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Esfera de influencia: Cómo los libertarians

estadounidenses están reinventando la


política de América Latina

Lee Fang

Lee Fang

August 25 2017, 11:58 a.m.


Ilustración: The Intercept, Foto: AP Photo
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Para Alejandro Chafuen, la reunión celebrada esta primavera en The Brick Hotel de Buenos
Aires fue una mezcla de regreso a casa y festejo triunfal. Chafuen, un argentino-
estadounidense alto y flaco, había dedicado su vida adulta a desacreditar los movimientos
sociales y los gobiernos de izquierda en América del Sur y América Central, y a impulsar, en
su lugar, una versión business-friendly del libertarismo.
Por décadas, fue un trabajo solitario, pero ya no. Chafuen estaba rodeado de amigos durante
el Foro Para la Libertad en Latinoamérica 2017. El encuentro internacional de activistas del
libertarismo tenía el apoyo de la Atlas Economic Research Foundation (Fundación Atlas para
la Investigación Económica), una organización sin fines de lucro dedicada a formar
liderazgos, que ahora se conoce simplemente como Atlas Network, o Red Atlas, y que desde
1991 es dirigida por Chafuen. En el hotel Brick, Chafuen se deleitaba al recordar triunfos
recientes; su trabajo de años había empezado a dar frutos, gracias a la coyuntura política y
económica, pero también gracias a la red de activistas que él venía cultivando desde hacía
mucho tiempo.

Durante la última década, los gobiernos de izquierda usaron dinero para “comprar votos, para
redistribuir”, aseguró al ser entrevistado Chafuen, cómodamente instalado en el lobby. Pero
la caída de los precios de las commodities, sumado a los escándalos por corrupción, fueron la
oportunidad para que los grupos de la Red Atlas entraran en acción. “Hubo una apertura, una
crisis, una demanda de cambio, y nosotros teníamos personas preparadas para impulsar
ciertas políticas”, observó Chafuen, parafraseando a Milton Friedman. “Y en nuestro caso, lo
que buscamos son soluciones privadas a los problemas públicos”.

Chafuen señaló la cantidad de dirigentes asociados a Altas que ahora están en el candelero:
ministros del gobierno conservador de Mauricio Macri en Argentina, senadores en Bolivia y
los líderes del Movimiento Brasil Libre, que terminó con la presidencia de Dilma Rousseff.
Allí, la red sembrada por Chafuen cobró vida ante sus propios ojos.

“Estuve en las manifestaciones callejeras de Brasil. De pronto, me doy cuenta de que un


muchacho que había conocido de adolescente ahora estaba en la caja de un camión dirigiendo
las protestas. ¡Una locura!”, dijo Chafuen, emocionado. No menos emocionados parecían los
simpatizantes de Atlas que se cruzaban con Chafuen en Buenos Aires. Intermitentemente lo
paraban activistas de diversos países para felicitarlo mientras se desplazaba por el hotel. Para
muchos, Chafuen, desde su posición en Atlas, ha sido un mentor, un patrocinador financiero
y un faro que los guió hacia nuevos modelos políticos.
Manuel Zelaya, el presidente de Honduras derrocado, en las afueras de San José, camino al
aeropuerto para tomar un avión a Nicaragua. 28 de junio de 2009.

Foto: Kent Gilbert/AP


Hay un giro a la derecha en la política latinoamericana. Durante gran parte del siglo XXI, los
gobiernos de izquierda se impusieron en casi toda la región —desde los Kirchner en
Argentina hasta el reformista agrario Manuel Zelaya en Honduras— e impulsaron programas
de abatimiento de la pobreza y nacionalización de las empresas, al tiempo que desafiaban la
hegemonía estadounidense en el hemisferio.

En los últimos años, sin embargo, muchos líderes de izquierda cayeron, a veces de manera
espectacular. A Zelaya los militares golpistas se lo llevaron en piyama de la residencia
presidencial. En Argentina, un megaempresario se hizo con el poder y Cristina Fernández de
Kirchner es acusada por corrupción. Y en Brasil, el Partido de los Trabajadores, tras un
creciente escándalo por corrupción y protestas masivas, fue barrido del gobierno por medio
de un impeachment por cargos de malversación presupuestal.

Este cambio podría parecer consecuencia de un reequilibrio regional en el que se imponen las
fuerzas económicas. Y sin embargo, la Atlas Network es omnipresente, como el hilo que
conecta todos los acontecimientos políticos clave.

Todavía no se ha contado toda la historia de la Red Atlas y su profundo impacto en la


ideología y el poder político. Pero con archivos de sus negocios y registros de tres
continentes, sumados a entrevistas con líderes libertaristas de todo el hemisferio, se puede
mostrar el alcance de su influencia a lo largo del tiempo.
Esta red de libertaristas, que ha reformulado los equilibrios de poder en país tras país,
también ha funcionado como un apéndice discreto de la política exterior estadounidense. Los
think tanks asociados a Atlas reciben un financiamiento, también discreto, del Departamento
de Estado y de la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la
Democracia, NED por su sigla en inglés), un brazo esencial del “poder blando”
estadounidense.

