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Revista ÁPICES DIGITAL

REDACCIÓN
Magdalena Cámpora
Diego Ribeira
Luis Ángel Della Giovanna
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
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nº 29 – 2018

Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta


publicación.

1
ÍNDICE

Jeanette Martínez. Leyenda: real, viva y maravillosa p. 3

Alfredo Bernardi. Me lleva el verso (soneto) p. 6

Jonathan Georgalis. Muerta enamorada; Estudios sobre


la posibilidad p. 8

Luis Alposta. Inspiración (poema) p. 20

Marisa Mosto. La cajita de los recuerdos: a propósito


de Michel Houellebecq p. 21

Libros y otras cosas p. 24

2
LEYENDA: REAL, VIVA Y MARAVILLOSA

JEANETTE MARTÍNEZ

Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de


santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y
bienes, en el mundo de Amadís de Gaula…
Alejo Carpentier

¿Qué es la leyenda? Cuando Alejo Carpentier propone su


definición de lo barroco, inicia con estas palabras: “Todo el mundo sabe
más o menos qué es el barroco.”1 Lo mismo diremos respecto de la
palabra leyenda. Todo el mundo más o menos sabe lo que es una
leyenda, algunos dirán que es una historia que sucedió hace mucho
tiempo; otros, que hay personas que son leyendas, pero es muy poco
probable que se recuerde el sentido original que tuvo.

En Conceptos fundamentales de la literatura moderna, Rest dice:


“El vocablo español leyenda procede del latín medieval legenda, que
originalmente significó ‘aquello que es leído’: esta denominación hacía
referencia, en efecto a textos cuya lectura en voz alta se cumplía durante
los servicios religiosos…”2 Obviamente ya nadie recuerda el uso original
que tuvo y mucho menos su etimología. En el uso cotidiano, adquiere
nuevos significados, de ello da cuenta la Real Academia:

En su Diccionario: “Narración de sucesos fantásticos que se


transmiten por tradición.” Y continúa: “Persona o cosa muy admiradas
que se recuerdan a pesar del paso del tiempo.” Una última acepción:
“Relato basado en un hecho o un personaje real, deformado o
magnificado por la fantasía o la admiración.” En esta última acepción lo
real y lo no real parecen fundirse. 3

Consideramos que ninguna de estas acepciones es errónea. Sin


embargo, creemos que es necesario realizar algunas pequeñas
aclaraciones para enriquecer la definición de leyenda. Para ello es
preciso tener en cuenta dos aspectos: por un lado el origen de su
producción, y por otro quiénes son los que reciben esa información.

1
Carpentier, Alejo. “Lo barroco y lo real maravilloso”, en: Tientos, diferencias y otros
ensayos. Barcelona, Plaza & Janés Editores, 1987, pág. 103.
2
Rest, Jaime. Conceptos fundamentales de la literatura moderna. Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1979, pág. 82.
3
Real Academia Española. Diccionario de la Lengua española. En línea:
http://dle.rae.es/?id=NDOltxZ (consultado: 13/09/2017).

3
En primer lugar diremos que la leyenda es un fenómeno
folklórico. ¿A qué llamamos fenómeno folklórico? Llamamos así a las
manifestaciones populares y anónimas que son compartidas por una
comunidad determinada, transmitidas oralmente y por medio de la
experiencia, que cumplen una función específica en la colectividad.

Ahora bien, una leyenda es un fenómeno folklórico al igual que


una comida tradicional. Pero, a diferencia de esta última, la leyenda es
una manifestación que puede ser interpretada artísticamente, por lo tanto
literariamente. Dicho de otro modo, la leyenda no nace como literatura;
sin embargo, puede ser abordada literariamente. A estas manifestaciones
Augusto Raúl Cortazar las denomina fenómenos folklóricos literarios.
Esto nos permite utilizar términos propios de la teoría literaria, y decir,
por ejemplo, que la leyenda es una narración. Pero a diferencia de los
textos escritos, no tiene un autor individual, toda la comunidad construye
el relato y su imaginación es la que la va modificando.

Aquí está su carácter vital. Continuamente aparecerán nuevas


versiones, nuevos protagonistas, nuevos lugares. Es una narración que
jamás termina. Esta es una de las consecuencias de su carácter oral.
Nada está escrito ni es inamovible. Las leyendas presentan hechos
insólitos que nos conducen al ámbito de lo maravilloso. “Lo
maravilloso”, dice Carpentier, “comienza a serlo de manera inequívoca
cuando surge de una alteración de la realidad, de una revelación
privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o […] de una
ampliación de las escalas y categorías de la realidad.”1 Aquí debemos
detenernos, para recordar que estamos abordando un área sensible: ya
que la leyenda es una creencia, por lo tanto interviene una cuestión de fe.

1
Carpentier, Alejo. “De lo real maravilloso americano”, en: Tientos, diferencias y
otros ensayos. Barcelona, Plaza & Janés Editores, 1987, pág. 75.

4
Cuando escuchamos a una persona narrar su propia versión, lo
hace convencida de que aquello que está diciendo tiene existencia y por
lo tanto es real. El alma mula convive en el pueblo, el Supay en el
monte, el Pombero en los campos del litoral argentino, y nadie duda de
ello. Los hechos insólitos son cotidianos, las leyendas viven en las
diferentes regiones de nuestro territorio. Esto es lo que Alejo Carpentier
denomina lo real maravilloso.

Se debe tener cuidado cuando se habla de la leyenda como una


narración que incorpora elementos ficcionales y preguntarnos:
¿elementos ficcionales para quién? Si bien podemos analizar
literariamente, debemos recordar que no es un texto escrito muerto, la
comunidad folk vive la leyenda. El folklore y la literatura se relacionan,
pero no dejan de ser áreas distintas.

En definitiva, la leyenda es una manifestación folklórica que


posee carácter literario, ya que en ella podemos identificar una narración
que no permanece inamovible, puesto que continuamente aparecen
nuevas situaciones de una misma historia. En ella irrumpen sucesos
anómalos. El poder de la fe colectiva hace que el hecho insólito tenga
existencia. La leyenda es una creencia donde lo maravilloso es real.

JEANETTE MARTÍNEZ

5
ME LLEVA EL VERSO

Me lleva el verso en naves de abundancia


que engarzan sílabas con melodía
y despliegan su rica mercancía
en el vasto pregón de su fragancia.

Me lleva el verso por la consonancia


o por el libre estuario de su ría,
ya que el verso es un canto de osadía
cuando deja a los sueños sin distancia.

Percibe el verso la ocasión sensible


de próximas visitas que despliegan
sus múltiples colores con sed viva.

