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El narra dor' 1q l.

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El narrad or -por m uy familiar que nos parezca el nombr e-·
no Se nos presenta en toda su incidencia viva. El algo que de en·
trada está alejado de nosotros y que continú a a alejarse aún más.
Presentar a un Lesskow 1 como narrador, no significa acercarlo a
nosotros. Más bien implica acrecentar la distancia respecto a él.
Considerado desde Una cierta lejanía, priman Jos rasgos gruesos
y simples que conforman al narrador. Mejor dicho, estos rasgos
se hacen aparentes en el, de la misma manera en que en una roca,
la figura de una (,abeza human a o de un cuerpo de animal, Se re·
velarían a un espectador, a condición de estar a ulla distancia ce-
rrecta y encont rar el ángulo visual adecuado. Dicha distancia y
ángulo visual están prescritos por una experiencia a la que casi

• Der Erzéihler. Ori~nt und O.cidem. Staat·G esdlsch al't·Kir che.


Blaner fUr TheoJogie únd Soziologie, Neue Foige, Heft 3, octubre
de
1936. Una lraducci6n de e'fte ensayo, debida a Jesús Aguirre, apan:dó
en RevíJIa de Océideme, núm. 129, 1973.
l Nicolai Lesskow nació en 1831, en Ja
Gobern ación de Oriol, y fa~
Ueció en San PClersburgo en l895. Por su interes y simpatías campesmas
liene cierto parentesco con TolslOi, y por su ixIentnción religiosa, con
Dostoyevsld. Pero fueron precisameme esos escritos, -la::. novelas
pri-
rncri7.as-, dedicadas Hdar expresión fundamental y doctrinaria a lo an·
terior, los que resultaron la parte perecederA de su obra. La parte signí~
ficaliva de su trabajo reside en las narraciones de ulIa etapa más tardia
de su producción. Al cabo de la Gran GUeTr..t s..~ elaprendieron una serie
de ínientos de hacer conocer su obra en el ambito alemán, Junto a los
pequeños volúme nes de lecturas escogidas de las editoriales Musario
ny
de Georg MüHer, resalla muy especialmeme la selección en nUl.':\ve lomos
de la editorial CE. Beck

lII
cotidianamente tenemos posibilidad de acceder. Es la misma ex- carne a ambas. «Cuando alguien realiza un viaje, puede contar
periencia que nos dice que el arte de la narración está tocando a algo», rez.a el dicho popular, imaginando al narrador como al-
su fin. Es cada vez más raro encontrar a alguien capaz de narrai guien que viene de lejos. Pero con no menos placer se escucha al
algo con probidád. Con creciente frecuencia se asistc al emba- que honestamente se ganó su sustento, sin abandonar la tierra de
razo extendiéndose por la tertulia cuando se deja oír el deseo de origen y conoce sus tradiciones e historias. Si queremos que estos
escuchar una historia. Diríase que una facultad que nos pareciera grupos se nos hagan presentes a través de sus representantes ar-
inal'enable, la más segura entre las seguras, nos está siendo reti- caicos, diríase que uno está encamado por el marino mercante y
rada: la facultad de intercambiar experiencias. el otro por el campesino sedentario. De hecho, ambos estilos de
U na causa de este fenómeno es inmediatamente aparente: la vida han, en cierta medida, generado respectivas estirpes de na-
cotización de la experiencia ha caído y parece seguir cayendo li- rradores. Cada una de estas estirpes salvaguarda, hasta bien en-
bremente al vacío. Basta echar una mirada a un periódico para trados los siglos, algunas de sus características distintivas. Así es
corroborar que ha alcanzado una nueva baja, que tanto la ima- que, entre los más recientes narradores alemanes, los Hebel y
gen del mundo exterior como la del ético, sufrieron, de la noche Gottltelf proceden del primer grupo, y los Sealsfield y Gerstacker
a la maftana, transformaciones que jamás se ·hubieran conside- del segundo. Pero, como ya se dijo, estas estirpes sólo constitu-
rado posibles. Con la Guerra Mundial comenzó a hacerse evi- yen tipos fundametales. La extensión real del dominio de la na-
dente un proceso que aún no se ha detenido. ¿No se notó acaso rración, en toda su amplitud histórica, no es concebible sin re-
que la gente volvía enmudecida del camIlo de batalla? En lugar conocer la íntima compenetración de ambos tipos arcaicos. La
de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían em- Edad Media, muy particularmente, instauró una compenetra-
pobrecidos. Todo aquello que diez años más tarde se vertió en ción en la constitución corporativa artesanal. El maestro seden-
una marea de libros de guerra, nada tenía que ver con experien- tario y los aprendices migrilDtes tmbajaban juntos en el mismo
cias que se transmiten de boca en boc~":~;' eso no era sorpren- tallér, y todo maestro había sido trabajador migrante antes de es-
dente, pues jamás las experiencias resultlpt¡:s de la refutación de tablecerse en su lugar de origen o lejos de allí. Para el campesíno
mentiras fundamentales, significaron un'i.ástigo tan severo como o marino convertido en maestro patriarcal de la narración, la
el infligido a la estratégica por la guerra i!le trincheras, a la eco- CDrporación había servido de escuela superior. En ella se aunaba
nómica por la inflación, a la corporal por'fa batalla material, a la la noticia de la lejanía, tal como la refena el que mucho ha via-
ética por los detentadores del poder. Una generación que todavia jado de retomo a casa, con la noticia del pasado que prefiere
había ido a la escuela en tranvía tiradopi¡l~ caballos, se encontró confiarse al sedentario.
súbitamente a la intemperie, en un pai~aje en que nada habia
quedado incambiado a excepción de las nubes. Entre ellas, ro-
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deado por un campo de fuerza de corrientes devastadoras yex-
plosioncs, se encontraba el minúsculo y quebradizo cuerpo hu- Lesskow está tan a gusto en la lejanía del espacio como en la
mano. del tiempo. Pertenecía a la Iglesia Ortodoxa Griega, mostrando
además un sincero interés relígioso. No por ello fue un menOs
II sincero opositor de la burocracia eclesiástica. y dado que no se
llevaba mejor con la burocracia temporal, las funciones oficiales
La experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente que llegó a desempeñar no fueron duraderas. En 10 que respecta
de la que se han servido todos los narradores. Y los grandes de a su producción, el empleo que probablemente le resultó más
entre los que registraron historias por escrito, son aquellos que fructífero, fue el de representante ruso de una empresa inglesa que
menos se apartan en sus textos, del contar de los numerosos na- ocupó durante mucho tiempo. Por encargo de esa empresa viajó
rradores anónimos. Por lo pronto, estos últimos conforman do\ mucho por Rusia, yesos viajes estimularon tanto su sagacidad
grupos múltiplemente compenetrados. Es así que la fIgura del en asuntos del mundo como el conocimiento del estado de cosas
narrador adquiere su plena corporeidad sólo en aquel que en- ruso. Es así que tuvo ocasión de familiarizarse con el sectarismo
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del país, cosa que dejó huella en sus relat!~o)Lesskow encontró en biduría entretejida en los materiales de la vida vivida. El arte de
las leyendas rusas aliados en su lucha co.ilfa la burocracia 0110' narrar se aproxima a su fin, porque el aspecto épico de la verdad,
doxa. De su cosecha puede señalarse una serie de narraciones le- es decir, la sabiduría, se está extinguiendo. Pero éste es un pro-
gendarias, cuyo'éentro está representado per el justo, rara vez por ceso que viene de muy atrás. Y nada sería más disparatado que
el asceta, la mayoría de las veces por un hiivnbre sencillo y hacen· wnfundirla con una «manifestación de decadencia», o peor aún,
doso que llega a asemejarse a un santo de la manera más nat"'a!. considerarla una manifestación «moderna». Se trata, más bien,
Es que la exaltación mística no es lo suyo. Así como a veces L ... S~· de un efecto secundario de fuerzas productivas históricas secula·
kow se dejaba llevar con placer por lo maravilloso, prefería aunar ces, que paulatinamente desplazaron a la narración del ámbito del
una firme naturalidad con su religiosidad. Su modelo es el hom- habla, y que a la vez hacen sentir una nueva belleza en lo que se
bre que se siente a "gusto en la tierra, sin entregarse excesiva· desvanece.
mente a ella. Actualizó una actitud similar en el ámbito profano.
que se corresponde bien con el hecho de haber com'enzado a es- V
cribir tarde; a los 29 años. Eso fue después de sus viajes comer-
ciales. Su primer trabajo impreso se titula «¿Por qué son caros El más temprano indicio del proceso cuya culminación es el
los libros en Kiev?» Una serie adicional de escritos sobre la clase ocaso de la narración, es el surgimiento de la novela a comienzos
obrera, sobre el alcoholismo, sobre médicos policiales, sobre co- de la época moderna. Lo que distingue a la novela de la narra-
merciantes desempleados, son los precursores de sus narraciones. ción (y de lo épico en su sentido más estricto), es su dependencia
esencial del libro. La amplia difusión de la novela sólo se hace
IV posible gracias a la invención de la imprenta. Lo oralmente
transmisible, el patrimonio' de la épica, es de índole diferente a lo
Un rasgo característico de muchos narradores natos es una que hace a una novela. .t\l no provenir de, ni íntegrarse en la tra·
orientación hacia lo práctico. Con mayor constancia que en el dición oral, la novela se enfrenta a todas las otras fOlmas de crea-
caso de Lesskow, esto puede apreciarse, por ejemplo, en un Got· ción en prosa como pueden ser la fábula, la leyenda e, incluso, el
thelf, que daba consejos relativos a la economía agraria a sus cuento. Pero sobre todo, se enfrenta al narrar. El narrador toma
campesinos; volvemos a discernir ese interés en Nodier que se lo que narra de la experiencia; la suya propia o la transmitida. Y
ocupó de los peligros derivados del alumbrado a gas; así como en la toma a su vez, en experiencia de aquellos que escuchan su his·
Hebel que introducía aleccionamientos de ciencias naturales en toria. El novelista, por su parte, se ha segregado. La cámara de
su «Pequeño tesoro». Todo ello indica la cualidad presente en nacimiento de la novela es el individuo en su soledad; es inaca-
toda verdadera narración. Aporta de por sí, velada o abierta- paz de hablar en forma ejemplar sobre sus aspiraciones más im·
mente, su utilidad; algunas veces en forma de moraleja, en otras. portantes; él mismo está desasistido de consejo e imposibilitado
en forma de indicación práctica, o bien como proverbio O regla de darlo. Escribír una novela significa colocar 10 inconmensura-
de vida. En todos los casos, el que narra es un hombre que tiene ble en lo más alto al represenrar la vida humana. En medio de la
consejos para el que escucha. y aunque hoy el «saber consejo» plenitud de la vida, y mediante la representación de esa plenitud,
noS suene pasado de moda, eso se debe a la circunstancia de un. la novela informa sobre la profunda carencia de consejo, del des-
menguante comunicabilidad de la experiencia. Consecuente· concierto del hombre viviente. El primer gran libro del género,
mente, estamos desasistidos de·consejo tanto en lo que nos con· Don Quijote, ya enseña CÓmO la magnanimidad, la audacia, el
cierne a nosostros mismos como a los demás. El consejo no es altruismo de uno de los más nobles -del propio Don Quijote-
tanto la respuesta a una cuestión como una propuesta referida a están completamente desasistidos de consejo y no contienen ni
la continuación de una historia en curso. Para procurárnoslo, se· una chispa de sabiduría. Si una y otra vez a lo largo de los siglos,
ría ante todo necesario ser capaces de narrarla. (Sin contar con se intenta introducir aleccionamientos en la novela, estos inten·
que el ser humano sólo se abre a un consejo en la medida en qU" tos acaban siempre produciendo modificaciones de la forma
es capaz de artícular su situación en palabras.) El consejo es sa- misma de la novela. Contrariamente, la novela educativa no se