Aunque hay investigaciones recientes sobre el rol de ciertos multimillonarios conservadores,


como los hermanos Koch, en la difusión de una versión business-friendly del pensamiento
libertarista, la Atlas Network, que recibe fondos de fundaciones de los Koch, se ha dedicado a
replicar en los países en desarrollo los métodos creados en el hemisferio norte. La red de
Atlas es expansiva y hoy tiene vínculos con 450 think tanks de todo el mundo. Según Atlas,
sólo en 2016 los apoyos económicos a sus asociados fueron de cinco millones de dólares.

A lo largo de los años, Atlas y las fundaciones asociadas a ella han otorgado cientos de
subvenciones a think tanks conservadores y partidarios del libre mercado en Latinoamérica,
incluyendo la red de libertaristas que apoyó al Movimiento Brasil Libre y organizaciones
detrás de una embestida libertarista en Argentina, como la Fundación Pensar, el think tank de
Atlas que se fusionó con el PRO, el partido político creado por Mauricio Macri. Los líderes
del Movimiento Brasil Libre y el fundador de la Fundación Eléutera, un influyente think tank
neoliberal que surgió luego del golpe en Honduras, recibieron financiamiento de Atlas y son
parte de la generación de dirigentes políticos formados en los seminarios de Atlas.

La Atlas Network abarca decenas de think tanks en toda la región, incluyendo destacados
grupos que apoyan a las fuerzas de derecha en Venezuela y en la campaña de Sebastián
Piñera, el candidato de centroderecha que lidera las encuestas para las presidenciales chilenas
de este año.
Un grupo de personas se manifiesta a favor del impeachment de Dilma Rousseff frente al
Congreso Nacional en Brasilia. 2 de diciembre de 2015.

Foto: Eraldo Peres/AP

En ningún lugar el método de Atlas se desarrolló mejor que en una nueva red brasileña de
think tanks pro libre mercado. Son institutos que trabajaron juntos para fomentar el
descontento con las políticas socialistas, y mientras algunos se concentraban en los centros
académicos, otros se dedicaron a entrenar activistas y a alimentar una guerra constante en los
medios contra las ideas de izquierda.

El año pasado, el esfuerzo por dirigir el descontento únicamente hacia la izquierda le dio sus
frutos a la derecha. Los millenials del Movimiento Brasil Libre, muchos de ellos con
formación en organización política adquirida en Estados Unidos, dirigieron un movimiento
masivo para enfocar la indignación popular en un vasto escándalo de corrupción contra
Dilma Rousseff. La Operación Lava Jato todavía está en proceso y su sistema de sobornos
implica a dirigentes de todos los partidos políticos grandes, incluyendo a los de derecha y
centroderecha. Sin embargo, con mucha habilidad en el manejo de los medios, el Movimiento
Brasil Libre se las arregló para dirigir la indignación principalmente hacia la presidenta, y así
exigir su salida y el fin de las políticas de justicia social del Partido de los Trabajadores.

Las protestas —que para algunos son comparables las del Tea Party estadounidense,
especialmente si se tiene en cuenta el discreto apoyo que les dieron los conglomerados
industriales locales y una novedosa red de simpatizantes de la conspiración compuesta por
voceros de extrema derecha— terminaron con 13 años de gobierno del Partido de los
Trabajadores y sacaron a Dilma del poder vía impeachment en 2016.

El escenario en el que surgió el Movimiento Brasil Libre es nuevo en el país. Hace diez años,
los think tanks libertaristas serían a lo sumo tres, dice Helio Beltrão, un ex ejecutivo de
fondos de inversión que ahora dirige el Instituto Mises, una organización sin fines de lucro
bautizada en homenaje al filósofo libertarista Ludwig von Mises. Hoy, con el apoyo de Atlas,
los institutos libertaristas son más de 30 y todos cooperan entre sí y con grupos como
Estudiantes por la Libertad y el Movimiento Brasil Libre.

“Es como un cuadro de fútbol. La defensa son los académicos. Los delanteros son los
políticos. Ya hicimos varios goles”, apunta en referencia al impeachment contra Dilma. El
mediocampo, agrega, son los “muchachos de la cultura” que forman la opinión pública.
Beltrão explica que la red de think tanks quiere privatizar el correo de Brasil, que para él es la
“presa fácil” que podría iniciar una gran ola de reformas pro libre mercado. Varios de los
partidos conservadores de Brasil se acercaron a los militantes libertaristas cuando estos
demostraron que podían movilizar a cientos de miles de personas en las protestas contra
Dilma, aunque todavía no hayan adoptado los presupuestos de la “economía de la oferta” (la
teoría que sostiene que se debe promover la provisión de bienes).
Fernando Schüler, académico y columnista asociado al Instituto Millenium, otro think tank
brasileño, lo explica desde otro ángulo. “Brasil tiene 17.000 sindicatos pagados con dineros
públicos. Un día de salario va para los sindicatos, completamente controlados por la
izquierda”, dice. La única manera de revertir la tendencia socialista fue ser más hábil que
ellos. “Con la tecnología la gente podía participar por sí misma, organizar manifestaciones
públicas con bajos costos, usando redes, WhatsApp, Facebook, YouTube”, agrega para
explicar cómo los libertaristas dirigieron las protestas contra los líderes de la izquierda.

