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Kafka escribió que "Lo positivo nos es dado. Queda para nosotros crear lo negativo." Y
tampoco es que esperáramos mucho para crearlo. El primer No fue llevado a cabo por la
primera mujer, Eva, desobedeciendo el mandato de Dios de no comer la fruta del Árbol
del Conocimiento. Ella, por lo menos, realizó un No activo y directo; Adán, intentando
parecer un buen chico, realizó el primer No pasivo-agresivo masculino: "La mujer me
hizo hacerlo", dijo a Dios cuando les pillaron.
Pero Dios ya había configurado el escenario para que nuestros antecesores ejercitaran
este talento humano para crear lo negativo. Promulgó Su mandato en la forma de un "no
deberéis", un No divino e imperial que hizo que la negación humana fuera al mismo
tiempo arriesgada e interesante. Hasta entonces Adán y Eva, podríamos decir, habían
vivido en el eterno Sí del Paraíso. Pero en cuanto Dios prohibió algo, la interminable
abundancia del Edén en la que toda necesidad era satisfecha de inmediato se volvió
insatisfactoria. A partir de ahí, a Adán y Eva solo les capturaba la atención aquello que
no podían tener. Este es un tipo de negación diferente del rechazo; es una falta, un
intervalo en el que uno se vuelve consciente del tiempo. Así, los primeros pinchazos del
deseo y la primera curiosidad se despertaron, y lo que los despertó fue una brecha entre
el tener y el no tener. El tiempo empezó a fluir para rellenar la brecha. Los sentimientos
como el anhelo y la pena, el querer, el anticipar, el preguntarse y el disfrutar, todos se
despliegan en las corrientes del tiempo. Son inimaginables sin el discurrir del tiempo.
El mito del Génesis implica que nuestra capacidad de negar, de pronunciar o llevar a
cabo un No, es la manera en la que nos separamos de nuestra original armonía con la
naturaleza. Lo positivo nos es dado, dice Kafka, pero el talento especial humano, o
vicio, según cuál sea nuestro punto de vista, es crear lo negativo, lo que separa a la
conciencia humana de la integración confluyente en la naturaleza. Nuestra separación
tiene sus pros y sus contras, pero en cualquier caso con ella empieza la condición
humana, que equivale a decir que con ella empieza la temporalidad y, por tanto, la
historia humana. Lo que quiero decir es que la experiencia de la negación y de la
consiguiente separación es la manera en la que creamos la temporalidad, a partir de la
cual vivimos en la dimensión del tiempo.
Si aceptáis lo que estoy afirmando, entonces resulta obvio lo importante que es que la
Psicología y la Psicoterapia se tomen muy en serio considerar el tiempo, pues ambas
están bastante preocupadas, al menos desde Freud, por el deseo, la curiosidad, la
decepción y el miedo a la muerte. Aún así, nuestras psicologías y psicoterapias han sido
en su mayor parte enfáticamente espaciales. Incluso las formulaciones teóricas que no
tienen una existencia espacial real, como el inconsciente, el ego, el id y el superego, o, a
este respecto, el Self, tienden a ser representadas como espaciales por sí mismas o
mediante metáforas espaciales. La frase "relaciones objetales" nos habla en este sentido.
Las entidades psicológicas son representadas y tratadas como objetos. Así, las
estructuras de la vida mental son facilmente cosificadas, esto es, tratadas como si fueran
cosas; y las cosas, por supuesto, existen en el espacio.
¿Por qué es esto así? Creo que tiene que ver con el intento de la Psicología desde la
Ilustración de imitar a las ciencias naturales como la Física, la Química y la Astronomía.
Los objetos en el espacio son lo que puede ser medido con precisión y entre lo que se
pueden establecer relaciones causales. Por supuesto, la Física misma, por lo menos
desde la aparición de la Mecánica Cuántica y el Principio de Incertidumbre de
Heisenberg, ha abandonado desde hace mucho las nociones simples de medida precisa y
de causalidad. En este sentido ha ido mucho más allá que la Psicología en los misterios
impredecibles del tiempo y el espacio. Cuanto más han extendido los físicos su
búsqueda hacia el cosmos y cuanto más han penetrado en el mundo subatómico, más se
han visto obligados a utilizar la probabilidad, la paradoja, la contradicción, las
realidades múltiples, así como teorías basadas en ondas del todo imprevisibles y en
campos cuyo comportamiento desafía al sentido común.
