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Relatos de robots
1. Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser
humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto
cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no
entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley.
Relatos de robots
ROBBIE
Gloria no la miró. Para ella, en aquel momento, cualquier otro ser humano era
algo a no tomar en consideración. Reservó su atención para aquella enorme cosa
con ruedas. Por un momento vaciló, desanimada. No se parecía a ningún otro robot
que hubiera visto nunca.
Alzó la voz, dudosa y cautelosamente:
-Por favor, señor Robot, señor, ¿es usted el Robot Parlante, señor?
No estaba segura, pero tenía la impresión de que un robot que hablara realmente
merecería una gran educación en el trato.
(La muchachita quinceañera permitió que una expresión de intensa concentración
cruzara su delgado y poco expresivo rostro. Sacó un pequeño bloc de notas y
empezó a escribir en rápidos garabatos.)
Se produjo un aceitado chirriar de engranajes, y una voz metálicamente timbrada
emitió unas palabras carentes de acento y entonación:
-Yo-soy-el-robot-que-habla.
Gloria lo miró desconsoladamente. Hablaba, pero el sonido procedía de algún
lugar de dentro. No había ningún rostro al que hablar. Dijo:
-¿Puede usted ayudarme, señor Robot, señor?
El Robot Parlante estaba diseñado para responder preguntas, y sólo las
preguntas cuyas respuestas hubieran sido introducidas previamente en él. Sin
embargo, confiaba completamente en sus habilidades. Dijo:
-Puedo-ayudar-te.
-Gracias, señor Robot, señor.¿Ha visto usted a Robbie?.
- ¿Quién-es-Robbie?
-Es un robot, señor Robot, señor. -Se puso de puntillas-.
Es más o menos así de alto, señor Robot, señor, sólo que más alto, y es muy
bueno. Tiene una cabeza,¿sabe? Quiero decir, usted no tiene, pero él sí, señor
Robot, señor.
El Robot Parlante había quedado muy atrás.
-¿Un-robot?
-Sí, señor Robot, señor. Un robot exactamente igual que usted, excepto que él no
puede hablar, por supuesto y... parece una persona real.
-¿Un-robot-como-yo?
-Sí, señor Robot, señor.
A lo cual la única respuesta del Robot Parlante fue un errático farfulleo y un
ocasional sonido incoherente. La radical generalización que se le había ofrecido, es
decir, su existencia, no como un objeto particular, sino como un miembro de un
grupo más general, era demasiado para él. Intentó abarcar lealmente el concepto, y
media docena de bobinas se fundieron en su interior.
Pequeñas señales de alarma empezaron a sonar por todas partes.
(La muchachita quinceañera abandonó en ese momento la habitación. Ya tenía
suficiente para su primera tesis de física sobre “Aspectos prácticos de la robótica".
Aquella tesis era la primera de las muchas que redactaría Susan Calvin sobre el
tema).
Gloria se quedó allí de pie, esperando, con impaciencia cuidadosamente
disimulada, la respuesta de la máquina, cuando oyó un grito a sus espaldas.
-iAhí está!
Inmediatamente reconoció a su madre.
-¿Qué estás haciendo aquí, niña mala? exclamó la señora Weston, mientras su
ansiedad se disolvía instantáneamente en irritación-.¿No sabes que has asustado
mortalmente a tu mami y a tu papi? ¿Por qué te escapaste?
El ingeniero robótico también había entrado precipitadamente, tirándose del pelo
y preguntando quién de todos ellos había estado trasteando con la máquina.
-¿Nadie sabe leer los carteles? -aulló-. ¡No se permite que nadie entre aquí sin ir
acompañado de un empleado!
Gloria alzó su ofendida voz por encima del tumulto.
-Yo sólo vine a ver al Robot Parlante, mamá. Pensé que él podía saber dónde
estaba Robbie porque los dos son robots.
-Y entonces, cuando el pensamiento de Robbie entró de nuevo brutalmente en su
corazón, estalló en una súbita tormenta de lágrimas-. Y tengo que encontrar a
Robbie, mamá, tengo que encontrarlo.
La señora Weston dominó un grito y dijo:
-Oh, cielos. Vámonos a casa, George. Esto es más de lo que puedo soportar.
Aquella tarde, George Weston se ausentó por varias horas, y a la mañana
siguiente se acercó a su esposa con lo que parecía una sospechosamente fatua
complacencia.
-He tenido una idea, Grace.
-¿Acerca de qué? -fue la hosca y poco interesada respuesta.
-Acerca de Gloria.
-Supongo que no vas a sugerir que compremos otra vez ese robot.
-No, por supuesto que no.
-Entonces adelante. Quizá sea mejor que te escuche. Nada de lo que yo he
hecho parece haber servido.
-Bien. Esto es lo que he estado pensando. Todo el problema con Gloria es que
ella piensa que Robbie es una persona y no una máquina. Naturalmente, no puede
olvidarlo. Ahora bien, si conseguimos convencerla de que Robbie no es más que
un amasijo de acero y cobre en forma de láminas y cables con la
electricidad dándole vida,¿cuánto tiempo seguirá añorándolo?
Esta es la forma psicológica de atacar el asunto, si entiendes lo que quiero decir.