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aparta para nada de la estructura fundamental de la novela. Al (jue ésras recurrtan de buen grado a los prodigios, es Imprescin-
integrar el proceso social vital en la formación de una persona, dible que la información suene plausible. Por ello es irreconcilia-
concede a los órdenes por él determinados, la justificación más ble con la narración. La escasez en que ha caído el me de narrar
frágil que pueda'pensarse. Su legitimación está torcida respecto se explica por el papel decisivo jugado por la difusión de la infor·
de su realidad. En la novela educativa, precisamente lo insufi- macíÓn.
ciente se hace acontecimiento. Cada mañana nos instruye sobre las novedades de! orbe. A
pesar de ello somos pobres en historias memorables. Esto se debe
VI a que ya no nos alcanza acontecimiento alguno que no esté car-
gado de explicaciones. Con otras palabras: casi nada de lo que
Es preciso pensada transformación de las formas épicas, corno acontece beneficia a la narración, y casi todo a la infonnación.
consumada en ritmos comparables a los de los cambios que, en Es que la mitad del arte de narrar radica precisamente, en referir
el transcurso de cientos de milenios, sufrió la superfiCie de la Tie- una historia libre de explicaciones. Ahí Lesskow es un maestro
rra. Es dificil que las formas de comunicación humanas se hayan (piénsese en piezas como El engaño o El águila blanca). Lo ex-
elaborado con mayor lentitud, y que con mayor lentitud se ha- traordinario, lo prodigioso, están contados con la mayor preci-
yan perdido. La novela, cuyos inicios se remontan a la antiguo- sión, sin imponerle al lector el contexto psicológico de 10 ocu-
dad, requirió cientos de años, hasta toparse, en la incipiente bur. rrido. Es libre de arreglárselas con el tema según su propio
guesía, con los elementos que le sirvieron pau florecer. Apenas entendimiento, y con ello la narración alcanza una amplitud de
sobrevenidos estos elementos, la narrac1ór; comenzó, lenta· vibración de que carece la infonnacíón
mente, a retraerse a 10 arcaico; se apiopi~~,'[n más de un sentid~,
del nuevo contenido, pero sin llegar a e&l",r realmente detenm· VII
nado por éste. Por otra parte, nos perdt~hos que, con el con·
solidado domíDÍo de la burguesía, que cu(:iii;a con la prensa corno Lesskow se remitió a la escuela de los antiguos. El primer na·
uno de los principales instrumentos del capitalismo avanzado, rrador de los griegos fue Herodoto. En el capitulo catorce del ter-
hace su aparición una forma de comunicación que, por antigua cer libro de sus Historias, hay un relato del que mucho puede
que sea, jamás incidió de forma deterci¡nante sobre la forma aprenderse. Trata de Psamenito. Cuando Psamenito, rey de los
épica. Pero ahora sí 10 hace. Y se hace patente que sin ser menos egipcios, fue derrotado por el rey persa Cambises, este Último se
ajena a la narración que la novela, se le enfrenta de manera mu- propuso humillarlo. Dio orden de colocar a Psamenito en la caUe
cho más amenazadora, hasta llevarla a una crisis. Esta nueva por donde debía pasar la marcha triunfal de los persas. Además
forma de la comunicación es la información. díspuso que el prisionero vea a su hija pasar como criada, con el
VilIemessant, el fundador de Le Fígaro, caracterizó la natu- cántaro, camino a la fuente. Mientras que todos los egipcios se
raleza de la información con una fórmula célebre. AA lUÍS lecto- dolían y lamentaban ante tal espectáculo, Psamenito se mante-
res», solía decir, «el incendio ~n un techo'en el Quartier Latin les nla aislado, callado e inmóvil, los ojos dirigidos al suelo. Y tam-
es más importante que una revolución en Madrid». De golpe poco se inmutó al ver pasar a su hijo con el desflle que 10 llevaba
queda claro que, ya no la noticia que proviene de lejos, sino la a su ejecución. Pero cuando luego reconoció entre los prisioneros
información que sirve de soporte a 10 más próximo, cuenta con a uno de sus criados, un hombre viejo y empobrecido, sólo en-
la preferencia de la audiencia. Pero la noticia proveniente de le· tonces comenzó a golpearse la cabe1.a con los puños y a mostrar
jos -sea la espacial de países lejanos, o la temporal de la tradi- todos los signos de la más profunda pena.
ción- disponía de una autoridad que le concedía vigencia, aun Esta historia permite recapitular sobre la condición de la ver-
en aquellos casos en que no se la sometía a control. La infonna- dadera narración. La información cobra su recompensa exclusi-
ción, empero, reivindica una pronta verificabilidad. Eso es 10 pri- vamente en el instante en que es nueva. Sólo vive en ese instante,
mero que constituye su «inteligibilidad de suyo». A menudo no debe entregarse totalmente a él, y en él manífestarse. No a~1 la
es más exacta que las noticias de siglos anteriores. Pero, mientras narración pues no se agota. Mantiene sus fuerzas acumuladas, y