Para acercarme más a un tema que sea de relevancia para la psicoterapia, permitidme
ahora refundir el material mítico del Génesis en términos de desarrollo. Naturalmente,
todas las teorías sobre las primeras fases del desarrollo no son más que mitos,
esencialmente, proyecciones adultas hacia atrás, ya que los bebés no pueden decirnos lo
que están experimentando y, para cuando adquieren el lenguaje, el pasado pre-
lingüístico ya se ha olvidado o ha cambiado. Así que os ofrecezco mi propio mito del
desarrollo.
Creo que la terapia Gestalt, con su énfasis en el Self como un proceso cambiante, en el
contacto como un tipo de flujo, en la acción que se despliega más que en las cosas, en
los verbos más que en los nombres, puede proporcionar las bases para una teoría y una
terapia completas y satisfactorias fundamentadas en la dimensión temporal. Esto es en
gran parte debido al hecho de que la terapia Gestalt ha ido por un camino trazado por la
filosofía moderna. Los grandes filósofos que colocaron el tiempo en el centro de su
pensamiento fueron Kant y Bergson. La fenomenología y el existencialismo, que han
influido ambos a la terapia Gestalt desde sus orígenes, han utilizado el tiempo en vez
del espacio para constituir la naturaleza misma de la existencia humana. Uno de los
trabajos clave de Husserl fue "La fenomenología de la consciencia interna del tiempo".
La obra maestra de Heidegger, que definía la fenomenología existencial, fue llamada
"Sein und Zeit" -- "Ser y Tiempo". Hay un capítulo crucial en la obra de Merleau-Ponty
"La fenomenología de la percepción" sobre la naturaleza de la temporalidad. Y el
segundo libro de Emmanuel Lévinas se tituló "El tiempo y el otro".
Creo que hay un tipo de comprensión temporal muy rica a disposición de la terapia
Gestalt, pero sólo implícitamente, sólo en ráfagas y pistas. La terapia Gestalt ha sido
una teoría tan ecléctica... Hay tantas corrientes cruzadas en el libro básico de Perls,
Hefferline y Goodman, chocando unas con otras, incluso contradiciéndose... En primer
lugar, en los comienzos de la terapia Gestalt influyó una mezcla de filosofías y
psicologías -la psicología del ego psicoanalítica, Reich, la psicología de la Gestalt, la
psicología social de Dewey, y la teoría del campo de Lewin-, que a menudo se meten
una en el camino de la otra. Queda mucho trabajo por hacer para ordenar o podar el
jardín de la terapia Gestalt, para deshacerse de parte del revoltijo. En segundo lugar, en
la práctica de la terapia Gestalt, en particular con la forma que le dio Fritz Perls y
algunos de sus sucesores, en muchos lugares se hizo dominante una teoría de la
temporalidad muy inadecuada.
Esto no es suficiente para la psicoterapia. Y menos aún es una filosofía de vida, como
muchas personas han intentado presentarlo. En la terapia Gestalt también tenemos otros
modelos temporales bastante inadecuados, como el ciclo del awareness o el ciclo de
contacto. Son como si todos lleváramos adelante nuestras vidas como el motor de un
coche, repitiendo el mismo ciclo una y otra vez, y todos lo hiciéramos de manera
similar. Nos damos cuenta de algo, nos aumenta la excitación, nos movilizamos,
contactamos, la excitación amaina, hay un cierre, una Gestalt finalizada, y volvemos a
empezar. Esta descripción mecanicista es similar al relojero del universo de Newton.
El asunto está en que también en la terapia Gestalt, como en otras psicologías, algunos
maravillosos insights metafóricos acaban siendo tratados como si fuesen la realidad.