Estos grupos anti Dilma habían creado un torrente diario de videos de YouTube en los que
parodiaban al gobierno del Partido de los Trabajadores, junto a un tablero interactivo en el
que alentaban a los ciudadanos a que presionaran a los parlamentarios a votar el
impeachment. Schüler deja claro que tanto el Movimiento Brasil Libre como su propio think
tank reciben apoyo financiero de industriales y comerciantes locales, pero el movimiento ha
tenido éxito en parte porque no se lo identifica con los partidos políticos existentes, a los que
la opinión pública ve con recelo. Para él, la única manera de reformar radicalmente la
sociedad y dar vuelta el sentimiento popular sobre el Estado de bienestar era librar una guerra
cultural permanente contra los intelectuales y los medios de izquierda.
Fernando Schüler.

Foto: YouTube

Uno de los fundadores del Instituto Millenium, el bloguero Rodrigo Constantino, polarizó la
política brasileña con su retórica ultramilitante. Constantino, que ha sido llamado el
“Breitbart brasileño” por sus ideas conspirativas y sus ácidos comentarios derechistas,
encabeza otro think tank de Atlas: el Instituto Liberal. Para él, cada movimiento de la
izquierda es un intento velado de subvertir la democracia, desde el uso del color rojo en el
logo de la Copa del Mundo hasta el programa Bolsa Família, que brindaba ayuda a los más
desposeídos.
A Constantino se le atribuye haber popularizado la idea de que los que apoyan al Partido de
los Trabajadores son “liberales de limusina”, hipócritas pudientes que acuden al socialismo
para demostrar su superioridad moral al mismo tiempo que desprecian a la clase trabajadora
que dicen representar.

La “breitbarización” del discurso público es una de las tantas formas en que la Red Atlas ha
venido influyendo sutilmente en el debate político.

“Es un Estado muy paternalista. Es una locura. Hay mucho control estatal y ese es el desafío
a largo plazo”, dice Schüler, y agrega que, a pesar de las recientes victorias, los libertaristas
tienen mucho camino para recorrer. Su modelo a seguir es el de Margaret Thatcher, que tuvo
el apoyo de una red de think tanks libertaristas para impulsar reformas impopulares. “El
sistema de pensiones es absurdo. Hay que privatizar toda la educación”, recita Schüler como
parte de una letanía de cambios que realizaría, desde desfinanciar a los sindicatos hasta abolir
el voto obligatorio.

La única manera de hacerlo posible, agrega, sería crear una red de organizaciones sin fines de
lucro que libraran batallas separadas pero con los mismos objetivos libertaristas. El modelo
existente —la constelación de think tanks de derecha en Washington DC, que recibe
poderosos apoyos— es el único camino posible para Brasil, afirma Schüler.

Atlas está haciendo exactamente eso. Financia nuevos think tanks, brinda cursos de
organización política y relaciones públicas, apoya eventos de trabajo en red en todo el mundo
y, en los últimos años, ha dirigido recursos extra a incitar a los libertaristas a que influencien
a la opinión pública por medio de redes sociales y videos online.

Con una competencia anual, la Red Atlas premia la producción de videos virales que
promuevan la economía de libre mercado y ridiculicen las propuestas asociadas al Estado de
bienestar. Entre quienes dan conferencias para Atlas, está James O’Keefe, el provocador
famoso por haber aguijoneado a varios integrantes del Partido Demócrata estadounidense con
sus cámaras ocultas. También fueron parte de las sesiones de entrenamiento de Atlas los
productores de un grupo de Wisconsin que trabajó en videos que desacreditaban las protestas
de los maestros contra la ley antisindical del gobernador Scott Walker.
Manifestantes queman un muñeco que representa al entonces presidente de Venezuela, Hugo
Chávez, en la Plaza Altamira, en protesta contra el gobierno.

Foto: Lonely Planet Images/Getty Images


Entre otras hazañas recientes, Atlas ha estado presente en la nación latinoamericana
actualmente más afectada por una crisis política y humanitaria: Venezuela. Los registros de la
escritora y activista Eva Golinger (obtenidos por medio del Freedom of Information Act, la
ley estadounidense de libre acceso a la información) y las filtraciones de la ex soldado
Chelsea Manning revelan los sofisticados esfuerzos realizados por el gobierno
estadounidense para utilizar los think tanks de Atlas en una larga campaña de
desestabilización contra el líder venezolano Hugo Chávez.