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es capaz de desplegarse pasado mucho ti,iíli'l'JO. Es así Que Mon- nera, que es sin más agraciado con el don de narrarlas. Así se
taigne volvió a la historia del rey egipcio, p<<;¡;.untándose: ¿Por qué constituye, por tanto, la red que sostiene al don de narrar. y así
sólo comienza a lamentarse al divisar al criado? y el mismo también se deshace hoy por todos sus cabos, después de que du-
Montaigne responde: «Porque estando tan saturado de pena, sólo rante milenios se anudara en el entorno de las formas más anti-
requería el más mínimo agregado, para dÚribar las presa.> que la guas de artesanía
contenía.» Eso según Montaigne. Pero asiinismo podría decirse:
«No es el destino de los personajes de la realeza lo que conmueVe IX
al rey, por ser el suyo propio». O bien: <<Mucho de lo que nos
conmueve en el escenario no fiOR conmueve en la vida; para ei La narración, tal como brota lentamente en el círculo del ar-
rey este criado no es'más que un actor.» O aún: «El gmn dolor tesanado --el campesino, el marítimo Y. posteriormente tam-
se acumula y sólo irrumpe al relajarnos. La visión de ese criado bién el urbano-, es, de por sí, la forma similarmente artesanal
significó la rell\iaci6n.» Herodoto no cxplica nada. Su informe es de la comunicación. No se propone transmitir, como lo haría la
absolutamente seco. Por ello, esta historia aún está en condicio- información o el parte, el «purü» asunto en sí. Más bien lo su-
nes de provocar sorpresa y reflexi6n. Se asemeja a las semillas de merge en la vida del comunicante, para poder luego recuperarlo.
grano que, encerradas en las milenarias cámaras impermeables al Por lo tanto, la huella del narrador queda adherida a la narra-
aire de las pirámides, conservaron su capacidad germinativa hasta ción, como las del alfarero a la superficie de su vasija de barro.
nuestros dias. El narrador tiende a iniciar su historia con precisiones sobre las
circunstancias en que ésta le fue relenda, o bien la presenta lla-
VIll namente como experiencia propia. Lesskow comienza El engaño
con la descripción de un viaje en tren, durante el cual habría oído
Nada puede encomendar las historias a la memoria con ma· ,\le parte de un compañero de trayecto los sucesos repetidos a
yor insistencia, que la continente concisión que las sustrae del continuación. En otro caso rememora el enllerro de Dosto-
análisis psicológico. y cuanto más natural sea esa renuncia ama· ·yevsky, ocasión a la que atribuye su conocimiento de la heroína
tizaciones psicológicas por parte del narrador, tanto mayor la ex- de SU narración <<Con motivo de la Sonata Kreuzeú). O hien evoca
pectativa de aquélla de encontrar un lugar en la memoria del una reunión en un circulo de lect,¡ra en que se fOlmularon los
oyente, y con mayor gusto, tarde o tempranC'. éste la volverá, " pormenores reproducidos en <<Hombres interesantes». De esta
su vez, a narrar. Este proceso de asimilación que ocurre en las manera, su propia huella por doquier está a llor de piel en lo na-
profundidades, requiere un estado de distensión cada vez menos rrado, si no por haberlo vivido, por lo menos por ser responsable
frecuente. Así como el sueño es el punto álgido de la relajación de la relación de los hechos.
corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espirituaL El abu- Por lo pronto, Lesskow mismo reconoce el carácter artesanal
rrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la expe- del arte de narrar. «La composición escrita no es para mí un arte
riencia. Basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyen- liberal, sino una artesanía». En consecuencia, no debe sorpren-
tarlo. Sus nidos -las actividades íntimamente ligadas al der que se haya sentido vinculado a la artesanía, en tanto se
aburrimiento-, se han extinguido en las ciudades y descom- mantenía ajeno a la técnica industriaL Tolstoi, necesariamente
puesto también en el campo. Con ello se pierde el don de estar a sensible al tema, en ocasiones toca el nervio del don de narración
la escucha, y desaparece la comunidad de los que tienen el oído de Lesskow, como cuando lo califica de ser el primero, «en ex-
atento. Narrar historias siempre ha sido el arte de seguir contán- poner las deficiencias del progreso económico... Es curioso que
dolas, y este arte se pierde si ya no hay capacidad de retenerlas. se lea tanto a Dostoyevsky ... En cambio, no termino de com-
y se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se les presta prender por qué no se lee a Lesslcow. Es un escritor fiel a la ver-
oído. Cuanto más olvidado de sí mismo está el escucha, tantQ más dad». En su solapada e insolente historia «La pulga de acero», a
profundamente se impregna su memoria de lo oído. Cuando está medio camino entre leyenda y farsa, Lesskow rinde homenaje a
poseído por el ritmo de Su trabajo, registra las historias de tal ma· la artesanía local rusa, en la figura de los plateros de Tula. Re-

