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 24/07/2012 - 17:21 Ι Clarin.com Ι Revista Ñ Ι Ideas

Detrás de los acentos


Además de ampliar la comunicación y el acceso a consumos culturales, el bilingüismo mejora las
facultades cognitivas. Aquí, cómo cambian las pronunciaciones y por qué no existen los idiomas neutros.

Detrás de los acentos

Alejandra Folgarait

Hablar más de un idioma se ha transformado en un mandato social. Además de la lengua materna, cualquier
ciudadano del planeta hoy tiene que maniobrar en inglés para treparse a los consumos culturales. Pero ser
bilingüe es más una cuestión de exposición temprana a dos lenguas que una decisión consciente. Si bien
incorporar una pronunciación extraña no es imposible, cuesta mucho más en la adultez que en la infancia.

Al nacer, los seres humanos pueden pronunciar cualquier sonido de los 20 a 40 fonemas que posee cada lengua
del mundo. Sin embargo, al ir madurando el sistema nervioso, los sonidos de la lengua materna se usan más que el
resto y terminan siendo más fáciles de pronunciar. “Hay un período crítico para aprender una lengua, desde el
nacimiento hasta los 5 años”, informa el especialista en dicción inglesa Francisco Zabala. “Hasta los 12 años hay
permeabilidad en la pronunciación, pero después es casi imposible adquirir un acento nativo”, señala el profesor
de Fonología en el Traductorado de Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”.

Según Ezequiel Gleichgerrcht, investigador del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO), incluso los niños de un
año de edad pueden distinguir acentos dentro de un mismo idioma. “Pero los distintos idiomas se procesan de
maneras diferentes en nuestro cerebro”, advierte el neurobiólogo.   Fomentar la diversidad de lenguas es lo mejor
para un chico. “Cuanto antes se expone a un niño a otras lenguas, más entrenamiento neurológico se genera y más
superposición cerebral se produce entre los circuitos que alimentan a cada idioma”, explica Gleichgerrcht, quien
estudia si la capacidad de ponerse en el lugar del otro –la empatía– interviene en la facilidad para imitar sonidos
de un acento extranjero.
“A diferencia de lo que se cree, la mayor parte de la población mundial ya es bilingüe –apunta Alejandro Raiter,
profesor de Sociolingüística de la UBA–. Pero hay muchos grados de bilingüismo”. Hay niños que se crían con dos
lenguas maternas, porque en su casa el papá habla una y la mamá, otra. “Ellos pueden pasar de una lengua a otra
sin darse cuenta y son perfectamente bilingües, pero tienen circuitos cerebrales distintos para cada lengua”, dice
Raiter.

Varios estudios revelan que los niños bilingües desarrollan cerebros más flexibles y son capaces de involucrarse
en múltiples tareas al mismo tiempo. Además, quienes manejan más de un idioma suelen padecer menos
problemas de memoria al envejecer. De ahí que muchos neurólogos recomienden zambullirse en un nuevo idioma
después de los 40.

Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que no todo el mundo tiene la misma capacidad para captar las
pronunciaciones de una lengua que no es la recibida de la madre. Los profesionales que distinguen los acentos,
ritmos y tonadas de cada idioma –los fonetistas– parecen nacer con un cerebro especializado para su disciplina.
Un estudio científico publicado el año pasado por Sophie Scott y sus colegas del University College London mostró
que los expertos que pueden identificar pronunciaciones diversas en los barrios de una ciudad tienen una corteza
auditiva izquierda más desarrollada.

Aun sin contar con esta ventaja genética, se puede incorporar una segunda rodeándose el mayor tiempo posible de
personas, películas, programas de radio y situaciones pronunciadas con el acento que se busca adquirir. De todos
modos, advierten los lingüistas, no existe el aprendizaje de inglés internacional o español “correcto”. Aunque
parezcan fijados en el tiempo de las tradiciones primeras, los acentos cambian frecuentemente, dando lugar a
dialectos aquí, allá y en todas partes.

“No hay tal cosa como un idioma neutro o una pronunciación correcta”, enfatiza Agustín Trombetta, profesor de
Gramática en la UBA. “Las palabras entran y salen de los idiomas, los acentos cambian rápido, el galés que se
habla en Gaiman, en la Patagonia, difiere del que se habla en Cardiff, en Gales, porque evolucionaron de distinta
forma en los últimos cien años”, ejemplifica el licenciado en Letras, quien subraya que las pronunciaciones están
más vinculadas al ejercicio de los músculos faciales y al habla materna que al entorno cultural.

El acento que aquí se considera “muy british ” es, en verdad, una entonación de la clase alta inglesa llamada
“received pronunciation” (RP), que se hizo popular en el mundo a través de la BBC y el negocio de las academias
de inglés. Pero apenas el 2% de los habitantes de Londres habla hoy de esa manera. “La lengua de Shakespeare,
del 1600, es en realidad más parecida al inglés estadounidense que al británico actual”, revela Zabala, quien pasa
del inglés RP al italiano y a diversos acentos argentinos como si apenas cambiara de sombrero.

Aunque todas las lenguas tengan dialectos, unos son revestidos con más prestigio que otros. “La lengua nos
permite no sólo recibir información sino también identificar quién habla, su edad, a qué grupo pertenece, todas
marcas muy fuertes de identidad”, reflexiona la lingüista Leonor Acuña, profesora de Dialectología
Hispanoamericana. “Pero el acento muestra no sólo quién soy sino, también, quién quiero ser”, agrega la actual
vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

En cuanto al español, lo cierto es que nunca se habló en América. “El español comenzó a cambiar desde el mismo
momento en que los colonizadores se subieron a los barcos”, revela Acuña. “Al llegar a América, se produjo una
acomodación de la lengua y fueron desapareciendo ciertos rasgos, como la ‘z’ castellana y la ‘d’ final de las
palabras. A esa nivelación se agrega el contacto con las lenguas aborígenes. Sesenta años después del arribo de los
españoles, se estableció una lengua común americana que es una mezcla del español con las lenguas indígenas,
que luego fue modificada por la vida urbana”, resume la especialista en los dialectos que se hablan en lugares de
contacto.

Quizá como espejo sociopolítico de la preeminencia del puerto sobre el resto del país, es la forma de hablar de los
porteños la que se considera esencialmente argentina fuera de las fronteras. El yeísmo que se deleita en el “yo”; el
voseo que se arropa en el “decime vos” y no en el “dime tú”; la aspiración de la “s” antes de la consonante (como al
pronunciar “Oscar”) y la entonación circunfleja (en subida constante y descenso al final) son los rasgos lingüísticos
del español rioplatense que se confunden con la argentinidad al palo.
Sin embargo, señala Acuña, hay seis regiones de la Argentina que tienen un acento distintivo, desarrollado en
contacto con la comunidad aborigen del lugar. El español recibió una influencia tan fuerte del huarpe en Mendoza
que hoy existe un dialecto propio de Cuyo. Algo similar ocurrió con los comechingones y el cantito cordobés, con
los mapuches y el acento patagónico.

En Buenos Aires, el impacto de la inmigración italiana actuó como una bomba neutrónica: la marca napolitana es
reconocible aún en el habla porteña, aunque los habitantes del Río de la Plata usualmente no adviertan el tuco que
escurre por su español.

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