-¿Y cómo piensas hacerlo?
-Sencillo. ¿Dónde supones que fui ayer? Persuadí a Robertson, de la Compañía
de Robots y Hombres Mecánicos de Estados Unidos, para que arreglara una visita
completa a sus instalaciones mañana. Vamos a ir nosotros tres, y cuando hayamos
terminado con ella, Gloria quedará convencida de que un robot no es una cosa viva.
Los ojos de la señora Weston se fueron agrandando gradualmente, y algo
parecido a una repentina admiración brilló en ellos.
-Oh, George, ésa es una buena idea.
Los botones de la chaqueta de George Weston se tensaron.
-Como todas las que yo tengo -dijo.
El señor Struthers era un concienzudo director general, y naturalmente tendía a
ser un tanto hablador. La combinación de ambas cosas, por lo tanto, dio como
resultado una visita completaménte explicada, quizá incluso demasiado explicada,
en cada paso. Sin embargo, la señora Weston no se aburrió. De hecho, incluso
detuvo varias veces su charla y le suplicó que repitiera sus afirmaciones en un
lenguaje más sencillo a fin de que Gloria pudiera comprenderlas. Bajo la influencia
de esta apreciación de sus poderes narrativos, el señor Struthers se extendió más
largamente y se hizo más comunicativo aún, si ello era posible.
George Weston, por su parte, mostraba una creciente impaciencia.
-Discúlpeme, Struthers -dijo de pronto, interrumpiendo al otro en mitad de una
conferencia sobre células fotoeléctricas-, ¿poseen ustedes alguna sección en la
fábrica donde el personal empleado sea únicamente robots?
-¿Eh? iOh, sí! ¡Sí, por supuesto! -Dirigió una sonrisa a la señora Weston-. En
cierto sentido se trata de un círculo vicioso, robots creando más robots.
Naturalmente, no hacemos de ello una práctica general. Por un lado, los sindicatos
nunca nos lo permitirían. Pero construimos algunos pocos robots utilizando
únicamente mano de obra robot, tan sólo como una especie de experimento
científico. Entiendan -remontó sus gafas con un dedo como para reforzar su
argumentación-, lo que los sindicatos no comprenden..., y digo esto como un
hombre que siempe ha simpatizado con los movimientos sindicales en general..., es
que el advenimiento del robot, aunque al principio traiga consigo algunas
dislocaciones, inevitablemente va a...
-Sí, Struthers -dijo Weston-, pero referente a esa sección de la fábrica de la que
habla... ¿podríamos verla? Sería muy interesante, estoy seguro de ello.
-iSí! iSí, por supuesto! -El señor Struthers volvió a subirse las gafas con un
movimiento convulsivo y emitió una ligera tosecilla de embarazo-. Síganme, por
favor.
Se mantuvo comparativamente silencioso mientras conducía a los tres a través de
un largo pasillo y bajando un tramo de escalera. Luego, cuando hubieron entrado
en una amplia y bien iluminada habitación que zumbaba con metálica actividad, las
esclusas volvieron a abrirse, y el flujo de explicaciones brotó de nuevo.
-iAquí está! -dijo, con orgullo en su voz-. iSolamente robots! Cinco hombres
actúan como supervisores, y ni siquiera necesitan permanecer en esta nave. En
cinco años, es decir, desde que iniciamos este proyecto, no se ha producido ni un
solo accidente. Naturalmente, los robots que son montados aquí son
comparativamente simples, pero...
La voz del director general hacía rato que se había convertido en un lejano
murmullo en los oídos de Gloria. Todo aquel recorrido le parecía más bien aburrido
y sin objeto alguno, pese a que había robots por todas partes. Ninguno de ellos era
ni remotamente como Robbie, por lo que ella los contemplaba con abierto desdén.
En aquella estancia no había ninguna persona, observó. Entonces sus ojos se
posaron en seis o siete robots que se afanaban en torno a una mesa redonda en el
centro de la nave. Se abrieron enormemente con una incrédula sorpresa. Era una
nave enorme. No podía decirlo seguro, pero uno de los robots se parecía a..., se
parecía a..., ilo era!
-¡Robbie!
Su gritó hendió el aire, y uno de los robots en torno a la mesa se estremeció y
dejó caer la herramienta que estaba sujetando. Gloria casi se volvió loca de alegría.
Pasando por debajo de la barandilla antes de que ni su padre ni su madre pudieran
detenerla, se dejó caer ágilmente al suelo situado a unos pocos palmos más abajo y
corrió hacia su Robbie, agitando los brazos, el pelo revoloteando.
Y los tres aterrados adultos, mientras permanecían helados en sus sitios, vieron
lo que la excitada niña no había visto... un enorme y bamboleante tractor que
avanzaba ciegamente por el camino que tenía marcado.
Weston necesitó unas décimas de segundo para recuperar sus sentidos, y esas
décimas de segundo lo significaron todo, pues ya era imposible detener a Gloria.
Aunque Weston saltó por encima de la barandilla en un loco intento de atraparla,
estaba obviamente condeando al fracaso. El señor Struthers indicó
alocadamente a los supervisores que detuvieran el tractor, pero los supervisores
eran solamente humanos, y necesitaban tiempo para reaccionar.
