apresjan, 1974) que en inglés; véase, en todo caso,
Fink (1977).
La llamada gramática de los casos, a que se refieren muchos manuales recien­
tes é introducciones a la teoría gramatical, se fundamenta en la misma tradición
de la gramática generativa chomskyana y se encuentra igualmente muy influida
por ella.
Para una exposición completa sobre la dependencia en relación con la consti­
tución, véase Matthews (1981).
1. ¿Q u é e s la g r a m á t i c a (a) en su sentido m ás am plio y (b) en el sentido
en que se em plea en este libro?

2. ¿E n qué se distingue la s i n t a x i s (a) de la f l e x i ó n y (b) de la m o r ­


fología?

3. D istin g u ir claram ente entre la f o r m a de b a s e y la f o r m a de cita


de un lexema.

4. Los m o r f e m a s se definen a v e c e s com o unidades significativas m ínim as.


¿E n qué difiere esta definición de la que dam os en el texto?

5. ¿Q u é distinción, si es que la hay, cabe establecer entre las p a r t e s del


d i s c u r s o y las c l a s e s d e f o r m a ?

6. «chico y chicos difieren distribucionalm ente en diversos sentidos...» (p. 96).


B ú sq u e n se tantas diferencias d istríbuciona les com o se puedan (a) para las form as
e scritas chico y chicos y (b) para las form as habladas [cíko ] y [c ík o s]. ¿Puede
justificarse so b re una base d i s t r i b u c i o n a l el reconocim iento de tres form as
distintas, hom ófonas y hom ográficas, sobre, sobre, sobre?

7. Las definiciones de oración c o m p l e j a y c o m p u e s t a de m ás arriba


valen para las oraciones com binadas m ín im as (de dos cláu sulas), (a) Ejemplificar
cada una de e sta s cla se s de oración en español, (b) C o n sid é re se si existen res­
tricciones sistem áticas en la correlación de cláu sulas declarativas, interrogativas
e im perativas (esto es una declarativa con otra declarativa, una declarativa con
una imperativa, etc.) en oraciones com binadas mínimas, (c) ¿C ó m o pueden am­
pliarse las definiciones para cubrir las oraciones com binadas no m ínim as (que
contengan m ás de dos c lá u su la s?), (d) ¿C a b e la posibilidad de obtener que una
cláusula com puesta actúe com o constituyente de una oración compleja y vice­
v e rsa ? ¿ O bien una cláusula com puesta/com pleja actúe com o constituyente de
otra oración com puesta/com pleja? (e) ¿Puede trazar un diagram a con las distintas
po sib ilid ad e s? [f) ¿Q u é im plicaciones presenta para la distinción entre cláu sulas
y o racion e s?

8. «La gramática generativa chom skyana ha optado por la constitución... La gra­


mática tradicional pone, en cambio, m ás én fasis en la dependencia» (p. 100]. Ex­
póngase lo que se entiende por c o n s t i t u c i ó n y d e p e n d e n c i a en este
contexto.

9. «Una form a libre que conste enteramente de dos o m ás form as m enos libres...
e s una f r a s e . Una forma libre que no sea una frase e s una p a l a b r a . Una
palabra, entonces, ... e s una f o r m a l i b r e m í n i m a » (Bloomfield, 1935: 178)
(a) El térm ino ‘palabra’ es am biguo (cf. 4.1). ¿Q u é tipo de palabra trata de sa tis­
facer la definición de Bloom field? (b) ¿Existe n palabras tradicionalm ente recono­
cidas en español (en el sentido adecuado de ‘palabra’) que no satisfagan la defini­
ción de Bloom field? (g) ¿Q u é otros criterios se hallan in cu rso s en la definición
de palab ras?

10. ¿Presentan todas las lenguas (a) palabras, (b) morfemas y (c)
oraciones?

11. C om poner una lista de cincuenta lexem as en español cu yas form as de base
term inen en -ble (com o ‘aceptable’, ‘com estible’, etcétera), (a) Escrib ir una regla
de form a X + ble -» Y (sustituyendo X e Y por rótulos adecuados de clase de
form a) para generar tantas form as de base com o sea posible de las cincuenta
pedidas al principio, (b) ¿Para cuántas form as de base de la lista anterior resulta
la regla s e m á n t i c a m e n t e satisfactoria?

12. ¿E n qué difieren s i n t á c t i c a m e n t e los nom bres propios de los nom bres
com unes y pronom bres en españ o l? ¿E n qué se distinguen sintácticam ente los
nom bres cuantificables de los no cuantificables?

13. «Hay reglas de orden que gobiernan la aparición de las palabras com ponentes
de la frase all the ten fine oíd stone houses, lit. «todas las diez fina vieja piedra
casas», «las diez ca sa s de fina vieja piedra». A lg u n a s de esta s reglas so n a b so ­
lutas...» (Hill, 1958: 175). (a) ¿Q u é reglas de orden pertinentes a un ejemplo
a sí so n absolutas [en e sp a ñ o l]? (b) ¿C u á n ta s fra se s diferentes podría construir
sustituyendo otras form as de palabras en cada p o sic ió n ? (c) ¿Pue de am pliarse
añadiendo otros adjetivos entre el artículo y el nom bre? (d) ¿C u á le s son, s i e s
que los hay, los principios que determinan el orden de las su b c la se s distribucio-
nalmente distintas de adjetivos? (cf. Crystal, 1971: 128-41). (e) ¿Q u é im portancia
tiene el acento y la,, entonación para form ular e sto s p rincipio s?

14. Exponer lo que se entiende por g r a m á t i c a g e n e r a t i v a . ¿C u á le s so n


s u s objetivos principales?
15. ¿P ie n sa que las lenguas naturales so n l e n g u a s formales? Razone su
contestación.

16. A partir de algunas de las lecturas recom endadas, expliqúese la diferencia


que hay entre las/g r a m á t i c a s d e e s t a d o s f i n i t o s y las g r a m á t i ­
c a s de e s t r u c t u r a fraseal.

17. Una g r a m á t i c a transformativa «puede describirse aproxim ada­


mente com o una gram ática de estructura fraseal con una am pliación transform ati­
va» (p. 110). Com éntese.

18. En térm inos generales, toda o r a c i ó n d e c l a r a t i v a del español (v. gr.,


‘C a rlo s está en casa', ‘S u hermano jugó al fútbol en el equipo nacional') puede
ponerse en correspondencia con una oración interrogativa (‘¿E stá C a rlo s en c a sa ?',
‘¿Jugó su herm ano ai fútbol en el equipo na cio n a l?’) y viceversa. También puede
em parejarse toda o r a c i ó n a f i r m a t i v a (v. gr., ‘Le gustan el pescado y
las patatas’, ‘La chica del garaje le sonrió dulcem ente’, ‘¿Ju g ó su herm ano al fút­
bol en el equipo n acio n a l?’) con una correspondiente o r a c i ó n n e g a t i v a
(‘No le gustan el pescado y las patatas,' ‘La chica del garaje no le sonrió dulce­
mente', ‘¿ N o jugó su herm ano al fútbol en el equipo n a cio n al?’) y viceversa. ¿P u e ­
de form ular una regla que ponga en correlación las oraciones declarativas con
las interrogativas, y otra regla que haga lo m ism o entre afirm ativas y ne gativa s?
¿Q u é tienen en com ún am bas re g la s? ¿C u á l e s la correspondiente oración decla­
rativa de ‘¿L lam ó a lg u ie n ?’? ¿ Y la correspondiente oración afirmativa de ‘¿ N o vio
a n a d ie ?'? La oración ‘Nadie llam ó’, ¿ e s afirmativa o negativa, a partir de su regla?

19. Dentro del com ponente de base de una gram ática transform ativa, s e ,h a n
realizado d iv e rsa s propuestas para generar toda la gam a de form as ve rbales en
inglés. El tratado, ya clásico, de C h o m sky (1957), levem ente modificado, incluía
reglas com o las siguientes:

Verbo — » A u x V
A u x — ► Tiem po (M )
Tiem po {Presente, P asado }
M —* { querer, poder, -deber}
V { abrir, ver, venir, ... }

En esta s reglas, ‘A u x ’ representa m nem otécnicam ente ‘(verbo) auxiliar’; ‘M ’ ‘ver­


bo m odal’ y ‘V ’, ‘verbo (léxico)'. Los paréntesis contienen datos opcionales. A su
vez, las llaves com prenden conjuntos de datos de los cuales só lo uno será se le c­
cionado por las reglas de reescritura. (Para m ás detalles, cf. Lyons (1977a) o los
m anuales corrientes.)

(a) Enum érense cinco sartas generadas por las reglas de m ás arriba indi­
cando su m a r c a d o r fraseal.

(b) ¿C u á n ta s sarta s diferentes generan las reglas para cada verbo léxico?
(c) ¿Q u é otras o pera cio n es se requieren para generar form as verbales como
abrió, quiere ver, ha visto, podría haber abierto, quisiera haber venido, etc.?

(d) ¿E x iste n o tro s ve rb o s auxiliares, en español, no com prendidos por las re­
g la s de m ás arriba?

(e) j , A qué se debe que en las reglas no se hayan pre visto las distinciones
de núm ero (singular/plural: v. gr., abre/abren, tengo/tenem os) y de voz (activa/
pasiva/refleja: v. gr., ab re /e s abierto/se abre)?

20. Expliqúese y ejem plifíquese la noción de a m b i g ü e d a d s i n t á c t i c a . In-


díquese qué tipos de am bigüedad sintáctica pueden esta blece rse por m edio de
una gram ática de estructura fraseal.

21. M u c h o s m anuales contienen problem as sobre el a n á lisis gram atical de len­


gu a s reales o hipotéticas. En su m ayoría utilizan só lo fragm entos aislados. La
ve rsió n que sig u e de lo que llamo bongo-bongo se ha com puesto expresam ente
para que los estudiantes tengan la oportunidad de m anejar una lengua hipotética
cabal, distinta del in glé s [ y del españ o l] en m uchos aspectos, pero sim ilar a mu­
c h a s otras lenguas naturales en alguna que otra Característica estructural. Las
'oraciones aparecen en transcripción fonética ancha. H ay que em pezar por a sig ­
nar los valores fonem áticos pertinentes a los datos, aplicando el principio de la
sim ilitud fonética y la distribución com plem entaria. Luego, hay que establecer
en todo lo que s e pueda la estructura m orfológica y sintáctica, en especial las
categorías de c a s o , g é n e r o , n ú m e r o y t i e m p o - a s p e c t o . Se g u ra ­
m ente será útil co n su lta r libros de lingüística general para la definición y aplica­
ción de e sto s térm inos. (La traducción al inglés [y al e sp a ñ o l] e s m ás bien libre.)

Bongo-bongo
(In glés)
[E sp a ñ o l]

iwam pí isulpin. pul ap tiwampi ¡sulpíO in?


(He beats h is w ife (regularly).) (Since w hen have you stopped beating your hus-
[(Él) suele vapulear a su mujer.] band?)
[¿D e s d e cuándo ya no vapule as a tu m arido?]

5
tixaw am pixep?
ap piwampi issulpifin.
(H ave you fínished hitting m e?)
(W e do not beat our w ive s.)
[ ¿ H a s term inado de p e garm e ?]
[N o vapuleam os a n ue stras e sp o sa s.]

6
jem tlw am pusu ivand? iw am pusi isulpin.
(W h y w ere you beating that drum ?) (She w a s beating her husband.)
[ ¿P o r qué golpeabas aquel tam bor?] [(Ella) vapuleaba a su m arido.]
7 17
ioilpixet. zgoldifini isurgo zalp.
(She is falling in love with you.) (Som e ot our friends are pipe-smokers.)
[(Ella) se enamora de ti.] [A lgu n o s am igos nuestros son fumadores de
pipa.]

8
18
ixaoilpusip.
pirdí isurgexo zalp.
(They had fallen in love with us.)
(Fred is sm oking a pipe.)
[S e han enamorado de nosotros.]
[Alfred o fuma (ahora) en pipa.]

9 19
¡xaoilpixe. uholdifini ixayimkik.
(They are in love with her.) (That friend of mine is here now.)
[Están enam orados de ella.] [Aquel amigo mío está aquí ahora.]

20
10 iharti ixayiyim kosi ¡zgoldín.
sp u rje io ilp u z je lt .
(The farmer brought h is friends.)
(Children love books.) [El agricultor trajo a s u s am igos.]
[A los niños le s entusiasm an los libros.]

21
11 uOimbi ixajarcexe pird.
pixaoilpixo ijelt. (The girl over there is Fred’s fiancée.)
(We love this b o o k ) [La chica de allí es la prometida de Alfredo.]
[N o s encanta este libro.]
22
ixacengosu uwing usark.
12 (Sh e w a s w earing that expensíve dress.)
ioungosu u/elt. [(Ella) llevaba aquel vestido caro.]
(She w a s reading that book.)
[(Ella) leía aquel libro.]
23
icengo pirt sark.
13 (Sh e alw ays d re sse s beautifully.)
uflimbí ¡Sungexo jelt. [(Ella) siem pre se viste maravillosamente.]
(That girl is reading a book.)
[Aquella chica lee (ahora) un libro.)
24
pul tixazim jek?
A (How long have you been up?)
izeltu uxaxarpik pu iSam p. [¿C u á n to tiempo llevas levantado?]
(The books are on the table.)
[L o s libros están sobre la m esa ] 25
uzgoldiQini bump bump ixazazimjexep.
(Those friends of yours got me up very early.)
IS [A q u e llo s am igos tuyos me hicieron levantar
ispurje ixaxarpus. m uy temprano.]
(The children viere in bed.)
[L o s niños estaban en cama ]
26
uzgarti ihoncos: iharti ixahoncek.
16 (Those farm ers w ere getting rich: this farmer is
pixaxarpíxe ifurj. rich (already).)
(I am putting baby to bed.) [A q u e llo s agricultores se hacían ricos: este agri­
[A c u e sto al bebé.] cultor (ya) lo es.]
27 30
zdarbu ufirt: ¡Sarbu pirt uxafirtik. uwunt usturpi igantusi uhart isulpin.
(R o se s are beautiful: this rose is really beautiful
now.) (Those blind mice you se e over there w ere
[Las rosas so n herm osas: esta rosa e s bien bo­ chasing that farm er's wife.)
nita (ahora).] [Aquellos ratones ciegos que v e s allí perseguían
a la e sp o sa de aquel agricultor.]
28
kansi ¡5¡3¡lp¡ stimb: korti ioanti pirt stimb.
(H ans is a Jady-killer: Kurt is a woif.) 31
[H an s é s un donjuán: Kurt e s un calavera.] ifirt istinribi iSilpi gonc zgart.
(These pretty girls are alw ays falling in love
29
pinge iSanti skuld. w ith rich farm ers.);
(Ping is a fisherman.) [E sta s chicas guapas siem pre s e enamoran de
[Ping e s pescador.] agricultores ricos.]
5. La semántica

5.1 L a diversidad del significado

La sem ántica es el estudio del significado. Ahora bien, ¿en qué consiste el
significado? Hace más de dos m il años que los filósofos llevan discutiendo el
asunto con especial referen cia al lenguaje y, sin em bargo, nadie ha em itido
una respuesta satisfactoria. Quizá la pregunta, tal com o se plantea, no tenga
contéstación posible, pues contiene dos presuposiciones com o m ínim o pro­
blem áticas: (a ) que lo que aludimos, en español, con la palabra ‘significado’
tiene algún tipo de existencia o realidad; (b ) que tod o cuanto se incluye en
el significado es sim ilar o uniform e, si no idéntico, p o r naturaleza. Podem os
denom inar a estas presuposiciones, respectivam ente, (a ) de existencia y (b ) de
hom ogeneidad.
N o pretendo decir que dichas presuposiciones sean falsas, sino únicam en­
te controvertidas desde él punto de vista filosófico. Son muchas las introduc­
ciones a la sem ántica qué pasan p o r alto este hecho. En lo que sigue trata­
remos con cuidado de no com prom eternos en ninguna de ellas. En especial,
evitarem os decir, com o hacen algunos manuales de lingüística, que la lengua
tiende un puente e n tre e l sonido y el significado. B ien es verdad que esta
suerte de ju icios adm ite una interpretación más refinada de lo que parece
a sim ple vista. Pero tom ada en su apariencia inm ediata resulta falaz y filosó­
ficam ente tendenciosa, pues induce a pensar que el significado, com o el so­
nido, existe independientem ente de la lengua y es hom ogéneo p o r naturaleza.
Desde luego, lo tradicional es concebir así el significado. De acuerdo con
una teoría am pliam ente aceptada sobre la semántica, los significados son
ideas o conceptos qu e pueden transferirse desde la m ente del hablante a la
del oyente encarnándose, com o si dijéram os, en las form as de una u otra
lengua.
La identificación entre significado y conceptos no ayuda a contestar la
pregunta «¿q u é es el significado?» m ientras el térm ino ‘con cepto’ no quede
claram ente definido. Tal com o se em plea habitualm ente resulta demasiado
vago, o general, para soportar el peso requerido por su función de piedra
angular en la tradicional teoría conceptualista del significado. ¿Qué tienen en
com ún los conceptos asociados a las siguientes palabras (traducidas de la
prim era página de una lista de palabras más frecuentes en in glés): ‘ e l’, ‘ para’,
‘y o ’, ‘p rim ero ’, ‘año’, ‘pequ eñ o’, ‘escrib ir’, ‘ tres’, ‘ escuela’, ‘n iñ o’, ‘ desarrollo’,
‘ n om bre’, ‘a lgo’ ? En algunos casos, cabría decir razonablem ente que el con­
cepto asociado consiste en una cierta imagen visual. Peró, evidentem ente, no
podríam os sostener esta idea con respecto a palabras com o ‘e l’, ‘ para’, ‘ algo’,
e incluso ‘n om bre’. Aun en los casos en que parece verosím il concebir los
conceptos com o im ágenes visuales, crea más problem as que no resuelve. Las
imágenes mentales asociadas a una palabra, v. gr., ‘ escuela’, p o r distintas p er­
sonas son variables y llenas de recovecos. Muy a menudo, poco o nada hay
en común entre estas im ágenes mentales tan com plejas y personales. Y , aun
así, hemos de a d m itir que, en general, la gente utiliza palabras con un signi­
ficado más o menos idéntico. N o hay pruebas en fa vo r de que las imágenes
visuales, que indudablem ente evocam os voluntaria o involuntariam ente en aso­
ciación con determ inadas palabras, form en parte esencial del significado de
estas palabras o, en todo caso, parte necesaria para su em pleo cotidiano.
En realidad, tam poco hay pruebas para pensar que los conceptos, en al­
gún sentido claram ente definido del térm ino ‘concepto’, sean pertinentes para
la construcción de una teoría em píricam ente ju stificable de la sem ántica lin­
güística. E videntem ente tam poco se gana nada aprovechando la gran vague­
dad del térm ino ‘con cep to’, tal com o se interpreta ordinariam ente, para evitar
la refutación de una teoría sem ántica basada en él. En nuestra discusión so­
bre el significado renunciarem os a toda referencia a los conceptos.
En lugar de pregu ntar «¿q u é es el significado?», plantearem os la cuestión
d e un m odo un tanto d iferen te: «¿cu ál es el significado de ‘ significado’ ?».
Este cam bio de en foqu e que va de hablar del significado a h ablar del ‘ signifi­
ca d o ’, ofrece una serie de ventajas. En p rim er lugar, no nos com prom ete, en
cuanto a las presuposiciones de existencia y hom ogeneidad, con respecto a
lo que sea el ‘ significado’. Naturalm ente, sí nos com prom ete con respecto a la
presuposición de existencia para la palabra ‘significado’ .en español, pero se
trata de algo bien inocuo. O tra ventaja derivada del cam bio de perspectiva
que va de hablar sobre las cosas a hablar sobre las palabras (s i acaso vale
form u la r esa distinción un tanto toscamente entre palabras y cosas) es que
previen e eficientem ente la posibilidad de que la palabra ‘ significado’ no tenga
el m ism o ám bito de aplicación que cualquier otra palabra única en otras len­
guas. Y así es. Por ejem plo, hay contextos en que ‘significado’ puede tradu­
cirse al francés p or ‘ signification ’ o bien ‘ sens , y otros en que, p o r el con­
trario, no se puede. De un m odo sim ilar, la distinción ordin aria entre
‘ Bedeutung’ y ‘ Sinn’, en alemán, no coincide ni con la distinción del francés
en tre ‘signification’ y ‘ sens’, del inglés entre ‘ meaning’ y ‘ sense’ [o del español
en tre ‘ significado, ‘sen tido’ y ‘ significación’ ]. Cabe, al menos, la posibilidad
de que al form u la r la pregunta «¿cu ál es el significado de ‘significado’ ?» en
español, en lugar de hacerlo en otra lengua, estem os influyendo, siquiera le­
vem ente, en la construcción de una teoría semántica, desde el m om ento que.
com o hemos dicho, la semántica es el estudio del significado, esto es de lo
que com prende la palabra ‘significado'. Desde luego, no hay m otivos para su­
poner que una palabra corriente com o ‘ significado’ se preste tal cual al uso
científico m e jo r que cualquier otra, com o ‘fu erza’ o ‘energía’.
H e sostenido que la pregunta «¿cu ál es el significado de ‘significado’»?
no nos com prom ete en cuanto a la presuposición de hom ogeneidad. Una im­
portante particularidad de muchas palabras cotidianas consiste en que no
presentan un significado único y nítido, ni siquiera un conjunto tal de signifi­
cados que cada uno pueda distinguirse claram ente de los demás. La propia
palabra ‘ significado’ tam poco constituye una excepción. N ada tiene de sor­
prendente, por tanto, que haya tan poco acuerdo entre lingüistas y filósofos
en cuanto a las fronteras de la semántica. Hay quienes adoptan una concep­
ción am plia, com o haré yo m ism o aquí, y otros que circunscriben mucho
más el ám bito de aplicación.
N o se trata de una m era cuestión de optar, o no, por una interpretación
relativam ente am plia o estricta de ‘significado’. Como acabo de decir los sen­
tidos que cabe distinguir en la palabra ‘significado’ pueden considerarse m ez­
clados entre sí. T o d o el mundo aceptará que ciertos usos del térm ino ‘ signi­
ficado’ ofrecen más interés que otros para la semántica lingüística. P o r ejem ­
plo, que

(1) ¿Cuál es el significado de ‘ la vid a ’ ?

ilustra un em pleo más básico de ‘significado’ que

(2) ¿Cuál es el significado de la vida?

o bien que, desde el punto, de vista de la semántica, el uso del verb o ‘ signifi­
car’ que se encuentra en

(3 ) La palabra francesa ‘ fen étre’ significa «ven tan a»

o en

(4) La palabra francesa ‘ fen étre’ significa lo m ism o que la palabra es­
pañola ‘ ventana’

es más básico que el que se encuentra en

(5) L e significó que el plazo había term inado.

El problem a es que hay usos interm edios tanto en ‘ significado’ com o en


‘significar’ sobre los cuales caben num erosos desacuerdos. Algunos filósofos
han sostenido que los más obviam ente lingüísticos relativos al significado
de palabras, oraciones y enunciados no pueden explicarse satisfactoriam ente
com o no sea derivándolos de otros anteriores aplicables no sólo a la lengua,
sino también a otros tipos de com portam iento s e m i ó t i c o (cf. 1.5).
N o voy a insistir más en ello en esta breve y selectiva introducción a la
semántica lingüística. N o obstante, quien se interese p o r la estructura y las
funciones de la lengua debe com prender que existe una rica y com pleja tra­
dición filosófica vinculada de diversas maneras con temas fundamentales so­
bre el estudio lingüístico del significado. En adelante, continuaré utilizando
el térm ino ‘significado’ sin definición, como palabra no especializada del es­
pañol corriente. Pero voy a concentrar la atención sobre ciertos tipos de
significado y algunos de sus aspectos a los que suele concederse una gran
im portancia en la lingüística; introduciré asimismo algunos térm inos más
técnicos para aludir a estos últimos siem pre y cuando la ocasión lo reclame.
Una de estas distinciones evidentes se da entre el significado de las pa­
labras — o, más exactamente, de los lexemas— y el significado de las oracio­
nes, esto es entre el s i g n i f i c a d o l é x i c o y o r a c i o n a l . Hasta hace
poco, los lingüistas han atendido mucho más al significado léxico que al ora­
cional. Pero actualm ente ya no es así. H oy se adm ite en general que no cabe
describir uno sin hacer lo propio con el otro. El significado de una oración
depende del de sus lexemas constituyentes (incluyendo los lexem as frasales,
si los contiene: cf. 5.2), m ientras que el significado de algunos lexemas, por
no decir de todos, depende del de las oraciones en que aparecen. Ahora bien,
también la estructura gram atical de las oraciones, com o es intuitivam ente
obvio y dem ostrarem os algo más abajo, es pertinente para determ inar su
significado; de ahí que debemos apoyarnos asim ism o en el s i g n i f i c a d o
g r a m a t i c a l com o com ponente u lterior del significado oracional (cf. 5.3).
En tanto que la lingüística se ocupa prim ordialm ente de la descripción de
sistemas lingüísticos (cf. 2.6), los significados léxico, gram atical y oracional
entran claram ente en el ám bito de la semántica lingüística.
A lgo más controvertida es la condición del s i g n i f i c a d o e n u n c i a ­
t i v o o del enunciado. Hasta ahora no hemos introducido ninguna distinción
entre oraciones y enunciados, aun cuando se haya m encionado en el capítulo
anterior (cf. 4.4). E l significado de un enunciado incluye y sobrepasa el de la
oración que enuncia. Este sobrante significativo viene realizado por una se­
rie de factores que cabe denominar, con aproxim ación/contextúales. Muchos
estudiosos sostendrían que el significado del enunciado queda fuera del do­
m inio de la semántica lingüística com o tal, pues com pete, en todo caso, a lo
que se ha venido en llam ar p r a g m á t i c a (cf. 5.6). Sé trata de un tema
controvertido, com o verem os más adelante, pues la noción de significado
oracional parece depender, lógica y m etodológicam ente, de la noción de sig­
nificado enunciativo, por lo que no cabe dar una descripción com pleta del
significado oracional sin relacionar, en principio, las oraciones con sus posi­
bles contextos de enunciación.
Otro grupo dé-distinciones se refiere a la variedad de funciones sem ióti­
cas o comunicativas que, p o r su naturaleza, satisfacen las lenguas. N o todos
adm itirían la propuesta de W ittgenstein, uno de los filósofos de la lengua
más influyentes en' la actualidad, de que a menudo el significado de una pa­
labra o de un enunciado puede identificarse con su uso. Lo cierto es que hay,
evidentem ente, algún tipo de conexión entre significado y uso. E l énfasis
que puso W ittgenstein en esta conexión y en la m ultiplicidad de fines que
desempeñan las lenguas tuvo el saludable efecto de anim ar tanto a filósofos
com o lingüistas en las décadas de 1950 y 1960 a poner en duda, si no a aban­
donar, el supuesto tradicional de que la función básica de la lengua es co­
municar inform ación p r o p o s i c i o n a l o factual. Desde luego, es innega­
ble que las lenguas realizan efectivam en te una función que cabe considerar
descriptiva. Puede suceder, incluso, que no quepa u tilizar de este m odo otros
sistemas sem ióticos, esto es para em itir aseveraciones verdaderas o falsas
según que la situación que vienen a describir tenga lugar o no. Pero las len­
guas realizan además, otras funciones sem ióticas.
Algunas se relacionan sistem áticam ente con esa función de describir o
em itir aseveraciones y, hasta cierto punto, están en correspondencia con
ciertas diferencias estructurales de las oraciones. P o r ejem plo, com o se ha
m encionado ya, la diferencia funcional entre aseveraciones, preguntas y ór­
denes se corresponde, en muchas lenguas, con la diferencia estructural que
hay entre oraciones declarativas, in terrogativas e imperativas. Los filósofos
y gram áticos lo han advertido desde hace mucho. N o obstante, hasta hace
poco apenas se ha prestado atención a la naturaleza de esta correspondencia.
Además, se ha caído en la cuenta de que las aseveraciones, las preguntas y las
órdenes no son más que algunos de los muchos a c t o s d e h a b l a funcio­
nalm ente distinguibles y sistem áticam ente relacionados en una diversidad de
modos. Una de las polém icas más animadas de los últim os años en la se­
m ántica filosófica y lingüística se ha centrado en la cuestión de si las aseve­
raciones no son más que una clase de actos de habla entre muchas, a la que
no cabe conceder ningún tipo de prim acía lógica, o bien, p o r el contrario, si
constituyen efectivam ente esta clase especial y lógicam ente básica a p a rtir
de la cual pueden, en cierto sentido, derivarse todos los demás actos de habla.
Un poco más adelante exam inarem os esta controversia todavía no resuelta
(cf. 5.4, 5.6).
Podem os, p o r tanto, sentar una distinción entre el s i g n i f i c a d o d e s ­
c r i p t i v o de las aseveraciones y el s i g n i f i c a d o n o d e s c r i p t i v o
de otros tipos de actos d e habla. De m om ento, al menos, tam bién podem os
identificar el significado descriptivo de un enunciado con la p r o p o s i c i ó n
afirm ada en las aseveraciones, y que puede asim ism o presentarse, aunque no
se afirm e, en otros actos de habla, especialm ente en las preguntas. P o r ejem ­
plo, los siguientes enunciados, interpretados, respectivam ente, com o una ase­
veración y una pregunta:

(6) Juan se levanta tarde

(7) ¿Se levanta tarde Juan?

puede considerarse que presentan o m antienen la misma proposición, aun


cuando sólo (6 ) la afirm e y, p or tanto, sea la única que describe o trata de
describir una situación dada. La propiedad definitoria de las proposiciones
es que tienen un v a l o r v e r i t a t i v o concreto, es decir son verdaderas
o falsas. Existe, por tanto, una conexión intrínseca entre significado descrip­
tivo y verdad. Esta relación, com o verem os más adelante, constituye la pie­
dra angular de la sem ántica condicionada a la verdad o s e m á n t i c a v e ­
r i t a t i v a . En efecto, la sem ántica veritativa lim ita el ám bito del térm ino
‘ sem ántica’ hasta ocuparse tan sólo del significado descriptivo (cf. 5.6).
De lo dicho se desprende que, al menos algunos enunciados, presentarán
un significado d escriptivo y a la vez no descriptivo. En rigor, cabe sostener
que la inmensa m ayoría de enunciados cotidianos, tanto si son . aseveraciones
com o no, y, en caso de que no lo sean, tanto si tienen significado descripti­
vo com o no, transm iten aquel tipo de significado no descriptivo que suele
denom inarse e x p r e s i v o . Las diferencias entre significado descriptivo y
expresivo consisten en qu e el segundo, pero no el prim ero, no es proposicional
en carácter y no puede ser tratado en función de la verdad. Por ejem plo, si
alguien exclam a ¡válgam e D io s! con el acento y la entonación que indican sor­
presa, podem os decir, razonablem ente, que esta persona está sorprendida (o
n o ) y, p o r tanto, que Juan está sorp rend id o (en el supuesto de que ‘Juan’ sea
su n om bre) es una aseveración verdadera (o falsa). Sería absurdo sostener
que ¡válgam e D io s! describe las em ociones o el estado m ental del hablante
tal com o lo hace Juan está sorprendido. Proced er así sería incu rrir en lo que
algunos filósofos llam an falacia naturalista o descriptivista. Desde luego, ¡vál­
gam e D io s! es un caso claro de lo que la gram ática tradicional reconocía
com o exclam ación y trataba a menudo dentro de una clase de enunciados
distinta de las aseveraciones, preguntas y órdenes. P o r lo demás, se trata de
una exclam ación que no puede em parejarse con ninguna aseveración corres­
pondiente en significado descriptivo, contra lo que ocu rriría, pongamos, con
¡O h abuelita, qué c o lm illo s más grandes tienes! Sí cabe, en cam bio, la posi­
bilidad de form u la r aseveraciones exclam ativas, preguntas exclam ativas, ór­
denes exclam ativas, y así sucesivamente. De hecho, la exclam ación no es más
que un m edio a disposición del hablante (o escritor) para e x p r e s a r s e
o revela r sus sentim ientos, actitudes, creencias y su personalidad entera. En
tanto que no podam os, en últim a instancia, establecer una distinción entre
una persona y su personalidad, o sus sentim ientos, parece legítim o in terpre­
tar literalm ente el térm in o ‘au toexpresión’. E l significado expresivo se rela­
ciona con todo lo que entra en el ám bito de la ‘au toexpresión ’ y puede subdi-
vidirse, com o así se ha hecho con determ inados propósitos, de diversas ma­
neras. Un tipo de significado expresivo al qu$ han prestado particular aten­
ción críticos literarios y filósofos m oralistas es el significado e m o t i v o (o
afectivo).
A lgo distinto del significado expresivo — aunque, com o verem os, se im ­
brican entre sí y .pueden considerarse interdependientes— es el s i g n i f i c a ­
d o s o c i a l , que se encuentra en el uso de la lengua destinado a establecer
y m antener funciones y relaciones sociales. Gran parte de nuestro discurso
cotidiano presenta este princip al ob jetivo, que puede incluirse bajo el térm ino
de c o m u n i ó n ' f á t i c a (esto es «com u nión p o r m edio del h ab la»). Esta
feliz expresión, acuñada p o r el antropólogo M alinow ski en la década de 1920
a 1930 y am pliam ente utilizada por los lingüistas a partir de entonces, subraya
las nociones de com pañerism o y participación en los ritos sociales comuni­
tarios; de ahí ‘com unión’, en lugar de ‘com unicación’.
Y no son sólo los enunciados más evidentem ente ritualizados — saludos,
excusas, brindis, etc.— los que presentan la función prim aria de facilitar la
relación social. Desde un cierto punto de vista, parece correcto considerar
esto com o la función más básica de la lengua, a la cual se subordinan todas
las demás — incluyendo la descriptiva— . E l com portam iento lingüístico suele
ser intencional. Incluso las aseveraciones científicas, frías y desapasionadas,
cuyo significado expresivo asociado es m ínim o, suelen contar entre sus finali­
dades la de captar adeptos e influir sobre, la gente. En general, tanto lo que
se dice com o el m odo de decirse están determinados, especialm ente en la
conversación diaria, pero tam bién en toda situación lingüística, por las rela­
ciones sociales de los interlocutores y sus propósitos sociales. En los capítu­
los 9 y 10, exam inarem os el significado social más en detalle. N o obstante,
hay que tener* bien presente todo lo dicho para el resto del capítulo. Las len­
guas varían en cuanto al grado en que puede o debe expresarse el significado
social en diversos tipos de oraciones. N o ha de pensarse, en consecuencia, en
d ejar el significado social al com etido del sociolingüista p or no o frec er sufi­
ciente interés para el estudioso de la m icrolingüística, cuyos horizontes se
circunscriben a la definición, deliberadam ente restringida, del sistema lingüís­
tico com o un conjunto de oraciones (cf. 2.6).
Se han establecido, y pueden aun establecerse, muchos otros tipos de
significado. Algunos los m encionarem os más adelante, en este m ism o capí­
tulo, p ero la tricotom ía entre significado descriptivo, expresivo y social bas­
tará por el mom ento. Queda p o r hacer un par de observaciones generales
sobre ella. La prim era es que, com o el hom bre es un anim al social y la es­
tructura de la lengua la determ ina y m antiene su em pleo en la sociedad, la
expresión en general, y la lingüística en particular, están m uy reguladas por
normas socialm ente impuestas y reconocidas de com portam iento y categóri-
zación. La m ayoría de actitudes, sentim ientos y creencias — la m ayor parte
de lo que consideram os la personalidad o el yo— son producto de nuestra
socialización. En igual m edida depende el significado expresivo de relaciones
y funciones sociales. Al m ism o tiem po lo que puede considerarse expresión
sirve tam bién para establecer, m antener o m odificar estas funciones y rela­
ciones sociales. A esto m e refería cuando decía más arriba que el significado ex­
presivo y social son interdependientes.
La segunda observación es que, m ientras el significado descriptivo puede
ser exclusivo de la lengua, los significados expresivos y sociales evidentem en­
te no lo son. Se encuentran tam bién en otros sistemas sem íoticos naturales,
tanto humanos com o no humanos. A este respecto, es útil rem itirnos a la
exposición anterior sobre la estructura de la lengua desde un punto de vista
sem iótico (cf. 1.5). A llí tuvim os ocasión de ver que el com ponente verbal de
las señales lingüísticas es el rasgo que m e jo r las distingue de otros tipos de
señales humanas y no humanas. Puede indicarse ahora que el significado ex­
presivo y social viene expresado de un m odo característico, si bien no ex­
clusivamente, en el com ponente no verbal de la lengua, en tanto que el des­
crip tivo se lim ita a este com ponente verbal. Ahora bien, las funciones de las
lenguas se integran de una manera no menos estricta que sus com ponentes
estructurales distinguibles. Esto refuerza lo que se decía al prin cip io sobre
la relación entre lo que constituye o no la lengua: depende muchísim o del
punto de vista personal o profesional de cada uno que se subrayen las sim i­
litudes o las diferencias. En este capítulo nos ocupamos de la sem ántica lin­
güística, esto es el estudio del significado en las lenguas naturales con las
restricciones que ya van im plícitas en la propia postulación de sistem a lingüís­
tico (cf. 2.6). Cabría, evidentem ente, adoptar una concepción más amplia.

5.2 Significado léxico: homonimia, polisemia, sinonimia

Toda lengua contiene un vocabulario, o léxico, com plem entario a la gram áti­
ca, con el com etido no sólo de enumerar los lexemas de la lengua (p o r m e­
dio de sus form as de cita o de tem a o, en principio, de cualquier otra m a­
nera que distinga a los lexemas entre sí), sino de asociar a cada lexem a toda
la inform ación requ erida por las reglas de la gramática. Esta in form ación
gram atical es de dos tipos: (a ) sintáctica, y (b) m orfológica. P o r ejem plo, el
lexema del español ‘i r ’ llevaría asociada a su e n t r a d a l é x i c a : (a ) in­
form ación de que pertenece a una o más subclases de verbos intransitivos, y
(b ) la inform ación necesaria, incluyendo los temas, para seleccionar o cons­
truir todas sus form as (voy, vas, íbamos, fueron, yendo, ido, etc.).
N o todos los lexemas lo son de palabra (es decir lexemas cuyas form as
son form as de palabra). Muchos serán lexemas frasales (esto es, lexem as cu­
yas form as son frases en el sentido tradicional del térm ino). P o r ejem plo,
en cualquier diccionario de español cabría esperar lexemas frasales com o ‘dar
gato p o r lieb re’, ‘m eterse en camisa de once varas’, ‘a pies ju n tilla s’, ‘pon er
verde', ‘cabeza de tu rco’, etc. Los lexemas frasales tienden a ser gram atical o
sem ánticamente i d i o m á t i c o s , o bien ambas cosas a la vez, es decir su
distribución en las oraciones de la lengua o su significado resulta im predic-
tible a p a rtir de las propiedades sintácticas y semánticas de sus constituyen­
tes. Por lo común, com o queda ilustrado por ‘cabeza de turco’, ‘ dar gato p o r
liebre’, ‘poner verd e’, etc., pero no p o r ‘a pies ju n tilla s’, los lexemas frasales
se corresponden con expresiones frasales no idiom áticas (algunas o todas las
expresiones cuyas form as son idénticas con las de los correspondientes lexe­
mas frasales). Estas expresiones frasales no idiom áticas no constituyen le­
xemas, pues no form an parte del vocabulario de la lengua. Cuando un lexem a
frasal sem ánticamente idiom ático puede ponerse en correspondencia con una
expresión frasal no idiom ática se dice tradicionalm ente que la últim a tiene
un s i g n i f i c a d o l i t e r a l en contraste con el s i g n i f i c a d o f i g u r a -
d o, idiom ático o m etafórico del prim ero.
N o vam os a añadir ya más sobre los lexemas frasales com o tales ni sobre
los diversos tipos y grados de idiom aticidad que cabe encontrar en la lengua.
Pero más adelante volverem os a la distinción entre significado literal y figu­
rado, que a veces se establece en relación con los significados distinguibles
de los lexemas de palabra, así com o a las frases correspondientes no lexém icas
y lexémicas. H ay que subrayar aquí que, aunque hablem os con aproxim ación
del vocabulario de una lengua en el sentido de que contiene las palabras (es
decir los lexemas de palabra) de dicha lengua, los lexem as de palabra consti­
tuyen sólo parte del vocabu lario de toda lengua natural. H ay que in terpretar
el térm ino ‘ significado léxico', que aparece en el epígrafe de este apartado,
com o «sign ificado de los lexem as». H em os de m encionar tam bién aquí que,
pese a la abundancia de lexem as frasales evidentes en toda lengua, es proba­
ble que haya al menos un núm ero igual de expresiones frasales cuya condi­
ción lexém ica o no lexém ica sea discutible. N o existe un crite rio generalm ente
aceptado que nos perm ita sentar una distinción nítida entre lexemas frasa­
les, p o r un lado, y c l i c h é s o f r a s e s h e c h a s , por otro. N o es más
que una de las razones p o r las cuales el vocabu lario de toda lengua natural,
aunque finito, presente un tam año indeterm inado.
O tra razón se refiere a la dificultad de distinguir entre h o m o n i m i a y
p o l i s e m i a . Tradicion alm en te se dice que los hom ónim os son palabras (es
decir lexem as) diferentes con una m ism a form a. Ahora bien, com o los le­
xemas pueden tener más de una form a, y es incluso habitual que varios lexe­
mas com partan una o más form as propias, aunque no todas (las form as com ­
partidas no necesitan in clu ir la' form a de cita o de base), la definición
tradicional de hom onim ia requ iere evidentem ente m ayor depuración para
p rever diversos tipos de h om on im ia parcial. Y aun con cualquier procedi­
miento, habrá de tenerse tam bién en cuenta la posibilidad de que no coinci­
dan las unidades de la lengua hablada y escrita, es decir de que haya hom ó­
fonos que no sean h om ógrafos y viceversa (cf. 3.2). Sin em bargo, no hay di­
ficultad en in trod u cir las correcciones necesarias en la definición tradicional
de hom onim ia a raíz de lo dicho en capítulos anteriores; más aún, daré por
sentado que el lecto r m ism o puede hacerlo y aun prop orcion a r los ejem plos
adecuados, en español o en otra lengua, para ilustrar los diversos subtipos
de hom onim ia absoluta y parcial. N o vam os a ocuparnos de este aspecto de
la distinción entre hom onim ia y polisem ia.
La polisem ia (o significado m ú ltiple) es una propiedad de los lexem as
aislados, y esto es, precisam ente, lo que la diferencia, en principio, de la ho­
monimia. Por ejem plo, ‘banco,' y ‘banco2’ (co n el significado, respectivam ente,
de «m u eble para sentarse» e «in stitu ción fin an ciera») se consideran n orm al­
mente hom ónim os, m ientras que el nom bre ‘cu ello' viene tratado en los dic­
cionarios corrientes de español com o un lexem a único con diversos significa­
dos distinguibles, es decir com o un p o l i s e m o . N o hay dificultad en captar
esta distinción entre hom onim ia y polisem ia con nuestra notación convencio­
nal: cf. ‘banco,’ : ‘banco2’, a p a rtir de lo cual cada uno puede ser, de hecho,
polisém ico; pero ‘cu ello’, cuyos significados son aproxim adam ente «c u e llo ,»
= «p a rte del cu erpo», «cu ello 2» = «p a rte de la camisa u otra prenda de ves­
tir », «cu ello 3» = «p a rte de la b o tella », «cuello,,» = «p a rte de la viga en los
m olin os de a ceite», etc. Todos los diccionarios corrientes respetan la distin­
ción entre hom onim ia y polisem ia. ¿Pero, cóm o trazan la divisoria entre
am bas?
U no de los criterios es e t i m o l ó g i c o . Por ejem plo, ‘canto/ con el sig­
nificado de «acción o efecto de can tar», y ‘ canto/, «extrem idad de una cosa»,
son tratados com o lexem as diferen tes en la m ayor parte de diccionarios pri-
m ordíalm en te, si nó 'únicamente, porqu e derivan de lexemas o hom ónim os ya
en latín tardío. P ero el crite rio etim o ló gico no es pertinente, com o hemos
visto ya, en la lingüística sincrónica (cf. 2.5). En todo caso, aunque haya le­
x icógra fo s que se m uestran partidarios de que la diferen cia de origen constitu­
ya condición su ficiente para la hom onim ia, nunca se ha tom ado com o condi­
ció n necesaria, y ni siquiera principal, para distinguir la hom onim ia de la
polisem ia.
La consideración decisiva p rovien e de la relación de significados. Los di­
versos significados de un lexem a polisém ico único (v. gr., «c u ello j», «cu ello 2»,
«c u e llo 3», etc.), se consideran relacionados. Si no se cum ple esta condición,
el lex icó gra fo procederá com o si se tratara de una hom onim ia, y no de p o­
lisem ia, y dispondrá diversas entradas léxicas en el diccionario ( ‘cuello/, ‘ cue-
llo 2’, ‘cu ello3’, etc.). Existe una dim ensión histórica en la relación de significa­
dos, y esto es lo que com plica el asunto. P o r ejem plo, puede dem ostrarse que
los significados de ‘pupila/ (« m u je r de la m a n ceb ía ») y ‘pupila2’ («ab ertu ra
del iris en el o jo » ) tienen una conexión histórica, aunque se hayan separado
con el tiem p o hasta el punto de que ningún hablante m edio de español pen­
saría que se hallan sincrónicam ente relacionadas. Y lo que buscamos es pre­
cisam ente la relación sincrónica.
N o hay dificultad en v e r que m ientras la identidad de form a es una cues­
tión de sí o no, la relación de significado lo es de más o menos. Por este m o­
tivo, la distinción en tre hom onim ia y polisem ia, aunque .fácil de form ular,
es d ifíc il de aplicar de un m odo coherente y fiable.
Algunos tratados m odernos de sem ántica han abogado p or co rta r senci­
llam en te el nudo gordian o y postu lar hom onim ia, en lugar de polisem ia, en
todos los casos. P o r m uy atractiva que parezca esta propuesta a sim ple vista,
no resu elve de verdad los problem as cotidianos que afron ta el lexicógrafo.
Más im p ortan te aún, ignora la cuestión teórica. Los lexem as no ofrecen un
nú m ero determ in ado de significados distintos. L a discreción en la lengua cons­
tituye una propiedad de la form a y no del significado (cf. 1.5). P o r la esencia
m ism a de las lenguas naturales, los significados-tléxicos se confunden entre
sí y se hacen indefinidam ente extensibles. L a única m anera de resolver, o qui­
zá de evitar, el problem a tradicional de la hom onim ia y la polisem ia consiste
en abandonar totalm ente los criterios sem ánticos en la definición del lexem a
y basarse únicam ente en criterios sintácticos y m orfológicos. Esto daría com o
resultado que «b a n c o ^ y «b a n co 2» se dividieran en dos significados (fácilm en ­
te distin gu ibles) de un m ism o lexem a sincrónicam ente polisém ico. La m ayoría
de lingüistas no suscribiría una solución tan radical. Y , sin em bargo, es teó­
rica y prácticam en te más defen d ible que su alternativa. Acaso debam os re­
signarnos a pensar que la distinción entre hom onim ia y polisem ia es, en prin­
cipio, insoluble.
El significado, com o vim os en el apartado anterior, puede ser descriptivo,
expresivo y social; muchos lexemas presentan una combinación de dos de
ellos, o incluso de los tres. Si se define la s i n o n i m i a com o identidad de
significado, entonces puede decirse que los lexemas son c o m p l e t a m e n t e
s i n ó n i m o s (en una cierta gama de contextos) si, y sólo si, tienen el m ism o
significado descriptivo, expresivo y social (en la gama de contextos en cues­
tión). Pueden describirse com o a b s o l u t a m e n t e s i n ó n i m o s , si, y
sólo si, tienen la misma distribución y son com pletam ente sinónimos en
todos sus significados y en todos sus contextos de aparición. En general, se
reconoce que la sinonimia com pleta de lexem as es relativam ente rara en las
lenguas naturales y que la sinonimia absoluta, tal com o se ha definido aquí,
apenas existe. En rigor, la sinonim ia absoluta se lim ita probablem ente al vo­
cabulario muy especializado y puram ente descriptivo. Un ejem plo posible es
el de ‘a ltim etría ’ : ‘h ipsom etría’ (con el significado de «m edición de la altura
top ográfica»). Ahora bien, ¿cuántos hablantes nativos de español utilizan con
fam iliaridad estas dos palabras? Lo que tiende a ocu rrir en estos casos es que,
aun cuando puedan coexistir, entre especialistas y durante un tiem po más
bien corto, un par o un conjunto de térm inos, uno de ellos term ina por im ­
ponerse sobre el o tro para el significado en cuestión. E l térm ino o térm inos
oponentes o bien desaparecen o bien desarrollan un nuevo significado. E l mis­
m o proceso puede observarse en la lengua cotidiana con respecto al vocabu­
lario creado para instituciones o inventos nuevos: ‘ coche’ ha elim inado casi
por com pleto a ‘au tom óvil’, aunque coexistieron durante un tiem po com o fo r­
mas alternativas para muchos hablantes, ‘ a eródrom o’ (y ‘campo de aviación')
y ‘aeropu erto’, por o tro lado, difieren actualm ente en significado descriptivo.
Se observará que (con tra el proced er de la m ayoría de semantistas) he
establecido una distinción entre sinonim ia absoluta y completa. En m i opi­
nión, se trata de una distinción im portante. La sinonimia contextualm ente
restringida puede ser relativam ente rara, p ero ciertam ente existe. Por ejem ­
plo, ‘ fla co ’, ‘ delgado’ y ‘ fin o ’ no son absolutam ente sinónimos, ya que hay con­
textos en que suele utilizarse sólo uno de ellos, y su perm utación por otro, en
caso de ser aceptable, podría dar lugar razonablem ente a alguna diferencia
de significado (cf. Este es su p u n to flaco, L e duele el intestin o delgado, E l so­
nido de este in stru m en to es m uy fin o ). P ero hay también contextos en que
parecen ser sinónimos al menos de dos én dos (cf. Se ha com p ra d o un p erro
flaco/delgado, Ha dibujad o una línea delgada/fina sobre el papel). In vito al
lector a que busque ejem plos sim ilares, en español o en otras lenguas, y a
m editar sobre ellos. Tengo la im presión de que encontrará que, aun cuando
existe indudablem ente una cierta diferen cia de significado, a menudo es muy
d ifícil asegurar en qué consiste esta diferencia. Se dará cuenta, asimismo, de
que no siem pre está claro cuándo hay o no una diferencia de significado, e
incluso puede sentirse tentado, com o ocu rre con los semantistas y los autores
prescriptivistas sobre el uso correcto, a postular matices sutiles que diferen ­
cian las palabras entre sí.1
Estos descubrim ientos son saludables, ya que refuerzan lo dicho anterior­
m ente sobre la indeterm inación parcial del significado léxico. A l propio tiem ­
po, tam bién dem uestran que gran parte del conocim iento que se tiene de la
lengua, en tanto que sistema lingüístico determ inado, va más allá de la intros­
pección fidedigna. Y lo m ism o que con las reglas gramaticales de una lengua
sucede tam bién con las reglas o principios que determinan — en la m edida
en que esté determ inado el significado léxico— el significado de palabras y
frases. En cierto sentido, dem ostramos conocerlos por el propio uso que ha­
cemos de la lengua, pues se manifiestan en el com portam iento lingüístico
y podem os, hasta un cierto punto de fiabilidad, reconocer las violaciones que
se hacen contra ellos. En o tro sentido, evidentem ente no sabemos qué son
estas reglas y principios, pues cuando se nos pide que los identifiquem os nos
cuesta mucho trabajo y, p or lo común, lo hacemos incorrectam ente.
El problem a se com plica por la evidente existencia de lo que popularm en­
te se denominan c o n n o t a c i o n e s de los lexemas. (E x iste también un
em pleo más técnico de ‘connotación’ en semántica, que no nos interesa aquí.)
E l em pleo frecuente de una palabra o frase en una gama de contextos en lu­
gar de otra tiende a crear ciertas asociaciones entre esta palabra o frase y
cualquier elem ento distin tivo de sus contextos típicos de aparición. Por ejem ­
plo, hay ciertas diferencias de connotación, al margen del significado descrip­
tivo, entre ‘ señora’ y ‘ dam a’. A veces, la diferencia es relativam ente clara y
una pregunta com o ¿E s una señora o una dama? se presta a una fá cil in ter­
pretación. Con frecuencia, sin embargo, lás connotaciones no se dejan iden­
tificar tan nítidam ente. Y , aun así, son bien reales, al menos para determ ina­
dos grupos de hablantes, e incluso bien explotadas, especialm ente p or ora­
dores y poetas, p ero tam bién por todos, a veces, cuando vam os en pos de
nuestros propósitos cotidianos. E l supuesto de que las connotaciones contex-
tualm ente determ inadas de un lexema form an parte de su significado depende
en gran m edida de lo am plia que sea la interpretación que estamos dispuestos
a asignar al térm ino ‘significado’. A menudo, aunque no siem pre, lo que se
atribuye a las connotaciones de un lexema entraría en el cam po de su signi­
ficado expresivo o social.
La sinonim ia incom pleta no es en m odo alguno rara. En particular — y
éste es quizas el único caso de identidad de un tipo de significado, pero no
de otros, clara y provechosam ente reconocible com o tal— , los lexemas pue­
den ser descriptivam ente sinónimos sin tener un m ism o significado expresivo
o social. La sinonim ia d e s c r i p t i v a (habitualm ente denom inada c o g n i -
t i v a o r e f e r e n c i a l) es lo que muchos semantistas consideran sinoni­

1. [O a su p rim ir, incluso, d iferen cias eviden tes según las con d icion es con textú ales:
piénsese, p o r e je m p lo , en la sinon im ia enunciativa (o p ra g m á tic a ) que puede p ro d u cirse
en con d icion es ap rop iad as en tre p on d erativos com o ‘ e x tra o rd in a rio ’ , ‘ fa b u lo s o ’ , ‘ de m ie­
do', etc. (c f. 5.5.).]
m ia propiam ente dicha. E n tre los ejem plos de sinónimos descriptivos, en es­
pañol, se encuentran ‘padre’, ‘papá’, ‘p a p i’, ‘p a ’, etc.; ‘letrin as’, ‘ excusado’,
‘lavabo', 'servicios', etc, Am bos conjuntos de sinónimos descriptivos ilustran
el hecho de que no todos los hablantes de una lengua utilizarán necesaria­
mente, pese a que puedan com prenderlos, todos los m iem bros de un conjunto
sinoním ico; y el segundo ejem p lo dem uestra, con más claridad aún que el
prim ero, que también puede haber t a b ú e s sociales, que operan de m odo
que el em pleo de ciertas palabras indica la pertenencia a determ inados gru­
pos dentro de la comunidad. H ace algunos años la distinción entre el llam ado
vocabulario ‘U ’ y el vocabulario ‘no-U’ (don d e ‘U ’ significa ‘upper-class’ «c la ­
se a lta ») era tema diario de conversación en la Gran Bretaña — gracias a la
popularización, aunque no invención, de N ancy M itfo rd — .2 Era y continúa sien­
do un tem a candente (si bien los térm inos ‘ U ’ y ‘no-U’ han pasado ya de
m oda) especialm ente entre m iem bros de las clases m edias acomodadas.
La función que desempeñan los tabúes sociales en el com portam iento lin­
güístico entra en el terreno de la sociolingüística. Si lo m enciono aquí es p o r­
que afecta a los significados expresivos y sociales de los lexemas. En la actua­
lidad, ya no estamos tan expuestos a que nos echen en cara el uso de alguna
palabra obscena; sin em bargo, existen todavía diferencias de significado so­
cial y expresivo que distinguen, pongamos, ‘p o lla ’ o ‘ca ra jo ’ con respecto a
‘peñ e’, o bien ‘tetas’ o ‘lim on es’ con respecto a ‘senos’ o ‘ pechos’ . Las investi­
gaciones diacrónicas del vocabu lario han revelado la enorm e im portancia del
e u f e m i s m o — la evitación de palabras tabúes— en el cam bio del sign ifi­
cado descriptivo de las palabras. E llo im plica una interdependencia sincróni­
ca, durante algún tiem po, en tre el significado descriptivo y no descriptivo.
En fin, algo hay que decir tam bién sobre la sinonim ia entre lexem as que
pertenecen a lenguas diferentes. La sinonim ia descriptiva entre lenguas es aún
mucho menos habitual, a excepción de las subpartes más o menos especiali­
zadas de los vocabularios, de lo que los diccionarios bilingües inducen a creer.
Sería absurdo m antener que no existe algo así com o una sinonim ia in terlin ­
güística (o incluso in terdialectal). Y , p o r otra parte, hemos de recon ocer que
la traducción palabra por p a la b ra es im posible, en general, entre dos lenguas
naturales cualesquiera. L a im portan cia teórica de este hecho nos ocupará
más adelante.

5.3 Significado léxico; sentido y denotación

En este apartado nos ocuparem os tan sólo del significado descriptivo, lo que
im plica, al menos, la presencia de dos com ponentes distinguibles: sentido y

2. N a n c y M itfo r d fue una n o ta b le n o velista b ritá n ic a p ro ce d e n te de una fa m ilia a risto ­


crática que alcanzó c ierta n o to rie d a d p o lític a en vísp eras de la Segunda G u erra M u n dial.
denotación. Am bos térm inos provienen de la filo so fía y no de la lingüística.
H asta hace poco, los lingüistas apenas han atendido a los temas filosóficos
que han llevado al recon ocim ien to de las distinciones que vam os a exponer.
Los filósofos, a su vez, no siem pre se han ocupado, com o han hecho los lin ­
güistas, p o r la gam a com pleta de lenguas humanas y p o r las diferen cias es­
tructurales entre ellas que son pertinentes para form u la r las distinciones en
cuestión. H ay que recon ocer, asim ism o, que los térm inos ‘ sentido’ y ‘ denota­
ció n ’ se han ven id o utilizando en form a diversa p o r parte de lingüistas y f i ­
lósofos. N o voy a pen etrar en estas diferencias, sino que m e lim itaré a p re­
sentar m i propia concepción sobre el tema. Existe una serie de aspectos
controvertidos. L o m ism o ocu rre con cada una de las alternativas — y son mu­
chas— propugnadas a lo largo de la h istoria de la sem ántica filosófica.
Es evidente que algunos lexemas, si no todos, se relacionan, p o r un lado,
con otros lexem as de la m ism a lengua (v. gr., ‘vaca' se relaciona con ‘an im al’,
‘ to r o ’, ‘ tern ero ’, etc.) y con entidades, propiedades, situaciones, relaciones, et­
cétera, del m undo ex terio r (v. gr., ‘vaca’ se relaciona con una cierta clase de
anim ales). D irem os qu e un lexem a relacionado (d e m odo pertinen te) con otros
lexem as presenta con ellos una relación de s e n t i d o ; y que un lexem a re­
lacionado (d e m odo p ertin en te) con el m undo ex terio r presenta una relación
de d e n o t a c i ó n . P o r ejem p lo, ‘vaca’, ‘anim al', ‘ to r o ’, ‘ tern ero ’, etc.; ‘ r o jo ’,
‘v e rd e ’, ‘azul’, etc., y ‘ tom a r’, ‘o b ten er’, ‘co b ra r’, ‘co m p ra r’, ‘ro b a r’, etc., cons­
tituyen conjuntos de lexem as con diversos tipos de relaciones de sentido. Así,
‘va ca ’ denota una clase de entidades que es una subclase propia de la clase
de entidades denotadas p o r ‘anim al’, la cual difiere de la clase de entidades
denotada p o r ‘ to ro ' (o bien 'ca b a llo ' o 'á rb ol' o ‘ pu erta'), que está en in ter­
sección con la clase denotada p o r ‘ tern ero’, y así sucesivamente.
Está claro que sentido y denotación son interdependientes, y que si la re­
lación entre palabras y cosas — o entre la lengua y el mundo— fuese tan
d irecta y u n iform e com o a m enudo se ha im aginado, no habría dificultad en
tom a r el sentido o la denotación com o elem entos básicos y definir cada uno
a p a rtir del otro. P o r ejem p lo, podríam os adoptar el punto de vista de que
la den otación es el elem en to básico, esto es de que las palabras son nom bres
o rótu los para las clases de entidades (com o vacas o anim ales) que existen
en el m undo extern o e independiente de la lengua, y que para aprender el
significado d escrip tivo de los lexem as basta únicam ente ¿p ren der qu é rótu los
hay que asignar a cada clase de entidades. Esta concepción se h izo explícita
en la doctrin a realista tradicion al de los t i p o s n a t u r a l e s (esto es cla­
ses y sustancias naturales) y se encuentra im p lícita en gran parte de la m o­
derna sem ántica filosófica de inspiración em pirista. P o r o tro lado, cabría
ad op tar el supuesto de que fuese el sentido el elem en to básico y con ello sos­
tener que, tanto si hay com o si no tipos naturales (es decir agrupaciones de
entidades independientes de la lengua), la denotación de un lexem a vien e de­
term inada p o r su sentido y que, en prin cip io es posible saber el sentido de un
lexem a sin saber su denotación. Tal concepción sería aceptable para un r a ­
c i o n a l i s t a — es decir para alguien que, en contraste con.el e m p i r i s t a ,
sostiene que la razón, y no la experiencia sensorial, es la fuente de con ocim ien to
(cf. 2.2)— . Filosóficam ente podría justificarse m ediante la identificación tra­
dicional entre el significado (es decir el sentido) de una palabra y la idea o el
concepto m ental asociado (cf. 5.1).
Lo único que debe decirse aquí es que cualquiera de las escuetas alter­
nativas presentadas en el p árrafo anterior conduce a dificultades filosóficas
insuperables. H ay m edios más depurados para sostener la prioridad lógica o
psicológica del sentido o la denotación, pero no nos ocuparem os de ellos aquí.
En cambio, el lingüista debe hacer hincapié en los dos hechos siguientes: en
p rim er lugar, que la gran m ayoría de lexemas, en las lenguas humanas, no
denotan tipos naturales; y en segundo lugar, que las lenguas son, en una par­
te m uy considerable, léxicam ente no isom órficas (es decir difieren en estruc­
tura léxica) con respecto al sentido y a la denotación. Consideremos cada
asunto p o r separado.
Algunos lexemas en español y en otras lenguas denotan efectivam ente
tipos naturales (v. gr., especies biológicas y sustancias físicas): 'vaca', ‘hom­
b re’, ‘o ro ’, ‘lim ón ’, etc., pero no la vasta m ayoría. Además, y esto es lo más
crucial, los lexem as que denotan tipos naturales lo hacen de un m odo inci­
dental e indirecto, com o si dijéram os. P o r lo común son las distinciones cul­
turalm ente im portantes entre clases de entidades y acumulaciones más o
menos hom ogéneas de m ateria, com o agua, roca u oro, lo que determ ina la
estructura léxica de las lenguas, y, p or tanto, pueden o no coin cidir con lim i­
taciones naturales. P o r ejem plo, según B loom field, que adolecía de fuertes
preju icios em piristas, la palabra ‘ sal’ suele denotar el cloru ro sódico (C IN a).
A dm itien do que ésta sea su denotación, si no la totalidad de su significado,
y que el cloru ro sódico es una sustancia naturalm ente existente, lo cierto es
que si la palabra ‘ sal’ o frec e la denotación que efectivam ente tiene es sólo
porqu e la sal desem peña una función distin tiva en nuestra cultura (p o r la
cual tenem os ocasión de referirn os a ella con frecuencia). E l hecho de que
‘ sal’ denote una sustancia natural constituye una consideración lingüística­
m ente irrelevante.
En cuanto a la falta de isom orfism o léxico, el examen más superficial de
los vocabularios de las lenguas humanas revela de inm ediato que los lexemas
de una lengua tienden a no presentar la m ism a denotación que los de otra.
P o r ejem plo, la palabra latina ‘m us’ denota ratas y ratones (para no mencio­
nar otras especies de roed ores); la palabra ‘m on o’ y la palabra del francés
‘ singe’ denotan lo que el inglés distingue entre ‘apes’ y ‘m onkeys’, y así suce­
sivamente. Desde luego, existen muchos ejem plos de equivalencia denotativa
entre las lenguas. Muchos provienen diacrónicam ente de la difusión cultural
y otros se explican por la constancia, a través de las culturas, de ciertas ne­
cesidades e intereses humanos. R elativam ente pocos pueden atribuirse a la
estructura del mundo físico com o tal. En el capítulo 10 volverem os a este
tema.
Muchos lingüistas se han sentido atraídos, en los últim os decenios, por el
llam ado análisis com ponencial del sentido y, más en particular, por la con­
cepción de que lo s sentidos de todos los lexemas de todas las lenguas son
com plejos de conceptos atóm icos universales com parables a los rasgos pre­
suntamente universales de la fonología (cf. 3.5). N o obstante, se ha podido
comprobar que muy pocos de estos componentes de sentido com únm ente in­
vocados a este propósito son realm ente universales y, además, que relativa­
mente pocos lexemas son candidatos idóneos a figurar en el análisis compo-
nencial. A lo sumo, podem os representar algunos de estos sentidos lexemá-
ticos a base de componentes tal vez universales de sentido. P o r ejem plo, en
el supuesto razonable de que [ h u m a n o ] , [ h e m b r a ] y quizá tam bién [ a d u l ­
t o ] son componentes universales de sentido, «m u je r» puede analizarse cóm o
el conjunto { [ h u m a n o ] , [ h e m b r a ] , [ a d u l t o ] } , «h o m b re» com o { [ h u m a n o ] ,
[ n o h e m b r a ] , [ a d u l t o ] } , «n iñ a » com o { [ h u m a n o ] , [ h e m b r a ] , [ n o a d u l t o ] } .
Bastará una pequeña reflexión para com prender que este análisis deja sin
aclarar que la relación entre «n iñ a » y «m u jer», en muchos contextos, difiere
de la que hay entre «n iñ o » y «h o m b re».
Antes, al tratar sobre la polisem ia, hemos señalado que la relación de sig­
nificado es una cuestión de grado. Esto es verdad con respecto a la parte del
significado descriptivo que aquí llam am os sentido. P ero tam bién podem os re-
conqcer provechosamente distintos tipos de r e l a c i o n e s d e s e n t i d o
en los vocabularios de todas las lenguas humanas. En concreto, em pecem os
por lo que tradicionalm ente se llam aba a n t o n i m i a (o bien oposición de
sentido) y que hoy suele denom inarse h i p o n i m i a . En realidad, existen
diversos tipos distintos de oposición de sentido (cf. ‘ soltero’ : ‘ casado’, ‘bue­
no’ : ‘malo’, ‘m arido’ : ‘esposa’ , ‘encim a’ : ‘ debajo’ , etc.), ya q u e la ‘antonim ia’
admite una interpretación más o menos estrecha. Algunos autores la han am ­
pliado hasta cubrir todos los tipos de i n c o m p a t i b i l i d a d de sentido,
diciendo, por ejem plo, que ‘ r o jo ’, ‘azul’, ‘blanco’, etc. son antónim os. Cualquie­
ra que sea la term inología que em pleem os y la am plitud o estrechez con que
definamos ‘antonim ia’, lo teóricam ente im portante es que la incom patibilidad,
y sobre todo la oposición de sentido, es una de las relaciones estructurales
básicas de los vocabularios de las lenguas humanas. Igualm ente básica es la
hiponimia (e l térm ino es reciente, pero ha sido bien acogido p o r lexicógrafos,
lógicos y lingüistas), esto es la relación que hay entre un lexem a más especí­
fico y otro más general (en tre ‘ tulipán’, ‘ rosa’, etc. y ‘flo r’ ; en tre ‘honradez’,
‘castidad’, etc. y ‘virtu d’, y así sucesivamente).
La antonimiá y la h iponim ia son relaciones sustitutivas [o paradigm áti­
cas] de sentido. N o menos im portantes son las numerosas relaciones sintag­
máticas entre lexemas (cf. 3.6), entre ‘com er’ y ‘com ida’, ‘ ru bio’ y ‘ p elo ’ , ‘ pa­
tada’ y ‘pie’, y así sucesivamente. Tom adas en conjunto, las relaciones de sen­
tido (de diversos tipos) sustitutivas y sintagmáticas^son las que confieren a los
distintos c a m p o s l é x i c o s su particular estructura semántica. A menu­
do pueden identificarse campos léxicos a lo largo de lenguas diversas (v. gr., de
color, parentesco, m obiliario, productos alimenticios, etc.), y dem ostrar que
no son isomórficos. Una parte m uy considerable de la investigación sem ántica
más reciente se rige por el prin cip io de que el sentido de un lexem a está
determinado por la red de relaciones sustitutivas y sintagmáticas que existen
entre el lexema en cuestión y sus vecinos en el mismo cam po léxico. Los pro­
nunciamientos teóricos de los adeptos al cam po léxico (co m o los de quienes
practican el análisis com ponencial) han resultado, con gran frecuencia, poco
plausibles y filosóficam ente controvertidos. Ahora bien, los resultados em pí­
ricos obtenidos por ellos y sus seguidores han enriquecido inmensamente nues­
tra com prensión sobre la estructura léxica en general.
E specialm ente im portante fu e su insistencia en conceder prioridad lógica
a las relaciones estructurales en la determ inación del sentido de un lexema.
En lugar de decir que dos lexemas son (descriptivam ente) sinónim os porque
presentan tal o cual sentido y que, p o r tanto, resultan idénticos, dirían que la
sinonim ia de los lexemas form a parte de su sentido. De un m odo análogo
han procedido para la antonim ia y la hiponim ia y aun para todo el conjunto
de relaciones sustitutivas y sintagmáticas relevantes. Conocer el sentido de
un lexem a equivale a conocer cuáles son sus diversas relaciones de sentido.
Esta afirm ación, com o verem os en apartados sucesivos, requ iere más ex­
plicación. N o sólo los lexemas pueden tener sentido, sino tam bién otras ex­
presiones más amplías compuestas de más de un lexema. Exactam ente las
mismas relaciones sustitutivas y sintagm áticas caben entre un lexem a y una
expresión más com pleja no lexem ática que entre dos expresiones más com ­
plejas o que entre lexemas. Parece, pues, razonable a d m itir que saber el sen­
tid o de un lexem a supone saber tam bién cóm o se relaciona con lasífexpresio-
nes no lexem áticas pertinentes: saber, p o r ejem plo, que ‘ soltera’ tiene el m is­
m o sentido que ‘ m u jer no casada' (o, m e jo r aún, ‘m u jer que nunca/se ha ca­
sado’). Evidentem ente, no es posible adq u irir este conocim iento adicional sin
saber asim ism o las reglas gram aticales de la lengua y su contribución, si es
que la hay, en la form ación del sentido de expresiones sintácticam ente com ­
plejas. Una de las deficiencias de la investigación p rim itiva en sem ántica con­
sistía en que no sólo se lim itaba a la estructura léxica, sino qu e, olvidaba
que el sentido de los lexemas no puede describirse adecuadam ente sin contar
tam bién con las relaciones que se entablan en tre ellos y las expresiones más
com plejas.

5.4 Semántica y gramática

E l significado de una oración es el produ cto del significado léxico y gram ati­
cal, esto es del significado de los lexemas constituyentes y de las construccio­
nes gram aticales que relacionan sintagm áticam ente los lexemas (cf. 5.1). Re­
cuérdese que utilizam os los térm inos ‘ gram ática' y 'gram atical' en sentido es­
tricto a lo largo del libro (cf. 4.1).

(1 ) E l p erro m ordió al cartero

(2) E l cartero m ordió al perro

Ambas oraciones difieren en significado. P ero esta diferen cia no puede atri­
buirse a ninguno de los lexemas constituyentes, com o sería el caso entre (1 ) y
(3) E l perro m o rd ió al period ista

o en tre (2) y

(4 ) E l cartero apaciguó al p erro

L a diferen cia sem ántica en tre (1) y (2) se describe tradicionalm ente diciendo
qu e en (1 ) ‘el p erro ' es el s u j e t o y ‘ el ca rtero ’ el o b j e t o , m ientras que
en (2) estas funciones gram aticales aparecen invertidas.
L a diferen cia sem ántica entre (1) y (2) es de significado descriptivo, ya
qu e puede establecerse, com o verem os después, a p a rtir de sus c o n d i c i o ­
n e s v e r i t a t i v a s (cf. 5.6). E l significado gram atical, sin em bargo, no es
necesariam ente descriptivo. E n tre oraciones correspondientes declarativas e
in terrogativas com o (1) y

(5 ) ¿M ordió el p erro al cartero?

p o d ría decirse razonablem ente que tienen el m ism o significado descriptivo,


p ero que difieren entre sí en alguna otra dim ensión. En el apartado que de­
dicam os a la relación entre oraciones y enunciados (5.5), exam inarem os cuál
es esta o tra dim ensión. H a y razones para incluirla dentro del significado ex­
p resivo y social. Y aun muchas otras diferencias gram aticales en tre oraciones
se hallan en correlación con diferen cias de significado no descriptivo.
P o r ejem plo, el orden de las palabras desem peña una función expresiva
en muchas lenguas. Así ocu rre tam bién, en ciertas circunstancias, con el uso
de un m o d o en oposición a o tro (v . gr., subjuntivo en vez de in dicativo en
ciertas construcciones del español, francés y alem án). En cuanto al significa­
d o social, es bien sabido que muchas lenguas europeas, entre las cuales no
se halla el inglés estándar, im ponen a los usuarios una distinción entre dos
pron om bres de apelación (esp añ ol ‘ tú’ : ‘usted’; francés ‘ tu’ : ‘vou s’ ; alemán
‘ d u ’ : ‘ S ie’; ruso ‘ ty ’ : ‘v y ’, etc.), y que el uso de uno en lugar del o tr o está
determ in ado, en parte, p o r funciones y relaciones sociales (cf. 10.4). E l em ­
p leo de estas form as, además, se halla en correspondencia con oposiciones
d e n ú m e r o (singular o plu ral) o de p e r s o n a (segunda o tercera), de
m o d o que sería quizá razonable pensar que estas diferencias gram aticales es
lo único que distingue dos oraciones que tienen, p o r lo demás, un m ism o sig­
n ificado descriptivo. Existe, p o r o tro lado, el llam ado plural de prim era per­
sona m ayestático o de m odestia, en muchas lenguas. Así se ejem p lifica en
español p o r m edio de

(6 ) Nos, el Rey, así lo disponem os

o bien

(7) P o r nuestra parte, pensam os que los jóven es llevan razón en esto
(en el sentido de « P o r m i parte, pienso q u e ...»)
En capítulos sucesivos añadiremos algo más sobre la m anifestación del signi­
ficado social y expresivo.3 Aquí m e basta con haber establecido el principio
general de que la diferencia entre significado léxico y gram atical no coincide
con la que hay entre significado descriptivo y no descriptivo.
La diferen cia entre significado léxico y gram atical depende, en principio,
de la diferen cia entre vocabulario (o léxico) y gramática. Hasta aquí hemos
operado con el supuesto de que se trata de una diferencia palmaria. Y no es
así. A veces los lingüistas establecen una distinción entre palabras plenas,
pertenecientes a las partes m ayores del discurso (nom bres, verbos, adjetivos
y adverbios) y las llamadas palabras funcionales de diversos tipos, entre las
cuales cabe citar los artículos definidos (e l, la, ...), las preposiciones (de, en,
para, ...) o las conjunciones (y, pero, ...) — para ilustrar la distinción a partir
sólo del español— . Una característica de estas palabras funcionales es que
pertenecen a clases de pocos m iem bros y que su distribución tiende a estar
muy condicionada por las reglas sintácticas de la lengua. Y muy a menudo
desempeñan la misma función que la variación flexiva en otras lenguas. Por
ejem plo, los en los tres días, fren te a en ( o al cabo de) de en tres días es
sem ánticam ente com parable al uso del caso acusativo frente al ablativo en
latín (tre s dies : tribus diebus). En general, se adm ite que las palabras fun­
cionales son menos léxicas que los nom bres, los verbos, los adjetivos y la
m ayoría de adverbios, y que, además, algunas palabras funcionales tienen
un carácter más léxico que otras. En el caso extrem o donde una palabra
funcional no tiene más rem edio que aparecer dentro de una construcción sin­
táctica dada, no presenta ningún significado léxico: cf. de en Va en com pañía
de su am igo, o bien en al m argen de todo esto. Ahora bien, entre el caso lím i­
te de las palabras puram ente gram aticales sin significado léxico y los lexemas
plenos del o tro extrem o, hay muchas subclases de palabras funcionales que,
sin ser lexem as plenos, contribuyen en cierta m edida a configurar el signifi­

3. [E n el o rigin a l, se alude al p lu ra l m a yes tá tic o d el inglés, e je m p lific a d o a base d e ]

(6 ) W e h ave e n jo ye d o u rs e lf, « N o s h em os d iv e r tid o » [e n el sen tid o de « M e he d i­


v e r t id o » ]

que se d istin gu e en sign ificad o d e s c rip tiv o de

(7 ) W e h ave e n jo ye d ou rselves, « N o s h em os d iv e rtid o » [e n su sen tid o p r o p io ]

y, c o m o la R ein a V ic to ria nos h izo sab er (c f. W e a re n ot am used, « N o nos ha hecho


g ra c ia »), de

(8 ) I have en joy e d m yself, « M e he d iv e r tid o » [e n su sen tido p ro p io ]

en s ig n ific a d o social o exp resivo.

[L a referencia a la R ein a V ic to ria alude a c ie rta ocasión, en 1889, en que un m o zo de


cuadra d e la corte, A le e Y o rk e , h izo una im ita c ió n burlesca de la p ro p ia R ein a sin ad­
v e rtir qu e ésta lo estaba o b serva n d o . E l c o m e n ta rio real con stituye, así, una reacción
e je m p la r p o r e l fo r m a lis m o (Victoriano) m a n ten id o a toda costa en e l p lu ra l m a yestá tico .]
cado léxico de las oraciones en que aparecen. L o que aquí indicam os com o
una diferen cia entre palabras plenas y palabras funcionales en una gram á­
tica m orfém ica se expresa com o una diferen cia entre m orfem as léxicos y gra­
maticales (cf. 4.3).
Con relación a lo dicho sobre la dificultad de establecer una distinción
tajante entre la gram ática y el vocabulario de una lengua, puede afirm arse,
subrayando su trascendental im portancia teórica, que lo que en una lengua
aparece l e x i c a l i z a d o en otra puede aparecer; g r a m a t i c a 1 i z a-d o.
P o r ejem plo, la distinción léxica entre ‘m atar’ y ‘m o rir’ en español (q u e se
corresponde también con una diferencia gram atical de valencia: cf. 4.4) en
muchas otras lenguas equivale a una distinción gram atical entre un verbo
c a u s a t i v o y un correlato no causativo. O bien lo que unas lenguas expre­
san p o r m edio de la categoría gram atical de tiem po (v. gr.( pasado o presente)
otras, carentes de tiem po gram atical, deben expresarlo p or m edio de lexemas
que signifiquen, pongamos por caso, «e n el pasado» o «ah o ra ». Estos dos
ejem plos, no obstante, ilustran además o tro dato que caracteriza el prin cip io
de que una misma distinción semántica puede lexicalizarse o gramatica-
lizarse.
Com o hemos visto ya, el significado de los lexemas tiende a ser más o
menos indeterm inado (c f. 5.2). Pero el significado relativo a distinciones entre
categorías gramaticales, tales com o la causatividad, el tiem po, el m odo, et­
cétera, resulta aún más indeterm inado. En consecuencia, a menudo es m uy
d ifícil precisar si una distinción léxica de una lengua es el equivalente se­
m ántico exacto de una distinción gram atical en otra lengua diferente. Las
form as causativas del verbo turco ‘olm ek’, «m o rir», se utilizarían norm alm ente
para traducir el verbo español ‘m atar’. P ero cabría sostener que no tiene exac­
tam ente el m ism o significado, y aun que la expresión española léxicam ente
com pleja ‘causar la m uerte’ difere en significado del lexem a ‘m atar’ . En cuan­
to al tiem po verbal, es significativo que nadie haya conseguido todavía dar
cuenta satisfactoria del significado de los tiem pos (tradicionalm ente id en tifi­
cados p o r m edio de térm inos com o ‘pasado’, ‘presente’, ‘fu tu ro’) ni en español
ni en otra lengua bien estudiada. Y lo cierto es que el tiem po gram atical
constituye, de todas las categorías tradicionales, la más fácilm ente definible,
a prim era vista, desde una perspectiva semántica. Antes hemos indicado ya
que hay una base indudablemente semántica en la distinción entre las partes
del discurso y las categorías gram aticales (c f. 4.3).
Al aceptarlo así hemos de reconocer asim ism o que la naturaleza de la
correlación entre la estructura gram atical y hj estructura sem ántica es, a
este respecto, extrem adam ente d ifícil de precisar. En general, cuanto más
en profundidad se estudia una lengua, más com pleja parece esta correlación.
Vale la pena tener esto bien presente, sobre todo a la vista de análisis sobre
el significado de categorías gramaticales en lenguas menos estudiadas que la
nuestra. Casi todas las denominaciones tradicionales para las categorías gra­
m aticales de las lenguas europeas más fam iliares son erróneam ente m eticu­
losas: el tiem po de pasado no se refiere necesariam ente al pasado; el singular
se em plea mucho más am pliam ente de lo que da a entender el térm ino m is­
m o; el im perativo se em plea en muchas construcciones que nada tienen que
ve r con dar órdenes, y así sucesivamente. Y no hay razón para creer que la
situación sea distinta con respecto a las denominaciones que los lingüistas
em plean en la descripción gram atical de otras lenguas.
Volvam os ahora, brevem ente, a o tro aspecto de la relación entre semán­
tica y gram ática: la cuestión de la significatividad y la gram aticalidad. H e­
mos dicho ya que no deben confundirse estas dos propiedades de las oracio­
nes (cf. 4.2). Péro, com o ocurre a menudo, es mucho más fá cil proclam ar un
principio general que aplicarlo. H ay diversos factores que com plican la si­
tuación. Uno de ellos es que no todo constituye m ateria de regla gram atical
aunque lo parezca a prim era vista. Por ejem plo, el inglés, contrariam ente a
lo que suele decirse, no dispone de la categoría gram atical de género. L o
que se describe com o concordancia de género depende únicamente, en lo que
atañe a los seres humanos adultos, del sexo que se adscribe al referen te o
r e f e r i d o (esto es a la entidad a que se hace referencia: cf. 5.5) en el m o­
m ento en que el hablante em ite el enunciado. (E l sexo real del referid o es irre­
levante en principio. Si alguien confunde a una m u jer con un hom bre o vi­
ceversa y utiliza un pron om bre erróneo al referirse a ella o a él, no •por ello
viola ninguna regla del inglés.) Una oración com o

(8 ) M y b roth er had a pain in her stomach, lit. «M i herm ano tuvo un


do lor en su [d e e lla ] estóm ago»

acaso parezca invalidar lo dicho sobre la llam ada concordancia de género.