Todo poeta sabe que una vez utilizas una metáfora unas cuantas veces, más vale que la
tires antes de que se convierta en un cadáver podrido. Y no malgastéis el tiempo
aplicando el cadáver podrido a la vida, porque la naturaleza vital y dinámica de la
existencia vivida siempre superará todas nuestras metáforas.
II
Lo que estoy sugiriendo es que la condición humana, la vida bajo el arco primordial de
la temporalidad, que es como un arco iris cuyos extremos se difuminan entre un futuro
remoto y desconocido y un pasado antiguo mayormente olvidado, es una existencia
compuesta de asombro y sufrimiento. El llanto del recién nacido refleja a la vez la
sorpresa y el dolor de nacer. Somos conscientes de las dolorosas necesidades del bebé,
pero también presenciamos su curiosidad inagotable, su fascinación con cada nueva
cosa, con cada nuevo momento.
¿Qué es esta entidad o proceso que llamamos tiempo? ¿Cómo llega a tomar forma? Casi
todos los filósofos coinciden en que no tiene sentido hablar de que el tiempo exista sin
nosotros. Su invención o su descubrimiento podrían haber sido más o menos así: He
hablado del llanto que precede al ritmo de la primera respiración que realiza el niño por
sí mismo. Un factor más general desde el punto de vista del desarrollo es que el niño
descubre que tiene que esperar. Por lo que sabemos, cada necesidad anterior al
nacimiento era safisfecha instantáneamente. Los nutrientes de la madre circulaban a
través del bebé. Inmediatamente después del nacimiento, las necesidades se satisfacen
casi instantáneamente: la necesidad del bebé y la necesidad de la madre de satisfacer la
necesidad del bebé se encuentran como dos partes de la naturaleza, al menos cuando las
cosas van bien. Y entonces, en cierto momento, el bebé descubre que debe esperar.
Quizá en esta espera, como en un corte o brecha súbitos, la experiencia del tiempo toma
forma. Una poetisa americana llamada Anne Carson pregunta: "¿Cómo descubre un
niño que hay un borde?" Y responde: "Deseando apasionadamente que no haya
ninguno." Yo diría lo mismo sobre el tiempo. ¿Cómo descubre el bebé que existe el
tiempo? Deseando apasionadamente que no haya ninguna espera.
La sombra del tiempo cae sobre este corte o brecha súbitos, sobre el hueco entre la
necesidad o deseo y el objeto necesitado o deseado. Esto hace la vida difícil. También la
convierte en un desafío. Sin dificultad no hay creatividad, no hay razones para inventar
o crecer. El historiador británico Arnold Toynbee dijo que los acontecimientos humanos
no tienen que ver con la causa y el efecto, sino con el desafío y la respuesta.
El asombro y el sufrimiento son las cualidades que acompañan nuestra existencia según
se despliega en el tiempo. Somos cuerpos que envejecen y decaen, un trozo de carne
que tiene una forma y una función hermosas, pero que duele, y somos también almas
que sufren, desean y sienten una curiosidad inagotable por lo desconocido. Podéis ver
esta combinación en todas las grandes obras de arte. Un poema del poeta francés
Stéphane Mallarmé empieza diciendo "J'ai lu tous les livres, et le chair est triste"; he
leído todos los libros, y la carne es triste. Los grandes pintores de la figura humana
siempre han entendido este doble carácter de la existencia humana como asombro y
sufrimiento -- Velázquez y Goya, Max Beckman y Francis Bacon. Hace un par de años
estaba enseñando en París y aproveché para ir a una exposición retrospectiva de las
pinturas del expresionista alemán Max Beckman, un pintor maravilloso. Ningún otro
pintor ha podido mostrarnos jamás una carne más vulnerable. Carne viva volviéndose
blanca según muere. Venas y arterias que destacan con un cierto tono verde de
putrefacción, como de algo maduro en exceso, con heridas y aperturas sangrantes.
Suena terrible y, aún así, estas pinturas son muy hermosas. Porque como en todo gran
arte, en ellas hay transfiguración; en estas representaciones del sufrimiento humano hay
algo sagrado y trascendente. El sufrimiento del que hablo no es el sufrimiento de la
fijación neurótica. Lo trágico no es la depresión. Y esta diferencia entre la tragedia y la
depresión es importante para nuestra comprensión de cómo existimos en el tiempo.