Ya en 1998, Cedice Libertad, el principal think tank de Atlas en Caracas, recibía


financiamiento continuo del Center for International Private Enterprise (Centro para la
Empresa Privada Internacional). En una carta de otorgamiento de fondos, la NED lista que la
ayuda a Cedice está dirigida a “un cambio de gobierno”. El director de Cedice estaba entre
los firmantes del “decreto Carmona”, que apoyaba al breve golpe militar contra Hugo Chávez
en 2002. Un cable de 2006 revela la estrategia del embajador de Estados Unidos, William
Brownfield, para financiar organizaciones políticas en Venezuela: “1) Fortalecer las
instituciones democráticas, 2) Infiltrar la base política de Chávez, 3) Dividir al chavismo, 4)
Proteger los negocios estadounidenses y 5) Aislar internacionalmente a Chávez”.

En la actual crisis venezolana, Cedice promueve las protestas contra el presidente Nicolás
Maduro, sucesor de Chávez. Cedice tiene vínculos estrechos con la opositora María Corina
Machado, una de las cabezas de las masivas marchas antigubernamentales que han tenido
lugar en los últimos meses. Machado le ha reconocido públicamente el trabajo de Atlas; en un
video enviado al grupo en 2014 aparece diciendo: “Gracias a la Atlas Network, a todos los
luchadores por la libertad”.

La líder opositora venezolana María Corina Machado reconoció el trabajo de Atlas: “Gracias
a la Atlas Network, a todos los luchadores por la libertad”, dijo en 2014.
En el Foro de la Libertad en Latinoamericana de Buenos Aires, los jóvenes líderes zumbaban
por todas partes mientras compartían ideas sobre cómo derrotar al socialismo en cada frente,
desde debates en los campus universitarios hasta movilizar un país entero en favor del
impeachment.

“Emprendedores” de think tanks peruanos, dominicanos y hondureños competían en un


formato basado en el reality show Shark Tank, en el que los encargados de start-ups deben
convencer a un panel de inversores despiadados. En lugar de buscar inversiones, estos líderes
presentaban ideas de marketing político, en un concurso que premiaba al ganador con 5.000
dólares. En otra sesión, se debatían estrategias para conseguir que la industria apoye reformas
económicas. En una tercera habitación, operadores políticos debatían sobre qué argumentos
podrían emplear los “amantes de la libertad” para responder al crecimiento mundial del
populismo, y para “redirigir el sentimiento de injusticia de muchos” hacia fines de libre
mercado.

Un joven dirigente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL),
un think tank de Buenos Aires, presentó un proyecto para rankear a cada provincia argentina
en un “índice de libertad económica”, elaborado con base en el nivel de impuestos y trabas
legales como criterio para generar entusiasmo hacia reformas pro libre mercado. Su idea se
basa en estrategias similares utilizadas en Estados Unidos, como el “Índice de Libertad
Económica” de la Heritage Foundation, que compara a los países tomando en cuenta las
políticas impositivas y las barreras regulatorias a la creación de negocios.
Tradicionalmente, los think tanks se conciben como institutos independientes que se crean
para desarrollar soluciones no convencionales. En cambio, el modelo de Atlas se enfoca
menos en producir propuestas genuinamente innovadoras que en establecer organizaciones
políticas que tengan la credibilidad de instituciones académicas, para que así sean una
herramienta efectiva en la batalla por mentes y almas.

Las propuestas libremercadistas —como quitarles impuestos a los ricos, achicar el Estado,
privatizar empresas públicas, liberalizar el comercio y limitar el poder de los sindicatos—
siempre se enfrentaron con un problema de percepción. Sus defensores se dieron cuenta de
que los votantes tienden a verlas como un vehículo para favorecer a la clase alta. Por eso,
reetiquetar el libertarismo económico como una ideología del bien común requirió complejas
estrategias de persuasión pública.
El modelo de Atlas que ahora se disemina por toda América Latina se basa en un método
perfeccionado durante décadas de lucha en Estados Unidos y Reino Unido, en la que los
libertaristas se esforzaron por contener la marea favorable al Estado de bienestar que se dio
tras las Segunda Guerra Mundial.
Mapa de ubicaciones de los afiliados y socios de Atlas en América Latina.

Mapa: The Intercept

Antony Fisher, emprendedor británico y fundador de la Atlas Network, fue pionero en esa
tarea de vender la economía libertarista al gran público. La dirección era clara: su misión era
“tapizar el mundo con think tanks pro libre mercado”.