Tan sólo Robbie actuó inmediatamente y con precisión.
Con sus metálicas piemas devorando el espacio que lo separaba de su pequeña
ama, cargó desde la dirección opuesta al tractor. A partir de entonces todo ocurrió
simultáneamente.
Con un barrido de su brazo, Robbie atrapó a Gloria, sin disminuir ni un ápice su
velocidad, y en consecuencia dejando a la niña sin aliento. Weston, sin captar
exactamente aún lo que estaba ocurriendo, sintió más que vio a Robbie pasar como
una exhalación por su lado, y se detuvo desconcertado. El tractor intersectó el
camino de Gloria medio segundo después que Robbie, rodó unos tres metros más,
y se detuvo con un seco chirriar de frenos.
Gloria recuperó el aliento, se sometió a una serie de apasionados abrazos por
parte de sus padres, y se volvió ansiosamente hacia Robbie. Por lo que a ella
respectaba, no había ocurrido nada excepto que había encontrado a su amigo.
Pero la expresión de la señora Weston había cambiado de una de alivio a una de
sombría sospecha. Se volvió hacia su marido y, pese a su descompuesta y poco
digna apariencia, consiguió parecer completamente formidable.
-Tú preparaste esto, ¿verdad?
George Weston se secó la ardorosa frente con su pañuelo.
Le temblaba la mano, y los labios solamente pudieron curvarse en una trémula y
apenas esbozada sonrisa.
La señora Weston prosiguió con su pensamiento:
-Robbie no estaba diseñado para la ingeniería ni para la construcción. No podía
serles de ningún uso a ellos. Tú hiciste que lo colocaran deliberadamente aquí para
que Gloria pudiera descubrirlo. Tú sabías que lo haría.
-Bueno, sí -dijo Weston-. Pero, Grace, ¿cómo iba a saber que la reunión iba a ser
tan violenta? Y Robbie ha salvado su vida; eso tienes que admitirlo. No puedes
apartarlo de nuevo.
Grace Weston meditó. Se volvió hacia Gloria y Robbie, y los observó abstraída
por unos instantes. Gloria se había abrazado al cuello del robot, con un abrazo que
hubiera asfixiado a cualquier criatura que no fuera de metal, y estaba
balbuceándole palabras sin sentido con una precipitación casi histérica. Los brazos
de cromoacero de Robbie (capaces de doblar una barra de acero de cinco
centímetros de diámetro hasta unir sus puntas) enlazaban a la chiquilla amorosa y
suavemente, y sus ojos brillaban muy, muy rojos.
-Bueno -dijo finalmente la señora Weston-, supongo que puede quedarse con
nosotros hasta que se oxide.
PRIMERA LEY
Mike Donovan contempló su vacía jarra de cerveza, se sintió aburrido, y decidió
que ya había escuchado lo suficiente.
Dijo en voz alta:
-Si tenemos que hablar acerca de robots poco habituales, yo conocí una vez a
uno que desobedeció la Primera Ley.
Y, puesto que aquello era algo completamente imposible, todo el mundo dejó de
hablar y se volvió para mirar a Donovan.
Donovan maldijo inmediatamente su bocaza y cambió de tema:
-Ayer me contaron uno muy bueno -dijo en tono conversacional- acerca de...
MacFarlane, en la silla contigua a la de Donovan, dijo:
-¿Quieres decir que sabes de un robot que causó daño a un ser humano?
Eso era lo que signiflcaba la desobediencia a la Primera Ley, por supuesto.
-En cierto sentido -dijo Donovan-. Digo que me contaron uno acerca de...
-Cuéntanos eso del robot -ordenó MacFarlane.
Algunos de los otros hicieron resonar sus jarras sobre la mesa.
Donovan intentó sacarle el mejor partido al asunto.
-Ocurrió en Titán, hará unos diez años -dijo, pensando rápidamente-. Sí, fue en el
veinticinco. Acabábamos de recibir un cargamento de tres nuevos modelos de
robots, diseñados especialmente para Titán. Eran los primeros de los modelos MA.
Los llamados Emma Uno, Dos y Tres. -Hizo chasquear los dedos pidiendo otra
cerveza, y miró intensamente al camarero-.
Veamos,¿qué viene a continuación?
-He estado metido en robótica toda mi vida, Mike -dijo MacFarlane-. Nunca he oído
hablar de ninguna serie MA.
-Eso se debe a que retiraron todos los MA de las cadenas de montaje
inmediatamente después..., inmediatamente después de lo que voy a contaros. ¿No
lo recordáis?
-No.
Apresuradamente, Donovan continuó:
-Pusimos inmediatamente a los robots a trabajar. Entendedlo, hasta entonces, la
base era completamente inutilizable durante la estación de las tormentas, que dura
el ochenta por ciento del período de revolución de Titán en tomo a Saturno. Durante
las terribles nevadas, no puedes encontrar la base ni siquiera aunque estés tan sólo
a cien metros de ella. Las brújulas no sirven para nada, puesto que Titán no posee
campo magnético.