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sulta que su olira maestra, <<La pulga de acero», llega a ser vislJ privados y públicos, produjo un efecto secundario, probable-
por Pedro el Grande que, merced a ello, se convence de que 1", mente su verdadero objetivo subconsciente: facilitarle a la gente
rusos no tienen ppr qué avergonzarse de los ingleses. la posibilidad de evitar la visión de los moribundos. Morir era
Quizá nadie'como Paul Valéry haya jamás cicunscrito tan antafio un proceso público y altamente ejemplar en la vida del
significativamente la imagen espiritual de esa esfera artesanal de individuo (piénsese en los cuadros de la Edad Media en que el
la que proviene el narrador. Habla de las cosas perfectas de la na- lecho de muerte se metamortosea en trono, sobre el que se asoma
turaleza, como ser, perlas inmaculadas, vinos plenos y maduros. apretadamente el pueblo a través de las puertas abienas de par en
criaturas realmente bien conformadas, y las llama «la preciosa par de la casa que recibe a la muerte) -rnorir, en el curso de jos
obra de una larga cadena de causas semejantes entre sÍ». La acu- tiempos modernos, es algo que se empuja cada vez más lejos del
mulación de dichas causas sólo tiene en la perfección su único mundo perceptible de los vivos. En otros tiempos no había casa,
límite temporal. <<Antaño, esta paciente actuación de la natura- o apenas habitación, en que no hubiese muerto alguien alguna
lezID>, dice Paul Valéry, «era imitada por los hombres. Miniatu- vez. (El Medioevo experimentó también espacialmente, lo que en
ras, marfiles, extrema y elaboradamente tallados, piedras lleva· un sentido temporal expresó tan significativamente la inscrip-
das a la perfección al ser pulidas y estampadas, trabajos en lac-.. áón del reloj solar de Ibiza: Ultima multis.) Hoy jos ciudadanos,
o pintura producto de la superposición de una serie de finas ca· en espacios intocados por la muerte, son flamantes residentes de
pas translúcidas... -todas estas producciones resultantes de es· la eternidad, y en el ocaso de sus vidas, son depositados por sus
fuerzas tan persistentes están por desaparecer, y ya ha pasado el herederos en sanatorios u hospitales. Pero es ante nada en el mo-
tiempo en que el tiempo no contaba. El hombre contemporáneo ribundo que, no sólo el saber y la sabiduría del hombre adquie-
ya no trabaja en lo que no es abreviable.» De hecho, ha logrado ren una forma transmisible, sino sobre todo su vida vivida, y ése
incluso abreviar la narración. Hemos asistido al surgimiento del e~ el material del que nacen las historias. De la misma manera
«short st01")'» que, apartado de la tradició~,6ral, ya no permite la en que, con el transcurso de su vida, se ponen en movimiento
superposición de las capas finísimas y trál),Íi]úcidas, constituyen- \Jna serie de imágenes en la interioridad del hombre, consistentes
tes de la imagen más acertada del modo ~>!nanera ell que la na· en sus nociones de la propia persona, y entre las cuales, sin per-
rración perfecta emerge de la estratificacióH de múltiples versio- catarse de ello, se encuentra a sí mismo, así aflora de una vez en
nes sucesivas. sus expresiones y miradas lo inolvidable, comunicando a todo lo
que le concierne, esa autoridad que hasta un pobre diablo posee
x sobre los vivos que lo rodean. En el origen de lo narrado está esa
autoridad.
Valéry termina su reflexión con la frase: «Es casi como si la
atrofia del concepto de eternidad coincidiese con la creciente
XI
aversión a trabajos de larga duración.» Desde siempre, el con·
cepto de eternidad tuvo en la muene su fuente principal. Por La muerte es la sanción de todo lo que el narrador puede re-
consiguiente, el desvanecimiento de este concepto, habrá que ferir y ella es quien le presta autoridad. En otras palabras, sus his-
concluir, tiene que haber cambiado el rostro de la muerte. Re- torias nos remiten a la historia natural. En una de las más her-
sulta que este cambio es el mismo que disminuyó en tal medida mosas del incomparable Johan Peter Hebel, esto es expresado de
la comunicabilidad de la experiencia, que trajo aparejado el fin forma ejemplar. Aparece en el Pequeño tesoro del amigo íntimo
del arte de narrar. renano, se llama «Inesperado reencuentro», y comienza con el
Desde hace una serie de siglos puede entreverse cómo la con- compromiso matrimonial de un joven que trabaja en las minas
ciencia colectiva del concepto de muerte ha sufrido una pérdida de Falun. En vísperas de su boda, la muerte del minero lo al·
de omnipresencia y plasticidad. En sus últimas etapas, este pro- canza en ¡as profundidades de la galería. Aun después de esta
ceso se ha acelerado. Y en el transcurso del siglo diecinueve, la desgracia, su prometida continüa siéndole fiel, y vive lo sufi-
sociedad burguesa, mediante dispositivos higiénicos y sociales. ciente como para asistir, ya convertida en una madrecita viejí-

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sima, a la recuperación, en la galería perdictll, de un cadáver per- la historia, el historiador, y el que la narra, es decir, el cronista,
fectamente conservado por haber estado "¡;I1\l~regnado en vitriolo El historiador está forzado a explicar de alguna manera los sUc
verde, y que reconoce como el cuerpo d(',.:sJ¡; novio. Al cabo de ceSOS que lo ocupan; bajo circunstancia alguna puede conten-
este reencuentro,'la muerte la reclama tarrri';'ién a ella. Dado que tarse presentándolos como muestras del curso del mundo. Pero
Hebet, en el transcurso de la historia, se ve en la necesidad de ha- eso es precisamente lo que hace el cronista, y más expresamente
cer patente el pasaje de los años, lo resuelve con las siguientes lí- aún, su representante clásico, el cronista de! Medioevo, que fuera
neas: «Entretanto la ciudad de Lisboa enfortugal fue destruida el precursor de los más recientes escritores de historia, Por estar
por un terremoto, y la Guerra de los Siete Años quedó atrás, y el la narración histórim de tales cronistas basada en el plan divino
emperador Francisco 1 murió, y la Orden de los Jesuitas fue di- de salvación, que es inescrutable, se desembarazaron de ante-
suelta y Polonia dividida, y murió la emperatriz Maria Teresa, y mano de la carga que significa la explicación demostrable, En su
Struensee fue ejecutado, América se liberó, y las fuerzas conjun- lugar aparece la exposición exegética que no se ocupa de un en-
tas de Francia y España no lograron conquistar Gibraltar. Los cadenamiento de eventos determinados, sino de la manera de
turcos encerraron al general Stein en la cueva de los Veteranos inscribirlos en el gran curso inescrutable del mundo.
en Hungría, y también el emperador Josó falleció. El rey Gus- Da lo mismo si se trata del curso del mundo condicionado
tavo de Suecia conquistó la Finlandia rusa, y la Revolución por la historia sagrada o por la naturaL En el narrador se pre·
Francesa y la larga guerra comenzaron, y también el emperador servó el cronista, aunque como figura transformada, seculari·
Leopoldo Segundo acabó en la tumba. Napoleón conquistó Pru- zada, Lesskow es uno de aquellos cuya obra da testimonio de este
sia, y los ingleses bombardearon Copenhaguen, y los campesinos estado de cosas con mayor claridad, Tanto el cronist2, orientado
sembraron y segaron. Los molineros molieron, y los herreros foro por la historia sagrada, como el narrador profano, tienen una
jaron, y los mineros excavaron en pos de las vetas de metal en participación tan intensa en este cometido, que en el caso de al·
sus talleres subterráneos. Pero cuando los mineros de Falun en el gunas narraciones es dificil decidir si el telar que las sostiene es el
año 1809...}}. Jamás ningún narrador insertó su relación más dorado de la religión O el multicolor de una concepeión profana
profundamente en la historia natural que Hebel con su cronolo- del curso de las cosas. Piénsese en la narración «La alejandrita»,
gía. Léasela con atención: la muerte irrumpe en ella según turnos que transfieren alleL'1or «a ese tiempo antiguo en que las piedras
tan regulares como el Hombre de la Guadaña en las procesiones en el seno de la tierra y los planetas en las alturas celestiales aún
que a mediodía detienen su marcha frente al reloj de la catedral. se preocupaban del destino humano, no como hoy en que tanto
en los cielos como en la tierra todo ha terminado siendo indife·
Xli rente al destino de los hijos del hombre, y de ninguna parte una
voz les habla o les presta obediencia. Los planetas recientemente
Todo examen de una forma épica determinada tiene que ver descubiertos ya no juegan papel alguno en los horóscopos, y una
con la relación que esa forma guarda con la historiografia, En multitud de nuevas piedras, todas medidas y pesadas, de peso es-
efecto, hay que proseguir y preguntarse si la historiografia no re- pecifico y densidad comprobados, ya nada nos anuncian ni nos
presenta acaso, el punto de indiferencia creativa entre todas las aportan utilídad alguna. El tiempo en que hablaban con los
formas épicas. En tal caso, la historia escrita sería a las formas hombres ha pasado".
épicas, lo que la luz blanca es a los colores del espectro, Sea como Tal como lo ilustra la narración de Lesskow, es práctica·
fuere, de entre todas las formas épicas, ninguna ocurre tan in- mente imposible caracterizar unívocamente el CursO del mundo.
dudablemente en la luz pura e incolora de la historia escrita como ¿Está acaso determinado por la historia sagrada o por la natural?
la crónica. En el amplio espectro de la crónica se estructuran las Lo único cierto es que está, en tanto curso del mundo, fuera de
maneras posibles de narrar como matices de un mismo color, El todas las categorías históricas propiamente dichas, La época en
cronista es el narrador de la historia, Puede pensarse nuevamente que el ser humano pudo creerse en consonancia con la natura-
en el pasaje de Hebe1, tan claramente marcado por el acento de leza, dice Lesskow, ha expirado. A esa edad del mundo Schiller
la crónica, y medir sin esfuerzo la diferencia entre el que escribe llamó el tiempo de la poesía ingenua, El narrador le guarda li-