Pero (8) no es anómala ni sintáctica ni sem ánticamente. P o r ejem plo, si Y
cree o considera (o, estrictam ente hablando, supone) que X es una m u jer
que está actuando com o herm ano del propio Y en el escenario, sería per­
fectam ente aceptable que Y enunciase la oración (8). (Presum iblem ente, se­
ría distinta en significado a M y b ro th e r had a pain in his s t o m a c h lit. «M i
herm ano tuvo un d o lor en su estóm ago [d e é l ] » , enunciada en circunstan­
cias similares. Pero esta es otra cuestión.) Quizá tam bién sería apropiado que
Y enunciase (8) si X hubiese cam biado de sexo: consideraciones de cortesía,
de aceptación del hecho p o r parte de Y , etc., seguram ente determ inarían la
diversa adecuación o no adecuación de (8) en distintas personas. P o r o tro lado,

9) H e had a pain in her stomach, lit. « [ É l ] tuvo un d o lor en su [d e


ella ] estóm ago»

es indudablem ente anómala. Ahora bien, no viola ninguna de las reglas pura­
m ente sintácticas del inglés. En rigor, cabría sostener razonablem ente que
se trata de una oración igualm ente bien form ada desde el punto de-vista se­
m ántico. Lo que resulta extraño en (9 ) es que, en el supuesto de que he, « é l»,
y her, «su [d e e lla ]», se refieran a la m ism a persona, su enunciación im p li­
caría incoherencia (o un cam bio de decisión en el curso de la propia enun­
ciación) por parte del hablante. Queda todavía el trascendental tem a sobre
la diferen cia entre la buena form ación sem ántica y la adecuación contextual.
V o lverem o s a ello cuando expongam os la relación entre el significado ora­
cion al y el significado enunciativo. Aquí sólo hemos dado un ejem plo para
ilu strar que las sartas de palabras a las que se suele atribu ir una violación
de las reglas gram aticales de una lengua pueden ser, en realidad, oraciones
gram atical y sem ánticam ente bien form adas. Podríam os aducir un núm ero
en orm e de ejem plos, entre ellos algunos tom ados de las obras más recientes
sobre sem ántica y gram ática, cuyos autores se han precipitado un tanto al
asignar el rótu lo de ‘agram atical’ a ciertas sartas de palabras.
O tro fa cto r que com plica los hechos se refiere al problem a de establecer
si una determ inada c o l o c a c i ó n (es decir, una com binación gram atical­
m ente coherente de lexem as) es anóm ala en virtu d del significado de sus le­
xem as constituyentes y de la construcción gram atical que los reúne, o por
alguna otra razón. P o r ejem plo, ‘la chica rubia’ y ‘la yegua baya' son colo­
caciones norm ales, m ientras que ‘la yegua ru bia’ y ‘la chica baya’ no lo son.
¿Acaso se debe al significado — o, más en particular, al sentido y denotación—
de ‘bayo’ y ‘ ru bio’ ? Aunque el pelo de una persona tuviesé exactam ente el
m ism o c o lo r dorado que el p e lo de una yegua, seguram ente no utilizaríam os
el lexem a ‘b a yo ’ para describir el p elo de aquélla. Y , viceversa, si el pelo de
una yegua coincidiese exactam ente con el co lor del pelo de una persona ru­
bia, seguram ente evitaríam os predicar el a d jetivo ‘ ru bio’ del caballo en cues­
tión. La cuestión es que hay m uchísim os lexemas en todas las lenguas cuyo
significado no puede considerarse totalm ente independiente de las colocacio­
nes en que aparecen de un m odo m uy característico. En últim a instancia,
no se puede sentar sin arbitrariedad la distinción entre una tendencia colo-
cacional y una regla gram atical.
Finalm ente, existe el problem a general, que recientem ente ha llam ado
m ucho la atención de los lingüistas y ha desorientado a los filósofos durante
m ucho tiem po, de establecer la fron tera entre los determ inantes lingüísticos
y n o lingüísticos de la gram aticalidad. Este problem a aparece frecuentem ente
fo rm u la d o p o r quienes suscriben los principios del generativism o a base de
tra za r una divisoria entre el conocim iento de la lengua y el conocim iento
del m undo o, incurriendo probablem ente en un em pleo erróneo, a base de la
distin ción técnica entre c o.m p e t e n c i a y a c t u a c i ó n (cf. 7.4). P or ejem ­
plo, cabe suponer que la siguiente sarta de palabras (con un contorn o prosó­
d ico adecuado)

(10) H a transcurrido el presidente del gobierno


A
carecería de sentido para la gran m ayoría de hablantes de español. Ahora
bien, ¿acaso está gram aticalm ente m al form ada? Si es así, su agram aticalidad
puede explicarse fácilm ente a p a rtir de la valencia de ‘ tran scu rrir’. E l verb o
‘ tra n scu rrir’, podría decirse, pertenece a una subclase de verbos intransitivos
cu yo su jeto ha de contener un n om bre perteneciente al conju nto { ‘ año’, ‘ m es’ ,
‘ d ía ’, ‘ siglo’ ...}.
Y aun así, si (10) vio la esta supuesta regla sintáctica y, p o r tanto, no
constitu ye una oración gram atical del español,
(11) Han transcurrido tres presidentes sin que haya sucedido nada

tam poco puede ser una oración. Ahora bien, (11), seguramente, no carece de
interpretación. Desde luego, podría sostenerse que para interpretarla — o
para darle sentido— hemos de entender o ‘presidente’ o ‘ transcurrir’ en algún
sentido no litera l o traslaticio. La interpretación más evidente tal vez con­
siste en tom ar ‘presidente’ con el significado de «presiden cia» (cf. tres pre­
sidentes más tarde, etc.), lo que se consideraría com o una sinécdoque o una
m etonim ia p o r el gram ático de talante tradicional. Estos térm inos raram ente
se em plean en la actualidad; y el m arco elaborado de las llamadas f i g u r a s
d e d i c c i ó n (co m o la clasificación tradicional de las partes del discurso)
está abierto a tod o tipo de crítica de detalle. Lo im portante es que la inter­
pretación de (11) depende del conocim iento que tenemos sobre la interdepen­
dencia del significado de ‘ transcurrir’ y su valencia gramatical. N o es tanto
cuestión de exactitud com o de decisión teórica o m etodológica que (10) y (11)
sean gram aticales o no. Si decidim os considerarlas gramaticales, podem os
explicar su anom alía, y aun la posibilidad de in terpretar (11) más fácilm ente
que (10), p o r m edio de razonam ientos semánticos.
E l m odo co m o la estructura gram atical de las lenguas y del lenguaje en
general se relaciona con el mundo es una cuestión filosófica genuinamente
enrevesada. V olverem os a ella en el capítulo 10. Si la hemos m encionado aquí
es p o r las im plicaciones que o frece para la relación entre semántica y gra­
mática. En térm inos generales, los lingüistas últim am ente han venido a tratar
con un cierto exceso de confianza la distinción entre el conocim iento lingüís­
tico y no lingüístico. Muchas de las sartas de palabras supuestamente no
gram aticales presentan una situación, com o m ínim o, discutible. De otras,
com o (10) y (11), se dice que carecen de significado literal y que son, quizás,
tam bién agram aticales: se trata, p o r cierto, de los ejem plos teóricam ente más
interesantes. En tod o caso, en artículos y tratados aparecen muchísimas sar­
tas de palabras que, al m argen de lo que dicen de ellas sus autores, están
indudablem ente bien form adas gram atical y semánticamente.
A l p rin cip io de este apartado decíam os que el significado de una oración
es el produ cto del significado léxico y del gram atical. H em os tenido ocasión
de ve r que pese a la evidente distinción entre ambos tipos de significado en
ciertos casos, los lím ites respectivos no son siem pre tan fáciles de identificar
com o quisiéram os. H em os visto también que la distinción entre la significa-
tividad y la gram aticalidad de las oraciones dista mucho de ser clara por di­
versas razones. Exam inem os ahora más de cerca la noción de significado
oracional.

5.5 Significado oracional y significado enunciativo

Ante todo hay que trazar una distinción entre el significado de las oraciones
y el de los enunciados. Muchos lingüistas y lógicos, que proceden con una
interpretación más estricta de ‘ sem ántica’ de lo que es tradicional en lingüís­
tica y de lo que hemos adoptado en este libro, dirían que, mientras el signi­
ficado oracional entra en el ám bito de la semántica, la investigación del sig­
nificado enunciativo form a parte de la p r a g m á t i c a (cf. 5.6). Los genera-
tivistas chomskyanos tienden a identificar la distinción entre oración y enun­
ciado, y entre semántica y pragm ática, con la distinción entre com petencia
y actuación, (cf. 7.4).
Quienes distinguen oraciones de enunciados suelen estim ar que las p ri­
m eras son entidades abstractas independientes del contexto, p o r cuanto no
tienen ningún vínculo con un tiem po y un lugar dados; son, en suma, unida­
des del sistema lingüístico al qué pertenecen. Esto, considerado así, es indis­
cutible. A su vez, 'enunciado' se refiere a una porción de com portam iento lin­
güístico o a la señal interpretable, producida por dicho com portam iento en
un m om ento y lugar dados, que pasa del em isor al receptor a través de un
canal de comunicación (c f. 1.5). N adie confundiría las oraciones con su enun­
ciación. N o obstante, es m uy fácil, inádvertidam ente o no, identificar las ora­
ciones con lo que se enuncia. En rigor, hay un sentido perfectam ente norm al
dentro del térm ino ‘o ra ció n ’ que refleja esta con tu sión en las referencias co­
tidianas a la lengua. P o r ejem plo, cabría decir que el p rim er párra fo de este
apartado se com pone de tres oraciones. En este sentido, las oraciones equi­
valen a enunciados (el térm ino ‘enunciado’ se em plea para la lengua tanto
hablada com o escrita) o a partes conexas de un enunciado sim ple. Tam bién
en este sentido — de que una oración es lo que se enuncia— , las oraciones
son, evidentem ente, más o menos dependientes del contexto. P ero también son
repetibles en distintos m om entos y lugares. La dependencia del contexto no
im plica, por tanto, unicidad espacio-temporal, en tanto que la abstracción,
entendida com o carencia de vínculo con un tiem po o un lugar dados, tam poco
im plica com pleta independencia contextual.
H ay que añadir tam bién que muchos enunciados, acaso la m ayoría, de la
conversación diaria no constituyen oraciones enteras, sino q u e son, de una
u otra manera, elípticos. P o r ejem plo,

(1 ) El viernes que viene, si puedo

(2) ¿Y qué hay del de Pedro?

(3) L o harás, ¿verdad?

son casos típicos de lo que muchos lingüistas, al igual que los gram áticos
tradicionales, describirían com o oraciones incom pletas o elípticas. Sin em ­
bargo, su significado es el m ism o que el de las oraciones enteras de las cuales
supuestamente decivan . en, determinadas condiciones de enunciación.
N o vamos a entrar en los inconvenientes de relacionar las oraciones de
un sistema lingüístico con enunciados reales y potenciales. Con el debido re­
conocim iento a las,com p lejidades mencionadas, podem os d ecir que el signi­
ficado enunciativo es el producto del significado oracional y del contexto. En
general, el significado de un enunciado será más cum plido que el de la ora­
ción (u oraciones) de que deriva.
A l p rop io tiem po, conviene notar que los hablantes nativos de una lengua
no tienen, por lo que sabemos, acceso al significado de las unidades descon-
textualizadas, o abstractas, del sistema lingüstico que el lingüista denomina
oración. En realidad, las oraciones, en ese sentido del térm ino, tal vez carez­
can de validez psicológica; son constructos teóricos de los lingüistas y, más
específicam ente, de la teoría general de la gramática. Cuando preguntam os
a los hablantes nativos qué entienden por oraciones y examinam os sus reac­
ciones («¿ E s aceptable la siguiente oración?», «¿S ign ifica esta (o ra ció n ) lo
m ism o que esta otra?», etc.), lo que hacemos, en realidad, es pedirles que
em itan un ju icio intuitivo o razonado sobre enunciados potenciales. Pode­
mos, com o lingüistas, establecer una distinción entre el significado oracional
y el significado enunciativo abstrayendo del p rim ero y atribuyendo a la parte
no oracional del segundo todo cuanto tenga que ve r con contextos dados de
enunciación: creencias y actitudes de las personas, referencia a entidades del
m edio, convenciones de cortesía entre grupos, y así sucesivamente. P ero no
hay razón para suponer que los hablantes de una lengua puedan realizar esto
en virtu d de su com petencia lingüística. La com petencia lingüística —^en cual­
quiera de los dos sentidos: «com peten cia en una lengu a» y «com peten cia
para la lengua»— siem pre está orientada hacia la actuación.
H em os visto ya que ciertos tipos de oración guardan relación con ciertos
tipos de enunciado: las oraciones declarativas con aseveraciones, las in terro­
gativas con preguntas, etc. H em os explicado la naturaleza de esta relación
recu rriendo a la noción de u s o c a r a c t e r í s t i c o . H em os reconocido,
com o es de rigor, que en cualquier ocasión un hablante puede usar una ora­
ción de un m odo no característico para indicar algo distinto o algo, que se
da por añadidura a lo que característicam ente significa. Existe, no obstante,
una conexión intrínseca entre el significado de una oración y su em pleo ca­
racterístico. P o r ejem plo,-pueden utilizarse oraciones declarativas, i n d ¡ r e c ­
t a m e n t e , para form u lar preguntas, em itir órdenes, hacer prom esas, expre­
sar los sentim ientos del hablante, etc., pero si los hablantes no considerasen
que las oraciones dotadas de la estructura gram atical que llam am os declara­
tiva están asociadas con el acto de habla de hacer aseveraciones — habiéndose
establecido y m antenido p o r el uso regu lar este vínculo asociativb entre fo r ­
ma gram atical y función com unicativa— tales oraciones no se llam arían de­
clarativas. Adem ás, p o r lo común, el uso no característico de una oración
puede explicarse a p a rtir de su uso característico. Para tom ar un ejem p lo
célebre,

(4) H ace fr ío aquí

tiene la form a gram atical de una oración declarativa, p ero podría m uy bien
utilizarse, en circunstancias adecuadas, de un m odo no característico e indi­
recto, en lugar de

(5) ¡Cierra la ventana (p o r fa v o r)!


para que el receptor haga algo, esto es com o una instrucción. E llo se debe
a que (4) se em plea característicam ente para em itir una aseveración inter­
pretab le p o r el receptor, a p artir de la cual, y a la luz de los factores con­
textúales pertinentes, puede aquél obtener conclusiones sobre su posible
uso, en su caso, de un m odo no característico o indirecto.
H ay que poner de relieve que ‘característicam ente’ no significa «la m a­
y o r parte de las veces» y, además, que la noción de uso característico no se
relaciona, en principio, con oraciones individuales, sino con clases enteras
de oraciones con una m ism a estructura gram atical. Muchísimas oraciones se
u tilizan de un m odo no característico e in directo con enorm e frecuencia en
el com portam iento lingüístico cotidiano. Por ejem plo,

(6) ¿Puede decirm e qué hora es?

es más probable que se enuncie com o petición que com o pregunta. Si el re­
cep to r respondiera diciendo S í sin cu m plim entar la petición y tratara de ex­
cusarse, ante el reproch e de rudeza o com portam iento poco solidario, soste­
niendo que ha contestado efectivam ente a la pregunta, podría razonablem ente
ser acusado de l i t e r a l i s m o . H abría tom ado el enunciado inadecuada­
m ente en su significado literal, es decir en el significado determ inado p or el
uso característico de oraciones con una cierta estructura gram atical (y por
e llo definido com o in terrogativo).
L a existencia m ism a del literalism o com o fenóm eno identificable (y so­
cialm ente reprobable) — ante el cual los lingüistas y filósofos se muestran
corporativam en te proclives a él— justifica la postulación de las nociones, teó­
ricam en te definidas, de uso característico y no característico, p o r una parte,
y de actos de habla directos e indirectos, por otra. P ero se trata de nociones
teóricas. N o debe suponerse que en cada uso no característico, en este sen­
tido especializado del térm ino, de una oración, el recep tor deba realizar paso
a paso la deducción del presunto significado in directo o no litera l a p a rtir
del significado directo o literal. H ay grados diversos a este respecto: v. gr., (4)
es más indirecta que (6 ) com o petición y requ eriría más apoyo contextual
para ser tom ada así. Son muchas las oraciones que deben tom arsé conven­
cionalm ente, en parte o en todo, en su presunto significado indirecto. P or
ejem p lo , ¿Puede usted...? y ¿Le m olesta qu e...? (en contraste con sinónimos
más o 'm en o s exactos com o ¿Es usted capaz de...? y ¿ E n co n tra ría algún fas­
tid io e n ...? ) están m uy convencionalizados en su uso com o peticiones.
Esta conexión intrínseca entre el significado .fie una oración y su em pleo
característico en enunciados puede generalizarse aún más. A menudo se dis­
tingue entre el significado inherente de una expresión y lo que el hablante
pretende decir al em plear dicha expresión. (D e hecho, son varias las distin­
ciones relativas a sentidos conexos entre sí, en el térm ino ‘ significado’ , que los
filósofos han estudiado. Pero ésta bastará para nuestro propósito inm ediato.)
En un m om ento dado, el hablante puede u tilizar una expresión para dar a
entender algo diferen te del significado que dicha expresión tiene en virtu d
de su significado léxico y gram atical. Pero no siem pre puede proceder así.
Tam poco es libre de usar una expresión con cualquier significado que se le
ocurra atribuirle. A menos que establezca algún acuerdo previo con el recep­
tor sobre la m anera de in terpretar una expresión, lo que con ella quiera decir
debe guardar relación con su significado inherente, el cual está determ inado
precisam ente por el uso característico. Aun cuando podem os rechazar la sim­
ple identificación entre significado y uso p o r la misma razón que rechazamos
la identificación entre significado oracional y significado enunciativo, tal vez
convenga m antener que el significado de las expresiones y las oraciones está
asegurado p o r su em pleo característico. Siendo esto así, la sem ántica en sen­
tido estricto no es lógicam ente anterior a la pragmática. Ambas son interde-
pendientés.
Para concluir este apartado, conviene decir algo sobre la r e f e r e n c i a ,
la d e i x i s y su contribución al significado enunciativo. La referencia, com o la
denotación, es una relación que se entabla entre expresiones y entidades, pro­
piedades o situaciones del mundo externo (cf. 5.3). Pero hay una im portante
distinción entre denotación y referencia: esta última, en contraste con la pri­
mera, está ligada al contexto de la enunciación. P or ejem plo, la expresión
‘aquella vaca' puede u tilizarse en el contexto apropiado para h a c e r r e f e ­
r e n c i a a una determ inada vaca, esto es a sú r e f e r i d o . Y puede utili­
zarse en distintos contextos para aludir a distintas vacas, ya que su referen ­
cia, en cada ocasión concreta, está determ inada en parte p or su significado
inherente (qu e incluye la denotación de ‘vaca’) y en parte p or el contexto en
que se enuncia. La inmensa m ayoría de e x p r e s i o n e s r e f e r e n c i a l e s
en las lenguas naturales depende de una u otra manera del contexto. N i si­
quiera los nom bres propios tienen referencia única e independiente del con­
texto, lo que se olvid a dem asiado a menudo.
La dependencia contextual de la m ayoría de expresiones referenciales tie­
ne com o secuela sem ánticam ente im portante que la proposición expresada
p o r la oración enúnciada tiende a variar con el contexto de enunciación. Por
ejem plo,

(7) M i am igo acaba de llegar

puede u tilizarse para em itir una aseveración sobre una cantidad indefinida
de individuos distintos, según la referencia de ‘m i am igo’ en cada enuncia­
ción. Cuando hablam os de relaciones semánticas entre oraciones en función
de su contenido p ro p o sicio n a f partim os del supuesto tácito o explícito de que
la referen cia de todas las expresiones referenciales se mantiene constante.
N o sólo puede una m ism a expresión referirse a distintas unidades en
distintas ocasiones, sino que cabe aun la posibilidad de que distintas expre­
siones se refieran a la m ism a entidad. Así, pongamos p o r caso, el pronom bre
‘ é l’, el nom bre p rop io ‘C arlos’ y cualquiera de las innumerables frases des­
criptivas de tipo ‘el que tom a un re fres co ’, ‘eí lechero', ‘el m arido de Josefa’,
etcétera, pueden tener la m ism a referencia entre sí, o que ‘m i a m igo’, en las
circunstancias adecuadas. H a y que tener presente esto también.
Hasta cierto punto, la referen cia potencial de las expresiones está deter­
minada no sólo por su significado inherente y por factores contextúales, com o
los supuestos que com parten hablante y oyente, sino también por reglas gra­
maticales, de un lado, y convenciones y tendencias estilísticas, de otro, que
operan en las oraciones y aun en porciones más extensas de texto o discur­
so. En particular, estas reglas o tendencias (n o está siem pre claro si es
asunto de gram ática o de estilo) gobiernan lo que ha venido a llam arse c o-
r r e f e r e n c i a , es decir la referencia a una misma entidad (o conjunto de
entidades) por parte de expresiones diferentes o de diversas apariciones
de una misma expresión. Por ejem plo, en

(8) M i am igo perdió su cartera

y
(9) Como perdió su cartera, m i am igo está desesperado

la referencia de ‘ m i am igo’ y de ‘ su’ puede ser la misma, pero no necesa­


riamente. P o r su parte, en general no se tom arían com o correferenciales (a
menos que hubiera rasgos prosódicos y paralingüísticos a fa v o r) en

(10) Perdió su cartera y mi am igo está desesperado

Suele decirse, acaso correctam ente, que esto es m ateria de regla gram atical,
relativa a la diferencia entre coordinación y subordinación. Por o tro lado, no
hay ninguna regla gram atical en español (aunque algunos lingüistas sosten­
gan lo contrario) que prohíba la construcción de oraciones com o

(1) Juan ama a Juan

Existe, a lo sumo, una tendencia estilística que favorece, bien

(12) Juan se ama a sí mismo

o bien

(13) Juan lo ama

según que el sujeto y el objeto sean correferenciales o no. El fenóm eno de la


correferencialidad potencial ha sido o b jeto de extensos estudios en el m arco
de la gram ática generativa durante los últim os años.
La deixis es com o la referencia, con la cual se im brica, por su enlace con
el contexto de aparición. Pero la deixis es, al propio tiem po, más am plia y
más estrecha que la referencia. Ésta puede ser d e í c t i c a o no, mientras
que, por su parte, la deixis no supone necesariam ente la referencia. La pro­
piedad esencial de la.deixis (el térm ino procede de la palabra griega que sig­
n ifica «señ alar» o «m o s tra r») es que determ ina la estructura y la interpretación
de enunciados en relación con el tiem po y el lugar de su aparición, la iden­
tidad del hablante y el receptor, y los objetos y eventos de la situación real
de enunciación. P o r ejem plo, el referid o de ‘aquel hom bre de a llí’ no puede
identificarse com o no sea de acuerdo con el uso de la expresión p o r alguien
que esté en un determ inado lugar y mom ento. L o m ism o ocurre con ‘a yer’ y
muchas otras e x p r e s i o n e s d e í c t i c a s . La deixis se encuentra grama-
ticalizada en muchas lenguas en las categorías de persona y tiem po gram ati­
cales; así, en español, la selección e interpretación (en este caso, la referen cia)
de ‘y o ’ o ‘ tú’ depende de la adopción, p or parte del hablante, de la función de
tal y de la asignación a o tro de la función de receptor; a su vez, el uso de un
determ inado tiem po verbal está determ inado (digám oslo así, pues es mucho
más com plicado) por el m om ento de enunciación. Los dem ostrativos ‘ este’,
‘ese’ y ‘ aquel’ y, al menos en algunos de sus usos, el artículo definido ‘ e l...’
son también deícticos. L o m ism o ocurre con adverbios tem porales y locativos
com o ‘ahora’, ‘entonces’, ‘mañana’, ‘ ahí, ‘a llí’. N o son más que ejem plos espe­
cialm ente evidentes de categorías y lexemas deícticos. En realidad, la deixis
es om nipresente en la gram ática y el vocabulario de las lenguas naturales.

5.6 Semántica formal

Aunque el térm ino ‘sem ántica fo rm a l’ pueda utilizarse en un sentido muy ge­
nérico para referirse a una nutrida serie de enfoques teóricos sobre, el signi­
ficado, se suele dar a una versión de la s e m á n t i c a v e r i t a t i v a , que se
origin ó en el estudio de lenguas form ales especialm ente construidas p or los
lógicos, y que se ha aplicado recientem ente a la investigación de las lenguas
naturales. De esto ú ltim o nos ocuparem os aquí. En este sentido, la semántica
form al viene a considerarse com plem entaria de la p r a g m á t i c a — definida
ésta muy diversam ente com o estudio de los enunciados reales, del uso en vez
del significado, de la parte no puram ente veritativa del significado, de la ac­
tuación y no de la com petencia, etc.
Em pecem os distinguiendo el valor veritativo de una p r o p o s i c i ó n
con respecto a las condiciones veritativas de una oración. L o único que debe
decirse acerca de las proposiciones es que pueden afirm arse o negarse, cono­
cerse, ponerse en duda o creerse, mantenerse constantes a través de la pará­
frasis y la traducción y ser verdaderas o falsas. L a verdad o falsedad de una
proposición constituye su va lo r veritativo, que es invariable. Podem os cam ­
biar nuestro parecer sobre la verdad de una proposición: p o r ejem plo, en un
m om ento dado creyendo que la tierra es plana y más tarde, tanto si proce­
demos correctam ente com o si no, pensando que no lo es. P ero esto no im plica
que una proposición anteriorm ente verdadera se haya vu elto falsa. Es im ­
portante com pren der a fond o esto.4

4. L o que se d ice aq u í acerca de las p ro p o sicio n es es un ta n to person al. A h o ra bien,


otras defin icion es d e ‘ p ro p o s ic ió n ’ ta m p oco a fe cta ría n su stan cialm en te a nada de lo que
se afirm a en este ap artad o.
La m ayoría de oraciones carecen, com o tales, de valor veritativo. Com o
vim os en el apartado precedente, la proposición que expresan depende, p o r
lo general, de la referen cia de las expresiones referenciales deícticas y no
deícticas que contienen. P or ejem plo, la oración

(1) M i am igo acaba de llegar

puede utilizarse para afirm ar un núm ero indefinidam ente grande de proposi­
ciones verdaderas o falsas con arreglo a la referencia variable de ‘ m i am igo'
(q u e incluye la expresión deíctica ‘ m i’) y al carácter deíctico de ‘ acabar d e’,
así com o del tiem po gram atical. Pero las oraciones pueden tener c o n d i ­
c i o n e s v e r i t a t i v a s , es decir una exposición rigurosam ente especificable
de las condiciones que determ inan el va lo r veritativo de las proposiciones
expresadas p or ellas mismas cuando se em plean com o aseveraciones. Para
u tiliza r el ejem p lo clásico (d eb id o al lógico de origen polaco Tarsk i):

(2) ‘ La nieve es blanca’ es verdadera si, y sólo si, la nieve es blanca

L o que vem os en (2) es una aseveración hecha en español sobre el español,


pero, en principio, podem os em plear cualquier lengua (una m e t a l en g u a)
para decir algo de sí m ism a o bien de cualquier otra (la l e n g u a o b j e t o ) ,
siem pre y cuando la metalengua contenga el vocabulario teórico necesario,
que incluya térm inos tales com o ‘verdadero’, ‘ significado’, etc. Lo que aparece
en tre com illas sim ples en (2) es una oración declarativa del español; y (2)
nos dice en qué condiciones esta oración de la lengua o b jeto puede u tilizarse
para em itir una aseveración verdadera acerca del mundo — esto es qué con­
diciones debe satisfacer el mundo, com o si dijéram os, para que resulte ver­
dadera la proposición expresada p or ‘ la nieve es b la n ca — . L o que hace (2),
o cualquier ejem p lo sim ilar, consiste en subrayar y explicitar la conexión
in tu itivam ente obvia entre verdad y realidad. La sem ántica fo rm a l asume la
existencia de esta conexión. Y asume asim ism o el principio de que conocer
el significado de una oración equivale a conocer sus condiciones veritativas.
Pero esto no nos lleva m uy lejos. Evidentem ente, para averiguar las con­
diciones veritativas de las oraciones no asociamos cadá oración con algún
estado del mundo. Ante todo, hay que adm itir que tanto las oraciones de las
lenguas naturales com o los estados del mundo constituyen conjuntos in defi­
nidam ente grandes y tal vez infinitos. Lo que hace, entonces, la sem ántica
fo rm a l es describir el significado de los lexemas según la contribución que
hacen a las condiciones veritativas de las oraciones, y p roporcion ar un proce­
dim iento preciso para com putar las condiciones veritativas de cualquier ora­
ción arbitraria a p a rtir del significado de sus lexemas constituyentes y de su
estructura gram atical. De ello resulta que la sem ántica form al se asocia con
especial naturalidad con una u otra versión de la gram ática generativa
(cf. 7.4).
N o cabe la m enor duda de que hay una conexión intrínseca entre signi­
ficado d escriptivo y verdad. Puede aceptarse asim ism o que, si una oración
tiene condiciones veritativas, saber su significado equivale a saber qué estado
del mundo viene a describir (en el supuesto de que se em plee para em itir una
aseveración). Pero de ahí no se sigue, de ninguna manera, que todas las ora­
ciones tengan condiciones veritativas y que su significado esté totalm ente con­
dicionado p o r la verdad.
Com o tuvim os ocasión de ver en el apartado anterior, hay que establecer
una distinción entre significado oracional y significado enunciativo — donde
el prim ero viene determ inado, en últim o extrem o, por el segundo a partir
de la noción de uso característico— . A prim era vista al menos, parece que
sólo las oraciones declarativas presentan condiciones veritativas (en virtud
de su uso característico para hacer aseveraciones descriptivas). Las oracio­
nes no declarativas de diversos tipos — especialm ente las im perativas o inte­
rrogativas— no presentan, com o uso característico, em itir aseveraciones. Y aun
así, a menos que estem os dispuestos a aceptar una noción absurdamente
estricta de significado, hemos de adm itir que son no menos significativas
que las oraciones declarativas, y además que la diferencia de significado en­
tre oraciones declarativas y no declarativas correspondientes, siem pre que
una correspondencia tal se dé (v. gr., entre ‘M i am igo acaba de llegar’ y ‘¿Aca­
ba de llegar m i am igo?'), es sistem ática y constante. En el m arco de la se­
mántica form al se han propuesto diversas soluciones para resolver este pro­
blema.
Una de ellas com porta el tratam iento de las no declarativas com o si fue­
sen lógicam ente equivalentes a las declarativas del tipo, un tanto especial,
que el filósofo J. L. Austin denom inó e j e c u t i v a s (o perform a tiva s) ex­
plícitas, esto es a oraciones com o

(3) Prom eto pagarte m i deuda

(4) Llam o a este barco ‘M ary Jane’

cuya función prim aria no consiste en describir un evento externo e indepen­


diente, sino en ser un com ponente constitu tivo y efectivo de la acción en que
se hallan insertas. La noción de Austin acerca de las ejecutivas representó
el punto de partida para la teoría de los actos de habla (que hemos m encio­
nado, aunque no descrito, en 5.5). Con el supuesto de que las oraciones no
declarativas han de recib ir el m ism o estatuto lógico que las ejecutivas ex­
plícitas, podríam os decir que ‘¿Está abierta la puerta?’ equivale lógicam ente
(esto es, presenta las mismas condiciones veritativas) que

(5) Pregunto si la puerta está abierta

y que ‘A bre la puerta' equivale lógicam ente a

(6) T e orden o que abras la puerta

y así sucesivamente. Ahora bien, Austin afirm ó que las oraciones de tipo (3 ) y
(4) carecen de condiciones veritativas cuando se utilizan com o ejecutivas.
(Evidentem ente, pueden utilizarse también para em itir enunciados simples
descriptivos.) E l punto de vista de Austin ha sido criticado por una serie de
semantistas form alistas. Sin embargo, tanto si decim os que tienen condicio­
nes veritativas com o si no, su estatuto todavía las distingue de lo que podría­
mos denominar, de una form a aproximada, declarativas ordinarias. Para
muchos lingüistas y filósofos, es una mera contumacia el em peño de tratar
(5) y (6) com o si fuesen más básicas que ‘ ¿Está abierta la puerta?’ y ‘A bre la
puerta'.
Las expresiones deícticas (tam bién llamadas i n d é x i c a s ) han plantea­
do asimismo otros problem as. Todas las oraciones declarativas del español
(lo m ism o que muchas no declarativas) tienen tiem po gram atical, y muchas
de ellas contienen expresiones contextualm ente dependientes de varios tipos,
cuya referencia viene determ inada por la deixis. Incluso el ejem plo de Tarski,
(2), es engañosamente sim ple a este respecto y aun muy poco representativo
de las oraciones declarativas del español. Explota nuestros supuestos sobre
la presunta interpretación tanto de la oración de la lengua o b je to ’ ‘ La nieve
es blanca’, com o de la cláusula metalingüística ‘ si, y sólo si, la nieve es blan­
ca’. Pero en ambos casos puede haber una interpretación deíctica (« L a nieve
es (eventualm ente) blanca en el mom ento y en el lugar de enunciación») o no
deíctica (o genérica) (« L a nieve es (por naturaleza) siem pre y en todas partes
b lan ca»), que es la que presum iblem ente trataba de u tilizar Tarski. La exis­
ten cia de la deixis — y su ubicuidad en las lenguas naturales— no invalida
la aplicación de la teoría veritativa de la semántica a la lingüística. Pero in tro­
duce, ciertam ente, com plicaciones técnicas muy considerables.
Lo m ism o ocurre con el hecho de que muchísimos lexemas de las lenguas
naturales son, en m ayor o m enor medida, vagos o indeterm inados en signi­
ficado. P o r ejem plo, podríam os insistir en que, en un contexto dado de enun­
ciación, (1) expresa una proposición verdadera o falsa. Ahora bien, ¿cuán
reciente ha de ser la llegada del referid o de ‘ mi am igo’ para que resulte ver­
dadero decir que acaba de llegar? Y la expresión ‘ acabar de’ no es, p or otra
parte, nada atípica.
Estos no son más que algunos de los problem as que vienen a com plicar,
si es que, en últim a instancia, no invalidan, la aplicación de la teoría de la
semántica form al al análisis del significado en las lenguas naturales. Y a he
puesto de m anifiesto m i propia preferencia en fa v o r de una noción de sig­
nificado más com prehensiva y que no confiera al significado descriptivo un
estatuto teórico más básico que el no descriptiva (c f. 5.1). Aun así, debo sub­
rayar que el intento m ism o de am pliar las nociones de la sem ántica form al
hasta cubrir los datos de las lenguas naturales, a los que no parecen adap­
tarse bien, tanto si tiene éxito como si fracasa, no hace más que agudizar
nuestra com prensión sobre los propios datos. Durante los últim os años así
se ha dem ostrad© una y otra vez.
Por lo demás, aun cuando concluyamos que en el significado hay más de
lo que puede abarcar la semántica veritativa, ello no im pide, p o r supuesto,
que el sentido y la denotación de las expresiones lexémicas y no lexém icas
pueda form alizarse a base de sus condiciones veritativas, una vez adm itida
la indeterm inación de muchos lexem as (c f. 5.3). Si dos oraciones tienen las
mismas condiciones veritativas (en todos los mundos posibles), es que tienen
el m ism o significado descriptivo: cf. ‘ Carlos abrió la puerta' y ‘ La puerta fue
abierta p o r Carlos’. Si dos expresiones son perm utables en oraciones que ten­
gan las mismas condiciones veritativas, las expresiones en cuestión son des­
criptivam ente sinónimas, esto es tienen el m ism o sentido. La sem ántica form al
ha puntualizado mucho de lo que se había expresado con im precisión o se
había tom ado sim plem ente p or sentado en las perspectivas más tradicionales
del estudio sobre el significado. Y , lo que no es menos im portante, ha reali­
zado un serio intento para dar contenido a lo que se había establecido, un
tanto program áticam ente, al prin cip io de uno de los apartados anteriores
(5.4): el significado de una oración es el produ cto del significado léxico y
gram atical. Y lo hace tratando de fo rm u la r con precisión el m odo com o in-
teractúan ambos tipos de significado.

A M P L IA C IÓ N B IB L IO G R Á F IC A

La gran mayoría de viejos manuales e introducciones a la lingüística son insuficien­


tes en semántica. Los tratados más recientes han mejorado a este respecto, pero
resultan más bien superficiales en ía exposición de los temas teóricos y prestan
demasiada atención a las cuestiones más actuales, y pasajeras, de la investigación.
También difieren entre sí en cuanto al contenido atribuido a la ‘ semántica’ y a si
establecen o no una distinción entre ‘ semántica’ y ‘pragmática’ (y aun, en caso afir­
mativo, en el modo de establecerla).
De los muchos tratados dedicados exclusivamente a la semántica, recomiendo
los siguientes:
(a.) Elementales: Leech (1971), capítulos 1-7; Lyons (1981); Palmer (1976); Wal-
dron (1979). De ellos, Palmer (1976) es el más extenso y ecléctico; Leech (1971), en
sus últimos capítulos, abusa un tanto de una notación más bien particular; Lyons
(1981) conecta muy directamente con la bibliografía actual y con el más com­
prehensivo Lyons (1977b). Ullmann (1962) no ha sido aún superado en el trata­
miento de la semántica léxica desde un punto de vista estructuralista tradicional
y europeo. Dillon (1977) ofrece un bosquejo relativamente no técnico de la semán­
tica desde una perspectiva generativa. [Cf. también Fernández, Hervás & Báez
(1977); Greimas (1970, 1973); Trujillo (1976).]
(b ) Más avanzados: Fodor (1977); Kempson (1977); Levinson (1981); Lyons
(1977b). De ellos, Kempson (1977) y Levinson (1981) resultan, por lo general, com­
plementarios (aunque difieran en determinados temas); Fodor (1977) presenta la
m ejor y más asequible exposición sobre los estudios realizados en la gramática
generativa chomskyana y contiene un espléndido capítulo general sobre semántica
filosófica, pero da por sentado un conocimiento técnico de la gramática generativa
y es de difícil comprensión sin este requisito; Lyons (1977b) constituye el tratado
más completo hasta ahora publicado, aun cuando precise el concurso, sobre todo
para la semántica histórica, de obras enumeradas en Ullmann (1962) y presente
concepciones abiertamente peculiares y un tanto controvertidas sobre determina­
dos temas. [Añádanse, además, Coseriu (1977b, 1979); Galmich'e (1975); Geckeler
(1971); Heger (1973); Hierro (1980, 1983); Martín (1976); Pottier (1983).]
Todos los tratados recomendados bajo el epígrafe de ‘Más avanzados’ contie­
nen referencias detalladas a los temas que estudian o simplemente mencionan. Así
ocurre también en Leech (1976) y Ullmann (1962). En conjunto, proporcionan un
extenso material para las preguntas y ejercicios que siguen.
La mayoría de obras sobre semántica formal resultan demasiado técnicas para
incluirlas aquí: Allwood, Anderson & Dahl (1977) presenta una exposición clara
de los conceptos básicos y la notación.
Para adquirir la base filosófica necesaria, cf. Olshewsky (1969) y Zabeeh, Klem-
ke & Jacobson (1974).
1. C ítense y ejem plifíqudnse alguno s de los principales tipos de significado co­
dificados en las lenguas naturales.

2. «“Cuando uso una palabra”, dijo Hum pty Dum pty en un tono m ás bien d e s­
deñoso, “significa lo que quiero que signifique, ni m ás ni m enos” » (Lew is Carroll,
Alicia a través del espejo: cf. Palmer, 1976: 4). El hablante, ¿quiere decir siem ­
pre y necesariam ente lo que quiere decir su enunciación? ¿S ie m p re y necesaria­
mente quiere decir lo que d ice ? Lo que dice, ¿ e s lo m ism o que lo que quiere decir
su enunciación? N ótese que Hum pty Dum pty só lo parece preocuparse por el s ig ­
nificado de las palabras. ¿ A c a s o hay algo m á s? ¿ A c a s o Hum pty Dumpty, en esta
ocasión, (a) dice lo que quiere decir y (b) quiere decir lo que dice (n. b. «en un
tono m ás bien d e sd e ñ o so» )? (Cf. «El significado del hablante e s lo que el ha­
blante quiere decir al producir un enunciado. Ahora bien, si hablam os literalmen­
te y querem os decir lo que nu estras palabras quieren decir, no habrá ninguna
diferencia importante entre el significado lingüístico y el significado del hablante.
Pero si hablam os no literalmente, querem os decir algo distinto de lo que quieren
decir nuestras palabras» (cf. Akm ajian, D em ers & Harnish, 1979: 230).)

3. Com éntese la conexión entre el significado proposicional de lo s enunciados


y la función descriptiva de la lengua en relación con la noción de verdad.

4. «La distinción entre com petencia y actuación... implica específicam ente una
distinción entre el significado de una oración y la interpretación de un enuncia­
do» (Smfth & W ilson, 1979: 148). Com éntese.

5. Expóngase y ejem plifíquese la distinción del texto entre h o m o n i m i a ab­


soluta y parcial.

6. ¿Q u é distinción cabe establecer, si e s que la hay, entre homonimia y


polisemia?
7. Sup on gam os que se propone el caso de ‘esco n der’ y ‘ocultar’ como ejemplo
de s i n o n i m i a a b s o l u t a . ¿Puede usted confirmarlo (a) a partir de su uso
coloquial cotidiano y (b) de un estilo elevado en el español estándar? Si no re­
sultan absolutam ente sinónim os, ¿lo son com pletam ente? ¿S o n descriptivam en­
te sin ó n im o s?

8. C on sid é re se el efecto producido, al m argen de la concordancia de género, con


la permutación de (a) ‘bonito’ por ‘guapo’, y, independiente y separadamente, de
(b) ‘mujer’, ‘m uchacho’ y ‘caballo’, en un contexto de tipo ‘Es un/a (b) muy (a).
¿S o n sin ó nim os ‘gu apo ’ y ‘bonito’ (cf. también Leech, 1971: 2 0 )? ¿ Y ‘m uchacho’
y ‘mozalbete’?

9. «Entre los ejem plos de sin ó n im o s descriptivos en español se encuentran ‘pa­


dre’, ‘papá’, ‘papi’, ‘pa’, etc.» p. 131). ¿Puede usted ampliar esta lista? Com ponga
otra sim ilar que em piece con ‘m adre’. ¿C a b e reconocer algún factor expresivo o
social que determ ine el em pleo de determ inadas expresiones en nosotros m is­
m os o en otros hablantes de e sp a ñ o l? ¿C o n stituye n el se xo y la clase social de
los hablantes variables pertinentes?

10. ¿Q u é distinción haría, si la hace, entre s e n t i d o y denotación?

11. Haga un inform e crítico sobre el a n á l i s i s componencial (también


denominado d e s c o m p o s i c i ó n l é x i c a ) .

12. Razónese y ejem plifíquese (con c a so s distintos de los que se aducen en el


texto) la a n t o n i m i a y la h i p o n I m i a.

13. Las proposicion es «X e s un tulipán/crisantem o», ¿ v i n c u l a n « X e s una


flor»? Las proposicion es «X e s honrado/casto», ¿vinculan análogam ente «X es
virtuoso»? S i no e s a sí o, de otro modo, si la segunda pregunta e s m ás difícil
de contestar que la primera, ¿queda Invalidado lo que se dice en el texto (cf.
p. 1 34)?

14. ¿L e ha sorprendido leer «com o la reina Victoria nos hizo saber...» (p. 137,
nota 3) por pensar que e s una frase anóm ala? ¿C on tinú a pareciéndoselo? ¿Q u é
efecto produce sustitu ir hizo por ha hecho con relación a la aceptabilidad y al
significado? En el sup u esto de que ‘S ó cra te s’ aluda al fam oso filósofo griego del
siglo V a. de C., ¿Q u é diferencias de significado y aceptabilidad aprecia, si es
que las aprecia, entre: -t

(1) Só crates dice que nadie obra mal intencionadamente


(2) Só crate s dijo que nadie obra mal intencionadamente
(3) Sócrates dijo que nadie obraba mal intencionadamente
(4) Sócrates h a -d ich o que nadie obra mal intencionadamente

A l contestar a esta pregunta, ¿tom a la serie de (1) a (4) com o oraciones o com o
enunciados?
15. ¿Puede usted contextualizar ‘[É l] tiene dolor en su [de ella] e stó m a go ’
[o bien, pongam os, ‘Este hom bre e s m ujer'] de modo que resulte factible el
enunciado y no contradictoria la proposición que expresa (cf. p. 1 3 9 )? ¿ E s inevi­
table que [é l] y su [de ella] s e refieran a una m ism a p ersona?

16. Expóngase lo que se entiende por condiciones veritativas de


una oración.

17. S e ha dicho que ‘Eres la crem a de mi café’ e s «una oración necesariam ente
falsa» (Kem pson, 1977: 71). ¿E stá usted de acuerdo con ello? Justifique su con­
testación con arreglo a (a) una cierta interpretación de ‘necesariam ente’; (b) el
significado del sujeto implícito; (c) la distinción entre oraciones y enunciados;
(d) la opinión del autor sobre la interdependencia de la condicionalidad véritati-
va y la interpretación literal de las oraciones.

18. Razónese la validez de la noción de u s o c a r a c t e r í s t i c o y su perti­


nencia para el aná lisis de los a c t o s d e h a b l a i n d i r e c t o s .

19. ¿Q u é distinción encuentra, si la encuentra efectivamente, entre referen­


cia y d en o t a c i ó n ?

20. «la deixis es om nipresente en la gram ática y el vocabulario de las lenguas


naturales» (p. 147). Com éntese.
6. El cambio lingüístico

6.1 L a lingüística histórica

L o que hoy se denomina lingüística se form ó, al menos en sus líneas princi­


pales, a lo largo del siglo x ix (cf. 2.1).
Los estudiosos se han percatado desde hace mucho de que las lenguas
cambian con el tiem po. H an com prendido tam bién que muchas lenguas m o­
dernas de Europa descienden, en cierto m odo, de otras más antiguas. Por
ejem plo, se sabe que el inglés se ha desarrollado a partir del anglosajón, y
lo que llam am os ahora lenguas rom ánicas — francés, español, italiano, etcé­
tera— tiene su origen en el latín. N o obstante, m ientras no se establecieron
los principios de la lingüística histórica, no llegó a com prenderse en general
que el cam bio lingüístico es u n i v e r s a l , c o n t i n u o y, en muy conside­
rable m edida, r e g u l a r .
Más adelante exam inarem os con m ayor detalle estos tres aspectos del
cam bio lingüístico. Aquí, basta con a dvertir que su universalidad y continui­
dad — el hecho de que todas lenguas existentes estén sujetas a cam bio y que
el proceso m ism o esté perm anentem ente en marcha— pasó inadvertido para
la m ayoría de la gente a cailsa del conservadurism o de las lenguas literarias
de Europa y el talante p rescrip tivo de la gram ática tradicional (cf. 2.4). La si­
tuación del latín es especialm ente im portante a este respecto, pues se ha
utilizado durante siglos en la Europa occidental com o lengua de cultura, y
para la adm inistración y la diplom acia internacional. A p a rtir del Renaci­
m iento fue dejando paso en estos com etidos a las nacientes lenguas románi­
cas, así com o a otras no derivadas del latín: inglés, alemán, holandés, sueco,
danés, etc. Incluso en el siglo x ix , siendo ya lengua muerta, gozaba de un pres­
tigio que le preservó contra la m ayoría de las otras lenguas, lo que sucede
aún para muchos gram áticos a la antigua usanza. L o im portante de la posi­
ción peculiar del latín, en el presente contexto, es que hasta bien transcurri­
do el R enacim iento los eruditos pensaban que había existido com o lengua
viva más o menos sin cam bios durante unos dos m il años y que se había
quedado al margen de la corrupción, a lo largo de este período, gracias al
uso de la gente culta y a las reglas y preceptos de los gram áticos. Com o he­
mos visto, no faltaron actitudes sim ilares con respecto a las m odernas len­
guas literarias de Europa cuando se form aron — o, más exactam ente, cuando
se reconoció su aptitud para el uso literario— en el períod o post-renacentista.
Las lenguas literarias recibieron una consideración m uy p o r encima de
las no literarias y los dialectos. Muchas diferencias que los gram áticos perci­
bían entre la lengua literaria y la coloquial, o entre la lengua estándar y los
dialectos no estándares, eran frecuentem ente rechazadas y atribuidas al poco
cuidado o a falta de educación. Fueron pocos, si los hubo, los que com pren­
dieron debidamente que la transmisión de las lenguas literarias de Europa
de generación en generación no tiene nada que ve r con el m odo com o la gente
aprende durante la niñez la lengua nativa. Tam poco se prestó bastante aten­
ción al hecho de que en muchas lenguas modernas, especialm ente en inglés
y en francés, el sistem a ortográfico respectivo, basado en la pronunciación
de siglos atrás, enmascara muchos de los cambios fonéticos y fonológicos
que han tenido lugar en ellas. Si sabemos leer en inglés o en francés no nos
causará ninguna dificultad especialmente grande leer Shakespeare o Ron-
sard; encontraremos sus obras más o menos incom prensibles si las oím os
recitar tal com o era n orm al para sus autores. Sólo tras un inm enso y minu­
cioso trabajo, realizado durante el siglo x ix , en lo que ahora denom inam os
período clásico de la lingüística histórica, de 1820 a 1870 aproxim adam ente,
los estudiosos pudieron com pren der algo m e jo r la relación entre las lenguas
escritas y habladas, p o r un lado, y entre las lenguas estándares y no están­
dares, por otro.
A p artir de esta escrupulosa investigación, y aplicando el llam ado m é ­
t o d o c o m p a r a t i v o (qu e-expon drem os en 6.3), se llegó a la certidum ­
bre de que todas las grandes lenguas literarias de Europa se habían originado
com o dialectos hablados, y, más aún, que su origen y desarrollo sólo podía
explicarse según los principios que determinan la adquisición y uso de la len­
gua hablada asociada. Es tal la fuerza de las actitudes tradicionales y los
hábitos escolares, que a la m ayoría de nosotros aún nos cuesta pensar así
sin una preparación consciente.
A menudo nos resulta dificultoso, por ejem plo, com pren der plenam ente
que, aun cuando una lengua puede extinguirse en un determ inado m om ento
del tiempo, de m odo que, hablando m etafóricam ente, podem os considerarla
lengua en estado agónico, no tiene sentido, en cambio, u tilizar la m ism a m e­
táfora orgánica o biológica para im aginar una lengua en estado de nacim ien­
to.1 Vale la pena sentar esta cuestión porque, com o verem os, la term inología
de la lingüística h istórica resulta en buena parte m etafórica. Agrupam os las

1. P o d ría argüirse, a lo sum o, que los p idgin y crio llo s han n acid o d e la un ión d e una
lengua m adre y. otra, d igam os, pad re, y que estas lenguas p ro gen itora s continú an exis­
tien d o al m argen de su p ro le (c f. 9.3). P e ro esta in terp retació n m e ta fó ric a m ás o m en os
aceptab le de ‘ p a te rn id a d ’ y ‘ n acim ien to ’ n o viene a cuento aquí.
lenguas en f a m i l i a s , en virtu d de su d e s c e n d e n c i a común con res­
pecto a una l e n g u a m a d r e anterior, y decim os de las lenguas deriva-
bles de otra a n c e s t r a l (co m o las rom ánicas con respecto al la tín ) que
tienen una r e l a c i ó n g e n é t i c a . Cuando, en el siglo x ix, se in trodujeron
estos térm inos en la lingüística, recibieron con frecuencia una in terpretación
más litera l — debido a la influencia del rom anticism o alemán, p o r una parte,
y del evolucionism o darwinista, p o r otra— de lo que se aprecia en la actua­
lidad. Conviene observar que no existe ningún m om ento preciso en el que,
digam os, el anglosajón se transform ase de pronto o diera lugar al inglés,
com o tam poco existe ningún instante ¿n que el latín alum brase las lenguas
rom ánicas m ientras continuaba existiendo com o lengua de cultura a lo
largo de varios siglos. Y , sin em bargo, los legos conciben precisam ente así
el origen de las lenguas.
L o cierto es que la transform ación de una lengua en otra no es instantá­
nea, sino gradual. Sólo una m era convención y una decisión arbitraria nos
lleva a divid ir, pongamos, la historia del inglés en tres períodos — antiguo in­
glés (o anglosajón), inglés m edio e inglés m oderno— y a considerar dichos
períodos alternativam ente com o si se tratara de tres lenguas diferentes o, al
m enos, d e tres estadios de una m ism a lengua. Existen razones lingüísticas y
no lingüísticas para establecer de esta m anera la división. L o que actualm en­
te es el inglés estándar en los rasgos esenciales de su fonología y su gram á­
tica, y en gran parte del vocabulario, nó es más que un descendiente del
dialecto de Londres que, habiéndose fo rm ad o cerca del lugar donde concu­
rrieron tres de los cuatro principales dialectos anglosajones — m erciano, sa­
jó n occidental y kentianp— , contiene rasgos de los tres. Contiene asim ism o
algunos otros rasgos aisládos que derivan del cuarto dialecto principal, el
nordum briano — en especial, las form as they, «ellos/as», their, «su/s (de ellos/
/ a s)», them , «a ellos/as», y muchas de las palabras que contienen el grupo ini­
cial sfc- ( ‘ sk ill’, «destreza», ‘ sky’ , «c ie lo », ‘ skin’, «p ie l», ‘ skirt’, «fa ld a », etc.)— ,
fu ertem en te influido, desde el siglo ix, p o r la lengua de los vikingos.
A proxim adam ente un siglo y m edio después de la conquista normanda,
en 1066, la lengua de las clases dirigentes era él francés, al menos en la lite ­
ratura y la adm inistración; y cuando vo lvió a utilizarse el inglés com o lengua
literaria, a principios del x m , habían aparecido ya muchas diferencias bien
notorias con respecto al anglosajón del períod o anterior. A l m argen de otras
evoluciones más, lo que ahora denom inam os inglés m edio había caído b a jo la
influencia del francés normando, del que se vio profundam ente afectado en
el vocabu lario y en la gramática. Chaucer, p o r ejem plo, escribió en el dialecto
londinense del inglés m edio, el cual, en virtu d de la im portancia política y
económ ica de la capital, em pezaba a em erger com o lengua nacional estándar.
H acia el final de la guerra de los Cien Años, en el siglo xv, In glaterra había
cobrado una gran conciencia de su identidad nacional y se había tra n sfor­
m ado de un estado feudal en un estado con una burguesía educada, próspera
y cada vez más poderosa. Esto constituyó un fa cto r decisivo para la fo rm a ­
ción y creciente estandarización del inglés m edio literario.
E l p eríod o del inglés m edio queda separado del m oderno p o r el Rena-
cim iento, que alcanzó In gla terra hacia finales del siglo xv. Una de las más
destacadas consecuencias en la esfera educativa y cultural fue la reaparición'
del latín com o lengua literaria. P ero se trató de un fenóm eno relativam ente
efím ero. Aun cuando el latín continuaba gozando de un enorm e prestigio
cultural hasta bien entrado el x ix , las principales obras literarias del período
isabelino y postisabelino, incluyendo las de Shakespeare y el Paraíso P erd id o
de M ilton, fueron escritas en inglés. M ientras tanto, la Gran Bretaña em pe­
zaba a ejercer una acción cada vez más im portante en los asuntos mundia­
les. En el siglo x v n se fundaron colonias de habla inglesa en Am érica del
N o rte. Y ya en el x ix , el inglés era la lengua de la adm inistración, la educa­
ción superior y los negocios no sólo en los Estados Unidos, Canadá, Australia
y N u eva Zelanda, donde era entonces la prim era lengua de la m ayoría de los
colonos política y económ icam ente dominantes y sus descendientes, sino tam­
bién en la In dia y otros países asiáticos y africanos den tro del Im p erio B ri­
tánico. En el períod o post-renacentista, el inglés ya se ha convertido en una
lengua mundial de un m odo m uy sem ejante a com o lo había hecho el latín
(en el llam ado M undo Antiguo de Europa, Á frica del N o rte y parte de Asia)
casi dos m il años atrás, y p o r razones tam bién muy sem ejantes. Pero el latín
y el inglés no eran en su origen más que dialectos locales de pequeñas tribus,
itálicas en un caso y germ ánicas en el otro, y no d ifería n en nigún detalle
lingüísticam ente pertinente de los dialectos itálicos y germ ánicos de las tri­
bus vecinas.
Esta breve y excesivam ente sim plificada sem blanza de la evolución y ex­
pansión del inglés pretende dem ostrar el principio general de que aun ha­
biendo buenas razones para d iv id ir la historia externa e interna de una len­
gua en períodos más o menos diferentes, el proceso del cam bio lingüístico
es, en sí mismo, continuo. L o que produce la ilusión de discontinuidad, por
ejem p lo, entre el anglosajón y el inglés m edio o, en m enor medida, entre el
inglés m edio y el m oderno, es la coincidencia de diversos factores com o, por
un lado, los huecos en la docum entación histórica entre diversos períodos
y, p o r otro, la relativa estabilidad de las lenguas literarias al cabo de p orcio­
nes m uy largas de tiem po. Apenas disponem os de testim onios escritos sobre
los diversos dialectos del anglosajón y el inglés m edio. P ero podem os estar
seguros de dos cosas: en p rim er lugar, que desde los tiem pos más prim itivos
los dialectos del inglés hablado eran m enos hom ogéneos y nienos nítidam en­
te separablés entre sí de lo que han dado a entender las exposiciones tradi­
cionales de la historia del inglés fundadas en la evidencia de los textos lite­
rarios; y, en segundo lugar, que si dispusiéramos (de un testim onio h istórico
com pleto sobre cualquier dialecto hablado, de Londres o de una pequeña
aldea en algún enclave rem o to del país, seríamos incapaces de identificar un
trecho concreto de tiem po en el que el dialecto en cuestión cám biase repenti­
nam ente de uno a o tro período. Las lenguas cambian más de prisa en unos
períodos que en otros. Incluso las lenguas literarias cam bian en el curso del
tiem po; tanto es así, que las lenguas habladas que se adquieren en la niñez
y se em plean a lo largo de la vida en una gran variedad de situaciones — las
lenguas vivas, en el sentido más com pleto del térm ino— cam bian mucho más
que las lenguas literarias. P o r lo demás, ninguna lengua viva es com pleta­
mente uniform e (cf. 1.6), lo que, com o verem os más adelante, es crucial para
explicar el cam bio lingüístico.
En lo que sigue, em pezaré p o r exponer la lingüística histórica tal com o
la hubiese practicado (salvo en ciertos detalles que se han aclarado más re­
cientemente o que se refieren a la actualidad) alguno de los llam ados neo-
gramáticos o sus sucesores. Los neogram áticos (en alemán, Junggrammati-
ker) eran un grupo de estudiosos afincados en la universidad de L eipzig a fi­
nales del siglo pasado, en gran m edida responsables de la form ulación de los
principios y m étodos de la lingüística histórica que desde entonces han pre­
valecido en la m ayoría de obras de la especialidad. Cuando proclam aron por
prim era vez estos principios y m étodos se levantaron grandes polém icas; y
hay que adm itir que gran parte de la crítica dirigida contra ellos nos resulta
en la actualidad perfectam ente justificada. N o obstante, han im perado duran­
te casi un siglo y todavía se encuentran en muchos supuestos cotidianos que
el lingüista acepta sobre el cam bio de las lenguas y aún form an parte de los
criterios que inspiran el tratam iento habitual de las fam ilias lingüísticas en
enciclopedias y obras de referencia. En los apartados postreros de este capí­
tulo, exam inarem os y reform u larem os, a la luz de la obra más reciente, uno
o dos de los principios neogram áticos.

6.2 Las familias lingüísticas

D ecir que dos o más lenguas pertenecen a la misma fam ilia — esto es, que
están genéticam ente relacionadas— equivale a reconocer que constituyen
variantes divergentes o descendientes de una misma lengua ancestral común
o protolengua.
En la m ayoría de casos no tenem os noticia directa de la protolengua de
la que descienden los m iem bros de una determ inada fam ilia o subfamilia.
A este respecto, las lenguas rom ánicas son muy poco típicas, pues aunque el
dialecto del latín del que derivan seguram ente habrá diferido, en muchos de­
talles de gram ática y vocabulario, con respecto al de los textos incluso colo­
quiales que nos han llegado, lo cierto es que disponemos de una idea mucho
más cabal sobre la estructura del llam ado p r o t o r r o m a n c e que sobre mu­
chas otras protolenguas.
En térm inos generales, las protolenguas son constructos hipotéticos, so­
bre cuya existencia no hay pruebas directas, pero que se postulan com o len­
guas de tal o cual estructura con el fin de ju stificar la relación genética entre
dos o más lenguas documentadas. P o r ejem plo, se postula el p r o t o g e r m á -
n i c o com o antecesor de las lenguas germánicas (inglés, alemán, holandés,
danés, islandés, noruego, sueco, etc.); y el p r o t o e s l a v o com o antecesor
de las lenguas eslavas (ruso, polaco, checo, eslovaco, servo-croata, búlgaro, et­
cétera). En ambos casos disponem os de testim onios documentales en torno
a la historia anterior de la fam ilia. Para e l germánico, además de una serie
de antiguas inscripciones fragm entarias, contamos con la traducción, del si­
glo iv, de la B iblia al gótico (hablado p or los visigodos que, p or aquel tiem po,
se habían instalado en el curso b a jo del D anubio); hay textos literarios bien
extensos en los distintos dialectos del anglosajón (o inglés antiguo) que cu­
bren el período que va del siglo v i al x i; los textos del antiguo islandés (o an­
tiguo noruego) sobre sagas del x n ; textos de antiguo alto alemán fechados a
p artir de la segunda m itad del v m , y así sucesivamente. Para: el eslavo, el
testim onio más p rim itivo se encuentra en los textos del siglo ix escritos en
antiguo eslavón eclesiástico. Pero en ningún caso hay nada tan p róxim o a la
protolengua ancestral postulada com o la de los textos latinos llegados hasta
nosotros y escritos en lo que seguramente sería el dialecto más popu lar del
latín (a menudo denom inado latín vulgar) que llam am os protorrom ance.
A p a rtir de las pruebas disponibles y aplicando los principios elaborados,
durante el siglo pasado, en sus datos esenciales por los neogram áticos, los
especialistas pueden r e c o n s t r u i r , con razonable fiabilidad, casi tod o el
sistema fónico y parte de la estructura gram atical del protogerm ánico y el
protoeslavo. Pueden, incluso, reconstruir ciertos estados interm edios en la
evolución de m iem bros atestiguados de una determ inada fam ilia lingüística
a p artir de un supuesto antecesor común. P o r ejem plo, la figura 3 o frec e una
representación esquem ática del desarrollo de las lenguas germ ánicas oficial­
m ente reconocidas y habladas hoy y del gótico, que em pezó a declinar a prin­
cipios de la Edad M edia hasta desaparecer (ante el em puje de algún que o tro
dialecto eslavo) unos siglos más adelante. Se advertirá que el inglés, que,
com o vim os en el apartado anterior, estaba ya dialectalm ente diferen ciado en
la época de los más prim itivos testim onios conservados, aparece más direc­
tam ente relacionado con el frisio que con el holandés o el alemán y más con
estos dos que con las lenguas escandinavas. E l frisio fue antes una lengua
mucho más hablada que en la actualidad. Aunque no constituye lengua na­
cional en el m ism o sentido qué las demás lenguas germánicas m odernas
goza de un estatuto oficial en la provin cia de Frisia, al n orte de los Países
B ajos, donde ha sufrido una intensa influencia, al menos en el vocabulario,
del holandés estándar. Tanto el inglés com o todas las demás lenguas m o ­
dernas de la figura se manifiestan \a base de ^diversos dialectos, p o r lo que
muy a menudo la transición entre un dialecto y o tro no es brusca, sino gra­
dual. Com o verem os más adelante, el d i a g r a m a " ' a r b ó r e o de fam ilias
lingüísticas sobre la relación entre las lenguas tiende a sim plificar convencio­
nalm ente los hechos, si es que no los distorsiona com pletam ente al o m itir
p o r com pleto el fenóm eno de la convergencia y la difusión y representar la
relación lingüística com o si fuese el resultado de una divergencia necesaria
y continua.
R etrocedien do más aún para abarcar una gama más am plia de pruebas,
con las inscripciones hititas. del. Asia M en or (descifradas en 19Í5), las tablillas
del griego m icénico (descifradas en 1952) y, para el sánscrito más p rim itivo ,
los him nos védicos —^sobre cuya datación cabe aventurar la m itad del segun­
do m ilenio antes de nuestra era— , podem os reconstruir parcialm ente la fo-
* protogermánico

Figura 3. Las lenguas germánicas. Las protolenguas reconstruidas llevan asterisco;


las ya extinguidas van en cursiva. ( En el esquema se om iten muchos detalles. Así,
por ejemplo, no se distingue entre alto y bajo alemán, y no aparecen los antece­
sores documentados de las lenguas modernas: anglosajón, antiguo alto alemán, etc.)

nología y algunas de las características gram aticales y de vocabu lario del p r o -


t o i n d o e u r o p e o, el h ipotético antecesor del protogerm ánico, protoeslavo,
protocéltico, protoitálico, protoindoiran io, etc., y, en ú ltim o extrem o, de todas
las lenguas indoeuropeas antiguas y m odernas.
Podem os, incluso, localizar el protoindoeu ropeo, con bastante- verosim i­
litud, en el espacio y en el tiem po — en las llanuras del sur de Rusia, el cuarto
m ilenio antes de nuestra era— , y, com binando datos lingüísticos y arqu eoló­
gicos, podem os aún d ecir algo sobre la cultura de sus hablantes. P o r ejem plo,
muchas de las lenguas indoeuropeas más antiguam ente docum entadas tienen
palabras que pueden rem ontarse a form as hipotéticas con el significado de
«ca b a llo », «p e rr o », «v a c a », «o v e ja », etc. L a existencia en el vocabulario recons­
truido del protoindoeu ropeo de estas palabras, ju nto a otras que se refieren
a hilar, tejer, arar y otras ocupaciones agrícolas y ganaderas, indica con cla­
ridad que sus hablantes llevaban una existencia relativam ente sedentaria. Las
palabras que denotan flora y fauna, condiciones clim áticas, etc., perm iten iden­
tificar, dentro de ciertos lím ites, su hábitat geográfico, m ientras que el voca­
bulario común relativo a instituciones sociales y religiosas posibilita la in fe­
rencia de rasgos más abstractos de su cultura. Está bien claro, p o r ejem plo,
que su sociedad era patriarcal y que adoraban un dios celestial y otros
fenóm enos naturales divinizados. A su vez, los datos arqueológicos más re-
cientes sugieren que los hablantes protoindoeuropeos pertenecían a la llam a­
da cultura Kurgan, una cultura de la Edad de Bronce que se extendió hacia
O ccidente desde el sur de Rusia en la prim era m itad del- cuarto m ilenio
antes de nuestra era y hacia el Este en Irán algo más tarde. Esta hipótesis,
qu izá la más plausible de cuantas se han em itido hasta ahora, n o es um ver­
salm ente aceptada, pues son muchos los estudiosos escépticos ante la posibi­
lidad de decir nada concreto, con las evidencias hoy disponibles sobre el há­
b ita t y la cultura de hablantes tan rem otos en el tiem po.
L a razón por la que he m encionado tod o esto reside en que la fam ilia
indoeuropea ocupa un lugar un tanto especial en la lingüística histórica. En
parte se debe a que muchas de las lenguas indoeuropeas, cóm o hemos visto,
presentan testim onios escritos qué se rem ontan a cientos, si no a miles, de
años. Pese a que sin duda muchas de las delaciones entre las fam ilias indoeu­
ropeas pueden establecerse a p a rtir de las lenguas habladas m odernam ente,
los detalles de estas relaciones — sin los cuales el protoindoeu ropeo no se
habría podido reconstruir hasta el grado en que se ha reconstruido— requie­
ren la evidencia de los textos más antiguos.
Ahora bien, afirm ar la posibilidad de agrupar muchas de las lenguas in­
doeuropeas m odernas, p o r no decir todas, en una sola fam ilia, aun cuando
carezcam os de testim onios sobre sus estadios más prim itivos, equivale a pre­
suponer que la idea de agrupar lenguas en fam ilias se nos ha ocu rrid o ya y
que, además, disponemos de un m étodo fiable para com pararlas y dem ostrar
su relación genética. Esto nos lleva a la segunda razón para el lugar p rio ri­
ta rio que ocupa la fam ilia indoeuropea en la lingüística histórica: fu e precisa­
m ente la reconstrucción d el protoindoeu ropeo y de las protolenguas in ter­
m edias de las subfam ilias indoeuropeas (en especial, la germ ánica), lo que
p rop orcion ó la m otivación y, en ú ltim o térm ino, la m etodología de la lingüís­
tica h istórica tal com o la conocem os ahora. Podría sostenerse que no sólo
la lingüística histórica, sino la lingüística entera com o disciplina independien­
te y científica, se origin ó en lo que cabe describir, un tanto rom ánticam ente,
com o la búsqueda del protoin doeu ropeo en el siglo xix.
E l com ienzo de la erudición sobre el indoeuropeo se suele fechar en la
declaración que en 1786 h izo S ir W illia m Jones (1746-94) sobre el sánscrito,
la antigua lengua sagrada y litera ria de la India, y su relación con el griego,
el latín y otras lenguas:
« L a lengua sánscrita, cualquiera que sea su antigüedad, tiene una es­
tructura m aravillosa; más p erfecta que el griego, más copiosa que el latín y
más exquisitam ente refinada que las dos y, sin em bargo, guarda con ambas
una afinidad más fuerte, tanto en las raíces verbales com o en las form as
gram aticales, de lo que posiblem en te podía haber sucedido p o r accidente; tan
fuerte, en efecto, que ningún filó s o fo podría examinar las tres sin creer firm e­
m ente que han brotado de una fuente común que, acaso, yá no existe: por
una razón sim ilar, aunque no tan vigorosa, es de suponer que tam bién el gó­
tic o y el céltico, aunque m ezclados con un idiom a muy diferente, tu vieron el
m ism o origen que el sánscrito, y que el antiguo persa podría añadirse a la
mism a fa m ilia .»
H ay diversos aspectos en esta fam osa cita que m erecen atención, desde
luego. N o obstante, lo que más la m erece es que esta explicación, tan evidente
para Jones a finales del siglo x v m , sobre la curiosa sim ilitud entre las len­
guas clásicas de Europa y el sánscrito — la hipótesis de su relación en una
fam ilia— pudo no haber parecido tan evidente en otra época o incluso a otra
persona con una form ación diferen te y unas concepciones menos liberales.
Las ideas evolucionistas habían estado en v ig o r y se aplicaban a las lenguas
desde m ediados del x v m por parte de estudiosos com o Condillac (1715-80),
Rousseau (1712-78) y H erder (1744-1803), para no m encionar a James Burnett
(1714-99), con el cual S ir W illia m Jones m antenía por entonces corresponden­
cia. H acia finales de siglo, y com o consecuencia de la expansión postrenacen­
tista de Europa, se supo muchísimo más sobre la diversidad de las lenguas
del mundo. Y a no cabía la posibilidad de sostener, con el m ism o graao de
verosim ilitu d que en generaciones anteriores de eruditos form ados al estilo
clásico, que todas las lenguas deben ser sim ilares en estructura. Durante si­
glos, se habían dado p o r sentadas las sem ejanzas entre el griego y el latín,
pero, den tro de lo que se sabía sobre la diversidad lingüística, la sorprendente
sim ilitud del sánscrito con el griego y el latín requería una explicación, y esta
explicación, que pareció tan natural a S ir W illia m Jones y a sus contem porá­
neos tan pron to com o éste la propuso, in ició uno de los m ovim ientos genera­
les del pensam iento europeo de la época.
N o puede silenciarse, a este respecto, la im portancia del nuevo espíritu
rom ántico, especialm ente fuerte en Alem ania, y su conexión con el naciona­
lism o. H erd er había afirm ado que existe una conexión íntim a entre la lengua
y el carácter nacional. Esta idea arraigó profundam ente en Alem ania y con­
tribu yó al desarrollo de un estado de opinión en el cual el estudio de las eta­
pas más prim itivas de la lengua alem ana pasó a fo rm a r parte integral de la
afirm ación y autenticación de la identidad nacional de los pueblos germanos.
A este propósito, interesa subrayar la diferen cia entre lengua y raza. H ay
térm inos, com o ‘ germ ánico' e ‘ in doeuropeo’, que se refieren, en p rim er lugar,
a fam ilias lingüísticas. N o se aplican a lo que un antropologista físico podría
considerar razas genéticam ente distintas, ya que no hay ni nunca ha habido
algo así com o una raza germ ánica o indoeuropea. En tanto que el uso de ta­
les térm inos en lingüística histórica im p lica la existencia de una comunidad
lingüística, que hablaba protogerm ánico o protoindoeu ropeo en algún m o­
m ento y en algún lugar del pasado, es razonable suponer que los m iem bros
de estas comunidades podían considerarse pertenecientes a grupos culturales
y étnicos idénticos. La posesión de una lengua com ún constituye — y, al pare­
cer, siem pre ha sido así— una im portan te m arca de identidad cultural y étni­
ca. Pero no hay más que una conexión parcial y episódica entre raza, genéti­
cam ente definida, y cultura o etnicidad.
V a le la pena subrayarlo por dos razones. En p rim er lugar, porque los tér­
m inos com o ‘germ án ico’ e ‘ in doeuropeo’ — o bien ‘n órdico’ y ‘ a rio ’— han re­
cib id o a menudo una interpretación racial, e incluso racista. Al lingüista y al
an tropólogo com pete co rregir la falsa concepción en que se basa este tipo
particu lar de racismo. Carece de todo fundam ento pensar en la singularidad
racial de los hablantes de lenguas indoeuropeas, y aun menos ju stificar el uso
que se hizo de la supuesta superioridad racial por parte de los apóstoles del
nazismo en la década de 1930 a 1940. Lo mismo hay que decir con respecto a
térm inos com o ‘céltico ’, ‘eslavo’ o ‘ inglés’ y a cualquier o tro que se aplique,
en p rim er lugar, a fam ilias lingüísticas y a lenguas.
La segunda razón en fa vo r del supuesto de que no existe ninguna cone­
xión intrínseca entre raza y lengua — y que refuerza la prim era razón— es que
nos proporciona un m e jo r conocim iento de com o están form adas las fam ilias
lingüísticas y, por tanto, sobre la naturaleza de la lengua. N o sabemos si algu­
na vez ha existido alguna protolengua única, a partir de la cual hayan deriva­
do todas las lenguas humanas, de la misma manera que lo han hecho las len­
guas germánicas con respecto al protogerm ánico y éste, a su vez, con respecto
al protoindoeuropeo. N i siquiera podem os relacionar con certitud las len­
guas indoeuropeas con alguna de las otras grandes fam ilias lingüísticas esta­
blecidas hasta ahora. Cabe m uy bien la posibilidad de que todas las lenguas
se rem onten en un pasado m iiy rem oto — quizá m edio m illón dé años— a una
lengua única ancestral y que resulten así, en el sentido técnico del térm ino,
m iem bros de la misma fam ilia lingüística. Por otro lado, las principales co­
rrespondencias estructurales entre las lenguas del mundo que a prim era vis­
ta vienen a apoyar la hipótesis de la monogénesis se explican con igual facili­
dad a p a rtir de la difusión y la convergencia (cf. 10.5).
La transmisión de la lengua de una generación a la siguiente se debe, en
parte, a la biología y, en parte, a la cultura. Tal vez estamos genéticam ente
program ados, com o seres humanos, para adquirir el lenguaje, pero no para
adqu irir una lengua determinada. De ahí que, en condiciones sociales y cultu­
rales idóneas, no sólo los individuos, sino las comunidades enteras pueden
adqu irir una lengua o dialecto que difiere del que hablaban sus antepasados.
Los grandes fundadores de la lingüística histórica del xix, a quienes debemos
la noción de fam ilia lingüística con que todavía operamos, no concedieron la
debida im portancia teórica a este hecho. Suponían dem asiado a menudo que
la propagación de las lenguas por una región extensa im plicaba grandes mo­
vim ientos de gente. Y se trata, com o mínimo, de una asunción innecesaria.
Más adelante verem os que la difusión y lá convergencia cultural no son m e­
nos im portantes, para explicar el cambio lingüístico, que la m igración de los
pueblos y la divergencia. E l m odelo tradicional del árbol genealógico sobre
las relaciones lingüísticas sólo prevé la divergencia continua de las lenguas a
p a rtir de un antecesor común.
La fam ilia indoeuropea no es más que una de las m últiples fam ilias lin­
güisticas descubiertas y reconocidas hasta el presente. Algunos estudiosos han
propuesto una clasificación de las lenguas del mundo en unas treinta fam i­
lias principales, de las cuales algunas de las más conocidas constituirían sub­
fam ilias. P ero gran parte de esta clasificación y subclasificación genética tan
com prehensiva es controvertible. Por ejem plo, en Á frica se hablan unas m il
lenguas diferentes, lás cuales (a excepción del inglés, el francés, el español, el
afrikaans, etc., que se incorporaron durante la colonización europea) han sido
recientem ente agrupadas 'en cuatro grandes familias. Una de ellas, la c a m i -
t o - s e m í t i c a (o a fro a siá tica ), que com prende todas las lenguas indígenas
habladas al norte del Sahara, contiene la fa m ilia s e m í t i c a , tradicional­
m ente reconocida, cuyos m iem bros más destacados son el árabe, el hebreo y
el am árico. De un m odo análogo, las lenguas b a n t ú e s (que incluyen el
swahili, e l xhosa, el zulú, etc.) sé consideran actualm ente y en general, si bien
no universalm ente, una subfam ilia de la fam ilia n í g e r - c o n g o . Una si­
tuación básicam ente igual aparece con respecto a las lenguas habladas en
otras partes del mundo. Se obtienen constantes progresos en la agrupación
de un núm ero cada vez m ayor de subfam ilias en un núm ero cada vez m enor
de lo que cabe llam ar superfam ilias (o glosofilias). Ahora bien, a menudo son
com o m uy exiguos los datos para establecer agrupaciones m ayores, la clasifi­
cación genética resultante es, en consecuencia, hipotética y com o tal debe tra­
tarse. N o todas las fam ilias lingüísticas reconocidas y rotuladas p o r los lin­
güistas han sido igualm ente bien establecidas.

6.3 E l método comparativo

E l procedim ien to corriente para dem ostrar la relación genética de las lenguas
consiste en recu rrir al llam ado m étodo com parativo, desarrollado y m ejorado,
a p a rtir de su m anifestación prim itiva, en. e l p eríod o clásico de la lingüística
histórica, esto es, entre 1820 y 1880 (cf. 6.1). E ste procedim ien to se basa en
que muchas de las palabras más evidentem en te relacionadas entre las len­
guas pueden ponerse en correspondencia sistem ática tom ando su estructura
fon ológica y m orfológica. H acia 1870, los estudiosos habían conseguido éxitos
tan grandes en la aplicación del m étodo com parativo a los casos más claros
de relación genética, que lo extendieron tem erariam ente sobre lenguas cuya
relación distaba de ser evidente.
E jem p lifica ré el prin cip io de la correspondencia sistem ática, de m om en­
to, a p a rtir de las lenguas románicas, pues tiene la ven taja no sólo de que su
relación está fu era de duda, sino tam bién de que contam os con datos directos
de la protolengu a de que derivan, el latín. N o obstante, com o verem os, no
faltan casos de form as protorrom án icas que, aun perteneciendo a los m ism os
rom ances y pudiéndose recon stru ir p o r el m étodo com parativo, difieren de
las form as latinas atestiguadas.
La tabla 4 allega diversos conjuntos de palabras evidentem ente relacio ­
nadas (en sus form as de cita ortográficas) d el latín y tres lenguas románicas,
a saber el francés, el italiano y el español. L a tabla podría am pliarse h orizon ­
talm ente con las correspondencias de otras lenguas y dialectos rom ánicos (ru­
mano, portugués, catalán, sardo, ladino, etc.), y verticalm en te añadiendo más
grupos de palabras en correspondencia. Pese a su lim itación, sirve para ilus­
trar el p rin cip io de la correspondencia sistem ática.
latín (l.) francés (f r . ) italiano (it.) español (esp.)

(1) causa chose cosa cosa


caput chef capo cabo
caballus cheval cavallo caballo
cantare chanter cantare cantar
canis chien cañe
capra chévre capra cabra

(2) planta plante planta llanta


cía vis clef chiave llave
pluvia pluie pioggia lluvia

(3) octo huit otto ocho


nox/noctis nuit notte noche
factum fait fatto hecho
lacte lait latte leche

(4) filia filie figlia hija


formosus hermoso

Tabla 4. Algunas correspondencias sistemáticas de form a entre el latín y tres len­


guas románicas.