En clave vigorosa o apacible,


las líneas muestran que los versos llegan
cuando encuentran un alma receptiva.

ALFREDO BERNARDI

Me parece que el mejor comentario que puedo hacer sobre “Me


lleva el verso” es poner una imagen de algún libro de Enrique Banchs,
como el que ves abajo, amigo lector.

6
Lo antedicho se basa en que tiempo atrás había escrito algo sobre
Banchs y la poesía como viaje. El poeta de La urna decía que sus versos
podían ser nave y corcel (te pido me dispenses de hacer las citas
pertinentes, amigo lector), para llevarnos por itinerarios estéticos
diversos. A veces el vuelo lírico se dirige a otras plumas de otros
tiempos. Bien, este soneto de Bernardi me hizo revivir –viajar a– días
pasados y me recuerda que debo tratar de ser “un alma receptiva”, de lo
que escribe mi amigo y de otras cosas bellas. [R.L]

7
MUERTA ENAMORADA
Estudio sobre la posibilidad

JONATHAN GEORGALIS

La posibilidad es la más pesada de las categorías. Desde tiempos


de Kierkegaard se reconoce esta verdad y también se la ignora. No
obstante ello, cualquier análisis o consideración más o menos sutil sobre
nuestra vida espiritual, nos revela la gran importancia de este fenómeno
tantas veces descuidado. Para ilustrar este punto, nada mejor que recurrir
al arte, ese gran espíritu lúcido que atraviesa, a través de sus creaciones,
al individuo que le sirve de medio e instrumento expresivo. En ellas
podremos encontrar manifestada, más que en ningún otro sitio, y con los
caracteres de vitalidad que le corresponden, la vida del alma humana.
El carácter metafísico de la posibilidad nos revela un ser extraño.
No es ser pleno, ya que en ese caso sería actualidad y realidad efectiva.
No es tampoco No-Ser, ya que al identificarse con la nada, sería incapaz
de constituirse nunca en realidad y, como tal, resultaría también
imposible de originar alguna cosa, eternamente condenado a su “ser”
infecundo. Pero la posibilidad es una especie de nada que se adhiere a la
inteligencia del sujeto con los caracteres de una realidad mucho más
cargada. Debido a su carácter etéreo, resulta imposible libertarse de ella.
La realidad se encuentra en un punto, pero la posibilidad acecha en todos
los rincones dado que, a través de ella, todo lo que es llega al ser.
Incluye, además, la infinidad de los infinitos posibles o imaginados. He
ahí la clave de esa realidad terriblemente pesada, tan poderosa como
omniabarcadora.

En el caso de la obra de Teófilo Gautier, la posibilidad se nos


aparece surgiendo desde los comienzos mismos del desarrollo del alma.
El alma comienza en la inocencia, esto es, un estado de ignorancia. En
dicho estado, la posibilidad no aparece aún, ya que requiere de una
inteligencia que sea capaz de delimitar la virtualidad y ponderar su
fuerza. No, aquí la inocencia corresponde a la inmediatez y no puede
más que perderse:

Yo ignoraba el mundo; éste, para mí, se limitaba al cerrado


ámbito del colegio y del seminario. Vagamente sabía que
había algo denominado “mujer”, pero jamás me detuve a
pensar en ello; mi inocencia era perfecta. Sólo veía, dos
veces al año, a mi débil y anciana madre. Ésa era toda mi
relación con el mundo externo.

8
No tenía nada que deplorar y jamás vacilé ante este
compromiso irrevocable; me colmaban la impaciencia y la
alegría. Jamás novio alguno contó con ardor tan febril las
horas que lo apartan de su boda; no dormía: soñaba que daba
misa, nada en el mundo me parecía más bello que el
sacerdocio; mi ambición no concebía nada más digno y me
habría negado a ser rey o poeta.
Te lo digo para que veas que no tenía por qué ocurrirme lo
que me ocurrió, para que veas que fui víctima de un
inexplicable sortilegio 1.

Como la inocencia se define por la ignorancia, la actualización en


la constitución de un estado de la realidad con consistencia significativa
y vital aparece como un sortilegio. Pero el sortilegio se encuentra más
atrás o, por mejor decirlo, más adentro. Radica en lo que Kierkegaard
denominaba “la brujería de la posibilidad” y es que la caída, en este
caso, debió haber sido posible antes de poder desarrollarse 2. Se requería
una posibilidad antes de la posibilidad, una culpa antes de la culpa. Sin
posibilidad de profundizar en ello, solamente señalemos que la inocencia
es distinta de la virtud, que, lejos de la ignorancia y la inmediatez,
supone una voluntad resuelta, afirmada en un conocimiento cierto.
Estos puntos quizás puedan ser clarificados teniendo en cuenta las
siguientes consideraciones del filósofo danés:

La angustia que hay en la inocencia no es, por lo pronto,


ninguna culpa; y, además, no es ninguna carga pesada, ni
ningún sufrimiento que no pueda conciliarse con la felicidad
propia de la inocencia. Por ejemplo, observando a los niños
atentamente, nos encontraremos esta angustia señalada de la
forma más precisa como una búsqueda de aventuras o de
cosas monstruosas y enigmáticas. El hecho de que se den
niños en los que no se encuentra esta angustia, no prueba
nada; tampoco se da en los animales, y cuanto menos
espíritu, menos angustia. Esta angustia pertenece tan

1
Gautier, T., La muerta enamorada, Traducción de Carlos Gardini, Buenos Aires,
Torres Agüero Editor, 1983, p. 13.
2
“Pero ¿cómo es posible la posibilidad?, ¿qué la hace posible? La sola pregunta es una
paradoja, pues se pregunta por una posibilidad anterior a la posibilidad. Kierkegaard le
llamaba a eso la ‘brujería’ de la posibilidad. La posibilidad tiene que ser posible y por
lo tanto presuponerse a sí misma; ¿pero cómo puede haber una posibilidad antes de la
posibilidad?: ¿Cómo puede haber algo que haga posible la posibilidad? La posibilidad
antes de la posibilidad era, para Kierkegaard, la libertad; y esa ‘brujería’ de la
posibilidad antes de la posibilidad se le revelaba al hombre en la experiencia de la
angustia” (Fatone, V., La existencia humana y sus filósofos, Buenos Aires, Raigal,
1953, p. 15).