Fisher tomó sus ideas de Friedrich Hayek, el padre del pensamiento moderno sobre el
gobierno mínimo. En 1946, después de leer la versión de Camino de servidumbre, la obra
seminal de Hayek, publicada en Selecciones del Reader’s Digest, Fisher procuró conocer al
economista austríaco en persona. Según su colaborador cercano John Blundell, Fisher le
sugirió a Hayek que ingresara a la política. Hayek rechazó la propuesta, porque consideraba
que la mejor forma de cambiar la sociedad era de abajo hacia arriba.

Al mismo tiempo, en Estados Unidos, otro ideólogo del libre mercado, Leonard Read,
consideraba ideas similares tras haber liderado a la Cámara de Comercio de Los Ángeles en
su enfrentamiento con organizaciones de trabajadores. Para contrarrestar el crecimiento del
Estado de bienestar, era necesaria una respuesta más elaborada para compartir los debates
populares sobre la dirección a la que debía apuntar la sociedad sin exponer los vínculos con
los intereses empresariales. Fue muy estimulante para Fisher la visita a la organización sin
fines de lucro que había montado Read en Nueva York, la Foundation for Economic
Education (Fundación para la Educación Económica, FEE), creada para apoyar y promover
las ideas de los intelectuales pro libre mercado. Allí, el economista libertarista FA Harper
aconsejó a Fisher sobre cómo crear su propia organización en Reino Unido.

Durante el viaje, Fisher también viajó con Harper a la Universidad de Cornell para conocer
los últimos avances en la industria de cría de animales, y se maravilló ante la visión de
15.000 pollos alojados en un solo edificio. Fisher tomó nota de la innovación y la puso en
práctica en Reino Unido. Su fábrica, Buxted Chickens, prosperó rápidamente y Fisher amasó
una buena fortuna. Parte de las ganancias fueron a parar al otro objetivo que había nacido
durante su visita a Nueva York: en 1955, Fisher fundó el Institute of Economic Affairs
(Instituto de Asuntos Económicos).

El Instituto ayudó a dar a conocer a un conjunto de economistas asociados con las ideas de
Hayek. Fue un lugar donde expresarse contra el creciente Estado de bienestar británico,
vinculando a periodistas con académicos pro libre mercado y diseminando sus opiniones
regularmente en columnas de opinión, entrevistas radiales y conferencias. El grueso del
financiamiento provenía del mundo de los negocios; entre sus contribuyentes anuales estaban
grandes industriales y gigantes bancarios, como British Petroleum y Barclays. De acuerdo a
Making Thatcher’s Britain, de los historiadores Ben Jackson y Robert Saunders, un magnate
naviero observó que, dado que las universidades daban munición a los sindicatos, el Instituto
era el armero de los empresarios.

La recesión e inflación de la década de 1970 sacudió los cimientos de la sociedad británica y


los políticos conservadores se vieron cada vez más atraídos por el Institute of Economic
Affairs para que los proveyera de un proyecto alternativo. El Instituto los satisfizo con
resúmenes temáticos accesibles y temas de debate que los políticos podían emplear para
llevar los conceptos de libre mercado al gran público. La Atlas Network proclama
orgullosamente que el Instituto “sentó las bases intelectuales para lo que luego fue la
revolución de Thatcher en los años 80”. Personal del Instituto hizo discursos para Thatcher,
alimentó su campaña con artículos sobre políticas en temas tan variados como los sindicatos
de trabajadores y el control de precios, y elaboró respuestas para sus críticos en los medios
masivos. En una carta dirigida a Fisher tras su triunfo en 1979, Thatcher escribió que el
Instituto había creado “el clima de opinión que hizo la victoria posible”.

“No hay duda de que ha habido un enorme avance en Gran Bretaña. El Institute of Economic
Affairs, que Antony Fisher estableció, hizo una enorme diferencia”, dijo Milton Friedman.
“Hizo posible a Margaret Thatcher. No su elección como primera ministra, sino que hizo
posibles las políticas que ella pudo implementar. Y lo mismo en este país: el pensamiento que
se desarrolló en este sentido hizo posible a Ronald Reagan y las políticas que logró imponer”.

El Instituto había cerrado el círculo. Hayek montó un exclusivo grupo de economistas pro
libre mercado llamado Mont Pelerin Society. Uno de sus miembros, Ed Feulner, ayudó a
fundar la Heritage Foundation, el think tank conservador de Washington, tomando como
inspiración el trabajo del Instituto. Otro miembro de Mont Pelerin, Ed Crane, fundó el Cato
Institute, el más destacado grupo de reflexión libertarista de Estados Unidos.
Frederich Hayek, economista y filósofo político austro-británico, en el London School of
Economics, 1948.

