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1) ¿A qué llamamos autoridad docente?

¿Por es importante considerar las formas de ser la


personalidad, en el ejercicio de la autoridad? ¿qué relación puede establecer con el nivel
educativo en el que se desempeña?

El mando y la obediencia deben estar presente en la escuela como en toda organización social
que necesite mantener un cierto orden para el cumplimiento de sus fines. En épocas pasadas
era incuestionable la autoridad del docente, cercana al autoritarismo, pues sus opiniones y
decisiones eran incuestionables. Hoy en día, de la mano de una democracia mal entendida; el
maestro ha perdido autoridad, al punto de ser objeto de graves faltas de respeto y
cuestionamientos infundados. Si bien el docente puede equivocarse, y es bueno que se permitan
discrepancias con sus dichos o acciones, no debe olvidarse que el docente no es un par con
respecto a los alumnos, que deben dirigirse a él con las maneras que exige el trato hacia un
superior jerárquico.
Por supuesto el maestro debe ganar su autoridad desde su ejemplo ético, su saber, su
puntualidad, su apertura el diálogo; y en caso de que esto no ocurra puede recurrirse a los
medios que legalmente se prevén para resolver casos puntuales como maestros que maltratan
a los niños, no explican contenidos, etcétera.

La legitimidad de la autoridad docente radica en parte en la personalidad del mismo y en sus


particularidades cuando son revividas por los roles que deben desplegar en las relaciones
sociales. De acuerdo a la personalidad del profesor se organizará el clima afectivo de la clase, las
disposiciones y actitudes hacia los pedidos de los alumnos, las posibilidades de escucha y
comprensión de diferentes puntos de vista, las formas de establecer los encuadres de tarea, las
maneras de comunicarse, la calidad de los intercambios en el diálogo.

Parece evidente que las bases de ejercicio de la autoridad docente están siendo conmovidas,
sea porque los alumnos “no los respetan” sea porque los mismos docentes no la ejercen. A la
vez, las modificaciones en los sistemas disciplinarios introducidas en los últimos años, alteran
los procedimientos coercitivos tradicionales en la escuela media y la eficacia de la sanción como
recurso disponible para poner en juego en las situaciones en las que la autoridad encuentra su
límite.

2) ¿Qué acciones concretas considera relevantes para cambiar en su práctica sobre los
conflictos? ¿Qué relación establece son el ejercicio de la autoridad docente?

El profesor, a través de su propia forma de ser, de su estilo de educar o de su concepción


ideológica, debe saber utilizar el conflicto con habilidad, regularlo y darle un tratamiento
positivo. Una alternativa es a través de procesos de mediación y negociación. El proceso
mediador deriva directamente de la negociación y supone la presencia física de una persona que
actúa como bálsamo neutralizante de las actitudes y los comportamientos derivados de un
conflicto, como son agresión, violencia, falta de respeto, etc.

Existen dos tipos básicos de negociación, colaborativa y competitiva.

En la primera, ambas partes buscan una solución adecuada a sus demandas. Este es el
sistema de negociación que debe imperar en los centros educativos por cuanto existe un vínculo
afectivo y en un plano de igualdad. En ocasiones esta negociación se resuelve mejorando la
comunicación entre las partes o relegando a un lugar secundario los intereses puramente
personales.
La segunda es un tipo de negociación basada en el posicionamiento personal sin ponerse en el
lugar de la otra parte. Se busca el mayor reconocimiento posible de la demanda, inclusive por
encima de las expectativas. Este enfoque debe ser usado con precaución en la escuela debido a
que puede promover conflictos aún más graves que los iniciales. En ocasiones, el profesorado
negocia con los alumnos desde una perspectiva superior, abusando de alguna forma de su
posición.

3) ¿Qué acuerdos institucionales serán necesarios realizar para fortalecer la autoridad


docente en la comunidad donde usted trabaja?

En el objetivo de reconstruir la autoridad pedagógica se plantean dos recorridos fundamentales:


el desarrollo del trabajo docente junto con algunas propuestas en relación con la problemática
de la convivencia y de la disciplina de los jóvenes. La crisis de autoridad pedagógica tiene un
fuerte impacto sobre el sistema porque educar implica siempre un acto de autoridad que
conlleva una responsabilidad: la de asumir la tarea de enseñar algo a otros, de introducirlos en
otros lenguajes y códigos, de darles herramientas para moverse en el mundo.

No es posible renunciar a ejercer la autoridad, porque el acto educativo implica un acto de


autoridad. Educar demanda asumir un lugar asimétrico. La escuela actual enfrenta el desafío de
resignificar el lugar del docente como lugar del saber y de la autoridad legítima. Y por autoridad
legítima se entiende aquélla que encarna la cuota necesaria de ley que los adultos deben a los/as
adolescentes y a los/as jóvenes. Se habla entonces de autoridad democrática que a la par que
transmite saberes, incentiva en los alumnos la construcción de repertorios para la divergencia y
la problematización de lo dado.

Los alumnos necesitan autoridad porque necesitan contención. Ahora bien, es necesario
reconocer que la crisis de autoridad pedagógica es también un problema de los adultos y no
simplemente un tema intergeneracional. En ocasiones son los padres los encargados de
desautorizar a un docente. En la reformulación de las relaciones entre sociedad y escuela tiene
una dimensión importante la reflexión entre los adultos del tema de la autoridad y de la
necesidad de reconstruirla.

El análisis del rol de los docentes en este momento de profundos cambios sociales pone de
manifiesto la enorme complejidad de los problemas y la necesidad de enfrentarlos con
estrategias sistémicas de acción y no con políticas parciales. Hablar de enfoque sistémico de las
estrategias educativas, y de reconocer la necesidad de enfrentar el problema en todas sus
dimensiones no significa que sea posible ni aconsejable intentar resolver todo al mismo tiempo.

El carácter sistémico debe ser entendido como la necesidad de definir una secuencia en las
acciones, a través de la cual se ponga de manifiesto cuándo y cómo las distintas dimensiones del
problema serán enfrentadas. Las estrategias deben adaptarse a las condiciones locales y es allí
donde pueden definirse en forma adecuada.

La autoridad pedagógica ha dejado de ser un efecto de autoridad “asignada” para constituirse


en algo a lograr con el trabajo cotidiano. Ahora bien, será más fácil reconstruirla desde el trabajo
de y con la institución, más que desde esfuerzos individuales aislados. Dado que el tema del
desarrollo del trabajo docente aparece como una exigencia fundamental en cualquier proceso
de transformación educativa, es preciso tener en cuenta que el docente es un profesional
colectivo. No es posible pedirle a cada individuo que cumpla con todas las exigencias que se le
demandan a la institución.
Es la institución escolar, no cada docente individualmente, la que debe dar las respuestas. Para
que la respuesta personal exprese unidad de criterio desde lo institucional es preciso pensar en
términos de institución y de equipo. Hablar de profesionalismo colectivo supone que todos los
docentes se sienten corresponsables de los resultados de la institución por lo que de algún modo
deben sentir que pueden participar en el proceso de la toma de decisiones. Es esta concepción
del profesionalismo colectivo la que permite decir que así como no habrá cambio en las prácticas
si no se construye un nuevo perfil profesional, no habrá nuevo perfil profesional si no existe un
nuevo modelo institucional.

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