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1.
Estamos al tanto que las aristas que emergen ante la cuestión generacional en la cultura
de izquierdas fueron trabajadas en el medio local de diversos modos en los últimos años
(Acha, 2008; Pacheco, 2010; Percia, 2015; Schwarzböck, 2016; Svampa, 2008). No
sostenemos una comprensión en clave etaria de lo generacional, sino como una toma de
posición frente a los debates y combates de una época. Una generación político-
intelectual se cartografía, más que por las respuestas que otorga, por los interrogantes
1
Integramos El Loco Rodríguez: Emiliano Exposto, Andrea Ugalde, Lucas Ortiz, Gabriela Leoni,
Agustina Paz Frisia, Ignacio Veliz, Gabriel Rodríguez Varela, Gonzalo Furfaro, Belén Avena, Javier
Iaria, Gustavo Larroca, Franco Castignani y José Scassera.
con los cuales anima aquello que llamamos, oblicuamente, nuestra contemporaneidad
(ese entrecruzamiento de temporalidades y espacialidades bien diversas).
En el año 2008, Omar Acha, editaba su ensayo La nueva generación intelectual. Allí
sostenía que las experiencias novedosas surgidas al calor de los años de la crisis de
2001-2002 aún estaban vivas, posibilitando gestar y desarrollar desde ellas una apuesta
generacional que renueve el campo intelectual argentino. Dicha posibilidad estaba
abierta, dado que consideraba (por aquellos años) que la narrativa kirchnerista era una
suerte de “una narrativa de viejos” cuyo temple carecía de la savia necesaria para
estimular a nuevas camadas juveniles de artistas, militantes, académicos, poetas, etc. A
su vez, Mariano Pacheco y, a su manera, Maristella Svampa, veían en aquellos años la
posibilidad de emergencia de nuevos tipos de activismos, militancias y producciones
culturales, más anfibias y heterodoxas. Otros prefirieron denominar a esas experiencias
con la noción de “subjetividades en y para la crisis” (Gago y Sztulwark). Pero, ¿qué
decir de aquellas lecturas luego de vivir los acontecimientos políticos posteriores al año
de la publicación de dichos ensayos? El conflicto con las patronales rurales, los debates
en la calle en torno a la nueva Ley de Medios y la Ley de Matrimonio Igualitario, las
movilizaciones en torno al funeral de Néstor Kirchner, son algunos de los episodios más
contundentes que ponen a contraluz aquella sentencia de Acha. El fenómeno de
politización juvenil (en clave nacional-popular o trotskista clásica) subordinado a
esquemas conceptuales enmohecidos, constata el derrumbe de aquella expectativa que
anhelaba una nueva política cultural de izquierdas apoyada en las huellas insumisas del
2001. ¿Por qué encontramos una reposición de paradigmas vetustos allí donde se
esperaba un corte radical de época?
La mayoría de nosotros no vivimos el 2001 de forma activa. Sin embargo, en las
conversaciones y debates del Colectivo, volvemos una y otra vez allí, buscando sus
restos en el presente. En la exploración de esos restos hallamos como mínimo dos
direcciones: por un lado, creemos que es posible indagar en las zonas opacas donde la
subjetivación política se nos revela como sujeción; y por otro lado, ubicamos la
posibilidad de indagar en los restos de insumisión que recorren las diferentes esferas de
la vida social luego de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Nos quedamos,
por capricho quizás, con el primer aspecto. Nos interesa pensar el vínculo (no necesario)
entre subjetivación y sujeción. Es por ello que exploramos los puntos ciegos de la
imaginación política a partir de reflexionar sobre nuestros consumos culturales,
activismos dispersos, militancias fallidas, aspiraciones profesionales y
sentimentalidades ideológicas. No postulamos la ausencia de algún tipo de saber táctico-
estratégico. Señalamos una saturación de saber, donde las imágenes (de lucha, de
cambio, de vidas deseables) y los legados simbólicos (kirchneristas, autonomistas,
troskos), a los cuales apelamos en los últimos años, inhibieron el poder colectivo que
pretendían invocar. En el reconocimiento de esos límites creemos que es posible
explorar potencias para una nueva imaginación política radical.
Nos hacemos eco de esta pregunta: “¿Es posible, sólo con la herencia, pensar lo que está
ocurriendo? ¿Cómo decir lo todavía impensado, lo que no puede ser atribuido o
explicado por el lenguaje recibido? ¿De qué manera imaginar más allá de lo ya
imaginado?” (Percia, 2015: 78). Ahora bien, ¿Cuáles son los límites de nuestras
imágenes políticas? ¿Cuáles son nuestras preguntas y problemas? ¿Cuáles son los temas
de nuestro tiempo? ¿Este tiempo, es efectivamente nuestro? ¿Cómo reconectarse con lo
contemporáneo, ese magma de anacronismos y novedades, nunca pleno consigo mismo?