"La virtud de esos robots MA, sin embargo, era que estaban equipados con
vibrodetectores de un nuevo diseño, de modo que podían trazar una línea recta
hasta la base a través de cualquier cosa, y eso significaba que los trabajos de
minería podían proseguir durante todo el período de revolución. Y no digas una
palabra, Mac. Los vibrodetectores fueron retirados también del mercado, y es por
eso por lo que ninguno de vosotros ha oído hablar de ellos. -Donovan tosió-.
Secreto militar, ya sabéis.
Hizo una breve pausa y prosiguió:
-Los robots trabajaron estupendamente durante la primera estación de las
tormentas. Luego, al inicio de la estación de las calmas, Emma Dos empezó a
comportarse mal. No dejaba de huronear por los rincones y bajo los fardos, y tenía
que ser sacada constantemente de allí. Finalmente, salió de la base y no regresó.
Decidimos que debía de haber algún fallo de fabricación en ella, y seguimos con los
otros dos. Sin embargo, eso significaba que andábamos constantemente cortos de
manos, o cortos de robots al menos, de modo que cuando a finales de la estación
de las calmas alguien tuvo que ir a Komsk, yo me presenté voluntario para efectuar
el viaje sin ningún robot. Parecía bastante seguro; no esperábamos ninguna
tormenta en dos días, y en el término de veinte horas estaría de vuelta.
"Estaba ya en mi camino de vuelta, a unos buenos quince kilómetros de distancia
de la base, cuando el viento empezó a soplar y el aire a espesarse. Hice aterrizar
inmediatamente mi vehículo aéreo antes de que el viento pudiera destrozarlo, me
orienté hacia la base y eché a correr. Podía correr una buena distancia sin dificultad
en aquella baja gravedad, pero¿cómo correr en línea recta? Esa era la cuestión. Mi
reserva de aire era amplia y los calefactores de mi traje satisfactorios, pero quince
kilómetros en medio de una tormenta titaniana son el infinito.
"Entonces, mientras las cortinas de nieve lo oscurecían todo, convirtiendo el
paisaje en un lóbrego atardecer, haciendó que desapareciera incluso Saturno y el
sol se convirtiera apenas en una mota pálida, me detuve en seco, inclinándome
contra el viento. Había un pequeño objeto oscuro directamente frente a
mí. Apenas podía verlo, pero sabía lo que era. Era un cachorro de las tormentas, la
única cosa viva capaz de resistir una tormenta titaniana, y la cosa viva más maligna
con la que puedas encontrarte en ningún lado. Sabía que mi traje espacial no iba a
protegerme una vez viniera a por mí, y con aquella mala luz tenía que esperar a
asegurarme un blanco perfecto o no atreverme a disparar. Un sólo fallo, y saltaría
sobre mí.
"Recrocedí lentamente, y la sombra me siguió. Se iba acercando, y yo empecé a
sacar mi lanzarrayos con una plegaria, cuando una sombra mayor gravitó de pronto
sobre mí, y lancé una exclamación de alivio. Era Emma Dos, el robot MA
desaparecido. No me detuve ni un momento en preguntarme qué podía haberle
pasado o preocuparme por sus dificultades. Simplemente aullé:
"-iEmma, muchacha, encárgate de ese cachorro de las tormentas, y luego llévame
a la base!
"Ella se me quedó mirando como si no me hubiera oído y dijo:
"-Amo no dispare. No dispare.
"Echó a correr a toda velocidad hacia aquel cachorro de las tormentas.
-¡Encárgate de ese maldito cachorro, Emma! -grité. Y, efectivamente, se encargó
de él. Lo cogió en sus brazos, y siguió caminando. Le grité hasta que me quedé
afónico, pero no regresó. Me dejó para que muriera en medio de la tormenta.
Donovan hizo una dramática pausa.
-Naturalmente, todos vosotros conocéis la Primera Ley:
Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser
humano sufra daño. Bien, pues Emma Dos simplemente se marchó con aquel
cachorro de las tormentas, dejándome atrás para que muriera. Quebrantó la Primera
Ley.
"Afortunadamente, conseguí ponerme a salvo. Media hora más tarde, la tormenta
amainó. Había sido una racha prematura y temporal. Es algo que ocurre a veces.
Corrí apresuradamente a la base, donde llegué con los pies hechos polvo, y las
tormentas empezaron realmente al día siguiente. Emma Dos regresó dos horas más
tarde que yo, y el misterio se aclaró entonces finalmente, y los modelos MA fueron
retirados inmediatamente del mercado.
-¿Y cuál era exactamente la explicación? -quiso saber MacFarlane.
Donovan lo miró seriamente.
-Es cierto que yo era un ser humano en peligro de muerte, Mac, pero para ese
robot había algo más que pasaba por delante de eso, que pasaba por delante de mí,
que pasaba por delante de la Primera Ley. No olvides que esos robots pertenecían a
la serie MA, y que ese robot MA en particular había estado buscando escondites
durante algún tiempo antes de desaparecer. Es como si estuviera esperando que
algo especial y muy íntimo le ocurriera.
Aparentemente, ese algo había ocurrido.
Donovan alzó reverentemente los ojos, y su voz tembló.