9
esencialmente al niño, que éste no quiere verse privado de
ella; aunque le angustie, la verdad es que también le
encadena con su dulce ansiedad. Esta angustia existe en
todas aquellas naciones que han conservado los rasgos de la
infancia como típicos de la ensoñación del espíritu; y las
naciones serán tanto más profundas cuanto con mayor ahínco
conserven ese tesoro. El creer que esto es una
desorganización no pasa de ser una burda tontería. La
angustia tiene aquí el mismo significado que el que el que
encierra la melancolía en un momento muy posterior, a
saber, cuando la libertad, una vez que ha recorrido las formas
imperfectas de su historia, está a punto de alcanzarse a sí
misma en el sentido más profundo 1.

Queremos detenernos en este punto de las ideas de Kierkegaard.


La angustia revela la posibilidad antes de la posibilidad, esto es, la
realidad de la libertad. En ella la conciencia se proyecta y gravita sobre
las entrañas abiertas del futuro2. Lo que angustia de él es precisamente la

1
Kierkegaard, S., El concepto de la angustia, Buenos Aires, Libertador, 2006, p. 50.
2
Las siguientes consideraciones de Kierkegaard, que explican la afirmación de que la
posibilidad es la más pesada de las categorías, merece ser desarrollada in extenso para
la mejor comprensión de este trabajo: “El educando de la angustia es educado por la
posibilidad, y solamente el educado por la posibilidad está educado con arreglo a su
infinitud. Por eso la posibilidad es la más pesada de todas las categorías. Es verdad que
generalmente se suele afirmar lo contrario, que la posibilidad es muy ligera y que la
realidad es muy pesada. Pero, ¿a quiénes se les oye afirmar semejante cosa? A algunos
pobres diablos que no han sabido nunca lo que es posibilidad y que, por otra parte, en
cuanto la realidad les ha mostrado bien a las claras que nunca sirvieron ni servirán para
nada de provecho, se han puesto a refrescar de un modo falaz una determinada
posibilidad. ¡Una posibilidad tan bella y tan encantadora! –a sus ojos, se entiende‒,
porque en el fondo, tal posibilidad, y esto en el mejor de los casos, no es más que una
cierta simplicidad juvenil, de la que más bien deberían avergonzarse. Por esta razón,
naturalmente, la idea que ellos tienen de la posibilidad, afirmándola tan fácil, no apunta
más que a una posibilidad de dicha, éxito, etc. Pero la posibilidad no es esto. ¿Cómo lo
iba a ser si sólo se trata de una invención fraudulenta para camuflar la perversión
humana y así tener motivos para lamentarse de la vida y la Providencia, a la par que se
tiene la oportunidad de darse uno mismo importancia? No, en la posibilidad es todo
igualmente posible, y quien haya sido educado de veras por la posibilidad, habrá
llegado a comprender con no menor perfección las cosas que nos infunden espanto
como las que nos hacen sonreír. Cuando uno de estos hombres haya pasado por la
escuela de la posibilidad y sepa, con mayor seguridad que el niño conoce su
abecedario, que no puede exigir absolutamente nada de la vida, que el espanto, la
perdición y ruina habitan puerta con puerta a la vera de todo ser humano; cuando, por
añadidura, uno de estos hombres haya comprobado a fondo que cualquier angustia que
llegó a sobrecogerlo en un momento dado, no dejó tampoco de volver a la cita en el
momento siguiente…, entonces, sin duda, este hombre dará otra explicación de la
realidad, la ensalzará y se acordará, incluso cuando la realidad sea más aplastante, que a
pesar de todo ella es muchísimo más ligera que lo era la posibilidad. Solamente la

10
posibilidad, la posibilidad de actualización. Contrariamente, siguiendo la
línea del espíritu, la melancolía se refiere al fenómeno de la posibilidad,
sí; pero de la posibilidad anulada, la posibilidad abolida. El alma
angustiada, aquejada de vértigo, siente el riesgo de caer y el veneno que
la ataca es como un miedo indefinido a que algo perturbe su equilibro. El
alma del melancólico se encuentra atacada por una tristeza que surge del
conocimiento de que hay algo que ya no puede hacer, hay una
posibilidad que ya no será más la suya. Por eso se asocia, en términos
ideales, a ese ápice donde el espíritu se encuentra más cerca de alcanzar
la meta; porque es el instante en que rechaza, de un modo más profundo
y definitivo, todas las otras posibilidades que su inteligencia lúcida le
muestra como superadas.
En el caso del cuento de Gautier, Romualdo, el protagonista, se
encuentra a punto de ser ordenado sacerdote. En la ceremonia contempla
una mujer hermosa, cuya mirada lo fascina. Ella se adhiere, como la
angustia, a su alma, y sus labios delicados parecen querer comunicarle
algún maravilloso secreto. En primer lugar, la mujer le revela una
posibilidad que hasta entonces el novicio desconocía. La impresión es
sucedida por el reconocimiento de algo distinto a lo ya experimentado, y
éste por el deseo que dirige sus torrentes hacia un objeto que se apodera
de lleno de la conciencia:

Conoces los detalles de la ceremonia: la unción, la


bendición, la comunión según las dos especies, la unción de
las palmas de ambas manos con el óleo de los catecúmenos
y, finalmente, el santo sacrificio que se ofrece junto al
obispo. No me demoraré en ellos. ¡Oh, cuánta razón tenía
Job! ¡Qué imprudente aquél que no sella un pacto con los
propios ojos! Por casualidad alcé la cabeza, que hasta
entonces mantuviera reclinada, y vi delante de mí, a tan poca
distancia que casi hubiera podido tocarla ‒aunque en
realidad estaba muy lejos, del otro lado de la balaustrada‒,
una joven mujer extrañamente bella y magníficamente
vestida. Fue como si de mis pupilas cayeran las escamas que
las cubrían; tuve la sensación del ciego que súbitamente

posibilidad puede educar de esta manera, pues la finitud y las circunstancias finitas en
que se le ha señalado un puesto al individuo, sean pequeñas y vulgarísimas o hagan
época en la historia, sólo educan finitamente. En este caso siempre es posible engaitar
las circunstancias, siempre se puede sacar de ellas algo distinto, andar con regateos y
rebajas, mantenerse uno fuera hasta cierto punto e impedir que se aprenda
absolutamente nada de las mismas. Es más, de tener que sacar alguna lección de las
circunstancias, es preciso que el individuo a su vez posea en sí mismo la posibilidad y
forme con sus propias manos la cosa de la que ha de aleccionarse, y esto aunque en el
próximo momento tal cosa no reconozca en absoluto que él la formó, sino que lo deja
desarmado del todo” (Kierkegaard, Op. Cit., p. 182-183).