Foto: Paul Popper/Popperfoto/Getty Images

En 1981, Fisher, que se había mudado a San Francisco, se dispuso a desarrollar la Atlas
Economic Research Foundation a instancias de Hayek. Fisher utilizó su éxito del Instituto
para llegar a donantes corporativos que podrían ayudarlo a establecer una serie de grupos de
reflexión más pequeños, a veces regionales, en Nueva York, Canadá, California y Texas,
entre otros lugares. Sin embargo, con Atlas, la escala de su proyecto de think tanks de libre
mercado ahora sería global: una organización sin fines de lucro dedicada a continuar la tarea
de tender cabezas de playa libertaristas en todos los países del mundo. “Cuantos más
institutos se establezcan en todo el mundo”, declaró Fisher, “mayor será la oportunidad de
abordar diversos problemas que reclaman solución”.

Fisher comenzó a recaudar fondos, exponiendo sus ideas ante donantes corporativos con la
ayuda de cartas de recomendación de Hayek, Thatcher y Friedman, que incluían una llamada
urgente a ayudar en la reproducción del éxito del Institute of Economic Affairs a través de
Atlas. Hayek decía que su modelo “debería ser usado para crear institutos similares en todo el
mundo” y que “sería dinero bien gastado si se pudieran reunir grandes sumas para financiar
un esfuerzo coordinado”.

La propuesta se envió a una lista de ejecutivos de alto nivel y pronto el dinero de arcas
corporativas empezó a llegar a Atlas. Grandes donantes del Partido Republicano, como
Richard Mellon Scaife, y de compañías como Pfizer, Procter & Gamble y Shell, aportaron a
la causa. Su influencia, sin embargo, tendría que permanecer encubierta para que el proyecto
funcionara, sostenía Fisher. “Para influir en la opinión pública, es necesario evitar cualquier
sugerencia de interés particular o intención de adoctrinar”, señaló en una propuesta que
delineaba el propósito de Atlas. Fisher agregó que el éxito del Institute of Economic Affairs
se había basado en la percepción de que era académico e imparcial.

Atlas creció rápidamente. Hacia 1985, la Red contaba con 27 instituciones en 17 países,
incluyendo organizaciones sin fines de lucro en Italia, México, Australia y Perú.

El momento no podría haber sido mejor: la expansión internacional de Atlas se produjo


exactamente cuando la administración Reagan redoblaba su apuesta a una política exterior
agresiva para vencer a los gobiernos extranjeros de izquierda.

Mientras que en público Atlas declaraba que no recibía fondos del gobierno (Fisher
desestimaba la ayuda externa por considerarla sólo otro “soborno” utilizado para distorsionar
las fuerzas del mercado), los registros muestran que la Red trabajó discretamente para sumar
al gobierno estadounidense a su creciente lista de socios internacionales.

En una carta de 1982 de la Agencia Internacional de Comunicación, una pequeña oficina del
gobierno federal dedicada a promover los intereses estadounidenses en el extranjero, un
burócrata de la Oficina de Programas del Sector Privado le respondió a Fisher, que había
hecho una consulta sobre la forma de obtener subvenciones federales. El burócrata escribió
que se le prohibía dar “directamente a organizaciones extranjeras”, pero que podría ser
copatrocinador de “conferencias o intercambios con organizaciones”, realizadas por grupos
como Atlas, y alentó a Fisher a mandar una propuesta. La carta, enviada un año después de
que se fundara Atlas, fue la primera señal de que la Red se convertiría en un socio secreto de
los intereses de la política exterior de Estados Unidos.

Memos y otros registros de Fisher muestran que, para 1986, Atlas había ayudado a programar
reuniones con ejecutivos de negocios para dirigir fondos estadounidenses hacia su red de
think tanks. En un caso, un funcionario de la Agencia de los Estados Unidos para el
Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés), la principal herramienta de ayuda
en el extranjero del gobierno federal, recomendó que el gerente de la filial de Coca-Cola en
Panamá trabajara con Atlas para crear un grupo de reflexión basado en el Institute of
Economic Affairs británico. Los socios de Atlas también obtuvieron fondos de las arcas de la
NED, una organización sin ánimo de lucro fundada en 1983, financiada en gran parte por el
Departamento de Estado y por la USAID para crear instituciones políticas favorables a
Estados Unidos en el mundo en vías de desarrollo.
Alejandro Chafuen, de la Atlas Economic Research Foundation, con Rafael Alonzo, del
Cedice, y el escritor peruano Mario Vargas Llosa, durante la apertura del Foro Internacional
por la Libertad y la Democracia en Caracas. 28 de mayo de 2009.

Foto: Ariana Cubillos/AP

Mientras llovían los fondos de corporaciones y del gobierno de Estados Unidos


derramándose, Atlas tuvo otro golpe de suerte en 1985 con la llegada de Alejandro Chafuen.
Linda Whetstone, hija de Fisher, recordó en un homenaje cómo, en 1985, un joven Chafuen,
que entonces vivía en Oakland, se había presentado a la oficina de Atlas en San Francisco
“dispuesto a trabajar por nada”.