-Ese cachorro de las tormentas no era ningún cachorro de las tormentas. Lo
llamamos Emma Junior cuando Emma Dos lo trajo consigo al volver. Emma Dos
tenía que protegerlo de mi arma.¿Qué es la Primera Ley, comparada con los
sagrados lazos del amor materno?
Andrew Martin dijo “Gracias”, y ocupó el asiento que le había sido ofrecido. No
parecía reducido a sus últimos recursos, pero en realidad lo estaba.
Realmente no daba impresión de nada, porque había una suave falta de expresión
en su cara, excepto por la tristeza que uno imaginaba ver en sus ojos. Tenía el pelo
liso, castaño claro, bastante fino, y carecía de vello en la cara. Parecía
recientemente afeitado. Sus ropas eran definitivamente pasadas de moda, pero
intachables y con clara tendencia al color del terciopelo rojo morado.
Frente a él, al otro lado de la mesa, estaba el cirujano. Un rótulo sobre el
escritorio contenía una serie completa de letras, números y signos que le
identificaban totalmente, pero Andrew no los consideró dignos de atención. Con
llamarle doctor tendría bastante.
-¿Cuándo puede ser realizada la operación, doctor? -preguntó.
Suavemente, con ese dejo de inexcusable respeto con que un robot habla
siempre a un ser humano, el cirujano dijo:
-No estoy seguro, señor, de haber entendido en quien hay que practicar tal
operación y cómo hay que realizarla.
Podría haberse visto un aire de respetuosa intransigencia en la cara del cirujano
si un robot de su clase -acero inoxidable ligeramente bronceado- pudiera tener tal
expresión, u otra cualquiera.
Andrew Martin estudió la mano derecha del robot -su mano cortadora- que
descansaba inmóvil sobre la mesa. Los dedos eran largos y tomeados en artísticas
curvas metálicas, tan elegantes y adecuadas que se podía imaginar que un bisturí
encajaría perfectamente en ellos y pasaría a formar parte temporalmente del
conjunto. No habría temblor en ellos cuando realizaran el trabajo; no habría duda ni
temores; no habría errores. Esa confianza era fruto de la especialización, desde
luego; una especialización tan persistentemente deseada por la humanidad que
pocos robots tenían ya cerebro independiente. Por supuesto, un cirujano había de
tenerlo. Pero éste concretamente, aunque cerebrado, estaba tan limitado en sus
capacidades que no reconocía a Andrew y, probablemente, nunca hubiera oído
hablar de él.
-¿Has pensado alguna vez si te hubiera gustado ser un hombre? -le preguntó
Andrew.
El cirujano dudó un momento, como si la pregunta no encajara en el cerebro
positrónico de que le habían dotado.
-Pero soy un robot, señor.
-¿Sería mejor ser un hombre?
-Sería mejor, señor, ser un mejor cirujano. No podría serlo si fuese un hombre,
sino siendo un modelo más completo de robot. Me gustaría ser un modelo más
adelantado de robot.
-¿No te sientes ofendido por que yo pueda darte cualquier orden?¿Que te pueda
hacer levantar, o sentar, o ir a la derecha o a la izquierda con solamente decírtelo?
-Me complace complacer a usted, señor. Si las órdenes de usted se
contrapusieran a mis deberes con respecto a usted o a cualquier otro ser humano,
no las obedecería. La Primera Ley, relativa a mis deberes para con la seguridad
humana, tomaría prioridad sobre la Segunda Ley, relativa a la obediencia. En
cualquier otro caso, me complace la obediencia. De nuevo:¿a quien tengo que
realizar esa operación?
-A mí -dijo Andrew.
-Pero eso es imposible. Es sin duda una operación perjudicial.
-Esa no es la cuestión -dijo Andrew calmadamente.
-No puedo inflingir daño -dijo el cirujano.
-A un ser humano no puedes -dijo Andrew-; pero yo también soy un robot.
Andrew tenía mucha más apariencia de robot cuando lo fabricaron la primera vez.
Tenía entonces tanta apariencia de robot como cualquiera de los que hubieran
existido antes; su diseño era suave y funcional.
Lo había hecho bien en la casa a la que había sido llevado, en los lejanos días en
que tanto los robots en los hogares como en la industria eran una rareza. Había
cuatro seres humanos en la casa: Señor y Señora y Señorita y Niña. Naturalmente
sabía cuáles eran sus nombres, pero nunca los empleó. Señor se llamaba Gerald
Martin.
Su propio número de serie era NDR... Con el paso del
tiempo había llegado a olvidar los números. Había pasado mucho tiempo, desde
luego; pero si hubiera deseado recordarlos, no los hubiera olvidado.
Definitivamente, no había deseado recordarlos.
Niña había sido la primera en llamarle Andrew, porque no podía pronunciar
correctamente las tres letras; los demás no hicieron más que imitarla.
Niña... Había vivido noventa años y ahora hacía muchos que estaba muerta. Una
vez intentó llamarla Señora, pero ella no se lo permitió. Y había sido Niña hasta su
último día.
Andrew había sido programado para cumplir los deberes de mayordomo,
camarero e incluso doncella de las señoras.
Aquellos fueron días de prueba y experiencia para él y, por supuesto, para todos
los robots en cualquier parte, excepto los industriales, los de factorías de
experimentación y los de estaciones extraterrestres.