¿Cómo criticar, y con el mismo órgano reivindicar, las luchas y legados del pasado, sin
caer en un gesto cínico reaccionario o aggiornarse en clave conservadora? ¿Cómo
sostener un deseo de transformación radical en el siglo XXI que desfetichice las
imágenes y recursos que, como obstáculos subjetivos y organizativos, obturan la
concreción de ese mismo deseo en el plano social y político?
Pensar la historicidad subjetiva permite abrirse paso más allá del balance contable de
derrotas o triunfos. Vehiculiza pensar el lugar que ocupa eso que llamamos “el sujeto”
en la política y las figuras que han ocupado, parasitando, ese lugar. Los esquemas de los
activos politizados ofician de puntos ciegos: las imágenes disponibles en torno a qué es
y cómo se lleva a cabo una transformación socio-personal ocluyen la posibilidad de
abrirse a las limitaciones y posibles concretos de la actualidad. ¿En qué medida la falta
de elaboración de las formas en que el “patriarcado productor de mercancías” (Scholz)
se metaboliza en nosotros obtura la potencia de las luchas y rebeliones por venir?
2.
Durante los años en los cuales se cultivó y consolidó una propuesta política neoliberal y
de derecha como la alianza Cambiemos, las respuestas de nuestros padres
generacionales, sus decisiones como dirigentes, sus gestos activistas y guías morales,
¿no obturaron, ante la urgencia de cada coyuntura, y con nuestra complicidad, el vacío
necesario para que nos atreviéramos a hacer nuestras propias preguntas?¿Por qué le
exigimos a esa totalidad exterior y abstracta que llamamos “clase” o “pueblo” lo que no
podemos experimentar en nuestra propia vida, en la intimidad de nuestros afectos y de
nuestros espacios políticos? ¿En qué medida el macrismo cosecha, en las sensibilidades
sociales, las sujeciones que nosotros mismos ayudamos a sembrar aún en nombre de
“promesas emancipadoras”?
Los modos de elaboración de la derrota de las izquierdas del siglo XX y los saldos del
2001 en Argentina, llevaron a una exaltación acrítica de los mismos recursos e imágenes
que facturaban tales experiencias, convirtiéndose por ello en tutelas conceptuales y
morales. Por eso nos preguntamos sobre la eficacia de los esquemas en la cultura de
izquierdas y el campo popular. En particular, no negamos la posible eficacia de métodos
de lucha como las movilizaciones. Pero tampoco la absolutizamos. El formato de
movilización clásico (en la calle, “espontáneo” y/o a través de aparatos) no es a priori
garantía de “movilización”. Pero puede operar como vector de intensidades, como
apertura cognitiva, sensible y existencial. Algo de eso vivimos durante las jornadas del
14 y 18 de diciembre de 2017.
Al decir esto pareciera que el camino ya estaría allanado: parir la novedad. La pura
novedad redentora. Nada más anquilosado que dicha ambición. Esgrimir una coherencia
plena con lo contemporáneo, en un corte absoluto con el pasado, a la vez que filtra una
concepción ingenua frente aquello que las generaciones precedentes no pudieron
elaborar, esteriliza toda actitud crítica frente a la época. La reflexión crítica sobre las
tradiciones (su tiempo y el nuestro) es un necesario anacronismo productivo. Preciamos
rigurosidad en la lectura y radicalidad en la crítica: para calibrar la rapidez y la eficacia
de la acción. Ya que ante una subjetividad política espectralizada, se trata de revisar los
fantasmas para poder decidir qué hacer con ellos, en un exorcismo que convoque a otros
fantasmas: una demora en lo impensado por la generación precedente, apelando a los
muertos que ellos no supieron escuchar. León Rozitchner, en la tradición argentina, es
un buen ejemplo de ello.
3.
En la subjetivación política de los últimos años se evidencia la prolongación acrítica de
esquemas de generaciones pasadas. Entre esos tutelajes se encuentra el gesto de postular
un “afuera” impoluto al capitalismo como resorte desde el cual sostener todo
posicionamiento crítico al sistema. Lo cual lleva a concebir a ciertas instancias sociales
o sujetos destinados a ser los protagonistas de la lucha política (el pueblo, la clase). Y
con ello, a proponer un dispositivo organizativo (el partido, la orga) como “La
herramienta” para materializar ciertos fines. Proponiendo a su vez una imagen de futuro
pleno y carente de conflictos humanos, que no hace sino eludir el desgarro del presente
en una “tierra prometida”.