Chafuen, nacido en Buenos Aires, se había criado en la que describía como “una familia
antiperonista”. Eran ricos y, aunque creció en una época turbulenta, Chafuen vivió una vida
de relativo privilegio. Pasó su adolescencia jugando al tenis y soñaba con convertirse en un
deportista profesional.

Chafuen atribuye su trayectoria ideológica juvenil a su apetito por devorar textos libertaristas,
desde Ayn Rand hasta los folletos publicados por el FEE, el grupo de Leonard Read que
originalmente había inspirado a Fisher. Tras sus estudios en el Grove City College, una
universidad de humanidades cristiana y profundamente conservadora situada en Pensilvania,
en la que fue presidente del club estudiantil libertarista, Chafuen regresó a su país de origen.
Los militares habían tomado el poder, con la excusa de responder a la amenaza de los
revolucionarios comunistas. Miles de estudiantes y activistas serían torturados y asesinados
por la represión contra los militantes de izquierda tras el golpe de Estado.

Chafuen recuerda esos tiempos bajo una luz bastante positiva. Luego escribiría que el ejército
había sido obligado a actuar para evitar que el comunismo “tomara el país”. En el ambiente
académico, mientras seguía una carrera docente, Chafuen se encontró con “totalitarios de
todos los estilos”. Después del golpe militar, escribió que notaba cómo sus profesores se
volvían “más suaves”, a pesar de sus diferencias con él.

El libertarismo también encontró buena recepción en otros países latinoamericanos bajo


dictaduras militares. A Chile, después de que los militares barrieron al gobierno
democráticamente elegido de Salvador Allende, acudieron velozmente los economistas de la
Sociedad Mont Pelerin y prepararon el escenario para realizar grandes reformas neoliberales,
como la privatización de la industria y del sistema de pensiones del país. En toda la región,
bajo la mirada vigilante de los líderes militares de derecha que habían tomado el poder, se
fueron arraigando las políticas económicas libertaristas.

Por su parte, el fervor ideológico de Chafuen era evidente ya en 1979, cuando publicó un
ensayo para la FEE titulado “Guerra sin Fin”. Allí comparaba al terror de izquierda con el
clan Manson y a su fuerza con la de “las guerrillas de Medio Oriente, África y Sudamérica”.
Se precisaba, escribió, que las “fuerzas de la libertad individual y la propiedad privada”
respondieran a los ataques.

Su entusiasmo no pasó desapercibido. En 1980, cuando tenía 26 años, Chafuen fue invitado a
convertirse en el miembro más joven de la Sociedad Mont Pelerin. Viajó a Stanford, lo que le
brindó la oportunidad de contactar directamente a Read, Hayek y otros libertaristas
importantes. En cinco años, Chafuen se casó con una estadounidense y pasó a residir en
Oakland. Comenzó a vincularse con miembros de Mont Pelerin de la zona de San Francisco,
como Fisher.

En toda la región, bajo la mirada vigilante de los líderes militares de derecha que habían
tomado el poder, se fueron arraigando las políticas económicas libertaristas.

Según las actas de la junta directiva de Atlas, ese año Fisher dijo a sus colegas que había
hecho un pago de 500 dólares como obsequio de Navidad para Chafuen, y que esperaba
contratar a tiempo completo al joven economista para que desarrollara think tanks de Atlas en
América Latina. Al año siguiente, Chafuen organizó la primera cumbre de think tanks
latinoamericanos de Atlas en Jamaica.

Chafuen comprendió bien el modelo Atlas y trabajó con esmero para expandir la red. Ayudó
a montar think tanks en África y Europa, pero sobre todo concentró sus esfuerzos en América
Latina. Mientras que describía cómo atraer donantes, Chafuen señaló en una conferencia que
estos no pueden aparecer como quienes pagan por las encuestas de opinión pública, porque
les quitarían credibilidad. “Pfizer Inc. no patrocinaría encuestas sobre temas de salud ni
Exxon pagaría por encuestas sobre temas ambientales”, dijo. En cambio, think tanks
libertaristas, como los de la Red Atlas, no sólo podían presentar las mismas encuestas con
mayor credibilidad sino hacerlo de manera que obtuvieran cobertura en los medios locales.

“A los periodistas los atrae lo novedoso y fácil de transmitir”, dijo Chafuen. A la prensa no le
interesa mucho citar a los filósofos libertaristas, sostuvo, pero si un grupo de expertos elabora
una encuesta, prestan atención. “Y los donantes también lo ven”, agregó.

En 1991, tres años después de la muerte de Fisher, Chafuen tomó el timón de Atlas y tuvo la
oportunidad de hablar con autoridad a los donantes sobre el trabajo de la organización.
Rápidamente comenzó a sumar patrocinadores empresariales para impulsar objetivos
orientados a las grandes compañías a través de la red. Philip Morris contribuyó regularmente
con Atlas, incluyendo una donación de 50.000 dólares en 1994, que salió a la luz años más
tarde durante un juicio. Los registros muestran que el gigante del tabaco vio a Atlas como un
aliado para trabajar en pleitos internacionales.