122 123
... ~

delidad, y su mirada no se aparta de ese cuadrante ante el cual sr de la novela, es decir, de la epopeya, aún indistinto de lo músico
mueve esa procesión de criaturas, y en la que, según el caso, la de la narración. En todo caso, se vislumbra ocasionalmente en
muerte va a la cabeza, o bien es el último y m;serable rezagado. las epopeyas, sobre todo en los pasajes festivos de las homéricas,
corno la conjuración de la musa que les da inicio. Lo que se
Xm anuncia en estos pasajes, es la memoria eternizadora del nove,
lism en oposición a la memoria transitoria del narrador. La pri-
Rara vez se toma en cuenta que la relación ingenua del oyente mera está consagrada a un héroe, a una odisea o a un combate;
con el narrador está dominada por el interés de conservar Jo na· la segunda a muchos acontecimientos dispersos. En otras pala-
rrado. El punto cardinal para el oyente sin prejuicios es garanti, bras, es la rememoración, en tanto musa de la novela, lo que ·se
zar la posibilidad de la reproducción. La memoria es la facultad separa de la memoria, lo músico de la narración, una vez escin,
épica que está por encima de todas las otras. Únicamente gradas dida la unidad originaria del recuerdo, a causa del desmorona-
a una extensa memoria, por un tado la épica puede apropiarse micnto de la epopeya.
del curso de las cosas, y por el otro, con la desaparición de éstas,
reconciliarse con la violencía de la muerte. No debe asombrar que XIV
para el hombre sencillo del pueblo, tal como se lo imaginara un
día Lesskow, el Zar, la cabeza del mundo en que sus historias <<Nadie», dice Pascal, <<Jl1uere mn pobre que no deje algo tras
ocurren, disponga de la más vasta memoria. «De hecho, nuestro sí.» Lo que vale ciertamente también para los recuerdos -aun'
Zar y toda su familia gozan de. una asombrosa memoria.» que éstos no siempre encuentren un heredero. El novelista toma
Mnemosyne, la rememoradora, fue para los griegos la musa posesión de este legado, a menudo no sin cierta melancolia. Por-
11e 10 épico. Este nombre reconduce al observador a una encru, que, tal como una novela de Amold Bennett pone en boca de los
cijada de la historia del mundo. O sea qu.e"si lo registrado por ~I muertos, «de ningún provecho le fue la vida rea!>,. A eso suele
recuerdo -la escritura de la historia- re¡jl~senta la indiferencia estar condenado el legado que el novelista asume. En lo que se
creativa de las distintas formas épicas (as~,c~¡mo la gran prosa es refiere a este aspecto de la cuestión, debemos a Georg Lukács una
la indiferencia creativa de las distintas lií't'didas del verso), su clarificación fundamental, al ver en la novela <<la forma trascen,
forma más antigua, la epopeya, incluye a la narración y a la no, dental de lo apátrida». Según Lukács, la novela es a la vez la única
vela, merced a una forma de indiferencia. Cuando con el trans- forma que incorpora el tiempo entre sus principiOS constitutivos.
curso de los siglos, la novela comenzó a salirse del seno de la epo, «El tiempo», se afirma en La leoría de la novela, «sólo puede ha-
peya, Se hizo patente que el elemento músicp de lo épico en ella cerse constitutivo cuando cesa su vinculación con la patria tras-
contenido, es decir, el recuerdo, se pone de manifiesto con una cendental... Unícamente en la novela... sentido y vida se disocian
figura completamente diferente a la de la narración. y con ello, lo esencial de lo temporal; casi puede decirse que toda
El recuerdo funda la caden.a de la tradición que se retransmite la acción interna de la novela se reduce a una lucha contra el po-
de generación en generación. Constituye, en un sentido amplio, derío del tiempo... Y de ello... se desprenden las vivencias tem-
lo músico de la épica. Abarca las formas músicas específicas de porales de origen épico auténtico: la esperanza y el recuerdo...
la épica. Y entre ellas, se distingue ante nada, aquella encarnada Únicamente en la novela... ocurre un recuerdo creativo, perti-
en el narrador. Funda la red compuesta en última instancia por nente al objeto y que en él se transforma... Aquí, la dualidad de
todas las historias. U na Se enlaza con la otra, tal como todos los interioridad y mundo exterioD) sólo «puede superarse para el su-
grandes narradores, y en particular los orientales, gustaban se- jeto, si percibe la unídad de la totalidad de su vida desde las co,
ñalar. En cada uno de ellos habita una Scheherezade, que en cada rrientes vitales pasadas y condensadas en el recuerdo... El enten-
pasaje de sus historias, se le ocurre otra. Esta es una memoria dimiento que concibe tal unidad... será el presentimiento intuitivo
épica y a la vez lo músico de la narración. A eela hay que contra, del inakanzado, y por ello inarticulable, sentido de la vida".
poner otro principio igualmente músico en un sentido más" reS' De hecho, el «sentido de la vida» es el centro alrededor del
tringido que, en primera instancia, se esconde como lo músico cual se mueve la novela. Pero tal planteamiento no es más que