11
recobra la vista. El resplandor del obispo se disipó,
palidecieron los cirios tal como las estrellas al alba, una
oscuridad absoluta cubrió el templo. La deliciosa criatura se
destacaba entre las sombras como una revelación angélica;
parecía iluminarla su propio fulgor, del cual el día no era
sino un triste reflejo 1.

Aquí asistimos al momento decisivo en que la posibilidad como tal


se constituye. Lo interesante de la narración es que esa posibilidad no es
una posibilidad sin más; es una posibilidad que extiende las vías a todo
un programa vital. Pero he aquí que ella entra en crisis ante la aparición
y el contraste con la otra. La posibilidad es la que nos tienta. Antes de la
impresión (en este caso, la mirada de la mujer misteriosa) no se hallaba
activo el deseo, y, por lo tanto, no se había definido el ámbito de una
posibilidad que es capaz de entrar en conflicto con la primera
disposición, que era ya casi una realidad. Pero aquí ella surge
deslumbradora en la figura de una mujer angélica.
Debemos explicitar un hecho que revela la profunda perspicacia
del escritor. La posibilidad de que se trata es, como se ha dicho, nada
menos que todo un programa vital. Es la posibilidad que habría de
enmarcar todas las otras y parece emanar de una sustancia específica que
constituye intrínsecamente el carácter del protagonista, en este caso, la
piedad religiosa. Es por eso mismo, porque esa posibilidad no es una
más y resulta concomitante a lo esencial de un carácter, que la nueva
posibilidad, que atrae y subyuga de tal modo a Romualdo, vendrá a
revestir caracteres afines a la anterior. La mujer se encuentra investida
con los rasgos del ángel. El amor hacia ella se asociará con la adoración
divina. Es por eso por lo que ese amor arraiga en el carácter y por ello
mismo no podrá sino crecer. El contenido afín supone una modalidad de
acercamiento similar: las vías abiertas a la búsqueda. De este modo, los
programas vitales abiertos informan intrínsecamente toda una vida y,
como tales, resultarán incompatibles. Es así, se nos ocurre, como se debe
querer, la forma idealizada del amor: como si, en ese amor, el hombre
encontrara la forma concreta de su realización en un camino de entrega
completa:

―Si quieres ser mío, yo te haré más dichoso que el mismo


Dios en su paraíso; los ángeles te envidiarán. Desgarra ese
fúnebre sudario con que van a envolverte; soy la belleza, soy
la juventud, soy la vida: si acudes, seremos el amor. ¿Qué
podría ofrecerte Jehová en cambio? Nuestra existencia se
deslizará como un sueño y será un beso eterno. Derrama el

1
Gautier, Op. Cit., p. 14.

12
vino de ese cáliz y serás libre. Te llevaré a islas
desconocidas, dormirás junto a mí en un lecho de oro
macizo, bajo un dosel de plata; porque te amo y quiero
arrancarte a tu Dios, hacia quien tantos corazones vierten
torrentes de amor sin alcanzarlo jamás 1.

La posibilidad emerge en virtud de una reflexión o una impresión.


Desde ese momento en que la conciencia le rinde aquiescencia ésta crece
y se desarrolla espontáneamente. Es evidente, este desarrollo se verifica
y sustenta desde causas estructurales. La necesidad de un amor religioso
material, con ser una contradicción, encuentra una ocasión propicia en la
mujer, ese ángel cautivador. Ella será la que llevará a cabo el embrujo de
que se queja Romualdo. Pero aquí, como en todo embrujo, éste puede ser
desechado sin eliminar con ello el mal. Romualdo cayó debido a su
inocencia, lo que en sí mismo no es un mal, pero no hubiera caído de
estar forjado por una sustancia más recia.
Ahora bien, la posibilidad que surge y que tienta se desarrolla
ensombreciendo la otra que va en camino a convertirse en realidad. Esto
es perturbador, pero es característico de toda tentación. En ella, la
realidad no nos cautiva más, porque parece satisfacernos solo por un
lado, en tanto que la posibilidad, debido a su indeterminación, es capaz
de colmar el ser entero. Evidentemente, esto no es más que fantasía, pero
precisamente por ello tiene esa facultad de recrear al sujeto. El espíritu
tentado juega, por lo tanto, con esa posibilidad, que a fuerza de darle
vueltas termina por mostrar un potencial infinito, que la realidad no
podrá nunca presentar. La realidad siempre es deficiente, porque es
actual; si la nada nos acecha, nos embarga, y se nos adhiere de tal modo,
es precisamente porque le corresponde un carácter virtual:

―Te amaba mucho antes de conocerte, querido Romualdo, y


te busqué por todas partes. Eras mi sueño y cuando, en ese
instante fatal, te vi en la iglesia, me dije: ¡Es él! Te arrojé
una mirada en que latía toda mi devoción por ti; una mirada
capaz de perder a un cardenal, capaz de humillar ante mí a
un rey frente a toda su corte. Tú permaneciste impasible y
preferiste a tu Dios y no a mí. ¡Cuántos celos tengo de Dios,
pues aún lo amas más que a mí! ¡Cuántos infortunios me
agobian! ¡Clarimonda la muerta, a quien has resucitado con
un beso, que por tu causa fuerza las puertas de su tumba, que
viene a consagrarte una vida a la que sólo ha vuelto para
hacerte feliz, jamás podrá ser tu única dueña!

1
Gautier, Op. Cit., p. 19.

13
Interrumpía tales palabras con frenéticas caricias que a tal
punto aturdieron mis sentidos y mi razón que no temí, para
consolarla, proferir una aterradora blasfemia; le dije que la
amaba tanto como a Dios1.

