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Departamento de Historia.
Carreras: Profesorado en Historia c/o en Ciencias Sociales y Licenciatura en Historia.
HISTORIA UNIVERSAL II.
2008_Prof. Pablo Rubén Stasuck
Trabajo Práctico Nº 7
Coordinado por Prof. Vrubel Natalia.
_MEILLASSOUX, Claude (1). Fernale Slavery”: Esclavitud Femenina, en Robertson, Claire
y Marty A. Klein. Woman and slavery in África. Madison. The Universiti of Wisconsin, Press,
1983. Traducción de María Elena Vela. Pp. 3 a 18.
Trascripción: Vrubel Natalia
en las clases de los amos como
Si bien es frecuente que se involucre reproductoras, pero más, por razones
la capacidad de la mujer libre para el trabajo cualitativas, que cuantitativas.
duro para explicar la condición femenina En África, el trabajo femenino está
en la comunidad doméstica y en algunas muy generalizado. En muy pocas
instituciones como la dote (2), generalmente comunidades las mujeres están exentas de
se recurre a la capacidad de procreación las tareas físicas pesadas. Más todavía: la
de las mujeres para explicar el mayor valor actitud occidental hacia el trabajo
de estas respecto de los hombres, en el femenino esta plasmada por la
mercado de esclavos africanos (Fage, 1980).
Creo que abría que invertir estas imagen cristiana de la fragilidad femenina.
proposiciones. Sobre el primer punto en Asignar a las mujeres tareas pesadas o
otros trabajos aduje, que en las sociedad actividad militar se considera incongruente o
domésticas, las mayores expectativas sobre incompatible con la “naturaleza” de éstas,
las mujeres se centran en su capacidad si bien tal supuesto es propio de las clases
reproductiva (Meillassouk, 1981). Su dominantes occidentales. Esto podría
sometimiento como trabajadoras proviene explicar porqué generalmente la etnología
de su sometimiento como procreadoras. Por occidental interpretó la preferencia de los
otro lado en la esclavitud, las mujeres eran esclavistas africanos y asiáticos por las
valoradas sobre todo como trabajadoras, mujeres en términos de cualidades
principalmente porque las tareas femeninas específicas “Femeninas” como la belleza o
predominaban en la producción. Por la fertilidad. Pero esta hipótesis contradice
consiguiente, había mayor demanda de la racionalidad económica de la esclavitud
trabajo femenino que de masculino. Pero (Meillassouk, 1979 y 1981).
no se buscaba a las mujeres esclavas para La esclavitud creó un factor
reproducir la clase esclava. La progenie de económico y social cuya virtud reside en ser
los esclavos que se casaban entre si era ajeno al sistema de parentesco. En el nivel
un subproducto relativamente escaso del económico, la reproducción genética del
trabajo servil. Las esclavas eran introducidas esclavo y el reconocimiento de sus

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derechos a su propia descendencia hubiera
limitado la rentabilidad de la esclavitud. En
el nivel social la falta de esos derechos de
parentesco, y por consiguiente de los
derechos de la ciudadanía, creaba una clase
de individuos desocializados a los que se
les podía confiar tareas confidenciales que,
en una sociedad de parentesco o dinástica,
solo podían asignarse corriendo ciertos
riesgos a un pariente o ciudadano pleno.
Un enfoque respecto de la esclavitud
africana, que destaca su carácter
benevolente en comparación con la
esclavitud norteamericana o caribeña, tiende
a disminuir las diferencias entre los
esclavos y otras categorías sociales
dependientes o dominadas, como los
rehenes, los siervos o aún las mujeres
casadas y, por ejemplo destaca casos de
“asimilación” del esclavo en el sistema de
parentesco del amo. Pero este proceso se
realizó en verdad sólo en las sociedades
donde la esclavitud no estaba a
institucionalizada ni sistematizada. Que en
una sociedad existan gente captura o
comprada no basta para que haya un
sistema de esclavista. La esclavitud existe
donde la clase esclava se reproduce por
medio del aparato institucional: guerra o
mercado. En tales sociedades esclavistas, la
“asimilación” lleva a una emancipación
limitada o simplemente a cierto grado de
intimidad con el amo de la familia. En
general, en un verdadero sistema esclavista,
la mácula de la esclavitud –específicamente,
el prejuicio contra los esclavos o sus
descendientes- persiste indefinidamente. En
verdad, tal como observa Robersont y
Klein ( antes p. 9), el esclavo no tiene
familia, es decir, está privado de la
protección que se vincula con el hecho de
tener parentesco. Los descendientes de
esclavos, por o estar relacionados con
sus progenitores ni con sus propietarios,
también se encuentran en la situación de
huérfanos. Hasta los hijos de las
concubinas solo pueden vincularse con el
linaje de sus padres, puesto que sus madres
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no tienen familia. Por lo tanto, aunque estos
niños pueden ser libre, no están protegidos
por el eventual arbitraje que podría
provenir del hecho de pertenecer a dos
linajes. Luego, también están excluidos de
la ley común y de la ciudadanía. Este estado
(3) inferior caracteriza toda la existencia
del esclavo, sea cual fuera su condición o
los cambios que ésta sufriera. El estado de
los esclavos se vincula con su origen y
permanece constante. Su condición se
vincula con su función en la sociedad
esclava y varía según cada individuo y
también con el tiempo. Precisamente, la
debilidad social del esclavo y de su
descendencia explica por qué el amo
podría buscar la reproducción genética,
mientras la misma debilidad social le pone
límites. Esto se puede observar tanto
dentro de la estructura del sistema de
parentesco (en las sociedades domésticas)
como dentro de la estructura del sistema
dinástico (en las sociedades de clase
aristocráticas).