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la expresión introductoria de la desasistida falta de consejo con La materia que nutre ,,1 ardiente interés del lector es una ma.'
la que el lector se ve instalado el! esa vid~ ,escrita. Por un lado tería seca. ¿Qué signilka esto? Morítz Heimanl'l llegó a decir: «Un
«sentido de la vida», por otro «la moralej¡r/le la historia»: esas hombr~ que muere a los treinta y cinco años, es, en cada punlO
soluciones indica'u la oposición entre no('~rfi y narración, y en ~e su Vida) un hombr e que muere a los treinta y cinco años.» Esta
ellas puede hacerse la leetura de las posici0R~s históricas radical· Irase no puede ser más dudosa, yeso exclusivamente por una
mente diferentes de ambas formas artísticas, confusión de tiempo. Lo que en verdad se dice aqui, es que un
Si Don QuijOle es la primera muestra lograda de la novela, hombre quc muere a los treinta y cinco afios quedará en la re.
quizá la más tardía sea EducalÍon Sentimf\)¡tale, En sus palabras memoración como alguien que en cada punto de su vida muere
finales, el sentido con que se encuentra la'época burguesa en el a los treinta y cinco años. En otras palabras: esa misma frase que
comienzo de su ocasd en su hacer y dejar de hacer, se ha preci· no tiene senl1do para la Vida real, se convierte en incontestable
pitado como levadura en el recipiente de la vída. Frédéric y Des para la recordada. No puede representarse mejor la naturaleza del
lauriers, amigos de juventud, rememoran su am,stad juvenil. Ello personaje novelesco. indica que el <<sentido" de su vida sólo s.;
hace allorar una pequeña historia; de cómo UD "día, a escondidas descubre a su muerte. Pero el lector de novelas busca efectiva.
y medrosos, se presentaron en la casa pública de la ciudad natal. mente, personas en las que pueda efectuar la leclUra del «sentido
sin hacer más que ofreeer a la patrona un ramillete de flores que de la vida». Por lo tanto. sea eomo fuere, debe tener de ante.
habían recogido en su jardín. «Tres aftos más tarde se hablaba mano la certeza de asistir a su muerte. En el peor de los casos, a
aún de esta historia. Y uno al otro la contaban detalladamente. la muerte fignrada: el fm de la novela. Aunque es preferible la
ambos contribuyendo a completar el recuerdo. "Eso fue quizá lo verdadera. ¿Cómo le dan a entender que la muerte ya los acecha,
más hermoso de nuestras "idas", dijo Frédéric cuando termina· una muerte perfectamente determinada l' en un pur,to determi.
ron. "Si, puede que tengas razón", respondió Deslauriers, "quizá nado? Esa es la pregunta que alimenta el voraz interés del lector
por ía acciÓn de la novela.
fue lo más hermoso de nuestras vidas".» Con este reconoci·
miento la novela lleg'd a su fin, que en un sentido estricto es más Por consiguiente, la novela no es significativa por presentar
adecuado a ella que a cualquier narración. De hecho, no hay na· un destino ajeno e instructivo, sino porque ese destino ajeno, por
rración alguna que pierda su legitimación ante la pregunta: ¿y la fuerza de la llama que lo eonsume, nos transfiere el calor que
cómo sigue? Por Su parte, la novela no puede permitirse dar un jamás obtenemos del propio. Lo que atrae al lector a la novela es
paso más allá de aquella frontera en la que el lector, con el sen· la esperanza de calentar su vida helada al fuego de una muerte,
de la que lee.
tido de la vida pugnando por materíalizarse~en sus presentimien·
tos, es por ello invitado a estampar la palabra «Fin» debajo de la
página. XVI
XV Gorki escribió: «Lesskow es el escritor más profun damen te
Todo aquel que escucha ~na historia. está en compafi¡a del arraigado en el pueblo y está libre de toda influencia foránea.,)
,narrador; incluso el que lee, participa de esa compaftía. Pero el El gran narrador siempre tendrá sus raíces en el pueblo, l' sobre
lector de una novela está a solas. y más que todo otro lector. (Es lodo en sus sectores artesanos. Pero según CÓmo los elementos
que hasta el que lee un poema está dispuesto a prestarle voz a las campesinos, marítimos y urbanos se integran en los múltiples es.
palabras en beneficio del oyente,) En esta su sotedad, el lector de tadios de su grado de evolución ecollómico y técnico, asi Se gra_
novelas se aduefia .de su material con mayor celo que los demás. dúan también múltiplemente los conceptos en que el correspon.
Está dispuesto a apropiarse de til por completo, a devorarlo, po: diente caudal de experiencias se deposita para nosotros. (Sin
decirlo así. En efecto, destruye y consume el material COmo el mencionar el nada despreciable aporte de los comerciantes al arte
fuego los leftos en la chimenea. La tensión que atraviesa la no· de narrar; lo suyo tuvo menos que ver con el increm ento del
vela mucho se asemeja a la corriente de aire que anima las lla· contenido instructivo, y más con el afinamiento de las astucias
mas de la chimenea y aviva su jnego. con que se hechiza la atención del que atiende. En el ciclo de his-

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-X::;WVé'-·
":~,

torias Las mil y una noches dejaron una honda huella.) En suma, complicidad con el hombr e liberado. El hombr e maduro e.xperi-
sin perjuicio del rol elemental que el narrar tiene en el buen ma· menta esta complicidad, sólo alguna que otra vez, en la felicidad;
nejo de los asuntos human os, los conceptos que albergan el reno pero al niilo se le aparece por vez primera en el cuento de hadas
dimien to de las.narraciones, son de lo más variado. Lo que en y lo hace feliz.
Lesskow parece' asociarse más fácilmente a lo religioso, en HebeJ
encaja mejor en las perspectivas pedagógicas de la Ilustración, ~r.
Poe aparece como tradición hermética, e~cuentra un último asdo XVII
en Kipling en el ámbito vital de los manno s y soldados coloma· Pocos narrad ores hiciero n gala de un parente sco tan pro-
les británicos. Ello no impide la común levedad con que todos fundo éon el espíritu del cuento de hadas como Lesskow. Se trata
los grandes narrad ores se mueve n, como sobre una escala, su· de tenden cías alentad as por la dogmá tica de la Iglesia greco-
biendo y bajand o por los peldailos de su experie ncia Un escala ortodo xa Como es sabido, en el contexto de esta dogmática, juega
que alcanza las entrailas de la tierra y se pierde entre las nubes, un papel prepon derant e la especu lación de Orlgen es sobre la
sirve de imagen a la e.xperiencia colectiva a la cual, aun el mas apokastasis -el acceso de todas las almas al paraís o- que fuera
profundo impact<;> sobre el individ" ~, la muerte , no provoca sa- rechazada por la Iglesia romana . Lesskow estaba muy influido por
cudida o limitación alguna. Orígenes. Se propon la traduci r su obra Sobre las causas prime·
"y si no han muerto, viven hoy tOdavílD>, dice el ,?uento de ras, Empal mando con la creencia popular rusa, interpretó la re·
hadas. Dicho género, que aun en nuestros días es el pnmer con· surrección, no tanto como transfiguración, sino como desencan·
sejero del nifto, por haber sido el primero de la human idad, sub- tamien to. Semejante interpr etación de Orígenes está basada en
siste clandestinamente en la narración. El primer narrad or ver· «El peregrino encant ado». En ésta, como en otras mucha s his-
dadero fue y será el contad or de cuentos o leyendas. Cuando el torias de Lesskow, se trata de una combinación de cuento de ha·
consejo era preciado, la leyenda lo conocía, y cuando el ap~emlO das y leyenda, bastante similar a la mezcla de cuento de hadas y
era máximo, su ayuda era la más cercana. Ese era el apremio del saga a la que se refiere Ernst Bloch cuando explica a su man~ra
mito. El cuento de hadas nos da noticias de las más t~mpranas el ya mencionado divorcio entre el mito y el cuento de hadas, Una
disposiciones tomada s por la human idad para sacudir la opre· «mezcla de cuento de hadas y saga», dice, «contiene algo propia-
sión depositada sobre su pecho por el mito: En la figura del to~to, mente amílico; es mítica en su incidencia hechizante y estatíca,
nos muestra cÓmo la human idad se <<haceJa tonta» ante el mito', y aun así no está fuera del hombr e. UMíticas" en este sentido son
en la figura del herman o menor nOS mu~¡jn;~ cómo sus probabi· las figuras de corte taoísta, sobre todo las muy antiguas como la
lidades de éxito aumen tan a medida que '$& distancia del tiempo pareja Filemón y Baucis: como salidos de un cuento aunque po-
mítico originario; en la figura del que saiió a aprender el miedo sando con naturalidad. y esta situación se repite ciertam ente en
nos muestra que las cosas que tememoS SOn e,crutables; en la 0- el mucho menos taoísta Gotthelf; a ratos extrae a la saga de la
gura del sagaz nos muestr a que las preg'Jntas planteadas por el localidad del embrujo, salva la luz de la vida. la luz de la vida
mito son simples, tanto como la pregunta'de la Esfinge; en la fi· propia al hombr e que arde tanto dentro como fuera». «Como sao
.gura de los animales que vienen en auxilio de los n~ñ?S en los Iidos de un cuento » son los personajes que conduc en el cortejo
cuentos, nos muestr a que la naturaleza no reconoce umcamente de las criaturas de Lesskow: los justos, Pavlin, Figura, el artista
su deber para con el mito, sino que prefiere saberse rodeada de de los peluquines, el guardián de osos, el centinela bondadoso.
seres human os. Hace ya mucho ,que los cuentos enseñaron a los Todos aquellos que encarn an la sabidurla, la bondad, el consuelo
hombres, y siguen baciéndolo hoya los niftos, que lo más aC~ll1­ del mundo , se apiñan en derred or del que narra. No puede dejar
sejable es oponerse a las fuerzas del mund~ míl~co c~n astucia e de reconocerse que la imagen de su propia madre los atraviesa a
insolencia. (De esta manera el cuento polanz a dlalécllcamenle el todos. <<Era de alma tan bondad osa», así la describ e Lesskow,
valor en subcoraje, es decir, la astucia, Ysupercoraje, la insolen· <<que no era capaz infligir el menor sufrim iento a nadie, ni si-
cia.) El hech1zo liberador de que dispo~e el ~ento, !l;0 po~e e'1 quiera a los animales. No comía ni came ni pescado porque tal
juego a la natura leza de un modo mítiCO, smo que msmua su era la compasión que sentía por todos los seres vivientes. A veces
128 129
r
~-.""
,

