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Un héroe precisa que una divinidad lo adopte como protegido; los motivos para
que ello ocurra son muy variados, puede ser debido a la existencia de lazos de sangre, por
afinidad de caracteres o por simple pacto de conveniencia.
En una situación normal un héroe contará siempre con la protección que le otorga
la divinidad que le es propicia y ello le coloca en una situación de ventaja con respecto al
grupo de los humanos. La contrapartida que este hecho lleva implícita es que tendrá en
su contra a aquella deidad que proteja a su enemigo.
Los vínculos que unían a los dioses con sus pupilos no poseían necesariamente un
carácter estable y mucho menos permanente, a ello hay que añadirle que las formas de
ofender a los seres del Olimpo eran múltiples- a veces difíciles de controlar por parte de
los mortales-, el héroe debía prestar una atención constante a su benefactor procurando
que el interés que este mostraba por aquel no se convirtiera en una animadversión, ya que
implicaría la inmediata retirada de la protección y en peor de los de los casos la antigua
deidad “salvadora” podría llegar a convertirse en el peor de los enemigos.
El héroe era un ser que se definía a medio camino entre los hombres y los dioses,
ese aspecto común marcará tanto sus vida como sus actitudes y provocará que los límites
de su actuación permanezcan siempre difusos. Vernant anuncia que lo que lo que separa
a los héroes de los hombres son los actos que han osado realizar, pero la fuente y la causa
de los mismos son ajenos al propio héroe ya que son el resultado de una gracia o concesión
divina
Una primera característica de esta ambigüedad radica en el hecho de que si por
un lado poseían una serie de poderes sobrehumanos, por otro lado hacían una rigurosa
identificación con el resto de los hombres corrientes y es que, al igual que ellos, su
naturaleza era efímera, es decir, se encuadraban dentro del grupo de los seres mortales
que eran conscientes que morirían. Este hecho, que los héroes difícilmente asumen, es
el gran abismo que los separa y a la vez contrapone a los inmortales y que se intenta
superar mediante una serie de vías ficticias; la única salida es preservarse en la memoria
de la gente a través de las futuras generaciones (canto del aedo y el culto).
Para que el héroe alcance este status debe realizar una serie de hazañas, en la que
su principal cometido es defender los bienes de la comunidad a la que representa; ésta
circunstancia suele ser provocada, bien por el acoso de una figura monstruosa o animal
que envía alguna divinidad para castigar una presunta ofensa recibida, o bien en una
guerra.
Es por ello que J. Redfield apunta a la doble vertiente que posee el combate para
la figura heroica: altruista y egoísta, la guerra o la amenaza de terribles fieras traen
aparejadas circunstancias extraordinarias, es decir, provocan una ruptura en la vida
cotidiana pero sin estas necesidades defensivas de la comunidad, el héroe no podría
alcanzar su kleos y se convertiría en un personaje anónimo, que caería en el olvido.