Ante tod o debe observarse que las palabras de cada línea se relacionan
no sólo en su form a, en la que radica el principio de la correspondencia siste­
m ática, sino tam bién en el significado. Evidentem ente, las palabras pueden
ca m b iar de significado en el curso del tiempo. P o r ejem plo, la palabra norm al
del latín clásico para «c a b a llo » no era ‘caballus’, que tenía el significado más
esp ecífico de «ca b a llo de ca rg a » y se utilizaba también, peyorativam ente, para
sig n ifica r «r o c ín » o «ja m e lg o », sino ‘ equus’. Sin em bargo, ‘caballus’ y ‘equus’
guardan una evidente relación de significado, y es plausible suponer que ‘ca-
b a llu s’ perdería su significado específico y los m atices peyorativos en el latín
ta rd ío (es decir en el p roto rro m a n ce) y se convertiría en la palabra general
y estilísticam ente neutra que ocupó el lugar de ‘ equus’. Y a la inversa, los
descendientes de la palabra latina ‘caput’, «ca b eza », de la tábla han adquirido
una serie de sentidos más estrechos o m etafóricqs: v. gr., fr. ‘c h e f’ significa
« j e f e » , lo m ism o que el it. ‘ca p o ’ ; algo así ha ocu rrido tam bién con el español
‘ ca b o ’, etc. Ahora bien, tam bién aquí hay una conexión intu itivam ente obvia
en tre el significado del latín ‘capu t’ y los significados de sus descendientes.
Ninguna de las palabras de la tabla presenta inconvenientes en cuanto
a su relación sem ántica, aun cuando quepa algún desacuerdo en determ inados
casos sobre la naturaleza de esta relación. A menudo, sin em bargo, no queda
c la ro — especialm ente en lenguas con menos datos disponibles que las ro­
m ánicas— si dos palabras tienen relación sem ántica o no. P o r esta razón pre­
cisamente, el m étodo com parativo concede prioridad a la relación de form as.
Es preciso notar asimismo que las palabras no sólo pueden cam biar de sig­
nificado con el tiem po, sino tam bién caer en desuso y, por diversas razones,
ser sustituidas. Esto explica los huecos de la tabla 4. Así, el español moderno',
ha sustituido la palabra derivada del latín ‘canis’ p or ‘p erro ’, y ni el italiano
ni el francés conservan en su vocabulario descendientes del latín ‘ form osus’ .
Volvam os a las correspondencias form ales de la tabla. Las palabras apa­
recen en su form a de cita escrita. Conviene recordar, por tanto, que nos in­
teresam os en principio, no p o r las letras, sino p or los sonidos. En latín, es­
pañol e italiano hay una discrepancia relativam ente m enor entre la ortografía
y la pronunciación. H ay que tener en cuenta que en el español m oderno no
hay ningún fonem a que se corresponda con la letra < h > ; que en español
e italiano la letra < c > se pronuncia de un m odo distinto en posiciones d ife­
rentes; que < c h > se pronuncia [ k ] en italiano, pero [tJp en español, y así
sucesivamente. Pero se trata de discrepancias pequeñas y podem os proceder,
sin fo rza r dem asiado los hechos, con el supuesto de que hay una correspon­
dencia biunívoca entre las letras (o, en ciertos casos, entre grupos de letras:
sp. < l l > , < c h > ; it. < c h > , < g g i > ) y los fonem as. El francés presenta una si­
tuación m uy diferente. P o r ejem plo, no hay m odo de saber, a p a rtir de sus
convenciones ortográficas, que c le f se pronuncia [k le ], p ero ch ef se pronun­
cia [jjE f]; o que hu.it suele pronunciarse con una [ t ] final, m ientras n u it y
lait, no (excepto en ciertas expresiones fija s), y que hay pronunciaciones di­
versas para fait. N o obstante, en tanto que la norm a ortográfica del francés
se basa en la pronunciación de siglos atrás (lo m ism o que el sistem a ortográ­
fico del inglés),, podem os tom ar sus form as escritas, para nuestros propósitos
inm ediatos, tal com o aparecen directam ente. N o ha de inquietarnos que la
fo rm a de cita latina de un lexem a ¡no sea la base de las form as diacrónica-
m ente relacionadas del francés, italiano y español, ya que casi siem pre es la
fo rm a de acusativo del n om bre y adjetivo, y no de nom inativo, la que pro­
porciona el origen de las form as tem áticas románicas — canem, caballum , et­
cétera (donde [m ] fin al se perdió en latín tardío ó p rotorrom an ce)— .
Com parando las palabras de la tabla 4 se observará que hay correspon­
dencias regulares entre form as em parentadas (es decir, entre las form as de
lexem as em parentados). Estas correspondencias, a llí en negrita, las represen­
tam os ahora mediante sonidos, tom ando la o rtogra fía en su sentido literal,
a base de

(1) 1. [ k ] == fr. m == it. [ k ] = esp. [ k ]


(2) 1. [p l], [k l] = fr. [ p l ] , [k l ] = it. [ p i L

(3) 1. [ k t ] := fr. [ i t ] = it. [ t t ] == esp. [ t j ]

(4) 1. [ f ] = fr. [ f ] = it. [ f ] = esp. [h ]

Tan to el francés < i t > com o el español < h > aparecen aquí con el va lo r foné­
tico correspondiente a períodos históricos anteriores: a esto m e refería al
d ecir que tom aba la ortog ra fía en su sentido literal. H ubiéram os podido pro­
ceder igualmente con transcripciones fonéticas (o con representaciones fono-
lógicas) de las form as habladas modernas. Desde luego, aun así podían esta­
blecerse las correspondencias sistemáticas, pero resultarían menos inm edia­
tamente evidentes. Se advertirá que, además de la serie de (1) a (4), cabe ex­
traer aún otras correspondencias más:

(5) 1. [ b ] = fr. [ v ] = it. [ v ] = esp. [ b ]

(6) 1. [a ] = fr. [ e] =; it. [ a ] = esp. [a ]

y así sucesivamente. ¿Cómo explicar, entonces, todas estas correspondencias


sistemáticas?
La respuesta que dieron los forjadores del m étodo com parativo en el si­
glo x ix consistía en afirm ar que los cambios fónicos que tienen lugar en una
lengua a lo largo de su historia son r e g u l a r e s . E l principio de la regula­
ridad del cam bio fónico no fue subrayado, sin embargo, hasta m ediados de
1870 a 1980, cuando los neogram áticos proclam aron, en su form a más rotunda
e im penitente: «L o s cambios fónicos que podem os observar en la h istoria lin­
güística documentada proceden de acuerdo con leyes fijas que lio sufren nin­
gún trastorno com o no sea de acuerdo con otras leyes.» A prim era vista, la
tesis de que las l e y e s f o n é t i c a s (co m o dieron en llam arse entonces)
operaban sin excepción era falsa sin la m enor duda. H abía num erosos casos
de palabras evidentem ente relacionadas que no presentaban las correspon­
dencias esperadas. Tom em os un célebre ejem plo — que no fue más que una
excepción aparente, pues el problem a que planteaba fue brillan tem ente re­
suelto p or el danés K a rl V ern er en 1875— .
En 1822, Jacob Grim m (uno de los dos hermanos más conocidos p o r sus
estudios sobre el fo lk lo re germ ánico) señaló una correspondencia sistem ática
entre las consonantes de las lenguas germánicas, por un lado, y de las demás
lenguas indoeuropeas, p o r otro. N o fue él el prim ero en percatarse de esta
correspondencia: el m érito de la prim era observación debe concederse al es­
tudioso danés Rasmus Rask. Pero la obra de Grim m, al estar escrita en ale­
mán, fue mucho más accesible a los científicos extranjeros, p o r lo que las
leyes fonéticas postuladas para aquellas correspondencias suelen conocerse
com o la l e y d e G r i m m . Esta ley, reform ada a base de la fon ética a rti­
culatoria m oderna (y sim plificada en determinados aspectos), precisa que:

(a ) Las aspiradas sonoras protoindoeuropeias (pi-e.) [* b h, *d h, *g h] se


¡vuelven oclusivas sonoras [*b , *d, * g ] — o también fricativas sonoras
[*(3, *5, * Y] — en protogerm ánico (pgm .);

(b ) Las oclusivas sonoras pi-e. [*b , *d, * g ] se vuelven oclusivas sordas


[*p , *t, * k ] en pgm.;

(c ) Las oclusivas sordas pi-e. [*p , *t, * k ] se vuelven fricativas sordas


[* f , *0, *h ] en pgm.
Los asteriscos, según la convención establecida desde hace mucho en lingüís­
tica histórica, indican que los sonidos en cuestión son reconstruidos y no d i­
rectam ente docum entados. Inm ediatam ente nos ocuparem os de la noción de
reconstrucción. Tan to el protoindoeu ropeo com o el protogerm ánico son, des­
de luego, constructos hipotéticos (c f. 6.2).
Bien, pues, la ley de Grim m , así form ulada, cubre un gran núm ero de
correspondencias. P o r ejem plo, da cuenta de que el inglés (i.) tiene [ f ] donde
el latín (1.), el griego (g r.), el sánscrito (sn.), etc., tienen [ p ] : cf. i. fa ther,
1. pater, gr. patér, sn. pitar--, i. fo o t, I. pes/pedis, gr. pous/podós, sn. pát/padas.
Tam bién establece la correspondencia de las consonantes iniciales y m ediales
del gó tico taíhun, 1. decem , gr. déka, sn. dasa — el i. ten ha perdido la con­
sonante m edial, p ero c f . el m oderno alem án zehn, o el antiguó alto alemán
zehan y el antiguo sajón tehan (la [ t s] inicial del alemán, representado p o r
la letra < z > en la o rtografía, resulta de la llam ada mutación fonética del alto
alem án que probablem ente tuvo lugar hacia el siglo v i después de nuestra
era )— . E l sonido [ [ ] del sn. dasa, aquí representado p o r < ¿ > , proviene de una
palatalización del pi-e. [ * k ], que en época m uy p rim itiva afectó a muchas
subfam ilias orientales, entre ellas el indo-iranio, las lenguas bálticas y esla­
vas, así com o el arm enio y el albanés: h ay ciertas dificultades para recons­
tru ir en pi-e. lo que, sim plificando, he considerado oclusivas velares [ * g h, *g,
* k ], pero no se refieren a la form ulación general ni a la validez de la ley dé
Grim m . A l m argen de la evolución subsiguiente en determ inadas lenguas,
o en protolenguas interm edias, la ley de Grim m , tal com o se resume en el
p á rra fo anterior, queda avalada por un núm ero m uy grande de correspon­
dencias sistemáticas.
P ero tam bién aparecían numerosas excepciones. S obre algunas de ellas,
el p rop io G rim m había com entado: «L a m utación fonética se cum ple en la
m ayoría de casos, p ero nunca se realiza totalm ente en cada uno de ellos; al­
gunas palabras perm anecen en la form a que tenían en el períod o anterior; la
corrien te de innovación las ha pasado p o r a lto.» P o r ejem plo, [ p ] del i. sp ii,
«escu p ir», spew, «v o m ita r », corresponde a [ p ] en Otras lenguas, en aparente
violación de la ley de G rifnm : 1. spuo, etc. De un m odo análogo ocurre para
el gm. [ t ] = l. [ t ] , gr. [ t ] , sn. [ t ] : cf. i. stand: 1. sto/stare, etc. Aquí, efe cti­
vam ente, com o d ijo G rim m , la corrien te de innovación ha dejado inalteradas
las consonantes germ ánicas. H ay que advertir, no obstante, que las oclusivas
sordas [*p , *t, * k ], aparecen allí en segundo lugar dentro de grupos biconso-
nánticos. Se im pone, p o r tanto, m odificar la form ulación anterior de la ley
de G rim m de m o d o que ño se aplique a las d e r i v a c i o n e s germ ánicas
(esto es los descendientes) del pi-e. [*p , *t, * k ] en este contexto fon ético (o
fo n o ló gico ). En efecto, decim os — para in trod u cir una term inología más m o­
derna— que la ley de G rim m establece un cam bio de sonidos f o n é t i c a ­
m e n t e c o n d i c i o n a d o . Form ándola así, la conservación de oclusiva sor­
da en palabras com o i. spit/spew, stand, eight, etc., puede considerarse re­
gular.
Más interesante resulta otra clase de excepciones aparentes. Si tom am os
las palabras que significan «p a d re » y «h erm a n o » en varias lenguas germ áni­
cas distintas del inglés, com prob am os que difieren con respecto a la conso­
n an te m edial: gó tico fa dar : brodar, g. V a te r : B ru d er, etc. Tam bién el antiguo
in g lés presenta la m ism a d iferen cia : ant. i. faeder/: bro\por. E l hecho de que
e l alem án, lo m ism o que su antecesor, el antiguo alto alem án ( fa te r : b ru o d a r),
ten ga oclusiva sorda en la palabra qu e significa «p a d r e » y oclusiva sonora en
la palabra para «h e rm a n o » pu ede explicarse, una vez más, p o r la m utación
fo n é tic a del alto alem án. C oncedam os que si a p a rtir de los datos disponi­
b les reconstru im os com o origen protogerm án ico de las palabras en cuestión,
*fa d e r- y *brbQ ar, lo que representa < d > es una oclusiva [ d ] o una frica tiva
[S ], p ero en tod o caso sonora y, p o r tanto, diferen te de la frica tiv a sorda [0 ]
de la palabra para «h erm a n o ». C om o las correspondientes palabras de las
lengu as indoeuropeas no germ ánicas no presentan tal diferen cia (1. p a te r :
fr a te r , sn. p ita r -: bhratar- e tc .) y, según la ley de G rim m , el pi-e. [ * t ] debía
d a r pgm . [ * 0 ], la palabra para «p a d r e » resulta irregu la r en cuanto a la con­
sonan te m edial, si bien no en la inicial.
E ste problem a fu e resu elto p o r V ern er, al dem ostrar que, si las palabras
pi-e. para «p a d r e » y «h e rm a n o » eran distintas^ p o r el lugar del acento de pa­
la b ra , com o sucede en sánscrito (p ita r- : bhrá ta r-), la aparente excepción del
p g m . *fa d e r podía explicarse satisfactoriam en te p o r la actualm ente llam ada
l e y d e V e r n e r , según la cual las fricativas sordas intervocálicas, p. ej.
[ 0 ] , se vu elven sonoras a m enos que vayan inm ediatam ente precedidas p o r
e l acen to de palabra. T o d o e llo co m p o rta una secuencia de etapas com o
sigue:

(i) pi-e. * p 3 té r- : bhrater-

(ii) *faQér- : *brÓOar-

(iii) *fa b é r- : *b ro 8 a r-

(iv ) pgm . *fád er- : *brÓ6ar-

T ra d icio n a lm en te se considera que la ley de G rim m establece la transición


d e ( i ) a (ii), m ientras que la de V e rn e r vale para la de (ii) a (iii). Se considera
a sim ism o que am bas leyes han actuado antes del p eríod o que identificam os
c o m o p rotogerm á n ico, el cual se caracteriza p o r lleva r el acento de palabra
a la sílaba inicial. Los cam bios fon éticos previstos conju ntam ente p o r las
le y e s de G rim m y V ern er pueden explicarse en la^actualidad de un m o d o algo
d istin to , p ero no tien e im p ortan cia en el presente contexto. L o im portan te
es qu e V ern er d em ostró que una clase entera de presuntas excepciones a la
le y de G rim m quedaban asim iladas con una generalización suplem entaria,
e s to es con otra ley fonética.
E n el m ism o p erío d o en que se em itió la ley de V ern er aparecieron otras
de las llam adas leyes fonéticas. Consideradas en conjunto, dieron a los estu­
d io so s una idea más cabal sobre la cron ología relativa de la evolu ción de las
d istin tas ram as de la fa m ilia indoeuropea. Más aún, consigu ieron que el fa ­
m oso p rin cip io neogram ático de la regu laridad absoluta del cam bio lingüístico
pareciese m ucho más verosím il de lo que se habían figurado los filólogos his-
toricistas de la generación anterior. Este priticip io suscitó grandes polémicas,
en cuanto se enunció alrededor de 1875. Sin em bargo, pronto fue aceptado,
p o r la m ayoría de los que estaban en la corrien te científica principal, com o
la auténtica base no sólo del m étodo com parativo, sino de toda la lingüística
histórica. Luego tendrem os ocasión de exam inar más críticam ente el princi­
p io de la regu laridad del cam bio fon ético y el uso que hicieron los neogramá­
ticos del térm ino ‘ley ’, a este propósito. Ahora bien, nada de lo que se diga
sobre e llo debe tom arse en detrim en to de su im portancia m etodológica. Forzó
a quienes lo suscribieron a establecer una distinción entre cam bio fonético
cond icion ado y no condicionado y a fo rm u la r con la máxima precisión las
condiciones en que debía tener lugar un cam bio fonético condicionado. Y dejó
sobre ellos la responsabilidad de explicar las form as que no habían evolucio­
nado de acuerdo con las leyes fonéticas cuyas condiciones parecían satisfacer.
A este respecto, los neogram áticos y sus partidarios apelaron a dos factores
explicativos: la analogía y el préstam o (cf. 6.4).
De m om ento nos ocuparem os de la técnica de reconstrucción histórica
p o r el m éto d o com parativo. Conviene a d vertir al lector sobre las llamadas
f o r m a s c o n a s t e r i s c o (es decir las form as hipotéticas prefijadas con
asterisco: v. gr., pi-e. *patér- o bien pgm . *fa d e r-) que aparecen convencio­
nalm ente en la reconstrucción. N o deben confundirse con las form as reales
del protoin doeu ropeo o de cualquier otra protolengua. Y ello por varias
razones.
En p rim er lugar, el m étodo com parativo tiende a exagerar el grado de
regu laridad de un sistem a lingüístico reconstruido. Así se desprende p o r las
diferen cias en tre ciertas form as latinas documentadas y los protorrom ances
de las que supuestamente derivan las form as correspondientes en francés,
italiano, español, etc. La palabra latina docum entada para «ca b eza » era caput
en su fo rm a de cita, y capit- en su fo rm a tem ática. Ninguna lengua rom ánica
conserva la m enor evidencia del tem a final [ t ] . Sugieren, en cam bio, que la
fo rm a protorrom a n ce fue * c a p u (m ): véase la tabla 4 de más arriba. Bien,
pues, es m uy probable que el nom bre irregu lar ‘ caput’ quedase regularizado
en el latín tardío. P ero no disponem os de pruebas directas. Acaso se regula­
riza ría de m odo independiente, aunque en fecha relativam ente antigua, en
las distintas ram as de la fam ilia rom ánica. L o im portante es que las irregu­
laridades tienden a desaparecer con el tiem p o y que, en térm inos generales,
el m éto d o com parativo no es capaz de reconstruirlas.
En segundo lugar, el m étodo com parativo parte del supuesto de que cada
m iem b ro de una fa m ilia de lenguas em parentadas se encuentra en línea di­
recta tras la protolengua respectiva y que a lo largo del tiem po no ha man­
tenido ningún contacto con otras lenguas y dialectos análogos. Como mínimo,
se trata de un supuesto irreal. Todas las lenguas se hallan, en m ayor o m enor
grado, diferen ciadas dialectalm ente. N o hay razón para creer que el protoin ­
doeu ropeo, el protogerm ánico, el protoeslavo y las demás protolenguas pos­
tuladas com o o rigen de fam ilias y subfam ilias de lenguas documentadas es­
tuviesen indiferenciadas desde el punto de vista dialectal. Siem pre que pueda,
el m étodo com parativo reconstruirá una sola p roto form a para todas las
form as documentadas. De ahí que el sistema lingüístico reconstruido proba­
blem ente será, no sólo más regular desde el punto de vista m orfológico, sino
también dialectalm ente más uniform e que ningún sistema lingüístico real.
Además, no hay m odo de saber si todos los sonidos de una form a hipotética
aparecieron en realidad al m ism o tiem po y en un m ism o dialecto de la p ro ­
tolengua.
Por éstas y otras razones, las protolenguas reconstruidas han de consi­
derarse constructos hipotéticos cuya relación con las lenguas realm ente ha­
bladas del pasado es más bien indirecta. N o podem os penetrar más en los
entresijos m etodológicos del tema ni en los diversos criterios que deban
sopesarse en el proceso de reconstrucción. Para nuestro propósito, basta con
haber señalado que toda reconstrucción histórica tiende a idealizar y a sim­
plificar los hechos. En cuanto a las form as hipotéticas con asterisco, hay
partes de la reconstrucción con más fundam ento que otras; además, ninguna
parte puede aportar más fundam ento que la propia evidencia que contiene,
y esta evidencia es enorm em ente variable.
Para concluir, hemos de m encionar tam bién que, aun cuando aquí nos
hemos concentrado en la reconstrucción léxica, cabe la posibilidad, en casos
favorables, de reconstruir rasgos de la estructura gram atical de las proto­
lenguas. Fueron precisam ente las correspondencias m orfológicas entre lenguas
em parentadas lo que im presionó tanto a la prim era generación de filólogos
historicistas, pues suponían que rasgos gram aticales com o las desinencias
flexivas no podían pasar dé una a otra lengua p o r sim ple préstam o (cf. 6.4).

6.4 Analogía y préstamo

El concepto de a n a l o g í a se rem onta a la antigüedad. Procede de la pa­


labra griega ‘ analogía’, que significa «regu la rid a d » y, más en concreto, entre
m atem áticos y gram áticos, «regu laridad p roporcion al». P o r ejem plo, la regu­
laridad proporcion al que hay entre 6 y 3, p or un lado, y entre 4 y 2, p o r otro,
es una analogía en este sentido del térm ino, pues se trata de una relación
de cuatro cantidades (6, 3, 4, 2) tales que la prim era dividida p or la segunda
es igual a la tercera dividida p or la cuarta (6 : 3 = 4 : 2). E l razonam iento
analógico fue profusam ente utilizado por Platón y A ristóteles, y sus seguido­
res, no sólo en m atem áticas, sino también en el desarrollo de otras ramas
científicas y filosóficas, entre ellas ía gramática. A menos que se reconozca
así, es im posible com pren der un principio tan básico de la gram ática tradi­
cional com o el d e l . p a r a d i g m a . Dado, p o r ejem plo, el paradigm a ju m p ,
jum ps, ju m p in g y ju m p ed (es decir las form as que com ponen la conjugación
del verbo del inglés ‘ju m p ’, «sa lta r», tom ado aquí com o m odelo: el térm ino
‘ paradigm a’ procede precisam ente de la palabra griega que significaba «m o ­
d elo » o «e je m p lo »), podem os construir ecuaciones proporcionales com o la
siguiente: ju m p : ju m p s — help : x; ju m p : ju m p ed = help : y; etc. [a par­
tir de form as análogas del verb o ‘help', «ayu d a r», del in glés]. N o hay, pues,
dificultad en resolver estas ecuaciones asignando a las incógnitas ( x , y, etc.)
sus valores apropiados ( helps, helped, etc.).
E sto es, en consecuencia, lo que se entiende p o r ‘ analogía’ en la gramá­
tica tradicional y, más en particular, en la controversia entre analogistas y
anom alistas, suscitada en el siglo I I antes de nuestra era y prolongada, de
uno u o tro m odo, hasta los tiem pos m odernos ejercien do siem pre tina pro­
funda influencia sobre el desarrollo de la teoría lingüística. En térm inos
aproxim ados, podem os decir que los analogistas defendían la idea de que la
relación entre la form a y el significado está gobernada p o r el prin cip io de
la regu laridad proporcional, m ientras los anom alistás sostenían la opinión
opuesta. N o es necesario en trar en los porm enores de esta polém ica, a veces
confusa y desorientadora. Sí conviene com prender, en cam bio, que form a
p a rte del fundam ento sobre el que los neogram áticos proyectaron su propia
n oción de analogía y la función que ésta desem peña en la evolución histórica
de las lenguas.
T om em os un ejem plo. E l inglés, lo m ism o que el alemán, establece una
distinción entre lo que p o r conveniencia se denominan verbos débiles y ver­
bos fuertes. Los prim eros, que constituyen m ayoría, form an el tiem po pasado
añadiendo un sufijo a la raíz de presente (cf. i. jum p-s, «sa lta », jum p-ed, «sa l­
ta b a »; al. lieb-t, «a m a », lieb-te, «a m a b a »); los últim os, a su vez, presentan
una diferen cia de uno u o tro tipo en las vocales de las correspondientes raí­
ces de presente y pasado y, p o r lo general, om iten el sufijo de pasado-, carac­
terístico de los verbos débiles (c f. i. ride-s, «ca b a lga », rodé, «cab a lga b a »;
sing-s, «ca n ta », sang, «can ta b a »; al. reit-et, «ca b a lga », ritt, «cab a lga b a »; sing-t,
«c a n ta », sang, «ca n ta b a »): Los verbos fu ertes se dividen en diversas subcla­
ses según la naturaleza de la alternancia vocálica que distingue las form as
respectivas de presente y pasado. N orm a lm en te se consideran irregulares.
Y són, efectivam ente, menos regulares que los débiles, los cuales han aumen­
tado durante siglos y se am oldan a lo que desde hace mucho se ha con vertido
en regla sincrónicam ente productiva. L a prueba de la produ ctividad sincró­
nica de la regla en cuestión provien e en parte de la adquisición lingüística
de los niños y en parte de la capacidad del hablante adulto para constru ir
la fo rm a de pasado para verbos nuevos que encuentra por p rim era vez en
fo rm a de presente (o de pa rticip io de presente; v. gr., ju m p in g ). En cuanto
a la adquisición de la lengua, la evidencia de que el niño dom ina la regla para
la form ación de las form as de pasado p o r sufijación viene corroborada p o r la
produ cción no sólo de un gran núm ero de form as correctas (p. ej., jum p ed ,
«sa lta b a », walked, «cam in ab a», loved, «a m a b a »), sino tam bién de form as in­
correctas ocasionales com o rided [en lugar de rodé, «c a b a lg a b a »] o goed [en
lu gar de went, «ib a », pasado de go, « i r » ] . En rigor, p o r muy paradójico que
parezca a prim era vista, la produ cción de estas form as incorrectas, p or ana­
logía con algún m iem bro típico de la clase regular de verbos débiles ( ju m p :
ju m p e d — rid e : x; luego, x = rid e d ), constituye una prueba más convincen­
te de que el niño aplica una regla que la m era producción de una cantidad
cu alqu iera de form as correctas de pasado que, en principio, podría haber
m em o riza d o y record a d o com o datos no analizados (cf. 8.4).
E n la h istoria d el inglés hay casos de verbos débiles convertidos en fu er­
tes p o r la presión de la analogía. P o r ejem plo, en algunos dialectos am eri­
canos la fo rm a de pasado para ‘ d iv e ’, «za m b u llirse», es dove en vez de dived,
y, con trariam en te a lo que cabría suponer, dove es la fo rm a innovada. En la
vasta m ayoría de casos, n o obstante, la analogía ha actuado en sentido in­
verso , aum entando el núm ero de verbos débiles a expensas de los fuertes: |
p. ej., el inglés m edio h o lp (cf. g ot, «o b tu v o », [pasado de g e í] fu e sustituido!
p o r el inglés m odern o helped, «a y u d ó ». Adviértase que d iv e d —y dove no es
en m en o r m edida resu ltado de la presión analógica que h o lp —*■ helped. L a
len gu a o fre c e dos pautas de fo rm ación y cualquiera de ellas sirve de para­
d ig m a para la am pliación analógica.
V a le la pena observar, en este punto, que el hecho de que ciertos verbos
evid en tem en te relacion ados del inglés y el alem án presenten el m ism o fen ó­
m en o de alternancia vocá lica constitu ye una baza particu larm ente notable
en fa v o r de la h ipótesis de que estas dos lenguas están, en realidad, genéti­
cam en te em parentadas: cf. i. begin-s, began, begun : al. beginn-t, begann,
b egon n-en «e m p e za r»; i. bring-s, b ro u g h t : al. b rin g t- brach-te, gebrach-t,
« t r a e r » ; i. find-s, fo u n d : al. find -et, fand, ge-fund-en, «en c o n tra r»; i. give-s,
gave, giv-en : al. gib-t, gab, ge-geb-en, «d a r ». (H e añadido la fo rm a de p a rti­
c ip io pasado, en alem án e inglés, cuando difiere de la fo rm a correspondiente
d e pasado, com o casi siem pre sucede en alemán.) L a analogía ha actuado in­
d ep en d ien tem en te en inglés y en alem án durante siglos para red u cir la inci­
d en cia de la alternancia vocálica, de m odo que, p o r ejem plo, m ientras ‘h elp ’
es d éb il en inglés m oderno, el verb o equ ivalente del alemán, ‘h ilfe n ’, es fu erte
(h ilf-t, half, ge-holf-ert). Los cam bios fon éticos que han tenido lugar indepen­
d ien tem en te en las distintas lenguas germ ánicas han produ cido tam bién su
e fe c to , aum entando el núm ero de alternancias vocálicas y haciendo m enos
sistem á tica la correspond en cia en tre las form as de ciertos verbos que en pe­
río d o s anteriores. Quedan, sin em bargo, docenas de verbos qu e presentan
to d a v ía una alternancia vocálica sim ilar. L o m ism o ocu rre en holandés, el
cual, co m o vim os an teriorm en te (c f. 6.2), se halla más cerca del alem án que
d el inglés: begin-t, begon, begonn-en, «e m p e za r»; breng-t, brach-t, ge-brach-t,
« t r a e r » ; vind-t, vond, ge-vond-en, «e n c o n tra r», etc. Incluso las lenguas ger­
m ánicas septentrion ales tienen verb os fuertes cuyas form as de pasado y de
p a rtic ip io pasado pueden ponerse en conexión ccin las de presente m ediante
altern an cias vocálicas más o m enos regulares: cf. sueco sk river, skrev, s k riv it
«e s c r ib ir » ; kryper, k rop , k ru p it «a rra stra rse». En realidad, esta suerte
de altern ancia vocálica se rem onta, en ú ltim o térm ino, al p eríod o protoin-
d o eu ro p eo : cf. griego p eíth -o, pé-poith-a, é-pith-on,¡ «p ersu a d ir»; leíp-o, lé-
loip -a , é-lip-on «ir s e », etc. C om o se indicaba al final del apartado anterior,
este tip o de correspon d en cia — que S ir W illia m Jones calificó de «afin idad
m ás fu erte, tanto en las raíces verbales com o en las form as gram aticales,
de lo que posiblem en te podía h ab er sucedido p o r a ccid en te» (c f. 6.2)— fue
lo que tanto im presionó a los fundadores de la filosofía comparativa. Pero
volvam os a la analogía para puntualizar un par de cuestiones más.
Ante todo, una que recibió particular atención entre los neogramáticos:
que la analogía a m enudo im p ide (o llega, incluso, a in vertir) cambios fó n i­
cos que de o tro m odo serían regulares. P o r ejem plo, tras la actuación de la
ley de V ern er (c f. 6.3), pero antes de la aparición de los prim eros textos, [s ]
in tervocálica se v o lv ió [ r ] en germ ánico. E ste cam bio fónico explica la letra
< r > — todavía pronunciada com o [ r ] en algunos dialectos— en el plural del
tiem p o pasado del verb o ‘ to b e ’, «s e r», en inglés, en contraste con lo que
m uestra la antigua [s ] de la ortog ra fía para el singular: w ere : w as. E l h o­
landés presenta el m ism o contraste (p e ro sin alteración vocálica): ik was,
« y o era », : w ij w aren, «n osotros éram os». E l alemán, a su vez, ha rem odelado
la ra íz del singular p o r analogía con la del plural: ich w ar : w ir waren. En
este caso, la [ s ] final históricam ente regular del singular ha quedado susti­
tuida p o r esta [ r ] históricam ente irregu lar. Curiosamente, también la [s ]
in tervocálica del latín arcaico se con virtió en [ r ] , de donde se explica el
contraste del latín clásico entre la form a de nom inativo singular, honos,
«h o n o r», y las dem ás form as del m ism o n om bre: honorem , honoris, etc. (a
p a rtir de *h onosem , *honosis, etc.). Luego, en el latín tardío, honos cedió
ante h on or, p o r lo que h on or- quedó generalizado com o raíz de todas las
form as flexivas. Tam b ién m erece la pena añadir que la analogía es la cau­
sante de que el verb o ‘ to b e’ sea el único verb o del inglés m oderno estándar
con una d iferen cia entre la raíz de singular y la de plural para el tiem po pa­
sado. En el inglés m edio, muchos de los verbos fuertes presentaban una di­
feren cia sim ilar. Tam bién aquí la analogía ha generalizado una u otra raíz
(o, en algunos casos, la form a de pa rticip io pasado), lo que explica la fluc­
tuación tan considerable que hay entre los dialectos del inglés y aun en el
uso espontáneo de sus hablantes.
La segunda cuestión sobre la analogía es que constituye un fa ctor más
poderoso en la evolu ción lingüística de lo que llegaron a pensar los neogra­
m áticos. E n rigor, éstos sólo se inclinaban a in vocar la influencia de la ana­
logía para solven tar las excepciones m anifiestas a alguna de sus leyes foné­
ticas postuladas. Adem ás, algunos llegaron a sentar incluso una distinción
entre el cam b io fó n ico com o proceso fisiológicam en te explicable y la analo­
gía com o resu ltado de la in terven ción esporádica e im predictible de la mente
humana. Para quienes sostenían este punto de vista, las leyes fonéticas eran
com parables a las llam adas leyes naturales. En la actualidad, se ha com pren­
dido más claram ente, en p rim er lugar, que no cabe una distinción tan tajante,
en cuanto a la lengua, entre lo físico y lo psicológico, y en segundo lugar,
que la analogía — en el supuesto de que se in terprete según el espíritu, y no
según la letra, de la tradición — , actúa en el plano tanto fonológico com o
gram atical de la estructura lingüística. Lo que tradicionalm ente se describía
com o una regu laridad proporcion al puede inscribirse en el principio más
general de la regu larización a p a rtir de m odelos previos de correspondencia
e n tre fo rm a y significado. E n realidad, no sería descabellado identificar la no­
ción de estructura en Saussure y la n oción generativista de la creatividad re-
guiada con una versión debidam ente m odernizada del concepto tradicional
de analogía. P ero esto es un asunto peliagudo y con trovertido (cf. 7.4).
Otro fenóm eno al que recurrieron los néogram áticos para explicar algu­
nas de las excepciones manifiestas a las leyes fonéticas era el de p r é s t a m o .
Por ejem plo, además de la palabra ‘ch ef’, « je fe » , que hemos consignado más
arriba com o descendiente francés del latín ‘caput’, cuya form a de cita pro-
torromance podía m uy bien haber sido * c a p u (m ) (véase la tabla 4), también
se encuentra en francés m oderno la palabra ‘cap’ (c f. ‘de pied en cap', «d e
pies a cabeza»). La form a cap viola claram ente las tres leyes fonéticas (apar­
te de la pérdida de la vocal fin al) que derivan ch ef a p a rtir de *capu. E llo se
debe a que ‘cap- fue tom ada en préstam o (en época bastante p rim itiva ) del
provenzal, al que no se aplicaban las leyes fonéticas en cuestión. Análoga­
mente, muchas de las pálabras del inglés que em piezan p o r sk- en su form a
escrita (cf. sky, «c ie lo », skill, «habilidad», skirt, «fa ld a », etc.) y que cons­
tituyen excepciones a la ley fonética que cambia [s k ] en [ J ] ante vocales
palatales en inglés (c f. shirt, «cam isa», ship, «b a rc o », shed, d e s p o ja r s e », et­
cétera), fueron tomadas en préstam o de alguno de los dialectos escandinavos
llevados a In glaterra durante las invasiones vikingas y que tu vieron una con­
siderable influencia en el habla de la región de Danelag. (H asta hoy, buena
parte del vocabulario de los dialectos locales del n orte de In glaterra y del
sur de Escocia tiene un claro origen escandinavo, si bien lo que nos interesa
son los préstamos al inglés estándar.) Los pares de palabras afines llegadás
por vía norm al y de préstam o se denominan a menudo d o b l e t e s . N ótese
que los dobletes léxicos m uy raram ente constituyen sinónim os descriptivos
(cf. ‘ skirt’ : ‘sh irt’, ‘skip per’, «p a tró n » : ‘ shipper’ , «a rm a d o r», etc.).2,
Lo m ism o que se ha dicho de la analogía puede decirse del préstam o:
se trata de un fa cto r mucho más im portante en el cam bio lingüístico de lo
que llegaron a suponer los néogram áticos (y muchos de sus sucesores). En
particular, al igual que la analogía, no debe considerarse tan sólo com o un
sim ple m edio para fa cilita r la explicación sobre excepciones a las leyes fo ­
néticas. Si se tom a el inglés sólo com o lengua germ ánica occidental — com o
así se considera convencionalm ente (cf. 6.2)— , hemos de d ecir que, a lo largo
de su historia, ha tom ado una enorm e cantidad de préstam os, no sólo en el
vocabulario, sino tam bién en la gram ática y en la fonología, de otras lenguas
y dialectos.
Ahora bien ¿tiene algún sentido proceder com o si hubiese una distinción
nítida entre form as nativas, [norm ales o heredadas] y no nativas? Desde hace
mucho se sabe con certeza que los diagramas arbóreos convencionales para
la clasificación evolutiva de las fam ilias lingüísticas pueden inducir a serios
errores si se toman com o m odelos fidedignos de los procesos históricos. La

2. [E n español pueden citarse, a p a rtir de étim os latin os, g rie g o s o árab es, d ob letes
com o 'ra d io ' y ‘ ra y o ’ , ‘ rá p id o ’ y ‘ ra u d o ’ , ‘ c a p ítu lo ’ y ‘ c a b ild o ’ , ‘ p la te a ’ y ‘ p la za ’, ‘ c á te d ra ’
y ‘ c ad era’, ‘ c íta ra ’ y ‘ gu ita rra ’ , etc. N o faltan incluso d erivacion es m ás extensas: cf. ‘ h os­
p ita l’, ‘ h ostal’ y ‘ h o te l’, -este ú ltim o to m a d o en p résta m o d el fra n c és .]
ob ra más recien te en dialectología y sociolingüística ha precisado la im p or­
tancia de la variedad sincrónica dialectal y estilística dentro de una com uni­
dad lingüística com o fa c to r eficaz de cam bio lingüístico. En condiciones de
variación sincrónica — y, más en especial, de bilingüism o y diglosia (c f. 9.4)— ,
e l concepto tradicional de préstam o quizá resulte inaplicable.
Sea com o sea, es evidente que los neogram áticos establecieron una dis­
tinción dem asiado firm e entre lo que podía tratarse m ediante leyes fonéticas
y lo que requ ería una explicación a base de analogía y préstam o. A pesar de
todo, la gran m ayoría de tratados sobre la evolución h istórica de las lenguas
continúa a este respecto la tradición neogram ática.

6.5 L a s causas del cambio lingüístico

¿P o r qué cam bian las lenguas a lo largo del tiem po? N o hay una respuesta
generalm en te aceptada sobre ello. Son varias las teorías propuestas, p ero
ninguna tiene en cuenta todos los hechos. Aquí podem os m encionar y co­
m entar, a lo sumo, algunos de los principales factores que los lingüistas han
argüido para explicar el cam bio lingüístico.
En esta clase de discusión es costum bre sentar dos distinciones p o r se­
parado: (a ) entre cam bio fón ico, p o r un lado, y cam bios gram aticales y léxi­
cos, p o r o tro ; (b ) entre factores internos y externos. P ero no hay que lleva r
dem asiado lejo s estas distinciones. C om o hemos visto, la concepción de los
neogram áticos de que el cam bio fó n ico es radicalm ente d iferen te de ; otros
tipos de cam bio lingüístico resulta, en el m e jo r de los casos, una veiídad a
m edias. Incluso los procesos más o m enos fisiológicam ente explicables; com o
la a s i m i l a c i ó n (p o r la cual diversos sonidos sucesivos se vu elvefí idén­
ticos o más parecidos en lu gar o m odo de articulación: cf. italian o o tto ,
n otte, etc., de la tabla 4 del apartado 6.3) o la h a p l o l o g í a (p érd id a de
una de dos sílabas sucesivas fonéticam en te sim ilares: p. ej. ant. inglés *E ngla-
land, «p a ís de los anglos», > E ngla nd ; [ paralelepípedo > *p a ra lep íp ed o']),
requ ieren el soporte de otros factores más generales, si es que producen cam­
bios perm anentes en el sistem a fón ico de una lengua. En cuanto a la distinción
en tre factores externos e_ internos, dependiente de si se abstrae el sistem a
lingü ístico, com o tal, del m arco cultural y social en que se desenvuelve, tam ­
p o co se sostiene, en últim o térm ino: la función com unicativa de la lengua,
que relaciona fo rm a y significado en un sistem a lingüístico, tam bién relaciona
el p rop io sistem a lingüístico con la cultura y la sociedad a cuyo servicio se
encuentra.
En el apartado a n terior hem os aludido ya a dos de los factores más ge­
nerales para el cam bio lingüístico: la analogía y el préstam o. Podem os ahora
subrayar que mucho de lo que los neogram áticos atribuían a las leyes fo n é­
ticas puede explicarse por la acción conjunta de estos dos factores. Las leyes
fonéticas no tienen por sí mismas va lo r explicativo, pues no son más que
ín dices de lo o cu rrid o en una determ inada región (m ás exactam ente, en una
d eterm in a d a com u nidad lin gü ística) en tre dos puntos dados de tiem po. Con­
sid era d o retrosp ectiva y m acroscópicam ente, el cam bio produ cido puede re­
su lta r bastante regu lar (en el sentido que los neogram áticos y sus partidarios
otorga b a n al p rin cip io de la regu laridad). N o obstante, la investigación de
ca m b ios fó n icos que tienen lugar en el presente ha dem ostrado que pueden
origin a rse en una o más palabras prestadas y propagarse por analogía a otras
en un determ in a d o p eríod o de tiem po.
U no de los in dicios de este proceso de cam bio lingü ístico es el que suele
lla m a rse u l t r a c o r r e c c i ó n . Un ejem p lo de ello se encuentra en la ex­
ten sión analógica de la vocal de b u tter, «m a n teq u illa », en inglés m eridional
a palabras com o b u tch er, «c a rn ic e ro », entre hablantes del n orte de In glaterra
qu e han a d q u irid o (esto es, tom ado en p résta m o ) la pronunciación R P de
a q u ella clase de palabras. Esta suerte de u ltra corrección fon ética no difiere,
en cuanto a m otivación , de la u ltracorrección que determ in a que los hablan­
tes de la clase m edia, a m enudo educados, del inglés m eridion al estándar
d igan betw een you and /, «e n tr e tú y y o », [en lu gar de betw een you and me,
«e n tr e ti y m í» ] . Se apreciará sin duda que el p rim e r tip o de ultracorrección,
y n o el segundo, p o d ría conducir al fin a un cam b io fó n ico m acroscópica y
re tro s p ectiva m e n te regular.3
Con e llo no qu erem os decir, por supuesto, que tod o cam bio fón ico haya
de explicarse así. H em os de a d m itir todavía la posibilidad de que con el tiem ­
p o se fo rm e una t e n d e n c i a f o n é t i c a gradual e im p ercep tib le en to­
das las palabras en qu e aparece un determ in ado sonido. L o que qu iero pun­
tu aliza r es sim plem en te que puede in terven ir una diversidad de factores
determ in an tes para p rod u cir a la postre un m ism o resultado: algo de lo que
suele considerarse cam b io fó n ico regular y, al m enos en la tradición neogra-
m ática, contrapu esto a fenóm enos presuntam ente esporádicos, com o la ana­
lo g ía y el préstam o.
Los lingüistas qu e destacan la distinción en tre factores internos y ex­
tern os — especialm en te los que suscriben los p receptos del estructuralism o
y el fu n cion alism o (c f. 7.2, 7.3)— tienden a asignar tod o lo que pueden del
ca m b io lin gü ístico a factores considerados internos, sobre todo a los conti­
nuos reaju stes que ejecu ta un sistem a lin gü ístico al pasar de un estado d e
e q u ilib rio (o de qu asi-equilibrio) a otro. Uno de los defensores más p rom i­
nentes de este punto de vista ha sido el estudioso francés A ndré M artinet,
qu ien trató de ex p lica r el cam bio lingüístico, y en especial el fón ico, a p a rtir
d e su con cepción de que las lenguas son sistemas,, sem ióticos autorregulados,
gobern ados p o r los principios com plem entarios del m ín im o esfuerzo y la
cla rid a d com u nicativa. E l p rim er prin cip io (a l que pueden incorporarse fe­
n óm enos fisiológicam en te explicables com o la asim ilación y la haplología, in­
dicados más arriba, así com o la tendencia a a b revia r las form as de m ayor

3. [C f., a este p ro p ó s ito , 2.4, n ota 3. Una solu ción u ltra c o rre c ta q u e to m ó carta de
n a tu ra lez a es la de 'M a llo r c a ' ( < M a j o r í c a ) en lu gar d e ‘ M a y o rc a ’ .]
p redictibilidad) dará lugar a la reducción del número de distinciones fono­
lógicas y a potenciar su función. Se verá, sin embargo, refrenado p o r la ne­
cesidad de m antener un núm ero suficiente de distinciones a fin de salvaguar­
dar enunciados que de o tro m odo podrían confundirse en las condiciones
acústicas en que se utilizan las lenguas habladas. Se trata de una noción
intuitivam ente atractiva que se ha aplicado con éxito a una serie de cambios
fónicos. H asta ahora, sin em bargo, no se ha dem ostrado de manera convin­
cente todo el p o d er explicativo que sus partidarios le atribuyen.
La contribución más destacada de los estructuralistas y funcionalistas a
la lingüística histórica p rovien e de su insistencia en que cada cam bio pos­
tulado en un sistem a lingüístico debe evaluarse a p artir de las repercusiones
que provoca en el sistem a entero. P o r ejem plo, han llegado a precisar que
las distintas partes de la ley de G rim m (o de la gran mutación vocálica,
que tuvo lu gar en la transición del inglés m edio al prim itivo inglés m oderno)
deben considerarse conjuntam ente. Tam bién han suscitado interesantes plan­
team ientos en to m o a los tipos de r e a c c i ó n e n c a d e n a que parecen
haberse produ cido a lo largo de diversos períodos en la evolución histórica
de las lenguas. Volvien do, para ejem plificarlo, a la ley de Grim m , ¿acaso las
aspiradas sonoras pi-e., [ * b h, *d h, *g h], al perder su aspiración, hicieron que
las oclusivas sonoras no aspiradas pi-e., [*b , *d, * g ], perdieran su sonoridad
para hacer que, a su vez, las oclusivas sordas pi-e., [*p , *t, * k ], se volviesen
fricativas? ¿O fue más bien que las oclusivas sordas pi-e. iniciarían el proceso,
atrayendo a las dem ás tras sí, com o si dijéram os, hacia los lugares que iban
quedando vacíos? T a l vez no haya contestación para estas preguntas. P ero al
m enos reconocen debidam ente que los distintos cambios enumerados en la
ley de G rim m son susceptibles de re cib ir una conexión casual.
L o que ahora se entiende p o r r e c o n s t r u c c i ó n i n t e r n a (en con­
traste con la reconstrucción p o r e l m étodo com parativo) puede colocarse
tam bién en el haber del estructuralism o. Se funda en la convicción de que
las regularidades parciales y las asim etrías sincrónicamente observables pue­
den explicarse con relación a lo que en un período anterior eran procesos
productivos, totalm ente regulares. P o r ejem plo, pese a que no tuviéram os
evidencia com parativa a que acudir ni testim onios de las etapas anteriores
de la evolución del inglés, podríam os in fe rir que las regularidades parciales
que aparecen en los verbos fu ertes de esta lengua (cf. drive : d rove : driven,
«co n d u cir», ride : rodé : ridden, «ca b a lga r», sing : sang : sung, «ca n ta r»,
rin g : rang : rung, «so n a r», etc.), eran reliquias, por así decirlo, de un sistema
flex ivo del verbo, antiguam ente m ucho más regular. La reconstrucción in ter­
na ya constituye, en la actualidad, una parte reconocida de la m etodología
de la lingüística histórica tras haber m ostrado su valía en diversas ocasiones.
Com o verem os más adelante, el generativism o nace de una cierta versión
del estructuralism o y en parte la continúa. Una característica del generati­
vism o consiste en con ceb ir el cam bio lingüístico com o una adición, pérdida
o reordenación de las reglas que determ inan la com petencia lingüística del
hablante. En tanto que la distinción entre com petencia y actuación puede asi­
milarse a la de lengua y habla del estructuralism o saussureano (cf. 7.2), la
contribución realizada a la teoría y a la m etodología de la lingüística histó­
rica por los generativistas puede considerarse com o una depuración y un
desarrollo de la concepción estructuralista del cam bio lingüístico. En ambos
casos se concede preferencia a los denominados factores internos. La noción
estructuralista de autorregulación ha quedado aquí reem plazada por la de
reestructuración de las reglas del sistema lingüístico y por una tendencia
hacia la sim plificación. Es ciertam ente d ifícil apreciar diferencias fundamen­
tales entre ambas nociones.
N o obstante, la distinción chomskyana de com petencia y actuación y la
distinción saussureana de lengua y habla difieren en que la prim era se presta
m e jo r que la segunda a una interpretación semántica. Como verem os, los
generativistas, por diversas razones, se han preocupado mucho p o r el pro­
blem a de la adquisición lingüística en los niños. Han hecho hincapié en que
el niño, en cuanto em pieza a adqu irir la lengua nativa, no tiene aprendidas
las’ reglas del sistema subyacente, sino que debe inferirlas a p a rtir de las
pautas de correspondencia entre form a y significado que descubre en las enun­
ciaciones que oye en torno suyo. Lo que tradicionalm ente se ha considerado
falsa analogía (p. ej., la proclividad del niño a decir andó en vez de anduvo)
se interpreta desde el generativism o com o parte del proceso más general de
la adquisición de las reglas.
Los generativistas no han sido los prim eros en buscar una explicación
para el cam bio lingüístico en la transmisión de la lengua de uña a otra ge­
neración. Pero sí han exam inado más cuidadosamente que otros el proceso
de la adquisición lingüística a ten or de la naturaleza de las reglas indispen­
sables en etapas concretas de este proceso. Además, han em pezado a inves­
tigar con detalle el cam bio sintáctico, ju nto con el fonológico y el m o rfo ló g i­
co, habida cuenta que hasta hace poco los aspectos sintácticos del cam bio
apenas se han tratado, salvo de una manera ocasional y asistemática. L o más
im portante, sin em bargo, es que el generativism o ha facilitado a la lingüística
histórica una concepción más precisa sobre los u n i v e r s a l e s form ales y
sustantivos, en relación con los cuales los cam bios postulados de etapas p re­
históricas o no documentadas de la lengua pueden evaluarse en una escala
de m ayor o m enor probabilidad.
Por el lado negativo, ni el estructuralism o ni el generativism o han llegado
a prestar suficiente atención a la im portancia de la variedad sincrónica com o
fa cto r del cam bio lingüístico. Al margen de cualquier otra consideración, esto
ha dado lugar a pseudo-problemas com o los siguientes: E l cam bio lingüístico,
¿es gradual o repentino? ¿Se origina en la com petencia o en la actuación?
En cuanto a la prim era pregunta, hace más de cien años que Johannes
Schm idt impugnó el concepto de árbol genealógico! que los neogram áticos
asumían para la filiación de las lenguas, y señaló que las innovaciones de to­
dos los tipos, y en especial las fónicas, pueden irradiarse a p a rtir de un cen­
tro de influencia, com o las olas de un estanque, perdiendo fu erza a m edida
que se alejan más y más de él. En las décadas posteriores, los estudiosos,
sobre todo los que trabajan en el campo de las lenguas románicas, de donde
se obtenían abundantes pruebas tanto sincrónicas com o diacrónicas, dem os­
traron que lo que ha dado en llam arse t e o r í a d e l a s o n d a s del cam­
b io lingüístico proporcion aba una explicación más satisfactoria de los hechos,
al m enos en muchos casos, que la t e o r í a d e l á r b o l g e n e a l ó g i c o
más ortodoxa, con sus supuestos inherentes sobre una divergencia repentina
y luego continua entre dialectos em parentados. Los dialectólogos m ostraron
tam bién que, lejo s de aplicarse sim ultáneam ente a todas las palabras a que
eran aplicables, los cam bios fónicos podían iniciarse tan sólo en una o dos
y luego extenderse a otras y aun, siguiendo las líneas de com unicación, a
otras regiones. Siendo así p o r lo común, es evidente que la cuestión de si el
cam bio fón ico es gradual o repentino p ierd e gran parte de su sentido. Y al
igual que* los individuos pueden vacilar en el uso de una fo rm a más antigua
o m oderna, lo m ism o ocu rre con la cuestión de si los cam bios lingüísticos
se origin an en la com petencia o en la actuación.
Más recientem ente, los Sociolingüistas han dem ostrado que cuanto se ha
dicho para la difusión geográfica de variedades fonológicas, gram aticales o
léxicas, sirve igualm ente para su difusión a través de las clases socialm ente
distinguibles de una com unidad dada. En general, se ha com pren dido que los
factores sociales (d e l tipo que exam inarem os en el capítulo 9) soní,.mucho
más im portantes en el cam b io lingü ístico de lo que se había supuesto ante­
riorm en te. Después de todo, no son sólo las fron teras geográficas o -incluso
políticas las que im ponen lím ites en el grado de intercom unicación entre la
gente que vive en la m ism a región. Los dialectos sociales pueden d ife rir entre
sí tanto com o los de base geográfica. P o r o tra parte, en condiciones sociales
adecuadas (descom posición de una sociedad tradicionalm ente estratificada,
im itación de form as o expresiones de la clase alta, etc.), un dialecto, social
puede su frir m odificaciones p o r el contacto con otro. En realidad, hóy ya se
acepta que el b i l i n g ü i s m o y la d i g l o s i a — y aun la p i d gi^n i z a -
c i ó n y la c r i o l l i z a c i ó n — pueden haber desem peñado una fu nción m u­
cho más am plia en la form ación de las fam ilias lingüísticas d el m undo de lo
que se pensó en o tro m om ento (cf. 9.3, 9.4).
„ H em os em pezado este apartado con la pregunta de p o r qué las lenguas
cam bian a lo largo del tiem po. Podem os concluirlo repitien d o ló que se ha
dicho en un capítulo a n terior (cf. 2.5): la ubicuidad y la continuidad del cam­
bio lingüístico resultan m enos enigm áticas en cuanto se com pren de que no
hay lengua natural estable o u n iform e y que gran parte de lo que cabe des­
cribir, m acroscópicam ente, com o cam bio lingüístico es produ cto de una va­
riación sincrónica socialm ente condicionada. Esto no qu iere d ec ir que todo
cam bio lingüístico haya de explicarse así, sino tan sólo que los factores so­
ciales son indudablem ente mucho más im portantes de lo que se había im agi­
nado en épocas pasadas.
A M P L IA C IÓ N B IB L IO G R Á F IC A

La mayoría de manuales e introducciones a la lingüística contienen capítulos sobre


el cambio lingüístico. En especial, Bloomfield (1935), capítulos 18-35, merece todavía
una lectura para una visión esencialmente neogramática, con muchos ejemplos
hoy clásicos del inglés y otras lenguas.
Las introducciones más recientes a la lingüística histórica como tal compren­
den a Aitchison (1981); Bynon (1977); Lehmann (1973). Bynon (1977: 281-2) añade
referencias bibliográficas, por temas, para todos los asuntos tratados en este ca­
pítulo; Aitchison (1981) pone de relieve :el papel de los factores sociales en 'el
cambio lingüístico. [También Martinet (1974, 1983).]
Sobre la historia del inglés (en diversos niveles de detalle y especialización),
cf. Barber (1972); Baugh (1965); Francis (1967); Lass (1969); Potter (1950); Strang
(1970); Traugott (1972). Sobre otras lenguas y familias lingüísticas, la Encyclopae-
dia Britannica, 15.* ed. (1974), es la obra más útil para cualquier referencia. [En
español, pueden ser útiles Hjelm slev (1968) y W olff (1971). Para diversos aspectos
externos de los pueblos indoeuropeos, Benveniste (1969), en francés, y V illar (1971).
Para las lenguas románicas, Iordan (1967); Iordan & Manoliu (1972); Renzi (1982).
Y para el español, Lapesa (1980).]
1. ¿S o b re qué b a se s cabe reconocer tres períodos diferentes en la historia del
inglés: inglés antiguo (anglo -sajó n), inglés m edio e inglés m oderno?

2. A partir de la inform ación obtenida en enciclopedias u otras obras de refe­


rencia, enum érense los principales m iem bros existentes de la familia germánica,
rom ánica y eslava.

3. ¿Q u é e s una p r o t o l e n g u a ?

4. Expóngase el propósito de la r e c o n s t r u c c i ó n en lingüística histórica.

5. S e dice que el español, com o el francés, el inglés, el ruso, el hindi, etc., es


una lengua i n d o e u r o p e a . ¿Q u é quiere decir e s to ? ¿ E s así, realm ente? ¿ Y qué
decir, entonces, del finés, el húngaro, el turco, el vascuence, el tam il?

6. ¿P o r qué concedía S i r W illiam Jo n es tanta importancia a lo que llamó «las


raíces verbales» y las «form as gram aticales» (cf. p. 1 6 4 )?

7. «Una de las razones m á s firm es para adoptar el supuesto del cam bio fonético
regular e s que la constitución de los vástagos... arroja mucha luz sobre el origen
de nuevas form as» (Bloom field, 1935: 405). Com éntese.

8. H ágase un inform e so b re la l e y d e G r i m m (mediante ejem plos distin­


to s de los que se dan en el texto) y m uéstrese su relación con la l e y d e
V e r n e r .

9. ¿Q u é se entiende por regularizacíón a n a l ó g i c a de form as sincrónicam ente


irre g u la re s?

10. ¿Q u é co n se cu e n cia s cabe extraer sobre la historia de una lengua a partir


de la existencia de d o b l e t e s l é x i c o s ? C o m p ón gase una lista de diez do­
bletes en español. ¿Qué distinción establecería, en caso de reconocerla, entre
dobletes léxicos y formas coexistentes y gramaticalmente equivalentes de un
mismo lexema (freído : frito)? ¿C óm o clasificaría las alternancias de tipo hiper-
mercado : supermercado según aquella distinción?

11. Hágase un comentario sobre las siguientes formas y construcciones m ás o


menos fosilizadas: Descanse en paz. Bendito sea, Por ende, S o pena de, Yo me
gusta (frente a A mí me gusta). ¿Qué indican sobre etapas ya superadas del
español y sobre su s tendencias?

12. Hay expresiones hechas en español moderno, com o 'd e cabo a rabo’, 'ojo
avizor’, ‘el día de autos', que conservan antiguos significados para algunos de s u s
componentes. ¿Puede enum erar otros ejem plos sim ila re s?

13. Indíquese de qué manera puede el p r é s t a m o explicar excepciones a la


actuación regular de una ley fonética.

14. «El cam bio lingüístico, por tanto, ofrece pruebas importantes so bre la na­
turaleza del lenguaje humano, en el sentido de que está regulado» (Akmajian,
D em ers & Harnish, 1979: 226). C om éntese lo dicho a propósito de la noción de
los generativistas sobre la r e e s t r u c t u r a c i ó n .

15. «Tal vez la contribución m ás importante hacia la com prensión del m ecanis­
mo real del cam bio lingüístico proviene de la investigación detallada en so cio lin­
güística sobre com unidades lingüísticas vivientes» (Bynon, 1977: 198). Com éntese.

16. Expóngase y ejemplifíquese la noción de reconstrucción interna.

17. Com párese y contrástese la t e o r í a d e l á r b o l g e n e a l ó g i c o y .la


t e o r í a d e l a s o n d a s (W ellentheorie) para la evolución de las lenguas

18. Evalúese la contribución del estructuralismo y del generativismo a la teoría


y metodología de la lingüística histórica.

19. ¿Q u é contribución han hecho a la lingüística histórica (a) la a d q u i s i c i ó n


l i n g ü í s t i c a y (b) los p i d g i n s y las lenguas c r i o l l a s ? (Esta pregunta
puede abordarse mejor tras la lectura de los capítulos 8 y 9).
7. Algunas escuelas y movimientos actuales

7.1 E l historicismo

En este capítulo exam inaré una serie de m ovim ientos lingüísticos del pre­
sente siglo que han configurado algunas de las actitudes y supuestos actuales.
E l p rim ero, al que im pon dré la etiqu eta de h i s t o r i c i s m o , suele ser con­
siderado más bien p rop io del pensam iento lingü ístico anterior. Su principal
interés a este propósito radica en qu e preparó el advenim iento del estruc­
turalism o.
En 1922, el gran lingüista danés O tto Jespersen em pezaba una de sus más
interesantes y controvertidas obras generales sobre el lenguaje con la siguien­
te declaración: « E l rasgo distin tivo de la ciencia del lenguaje tal com o se
concibe en la actualidad consiste en su ca rácter h istoricista». Con ello Jes­
persen expresaba el m ism o punto de vista que H erm ann Paul en sus P rin zi-
p ien d er S pra ch geschichte («P rin c ip io s de la h istoria d el len gu a ge»), cuya
p rim era edición data de 1880 y cuyo conten ido constituía, para muchos, la
biblia de la ortod oxia neogram ática. Se trataba de la idea (p a ra expresarla
tal com o aparece en la quinta edición del lib ro de Paul, aparecida en 1920)
de que «e n cuanto se sobrepasa la m era enunciación de los hechos individua­
les, en cuanto uno intenta escrutar su interconexión [d en Zusam m enhang]
para co m pren der los fenóm enos [d ie Erscheinungen], se pen etra en el d o­
m in io de la historia, aunque quizá sin darse cuenta». Repárese en que tanto
el lib ro de Jespersen com o la quinta edición de los P rin z ip ie n de Paul son
posteriores en algunos años al postum o C ours de lin g u is tiq u e générale de
Saussure, con el que se inauguró el m ovim ien to que hoy conocem os com o
estructuralism o, y en que son sólo unos años anteriores a la fundación del
Círculo Lin gü ístico de Praga, en el cual el estructuralism o se com bina con
el fu ncionalism o y con algunas de las ideas q u e dieron origen al actual ge­
nerativism o. E l estructuralism o, el fu n cion alism o y el generativism o son las
principales tendencias, o actitudes, de que nos ocuparem os en este capítulo.
Es conveniente observar, de paso, que B loom field, en Language (1935),
m ientras reconocía los grandes m éritos de los P rin zip ien de Paul, lo critica­
ba, no sólo por su historicism o, sino tam bién p or su m entalism o y porqu e
sustituía la generalización indu ctiva a p a rtir del «estu dio lingüístico descrip­
t iv o » p o r lo que dio en llam ar «pseudoexplicaciones filosóficas y psicológicas»;
L o curioso del caso es que la rueda ha dado un giro com pleto, ya que, com o
verem o s más adelante, el d e s c r i p t i v i s m o bloom fieldian o (que pode­
m os tom ar com o peculiar versión am ericana del estructu ralism o) propició
el am biente en que nació, com o una reacción en contra, el generativism o
chom skyano. En un lib ro de esta naturaleza es im posible hacer ju sticia a las
co m p leja s relaciones que hay en tre las escuelas actuales de lingüística y a
la influencia que cada una ha ejercid o sobre las demás. L o que sigue en este
ca p ítu lo es muy selectivo e incluye, inevitablem ente, una cierta dosis de in­
terp reta ció n personal. Desde luego, es una perogrullada pensar que no puede
alcanzarse una perspectiva genuinam ente histórica sobre las ideas y las acti­
tudes contem poráneas. ¡E l m ero hecho de in tentarlo puede constitu ir ya un
tip o de historicism o!
A hora bien, ¿qué es, en rigor, el historicism o, en el sentido en que em-_
pleam os aquí el térm ino? T a l com o lo expresó, con tanta contundencia, Paul
en e l pasaje citado más arriba, es la idea de que la lingüística, en tanto„que_
es o intenta ser científica, presenta un carácter necesariam ente, h istórico.
M ás en particular, el h istoricista adopta el supuesto de que el único tip o de
esclarecim ien to vá lid o en lingüística es el que daría un historiador, en el
sen tid o de que las lenguas son lo que son porqu e en el curso del tiem p o se
han visto som etidas a una diversidad de fuerzas causales, internas y externas,
d e l tip o que se describió en el ú ltim o apartado (6.5) del capítulo anterior.
A l su scribir esta concepción, los grandes lingüistas del siglo pasado no hacían
sin o reaccion ar contra las ideas de los filósofos del S iglo de las Luces francés
y sus predecesores, quienes form ab an una larga tradición que se rem ontaba,
en ú ltim o térm ino, a Platón, A ristóteles y los estoicos, y cuyo o b je tiv o con­
sistía en deducir las propiedades universales del lenguaje a p a rtir de p re­
suntas propiedades universales de la m ente humana.
E l historicism o, tal com o se entiende aquí, no im p lica n ec esa ria m e n te
e v o l u c i o n i s m o , esto es el supuesto de que existe direccionalidad en
e l d esa rro llo h istóricofd e las lenguas. En rigor, el evolucionism o e je rc ió una
g ra n influencia en la lingüística de finales del x ix ; el p rop io Jespersen, en
e l lib r o aludido más arriba, defiende una determ inada versión del m ism o.
L o s idealistas d e diversas escuelas han propuesto, asim ism o otras variantes,
in clu so los marxistas, desde luego, en el m arco del m aterialism o dialéctico.
N o obstante, es probablem en te legítim o decir que, con m uy pocas notables
excepcion es, la m ayoría de lingüistas del siglo x ix ha rechazado el evolu cio­
n ism o (cf. 1.4). E l h istoricism o, com o verem os en el siguiente apartado, cons­
titu y e uno de los m ovim ientos al que se opuso el estructuralism o y en rela­
c ió n al cual puede definirse éste.
7.2 E l estructuralism o

L o que suele denom inarse e s t r u c t u r a l i s m o tiene, especialm ente en


Europa, un origen múltiple. Existe la costum bre y aun, al parecer, la conve­
niencia de fech ar su nacim iento com o tendencia lingüística a^pajrtir de la
publicación del Cours de lin gu istiq u e générale de Saussure, en\1916\ Muchas
de las ideas que Saussure allegó en las clases que dio en la Urriversidad de
G inebra entre 1907 y 1911 (en las que se basa el Cours) pueden rastrearse en
el siglo x ix y aun antes.
Algunas de las distinciones constitutivas del estructuralism o saussureano
habían sido ya aducidas (aunque no siem pre con la misma term inología).
Bastará recordarlas al lector y m ostrar su ensambladura. H abiendo presen­
tado ya los rasgos del historicism o, es natural em pezar con la distinción en­
tre el punto de vista sincrónico y diacrónico en el estudio de las lenguas
(c f. 2.5).
Com o hem os visto, los neogram áticos partían del supuesto de que la
lingüística, en tanto que científica y explicativa, debe ser necesariam ente
histórica. C ontra esta postura, Saussure sostenía que la descripción sincró­
nica de las lenguas podía ser igualm ente científica, y aun explicativa. La ex­
plicación sincrónica difiere de la diacrónica, o histórica, p o r ser e s t r u c ­
t u r a l y no causal, pues responde de una manera diferen te a la pregunta
«¿ P o r qué son así las cosas?» En vez de rastrear la evolución histórica de las
form as o los significados, dem uestra cóm o se interrelacionan estas form as
y significados en un determ inado punto del tiem p o y en un sistem a lingüís­
tico dado. Es im portan te com pren der que, al oponerse al criterio neogra-
m ático, Saussure no negaba la validez de la explicación histórica. É l m ism o
había alcanzado una gran reputación, siendo todavía m uy joven, con una
brillan te reconstrucción del sistem a vocálico protoindoeu ropeo y, en reali­
dad, nunca abandonó su interés p o r la lingüística histórica. L o que sostenía
en sus clases de G inebra sobre lingüística general era que la perspectiva
sincrónica y diacrónica de explicación son com plem entarias, y que la últim a
es lógicam ente dependiente de la prim era.
Es com o si se nos pidiera explicar p o r qué, pongamos p or caso, el m otor
R olls R oyce de tal m odelo y año es de aquella manera determ inada. Cabría
dar una explicación diacrónica, a p a rtir de los cam bios que hubiesen tenido
lugar al cabo de los años en el diseño del carburador, el cigüeñal, etc., todo
lo cual sería una contestación perfectam en te acorde a la pregunta. Pero, por
o tro lado, tam bién cabría describir la función que desempeña cada com po­
nente en el sistem a sincrónico, con lo que se explicaría el ajuste del m otor
y su funcionam iento. En este caso, se trataría de; una explicación no histó­
rica, estructural (y funcional) de los hechos. Ahora bien, com o las lenguas
no han sido planeadas y, al menos en la concepción de Saussure, no evolu­
cionan en el tiem po con arreglo a ningún propósito externo o interno, hemos
de tener cuidado en no tom ar esta analogía del m otor dem asiado al pie de
la letra (co m o tam poco la del p rop io Saussure con el ju ego de ajedrez:
cf. 2.5.). H acien do abstracción de la ausencia de diseñador y de la diferencia
entre una máquina y una institución social, podemos decir con legitim idad,
aunque m etafóricam ente, que la descripción estructural de la lengua describe
cóm o funcionan conjuntam ente todos sus componentes.
H ay ciertos aspectos controvertidos, p o r no decir paradójicos, en la
distinción de Saussure entre la visión diacrónica y sincrónica; en especial,
el aserto de que el estructuralism o no tiene aplicación a la lingüística his­
tórica. Lo que es bien paradójico, a la vista de que la obra prim eriza del
propio Saussure sobre el sistema vocálico del protoindoeuropeo, que data de
sl87^) puede estimarse com o un preludio de lo que más adelante se denom i­
nara reconstrucción interna, m étodo que, com o hemos visto, fu e u lterior­
mente m ejorado y aun adoptado por estudiosos que se consideraban estruc-
turalistas y que debían su inspiración al menos en parte, a Saussure (cf. 6.5).
N o obstante, parece que el propio Saussure creía, con o sin razón, que todos
los cambios tienen lugar al m argen del propio sistema lingüístico y que no
sufren lo que más adelante se han llam ado presiones estructurales, que ope­
rarían dentro del sistema com o factores internos determinantes de cam bio
lingüístico. N o es necesario añadir nada más, a este respecto.
Poco hay que decir sobre la dicotom ía saussureana entre l e n g u a (lan ­
gu e) y h a b l a (parole), esto es entre el s i s t e m a l i n g ü í s t i c o , y el
c o m p o r t a m i e n t o l i n g ü í s t i c o , respectivam ente (cf. 1.3, 2.6). Sí debe
consignarse, en cambio, el carácter abstracto de la concepción de Saussure
sobre el sistema lingüístico. La lengua, afirmaba, es form a, no sustancia.
E l térm ino ‘fo rm a ’ ha arraigado, con este sentido, en la filosofía y guarda
relación, p o r un lado, con la noción de W ilhelm von H um boldt sobre la form a
in terior de una lengua (innere S prach form ) y, por otro, con la noción de los
form alistas rusos sobre la form a, en oposición al contenido, en el análisis
literario. Pero todo ello puede inducir a interpretaciones erróneas (cf. 3.6).
N o violentam os el pensamiento de Saussure si decimos que una lengua es
una e s t r u c t u r a y con ello entendemos que es independiente de la sus­
tancia física, o m edio, en que se realiza. Así, ‘estructura’ equivale más o m e­
nos a ‘ sistem a’, pues una lengua constituye un sistema de dos niveles de
relaciones s i n t a g m á t i c a s y s u s t i t u t i v a s (o p a r a d i g m á t i ­
c a s ) (c f. 3.6). Es justam ente este sentido de ‘ estructura’ — por el que se o to r­
ga una im portancia especial a las relaciones com binatorias y contrastivas
internas del sistema lingüístico— lo que propicia el térm ino ‘ estructuralism o’
para diversas escuelas del presente siglo, las cuales pueden variar entre sí en
varios aspectos, entre ellos p o r el carácter abstracto de su concepción de sis­
tema lingüístico y su postura en cuanto a la ficción de la hom ogeneidad (cf.
1.6). Com o verem os más adelante, incluso el propio generativism o representa
una cierta versión del estructuralismo, en este sentido tan general.
Pero hay, además, otros rasgos más distintivos en el estructuralism o
saussureano. Uno de ellos consiste en la afirm ación de que « e l único y ve r­
dadero o b jeto de la "lingüística es el sistema lingüístico [la langue], conside­
rado en sí m ism o y p or sí m ism o». En rigor, esta célebre frase dél ú ltim o
pasaje del Cours quizá no refleje con precisión el punto de vista de Saussu­
re, ya que la expresión parece haber sido añadida por los editores al m argen
de las enseñanzas del maestro. Existe una cierta duda asim ism o en cuanto
a lo qu e se entiende exactam ente p o r «e n sí m ism o y p o r sí m ism o » («elle-
m ém e et p ou r elle-m ém e»). En la tradición saussureana suele tom arse en
el sentido de que todo sistema lingüístico constituye una estructura que pue­
de abstraerse, no sólo de las fuerzas históricas que la han producido, sino
tam bién del m arco social en que actúa y de los procesos psicológicos p o r los
que se adqu iere y se hace apta para el uso en el com portam iento lingüístico.
Con esta interpretación, el lem a saussureano, tanto si se debe al p rop io
m aestro com o si no, se ha utilizado a m enudo para ju stificar el prin cip io de
la a u t o n o m í a de la lingüística (esto es su independencia de otras disci­
plinas) así com o una distinción m etodológica, del tip o que hemos estable­
cido en un capítulo anterior, entre m i c r o l i n g ü í s t i c a y m a c r o l i n -
g ü í s t i c a (cf. 2.1). Tam bién se ha identificado a veces con el lem a, un
tanto diferen te, pero no menos típicam ente estructuralista, de que tod o sis­
tem a lingü ístico es único y ha de describirse en sus p ropios térm inos. Más
adelante, volverem os a este asunto (10.2).
Parece que hay un cierto conflicto en tre la concepción de Saussure (si
es que realm ente la tu vo) de que el sistem a lingüístico ha de estudiarse al
m argen de la sociedad en que actúa y la concepción (q u e ciertam ente sos­
tu vo) de que la lengua es un hecho social. E l conflicto sólo existe en apa­
riencia, ya que, si bien es un hecho social — en e l sentido en que em pleaba
este térm in o el gran sociólogo francés É m ile D urkheim (1858-1917), contem ­
poráneo de Saussure— , tiene sus principios constitutivos propios y especí­
ficos. Com o hem os visto, no ha de confundirse el análisis estructural de un
sistem a lingüístico con la exposición causal de cóm o éste ha llegado a ser
com o es. A l d ecir que los sistemas lingüísticos son hechos sociales;. Saussure
sostenía diversas cosas: que son diferen tes de los o b jetos materiales, aun
cuando sean no menos reales que ellos; que son ajenos al individu o sobre el
que ejercen su fuerza constrictiva; que son sistemas de valores m antenidos
p o r convención social.
Más en particular, adoptó el punto de vista de que son sistemas semió-
ticos donde lo significado ( l e s i g n i f i é ) está arbitrariam en te asociado a
lo que significa ( l e s i g n i f i a n t ) . Se trata del célebre prin cip io de Saus­
sure sobre la arbitrariedad del signo lingüístico (l’arb itraire du signe), que
ya hem os considerado, independientem ente del estructuralism o saussureano,
en un capítu lo anterior (cf. 1.5). Es preciso señalar, lo que es esencial para
com pren der el estructuralism o saussureano, que el signo no constituye una
fo rm a dotada de significado, sino una entidad com puesta que resulta de la
im posición de una estructura sobre dos tipos de sustancia p o r las relaciones
com binatorias y constrastivas del sistem a lingüístico. Los significados no pue­
den ex istir independientem ente de las form as a las que se asocian, y vice­
versa. N o hay que concebir la lengua com o una nom enclatura, afirm a Saus­
sure, es decir, com o un conjunto de nom bres o de rótu los para ciertos
conceptos, o significados, preexistentes. E l significado de una palabra — o,
m ejor, el aspecto de su significado que Saussure llam aba el ‘ signifié’ (aquel
que es totalm ente interno al sistem a lingüístico, esto es su sentido, no su re­
feren cia o denotación: cf. 5.3)— es e l producto de las relaciones semánticas
que entabla dicha palabra con las demás del m ism o sistem a lingüístico. In ­
vocand o la distinción filosófica tradicion al entre esencia y existencia, deriva
n o sólo su esencia (lo que es), sino tam bién su existencia (e l hecho de1 que
sea) de la estructura relacion al im puesta p or el sistema lingüístico sobre la
sustancia de pensam iento, que, de o tro m odo, carece de estructura. Análo­
gam ente, lo que Saussure llam a el ‘ signifiant’ de una palabra — su aspecto
fon ológico, com o si d ijéram os— deriva, en últim o térm ino, de la red de con­
trastes y equivalencias que im pone un determ inado sistem a lingüístico so­
b re el continuo fónico.
N o es necesario p rofu n dizar ya más en el estructuralism o saussureano
co m o tal. Cuanto se ha dicho hasta aquí resultará, sin duda, d ifíc il de com ­
p ren d er con la form u lación tan general que hemos em pleado. Seguram ente
se hará más com prensible, en lo que atañe a la im posición de estructura sobre
la sustancia fónica, si se recu rre a la distinción que hemos establecido antes
en tre fonética y fon ología (cf. 3.5). Es, en cambio, dudoso que pueda hablarse
con legitim id a d de im posición de estructuras sobre la sustancia del pensa­
m ien to, de una m anera análoga^
E l supuesto saussureano sobre la unicidad de los sistemas lingüísticos
y la relación entre estructura y sustancia conduce con 'n a tu ra lid a d , aunque
n o inevitablem ente, a la tesis de la r e l a t i v i d a d l i n g ü í s t i c a , esto es
de que no existen propiedades universales para las lenguas humanas (distin ­
tas de propiedades sem ióticas tan generales com o la arbitrariedad, la pro­
du ctividad, la dualidad y la discreción: cf. 1.5) o de que toda lengua es, p o r
así decirlo, una ley en cuanto a ella misma. T o d o m ovim ien to o actitud en
lingü ística que acepte este punto de vista conviene con el r e l a t i v i s m o
y se opon e al u n i v e r s a l i s m o . E l relativism o, en su form a más o m e­
nos radical, se ha asociado a la m ayoría de escuelas estructuralistas del
p resen te siglo. En parte, puede considerarse com o una reacción m etod oló­
gicam en te sana contra la tendencia a describir las lenguas indígenas del
N u e v o M undo a p a rtir de las categorías de la gram ática tradicional europea.
A h o ra bien, el relativism o se ha defen d ido asimismo, ju n to con el estructu­
ra lism o, en el contexto más con trovertid o de la discusión de temas filosóficos
tan tradicionales com o la relación en tre lengua y pensam iento, y la función
qu e desem peña la lengua en la adqu isición y representación del conocim ien­
to (cf. 10.2). Tanto el relativism o filosófico com o el m etodológico han reci­
b id o el rechazo de Chom sky y sus seguidores, com o verem os, al fo rm u la r los
p rin cip ios del generativism o (cf. 7.4). P ero también es preciso destacar que,
aun cuando hay una conexión h istórica muy fu erte entre estructuralism o y
relativism o, son muchos los estructuralistas — en especial Rom án Jakobson
y o tro s m iem bros de la Escuela de Praga (cf. 7.3)— que nunca han aceptado
las m anifestaciones más extrem as del relativism o. Y esto vale no sólo para la
lin gü ística, sino tam bién para otras disciplinas, com o la an tropología social,
en la que el estructuralism o ha ejercid o una im portan te influencia.
N o vam os a pen etrar en la relación entre la lingüística estructural y el
estru ctu ralism o en otros cam pos de investigación. Conviene notar, no obs­
tante, que el estructuralism o constituye, en gran parte, un m ovim iento inter­
disciplinario. E l estructuralism o saussuerano, en particular, se ha revelado
com o una poderosa fuerza en el desarrollo de una aproxim ación típicam ente
francesa a la sem iótica (o sem iología) y en su aplicación a la crítica literaria,
p or una parte, y al análisis de la sociedad y la cultura, p o r otra. Tom ando
el térm ino ‘ estructuralism o’ en un sentido más general, podem os decir, com o
, el filósofo E rnst Cassirer en 1945: « E l estructuralism o no es un fenóm eno
aislado; es, más bien, la expresión de una tendencia general del pensamiento
que, en estas última's décadas, se ha vu elto cada vez más preem inente en
casi todos los campos de la investigación científica.» Lo que caracteriza el
estructuralism o, en este sentido más general, es una m ayor preocupación
p or las relaciones entre entidades que p o r las entidades mismas. A este res­
pecto, hay una afinidad natural entre el estructuralism o y las m atem áticas;
no en vano una de las críticas más comunes contra el estructuralism o sos­
tiene que exagera el sentido del orden, la elegancia y la generalidad de los
m odelos relaciónales en los datos que investiga.