En Chile, sin embargo, un grupo de periodistas descubrió que los think tanks respaldados por
Atlas discretamente habían hecho lobby contra la regulación del tabaco sin revelar su
financiamiento por parte de compañías tabacaleras, en una estrategia calcada de la de think
tanks de todo el mundo.
Gigantes corporativos, como ExxonMobil y MasterCard, eran donantes de Atlas. Pero el
grupo también atrajo a figuras destacadas en el libertarismo, como las fundaciones asociadas
al inversor John Templeton y los millonarios hermanos Charles y David Koch, que
prodigaron regularmente con contribuciones a Atlas y sus afiliados.

Las proezas recaudatorias de Chafuen se extendieron al creciente número de fundaciones


conservadoras adineradas que comenzaban a florecer en Estados Unidos. Fue miembro
fundador de Donors Trust, un fondo hermético y orientado por donantes que ha repartido más
de 400 millones de dólares entre organizaciones libertaristas, incluidos miembros de la Red
Atlas. También es administrador de la Fundación Chase, de Virginia, que fue fundada por un
miembro de la Sociedad Mont Pelerin y que igualmente envía dinero en efectivo a los think
tanks de Atlas.

El gobierno estadounidense también fue otro manantial de dinero. Inicialmente, la NED


encontró obstáculos para establecer en el exterior organizaciones sin fines de lucro amigables
con Estados Unidos. Durante una conferencia conjunta con Chafuen, Gerardo Bongiovanni,
presidente de la Fundación Libertad, un think tank de Atlas en Rosario, Argentina, señaló que
entre 1985 y 1987 el Centro para la Empresa Privada Internacional (asociado a la NED)
distribuyó un millón de dólares como capital inicial para crear varios think tanks. Sin
embargo, quienes recibieron estas subvenciones fracasaron rápidamente por falta de
formación de gestión, dijo Bongiovanni.

Atlas, en cambio, logró convertir el dinero de los contribuyentes estadounidenses que le


llegaba mediante la NED y el Centro para la Empresa Privada Internacional en una
importante fuente de financiación para su creciente red. Las herramientas de financiación
proporcionaron dinero para impulsar think tanks de Atlas en Europa del Este, tras la caída de
la Unión Soviética y, más tarde, para promover los intereses estadounidenses en Medio
Oriente. Entre los beneficiarios del efectivo del Centro para la Empresa Privada Internacional
se encuentra Cedice Libertad, el think tank al que agradeció la dirigente opositora venezolana
María Corina Machado.
Sebastian Gorka, el asistente adjunto del presidente, en una entrevista televisiva en el Ala
Oeste de la Casa Blanca. 9 de junio de 2017, en Washington D.C.

Foto: Chip Somodevilla/Getty Images

En The Brick Hotel de Buenos Aires, Chafuen reflexionó sobre las últimas tres décadas. Dijo
que Fisher “estaría complacido y no creería cuánto creció nuestra red” y señaló que tal vez el
fundador de Atlas no hubiera esperado un nivel de compromiso político tan alto como el que
tiene el grupo.
Chafuen se encendió con la asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y
elogió sus elecciones para el gabinete. ¿Y por qué no? La administración de Trump está
repleta de ex alumnos de grupos vinculados a Atlas y de amigos de la Red. Sebastian Gorka,
el islamófobo asesor de contraterrorismo de Trump, dirigió un think tank de Atlas en
Hungría. El vicepresidente Mike Pence ha asistido a un evento de Atlas y habló muy bien del
grupo. La secretaria de Educación Betsy DeVos y Chafuen fueron muy cercanos cuando eran
dirigentes del Acton Institute, un think tank de Michigan que elabora argumentos religiosos a
favor de las políticas libertaristas, y que ahora tiene una filial en Brasil, el Centro
Interdisciplinario de Ética y Economía Personalista.

Tal vez la figura más apreciada de Chafuen en la administración Trump, sin embargo, sea
Judy Shelton, economista y miembro destacada de la Atlas Network. Después de la victoria
de Trump, Shelton pasó a dirigir la NED. Había sido consejera de la campaña Trump y del
grupo de transición. Chafuen sonrió al hablar del asunto: “Ahí tienes a la gente de Atlas
presidiendo la Fundación Nacional para la Democracia”, dijo.

Antes de finalizar la entrevista, Chafuen indicó que hay más por venir: más think tanks, más
esfuerzos para derrocar gobiernos de izquierda y más acólitos y egresados de Atlas en los
más altos niveles de gobierno en todo el mundo. “El trabajo está en marcha”, dijo.
Más tarde, Chafuen apareció en la gala del Foro de la Libertad en América Latina. Junto con
un panel de expertos de Atlas, discutió la necesidad de acelerar los movimientos de oposición
libertarista en Ecuador y Venezuela.

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