Porque la tragedia acepta el sufrimiento de nuestra existencia vivida en el tiempo y
finalmente va más allá del sufrimiento, transfigurándolo en una mayor sabiduría. La
depresión, sin embargo, lleva consigo un rechazo a vivir en el tiempo, a través de
mantener una aflicción que nunca cambia. Retomaré este tema más adelante.
Si la Filosofía empieza con la pregunta cómo puede haber algo en lugar de nada, la
Psicoterapia empieza con otra pregunta, una que expresa la carga de la existencia
cotidiana, una pregunta temporal: hay algo, ¿cómo puedo seguir adelante? Una pregunta
difícil, porque dice que la existencia no es sólo un deleite, sino una carga, a veces una
pesada carga. Pensad en la frecuencia con que uno dice "quiero bajar del tren, quiero
que pare". Pero no te puedes bajar del tren, no va a parar. Existir es una responsabilidad
que no puedes dejar. No puedes dejar de existir por mucho que quieras, salvo mediante
el suidicio o mediante alguna aproximación con drogas u otras adicciones. ¿Conocéis el
trabajo de Emmanuel Lévinas? Fue un filósofo, un estudiante de Husserl y Heidegger,
que escribió sobre asuntos de gran interés para los psicoterapeutas. Por ejemplo,
escribió de una forma bella y poderosa sobre la carga que supone el mero hecho de
existir. (Judío lituano, estaba en un campo de concentración mientras escribía sobre este
tema, así que sabía bastante sobre el sufrimiento.) Él enfoca esta cuestión de la
existencia en el tiempo emprendiendo un análisis fenomenológico de fenómenos como
la fatiga, la indolencia, el insomnio, cualidades humanas como éstas, cuestiones
abstractas y difíciles. Permitidme que os lea unas líneas:
"Existe un hastío que es un hastío de todo y de todos, y por encima de todo un hastío de
uno mismo... en el hastío la existencia es como el recordatorio de un compromiso de
existir, con toda la seriedad y la dureza de un contrato irrevocable. Uno tiene que
hacer algo. Uno tiene que aspirar a algo y asumirlo... El hastío es el rechazo imposible
de esta obligación última."
¿Veis a dónde llega Lévinas? Su análisis fenomenológico del hastío y la indolencia nos
dice cómo el instante mismo llega a cobrar forma. Es una elaboración de lo que dije
sobre la espera. El hastío se alza contra el mandato de existir, que es nuestra
incapacidad de bajarnos del tren, y el deseo a veces de no tener que existir, de parar. En
el caso de la indolencia, uno ni siquiera quiere empezar, aunque ya esté en marcha
porque la existencia no se detiene. Estas tensiones, dice Lévinas, son lo que constituye
nuestra experiencia del instante. Imaginad que agarráis una piedra grande y que, según
la levantáis, se vuelve cada vez más y más pesada. Pero tenéis un contrato para poner
esta piedra sobre un estante elevado, y conforme empezáis el movimiento y se hace
cada vez más pesada, vuestros músculos y hasta vuestra mente se empiezan a cansar.
Pero estáis a mitad de camino y no podéis sencillamente parar, tenéis un compromiso. Y
si paráis, como estáis sosteniendo la piedra, ésta cae al suelo y tenéis que empezar de
nuevo. La existencia en el tiempo es un contrato ineludible como levantar esta piedra. Y
el tiempo entra agudamente en nuestra conciencia como esta voluntad de parar y no ser
capaz de hacerlo.
Por otro lado, la indolencia crónica puede estar más cercana a los trastornos de
ansiedad. Esta indolencia no es simple pereza, que nos sobreviene a todos de cuando en
cuando; es un miedo a cualquier esfuerzo que pueda llevarle a uno hacia el futuro,
porque uno no tiene suficiente autoapoyo como para lidiar con lo desconocido. En un
momento os daré mi propia fenomenología, tanto de la depresión como de la ansiedad.