7.3 E l funcionalismo

Los térm inos ‘funcionalism o’ y ‘estructuralism o’ se em plean a menudo, en


an tropología y en sociología, para referirse a teorías o m étodos de análisis
diferentes. En lingüística, no obstante, el ^ u n c i o n a I i s m o se considera
com o un cierto m ovim iento 'dentro del estructúraíismo. Y se caracteriza p o r
él. supuesto~de qu e.la"estru ctu ra'''7qñoI3gícá, gram atical y sem ántica de_ las
lenguas queda determ inada p o r las funciones que han de realizar en sus rej-
pectivas sociedades. Los representantes más famosos del funcionalism o, en
este sentido del térm ino, son los m iem bros de la E s c u e l a de P r aga,
que tuvo su origen en el Círculo Lingüístico de Praga, fundado en 1926, y
e jerció una especial influencia en la lingüística europea durante el período
a n terior a la segunda guerra mundial. Incidentalm ente, no todos los m iem ­
bros del Círculo Lingüístico de Praga estaban afincados en Praga, ni siquiera
eran todos checos. Dos de sus m iem bros más influyentes, Rom án Jakobson
y N ik ola i_T ru b etzk oy, eran exilados rusos, que enseñaban, respectivam ente,
en B rno y Viena. Desde 1928, cuando se presentó el manifiesto de la Escuela
de Praga (co m o cabe llam arlo) al p rim er Congreso Internacional de Lingüis­
tas, que tuvo lugar en la Haya, hubo estudiosos de muchos otros países
europeos que em pezaron a adherirse más o menos al m ovim iento. Siem pre
se ha recon ocido la deuda de la Escuela de Praga al estructuralism o saus-
sureano aunque haya tendido a rechazar los puntos de vista de Saussure en
ciertos asuntos, especialm ente en la n itidez de la distinción entre la lingüís­
tica sincrónica y diacrónica, y en la hom ogeneidad del sistema lingüístico.
La Escuela de Praga detu vo su éxito más inm ediato en la fonología. En
rigor, la noción de contraste funcional, que hemos invocado más arriba al
sentar la distinción entre fonética y fonología, se debe esencialm ente a Tru-
betzkoy, cuyo concepto de r a s g o d i s t i n t i v o , m odificado p o r Jakobson
y más tarde p or H alle (en colaboración con Chomsky), se ha in corporado a
la teoría de la fonología generativa (c f. 3.5). Ahora bien, la f u n c i ó n d i s ­
t i n t i v a de los rasgos fonéticos no es más que uno de los tipos lingüísti­
camente relevantes de función reconocidos por Trubetzkoy y sus partidarios.
Conviene m encionar asimismo la f u n c i ó n d e m a r c a t i v a y la f u n -
ción expresiva.
'Muchos de~ los rasgos suprasegmentales aludido s más arriba — acento,
tono, cantidad, etc. ( c f. 3,5)— presenfan una función dem arcativa, y no d is­
tintiva, en determ inados sistem as lingüísticos: son lo que Tru betzkoy llam aba
señales dem arcativas (Grenzsignale). Ñ o sirven para distinguir form as entre
sí, en la dim ensión sustítutiva (o , en térm inos saussureanos, paradigm ática)
de"contras té r iiih o ^ ü e ^ e fu g r ^ n Iá~cohésioñ^f5laolo^ca~déTas~formas y " con­
tribuyen identificarlas sintagmáticam ente com o unidades, m arcando la
frontera, entre una y otraHforma en el curso del habla. P o r ejem plo, en mu­
chas lenguas, entre ellas el inglés, no hay más que un acento prim ario en
cada form a de palabra. Pero dado que la posición del acento prim ario en fo r­
mas de palabra del inglés sólo puede predecirse en parte, su incidencia sobre
una sílaba y no otra no p erm ite identificar fronteras de palabra, com o ocurre
en las lenguas (v. gr., polaco, checo o finés) con el llam ado acento fijo . A pe­
sar de todo, el acento de palabra realiza una im portante función dem arca­
tiva, en inglés, lo m ism o que la aparición de determinadas secuencias fone-
máticas. P o r ejem plo, /h/ apenas aparece en inglés (salvo en nom bres
propios) com o no sea al prin cip io de un m orfem a, m ientras que /r¡/ nunca
aparece sin otra consonante detrás, excepto al final. P o r tanto, la aparición
de estos fonem as sirve para indicar la existencia de fron tera entre m orfem as.
Y no son sólo los rasgos prosódicos los que tienen función dem arcativa en
el sistema lingüístico, cosa que los fonólogos a menudo han pasado por alto.
El hecho de que no todas las secuencias fonem áticas constituyan form as po­
sibles de palabra en una lengua tiene su im portancia para la identificación
de aquellas form as que aparecen efectivam ente en los enunciados.
Por función expresiva de un rasgo fonológico se entiende J a indicación
de los sentim ientos o actitudes del hablante. P o r ejem plo, el acento de pala­
bra no es 'd is tin tivo en francés ni realiza una función dem arcativa, com o
sucede en muchas lenguas. Existe, no obstante, un cierto tipo de pronuncia­
ción enfática, al com ienzo de palabra, a la que se atribuye una fu nción ex­
presiva. Puede decirse con certeza que toda lengua^ pone un abundante arse­
nal de recursos fonológicos a disposición de sus usuarios para la expresión
de sentimientos. A menos que lim item os la noción de significado lingüístico
a lo que es pertinente para em itir enunciados verdaderos o falsos, probable­
mente es legítim o tratar la función expresiva de la lengua en pie de igualdad
con su función descriptiva (c f. 5.1).
Los m iem bros de la Escuela de Praga no sólo dem ostraron su funcio­
nalismo y, más en especial, su predisposición a em prender el análisis com ­
pleto de las funciones expresivas e interpersonales de la lengua en el cam po
de la fonología. Desde el principio, se opusieron decididam en te al historiéis-
m o y al positivism o de la concepción neogram ática de la lengua, pero tam bién
al intelectualism o de la tradición filosófica occiden tal a n terio r al x ix , según
la cual la lengua es la exteriorización o expresión d el pensam iento (donde
p o r ‘ pensam iento’ se entiende el pensam iento p rep osicion a l). E l intelectua-
lism o, com o verem os, es uno de los com ponentes de este co m p le jo y h etero­
géneo m ovim iento de la lingüística m oderna al que asignam os el ró tu lo de
‘ generativism o’ (cf. 7.4). N o hay contradicción lógica en tre fu n cion alism o e
intelectualism o. Después de todo, el intelectualista podría ad op tar e l supues­
to de que la función única o prim aria de la lengua es la expresión del pen­
samiento proposicional y, aun así, com o funcionalista, sostener qu e la es­
tructura de los sistemas lingüísticos está determ inada p o r su adaptación te-
leológica a aquella función única o prim aria. En la práctica, sin em bargo, no
sólo los lingüistas de la Escuela de Praga, sino otros que tam bién se han con­
siderado funcionalistas, han ven ido a subrayar la m u l t i f u n c i o n a l i d a d
de la lengua y la im portancia de sus funciones expresivas, sociales y volitivas
(o conativas), en contraste con su función descriptiva o, sim plem ente, ade­
más de ella.
U no de los em peños más duraderos de la Escuela de Praga e n jo jju e ^ a te ñ e
a la estructura"girám aticaFcteTas lenguas, ha s i 3 ^ e L . d e j{.jLc-S-P.£,SLti.¿~a
f u n c i o n a l de la o ra ción (p a ra u tilizar el..término^que_.des.taca..la-motiva-,.
c ión funcionalista de la in vestigación sobre el tem a). Se ha señalado ¿n un
capítulo a n terior que

(1 ) Esta mañana se levan tó tarde

y
(2 ) Se levantó tarde esta mañana

podrían considerarse versiones diferentes de la m ism a oración o, p o r el con­


trario, oraciones diferen tes (c f. 4.2). Cualquiera que sea e l punto de vista
adoptado, dos hechos destacan con claridad: en p rim er lugar, que (1 ) y (2)
son veritativam ente equivalentes y, p o r tanto, en una in terpretación estricta
de ‘significado’, pueden considerarse idénticas (cf. 5.1); en segundo lugar,
que los contextos en que se enunciaría (1) difieren sistem áticam ente de
aquellos en que se enunciaría (2). En tanto que se considere m ateria de sin­
taxis el orden de las palabras, podem os decir que, al m enos en algunas len­
guas, la estructura sintáctica de los enunciados (o de las oraciones, en una
definición de ‘oración ’ que im plicaría que (1 ) y (2) son oraciones diferen tes)
está determ inada p or la disposición com unicativa de cada enunciado y, en
particular, p or lo que se da p o r supuesto, consabido o d a d o com o in fo r­
m ación básica y lo que se presenta, fren te a esta inform ación básica, com o
n u e v o para el oyente y, en consecuencia, genuinamente inform ativo. Por
ello, al definir lo que han dado en llam ar la perspectiva funcional de la ora­
ción, los lingüistas de la Escuela de Praga han introducido consideraciones
de este tipo. E xisten diferen cias term inológicas e interpretativas que dificul-
tan la com paración de los diversos tratam ientos funcionalistas sobre la dis­
posición com unicativa de los enunciados en un m arco teórico común. Pero
todos ellos com parten el convencim iento de que la estructura de los enun­
ciados eirrá ~ g é té fm iñ ^ á ~ p o r"é l"u s o r para~el que se aducen y p o r el contexto
com u n icativo en que aparecen.
“ " E n general, podernos decir que, en lingüística, el funcionalism o se ha
m ostrado p roclive a "en fatizar el 'ca rácter ~ m si_n ^ eñ tal de la lengua. N o es
raro, pues, que haya una afinidad natural entre esta concepción y la del so-
ciolin gü ista, cT'de' aq üeII5s~firósoCos de la lengua que situlTéT com portam iento
lingüístico en la noción más am plia de la interacción social. En éste y otros
respectos, el fu ncionalism o se opone firm em ente al gen eratrnsm o' (c f Y Á ~
A h ora bien, ¿acaso es verdad, com o afirm an los funcionalistas, que la
estructura de las lenguas naturales está determ inada p o r las diversas fun­
ciones sem ióticas interdependientes — expresiva, social y descriptiva— que és­
tas realizan? Si así fuese, su estructura no resultaría arbitraria a este tenor;
de hecho, en la m edida en que distintos sistemas lingüísticos realizaran unas
m ism as funciones sem ióticas, cabría suponer que han de ser sim ilares, si
no idénticos, en estructura. Es posible que los lingüistas hayan exagerado a
veces la arbitrariedad de los procesos gram aticales y no hayan sabido valorar
debidam en te las consideraciones funcionales, al describir determ inados fen ó­
m enos. Cabe asim ism o la posibilidad de que se encuentren, en ú ltim o térm i­
no, explicaciones funcionales para muchos hechos que, de m om ento, parecen
bien arbitrarios: p o r ejem plo, que el a d jetivo preceda al nom bre en las fra­
ses nom inales del inglés, pero que norm alm ente siga al nom bre en español;
qu e e l verb o se coloqu e al final de las cláusulas subordinadas en alemán, y
así sucesivam ente. En ciertos casos se ha advertido que la presencia de una
p rop ied a d aparentem ente a rb rtra rla ~ "eh ü n a leñ gua tiende a im p lic a r la pre­
sencia ó lá~ausencia de ~ot ra~pYopieHacf"aparentem ente arb itra ría tam bién.
P ero, al menos h asta'ah ora, los ú á i~ATéTs a . l e s i m p T i c a t i v o s de este
tip o no han recib id o aún "una explicación satisfactoria en térm inos funcio­
nales. Parece, más bien, que hay una buena dosis de arbitrariedad en los
com pon entes no verbales de los sistemas lingüísticos, y más en particular,
en su estructura gram atical (cf. 7.4), y que el fu ncionalism o, tal com o lo he­
m os definido antes, no puede sostenerse. De ahí no se sigue, desde luego,
qu e tam bién sean insostenibles otras versiones m ás m oderadas del fu ncio­
n alism o según las cuales la estructura de los sistem as lingüísticos está de­
term inada, en parte, p ero no en todo, p o r la función. Y lo cierto es que mu­
chos lingüistas qu e se autodenom inan funcionalistas^ tienden a adoptar alguna
de esas versiones más m oderadas.

7.4 E l generativismo

A qu í u tilizam os el térm in o ‘ gen erativism o’ para referirn os a la teoría de las


lenguas desarrollada hace más de veinte años p o r Chom sky y sus partidarios.
En este sentido, ha ejercid o una enorm e influencia no sólo en la lingüística,
sino también en la filosofía, la psicología y otras disciplinas que se ocupan
del lenguaje.
El generativism o proclam a la utilidad y viabilidad de describir las len­
guas humanas por m edio de gram áticas generativas de uno u o tro tipo. Pero
tam bién contiene mucho más que esto. Com o se ha señalado ya, aunque la
adopción de los preceptos del generativism o im plique necesariamente un in­
terés p or la gram ática generativa, lo contrario no es válido (cf. 4.6). En efec­
to, son relativam ente pocos los lingüistas atraídos por las ventajas técnicas
y el valor heurístico del sistem a de Chomsky sobre la gram ática transfor-
mativo-generativa, cuando la adujo p or prim era vez hacia finales de la dé­
cada de 1950 a 1960, que estén explícitam ente adheridos a los supuestos y
doctrinas que actualm ente se identifican con el nom bre de generativismo.
M erece tam bién la pena subrayar que estos supuestos y doctrinas no guar­
dan, en su m ayor parte, una conexión lógica entre sí. Algunos, com o indicaré
más abajo, son más aceptados que otros. N o obstante, la influencia del gene­
rativism o chom skyano en la m oderna teoría lingüística ha sido tan profunda
y om nipresente, que incluso quienes rechazan alguno que o tro de sus aspec­
tos lo hacen precisam ente en los térm inos que el propio Chomsky ha pro­
porcionado.
E l generativism o suele presentarse com o un m ovim iento iniciado contra
la escuela anteriorm ente dom inante del llam ado descriptivism o americano
post-bloom fieldiano, esto es una versión particular del estructuralismo. Hasta
cierto punto, es justificado contem plar el origen del generativism o lingüís­
tico desde este ángulo. Pero, com o el. p ro pio Chom sky llegó a com prender
más^ adelante., en. m u chos-aspectos el generativism o también constituye una
vuelta a concepciones más antiguas y tra d i c ^ n a l l . 0 ^ r e 3 0 e i i g ú a . En otros
aspectos, se lim ita a tom ar, sin la debida crítica, rasgos del estructuralism o
post-bloom fieldiano que nunca han recibido dem asiado fa vo r en otras escue­
las lingüísticas. Es im posible tratar satisfactoriam ente las conexiones his­
tóricas entre el generativism o chom skyano y las concepciones de sus prede­
cesores en un lib ro com o éste. La verdad es que, para nuestros propósitos
inm ediatos, tam poco es necesario intentarlo. M e lim itaré a escoger y a co­
m entar brevem ente los com ponentes más im portantes del generativism o ac­
tual propiam ente chom skyano.
Com o he advertido en el capítulo 1, los sistemas lingüísticos son pro­
ductivos, en el sentido de que perm iten la construcción y com prensión de
un núm ero indefinidam ente grande de enunciados que nunca se han presen­
tado anteriorm ente en la experiencia de los usuarios (c f. 1.5). En rigor, a
p a rtir del supuesto de que las lenguas humanas tienen la propiedad de la
r e c u r s i v i d a d — lo que parece un supuesto válido (cf. 4.5)— se sigue
que el conjunto de posibles enunciados en una lengua dada es literalm ente
infinito. En sus prim eros trabajos, Chom sky ya llam ó la atención sobre esto
al criticar ia opinión, m uy extendida entonces, de que los niños aprenden la
lengua nativa reprodu ciendo total o parcialm ente los enunciados de los ha­
blantes adultos. Evidentem ente, si los niños, a p a rtir de una edad bastante
temprana, son capaces de produ cir enunciados inéditos que un hablante com ­
petente de la lengua considera gram aticalm ente bien form ados, es necesario
suponer que hay algo más que una mera im itación en tod o el proceso. De­
ben haber inferido, aprendido o adquirido de otro m odo las reglas grama­
ticales que garantizan esta buena form ación de sus enunciados. En un ca­
pítulo posterior volverem os a examinar la adquisición, lingüística (c f. 8.4).
Aquí basta con a dvertir que, tanto si Chomsky tiene razón com o si no acerca
de otros temas conexos, es evidente que los niños no aprenden los enuncia­
dos lingüísticos de m em oria para reproducirlos a continuación en respuesta
a estímulos del m edio ambiente.
H e utilizado deliberadam ente las palabras 'estím ulo' y 'respuesta’ en este
contexto. Se trata de térm inos clave én la escuela de psicología conocida
con el nom bre de c o n d u c t i s m o, muy influyente en A m érica antes y
después de la segunda guerra mundial. Según los conductistas, todo lo que
suele describirse com o un producto de la m ente humana — incluyendo la
lengua— puede describirse satisfactoriam ente por el refu erzo y condiciona­
m iento de reflejos puram ente fisiológicos y, en últim o térm ino, por hábitos
de e s t í m u l o - r e s p u e s t a del m ism o tipo que el condicionam iento con
que los psicólogos experim entales enseñan a las ratas de laboratorio a cir­
cular por un laberinto. C om o el propio B loom field llegó a aceptar el con-
ductism o y aun abogó explícitam ente por él com o base del estudio científico
de la lengua en su manual clásico (1935), estos principios fueron am pliam en­
te aceptados en N orteam érica, no sólo por los psicólogos, sino tam bién por
los lingüistas, durante el llam ado período post-bloom fieldiano.
Chomsky ha contribu ido más que nadie a dem ostrar la esterilidad de la
teoría conductista de la lengua. H a señalado que buena parte de su vocabu­
lario técnico ( ‘estím ulo’, ‘ respuesta’, ‘condicionam iento’, ‘refu erzo ’, etc.), si se
tom a al pie de la letra, carece de pertinencia en la adquisición y uso del len­
guaje humano. H a m ostrado que el rechazo de los conductistas a adm itir la
existencia de todo lo que no son objetos y procesos físicos y observables sé
apoya en un p reju icio pseudocientífico ya superado. H a afirm ado — y a tenor
de la evidencia disponible correctam ente— que la lengua es independiente
del c o n t r o l d e e jsJ: í m u 1o. A esto se refiere, precisam ente, cuando ha­
bla de C r e a t i v i d a d>: el enunciado que alguien produce en una ocasión
dada, es, en principio, im p redictib le y no puede describirse adecuadamente,
en el sentido técnico de estos términos, com o respuesta a algún estím ulo
identificable, lingüístico o no.
A ju icio de Chomsky, la creatividad es un atributo peculiar del hom bre,
p o r el que se distingue de las máquinas y, por lo que sabemos, de otros ani­
males. Pero se trata de una creatividad r e g u l a d a , gobernada por reglas.
Y aquí es donde la gram ática generativa se justifica mas plenam ente. Los
enunciados que producim os tienen una cierta estructura gram atical, esto es
se adecúan a una reglas ^específicas de buena form ación. Bien, pues, en la
m edida en que se consigue especificar estas reglas de buena form ación, o
gram aticalidad, se proporcion a un análisis científicam ente satisfactorio de
esta propiedad de la lengua — su productividad (cf. 1.5)— que posibilita el
ejercicio de la creatividad. Conviene ad vertir que la produ ctivid ad no debe
confundirse con la creatividad, aun cuando haya una conexión intrínseca en­
tre ambas. La creatividad en el uso de la lengua — esto es la libertad con
respecto al control de estím ulo— sé circunscribe a los lím ites que im pone la
p rodu ctividad del sistem a lingüístico. Adem ás, en la concepción de Chomsky
— lo que constituye, p o r cierto, un com ponente crucial del generativism o
chom skyano— , las reglas que determ inan la produ ctividad de las lenguas
deben sus propiedades form ales precisam ente a la estructura de la m ente
humana.
Esto nos lleva al m e n t a l i s m o . N o sólo los conductistas, sino tam ­
bién psicólogos, y filósoFoT“de"lIIversa" filiación, han rechazado la distinción
que suele establecerse entre cuerpo y mente. Chom sky p a rte del supuesto
de que se trata de una distinción válida (aun sin aceptar necesariam ente los
térm inos en que se ha form u lado en el pasado). Y en su opinión la lingüísti­
ca tie n e 'u n im portante com etido que desem peñar en la investigación de la
naturaleza de la mente. D entro de poco volverem os a ello (c f. 8.2). M ientras
tanto, vale la pena a d vertir que hay mucha menos diferen cia de lo que ca­
b ría esperar entre las concepciones de B loom field y de C hom sky sobre la
naturaleza y los objetivos de la lingüística. E l com prom iso de B lo o m field con
el conductism o apenas e je rc ió un efe cto práctico sobre las técnicas de des­
cripción lingüística que tanto él com o sus discípulos desarrollaron; p o r su
parte, el m entalism o de Chomsky, com o verem os, no es d el tip o que (para
cita r a B loom field) «suponga que la variabilidad de la conducta humana se
debe a la in terferen cia de algún fa cto r no físic o ». E l m entalism o de Chomsky
trasciende la oposición, ya trasnochada, entre lo físico y lo n o físic o que
invoca aquí Bloom field. Chomsky, no menos que B loom field, intenta estudiar
el lenguaje en el m arco de conceptos y supuestos derivados de las ciencias
naturales.
A pesar de todo, hay diferencias im portantes entre el gen erativism o choms-
kyiano y el estructuralism o bloom fieldian o y post-bloom fieldiano. Una de ellas
se refiere a las actitudes respectivas en cuanto a los u n i v e r s a l e s l i n ­
g ü í s t i c o s . B loom field y sus partidarios subrayaron la diversidad estruc­
tural de las lenguas (com o la m ayoría de estructuralistas post-saussureanos:
cf. 7.2). Los generativistas, p o r el contrario, se sienten más interesados por
lo que las lenguas tienen en común. A este respecto, el gen erativism o retorna
a la antigua tradición de la gram ática universal — representada especialm en­
te p o r la gram ática de Port-Royal, de 1660, y un gran núm ero de tratados
lingüísticos del siglo x v m — , que tanto B loom field com o Saussure condena­
ron p o r especulativa y no científica. P ero la posición de Chom sky es curio­
sam ente distinta de la de sus predecesores en la m ism a tradición . M ientras
aquéllos tendían a deducir las propiedades esenciales de la lengua a p a rtir
de lo que consideraban categorías universalm ente válidas de la lógica o la
realidad, Chomsky se siénte mucho más atraído p o r aquellas propiedades
universales de la lengua que no cabe describir así: en suma, p o r lo que es
universal y a r b i t r a r i o (cf. 1.5). O tra diferen cia consiste en que concede
más im portan cia a las propiedades form ales de las lenguas y a la naturaleza
de las reglas indispensables para su descripción que a las relaciones entre
la lengua y el mundo.
L a razón de este cam bio de atención se debe a que Chomsky busca evi­
dencias para apoyar su opinión de que la facultad lingüística del hom bre es
i n n a t a y p r i v a t i v a d e l a e s p e c i e , esto es genéticam ente trans­
m itid a y única a la especie. Así, pues, puede descartarse de este punto de vista
toda propiedad universal de la lengua que se ju stifiqu e por su utilidad fun­
cional o p o r refleja r la estructura del mundo físico o las categorías de la ló­
gica. Según Chomsky, hay propiedades form ales com plejas que se encuen­
tran en todas las lenguas y, aun así, son arbitrarias, en el sentido de que no
sirven a ningún propósito conocido ni pueden deducirse com o no sea de lo
que sabem os acerca de los seres humanos y del mundo en que viven.
S i existen en efecto propiedades form ales universales en la lengua, del
tip o que han postulado los generativistas, es aun im posible de determ inar.
A h ora bien, su búsqueda y el em peño por construir una teoría general de la
estructura lingüística que pudiera integrarlas ha dado lugar a obras de lo más
interesante en la lingüística, tanto teórica com o descriptiva, de los últim os
años. M uchos de los resultados obtenidos son valiosos incluso al m argen de
si sustentan o no la hipótesis de Chomsky sobre el carácter innato y peculiar
a la especie de la facultad lingüística.
O tra diferen cia entre generativism o y estructuralism o bloom fieldian o y
post-bloom fieldiano — aunque, a este respecto, el generativism o se encuentre
'más cerca del estructuralism o saussureano— se refiere a la distinción que
C hom sky establece entre c o m p e t e n c i a y a c t u a c i ó n . La com peten­
cia lingüística del hablante consiste en la parte de su conocim iento — acerca
del sistem a lingüístico— en virtu d de la cual es capaz de produ cir el conjunto
indefinidam ente grande de oraciones que constituye su lengua (en la defini­
ción que hace Chom sky de lengua com o conjunto de oraciones: cf. 2.6). La
realización, p o r o tro lado, es el com portam iento lingüístico, del que se dice
que está determ in ado no sólo p o r la com petencia lingüística del hablante,
sino tam bién p o r una diversidad de factores no lingüísticos entre los cuales
se incluyen convenciones sociales, creencias acerca del mundo> actitudes em o­
cionales del hablante hacia lo que dice, suposiciones acerca de las actitudes
d el in terlocu tor, etc., ju n to con los m ecanism os psicológicos y fisiológicos que
in tervien en en la producción de enunciados.
E sta distinción entre com petencia y actuación se encuentra en el m ism o
m e o llo del generativism o. Tal com o se ha presentado en los últim os años,
o fre c e la siguiente relación con el m entalism o y,,el universalism o. La com pe­
tencia lingüística consta de un conjunto de reglas que el hablante ha cons­
tru id o en su m ente al aplicar su capacidad innata para la adquisición de la
lengua a los datos lingüísticos tom ados del entorno durante la niñez. Así,
la gram ática que construye el lingüista sobre el sistem a en cuestión puede
con cebirse com o un m odelo de la com petencia del hablante nativo. En la m e­
dida en que m odela con exactitud propiedades de la com petencia lingüística
tales com o la capacidad de produ cir y com pren der un núm ero indefinidam en­
te grande de oraciones, sirve de m odelo de una facultad o potencia de la
mente. Y en la m edida en que la teoría de la gram ática generativa establece
y construye un m odelo para aquella parte de la com petencia lingüística que,
siendo universal (y arbitraria), se considera innata, puede adm itirse que se
inscribe en la psicología cognoscitiva y aporta su peculiar contribución al es­
tudio del hom bre. Desde luego, es precisam ente este aspecto del generativis­
mo, con la reinterpretación y la revitalización del concepto tradicional de
gram ática universal, lo que más ha excitado la atención de psicólogos y fi­
lósofos.
La distinción entre com petencia y actuación, tal com o la establece Choms­
ky se parece a la de Saussure entre langue y parole. Ambas se basan en la
posibilidad de separar lo lingüístico de lo no lingüístico y ambas suscriben
la ficción de la hom ogeneidad del sistema lingüístico (cf. 1.6). En cuanto a
las diferencias, cabe sostener que la distinción de Saussure tiene menos im ­
pronta psicológica que la de Chomsky, pues, si bien el propio Saussure dista
de ser claro a este respecto, muchos de sus seguidores han concebido el sis­
tem a lingüístico com o una entidad muy abstracta y distinta del conocim iento
que el hablante idealizado tiene de ella. O tra diferencia, más perceptible, se
refiere a la función asignada a las reglas de la sintaxis. Saussure da la im pre­
sión de que las oraciones de una lengua son casos de p a r o l e ; tanto él
com o sus seguidores hablan de la l a n g u e com o un sistema de relaciones
y apenas dicen nada, si es que dicen, sobre las reglas indispensables para
generar oraciones. Chomsky, por su parte, ha insistido desde el principio en
que la capacidad de produ cir y com prender oraciones sintácticam ente bien
form adas constituye una parte central — en rigor, la parte central— de la
com petencia lingüística del hablante. A este respecto, el generativism o choms­
kyano constituye, sin duda, un paso adelante con respecto al estructuralism o
saussureano.
La distinción de Chomsky entre com petencia y realización ha provocado
muy abundantes críticas. Algunas aluden a la validez de lo que he denominado
la ficción de la hom ogeneidad; ahora bien; si la ‘validez' se interpreta según
el provecho obtenido al describir y com parar lenguas, puede descartarse toda
objeción. Con la m ism a salvedad podem os descontar tam bién la crítica de
que Chomsky establece una distinción dem asiado tajante entre la com peten­
cia lingüística y otros tipos de conocim iento y capacidad cognoscitiva incur-
sos en el uso de la lengua, concretam ente lo que atañe a la estructura gram a­
tical y fonológica: el análisis sem ántico es más problem ático (c f. 5.6, 8.6). Al
p ropio tiem po, tam bién hay que reconocer que los térm inos ‘com petencia’
y ‘actuación’ son inapropiados y mendaces con respecto a la distinción entre
lo lingüístico y lo no lingüístico. A dm itiendo que el com portam iento lingüís­
tico, en tanto que sistem ático, presupone diversas clases de capacidad cognos­
citiva, o com petencia, y que una de ellas es el saber del hablante acerca de
las reglas y el vocabulario del sistema lingüístico, resulta, com o m ínim o, con­
fuso circu nscribir el térm ino ‘com petencia’, com o hacen los generativistas
chomskyanos, al sistem a lingüístico, para am ontonar todo lo demás en el ca­
jó n de sastre de la ‘ actuación’ . H ubiese sido preferib le hablar de com petencia
lingüística y no lingüística, p or un lado, y de actuación, o com portam iento lin­
güístico real, p o r o tro. De ahí que m erece la pena señalar que, en sus trabajos
más recientes, el p rop io Chomsky distingue la com petencia gram atical de lo
que llam a com petencia pragmática.
Los aspectos más controvertidos del generativism o apuntan sobre todo
a su conexión con el m entalism o y a la reafirm ación de la doctrina filosófica
tradicional del saber innato (cf. 8.2). En cuanto a la parte más estrictam ente
lingüística del generativism o (la m icrolingüística: cf. 2.1), tam bién sobran
elem entos polém icos, Muchos los com parte, p o r cierto, con el estructuralism o
post-bloom fieldiano, del que em ergió, o incluso con otras escuelas lingüísti­
cas, entre ellas el estructuralism o saussureano y la Escuela de Praga, 'con la
que ha venido a asociarse actualm ente en diversos aspectos. P o r ejem plo,
continúa la tradición de la sintaxis post-bloom fieldiana al partir del m orfem a
com o unidad básica de análisis y conceder más im portancia a las relaciones
de constitución que a las de dependencia (cf. 4.4). Su concepción sobre la
autonom ía de la sintaxis (es decir, la idea de que cabe describir la estructura
sintáctica de las lenguas sin recu rrir a consideraciones- semánticas) puede
igualm ente adscribirse a la herencia post-bloom fieldiana, si bien muchos
otros lingüistas, ajenos a la misma, han adoptado la misma postura. Com o
hemos visto, el generativism o chomskyano está más próxim o al estructura­
lism o saussureano y post-saussureano p or el requ isito de trazar una distin­
ción entre el sistema lingüístico y el uso de este sistem a en un contexto dado
de enunciación. Tam bién se encuentra más próxim o al estructuralism o saus­
sureano y a algunas de sus derivaciones europeas en su actitud hacia la se­
mántica. Y en fin, tam bién se ha inspirado decisivam ente en las nociones
fonológicas de la Escuela de Praga, aun sin abrazar los principios del funcio­
nalismo. Demasiado a menudo vem os que el generativism o es presentado com o
un todo integrado donde los detalles técnicos de la form alización se com bi­
nan con una serie de ideas lógicam ente inconexas sobre la lengua y la filosofía
de la ciencia. Lo que, evidentem ente, exige una correcta discrim inación an­
tes de evaluar sus m éritos.

A M P L IA C IÓ N B IB L IO G R Á F IC A

Sobre la historia reciente de la lingüística, cf. Ivic (1965); Leroy (1963); Malmberg
(1964); Mohrmann, Sommerfelt & Whatmough (1961); Norman & Sommerfelt (1963);
Robins (1979b); [Szemerényi (1979)].
En cuanto al estructuralismo saussureano y post-saussureano, añádanse Culler
(1976); Ehmann (1970);- Hawkes (1977); Lañe (1970); Lepschy (1970). Para los lec­
tores de francés, Sanders (1979) proporciona una excelente introducción al Cours
de Saussure y a las ediciones críticas y comentarios más especializados. [Para una
edición crítica, cf. Mauro (1973). Cf. asimismo Comeille (1979); Koerher (1982);
Mounin (1969).]
Sobre el estructuralismo y él funcionalismo de la Escuela de Praga, véanse
también Garvín (1964); Jakobson (1973); Vachek (1964, 1966). Y además Halliday
(1970, 1079) por su trátamiento en parte independiente. [Añádanse Fontaine (1980)
y Tm ka et alii (1971).]
Sobre el generativismo chomskyano, la bibliografía de divulgación y especiali­
zada se ha vuelto inmensa, y en su mayor parte también controvertida, errónea o
sin actualizar. Lyons (1977a) es una sencilla introducción a las ideas y trabajos de
Chomsky, con una bibliografía y sugerencias para profundizar en, los datos. A las
obras enumeradas hasta aquí pueden añadirse: Matthews (1979), por su enérgica
crítica a los preceptos centrales del generativismo; Piattelli-Palmarini (1980), que
desarrolla y en parte modifica a Sampson (1975); Smith & Wilson (1979), con una
presentación animosa y agradable de la lingüística desde un punto de vista choms­
kyano. Las publicaciones más recientes del propio Chomsky tienden cada vez hacia
una mayor especialización, pero Chomsky (1979) contiene una actualización gene­
ral de su postura.
1. ¿Q u é e s el h i s t o r i c i s m o ? ¿E n qué difiere del e v o l u c i o n i s m o ?
¿Q u é influencia han ejercido am bos en la form ación de la lingüística del p resen­
te s ig lo ?

2. ¿ C u á le s son, a su juicio, lo s ra sg o s m ás im portantes del estructuralism o sa us-


su re a n o ?

3. D istín g a se claram ente entre ‘estructuralism o’ en su sentido m ás general y


en el sentido en que s e opone a ‘ge nera tivism o’.

4. «el estructuralism o s e basa, ante todo, en com probar que si las acciones o
producciones hum anas tienen un significado e s porque ha de haber un sistem a
subyacente de co n ven cio n es que hagan posible éste significado» (Culler, 1973:
21-2). Com éntese.

5. Expóngase lo que se entiende por f u n c i o n a l i s m o en la lingüistica, en


particular con relación a la obra de la Escuela de Praga.

6. « C h o m sk y ha contribuido m ás que nadie a dem ostrar la esterilidad de la teo­


ría conductista de la lengua» (p. 198). Com éntese.
*
7. «El térm ino ‘estructura profunda’ ha resultado ser, por desgracia, m uy enga­
ñoso. Ha inducido a m u ch o s a pensar que las estructuras profundas y s u s propie­
dades so n totalm ente ‘p ro fu n d a s’ en el sentido no técnico de la palabra, m ientras
que el resto es superficial, carente de importancia, variable de una a otra lengua,
y a s í sucesivam ente. Nunca qu ise decir tal cosa» (C hom sky, 1976: 82). ¿C ó m o
estableció C h o m sk y la d istinción entre lo p r o f u n d o y lo s u p e r f i c i a l en
A s p e c t s (1 9 6 5 )? ¿E n qué situación se encuentra hoy la obra del propio C h o m sky
y de otros ge n e ra tivista s?
8. ¿P o r qué concede C h o m sk y tanta importancia a la noción de u n i v e r s a l e s
formales?

9. «hay mucha m enos diferencia de lo que cabría esperar entre las concepcio­
nes de Bloomfield y de C h o m sky sobre la naturaleza y los objetivos de la lingüís­
tica» (p. 199). Com éntese.

10. «Tenem os bastante ya con atender a nuestros propios problemas. Ahora, si


nos fijamos en aquéllos redescubrirem os las virtudes genuinas de la gramática
generativa com o una técnica de descripción lingüística, especialm ente adecuada
para la sintaxis, y no com o un m odelo.de la competencia» (Matthew s, 1979: 106).
¿ E s justo este com entario? Los argum entos aducidos, ¿justifican la co n clusió n?
8. Lenguaje y mente

8.1. L a gramática universal y su pertinencia

Desde los tiem pos más prim itivos ha habido una estrecha conexión Centre la
filosofía del lenguaje y otras ramas de la filosofía tradicionalm ente reconoci­
das, com o la lógica (el estudio del razonam iento) y la epistem ología (la teo­
ría del conocim iento). En cuanto a la lógica, el m ism o n om bre revela su re­
lación con lo que se ha convertido en una disciplina extraordinariam ente
rigurosa y más o menos independiente: la palabra griega ‘lógos’ guarda rela­
ción con el verb o que significa «h a b la r» o «d e c ir » y puede traducirse, según
el contexto, com o «ra zon a m ien to» o bien «discu rso». Desde luego, esta cone­
xión histórica no tiene nada de sorprendente. E l p rop io sentido com ún y la
introspección apoyan el supuesto de que el pensam iento constituye una suer­
te de habla in terior, y no faltan versiones más refinadas de una id ea así a lo
largo de siglos de filosofía. De hecho, al cabo de los 2000 años que ha do­
m inado en O ccidente lá gram ática tradicional a través de sus diversos cen­
tros institucionales, nunca se estableció, en un plano teórico, una diferen cia
radical entre gram ática y lógica. En determ inados períodos — especialm ente
en el siglo x m y, más adelante, en el x v m — se propusieron diversos siste­
mas de lo que vin o a llam arse la g r a m i t i c a universal, donde se
hacía una conexión explícita entre lógica y gram ática al tiem po que se aducía
una cierta ju stificación filosófica de tal proceder. En todos los casos, la gra­
m ática quedaba supeditada a la lógica b a jo el supuesto de que los principios
lógicos habían de tener validez universal.
P o r su parte, los lingüistas del siglo pasado se m ostraron más bien rea­
cios a aceptar una gram ática universal filosóficam ente fundamentada. Por
un lado, se puso de m anifiesto que había mucha m ayor diversidad de estruc­
tura gram atical entre las lenguas del mundo de lo que habían supuesto los
estudiosos de generaciones anteriores. P o r otro, el espíritu de la época y los
logros solidísim os de la flam ante lingüística diacrónica favorecieron la des­
cripción histórica a expensas de la filosófica (cf. 7.1). H ubo quienes, incluso,
em pezaron a preguntarse si serían realm ente universales las categorías lógi­
cas, de inspiración aristotélica, de la lógica tradicional. H acia 1860, el clasi-
cista y filó so fo alemán A. Trendelen bu rg (1820-72) em itió la idea de que si
A ristóteles hubiese hablado chino o dakotano, y no griego, las categorías de
la lógica aristotélica hubiesen sido radicalm ente diferentes. E ste punto de vis­
ta tenía m ucho que ver con los de H erd er (1744-1803) y de W ilh elm von
H u m b o ld t (1762-1835), quienes habían ponderado tanto la diversidad de la
estructura lingüística com o su influencia en la categorización del pensam iento
y la experiencia. Más adelante volverem os a tratar este asunto en conexión
con la llam ada hipótesis w horfiana (c f. 10.2). A qu í conviene quizá subrayar
qu e tam bién el historicism o — para no m encionar el evolucionism o darwinis-
ta— d ejó su im pronta, a finales del siglo x ix, en las disciplinas nacientes de
la an tropología y la psicología. N o sólo era habitual hablar de la evolución
de la cultura desde un estadio de barbarie hasta el de la civilización, sino
que algunos investigadores, com o Levy-Bruhl, estaban incluso dispuestos a
sostener que la mente del llam ado salvaje funciona de un m odo distinto con
respecto a la del hom bre civilizado.
P o r diversas razones, pues, la gram ática universal, en el sentido tradi­
cional, p erd ió el fa vo r de los científicos a lo largo del siglo pasado. Ahora
bien, durante los últim os vein te años ha sido resucitada, dentro de lo que he
llam ado generativism o, p o r Chom sky y sus seguidores (c f. 7.4). La versión
chom skyana de la gram ática universal establece el m ism o supuesto que las
versiones prim itivas acerca de la universalidad de la lógica y la interdepen­
dencia en tre lengua y pensam iento. Sin em bargo, considera que el estudio
em p írico de la lengua debe más a la filosofía de la m ente de lo que la lógica
tradicion al y la filosofía del lenguaje deben a la lingüística. E llo introduce
una diferen cia profunda en el m odo de argum entar — aun cuando el conte­
n ido sea evidentem ente tradicional— por ejem plo, si la facultad de la lengua
es o no innata. La origin alidad de Chomsky a este respecto ha quedado clara­
m ente resum ida en una reciente introducción a su teoría del lenguaje y de la
lingüística: «p robablem en te ha sido el p rim ero en sum inistrar argum entos
detallados, desde la naturaleza del lenguaje hasta la naturaleza de la mente,
en lugar de hacerlo viceversa» (S m ith & W ilson, 1979: 9).
M ucho de lo que se consideraba dentro de la filosofía de la m ente — in­
clu ida la epistem ología— lo estudian hoy en día conjuntam ente, aunque a
m enudo desde distintos puntos de vista, filósofos y psicólogos. En tanto que
el o b je to de estudio es el propio lenguaje y no otra facultad o m odo opera­
tivo de la m ente humana, se ha desarrollado una subdisciplina enteram ente
nueva durante los últim os años denom inada p s i c o l i n g ü í s t i c a . Com o el
m ism o térm ino im plica, resulta de la intersección de la psicología y la lin­
güística y se apoya igualm ente en ambas, p ero tam bién radica, en sus as­
pectos más teóricos, en la obra desplegada en el cam po de la lógica y la
filo so fía del lenguaje, con lo que se vincula, p or un extrem o, con la n e u-
r o l i n g ü í s t i c a (el estudio de las bases neurológicas del lenguaje) y la
c i e n c i a d e l c o n o c i m i e n t o (cf. 8.6) y, p or el otro, con la s o c i o -
lingüística. EL cam po de investigación es vasto, y al m enos hasta el
presente no existe aún un m arco generalm ente aceptado de criterios a partir
del cual pueda diseñarse un program a interdisciplinario y coherente para la
investigación. A pesar de todo, se ha progresado en determinados aspectos,
especialm ente en el estudio de la percepción del habla y de la adquisición
de la lengua. En este capítulo trataré de hacer una breve exposición divulga-
tiva sobre los principales temas teóricos en relación con el estudio del len­
guaje y de la m ente para introducir al lector en parte de la obra em pírica
más actual llevada a cabo en la neurolingüística, la adquisición de la lengua
y lo que ha venido a llam arse ciencia del conocim iento.
Ante todo, un sim ple com entario sobre el uso de la palabra ‘m ente’. Se
trata, desde luego, de una palabra corriente en español, pero, al m ism o tiem­
po, se em plea con profusión para aludir al o b jeto de una determ inada rama
de la filosofía, por un lado, y de la psicología, p o r otro. En la lengua cotidia­
na, su sentido se ha vu elto más estricto — y próxim o al de ‘ in telecto’, ‘ razón’,
‘com prensión’ y ‘ju ic io ’— que el sentido más o menos técnico que tiene en la
filosofía de la m ente y (para los psicólogos que utilizan el térm ino) la psico­
logía. En estas disciplinas com prende no sólo la facultad humana del razo­
nam iento, sino tam bién los sentimientos, la m em oria, las em ociones y la vo­
luntad. H ay que tener esto bien en cuenta, sobre todo porque, com o verem os,
ha habido una tendencia en trabajos recientes sobre lingüística teórica y filo­
sofía del lenguaje a conceder una interpretación excesivam ente estricta a
‘m ente’ (y a ‘ m entalism o’ ).
Vale la pena señalar tam bién que la existencia de la mente y su relación
con el cuerpo en que habita, o con el que mantiene alguna asociación, cons­
tituye un problem a filosófico pertinaz y controvertido. De los distintos in­
tentos conocidos para form u la r y, en algún caso, resolver el llam ado pro­
blem a de la m ente y el cuerpo podem os m encionar los siguientes: el dualis­
mo, el m aterialism o, el idealism o y el monismo.
Como doctrina filosófica, el d u a l i s m o se rem ite en especial a Platón
y Descartes. Ahora bien, presum iblem ente a causa del apuntalamiento reli­
gioso qu e tiene en la tradición cristiana, constituye también el credo tácita
e irreflexivam en te aceptado del hom bre de la calle europeo. E l dualista sos­
tiene no sólo la existencia de la mente, sino también que ésta difiere de la
m ateria p o r su naturaleza no física. En la enseñanza cristiana tradicional
suele describirse la m ente com o una potencia del alma. Para Platón y los
griegos no se estableció, en cam bio, una distinción entre m ente y alma, pues
la palabra ‘ p sy jé’ com prendía ambas cosas. Los dualistas han aducido diver­
sas teorías para dar cuenta de la interdependencia que parece existir entre
los fenóm enos som áticos y corporales.
E l m a t e r i a l i s m o , menos común en la actualidad que a finales del
siglo pasado y com ienzos del presente, afirm a que no existe más que m ate­
ria, y que cuanto entra en los supuestos fenóm enos mentales se explica, en
ú ltim o extrem o, p or m edio de propiedades puram ente físicas de los cuerpos
m ateriales. Una versión especial del m aterialism o aparece en el c o n d u c -
t i s m o [o , a p a rtir del inglés, beh aviorism o], según el cual no existe algo
así com o la m ente y que los térm inos mentalísticos com o ‘m ente’, ‘ pensa­
m iento’, ‘em oción’, ‘ voluntad’ y ‘ deseo’ han de interpretarse com o una alusión
a determinados tipos de com portam iento o, en todo caso, a predisposiciones
para com portarse de una determ inada manera. H em os señalado ya que el
conductismo recibió un im portante im pulso no sólo en la psicología nortea­
mericana, sino también, y gracias a la exposición detallada que B loom field
hizo de él, en la lingüística norteam ericana prechom skyana (cf. 7.4). En cam­
bio, nunca llegó a imponerse bien en la lingüística europea, aun cuando e je r­
ciese cierta influencia en la filosofía (cf. Ryle, 1949).
Así com o el m aterialism o niega la existencia de la mente, el i d e a l i s m o
niega la existencia de lá m ateria y sostiene que todo cuanto existe es m en­
tal. O tro térm ino utilizado en lugar de ‘ idealism o’ es el de ‘ m entalism o’. Sin
em bargo, en los últimos años este ú ltim o ha venido a utilizarse, especialm en­
te entre lingüistas, con un sentido más bien confuso y no tradicional (cf. 8.2).
En fin, el m o n i s m o , en contraste con el dualismo, proclam a la uni­
dad de lo real. Tanto el m aterialism o com o el idealism o pueden, por tanto,
considerarse versiones distintas de monismo. N o obstante, lo más norm al es
preservar el térm ino ‘m onism o’ para aludir a la concepción de que ni lo fí­
sico ni lo m ental constituyen la realidad última, sino tan sólo aspectos d ife­
rentes de algo más neutro y fundamental.
Es evidentem ente im posible expresar todo el contenido de un térm ino
filosófico p or m edio de una definición tan general. Pero, aun siendo inade­
cuadas desde el punto de vista filosófico, estas definiciones nos ayudarán a
evaluar parte de los trabajos más recientes en lingüística, psicología y cien­
cia del conocim iento ligados a la investigación de lo que tradicionalm ente
se conoce p o r el lenguaje y la m e n te.. ,

8.2 Mentalismo, racionalismo e innatismo

Chom sky y quienes con él suscriben los principios del generativism o han
afirm ado que la lengua constituye una prueba en fa vo r del m e n t a l i s m o ,
esto es, de la existencia de la mente. En numerosas ocasiones se ha malin-
terp retado este principio, sobre todo al suponerse que ‘m entalism o’ equivale
a ‘ idealism o’ o a ‘ dualism o’. Así lo utilizaba precisam ente B loom field (cf. 7.4).
Pero Chomsky y sus partidarios no son, evidentem ente, idealistas ni tam poco,
al menos necesariamente, dualistas. Lo que sostienen es que la adquisición
y el uso de la lengua no pueden explicarse sin apelar a principios que en la
actualidad están más allá de una explicación puram ente fisiológica de los
seres humanos. Con ello tam poco se adhieren al supuesto de que la m ente
sea una entidad no física distinta del cerebro u o tra parte del cuerpo. Y , p or
o tro lado, rechazan los prejuicios m etodológicos de aquellos psicólogos, en
especial conductistas, que insisten en que todo cuanto tradicionalm ente se
describe com o mental “es m ero resultado de sim ples procesos físicos.
E l m entalism o chomskyano contiene un aspecto negativo y o tro positivo,
de los cuales el últim o es el más interesante y controvertido. E l aspecto ne-
gativo, o crítico, consiste en el antifisicalism o o antim aterialism o y, más en
particular, dentro del contexto de la ideología previam ente dom inante en la
lingüística y la psicología americanas, en su ánticonductism o. Com o hemos
visto, el conductism o es tan sólo una versión particular del m aterialism o por
la que se restringe el o b jeto de la psicología a la conducta humana y se in­
tenta explicar todos los tipos de conducta, entre ellos el híabla — pues el pen­
samiento se deñnía com o habla interiorizada— , a p artir de procesos psicoló­
gicos y biológicos determ inistas (cf. 7.4). Aunque a veces puede exagerarse
la im portancia del conductism o en B loom field y en la lingüística post-bloom-
fieldiana, no cabe duda de que ha ejercid o una poderosa influencia en la psi­
cología americana, e incluso de que ha llegado a disuadir a muchos lingüistas
de em prender una actividad seria en sem ántica y de colaborar con psicólogos
y filósofos en el estudio de lo que tradicionalm ente cubría la rúbrica del
lenguaje y la mente. Desde luego, no faltan versiones depuradas más o menos
sostenibles. Pero el tip o de conductism o por el que abogó B loom field, junto
con el que ha criticad o Chomsky en su fam osa recensión al lib ro V erb al
B ehavior (1957) de B. F. Skinner, es, com o m ínim o, poco prom etedor. Y en
ello el p rop io Chomsky puede atribuirse el m érito de haberle quitado gran
parte del apoyo de que gozaba en lingüística y en psicología hace tan sólo
una generación. -í .
N o debe pasarse por alto ni subestimarse lo que acabo de presentar
com o aspecto n egativo del m entalism o. Com o ya hemos visto en un. capítulo
anterior, los lingüistas se han preocupado mucho, durante las prim eras dé­
cadas del presente siglo, p o r el estatuto de la lingüística com o ciencia (cf.
2.2). Muy a menudo han concluido que toda disciplina con pretensiones cien­
tíficas debía m odelarse necesariam ente a p artir de las ciencias más rigurosas,
esto es, la física y la quím ica. Tal supuesto se em parejaba a veces, cóm o en
B loom field, con la doctrina filosófica conocida p o r r e d u c c i o n i s m o , esto
es, que hay ciencias más básicas que otras, en el sentido de que los,,concep-
tos teóricos de una ciencia m enos básica han de definirse, en ú ltim o extrem o,
a partir de los conceptos teóricos de otra ciencia más básica. P o r ejem plo,
dado que la física es más básica que la química, la quím ica más que la b io ­
logía, la biología más que la psicología, y así sucesivamente, el reduccionism o
sostendría que los térm inos teóricos con que operan los psicólogos han de
definirse, en últim a instancia, por la biología, que los térm inos teóricos de
la biología deben encontrar su definición en la química, etc., etc.
Seguram ente no hay dificultad en com prender cóm o puede asociarse esta
concepción con el m aterialism o y con lo que hoy se considera, en general,
una postura típicam ente decim onónica sobre las ciencias físicas. M uy pocos
filósofos de la ciencia adm itirían en la actualidad la doctrina del reduccio­
nismo. A pesar de todo, son muchos los adeptos y teóricos de las ciencias
sociales que todavía parecen pensar, erróneam ente, que la postulación de en­
tidades y procesos no descriptibles en térm inos físicos tienen algo de poco
científico. Gracias en gran parte a Chomsky, esta actitud apenas se prodiga
entre lingüistas, por lo que la lingüística ha ganado en riqueza de matices
y en interés.
Basta ya, pues, sobre el aspecto negativo o crítico contenido en la rea­
firm ación del m entalism o en lingüística, psicología y filosofía p o r parte de
Chom sky y de quienes han recibido su influencia. A su vez, las propuestas
positivas constituyen lo más origin al y polém ico de lo que doy en llam ar
m entalism o chom skyano. Uno de los problem as cruciales de la filosofía de
la m ente se refiere a la adquisición del conocim iento y, más en particular, al
papel que la mente, o la razón, desempeña en este proceso, p o r un lado, y
la experiencia de los sentidos, por otro. Los que destacan el com etido de la
razón, com o Platón o Descartes, son tradicionalm ente conocidos por r a c i o ­
n a l i s t a s , m ientras que quienes subrayan, com o Locke o Hum e, la im p or­
tancia p rim ord ia l de la experiencia, o de los datos sensoriales, son conocidos
p o r e m p i r i s t a s . Chomsky se alinea entre los prim eros. Y , además, adop­
ta el punto de vista — com o muchos otros racionalistas— de que los princi­
pios p o r los cuales la m ente adquiere el conocim iento son i n n a t o s , esto
es que la m ente no es una tabla rasa donde la experiencia im p rim e su ca­
rácter, sino que debe concebirse, siguiendo el sím il de Leibniz, com o un blo­
que de m árm ol que puede ser labrado de diversas form as, pero cuya estruc­
tura im pone restricciones a la creatividad del escultor.
La adquisición de la lengua constituye un caso particular del proceso
más general de adqu irir conocim iento. A l p rop io tiem po, aquel aspecto de
la adquisición de la lengua nativa que consiste en aprender el significado
de las palabras form a parte integral, en opinión de muchos, de la adquisi­
ción de los demás tipos de conocim iento. En efecto, adq u irir conocim iento,
según la concepción tradicional, supone tom ar conciencia de conceptos pre­
viam en te ignorados, p o r lo que hay una clara conexión entre descubrir o fo r­
m ar conceptos nuevos (en el supuesto de que sea ello p o sib le) y aprender
el significado de las palabras. Así, pues, la posesión de los conceptos apro­
piados, ¿constituye una precondición para adqu irir y usar, correctam ente el
vocabu lario de la propia lengua nativa? Dicho de o tro m odo, la conexión
en tre lengua y pensamiento, ¿es tal que no pueda establecerse siquiera una
distin ción lógica entre estar en posesión de un determ inado concepto y co­
nocer el significado de alguna palabra que lo identifique y, p o r así decirlo,
lo fije ? A la vista de tales consideraciones no tiene nada de sorprendente
que la adquisición de la lengua haya desem peñado un papel tan señalado,
a lo la rgo de los siglos, en los debates que se han produ cido entre racionalis­
tas y em piristas.
Com o sus predecesores en la tradición racionalista, Chomsky adopta el
supuesto de que las lenguas sirven para expresar el pensam iento, que los
seres humanos están dotados de una m anera innata (es d ecir genética) de
una capacidad para fo rm a r ciertos conceptos y no otros y que la form ación
de conceptos es una precondición para adqu irir el significado de las pala­
bras. P ero el interés de Chomsky por la lengua difiere del que se desprende
de sus predecesores ‘racionalistas en dos sentidos, lo que hace, p o r cierto,
más origin al e im portante su contribución al examen filosófico del tema. En
p rim er lugar, ha dejado sentado que aprender (o, para u tilizar un térm ino
más neutro, a d q u irir) la estructura gram atical de la lengua nativa requiere
una explicación análoga a la del proceso de em parejar el significado de una
palabra con su form a. De ahí también que su form alización de diversos ti­
pos de gram ática generativa haya alcanzado nuevas cotas de precisión para
los que quieren evaluar la com plejidad estructural de las lenguas humanas
en relación con otros sistemas com unicativos (cf. 1.5). En segundo lugar, ha
puntualizado que la naturaleza de la lengua y el proceso de la adquisición
lingüística son inexplicables sin postular la existencia de una facultad innata
para dicha adquisición.
Am bos aspectos están relacionados. Com o vim os anteriorm ente, Chomsky
basa sü argum entación sobre el innatismo y la especificidad de la facultad
lingüística en la universalidad de ciertas propiedades form ales arbitrarias de
la estructura lingüística (cf. 7.4). Estas propiedades form ales suelen inscri­
birse b a jo el epígrafe más general de d e p e n d e n c i a e s t r u c t u r a l ,
cuya m anifestación más evidente se realiza en la sintaxis, pese a que puede
encontrarse tam bién en la fonología y la m orfología. Cuando se dice de una
regla, o de un principio, que es estructuralm ente dependiente quiere indi­
carse que el conjunto o secuencia de objetos a que se aplica posee una es­
tructura interna y que la regla o principio en cuestión hace una referencia
esencial a dicha estructura com o condición de su aplicabilidad o com o de­
term inación sobre el m odo de aplicarse. P o r ejem plo, dado que las oraciones
de una lengua tengan el tipo de estructura sintáctica que hoy los lingüistas
describen m ediante la noción de constitución, aquéllas pueden generarse
m ediante una gram ática de estructura fraseal, cuyas reglas sean estructural­
mente dependientes en el m odo requ erido (cf. 4.6). Además, las relaciones
entre oraciones correspondientes de distintos tipos (p. ej., ‘Carlos escribió
el lib ro ’ y ‘ ¿E scribió Carlos el lib ro?’ ; ‘Carlos escribió el lib ro ’ y ‘ ¿Fue es­
crito p o r Carlos el lib ro ?’, etc.), pueden precisarse, con relación a los m ar­
cadores fraseales que form alizan su estructura de frase (en un cierto nivel
de descripción ), a base de reglas transform ativas, que son más poderosas
que las reglas de estructura de frase e incluyen una noción más com pleja
de dependencia estructural.
Los detalles técnicos de la dependencia estructural y su form alización
por m edio de algún tipo de gram ática generativa no nos interesan aquí. Lo
im portante es que la positiva contribución de Chomsky a la filosofía de la
mente, p or un lado, y a la psicología de la adquisición lingüística, por otro,
se funda en el reconocim iento decisivo de la dependencia estructural com o
propiedad aparentem ente universal de las lenguas humanas y de la necesidad
de m ostrar cóm o llegan los niños a dom inar dicha propiedad en la adquisi­
ción y uso de la lengua. En la concepción de Chomsky, lo que llam am os men­
te adm ite una descripción óptim a a base de un conjunto de estructuras abs­
tractas cuyo soporte físico es todavía relativam ente desconocido, pero que
se asem eja a ciertos órganos corporales com o el corazón o el hígado en
que madura de acuerdo con un program a genéticam ente determ inado de
desarrollo en interacción con el m edio en que se desenvuelve. L o que hemos
venido llam ando facultad lingüística (en el sentido en que se em plea tradi­
cionalm ente el térm ino ‘ facu ltad’ ) es una de estas muchas estructuras men­
tales, cada una de las cuales está altam ente especializada con respecto a la
función que desempeña.
¿Es todo esto correcto? La respuesta más inmediata, y totalm ente insa­
tisfactoria, es que puede que sí y puede que no. La evidencia más asequible
— tom ada de indagaciones sobre la adquisición de la lengua, de casos pro-
totípicos de alteraciones lingüísticas de diversas clases, de experim entos con
otros prim ates, sobre todo chimpancés, de progresos alcanzados en la neuro-
fisiología del cerebro y de otros campos diversos de investigación— no parece
conclusiva. Conviene subrayar, no obstante, que la acumulación de eviden­
cias se halla en continuo crecim iento. Y no está fuera de lugar que cuanto
se ha venido m anifestando a lo largo de los siglos com o un debate puram en­
te filosófico term ine por replantearse com o una investigación em pírica in­
terdisciplinaria. ¡Y recordem os, a este propósito, que ‘em p írico’ no presupone
ningún com prom iso con el em pirism o!
La particular versión de Chomsky sobre el m entalism o no es en absoluto
la única, dentro del propio mentalismo, que se haya desarrollado e invocado
últim am ente con respecto a la adquisición lingüística. Así, p o r ejem plo, la
teoría del psicólogo suizo J. Piaget ha ejercido una influencia no menor. Se­
gún Piaget, existen cuatro etapas en el desarrollo de los procesos mentales
del niño. Para la adquisición lingüística, en su opinión, es crucial el paso de
la etapa s e n s o m o t r i z , que dura hasta la edad de unos dos años y en la
que el niño experim enta con los objetos tangibles de su m edio, a la llamada
etapa p r e o p e r a t i v a , que dura hasta alcanzar ,el período conocido por
el uso de razón (hacia los siete años), durante la cual el niño llega a m anejar
palabras y frases a p a rtir de su com prensión previa sobre el m odo com o
pueden com pararse, manipularse y transform arse los o b jetos tangibles. Mu­
chos psicólogos encuentran que lo más atractivo del pensam iento de Piaget
es su evidente conexión con el funcionalism o (c f. 7.3) e incluso su intento
de describir la adquisición lingüística a partir de principios más generales de
desarrollo mental. Ahora bien, com o hemos visto, Chomsky ha argüido que
la evidencia no apoya a Piaget en esto, pues la estructura sintáctica en par­
ticular no puede describirse a base de térm inos funcionalistas, y la adquisi­
ción lingüística no parece verse afectada por las diferencias de capacidad
intelectual en los niños. Es justo añadir, sin em bargo, que son muchos los
lingüistas y psicólogos que sostendrían que dicha evidencia, en ambos res­
pectos, no es clara.
La teoría de Piaget sobre el desarrollo m ental suele considerarse situada
entre los extrem os tradicionales del racionalism o y el em pirism o. P or una
parte, destaca la im portancia de la experiencia — especialm ente la senso­
m otriz— y por otra, tom a las distintas etapas del desarrollo cognoscitivo
com o un proceso exclusivo de la especie y genéticam ente program ado (esto
es, determ inado por lo que cabría llamar, en un sentido m oderno del p rim i­
tivo térm ino racionalista, ideas innatas). Tam bién de un m odo sem ejante,
aunque el propio Chomsky se llam e racionalista, nunca ha negado el papel
esencial que desempeña la experiencia en la adquisición del conocim iento,
e incluso lo que identifica, no sin rego cijo (en térm inos más característicos
de la psicología em pirista e incluso conductista), com o procesos de desen­
cadenam iento y configuración. Quizás el com entario final más ju icioso para
este apartado sería el de apuntar que el debate tradicional entre racionalistas
y em piristas se ha transform ado mucho, gracias al progreso reciente en ge­
nética, neurofisiología y psicología, hasta el punto de que hoy ya no es po­
sible u tilizar ninguno de aquellos térm inos tradicionales sin añadir alguna
otra cualificación que caracterice debidam ente cualquiera de las posiciones
defendibles sobre los asuntos que enfrentan a ambos grupos de filósofos y
psicólogos. Y hay que considerar esto com o un avance, pues im plica que la
versión actual de una postura atribu ible p o r su p rop io au tor al em pirism o o
al racionalism o ha de tom ar en consideración una serie de evidencias que
no estaban al alcance de los grandes filósofos del pasado. Los temas, en un
principio muy generales, que habían servido para etiquetar, digam os, a Des­
cartes com o racionalista y a L ocke com o em pirista se han escindido en una
variedad de planteam ientos más concretos susceptibles de respuesta sólo
a p a rtir de una investigación em pírica m ultidisciplinaria.

8.3 E l lenguaje y el cerebro

H o y p o r hoy nadie, cualquiera que sea su concepción sobre el celebrado pro­


blem a de la m ente y el cuerpo (c f. 8.1), negará probablem ente que, entre
todos los órganos del cuerpo, es e l cerebro el que desem peña la función
prim ordial en las operaciones que- solem os denom inar mentales.
E l cerebro humano es m uy co m p lejo y sólo en parte se ha llegado a
com pren der cóm o realiza sus diversas funciones. Ahora bien, durante los
últim os años se ha obtenido un considerable progreso a este respecto, in­
cluso sobre detalles muy pertinentes para el tem a central de este capítulo.
El c e r e b r o se divide en dos m itades, denominadas h e m i s f e r i o s ,
unidas (en condiciones norm ales) p o r el c o r p u s c a l l o s u m . L a parte
externa de ambos hem isferios consta de m ateria gris — el c ó r t e x— que
contiene unas 1010 de neuronas o células nerviosas, las cuales se hallan co­
nectadas entre sí p o r m edio de un conjunto igualm ente ingente de fibras
en la m ateria blanca, que se encuentra b a jo el córtex. E l h em isferio de­
recho controla el lado izquierdo del cuerpo (a cuyas señales responde tam­
bién ), m ientras que el h em isferio izqu ierdo controla el lado derecho. P o r
esta razón una herida o una em bolia en un h em isferio puede p rovo ca r la
parálisis de los m iem bros del lado opuesto del cuerpo. Y las señales recibidas
en una parte — táctiles, auditivas o visuales— deben ir al h em isferio apro­
piado antes de proceder a su in terpretación en el o tro a través del corpus
callosum. Resulta que, si p or m edio de la cirugía se secciona el corpus ca­
llosum — técnica que se ha em pleado a veces, incluso recientem ente, para
el tratam iento de la epilepsia hasta que se han revelado sus consecuencias
negativas— , las señales del lado derecho del cuerpo sólo pueden ser tratadas
p or el h em isferio izquierdo y viceversa.
Desde hace más de cien años se ha sabido que existe una relación espe­
cial (para todos los diestros y la gran m ayoría de zurdos, si bien no tod os)
entre el lenguaje y el h em isferio izquierdo, hasta el punto que podem os de­
cir, en térm inos muy generales (y para la m ayoría de la gente), que la lengua
está gobernada por este hem isferio. El proceso por el cual se especializa
un h em isferio del cerebro para el desempeño de ciertas funciones se conoce
p or el nom bre de l a t e r a l i z a c i ó n . (E n la escasa m inoría de casos res­
tantes, entre zurdos, $n los que el hem isferio izquierdo no. está especializado
para el lenguaje, lo está el derecho, p or lo que aun así existe lateralización.)
El proceso de lateralización es de naturaleza m adurativa, en el sentido de
que está genéticam ente preprogram ado, aun cuando requ iere tiem po para su
desarrollo. Hay, por supuesto, muchos procesos m adurativos de este tipo en
el desarrollo b io lógico de todas las especies. Pero la lateralización parece
exclusiva de los seres humanos. P o r lo común, se piensa que em pieza cuando
el niño tiene unos dos años y se com pleta en algún período situado entre los
cinco años y la aparición de la pubertad.
Para la lengua, la lateralización no es el único tipo de especialización
funcional que tiene lugar en los seres humanos al fa vo recer un determ inado
hem isferio del cerebro a expensas del otro. Además, en general, se supone
que constituye una précondición evolutiva para el desarrollo de una in teli­
gencia superior en el hom bre. Actualm ente tam bién suele adm itirse que la
lateralización es una précondición (filogen ética y ontogen ética) para la ad­
quisición de la lengua. En apoyo de esta idea podem os alegar que la adqui­
sición lingüística em pieza más o menos con el proceso de lateralización y se
com pleta, al menos en lo más esencial, cuando viene a acabarse dicho pro­
ceso. Tam bién parece corrob o ra rlo el hecho de que la adquisición de la len­
gua se vu elve cada vez más d ifíc il una vez sobrepasada la edad en que ter­
mina" la lateralización. Parece, en rigor, que hay algo ¡así com o una e d a d
c r í t i c a para la adquisición de la lengua, en el sentido de que la lengua
no será aprendida en absoluto, o sin un pleno dom in io de sus recursos, a
m enos que el proceso se em prenda en el m om ento en qué el niño alcanza
la edad en cuestión.
Aunque no todo el mundo acepte el supuesto de que hay una edad crítica
para la adquisición de la lengua, lo cierto es que tam bién se ve avalado por
el caso im presionante y lam entable de la jo ven conocida en la bib liogra fía
p o r Genie. En 1970, Genie fue descubierta en Los Ángeles por unos asistentes
sociales, cuando tenía trece años. Durante este tiem po sus padres la habían
m antenido en un total aislam iento frente a las,, personas, la golpeaban dura­
m ente cuando provocaba el m enor ruido y aun la hacían víctim a de toda
clase de vejacion es em ocionales y físicas. Una de las consecuencias, desde
luego, era que no sabía hablar. Som etida a un tratam iento b a jo el cuidado
de psicólogos y lingüistas, em prendió el proceso de la adquisición de la len­
gua, en el que experim en tó un rápido progreso inicial. P o r lo demás, siguió
las mismas etapas en la adquisición del inglés com o cualquier o tro niño
norm al en la edad norm al. A prim era vista, parecía haberse refu tado la hipó­
tesis de la edad crítica. Sin em bargo, por lo que se inform a, aunque su me-
m oría de vocabulario es excelente y su desarrollo intelectual es globalm ente
satisfactorio, encuentra dificultades salvo en los aspectos más simples de la
estructura gram atical del inglés. Se ha afirm ado, en consecuencia, que el
caso de Genie no sólo confirm a la hipótesis de la edad crítica, sino también
la idea de ¿que la facultad para la adquisición lingüística depende de otras
capacidades intelectuales.
H asta hace poco se había pensado que, pese a los determinantes genéti­
cos de la lateralización, había, p o r así decirlo, suficiente plasticidad para que
el o tro h em isferio asumiera las funciones aun sin su predisposición natural
— p or ejem plo, en caso de que el cerebro sufriera algún daño o alguna ope­
ración quirúrgica— siem pre y cuando esta necesidad surgiera antes de ter­
m inarse el proceso de la lateralización. N o obstante, hoy se admite, tras el
estudio más detenido del com portam iento lingüístico de quienes han perdido
el h em isferio izqu ierdo durante la prim era niñez, que, aunque no se pone
inm ediatam ente de m anifiesto, estas personas encuentran dificultades con
ciertas construcciones gramaticales.
H asta aquí hemos tratado la lateralización de la lengua desde una pers­
pectiva muy general. Debem os m encionar ahora — aun sin entrar en dema­
siados detalles— que determ inados aspectos del tratam iento lingüístico pa­
recen más característicos del h em isferio izquierdo que otros. P o r ejem plo,
el h em isferio derecho puede in terpretar sin dificultad palabras aisladas que
denoten entidades físicas, pero no es tan eficiente a la hora de interpretar
frases gram aticalm ente com plejas. De un m odo análogo, aunque los sonidos
no lingüísticos reciben un tratam iento directo y eficaz en el hem isferio de­
recho, los sonidos del habla suelen pasar al hem isferio izquierdo, más espe­
cializado para ellos. Parece tam bién significativo que, m ientras se considera
el h em isferio izquierdo m e jo r dotado para el razonam iento asociativo y ana­
lítico, el derecho es más efectivo no sólo para el tratam iento de señales es­
pacio-visuales, sino tam bién para el reconocim iento de las pautas de la en­
tonación y, lo que es bastante interesante, para la interpretación de la mú­
sica. Esto sugiere que el com portam iento lingüístico integra diversos pro­
cesos neurofisiológicam ente distintos. En térm inos generales, podem os decir
que lo que cabe considerar, con otros criterios, la parte más específicam ente
lingüística de la lengua se asocia al hem isferio izquierdo (cf. 1.5). Es quizás
éste el com ponente que debe adquirirse, si es que se adquiere, antes de al­
canzar la edad crítica y tam bién el que, digám oslo así, no llegan a adqu irir
,los chimpancés y otros prim ates.
Cuanto hem os presentado en este apartado guarda una evidente cohe­
rencia con la hipótesis chom skyana de que la facultad lingüística es una
capacidad únicam ente humana y genéticam ente transm itida que se distin­
gue de otras facultades m entales aun cuando coopere con ellas. H em os de
subrayar, sin em bargo, que la evidencia neurofisiológica es relativam ente
exigua hasta el presente (aunque aumente sin cesar) y está lejos de ofrecer
respuestas conclusivas. De ahí que los psicólogos y los filósofos se encuen­
tren todavía divid idos en to m o a la cuestión de si existe o no una facultad
lingüística genéticam ente transmitida.
8.4 L a adquisición del lenguaje

V o y a em pezar este apartado estableciendo una cuestión puram ente term i­


nológica. ¿A qué se debe que la m ayoría de psicólogos y lingüistas de hoy ,
prefieran hablar de a d q u i s i c i ó n de la lengua más que de aprendizaje?
L a razón reside sencillam ente en que ‘adquisición’ es neutro con respecto a
ciertas im plicaciones que han venido a asociarse al térm in o ‘apren dizaje’ en
psicología. N o faltan, sin em bargo, quienes sostendrían que, aunque ‘ adqui­
sición ’ es más neutro que ‘ aprendizaje’ en los aspectos más relevantes, tam-,
poco evita las malas interpretaciones, ya que supone llegar a poseer algo que
antes no se tenía. Si la lengua es innata, no se adquiere: crece o faadura
naturalm ente o, com o quizá diría Chomsky, orgánicamente. Ahora bien, com o
‘adqu isición ’ se ha convertido en un térm ino corriente, continuarem os ha­
cien do uso de él.
Tam bién hay que insistir en o tro asunto no puramente term inológico.
L o que suele aludirse con la adquisición del lenguaje se manifiesta, en con­
diciones norm ales, a través del conocim iento y el uso de lenguas concretas.
A esto m e refería en el p rim er apartado de este libro cuando decía que no
se puede poseer (o u tilizar) el lenguaje sin poseer (o utilizar) una lengua dada
(cf. 1.1). Y aunque puede ponerse en duda esta afirm ación desde un punto
de vista filosófico, ahora se ha reform u lado de un m odo (especialm ente al
precisa r ‘en condiciones norm ales’) sin duda im pecable. E l térm ino ‘adquisi­
ción lin gü ística’ puede interpretarse tanto en el sentido de «la adquisición
del len gu a je» com o en el de «la adquisición de una lengua». Aun cuando
aceptem os que, en cierto m odo, el lenguaje (esto es, lo que Chomsky y otros
han denom inado facultad lingü ística) no se adquiere, podem os suponer ra­
zon ablem ente que la m ayor parte de la estructura del español, el inglés, el
francés, el ruso, etc. (p o r no decir toda ella) es adquirida (s i bien no nece­
sariam ente aprendida) p o r quienes han llegado a utilizarlas com o lenguas
nativas.
En general, el térm ino ‘adquisición lingüística' se em plea sin caracterizar
en absolu to el proceso que da lugar al conocim iento de la lengua o las len­
guas nativas. Es concebible que la adquisición de una lengua extranjera,
apren did a sistem áticam ente en la escuela o no, procede de un m odo muy
distin to. E n realidad, com o hemos visto, la adquisición de la lengua nativa
después de la presunta ‘edad crítica ’ puede diferir, p or razones neurofisioló-
gicas, de la adquisición considerada norm al para la propia lengua nativa
(c f. 8.3). Y hace poco se ha sugerido, a raíz de-observaciones clínicas sobre
in dividu os bilingües con daños cerebrales, que la adquisición de una segunda
lengua, siendo uno adulto o todavía niño, presenta consecuencias neurofi-
siológicas im portantes. H em os de ser cautos, p o r tanto, a la hora de extraer
conclusiones generales a p a rtir de la adquisición que hace el niño monolin-
güe de su lengua na tiva en 'condiciones normales, y de aplicarlas al problem a
de la enseñanza de lenguas extranjeras. Por ejem plo, quizás haya o no ar­
gu m entos en fa vo r del llam ado m étodo directo para la enseñanza de lenguas
en la escuela, p e ro ' sí puede decirse que uno de los que suelen invocarse
— «ta l com o aprendió la lengua n ativa»— es claram ente falaz. En lo que
sigue nos vamos a ocupar de la adquisición lingüística en su sentido
normal.
Em pecem os p or establecer unos hechos, algunos o b jeto de la observa­
ción cotidiana, y otros resultado de laboriosas investigaciones y experim en­
tos. Todos los niños normales adquieren la lengua que oyen hablar alrededor
sin contar para ello con ninguna instrucción especial. Em piezan a hablar
aproxim adam ente a la misma edad y discurren p o r las mismas etapas de
desarrollo lingüístico. E l progreso que hacen es, al menos a veces, tan rápido
que, com o suelen notar tanto padres com o m aestros, es d ifíc il registrarlo
de un m odo com pleto y sistem ático. Adem ás, este progreso no se ve, en su
conjunto, afectado p o r diferencias de inteligencia ni de procedencia social
y cultural.
Aunque acabo de decir que los niños em piezan a hablar aproxim adam en­
te a la m ism a edad, es im posible afirm ar cuándo un niño em pieza exacta­
m ente a hacerlo. En p rim er lugar, no están claros los criterios que deberían
adoptarse: ¿será la capacidad del niño para em plear adecuadam ente palabras
aisladas o bien para construir enunciados de dos palabras a p a rtir de alguna
operación productiva y regular? Se trata tan sólo de dos criterios éntre
muchos y, desde luego, no hay m otivos para p re fe rir uno sobre otro. Tam ­
bién ocu rre que la transición entre una y otra etapa identificable del desa­
rro llo lingüístico es gradual y no abrupta. Pese a que podam os recon ocer una
secuencia relativam ente estable de etapas — en la adquisición de la fonología,
la gram ática y el vocabulario de la lengua p o r parte del niño— no parece
tener sentido suponer que pasa de pron to de una a otra etapa. H ay aun la
com plicación adicional de que la producción del niño puede estar en desa­
cuerdo con su com prensión. En rigor, suele adm itirse que la com prensión
siem pre precede a la producción en la secuencia evolutiva. De ahí que los
enunciados espontáneos de un niño pueden no re fleja r directam ente el co­
nocim iento que va adquiriendo de la lengua.
Es sabido actualm ente que los niños ya en los p rim eros días de su vida
postnatal (si no antes) son sensibles no sólo a la vo z humana com o tal, sino
ya a la diferen cia entre consonantes en correlación de sonoridad y sordez.
Esto se ha tom ado a veces com o una prueba en fa v o r del conocim iento inna­
to del niño sobre los rasgos distintivos presuntam ente universales de la fo ­
nología (cf. 3.5). Sin em bargo, recientem ente se ha dem ostrado que los
chim pancés m uy jóvenes tam bién son capaces de responder a la m ism a dis­
tinción acústica. Cabe pensar, en consecuencia, que com o los chimpancés
no desarrollan el habla y los niños no aprovechan la distinción fonética de
la sonoridad, ni en la com prensión ni en la producción, hasta llegar hacia
el segundo año de vida, no se trata de una distinción fon ológica propia de la
especie que, com o tal, sea innata. Más bien sería una capacidad com ún a los seres
humanos y a los prim ates superiores, con la particu laridad de que sólo los
seres humanos saben investirla de función distintiva en virtu d de su expe­
riencia con lenguas donde aquella distinción sea funcional. Una vez más,
tam poco aquí es conclusiva la evidencia. P ero esto no significa que el inna-
tism o y la especificidad estén fuera del alcance de la investigación em pírica.
Al contrario, las pruebas van acumulándose sin parar, y es posible que pueda
darse pronto una respuesta definitiva.
A los seis meses de vid a postnatal el niño suele pasar sucesivamente de
los gritos y vagidos a los g o r j e o s y de los gorjeos al p a r l o t e o . N o
cabe apenas duda de que esta secuencia evolutiva está determ inada de una
m anera innata, ya que los sonidos que se em iten al gritar y gorjear, y en la
prim era parte del p eríod o de parloteo, no dependen del m edio lingüístico
en que se cría el niño y, p o r o tro lado, tam bién los niños sordos gritan, gor­
jean y, al menos de m om ento, parlotean igual que los niños oyentes. Particu­
larm ente interesante es que durante el períod o de parloteo (que dura hasta
que el niño norm al tiene unos doce m eses) pueden em itirse muchos sonidos
de habla que no se em plean en la lengua del m edio en que se desenvuelve
y que luego incluso le crearían dificultades en caso de aprender una lengua
extranjera que los contenga. H acia el final del períod o de parloteo, la m ayor
parte de los niños habrán adqu irido algunas de las pautas de entonación de
la lengua nativa. Sin em bargo, no hay pruebas de que las pautas de entona­
ción superpuestas a una enunciación parloteada tengan función com unica­
tiva distintiva (a pesar de que los adultos lo in terpreten así con frecuencia).
Aunque es evidente que el parloteo en cierto m odo prepara el cam ino del
habla, hay una polém ica sobre si esto debe considerarse com o su función
b iológica prim aria.
Cuando el niño alcanza unos nueve meses — no hay que o lvid a r que ha­
blam os del niño ordin ario, pues hay una considerable variación de edad en
las distintas etapas de la secuencia evolutiva, si bien, p o r lo demás no hay
razón para creer que esta variación repercuta sobre su fu tu ra com petencia
lingüística o su capacidad intelectual— com ienza a dar pruebas de haber
em pren dido la construcción del sistema fon ológico de su lengua nativa. En
algunos casos, el p a rlo teo se m ezcla durante un tiem po considerable con el
proceso de adqu irir y u tiliza r las distinciones fonológicas, p o r lo que la di­
feren cia entre parloteo y habla se hace entonces m uy evidente. L a m ayoría
de estas distinciones fonológicas quedarán perfectam ente asim iladas cuando
el niño tenga ya los cin co años. Pero algunas distinciones fonéticam en te más
d ifíciles o, en el caso de la estructura prosódica, funcionalm ente más com ­
plejas pueden quedar sin una adquisición plena m ientras el niño no se hace
m ucho m ayor. En cuanto a las distinciones segmentales, se cuenta ya con
una secuencia bastante bien establecida (q u e confirm a en parte las predic­
ciones que Rom án Jakobson em itió hace casi euarenta años): p o r ejem plo,
para las consonantes, las labiales preceden a las dentales/alveolares y velares;
las oclusivas preceden a las fricativas; las oclusivas orales preceden a las na­
sales. Existen tam bién ciertas generalizaciones acerca de la dim ensión com ­
bin atoria o sintagm ática. E l habla inicial, al m argen de la lengua a que esté
expuesto el niño, consta de palabras sin agrupaciones consonánticas que tien­
den a la reduplicación (p. ej., [d a d a ], [ k i k i]) o a ju n tar consonantes con el
m ism o lugar (o m o d o ) de articulación (p. ej., [b a m a ], [g a g o ] en lu gar de
cam a y ga to). H eñios de destacar, sin em bargo, que a m enudo el niño dis­
tingue palabras del habla adulta cuando las oye (p. ej., mal, sal y tal) taun
cuando puede tratarlas com o hom ófonos en su propia habla.
L o m ism o que de la fonología puede decirse de la gram ática: hay prue­
bas de que, al menos en las prim eras etapas, hay una secuencia evolutiva
independiente de las estructuras de la lengua am biental en que se desenvuel­
ve el niño. P rim ero llega el llam ado p eríod o h o l o f r á s t i c o , durante el
cual el niño produce lo que tradicionalm ente se han considerado oraciones
de una sola palabra (de donde deriva el térm ino ‘h olofrástico’ ). Este período
puede durar desde los nueve a los dieciocho meses aproximadamente, y da
paso al períod o subsiguiente denom inado t e l e g r á f i c o , que se inicia con
la producción de enunciados de dos palabras (o, quizás, habría que decir, más
neutralm ente, dos unidades) E l térm ino ‘ telegráfico’ proviene de la observa­
ción de que el habla del niño a ló largo de este período carece de inflexiones
y de las palabras llamadas funcionales (p. ej., preposiciones, determinantes
y conjunciones), más o menos com o en el lenguaje telegráfico. A m edida que
el niño pasa, durante el período telegráfico, de la etapa de dos palabras a
etapas u lteriores caracterizadas por la producción de enunciados más largos,
su habla se aproxim a más y más, con respecto al orden de palabras, etc., a
la de los adultos. Si la lengua que adquiere tiene flexiones y palabras funcio­
nales, las irá utilizando cada vez más adecuadamente, de m odo que cuando
llegue hacia los cuatro años su habla, si bien todavía deficiente en com para­
ción con la de los adultos, ya no puede describirse com o telegráfica. H em os
de subrayar, sin em bargo, que el térm ino im presionista ‘ telegráfico’ tiene poco
va lo r d escriptivo en relación con las lenguas llamadas aislantes (p. ej., el
vietnam és), donde no hay variación m orfológica.
H asta com ienzos de la década de 1960 a 1970 no hubo apenas investiga­
ciones sistem áticas sobre la adquisición de la estructura gram atical. L a si­
tuación cam bió radicalm ente cuando Chom sky dem ostró que las lenguas
están som etidas a r e g u l a c i ó n (especialm ente en la gram ática) y cuando
se com pren dió que las teorías existentes sobre el aprendizaje no eran capa­
ces de explicar adecuadamente la adquisición (y el uso creativo) de sistemas
regulados dotados de la propiedad de la productividad. A lo largo de aquel
decenio los psicolingüistas se interesaron casi exclusivam ente p or la gramá­
tica en sus estudios sobre el lenguaje infantil, pero el estado general de Ja
opinión ha cam biado desde entonces en fa v o r de la idea de que es im posible
estudiar aisladam ente la creciente com petencia gram atical del niño sin tener
en cuenta su desarrollo cognoscitivo, em ocional y social.
E l o b je tiv o de los estudios sobre el lenguaje infantil se ha am pliado re­
cientem ente para abarcar no sólo la fonología, la gram ática y el vocabulario,
sino tam bién la estructura sem ántica de los enunciados, su papel en la in­
teracción social y su repercusión en las creencias del niño sobre el mundo.
Tam bién se ha extendido longitudinalm ente, com o si dijéram os, en ambas
direcciones. H o y existe un buen núm ero de investigaciones en torno a los
determ inantes prelingüísticos de la adquisición de la gram ática en las etapas
de los gritos, los gorjeos y el parloteo de la secuencia evolutiva. Y se ha lle­
gado a com pren der que gran parte de la estructura gram atical de la lengua
puede perm anecer sin un dom inio adecuado p o r parte del niño (incluso sus
construcciones pueden ocultar los signos más evidentes de agram aticalidad)
hasta que no alcanza la edad de diez años o más. E ste descubrim iento no
invalida p or sí m ism o la hipótesis del innatismo y la especificidad, com o tam ­
poco la hipótesis adicional de que la facultad lingüística está separada de
otras capacidades mentales del hom bre. L o que sí hace, en tod o caso, es
com plicar la argum entación.
A causa de sus im plicaciones en el estudio de la naturaleza del lenguaje
en relación con la m ente humana es p o r lo que hemos exam inado en este
capítulo la adquisición lingüística. Hay, por descontado, muchas otras razo­
nes prácticas que tam bién justifican este interés. Los trastornos de índole
lingüística de los niños — y, en muchos casos, de los adultos— no pueden
diagnosticarse ni tratarse idóneam ente p or los terapeutas del habla com o
no sea a p a rtir de una m e jo r com prensión de la adquisición lingüística nor­
m al y anorm al. Los m ateriales didácticos para la escuela prim aria pueden
asim ism o m e jo ra r si se ensamblan, no sólo p o r el vocabulario, sino tam bién
p o r la gram ática, en la com petencia lingüística de los niños a los que van
destinados. Adem ás, en .ta n to que la edad m ental del niño con que trabajan
los educadores queda determ inada al menos en parte p or pruebas y cues­
tion a rios de tipo lingüístico, puede averiguarse si las pruebas en cuestión son
vá lid a s y fidedignas. Es especialm ente im portante que los profesores y tod o
el qu e se interesa p o r la educación de los niños nunca dejen, p o r un lado,
d e c o m p ro b a r en el acto cualquier síntom a de sordera parcial ó de incipiente
d isle x ia o bien, p o r o tro lado, de diagnosticar algún retraso m ental o déficit
lin g ü ístico acaso in ad vertido p o r culpa de pruebas poco seguras. Los traba­
jo s m ás recien tes en el cam po de la adquisición lingüística han contribuido
m u ch o a m e jo ra r la fiabilidad de la evidencia, aun cuando quizá no hayan
lle g a d o a resolver, hasta el presente, ninguno de los temas profundos de la
te o r ía qu e tienen planteados la lingüística o la psicología o aun la filosofía
d e la m en te.