Es propio de la posibilidad el construir o encontrar su objeto. Y es


que la realidad no es una existencia autónoma. Ella siempre presenta un
objeto, pero también un sujeto, y es desde éste último desde donde
encuentra substancia. Ella se nutre de él y vive de sus deseos despiertos
y fantasías desbordadas. Es por ello que presenta un potencial de
actualización. Ella, que arraiga en el alma, adquiere el sentido de su
existencia en la persecución de su objeto. Por eso, el deseo al que el
alma otorga su aquiescencia acaba por debilitar al espíritu en la misma
medida en que éste se fortalece. El deseo que se corporiza, que se
concretiza de un modo definido, es de un carácter enajenador. La vida
interior se desliza por la pendiente que la conduce hacia una realización
fáctica. La personalidad, en lugar de profundizarse, se dispersa y se
agota. Una persecución vana de una quimera esquiva, en eso se convierte
una vida, que se vuelve a la fuerza también ilusoria.
Ilusorio era, en cierta forma, el amor de Romualdo. Él descubre
que el objeto de su amor murió. Pero la voluntad despierta ante el
contacto cálido del beso. La vida parece derramarse de un alma a otra. Y
es el caso, que el amor del sacerdote ya no se pertenece a sí mismo. Aquí
el autor juega con el carácter mortuorio de ese amor. Y es que, acaso, ese
amor de él hacia ella, ¿no se encuentra de hecho más vivo? ¿No la tiene
allí a ella, bella y seductora, revestida con todos los encantos de un ángel
carnal, para demostrar la verdad de sus anhelos? ¿No se encuentra, por
otro lado, la muerte en ese amor que se extiende hacia una divinidad
silenciosa, colmando de austeridades y arrebatando los placeres al alma,
que se decide hacia una búsqueda siempre infructuosa?
La crisis aparece en la contradicción, y ella reclama una
resolución. Pero, es así que ésta no puede realizarse: el sujeto se
desdobla. En la vida diaria el joven sacerdote sigue la conducta austera y
sacrificada del hombre de Dios, célibe y fiel. En la vida onírica y
nocturna se desarrolla, con continuidad, la de un hombre mundano, en
compañía de una amada a la que también le será fiel. El conflicto de
Romualdo radica, fundamentalmente, en esa pretensión de ser fiel a
ambas alternativas que requieren, en tanto instancias de proyectos
vitales, una exclusividad completa. La posibilidad que entró en conflicto
con la realidad se incorporó a ella; pero, para ello, es el sujeto mismo el
que debe desdoblarse y adquirir, por lo mismo, el carácter de una
realidad disminuida.

1
Gautier, Op. Cit., p. 47.

14
La vida auténtica supone sinceridad en la decisión. Esta sinceridad
implica una renuncia correlativa al ámbito de aquello por lo que el
espíritu no se decidió. Cuando esta renuncia no se verifica, la elección
es, en realidad, un engaño, y el proyecto vital una impostura. Por eso, la
personalidad se debilita, porque le da vida, y alberga en su seno, un
núcleo duro de falsedades.
La decisión, en estas ocasiones, implica una renuncia en las almas
responsables. Es por ello que se nos aparece el otro fenómeno de la
melancolía. Ella, por lo demás, acompaña a las personalidades más
desarrolladas; las otras, poco saben de la responsabilidad y conocen
solamente formas despreciables de nostalgia, último refugio del deseo
extenuado e impotente. Pero es el caso que toda determinación por A
supone una determinación por la negativa de todo aquello con lo que A
entra en conflicto. En cierta forma, es como si el objeto de nuestra
elección tomara su ser, constituyendo un núcleo de luminosidad,
diseñado en torno a la nada, correspondiente a la indeterminación
primitiva, que el alma rechaza de su proyecto vital. Es así como esas
posibilidades que el alma no hace suyas no persisten como tentación, lo
que en realidad generaría angustia, sino que más bien son consideradas
con cierta tristeza, como ocasiones propias de situaciones y condiciones
que alguna vez observó con placer o con las que se regodeó con cariño.
Del mismo modo que el adulto con los juguetes con los que en su
infancia se divirtió, observa el melancólico con una dulce tristeza, a la
posibilidad que queda detrás, o mejor, debajo suyo y, por eso, como un
barco que se hace a la mar inmensa, el alma madura navega en torno a la
melancolía.
La realidad es siempre una isla en el mar de la posibilidad. En ese
tránsito de la posibilidad a la realidad, y de la realidad a la posibilidad, el
objeto de la tentación adquiere una elasticidad que puede competir con
mucha ventaja con la realidad. Finalmente, en este punto, donde la
posibilidad arraiga en el alma, constituyéndose en una segunda realidad,
se requieren medidas enérgicas. En esta encrucijada se encontraba
Romualdo, y de ella lo rescatará Serapione:

―Para despojarte de esta obsesión sólo hay un medio, y


aunque sea extremo, hay que ponerlo en práctica; a grandes
males, grandes remedios. Sé dónde han sepultado a
Clarimonda; es necesario desenterrarla para que veas en qué
estado lamentable se encuentra el objeto de tu amor; no
estarás dispuesto a perder tu alma por un cadáver inmundo al
que devoran los gusanos y que no tardará en convertirse en
polvo; así volverás a tus cabales.

15
Por mi parte, tan harto estaba de mi doble vida que acepté,
deseoso de saber quién era víctima de una ilusión, si el
sacerdote o el gentilhombre; estaba dispuesto a matar, en
beneficio del otro, a uno de los dos hombres que en mí
coexistían, o aun a los dos, pues tal vida no podía durar. El
abad se munió de pico, palanca y linterna, y a medianoche
nos dirigimos hacia el cementerio de ---, cuya disposición él
conocía minuciosamente. La luz de nuestra linterna sorda
acarició las inscripciones de diversas tumbas, hasta que al fin
llegamos a una piedra, semioculta por el pastizal, devorada
por musgos y plantas parásitas, donde desciframos este
comienzo de inscripción:

Aquí yace Clarimonda,


que fue, mientras vivió,
la más bella del mundo
………………………..

―Es aquí ‒dijo Serapione 1.

Antes de avanzar, conviene precisar algo, por demás revelador. La


posibilidad del amor de Clarimonda se convirtió en realidad y, por lo
tanto, pierde en cuanto a fuerza de ilusión. Por otro lado, ambas
posibilidades realizadas chocan una con otra y se quitan mutuamente
atractivo y pujanza. Romualdo podría haber llevado una vida agradable,
una vida feliz, con solo haberse decidido por una vida completa. Pero su
decisión fue continuar en la pasividad, dejar hacer, no decidir, por eso el
sueño invade la realidad y la vigilia se convierte en una perpetua
pesadilla. La posibilidad de ambas alternativas, afirmadas a un tiempo,
se convierte en una realidad deficiente, precisamente porque era una
realidad que no podría jamás construirse desde el alma que la nutre. De
ahí toda esa indiferencia, ese desprecio y esa necesidad de resolución
que siente Romualdo, sea ella hacia un lado o hacia el otro. Ahora bien,
si bien el sacerdote sentía ello, lo cierto es que Romualdo se encontraba
tironeado por fuerzas semejantes y era incapaz de decidirse por sí, por
ello el poder libertador capaz de romper el equilibrio debía venir de
fuera.
Aquí comienza la tarea macabra de Serapione. Éste se siente
poseído por un demonio peculiar a la misión. Por eso Romualdo se
sorprende ante sus expresiones de energía, que transfiguran toda su
fisonomía. Para combatir al demonio, el abad se transforma
momentáneamente en otro de signo contrario.