III
Si el asombro o la curiosidad y el sufrimiento son signos de vivir en un mundo
temporal, entonces yo argumento que la ansiedad y la depresión son intentos de
deshacerse del tiempo. Hasta cierto punto, por supuesto, son inevitables. La ansiedad
acompaña a toda excitación, la depresión acompaña a toda pérdida. Pero cuando se
convierten en estados fijados, crónicos, ambos se convierten en intentos de controlar la
temporalidad. Ambos, aunque de formas diferentes, intentan vivir fuera del pasado,
presente y futuro. La ansiedad y la depresión como fijaciones quieren literalmente matar
el tiempo para crear una certidumbre que reemplace al misterio inherente a la
temporalidad de la vida misma.
Heidegger fue un pensador que comprendió que la ansiedad acompaña a toda vida
auténtica. El dasein de Heidegger, su término para referir el ser de uno en el mundo,
tiene una orientación hacia el futuro. Para él, vivir de forma completa y auténtica
significa siempre ir un poco por delante de uno mismo, vivir en un momento presente
pero girado hacia el futuro como la posibilidad de lo desconocido siguiente, que en
último término incluye la propia muerte. Así, esto implica vivir en un estado de tensión
perpetua. Si vivís lo que Heidegger llama una vida auténtica tendréis muy poco
descanso. Viviréis con incertidumbre, y siempre con cierta tensión.
Si estás ansioso no puedes tolerar esperar. Esperar, para las personas muy ansiosas, es
horrible. Esta es una razón por la que siempre van apurados a las citas y al mismo
tiempo llegan tarde a ellas a menudo. No quieren lidiar con el tiempo. Ni siquiera
quieren que exista. Sospechas que tu amante está con otro hombre u otra mujer; no estás
seguro, pero lo sospechas. Él o ella se iba a encontrar supuestamente contigo hace una
hora. Pasa otra hora y no tienes idea de dónde puede estar, pero crees que puede estar
con alguien. ¿Has intentado alguna vez sentarte a leer una novela o escuchar música
bajo estas circunstancias? Apenas te puedes concentrar porque estás lleno de futuro
desconocido. Las personas con desórdenes de ansiedad están así todo el tiempo. De
hecho, están seguros de que su amante está con alguien, de que ya les ha engañado, y se
dirigen ya hacia el pánico. Su amante es culpable hasta que no se demuestre lo
contrario. Porque si no sabes qué está pasando, si realmente pudieras creer en el no
saber, ¿por qué te palpitaría el corazón, por qué te correría la adrenalina? La persona
ansiosa vive como si condujera un coche y un enorme camión fuera de control se
dirigiera directamente hacia ella.
La gente dice a menudo "no tengo tiempo". Esta respuesta viene de una cultura dirigida
por la ansiedad. Es una forma de vivir como si uno debiera constantemente reducir la
brecha temporal entre el presente y el futuro, lo conocido y lo desconocido. La gente así
no puede esperar. No pueden permanecer con nada durante mucho tiempo prestándole
atención. No tienen curiosidad porque siempre están corriendo. La curiosidad requiere
un cierto tipo de paciencia, una disposición a esperar ante lo desconocido. Os daré un
ejemplo de la relación entre la ansiedad, el tomarse el tiempo y el ser curioso: Edward
Shapiro, un productivo psicoanalista americano, describió un fenómeno en las familias
al que llamó "certeza patológica", que implica específicamente una ausencia de
curiosidad. En ciertas familias, cuando un bebé llora, los padres que están demasiado
ansiosos, padres "sin tiempo", no pueden esperar pacientemente con atención curiosa
hasta descubrir qué necesidad puede estar expresando el bebé con su llanto. Dicen: "Oh,
tiene hambre", y lo ceban metiéndole una botella en la boca. Este bebé puede que crezca
con la sensación de que todas las necesidades se han de satisfacer con comida, lo que
puede ser el inicio de un serio trastorno alimentario.
IV
Como la ansiedad, la depresión también quiere zafarse de un futuro desconocido e
indeterminado. En términos de frontera de contacto, entendida como un encuentro entre
lo conocido y lo desconocido, tanto la ansiedad como la depresión tratan a lo
desconocido como ya conocido. En este sentido ambas están desprovistas de contacto.