8.5 O tros campos de la psicolingüística

L a a d q u is ic ió n del lenguaje no constituye el único cam po de interés para la


p s ic o lin g ü ís tic a . N i siquiera es el único que h^ experim entado una revolu ­
c ió n c o n el adven im ien to del generativism o chomskyano.
C o m o hem os visto, la teoría general de Chomsky sobre el lenguaje se
fu n d a en la distin ción entre c o m p e t e n c i a y a c t u a c i ó n (c f. 7.4). Es­
to s té r m in o s n o se habían utilizado antes de la aparición, a m ediados de la
d é c a d a d e 1960 a 1970-, de la llamada teoría estándar de la gram ática trans­
fo r m a t iv a . N o obstante, la distinción entre el sistema lingüístico, entendido
c o m o u n c o n ju n to de reglas conocido de los hablantes nativos, y el uso de
d ic h a s re g la s en ur* com portam iento lingüístico concreto, aunque expresada
en otros térm inos, era suficientem ente clara desde mucho atrás. Su im portan­
cia, no sólo para la psicolingüística, sino tam bién para el estudio del com ­
portam iento humano en general, fue debidam ente reconocida, más o menos
de inm ediato, p o r el em inente psicólogo am ericano G eorge M iller, quien p r o ­
pagó las ideas de Chomsky, las dio a conocer entre sus colegas (cf. M iller,
Galanter & Pribram , 1960) e incluso colaboró con el propio Chomsky en al­
guna de las prim eras obras teóricas sobre m odelos de actuación. E l famosc>
com entario de M ille r sobre el im pacto que le había producido el pensamien+
to de Chomsky a él y luego a muchos colegas suyos bien m erece una cita:
«A h o ra estoy convencido de que la m ente es algo distinto de una palabrota
de cinco le tr a s .»1 '
Gran parte de las investigaciones de los prim eros psicolingüistas inspi­
radas p o r el generativism o chom skyano se encam inaron al esclarecim iento
del llam ado problem a de la r e a l i d a d p s i c o l ó g i c a . En rigor, se di­
vide en dos aspectos bien diferenciados según la distinción chomskyana en­
tre com petencia y actuación. (D ebe recordarse que la propia definición de
Chomsky sobre la ‘actuación’, en el sentido de que incluye no sólo el com ­
portam iento real, sino tam bién el conocim iento no lingüístico, o com peten­
cia, que subyace a dicho com portam iento, ha provocado mucha confusión:
cf. 7.4). ¿Tienen los hablantes nativos en sus mentes y, p o r consiguiente, al­
macenados neurofisiológicam ente en sus cerebros, conjuntos de reglas del
tipo que form ulan los lingüistas en la m odelación generativa qu e hacen de los
sistemas lingüísticos? Para decirlo de una m anera tosca (y aprovechando lo
que el m ism o Chomsky considera una am bigüedad sistem ática, en virtu d de
la cual podem os em plear el térm ino ‘gram ática’ para aludir tanto al m odelo
com o a aquello dé lo cual es m odelo), ¿llevam os una gram ática generativa
en la cabeza? Esta es la prim era cuestión. La segunda (q u e presupone una
respuesta afirm ativa a la p rim era ) es com o sigue: ¿qué función desempeñan
estas reglas, si es que desem peñan alguna, en la producción y com prensión
de enunciados? r
Una parte de la investigación psicolingüística p rim itiva influida p o r el
generativism o chom skyano se orien tó hacia la segunda de estas cuestiones y
se basaba en el supuesto (qu e Chomsky no había em itid o ) de que todas las
reglas requeridas para generar una oración eran tam bién em pleadas por
los usuarios de la lengua en su actuación — es decir, en la produ cción y com ­
prensión de enunciados-—. (A l m argen de todo ello, tam poco se apreciaba,
en general, la distinción entre oraciones y enunciados: cf. 5.5.) P o r ejem plo,
se dem ostró experim entalm ente que los hablantes nativos reaccionan más
de prisa ante las oraciones activas que ante las pasivas y tam bién más de
prisa ante las oraciones afirm ativas que ante las negativas, y, además, que

1. [En el original, ‘mente’, ‘mind’. es calificada de ‘four-letter word', esto es «p a la b ra


de cuatro letras», expresión con que coloquialmente se alude en inglés a los términos
obscenos o escatológicos, que, en muchos casos, tienen efectivamente esta particularidad
ortográfica.]
la diferen cia entre los tiem pos de reacción para las oraciones afirm ativas
activas y para las negativas pasivas podía deducirse com binando las d ife­
rencias para las oraciones activas y pasivas, p o r un lado, y para las oraciones
positivas y negativas, p o r otro. A l prin cip io esto se in terpretó com o una con­
firm ación un tanto espectacular de la hipótesis de que el tratam iento m ental
de las oraciones incluía reglas tales com o la de form ación pasiva y de inser­
ción negativa (form uladas com o reglas transform ativas en la prim itiva ve r­
sión de la gram ática generativa chom skyana). Más tarde se cayó en la cuenta
de que concurrían otras variables potencialm ente pertinentes y que cuando
éstas eran debidam ente introducidas, en la m edida de lo posible, los resul­
tados eran m enos nítidos.
De hecho, a lo largo de la década de 1960 a 1970 se hizo evidente que,
aunque llevam os efectivam en te una gram ática generativa de la lengua nativa
en la cabeza, es probable que la estructura del m odelo que elabora el lin ­
gü ista para esta gram ática no re fleje las operaciones que se realizan e fe cti­
vam en te en el tratam ien to lingüístico. Y a que, en efecto, el lingüista om ite
de un m odo deliberado todos aquellos factores que, aun estando evidente­
m ente vinculados al com portam iento lingü ístico (lim itaciones de la atención
y la m em oria, m otivación e interés, conocim iento factual y preju icios ideo­
lógicos, etc.), no son expresam ente pertinentes para definir la buena form a ­
ción en las distintas lenguas ni para form u la r los hechos generales sobre la
naturaleza del lenguaje. En el supuesto de que las gram áticas generativas
sean psicológicam ente reales, esto es, de que tengamos sistemas de reglas
n eu rofisiológicam en te alm acenados en el cerebro, es razonable suponer que,
en la produ cción y com prensión de enunciados, se ponen en ju ego otras re­
glas o estrategias psicológicas que nos perm iten pasar p or alto algunas de
las reglas gram aticales propiam ente dichas. En todo caso, está bien claro
(p. ej., p o r el hecho, más bien trivial, de que tendem os a no notar erratas
de im pren ta o descuidos en la d icción ) que la com prensión lingüística se
basa en el m uestreo y no en el tratam iento com pleto de la señal de entrada.
De un m odo sem ejante, y com o se desprende de la observación diaria y aún
puede dem ostrarse experim entalm ente, em pezam os estableciendo predicciones
sobre la estructura gram atical de los enunciados (para no m encionar la es­
tructura fon ológica y el significado) en cuanto nuestro in terlocu tor se pone
a hablar. A m enos que estas predicciones queden invalidadas — de lo que no
nos dam os cuenta a menos que entren en contradicción con otra in form a ­
ción contenida en la señal que hem os ido a escoger en el m uestreo— , no
nos es im p rescindib le exam inar toda la estructura lingüística de un enun­
ciado para com pren derlo.
P o r éstas y otras razones, la investigación del llam ado problem a de la
realidad psicológica ha resultado ser m uchísim o más com p leja de lo que
llegaron a en trever los psicólogos de hace dos decenios. H em os de consignar
asim ism o que, aunque el p rop io Chom sky mantenga la postura de que hasta
ahora los lingüistas deben continuar desestim ando todo lo que se sabe sobre
m ecanism os y procesos psicológicos para configurar la com petencia lingüís­
tica, son bastantes ios gram áticos generativistas que discrepan de él. En la
actualidad, el m ovim iento en fa v o r de lo que se denomina la gram ática psi­
cológicam ente real parece ganar fuerza. Cualquiera que sea la posición adop­
tada en cuanto al problem a de la realidad psicológica — en sus dos interpre­
taciones— y en cuanto a su relevancia para la lingüística, no hay la m enor
duda de que la investigación psicológica sobre el almacenamiento y el trata­
m iento lingüístico ha alcanzado un considerable progreso durante los últimos
años gracias a la influencia del generativism o chomskyano. Muchos de los
resultados experim entales, en relación con las estrategias perceptivas, la fun­
ción de la m em oria de corto alcance, la in terpretación de enunciados am bi­
guos, etc., conservan su validez, aun a pesar de que las diversas hipótesis
que dieron lugar a los experim entos (p. ej., la de que los enunciados Son
tratados en dos niveles de análisis, uno de estructura profunda y o tro de es­
tructura su perficial) hayan sido abandonadas. L o que hizo tan atractiva, para
los psicólogos ante todo, la teoría de Chomsky sobre la estructura lingüística
fue el hecho de que daba lugar a hipótesis experim entalm ente com probables.
N i que decir tiene, la teoría m ism a no es en absoluto invulnerable desde
un punto de vista lingüístico más estricto. Existen también razones filosóficas
para poner en entredicho, si no rechazar, el em pleo chom skyano del térm ino
‘ conocim iento’ en relación con la com petencia lingüística. Se ha afirm ado
que la com petencia (esto es, el saber que se manifiesta en form a de com ­
p o rta m ien to) es d iferen te del tipo de conocim iento que cabe describir com o
convicción genuina. Más en general, puede afirm arse que la teoría de Chomsky
sobre la m ente es intelectualista en demasía, pues, contra las concepciones
tradicionales de la estructura de la mente, nada dice acerca de las facultades
no cognoscitivas: las em ociones y la voluntad. E l p rop io Chomsky, en diver­
sas ocasiones, se ha defendido contra críticas filosóficas de esta clase.
Aunque, la investigación psicolingüística esté fuertem ente influida por el
generativism o durante los ú ltim os años, sería erróneo suponer que todos los
psicólogos que trabajan sobre el lenguaje se han dejado im presionar por la
validez de tal o cual m odelación generativa del sistem a lingüístico. La inves­
tigación ha continuado indagando muchos de los temas tradicionalm ente
reconocidos en la psicología del lenguaje — lengua y pensamiento, lengua y
m em oria, etc.— , en el m arco de teorías que no operan con la distinción de
com petencia y actuación o que son indiferentes a su form ulación específica­
m ente chomskyana.
En cuanto a la cuestión del lenguaje y el pensamiento, Chomsky, com o
hemos visto, adopta la concepción tradicional, característica de los raciona­
listas del siglo x v n , de que la lengua sirve para expresar un pensamiento
preexistente totalm ente articulado. E sta postura fue puesta en tela de ju icio
en el siglo x v m p o r los filósofos franceses Condillac (1746) y Rousseau (1755)
y algo más tarde, en su célebre tratado sobre el origen del lenguaje, por el
estudioso alemán H erd er (1772). Este últim o, en particular, adoptó la idea
de que la lengua y el pensam iento han evolucionado conjuntam ente, siendo
por ello inseparables, y de que, en la m edida en que las lenguas nacionales
de la humanidad difieren en vocabu lario y en estructura gram atical, deter­
minan y reflejan unos esquemas nacionales de pensamiento. Com o verem os
más adelante, hay un desarrollo lineal desde H erder hasta Sapir y W horf,
quienes han popularizado unas tesis esencialmente iguales sobre la determ i­
nación y la relatividad lingüísticas en la Am érica del presente siglo (cf. 10.2).
L o único que debe mencionarse de m om ento es que la llamada hipótesis
whorfiana ha sido o b jeto de bastante investigación experim ental y que los
resultados obtenidos están en concordancia con la versión más m oderada
de la hipótesis, según la cual la lengua que se habla influye en el pensamien­
to, aunque no lo determina.

8.6 Ciencia cognoscitiva e inteligencia artificial

El m otivo principal que nos ha animado a tratar en un breve apartado espe­


cial la c i e n c i a c o g n o s c i t i v a y la i n t e l i g e n c i a a r t i f i c i a l
radica en la necesidad de llam ar la atención sobre una disciplina evidente­
mente autónoma, y en plena expansión actualmente, que abarca la filosofía,
la psicología y la lingüística, así com o la cibernética, si bien no puede clasi­
ficarse bajo ninguno de estos epígrafes. Los propios térm inos de ‘ciencia
cognoscitiva’ e 'inteligencia artificial’ resultan un tanto engañosos, pues pa­
recen reducir el ám bito de estudio a aquellos procesos mentales que tradi­
cionalm ente se adscribían a la facultad de razonar; y, a su vez, ‘ciencia cog­
noscitiva’ no facilita ninguna indicación sobre el m odo peculiar de em pren­
der el estudio de la m ente y de los procesos mentales que se practica en
esta disciplina. En el supuesto de que atribuyam os una interpretación sufi­
cientem ente am plia a ‘inteligencia’, podem os decir, siguiendo a M insky (1968:
v ), un em inente teórico dentro de esta disciplina, que en ella nos ocupamos
de «la ciencia que hace que unas máquinas hagan cosas [cu ya realización]
requiere inteligencia si las hacen los hom bres». Y una de estas cosas, por
descontado, es la producción y com prensión de lenguaje.
Pero hagamos, ante todo, una advertencia. Aunque se llegara a conseguir
que un orden ador hiciese todo lo que actualmente se adscribe a procesos
mentales cuando lo hace el hom bre, ello no significaría que el hom bre no
es más que una máquina. Sin program ación, un ordenador no puede hacer
nada de algún interés al respecto. Es el program a (e l ‘ softw are’ ) y no la es­
tructura física (e l ‘hardw are’ ), lo que capacita al ordenador para im itar un
com portam iento inteligente. N o faltan quienes sostendrían que el program a
guarda casi la misma relación con el ordenador com o la m ente con el cere­
bro, y que concibiendo el cerebro humano vivo com o un orden ador especial­
mente program ado podem os salvar, si no resolver, el problem a tradicional de
la mente y el cuerpo. En cualquier caso, hay que hacer hincapié en que la
inteligencia artificial,.es neutra p o r sí misma con respecto a la oposición en­
tre el dualismo y el m onism o, por una parte, y entre el m aterialism o y el idea­
lism o, p o r otra. Y no se inmiscuye en la dignidad humana ni en el lib re al­
bedrío.
Una de las prim eras y más saludables lecciones que se extrae al intentar
com poner aun el más sim ple program a de ordenador consiste en com pren­
der que hay muy pocas cosas simples en ello, si es que las hay, a la vista de
que cada paso ha de ser especificado con tod o detalle. Y nos acom ete un
m ayor respeto todavía p or la com plejidad, en gran parte oculta, de nuestros
cotidianos procesos mentales, entre ellos los que intervienen en la producción
y com prensión de enunciados lingüísticos. Más im portante aún, encontram os
que nuestra atención atiende a factores que de otro m odo podríam os dar
p o r sentados debido a que (para decirlo en lenguaje cibern ético) están co­
nectados al hardw are o preprogram ados com o subrutinas genéticam ente de­
term inadas [y pertenecen a la m em oria interna del ord en a d or]. H asta el
presente, la sim ulación del tratam iento lingüístico por m edio de ordenadores
no ha tenido un im pacto decisivo en el desarrollo de la teoría lingüística o
psicolingüística. Pero ha ejercid o una notable influencia en el debate sobre
el problem a de la realidad psicológica, a que hemos aludido en el apartado
anterior, aportando al menos una cierta m edida de la com plejidad que o fre ­
cen distintas operaciones incursas en la elaboración lingüística y del tiem po
que se requ iere para llevarlas a cabo.
Gran parte de la im portancia que atribuim os a la ciencia cognoscitiva
y a la inteligencia artificial depende de nuestra propia actitud sobre la capa­
cidad explicativa de la m odelación en las ciencias naturales y sociales. Un
m odelo puede im itar con éxito el com portam iento de un sistema físico, un
organism o o una institución social, en ciertos aspectos, sin tener necesaria­
m ente la estructura interna de la entidad de la cual es m odelo. P o r o tro lado,
cuanto más co m p lejo es el com portam iento y más diversificados los puntos
de contacto entre el m odelo y lo que se conoce de la entidad m odelada, más
seguros podem os esta r de que se hallan en correspondencia estructural. P o r
este criterio, cualquier logro en la sim ulación del tratam iento lingüístico a
través de ordenador, a p a rtir de lo que la psicología puede allegar sobre la
m em oria, las estrategias perceptivas, tiem pos de reacción, etc., y lo que la
lingüística pueda decir sobre la estructura del lenguaje, está encam inado a
acrecentar nuestra com prensión sobre el lenguaje y la mente. P ero está fuera
de nuestro alcance saber si algún día el ordenador llegará a sim ular todos
los procesos mentales que intervienen en la producción y com prensión del
lenguaje.

A M P L IA C IO N B IB L IO G R Á F IC A

P a r a la s b a s e s filo s ó fic a s , c f. E d w a r d s (1 9 6 7 ) s o b r e 'P r o b l e m a d e la m e n t e y e l c u e r ­


p o ', 'I d e a l i s m o ', 'M a t e r ia lis m o ', e tc . [ T a m b i é n F e r r a t e r (1 9 7 9 ).]
P a r a la p s ic o lin g ü ís t ic a e n su s e n t id o e s c u e to , v é a n s e A it c h is o n (1 97 6); G r e e n e
(1 9 7 2 ); S lo b in (1971), t o d o s e llo s i n t r o d u c t o r io s y a m e n u d o c o m p le m e n t a r io s e n ­
t r e sí. M á s e x t e n s o es C la r k & C la r k (1977). A ñ á d a n s e , a d e m á s , J a k o b o v its & M i-
r o n (1967); J o h n s o n -L a ird & W a s o n (1 97 7); O ld fie ld & M a r s h a ll (1968). [H ó r m a n n
(1973, 1982); S c h a ff (1 9 6 7 ).]
S o b r e le n g u a je y c e r e b r o , a fa s ia y n e u r o lin g ü ís tic a , v é a n s e A k m a jia n , D e m e r s
& H a r n is h (1979), c a p ít u lo 13 y F r y (1 97 7), c a p ítu lo 9, p a r a u n a v is ió n d e c o n ju n t o
e le m e n ta l. E n B la k e m o r e (1 9 7 7 ) s e e n c u e n tr a m u c h a in fo r m a c ió n p e r t in e n t e en
f o r m a d iv u lg a t iv a . [T a m b i é n L e n n e b e r g (1975, 1982).]
S o b r e la a d q u is ic ió n lin g ü ís tic a , p u e d e r e c o m e n d a r s e V illie r s & V illie r s (1979)
c o m o in tr o d u c c ió n b r e v e , e c o n ó m ic a y s u g e s tiv a . V é a s e ta m b ié n D o n a ld s o n (1978).
E n t r e lo s m a n u a le s (a d e m á s d e lo s tr a ta d o s m á s e x te n s o s s o b r e p s ic o lin g ü ís t ic a )
h a y q u e a ñ a d ir D a le (1 9 7 6 ); E l l i o t (1 98 1); M c N e ill (1970). C r y s t a l (1 9 7 6 ) d a u n a
v is ió n n o té c n ic a d e lo s te m a s t e ó r ic o s y d e lo s p r in c ip a le s h a lla z g o s , c o n e s p e c ia l
a t e n c ió n a la s n e c e s id a d e s d e p r o fe s o r e s y lin g u o -te ra p e u ta s . L a p a n o r á m ic a m á s
c o m p le t a , c o m p e t e n t e y a c tu a liz a d a s o b r e la t e o r ía y la in v e s t ig a c ió n se e n c u e n ­
tr a e n F le t c h e r & G a r m a n (1 9 7 9 ). [F r a n c e s c a t o (1 9 7 1 ).]
E n c u a n to a la in flu e n c ia d e C h o m s k y s o b r e la f ilo s o fía y la p s ic o lo g ía , c o n ­
s ú lte s e G r e e n e (1 97 2); L y o n s (1 97 7a ), c a p ítu lo s 9-10 y , j u n t o c o n la s o b r a s c ita d a s
m á s a r r ib a p a r a la p s ic o lin g ü ís t ic a y e n e l c a p ítu lo 7 p a r a e l g e n e r a t iv is m o , H a c k in g
(1 9 7 5 ); H a r m a n (1974); H o o k (1969). S o b r e C h o m s k y en r e la c ió n c o n P ia g e t, v é a s e
P ia t t e lli- P a lm a r in i (1979). [ T a m b i é n A c e r o , B u s to s & Q u e s a d a (1 98 2); C h o m s k y (1971,
1977); C h o m s k y e t a lii (1 9 7 0 ); F o u c a u ld (1968); P ia g e t (1 9 6 6 ).]
E n t o r n o a la c ie n c ia c o g n o s c it iv a y la in te lig e n c ia a r t ific ia l, c o n s ú lt e n s e B o b r o w
& C o llin s (1975); B o d e n (1 97 7), 3.“ p a r t e ; C h a r n ia k & W ilk s (1 97 6); F o d o r (1975);
M in s k y (1 96 8); R it c h ie (1 9 8 0 ); S lo m a n (1 97 8); W ilk s (1972); W in o g r a d (1972). [S in g h
(1 9 7 2 ).]
1. «El conocim iento del lenguaje e s consecuencia de la correlación entre estruc­
turas inicialm ente dadas de la mente, p ro ce so s de m aduración y la interacción
con el medio ambiente» (Chom sky, 1972b: 26). Com éntese.

2. ¿E n qué asp ecto s difiere el m e n t a l i s m o chom skyano de otras doctrinas


m ás tradicionales a fas que se aplica el m ism o térm ino?

3. Expóngase lo que s e entiende por lateralización con referencia a la


adquisición y tratamiento lingüísticos.

4. ¿Q u é evidencias hay en favor de la existencia de un p e r í o d o crítico


para la adquisición lin gü ística ?

5. ¿Q u é e s la a f a s i a ? H á ga se un inform e no técnico sobre los sín to m as de


s u s tipos m ás com unes. ¿Q u é indican acerca de los fundam entos neuroanatómi-
co s del habla y del lenguaje?

6. «El concepto de adquisición lingüística desem peña dos funciones en la teoría


chom skyana: primero, da cuenta de las so rprendentes sim ilitudes que hay entre
las lenguas hum anas, inclu so entre aquellas que, por lo que se sabe, carecen
de relación histórica y geográfica... La segunda... sirve para explicar la rapidez,
facilidad y regularidad con que lo s niños aprenden su prim era lengua...» (Sm ith
& W ilson, 1979, 249-51). Com éntese.

7. ¿H a sta qué punto depende el desarrollo lingüístico del desarrollo cogn osciti­
v o ? C om párense, a este propósito, lo s puntos de vista de C h o m sk y y de Piaget.

8. Expliqúese por qué el aparente retroceso del niño al pasar de decir escrito,
hubo, supo, etc., a decir escribido, habió, sabio, etc., debe considerarse, [p o r el
contrario], com o prueba de p ro greso norm al en fa adquisición lingüística.
9. ¿Q u é función desempeña el refuerzo paterno por medio de prem ios y castigo s
en la adquisición de la lengua por parte de los niños?

10. «... incluso en las sociedades no occidentales donde los herm anos m ayores
asum en buena parte del cuidado de los niños, el niño pequeño recibe una e s­
timulación lingüística simplificada» (Villiers & Villiers, 1979: 99). Com éntese la
función del llamado [en otras partes] m a t e r n é s [esto es, ‘lengua m aterna']
en la adquisición lingüística infantil.

11. ¿Puede usted facilitar una explicación plausible sobre el uso de la llamada
h a b l a t e l e g r á f i c a por los niño s?

12. Los psicólogos hablan con frecuencia del l é x i c o - m e n t a l . ¿ A qué se


refieren? ¿C ó m o se puede acometer su estudio?

13. ¿Q u é enseñanzas pueden extraerse sobre el almacenamiento y elaboración


de la lengua a partir de la observación de los errores de habla?

14. C ítense y evalúense algunas de las pruebas experimentales que tengan re­
lación con la r e a l i d a d p s i c o l ó g i c a de las gram áticas generativas.

15. ¿Q u é pueden esperar aprender sobre el lenguaje el lingüista y el psicólogo


de la investigación en la c i e n c i a c o g n o s c i t i v a y en la i n t e l i g e n c i a
artificial?
9. Lengua y sociedad

9.1 Sociolingüística, etnolingüística y psicolingüística

H asta el presente no existe un m arco teó rico generalm ente aceptado y den­
tro del cual quepa estudiar m acrolingüísticam ente la lengua desde puntos de
vista distintos e igualm ente atractivos; com o el social, el-cultural, el psicoló­
gico, el b iológico, etc. (c f. 2.1). Más aún, hay m otivos incluso para dudar,
com o m ínim o, de que pueda diseñarse nunca un m arco teórico así. M erece
la pena no o lvid a r esto.
En la actualidad pocos lingüistas suscribirían los principios positivistas
del reduccionism o tal com o los propugnaron B loom field y sus seguidores
hace m edio siglo en los Estados U nidos (c f. 2.2). P ero son muchos los que
abogan p o r un tipo más m oderado de reduccionism o y conceden p riorid a d
a un determ inado vínculo entre la lingüística y alguna de las diversas disci­
plinas que se ocupan de la lengua. Algunos, com o Chomsky y los gerierati-
vistas, subrayarán los puntos de contacto entre la lingüística y la psicología
cognoscitiva; o tros sostendrán que, com o la lengua es una institución que
funciona y se m antiene en la sociedad, no cabe establecer, ¿n ú ltim o térm ino,
ninguna distinción entre lingüística y sociología o antropología social.. Es na­
tural que un determ inado grupo de estudiosos adopte, p or polarización p ro ­
fesional, form ación u otros intereses más concretos, uno de estos dos puntos
de vista con preferen cia sobre el otro. P ero hay que condenar, desde luego,
la tendencia en que incurren quienes presentan una determ inada actitud com o
si fuese la única científicam ente justificable. Actualm ente existen diversas
ramas reconocidas de la m acrolingüística — psicolingüística, sociolingüística,
etnolingiiística, etc.— , que son interdisciplinarias, ya que, tal com o se cu lti­
van en el presente, congregan el uso de técnicas y conceptos teóricos p roce­
dentes de dos o más disciplinas. Contra lo que se a firm a en los tratados más
tendenciosos, la lingüística no guarda ninguna predilección ni proxim idad
m etodológica intrínseca con una u otra de las disciplinas con que colabora
en la investigación m acrolingüística.
N o sólo falta un m arco teórico generalm ente adm itido dentro del cual
puedan interrelacionarse satisfactoriam ente todas las disciplinas que tienen
qu e v e r con la lengua. Muchas de estas disciplinas se encuentran enzarzadas
en conflictos de delim itación entre ellas y aun en controversias internas. Así,
p o r ejem plo, cabe preguntarse cuál es la diferencia entre la sociología y la
antropología. O cóm o se in tegra la psicología cognoscitiva en la psicología
social. Las preguntas de este talante afectan inevitablem ente a la propia
concepción sobre sectores interdisciplinarios com o la sociolingüística, la et-
nolingüística y la psicolingüística. N o debem os sorprendernos, pues, ante di­
feren cias de opinión sobre el m odo de definirse y deslindarse estos sectores
y ante el hecho de que tales diferencias se reflejen en los manuales más
corrientes. ,
Según la definición más am plia de s o c i o l i n g ü í s t i c a (q u e muchos
especialistas rechazarían precisam ente por ser tan am plia), cabe d ecir que
es « e l estudio de la lengua en relación con la sociedad» (cf. Hudson, 1980: 1).
E n un plano sem ejante, puede definirse la e t n o l i n g ü í s t i c a com o el
estu dio de la lengua en relación con la cultura, tom ando ‘cultura’ en el sen­
tid o en que lo em plea la an tropología y, más en general, las ciencias sociales
(c f. 10.1). Ahora bien, la cultura, en este sentido, presupone la existencia de
la sociedad, m ientras que la sociedad, a su vez, depende de la cultura. De
ahí se sigue que, a p a rtir de las definiciones más am plias de ‘ sociolingüística’
y ‘ etnolingüística’, ambas ram as de la m acrolingüística se superponen en muy
considerable m edida. Cada ram a se vuelve más estricta si se añade a su res­
p ectiva definición la condición de que la teoría y la in vestigación han de
orien tarse prim ordialm en te hacia la lingüística y no tanto a la sociología, la
antropología, la psicología, etc., y que, en consecuencia, deben circunscribirse
ante todo a la pregunta de «¿Q u é es el len gu aje?» (cf. 1.1). Claro que esta con­
d ició n adicional tam poco reduce de un m odo significativo aquel grado de in­
tersección.
P o r tod o ello, la división de contenido entre este capítulo y el siguiente
resultará un tanto arbitraria. De cualquier m odo, ningún capítulo llega a
a barcar tod o el ám bito tem ático a que se aplica. De ahí que m e lim ito a se­
leccion ar algunos de los temas o b je to de reciente tratam ien to e investigación
y a tratarlos en virtu d de su relación más o menos inm ediata con la estruc­
tura de las sociedades o con sus creencias y costum bres. P o r su p rop ia natu­
raleza, esta distinción es inevitablem ente artificiosa a veces.
Incluso la distinción en tre psicolingüística, p o r un lado, y sociolingüística
o etnolingüística, p o r otro, puede crear d ificú lteles en especial si se define
la p s i c o l i n g ü í s t i c a de un m odo lato com o el estudio de la lengua
y la mente. M ucho de lo que hoy aparece en distintas ramas de la m acrolin­
güística se hubiese clasificado treinta años atrás com o o b je to de la psico­
lingüística. Com o en muchos otros campos, tam bién existen m odas pasajeras
en estos asuntos. En la actualidad, por ejem plo, está en boga qu e la psicolin­
güística tenga más p redilección por lo universal y biológicam en te determ ina­
do que p or las variaciones derivadas de lo social y cultural. A su vez, la
sociolingüística propende a ocuparse casi exclusivam ente de la variedad lin­
güística. Ahora bien, no hay que pensar tam poco que estas diferencias de
actitud y predilección m etodológica sean cruciales en la definición de ‘psico­
lingüística’ o ‘ sociolingüística’. En principio, no hay m otivo para que la psi­
colingüística no se ocupe de la diversidad y variabilidad de las lenguas hu­
manas o, a la inversa, para que la sociolingüística no se interese por los
universales lingüísticos y sociales. En el capítulo anterior sobre el lenguaje
y la m ente apenas hemos dicho nada sobre los determinantes sociales y cul­
turales, claramente, no biológicos, de la estructura lingüística. Señalamos, sin
em bargo, que se han realizado indagaciones a partir de la llam ada hipótesis
de W h o rf o de Sapir-W horf (cf. 8.5). De ello nos ocuparemos con más dete­
nim iento en el capítulo 10 bajo la rúbrica de ‘Lengua y cultura’, aun cuando
convendría igualmente bien bajo la de ‘Lenguaje y m ente’.

9.2. Acento, dialecto e idiolecto

A nteriorm en te ya nos hemos referid o a la variedad lingüística en la escala


lengua-dialecto-idiolecto a propósito de la ficción de la hom ogeneidad (cf. 1.6).
Hem os presentado asim ism o la distinción entre acentos y dialectos. En este
apartado tratarem os sobre la im portancia social de estos tipos de variedad
lingüística.
La diferen cia más evidente entre los térm inos ‘ acento’ y ‘ dialecto’ radica
en que el p rim ero se aplica sólo a variedades de pronunciación, mientras
que el segundo com prende tam bién diferencias de gram ática y vocabulario.
Pero en el uso cotidiano se confunden a menudo. Por ejem plo, de todo el
que hable un inglés estándar con algo propio de un cierto acento regional
se dirá que habla en dialecto. A qu í em pleam os la frase ‘ en dia lecto’ en ün
sentido vulgar para aludir a «un dialecto distinto del inglés estándar». Por
su parte, la frase «con acen to» se utiliza análogamente en la Gran Bretaña, y
especialm ente en Inglaterra, para referirse a «un acento distinto de la ‘Re-
ceived Pronunciation’ » (cf. 3.2) o bien a «u n acento distinto al que yo tengo
por habitu al».1 T od o el mundo habla en uno u o tro dialecto, del m ism o m odo
que todo el mundo habla con uno u o tro acento. Y cabe aun la posibilidad
de que distintas personas hablen un m ism o dialecto con acentos muy d ife­
renciados. Con gran frecuencia se em plean [en in glés] térm inos com o ‘ cock-
ney’ [(e l habla suburbial de L o n d res)], ‘geord i’ (e l habla de N ew castle y
Tyn eside) y ‘ scouse’ (el habla de L iverp o o l) para aludir a quienes, p o r su
gram ática y vocabulario, em plean un dialecto que para todos los efectos prác­

1. [ A l d ec ir de N a v a rro T om á s (1961: 8), e l e q u iva len te d e la R P en e l esp añ ol pen in ­


sular se situ a ría en la p ron u n ciación «ca stella n a sin v u lga rism o y culta sin a fectación , es­
tu diada esp ecialm en te en e l am b ien te u n iv e rs ita rio m a d rile ñ o ».]
ticos vale clasificar com o inglés estándar.2 En seguida observarem os la sig­
nificación social que tiene actualmente la distinción entre dialectos estándares
y no estándares (cf. 9.3). Aquí hemos de subrayar la im portancia de no confun­
dir, digamos, la R P con el ‘inglés estándar’ (tal com o suelen confundirse, en
expresiones diarias, ‘The Queen’s English’, «e l inglés de la R ein a», y el ‘BBC
English’ «e l inglés de la B B C ») cuando se describe el habla de los habitantes
de la Gran Bretaña y, en especial, de Inglaterra.
Conviene señalar asimismo que a menudo se emplean dem asiado vaga­
mente, incluso entre lingüistas, térm inos com o ‘inglés britán ico’ o ‘inglés ame­
ricano’ com o si se refirieran a dos dialectos relativam ente uniform es de una
misma lengua. Desde luego, existen numerosas diferencias léxicas entre el
habla del am ericano educado m edio y de su réplica de inglés, galés, escocés
o irlandés: ‘elevator’, frente a ‘ lift ’, «ascen sor»; ‘gas’ frente a ‘p e tro l’, «ga so­
lina», etc. Ahora bien, en su m ayor parte, el vocabulario del inglés am ericano
estándar y, en tanto que pueda hablarse de él, del inglés britán ico estándar
es único. L o m ism o ocurre con la estructura gram atical, aun cuando haya
construcciones o form as de palabras típicam ente americanas ( I t is im p o rta n t
that you n o t com e [en lugar de I t is im p orta n t that you don ’t com e, «E s
im portante que no v en g a s»]; g otten [en lugar de got, particip io pasado del
verbo ‘g e t’, «ad qu irir, . .. » ]; etc.) o típicam ente británicas (in hospital [en vez
de in the hospital, «en el h o sp ita l»]; between you and I [en vez de betw een
you and me, «en tre tú y y o » ] m ove house [en vez de sólo m ove, «m udarse
de c a s a »]; etc.). N o obstante, tales form as y construcciones no son num ero­
sas en los dialectos corrientes de ambos países y algunas ni siquiera se uti­
lizan en todas las regiones de Am érica y Gran Bretaña.3
Contra lo que ocurre con el térm ino ‘ inglés am ericano’ (o ‘ australiano’,
‘caribeño’ o ‘ de la In d ia ’ ), ‘inglés britán ico’ resulta engañoso en o tro respecto
también. En general, p o r ‘inglés am ericano' se entiende «e l inglés estándar
com o se habla (y se escribe) en los Estados U nidos». En cam bio, muchos de
los autores que em plean el térm ino ‘inglés britán ico’ lim itan tácitam ente su
sentido hasta considerarlo «e l inglés estándar com o se habla (y escribe) en la
Gran B retaña». Y hay, desde luego, buenas razones sociopolíticas para p roce­
der así, ya que ésta fue la m odalidad de inglés estándar que sirvió para la
adm inistración y la educación en todo el Im p erio Británico. Sin em bargo,
el térm ino ‘ inglés britán ico’ pasa p o r alto que el inglés escocés y el inglés ir­

2. [C o n desigual ap roxim ación , cabe c ita r tam bién e f cheli y el lu n fa rd o , ju n to a l sa-


yagués, p an och o, p ejin o , etc., en el ám b ito h isp án ico.]
3. [A lg o m u y an álogo puede decirse del llam ad o español de A m éric a con re sp e cto a l
de E spaña (lo s cuales pueden a ltern a r con la den om in ación ‘ c astellan o ’ s igu ien d o pautas
y trad icion es d e análisis p r o lijo ). D en tro de una evid en te unidad, son m u y num erosas
las con stru ccion es y forjn a s léxicas discrepantes. Piénsese, p o r e je m p lo , en usos p ro n o ­
m in ales a ltern a tivo s c om o Vosotros salís pronto fren te a Ustedes salen pronto o in clu so
Ustedes salís pronto, o bien Si vos te vas, iré con vos fre n te a Si tú te vas, iré contigo
(c f. 10.4); o en térm in os co m o ‘ coch e’ y ‘ c a rro ’ , ‘ m e lo co tó n ’ y ‘ d u ra zn o’ , ‘ p a v o ’ y ‘ g u a jo ­
lo te ’ , ‘ c h ic o ’ y ‘ p ib e ’ , etc.]
landés guardan la m ism a relación con el inglés de In gla terra que el inglés
am ericano. Y aquellos dos difieren del inglés británico, en este em pleo usual
del térm ino, más que, p o r ejem plo, el inglés australiano o e l de la India. En
rigor, sería más razonable clasificar el inglés australiano o de la In dia b a jo
la denom inación de ‘inglés britán ico’ que hacer lo p rop io con el inglés esco­
cés e irlandés. Desde un punto de vista bastante general, pueden considerarse
com o variantes ligeram ente distintas de un m ism o dialecto. Y com parado con
muchas otras lenguas habladas en territorio s extensos, el inglés aparece muy
estandarizado en cuanto a gram ática y vocabulario (9.3).
Com o vim os antes, dos sistemas lingüísticos son iguales (al m argen del
m edio en que se m anifiesten) si, y sólo si, son isom órficos (c f. 2.6). Precisa­
m ente p o r ello, porqu e dos o más sistemas lingüísticos fonológicam ente idén­
ticos pueden realizarse de un m odo diferen te en el m edio fónico, es p o r lo
que cabe decir que un m ism o dialecto de una lengua se pronuncia con un
determ inado acento (cf. 3.4), pues ‘acento’ abarca todos los tipos de variación
fonética, incluido el subfoném ico, esto es, el que no alcanza el n ivel del con­
traste funcional, tal com o aplican esta noción los fonólogos. P o r ejem plo,
la presencia o ausencia de distinción fonética entre los llam ados alófon os os­
curos (es decir velarizado: cf. 3.3) y claro (o no velarizado) del fonem a /l/
en inglés no es funcionalm ente pertinente en el sentido estricto de ‘funcio­
nal’.4 En cam bio, sí lo es para iden tificar el acento de alguien. L o m ism o
sucede con la peculiar cualidad del alófon o en determ inadas posiciones: el
grado de velarización, ju n to con otras diferencias fonéticas, sirve para dis­
tinguir el acento de B ristol y el sudoeste de In gla terra fren te al de muchas
otras regiones (c f. Hughes & Tru d gill, 1979). Veam os o tro ejem plo. H a y un
grado bien perceptible de nasalidad en la pronunciación de las vocales, en
ciertas posiciones, en muchos acentos am ericanos, lo que constituye, p o r cier­
to, una de las diversas claves (ju n to con otras diferencias de tim bre vocá­
lico, para no m encionar otras de naturaleza prosódica: cf. 3.5) para distinguir
el acento am ericano de muchos otros no americanos.5 Una vez más, se trata
de un fenóm eno no funcional en el sentido estricto de la palabra.
Por el contrario, existen diferencias de acento que pueden alterar efe cti­
vam ente la identificación de form as. P o r ejem plo, la distinción fon ém ica que
aparece ejem plificada, en muchos acentos del inglés incluida la RP, en el con­
traste vo cá lico /to/ : / a / de p u t : p u tt, co u ld : cud, b u tch er : b u tter, etc., no
existe en los acentos del n orte y el in terio r de Inglaterra. En consecuencia,
hay form as — especialm ente infinitivo, presente sim ple y particip io presente
de ‘put’, «p o n e r », y ‘pu tt’, «em p u ja r su avem ente» [d e donde ‘ patear’, entre gol­

4. [S e re fie re a dos m o d alid ad es a lo fó n ica s con d icion ad as p o r el c on tex to , d e m o d o


que [1] c la ra ap arece an te vocales p alatales y [1] oscura en las dem ás posicion es. E n es­
p añol peninsular, en cam b io , un acento con [1] v ela riza d a den un ciaría, p o r ap ro x im a c ió n ,
el o rige n portu gu és o catalán del h ab lan te.]
5. [A lg o sem e ja n te sucede con la nasalid ad más gen era liza da de gran p a rte d e l esp a­
ñ ol ca rib eñ o .]
fis ta s ]— que se distinguen en la R P, pero no en la pronunciación de aquellas
otras zonas. P o r supuesto que las diferencias de contexto (ju n to con las sin­
tácticas que separan ‘put' de ‘ pu tt’) suelen aclarar, incluso en la lengua escrita,
si p u ttin g es form a de ‘put' o de ‘ pu tt’. A pesar de todo, se trata de una d ife­
rencia de acento en correspondencia con otra de dialecto, pues los sistemas
lingüísticos subyacentes no son isom órficos en el plano fonológico.6
En consecuencia, los térm inos ‘acento’ y ‘dia lecto’ no son com plem entarios,
co m o podría desprenderse de la exposición anterior sobre la posibilidad de
h ablar un m ism o dialecto — y en particu lar el inglés estándar— con uno u
o tro acento. En lo que atañe a la gram ática y al vocabulario, lo que consti­
tuye en esencia un dialecto u n iform e puede m anifestarse a base de sistemas
fo n o ló gico s más o menos distintos. Esto es lo que ocurre con el inglés es­
tándar. P o r ejem plo, los sistemas vocálicos de los respectivos acentos del
inglés escocés y del irlandés están lejo s del isom orfism o, según el crite rio
d el contraste funcional, fren te a la R P o a cualquier o tro acento inglés.
La especial im portancia sociolingüística que adquiere la noción de acen­
to, aun cuando queda parcialm en te solapada con la de dialecto, reside en
qu e los m iem bros de una determ inada com unidad lingüística a m enudo reac­
cionan igual ante diferencias subfoném icas y foném icas de pronunciación que
ante indicios de procedencia regional o social del hablante. Y en tanto que así
sucede, conscientem ente o no, puede decirse que las llamadas diferencias
subfoném icas resultan socialm ente, ya que no descriptivam ente, significati­
vas (c f. 5.1). Contra lo que han dicho muchos lingüistas, a los hablantes nati­
vos de una lengua no siem pre les pasan p o r alto las variedades puram ente
alofónicas. P o r ejem plo, la pronunciación de una oclusiva glotal entre voca­
les co m o a lófon o de /t/, característica de muchos acentos urbanos de In gla­
terra y Escocia (en tre ellos los de Londres, M anchester y G lasgow ), es tan
evid en te para la m ayoría de hablantes de inglés com o pueda serlo la supre­
sión de /h/ aspirada en el com ien zo de palabra. En cam bio, la aparición de
oclu siva glotal en otras posiciones acaso no sea tan perceptible.7
La cuestión es que la sociedad puede estigm atizar ciertas diferencias fo ­
néticas entre acentos, tal com o sucede entre dialectos con ciertas d iferen ­
cias léxicas y gram aticales. A menudo, los padres y educadores procuran evi­
ta r tod o lo que denota condición social in fe rio r o regionalism o. Y aun cuando
n o lo consigan, es evidente que desem peñan su parte en la perpetu ación de
la creencia, dentro de la com unidad lingüística en general, de que tal o cual
pronu nciación denuncia una cierta in ferio rid ad social o educacional, lo que
con trib u ye a intensificar la sensibilización de la gente hacia ello. E n tre las
num erosas diferencias de acento, ante las cuales la m ayoría de m iem bros de

6. [P ié n s e s e en la o p o s ició n en tre /s/ y /0/ {los a : lo z a ) d el esp añ ol p en in su lar sep­


te n trio n a l, casi in ex isten te en el resto d el d o m in io .]
7. [U n a in te rp reta c ió n an á log a p o d ría a trib u irse en esp añ ol p en in su lar a la a s im ila ­
ció n d e /r/ an te /I/: h a c e rlo [a 0 é l:o ]; la su p resión d e /d/ in te rv o c á lic a en d eterm in a d a s
fo r m a s p a rticíp a le s: salvado [s a ljjá o ]; la a sp iració n d e /x/: m u je r [m u h é ], e tc .]
la comunidad responde de un m odo global, sin advertir a veces qué rasgos
recusa exactam ente en el habla de los demás p or distinguirse de los propios,
algunas son particularm ente im portantes y fáciles de identificar. En In glate­
rra entran dentro de esta categoría la falta de aspiración inicial en la pa­
labra y las oclusivas glotales intervocálicas, especialmente entre quienes
aspiran a un nivel social superior al que consideran que de otro m odo les
correspondería. La elim inación de [ r ] ante consonante en form as com o farm ,
fa rth er, etc., queda proscrita por razones sim ilares en Nueva Y ork , p ero no
en Nueva Inglaterra, ni, desde luego, en Inglaterra, donde constituye preci­
samente un rasgo característico de la R P.8
T o d o esto ha quedado consignado hace ya mucho no sólo por lingüistas,
sino incluso p o r cualquier lego observador e inteligente. Tam bién se ha ad­
vertid o que, en numerosos países, pero m uy especialmente en Inglaterra, se
encuentra mucha más variedad regional en el habla de los estratos más bajos
de la escala social que de los demás. Se ha estim ado que no más del 3 % de
la población de In glaterra habla habitualm ente inglés con el acento propio
de la RP, el cual suprime todo indicio sobre los orígenes regionales de los
hablantes y constituye el producto, en muchos casos, de la educación esco­
lar. Un porcentaje muy superior de la población acusa un acento que se
aproxim a a la R P en muchos aspectos fundamentales (la pronunciación de
bath, etc.), pero contiene asim ism o indicios de algún origen regional. Los tra­
bajos sociolingüísticos más recientes han confirm ado estos extrem os, así
com o tam bién que, en la inmensa m ayoría de casos, cuanto más b a jo es el
nivel en la escala social (m ed id o a p a rtir de la educación, ingresos económ i­
cos, profesión, etc.), tanto más difiere el acento con respecto a la R P y más
regionalizado aparece.
N o obstante, se ha descubierto algo m uchísim o más im portante con las
técnicas de seguim iento utilizadas ante todo por W illia m Labov en Am érica.
Y es que el acento y el dialecto individuales varían sistem áticam ente con la
form alid ad o in form alidad de la situación. P o r ejem plo, los neoyorquinos
no pueden clasificarse sólo por si pronuncian o no [ r ] ante consonante en
farm , fa rth er, etc. La m ayor parte de neoyorquinos de clase m edia ofrecen
ambas pronunciaciones. En térm inos generales, cuanto más alto es el nivel
social m ayor será la incidencia de form as con [ r ] preconsonántica en el ha­
bla poco cuidada y espontánea. Cuando se trata de situaciones digam os más
solemnes, sin em bargo, se ha hallado que los hablantes de la clase m edia baja

8. [D e n tro de estas actitudes glob ales, a veces cam bian tes, pueden citarse en españ ol
p en in su lar la p red ile cc ió n p o r el seseo (p o r el qu e masa y maza se pronuncian [m á s a ]),
d elib era d a m en te gen era liza d o a veces e n tre can tantes y en d etrim en to d el ceceo, a m e­
n udo d en o stad o (p o r el que masa y m aza se pronu n cian [m á 0 a ]). De v ez en cuando, y
ap aren tem en te p o r razon es de falso casticism o o d e in terés p ed agógico, b ro ta n d efen so res
de la restau ración p ara < v > de [ v ] la b io d en ta l, desap arecida ya en el x vi. P o r el con ­
tra rio , la su p resión d e /d/ en p osición fin a l — v. gr., verdad [b e rS á ]— p arece gan ar adep­
tos y aun p re s tig io a costa de la solu ción [b e rg á B ], algo m ás defen d ida en o tros tie m p o s.]
presentan más incidencia de [ r ] preconsonántica que los de clase m edia su­
perior. Esto se ha interpretado plausiblem ente com o consecuencia de una
m ayor sensibilización de los socialm ente menos seguros y más am biciosos.
Otras conclusiones más o menos sim ilares aparecen tam bién en la investiga­
ción sociolingüística de acentos y dialectos en la Gran Bretaña (c f. Tru d gill,
1978). Especialm ente interesante resulta el descubrim iento de que, tanto en
A m érica com o en Gran Bretaña, las m ujeres tienden a adoptar más que los
hom bres el acento o dialecto que en general se considera p rop io de niveles
sociales más altos.
Existen diversas razones por las que las m ujeres resultarían más recep­
tivas a las normas y a los niveles sociales que los hom bres en las m odernas
sociedades occidentales, desde el punto de vista lingüístico y aun en otros
respectos. E ntre las propuestas, apoyadas p o r una cierta evidencia em pírica
en lo que atañe a la R P en Inglaterra, hay que citar la de que, m ientras la
conservación de un acento local confiere virilid ad y lealtad al grupo entre
m uchos hom bres de las clases obreras del norte, el em pleo de la R P por par­
te de las m ujeres de la misma región les otorga una consideración más fa­
vo ra b le a los ojos de los demás en una serie de parám etros de evaluación,
n orm alm en te asociados a la masculinidad algunos (com petencia profesional,
dotes de persuasión, etc.) y otros a la fem inidad. Tanto si éste es o no el
fa c to r determ inante en la diferenciación del habla de hom bres y m ujeres
ante una m otivación de prestigio social en sentido lato, lo cierto es que el
sexo es una de las principales variables sociolingüísticam ente pertinentes en
todas las lenguas. H ay muchos casos bien documentados en la bib liogra fía
especializada de diferencias dialectales debidas al sexo que no reflejan nece­
sariam ente las mismas actitudes hacia el n ivel o los com etidos sociales de
h om bres y m ujeres, com o se ha apreciado eri la sociedad británica. La rela­
j ó n en tre la variedad lingüística y sus correlatos sociales es tal que su am­
p lia ció n a base de parám etros com o el sexo, la edad y la clase social da lugar,
en determ in ados casos, a un conocim iento más detallado e interesante sobre
la estructu ra de distintas sociedades y las actitudes (esto es la cultura) de
sus m iem bros.
P o r tod o lo dicho aquí es evidente que la noción de i d i o l e c t o resulta
m enos provechosa de lo que tal vez parecía a prim era vista. N o sólo ocurre,
co m o se ha indicado antes, que cada individuo es capaz de m odificar y am­
p lia r sus idiolectos a lo largo de su vida, si bien menos fácilm ente, desde
luego, a m edida que se vuelve vie jo (cf. 1.6). Más im portan te resulta aún el
hecho de que, com o acabamos de ver, un individuo puede disponer de un re­
p e r to r io de variantes dialectales y pasar de una a otra según la situación en
que se encuentra. A l menos desde un punto de vista sociolingüístico, es mu­
ch o m ás ven ta joso im aginar un individuo que domina, en su com petencia
lin gü ística, un conju nto de dialectos parcialm ente isom órficos y que com par­
te en cada caso con los m iem bros de un grupo social u otro, que no con­
c e b ir lo s llam ados dialectos com o conjuntos de idiolectos en intersección.
L a va rie d a d lingüística en los individuos y en el seno de la com unidad cons­
titu ye las dos caras de una m ism a moneda.
T o d o ello reviste gran im portancia para lo que se ha dicho en torno al sig­
nificado expresivo y social en el capítulo dedicado a la semántica, esto es,
que se funden y se hacen interdependientes (cf. 5.1). En tanto que m anifes­
tamos nuestra personalidad e individualidad a través del com portam iento
lingüístico, lo hacemos a p a rtir de categorías sociales codificadas, com o si
dijéram os, en la variedad lingüística de la comunidad a que pertenecemos.
Además, el significado social asignado a las variables de acento y dialectos
viene determ inado, en su m ayor parte, por los llam ados e s t e r e o t i p o s .
Cabe asociar un cierto acento o dialecto — para no m encionar la cualidad de
la voz, aun cuando sea un fenóm eno dependiente en parte de factores pura­
m ente anatómicos— con un determ inado rasgo de personalidad (p o r ejem plo,
inteligencia, sim patía, v irilid a d ) y, en la m ayor parte de nuestro trato coti­
diano con la gente, ju zgarlo con referencia al estereotipo. Se ha dem ostrado
que los m iem bros de un grupo social dado reaccionan positiva o negativam en­
te ante ciertos acentos o dialectos y, sin llegar a ver o conocer para nada al
hablante, em iten ju icios sobre su personalidad a partir de la voz. Especial­
m ente interesante resulta que no siem pre se evalúe el acento o el dialecto
característico del p rop io grupo social, en cuanto a las dim ensiones de la per­
sonalidad o el carácter, más favorablem ente que el de o tro grupo social re­
conocible. A l menos en ciertos casos, los m iem bros de un grupo social in fe­
rio r parecen adm itir la validez del estereotipo que les atribuyen los m iem ­
bros de grupos socialm ente m ás dominantes.
Las im plicaciones que derivan de este p reju icio lingüístico — si cabe lla­
m arle así (cf. Hudson, 1980: 195)— para la educación y las perspectivas de
fu tu ro profesional son bien evidentes. Más adelante volverem os a este as­
pecto del asunto (cf. 9.5). L o que aquí conviene subrayar, sin em bargo, es el
hecho más general de que la personalidad resulta ser, al menos en parte,
produ cto de la s o c i a l i z a c i ó n , esto es, del proceso p o r el cual nos con­
vertim os en m iem bros de una sociedad y partícipes de la cultura que la ca­
racteriza. Y lo que denom inam os expresión del yo no es más que la proyec­
ción de una u otra im agen socialm ente interpretable. De ahí que el significado
expresivo y el social, tanto en la lengua com o en los demás tip os de com ­
portam ien to com unicativo, se confundan en últim o término. Com o hem os vis­
to en este m ism o apartado, las diferencias de acento y dialecto pueden desem­
peñ ar un im portante papel en la proyección de determ inadas imágenes
sociales. Y aunque lo hemos ilustrado a través del inglés [ y el españ ol], todo
ello es igualm ente válido para ám bitos más generales. Más abajo tendrem os
ocasión de com probar que el inglés — en parte p o r su gran estandarización
y en parte porque se habla com o lengua internacional prioritaria— resulta
extrem adam ente raro, en muchos respectos, com o espécim en de lengua hu­
mana. La variedad dialectal en la India, por ejem plo, presenta un aspecto
bien distinto (cf. Burling, 1970: 103 y ss.). N o obstante, al m argen de las di­
ferencias de estructura social (p o r ejem plo, la pertenencia a una casta en la
sociedad india), lo que se ha dicho aquí sobre la im portancia social de las
diferencias de dialecto sería vá lid o en la India y en todos los países donde
existe alguna suerte de variedad dialectal apreciable.
9.3 Estándar y vernáculo

A l presentar la distinción entre lenguas y dialectos he afirm ado que, aun


cuando desde un punto de vista histórico el dialecto estándar de una lengua
(s i es que lo hay) no o frec e diferencias cualitativas con respecto a los demás
dialectos no estándares, hay razones sociales y culturales para adoptar otra
postura en la descripción sincrónica de las lenguas (Cf. 1.6). Ahora es el m o­
m ento oportuno para precisar la afirm ación de muchos lingüistas sobre la
igualdad de todas las lenguas. Para nuestro propósito, u tilizaré el térm ino
‘ vernácu lo’ en el sentido cotidiano para aludir no sólo a los dialectos no es­
tándares de una lengua dada, sino tam bién a dialectos sin relación genética
entre sí y que en ciertos países guardan la m ism a relación funcional con
respecto al estándar com o la que en otros guardan los dialectos genética­
m ente em parentados. Algunos sociolingüistas han em pleado el térm ino ‘ve r­
náculo’ en un sentido más estricto y técnico.
La estandarización de un determ inado dialecto en relación con uno o
más vernáculos no es consecuencia forzosa de una acción p olítica prem ed i­
tada. P o r ejem plo, el inglés estándar em ergió com o tal a lo largo de los si­
glos en virtu d de la hegem onía política y cultural de Londres, m ientras que
el francés h izo lo p rop io gracias a la preponderancia de París. En ambos
casos, el estándar se basa en lo que al prin cip io constituyó el habla de las
clases superiores de la corte o que vivían en la capital. E sto no significa que
la estandarización del inglés y del francés no fuese, en parte, una acción
deliberada. La Academ ia Francesa, fundada por el cardenal Richelieu en 1635,
no era más que una de las corporaciones creadas en E u ropa al ca lo r del
R en acim iento con la encom ienda de estandarizar la lengua literaria nacional
m ediante la com pilación de gram áticas y diccionarios de autoridades; com e­
tid o que aún continúa vigente, p o r cierto. En los países de habla inglesa no
existe un organism o com parable, p o r lo que la cuestión de si algo es o no
p rop io del inglés estándar no puede dilucidarse tan fácilm ente. A pesar de
todo, diversas instituciones, entre las que se cuentan escuelas, universidades
y editoriales, influidas p o r los gram áticos preceptivistas del siglo x v m y sus
sucesores, han desem peñado una función cuasi-oficial en la Gran Bretaña, Es­
tados Unidos y otras partes m uy sim ilar a la de las academ ias literarias de
Francia y otros países europeos. Ahora bien, por razones de índole política,
el francés y el inglés, com o lenguas escritas, se hallan en un estado de estan­
darización m ucho m a yor que algunas de las otras grandes lenguas de Euro­
pa. Así, p o r ejem p lo, com o la unificación política de Ita lia es relativam ente
reciente, todavía existen diversos focos de prestigio cultural con un estándar
litera rio más o m enos propio.
En todos estos casos, nótese bien, la lengua escrita tiende a ser mucho
más estandarizada que el habla correspondiente de quienes la utilizan. N o
obstante, una vez dada la existencia de un estándar aceptado para la lengua
escrita, ésta puede servir de m odelo de propiedad y corrección para el habla
de la gente culta en toda sociedad donde dom inar dicha lengua escrita con­
fiere p restigio o posibilidad de prom oción. Las lenguas literarias de Europa,
que en muchos casos se originaron com o vernáculos con respecto al latín,
han ejercid o durante siglos su propia influencia estandarizadora sobre los
dialectos hablados de la gente educada, e indirectam ente sobre vernáculos
de los cuales sirven de estándar. Esta influencia es tanto más poderosa cuan­
to más form ales son los estilos del habla. En consecuencia, cuando decimos
que alguien habla inglés o francés estándar querem os decir que el dialec­
to que em plea en situaciones form ales es más o menos idéntico, en gram ática
y vocabulario, al estándar escrito. En situaciones menos form ales, sin em ­
bargo, puede m uy bien recu rrir a un vernáculo más o menos local o social­
m ente más restringido. Com o verem os más adelante, la diferencia entre es­
tándar y vernáculo es tan nítida en muchas sociedades que su diferenciación
funcional, tanto si son com o si no dialectos de una misma lengua, aparece
clasificada com o un tipo distinto de bilingüism o en la más reciente bibliogra­
fía sociolingüística, esto es, com o d i g 1o s i a (cf. 9.4.).
Desde luego, la estandarización de un dialecto dado para com etidos o fi­
ciales es ventajosa, especialm ente en un estado dem ocrático m oderno que
se im ponga el ideal de la educación para todos. Como hemos visto, el inglés
y el francés se estandarizaron al cabo de un largo período de tiem po me­
diante una suerte de proceso histórico que en buena parte podem os consi­
derar natural. M uy pocas lenguas del mundo han alcanzado así un estado
análogo. N o obstante, algunos gobiernos se han esforzado por acelerar o
acortar el proceso histórico escogiendo y estandarizando un determ inado
vernáculo para la educación, la radiodifusión, las asambleas públicas, las
publicaciones oficiales, etc. A las ventajas prácticas que supone contar con
un solo estándar para tales m enesteres, hay que añadir la fuerza de la aso­
ciación histórica entre lengua y nacionalidad, y aun etnicidad. La desventaja
en que se incurre al resolver el proceso de la estandarización por decreto
oficial, si ello com porta opción en fa vo r de uno de los vernáculos ya en uso,
es que sitúa a los hablantes de dicho vernáculo en una posición de favor,
política y socialm ente, frente a los hablantes de los demás. A esto se debe
que el inglés se em plee tan extensam ente en el ám bito nacional de la India.
Aunque se haya designado oficialm ente el hindi com o lengua nacional (con
algunas otras lenguas igualm ente reconocidas en diversas regiones), no está
al alcance de muchos que se expresan en o tro vernáculo genéticam ente in­
conexo. Num erosas naciones recientem ente independizadas se hallan ante
problem as sim ilares. Israel, p o r su parte, lo ha resuelto con la adopción del
hebreo clásico.
Evidentem ente, los térm inos ‘ lengua estándar’, ‘ lengua nacional’ y ‘ lengua
oficial’ no son sinónimos. Su conexión reside en que la lengua que aceptan
los hablantes com o sím bolo de nacionalidad (es decir, de identidad política
y cultural) o queda designada p or el gobierno para el uso oficia l tenderá a
estandarizarse, quiérase o no, com o condición previa o com o consecuencia
del m ism o hecho. L o inverso, en cam bio, no se da. Existen lenguas extrem a­
damente estandarizadas que no son ni nacionales ni oficiales (si bien pueden
h aberlo sido). Los casos más claros se encuentran en algunas de las grandes
lenguas clásicas de Europa y Asia (cf. 10.1). En cuanto a la distinción entre
lenguas oficiales y nacionales, esta últim a categoría resulta, p o r su propia
naturaleza, menos nítidam ente definida que la prim era. En ciertos casos,
com o se dem ostró más arriba, un país designará oficialm ente una lengua
dada com o lengua nacional, esto es, la lengua que vendrá a utilizarse en co­
m etidos oficiales dentro del ám bito nacional. Pero no tiene p o r qué tratarse
de una lengua nacional en el sentido más profundo, y menos fácil de definir,
del térm ino. Por ejem plo, Tanzania ha adoptado el sw ahili com o lengua o fi­
cial de la nación. Pero, al menos hasta el momento, ni sirve ni puede servir
com o sím bolo de nacionalidad ni de identidad cultural para la gran m ayoría
de ciudadanos del país p o r la sencilla razón de que éstos pertenecen a una
enorm e variedad de grupos étnicos y lingüísticos distintos. Finalm ente, es
preciso observar que las lenguas pueden convertirse en oficiales en un plano
in ferio r al nacional o para una gama relativam ente estricta de com etidos
oficiales, com o en el caso de la India.
E l propósito de estas observaciones sobre la conexión entre lenguas es­
tándares, por un lado, y lenguas oficiales y nacionales, por o tro, era Uamar la
atención sobre la com plejidad del asunto y sobre la diversidad que existe
con respecto a los posibles estándares y vernáculos en la m ayor parte del
,mundo. Si somos hablantes nativos monolingües de una de las pocas lenguas
del mundo muy estandarizadas y que sirven al m ism o tiem po com o lenguas
nacionales y oficiales (inglés, francés, japonés, español, ruso, etc.), puede muy
bien suceder que sostengamos ideas bien falaces sobre las dem ás lenguas y
el papel que desempeñan en sus respectivas sociedades. En rigor, quizá no
lleguemos a com prender qué relación existe entre el estándar y los diversos
vernáculos en nuestras propias comunidades, o los sentim ientos de quienes
hablan una lengua nacional (p o r ejem plo, el galés, el b retón o el vasco) que,
tanto si ha recibido respaldo oficial com o si no, se siente en p eligro de ex­
tinción. N o sólo las naciones recientem ente independizadas han de afron tar
el llam ado problem a de la lengua. La investigación sociolingüística no puede
resolver por sí misma los problem as. Puede, en cambio, prop orcion a r a los
gobiernos una inform ación pertinente para su solución (en la m edida en que
sean políticam ente solubles). Más en general, y en un plano no político, pue­
de aumentar la com prensión de cada cual, inclusive la del lingüista teórico,
acerca de la naturaleza de la lengua. Existe ya una buena parte de in form a­
ción de este tipo sobre diversos países.
En conclusión, no podem os pasar por alto los p i d g i n s y los c r i o ­
l l o s , form ados com o vernáculos muy localizados de un cierto tipo, pero
que en su condición de criollos son susceptible^ de alcanzar, en determ ina­
das circunstancias, el estatuto de estándares. Los pidgins más conocidos se
han form ado por contacto entre pueblos con lenguas no comunes. P o r ejem ­
plo, en muchas partes del mundo existen pidgins basados en el inglés, en el
sentido de que parte de su gram ática y vocabulario, cuando no su estructura
fonológica, deriva del inglés utilizado por traficantes y m isioneros para co­
municarse con pueblos de lenguas que aquéllos ignoraban. C laro que afirm ar
que se basan en el inglés puede resultar, quizás, engañoso. En realidad, gran
parte de su estructura, acaso m ayoritaria, suele proceder de otras fuentes.
En general, podem os decir con más propiedad que se trata de lenguas m ez­
cladas o combinadas, aun cuando a m enudo es d ifíc il averiguar el origen y
la proporción de los componentes. L o m ism o vale para otros pidgins basados
en otras lenguas europeas. Ciertam ente, hay muchos aspectos co n troverti­
dos en la noción de p i d g i n i z a c i ó n. A l m argen de los detalles relativos
a sus orígenes, parece que se em plean, al menos al principio, para una gama
de com etidos muy restringida y eran, por tanto, igualm ente restringidos en
vocabulario y gramática. Sin em bargo, algunos pidgins han llegado a u tili­
zarse en determ inadas comunidades para cubrir necesidades más am plias
y se han desarrollado, gram atical y léxicam ente, hasta el punto de que es ya
razonable describirlos com o sistemas lingüísticos plenos.
Se conviene en que- cuando los niños aprenden un pidgin com o lengua
nativa estam os ante un criollo. E n tre los ejem plos más notables puede men­
cionarse el crio llo de Jamaica, basado en el inglés, el de H aití, basado en el
francés [o el papiam ento de Curasao, entre los de base española y negro-
portu gu esa]. E l pidgin de m elanesia ( ‘ tok pisin ’, «p id gin ta lk » es decir «h a ­
bla p id g in ») y el krio han alcanzado la oficialidad com o lenguas estándar en
Nueva Guinea y Sierra Leona, respectivam ente. N o es raro que la diglosia
se am plíe y que el cam bio de código aparezca en comunidades donde los
criollos se em plean com o vernáculos ju n to con otras lenguas o dialectos de
mucho m a yor prestigio (cf. 9.4).
S ólo en la más reciente actualidad han em pezado a estudiarse los pidgins
y criollos com o sistemas lingüísticos con entidad propia y no com o dialectos
degenerados y reducidos de las lenguas europeas de las que se sabía o se
suponía que derivaban. En consecuencia, ya no se conciben los procesos de
pidginización y criollización com o factores más bien marginales en el desa­
rro llo de las lenguas y dialectos del mundo. H oy se acepta en general que
el inglés de los negros — el dialecto vernácu lo de los negros de clases in fe­
riores urbanas en el norte de Estados Unidos— debe muchos de sus rasgos
estructurales a los criollos hablados p o r los antepasados esclavos de sus usua­
rios. Siendo así, constituye ni más ni m enos lo m ism o que cualquiera de los
demás dialectos sociales o regionales del inglés. Cuando aludim os a la pidgi­
nización y a la criollización (para no m encion ar la descriollización parcial tal
com o se presenta en el inglés n egro de A m érica o en/los dialectos hablados
p o r algunos inm igrantes de la In dia occidental en la Gran B retaña) en tér­
minos más generales, podem os apreciar que gran parte de la diferen ciación
dialectal que tradicionalm ente se rem ite al m odelo del árbol genealógico para
explicar la evolución lingüística en la lingüística histórica puede ser el resul­
tado de procesos esencialm ente idénticos. P o r ejem plo, ¿hay que considerar
las lenguas románicas com o un producto' de la coexistencia, a lo la rgo de
un p eríod o de tiem po, entre un latín estándar y diversos criollos basados
en el p rop io latín? Planteando así la pregunta, aunque resulte en este caso
menos pertinente que en otros, podem os ver que no hay nada en la pidgin i­
zación y en la criollización que nos induzca forzosam ente a asociarlas tan
sólo con la llam ada expansión de Europa o el com ercio de esclavos.
9.4 Bilingüismo, cambio de código y diglosia

Algunos países son oficialm en te bilingües (o m ultilingües) en el sentido de


que tienen dos (o m á s) lenguas nacionales o regionales oficialm ente recono­
cidas (c f. 9.3). Dos casos b ien conocidos de países oficialm ente bilingües son
Canadá y Bélgica, donde han tenido lugar problem as lingüísticos del tipo a
que nos hem os re fe rid o en el apartado anterior. O tro ejem p lo bien conocido
de país oficialm en te m u ltilingüe, donde no se han planteado, en cam bio, pro­
blem as análogos, es Suiza. O tros países, si bien no oficialm ente bilingües (o
m ultilingües), disponen de dos (o más) lenguas distintas habladas dentro de
sus fronteras. L a m ayoría de los países del mundo pertenecen a esta últim a
categoría. Adem ás, aunque no d erive de cuanto hem os dicho hasta aquí, la
m ayor parte de países, tanto si son oficialm ente bilingües (o m ultilingües)
com o si no, com pren den com unidades enteras bilingües (o m ultilingües) en
el sentido de que sus m iem bros suelen u tilizar dos (o m ás) lenguas en la vida
cotidiana. N o se trata, naturalm ente, de que todos los ciudadanos de un país
oficialm ente bilin gü e (o m u ltilin gü e) utilicen, ni siquiera sepan, más de una
lengua. En este apartado nos ocuparem os del bilingüism o en las com unida­
des, entendiendo en adelante que ‘bilingüism o’ incluye asim ism o el multilin-
güism o.
E videntem ente, no puede considerarse bilingüe una com unidad a menos
que haya un núm ero suficiente de m iem bros bilingües en ella. Ahora bien,
¿qué qu iere d ecir qu e un in dividu o sea bilingüe? Podem os adm itir, com o ideal
teórico, la posibilidad de que exista un bilingüism o perfecto, definible com o
una com petencia com pleta en dos lenguas tal com o se atribuye en una de
ellas al hablante m onolingüe. E l bilingüism o perfecto, si existe, es extrem a­
dam ente raro, desde el m om ento en que apenas habrá individuos con capa­
cidad de u tilizar una lengua en una gama com pleta de situaciones y circuns­
tancias y adquiera así la com petencia indispensable. E llo no obstante, tam­
poco son raras las personas capaces de aproxim arse al bilingüism o perfecto
con una com petencia igual en ambas lenguas para una gam a bastante exten­
sa de situaciones. En tales casos, según que hayan aprendido las dos lenguas
sim ultáneam ente durante la niñez o en épocas diferentes, pueden clasificar­
se, desde el punto de vista psicolingüístico, com o bilingües c o m p u e s t o s
o c o o r d i n a d o s , para cuando los dos sistemas lingüísticos se integren
en uno, en un cierto nivel relativam ente profundo de organización psicológi­
ca, o bien, respectivam ente, se hayan asim ilado por separado. H asta el m o­
mento, no está claro si se trata de una dicotorrya genuina y, en caso de que
lo sea efectivam ente, cuáles son sus im plicaciones neurofisiológicas (cf. 8.3).
En los casos más alejados del bilingüism o perfecto, una de las lenguas será
d o m i n a n t e y la otra s u b o r d i n a d a . Se ha sugerido incluso que el
uso de la lengua subordinada com porta un proceso de traducción a partir
de la lengua dom inante en un nivel relativam ente superficial, aunque no ne­
cesariam ente consciente, de la configuración psicológica de enunciados.
Esta clasificación del bilingüism o puede fundarse o no en algún criterio
p sicológico y neurofisiológico, pero hasta el presente ha servido de guía para
buena parte de la más reciente investigación. Y en últim o térm ino, vale para
poner de manifiesto la existencia de muchos tipos de individuos bilingües.
De un m odo sem ejante, existen muchos tipos de comunidades bilingües,
que se caracterizan por si una lengua dom ina claram ente, o no, en la ma­
yoría de sus m iem bros; si una lengua dom ina en algunos m iem bros, pero
no en otros; si algunos m iem bros se acercan, o no, al bilingüism o perfecto;
si ambas lenguas se han adqu irido sim ultáneamente o no, y así sucesiva­
mente. Sin em bargo, al m argen de todas estas diferencias, una cosa tienen
en común todas o casi todas las comunidades bilingües: una diferenciación
funcional relativam ente nítida de las dos lenguas con respecto a lo que mu­
chos sociolingüistas llam an d o m i n i o s . Por ejem plo, uno de tales dom i­
nios es el hogar, definido no sólo co m o el lugar donde tiene lugar realm ente
la conversación, sino tam bién los interlocutores, el tema de la conversación
y otras variables pertinentes. Con ello una lengua puede ser la lengua 'del
hogar, en el sentido de que siem pre se em pleará para hablar coloquialm ente
con otros m iem bros de la fa m ilia en casa y sobre temas dom ésticos. Sin em ­
bargo, puede ocu rrir que se u tilice otra lengua fuera de casa, o incluso en
la m ism a casa cuando se hallan presentes personas extrañas (q u e a su vez
pueden ser también bilingües) o bien cuando el tema de conversación no es
dom éstico. Esta noción de dom in io (que cabe concebir com o si aglutinase
una serie de situaciones típicas y recu rrentes) resulta intuitivam ente atrac­
tiva. Y , en efecto, gran parte de la obra teórica y descriptiva realizada en
el cam po de la sociolingüística e inspirada p o r Fishman (1965) se propone iden­
tificar para cada sociedad las variables que definen estos dom inios intuitiva­
m ente reconocibles.
Una alteración situacional en el valor de una de las variables que definen
un dom in io puede dar lugar a un c a m b i o d e c ó d i g o . P o r ejem plo,
dos altos ejecutivos que discuten en inglés sobre negocios en Tanzania pue­
den cam biar de pronto al sw ahili o, si son m iem bros de un m ism o subgrupo
étnico y lingüístico, a un vernáculo local, cuando el tema de conversación
pasa de los negocios a otros asuntos más personales. En muchas otras co­
munidades se ha advertido e l m ism o tipo de cam bio de código: en la India,
entre inglés e hindi/urdu, bengalí, tam il u otra de las muchas lenguas locales;
en Paraguay, entre español y guaraní; en la comunidad portorriqu eñ a de
Nu eva Y ork , en tre inglés y español, y así sucesivamente.
Hasta aquí, en este apartado, hemos procedido com o si la diferencia
entre una y otra lengua fuese siem pre tan tajante com o lo es entre el inglés
y el francés, el español y el guaraní, hindi/urdu y tamil, etc. Y no es así. En
p rim er lugar, la aplicación del térm ino ‘ lengua’ en relación con el de ‘ dialec­
to ’ está sujeta a una diversidad de consideraciones políticas y culturales. En
segundo lugar, aun cuando la diferen cia entre dos estándares (lenguas o dia­
lectos, no im p orta ) sea suficientem ente clara, puede haber una serie entera
de vernáculos interm edios social o geográficam ente determ inados que los
vinculen, de m odo que resulte im posible establecer si están más íntim am ente
relacionados con uno u o tro estándar. P or ejem plo, aunque aparecieran dos
distintos estándares literarios, el hindi y el urdu, en la In dia durante la co-
Ionización británica en el siglo pasado (y se hayan diferenciado más desde
la independencia de la India con la división política de la India y el Paquis-
tán), la distinción entre hindi y urdu com o vernáculos, a p a rtir de su estruc­
tura, carece de sentido. Existen, p or lo demás, otros vernáculos interm edios
entre el hindi/urdu y el bengalí o entre otros dos estándares regionales ge­
néticam ente em parentados y con una frontera común en el subcontinente
indio. Lo m ism o sucede en muchas partes de Europa, con respecto al holan­
dés y el bajo alemán (Plattdeu tsch), el italiano y el francés (n o estándar),
el inglés y el escocés, el noruego y el danés, y otros más. En gran parte de
Europa, la educación y la alfabetización prácticam ente universal, la urbani­
zación, el aumento de m ovilidad y otros factores han dado lugar a la p ola ri­
zación de vernáculos adyacentes hacia los estándares nacionales o regionales
con que las comunidades se asocian política o culturalmente. Y hay que re­
conocer que también aquí, una vez más, si am pliam os el térm ino ‘bilingüis­
m o ’ para incluir la com petencia en dos (o más) dialectos no estándares de
la misma lengua, por un lado, o en un dialecto estándar y en o tro no estándar
de la misma lengua, por otro se desvirtúa mucho la distinción entre mono-
lingüism o y bilingüismo.
En seguida volverem os a esta cuestión. Antes conviene atender a un cier­
to tipo de bilingüism o (en el sentido lato), que los lingüistas, a p a rtir de F er­
guson (1959), denominan actualm ente d i g l o s i a . Existen muchas com u­
nidades bilingües, cuyos m iem bros suelen u tilizar un dialecto en situaciones
más bien públicas o solemnes y o tro en situaciones más in form ales y colo­
quiales. Dando por sentada la validez de la distinción entre lo fo rm al o so­
lem ne y lo coloquial (que puede definirse para cada sociedad a p a rtir de
dom inios pertinentes), podem os distinguir un dialecto alto (A ) y un dialecto
b a jo (B ) siguiendo este criterio puram ente funcional. A menudo el dialecto A
será un estándar literario, y en algunos casos el tip o de estándar que llam a­
mos c l á s i c o , o un dialecto que se le acerque [en muchos o algunos respec­
to s ], mientras que el dialecto B será norm alm ente un vernáculo local. P o r
ejem plo, el árabe clásico se relaciona funcionalm ente así, de A a B, con d i­
versos dialectos coloquiales en varios países de habla arábiga. E l alemán
estándar se relaciona análogamente con el alemán suizo en Suiza; el francés
estándar con el criollo francés en H aití; el katharevusa con el dem ótico (dhi-
m o tik i) en Grecia, etc. Y , desde luego, en buena parte de la Europa prerre-
nacentista el latín era el dialecto A con respecto a las lenguas rom ances que
iban em ergiendo poco a poco.
En todos estos casos, hay que subrayar que la distinción entre dialec­
tos A y B no constituye una diferencia entre dialectos sociales. Puede suceder
que en muchos casos sólo las clases educadas tengan plena com petencia en
A y en B. En otros, por razones culturales, el dialecto A puede considerarse
en cierto m odo com o una versión más correcta o pura de la lengua misma,
tal com o se da en-el árabe clásico, la lengua sagrada del Islam . N o obstante,
para los que tienen una com petencia suficiente en A y en B, el uso de uno
u o tro está determ inado, no por la clase social de la persona misma (aunque
esto depende de la sociedad en cuestión), sino por la situación en que sd
encuentra. Aquí, com o en el resto, p ierde mucha fu erza la distinción entre
dialectos y estilos (c f. 9.6). Desde el punto de vista estructural (es decir, del
grado de diferen cia fon ológica, gram atical, y léxica), A y B son dialectos;
ahora bien, desde el punto de vista funcional, pueden considerarse m eros
estilos.
La m ayoría de casos considerados de diglosia se encuentra en com uni­
dades que, aunque satisfacen la definición am pliada de ‘bilin gü es’, suelen tra­
tarse com o m onolingües, esto es com o de habla arábiga, griega, etc. En otros
casos, deb ido a la dificultad de d eterm in ar qué cuenta, política o cultural­
mente, com o lengua distinta, puede no haber un acuerdo definido, incluso en
la propia com unidad, en cuanto a si sus m iem bros son m onolingües o no.
P o r ejem p lo, hay quienes dirían que el alemán suizo es una lengua aparte
relacionada, p ero en plano de igualdad, con el alem án estándar; otros, en
cam bio, discreparían. Más im portan te es p a rtir de lo que tienen en común
los diversos casos de diglosia que separarlos según que se den o no en lo
que suele considerarse com unidades m onolingües.
Y así llegam os a la conclusión final, quizá previsible: adem ás de las co­
munidades en que la diglosia existe evidentem en te y de aquéllas donde tam ­
bién evidentem en te no existe, son muchas las que se encuentran en una
tierra de nadie en tre los dos extrem os. P o r ejem plo, a las com unidades de
hábla francesa en Francia no se les suele atribu ir el fen óm en o de la diglosia.
Sin em bargo, hay una distinción bastante nítida entre el dialecto A del fran ­
cés estándar que se enseña en la escuela y se em plea en las ocasiones so­
lem nes, especialm ente en el m edio escrito, y el dialecto B coloqu ial y c o ti­
diano. Las diferen cias no son sim plem ente léxicas, sino tam bién gram aticales
y, para algunos hablantes al menos, fonológicas. Y aunque es el dia lecto A
el que más se acerca al estándar litera rio , sería errón eo referirn o s al dia
lecto B de los círculos educados parisienses com o si se tratase de un vernáculo
no estándar.
Si se aplica el concepto de diglosia a estos dos dialectos no vernáculos
del francés, parece entqnces que no cabe aplicarlo al inglés, al m enos en la
m ayor parte de lugares donde se habla esta lengua. Desde luego, hay que es­
tablecer una diferen cia entre el inglés estándar y los diversos dialectos re­
gionales y sociales. Y aun den tro del inglés estándar existen diferen cias lé­
xicas y gram aticales que están en correlación con diferencias funcionales
dentro de la escala que va de lo fo rm a l a lo coloqu ial. A hora bien, la d ife ­
rencia entre fo rm a l y coloqu ial es menos tajan te para los hablantes de inglés
estándar que para los de francés estándar. Y ninguno de los dialectos no es­
tándares (salvo, quizás, algunos criollo s basados en el inglés, si se clasifican
den tro de los dialectos de esta len gu a) se halla respecto al inglés estándar
en relación de A a B. A lo sumo, lo que sí se encuentra son individu os capa­
ces de cam biar del inglés estándar a un dialecto no estándar y viceversa en
función de la com unidad en que se desenvuelven. N o es un caso infrecuente.
Pero apenas cuenta com o diglosia, y ni siquiera com o bilingüism o, dado el
grado en que los vernáculos no estándares, y en particu lar los dialectos re­
gionales, se han visto influidos p or el inglés estándar. Tam bién aquí las co­
m u n id a d es de habla inglesa resultan un tanto atípicas entre las com unidades
lin gü ística s del m undo.
L o qu e ocu rre — y e llo constituye la principal lección que se desprende
h o y p o r h oy de la in vestigación sociolingüística— es que no existe algo así
c o m o una com u n idad lin gü ística típica. En rigor, hay tanta diversidad entre
las com u nidades lingüísticas de habla inglesa que debe procederse con sumo
cu id a d o antes de hacer generalizaciones im prudentes sobre la fu nción que
d esem p eñ a en inglés en las sociedades donde se em plea com o lengua única
o p rin cip al.