1
Gautier, Op. Cit., pp. 59-60.

16
En contraste con esta actividad y esos efusivos raptos de energía,
hemos visto, se encuentra Romualdo. Él asiste a la destrucción del objeto
de su amor con la misma pasividad con que asistió a su caída, a su
tentación y, antes de ello, al mismo carácter con que asumió el estado
eclesiástico. Esto explica una continuidad en los caracteres que es, desde
el punto de vista artístico, por demás rescatable y que supone una
clarividencia sobre los estados humanos de la transición. Serapione,
tanto como Clarimonda, nos son arquetípicamente ajenos. Sus figuras,
en un aspecto representativo, guardan una completa estabilidad, ya que
señalan los puntos extremos de la tentación y el consejo recto, de la
caída y del rescate, del bien y del mal caracterizados.

Más sugestivo y de mayor penetración nos resulta el carácter


ambiguo del que Gautier dota a sus personalidades. Clarimonda, con su
belleza que refulge desde una fuente misteriosa, es claramente nativa de
otro mundo. Pero no es del todo claro que esa belleza pertenezca al
plano infernal y, en todo caso, es en ciertos momentos conmovedor el
sentimiento que demuestra hacia su amado. Por otro lado, Serapione, al
destruir en un rito santo el objeto de amor de Romualdo, adquiere los
rasgos de una potencia demoníaca, poseída por un espíritu impregnado
de una energía que no conoce duda ni piedad, como una contraparte
perfecta del demonio.

Ahora bien, siendo ello así, ¿dónde radica, esencialmente, la


diferencia entre Serapione y Clarimonda? Clarimonda ama, a no dudarlo,
con la mayor sinceridad de que se encuentra capaz, a su Romualdo; y lo
trágico del desenlace consiste en que, ese amor que nos conmueve, no
logra consumarse en un modo pleno. El amor, en este caso, carece de
dirección y resulta enervante y destructivo; ante su ineficacia, nos queda
la duda de si se trató realmente de amor. Pero ni ella ni Romualdo
dudan, ni tampoco podrían hacerlo. En este mundo el amor no puede
realizarse al modo como los raptos del sentimiento pretenden,
remontando a los amantes, fundidos en una totalidad plena, hacia los
confines misteriosos de un mundo etéreo.

Pero es el caso que su amor se verifica en el mundo onírico; y sus


modos concretos de desarrollo, en lugar de ideales, adquieren los rasgos
característicos de un paraíso banal y de un ejercicio grosero. En este
aspecto, más que en ningún otro lugar, surgen las dificultades de la obra
para encaminar sus elementos hacia la consumación de un efecto
estético. Es como si el amor, que debería aludirse en sus realizaciones
concretas, nos desconsolara. El carácter ideal de los sentimientos y de las
palabras, encuentra una realidad yerma y por demás prosaica.

17
En el caso de Serapione, su consejo resulta siempre certero y su
clarividencia asombrosa. Es un acierto de Gautier no aludir directamente
a la forma en la que sabe lo que, efectivamente, conoce. Por lo pronto,
de algún modo, el abad parece estar al tanto de todo. Y las sombras de
sus certezas se proyectan sobre la vida de Romualdo, dando cuenta, al
lector atento, del carácter esencial en que habrá de desarrollarse la trama.
El sentimiento del peligro es lo que interesaba dejar en claro,
conjuntamente con el carácter amable y ambiguo del mal que asalta y se
apodera del protagonista.

Ante la pasividad del mismo, su fuerza volitiva es rescatada por


una acción externa. Este es el abad, que no termina de resultarnos un
personaje amable, a pesar de la forzosidad evidente de su tarea. Quizás,
por la necesidad y el sentimiento, más o menos oculto, de que el amor
genuino debiera terminar de otra manera. De este modo, nos surge la
pregunta evidente de si era o no eso amor.

Pero es el caso que la acción de Serapione, sea de la anterior


cuestión lo que fuere, y aunque emanada de una potencia también
demoníaca y mucho menos adorable, se desarrolla siempre en la
dirección correcta.

Luego de la destrucción del cuerpo inerte de Clarimonda,


Romualdo se encuentra en un nuevo estado:

Bajé la mirada; algo había cedido dentro de mí. Regresé al


presbiterio y el señor Romualdo, amante de Clarimonda, se
despidió del pobre sacerdote, a quien durante tanto tiempo
honrara con su extraña compañía. Sólo volví a ver a
Clarimonda a la noche siguiente; me dijo, tal como la
primera vez en el umbral de la iglesia:
―¡Desdichado! ¡Desdichado! ¿Qué has hecho? ¿Por qué has
escuchado a ese cura imbécil? ¿No eras feliz? ¿Qué te hice
para que violaras mi pobre tumba y pusieras al descubierto
las miserias de mi nada? Toda comunicación entre nuestras
almas y nuestros cuerpos se ha quebrado para siempre.
Adiós. Deplorarás mi ausencia.
Se disipó en el aire, tal como el humo, y jamás volví a verla.
No se equivocó: deploré su ausencia y aún la deploro. Pagué
un alto precio por la paz de mi alma […] 1.

1
Gautier, Op. Cit., p. 63.

18
No obstante sus expresiones, el alma de Romualdo no encuentra
paz, porque la posibilidad fue desalojada desde el exterior. La tentación
no fue vencida, fue desalojada a la fuerza. Pero no obstante ello, ésta no
podrá nunca más ser realizada. La posibilidad imposible será, en este
caso, la posibilidad de la recaída. El sacerdote se encuentra condenado a
la virtud, de la que también fue amante, aunque de un modo infiel. Es
por ello, que al mirar hacia atrás, al recordar sus años de juventud junto a
su amada, Romualdo no puede sino otorgar vida a su alma y calor a sus
recuerdos. Por su lado, y a lo largo de tantos años, su espíritu también
habría de desarrollarse en el aislamiento y el dolor; y es dudoso si su
amor sería, a esta altura de su vida, realizable del mismo modo que en
aquel momento anterior. Es por ello, quizás, porque este deseo es
imposible, que el amor de Romualdo, desde la angustia de la tentación,
nos conduce hasta los límites de la melancolía, que acompaña al alma en
camino de alcanzar la realidad de su perfección.

JONATHAN GEORGALIS

19
INSPIRACIÓN

El patio y la mesa bajo el parral.


El pibe que he sido escribe un poema.
Algo me impulsa a dictarle unos versos.
Él no puede oírme, pero los escribe.

Recuerdo ahora una lejana mañana.