mi padre se lo reprochaba ... pero ella contestaJa: "...Yo misma cree reconocer en su anlítrión a alguien con quien ya se hubiera
he criado a esos animalitos, y son para mí como hijos iníos. ¡No encontrado antes. ¿Pero quién es? Eso no lo recuerda. Lo curioso
iba a comerme a.mis propios hijos!" Tarr'j)Oco comía carne en es que el anlítrión no tiene intención de dejarse reconocer. En
casa de los vecinos. "Yo he visto a los aninlales cuando aún es- cambio, consuela diariamente a la alta personalidad asegurán-
taban vivos", explicaba, "son conocidos~l:;1níos, no puedo co- dole que <da voz de la naturaleza>' no dejará de hablarle un día.
merme a mis conocidos".» Y todo sigue igual hasta que el huésped, poco antes de proseguir
El justo es el portavoz de la criatura, y a la vez, su encarna- su viaje, concede al antltrión el penniso, pedido por éste, de ha-
ción suprema. Adquiere con Lesskow un fondo maternal, que a ccrle oír <da voz de la naturaleza>,. En eso, la mujer del anlítrión
veces se crece hasta lo mítico (con lo que hace peligrar la pureza se aleja, «para volver con un cuerno de caza de cobre relucien-
de lo fantástico). Indicativo de esto es el protagonista de su na- temente brnñido y se lo entrega a su marido. Este coge el cnerno,
rración «Kotin, el alimentador y Platónida». Dicha .figura pro- lo acerca a sus labios y parece instantáneamente transformado.
tagónica, el campesino Pisonski, es hermafrodita. Durante doce Apenas hubo inflado las mejillas y extraído el primer sonido, po-
años su madre lo educó como mujercita. Sus partes viriles y fe- tente como un trueno, el mariscal de campo exclamó: "¡Detente,
meninas maduran simultáneamente y su doble sexuaíidad «se ya lo tengo, hermano, ahora te reconozco! Tú eres el músico del
convierte en símbolo del hombre-dios». regimiento de cazadores, al que encomendé vigilar, por su ho-
Con ello, Lesskow asiste a la culminación de criatura y a la norabilidad, a un intendente bribón." "Así es, su señoría", res-
vez al tendido de un puente entre el mundo terrestre y el supra- pondió el amo de la casa. "Antes que recordárselo yo mismo,
terrestre. Pues resulta que estas tlguras masculinas, maternales y preferí dejar hablar a la voz de la naturaleza".» La manera en que
poderosamente terrestres, que una y otra vez se apropian de una el sentido profundo de la historia se esconde detrás de su pueri-
plaza en el arte fabulador de Lesskow, son arrancadas del domi- lidad nos da una idea del extraordinarío humor de Lesskow.
nio del impulso sexual en la flor de su fuerza. Pero no por eso Ese humor vuelve a conlírmarse eri la misma historia de ma-
encaman un ideal propiamente ascético; la continencia de estos nera aún más subrepticia. Habíamos oído que el pequeño fun-
justos tiene tan poco de privación, que llega a convertirse en el cionario había sido delegado para «vigilar, por su su honorabiii-
polo opuesto elemental de la pasión desenfrenada, tal como el dad, a un intendente bribón.» Eso es lo que se diee allínal, en la
narrador la encamó en «Lady Macbeth de Mzensk». Así como escena del reconocimiento. Pero apenas iniciada la narración
la extensión del mundo de las criaturas está comprend;da entre oíamos lo siguiente sobre el antltriOn: «Todos los habitantes de
Pawlin y la mujer del comerciante, en la jerarquía de sus criatu- la localidad conocian al hombre, y sabían que no gozaba de un
ras, Lesskow no renunció a sondearlas en profundidad. rango de importancia, que no era ni funcionario e:statal ni mili-·
tar: sino apenas un insignificante inspectorcil1o en la administra-
(:ión de víveres, donde l junto a las raias~ roía las galletas y las bo-
XVlll
tas estatales, con lo que..., pasado el tiempo llegó a j untar lo
La jerarquía del mundo de las criaturas, encabezada por los sufidente como para instalarse en una bonita casa de madera.;'>
'justos, desciende escalonadamente hasta alcanzar el abísmo de lo Como puede verse, esta historia coioca en su justo lugar a la tra-
inanimado. Sin embargo, hay que tener en mente Ulla circuns·· dicional simpatía que une a los narradores con pillos y bribones.
tancia particular_ La totalidad de este mundo de las criaturas no Toda la literatura picaresca da testimonio de ello. Tampoco re-
es vocalizado por la voz humana, sino por una que podríamos niega de ello en las cumbres del género: personajes como los
llamar como el título de una de sus más significativas narracio- Zundelfrieder, Zundelheiner y Dieter El Rojo, son los que con
nes: «La voz de la naturaleza». Esta refiere la historia del pe- mayor lídelidad acompañan a un Bebel. No obstante, también
queño funcionario Filipp Filippowitch, que mueve todos los hi- para Hebel, el justo tiene el papel protagónico en el theatrum
los para poder hospedar en su casa a un mariscal de campo que mundi. Pero por no haber nadie que esté a la altura de ese papel,
está de paso en su localidad. Y lo logra. El huésped, inicialmente éste pasa de uno a otro. Ora es el vagabundo, ora el trapichero
asombrado por lo insistente de la invitación, pasado un tiempo judío, ora el tonto, quien salta a asumir el papeL Se trata siem-