Los Marin lo pasaron muy bien con él, y la mitad de las veces no podía cumplir
con sus deberes caseros porque Señorita y Niña querían jugar con él. Fue Señorita
la primera que entendió cómo podía lograrlo:
-Te ordenamos que juegues con nosotras y debes obedecer las órdenes.
-Lo siento, Señorita; pero una orden anterior de Señor debe, seguramente, tener
prioridad.
Pero ella insistió:
-Lo que papito te dijo es que esperaba que te cuidases de la limpieza de la casa.
Eso no puede considerarse una orden. Yo te ordeno ahora.
A Señor no le importaba. Señor era muy cariñoso con Señorita y Niña, incluso
más que Señora. Y Andrew lo era también.
Por lo menos, la influencia que ellas tenían sobre la actuación de Andrew era la
misma que en un ser humano hubiera sido llamada cariño. Andrew conocía esos
efectos como cariño, porque no poseía ningún otro término para designarlo.
Por cierto qúe fue para Niña para quien Andrew había tallado un dije en madera.
Ella se lo había ordenado. Parece que Señorita había recibido un regalo de
cumpleaños consistente en un dije de marfilita taraceada. Y Niña no estaba
satisfecha con la diferencia. Niña no tenía más que un pedazo de madera, así que se
la dio a Andrew junto con un cuchillo de la cocina.
Se lo hizo rápidamente y Niña dijo:
-Es muy bonito, Andrew. Se lo enseñaré a papito.
Señor no podía creerlo.
-¿De dónde sacaste esto, de verdad, Mandy? -Mandy era el nombre que le daban a
Niña. Cuando Niña le aseguró que le estaba diciendo la verdad, Señor se volvió
hacia Andrew:
-¿Has hecho tú esto, Andrew?
-Sí, Señor.
-¿EI dibujo también?
-Sí, Señor.
-¿De dónde has copiado el diseño?
-Es una representación geométrica, Señor, que se acopla al grano de la madera.
Al día siguiente, Señor le trajo otra pieza de madera -una más grande- y un
vibrocuchillo eléctrico.
-Haz algo con esto, Andrew; cualquier cosa que se te ocurra y quieras -dijo.
Andrew lo hizo así mientras el Señor observaba; luego se quedó mirando al
producto un largo tiempo. Después de aquello, Andrew no volvió a servir a la mesa.
Se le ordenó que, en lugar de eso, leyera libros de diseño de muebles, y aprendió a
hacer armarios y mesas.
-Estas producciones resultan sorprendentes, Andrew -le dijo Señor.
-Me gusta hacerlas, Señor -admitió Andrew.
-¿Te gusta?
-Parece como si los circuitos de mi cerebro fuesen más fluidos. Le he oído a
usted usar la palabra “gustar", y la manera en que usted la usa se acomoda a lo que
percibo. Me gusta hacerlo, Señor.
Gerald Martin llevó a Andrew a la oficina regional de la United States Robots and
Mechanical Men Corporation. Como miembro del Parlamento regional, no tuvo
ninguna dificultad en lograr rápidamente una entrevista con el jefe robopsicólogo.
De hecho, sólo por ser miembro del Parlamento regional tenía la prerrogativa de
poseer un robot, con prioridad, en aquellos lejanos días en que los robots eran
escasos.
Por aquel entonces Andrew no entendía nada de todo esto.
Pero años después, tras haber aprendido mucho más, pudo rememorar aquella
pasada escena y revivirla con sus propios valores.
El robopsicólogo, Merton Mansky, escuchó con el ceño cada vez más fruncido, y
más de una vez apenas pudo pararse antes de empezar a tamborilear con los dedos
en la mesa. Tenía unas facciones muy marcadas y arrugas en la frente, pero podía
ser bastance más joven de lo que parecía.
-La robótica no es una ciencia exacta, señor Martin -explicó Mansky-. No puedo
explicárselo a usted en detalle, pero la matemática que rige la disposición de los
circuitos positrónicos es demasiado complicada como para permitir algo que no
sea una solución aproximada. Naturalmente, como lo construimos todo alrededor
de las tres leyes, éstas son incontrovertibles.
Desde luego sustituiremos su robot...
-De ninguna manera -dijo Señor-. No se trata de que tenga ningún fallo. Realiza
sus deberes a la perfección. La cuestión es que también talla madera con un gusto
exquisito y nunca repite un trabajo. Produce obras de arte.
-Qué extraño -dijo Mansky con gesto confuso-. Desde luego, ahora estamos
intentando sólo circuitos generales... ¿Cree usted realmente que es un trabajo
creativo?
-Véalo usted mismo.
Señor le alargó una esfera pequeña de madera en la que había una escena de
juego, en donde las niñas y los niños eran demasiado pequeños como para
notarse; sin embargo, eran de proporciones perfectas, y armonizaban tan
naturalmente con el grano de la madera que incluso éste parecía tallado.
-¿Hizo él esto? -dijo Mansky, incrédulo, mientras devolvía el objeto. Puro azar.
Algo raro en los circuitos.
-¿Pueden ustedes repetirlo?