Repetimos, luego del 2001-2002, un clásico gesto de las izquierdas: momificar una
hipótesis estratégica y un recurso de lucha, suponiendo que tendría la vitalidad que tuvo
en cierto momento histórico. Universalizando el carácter situacional y trágico de lo
político: confundimos estrategia con ontología. ¿Cómo no instalar, en nuestra relación
con la historia, una aspiración emancipatoria última, un método de validez universal, e
incluso una subjetivación política irreductible que conjura toda apuesta novedosa? ¿Por
qué quedarse con las respuestas, olvidando las preguntas que las originaron? ¿Nuestras
preconcebidas respuestas, son acaso formas de interpretación fetichizadas que nos
estabilizan y nos ahorran la incertidumbre y la angustia a la que nos precipitarían nuevas
preguntas? ¿Qué significa actuar, si cuando lo hacemos nuestros Padres actúan por
nosotros?
Hacia el interior de la cultura de izquierdas, otro punto ciego es aquel lugar común en el
que se superponen y confunden el plano estructural-sistémico del capitalismo y el plano
ético. ¿Qué decimos cuando afirmamos y acusamos a alguien de “reproducir el
sistema”? En un sentido ético, podemos aludir a aquellos pliegues regresivos del
capitalismo para la vida en común (xenofobia, homofobia, racismo, clasismo,
machismo, etc.). Elementos conservadores o reaccionarios que nos habitan. Pero desde
un sentido estructural todos reproducimos el sistema para vivir. Dicho de otra manera:
nuestra vida es el sistema reproduciéndose como tal. Siguiendo a Mark Fisher en
Realismo Capitalista: ¿es contradictorio desear una transformación radical de la
sociedad y querer consumos que “reproducen el sistema”? ¿Ser de izquierdas es igual a
ascetismo o solemnidad?
Es por eso que Rozitchner, ya en La izquierda sin sujeto, argumentaba que sólo por el
hecho de “defender una ideología de izquierda” o "participar en una organización
revolucionaria" no se está a salvo. Por eso preguntamos: ¿Militar en una organización
de izquierdas ya nos ubica como exteriores al capitalismo y nos resguarda? ¿La
coherencia ideológica de izquierdas no es otra forma de adhesión solapada a la
salvación personal que ofrece el capitalismo? ¿El carrerismo militante en la Orga, en el
Estado, en el Partido es otra forma de legitimidad meritocrática de época? ¿Se apoyan
las izquierdas en un “deber ser”? ¿Qué superioridad moral o qué subalternidad gozosa,
se ubican allí? Creemos que sólo es posible producir una transformación de raíz de las
estructuras capitalistas si asumimos a fondo el desgarro existencial que éstas generan en
nosotros.
En ese sentido, consideramos que lo neoliberal no representa, per se, una salvación o
una condena. Las subjetividades producidas en el neoliberalismo, sus capacidades
sociales, no son incompatibles a priori con la gestación de una perspectiva
emancipadora, sino que son su condición de posibilidad concreta, una mediación
política ineludible. Los individuos y sus riquezas concretas, socialmente producidas, son
la primera materia desde donde movilizar una fuerza cualitativamente diferente: una
fuente de poder colectivo (no fetichizada ni des-historizada), capaz de amplificarse,
enriquecerse y materializarse cuando repercute y se prolonga en otros cuerpos aliados y
en lucha.
4.
Intuimos que la gobernabilidad macrista se nutre de una sutil operación que escapa
incluso al elenco gobernante: dejar al desnudo la estructura conservadora de las
subjetividades resistentes y de las sensibilidades de izquierdas. El triunfo de Cambiemos
va más allá de lo electoral. Y fue posible, en principio, porque en los modos de vida
había territorio ganado. Y ante ello, las izquierdas y el campo popular quedamos
fosilizados en esquemas plagados de trampas y cierres litúrgicos. Y esto porque vivimos
una herencia del 2001 sin saldar. Carecemos de una imaginación política radical que,
luego de los fracasos revolucionarios del siglo XX, sea capaz de articular potencias
sociales dispersas, crear mundos posibles, integrar experiencias, componer nuevas
categorías teórico-políticas, disputar en y contra las instituciones. Cambiemos, ante ello,
es una suerte de nuevo hecho maldito. Es inasimilable. Un sinceramiento sobre nuestra
estructura subjetiva impensada. Ni engaño, ni estafa: síntoma siniestro cuya respuesta
reactiva no hace más que espejar nuestros alicaídos sueños igualitarios. “El pueblo” (ese
sustrato nacional y cristiano) o “la clase trabajadora” (esa esencia antagónica al capital)
votando, masivamente, a Cambiemos, hacen eclosionar las imágenes en donde se
asientan aquellas promesas emancipatorias, que precariamente, pero afortunadamente,
supimos conservar hasta hoy.
