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AUTOR: Reboreda y Bermejo.

TÍTULO: “El héroe griego: Mito, Culto y Literatura”

En los poemas homéricos, y sobre todo en la Ilíada, se llama heroi a un grupo de


guerreros que combaten juntos como compañeros y se hallan unidos mutuamente
mediante un lazo o pacto. Son los mejores de entre los guerreros y tanto los ejércitos
como la población depende de él. El grupo de héroes compone un estrato social, es una
función social.
Los más destacados guerreros, los héroes, constituyen una aristocracia, por ser los
aristoi, los mejores en la batalla, poseen unos privilegios que sus comunidades de origen
les otorgan en compensación por el papel militar que desempeñan. Ese papel
precisamente los situará, a un nivel ideológico, en un límite entre los dioses y los hombres.
La grandeza del héroe épico no residirá básicamente en sus grandes hazañas, aunque éstas
sean fundamentales para el desarrollo de una carrera heroica, ya que son las que
proporcionará su gloria, a través del canto que trasmitirá su recuerdo a las generaciones
venideras, sino en su conciencia, en la conciencia del cumplimiento de un destino que lo
vinculará a esa gloria.

Individualidad del héroe épico

Para el conjunto de los héroes no se puede hablar de clasificación ni de


especialización. Sin duda alguna, cada uno de estos personajes se le atribuyeron unas
peculiaridades específicas y cada cual debería de enfrentarse con diferentes problemas.
Se ha exaltado la figura de Aquiles y sus características (morir joven), generalizándose
para los otros héroes. Sin embargo hay un grupo numeroso de héroes que no muere en la
guerra y a los que al igual que Aquiles, se les rindió culto.
Este planteamiento permite ilustrar la defendida hipótesis sobre la individualidad
de cada héroe en la épica, aunque no se puede negar la existencia de una serie de factores
que comparten y los distinguen de los hombres corrientes y los dioses.

La ambigüedad del héroe épico

Un héroe precisa que una divinidad lo adopte como protegido; los motivos para
que ello ocurra son muy variados, puede ser debido a la existencia de lazos de sangre, por
afinidad de caracteres o por simple pacto de conveniencia.
En una situación normal un héroe contará siempre con la protección que le otorga
la divinidad que le es propicia y ello le coloca en una situación de ventaja con respecto al
grupo de los humanos. La contrapartida que este hecho lleva implícita es que tendrá en
su contra a aquella deidad que proteja a su enemigo.
Los vínculos que unían a los dioses con sus pupilos no poseían necesariamente un
carácter estable y mucho menos permanente, a ello hay que añadirle que las formas de
ofender a los seres del Olimpo eran múltiples- a veces difíciles de controlar por parte de
los mortales-, el héroe debía prestar una atención constante a su benefactor procurando
que el interés que este mostraba por aquel no se convirtiera en una animadversión, ya que
implicaría la inmediata retirada de la protección y en peor de los de los casos la antigua
deidad “salvadora” podría llegar a convertirse en el peor de los enemigos.
El héroe era un ser que se definía a medio camino entre los hombres y los dioses,
ese aspecto común marcará tanto sus vida como sus actitudes y provocará que los límites
de su actuación permanezcan siempre difusos. Vernant anuncia que lo que lo que separa
a los héroes de los hombres son los actos que han osado realizar, pero la fuente y la causa
de los mismos son ajenos al propio héroe ya que son el resultado de una gracia o concesión
divina
Una primera característica de esta ambigüedad radica en el hecho de que si por
un lado poseían una serie de poderes sobrehumanos, por otro lado hacían una rigurosa
identificación con el resto de los hombres corrientes y es que, al igual que ellos, su
naturaleza era efímera, es decir, se encuadraban dentro del grupo de los seres mortales
que eran conscientes que morirían. Este hecho, que los héroes difícilmente asumen, es
el gran abismo que los separa y a la vez contrapone a los inmortales y que se intenta
superar mediante una serie de vías ficticias; la única salida es preservarse en la memoria
de la gente a través de las futuras generaciones (canto del aedo y el culto).
Para que el héroe alcance este status debe realizar una serie de hazañas, en la que
su principal cometido es defender los bienes de la comunidad a la que representa; ésta
circunstancia suele ser provocada, bien por el acoso de una figura monstruosa o animal
que envía alguna divinidad para castigar una presunta ofensa recibida, o bien en una
guerra.
Es por ello que J. Redfield apunta a la doble vertiente que posee el combate para
la figura heroica: altruista y egoísta, la guerra o la amenaza de terribles fieras traen
aparejadas circunstancias extraordinarias, es decir, provocan una ruptura en la vida
cotidiana pero sin estas necesidades defensivas de la comunidad, el héroe no podría
alcanzar su kleos y se convertiría en un personaje anónimo, que caería en el olvido.