9.5 Aplicaciones prácticas

U n a de las cu estiones tratadas antes a propósito de la distinción en tre lin­


g ü ís tic a te ó ric a y aplicada era la de que, aun cuando sea en p rin cip io muy
d ife r e n te de la que existe en tre m icrolingüística y m acrolingüística, en mu­
ch o s tip os de lin gü ística aplicada, entre ellos la aplicación de los hallazgos
d e la lin gü ística teó rica y d escriptiva a la enseñanza de las lenguas, es esen­
c ia l to m a r un pu n to de vista m acrolin gü ístico (c f. 2.1). La psicolingüística
ayu d a m u cho a co m p ren d er có m o se adquieren las lenguas com o lenguas
n a tiva s en la n iñez y com o segundas lenguas tras el p eríod o norm alm ente
co n s id e ra d o c r ític o para el ap ren d iza je lingüístico (c f. 8.4). Tam bién hay que
c o n ta r con la co n trib u ción de la sociolingüística, en la m edida en que su dis­
tin c ió n con la psicolin gü ística sea algo más que un m ero asunto de p referen ­
c ia m e to d o ló g ica y de m odas académ icas pasajeras (c f. 9,1). En particular,
g r a n p a rte de lo qu e se ha dich o en este capítulo, si se observa desde Una
p e rs p e c tiv a tanto psicolin gü ística com o sociolingüística, resulta bien p erti­
n en te p ara cam pos recon ocidos de la lingüística aplicada. Aduciendo en p ri­
m e r térm in o la enseñanza de lenguas extranjeras, aunque la situación en
m u chas partes d el m undo está cam biando en la actualidad, todavía se tiende
a enseñarlas sin p resta r la debida atención a la diferen cia en tre lengua ha­
b la d a y escrita, p o r una parte, y en tre estándares y vernáculos, p o r otra. La
en señ anza d el inglés co m o lengua extra n jera ha experim en tado una gran m e­
j o r a en los ú ltim os años gracias a la preparación de especialistas en las con­
cep cion es y aptitudes apropiadas, así com o al em pleo de gram áticas de con­
su lta y m a teriales didácticos con inform ación^m ás precisa que antes sobre
e l in glés están dar en su versión fo rm a l y coloqu ial. Tam bién ha m e jo ra d o la
en señ anza de lenguas extran jeras en escuelas y u niversidades del m undo de
h a b la inglesa, aunque no en igual medida.
L a enseñanza de la lengua m aterna plantea problem as de un orden di­
v erso . P a rece bien p rob a d o que los profesores, lo m ism o que la m ayoría
d e los m ie m b ros más cultos de la com unidad al m argen de sus p ropios o rí­
gen es sociales, alim en tan ciertos preju icios, en una variedad de form as, con­
t r a los d ia lecto s region ales y sociales no estándares. In clu so pueden llegar
inconscientem ente a ju zga r poco dotado un niño por el m ero hecho de que
su dialecto (o aun su acento) esté menos extendido que el de sus compañe­
ros. N i el p rop io niño puede librarse de la influencia que ejerce sobre él esta
suerte de ju icios negativos, con serio detrim en to para sus expectativas edu­
cacionales. En ú ltim o térm ino, por tanto, cabe la posibilidad de que una me­
jo r com prensión de la naturaleza de la relación entre estándares y vernácu­
los llegue a redu cir esa discrim inación e injusticia involuntarias.
Pero hay otros asuntos más profundos que la teoría y la investigación
sociolingüísticas pueden ilum inar, aun cuando, por su naturaleza, no puedan
resolver. Son asuntos de un interés m uy actual y con una dim ensión clara­
m ente política. Se ha sostenido que los niños procedentes de las clases obre­
ras presentan un cierto d é f i c i t l i n g ü í s t i c o frente a los niños de las
clases m edias y altas, debido a que: (a ) el dialecto no estándar que han apren­
dido es deficitario en com paración con el estándar, y (b ) hay menos disquisi­
ciones, y en general un em pleo de la lengua funcionalm ente más restringido,
en los hogares típicos de las clases bajas fren te a los de las clases medias
y altas. Una versión de la teoría del déficit lingüístico se apoya en la distin­
ción sentada p o r Bernstein (1971) entre el llam ado c ó d i g o r e s t r i n g i d o
y el c ó d i g o e l a b o r a d o . La obra de Bernstein ha ejercid o una podero­
sa influencia en tre los pedagogos, pero resulta m uy controvertible desde un
punto de vista sociolingüístico. Se afirm a que el código restringido es poco
explícito y que depende del contexto (es decir, utiliza más expresiones elípti­
cas y pronom bres, que dan p o r sentado la capacidad del oyente para com ­
pensar la in form ación con textu al) en contraste con lo que caracteriza a un
código elaborado. De acuerdo con esta teoría, el niño de clase obrera se en­
cuentra en clara desventaja dentro de la escuela, donde se supone que el có­
digo elaborado es indispensable, puesto que los m iem bros de la clase traba­
jadora, contra lo que sucede en las clases más altas, sólo em plean el código
restringido.
T a l co m o lo form u ló el p rop io Bernstein, aunque no siem pre repetido
p or sus partidarios, la distinción entre código elaborado y restringido no se
corresponde con la distinción entre dialectos estándares y no estándares.
Pero, p o r o tro lado, está en consonancia con ella, pues en las situaciones
en que se pone a prueba la com petencia de los niños el estándar elaborado
se com para con el no estándar restringido. Com o es probable que los niños
de clases obreras adopten una actitud defensiva cuando se enfrentan a in­
vestigadores predom inantem ente de clase media, cabe la posibilidad de que
sus resultados sean poco fiables fren te a los que arrojan los niños de la§
clases su periores con más seguridad ante el código elaborado. Además, loá
adversarios de la teoría han afirm ado que ha habido una confusión, si no en
la práctica sí de principio, entre el código restrin gido y los dialectos no es­
tándares, pues los propios investigadores tienden a pasar por alto la com ­
p lejid ad estructural y el potencial com unicativo de un dialecto no estándar
com o el cockn ey o el inglés de los negros. Quienes defienden que los dialec­
tos no estándares no son deficientes, sino tan sólo diferentes, y que el tipo
de com petencia com unicativa que sus usuarios suelen m anifestar también
es diferen te del que supuestamente se exige de los niños en la escuela han
esgrim ido argumentos bien sólidos contra la teoría del déficit lingüístico.
N adie niega, sin em bargo, que, tal com o están ahora las cosas, los niños
que llegan a la escuela hablando un dialecto demasiado distinto con respecto
al estándar se enfrentan a un problem a que no tienen los que ya hablan di­
cho estándar. Gran parte del vocabulario y de la estructura gram atical de
los m ateriales empleados para enseñarles a leer pueden resultarles extraños.
Tal vez este problem a puede paliarse, siquiera hasta cierto punto, utilizando
m ateriales cuidadosamente confeccionados con el fin de aprovechar lo que
tienen en común el estándar y los dialectos no estándares regionales y so­
ciales. Claro que ello com porta com poner distintos m ateriales de lectura para
determ inados subgrupos, lo que resulta im practicable en regiones donde hay
una población m ovediza y mezclada. En la m ayoría de sociedades, sería ina­
ceptable, p or razones sociales y políticas, em plear un dialecto no estándar
com o m edio de enseñanza, salvo quizás oralm ente y en un régim en muy li­
m itado en la escuela prim aria. P or o tro lado, cabe la posibilidad de aprove­
char la existencia, para ciertas lenguas al menos, de una gama aceptada y a
veces inadvertida de variedades dentro del propio estándar. Así sucede, por
lo que respecta al inglés, aun cuando sea una lengua altam ente estandarizada
en com paración con muchas otras. Carecería de sentido, por ejem plo, que un
p ro fe so r agudizara los problem as de aprendizaje de un hablante de un dia­
lecto no estándar de Edim burgo o Glasgow instándole a usar los verbos auxi­
liares tal com o lo haría un hablante de inglés estándar del sur de In glaterra
(cf. Hughes & Trudgill, 1979: 20 y ss.).
Los problem as se vuelven aún más graves para los hijos de inm igrantes
y otras m inorías étnicas. Escindidos entre dos culturas, pueden llegar a ser
bilingües im perfectos en dos dialectos no estándares. E l bilingüism o y el bi-
culturism o presentan, evidentem ente, ventajas, ju nto con los inconvenientes,
m ientras no se interpongan en el desarrollo educacional y social del niño.
H o y se adm ite más abiertam ente que antes, en muchos países, que la lengua
m aterna de las m inorías étnicas debe recib ir protección, y no obstáculos
com o si fuese una barrera para la integración de sus hablantes a la com uni­
dad dom inante. L o que comúnmente se denomina m a n t e n i m i e n t o l i n ­
g ü í s t i c o constituye ya la política oficial de muchos países prácticam ente
para todas sus lenguas m inoritarias, indígenas o incluso foráneas. Ahora bien,
tam bién es cierto que es más fácil form ular los térm inos de esta ordenación,
declarándola política y socialm ente beneficiosa, que llevarla a térm ino, o in­
cluso, en ciertos casos, que saber siquiera cóm o llevarla a térm ino.
La sociolingüística — teórica, descriptiva y aplicada— ha realizado ya una
m agnífica contribución para el conocim ento de las im plicaciones educaciona­
les, sociales y políticas de éste y otros aspectos de la p l a n i f i c a c i ó n
l i n g ü í s t i c a , no sólo en los países en desarrollo, sino tam bién — y de un
m odo creciente en los últim os años— para las necesidades de las m inorías
étnicas y lingüísticas en las sociedades industrializadas. Es probable que esta
contribución sea todavía m ayor en un futuro inm ediato, ya que los llam ados
problem as lingüísticos form an parte del problem a mucho más am plio de la
discrim inación social y cultural. Y esto, p o r m otivos políticos, se ha vu elto
más urgente que antes en num erosos países.

9.6 Variaciones estilísticas y estilística

La noción de v a r i a c i ó n e s t i l í s t i c a apareció ya en el capítu lo 1 en


contraste, p o r un lado, con las diferencias de acento y dialecto y, p o r otro,
con las de m edio (cf. 1.7, 1.4).
Un m odo de abordar el fen óm en o de la variación estilística consiste en
considerar que con frecuencia el sistem a lingüístico p roporcion a a sus usua­
rios diversos m edios altern ativos para d ecir una m ism a cosa. En lo que atañe
a la opción entre lexemas, podem os h ablar de sinonimia. A hora bien, la sinoni­
mia, com o hem os visto, raras veces es com pleta y ni siquiera absoluta (c f. 5.2).
Cabe la posibilidad de que dos palabras o frases sean descriptivam ente equi­
valentes y, no obstante, d ife r ir en cuanto a significado social y expresivo (cf.
el caso de ‘ padre’ fren te a ‘ p a p i’). Podem os, así, decir que esta suerte de
expresiones no com pletam ente sinónimas son v a r i a n t e s e s t i l í s t i c a s
o, más exactam ente, variantes estilísticam ente no equivalentes. C laro que la
decisión de si se trata o no de una equivalencia sem ántica o estilística de­
pende de si se adopta una definición más am plia o más estricta de ‘ significa­
d o ’ y de ‘ sem ántica’ (c f. 5.1).
H em os de contar asim ism o con expresiones com pletas, p ero no absolu­
tam ente sinónimas, es decir, expresiones que (a ) son sem ánticam ente equiva­
lentes en algunos de sus significados, pero no en todos, o bien (b ) que difieren
con respecto al ám bito de contextos en que pueden aparecer. D e-estos dos
tipos de sinonim ia no absoluta el ú ltim o de ellos — el que depende d el con­
texto— es el más pertinente a todas luces para lo que concierne a la varia­
ción estilística. P o r descontado, si una de dos expresiones sinónim as n o puede
aparecer en un determ inado contexto, la cuestión de si existe, en dich o con­
texto, una opción estilísticam ente significativa entre alternativas sim plem ente
no se plantea. Sin em bargo, dado que dos o más expresiones sinónim as sí
sean aceptables en un cierto contexto, aún caben dos posibilidades más que
distinguir. O bien las expresiones en cuestión d iferirá n en cuanto al grado
de aceptabilidad, adecuación o norm alidad, o bien no diferirá n . Si difieren
efectivam en te, podem os hablar de nuevo de variación estilística. P ero si no
difieren, la variación no es estilísticam ente significativa, con lo que se tra­
tará de un caso de v a r i a c i ó n c o m p l e t a m e n t e l i b r e .
La variación com pletam ente libre, que incluye la sinonim ia com pleta, es
relativam ente rara, sobre todo en la literatura, donde los determ inantes de
la aceptabilidad contextual son más num erosos y más diversos de lo que
ocu rre en el uso cotidiano e irreflex ivo de la lengua. C om o hem os visto ya,
el térm ino ‘variación lib re’ suele em plearse en fon ología para designar lo que
ahora cabe iden tificar com o un tipo particu lar de variación lib re incom pleta,
d o n d e la n oción de contraste funcional queda restrin gida a la función de
d istin gu ir una fo rm a de o tra (c f. 3.4). Los lingüistas de la Escuela de Praga
h an ten ido siem pre una concepción más am plia de contraste funcional, en
conson ancia con su interés p o r la variación estilística de todos los tipos
(c f. 7.3).
Gran p a rte de lo que com pren de el térm ino ‘co n tex to ’, si no todo, es so­
cia l y en tra en el á m b ito de la noción sociolingüística definible com o d o m i ­
n i o de discurso (cf. 9.4). M uchos autores incluirían en el contexto de un
enu nciado, no sólo las variables sociolingüísticas más evidentes (estado, edad,
sexo de los in terlocu tores; ca rácter fo rm al o coloqu ial de la situación, etc.),
sino tam bién los sentim ientos y las intenciones com unicativas del em isor. Y a
h e apu ntado antes que, al m enos en parte, la personalidad es produ cto de la
so cia lización y que su expresión es la proyección de una u otra im agen social­
m e n te in terp retab le (cf. 9.2). A h ora bien, esta sugerencia d eja en pie la po­
s ib ilid a d de qu e ciertos in dividu os resulten más capaces que otros de explotar
o su p era r las lim itacion es sociales que com porta el uso de cada sistem a lin­
gü ístico. E x iste una in veterada polém ica entre críticos litera rio s y epecialis-
tas en estética acerca del gra d o en que el uso claram ente crea tivo de la len­
gua p o r p a rte de los escritores queda constreñ ido p o r fa cto res sociales. Sin
p r e ju ic io para la resolu ción de la polém ica, cabe in trod u cir la siguiente p re­
cisió n pu ram ente d efin ítoria: en tanto que la variación estilística está de­
term in a d a , o condicionada, p o r el contexto social, en tra en el ám bito del
co n c ep to sociolin gü ístico de r e g i s t r o . En la b ib lio g ra fía actual pueden
en co n tra rse otras definiciones de ‘ re g istro ’, pero la que utilizam os aquí es
segu ram en te la más adm itida.
L a va ria ció n estilística en general, y la de registro en particular, no cons­
titu yen una sim ple cuestión de escoger un vocabulario. A fecta n asim ism o a
la gra m á tica y, en el caso de la lengua hablada, a la pronunciación. P o r eje m ­
p lo, los enunciados elíp tico s (¿D e com pras?, D e nuevo « g ra cia s» p o r la velada
de ayer, e tc .) y las preguntas de recabam iento (¿ N o habrás vis to m i re lo j,
eh?, N o s ve m o s mañana, ¿vale?, etc.), son más frecu entes en el español co ­
lo q u ia l qu e en el fo rm a l. Y en cuanto a la pronunciación, hay muchos más
casos de asim ilación , de form as abreviadas, etc., en el habla coloqu ial es­
pon tán ea qu e en el estilo más cuidado. Conviene co m p ren d er que los regis­
tros más in form a les d el español y de otras lenguas están r e g u l a d o s de
una m anera esencialm ente igual a com o lo están los registros más solemnes.
E n su m a y o r parte, las reglas en cuestión son, en am bos casos, inm anentes
y n o trascendentes. L a acción n ociva de la gram ática tradicion al prescriptiva,
o n orm a tiva , ha ven id o a enm ascarar este hecho y ha p ro m o vid o la especie
de qu e los usos in form a les son desordenados y a rb itrarios (c f. 2.4).
Es m en ester igu alm en te no con fu n d ir los registros más in form ales de una
len gu a dada con los dialectos no estándares de la m ism a lengua (cf. 9.3). Los
h ab lan tes de español estándar em plearán el registro in form a l adecuado a una
ga m a en tera de situaciones claram ente in form ales: en la charla con am igos
o colegas, en la m esa con los dem ás m iem bros de la fam ilia, y así sucesiva­
m en te. Los dialectos no estándares pueden acaso carecer de una gam a sim ilar
de registros com o el dialecto estándar p o r la sencilla razón de que hay una
serie de situaciones oficiales o sem ioficiales en que no suelen em plearse di­
chos dialectos no estándares. Com o hem os señalado más arriba, en las co­
m unidades lingüísticas donde hay d i g l o s i a , la distinción entre dialectos
y estilos p ierde buena parte de su rig o r (cf. 9.4). A pesar de todo, conserva
su validez, lo que no siem pre se ha recon ocido al tratar temas com o la d ife­
rencia en tre los llam ados códigos de la lengua socialm ente dependientes y
códigos elaborados (c f. 9.5).
T o d o lo dicho antes sobre la variación estilística en relación con diversos
tipos de sinonim ia no absoluta vale igualm ente para las diferencias estilísti­
cam ente, significativas en gram ática y pronunciación. Por ejem plo, en inglés
las preguntas pueden form ularse bien enunciando una oración interrogativa,
(1 ), o bien enunciando una oración declarativa con una pauta de entonación
característica de anticadencia, (2):

(2) I t ’s raining?
(1 ) Is it raining?
} «¿ L lu eve? »

E l signo de in terrogación in corporado a (2 ) no es más que una representa­


ción convencional, en el inglés escrito, de su pauta distintiva de entonación.
De ahí que los lingüistas puedan discrepar en cuanto a si (2 ) constituye una
oración declarativa enunciada con el propósito de form ular una pregunta
(c o m o y o he h ech o) o si constituye más bien una cierta clase de oración in­
terrogativa. Carece de im portancia este desacuerdo para lo que aquí inte­
resa. En realidad (1) y (2) difieren en sus respectivas estructuras gram atica­
les y, com o enunciados, si no com o oraciones, resultan parcial, pero no to­
talm ente, equivalentes. A l m argen de su función interrogativa, (2) presenta
adem ás otra expresiva de indicar o revelar la sorpresa, la angustia, la indig­
nación, etc., del hablante, [a lg o así co m o «¿D e m odo que llu e v e ? »]. Desde
luego, tam bién (1) puede tener una función expresiva adicional expresada
p o r la superposición de una determ inada configuración prosódica. P o r sí
mism a, no obstante, resulta estilísticam ente más neutra que (2).
O tro tipo de variación contextualm ente condicionada puede ejem plificar­
se [e n esp añ ol] a base de

(3 ) Querem os beber

en contraste con

(4 ) L o que querem os es beber

De los dos ejem plos, (3) es estilísticam ente neutro, m ientras que (4), com o
(2), y en contraste con (1), es estilísticam ente m a r c a d o (esto es no neu­
tro). En este caso, la diferen cia estilística entre la construcción m arcada y
no m arcada, o neutra, no se consideraría p o r lo general que com porta va­
riación. Tien e que ve r más bien con lo que los lingüistas de la Escuela de
Praga han llam ado p e r s p e c t i v a funcional de la o r a c i ó n y
otros han tratado com o una suerte de significado tem ático de los enunciados o
de su estructura in form ativa (c f. 7.3). Aun cuando (3 ) y (4) son veritativam ente
equivalentes y, en consecuencia, tienen el m ism o significado descriptivo o
proposicional, no son equivalentes con respecto a los contextos en que nor­
malm ente aparecerían. Una razón por la cual (4) resulta más efectivo que (3)
reside en que da por sentado, o im plícito en el contexto, que la persona o
personas que enuncian (4) desean algo, en concreto algo de beber. Gran parte
de la variación estilística que manejan los lingüistas m ediante la noción de
perspectiva funcional de la oración o de significado tem ático consiste en va­
riar el orden de palabras u optar entre distintas construcciones gram atica­
les, ju nto con diferencias de acento y entonación, p o r lo que respecta a la
lengua hablada.
La capacidad del hablante para controlar las opciones significativas de
registro y ajustar la estructura de los enunciados a cada contexto, a ten or
de sus intenciones cqmunicativas, form a parte integral de su com petencia
lingüística, es decir de su conocim iento acerca de una u otra lengua. P o r
ejem plo, quien tenga en español una com petencia tal que pueda reconocer
que tanto

(5) H e leído este libro

com o

(6) Este lib ro he leído

están bien form adas gram aticalm ente, pero ignore que (6 ) está estilística­
mente marcada y sea incapaz de contextualizarla debidam ente, será, a este
respecto, menos com petente 'en español que otro capaz de u tilizar e in ter­
pretar (5 ) y (6 ) com o lo haría un hablante nativo. Los hablantes no nativos
de una lengua suelen denunciar su condición por incu rrir en alguna i n c o n ­
g r u e n c i a e s t i l í s t i c a , por ejem plo, al yuxtaponer dos expresiones es­
tilísticam ente marcadas, una coloquial y la otra literaria. P o r o tro lado, los
humoristas y los poetas vienen a sacar partido del m ism o fenóm eno. Claro
que esta suerte de desviación de la norma no hace sino dem ostrar que existe
ante todo una norma. La incongruencia estilística se reconoce com o tal y
consigue sus efectos en relación con las normas de la congruencia estilística.
La más reciente investigación ha mostrado* que las normas de la con­
gruencia estilística son, en su m ayor parte, de naturaleza estadística. P o r
ejem plo, aunque quepa identificar ciertas expresiones o construcciones com o
form ales o coloquiales, la diferencia entre lo form al, y lo coloqu ial en espa­
ñol no tiene que ver, generalm ente, con que lo uno contenga expresiones y
construcciones qué lo o tro no contenga. Depende sobre todo dé la proporción
entre alternativas más form ales o más coloquiales en cada texto y discurso.
Los hablantes no cam bian entre registros discretos cuando pasan de un tipo
de situación, o dom inio, a otro.
H ay que subrayar asimismo que lo que cuenta com o estilísticam ente
marcado en relación con lo estilísticam ente neutro variará según el registro
apropiado a cada contexto. Así, por ejem plo, se acostum bra a evitar en la
redacción de trabajos científicos las oraciones con sujetos en prim era perso­
na del singular ( ‘H e decidido...’, ‘Quiero decir con esto ...’, etc.) y a sustituir­
las por sus correspondientes impersonales o con sujetos en prim era persona
del plural ( ‘Se ha decidido...’, ‘Queremos decir con esto...', etc). Aunque las
oraciones con sujeto en prim era persona del plural, fren te al singular, resul­
ten estilísticam ente marcadas, no sólo en el español de todos los días, sino
también en muchos" otros registros form ales o no, sucede, en cam bio, lo con­
trario con respecto a lo que cabe identificar com o el español científico. T od o
esto reviste la m ayor im portancia desde el m om ento en que el efecto que
se consigue con el em pleo deliberado de una expresión o construcción estilís­
ticamente marcada depende de que lo sea precisamente para el registro del
contexto en que aparece y no para el sistema lingüístico en su totalidad.
Con ello llegam os a la e s t i l í s t i c a , una rama más o menos bien es­
tablecida de ia macrolingüística (cf. 2.1). Una de sus definiciones,..que mu­
chos suscribirían, podría discurrir así: la estilística es eílestu dio dé-v-laf^arier?
dad de estilos en las lenguas y del m odo com o sacan partido de ella losíusuaí •
rios. Se trata, desde luego, de una definición bien general, pues com pren de,
todo lo que pueden alcanzar a desear quienes em plean :;dicho térm inos Bérót
precisamente por ello es demasiado comprensiva. Según esta definición;‘ la*
estilística quedaría totalm ente incorporada ai dom inio de la sociolingüística
(en su sentido lato: cf. 9.1) y de la pragm ática (cf. 5.6). Algunos autores,-dicho
sea de paso, quedarían bien com placidos con una interpretación así;| v ;
Más habitualmente, no obstante, se lim ita el térm ino ‘estilística’ , icón «Mr
sin otras cualificaciones, a la e s t i l í s t i c a l i t e r a r i a, esto es, al estu­
dio de la lengua que se em plea en los textos literarios. Pero, a su vez, tam­
bién los propios térm inos ‘litera rio ’ y ‘literatu ra1 pu edeii& ecibir una jinferpré^
tación más o menos amplia. La literatura, tal com o se entiende el| tétm in ó'
en nuestros esquemas culturales, no es de ningún m odo universal ¿n la hu­
manidad. Hay, sin em bargo, una definición más general de ‘ literatu ra’, que
no se circunscribe a la lengua escrita ni a las categorías y géneros de nuestra
cultura. Como indicaba Bloom field (1935: 21-2): «L a literatura, tanto si se
presenta en form a hablada o, com o es normal ya, p or escrito, consta de enun­
ciados bellos o notables por alguna otra razón.» Desde luego, podríam os
buscar sutilezas en los térm inos ‘b ello ’ y ‘ notable’, y aún cabe pensar, incluso,
que el térm ino ‘enunciado’ ha de entenderse en el sentido de que cubra to­
dos los textos y no sólo los productos de actos únicos de enunciación. A pesar
de ello, la definición de Bloom field ofrece la ventaja de m ostrar que lo que
solemos considerar literatura en nuestro marco cultural es una m era mani­
festación de algo que se encuentra en todas las culturas, esto es, el recono­
cim iento de que ciertos enunciados y textos son más dignos de conservación,
repetición y com entario que otros, en virtud de sus propiedades estéticas
o dramáticas. En este sentido, la literatura no sólo es culturalm ente univer­
sal, sin o qu e es tam bién una de las más im portantes características definito-
ria s de las culturas, capaces de distinguirlas entre sí.
Lam en tablem en te, en los ú ltim os años parece que se ha abierto un va­
c ío en tre la lin gü ística y los estudios literarios. En buena m edida se debe
a la in com pren sión y a los preju icios, p o r una parte, y a las pretensiones
exageradas que han in trod u cido determ inados lingüistas y críticos literarios
acerca de los o b je tiv o s y logros de sus respectivas disciplinas. Y aunque la
in com p ren sió n y los p reju icios aún perduran en determ inados bastiones de
am bos lados, tam bién es verdad que van reduciéndose paulatinamente. Los
lin gü istas ya no ponen tanta en ergía en proclam ar la condición científica de
su disciplin a (cf. 2.2), y andan con más cautela al form u lar el prin cip io de la
p rio rid a d de la lengua hablada y en la crítica contra la obstinación literaria
y p rescrip tivista de la gram ática tradicion al (cf. 1.4, 2.4). Y algunos críticos
litera rio s, al m enos, son conscientes de que la insistencia del lingüista en
qu e el uso de la lengua en la literatu ra no es el único, ni siquiera el más
básico, no desvirtú a en absoluto su concepción de que las funciones literarias
d e la lengua son especialm en te dignas de estudio. En realidád, hay muchos
estu diosos qu e trabajan en el cam po de la estilística literaria cuyos intereses
p rofesion a les com pren den la lengua y la literatu ra p o r igual, tal com o se in­
terp reta n p o r lo com ún estos térm inos en nuestras escuelas y universidades.
E n este apartado nos hem os lim itado a hacer una referencia superficial
a los p rop ó sito s de la estilística literaria. Es evidente, no obstante, que la de­
fin ició n general de ‘estilística ’ que hemos dado más arriba .— el estudio de
la va ried a d de estilo en las lenguas y el m odo com o sacan partido de ella
los usuarios— com p ren d e igualm ente la estilística literaria, al menos en prin­
cip io , puesto qu e el uso litera rio de las lenguas puede considerarse com o
a q u el cuya explotación de recursos en todos los niveles de estructura es par­
ticu la rm en te e fe c tiv a y creativa. L a incongruencia estilística, la am bigüedad
delib era d a , el em p leo audaz de m etáforas, p o r no m encionar la aliteración,
la asonancia, el m etro, el ritm o, etc., que dependen en últim o extrem o de
las p ropiedades d el m ed io fón ico, no son más que algunos de los recursos
m ás ob via m en te lin gü ísticos que un poeta o un o ra d o r puede allegar en la
p rod u cción de «enu n ciados bellos o notables por alguna otra razón». L a esti­
lís tic a litera ria acom ete la tarea de describir estos recursos. En las obras
citadas en la am pliación bibliográfica se encontrarán abundantes ejem p lifi-
caciones de tod o ello.
Además de los tratamientos que se encuentran en las obras más generales citadas
en los capítulos 1 y 2, se recomiendan las siguientes como introducción a la socio-
lingüística: Bell (1976); Fishman (1970); Hudson (1980); Pride (1971); Trudgill (1974).
Añádanse, además, Fishman (1968); Giglioli (1972); Giles (1977); Gumperz &
Hymes (1972); Hymes (1964); Laver & Hutcheson (1972); Pride & Holmes (1972);
[Alvar (1973, 1976); Beinhauer (1968, 1973); Granda (1978); Lope Blanch (1969)].
Entre los compendios de artículos influyentes escritos por distintos estudiosos
se incluyen Emeneau (1980); Érvin-Tripp (1973); Ferguson (1971); Fishman (1972a);
Greenberg (1971); Gumperz (1971); Haugen (1972) Hymes (1977); Labov (1972).
Sobre acentos y dialectos, cf. además Bailey & Robinson (1973); Chambers &
Trudgill (1980); Hughes & Trudgill (1979); Trudgill (1978).
Para el inglés de los negros (en América), añadir Burling (1973); DeStefano
(1973); Dillard (1972); Shuy & Fasold (1973).
Sobre pidgins y criollos, además Hymes (1971); Todd (1974); Valdman (1977).
Sobre bilingüismo y diglosia, Ferguson (1959); Bell (1976); capítulo 5. Un libro
ya clásico es Weinreich (1953). Véanse también Vildomec (1963); Haugen (1973).
Para algunas sugestivas precisiones sobre los aspectos neurofisiológicos del bilin­
güismo, cf. Albert & Obler (1978).
Sobre la lengua y las clases sociales (con especial referencia a la noción de
códigos restringidos y elaborados), añadir Bernstein (1971); Dittmar (1976); Éd-
wards (1976); Lawton (1968); Robinson (1972); Rosen (1972).
Sobre planificación lingüística, añadir Fishman, Ferguson & Das Gupta (1968);
Rubin & Shuy (1973); [Marcos Marín (1979)].
Sobre lengua y nacionalismo, añadir Fishman (1972c); [Ninyoles (1975)].
Sobre variación estilística, además Bailey & Robinson (1973); Crystal & Davy
(1969); Quirk (1968); Turaer (1973).
Sobre estilística literaria, añadir Chatman & Levin (1967); Culler (1975); Fowler
(1966); Freeman (1970); Halliday & Mclntosh (1966); Hough (1969); Leech (1969);
Love & Payne (1969); Quirk (1968); Sebeok (1960); Ullmann (1964); Widdowson
(1974). [Para la llamada ‘ lingüística del texto’, cf. Bernárdez (1982); Pécheux (1969);
Petófi & García Berrio (1978); Talens et alii (1978).]
En muchas de las obras enumeradas más arriba se consideran las implicacio­
nes educacionales y las aplicaciones prácticas de la sociolingüística y la estilística.
Pero hay que hacer también referencia a las obras citadas en el capítulo 2 para
la lingüística aplicada y aun a otras como Mackey (1965); Widdowson (1976, 1978);
Wilkins (1972). Dos libros que tratan específicamente las implicaciones educacio­
nales de la lingüística, junto con la sociolingüística y la psicolingüística, son Cash-
dan & Grudgeon (1972); Johnson (1976).
1. C om é ntese la importancia social que tienen las diferencias de acento y dia­
le cto dentro de una com unidad lingüística. (¿C um p len un com etido generalm ente
beneficioso o nocivo, teniendo en cuenta el punto de vista de (a) la sociedad y
(b) el individuo?)

2. Expóngase claram ente la diferencia que hay entre la RP y el in glé s estándar.

3. A lg u n o s lingüistas y otros hablan indiscrim inadam ente de inglés británico, in­


g lé s americanó, inglés australiano, etc. ¿ S e refieren a dialectos relativam ente ho­
m ogén eos de la m ism a lengua? ¿E n qué consiste, en rigor, el in glé s británico,
el inglés am ericano y el In g lé s australiano?

4. « C ie rtos lingüistas británicos han observado, informalmente, ... [q u e ] un nú­


m ero creciente de hablantes utiliza construcciones como: He’s played for us
last year, “Ha jugado para nosotros, el año pasado”, They've done that three years
ago, “Lo han hecho hace tres a ñ o s” » (Trudgill, 1978: 13). ¿L e parecen e sto s u so s
del perfecto (a) norm ales o bien (b) anóm alos para el in glé s está ndar? S i le pa­
recen, al m enos al principio, extraños, (a) ¿puede decir por qué?, y (b) ¿puede
im aginar contextos que los harían perfectamente aceptables para u ste d ? ¿ E n ­
cuentra otros u so s de la o posición entre perfecto y pasado sim ple en inglés don­
de la variación sincrónica sea indicio de lo que cabe considerar un cam bio lin­
gü ístico desde el punto de vista diacrónico? Los estudiantes que sep an francés,
alemán, italiano o griego m oderno pueden exam inar lo m ism o en relación con
una o m ás de esta s lenguas. [ L o s estudiantes de lengua española pueden reali­
zar un ejercicio sim ilar com parando ejem plos de tipo Lo he visto hace un mo­
mento frente a Lo vi hace un momento.]

5. «La variedad lingüística en lo s individuos y en el seno de la com unidad c o n s­


tituye las dos caras de una m ism a moneda» (p. 238). Com éntese.
6. E xp ó ngase y ejem plifíquese la noción de e s t e r e o t i p o s so ciolin güística-
m ente pertinentes.

7. ¿E stá usted de acuerdo en que la personalidad, en cuanto que se m anifiesta


en el com portam iento lingüístico, e s un fenóm eno so c ia l?

8. S e ha indicado que toda la lingüística es, o debe ser, so cio lin gü ística y aún
que toda la lingüística es, o debe ser, psicolingüística. ¿Q u é p iensa usted de
todo ello?

9. ¿ Q u é distinción trazaría, si e s que la ve, entre b i l i n g ü i s m o y diglosia?

10. Exponga lo que s e entiende por e s t a n d a r i z a c i ó n de las lenguas.


¿C o n v ie n e prom overla? Y si e s así, ¿c ó m o ?

11. ¿E n qué difieren los pidg ins de los c r i o l l o s ?

12. Indique lo que significa cambio de código. ¿ S e da o no entre ha­


blantes m o n o lin g ü e s?

13. H aga una referencia crítica a la teoría de Bernstein so b re lo s c ó d i g o s


r e s t r i n g i d o s y e l a b o r a d o s en conexión con la h ip ó te sis del d é f i c i t
I i n g ü í s t i c o.

14. ¿Q u é e s la p l a n i f i c a c i ó n l i n g ü í s t i c a ? R esu m a lo s objetivos y


descu b rim ien to s de uno o m ás de los c a s o s de estudio allegados en la am pliación
bibliográfica.

15. « C o n o ce r las cond iciones en que sería adecuado recibir al Prim er M in istro
con un am igo Wotcher no n o s parece m ás atingente a la lingüística qué cono­
cer las con dicione s en que se ría adecuado guiñarle el ojo» (Sm ith & W ilso n , 1979:
194). Com éntese.

16. C o n sid é re n se las tres definiciones sig u ie n te s de estilística:

(a) «La estilística... e s el estudio de la función social de la lengua, y


constituye una rama de lo que se ha dado en llamar so cio lin gü ística » (Wid-
dow son, 1974 : 202).

(b) «La estilística e s la parte de la lingüística que s e ocupa de la va­


riedad en el uso de la lengua, a menudo, pero no exclusivam ente, con e s­
pecial atención a los u so s m ás co n scie n te s y com plejos de la lengua en la
literatura» (Turner, 1973 : 7).
(c) «La estilística se ocupa de lo s valores exp re siv o s y evocativos de
la lengua» (Ullm ann, 1962: 9).

¿ A c a s o definen las tres la m ism a gam a de fe n ó m e n o s? ¿C u á l prefiere usted,


y por q u é ? ¿ Q u é d istinción establecería, s i e s que la halla, entre la estilística li­
teraria y no literaria?
10. Lengua y cultura
\-----------------------------------------------------

10.1 ¿Qué es (a cultura?

L a palabra ‘cultura’ (y sus equivalentes en otras lenguas europeas) contiene


diversos sentidos afines, dos de los cuales conviene m encionar y distinguir
aquí.
H ay, en p rim er lugar, el sentido p o r el que ‘cultura’ resulta más o menos
sinónim o de ‘civiliza ción ’ y, en una form ulación más antigua y radical del
contraste, se opone a ‘b a rb arie’. Es el sentido que aparece, en español,
cuando se dice de alguien que es persona ‘culta’ o ‘ cultivada’. Se funda, en
ú ltim o extrem o, en la concepción clásica de la excelencia en el arte, en la li­
teratura, en las buenas maneras y en las instituciones sociales. Rem ozada
p o r los humanistas del Renacim iento, esta concepción clásica fue subraya­
da por los pensadores de la Ilu stración, én el x v m , y asociada a su visión
de la historia de la hum anidad com o progreso y desarrollo.
Este concepto de historia, ju n to con Otros típicos de la Jlustración, re­
cib ió las críticas de H erder, quien d ijo del equivalente alemán de ‘ cultura’ :
«n ada hay tan indeterm inado com o esta palabra, ni tan engañoso com o su
aplicación a todas las naciones y p eríod os» (cf. W illiam s, 1976: 70). A rrem e­
tió especialm ente contra el supuesto de que la cultura europea del x v m , do­
m inada p o r el francés y p o r ideas francesas, representase el punto culmi­
nante del progreso humano. In teresa notar, a este propósito, que los erudi­
tos franceses suelen em plear la expresión ‘ langue de culture' [lo m ism o que,
en español, su equ ivalente ‘lengua de cu ltu ra'] para distinguir lo que se con­
sidera una lengua cu lturalm ente más avanzada con respecto a otras más
atrasadas. En alemán, tam bién ‘ Ku ltu rsprache’ se utiliza de un m odo simi­
lar. Y pese a que no existe un equ ivalente aceptado en inglés, la actitud sobre
la que descansa el uso de tales expresiones no es menos habitual en las so­
ciedades anglohablantes. C om o vim os en un capítulo anterior, la m ayoría de
lingüistas de la actualidad asumen el supuesto de que no existe algo así como
lenguas prim itivas (cf. 1.7). N o obstante, m erece la pena que volvam os a exa­
m inar el asunto con especial referencia a esa concepción clásica de la cultura.
Así lo haremos más adelante (cf. 10.5).
En lo que sigue, interpretarem os la palabra ‘cultura’, no en el sentido
clásico, sino en otro que cabe considerar más o'"menos antropológico, bn
realidad, éste es el sentido que propuso' Herder, aun cuando hasta sólo unos
ochenta años después no empezaran a adoptarlo los antropólogos que escri­
bían en inglés. Con esta interpretación, ‘cultura’ aparece sin im plicar nin­
guna suerte de progreso líüimaño u nilaterarén tre la barbarie y la civilización
n fiiin g u n ju ició p re v í^ ^ ’e"\ ^ 6 r con respecto'ala~calfc(a"d’ esta c a o intelectual
dénáTfg7'rá"IiféfatuTá7 ÍS^ñsWí^ioneC"et(^_de^jañ^jdete£miiad^ soc^dad.
Eñ~ éste sentido del térm ino,"qué deslíe^ la antropología se ha extendido a las
demás ciencias sociales, cada sociedad tiene su p ropia cultura, de form a que
los diversos subgrupos que com prende pueden tener,^a^su vez, otras subcül-
turas distintivas.' La^apoÍogía"3.é jfférder^‘eñ"*favor“3e la palaBra*, cultura'' así
entendida estaba articulada con su tesis sobre la interdependencia del len-
guaje y el pensamiento, por una parte, y, por otra, con la concepción de
que la~Tengüá y~Ta ’cuítura de una nación son manifestaciones^de su espíritu
o mentaliclaH espécíEcos. Muchos otros escritores del m ovim iento rom ántico
sostuvieron Tdeas“ Tfm ilares a este respecto. Se trata, por cierto, de una de
las m últiples derivaciones que componen el com plejo desarrollo histórico
de la llamada hipótesis de Sapir-W horf, que ha concitado toda la discusión
sobre la lengua y la cultura, y aun sobre el lenguaje y el pensamiento, de
hace una generación (cf. 10.2).
Pese a que actualmente en las ciencias sociales, y en especial p o r parte
de los antropólogos, el térm ino ‘cultura’ se em plee en el sentido que acaba­
mos de precisar, lo cierto es que aún puede definirse, técnicamente, de varias
maneras diferentes. En virtu d de la definición que adoptarem os en adelante,
puede describirse com o el conocim iento socialmente adquirido, esto es. com o
el conocim iento que uno tiene p or su condición de m iem bro de una determ i­
nada sociedad~TcfrH irdson. 19807T4T. Dos aspectos^hay que"señalar aquí acer­
ca de la palabra ‘conocim iento’. Ante todo, que debe entenderse en el sen­
tido de que abarca el conocim iento tanto práctico com o teorético, esto es
tanto el saber hacer algo com o el saber* que algo es o no así. En segundo
lugar, con respecto al conocim iento teorético o proposicional, lo que cuenta
es la creencia de que algo es verdad, y no la verdad o falsedad real de ese
algo. Además, en relación con la m ayoría de culturas, por no decir de todas,
hemos de adm itir distintos tipos o niveles de verdad, de m odo que, p o r ejem ­
plo, la verdad de una determ inada opinión religiosa o m itológica se evalúa
de un m odo diferen te a com o se evalúa la exposición de un m ero evento fac­
tual. Vista así, la misma ciencia form a parte de la cultura. Y en cuanto a la
discusión sobre las relaciones entre lenguaje y cultura, no hay que conceder
ninguna prioridad al conocim iento científico sobre el que deriva del sentido
común y aun de la-superstición.
Es costum bre trazar una distinción entre transmisión cultural y trans­
misión b iológica (es decir, ^H eticay.~ErrTo~que~coñcierne al len gu aje cabe
muy bTerTTá posibilidad de qüe haya una facultad innata para íá adquisición
lingüística (cf. 8.4). Ahora bien, sea com o sea, no cabe duda de que el cono­
cim iento que se tiene de la p ro pia lengua nativa se transm ite p or vía cultural.
esto es, se adquiere) aunque no necesariam ente se aprende, en virtu d de la
pertenencia a una d é t e ir a a ^ d F s d a é d ^ r M á in E c liá ^ , aun cuando haya una
c iéríá facultad lin ^ ís t íc a “ geneficaníeñte transm itida, no basta para dar lu­
g a r a la adquisición y al conocim iento de una lengua, a menos que la socie­
dad en que se desenvuelve el niño no proporcion e los datos sobre los que
actúa dicha facultad y lo haga, presum iblem ente, en unas condiciones qu e no
m enoscaben seriam ente el progreso cogn oscitivo y em ocional del niño. E llo
supone que hay una interdependencia entre lo cultural y lo b io lóg ico en el
len gu aje. En efecto, basta reflexion ar un poco para recon ocer que la com ­
petencia lingüística de cada uno, al m argen de su fundam ento biológico, entra
en el ám bito de nuestra definición de cultura. Y puede suceder m uy bien
que otros tipos de conocim iento socialm ente adquirido — incluyendo el m ito,
las creencias religiosas, etc.— , tienen tanta base biológica exclusiva de cada
especie co m o la misma lengua. Conviene recordar bien este hecho al consi­
derar la adquisición y la estructura de la lengua a p a rtir de la oposición
entre lo b io lóg ico y lo cultural. Y desde luego, ya no cabe pensar en la dis­
tinción nítida entre naturaleza y crianza o educación.

10.2 L a hipótesis de S ap ir-W h orf

E l gran lingüista y a n tropólogo norteam ericano E dw ard Sapir (1844-1939) y


su discípulo B enjam in Lee W h o rf (1897-1941) heredaron una tradición del
pensam iento europeo (co n toda probabilidad, a través de Franz Boas: 1848-
1942) que, com o hemos visto, desem peñó un im portante papel en el desarro­
llo del e s t r u c t u r a l i s m o (c f. 7.2). L a tradición se rem onta al m enos
hasta H erd er y tuvo en W ilh elm von H u m boldt uno de sus p rim eros y más
influyentes representantes (cf. 8.1). E l m ovim iento se caracteriza p o r la im-
portancia que concede al va lo r positivo" de la diversidad cultural y lingüística
y, en general, su adhesión a los principios del~ idealism o rom ántico!
“ 'Aun siendo hostil al-clasicism o, al universalism o y ál iritelectüálism o ex­
cesivo de la Ilustración, la tradición de H erd er y H u m boldt no llevó su hos­
tilidad hasta el extrem o de negar la existencia de universales lingü ísticos y
culturales. H u m b o ld t. al menos, subrayó tanto lo universal com o lo particu ­
la r en el lenguaje. C oncibió la diversidad estructural de las len g u a sJ su jfo r-
m a in terior ) com o consecuencia de una facultad u m versalm en te..operativa, y
específicam ente humana de la mente. De ahí que Chomsky reconociese en
H u m boldt (« q u e se encuentra en l a m ism a encrucijada del pensam iento ra­
cionalista y rom án tico y cuya obra constituye en muchos aspectos el punto
culm inante y aun term inal de estos m ovim ien tos»; Chomsky, 1966: 2) los ini­
cios del generativism o y, más en particular, de su propia concepción sobre la
creatividad (c f. 7.4). En cualquier caso, la versión del prin cip io de H erd er
y H u m boldt sobre la relación entre lenguaje y pensamiento, al que los lin­
güistas, antropólogos y psicólogos americanos agregaron en la década de
1950 a 1960 el rótu lo de ‘hipótesis de Sapir-W horf’, se relaciona habitual­
m ente con la tesis de la r e 1 a t i v T tT a ci i r ^ g ü T F r f c X ~ Y ^ u n q u e no sea
forzosam en te c o ñ c o i^ t a ñ t e 'w ^ e T e s t r u c t u r a lis m o en sí, dicha tesis se alzó
en uno de los rasgos más sobresalientes de sus versiones americanas, entre
ellas, la de la escuela post-bloom fieldiana.
C om o vim os anteriorm en te, H erd er enunció la interdependencia de la
lengua con el pensam iento (c f. 8.1). H um boldt se acerca más al d e t e r m i -
n i s m o l i n g ü í s t i c o . La^ h ip ótesis de Sapir-W horf en su presentación
más corrien te con cierta el determ in ism o lin gü ístico’ (<<Lá Í e n ^ a dererm m a
Tr'pensam igat5^Tf^on~ la Y B ¿ t iv id á d n r n ^ ^ ic a J(l<Ño^Tra^Tírmté para la diver-
sidad estructural de las len gu as»). En su m anifestación más ra dical, la hi­
pótesis" d¡T" Si^iFWHOTy^puéBe^áé^ r i S i r s e ' com o “siqfie:

(a ) Estam os, en todos nuestros pensam ientos y para siem pre, «a


m erced de la lengua que ha venido a convertirse en el m edio de ex­
presión de [n u estra ] sociedad», pues no podem os sino « v e r y oír, y
en tod o caso sen tir», en función de las categorías y distinciones co-
dificadas en la lengua; (b ) las categorias y dístinciones codificadas
erT~un s i^ e m a 'iin g ü ís tic o son peculiares a dicho sistem a e incon­
gruentes con las de o tr o s sistem as.

N o puede asegurarse con certeza si Sapir o W h o rf habrían suscrito la hipó­


tesis hasta este extrem o. Aunque he incorporado expresiones d el p rop io Sa­
p ir en la form u lación de más arriba, el célebre pasaje de donde proceden
(S ap ir, 1947: 162) contien e asim ism o otra serie de precisiones que cualifican
y redu cen aquella contundencia.
M erece notarse que, aun con esa form ulación tan extrem a, la versión
ra d ical de la hipótesis, que acabamos de o frecer, no excluye p o r sí m ism a
la p o sib ilid a d de a d m itir el bilingüism o. Cabría argüir, desde luego, que el
h ablante bilin gü e tien e dos visiones incom patibles del m undo y que pasa de
una a otra al cam b iar de una a otra lengua. N o obstante, si es así, la hipótesis
en su fo rm a más rotu nda choca con el hecho indiscutible de qu e los hablan­
tes bilingües no presentan síntom as evidentes de operar con visiones del mun­
do radicalm en te in com patibles entre sí, y de que a m enudo proclam an la ca­
pacidad de d ecir una m ism a cosa en cualquier lengua. Tam b ién los traduc­
tores adm itirán , si no siem pre, m uy a menudo, ^jue lo expresado en una len­
gua puede expresarse igu alm ente en otra. (E n seguida m e ocuparé de la pun-
tu alización de « s i no siem pre, m uy a m enudo».)
Probablem en te, h oy ya nadie apoyaría el determ in ism o o la relativid ad
en ninguna de sus versiones más extrem as. Pero queda aún m ucho p o r de­
c ir en ?ávor“3é uñía vé«i<S ñ~m Si~ mo3¿ra3a — y filósóficám én té menos Tñteré-
sarité-^ de la h ipótesis de S apir-W horf"eñ~qü é_ sé^"modifiquen sus tesis cons-
titutivas. C om encem os p o r el determ inism o.
E l in terés de los psicólogos p o r la influencia de la lengua sobre el pen-
sam iento antecede a la propia form ulación de la hipótesis de Sapir-W horf.
Desde hace mucho se ha com probado que la m em oria y la percepción se ven
afectadas p o r la disponibilidad de palabras y expresiones adécuadas. Por
ejem plo, los experim entos han dem ostrado que los recuerdos visuales tienden
a d eform arse de m odo que se hallen en más estricta correspondencia con
expresiones comunes, y que la gente tiende a a dvertir (y a recordar) las co­
sas que son c o d i f i c a b l e s en su respectiva lengua, es decir las cosas
que entran en el ám bito de palabras y expresiones muy asequibles. La codi-
ficabilidad, en este sentido, es cuestión de grado. Lo que entra en la denota­
ción de una sola palabra habitual (p. ej., ‘ tío ’, en español) resulta más fá cil­
m ente codificable que algo cuya descripción exija una frase expresamente
construida (p. ej., ‘herm ano del padre o de la m adre’ ).
Es bien sabido que los vocabularios de las lenguas tienden a ser, en ma­
y o r o m enor medida, no isom órficos en tre sí (c f. 5.3). Y en tanto que así es,
hay cosas más codificables en una lengua que en otra. P o r ejem plo, del mis­
m o m odo que se dice que en esquim al no existe una palabra única para la
nieve, sino muchas para distintos tipos de nieve, parece que la m ayoría de
lenguas australianas tam poco disponen de una palabra con el significado
de «a ren a », sino varias, tam bién para re ferirse a distintas clases de arena.
La razón es evidente en ambos casos. L a diferen cia entre un tipo u o tro de
nieve o de arena reviste gran im portancia en la vida cotidiana de los esqui­
m ales y de los aborígenes australianos, respectivam ente. E l español, al m e­
nos en principio, no o frece palabras más específicas que ‘n ieve’ y ‘arena’.
A hora bien, los esquiadores, p o r ejem p lo, que sienten un interés p or la nieve
sem ejante al de los esquim ales, pueden em plear expresiones com o ‘nieve pol­
v o ’, ‘ nieve p rim a vera ’, etc., las cuales, en virtu d del uso repetido y la fijeza
de denotación en un determ inado grupo, se aproxim an a la situación de le-
xem as y hacen que ciertos fenóm enos resulten más fácilm ente codificables
para los m iem bros de estos grupos que para el resto de hablantes en general.
C onviene retener bien esto. La codificabilidad no es necesariam ente cons-^
tante y u n iform e en el m arco de una com unidad Íingüística. en especial cuan­
do se trata de una com unidad tan com pleja, difusa y variada com o la de los
hablantes nativos de español. D em asiado a menudo se establece la correlación
entre lengua y cultura en un plano m uy general y con el supuesto tácito o
explícito de que quienes hablan una m ism a lengua han de com partir asim is­
m o la m ism a cultura. T a l pretensión es evidentem ente falsa con respecto a
muchas lenguas y culturas. N o menos im portan te resulta el hecho de que la
codificabilid ad no es un m ero asunto de existencia o no existencia de lexemas
form ad os p o r una sola palabra. A pesar de todo, m ientras no olvidem os que
hablam os, en principio, de grupos y no de naciones enteras y que los recursos
produ ctivos del sistem a lingüístico pueden p erm itir a los m iem bros de un
grupo in crem en tar p o r sí m ism os la codificabilidad de lo que reviste especial
interés para ellos, podem os continuar u tilizando el concepto de codificabili­
dad com o si se tratara de una propiedad global de los sistemas lingüísticos.
Cuando en la década de 1950 a 1960 los psicólogos investigaron la hipó­
tesis de Sapir-W horf, se dem ostró que la m ayor codificabilidad de ciertas
distinciones de co lo r en una lengua frente a otra ejercía el efecto esperado
sobre la m em oria y la percepción. Por ejem plo, los hablantes m onolingiies
de zuni, una lengua am erindia que no codifica la diferencia entre el naranja
y el am arillo, presentaban más dificultades que los hablantes m onolingües
de inglés o que los hablantes zunis que sabían también inglés para v o lver a
identificar, tras un cierto período de tiempo, objetos de un co lor fácilm ente
codificable en inglés, pero no en zuni. Sin em bargo, esto no daba lugar a que
los hablantes de zuni no fuesen capaces de distinguir la diferen cia entre un
o b jeto am arillo y o tro naranja cuando se les pedía que los comparasen.
Puede decirse que las experiencias en cuestión han confirm ado parcial­
m ente la hipótesis de Sapir-W horf, pero no brindan evidencias en fa v o r de
su versión más radical. L o m ism o vale para los experim entos realizados entre
1950 y algo después de 1960, entre ellos uno especialmente interesante enca­
m inado a co m p rob ar el efecto de las diferencias de estructura gram atical más
que puram ente léxica (cf. Slobin, 1971: 131 y ss.). Con ello, se vo lvió a con­
firm ar la versión más m oderada de la hipótesis, esto es que la estructura
de la propia lengua influye sobre la percepción y el recuerdo. Es un dato
que no debe o lvid a rse tam poco. Acaso puede sorprender que sea más fá cil
trazar ciertas distinciones en una lengua que en otra. Y , sin em bargo, es así.
Y parece que esta diferen cia ejerce una cierta influencia sobre la percepción
y la m em oria en tre las lenguas, y aun sobre nuestra m anera cotidiana de
pensar.
Como la tesis del determ in ism o lingüístico ya no es o b jeto de tan inten­
sas discusiones com o lo fue hace una generación, es d ifícil saber cuál es el
estado de opinión en tre los estudiosos acerca de ella. Seguram ente es ju sto
pensar que la m ayoría de psicólogos, lingüistas y filósofos adm iten que la
lengua ejerce efectiva m en te el tipo de influencia que acabo de indicar sobre
la m em oria, la ''^rcepcii5ñ~y~eT~p1Tfisamíeñto, y qiie se m ostrarán escépticos.
ante cualquier versió n más rotunda de qu e la lengua, d eterm ina las catego-
rías. o las pautas deí pensam iento. Y quizás añadirán que /gran p a rte de la
argum entación de W h o r f y otros en fa v o r de una versión más extrem a y
m etafísicam ente más interesante de la tesis adolece de m ala traducción y
constituye un círcu lo vicioso. P o r ejem plo, el propio W h o rf sostenía que los
indios hopis, cuya lengua carece de la categoría gram atical de tiem po, pro­
cedían con un con cep to radicalm ente diferen te del tiem po con respecto al
modo de actuar los hablantes de lenguas europeas. N o obstante, nunca dio
pruebas independientes y satisfactorias sobre diferencias de conducta o pau­
tas de pensam iento que justificasen tal asertos Cabe tam bién la posibilidad
de que exagerase la d iferen cia entre la categoría gram atical de m odo en hopi
y lo que, según la tradición, se ha considerado tiem po en las lenguas euro­
peas. De m anera análoga, la falta de numerales superiores al cuatro en mu­
chas lenguas australianas se ha considerado a menudo com o una evidencia
sobre la incapacidad de los hablantes de dichas lenguas para op era r con el
concepto de núm ero. P ero sucede que los aborígenes australianos que apren­
den inglés com o segunda lengua no hallan dificultad en los num erales y pue­
den utilizarlos para calcu lar y realizar operaciones con la m ism a facilidad
que cualquier hablante m edio de inglés (c f. Dixon, 1980: 107). En suma, al
parecer, y al m argen de las afirm aciones contrarias de los partidarios del de­
term inism o radical, no se ha encontrado todavía una buena razón para dese­
char el punto de vista más tradicional de que los hablantesi^dg lenguas dis-
tintas tienen esencialm ente una m ism a visión del mundo, o un esquem a con-
ceptual básico, al menos en lo que concierne a los conceptos más profundos
y filoi^ñci m é ñ t e ^ áF'interesáiítes 'comó'r~eOfempo, él espació, el número, la
m ateria, _etc.~ — —
E llo no supone, sin em bargo, que los hablantes de distintas lenguas ten­
gan la m ism a visión del mundo con respecto a otros conceptos menos bási­
cos. En efecto, muchos de los conceptos con _que actuamos sé hallan Usados
a la cultura, en el sentido de que para su com prensión dependen del cono­
cim iento, práctico y teórico, sóciálineñte lr^sm itído^'yi3e~~qG e varían consi­
d erablem ente de una a o tra cultura. Considérense, p o r ejem plo, conceptos
com o «h o n ra d ez», «p eca d o », «p a ren tesco», «h o n o r», etc. T o d o el mundo ad-
m ite que los conceptos culturalm ente dependientes de e ste tipo resultan,
co m o m ínim o, m ucho m as'cotlífícab les en unas lenguas que en o tras. Los
partidarios dé 'la tésiÍ5~'He'la "relatividad lingüistica dirían que muchas cíe las
dTJ^éñcias díT estructura gram atical jr léxica q ue ofrecen las len guas-, son t a­
les ~qué~ hay cosas que pueden decirse en unas lenguas y n o en otras. ¿Es
esto cierto?
C om o hem os visto, a m enudo cabe la posibilidad de aum entar la codifi-
cabilidad recu rriendo a las fuentes del p rop io sistem a lingü ístico y constru­
yendo expresiones com plejas que, p o r su frecuente uso en determ inados con­
textos, pueden adq u irir en buena m edida la m ism a especificidad de significa­
do que los lexemas. Antes hemos aducido ejem plos com o ‘n ieve polvo.’, ‘nieve
prim a vera ’, etc., válidos entre esquiadores de habla española. E l proceso p o r
el cual se aumenta así la codificabilidad depende de la p rodu ctividad de los
sistem as lingüísticos y de lo que Chom skv ha denom inado crea tivid ad regu­
lada (c f. 7.4). Se trata de un proceso que funciona constantem ente en el
com portam ien to lingüístico cotidiano. Muchas expresiones com plejas cons­
truidas com o tales llegan a em plearse más y más am pliam ente ( ‘ carrera de
arm am en to’, ‘crisis n erviosa’, ‘adicción a las drogas’, ‘ o ferta y dem anda’, ‘ ley
del más fu e rte ’, etc.), con lo que al cabo del tiem po él lexicógra fo estim a con
razón que han entrado en el vocabu lario p or derecho propio, com o si d ijé ­
ram os. Este proceso constituye un aspecto de lo que hemos aludido anterior­
m ente co m o extensibilidad y m odificabilidad de las lenguas (cf. 1.2). Y hay
que subrayar que, aun cuando no pueda decirse que en sus prim eras fases
ejerza un efecto apreciable sobre el sistem a lingüístico, al fin term ina p o r
provo ca r una am pliación de vocabulario. Evidentem ente, hem os de rechazar
cualquier versión de la tesis de la relativid ad lingüística — y, p o r lo m ism o,
tod o argum ento que pretenda refu tarla— que vaya en contra de este tipo de
extensibilidad y de m odificabilidad.
O tra m anera de am pliar el propio sistema lingü ístico consiste en el
p r é s t a m o de lexem as a p a rtir de otras lenguas (cf. 6.4). En este contexto,
no obstante, m erecen un particular interés los llam ados c a l c o s d e t r a -
d u c c i ó n. entre los cuales destacan los que im plican la traducción de las
partes constitutivas de un palabra o frase de otra lengua. P o r ejem plo, tras
qu edar más o menos lexicalizada la frase inglesa ‘ sum m it co n feren ce’, ante
tod o en el uso de diplom áticos y periodistas, gracias al proceso bosqu ejado
en el p árrafo anterior, se ha in corporado a muchas otras lenguas a base de
una traducción literal: en francés ‘conférence au som m et', en alem án ‘ Gip-
felk on feren z', [en español ‘ conferen cia en la cu m b re'], etc.
E ste ejem p lo ilustra o tro hecho de gran im portan cia com o es que el
calco de traducción se ve fa cilita d o por la existencia de palabras form alm en ­
te afines o relacionadas, cuyo significado puede incluso d ife rir fu era de los
contextos creados por el calco m ism o. Así, la elección de ‘press co n feren ce’
en inglés, ‘ conférence de presse’ en francés, ‘Pressekon ferenz’ en alemán, [ ‘con­
feren cia de prensa’ en esp añ ol] se debía sin duda a la relación fo rm a l con
‘ co feren c e’, siendo las cuatro palabras, diacrónicam ente, préstam os léxicos
d el latín.
Com o m ostrarem os en un apartado posterior, existen tam bién o tros ti­
pos más sutiles y menos evidentes de calcos de traducción producidos p o r
contacto cultural (cf. 10.5). L o que ahora nos interesa señalar es que la capa­
cidad de am pliar e l vocabu lario de una lengua m ediante préstam os y de
m o d ificar el significado de palabras y frases ya existentes p o r m edio de cal­
cos de traducción presupone ciertos cam bios en la estructura léxica del sis­
tem a lingüístico. Una vez a d m itid o esto, queda fácilm ente dem ostrado no sólo
qu e ciertas cosas son más codificables en unas lenguas que en otras, sino
tam bién que haya cosas que n o pueden decirse en ciertas lenguas sim ple­
m ente porqu e no existe en ellas el vocabulario apropiado para decirlas. Por
ejem p lo , hay m iles de lenguas con las que no puede com pon erse una frase
co m o «M a tó a volapié con la m uleta b a ja » por la razón expuesta, m ientras
qu e en las demás, a excepción del español, si acaso puede decirse algo así es
sólo p o r préstam o. M od ifica r el vocabu lario p o r préstam o o p o r calco de
traducción equivale a cam biar la lengua en otra más o m enos distinta. Quizá
parezca un tanto trivia l esto a prim era vista, pero, com o verem os más abajo,
reviste más trascendencia de lo que parece. En efecto, buena parte de lo
qu e se considera traducción norm al no es más que un in evitable calco de
traducción. P o r haberlo pasado p o r alto se ha robustecido la im presión de que
e l grado de tradu ctibilidad en tre lenguas es m uy su perior al que hay en rea­
lid a d (c f. 10.5).
N o sólo las diferencias de estructura léxica (en tre las que destacan los
v a c í o s l é x i c o s , esto es la ausencia de ^palabras adecuadas) dificultan
y a veces im piden la traducción exacta entre lenguas. Las lenguas pueden
ser, y a menudo son, gram aticalm ente no isom órficas, o incongruentes, con
respecto a categorías sem ánticam ente pertinentes, com o el tiem po, el m odo,
el núm ero, etc. Tal vez todo ello no resulte tan im portante, desde un punto
de vista filosófico, com o pensaban W h o rf y sus partidarios, para no m encio­
n ar a predecesores suyos, com o Trendelenburg, al que hem os citado antes
(cf. 8.1). Pero suscita, en tod o caso, las mismas consecuencias, en lo que
atañe a la traducción, que la incongruencia léxica.
Baste para ello un sencillo ejem plo: estrictam ente hablando, es im posi­
ble tradu cir al ruso (y, en rigor, a la m ayoría de lenguas del m undo) una
frase en español que contenga un artícu lo definido justam ente porque el ruso
no gram aticaliza la distinción o las distinciones semánticas que en español
se han gram aticalizado p o r m edio de la presencia o ausencia de determinante,
por un lado, y p o r la oposición entre artículo definido e indefinido, p or otra.
L o que sucede, en la práctica, es que el traductor om ite a menudo toda la
in form ación contenida en el artículo definido. Y si no puede recuperarla
por el contexto y la estim a im prescindible, no tiene más rem edio que añadir
algo a lo que realm ente dice el original. P o r ejem plo, podría recu rrir a un
a d jetivo dem ostrativo con el significado de «e s te », «ese», «a q u el» o lo que
sea. En la m ayoría de contextos, los adjetivos dem ostrativos del español y
de muchas otras lenguas tienen un significado más específico que el artículo
definido.
Podríam os añadir ejem plos aún más notables. Boas (1911), en la in tro­
ducción tan influyente que escribió para el H andbook o f A m erican Iridian
Languages («G u ía de las lenguas am erind ias»), destacó diferencias tanto lé­
xicas com o gram aticales de estructura. (Incidentalm ente, fue él quien utilizó
precisam ente allí el ejem p lo sobre la existencia de distintas palabras para
la nieve en esquim al que tantas veces se ha repetido en los manuales y en
debates sobre lengua y cultura. É l m ism o tiene otros ejem plos igualmente
persuasivos sobre relevantes diferencias de estructura léxica.) En cuanto a
las diferen cias gram aticales, tom ó la oración sim ple del inglés ‘Th e man is
sick', « E l h om bre está e n fe rm o », y dem ostró que su traducción a tres dis­
tintas lenguas am erindias ( kwakiutl. esquim al v ponca) exigirían un cierto
añadido de in form a ción (d istinta, p or lo demás, para cada lengu a) inédita
en el o riginal: po r e jem plo, para indicar, con la elección de una determ inada
categoría gram atical en oposición a otra, si la persona a que se refiere en el
enunciado es visib le para el hablante o no, si está acostado, sentado o en
m ovim iento, y así sucesivam ente; o incluso para indicar si el propio hablan­
te puede garan tizar la in form ación porqu e -ha presenciado los hechos o si
habla tan sólo de oídas.1
Siguiendo a Boas, muchos otros lingüistas, entre ellos Sapir y W h o rf en
algunas de sus publicaciones, han señalado el m ism o principio y han m os­
trado su validez de un m odo harto convincente. L o que, en cam bio, no se
ha com prob ad o es que exista correspondencia entre diferencias de estructura
gram atical y diferen cias de m entálídacf'entre^ Kablarites de ienguás gramati-

1. [E n rig o r, n o pu ede trad u cirse ninguna de las cinco palabras d el o rig in a l (esp ec ia l­
m en te si ap arecen e n tre c om illa s sim ples: cf. 2.3), ni siqu iera al español, salvo, tal vez,
‘ m a n ’ , qu e se c o rres p o n d e bastan te bien con ‘ h o m b re ’. L a traducción d e ‘ th e’ y ‘ is ’ p o r
‘ e l’ y ‘ e stá ’ , resp e ctiva m en te ( y no, p on ga m os, ‘ la s ’ y ‘ es’ o ‘ sea’ ), depen de d e exigen cias
estru ctu rales d el españ ol. E n cu an to a ‘ s ick ’ , c ab ría trad u cirlo tam bién p o r ‘ m a rea d o ’^
( y aun ‘ lo c o ’ ). N o q u ed a exclu id a, p o r tan to, una trad u cción glob al d e ( ‘ T h e ) m an is s ick ’
a base d e a lg o a s í c o m o ‘ E l gén ero h um an o (¿c o n s a b id o? ) tiene arca d a s’.]
cálm ente distintas. Aceptando esta im portante restricción e insistiendo debi­
damente en ella, hemos d^'cCT^E s c e n d E r r a T S J v K S r ^ é 'ja s ^ m g j^ jpresentesT
ante una versión m odificada de la tesis de la relatividad lingüística.
Com o en este capítulo nos ocupamos prim ordialm ente de la lengua y la
cultura, conviene añadir que de ningún m odo pueden todas las diferencias
léxicas y gramaticales de las lenguas atribuirse plausiblem ente a diferencias
presentes, o incluso pasadas, de tipo cultural entre los respectivos hablantes.
La traductibilidad puede dilucidar si hay o no diferencias correlativas de
cultura entre dos comunidades lingüísticas. P o r ejem plo, sería d ifíc il de jus­
tificar la idea de que la presencia o ausencia de artículo definido (c f. en es­
pañol y en ruso) corre parejas con alguna característica cultural apreciable.
Pero, no obstante, existen muchas diferencias de estructura tanto léxica com o
gram atical que sí pueden hallarse en correlación con ciertas diferencias de
las culturas a las que se asocian las lenguas respectivas. En los dos aparta­
dos siguientes ilustraremos esta cuestión a base de dos ejem plos un tanto
distintos, con lo que nos encontrarem os en m ejor disposición para evaluar
el papel que desempeña el com ponente cultural a la hora de determ inar la
estructura de las lenguas.

10.3 Los términos de color

P o r diversas razones, conviene exam inar el vocabulario del co lo r en relación


con la tesis de la relatividad lingüística. Hasta hace poco, con s titu ía el do­
m inio predilecto al que los estructuralistas apelaban para dem ostrar que
las lenguas humanas no son léxicam ente isom órficas. La dem ostración es
tanto más fácil, y más notable su efecto, p or cuanto no hay dificultad en ais­
lar el significado puram ente descriptivo de los térm inos de co lo r con res­
pecto de su significado expresivo y social. Además, los significados descrip­
tivos parecen guardar relación con el mundo físico de la experiencia cotidia­
na, en térm inos de denotación, de una manera mucho más sim ple que el de
los lexemas de otros campos sem ánticos (c f. 5.3). De ahí tam bién qu e los
psicólogos eligieran el vocabulario del color, en la década de 1950 a 1960, para
investigar la hipótesis de Sapir-W horf (cf. 10.2).
E l espectro crom ático constituye un continuo físico. Y asim ism o un
continuo visual, en el sentido de que cada co lo r distinguible va transform án­
dose poco a poco y, en los lím ites de la discrim inación visual, im p erceptible­
mente en sus adyacentes. P o r .ejem plo, el azul se desvanece gradual e im ­
perceptiblem ente, en este sentido, en el verde; el verd e en el am arillo, y así
todos lo s . demás. Presum iblem ente, todas las lenguas proporcionan a sus
usuarios palabrás que perm iten aludir a determ inadas regiones de este con­
tinuo visual: en español, m ediante térm inos de colores básicos com o ‘n egro ’,
‘ blanco’ , ‘ ro jo ’, 've rd e' ‘azul’, ‘p a rd o ’ , etc., y otros para colores no básicos
com o ‘ turquesa’, ‘ carm ín’, ‘ co b rizo ’, etc. Desde luego, queda en p ie la dis­
cusión sobre qué térm inos han de considerarse de colores básicos y qué otros
de colores no básicos o secundarios, pues existen diversos criterios posibles de
elucidación. Por ejem plo, ‘ naranja’, p or su asociación con el co lor del fru to
p odría considerarse térm ino de co lor no básico, sobre todo si se com para
con ‘ lim ón ’ o ‘albaricoqu e’, pongo por caso. En cam bio, otros criterios — en­
tre ellos, la frecuencia de uso com o térm ino de co lo r y la fam iliaridad que
tiene entre la m edia de hablantes en la com unidad lingüística— nos llevarían
evidentem ente a concluir que ‘ naranja’ sí es térm ino de co lor básico en es­
pañol. Y cabe aún la posibilidad de que en virtu d de otros posibles criterios
haya lenguas sin ningún térm ino básico de color. N o obstante, la m ayor parte
de las lenguas sí los tienen y, al menos de una m anera global, no es d ifíc il
averiguar cuáles son en cada caso. Concedamos, p o r consiguiente, que cabe
establecer una distinción entre colores básicos y no básicos en la term ino­
logía crom ática.
Es bien sabido que las lenguas difieren en cuanto al núm ero de térm inos
para los colores básicos. Y también que, con independencia de ello, la tra­
ducción palabra p o r palabra de los térm inos de co lo r en tre lenguas a m e­
nudo resulta im posible, debido a que no hay en una lengua una palabra que
se corresponda con exactitud a otra palabra de otra lengua. P o r ejemp>lo, no
hay en francés ninguna palabra que coincida plenam ente con ‘brow ri’; «p a r­
d o », en inglés; no hay una palabra única en ruso, español o italiano que se
corresponda con ‘blu e’, «a z u l»; tam poco hay otra en húngaro equivalente a
‘ red ’, « r o jo » , y así sucesivamente.2 Hasta la década de 1960 a 1970 se citaban
hechos de esta índole para poner de m an ifiesto no sólo la incongruencia
estructural o la falta de isom orfism o entre distintos sistemas léxicos, sino
también la arbitrariedad de las divisiones que cada sistem a lingüístico im ­
pone den tro de lo que se reconoce com o un continuo físico y visual (esto
es, psicofísico).
Com o en la actualidad existen ciertas razones para dudar de la arbitra­
riedad de estas divisorias, conviene asim ism o subrayar que la incongruen­
cia estructural de los vocabularios de cada lengua con respecto a los tér­
minos de colores básico tam poco ha quedado refu tada y ni siquiera puesta
en entredicho. P o r ejem plo, la oración ‘M i co lo r fa vo rito es el azul’ no puede
traducirse al ruso (en cualquiera de los sentidos habituales atribuibles a
‘ tradu cir’) a menos que se decida arbitrariam ente entre ‘ síni'i' o bien 'golu bói',
aproxim ada y respectivam ente, «azul oscu ro» y «azu l cla ro ». En la práctica,
los traductores se ven forzados a frecuentes decisiones arbitrarias de este
tipo, y la verdad es que en general ello no entraña graves consecuencias. So­
lem os concebir la traducción com o un proceso que m antiene constante al

2. [ ‘ B r o w n ’ v a le tam b ién para ‘ m o re n o ’ o ‘ b ro n c e a d o ’ si se trata de la p iel hum ana


cu rtid a p o r el sol. ‘ B lu e ’ in vade, a su vez, la zon a de lo ‘ a m o ra ta d o ’ . T o d o e llo al m a rgen
d e c o n tex tu alizacion es m ás re strictiva s, c o m o 'b ro w n p a p e r’ , «p a p e l de estra za », ‘ blue
jo k e ’, «c h is te v e rd e », e tc .]
m enos el contenido proposicional de lo que se dice [en el texto de p a rtid a ].
P ero una buena parte de la traducción habitual no lo hace así, ni puede,
dada su peculiar naturaleza.
En 1969, B erlín y K a y publicaron un im portante libro, Basic C o lo r T erm s
(«T érm in o s básicos de c o lo r »), en el que presentaron pruebas en fa vo r de
que las sim ilitudes y diferencias de las lenguas con respecto al m odo de dis­
trib u ir el espectro crom ático no son tan arbitrarias com o se había supuesto
en un principio. En p rim er lugar, llam aron la atención sobre la conveniencia
de atender a lo que dieron en llam ar el s i g n i f i c a d o f o c a l de un tér­
m ino en contraste con su significado p eriférico. En cuanto a los térm inos
de color, cabe la posibilidad de precisar su significado foca l pidiendo a los
hablantes que señalen sobre un catálogo de colores aquella parte que con­
siderarían un buen ejem p lo del co lo r en cuestión. Resulta, procediendo así)
que hay una gran concurrencia entre los hablantes nativos sobre el significado
fo ca l de los térm inos de los colores básicos en la lengua respectiva, m ien­
tras que p o r el contrario, puede haber grandes dificultades a la hora de de­
term inar por dónde pasa la fron tera entre dos térm inos, e incluso discrepan­
cias entre ellos ante la propuesta de situar una fron tera en un determ inado
punto del continuo. P o r ejem plo, los hablantes de inglés pueden sentirse in­
capaces de llegar a un acuerdo sobre la fron tera entre el azul y el verd e ante
un catálogo crom ático (o incluso en la aplicación de las palabras ‘blu e’, «a zu l»,
y ‘ green ’, «v e rd e », en la vida cotidiana). Pero no hallan dificultad alguna en
declarar qué es lo típica, o focalm ente, azul o verde. Hasta aquí, lo que B erlin
y K a y descubrieron guarda p erfecta coherencia con la idea, anteriorm ente
sostenida por la m ayoría de estructuralistas, de que cada lengua im pone sus
propias divisiones arbitrarias sobre el continuo crom ático.
Ahora bien, aquellos autores descubrieron tam bién que las distintas len­
guas tienden a coin cidir en las regiones focales de determ inados térm inos
de colores básicos y que esto es vá lid o independientem ente del núm ero de
térm inos de color contenidos en cada sistema. Por ejem plo, no sólo coincide
la región focal del inglés ‘ re d ’, el francés ‘ rou ge’ [ y el español ‘ r o jo ’ ] (supo­
niendo que estas lenguas tengan el m ism o núm ero de térm inos de colores
básicos), sino que puede haber una lengua con menos térm inos análogos que
presente, en cam bio, uno con una región focal coincidente tam bién con la
de ‘re d ’ y sus congéneres en francés [y españ ol]. Más sorprendente resulta
aún el hecho — si es que se trata de un hecho— de que existe una cierta or­
denación o una jera rq u ía universal entre los térm inos de colores que caben
en cada lengua. P or ejem p lo, toda lengua que disponga sólo de tres térm inos
de co lor será de tai m odo que éstos tendrán focos correspondientes a ‘n egro ’,
‘ blan co’ y ‘ r o jo ’; toda lengua dotada de seis térm inos de co lo r añadirá, a los
tres focos mencionados, los de ‘ verd e’ , ‘ a m a rillo’ y ‘azul’. Se dice que el foco
del séptim o térm ino de co lo r en un sistema de siete térm inos sería el corres­
pondiente al inglés ‘b ro w n ’, «p a rd o ». (C om o se ha indicado antes, el francés
carece de una palabra única equivalente a 'brow n ', aun cuando cabe adm itir
que ‘ brun’, con restricciones contextúales, y cada vez más ‘ m a rrón ’ parecen
denotar la región focal de ‘b ro w n ’.) Detrás vienen el púrpura, el rosa, el na­
ran ja y el gris, pero sin una ordenación precisa en el conjunto, con lo que
un sistem a de ocho térm inos podría contener el púrpura, o tro el rosa, y así
sucesivamente.
La hipótesis de B erlín y K ay ha suscitado una gran controversia a pro­
pósito de su fundam ento experim ental. Pero hasta el presente, y al margen
de detalles que aquí hemos om itido, se ha m antenido incólum e ante nuevas
com probaciones em píricas. Dos aspectos es m enester m encionar atingentes
a la hipótesis y asim ism o pertinentes para la tesis de la relatividad y la re­
lación entre lengua y cultura.
E l p rim ero de ellos es que, pese a que cabe una subestructura universal
en el vocabu lario del color, es evidente que no hay también una superes­
tructura. La diferen cia entre lenguas con un sistema relativam ente rico en
térm inos de colores básicos y lenguas con un sistem a relativam ente pobre
perm anece en pie. P o r lo demás, una evidencia com o la de que existe una
cierta ordenación universal en la form ación de posibles térm inos de colores
básicos se circunscribe, a lo sumo, a las seis o siete denominaciones cro­
m áticas más comunes. Aun en el supuesto de que estas regiones crom áticas,
o más exactam ente sus focos respectivos, sean sensorialmente preem inentes
para los seres humanos en virtud, al menos en parte, de su diseño neurofi-
siológico, lo cierto es que tam bién hay otras regiones no universales ni tan
preem inentes para la percepción en el continuo crom ático que igualm ente
reciben un reconocim iento léxico y se integran totalm ente, en cada lengua,
en el seno del vocabulario del co lo r ju n to con las regiones más sobresa­
lientes. De los tratados y discusiones de los antropólogos, en relación o no
con la hipótesis de Berlin-Kay, se infiere con claridad que la preem inencia
tanto cultural com o sensorial, esto es, biológicam ente condicionada, desem­
peña una función decisiva en la identificación de los térm inos de color; y,
com o hemos visto, lo b io lógico y lo cultural son, p or lo común, interdepen-
dientes en la adquisición de la lengua (c f. 8.4). Finalmente, son muchos los
usos cotidianos de los térm inos de co lo r — y no sólo los más claram ente
sim bólicos (e l blanco para la pureza, el ro jo para el peligro, el negro para el
duelo, etc.)— , que dependen de la cultura, en el sentido de que no pueden
aprenderse sin aprender al m ism o tiem po su pertinente significación social.
La im portan cia de tod o ello ha sido subestim ada por muchos lingüistas, psi­
cólogos y filósofos que han in terven ido en discusiones sobre la hipótesis de
Berlin-Kay. Y lo que se observa en el vocabulario del co lo r parece igualmen­
te válido para cualquier o tro dom inio léxico que se escoja. Si acaso existe
una subestructura de distinciones sem ánticas en él, habrá también una super­
estructura no universal, quizá mucho más extensa, y culturalm ente depen­
diente.
El segundo aspecto se refiere a la noción de las regiones focales, o focos.
Aun cuando hemos hablado del co lo r com o un continuo visual, tam bién he­
m os com prob ad o que en un sentido m uy determ inante puede decirse que
no es así. Los seres humanos tienen una configuración (com o el resto de los
anim ales) apta para responder neurofisiológicam ente a determ inados estím u­
los y no a otros. A quí puede encontrarse, al menos en parte, el fundam ento
para la especial preem inencia de unos focos crom áticos y su universalidad
(cf. Clark & Clark, 1977: 526 y ss.). Dichos focos actúan com o puntos de re­
ferencia a partir de los cuales estructuramos el resto del continuo físico, en
la m edida en que imponemos efectivam ente alguna estructura sobre él. Y sir­
ven además de prototipos en la adquisición de los térm inos de color. P o r
ejem plo, aprendemos el significado de ‘r o jo ’ asociándole en p rim er lugar su
foco y luego am pliando su denotación hacia fuera sobre una región más o
menos indeterminada. Ahora bien, el significado prototípico o focal de ‘ r o jo ’
continúa funcionando com o un punto de apoyo en el futuro. De ahí que ten­
damos a asociarlo con algo que nos resulte fam iliar en nuestro am biente
habitual: por ejem plo, el ‘ ro jo ’ puede definirse prototípicam ente en este sen­
tido con referencia a la sangre o al fu ego (com o hacen en realidad muchos
diccionarios). Y , otra vez, lo dicho para los térm inos de color vale tam bién
para el vocabulario en general. E l mundo de la experiencia no se nos presen­
ta en sí m ism o com o un continuo indiferenciado. Como hemos visto en un
capítulo anterior, nosotros lo categorizam os, al menos hasta cierto punto,
m ediante lo que tradicionalm ente se llamaban t i p o s n a t u r a l e s (c f. 5.3).
Tam bién hemos visto, prim ero, que la m ayoría de lexemas en todas las
lenguas no denotan tipos naturales; y segundo, que la denotación de aque­
llos que sí lo hacen precisa de un soporte cultural para ello. E l que las sus­
tancias sean tipos naturales en virtud de su com posición física (p. ej., la sal)
o especies biológicas en virtu d de su capacidad para alim entarse y reprodu ­
cirse (p. ej., los tigres) carece de im portancia, en lo que atañe a la estructura
de la lengua, a menos que estas sustancias y especies reciban un reconoci­
m iento cultural com o tales. En la bibliografía reciente, tanto en sem ántica
filosófica com o en psicolingüística y sociolingüística, se ha llam ado mucho la
atención hacia el papel de los prototipos culturalm ente establecidos para
definir el significado de las palabras tanto si denotan tipos naturales, en el
sentido tradicional del térm ino, com o si no.