Cambiemos, dicen, expresa una sensibilidad de derechas, un deseo de orden y
normalidad, un odio micro fascista y un revanchismo de clase. Y quizás sea cierto. Pero
creemos más interesante pensar, para salir de la autocomplacencia, que el macrismo no
sólo expresa a una sensibilidad derechizada en sus facetas más feroces, sino también en
sus elementos más escuchables. Captura un pliegue de anhelos, demandas, aspiraciones
que no son rechazables, ni condenables per se, desde una agenda política de izquierdas:
calidad institucional, discusión con las herencias, renovación tecnológica, etc. ¿Por qué
no contamos con una política que logre hacerse cargo de estos problemas y disputar sus
imágenes, sus sentidos, sus resonancias sensibles? ¿Todo deseo de orden es a priori de
“derecha”? Y si lo es, ¿es rechazable desde una aspiración emancipatoria?
Vivimos los efectos de una derrota no elaborada. Las experiencias socialistas, luego de
la victoria política a través de la planificación centralizada (a la que los sectores del
capital no pudieron sino recoger el guante en las décadas de los 30, 40, y 50) no
lograron asimilar el desafío de la singularidad del estadio neoliberal (desde los 70 para
acá). Escamoteamos el hecho de que a las izquierdas no las derrotaron -sólo-
militarmente, sino, sobre todo, cultural y políticamente. Nuestras imágenes, las que
crean lazos de identificación entre los que adherimos a alguna expresión de izquierda o
activismo, si las repasamos, son de mártires, son de épicas, de héroes o pueblos en
gesta. ¿Cuáles son las figuras que se evocan al momento de reflejar una cotidianidad
(una normalidad) posiblemente postcapitalista?
Para enfrentar a la derecha que nos gobierna, debemos poner en jaque todos los recursos
que constituyen la cultura de izquierdas en la cual crecimos y respiramos. ¿Con qué
imágenes y deseos, que surgen en los ciclos de lucha y en la materialidad de las vidas,
componemos? ¿La imposibilidad de conectar con los cambios socio-subjetivos del
nuevo siglo, no verifica que los conservadores somos nosotros mismos? Concretamente,
¿qué proyecto académico, universitario, tiene el FIT para las Universidades Nacionales
además de la “lucha”? ¿Qué visiones y proyectos elabora el kirchnerismo para el campo
cultural, para las asociaciones civiles de los territorios donde se haya inserto? ¿Qué
rumbo esbozamos para la ciencia argentina? ¿Qué ocio es el que se concibe desde el
activo movilizado anti macrista? ¿Qué humor propone el guevarismo argentino? ¿Qué
relación con el turismo y el consumo, proponemos desde el campo popular? ¿En qué
modelos de familia, de paternidad, de maternidad está pensando el trotskismo? ¿Qué
música de masas habrá en el socialismo? ¿Cómo organizaría el fútbol infantil el
movimiento piquetero? ¿Cuál es la comunicación digital que propone el autonomismo?
¿Qué futuros, amistades y afectos cotidianos imaginamos para el día después de la
revolución? ¿No habrá redes sociales y video juegos en el comunismo? A fin de
cuentas: contra las vidas de derechas, ¿qué vida imaginamos desde las izquierdas y el
campo popular?
Bibliografía
Guattari, Felix, Líneas de fuga, Por otro mundo de posibles, Buenos Aires, Cactus,
2013.
Postone, Moishe, Tiempo, trabajo y dominación social, Madrid, Marcial Pons, 2006.
Rozitchner, León, Freud y los límites del individualismo burgués, Buenos Aires,
Biblioteca Nacional, 2013.
Rozitchner, León, Freud y el problema del poder, Buenos Aires, Losada, 1998.
Rozitchner, León, Las desventuras del sujeto político, Buenos Aires, El cielo por asalto,
1996.
Schwarzböck, Silvia, Los espantos. Estética y pos dictadura, Buenos Aires, Las
cuarenta, 2016.