Como la ansiedad, la depresión intenta ejercer un control sobre el futuro, pero lo hace
de otra forma: dicho en términos temporales, se gira hacia el pasado. Por esto la
depresión está conectada a la pena, la retirada, la nostalgia, el remordimiento y la
pérdida. Tanto la ansiedad como la depresión nos sacan de estar absortos en el momento
presente, lo cual conforma nuestra experiencia del tiempo: un presente coloreado por el
pasado y por el futuro.
La depresión está tan orientada hacia el pasado que llega a tratar el futuro, no solo como
algo conocido, sino como algo que es ya parte del pasado. Mientras que alguien que
sufre ansiedad o ataques de pánico responde al futuro como a un camión fuera de
control, la persona deprimida trata el futuro únicamente como pérdida. Habitualmente
concebimos la pérdida como algo que está detrás de nosotros, y vivimos su duelo, que
nos sirve para seguir adelante. Pero para la persona deprimida no hay ningún adelante
por el que valga la pena seguir adelante. Y así es como la persona deprimida permanece
en un estado de tristeza perpetua, un estado de duelo interminable. Hace no solo el
duelo de las pérdidas pasadas, sino de las futuras, que aún no existen. Así que, al igual
que la persona ansiosa, la persona deprimida vive también en un estado de certeza sin
curiosidad. Sabe, sin duda, que el futuro ya se ha perdido.
Cuando llega la primavera y las plantas florecen y las hojas brotan en los árboles, la
persona deprimida no experimenta la excitación del nuevo nacimiento. La persona
deprimida mira a este mundo floreciente y ve ya las hojas secándose y marchitándose,
las ve muriendo y cayendo la suelo. Si algo está naciendo, ya ha acabado y se ha
perdido. Así es la existencia temporal de la depresión crónica. Para la persona
deprimida, todo tiempo se ha gastado ya y no queda nada. La depresión es una negativa,
aún mayor que la de la ansiedad, a habitar en el dominio del tiempo. El depresivo
intenta crear un mundo en el que el tiempo ya no pasa, en el que el cambio ha llegado a
su final. Jean Paul Sartre, en su pequeño libro sobre las emociones, describe la
depresión como un tipo de encantamiento, que lanza un hechizo sobre el mundo para
hacerlo uniformemente gris, sin color o diferencias, para convertirlo en algo totalmente
carente de interés. Así, la depresión vive en una condición cercana a la muerte. Éste es
un hecho muy importante sobre la depresión. La certeza de la depresión consiste en no
tener que preocuparse por cuándo llegará la muerte, porque uno está ya casi muerto.
Para qué emocionarse, para qué arriesgarse a nada, para qué trabajar por nada, no vale la
pena. La vida no tiene nada que ofrecer. La forma última de esto, por supuesto, es el
suicidio.
Extrañamente, podríamos decir que la persona deprimida desea vivir, no en la corriente
del tiempo, sino en el final y en el principio del tiempo, en ambos. La muerte, por lo que
sabemos, no tiene la experiencia de la temporalidad, pero tampoco el periodo anterior al
nacimiento. Dije antes que el tiempo no existía en el Jardín del Edén. Nuestro castigo
por comer la manzana, desobedeciendo a Dios, fue ser obligados a vivir en el tiempo,
sabiendo que moriremos. Para la persona deprimida, vivir en el tiempo es una vida que
no vale la pena vivir. Lo que la persona deprimida nos está diciendo es: para mí, el
paraíso o nada. Tengo derecho al paraíso, considerando todo lo que he
pasado. Cualquier cosa que me deis, como no sea el paraíso, me hará infeliz. Si no
puedo tener el paraíso preferiré suicidarme. Ser el padre o el hijo, el marido o la mujer,
o el terapeuta de una persona así es sentirse continuamente castigado por no
proporcionar un paraíso perfecto. Por supuesto, este mirar atrás hacia el paraíso y su
pérdida, una edad dorada que se fue para siempre, es el último giro posible hacia el
pasado, al igual que la muerte es nuestro último futuro.