-Probablemente no. Nunca hemos tenido noticia de algo parecido a esto.
Sospecho que la compañía deseará que le devuelvan el robot para estudiarlo -dijo
Mansky.
-Ni soñarlo -dijo Señor con repentina seriedad-. Olvídese de ello. -Y, volviéndose
hacia Andrew, dijo-: Vamos a casa.
-Como desee, Señor -respondió Andrew.
-Gracias, no necesito pedir más. Intento llevar esta lucha adelante, sean cuales
sean las consecuencias; le pediré su ayuda, mientras usted pueda dármela.
No fue una lucha directa, Feingold & Martin aconsejaron paciencia y Andrew,
aunque con desgana, se avino a ello, tras considerar que podía tener una provisión
infinita de ella. Entonces Feingold & Martin empezaron una campaña para centrar
y restringir el campo de combate.
Promovieron una demanda denegando la obligación de pagar una deuda a un
individuo con un corazón artificial, basándose en la asunción de que un órgano
robot depriva de humanidad y, con ella, de todos los derechos constitucionales de
los seres humanos. Llevaron el asunto con excelente táctica y tenazmente,
dejándose ganar en cada paso pero obligando a que las decisiones fueran lo más
amplias posible y llevándolo entonces, por la via de apelación, hasta el Supremo
Mundial.
La miembro del Congreso Li-hsing era considerablemente más vieja que cuando
Andrew fue a verla la primera vez. Hacía mucho que había abandonado sus ropas
transparentes. Tenía el pelo cortísimo y sus vestidos eran tubulares. Y, sin
embargo, Andrew seguia vistiendo tan aproximado como podía -dentro de los
límites de un gusto razonable- a como cuando lo hizo por primera vez, hacía más de
un siglo.
-Hemos llegado todo lo lejos que pudimos, Andrew -admitió Li-hsing-. Lo
intentaremos de nuevo después del descanso; pero, para ser sinceros, la derrota es
casi segura, y entonces habrá que olvidar el asunto de una vez para siempre. Todos
mis más recientes esfuerzos no han conseguido más que aproximarme a una
derrota en la campaña electoral que se acerca.
-Ya lo sé -dijo Andrew-, y me hace daño. Usted me dijo una vez que me
abandonaría si llegara este caso.¿Por qué no lo ha hecho?
-Se puede cambiar de opinión, ¿no? En cierto aspecto, abandonarle a usted me
pareció un precio más caro que mi elección por un nuevo período en Ia Legislatura.
Tenga en cuenta que he permanecido en la Legislatura durante más de un cuarto
de siglo. Creo que es suficiente.
-¿No hay ya ningún medio de cambiar la opinión pública, Chee?
-Hemos hecho que cambie todo lo que podía ser razonable. El resto, la mayoría,
parece enraizado en sus antipatías emocionales.
-Antipatía emocional no es una razón válida para votar una cosa o su contraria.
-Ya lo sé, Andrew; pero su antipatía emocional se mueve mucho más despacio
que su razonamiento. No dan la antipatía como razón.
-Entonces todo se reduce a una cuestión de cerebro -dijo Andrew con cautela-.
Pero, ¿es que vamos a permitir que todo se reduzca a una competición de células
contra positrones? ¿No hay manera de encontrar una definición funcional?
¿Debemos decir siempre que un cerebro está hecho de esto o de lo otro?
¿No podríamos definir que un cerebro es algo, cualquier cosa, capaz de un cierto
nivel de pensamiento?
-Eso no servirá -dijo Li-hsing-. El cerebro de usted está hecho por el hombre; el
humano no. El de usted se ha construido; el humano, desarrollado. Para cualquier
ser humano que intente preservar la barrera entre él mismo y un robot, esas
diferencias son una valla de acero de un kilómetro de altura y otro de grosor.
-Si pudiéramos llegar hasta la fuente de la antipatía, la verdadera fuente...
-Después de todos sus años -dijo Li-hsing con tristeza-, está usted intentando
hacer que el ser humano razone según la lógica pura. ¡Pobre Andrew! No quiero
que se enfade, pero es el robot que hay en usted el que le obliga a ir en esa
dirección.
-No sé -dijo Andrew-; si pudiera conseguir...
Si pudiera conseguir...
Durante mucho tiempo supo que llegaría a esto y, finalmente, estaba con el
cirujano. Había encontrado a uno lo suficientemente hábil para el trabajo que
había de hacer, lo que significaba un cirujano robot, porque no se podía confiar
en ninguno humano en relación con esto, ni por habilidad ni por intención.
El cirujano tampoco podría haber realizado la operación en un ser humano. Así
que Andrew, después de dejar de lado en el momento de la decisión la triste serie
de preguntas que reflejaban el vértigo dentro de sí mismo, había anulado la
Primera Ley diciendo:
-Yo también soy un robot.
Y luego dijo, tan firmemente como había aprendido de los seres humanos en las
décadas pasadas:
-Te ordeno que realices la operación en mí.
En ausencia de la Primera Ley, una orden tan firmemente dada por uno que se
parecía tanto a un hombre fue suficiente para activar la Segunda Ley y conseguir el
propósito.