El patio y la mesa bajo el parral,
y yo escribiendo unos versos
como si alguien me los dictara.
LUIS ALPOSTA1

Alposta junto a otro testigo mudo: la puerta

1
El Dr. Luis Alposta, médico, es muy asociado, con toda razón, al tango y al lunfardo.
Conoce en efecto en profundidad esos temas y ha escrito muchos libros. Pero en este
caso le agradezco el que me permita reproducir aquí este poema que considero
bellísimo. El lector puede encontrarlo en sus MOSAICOS PORTEÑOS (cf.:
https://mosaicosportenos.blogspot.com.ar/2018/01/el-patio-y-la-mesa-bajo-el-
parral.html). Si me dicen “inspiración”, pienso inmediatamente en el tango homónimo,
con letra de Luis Rubistein y música de Peregrino Paulos. Y desde ahí vuelvo a
Alposta, pues Paulos me suena a griego; y en el poema que copio hay una fuertísima
“nostalgia.” Dicha voz helénica tiene que ver con ‘retorno.’ Pues bien, el poeta hace
una breve odisea de pensamiento y regresa a la infancia, para volver a los años de su
vida actual. Pero siempre hay testigos mudos: patio, mesa y parral. “Tenía aquella casa
no sé qué suave encanto / en la belleza humilde del patio colonial”, decía Armando
Tagini en Marioneta. [R.L.]

20
LA CAJITA DE LOS RECUERDOS:
A PROPÓSITO DE MICHEL HOUELLEBECQ

MARISA MOSTO

Hace unos días estaba leyendo un libro de ese escritor francés,


famoso por su extremo desenfado, por los provocativos personajes de
sus novelas y sus opiniones “políticamente incorrectas”. El libro se titula
El mundo como supermercado, el escritor es Michel Houellebecq.

De pronto me sorprendió la incontestable sensatez de su reclamo.


Se estaba refiriendo al acto de lectura. Decía que un genuino acto de
lectura se hace cada vez más difícil dado el estado de dispersión en que
vivimos, la velocidad en que nos movemos, el cambio permanente en
que nos hallamos inmersos, la actitud de descarte con que nos
relacionamos con los seres:

“Los libros piden lectores; pero estos lectores deben tener una
existencia individual y estable: no pueden ser meros
consumidores, meros fantasmas; deben ser también, de alguna
manera, sujetos. […] los occidentales contemporáneos ya no
consiguen ser lectores; ya no logran satisfacer la humilde petición
de un libro abierto: que sean simplemente seres humanos, que
piensen y sientan por sí mismos.”

21
Y enseguida, con una sorprendente y lúcida naturalidad traslada
Houellebecq su reflexión hacia otro campo:
“Con mayor motivo, no pueden desempeñar ese papel frente a
otro ser. No obstante, tendrían que hacerlo: porque esta
disolución del ser es trágica; y cada cual, movido por una
dolorosa nostalgia, continúa pidiéndole al otro lo que él ya no
puede ser; cada cual sigue buscando, como un fantasma ciego,
ese peso del ser que ya no encuentra en sí mismo. Esa resistencia,
esa permanencia; esa profundidad. Todo el mundo fracasa, por
supuesto, y la soledad es espantosa.”

A partir de ese momento de la lectura, Houellebecq se convirtió


para mí en cierta medida en un igual, un hermano. Su reclamo me llevó a
mi cajita de los recuerdos en la que hace muchos, muchos años había
dejado caer estas líneas:

Los otros

Presencias que huyen


dejando tras de sí la tristeza inabarcable
de un gesto sin destinatario.

¿Qué busca el deseo?


Sólo presencias.
La luminosidad de una presencia
revela que es posible
que nada falte.

Buscando altura,
tiempo sin tiempo.
Tocar las desnudas entrañas de lo real.

Doloroso retorno.
¡Lo he visto en tantas formas!
Sé de lo que hablan.
Del misterio de la vida. De nuestra muerte.
Del deseo torturado de un encuentro

Sé también del monologar.


A menudo escucho el eco de mi voz en la dureza de sus oídos.
¿O será esa dureza el eco de sus propias voces?

22
***

¿De dónde surge, Michel, toda esa nostalgia de presencias?


(¿Tendrá la humanidad una “cajita común de recuerdos”?)
¿Por qué cuesta tanto satisfacerla?
¿Nos resulta más fácil permanecer inertes, fantasmas ciegos?
¿No somos ya capaces de levantar la mano y decir “presente”?
¿A dónde nos fuimos?
¿“Estamos” en algún sitio?

MARISA MOSTO

23
LIBROS Y OTRAS COSAS

Arturo Marasso, un grande de nuestras letras


Puse en el título que Marasso es un grande en nuestra literatura.
No obstante, muy pocos lo conocen. No creo que la grandeza siempre
esté atada a la popularidad; por eso no me arrepiento de lo que puse. El
caso es que el otro día compré en una librería de viejo una Antología
poética suya.

No fue hecha –entiendo– por el humanista riojano sino que es


“homenaje de sus amigos y admiradores”, según dice en la portada. “No
será puesta en venta”, advierte el colofón; y añade que “ha sido impresa
exclusivamente para los suscriptores.” Son mil ejemplares –coincide
aproximadamente con el número de quienes suscriben– y el mío, Deo
gratias!, tiene la firma manuscrita de Marasso.
No me detengo, en esta ocasión, ni en la belleza de los poemas ni
en su erudita dificultad ni en la preciosa impresión, sino en los
suscriptores, cuya lista se da al final. Son de renombre nacional e
internacional; me quedo con unos pocos, que están alrededor de mi
maestro de lengua y literatura, el profesor Virgilio Oscar Sordelli.

24
En efecto se leen también los nombres de sus hermanos, muy
“clásicos”, Aristóteles, Demóstenes Arístides, Osiris Demóstenes y
Reinaldo Diógenes. Este libro vale entonces muchísimo para mí, pues
me da a Marasso… y a quien me guió en mis primeras lecturas: no en
vano se llamó Virgilio.
R.L.

Dražen Katunarić, poeta croata


La escritora Carmen Verlichak, de origen croata, ha querido
formar una “Colección Poetas Croatas.” Esta es la primera entrega,
impresa con apoyo del Ministerio de Cultura de la República de Croacia.
Los datos: Dražen Katunarić. Cronos (trad. Carmen Verlichak). Buenos
Aires, Krivodol Press, 2017. El autor nació en Zagreb, en 1954.

Recomendamos la lectura de este poeta a través de este libro, que


es bilingüe y que no solo trae poesía sino también prosa poética. Como
muestra de la profundidad de los versos, nos permitimos, con
autorización de la editora y traductora, reproducir este (pp. 90-91).