La muerte del héroe

El tema de la muerte del héroe va a tener una importancia fundamental en todo el


género épico. Son pocos los que murieron de muerte natural, la mayoría son asesinados
o víctimas de determinados incidentes. Aunque reiteramos que la muerte en la flor de la
juventud no era característica obligada de todo héroe, hay que reconocer que son muchos
los que morían antes de alcanzar la madurez.
El código heroico se muestra claro en lo que se refiere al tema de la muerte y el
ritual que en dicho momento, debía practicarse a todo héroe.
Partimos de la base de que era común la practica de la incineración y que los
honores que se realizaban a los muertos eran tanto más importantes cuanto la posición
jerárquica social era más elevada.
La importancia que tenía la celebración de la ceremonia funeraria de los héroes en
relación con su status también aparece en “La Ilíada”. Siempre que muere uno de los
héroes renombrados, a su alrededor se organiza una batalla contundente para llevarse el
cadáver al campo propio, o bien para hacerle los honores o rituales, bien si se trata de los
enemigos, para impedir que estos se lleven a cabo.
La razón para desea que el cuerpo del enemigo quedara insepulto era que de este
modo su alma vagaría por el mundo de los vivos sin poder acceder al Hades.
Analicemos la simbología del ritual fúnebre. A través de las honras fúnebres se
pretendía en un principio que el cadáver reflejara todo su esplendor, tal como le
correspondía a un héroe, de ahí el interés en manifestar y resaltar el reflejo de la juventud
y virilidad que poseía en vida, como cuando realizaba sus hazañas. Es precisamente a
través del fuego- que destruye pero que a la vez preserva- que el héroe se acercaba lo
máximo posible al mundo divino, la eterna juventud y la belleza que tenía el héroe en ese
instante, era conservada en la mente humana gracias a la acción del fuego, ya que impide
la descomposición.

La responsabilidad del héroe épico


¿Hasta qué punto éstos personajes eran responsables directos de sus actos?. P.
Vernant afirma: “El héroe no tiene que proyectar, preparar ni prever (…) el triunfo no es
la realización de una virtud personal, sino la señal de una gracia divina”.
No podemos negar que el héroe se mueve en un contexto de “perpetua vigilancia”.
Por un lado, gran parte de las situaciones en las que se desenvuelven los héroes son fruto
de la decisión de los dioses y por otro, necesitan la constante aprobación de la comunidad
sobre sus hazañas para mantenerse en el puesto que la sociedad le ha asignado. No
debemos ver a los héroes como marionetas. En contra de ello están sus actitudes hostiles
o de rebeldía con el mundo que los rodeaba
El nexo de unión entre los héroes y las generaciones humanas- presentes y futuras-
era el aedo. Ambos (el aedo y el auditorio) eran imprescindibles para el mantenimiento
de la figura heroica; sin el poeta no serían conocidas las hazañas y sin el público no se
sostendría la “inmortalidad”.
Redfield dice: “al héroe se le atribuye un papel y una identidad: él sabe lo que es
porque está definido por el prójimo (…) en tanto que es victorioso, su credibilidad se
confunde con su papel social, cuando ocurre lo contrario su personalidad es cuestionada”.
Durante la vida, la posición del héroe era continuamente revisada, pero al morir
la relación héroe-comunidad experimentaba un giro y alcanzaba una posición casi divina.

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