El sentimiento de debilidad de Andrew era -estaba completamente seguro-
imaginario. Sin embargo, se apoyó contra la pared, tan disimuladamente como
pudo, porque hubiera sido demasiado revelador sentarse.
-El voto final se emitirá esta semana -dijo Li-hsing-. No he sido capaz de dilatarlo
más, Andrew; y ahora tenemos que estar preparados para perder. Ese será el final,
Andrew.
-Estoy muy agradecido a su habilidad para posponerlo. Me ha dado el tiempo
necesario, y me he jugado todo lo que debía.
-¿Qué clase de juego fue? -preguntó Li-hsing, preocupada.
-No se lo pude decir a usted, ni siquiera a mi gente de Feingold & Martin, porque
estoy seguro de que cualquiera me hubiera detenido. Véalo desde este enfoque; si
lo que está en discusión es el cerebro, ¿no es la cuestión más importante el
tema de la inmortalidad? ¿Quién mira el aspecto de un cerebro o considera si está
fabricado o tiene en cuenta el material de que está hecho? Lo que importa es que
las células del cerebro humano mueren, deben morir. lncluso cuando cada uno de
los órganos del cuerpo sean reémplazados, las células cerebrales, que no pueden
sustituirse sin cambiar y por tanto matar la personalidad, han de morir finalmente.
"Mis circuitos positrónicos han durado casi dos siglos sin cambios perceptibles,
y pueden durar muchos siglos más. ¿No es esta la barrera fundamental? Los seres
humanos no pueden tolerar un robot inmortal; no les importa la duración de una
máquina, pero no pueden tolerar a un ser humano inmortal porque su propia
mortalidad es soportable sólo porque es universal. Y por esa razón no harán jamás
de mi un ser humano.
-¿A qué vienen todas esas reflexiones, Andrew? -preguntó Li-hsing.
-He quitado el problema de en medio. Hace algunos decenios, mi cerebro
positrónico fue conectado a nervios orgánicos.
Ahora, una última operación ha reformado las conexiones de tal manera que,
lentamente, muy lentamente, el potencial de mis circuitos se agotará.
La cara llena de finas arrugas de Li-hsing se mantuvo sin expresión durante un
momento. Después, sus labios se comprimieron y dijo:
-¿Quiere decir usted que ha arreglado las cosas para morir, Andrew? No puede
haberlo hecho. Eso viola la Tercera ley.
-No -dijo Andrew-: he escogido entre la muerte de mi cuerpo y la muerte de mis
aspiraciones y deseos. Haber dejado mi cuerpo vivir a expensas de una muerte
mayor es lo que hubiera violado la Tercera Ley.
-¡Andrew, no servirá de nada! Vuelva a cambiarlo -Li-hsing dijo esto asida al brazo
de él, como si fuera a sacudirle; al final no lo hizo.
-No puedo hacerlo. Se me ocasionó demasiado daño. Tengo un año de vida, más
o menos. Duraré justo hasta el segundo centenario de mi construcción. Fui lo
suficientemente débil como para programarlo así.
-¿De qué manera puede justificarse? ¡Es usted un insensato, Andrew!
-Si me concede los derechos de ser humano, lo justifica. Si no me los concede,
pondrá fin a mi lucha; y eso también lo justifica.
Fue extraño cómo esta última hazaña se grabó en la imaginación del mundo. Todo
lo que Andrew había hecho antes no había sido suficiente para conmoverles. Pero
él había aceptado incluso la muerte para ser humano, y el sacrificio era demasiado
grande para rechazarlo.
La ceremonia final se preparó, con toda deliberación, para su bicentenario. El
Presidente Mundial firmaría el acta y convertiría en ley la voluntad del pueblo. La
ceremonia sería difundida en una retransmisión global, radiada al estado lunar e,
incluso, a la colonia marciana.
Andrew estaba en una silla de ruedas. Todavía podía andar pero se tambaleaba.
Ante la humanidad espectadora, el Presidente Mundial dijo
-Hace cincuenta años fue declarado usted robot sesquicentenario, Andrew.-
Después de una pausa, y en un tono más solemne, continuó-: Hoy le declaramos a
usted el Hombre Bicentenario, señor Andrew.
Y Andrew sonrió y extendió su mano para estrechar la del Presidente.
Los pensamientos de Andrew iban desvaneciéndose lentamente mientras yacía
en el lecho. Se agarró a ellos desesperadamente: ¡Hombre!; ¡Era un Hombre! Quería
que ese fuera su último pensamiento. Quería disolverse, morir, con aquello.
Abrió sus ojos de nuevo y, por última vez, reconoció a Li-hsing, que aguardaba
solemnemente. Había otros allí, pero eran solamente sombras, sombras
irreconocibles. Tan sólo Li-hsing resaltaba contra el mortecino gris.
Lentamente, despaciosamente, levantó su mano hacia ella y sintió muy
débilmente como se la sujetaba.
La figura de ella se iba difuminado en sus ojos a medida que sus pensamientos
desaparecían. Pero, antes de que la figura femenina se desvaneciera totalmente, un
pensamiento fugitivo, final, vino a su mente, y se quedó un momento allí antes de
que todo terminara.
-Niña -susurró, demasiado bajo para que nadie pudiera oírlo.