25
El corazón se prepara toda la vida
para esa hora
de la verdad
el corazón se hincha
de tristeza
frente a la nada.
Un día fue noche
mi sombra cayó
sobre la tumba de esa sombra
que será
noche.

Termino con una reflexión marginal, que es simplemente mi


aliento a toda edición bilingüe. Alguien quizá objetará que eso está bien,
si es con francés, con italiano o con cualquier lengua más conocida.
¿Pero con el croata, tan difícil por ser eslava? Es cierto lo último pero, si
ponemos un poquito de cuidado, algo entenderemos los ignorantes. Por
ejemplo, la palabra tvoje (p. 22), que parece ser el posesivo ‘tu’. Y allí
mismo zidu, ‘pared’. Ignoro si hay relación pero zidu pienso que debe
pertenecer a la misma raíz que el rumano zid, voz neutra que vale
‘muro’. También comparte con el rumano el prefijo negativo –ne, ‘-in’.
En fin, dicen que saber poquísimo de una lengua es inútil, que más vale
concentrarse en dos o tres, etcétera. Puede ser pero más de una vez, en
mi larga vida, el saber poco de algo me ha sido útil.
Te pido perdón, amigo lector, por tan descaminado pensamiento
y te invito a leer, en esta “Colección Poetas Croatas”, a este y a
sucesivos bardos de un país tan bello en su cultura y tradiciones.
R.L.

A mi esposa, en nueva luna de miel


En medio de estos lugares
se hacía fuerte nuestra alianza;
hoy han pasado los años…
perdura en mí la constancia.
Amores piden testigos
que no permitan mudanzas:
hice yo mi juramento
al lado de estas montañas.
Ya no soy el tierno mozo
que a tientas se encaminaba;
muchas fuerzas fui perdiendo,
cubren mi cabeza canas.
Pero algo hay que sé de cierto:
siempre te llevo en el alma.
Nicolás Demio

26
Soneto segundo
El título quiere decir que es mi segundo intento de hacer un
soneto. Si tienes paciencia de leerlo, amigo lector, verás cuán pétreos
son mis versos. En todo caso, lo escribí esencialmente para mí, porque
intentaba decirme algo a mí mismo y porque –vano intento– quise
homenajear a la forma perfecta de la poesía.

Aquella verde pampa de mi vida


hace tiempo se perdió, a buen seguro:
confesarlo para mí ha de ser duro
y ya se fue la juventud perdida.

Mi ánimo vuelve a hundirse en su manida,


la torre de marfil y el rincón puro;
vive a tientas en su mundo oscuro
y apenas considera la salida.

Buena es la soledad, dicen los sabios,


mas quedan todavía los resabios
de la pasada ilusión: es el dilema.

¿Tanto importa este siglo tan vulgar?


¿Es mucho más que este ínfimo poema?
Cierto… pero el libro guarda su lugar.
Radulfus

Una librería del ayer


¡Tan entrañables son para nosotros las librerías de viejo! Quizás
no las valoremos, mientras subsisten, como merecen. Pero, cuando dejan
de ser, ahí sí sentimos que una partecita de nuestra vida transcurrió entre
sus paredes. Quiero rendir aquí mi humilde y brevísimo tributo a la
Antigua Librería del Valle, que quedaba en Callao entre Corrientes y
Sarmiento, no en local a la calle, sino en un antiguo e inmenso
departamento de alguno de los pisos bajos de un señorial edificio. Allí
adquirí parte de mi biblioteca y aprendí muchísimo… y no solo por los
frutos de mis erogaciones. Solían improvisarse super libros tertulias
animadas con otros clientes, a las que también aportaba su cuota parte el
señor del Valle, sentado hieráticamente en su mostrador. Todo lo que
pueda decir es poco; poco digamos:
Véterés librós emébam
ápud bíbliopólam grávem:
própe mórtuus és, amíce…
fórsan líbri té memórent.

27
En otras palabras, como a del Valle le debo mi primera edición
de Catulo (Les Belles Lettres), imagino que recuerdo haber comprado
allí libros viejos; pero después mi Genio me dice –y es verdad– que soy
un difunto en vida, aunque quizá esos volúmenes sean leídos mañana por
otros, quienes de ese modo oculto me recordarán. [R.L.]

Unos lápices muy artísticos

28
En la foto de la página anterior se ve una suerte de modelo o
línea de los afamados lápices italianos Giotto. Pero aquí las artes
plásticas se dan la mano con la literatura, pues el nombre recuerda el
célebre sentir literario medieval llamado Dolce Stil Novo. Soy calabrés,
pero me animo a improvisar una suerte de copla para una señora italiana,
dama fina de la Toscana.
Quiero pintar la belleza
de tu rostro señorial,
pues males me hace el no verte…
Mirando tu bella faz
en el lienzo figurada,
hallaré algo de paz.
LUCAS SALERNO

Campo en la calle 19 de Miramar


Miramar es destino turístico muy grato. Una fuerte razón: tiene
campo y mar. En efecto he llegado a encontrar, incluso en pleno centro
urbano, chimangos, charangos, comadrejas. A unas veinte cuadras de allí
vi una vez una liebre; en algunos potreros no es raro que haya caballos
pastando. Pues bien, estuve quince días el pasado enero y quiero contarte
un breve paseo folklórico.
Fui caminando una tarde hasta el arroyo, para pescar alguna
mojarrita. De paso, en la calle 19, me topé con el restaurante La Cautiva,
si bien, según se veía desde afuera, su decoración consistía
fundamentalmente en fotos relacionadas con el tema fútbol. Mi mente de
inmediato pensó en el poema de Echeverría. Y creo que había tal
relación, porque la pampa es como el mar, de grandes inmensidades.

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A pasitos de dicha fonda, en el jardín de una bella casa, estaba de
adorno un sulky (o sulqui, como quieras, amigo), lo cual daba otra nota
folklórica; o tanguera, porque me acordé de la orquesta de Osvaldo
Fresedo:

Yo no soy perro 'e sulky,


que va detrás de la rueda:
nunca quise estar atado
al compás de una cadena.

Este servidor se considera feliz por poder ir, como perro más
faldero, cantando las bellezas de las damas de su tierra, que desfilan
como en carros triunfales.
En fin, mi tercer hecho folklórico: en el arroyo, además de
mojarras, dientudos y chanchitas, levanté tres bagres de buen tamaño.
Me sentí entonces como aquel niño de Don Segundo Sombra, que con su
caña capturaba bagrecitos en el río de Areco.
Eufrasio López

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