10.4 Los pronombres de tratamiento

En este apartado nos ocuparemos de un fenóm eno que ha m erecido un en or­


me interés por parte de lingüistas y otros estudiosos ta nto p o r sí m ism o com o
en el ám bito más am plio de las distinciones culturalm ente determ inadas en
las lenguas. Lo he colocado aquí porque, al menos a prim era vista, el tipo de
significado, social y expresivo, al que nos referirem os contrasta nítidam ente
con el significado descriptivo de los térm inos de color.
En la m ayor parte de las lenguas europeas, si bien no en inglés estándar
(ta l com o se •utiliza por la m ayoría de grupos para la m ayoría de com etidos),
hay una distinción entre lo que convencionalmente se denominan pron om ­
bres de tratam iento de fam iliaridad y de respeto: en francés ‘vous’ : ‘ tu’ , en
alemán ‘ S ie’ : ‘du’, en italiano ‘le i’ : ‘ tu’, en ruso ‘vy ’ : ‘ ty’, en español ‘us­
ted' : ‘ tú', etc. Los orígenes de esta distinción son inciertos. Se dice, no obs­
tante, que se inició en el latín durante el ú ltim o períod o del Im p e rio Rom a­
no o a com ienzos de la Edad M edia y que luego se in corporaría, en épocas
diversas, a las demás lenguas. Dada la actual distribu ción p o r la m a yor parte
de lenguas europeas, se advierte con claridad un proceso de préstam o. De
hecho, se trata de un préstam o en diferentes planos, pues no siem pre se
tom ó directam ente del p rop io latín, y con los siglos hubo lenguas con esa
distinción que han experim entado la influencia de otras que tam bién la te­
nían. Aquí, com o casi siem pre, nos encontram os con que el préstam o se debe
a la d i f u s i ó n c u l t u r a l (cf. 10.5). Para nuestro p rop ó sito y de acuerdo
con una práctica común en la actualidad, nos re ferirem o s a los pronom bres
de fam iliarid ad y de respeto, al m argen de la lengua que se considere, a
base de las letras T y V , respectivam ente.
Los psicólogos sociales han investigado el em pleo de T y V a p a rtir de
los conceptos de poder y solidaridad, por un lado, y de tratam ien to recíp roco
y no recíproco, p o r otro. En térm inos generales, podem os decir que el trata­
m iento no recíproco indica una diferen cia reconocida de rango. En las socie­
dades donde existe un tratam iento no recíproco, una persona socialm ente
su perior o, en todo caso, más poderosa utilizará T para sus in feriores, m ien­
tras éstos utilizarán V para él. Ahora bien, el tratam ien to no recíp roco se
ha ven ido debilitando en la m ayoría de lenguas europeas desde el pasado si­
glo, excepto entre adultos y niños que no son m iem bros de la m ism a fam ilia
y en uno o dos casos especiales más. Esto se explica históricam ente, en parte
p o r la propagación de actitudes más igualitarias o dem ocráticas en las so­
ciedades occidentales, y en parte por la im portancia crecien te del fa cto r de
la solidaridad, m arcado no sólo p o r el tratam iento recíp ro co com o tal, sino,
más en particular, p o r el uso recíproco de T. En muchos países d e 1Europa,
y especialm ente en Francia, el uso recíproco de T entre colegas y conocidos
ha crecid o enorm em ente durante los últim os años y en todos los niveles so­
ciales, pero sobre todo entre los jóven es y los partidarios de opciones p o lí­
ticas más liberales o de izquierda. H o y en día es extrem adam ente raro, p o r
ejem plo, que los m aridos y sus esposas em pleen V en tre sí o que haya tra­
tam iento no recíproco entre padres e hijos. N o obstante, esto era lo n orm al
entre las fam ilias francesas de clase alta en tiem pos pasados, y aun consti­
tuye una práctica no totalm ente desaparecida.
Conviene subrayar que estas generalizaciones sobre el paso gradual del
po d er a la solidaridad, com o fa cto r dom inante para el cam b io que ha tenido
lugar en el em pleo de T / V en las lenguas europeas durante los últim os cien
años aproxim adam ente, son de naturaleza estadística. Desde luego, no cabe
pred ecir con toda seguridad si dos personas dadas u tilizarán T o V en una
situación tam bién dada a p a rtir tan sólo de una in form a ción sobre su cla­
se social, sexo, afinidades políticas, etc. Existen asim ism o diferen cia, den tro
de lo que aparecen cóm o grupos sociales com parables en distintos países de
Europa, con respecto a la libertad de uso de T. Sin em bargo, el cam bio des­
crito más arriba se ha produ cido indudablem ente en m om entos más o m e­
nos diferen tes y a un ritm o tam bién diferente.
H em os elegido este ejem p lo para ilustrar el hecho de que hay, o puede
haber, tanto sincrónica com o diacrónicam ente, una correlación entre la es­
tructura social y, no sólo el vocabulario, sino tam bién la estructura grama­
tical de las lenguas. Esta correlación resulta mucho más extensa en otras
lenguas, com o en japonés, hindi o javanés, que en las propiam ente europeas.
Pero vale la pena a d vertir que en italiano y en español, fren te a lo que ocurre,
digam os, en francés, alemán o ruso, hay en ciertas construcciones gram ati­
cales una distinción de im perativo/subjuntivo ju nto con la distinción T/V;
que en algunos dialectos de la Italia m eridional aparece aún otra distinción
den tro de V, com o si dijéram os, entre ‘ le i’ y ‘v o i’; que en algunas de las len­
guas con distinción T/V , pero no en todas, hay otra distinción añadida e in­
dependiente de singular/plural, y así sucesivamente.3 Y cuando se pasa a es­
tablecer el significado de T o V en una determ inada lengua, es forzoso tener
en cuenta más detalles sobre la estructura social y las funciones sociales de
lo qu e com prenden las nociones globales de poder y solidaridad. H ay que
dar incluso in form ación sobre la interpretación de T / V en la estructura gra­
m atical de cada lengua y su em pleo con o sin títulos, nom bres, apelativos y
otras fórm ulas de tratam iento. A pesar de todo, el sentido general está bien
cla ro: el significado social y expresivo de T y V depende sin duda de la cultura
y constituye, p or tanto, un conocim iento socialm ente adquirido. Práctico, por
lo dem ás, y no proposicional o teórico, pues entra en el ám bito de la destreza
para el desenvolvim ien to social.
Puede haber ciertas diferencias de significado entre T y V de una o otra
lengua. Una prueba más bien curiosa de ello puede hallarse en la literatura
rusa del siglo pasado, especialm ente en las novelas de T o lstoy (cf. Friedrich,
1968). L o cierto es que había una diglosia en esta época entre los m iem bros
de la aristocracia rusa, donde el francés era la lengua A y el ruso la lengua B
(cf. 9.4). Cuando hablaban francés entre sí, utilizaban recíprocam ente V , cua­
lesqu iera que fuesen los lazos de parentesco o am istad entre los interlocu­
tores. A este respecto, im itaban el tratam iento de la clase alta francesa del
m ism o período. P ero cuando hablaban en ruso, em pleaban T o V, recíproca­
m ente entre sí y no recíprocam ente con sus in feriores sociales o subordina­
dos. E l tratam ien to recíproco estaba determ inado por factores tanto de largo
com o de co rto alcance. E l fa ctor de largo alcance consistía en lo que se ha iden­
tificado, de un m odo global, com o solidaridad, basada en el parentesco, la
am istad, el m atrim on io, etc. Com o consecuencia de e llo tanto los hom bres
com o las m ujeres se encontraban o no en térm inos de T con cada uno de sus
conocidos. E l fa cto r de corto alcance dependía del talante o la em oción del
m om ento: el ruso, en contraste con el francés, p o r ejem p lo, perm itía fácilm en ­
te el paso desde el T del largo alcance de la solidaridad a un V de 'corto
alcance, trem endam ente significativo, de cólera y desdén; e incluso, aunque
no nos interese eso aquí, perm itía que una solidaridad de corto alcance des­

3. [C f. 9.2, n ota 3.]


truyera las barreras sociales, com o si dijéram os, en ciertos m om entos de
em oción culm inante y triunfara sobre el m odelo de tratam iento no recíproco
y de largo alcance.
To lstoy era bien consciente de las diferencias contenidas en la distinción
T / V en ruso y en francés, tal com o se aplicaban al habla de la clase a que
pertenecía. N o sólo vino a respetar estas diferencias en sus obras, sino que
en ciertas ocasiones llam a la atención del lector sobre ello. La razón era que,
especialm ente en sus últimas novelas, gran parte de la conversación, si bien
escrita en ruso en el original, debía entenderse com o si se hubiese sostenido
en francés. N orm alm en te es posible, a ju zgar p or la evidencia interna, junto
con el p rop io conocim iento jde las variables sociolingüísticas, deducir si una
determ inada parte del texto se ha com puesto com o para representar el fran­
cés o no. Una de las claves consiste en el pronom bre de tratam iento em plea­
do. P o r ejem plo, en Ana Karenina, y en diálogos entre alguno de los princi­
pales personajes, una form a T constituye (con sólo un par de excepciones
explicables p o r el con texto) una indicación segura de que se está hablando
en ruso (cf. Lyons, 1980). En cambio, el em pleo de una form a V no im plica
p o r sí m ism o que la conversación haya de entenderse com o si fuese en fran­
cés. En p rim er lugar, no todos los personajes principales se relacionan entre
sí en térm inos de T. Y en segundo, no sólo tienen lugar transferencias que
indican un cam bio de largo alcance de V a T en m om entos reconocibles y
m uy significativos, sino también, com o se ha m encionado más arriba, pueden
tener lugar cam bios de T a V durante las riñas sostenidas en ruso, de m odo
que la recon ciliación o el enternecim iento quedan indicados p or la vuelta a T.
Los rusos de la clase a la que pertenecía Tolstoy, y para los que escribió
durante dicho período, respondían a estas claves más o menos automática­
m ente. Eran bilingües en ruso y en francés y, por lo que concierne a la
distinción T / V em pleaban dos sistemas distintos e incongruentes en sus
vidas cotidianas, de mañera que, sabiendo si una form a V del texto tenía
el significado del francés V o del ruso V, respondían sin vacilar y en buena
p arte inconscientem ente a los casos en que había una transición de V a T
en ruso o viceversa. Muchas de estas transiciones revisten gran im portancia,
y algunas, no todas, quedan explícitam ente anotadas com o tales p o r el autor.
Los lectores actuales de la obra perderán mucho de ella a menos que ad­
quieran la sensibilidad de reaccionar adecuadamente, tal com o lo hacían ha­
blando en ruso los propios contem poráneos de Tolstoy.
Bien, pues, quien lea una traducción al inglés [don d e no hay, ni de lejos,
nada eq u iva len te] no puede evitar la om isión de tan im portantes transiciones,
puesto que no hay m odo de expresarlas en inglés, com o no sea a base de un
fo rza d o ‘ thou’ : ‘yo u ’, en lugar de T : V, sin otra posible cualificación en todo
el texto.4 P ero esto difícilm en te podría adm itirse com o traducción. N i siqüie-

4. [L a fo r m a ‘ th o u ’ p ara « t ú » es arcaica y s ólo se em plea en con tex to s p oético s o


b íb lic o s m u y re strin gid o s . Fu era d e ellos, ‘ y o u ’ e q u iv a le a « t ú », «u s te d », «v o s o tro s », «v o s o ­
tra s », «u s te d e s ».]
ra cabría conseguir un efecto equivalente incorporando form as cariñosas u
otras expresiones de tratam iento como nom bres de pila. De vez en cuando,
así se procede en las traducciones al inglés estándar. Pero no es d ifíc il de­
m ostrar que fracasan en el empeño (cf. Lyons, 1980).
Podría pensarse que una traducción al francés solventaría m e jo r el pro­
blema, y en cierto m odo así es, con tal de in vertir lo que hizo el propio
Tolstoy. Ahora bien, mientras el lector ruso de la época de Tolstoy era bi­
lingüe en ruso y en francés, el lector m edio francés no suele serlo. Y quien
lee una traducción que em plee 'vous' m etódicam ente para el ruso ’vy ' y 'tu ’
para ‘ ty ’ ha de in terpretar algunos de los pronom bres a p a rtir del sistema
del ruso y otros a p a rtir de un francés bien distinto, no del actual, sino del
de hace unos cien años. Desde luego, no es necesario que sea bilingüe, pero
sí ha de ser, en un grado suficiente y en varios aspectos pertinentes, bicultural.
Éste es el o b jeto del ejem plo. La inmensa m ayoría de lenguas, si no to­
das, o frec e distinciones de estructura gram atical o léxica que determ inan un
significado en virtu d de su correlación con distinciones funcionales de la cul­
tura, o subcultura, dentro de la cual se em plea cada lengua. E l significado
suele ser, si bien no necesariamente, social y expresivo, no descriptivo. Y lo
que se ha dicho en el apartado anterior sobre la com binación de una sub-
estructura presuntam ente universal con una superestructura culturalm ente
dependiente y no universal resulta también vá lid o con respecto a este tipo
de significado. Com o hemos visto, la distinción T / V en ruso difiere de la dis­
tinción T/V en francés. Pero la diferencia en cuestión sólo puede transm i­
tirse, a lo sumo hasta cierto punto, a quienes no saben ni ruso n i francés
apelando a nociones muy generales, si no universales, que guardan relación
con el rango social, el parentesco, el amor, la amistad, etc. De un m odo muy
sem ejante proceden los antropólogos, los sociolingüistas y críticos literarios
para describir, más o menos adecuadamente, el significado de expresiones
exóticas y culturalm ente dependientes de otra lengua. E n el próxim o apar­
tado volverem os a este asunto y lo generalizarem os. Aquí, no obstante, con­
viene destacar que la habilidad para transm itir una distinción gram atical o
léxica culturalm ente dependiente de un m odo más o menos satisfactorio y
por m edio de otra lengua que carezca de un recurso equivalente no im plica
que dicha distinción pueda representarse en una traducción. Las aclaracio­
nes metalingüísticas no deben confundirse con la traducción.5

5. A ctu alm en te suele em plearse el térm in o 'm e ta lin g ü ís tic o ’ con el sign ificad o de « p e r ­
ten eciente a la d escrip ció n o al análisis del lenguaje o de una le n g u a » (c f. ‘ m eta len gu a’ : 5-6).
T a m b ién lo han e m p lead o lo s estructu ralistas p ost-b lo o m field ian o s con re fe re n c ia a l estu­
d io d e las lenguas en sus con textos culturales. A m b o s sen tid os son p ertin en tes aquí.
10.5 Imbricación y difusión cultural y traductibilidad

A lo largo de todo el capítulo, y en realidad del lib ro entero, hemos expuesto


y ejem plificado la idea de que la lengua es un fenóm eno tanto b io lógico com o
cultural. Cada lengua, al parecer, presenta una subestructura universal, sin
duda en la gram ática y en el vocabulario, y quizá también en la fonología,
y una superestructura no universal, que no sólo se asienta sobre aquella
subestructura, sino que se engasta totalm ente en ella.
La subestructura universal viene determ inada, en parte, p o r las facul­
tades cognoscitivas genéticam ente transm itidas de la m ente humana y, en
un plano no in ferior, p or impulsos y apetitos humanos genéticam ente deter­
m inados; y, en parte, p o r la interacción de estos factores cognoscitivos y no
cognoscitivos biológicam ente determ inados con el mundo físico tal com o éste
se presenta a los seres humanos. H asta el presente no hay certeza sobre si
existe tam bién una facultad para la adquisición lingüística (c f. 8.4). Sin em ­
bargo, el proceso de la adquisición de la lengua es tal, que la transm isión
b iológica de lo universal también depende, paira ser efectiva, del proceso de
la transm isión cultural.
En cuanto a la superestructura no universál de las lenguas, no hay duda
de que se trata sobre todo de una transm isión cultural, en dos sentidos d ife­
rentes. En efecto, no sólo se transm ite esta parte de la com petencia de una
a otra generación p o r m edio de las instituciones de una determ inada socie­
dad, sino que lo transm itido constituye además un com ponente im portante
en la cultura de dicha sociedad. S i la com petencia en una lengua dada im ­
plica la capacidad de produ cir y com pren der oraciones de esta lengua, en­
tonces ella m ism a form a incuestionablem ente parte de la cultura, es un co­
n ocim ien to social (cf. 10.1), puesto que gran parte del significado de las
expresiones, tanto descriptivo com o expresivo y social, es no universal y cul­
turalm ente dependiente. Esto guarda relación con los dos ejem plos tán dis­
pares de los apartados anteriores. Com o tam bién la guarda, desde luego, la
afirm ación no menos im portante de que, aun cuando resulte quizás im posible
tra n sferir todas las oraciones de una lengua a todas las oraciones de otra
lengua sin distorsiones ni componendas im provisadas, p o r lo común cabe la
p osibilidad de conseguir que aun alguien que ignore la lengua, y la cultura
de un texto origin al se haga una idea más o menos satisfactoria incluso sobre
expresiones culturalm ente dependientes que se resisten a ser traducidas a
la lengua que le es fam iliar.
E sto es posible porque, entre dos sociedades cualesquiera, existe un gra­
do más o menos grande de i m b r i c a c i ó n c u l t u r a l . En un extrem o,
acaso no sea m ayor del que se desprende de lo culturalm ente universal, p or
la propia naturaleza biológica del hom bre y por las sim ilitudes globales de
m edio am biente que hay en todo el mundo habitable. P ero p o r diversas ra­
zones, entre ellas p o r lo que los antropólogos denominan d i f u s i ó n c u l ­
t u r a l , este grado de im bricación no es de ninguna m anera m ínim o. En ge­
neral, la traductibilidad está en función del grado de im bricación cultural.
A hora bien, com o hemos visto e n 'e l ejem p lo sobre los pronom bres de trata­
m iento en ruso y en francés en la obra de Tolstoy, aunque éstos no se dejen
tradu cir satisfactoriam ente al español, no hay gran dificultad en describir su
em pleo a los hablantes m onolingües de español recu rriendo a nociones bas­
tante generales que convienen también, salvo en diferencias de detalle, a la
descripción de nuestra propia cultura.
L o m ism o se hubiera podido decir, en conexión con los pronom bres de
tratam iento, sobre ciertas lenguas que disponen de una abundante colección
de térm inos h o n o r í f i c o s (p. ej., javanés, coreano, thai y muchas otras
del sudeste de A sia), o sobre aquéllas que, com o el japonés, tienen igualm en­
te pron om bres honoríficos, aun cuando hagan más uso de nom bres de fam ilia
y títulos que de los pronom bres mismos. A prim era vista, todo esto parece
m uy distante de lo que cabe encontrar en las com unidades de habla hispana.
P ero los parám etros culturales que determ inan el tratam ien to no recíproco
— superioridad social, edad, parentesco, sexo, etc.— , tam bién funcionan en
nuestra propia cultura, aunque en un grado más lim ita d o y sin repercutir
tanto en la estructura gram atical y el vocabulario del español. P o r ejem plo,
no sólo está determ in ado el em pleo de apelativos recíprocos y no recíprocos
y de títulos, en muchas sociedades de habla española, p o r los m ism os fac­
tores, sino que hay incluso circunstancias en que (co m o sucede aún más
en ja p o n és) sólo el superior, pero no el in ferior, puede re ferirse a sí m ism o
p o r m edio del p rop io apelativo o títu lo p o r el que es tratado (c f. el uso de
‘ papá’, ‘ m am á’ o ‘ señ orita’ : ¿ N o te ha d icho papá/mamá/la señorita que guar­
dases los lib ro s ? ). Es esta suerte de im bricación cultural, y eñ la m edida en
que se dé, lo que nos p erm ite com prender, de la fo rm a que sea, las descrip­
ciones de estructura sem ántica de otras lenguas que aparecen en la b ib lio ­
g ra fía sociolingüística y an tropológica (c f. H ym es, 1964). S ería erróneo su­
poner, sin em bargo, que la com prensión general de la estructura sem ántica
de otras lenguas así aprehensible va más allá de un conocim iento superficial.
La com pren sión plena de los diversos tipos de significado codificados en la
gram ática y el vocabu lario de una lengua sólo se produ ce ju n to con la com ­
prensión tam bién plena de la cultura, o culturas, en que se desenvuelve la
lengua en cuestión.
T o d o e llo es un sim ple lugar común, no sólo en sociolingüística y etno-
lingüística, sino tam bién en crítica literaria. Incluso el estudio en nuestros
colegios y universidades de lenguas foráneas — consideradas sin excepción
lenguas de cultura (cf. 10.1, para este térm ino) en el sentido más estrecho
de ‘ cu ltu ra’— se ju stifica tradicionalm ente p o r m otivos esencialm ente igua­
les. Cada lengua va h istóricam en te asociada a^una o varias culturas deter­
minadas; las lenguas proporcion an las claves para asim ilar la cultura res­
pectiva, y en especial la literatura; las lenguas no pueden captarse p o r sí
mism as fu era d el contexto de las culturas en que se insertan in extricable­
m ente; de ahí que lengua y cultura se estudien conjuntam ente. E l argum en­
to no puede ponerse en duda com o form ulación de un prin cip io general.
Desde luego, es discutible que los o b jetivos y m étodos más tradicionales de
la enseñanza de lenguas se basaban en una concepción suficientem ente am­
plia de cultura. P ero esto es, en todo caso, un asunto diferen te. E l aprendí-
zaje de lenguas puede y debe ponerse en conexión con determ inados pro­
pósitos, entre ellos el de adentrarse y participar cuanto sea posible en una
cultura distinta de aquella en que uno ha crecido y se ha form ado.
Algunos aspectos de la interdependencia entre lengua y cultura no han
recibido un reconocim iento tan cabal com o sería de esperar. Uno de ellos,
muy pertinente para la traductibilidad, se refiere al grado en que la difusión
cultural reduce, y a veces suprime, las diferencias semánticas entre las len­
guas. H em os m encionado ya las consecuencias lingüísticas más evidentes de
la difusión cultural: el préstam o y el calco de traducción (cf. 10.2). Ahora nos
interesa un tipo menos evidente de calco de traducción: un fenóm eno que
no suele reconocerse com o tal, p or cuanto a menudo es d ifíc il de distinguir,
por un lado, de la traducción corriente y, por otro, de la creatividad en el
uso de la lengua, la cual, aunque puede escapar a lo regular, entra perfecta­
m ente en el ám bito de la com petencia lingüística del hablante ordinario.
Supongamos, por ejem plo, que traducim os al español un texto en griego
clásico y que nos encontram os con la palabra ‘ sophía’. Lo convencional sería
traducirla p or ‘sabiduría’, lo que, p or cierto, conviene satisfactoriam ente a la
m ayoría de contextos. P o r ejem plo, im aginem os que una oración que con­
tenga el a d jetivo ‘sophós’, relacionado sintáctica y sem ánticam ente con ‘so­
phía’ com o ‘ sabio’ lo está con ‘ sabiduría’, aparece en el texto de un autor
com o Platón y que se expresa en español a base de ‘ H om ero fue más sabio
que H esíodo’. Fuera de contexto, alguien carente de un buen conocim iento
de griego o fa lto de in form ación suficiente sobre el trasfondo social y cultu­
ral en que se escribió la frase, podría in terpretar aquella afirm ación como
si ‘sabio’ se em please con el m ism o sentido que, pongamos, en ‘ Quevedo fue
más sabio que V illegas’. Pero, ¿es así realm ente? Fuera de contexto la res­
puesta es incierta, pues ‘ sophía’ cubre indudablemente lo que en español
actual com prende el significado de ‘ sabiduría’ y, p o r tanto, viene a ser la
pálabra con m e jo r equivalencia. Pero ‘sophía’ y ‘ sabiduría’ no tienen el m is­
m o ám bito de significado/ En muchos contextos, la m e jo r traducción al es­
pañol de aquella oración griega sería ‘ H om ero es m e jo r poeta que H esíod o’.
Y , en rigor, parece realm ente que esto se ajusta al m áxim o a lo que el griego
qu iere decir cuando em plea ‘ sophós’ en su sentido p r o t o t í p i c o . Si un
zapatero o un carpintero trabajan con p rim o r se hacen acreedores a ‘ sophós’
tan prontam ente com o un doctor, un poeta o un estadista, en caso de m ere­
cerlo. Cabría argü ir que no es posible ser buen estadista, y posiblem ente
tam poco buen doctor, sin ser sabio, pero lo cierto es que lo que suele deno­
minarse ‘sabiduría’ en español tam poco es ciertam ente un atributo esencial
del buen zapatero, carpintero o poeta.
Ahora bien, la traducción de una a otra lengua no siem pre puede respe­
tar los usos normales. Si se traduce uno de los muchos pasajes de los diá­
logos platónicos en que aparece la pregunta que en español suele form ularse
a base de «¿Pu ede enseñarse la virtu d ? » (en relación con la célebre paradoja
socrática «N a d ie actúa m al a sabiendas» y con muchas otras tesis igualmente
fam osas no sólo de la filosofía griega, sino ya de toda la tradición filosófica
occidental derivada de aquélla), se verá obligado a u tilizar ‘ sabiduría’ por
‘ soph ía' (y ‘ virtu d ' o 'bondad', p o r el griego 'a reté') o bien alguna o tra pala­
b ra qu e de todos m odos resultará inadecuada, en su em pleo norm al, en mu­
chas de las construcciones en que aparezca. Si no se traduce coherentem ente
en pasajes así, se desvirtúa la estructura del argum ento y los ejem plos uti­
lizados en su fa v o r pierden su pertinencia. En la práctica, esto significa que
la tradu cción se adecúa a un determ inado propósito y al conocim iento que so­
b re sus antecedentes tienen quienes se beneficiarán de ella. D e ahí que la
llam ada tradu cción litera l resulte a veces más apropiada que la traducción
libre.
B ien , p ero, ¿en qué consiste la traducción literal? En ciertos casos se
trata d el tip o de traducción que no reajusta las diferencias de sim bolism o
y m e ta fo riza ció n en tre las dos lenguas. Muy a menudo, no obstante — com o
o cu rría si se traduce coherentem ente ‘sophía’ a base de ‘ sabiduría’ (y ‘a reté’
p o r ‘ v ir tu d ’ ) en los pasajes platónicos aludidos más arriba— , es tan sólo
el recu rso m ás o m enos deliberado al calco de traducción: la diferen cia entre
sign ificad o lite ra l y m etafórico, o sim bólico, carece de im portancia en este
ejem p lo . S í com porta, en cam bio, una diferencia de contenido descriptivo
en las p alabras y en los prototipos culturalmente dependientes con que se
asocian. E n lu ga r de u tilizar la palabra española ‘ sabiduría’ tam bién se po­
d ría d e ja r la fo rm a griega ‘ sophía’ en la traducción al español. V ien e a ser lo
m ism o. S e ría incluso m uy procedente en una traducción destinada sobre todo
a estu dian tes hispánicos de filosofía con un conocim iento suficiente de la
cu ltu ra g r ie g a p e ro no tanto de la lengua com o para leer los textos en versión
origin a l. S in em bargo, basta una breve reflexión, reforzada si cabe p o r una
pequ eñ a p rá c tic a en la traducción, para ve r que no sólo es una palabra es­
p ecial c o m o ‘ soph ía’ (o ‘a reté’) lo que crea problem as y desvirtúa la distin­
ció n e n tre ca lc o y tradu cción norm al. E l significado de palabras com o ‘ sophía’
y ‘ a re té ’ ha sid o extensam ente debatido p or la im portancia filosófica — y, en
el s en tid o m ás estricto de ‘ cultura’, p o r la im portancia cultural tam bién— de
los tex to s en qu e aparecen. P o r ello, se presta más atención a la necesidad
de tra d u cirla s con cuidado.
N o fa lta n ejem p lo s igualm ente evidentes en cualquiera de las otras len­
guas clá sica s d el m undo. P o r ejem plo, la palabra sánscrita 'dh arm a' exige una
tra d u cció n d istin ta en contextos diversos: ‘ deber’, ‘ costum bre’, ‘ ley ’, ‘ju sti­
cia ’, etc. P e r o su sentido p rototíp ico, en su evolución p osterior y com o pala­
b ra p re s ta d a a otras lenguas, depende tanto de la cultura, sobre tod o en las
sociedades h in dú es y budistas, que se ha adoptado así en inglés y otras len­
guas eu ro p ea s. D e un m o d o análogo, se fia tom ado en préstam o la palabra
k ism et’, « d e s t in o » , a través del turco y el persa, á*partir del árabe, con el que
cabría co n s id era r, sum ariam ente, su significado islám ico prototíp ico. Presu­
m ib lem en te, estas palabras fueron incorporadas com o calcos léxicos porque
se sin tió q u e la m era traducción de ‘dharm a’ por ‘ deb er’ y ‘ kism et’ p o r ‘hado,
o d e s tin o ’ d esp erd icia b a unas im plicaciones cruciales culturalm ente depen­
dientes. T a m b ié n podrían haberse introducido sin otra m odificación palabras
griega s c o m o ‘ so p h ía ’, etc., si se hubiese establecido un contacto en una épo­
ca m o d e r n a co n una sociedad que hiciese uso de una palabra así y donde,
pongam os p or caso, se considerara que la sophía de una persona estuviera
determ inada, com o el dharma en una sociedad hindú, por su casta. Claro que
el griego, directa o indirectam ente a través del latín, ha ejercid o una influen­
cia constante sobre las lenguas de Europa análoga a la 'q ü é el sánscrito y el
árabe han ejercid o a lo largo de los siglos sobre muchas lenguas de Asia y
África.
Los antropólogos se enfrentan con el m ism o problem a ante lenguas que,
contra lo que sucede con el griego, el sánscrito o el árabe, no han servido
a escala mundial y durante siglos com o vehículo de una im portancia cultu­
ral reconocida, esto es, com o lenguas de cultura en el sentido origin al que
tenía esta expresión. Han de dilucidar si deben tom ar alguna palabra direc­
tam ente de la lengua cuya sociedad describen (co m o 'taboo', «ta b ú », se tom ó
de una lengua polinesia; el tongano, en el siglo x v m para generalizarse más
ta rd e) o bien u tilizar una palabra ya existente, adaptándola más o menos a
p rop ósito p o r m edio de un calco de traducción, a fin de describir la sociedad
estudiada. En últim a instancia, no hay ninguna diferen cia entre lo que hace
el antropólogo, u otra persona, cuando am plía así el significado de las pala­
bras de su propia lengua m ediante calcos de traducción y lo que hace el tra­
du ctor siem pre que traduce entre lenguas sin im bricación cultural.
P o r lo demás, tam poco hay diferencia, en definitiva, entre estos calcos
de traducción más o menos deliberados y el uso que de su lengua hace el na­
tivo cuando am plía, en situaciones inéditas, el significado de las palabras
más allá de su sentido p rototíp ico. P o r ejem plo, llevando al cam po denota­
tivo de ‘g o rr o ’, ‘som brero’, ‘bon ete’ o ‘cucurucho’ diversos tipos de tocado
característicos de una cultura m uy diferen te de la propia; recu rriendo a la
denotación de ‘barca’ al encontrarse p or prim era vez no sólo ante una canoa,
sino tam bién ante un catamarán (tan to si adopta palabras locales com o si n o);
aplicando la palabra ‘boda’ o ‘ fu n eral’ a una extensa gam a de prácticas ri­
tuales que guarden poca sim ilitud con lo que muchos hablantes considera­
rían, prototípicam en te, una boda o un funeral.
Ocurre, pues, que el. inglés, y muchas otras lenguas principales de E u ro­
pa, com o hem os subrayado en el capítulo sobre lengua y sociedad, son, en
muchos aspectos, m uy poco representativas de las lenguas del m undo. E l in ­
glés, en particular, ha venido em pleándose en la adm inistración de un im pe­
rio de gran diversidad cultural. Se habla com o lengua nativa entre m iem bros
de muchos grupos étnicos diferen tes y adeptos de muchas religiones, entre
gentes que habitan en partes m uy diversas del mundo. Tam bién se em plea
abundantem ente entre antropólogos, m isioneros y autores de todas clases,
no sólo en la descripción de todas las sociedades conocidas, sino tam bién en
novelas, dramas, etc., que tienen lu gar en países y sociedades donde n o se
habla inglés. Esto indica que el inglés, más que otras lenguas europeas, ha
experim entado am pliaciones y cam bios p o r calco de traducción en casi to­
dos los sectores de su vocabulario. Las correlaciones entre la estructura se­
m ántica del inglés y las culturas de sus hablantes nativos son, en consecuen­
cia, m ucho más com plejas y diversas que las correlaciones en tre lengua y
cultura de la inmensa m ayoría de sociedades humanas. P o r ello, cualquier
hablante nativo de inglés o de otra lengua europea predom inante es también
mucho más proclive a pensar que todas las lenguas humanas son traductibles
en tre sí de lo que alcanzaría a imaginar el hablante de muchísimas otras
lenguas. Es im portante tener esto muy en cuenta al leer debates teóricos
sobre la naturaleza de la lengua con ejem plos tom ados exclusivamente de
una u otra de las principales lenguas europeas.
Llegam os así al punto final. Los lingüistas suelen proclam ar, al menos
co m o hipótesis de trabajo, el principio de que no hay lenguas prim itivas, de
que todas las lenguas ofrecen una com plejidad aproxim adam ente igual y
de que se adaptan igualmente bien a los fines com unicativos para los que
se em plean en sus respectivas sociedades (cf. 2.4). Este principio, por sí mis­
mos, no com prom ete al lingüista a asumir el supuesto de que todas las len­
guas son igualmente idóneas para satisfacer todos los o b jetivos com unicati­
vos. En rigor, com o acabamos de ver, hay lenguas que, p o r su actuación a
escala mundial, tienen una flexibilidad y una versatilidad que muchas otras
no poseen. Otras lenguas, de alcance mundial o no, van ligadas a una cultura
en el sentido más estricto, o clásico, del térm ino (10.1). Sería paradójico, si
no absurdo, in terpretar el principio de la igualdad en tre las lenguas ju nto
con la im plicación de que la lengua que uno habla no ejerce ningún efecto
sobre la cualidad de su vida intelectual y artística, para no m encionar su
carrera y sus perspectivas económicas (cf. 9.5). P o r razones bien fáciles de
sostener se explica por qué ciertas lenguas, y no otras, se e;nseñan a discre­
ción en nuestras escuelas y universidades. Los lingüistas que insisten en la
igualdad de las lenguas no tienen tampoco p or qué suscribir la idea de que
todas las culturas m erecen por igual esta suerte de difu sión deliberada que de­
nom inam os educación. Es un asunto sobre el cual cada lingüista, com o in­
dividuo, puede tener su opinión personal. N o hay para e llo ninguna concep­
ción corporativa.

A M P L IA C IÓ N B IB L IO G R A F IC A

En general, es la misma que para el capítulo 9. De las obras introductorias mencio­


nadas, Hudson (1980) y Trudgill (1974) son especialmehte recomendadas para los te­
mas tratados en este capítulo; y de los libros, Hymes (1964). Véase asimismo Burling
(1970) como introducción que comprende un panorama sociolingüístico y etnolingiias-
tico desde una concepción antropológica, no sociológica o de psicología social; tam­
bién Ardener (1971) para una visión más amplia. Además, para distintos enfoques a la
etnolingüística, Crick (1976); Greenberg (1968, 1971); Tyler (1969).
Sobre la hipótesis de Sapir-Whorf, añádanse Black (1959, 1969); Carroll (1953b);
Cooper (1973); capítulo 5; Henle (1958); H oijer (1954); Saporta (1961); Slobin (1971);
W horf (1956).
En cuanto a la hipótesis de Kay-Berlin, la codificabilidad y los prototipos se­
mánticos (junto con algunos trabajos anteriores significativos y distintos de los ci­
tados para la hipótesis de Sapir-Whorf en general) consúltense: Berlin & Kay (1969);
Brown (1958a, b); Clark & Clark (1977); Lloyd (1972); Lyons (1977b: 245-50); Osgood,
May & Mirón (1975), capítulo 6; Rosch (1973, 1974, 1975, 1976).
Sobre la traducción, cf. Brower (1966); Catford (1965); Nida & Taber (1969);
Olshewsky (1969), capítulo 9; Savory (1957); Steiner (1975). Sobre la traducción bí­
blica: Beckman & Callow (1974); Nida (1945, 1964, 1966). [También García Yebra
(1982); Mourin (1971).]
Para los pronombres de tratamiento y la distinción T/V, cf. Adler (1978); Brown
& Gilman (1960); Brown & Levinson (1978); Friedrich (1968, 1972); [Marcos Marín
(1978)]. Para una descripción más amplia del empleo de pronombres de tratamien­
to en Ana Karenina de Tolstoy, consúltese Lyons (1980).
Sobre la etnografía del habla: Bauman & Sherzer (1974); Goody (1978); Hy-
mes (1977).
Acerca de los juegos verbales y la virtuosidad lingüística, cf. Bauman & Sherzer
(1974); Burling (1970), capítulos 10-11; Hymes (1964), parte 6. Sobre el charloteo y
las rifas ilegales, véanse las obras citadas para el inglés negro en el capítulo 9 y,
más en concreto, Abrahams (1874). Sobre el habla antonímica en walbiri, cf. Hale
(1971).
Para la alfabetización y su importancia cultural: Basso (1974); Goody (1968);
Goody & Watt (1962).
1. «Es... una especie de contradicción, o en todo caso una ironía, que hoy ten­
gam o s una lingüística general que se justifique por la com prensión de la peculia­
ridad del hombre, pero que nada tenga que decir, com o tal lingüística, sobre la
vida humana. La voz e s la del hum anism o, o de una idealism o racional; la mano,
e s de temer, e s la del m ecanism o» (Hym es, 1977: 147). Com éntese este juicio
a la luz de las propias o piniones sobre los objetivos y la m etodología de la lin­
güística.

2. ¿E n qué se distingue, si e s que se distingue efectivamente, el enfoque bioló­


gico del enfoque cultural en el estudio de la lengua?

3. Com éntese críticam ente la hipóte sis de Sapir-W horf con referencia a alguna
parte del vocabulario distinta del color.

4. Exponer y ejemplificar (con ejem plos distintos a los del texto) el p roce so del
c a l c o de t r a d u c c i ó n .

5. A n alícese la validez de la noción de c o d i f i c a b i l i d a d y su pertinencia


para las te sis de (a) la r e l a t i v i d a d l i n g ü í s t i c a y (b) del d e t e r m i -
nismo lingüístico.

6. «Las lenguas difieren entre s í sin límite y en forma impredictible» (Joos, 1966:
228). Com éntese este aserto en conexión con la teoría de C h o m sky sobre los
u n i v e r s a l e s I i n g ü í s t i c o s (c. 7.4). ^

7. Examínese la aplicabilidad de la noción de significado focal o p r o t o t í p i c o


a sectores de los vocabularios de las lenguas que no se refieran a la terminolo­
gía del color.

8. ¿Qué distinción trazaría usted, en caso de apreciarla, entre una t r a d u c c i ó n


l i t e r a l y una traducción l i b r e ? ¿Podría facilitar una definición precisa de
lo que se entiende por ‘libre' en este contexto?
9. «Toda ia experiencia cognoscitiva y su clasificación puede exp resa rse en cual­
quiera de las lenguas existentes. Donde haya una deficiencia, puede [sie m p re ]
cualificarse o am pliarse la term inología a base de calcos léxicos o de traducción,
ne olo gism o s o cam bios sem ánticos y, en último extremo, por m edio de circun­
loquios» (Jakobson, 1966: 234). C o m é ntese esta afirmación, ejem plificando cada
uno de los m edios especificados de cualificación y am pliación y evaluando su
efecto so b re la parte de lengua ya existente.

10. (a) «El ámbito insólito de la traducción bíblica, que incluye efectivam ente no
só lo todas las lenguas principales del mundo, sin o también cientos de lenguas
“prim itivas” , proporciona una riqueza de datos y una base de experiencia en los
problem as fundam entales de la com unicación...» (Nida, 1966: 12). ¿ A qué se debe
que la traducción de la Biblia sea tan peculiar? ¿ A c a s o las ideas teológicas del
traductor influyen sobre lo que cabría considera r una traducción fidedigna? Y, si
es así, ¿e n qué sentido le influyen? (b) ¿C u á n ta s exp resion es corrientes que u s­
ted conozca han penetrado en el español gracias a la traducción de la Biblia?
¿C u á n ta s las consideraría, intuitivamente, m o dism o s idiom áticos, y por q u é ? ¿H a
ejercido la traducción bíblica alguna influencia sobre la estructura gram atical de
la lengua (i) coloquial y (¡i) literaria?

11. ¿C a b e atribuir algún sentido — y, en su caso, cuál— a la expresión ‘lengua


de cultura' (Mangue de culture’, ‘Ku ltu rsprach e’) ?

12. Léase uno de los c a so s ejem plares sobre la e t n o g r a f í a d e l h a b l a


publicados o citados en Baum an & She rzer (1974) y redáctese un inform e de unas
1.200 palabras con com entarios propios.

13. D e scríb a se con la m ayor pre cisión posible todos lo s determ inantes sociolin-
gü ístic o s y e stilísticos de u so para la distinción T/V en la lengua propia o en otra
fam iliar que la contenga. Evalúense los resultados a la vista de las generalizacio­
ne s sobre p o d e r y s o l i d a r i d a d contenidas en Brow n & Gilm an (1960),
Brow n & Levinson (1978) y en los textos de so cio lin güístíca aludidos en el capí­
tulo 9. ¿Podría decirse, en su caso, si existe algo com parable en in g lé s?

14. ¿C ó m o se expresa la cortesía en e sp a ñ o l? Exam ínese este asunto con refe­


rencia a (a) bienvenidas y d espe did a s y (b) al u so de apelativos y títulos. ¿ E s
la cortesía un universal cultural? S i no e s así, ¿puede co n sid e ra rse com o una
m anifestación culturalm ente dependiente de algo totalmente universal en el com ­
portam iento lingüístico?

15. «Los hablantes de todas las lenguas en todas las partes del m undo acreditan
a m enudo a algunos de s u s con gé n ere s con habilidades lin g ü ística s superiores,
y los que a sí son reconocidos reciben a m enudo un respeto especial» (Burllng,
1970: 150). D e scríb a se algún tipo de v i r t u o s i s m o l i n g ü í s t i c o (distinto
del que suele considera rse com posición literaria en nuestra cultura), p. ej., hacer
juegos de palabras, rim as y adivinanzas, y otras variedades de juegos verbales;
la gloso lalia (o p o lig lo tism o ); charloteo y juegos ilegales de rifa (entre los hablan­
te s de inglés negro en Am érica); el habla antoním ica o inversa en walbiri, etc.
Enjuíciese la función que desem peña este tipo particular de virtuo sism o lingüís­
tico en la cultura en que se realiza y evalúese su im portancia para una teoría
general de la estructura y u so de la lengua.
Bibliografía

La presente lista comprende las obras consignadas en el texto y en los apéndices


‘ Lecturas recomendadas’ y ‘ Preguntas y ejercicios’. Salvo escasas excepciones, se
han omitido las obras escritas en lengua no inglesa y sin traducción al inglés.
A su vez, los artículos de revista sólo se citan si se han refundido o resumido en
libros o antologías accesibles. Como la Bibliografía resulta, a pesar de todo, muy
extensa, señalo con asterisco una serie selecta de manuales y colecciones de lec­
turas. Se recomienda a los estudiosos primerizos en lingüística que consulten al­
gunas de ellas para adquirir una visión equilibrada del conjunto.1

Abercrombie, D. (1966) Elements o f General Phonetics. Edinburgh: Edinburgh Uni-


versity Press & Chicago: Aldine.
A bercrombie, D. (1967) Problems and Principies in Language Study. London: Ox­
ford University Press.
Abrahams , R. D. (1974) ‘Black talking on the streets’. En Bauman & Sherzer (1974).
[A cero, J. J., B ustos, E. & Quesada, D. (1982) Introducción a la filosofía del len­
guaje. Madrid: Cátedra.]
Adler, M. K. (1978) Naming and Addressing: A Sociolinguistic Study. Hamburg:
Buske.
A it c h iso n , J. (1976) The Articúlate Mammal. London: Hutchinson.
* A it c h iso n , J. (1978) Linguistics, 2.* ed. London: Teach Yourself Books (1.* ed.
1972).

1. [L a ad ap tación esp añ ola resp eta en to d o lo p osib le la b ib lio g ra fía o rig in a l tanto
en la p resen tación y o rd en ació n d e lo s d atos c o m o en la p ro p ia a lfa b e tiza ció n (c a d a vez
m ás u tiliza d a en edicion es hisp án icas). D e m o d o que cuando existe una v ers ió n reco n o ci­
da d e alguna obra, se m a n tien e la cita p rim itiv a y se añade esta circu n stan cia entre
c orch etes p a ra que a s í n o p ierd a n sen tid o las citas y en vío s d el te x to p rin cip al. L a b i­
b lio g r a fía in co rp o ra d a se in te rp o la ta m b ién en tre corchetes en la lista alfa b ética . A ten ­
d ien d o al c rite rio s im p lifica d o r d el a u to r, cuando existen edicion es en d iversas lenguas
s ó lo se indican , p o r lo gen eral, lo s d ato s d e la v ersió n que se estim a m ás asequ ib le al
p ú b lico hispánico. Y en cu an to a l uso d e asteriscos, se siguen igu alm en te las m ism as d i­
re ctric es d el o rigin a l, a las qu e se añade, en algún que o tro caso, la elem en ta rid a d (y no
s ó lo el p resu n to e q u ilib r io ) d e lo s p la n te a m ie n to s .]
A itchison , J. (1981) Language Change: Progress or Decay? London: Fontana.
Akmajian, A. & H enry, F. W. (1975) An Introduction to the Principies o f Transform-
ational Syntax. Cambridge, Mass.: M IT Press.
A kmajian, A., Demers, R. A. & H ar n is h , R. M. (1979) Linguistics: An Introduction
to Language and Communication. Cambridge, Mass. & London: M IT Press.
[A larcos, E. (1971) Fonología española. Madrid: Gredos.]
Albert, M. L. & Obler, L. K. (1978) The Bilingual Brain: Neuropsychological As-
pects o f Bilingualism. New York, San Francisco & London: Academic Press.
[A lvar, M. (1973) Estructuralismo, geografía lingüística y dialectología actual. Ma­
drid: Gredos.]
[A lvar, M. (1976) Lengua y sociedad. Barcelona: Planeta.]
* A llen, H. B. (comp.) (1964) Readings in Applied English Linguistics, 2.‘ ed. New
York: Appleton-Century-Crofts.
* A llen, J. P. B. & C order, S. P. (comps.) (1975a) The Edinburgh Course in Applied
Linguistics, Vol. 1: Readings fo r Applied Linguistics. London: Oxford Univer-
sity Press. (Publicado primero en 1973.)
Allen, J. P. B. & C order, S. P. (comps.) (1975b) The Edinburgh Course in Applied
Linguistics, Vol. 2: Papers in Applied Linguistics. London: Oxford University
Press.
A llen, J. P. B. & Corder, S. P. (comps.) (1975c) The Edinburgh Course in Applied
Linguistics, Vol. 3: Techniques in Applied Linguistics. London: Oxford Uni­
versity Press. (Publicado primero en 1974.) '
A llerton, D. J. (1979) Essentials o f Grammar: A Consensus View o f Syntaxand
Morphology. London & Boston: Routledge & Kegan Paul.
A llwood , J., Andersson, L.-G. & Da h l , O. (1977) Logic in Linguistics. Cambridge:
Cambridge University Press.
* A nderson, W. L. & Stageberg, N. C. (comps.) (1966) Introductory Readirigs on
Language, ed. revisada. New York: Holt, Rinehart & Winston.
Apresjan, J. D. (1974) Leksicheskaya Semántika. Moskvá: ‘Nauka’.
A rdener, R. (comp.) (1971) Social Anthropology and Language. London: Tavistock
Press.
B ac h , E. (1974) Syntactic Theory. N ew York: Holt, Rinehart & Winston. [Edición
en español (1976) Teoría sintáctica. Barcelona: Anagrama.]
B ailey, C.-J. N. & S h u y , R. W. (comps.) (1973) New Ways of Analysing Variation
in English. Washington: Georgetown University Press.
B ailey, R. W. & R obinson , J. L. (comps.) (1973) Varieties of Present Day English.
New York: Macmillan.
B aker, C. L. (1978) Introduction to Generative-Transformational Syntax. Englewood
Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
B arber, C. L. (1972) The Story o f Language, ed. revisada. London & Sidney: Pan
Books. ^
B asso, K. H. (1974) ‘The ethnography o f writing’. En Bauman & Sherzer (1974).
B aug h , A. C. (1965) History o f English Language, 2.a ed. London: Kegan Paul &
New York: Appleton-Century-Crofts.
B auman , R. & S herzer , J. (comps.) (1974) Explorations in the Ethnography o/
Speaking. London N ew York: Cambridge University Press.
B eckman, J. & Callow, J. (1974) Translating the Word of God. Grant Rapids, Michi­
gan: Zondervan.
[B einhauer , W. (1968) E l español coloquial. Madrid: Gredos.]
[B einhauer , W. (1973) E l humorismo en el español hablado. Madrid: Gredos.]
B ell, R. T. (1976) Sociolinguistícs: Goals, Approaches and Problems. London:
Batsford.
[B enveniste, É. (1969) Le vocabulaire des institutions indo-européennes, Vol. 1: Éco-
nomíe, parenté, société. París: Minuit.]
[ B e n v e n i s t e , É . (1 9 6 9 ) Le vocabulaire des institutions indo-européennes, Vol. 2:
Pouvoir, droit, religión. París: Minuit.]
B ergenholtz , H. & M ugdan, J. (1979) Einführung in die Morphologie. Stuttgart:
Kohlhammer.
B erlín , B. & K ay, P. (1969) Basic Color Terms. Berkeley: University o f Califor­
nia Press.
[B ernárdez, E. (1982) Introducción a la lingüistica del texto. Madrid: Espasa-
Calpe.]
B ernstein, B. (1971) Class, Codes and Control, Vol. 1: Theoretical Studies Towards
a Sociology of Language. London: Routledge & Kegan Paul.
B erry, M. (1975) Introduction to Systemic Linguistics I : Structures and Systems.
London: Bastford.
B erry, M. (1977) Introduction to Systemic Linguistics I I : Levels and Links. Lon­
don: Bastford.
B lack, M. (1959) ‘Linguistic relativity: the views o f Benjamín Lee W horf’. Philoso-
phicat Review 68: 228-38. Reimpreso en B lack, M. (1962) ModeTs and Metaphors.
Ithaca, N Y : Cornell University Press.
B lack, M. (1969) ‘Some problems with «Whorfianism»’. En H ook (1969).
B l a x e m o r e , C. (1977) Mechanics of the Mind. Cambridge: Cambridge University Press.
B l o c h , B. & Trager, G. L. (1942) Outline o f Linguistic Analysis. Baltimore: Lin­
guistics Society of America/Waverly Press.
B loomfield, L. (1935) Language. London: Alien & Unwin. (Edición americana, New
York: Holt, Rinehart & Winston, 1933.) [Edición en español (1964) Lenguaje.
Lima: Universidad de San Marcos.]
B oas, Franz (1911) Handbook of American Iridian Languages. Washington, DC:
Smithsonian Institute. (Introducción resumida en H ymes (1964).)
B obrow , D. G. & Collins, A. (comps.) (1975) Representation and Undérstanding:
Studies in Cognitive Science. N ew York: Academic Press.
B oden, M. A. (1977) Artificial Intelligence and the Natural Man. Hassocks, Sussex:
Harvester & New York: Basic Books.
B oden, M. A. (1980) Piaget. London: Fontana/Collins & New York: Viking Penguin.
B olinger , D. L. (corap.): (1972) Intonation. Harmondsworth: Penguin.
* B olinger, D. L. (1975); Aspects of Language, 2,* ed. New York: Harcourt Bráce
Jovanovich. (1.* ed., 1968.)
B r ig h t , W. (com p.) (1966) Sociolinguistícs. The Hague: Mouton.
B r ig h t , W. (comp.) (1968) Sociolinguistícs. The Hague: Mouton.
B rosnaban, L. F. & Malmberg, B. (1970) Introduction to Phonetics. London & New
York: Cambridge University Press.
B rower , R. A. (comp.) (1966) On Translation. London & New York: Oxford Uni­
versity Press. (Primera publicación, 1959.)
B r ow n , É. K. & M iller , J. E. (1980) Syntax: A Linguistic Introduction to Sentence
Structure. London: Hutchinson.
B r o w n , G. (1977) Listening to Spoken English. London: Longman.
B r o w n , P. & L evinson , S. (1978) ‘Universais in language usage’. En G oody (1978).
B rown , R. (1958a) ‘ How shall a thing be called?'. Psychological Review 65: 14-21.
Reeditado en Oldfiel» & M arshall (1968).
B r o w n , R. (1958b) Words and Things. Glencoe, 111.: Free Press.
B row n , R. (1970) Psycholinguistics. New York: Free Press.
B row n , R. & F ord, M. (1961) ‘Address in American English’. Journal of Abnormal
and Social Psychology 62: 375-85. Reimpreso en Hymes (1964): L aver & H utche -
son (1972).
B r ow n , R. & G ilman , A. (1960) ‘The pronouns of power and solidarity’. En Sebeok
(1960). Reimpreso en Fis h m a n (1968); Gig lio u (1972); L aver & H utcheson (1972).
B r o w n , R. & Lenneberg, E. H. (1954) ‘A study of language and cognition’. Journal
of Abnormal and Social Psychology 49: 452-60. Reimpreso en B rown (1970); Sa-
porta (1961).
B urgess, A. (1975) Language Made Plain, 2.* ed. London: Fontana/Collins.
B urling , R. (1970) Man's Many Voices: Language in its Cultural Context. New York:
Holt, Rinehart & Winston.
B ynon , T. (1977) H istorical Linguistics. Cambridge: Cambridge University Press.
Carroll, J. B. (1953a) The Study of Language. Cambridge, Mass: Harvard Univer­
sity Press.
Carroll, J. B. (1953b) Language and Thought. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
Cashdan , A. & G rudgeon, E. (comps.) (1972) Language in Education: A Source
Book. London & Boston: Routledge & Kegan Paul en colaboración con , The
Open University Press.
Catford, J. C. (1965) A Linguistic Theory of Translation: An Essay in Applied Lin­
guistics. London: Oxford University Press.
Catford, J. C. (1977) Fundamental Problems in Phonetics. Edinburgh: Edinburgh
University Press.
[* CerdA, R. (1979) Lingüistica, hoy, 5.* ed. Barcelona: Teide.]
C hambers , J. K. & Trudgill, P. (1980) Dialectology. Cambridge: Cambridge Uni­
versity Press.
* C h a o , Y. R. (1968) Language and Sim bolic Systems. London & New York: Cam­
bridge University Press. [Edición en español (1975) Iniciación a la lingüística.
Madrid: Cátedra.]
C harniak , E. & W ilks, Y. A. (comps.) (1976) Computational Semantics: An Intro-
duction to Artificial Intelligence and Natural Language Comprehension. Ams-
terdam: North Holland.
C hatman , S. & Levin , S. R. (comps.) (1967) Essays on the Language of Literature.
Boston, Mass.: Houghton M ifflin.
C h erry , C. (1957) On Human Communication. Cambridge, Mass.: M IT Press. (Ree­
ditado en N ew York: Science Editions, 1959.)
C h om sky , N. (1957) Syntactic Structures. The Hague: Mouton. [Versión española
con introducción, notas y apéndices de C. P. Otero (1974) Estructuras sintácti­
cas. México: Siglo X X I.]
C h om sky , N. (1959) Recensión a B. F. Skinner , Verbal Behavior. En Language 35:
26-58. Reeditado en F odor & KATz (1964); Jakobo^ its & M irón (1967). [Traduc­
ción española (1977) ‘Crítica de B. F. Skinner’, en B ayés, R. (com p.) ¿Chomsky
o Skinner? Barcelona: Fontanella.]
C hom sky , N. (1965) Aspects o f the Theory of Syntax. Cambridge, Mass.: M IT Press.
[Edición en español (1970) Aspectos de la teoría de la sintaxis. Madrid: Aguilar.]
C h om sky , N. (1966) Cartesian Linguistics. New York: Harper & Row. [Edición
en español (1969) Lingüística cartesiana. Madrid: Gredos.]
C h om sky , N. (1972a) Language and Mind, 2.* ed. aumentada. N ew York: Harcourt
Brace. (1.* ed., 1968). [Edición en español de la 2.* ed. (1971) E l lenguaje y el
entendimiento. Barcelona: Seix y Barral.]
C h om sk y , N. (1972b) Problems of Knowledge and Freedom. London: Barrie &
Jenkins.
C h om sk y , N. (1976) Reflections on Language. London: Temple Smith. [Edición en
español (1979) Reflexiones sobre el lenguaje. Barcelona: Ariel.]
[C h om sk y , N. (1977) Essays on Form and Interpretation. Amsterdam: Elsevier
North-Holland. Edición en español (1982) Ensayos sobre form a e interpreta­
ción. Madrid: Cátedra.]
C h om sk y , N. (1979) Rules and Representations. New York: Columbia University
Press. (Edición británica, Oxford: Blackwell, 1980.)
C h o m sk y , N. & H alle, M. (1968) The Sound Pattern o f English. New York: Har-
per & Row. [Edición en español (1979) Principios de fonología generativa. Ma­
drid: Editorial Fundamentos.]
[ C h o m s k y , N . et alii (1970) La teoría estándar extendida. M adrid : C átedra.]
Clark, H. H. & Clark, E. V. (1977) Psychology and Language: An Introduction to
Psycholinguistics. New York: Harcourt Brace Jovanovich.
[C ontreras, H. & L leó, C. (1982) Aproximación a la fonología generativa. Barce­
lona: Anagrama.]
Cook, W. A. (1969) Introduction to Tagmemic Analysis. Washington, DC: George-
town University Press.
C ooper, D. E. (1973) Philosophy and the Nature o f Language. London: Longman.
C order, S. P. (1973) Introducing Applied Linguistics. Harmondsworth: Penguin.
[C orneille, J. P. (1976) La linguistique structurale. Sa portée, ses limites. Paris:
Larousse. Edición en español (1979) La lingüistica estructural. Su proyección,
sus límites. Madrid: Gredos.]
[C oseriu , E. (1973) Sincronía, diacronía e historia. Madrid: Gredos.]
[C oseriu , E. (1977a) E l hombre y su lenguaje. Madrid: Gredós.]
[C oseriu , E. (1977b) Principios de semántica estructural. Madrid: Gredos.]
[C oseriu , E. (1979) Gramática, semántica, universales. Madrid: Gredos.]
[ * C o se riu , E. (1981) Lecciones de lingüística general. M ad rid : G redos.]
Crick, M. (1976) Explorations in Language and Meaning: Towards a Semantic An-
thropology. London: Malaby.
C rip e r, C. & W iddowson , H . G. (1975) ‘Sociolinguistics and language teaching’, E n
A ll e n & C o r d e r (1975b).
* C rystal, D. (1971) Linguistics. Harmondsworth: Penguin.'
Crystal, D. (1976) Child Language, Leam ing and Linguistic: An Overview fo r the
Teaching and Therapeutic Professions. London: Amold.
Crystal, D. & Davy, D. (1969) Investigating English Style. London: Longman.
Culicover , P. W. (1976) Syntax. London & New York: Academic Press.
Culler, J. (1973) ‘The linguistic basis o f structuralism’. En R obey (1973).
Culler, J. (1975) Structuralist Poetics. London: Routledge & Kegan Paul.
Culler , J. (1976) Saussure. London: Fontana/Collins.
Curme , G. O. (1935) A Grammar o f the English Language. Boston: Ginn.
D ale, P. S. (1976) Language Development: Structure and Function, 2.’ ed. N ew York
& London: Holt, Rinehart & Winston.
D e S t e f a n o , J. S. (1973) Language, Society and Education: A Profile o f Black En­
glish. Worthington, Ohio: Charles Jones¡
Dik, S. C. (1978) Functional Grammar. Amsterdam, New York & London: N orth
Holland.
D illard, J. L. (1972) Black English: Its History and XJsage in the United States.
N ew York: Random House.
D illo n , G . (1 9 7 7 ) An Introduction to Contemporary Linguistic Semantics. Engle-
woód Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
D innean, F. P. (1967) An Introduction to General Linguistics. New York: Holt,.
Rinehart & Winston.
D innsen , D. (com p.) (1979) Current Approaches to Phonological Theory, Blooming-
ton & London: Indiana University Press.
[D 'I ntrono, F. (1979) Sintaxis transformacional del español. Madrid: Cátedra.]
D i t t m a r , N . (1976) Sociolinguistics: A Critical Survey of Theory and Application.
London: Amold.
Dixon , R. M. W. (1980) The Languages of Australia. Cambridge: Cambridge Univer­
sity Press.
D onaldson, M. (1978) Children’s Minds. London: Fontana/Collins.
Eco, U. (1 9 7 6 ) A Theory o f Semiotics. London & Bloomington, Ind.: Indiana Uni­
versity Press. [Edición en español (1 9 7 7 ) Tratado de Semiótica. Barcelona:
Lumen.]
[Eco, U. (1980) Signo. Barcelona: Labor.]
E dwards, A. D. (1976) Language in Culture and Class. London: Heinemann.
E dwards, P. (1967) Encyclopaedia of Philosophy. New York & London: Collier &
Macmillan.
E h r m ann , J. (comp.) (1970) Structuralism. New York: Doubleday.
[* E lgin , S. H. (1977) ¿Qué es la lingüística? Madrid: Gredos.]
E lliot, A. (1981) Child Language. Cambridge: Cambridge University Press.
E lson, B. & Pickett, V. (1962) An Introduction to Morphology and Syntax. Santa
Ana, Calif.: Summer Institute of Linguistics.
E meneau, M. S. (1980) Language and Linguistic Area. Selección e introducción de
A. S. D il. Standford, Calif.: Standford University Press.
E rvin -Tripp , S. (1973) Language Acquisition and Language Choice. Selección e in­
troducción de A. S. D il. Standford, Calif.: Standford University Press.
* Falk, J. S. (1973) Linguistics and Language. Lexington, Mass. & Toronto: Xerox
College Publishing.
Ferguson, C. A. (1971) ‘Diglosia’. Word 15: 325-40. Reeditado en G iglioli (1972);
Hymes (1964).
Ferguson, C. A. (1971) Language Structure and Language Use. Selección e intro­
ducción de A. S. D il . Standford, Calif.: Standford University Press.
[F ernández G onzález, A. R., H ervás, S. & B áez, V. (1977) Introducción a la semán­
tica. Madrid: Cátedra.]
[ F e r r a t e r M o r a , J. (1 9 7 9 ) Diccionario de filosofía, 6.a ed., 4 vols. Madrid: Alian­
za Editorial.]
Fink, S. R. (1977) Aspects of a Pedagogical Grammar Based on a Case Grammar
and Valence Theory. Tübingen: Niemeyer.
Fir t h , J. R. (1957) Papers in Linguistics 1934-51. Lorfdon: Oxford University Press.
Fischer -Jorgensen, E. (1 9 7 5 ) Trends in Phonological Theory: A Historical Intro-
duction. Copenhagen: Akademisk ForJag.
F i s h m a n , J. A. (1965) ‘Who speaks what language to whom and when’. La Linguis-
tique 2: 67-88. Revisado con el título de ‘The relationship between micro- and
macro-sociolinguisíics 'iri the study of who speaks what language to whom
and when’. En P r id e & H o l m e s (1972).
Fis h m a n , J. A. (comp. (1968) Readings in the Sociology of Language. The Hague:
Mouton.
Fis h m a n , J. A. (1970) Sociolinguistícs: A B rief Introduction. Rowley, Mass.: New-
bury House.
F is h m a n , J. A. (1972a) The Sociology of Language. Rowley, Mass.: Newbury House.
[Edición en español (1979) Sociología del lenguaje. Madrid: Cátedra.]
Fis h m a n , J. A. (comp.) (1972b) Advances in the Sociology of Language, 2 vols.
The Hague: Mouton.
F is h m a n , J. A. (1972c) Language and Nationalism. Rowley, Mass.: Newbury House.
Fis h m a n , J. A., Ferguson, C. A. & Das G upta, J. (comps.) (1968) Language Problems
of Developing Nations. New York: Wiley.
Flechter , Paul & G arman, M ichael (comps.) (1979) Language Acquisition. Cam­
bridge: Cambridge University Press.
Fodor, J. A. (1975) The Language of Thought. New York: Crowell & Hassocks,
Sussex: Harvester.
F odor, J. A. & Katz, J. J. (comps.) (1964) The Structure of Language: Readings
in the Philosophy of Language. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
F odor, J. D. (1977) Semantics: Theoríes o f Meaning in Generative Linguistics. New
York: Crowell & Hassocks, Sussex: Harvester.
[F ontaine, J. (1980) E l Círculo Lingüístico de Praga. Madrid: Gredos.]
[F oucault, M. (1966) Les mots et les choses. París: Gallimard. Edición española
(1968) Las palabras y las cosas. México: Siglo X X I.] :'¿
* F owler , R. (1964) Understanding Language: An Introduction to Linguistics. Lon­
don: Routledge & Kegan Paul.
F owler , R. (com p.) (1966) Essays on Style and Language. London: Routledge &
Kegan Paul.
[F rancescato, G. (1971) E l lenguaje infantil. Barcelona: Península.]
Francis, W. N. (1867) The English Language: An Introduction. London: English
Universities Press.
Freeman, D. C. (com p.) (1970) Linguistics and Literary Style. N ew York: Holt,
Rinehart & Winston.
Friedrich , P. (1968) ‘ Structural implications o f Russian pronominal usage’. En
B r ig h t (1968).
Friedrich , P. (1972) ‘ Social context and semantic feature: the Russian pronomi­
nal usage’. En G umperz & H ymes (1972).
Fríes, C. C. (1952) The Structure of English. An Introd uction to theConstruction
o f English Sentertces. New York: Harcourt Brace.
* From kin , V. & R odman, R. (1974) An Introduction to Language, 2.“ ed. New York:
Holt, Rinehart & Winston. (1.* ed., 1974.)
Fry , D. B. (1977) H om o Loquens. Cambridge: Cambridge University Press.
Fry , D. B. (1979) The Physics o f Speech. Cambridge: Cambridge University Press.
Fudge, E. C. (1970) ‘ Phonology’. En L yons (1970).
F udge, E. C. (com p .) (1973) Phonology. Harmondsworth: Penguin.
G aeng, P. A. (1971) Introduction to the Principies of Language.N ew York: Har-
per & Row.
[G alm ich e , M. (1975) Sémantique générative. París: Larousse. Edición española
(1980) Semántica generativa. Madrid: Gredos.]
[G arcía Y ebra, V. (1982) Teoría y práctica de la traducción, 2 vols. Madrid:
Gredos.]
[G arde, P. (1972) E l acento. Buenos Aires: EUDEBA.]
Garvín , P. L. (com p.) (1964) A Prague School Reader o f Aesthetics, Literary Struc­
ture and Style. Washington, DC: Georgetown University Press.
[G arvín , P. L. (1972) On Machine Translation. The Hague: Mouton.]
[G eckeler, H. (1971) Strukturelle Semantik und Wortfeldtheorie. München: Wil-
helm Fink. Edición en español (1976) Semántica estructural y teoría del campo
léxico. Madrid: Gredos.]
Gelb, I. J. (1963) A Study o f Writing, 2.a ed. Chicago: University o f Chicago Press.
(1.* ed., 1952.) [Edición en español (1976) Historia de la escritura. Madrid:
Alianza Editorial.]
G elb, I. J. (1976) ‘Writing, Forms o f’. Encyclopaedia Britannica, 15.* ed.
G iglioli , P. P. (comp.) (1972) Language and Social Context. Harmondsworth: Pen­
guin.
G iles , H. (comp.) (1977) Language',. Ethnicity and Social Context. London: Acade-
mic Press.
[G il í Gaya, S. (1961) Elementos de fonética general. Madrid: Gredos.]
G im so n , A. C. (1970) Introduction to the Pronunciation of English, 2.* ed. London:
Amold.
* G leason, H. A. (196J) Introd uction to Descriptive Linguistics, 2.* ed. N ew York:
H olt Rinehart. (1.* ed., 1955.) [Edición en español (1970) Introducción a la lin­
güística descriptiva. Madrid: Gredos.]
G oody, E. N. (com p.) (1978) Questions and Politeness: Strategies in Social Interac-
tion. Cambridge: Cambridge University Press.
G oody, J. (1968) Literacy in Tradicional Societies. Cambridge; Cambridge Univer­
sity Press.
G oody, J. & W att, I. (1962) 'The consequences o f literacy’. Comparative Studies
in Society and History 5: 304-26; 332-45. Extractos en G iglioli (1972).
[G randa, G. de (1978) Estudios lingüísticos hispánicos, afrohispánicos y criollos.
Madrid: Gredos.]
G reenberg, J. (1968) Anthropological Linguistics. New York. Random House.
G reenberg, J. (1971) Language, Culture and Communication. Selección e introduc­
ción de A. S. D il . Standford, Calif.: Standford. University Press.
G reene, J. (1972) Psycholinguistics: Chomsky and Psychology. Harmondsworth:
Penguin.
[G reimas , A. J. (1970) La semántica estructural. Madrid: Gredos.]
[G reimas , A. J. (1973) En torno al sentido. Ensayos semióticos. Madrid: Fragua.]
[G uitart, J. M. & R oy, J. (comps.) (1980) La estructura fónica de la lengua caste­
llana. Fonología, m orfología, dialectología. Barcelona: Anagrama.]
G umperz , J. J. (1971) Language in Social Groups. Selección e introducción de
A. S. D il . Standford, Calif.: Standford University Press.
G umperz , J. J. & H ymes, D. E. (comps.) (1972) Directions in Sociolinguistics: The
Ethnography of Communication. New York: Holt, Rinehart & Winston.
H aas, W. (1976) ‘Writing: the basic options’. En H aas, W. (comp.) W riting without
Letters. Manchester: Manchester University Pre^s.
H acking, I. (1975) Why Does Language M atter to Philosophy? Cambridge: Cam­
bridge University Press. [Edición en español (1979) ¿Por qué el lenguaje im por­
ta a la filosofía? Buenos Aires: Editorial Sudamericana.]
[H adlich , R. L. (1973) Gramática transformativa del español. Madrid: Gredos.]
[H agége, C. (1981) La gramática generativa. Reflexiones críticas. Madrid: Gredos.]
[H ála, B. (1966) La sílaba. Su naturaleza, su origen y sus transformaciones. Ma­
drid: CSIC.]
H ale, K. (1971) ‘A note on a Walbiri tradition of antonymy’. En Steinberg & Ja-
kobovits (1971).
H all, R. A. (1964) Introductory Linguistics. Philadelphia & New York: Chilton
Books.
H all, R. A. (1968) An Essay on Language. Philadelphia & New York: Chilton Books.
H alliday, M. A. K. (1970) ‘Language structure and language function’. En L yons
(1970).
H alliday, M. A. K. (1973) Explorations in the Functions of Language. London: Ar-
nold.
H alliday, M. A. K. (1976) System and Function in Language: Selected Papers, comp.
por G. R. Cress. London: Oxford University Press.
H alliday, M. A. K. & M cI n to sh , A. (comps.) (1966) Patterns in Language: Papers
in General, Descriptive and Applied Linguistics. London: Longman.
H alliday, M. A. K., M cI nto sh , A. & Strevens, P. D. (1964) The Linguistic Sciences
and Language Teaching. London: Longmán.
* H amp , E. P., H ouseholder, F. W. & A usterlitz, R. (1966) Readings in Linguis­
tics II. Chicago: University o f Chicago Press.
H arman , G. (comp.) (1974) On Noam Chomsky: Selected Essays. New York: Dou-
bleday.
[H arris , J. W. (1975) Fonología generativa del español. Barcelona: Planeta.]
H arris , Z. S. (1951) Methods in Structural Linguistics. Chicago: University o f Chica­
go Press. (Reeditado con el título de Structural Linguistics, 1951.)
H augen, E. (1972) The Ecology of Language. Selección e introducción de A. S. Dil.
Standford, Calif.: Standford University Press.
H augen, E. (1973) ‘ Bilingualism, language contact, and immigrant languages in
the United States: A research report 1956-1970’. En Sebeok, T. A. (comp.)
Current Trends in Linguistics, vol. 10. The Hague: Mouton.
H a w k e s , T. (1977) Structuralism and Semiotics. London: Methuen.
H ayden, D. E., Al w o r t h , P. E. & T ate, G. (1967) Classics in Linguistics. N ew York:
Philosophical Library.
[H eger, K. (1974) Teoría semántica. Hacia una semántica moderna, II. Madrid:
Alcalá.]
H elbig , G. (c o m p .) (1971) Beitrage zur Valenztheorie. The H ague: Mouton.
H enderson, E. J. A. (1971) ‘ Phonology’. En M innis (1971).
H enle, P. (com p.) (1958) Language, Thought and Culture. Ann Arbor: University
Qf Michigan Press.
H ewes, G. W. (1877) ‘Language origin theories’. En Rumbaugh (1977).
[ H ie r r o S. P escador , J. (1980) Principios de filosofía del lenguaje. 1: Teoría de
tos signos, teoría de la gramática, epistemología del lenguaje. Madrid: Alian­
za Universidad.]
[H ierro S. Pescador, J. (1982) Principios de filosofía del lenguaje. 2: Teoría del
significado. Madrid: Alianza Universidad.]
* H ill , A. A. (1958) Introduction to Linguistic Structures. New York: Harcourt,
Brace & Co.
H inde , R. A. (com p.) (1972) Non-Verbal Communication. London & N ew York:
Cambridge University Press.
[H jelmslev, L. (1968) E l lenguaje. Madrid:. Gredos.]
* H ockett, C. F. (1958) A Course in Modern Linguistics. New York: Macmillan. [Edi­
ción en español (1971) Curso de lingüística moderna. Buenos Aires: EUDEBA.]
H ockett, C. F. (1960) ‘Logical considerations in the study of animal communica­
tion’. En Lanyon , W. E. & Tavolga, W. N. (comps.) Animal Sounds and Commu­
nication. Washington, DC.: American Institute of Biological Sciences. Reedita­
do en H ockett, C. F. (1977) The View from Language: Selected Essays 1948-
1974. Athens, Georgia: University o f Georgia Press.
H ockett, C. F. & Altmann, S. (1968) ‘A note on design fea tures’. En Sebeok (1968).
* H ogins, J. B. & Y arber, R. E. (comps.) (1969) Language: An Introductory Reader.
New i York: Harper & Row.
H o u e r , H . (comp.) (1954) Language in Culture. Chicago: University of Chicago.
H o ok , SI (comp.) (1969) Language and Philosophy. New York: New York Univer­
sity Press.
[H ormann, H. (1973) Psicología del lenguaje. Madrid: Gredos.]
[H ormann, H. (1982) Querer decir y entender. Madrid: Gredos.]
H o u g h , G. (1969) Style and Stylistics. London: Routledge & Kegan Paul.
H ouseholder, F. W. (1971) Linguistic Speculations. Cambridge: Cambridge Uni­
versity Press.
H ouseholder, F. W. (comp.) (1972) Syntactic Theory 1: Structuralism. Selected
Readings. Harmondswerth: Penguin.
H uddleston, R. (1976) An Introduction to English Transformational Syntax. Lon­
don: Longman.
H udson, R. A. (1971) English Complex Sentences: An Introduction to Systemic
Grammar. Amsterdam: Nord Holland.
H udson, R. A. (1976) Árguments fo r a Non-transformational Grammar. Chicago:
University o f Chicago Press.
H udson, R. A. (1980) Sociolinguistics. Cambridge: Cambridge University Press.
H ughes , A. & Trudgill, P. (1979) English Accents and Dialects: An Introduction
to Social and Regional Variation in British English. London: Amold.
* H ungerford, H., R obinson, J. & Sledd, J. (1970) English Linguistics: An In tro-
ductory Reader. Glencoe, 111.: Scott, Foresman.
H yman , L. (1975) Phonology: Theory and Analysis. New York: Holt, Rinehart &
Winston.
Hymes, D. H. (comp.) (1964) Language in Culture and Society. New York: Har­
per & Row.
H ymes, D. H. (comp.) (1971) Pidginization and Creolization o/ Language. Cambridge:
Cambridge University Press.
H ymes, D. H. (1977) Foundatiotis in Sociolinguistics: An Ethnographic Approach.
London: Tavistock Publications. (Edición norteamericana (1974). Philadelphia:
University o f Philadelphia Press.)
International Phonetic Association (1949) Principies of the International Phone-
tic Association, ed. corregida. London: International Phonetic Association.
[ I ordan, I. (1967) Lingüística románica. Evolución, corrientes, métodos. Reelabo­
ración parcial y notas de M. Alvar. Madrid: Alcalá.]
[ I ordan, I. & Manoliu , M. (1972) Manual de lingüística románica, 2 vols. Revisión,
reelaboración parcial y notas de M. Alvar. Macjfid: Gredos.]
Ivic, M. (1965) Trends in Linguistics. The Hague: Mouton.
Ja c o b s , R. A. & Rosenbaum, P. S. (comps.) (1970) Readings in English Transforma­
tional Grammar. Waltham, Mass.: Ginn & Co.
Jakobovits, L. A. & M irón , M. S. (1967) Readings in the Psychology o f Language.
Englewood Cliffsf~NJ: Prentice Hall.
Jakobson, R. (1966) ‘On linguistic aspects of translation’. En B rower (1966).
Jakobson, R. (1973) Six lepons sur le son et le sens (con un prefacio de C. Lévi-
Strauss). París: Minuit. (Traducción inglesa (1978) Six Lectures on Sound and
Meaning. Hassocks, Sussex: Harvester.)
Jespersen, O. (1909-49) A M odem English Grammar on H istorical Principies. Heidel-
berg: Winter & Copenhagen: Munksgaard.
Jespersen, O. (1922) Language: Jts Nature, Development and Origin. London: Alien
& Unwin.
Jo h n so n , N ancy A. (com p.) (J1976) Current Topics in Language. Cambridge, Mass.:
Winthrop.
Jo h n so n -Laird, P. N. & W ason, P. C. (comps.) (1977) Thinking: Readings in Cogni-
tive Science. Cambridge: Cambridge University Press.
Jones, D. (1975) An Outline of English Phonetics, 9.“ ed. Cambridge: Cambridge Uni­
versity Press.
Jones, W. E. & Laver, J. (comps.) (1973) Phonetics in Linguistics. London: Longman.
* Joos, M. (comp.) (1966) Readings in Linguistics -I. Chicago: University o f Chicago
Press. (1.a ed., 1957).
K empson, R. M. (1977) Semantic Theory. London & New York: Cambridge Univer­
sity Press. [Edición en español (1982) Teoría semántica. Barcelona: Teide.]
K enstowicz , M. & K isseberth , C. (1979) Generative Phonology. Bloomington &
London: Indiana University Press.
K eyser, S. J. & Postal, P. M. (1976) Beginning English Grammar. N ew York &
London: Harper & Row.
K lima , E. & B ellugi, U. (1978) The Signs o f Language. Cambridge, Mass.: Harvard
University Press.
[K onrad K oerner, E. F. (1982) Ferdinand de Saussure. Génesis y evolución de su
pensamiento en el marco de la lingüística occidental. Madrid: Gredos.]
K outsoudas, A. C. (1966) W riting Transformational Grammars. N ew York: McGraw-
Hill.
Labov, W. (1972) Sociolinguistic Patterns. Philadelphia: University o f Philadelphia
Press & Oxford: Blackwell.
L adefoged, P. (1962) Elements o f Acoustic Phonetics. Chicago & London: Chicago
University Press.
L adefoged, P. (1974) ‘Phonetics’. En Encyclopaedia Britannica, 15.* ed.
Ladefoged, P. (1975) A Course in Phonetics. New York: Harcourt Brace Jovanovich.
L añe, M. (comp.) (1970) Structuralism : A Reader. London: Cape.
Langacker, R. W. (1968) Language and its Structure, 2* ed. N ew York: Harcourt,
Brace & World.
Langacker, R. W. (1972) Fundamentáis of Linguistic Analysis. N ew York: Harcourt
Brace Jovanovich.
[L apesa, R. (1980) H istoria de la lengua española, 8* ed. refundida y muy aumen­
tada. Madrid: Gredos.]
L ass, R. (comp.) (1969) Approaches to H istorical English Linguistics: An Anthol-
ogy. New York: Holt, Rinehart & Winston.
Laver, J. & H utcheson , S. (1972) Communication in Face to Face Interaction.
Harmondsworth: Penguin.
Lawton , D. (1968) Social Class, Language and Education. London: Routledge &
K e g a n P a u l.
Leech, G. N . (1 9 6 9 ) A Linguistic Guide to English Poetry. London: Longman.
L eech , G. N. (1 9 7 1 ) Semantics. Harmondsworth: Penguin. [Edición en español
(1 9 7 7 ) 'Semántica. Madrid: Alianza Editorial.]
L eech , G. N. (1976) Meaning and the English Verb. London: Longman.
Le h m a n n , W. P. (1973) H istorical Linguistics: An Introduction, 2.* ed. N ew York:
Holt, Rinehart & Winston. [Edición en español de la 1.* ed. (1969) Introduc­
ción a la lingüística histórica. Madrid: Gredos.]
L enneberg, E. H. (1967) Biological Foundations of Language. New York: Wiley.
[Edición en español (1975) Fundamentos biológicos del lenguaje. Madrid: Alianza
Editorial.]
[L enneberg, E. H. & L enneberg, E. (comps.) (1982) Fundamentos del desarrollo del
lenguaje. Madrid: Alianza Universidad.]
rC“ Y’ .G- (1970) A Survey o f Structural Linguistics. London: Faber & Faber.
rcH 'C- D italiana original (1966) La lingüistica strutturale. Torino: Einaudi.)
í t u ic ió n en español (1971) La lingüistica-estructural. Barcelona: Anagrama.]
LEROY, M. (1963) Les grands courants de la linguistique modeme. Bruxelles &
Pans: Presses Universitaires. (Edición inglesa (1967) The Main Trends in Mod-
ern Linguistics. Oxford: Blackwell.) [Edición en español (1974) Las grandes co-
m entes de la lingüística moderna. México: Fondo de Cultura Económica.]
Levinson, S. (1981) Pragmatics. Cambridge: Cambridge University Press.
eberman, P- (1975) On the Origin's of Language: An Introduction to the Evolu-
tion o f Human Speech. N e w York: Macmillan.
L inden , E. (1976) Apes, M an and Language. London & New York: Penguin. (Pu­
blicado inicialmente en N e w York: Dutton, 1975).
°YD. B. B. (comp.) (1972) Perception and Cognition: A Cross Cultural Perspec-
tive. Harmondsworth: Penguin.
L o c k w o o d , D. G. (1972) In trod u ction to Stratificational Linguistics. New York:
Harcourt Brace.
L ongacre, R. E. (1964) G ram m a r Discovery Procedures: A Field Manual. The Hague:
Mouton.
[L o ra B la n c h , J. M. (1968) E l español de América. Madrid: Alcalá.]
LJLopez M orales, H. (1974) In trod u cció n a la lingüística generativa. Madrid: Alcalá.]
[ López M orales, H. (com p .) (1983) Introducción a la lingüística actual. Madrid:
Playor.]
L ounsbury , F. L. (1969) ‘ Language and culture’. En Hook (1969).
ve, G. A. & P ayne , M. (com ps.) (1969) Contemporary Essays on Style. Glenview,
111.: Scott, Foresman.
L yons , J. (1962) ‘ Phonem ic and non-phonemic phonology’. International Journal of
Am erican Linguistics 28: 127-33. Reeditado en Jones & L aver (1973).
L yons , J. (1968) In tro d u c tio n to Theoretical Linguistics. London & New York:
Cambridge U niversity Press. [Edición en español (1970) Introducción en la
lingüística teórica. Barcelona: Teide.]
L yons , J. (com p.) (1970) N ew Horizons in Linguistics. Harmondsworth: Penguin.
[Edición en español (1975) Nuevos horizontes de la lingüística. Madrid: Alianza
Editorial.]
L yons , J. (1974) ‘Linguistics’. En Encyclopaedia Britannica, 15.a ed.
L yons, J. (1977a) Chom sky, 2s ed. London: Fontana & New York: Viking/Penguin
( l . “ ed., 1970). [E d ic ió n en español (1974) Chothsky, 2.* ed. Barcelona: Grijalbo.]
Ly o n s , J. (1977b) S em antics, 2 vols. London & N ew York: Cambridge University
Press. [E dición en español (1980) Semántica. Barcelona: Teide.]
L yons , J. (1980) ‘ Pronouns o f address in Anna Karenina: the stylistics of bilin-
gualism and the im p ossib ility o f translation’. En G reenbaum, S., L eech , G. &
Svartvik , J. (co m p s.) Studies in English Linguistics: For Randolph Quirk. Lon­
don: Longman.
L y o n s , J. (1981) Language, Meaning and Context. London: Fontana/Collins. [E di­
ción en español- (.1983) Lensuaie, singnificado y contexto. Barcelona & Buenos
Aires: Paidós.]
M ackey, W. F. (1965) Language Teaching Analysis. London: Longman.
M akkai, V. B. (1972) Phonological Theory, Evolution and Current Practice. New
York: Holt, Rinehart & Winston.
M a kk ai, V. B. & L o c k w o o d , D. G. (com ps.) (1973) Readings in Stratificational
Linguistics. Alabama: University of Georgia Press.
M almberg, B. (1963) Phonetics. New York: Dover. [Edición en español (1972) La
fonética, 5.a ed. Buenos Aires: EUDEBA.]
M almberg, B. (1964) New Trends in Linguistics. Stockholm: Naturmetodens Spra-
kinstitut. [Edición en español (1968) Los nuevos caminos de la lingüística.
México: Siglo X X I.]
Malmberg, B. (comp.) (1968) A Manual of Phonetics. Amsterdam: North Holland.
[* M almberg, B. (1982) Introducción a la lingüística. Madrid: Cátedra.]
[ M a n o l i u , M. (1978) E l estructuralismo lingüístico. M adrid : C átedra.]
[M arcos M arín , F. (1978) Estudios sobre el pronombre. Madrid: Gredos.]
[M arcos M arín , F. (1979) Reform a y modernización del español. Madrid: Cátedra.]
[M artin , R. M. (1976) Verdad y denotación. Madrid: Tecnos.]
Martinet, A. (1949) Phonology as a Functional Phonetics. London: Oxford Univer­
sity Press. [Edición en español (1972) La fonología como fonética funcional.
Buenos Aires: Rodolfo Alonso Editor.]
* M artinet, A. (1960) Eléments de linguistique générale. París: Colin. [Edición en
español (1962) Elementos de lingüística general, Madrid: Gredos.]
M artinet, A. (1962) A Functional View of Language. Oxford: Clarendon Press. [Edi­
ción en español (1971) E l lenguaje desde el punto de vista funcional. Madrid:
Gredos.]
[M artinet, A. (1974) Economía de los cambios fonéticos (Tratado de fonología
diacrónica). Madrid: Gredos.]
[M artinet, A. (1983) Evolución de las lenguas y reconstrucción. Madrid: Gredos.]
[M artínez Celdrán, E. (1975) Sufijos nominalizadores del español. Barcelona: Edi­
ciones de la Universidad de Barcelona.]
IM Á rtíñ ez CeldrXn, E. (1984) Fonética. Barcelona: Teide.]
M atthews , P. "H. (197A) M orphólógy: An Introduction to the Theory o f Word Struc-
ture. London & New York: Cambridge University Press. [Edición en español
(1980) M orfología. Introducción a la teoría de la estructura de la palabra.
Madrid: Paraninfo.]
Matthews , P. H. (1979) Generative Grammar and Linguistic Competence. London:
Allen & Unwin.
M atthews , P. H. (1981) Syntax. Cambridge: Cambridge University Press.
McN eill, D. (1970) The Acquisition o f Language: The Study of Developmental
Pysicholinguistics. New York: Harper & Row.
M iller, G. A. (1967) The Psychology of Communication: Seven Essays. New York:
Basic Books.
[M iller, G. A. (1969) Lenguaje y comunicación. Buenos Aires: Amorrortu.]
M iller , G. A., G alanter, E. & P ribram , K. H. (1960) Plans and the Structure of
Behavior. N ew York: Holt, Rinehart & Winston.
* M in n is , N. (comp.) (1971) Linguistics at Large. London: Gollancz.
M insky, M. L. (comp.) (1968) Semantic Inform ation Processing. Cambridge, Mass.:
M IT Press.
M o h r m a n n , C., S ommerfelt, A. & W h a t m o u g h , J. (comps.) (1961) Trends in Eu-
ropean and American Linguistics 1930-1960. Utrecht & Antwerpen: Spectrum.
[M oorhouse , A. C. (1961) H istoria del alfabeto. México & Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica.]
M orton, J. (comp.) (1971) Biological and Social Factors in Psyckolinguistics. Lon­
don: Logos/Elek Books.
[M ounin , G. (1969a) Saussure. Presentación y textos. Barcelona: Anagrama.]
[M ounin , G. (1969b) Claves para la lingüística. Barcelona: Anagrama.]
[M ounin , G. (1971) Los problemas teóricos de la traducción. Madrid: Gredos.]
[M ounin , G. (1972) Introducción a la semiología. Barcelona: Anagrama.]
N a s h , W. (1971) Our Experience of Language. London: Bastford.
[N avarro T omás, T. (1961) Manual de pronunciación española, 10.' ed. Madrid: CSIC.]
[N avarro T omás, T. (1966) Estudios de fonología española. New York; Las Amé-
ricas.]
[N avarro T omás, T. (1974) Manual de entonación española, 4* ed. Madrid: Gua­
darrama.]
[N ewmeyer, F. J. (1982) E l prim er cuarto de siglo de la gramática generativo-
tranformatoria (1955-1980). Madrid: Alianza Universidad.]
N ida, E. A. (1945) ‘Linguistics and ethnology in translation-problems’. Word 1:
194-208. Reeditado en H ymes (1964).
N ida, E. A. (1949) Morphology: The Descriptive Analysis of Words, 2.* ed. Ann
Arbor: University o f Michigan Press.
N ida, E. A. (1964) Towards a Science of Translating. W ith Special Reference to
Principies and Procedures ¡nvolved in Bible Translating. Leiden: Brill.
N ida, E. A. (1966) ‘ Principies of translation as exemplified by Bible translating'
En B rower (1966).
N ida, E. A. & Taber, C. R. (1969) The Theory and Practice of Translation. Leiden:
Brill.
N ilsen , D. L. F. & N ilsen, A. P. (1975) Semantic Theory: a Linguistic Perspective.
Rowley, Mass.: Newbury House.
[N inyoles , R. L. (1975) Estructura social y política lingüística. Valencia: Fernando
Torres.]
[Ñ ique, C. (1977) Introducción metódica a la gramática generativa. Madrid: Cá­
tedra.]
N orman, F. & S ommerfelt, A. (comps.) (1963) Trends in Modern Linguistics. Utrecht
& Aritwerpen: Spectrum.
O’Connor , J. D. (1973) Phonetics. Harmondsworth: Penguin.
O ldfield, R. C. & M arshall , J. C. (comps.) (1968) Language: Selected Readings.
Harmondsworth: Penguin.
Olshewsky , T. A. (comp.) (1969) Problems in the Philosophy o f Language. New
York & London: Holt, Rinehart & Winston.
Osgood, C. E., M ay, W. H. & M irón , M. S. (1975) Cross-Cultural Universals of
Affective Meaning. Urbana, Chicago & London: Chicago University Press.
Palmer, F. R. (comp.) (1970) Prosodic Analysis. London: Oxford University Press.
P almer, F. R. (1971) Grammar. Harmondsworth: penguin.
Palmer, F. R. (1974) The English Verb. London: Longman.
Palmer , F. R. (1976) Semantics: A New Outlíne. Cambridge:Cambridge Univer­
sity Press.
Paul , H. (1920) Prinzipien der Sprachgeschichte, 5.* ed. Tübingen: Niemeyer. Tra­
ducción inglesa 'de la 2.* ed. (1890) Principies of Language History. London.
Reeditado y corregido en Maryland: McGrath, 1970.
[P écheux , M. (1975) Hacia el análisis automático del discurso.. Madrid: Gredos.]
[P etofi, J. S. & García B errio , A. (1979) Lingüística del texto y crítica literaria.
Madrid: A. Corazón.]
[P iaget, J. (1966) La form ación del sím bolo en el niño, 2.a ed. México: Fondo de
Cultura Económica.]
Piaget, J. (1968) Le structurálisme. París: Presses Universitaires de France. Tra­
ducción inglesa (1971) Structuralism. London: Routledge & Kegan Paul. [Edición
en español (1961) E l estructuralismo. Buenos Aires: Proteo.]
P iattelli-Palmarini, M. (1979) Théories du langage. Théories de Vapprentissage.
Le débat entre Jean Piaget et Noam Chomsky. Paris: Seuil. Traducción inglesa
(1980) Language and Learning: The. Debate between Jean Piaget and Noam
Chomsky. Boston: Harvard University Press. London: Routledge & Kegan Paul.
[Edición en español (1983) Teorías del lenguaje. Teorías del aprendizaje. E l
debate entre Jean Piaget y Noam Chomsky. Barcelona: Editorial Crítica.]
[P illeux, M. & U rrutia, H. (1982) Gramática transformacional del español. Ma­
drid: Alcalá.]
P otter, S. (1950) Our Language. Harmondsworth: Penguin.
* P otter, S. (1967) Modern Linguistics, 2.a ed. London: Oxford University Press.
[* P ottier, B. (1977) Lingüistica general. Madrid: Gredos.]
[P ottier, B. (1983) Semántica y lógica. Madrid: Gredos.]
P outsma, H. (1926-1929) A Grammar o f Late Modern English. Groningen: Nourd-
hoff.
Premack, D. (1977) Intelligence in Ape and Man. New York: Wiley.
Pride, J. B. (1971) The Social Meaning o f Language. London: Oxford University
Press.
Pride, J. B. & H olmes, J. (comps.) (1972) Sociolinguistics. Harmondsworth: Penguin.
[Q u ilis , A. (1981) Fonética acústica de la lengua española. Madrid: Gredos.]
Quirk, R. (1968) The Use o f English, 2 “ ed. London: Longman. (1.* ed., 1962.)
Q uirk , R„ G reenbaum, S., L eech , G. N. & S vatvik, J. (1972) A gram m ar of Contem-
porary English. London: Longman.
R eibel, D. A. & Schane , S. E. (comps.) (1969) Modern Studies it\ English: Readings
in Transformational Grammar. Englewood Cliffs, NJ: Preniice Hall.
[R e nzi , L. (1982) Introducción a la filología románica. Madrid: Gredos.]
R it c h ie , G. D. (1980) Computational Grammar. Brighton, Sussex: Haryester & To-
towa, NJ: Bames & Noble.
R obey, D. (comp.) (1973) Structuralism. London: Oxford University Press.
R obins, R. H. (1971)‘The structure o f language’. En M innis (1971).
R obins , R. H. (1974) ‘Language’. En Encyclopaedia Britannica, 15.a ed.
* R obins , R. H. (1979a) General Linguistics: An Introductory Survey, 3.a ed. London:
Longman. (1.a ed., 1964.) [Edición en español (1971) Lingüística general. Ma­
drid: Gredos.]
R obins, R. H. (1979b) A Short H istory of Linguistics, 2.' ed. London: Longman.
(1.a ed., 1967.) [Edición en español (1974) Breve historia de la lingüística.
Madrid: Paraninfo.]
R obinson , D. F. (comp.) (1975) Workbook fo r Phonological Analysis, 2.a ed. Huntiñg-
don Beach, Calif.: Summer Institute o f Linguistics. (1.a ed., 1970.)
R obinson , W. P. (1972) Language and Social Behaviour. Harmondsworth: Penguin.
R o s c h , E. (1973) ‘On the intemal structure o f perceptual and semantic catego-
ries’. En M oore, T. E. (com p.) Cognitive Development and the Acquisition of
Language. London & New York: Academic.
R osch , E. (1974) ‘Linguistics relativity’. En Silverstein, E. (comp.) Human Com-
munication. Hillsdale: Erlbaum. Reeditado en Joh nson -Laird & W ason (1977).
R o sc h , E. (1975) ‘Universals and cultural specifics in human categorization’. En
B rislin , R., L onner, W. & B ochner , S. (comps.). Cross-Cultural Perspectives
in Leaming. New York: John Wiley.
R osc h , E. (1976) ‘ Classification o f real world objects: origins and representations
in cognition'. En Jo h n so n -Laird & W ason (1977).
R osen, H. (1972) Language and Class: A Critical Look at the Theories o f Basil
Bernstein. Bristol: Falling Wall Press.
R ubín , J. & S h u y , R. (comps.) (1973) Language Planning: Current Issues and Re­
search. Washington, DC: Georgetown University Press.
R umbaugh , D. M. (comp.) (1977) Language Learning by a Chimpanzee. London &
New York: Academic.
R ussell, C. & R ussell, W. M. S. (1971) ‘ Language and animal signáis’. En M innis
(1971)
R yle, G. (1949) The Concept o f Mind. London: Hutchinson. (Reeditado en Har­
mondsworth: Penguin.)
Samarin , W. J. (1967) Fieíd Linguistics. New York: Holt, Rinehart & Winston.
S ampson , G eoffrey (1975) The Form o f Language. London: Weidenfeld & Nicolson.
Sampson, Geoffrey (1980) Making Sense. Oxford: Oxford University Press.
[S ánchez de Z avala, V. (com p.) (1976) Estudios de gramática generativa. Barcelona:
Labor.]
[SAnch e z de Z avala, V. (1982) Funcionalismo estructural y generativismo. Madrid:
Alianza Universidad.]
S anders, Carol (1979) Cours de linguistique générale de Saussure. París: Ha-
chette.
Sapir , E. (1921) Language. N ew York: Harcourt Brace. [Edición en español (1962)
E l lenguaje, 2.* ed. México. Fondo de Cultura Económica.]
S apir , E. (1947) Selected W ritings in Language, Culture and Personality. Compila­
dos por D. G. Mandelbaum. Barkeley & Los Angeles: University o f California
Press.
Saporta, S. (com p.) (1961) Psycholinguistics. A Book of Readings. En colaboración
con J. B astían. New York: Holt, Rinehart & Winston.
Saussure, F. de (1916) Cours de linguistique générale. París: Payot. Edición crítica
de De Mauro, 1978. Traducción inglesa: Course in General Linguistics. New
York: McGraw, 1959 London: Peter Owen, 1960. [Edición en español (1942)
Curso de lingüística general. Buenos Aires: Losada.]
Savory, T. (1957) The A rt o f Translation. London: Cape.
[S chaff , A. (1967) Lenguaje y conocimiento. México: Grijalbo.]*
Sch ane , S. (1973) Generative Phonology. Englewoods Cliffs, NJ: Prentice Hall.
[Edición en español (1979) Introducción a la fonología generativa. Barcelona:
Labor.]
Sebeok, T. A. (comp.) (1960) Style in Language. Boston, Mass: M IT Press London:
Wiley. [Edición en español (1978) Estilo del lenguaje. Madrid: Cátedra.]
S ebeok, T. A. (com p.) (1968) Animal Communication: Techniques o f Study and
Residís o f Research. Bloomington: Indiana University Press.
S ebeok, T. A. (comp.)-(1974a) Current Trends in Linguistics, vol. 12. The Hague:
Mouton.
Sebeok, T. A. (1974b) ‘Semiotics: A survey o f the State o f the art’. En S ebeok
(1974a).
S ebeok, T. A. & Ramsey , A. (1969) Approaches to Animal Comunication. The Hague:
Mouton.
Sebeok, T. A., H ayes, A. S. & B ateson, M. C. (comps.) (1964) Approaches to Se-
miotics. The Hague: Mouton.
S h u y , R. W. & Fasold, W. (1973) Language Attitudes: Current Trends and Pros-
pects. Washington, DC: Georgetown University Press.
Sinclair , J. McH. (1972) A Course in Spoken English: Grammar. London: Oxford
University Press.
[S in g h , J. (1972) Teoría de la información, del lenguaje y de la cibernética. Ma­
drid: Alianza Universidad.]
Siple, P. (comp.) (1978) Understanding Language through Sign Language Research.
New York: Academic Press.
Skinner , B. F. (1957) Verbal Behavior. New York: Appleton Crofts.
Slobin, D. I. (1871) Psycholinguistics. Glenview, 111.: Scott, Foresmen.
S loman , A. (1978) The Computer Revolution in Philosophy: Philosophy, Science
and Models of Mind. Hassocks, Sussex: Harvester & New York: Humanities
Press.
* S m i t h , N. V. & W ilson , D. (1979) Modern Linguistics: The Result of the Choms-
kyan Revolution. Harmondsworth: Penguin. [Edición en español (1983) La lin­
güística moderna. Los resultados de la revolución de Chomsky. Barcelona:
Anagrama.]
S ommerstein , A. H. (1977) Modern Phonology. London: Amold. [Edición, en es­
pañol (1980) Fonología moderna. Madrid. Cátedra.]
* S o u t h w o r t h , F. C. & D aswani, C. J. (1974) Foundations of Linguistics. New
York: Macmillan.
Stam , J. H. (1977) Inquíres into the Origin o f Language: The Fate of a Question.
New York & London: Harper & Row.
Steinberg, D. D. & Jakobovits, L. A. (comps.) (1971) Semantics: An Interdiscipli-
nary Reader in Philosophy, Linguistics & Psychology. Cambridge: Cambridge
University Press.
Stockwell, R. P. (1977) Foundations of Syntactic Theory. Englewood Cliffs, NJ:
Prentice-Hall.
Stokoe, W. C. (1961) The Study of Sign Language. Silver Spring, Md.: National
Association fo r the Deaf.
Strang, B. M. H. (1970) A History of English. London: Methuen.
[S zemerényi, O. (1978) Introducción a la lingüística comparativa. Madrid: Gre­
dos.]
[S zemerényi, O. (1979) Direcciones de la lingüística moderna I : de Saussure a
Bloom field (1919-1950). Madrid: Gredos.]
[T alens, J. et alii (1978) Elementos para una semiótica del texto artístico. Madrid:
Cátedra.]
T esniére, L. (1959) Éléments de syntaxe structurale. París: Klincksieck.
T h orpe , W. (1974) Animal Nature and Human Nature. London: Methuen & New
York: Doubleday.
T odd, L. (1974) Pidgins and Creóles. London: Routledge.
Traugott, E. C. (1972) A H istory o f English Syntax. New York: Holt, Rinehart
& Winston.
[T rnka, B. et alii (1971) E l Círculo de Praga. Barcelona. Anagrama.]
T rubetzkoy , N. S. (1939) Grundzuge der Phonologie. Prague. Traducción inglesa:
Principies o f Phonology. Berkeley: University o f California Press. [Edición
francesa (1949) Principes de phonologie. París: Klincksieck. Edición en espa­
ñol (1974) Principios de fonología. Madrid: Cincel.]
T r u d g il l , P. (1974) Sociolinguistics: An Introduction. Harmondsworth; Penguin.
T r u d g il l , P. (1975) Accent, Dialect and the School. London: Arnold.
T r u d g i l l , P. (comp.) (1978) Sociolinguistics Patterns in British English. London:
Arnold.
[ T r u j i l l o , R. (1976) Elementos de semántica lingüística. Madrid: Cátedra.]
T u r n e r , G . W . (1973) Stytistics. Harmondsworth: Penguin.
T y l e r , S . A. (1969) Cognitive Anthropology. New York: Holt, Rinehart & Winston.
U l d a l l , H. J. (1944) ‘ Speech and writing’. Acta Lingüistica (Copenhagen) 4: 11-6.
Reimpreso en H a m p et alii (1966).
U l l m a n n , S. (1962) Semantics. Oxford: Blackwell. [Edición en español (1965) Se­
mántica. Madrid: Aguilar.]
U l l m a n n , S. (1964) Language and Style. Oxford: Blackwell. [Edición en español
(1977) Lenguaje y estilo. Madrid: Aguilar.]
V a c h e k , J. (1949) ‘ Some remarks on writing and phonetic transcription’. Acta
Lingüistica (Copenhagen) 5: 86-93. Reimpreso en H a m p et alii (1966).
V a c h e k , J. (comp.) (1964) A Prague School Reaáer in Linguistics. Bloomington:
Indiana University Press.
V a c h e k , J. (1966) The Linguistic School of Prague. Bloomington: Indiana Univer-
sity Press.
V a c h e k , J. (1 9 7 3 ) W ritten Languagej: General Problems and Problems of English.
The Hague: Mouton.
V a ld m a n , A . (comp.) (1 9 7 7 ) Pidgin and Creóle Languages. Bloomington: Indiana
University Press.
[ V á z q u e z - A y o r a , G. (1977) Introducción a la traductología. Washington DC: George-
town University Press.]
V i ld o m e c , V . (1963) Multilingualism. Leyden: Styhoff.
[ V i l l a r , F. (1971) Lenguas y pueblos indoeuropeos. Madrid: Istmo.]
V i l l i e r s , P. A. de & V i l l i e r s , J. G . de (1979) Early Language. London: Fontana/
Open Books.
W a l d r o n , R. A. (1979) Sense and Sense Development, 2.' ed. London: Deutsch.
(1.a ed., 1967.)
W e i n r e i c h , U. (1953) Languages in Contact. New York: Linguistic Cercle efe The
Hague: Mouton. [Edición en español (1974) Lenguas en contacto. Caracas: Uni­
versidad Central de Venezuela.]
W e s c o t t , R. W . (comp.) (1974) Language Origins. Silver Spring, Md: Línstok Press.
W h i t e l e y , W . H. (comp.) (1964) Language Use and Social Change: Problems of
Multilingualism with Special Reference to Eastern Africa. London: Oxford
University Press.
W h o r f , B. L. (1956) Language, Thought and Reality. Escritos selectos, editados
por J. B. Carroll. Cambridge, Mass.: M IT Press^New York: Wiley. [Edición en
español (1971) Lenguaje, pensamiento y realidad. Barcelona: Barral.]
W i d d o w s o n , H. G. (1974) 'Stylistics’. En A l l e n & C o r d e r (1975c).
W i d d o w s o n , H. G. (1976) Language in Education. London: Oxford University Press.
W i l k i n s , D. A. (1972) Linguistics in Language Teaching. London: Arnold.
W il k s , Y. A. (1972) 'Grammar, Meaning and the Machine Analysis o f Natural Lan­
guage. London: Routledge & Kegan Paul.
W i l l i a m s , R. (1976) Keywords: A Vocabulary of Culture and Society. London:
Fontana/Croom Helm.
W inograd, T. (1972) Understanding Natural Language. New York: Academic Press
& Edinburgh: Edinburgh University Press.
[W olff, P. (1971) Origen de las lenguas occidentales, 100-1500 d. C. Madrid: Gua­
darrama.]
[ * Y llera, A. et alii (1983) Introducción a la lingüistica. Madrid: Alhambra.]
Zabeeh , F., K lemke, E. D. & Jacobson, A. (comps.) (1974) Readings in Semantics.
Urbana, 111. & London: University o f Illinois Press.
Indice alfabético