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pre, de caso en caso, de una actuación extraordinaria, de una im- histórico en que vive. Es el mundo de Alejandro 1], El narrador
provisación moraL Bebel es un casuista. Por nada del muudo se -o mejor dicho, el hombre al que atribuye el propio saber- es
solidariza con principio alguno, aunque tampoco rechaza nin- un orfebre de la piedra llamado Wenzel y que llevó su oficio a ni-
guno, porque cu,'¡quiera de ellos podría llegar a convertirse en veles artísticos apenas imaginables. Se lo puede colocar junto a los
instrumento del justo. Compárese con !a actitud de Lesskow. «Soy plateros de Tula y decir que, de acuerdo a Lesskow, el artesano
consciente», escribe en «Con motivo de la sonata Kreutzer», «de consumado tiene acceso a la cámara más recóndita del reino de
que mi línea de pensamiento está más fundada en una conc-ep· !a.~ criaturas. Es una encarnación de lo piadoso. De este orfebre
ción práctica de la vida que en una filasoña abstracta o una mo- se cuenta: «De pronto cogió mi mano, la mano en que tenía el
ral elevada, sin embargo, no por ello estoy menos inclinado a anillo con la alcjandrita, que, como es sabido, da destellos rojos
pensar como lo hago:» Por lo demás, las catástrofes morales de bajo iluminación artificial, y exclamó: .....Mirad, he aquí la pie-
Lesskow, guardan la misma relación con los incidentes morales dra rusa profética ...! ¡Oh, siberiana taimada! Siempre verde r,omo
de Bebel, que la de la gran corriente silenciosa del Valga con el la esperanza, y sólo cuando llegaba !a tarde se inundaba de san-
precipitado y charlatán arroyo que mueve el molino. Entre las gre. Asl fue desdc el origen del mundQ, pero durante mucho
narraciones históricas de Lesskow, existen muchas en las que las tiempo se escondió en el interior de la tierra, y no permitió que
pasiones puestas en movimiento son tan aniquiladoras como la se la descubriese hasta que llegó a Siberia un gran hechicero, un
cólera de Aquiles o el odio de Hagen. Es asombrosa la manera mago, para encontrarla, justo el día en que el zar Alejandro fue
terrible en que el mundo de este autor puede llenarse de tinie· declarado maryor de edad... » "Qué disparates dice", le inte-
bias, así como la majestad con que el Mal se pennite allí alzar.su rrumpl. "Esa piedra no fue descubierta por ningún hechicero,
cetro. Lesskow -este seria uno de los pocos rasgos en que como ¡sino por un sabio llamado Nordenskjold!" "¡Un hechicero le digo!
cide con Dostoyevski- ostensiblemente conoció estados de ¡Un hechicero!" gritaba Wenzel a toda voz. "¡NO tiene más que
ánimo que mucho lo acercaron a una ética antinómica. Las na· fijarse en la piedra! Contiene una verde mañana y una tarde san-
turalezas elementales de sus ",'!arraciones de los viejos tiempos» grienta ... y ese es el destino, ¡el destino del noble zar Alejan·
se dejan llevar por su pasión desenfrenada hasta el final, Pero dro!" Dichas esas palabras, el viejo Wenzel se volvió hada la pa..
precisamente ese final es el que los místicos tienden a considerar red, apoyó su cabeza sobre el codo y Comenzó a sollozar.»
como punto en que la acabada depravación se torna en santidad. Dificilmente podriamos acercarnos más al significado de esta
importante narración, que esas pocas palabras que Paul Valéry
XIX escribiera en un contexto muy alejado de éste.
Al considerar a un artista dice: «La observación artlstica puede
Cuanto más profundamente Lesskow'desdende en la escala alcanzar una profundidad casi mlstica. Los objetos sobre los que
de las criaturas, tanto más evidente es el acercamiento de su pers· se posa pierden su nombre: sombras y claridad conforman un
pectiva a la de lá mística. Por Jo demás, y como podrá verse, muo sistema muy singular, plantean problemas que le son propios, y
cho habla a favor de que también aquí se conforma un rasgo que que no caen en la órbita de ciencia alguna, ni provienen de una
'reside en la propia naturaleza del narrador. Ciertamente sólo po· práctica determinada, sino que deben su existencia y valor, ex·
cos osaron internarse en las profundidades de !a naturaleza ina· clusivamente a ciertos acordes que, entre alma, ojo y mano. se
nimada, y en la reciente literatura narrativa poco hay que, con la instalan en alguien nacido para aprehenderlos y conjurarlos en
voz del narrador anónimo anterior a todo lo escrito, pueda re-- SIL propia interioridad.»
sonar tan audiblemente como la historia <<La alejandrita» d~ Con estas palabras, alma, ojo y mano son introducidos en el
Lesskow. Trata de una piedra, el pyropo. Desde el punto de vista mismo contexto. Su interacción detcrmina una práctica. Pero di-
de la criatura, la pétrea es la capa más inferior. Pero para el na- cha práctica ya no nos es habitual. El rol de la mano en la pro-
rrador está directamente ligada a la superior. A él le está !fado ducción se ha hecho más modesto, y el lugar que ocupaba en el
atisbar, en csta piedra semipreciosa, el pyropo, una profecla na· narrar está desierto. (Y es que, en lo que respecta a su aspecto
tural de la naturaleza petrificada e inanimada, referida al mundo sensible, el narrar no es de ninguna manera obra exclusiva de la

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voz. En el auténtico narrar, la mano, con sus gestl}s aprendidos
en el trabajo, influye mucho más, apoyando de mÚltiples formas
lo pronunciado.) Esa vieja coordinación de alma, ojo y mano que
emerge de las palab¡ás de Valéry, es la coordinación artesanal con
que nos topamos siempre que el arte de narrar está e11 su ele-
mento. Podemos ir más lejos y preguntamos si la relación del na-
rrador eon su, material, la vida humana, no es de por sí una re-
!ación artesanal. Si su tarea no consiste, precisal'lente, en elaborar
las materias primas de la experiencia, la pr'Op,a y la ajena, de
forma s61ida, útil y únicA. Se trata de una e!a'i)9ración de la cual
el proverbio ofrece una primera noción, en la medida en que lo
entendamos como ideograma de una narración. Podría decirse
que los proverbios son ruinas que están en el lugar de viejas his-
torias, y donde, como la hiedra en la muralla, una moraleja trepa
sobre un gesto,
Así considerado, el narrador es admitido junto al maestro y
al sabio. Sabe consejos, pero no para algunos casos como el pro-
verbio, sino para muchos, como el sabio. Y ello porque le está
dado recurrir a toda una vida. (Por lo demás, una vida que no
s610 incorpora la propia experiencia, sino, e,n no pequeña me-
dida, también la ajena. En el narrador, lo sabido de oídas se aco-
moda junto a lo más suyo.) Su talento es de poder narrar su vida
y su dignidad; la totalidad de su vida. El narrador es el hombre
que permite que las suaves llamas de su narración consuman por
completo la mecha de su vida. En ello radica la incomparable at-
mósfera que rodea al narrador. tanto en Lesskow como en Hauff,
en Poe como en Stevenson. El narrador es la (¡gura en la que el
jnsto se encuentra consigo mismo.

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