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TEATRO MANUEL DELGADO.

“CELOS”
MONÓLOGO
JOSÉ MANUEL DELGADO

Tiene usted razón, señor juez, hay momentos en que yo también dudo. Pero todo lo que he
dicho es verdad. Aunque parezca mentira ha sido un crimen por celos, por celos de la otra, aunque la
otra haya sido yo misma.

Sí, ya veo que mueve usted la cabeza otra vez y vuelve a mostrar su desaliento en esta situación
en la que usted dice, no avanzamos. Comprendo que todo mi relato le haya parecido absurdo, pero
créame, la verdad es a veces así. Sí. Yo lo maté, por celos de la otra, aunque a veces no estoy segura
si la otra era yo misma.

Quisiera que tuviera paciencia, que me dejara ordenar un poco mis ideas…, eso es….tratar de ver
poco a poco. Verá usted… y comenzaré de nuevo por el principio. Yo amaba a mi marido, lo amé
siempre… Y él… por lo menos los primeros años de nuestro matrimonio también me amaba, sé que
se casó conmigo por amor, si, por amor, porque nunca fui bonita.
Muchas veces, al mirarme al espejo, yo misma me hacia la pregunta. ¿Por qué?, ¿por qué, me ama? A
decir verdad yo era más bien…fea. Y lo peor, tenía certeza y conciencia de mi fealdad, pero él me
amaba, a pesar de todo me amaba y yo no debí inquietarme ni plantearme enigmas del porqué… de
su razón para quererme. Debí sentirme feliz con saberme amada, aunque razonablemente no
encontraba una razón. Pero no, en el fondo dudaba… Siempre fui pobre, quedaba descartado el
interés… como una causa, como un motivo… ¿Entonces…Por qué Dios mío…por qué… ¿por qué me
ama?... y esta idea me atormentaba día y noche y me llenaba de zozobra cuando advertía en él, el
más mínimo síntoma de frialdad o de despego. Entonces me parecía ver, presentir que, aquella
felicidad se acababa, que se daba cuenta de mi fealdad, que no estando su amor justificado, se volvía
lúcido y me veía al fin… tal como era, fea.
Pero yo no podía prescindir de su amor, y estaba dispuesta a luchar por él, el espejo agravaba mi
alarma día a día. No sabe usted, señor juez lo que es esta verdad matinal, cotidiana que nos da el
espejo después de… bueno, después de algunos años. Yo no quería marchitarme, envejecer… dejar
que el pudiera dejarme…

Por eso guardé el secreto de mis planes. Si, acudí al cirujano plástico. Escogí en un catálogo… como
quien busca un traje o una joya… aquella nueva fisonomía y aquella belleza ajena… todos aquellos
rasgos que por imposibles se ha soñado tener… y vino la tortura, claro, mucho menor que la anterior
de mi ansiedad.

Mi carne quedó hinchada… rojiza, espantosamente sensible. Cada poro de mi piel palpitaba
dolorosamente. Poco a poco fue cediendo toda esa extraña sensación… y un día cayeron lentamente
los vendajes.
TEATRO MANUEL DELGADO. 2

Créame, señor juez, por primera vez el espejo reflejó mi gratitud… ya era la otra… la que había sido
ayer se fugaba como una vieja compañera cada vez más ausente… lejana, como una hermana nueva…
imprevista, encontrada.

Preparé con deleite el instante en que iba a presentarme a Miguel, a revelarle el secreto y la razón
de mi ausencia de tantos días… Forjé toda una farsa… que imaginé como un juego de sorpresas para
hacerle el regalo de mi nueva belleza… Y así fue como aquella noche, en la penumbra de la alcoba, lo
esperé en nuestro lecho. No podré olvidar ni su rostro ni su sorpresa, cuando creyó, desconcertado,
confuso, ver en mí una desconocida. Lentamente, cautelosamente, como atraído por un peligro o un
misterio se fue acercando a mí. Algo, a pesar mío quedaba aún de mi gesto, o algo más interno que
no puede borrarse, le hacía encontrarme, reconocerme con el instinto al través del espejismo nuevo.
Yo podía sentir como su mirada me reconocía y me olvidaba simultáneamente cuando se licuaba en
la nueva imagen.
¿Quién es usted? Me preguntó. Y puedo recordarlo, sus manos temblaban.
__Qué importa quién sea…me amas… ¿No es cierto?...eso es lo que cuenta…y no me dejarás…¿Me
amas?
__No podré olvidarlo nunca, sus ojos me miraron tan fijamente que podía verse a través de ellos su
razón anulada ante lo absurdo.
--¡Me amas? ¡Me amas?... Repetía yo la pregunta qué mil veces me había dicho.
--Ya no respondía con palabras, me besaba, y me besaba como nunca antes lo había hecho, y yo
insistía…¿Me amas? Y lo repetía incesantemente, creo que tantas veces como antes había sido la
duda.
--¿Me amas ahora como antes? ¿Cómo siempre?
--Como nunca, me dijo apenas en secreto. Como nunca quise antes a nadie.
--Entonces, ¿No has querido nunca antes así a nadie?
--Nunca-- No podré explicarle, Señor juez que fue, que pasó en mi mente. Aún ahora mismo no
podría explicarlo. Me sentí engañada en lo que fui. La mujer de ayer descubría con tal vivencia la
mentira, era yo misma la del engaño y la engañada.
Quise desasirme y levantarme y mostrarme a la luz, pero fue inútil. Solo sé que luché…sí,
desesperadamente contra su alucinación y su delirio, luchaba yo, Señor Juez, como con un
desconocido…todo el rencor del engaño me ahogaba…luchamos sordamente. De pronto, en el lecho
revuelto… mi mano tropezó… sí… con esto… ve usted. Con una inofensiva lima de acero para las
uñas…

Y no lo sé aún, señor Juez… quien fue… si yo… o la otra…

(Deja caer maquinalmente la lima al suelo y fija en ella la mirada.)

Por eso es, señor juez, es verdad cuando digo… que no sé… si fue ella o yo… No lo sé…No lo sé
aún…

FIN.

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