á rab e , 13, 46, 167, 178, 282,


A b e rc ro m b ie , 82. alem án suizo, 246, 247. 283.
A b r a h a m s , 285. A lfa b e to F on ético In tern a ­ á ra b e clásico, 246.
acen to (d ia le c ta l), 13, 19, cion al, 60, 62-69. a rb itra rie d a d lin güística, 4,
20, 41, 233-240, 249, 251, alfabetizació n , 285. 7, 15-19, 90-94, 191, 192,
254-257. a ló fo n o s, 72, 77. 199.
acen to (fo n é tic o ), 71, 79-82, altern a n c ia vocálica, 175, á rb o l ro tu la d o , 105.
107, 124, 194. 176. A r d e n e r , 284.
a c e p ta b ilid a d , 51, 251. A l t m a n x , 25. A r is tó tele s , 41, 174, 188,
A c e ro , 228. alto alem án, 162, 163, 171, 208.
actos de h ab la , 123, 144. 172. a ristotelism o, 94.
a ctu ac ión lin güística, 8, A l v a r , 257. arm en io , 171.
140-143, 147, 181-183, 200, A l l e n , 53. a rm o n ía vocálica, 79.
201, 222-225. A l l e r t o n , 111. aseveración , 123-125, 143-
a d e c u ac ió n contextual, 139. A l l w o o d , 152. 149.
a d je tiv o , 95, 104, 105, 137. a m árico , 167. asim ilación , 179, 180.
A d le r , 285. a m b ig ü e d a d , 7, 256. asp iración , 64.
a d q u isic ió n de la lengua, an álisis a rtic u lato rio , vid. A u s t i n , 149, 150.
4-7, 16, 18, 22, 59, 93, 175, clasificación a rtic u lato ­ autoexp resió n , 124, 239.
182, 200, 212-222, 228, 248, ria.
263, 273, 279. an á lisis c o m p on en cial, 133, B a c h , 111.
a d q u is ic ió n d el len guaje, 134, 135. B/íe z , 151.
vid . aq u isic ió n de la len­ an álisis fon ém ico, 72, 75. B a i l e y , 257.
g ua. an á lisis fon o ló g ic o , 71, 72, b a jo alem án , 163, 246.
a d y acen cia, 106, 107. 80. B ak er , 111.
a fa sia , 228. a n a lo g ía , 173, 174, 182. B a r b e r , 184.
afija ció n , 90, 97, 102, 103. a n a lo g ism o , 175. B a s s o , 25, 285.
a fric a a n s, 21, 166. A n d e r s o n , 152. B a u g h , 184.
A í t c h i s o n , 25, 184, 227. a n g lo sa jó n , 157, 159, 160, B a u m a n , 285.
A k m ajian, 25, 52, 83, 111, 162, 163. B e c k m a n , 285.
228. a n o m a lía sem ántica, 141. b e h a v io rism o , vid. con du c-
A l a r c o s , 82. a n tigu o egipcio, 11. tism o.
a lb a n é s , 171. a n to n im ia, 134, 135. B e i n h a u e r , 257.
A lb e r t , 257. a n tro p o lo g ía , 52, 192, 193,
B e l l , 257.
a le m á n , 32, 41, 65, 92, 106, 231, 232, 262.
B e l l u g i , 25.
111, 112, 120, 136, 157, 161, a p r e n d i z a j e lin güístico,
162, 170-177, 196, 261, 268, vid. a d q u isició n de la b e n g alí, 245, 246.
274, 276. lengua. B e n v e n is t e , 184.
a le m á n e stá n d a r, 246, 247. A pr e s ja n , 112. B e r g e n h o l t z , 111.
B e r n á r d e z , 257. ceceo, 61. con cepto, 119, 120.
B e r l í n , 272, 273, 285. c éltico, 164, 166. conceptu alism o, 120.
B e r n s t e in , 249, 257. cerebro, 215-217, 226, 228. concordancia, 101, 139.
b ilin gü ism o , 179, 183, 241, cibernética, 226. condiciones veritativa s,
244-248, 264. ciencias del conocim iento, 136, 147-151.
B l a c k , 284. 208, 210, 226-228. C o n d il l a c , 23, 165, 225.
B LAREMORE, 228. ciencias naturales, 32, 34, conductism o, 4, 109, 198,
B l o c h , 3, 4. 37, 38, 227. 199, 209-211.
B l o o m f ie l d , 32, 33, 35, 100- ciencias sociales, 38, 211, con n otación , 130.
102, 133, 184, 188, 198, 199, 227, 232, 262. con ocim ien to lin gü ístico,
210, 211, 231, 255. C írcu lo Lin gü ístico de Pra­ 141, 262, 276, 279.
B o a s , 263, 269. ga, 75, 76, 83, 187, 192-195, consonantes, 64.
B o b r o w , 228. 202, 203, 252, 253. con stitu ción sintáctica, 99,
B o d e n , 228. C írcu lo d e Viena, 35. 101, 105, 112, 213.
B o l in g e r , 83. C l a r k , H . H., 25, 228, 274, constituyente, 99, 102, 106,
b re tó n , 242. 285. 107.
B r o s n a h a n , 82. C l a r k , E. V., 25, 228, 274, con stituyen tes d isconti­
B r o w e r , 285. 285. nuos, 106.
B r o w n , 25, 83, 111, 285. clases de form a, 94-98, 101, constituyentes in m ediatos,
b u e n a fo rm a c ió n lin güísti­ 103-105, 110, 112. 102, 103.
ca, 73, 81, 82, 139. clases de palabras, 92, 95. constituyentes term inales,
b ú lg a ro , 161: clasicism o, 263. 102, 106.
B u r l in g , 239, 257, 284, 285. clasificación articulatoria, constru cción sintáctica, 89,
B u r n e t t , J., 165. 65-68, 70. 92, 100, 108, 135, 140.
cláusula, 99-101. con stru cto teórico, 36, 48,
B u s t o s , 228.
cliché v id . frase hecha, 143.
B y n o n , 184.
cockney, 66, 233, 249. con ten id o d escrip tivo , 282.
cod ificabilid ad , 265, 267, c on ten id o p roposicion al,
285 145, 272.
c a lc o s d e traducción, 267,
c ód igo, 14, 249, 253, 257. con texto, 73, 88, 96, 102,
268, 281-283.
colocación, 140. 104, 122, 129, 130, 142-146,
calc o s léxicos, 282.
C o l l in s , 228. 249, 252, 255, 269, 280.
C a l l o w , 285. com peten cia com unicativa, con tex to d e enunciación,
c a m b ió d e cód igo, 244-248. 122, 145, 150, 196, 202.
249.
c a m b io f o n é t ic o , 171, 173, con torn o p ro só d ico , 91, 99,
com peten cia gram atical,
177-183. 101, 102, 140.
202.
c a m b io lin güístico, 10, 30, com peten cia lingüística, 7- con traste fun cion al, 72-76,
43, 47. 48, 157-184.
9, 37, 140-143, 147, 181-183, 193, 236, 252.
c a m p o sem ántico, 134, 270. 200, 201, 220, 222-225, 238, C o n t r e r a s , 83.
c an al de com un icación , 14,
246, 254, 263, 279, 281. con tro l de estím u lo, 7, 198,
15, 19, 24, 62, 142.
com peten cia pragm ática, 199.
c a n tid a d fon ológ ic a, 71, 79, 202. COOK, 111.
80, 194. com ponentes universales C o o p e r , 284.
C a r r o l l , 284. de sentido, 134. coord in ación, 99, 146.
C a s h d a n , 257. com p o rtam ien to lin gü ísti­ C o r d e r , 53.
c asos, 42, 97, 100, 137. co, 7-9, 30, 125, 130, 142, coreano, 280.
C a s s i r e r , 193. 144, 790-196, 200, 217, 2¿2, C o r n e il l e , 202.
c astella n o , (v id . tam bién 224, 267. corpus lin gü ístico, 37.
com portam ien to sem iótico, corresp on d en cia genética,
122.
e s p a ñ o l). 61, 65, 234.
167, 170, 171.
c ata lán , 167, 235.
com unicación, 3-7, 14. correferen cia, 146.
c a te g o ría flexiva, 92, 97,
com unicación anim al, 25. C o s e r iu , 25, 152.
100.
com unidad bilingüe, 244, crea tivid a d lin gü ística, 19,
c a te g o ría g ram atical, 94-
245. 198, 199, 263.
99, 112, 138, 139. com unidad lingüística, 8, crea tivid a d regulada, 198,
C a t f o r d . 82, 285. 265, 270, 271. 267.
c a u sa tiv id a d , 138. com unión fática, 124. C r i c k , 284.
criollizació n , 50, 183, 243. d e te rn in is m o lin güístico, entrada léxica, 126.
crio llo , 24, 158, 242-247, 257. 264, 266. enunciado, 4, 5, 8, 11, 18,
crítica litera ria, 38,193,280. d iacríticos, 60, 61,' 63. 19, 91, 101, 102, 121-125,
C r y s t a l, 25, 52, 82, 228, 257. diacronía, 30, 45-48, 189, 136, 139, 142-144, 146, 150,
CULICOVER, 111. 190, 193, 207. 194, 197, 198, 200, 223-225,
cultura, 23, 30, 179, 232, dialecto, 10, 11, 20-22, 233- 252-255.
238, 239, 256, 261-263. 240, 249-253, 257. epistem ología, 207, 208.
cultura K urgan, 164. d ialectología, 179. equivalen cia denotativa,
C u l l e r , 202, 257. diccionario, 88, 126, 127, 133.
131, 240. E r v in -T rip p , 257.
difusión cultural, 133, 275, escocés, 61, 234, 246.
C u rm e, 112. 279-284. escolástica, 94.
C h a m b e rs, 257. diglosia, 179, 183, 241, 244- escritura, 11, 78, 171.
C h a o , 25. 248, 253, 276. Escuela alejan drin a, 43.
C h a r n ia k , 228. D illa r d , 257. Escuela de Praga, vid.
C h a tm a n , 257. D i l lo n , 151. C írcu lo Lin gü ístico de
C h a u c e r , 159. D ’I n t r o n O; 111. Praga.
checo, 161, 194. D ik , 111. Escuela Lin gü ística de
cheli, 234. discreción sem iótica, 15, Lon dres, 79.
C h e r r y , 25. 17, 19, 192. eslavo, 162, 166.
chino. 2, 11, 21, 49, 77, 95, disposición parentética, eslovaco, 161.
97, 208. 110. español, 2, 8, 10, 13, 15, 17,
chino clásico, 11, 92. distribución, 72-74, 89, 96, 20. 31, 4042, 47-52,. 60-62,
C h o m s k y , 6-9, 16-19, 34, 37, 97, 101, 103-106, 126, 65, 66, 73-83, 88, 89, 92,
48, 49, 53, 78, 83, 90-94, 129. 93, 95-97, 100-107, 111, 119-
101, 104, 107-110, 192, 194, distribu ción com plem en ta­ 122, 126-133, 136-138, 140,
196-203, 208, 210-214, 218, ria, 73-75. 146, 148, 150, 157, 166-169,
221-225, 228, 231, 263, 267. d istribu cion alism o, 103, 173, 178, 180, 184, 196, 218,
104. 235, 239, 242, 245, 253-255,
D ittm a r, 257. 261, 265, 268-272, 274, 276,
D a h a l , 152. D ix o n , 267. 280-282.
d akotan o, 208. d ob lete e tim o ló gic o , 178. español am ericano, 234.
D ale , 228. d om in io sociolin gü ístico, español coloq u ial, 91, 252.
danés, 21, 161, 246. 245, 252. español estándar, 52, 252.
D a s G u p t a , 257. D o n ald so n , 228. español pen insular (v id .
D a s w a n i , 52. dualidad, 15, 16, 19, 23, 49, tam bién ca ste lla n o), 233,
D a v y , 257. 90, 192. 235, 236, 237.
d éficit lin güístico, 249, 250. dualism o, 209, 210, 226. especificidad s e m i ó t i c a ,
deixis, 145-148, 150. D u r k h e im , 191. 219, 222.
D e m e r s , 25, 52, 83, 228. esperanto, 2.
d enotación, 131-135, 145,' esquim al, 265, 269.
150,192,265,270. Eco, 25. estándar (len g u a), 240-243,
dependencia c o n t e x t u a l , E d w a r d s , 227, 257. 248-250.
142, 145. E h m a n n , 202. estandarización, 241.
dependencia estructural, 6, Ei.gin, 25. estilística, 31, 45, 75, 251-
7, 16, 213. elipsis, 142, 249. 257.
dependencia sintáctica, 100, E ls o n , 111. estilo lin gü ístico, 22, 146.
105, 112. E l l i o t , 228. estructura de con stituyen ­
derivación , 89, 101. Emeneau, 257. tes, 101-107, 110.
D e s c ar te s , 35. 94, 209, 212, em isor, 14, 142. estructu ra del vocabulario,
215. em pirism o, 6, 32, 34-36, 132, 90.
d escripción estructural, 98, 133, 214, 215. estructura fon o ló gica , 50,
108, 110. enseñanza de lenguas, 30, 71, 80, 87, 167, 201, 224,
d escripción fon o ló gica, 81. 31, 248. 242.
d escriptivism o, 188, 197. entonación, 13, 19, 41, 49, estructu ra gram atical, 16,
D eS t e f a n o , 257. 50, 79, 80, 82, 91, 107, 124, 18, 22, 24, 48, 79, 89-91,
d eterm inadores, 106, 264. 194, 220, 253, 254. 93-99, 101, 107-110, 122,
138, 143, 144, 148, 162, fa m ilia s lingüísticas, 161- 88, 89, 95-97, 101-103, 106,
167, 174, 195-198, 201, 212, 167. 107, 126.
217, 221-225, 234, 250, 253, fa m ilia níger-con go, 167. form a s flexivas, 88, 96.
266-270, 276, 278, 280. fa m ilia sem ítica, 167. fo rm a lib re, 102.
estru ctu ra léxica, 102, 133, F a s o l d , 257. fo rm a ligada, 102.
135, 267-270, 278. F e r g u s o n , 246, 247. fo rm a p oten cial, 72-74.
estru ctu ra lin gü ística, 107, F e r n á n d e z , 83, 151. fo rm a real, 72-74.
177, 200, 208, 213, 225, 233. F e r r a t e r , 227. fo rm a subyacente, 89.
estru ctu ra in fo rm a tiv a , 254. figuras de dicción, 141. fo r m a lis m o ruso, 190.
estru ctu ra paren tética, 102, filo lo g ía c o m p a r a d a , 177. F o u c a v ld , 228.
105. filo s o fía , 38, 94, 132, 209, F o w l e r , 25, 257.
estru ctu ra p rofu n d a, 111, 210, 212, 228, 281. fran cés, 2, 8, 10, 16, 20, 32,
225. filo s o fía d el lenguaje, 34, 41, 47, 50, 60, 62, 65, 67,
estru ctu ra p rosód ica , 91, 207, 209. 77, 82, 92, 95, 112, 120,
220. filo s o fía d e la m ente, 208, 133, 136, 157, 166-169, 173,
estru ctu ra sem ántica, 134, 209, 212, 213, 222. 178, 194, 218, 240-243, 245-
138, 221, 280, 283. finés, 194. 247, 261, 268, 271-274, 276-
estru ctu ra sintáctica, 50, F i n k , 112. 278, 280.
81, 87, 91, 109, 195. F i s c h e r -J o r g e n s e n , 82. fran cés estándar, 241, 246,
estru ctu ra social, 276. F i s h m a n , 245, 257. 247.
estru ctu ra superficial, 225. fisicalism o, 211. F r a n c e s c a t o , 228.
estru ctu ralism o, 49, 52, 75, flam enco, 21. F r a n c i s , 184.
94, 151, 180, 181, 182, 187- F l e t c h e r , 228. frase, 91, 93, 96, 99, 100, ^01,
193, 197, 203, 263, 264. flex ib ilid a d lin gü ística, 7. 104, 105, 106, 108, 130.
estru ctu ralism o b loom fiel- flexión, 87-90, 96, 97, 101, frase hecha, 127.
diano, 199, 200, 202. 111. fra s e n om in al, 104-106.
estru ctu ralism o saussurea- F o d o r , J. A., 111, 228. fra s e p rep osicion al, 104,
no, 81, 182, 189, 190-193, F o d o r , J. D., 151. 105.
200, 202. fon en ia, 72, 77-81, 89. F r e e m a n , 257.
e tim o lo g ía , 45, 46, 128. fo n é m ic a am ericana, 72, F r i e d r i c h , 276, 285.
e tn o g ra fía , 285. 77-79, 89. F r í e s , 112.
etn o lin gü ística, 31, 231-233, fon ética , 57, 58, 72, 76, 82, fris io , 162.
280, 284. 192, 194. F r o m k i n , 25, 53, 83.
e u fem ism o , 131. fo n é tic a acústica, 57, 58, F r y , 228.
e vo lu cio n ism o , 159, 188, 83. F udge , 82, 83.
208. fon é tic a a rticu lato ria, 57- fun ción com u n icativa, 6,
e vo lu ció n lin gü ística, 177, 59, 62-72, 76, 170. 99, 122, 143, 196.
179. fo n é tic a au ditiva, 58, 76. fu n ción d em a rcativa, 194.
exp resión d el yo, vid. auto- fo n o lo g ía , 50, 57, 72-75, 78- fu n ció n d escriptiva , 194,
exp resión , 83, 87, 94, 108, 134, 178, 195.
exp resion es deícticas, 147, 192-195, 213, 219, 221. fu n ció n d istin tiva , 75, 194.
148, 150. fo n o lo g ía gen erativa, 83, fu n ció n exp resiva, 136, 194,
exp resion es frasales, 126. 89, 194. 195, 253.
exp resion es indéxicas, 150. fo n o lo g ía prosód ica, 83. fu n ció n fon o ló gic a , 76.
exp resion es lexém icas, 150. fo n o lo g ía suprasegm ental, fu n ción gra m atica l, 51, 93,
exp resion es referen cia les, 75-80. 95, 96, 99, 136.
145, 148. F o n t a in e , 203. fu n ción sem ántica, 96.
e x ten sib ilid ad lin gü ística, fo rm a , 15, 16, 17, 39, 4547, fu n ción sintáctica, 51, 93,
5, 267. 51, 61, 73, 74, 77, 79, 80, 95, 96, 136.
88, 96, 98, 106, 127, 143, fu n ción social, 125, 195.
168, 177, 179, 182, 189- fu n cion alism o, 94, 180, 187,
F alk , 52. 191. 203, 214.
fa m ilia afro-asiática, 167. fo r m a d e base, 88, 90.
fa m ilia cam ito-sem ítica, fo rm a d e cita, 88, 89, 126,
167. 127, 167, 169, 173, 178. G a l a n t e r , 223.
fa m ilia in doeu rop ea, 46, fo r m a d erivacio n al, 89. galés, 234, 242.
164, 166, 172. fo r m a de p alabra, 74, 79, G a l m i c h e , 152.
G arcía B e r r i o , 257. g ra m á tic a real, 225. H e r d e r , 23, 165, 208, 225,
G a r c ía Y e b r a , 285. g ra m á tic a sistém ica, 111. 226, 261-264.
G arde , 82. g ra m á tic a ta gm ém ica, 111. H e r v í s , 151.
G a r m a n , 228. g ra m á tic a tra d ic io n al, 23, H e w e s , 25.
G a r v í n , 203. 33, 38, 4043 , 52, 87-89, H i e r r o , 152.
G e c k e l e r , 152. 92-100, 105, 108, 124, 157, H i l l , 52.
G elb , 25. 174, 175, 207, 252, 256. h im n o s védicos, 162.
g e n e a lo g ía lin güística, vid. g ra m á tic a tra n sfo rm a tiv a , H in d e , 25.
g en ética lin güística, 6, 5 2 ,109, 110, 222. h ind i, 77. 241, 245, 246, 276.
g en erac ió n lin gü ística, 107- g ra m á tic a tra n sfo rm a tiv o - h ip o n im ia , 134, 135.
109. g en erativa, 197. h ip óte sis de K a y -B erlin ,
g e n e r a lid a d lin güística, 103. g ra m á tic a u n iv e rsa l, 199, 285.
g e n e ra tiv ism o , 34, 37, 94, 201, 207-210. h ip ótesis de S a p ir-W h o rf,
107, 110, 111, 140, 142, 177, G r a n d a , 257. 208, 226, 233, 262, 270, 284,
181, 182, 187-192, 195, 196, G r e e n b a u m , 112. 285.
208, 210, 222-225, 263. G r e e n b e r g , 257, 284., h isto ria de la lingüística,
g e n e ra tiv ism o c hom skya- G r e e n e , 227, 228. 202.
n o, 197, 199, 202, 203. G r e i m a s , 151. h isto ric ism o lin güístico, 94,
gen ética lin gü ística, 160- g rie go , 23, .41, 43, 46, 88, 187-189, 195, 208.
166, 243. 92-94, 164, 165, 171, 176, hitita, 162.
g e rm á n ic o , 162, 165, 177. 178, 208, 281-283. H je l 'm s l e v , 184. (
G i g l i o l i , 257» g rie g o m icén ico, 162. H obbes , 35.
G il e s , 257. g rie g o m o d e rn o , 66, 246. H o c k e t t , 25, 52.
G i l m a n , 285. G r i m m , 170-172, 181. H o ij e r , 284.
G l e a s o n , 52, 111. G r u d g e o n , 257. h o lan d és, 21, 157, 161, 162,
G i l í G a y a , 82. g u a r a n í, 245. 176, 177, 246.
G i m s o n , 83. G u it a r t , 83. H o l m e s , 257.
g lo so filia , 167. G u m p e r z , 257. h o lo fra sis , 221.
G o o d y , 285. h o m o fo n ía , 61, 62, 127.
g o r je o in fa n til, 12, 220-221. h o m o g e n e id a d lingüística,
gótico, 162, 164, 171, 172. 14, 20-22, 47, 48, 190, 201,
g ra m á tic a , 7, 9, 20, 73, 87- H a a s , 25. 233.
110. 135-147, 178, 219, 221, h á b it o lin gü ístic o , 4, 5. h o m o g ra fía , 61, 62, 127.
224, 233-236, 241-243, 252, h a b la , 4, 9-15, 50, 57-60, 62, h o m o n im ia , 62, 126-131,
253, 279, 280. 69. 70, 194, 220. H o o k , 228.
g ra m á tic a d e con catena­ h a b la a n to n ím ic a , 285. h op i, 266.
ción , 110. h a b la c o lo q u ia l, 9. 252. H o r m a n n , 228.
g ra m á tic a d e d ep en d en cia, H a d l i c h , 111. hotentote, 25.
112. H agége , 53. H o u g h , 257.
g ra m á tic a d e e sta d o s fini­ H ála , 82. H o u s e h o l d e r , 25, 111.
tos, 109. H a l e , 285. H u d d l e s to n , 111.
g ra m á tic a d e e stru ctu ra H a l l , 4, 5. H u d s o n , 111, 232, 239, 257,
fra s e a l, 109, 110, 213. H a l l e , 83, 194. 262, 284.
g ra m á tic a d e los casos, H a l l id a y , 111, 203, 257. H u g h e s , 235, 250, 257.
112. h a p lo lo g ía , 179, 180. H u m b o l d t , 190, 208, 263,
g ra m á tic a d e P o rt-R o y al, H a r m a n , 228. 264.
199. H a r n i s h , 25, 52, 83, 228. H u m e , 212.
g ra m á tic a estratificacio n al, H a r r i s , J. W ., 83. h ú n g a ro , 271.
111. H a r r i s , Z. S., 112. H u t c h e s o n , 257.
g ra m á tic a g en erativa, 75- H a u g e n , 257. H y m a n , 83.
77, 87, 90, 94, 96-98, 100, H a w k e s , 202. H y m e s , 257, 280, 284, 285.
101, 107-110, 146, 148, 151, h e b re o , 167, 241.
197, 198, 201, 213. H e g er , 152.
g ra m a tic a lid a d , 51, 89-94, H e l b ig , 112. id e alism o lin gü ístic o , 209,
98, 108, 112, 138-141, 198. H e n d e r s o n , 82. 226, 263.
g ra m á tic a m o rfé m ic a , 90, H e n l e , 284. id e as in n atas, vid . innatis-
96, 97, 101, 138. H e n y , 111. m o lin gü ístico.
id io le c to , 21, 22, 233-240. 65, 157, 167-169, 173, 179, L eib n iz , 212.
im b ricación cultu ral, 279- 240, 246, 271, 274, 276. lengua, passim .
284. Ivic , 202. lenguas aislantes, 221.
in co m p a tib ilid a d de senti- lenguas bálticas, 171.
d ° , 134. Ja c o b s , 111. lenguas bantiíes, 167.
incongru encia estilística, J a k o b o v it s , 228, lengua c rio lla , vid. c rio llo ,
254, 256. J a k o b s o n , 83, 152, 192-194, lengua de cultura, 261, 280.
incongru encia léxica, 268. 203, 220. lengua d om inan te, 244.
independencia' d el estím u­ ja p o n é s, 68, 95, 242, 276. lenguas escandinavas, 162.
lo , 5. java n és, 276, 280. lengua escrita, 9, 10, 11, 13,
in d eterm in a ció n sem án ti­ je ro g lífic o s , 11. 15, 17, 22, 49, 82, 127, 158,
ca, 151. J e s p e r s e n , 112, 187, 188. 240, 248, 255.
in doeu rop eo, 46, 164, 165. J o h n s o n , 257. lenguas eslavas, 161, 171.
in do-iranio, 171. J o h n s o n -L a ir d , 228. lengua estándar, 10, 20, 21,
in fo rm a c ió n p roposicion al, J o n e s , S ir W ., 83, 164, 165, 158, 159, 241, 242.
123. 176. lenguas flexivas, 23, 92.
inglés, 2, 7, 13, 20, 30, 32, Jo os, 52. lenguas form a les, IOS, 109,
40-43, 46, 47. 60-68, 75, 77- ju n t u r a fo n o ló g ic a , 82. 147.
80, 83, 92-97, 106, 109-112, lenguas germ ánicas, 161,
120, 133, 139, 157-162, 166, 166, 170, 171, 176, 178.
K a t z , 111. lengua hablada, 4, 9-17, 22,
169-178, 180, 181, 184, 194,
K a y , 272, 273, 285. 49, 82, 91, 127, 158, 160,
196, 217, 218, 233-250. 253,
K e m p s o n , 151. 164, 181, 240, 248, 252, 256.
261, 262, 266-272, 277, 282,
K e n s t o w ic z , 83. lenguas in doeuropeas, 163,
283.
K e y s e r , 111. 164, 166, 170, 172.
inglés am erican o, 61, 176,
K i s s e b e r t h , 83. lenguaje, 1-25.
234, 235.
K l e m k e , 152. len gu aje an im al, 12-14.
inglés an tiguo, 46, 47, 159,
K l i m a , 25. len gu aje in fa n til, 221.
162, 172, 179.
K o e r n e r , 202. lengua n acional, 241, 242,
inglés b ritá n ic o (v id tam ­
K o u t s o u d a s , 111.
bién c o ck n e y ), 234, 235. 244.
k w a k iu tl, 269. lengua lite ra ria , 10, 44, 157,
inglés estándar, 41, 43, 61,
159, 177, 178, 180, 233, 234, 158, 160, 161.
236, 240, 241, 247, 250, 274, labialización, 64, 67. lengua natural, 2, 3, 6, 14,
278. L abov, 237, 257. 18, 24, 48-51, 73, 78, 81,
inglés m edio, 159, 160, 176, Ladefoged, 82, 83. 82, 92-95, 104, 107-109, 127,
177, 181. ladino, 167. 129, 131, 132, 145-150, 196,
inglés n egro, 249, 285. laísm o, 41. 197, 213.
inm an en tism o lin gü ístico, Lañe, 202. lengua o b je to , 148.
91. Langacker, 83, 111. lengua o ficial, 241, 242.
inn atism o lin gü ístico , 210, L o n ga c re, 111. lengua p rim itiv a , 22, 261,
214, 218-219, 222. «la n g u e», 8, 30, 181, 182, 284.
in telectu alism o, 195, 263. 190, 201. lenguas rom ánicas, 157,
in teligencia artificia l, 226, Lapesa, 184. 159, 161, 167, 168, 173,
228. Lass, 184. 182, 184, 243, 246.
in ten ción in fo rm a tiv a , 14. latín , 10, 23, 25, 4143, 46, lengua subordin ada, 244.
in tensidad fon ética, 71. 47, 88, 92-95, 106, 133, 157, L en n eberg, 228.
in tersección d istribu cion al, 159-162, 164-169, 171, 173¿ L ev in , 257.
75. 177, 178, 241, 243, 246, 268, L e v in s o n , 151, 285.
instrucción lin gü ística, 144. 275, 283. L e p sc h y , 202.
in tu ición lin gü ística, 36. latín arcaico, 177. L e r o y , 202.
irlandés, 93, 234. latín ta rd ío, 128, 168, 169, L e v y - B r u h l , 208.
ÍORDAN, 184. 173, 177. lexem a, 88, 89, 96, 97, 122,
islandés, 161, 162. latín vulgar, 162. 126-128, 130-140, 147-150,
isom orfism o, 11, 13, 49, 82, L a v e r, 83, 257. 169, 251, 265, 267, 270, 274.
133, 134, 235, 236, 267, 268, L a w t o n , 257. lexem a con stitu yen te, 135,
271. L e e c h , 112, 151, 152, 257. 140, 148.
italian o, 2, 10, 41, 47, 60, L e h m a n n , 184. lexem a fra sa l, 126, 127.
lexem a id iom ático, 126. m alayo, 2, 95. m orfem as constituyentes,
lexem a pleno, 137. M a l i n o w s k i , 125. 107.
lexicalización, 138. M a l m b e r g , 25, 82, 202. m orfem as gram aticales, 97,
léxico, 90. M a x o l i u , 184. 138.
ley d e G rim m , 170-172, 181. m anten im ien to lin güístico, m orfem as léxicos, 97, 138.
ley de V ern er, 172, 177. 250. m o rfo lo g ía , 87-90, 92, 101,
leyes del pensam iento, 93. m arcador fraseal, 110. 104, 111, 213.
leyes fonéticas, 170, 173, M a r c o s M a r I n , 257, 285. m o rfo lo g ía derivacional,
177-179. M a r s h a l l , 228. 90.
«lia is o n », 82. M a r t í n , 152. m o rfo lo g ía flexiva, 95, 111.
L ie b e r m a n , 25. M a r t in e t , 52, 83, 111, 180, M o o r h o u s e , 25.
L in d e n , 25. 184. M o l n i n , 25, 202, 285.
lingüística, passim. M a r t ín e z C eld r An , 82, 111. M ugdan , 111.
lin gü ística aplicada, 30, 31, m aterialism o, 188, 209-211, m u ltifu n cion alid ad , 195.
52, 53, 248, 257. 226. . mundos posibles, 151.
lin gü ística com parada, vid. M a t t h e w s , 89, 111, 112, 203.
filo lo g ía com parada, M a u r o , 202.
lin gü ística del texto, 257. M a y , 285.
nasalidad, 63, 64, 69, 70, 76,
lin gü ística d escriptiva , 29, M c I n t o s h , 111, 257.
78.
30, 248. M c N e i l l , 25, 228.
n atu ralism o lin güístico,
lin gü ística diacrónica, vid. m ed io com u n icativo, 9, 15,
124.
d iacro n ía y lingüística 19, 251.
N a v a r r o T o m As , 83.
histórica, m ed io fón ico , 57, 62, 75,
negación, 41.
lin gü ística general, 29, 30. 256.
neogram áticós, 161, 162,
lin gü ística h istórica, 30, 43, m ensaje, 14, 17, 18.
170, 175-182, 187, 189, 195.
48, 53, 157-161, 164-167, m en talism o, 188, 199, 200,
n eu rofisiología, 214, 215.
171, 173, 181-184, 189, 190. 202, 209-212.
n eu rolin güística, 208, 209,
lin gü ística m odern a, 52, 53. m ente, 209-215, 222-227, 232,
228.
lin gü ística p ostb lóom fiel- 263.
N e w m a y e r , 53.
diana, 52, 96, 101, 106, 211. m etá fora , 256.
N id a , 111, 285.
lin gü ística sincrónica, 128. m etalengua, 148.
N in y o l e s , 257.
lin gü ística teórica, 30, 31, m éto d o c om p a ra tivo (v id .
niveles d e estructura, 16.
109, 209, 248. tam bién filo lo g ía co m p a ­
nom bre, 29, 95, 97, 104, 105,
litera lism o , 144. ra tiv a ), 158, 167-174, 181.
137.
literatu ra, 10, 255, 256, 280. m eton im ia, 141.
n om bres p ro p io s, 145.
L o c k e , 212, 215. m icro lin gü ística, 30, 31, 52,
nootka, 95.
L o c k w o o d , 111. 125, 191, 202, 248.
n orm a lin güística, 254.
lógica, 41, 43, 207. 208. M i l t o n , 160.
N o r m a n , 202.
L o pe B l a n c h , 257. M i l l e r , 111, 223.
n o rm ativid ad , 91.
L ó pez M o r a le s , 25, 53^ M i n s x y , 226, 228.
n oruego, 21, 161, 162, 246.
L o v e , 257. M i r ó n , 228, 285.
núm ero gra m atica l, 97, 136.
lu gar de articu lación , 64, M it f o r d , N ., 131.
66, 69-71, 179. m o d elo lin gü ístico, 108,
lu n fard o, 234. 109.
L y o n s , 25, 52, 83, 111, 112, m o d ificab ilid a d lin güística, o b je tiv id a d cien tífica, 32,
151, 203, 228, 277, 278, 285. 5, 6, 7, 267. 33, 38.
m o d o gra m atical, 97, 99, o b je to gra m atica l, 100, 101,
109, 136. 136, 146.
L leó , 83. m od o de articulación , 64, O b l e r , 257.
L l o y d , 285. 67-71, 179. O ld f ie ld , 228.
M o h r m a n n , 202. O l s h e w s k y , 152, 285.
m on ism o, 209, 210, 226. on om atop eya, 15.
M a c k e y , 257. m on ogén esis lingüística, op osición de sentido, 134.
m acrolin gü ística, 30, 31, 45, 166. oración , 6, 11, 13, 17, 48-
53, 108, 191, 231, 232, 248, m on olingü ism o, 246. 51, 73, 75, 90-108, 131-126,
255. m o rfem a, 87-90, 96, 97, 101, 136, 139, 141-151, 223, 224,
M a k k a i , 83, 111. 102, 112, 202 . 253, 269.
o ra c ió n c o m b in a d a , 99. P il l e u x , 111. p ro to rro m an c e, 161, 162,
o ra c ió n c o m p le ja , 99. plan ificación lingüística, 167, 168, 169, 178.
o ra c io n e s d ec larativas, 99, 44, 250, 251. p rov en zal, 178.
123, 143, 148-150. P la tó n , 41, 174, 188, 209, p sicolin güística, 31, 208,
o ra c io n e s e jecutivas, 149, 212, 281. 222-227, 231-233, 248, 257,
150. p lato n ism o , 94. 274.
o ra c io n e s im p e rativas, 99, p o la co , 161, 194. p sic o lo gía , 35-38, 94, 208-
123. p olisem ia , 126-131. 213, 215, 222, 226, 228.
o ra c io n e s in terrogativas, p o n e a, 269. p sic o lo gía , cogn o scitiva, 8,
123, 143. Po pp er, 34, 36. 9, 231, 232.
ora c io n e s p e rfo rm a tiv a s p o rtu gu és, 167, 235. p sic o lo gía d el le n g u aje , 4,
v id . o rac ion e s ejecutivas, p ositivism o, 34-36, 195. 225.
o ra c ió n sim ple, 99. P o s t a l, 111. p sic o lo g ía social, 9, 232.
o r a lid a d fon ética, 63, 64, p o te n cia lid ad de uso, 51.
70. P o t t e r , 184.
o rd e n de p a la b ra s , 93, 123, P o t t ie r , 25, 152. Q uesada , 228.
136, 195. P o u tsm a, 112. Q u i l i s , 83.
o rd e n a d o re s , 226-227. p ra g m á tic a , 122, 142, 141, Q u i r k , 111, 257.
o r d e n secuen cial, 107, 110. 151, 255.
ó rg a n o s del h a b la , 12, 62. p re d ic a d o g ra m a tic a l, 100.
o rig e n d el len g u aje , 23, 25. p re d ic a d o r g ram a tic a l, 100. ra cio n alism o , 6, 34, 132,
o r t o g r a fía , vid . escritu ra. p re gu n ta , 123, 143, 144. 210, 212, 214, 215.
O sg o o d , 285. p re ju ic io s lin gü ísticos, 43- ra cism o , 165.
45. ra sg o s d istintivos, 75-80,
P r e m a c k , 25. 194, 219.
p a la b r a , p a s s im . p ré s ta m o lin gü ístico, 24, ra sg o s fon éticos, 71, 73, 76-
p a la b r a s fu n cio n ales, 138. 173, 174, 180, 2<57, 268, 281. 78.
p a la b r a s m orfo sin tá ctica s, p re su p o sic ió n d e existen ­ ra sg o s fon o ló g ic o s, 76, 77.
89. cia, 119-123. R a s k , 170.
p a la b r a s p len as, 137, 138. p re su p o sic ió n de h o m o g e ­ ra sg o s p a ralin gü ístico s, 19,
P a lm e r, 83, 111, 112, 151. n eid a d , 119-122. 146.
p an o c h o , 234. P r i b r a m , 223. ra sg o s p ro só d ic o s, 19, 146,
p a p ia m e n to , 243. P r id e , 257. 194.
p a r a d ig m a , 89, 114. p rin c ip io d el m ín im o es­ ra sg o s su p raseg m en ta les,
p a r á fra s is , 147. fu erzo, 180. 71-72, 19, 101, 194.
p a rlo te o in fa n til, 220, 221. p rin c ip io d e verificación, realidad-, p sic oló gic a , 223-

.
« p a r o le » , 8, 30, 181-182, 190, 35. 225, 227.
201 p r o b a b ilid a d d e a p a ric ió n , re a lis m o tra d ic ion al, 132.
p a rte s d el d isc u rso, 50, 94- 91. realización fon ética, 77, 81.
98, 112, 138, 141. p ro d u c tiv id a d , 15, 18, 19, «re c e iv e d p ro n u n c ia tio n »,
P a u l , 187, 188. 90-94, 175, 192, 198, 199, 61, 233.
P a y n e , 257. 221, 267. re ce p to r, 14, 142, 144.
P é c h e u x , 257. p ro n o m b r e , 95, 100. re co n stru c c ión lin gü ística,
p e jin o , 234. p ro n o m b r e s de tra ta m ie n ­ 45-47, 171-174, 181.
p erce p ció n d el h ab la , 209. to, 274-279, 285. re cu rsiv id a d , 110, 191.
p ersa , 164, 282. p ro p o sic ió n , 123, 124, 145, re d u cc io n ism o cien tífico,
p e rso n a g ram a tic a l, 136, 141, 148, 195. 35, 211, 231.
147. p ro s o d ia , 79. * j¡ refe re n c ia , 745-148, 192.
p ersp ec tiv a fu n c io n a l de la p rotoc éltíc o, 163. re fe re n te v id . re fe rid o ,
o rac ió n , 195, 254. p ro to e sla v o , 161-161, 173. re fe rid o , 139, 145, 147, 150.
P e t o f i , 257. p ro to g e rm á n ic o , 161-166, regente, 100, 105.
P i .a cet , 214, 228. 170-173. re gistro , 252, 255.
P ia t t e l l i -P a l m a r i n i , 203, p ro to in d o e u ro p e o , 46, 163- re gla s de e stru ctu ra fra -
228. 166, 170-173, 176, 189. 190. seal, 110, 213.
PlCKETT, 111. p ro to in d o ira n io , 163. re gla s d escrip tiv as, 3945.
p id gin , 24, 158, 242, 243,257. p ro to itá lic o , 163. re g la s fo n o ló g ic as, 82, 88.
p id gin ización , 183, 243. p ro to le n g u a , 161, 162, 167. re g la s g ram a tic a le s, 89-94,
98, 130, 135, 139, 140, 146, sa jón , 159, 171. 125, 129-131, 136, 137, 239,
198, 224. S a m p s o n , 112, 203. 270, 274, 276.
re gla s m o r fo ló g ic a s , 88. S á n c h e z de Z a v a l a , 53. sign ificado figu rad o , 126.
re gla s p re sc rip tiv a s, 3945. sán scrito, 162-165, 171, 172, sign ificad o focal, 272, 274.
re gla s p ro d u c tiv a s, 175. 282 283 sign ificado gram a tic a l, 122,
re gla s sintácticas, 82, 89, S a p i r , 3. 4, 95, 226, 263, 135-137, 141, 144, 151.
92, 96, 97, 100, 140, 201. 264, 269. sign ificado inherente, 145,
re gla s tra n sfo rm a tiv a s, 110, S a p o r t a , 284. 146.
213, 224. sard o, 167. sign ificad o léxico, 122, 126-
re gu la c ión lin gü ístic a , 221. sartas de p a la b ra s , 90, 91, 135, 137, 141, 144, 151.
R e ib e l , 111. 93, 110, 140, 141. sign ificad o lin güístico, 194.
relacion es c o m b in ato ria s, S a u s s u r e , 8, 9, 30, 45, 47, sign ificad o literal, 126, 127,
191. 49, 81, 177, 187, 189-192, 144, 282.
re lac io n e s c o n tra stiva s, 191. 199, 201, 202. sign ificado o racion al, 122,
relacion es de con stitución , S a v o r y , 285. 140-147, 149.
202 . sayagués, 234. sign ificado p erifé ric o , 272.
relacion es d e dep en d en cia, SCHANE, 83, 111. sign ificad o p rop o sicion al,
202. S c h a f f , 228. 254.
relacion es d e sen tid o, 134. SCHMIDT, 182. sign ificad o sim b ólico, 282.
re lacion es p a ra d ig m á tic a s, S e b eo k , 25, 257. sign ificad o social, 124, 125,
v id . re lac io n e s sustituti- segm en tos fó n ico s, 65-72, 129-131, 136, 137, 239, 270,
vas. 75. 274, 276.
re lacion es sin tagm áticas, sem ántica, 57, 73, 78, 87, sign ificad o tem ático, 254.
81, 134, 135, 190. 94, 99, 119-151, 211, 239, sign ificatividad , 51, 91, 92,
251. 112, 139, 141.
relacion es su stitu tivas, 81,
sem ántica filosófica, 123, sign o, 14.
134, 135, 190.
132, 151, 274. síla b a , 80, 81.
re la tiv ism o lin g ü ístic o , 192,
sem ántica fo rm a l, 147-152. sím b o lo , 5, 14, 61-69.
226, 264, 267, 270.
sem án tica h istó rica, 152.
R e n z i , 184. sim ilitu d fon ética, 72, 74.
sem án tica léxica, 151.
re p resen ta ció n fon ém ica, S in c la ir , 111.
sem ántica ve rita tiva , 124,
80. sin c ro n ía , 30, 45, 4648, 189,
147, 150.
190, 193, 240.
re p resen ta ció n ro tu la d a , sem io lo gía, 193.
sin écd o que, 141.
105. sem iótica, 7, 14-20, 193.
S i n g h , 228.
R i c h e l i e u , 240. sen tido, 131-135, 141, 150,
sin o n im ia, 74, 126-131, 135,
R i t c h i e , 228. 151, 191.
251.
R o b in s , 5, 25, 52, 83, 111, sen tid o p ro to típ ic o , 281.
sin o n im ia a b so lu ta, 129,
112, 202 . señal, 4, 5, 14, 15-18, 142.
251, 253.
R o b in s o n , 83, 257. señal lin gü ística, 12, 125.
sin o n im ia com p leta, 129,
servo -croata, 161.
R o d m a n , 25, 53, 83. 251.
S h a k e s p e a r e , 158, 160.
R o s c h , 285. sin o n im ia d escrip tiv a, 130,
S h e r z e r , 285.
ro m an tic ism o , 159. S h u y , 257. 131.
R onsar d , 158. sign ificado, 14-19, 39, 4547, sin o n im ia enun ciativa, 130.
R o s e n , 257. 51, 74, 92, 96, 98, 119-135, sin o n im ia in co m p leta, 130.
168, 177, 179, 182, 189, sin tagm a, 81, 82, 103, 106-
R osenbaum , 111.
191, 195, 212, 224, 251, 108.
ro tu lac ió n , 103, 105.
268, 274, 278, 279, 282. sintaxis, 50, 57, 78, 82, 87-
R ou sseau , 165, 225. 90, 92, 94-96, 101, 106, 110,
sign ificad o a fe c tiv o v id .
R oy, 83. 111, 195, 202, 213.
sign ificad o expresivo,
R u b í n , 257. S ip l e , 25.
sign ificad o d escrip tivo , 123-
ru m a n o , 167. 125, 129-132, 136, 137, 148, sistem a, 48-52.
R u m b a u g h , 25. 150, 151, 254, 270, 274. sistem a a lfa b ético , 6.
ru so , 20, 32, 41, 65, 66, 95, sign ificad o d ire cto, 144. sistem a com un icativo, 2, 3,
106, 112, 136, 161, 218, 269- sign ifica d o enun ciativo. 12, 13-19.
271, 274, 276-278, 280. 122, 140-147, 149, sistem a fo n o ló g ic o , 220,
R y l e , 210. sign ifica d o exp resivo , 124, 236.
sistem a gesticular, 11-13, tam il, 13, 245. u n iv e rsa lism o lin güístico,
23. T a rs k i, 148, 150. 192, 200, 232, 263.
sistem a léxico, 271. tem a gram a tic a l, 97. u n iv e rsa lism o sem ántico,
sistem a lin güístico, 7-9, 15- tendencia colocacional, 140. 133-134.
19, 22, 47-52, 57, 71-79, 81, tendencia fonética, 180. u rd u , 245, 246.
82, 91, 92, 107, 109, 122, te o ría d el á rb o l gen ealó­ U r r u t ia , 111.
125, 130, 143, 174, 179-182, gico, 165-167, 178, 182, uso lin güístico, 123, 130,
189-192, 194-197, 199-202, 183. 131, 196, 251.
222, 225, 235, 243, 251, 255, u s o característico , Í43-145,
te o ría de las on das, 182,
265-268. 149.
183.
sistem a sem iótico, 7, 123,
te o ría p ro só d ic a, 79.
125, 180, 191.
te o ría veritativa, 35, 150.
sistem a vocálico, 23, 69. vacío s léxicos, 268.
térm in os de color, 270-274.
S k in n e r , 211. V a c h e k , 25, 83, 203.
térm in os hon oríficos, 280.
S l o b i n , 227, 266, 284. v a gu e d ad sem ántica, 150-
T e sn ié re , 112.
S l o m a n , 228. 151.
thai, 280.
S m i t h , 25, 53, 83, 203, 208. Valdm an, 257.
T h o r p e , 25.
socialización lin güística, valen cia g ram a tic a l, 100,
tiem p o gram a tic a l, 97, 147, 112, 138, 141.
239, 252.
138, 150. v a lo r v eritativo, 124, 147,
sociolin güística, 31, 44, 131,
tip o s n atu rales, 132, 133, 148.
179, 208, 231-233, 242, 248,
274.
250-257, 274, 280. va ria ció n a lo fó n ica , 77, 89.
T odd , 257. va ria ció n d ia cró n ica , 49.
sociología, 9, 35, 37, 38, 52,
193, 231, 232. T o ls t o y , 276, 277, 278, 280. v a ria ció n e stilística, 93,
S ó focles , 41. to ngan o, 283. 251-256.
S o m m e r f e l t , 202. tono, v id . entonación, va ria ció n lib re , 75, 251.
trad ucció n , 147 282-285. v a ria ció n sin crón ica, 48, 49,
SoMMERSTEIN, 82.
tra d u c tib ilid a d , 268, 270, 183.
so n id o s de h ab la , 12, 16,
279-284. v a rie d a d lin gü ística, 233,
57, 58, 59, 60, 62, 64, 70-
T rager , 3, 4. 238.
75, 119.
v a rie d a d sincrón ica, 179,
so n o rid a d fon ética, 62-64, tra n sc rip ción fonética, 59-
182.
69, 70, 76-78. 61, 65, 71- 74, 80, 170.
vasco, 242.
SOUTHW ORTH, 52. tra n sfe rib ilid a d de m edio,
v e rb o , 29, 42, 95, 97, 100,
S t a m , 25. 9, 13, 15, 49.
101, 137, 140, 175.
S t e i n e r , 285. T r a u g o t t , 184.
v e rd a d , 124, 147-149, 262. ..
S t o c k w e l l , 111. T r e n d e le n b u r g , 208, 268.
v e rn á c u lo, 240-243, 248, 249.
S t o k o e , 25. T r n k a , 203.
V e rn er, 170, 172.
S t r a n g , 184. T rubetzkoy, 75, 83, 193,
vietn am és, 221.
S tre v e n s , 111. 194.
V il d o m e c , 257.
su b ord in ac ió n , 99, 146. T r u d g iix , 235, 238, 250, 257,
V i l l a r , 184.
sueco, 157, 161, 176. 284.
V i l l i e r s , J. G . de, 228.
su jeto , 100, 101, 136, 140, T r u j i l l o , 151.
V i l l i e r s , P . A . de, 228.
146. Tucídides, 41.
v o c a lism o , 17, 64, (57-69.
su stitu ib ilid a d lin güística, turco, 79, 95, 97, 138, 282.
v o c a b u la rio , 5, 20, 21, 24,
103. T u r n e r , 257. ^ 46, 51, 97, 107, 126- 138,
SVARTVIK, 112. T y l e r , 284. 147, 162, 163, 178, 219, 221.
sw a h ili, 2, 167, 242, 245. 225, 233-236, 241-243, 250,
S z e m e r é n y i , 202. 252, 265-280.
U ld a ll , 25. V o l t a ir e , 46.
ultra c orre c ció n , 42, 43, 180.
T aber, 285. U llm a n n , 151, 152, 257.
ta b ú social, 131. u n ive rsa les lin güísticos, w a lb ir i, 285.
T ale n s, 257. 182, 196, 199, 233, 263. W a l d r o n , 151.
W a s o n , 228. W lLK IN S, 257. x h o sa , 167.
W a t t , 285. W il k s , 228.
W e i n r e i c h , 257. W i l s o n , 25, 53, 83,- 203, 208. Y ller a, 25.
W e s c o t t , 25.
W i l l i a m s , 261.
W h a t m o u g h , 202.
W h o r f , 226, 263, 264, 266, W in o c r a d , 228. Z a b e e h , 152.
268, 269, 284. W it t g e n s t e in , 122, 123. zulú, 167.
W i d d o w s o n , 257. W o lff, 184. zuni, 266.
Indice general

Prólogo a la versión española, por R. Cerdá v

Prefacio VI1

1. El len g u a je 1

1.1. ¿Qué es el lenguaje? 1


1.2. Algunas definiciones de «lenguaje» y «lengua» 3
1.3. Comportamiento lingüístico y sistemaslingüísticos 7
1.4. Lengua y habla 9
1.5. El punto de vista semiótico 14
1.6. La ficción de la homogeneidad 20
1.7. No hay lenguas primitivas 22
Ampliación bibliográfica 25
Preguntas y ejercicios 26

2. L a lingüística 29

2.1. Las ramas de la lingüística 29


2.2. ¿Es una ciencia la lingüística? 31
2.3. Terminología y notación 38
2.4. La lingüística es descriptiva, no prescriptiva 39
2.5. Prioridad de la descripción sincrónica 45
2.6. Estructura y sistema 48
Ampliación bibliográfica 52
Preguntas y ejercicios 54

3. Los s o n id o s de l a lengua 57
3.1. El medio fónico 57
3.2. Representación fonética y ortográfica 59
3.3. Fonética articulatoria 62
3.4. Fonemas y alófonos 72
3.5. Rasgos distintivos y fonología suprasegmental 75
3.6. La estructura fonológica 80
Ampliación bibliográfica 82
Preguntas y ejercicios 84
4. La g r a m á t ic a 87

4.1. Sintaxis, flexión y morfología 87


4.2. G r a m a t ic a li d a d , p r o d u c t iv i d a d y a r b i t r a r i e d a d 90
4.3. Partes del discurso, clases de forma ycategorías gramaticales 94
4.4. Algunos conceptos gramaticales más 98
4.5. La estructura de constituyentes 101
4.6. La gramática generativa 107
A m p lia c ió n b ib lio g r á fic a 111
P r e g u n ta s y e je r c ic io s 113

5. La s e m á n t ic a 119
5.1. La diversidad del significado 119
5.2. Significado léxico: homonimia, polisemia, sinonimia 126
5.3. Significado léxico: sentido y denotación 131
5.4. Semántica y gramática 135
5.5. Significado oracional y significado enunciativo 141
5.6. Semántica formal 147
A m p lia c ió n b ib lio g r á f ic a 151
P r e g u n ta s y e j e r c ic io s 153

6. El c a m b io l in g ü ís t ic o 157

6.1. La lingüística histórica 157


6.2. Las familias lingüísticas 161
6.3. El método comparativo 167
6.4. Analogía y préstamo 174
6.5. Las causas del cambio lingüístico 179
A m p lia c ió n b ib lio g r á f ic a 184
P r e g u n ta s y e je r c ic io s 185

7. A lgunas esc u e las y m o v im ie n t o s actuales 187


7.1. El historicismo 187
7.2. El estructuralismo 189
7.3. El funcionalismo 193
7.4. El generativismo 196
A m p lia c ió n b ib lio g r á f ic a 202

P r e g u n ta s y e je r c ic io s 204

8. L eng u aje y m ente 207

8.1. La gramática universal ysu pertinencia 207


8.2. M e n t a lis m o , r a c i o n a lis m o e in n a t is m o 210
8.3. El lenguaje y el cerebro 215
8.4. La adquisición del lenguaje 218
8.5. Otros campos de la psicolingüística 222
8.6. Ciencia cognoscitiva e inteligencia artificial 226
Ampliación bibliográfica 227
Preguntas y ejercicios 229

9. L engua y s o c ie d a d 231

9.1. Sociolingüística, etnolingüística y psicolingüística 231


9.2. Acento, dialecto e idiolecto 233
9.3. Estándar y vernáculo 240
9.4. Bilingüismo, cambio de código y diglosia 244
9.5. Aplicaciones prácticas 248
9.6. Variaciones estilísticas y estilística 251
Ampliación bibliográfica 257
Preguntas y ejercicios 258

10. Lengua y c u lt u r a 261


10.1. ¿Qué es la cultura? 261
10.2. La hipótesis de Sapir-Whorf 263
10.3. Los términos de color 270
10.4. Los pronombres de tratamiento 274
10.5. Imbricación y difusión cultural y traductibilidad 279
Ampliación bibliográfica 284
Preguntas y ejercicios 286

Bibliografía 289

índice alfabético 309

You might also like