La Infertilidad de las mujeres
esclavas.
Las esclavas eran más numerosas y
más caras que los esclavos. Ninguna
información objetiva apoya la hipótesis de
que se le prefería por su potencial
reproductivo. Ni la evidencia estadística ni
de ningún otro tipo demuestra que las
poblaciones de esclavas se mantuvieran o
crecieran por la reproducción de los
esclavos mismos. Por el contrario, en las
sociedades esclavistas en la que se prefería a
las mujeres, como en la subsaharianas y del
Magherb, había una constante importación
de esclavos, lo mismo que en las sociedades
esclavas en donde predominaban los
esclavos hombres, como en las
Norteamericanas y el Caribe (4). En ambos
casos, la esclavitud se alimentaba con
continuas adquisiciones de nuevos esclavos,
2

por compra o captura, y no por
reproducción genética. Esto se confirma
con abundante información estadística
respecto de la esclavitud en Norteamérica
y el Caribe. Las cifras son menos
abundantes para África, pero también son
convincentes.
Gracias a los artículos incluidos en
este libro, tenemos ahora información más
segura sobre la fertilidad de los esclavos. Si
bien estos datos son todavía demasiado
escasos para hacer generalizaciones seguras,
es evidente que en todos los casos estudiados
los esclavos tenían pocos hijos y, al
contrario, de los que se podría esperar se
las hubiera preferido a los hombres por su
potencial reproductivo, ni siquiera
aseguraba la reproducción simple (5) de la
población esclava. Martín Klein lo
demuestra en su ponencia incluida en este
volumen (cuadro 5.2 p. 69). Según estas
cifras, a cada esclava le correspondían
menos de un hijo. Si se supone que la mitad
de esos niños eran mujeres, la “tasa bruta
de reproducción” (6) de la población esclava
cae por debajo de 0.5. Strobel informa que
en Mombasa, a comienzos del siglo XX, un
grupo de quince esclavos adultos que ella
estudió y que incluía a diez mujeres, tenía
sólo once niños vivos de ambos sexos (más
adelante pp121). Strobel agrega que muchas
de estas mujeres nunca se casaron (más
adelante p. 120). Por tanto, no solo la tasa
de fertilidad, sino también la de nupcialidad
era baja. Y agrega que (6) que no hay
evidencia de que las esclavas que tenían
hijos (7) fueran mas favorecidas que las
que no los tenían. (p 121). La autora supone
que tan bajo nivel de fertilidad
desilusionaba a los amos (p. 120), pero la
repetición de esta situación en otras
sociedades esclavas hace dudar de estas
interpretaciones.
En el siglo XIX, las ciudades
comerciales de Zaire Medio, descriptas por
Harms, en este mismo libro presenta un caso
aún más claro. Si bien en estas ciudades
había un promedio, 140 mujeres esclavas
3
por cada 100 hombres, no había reproducción
natural. Los viajeros se asombraban ante la
falta de niños en las calles. Una encuesta
de 1889 indica 384 esclavos adultos (y por
tanto 205 mujeres, si es válida la proporción
de indicamos antes) y sólo 55 niños. Es decir,
un promedio de 0.13 niños por adulto esclavo
comparado con el 0.73 de Mombasa, pero
por cada mujer 0.24 en el Zaire medio y
1.10 en Mombasa (nuestra alta tasa de
reproducción sería entonces de 0.12 a 0.55).
Harms, piensa que la infertilidad de los
esclavos iba contra las intenciones de la
clase de los amos, pero por dos razones
que el confunde. ¿Se debe a que sus
concubinas esclavas no les daban
descendencia? En este caso, esta progenie
no seria esclava, y no reproduciría la clase
esclava: “Los hombres se enfurecerían con
sus mujeres porque no parían niños”. Los
comerciantes se veían obligados a comprar
continuamente nuevos esclavos para
conservar la población de sus aldeas.”
Esta última cita expresa con claridad
que, en la practica, actuaba la ley económica
de la reproducción esclava,
independientemente de cualquier supuesta
intención de los amos: “Los Bobangi no
engendran muchos niños. Solo compran
gente”. (Véase p. 109). La baja tasa de
natalidad no se debía a alguna peculiar
esterilidad de las mujeres esclavas, sino al
hecho de que estas abortaban o practicaban el
infanticidio (p. 107-8) muy probablemente,
las condiciones no la estimulaban a procrear
o a conservar sus hijos. Si los amos
deseaban tanto tener hijos ¿los hubieran
recibido con tanta indiferencia, como nos
informa Harms? Si se considera esta
esterilidad como una forma de resistencia a
la condición esclava ¿cómo se explica que en
otros aspectos, la conducta de estas mujeres
se destacara por una total aceptación de su
condición y hasta de su alienación? La idea
de una difundida resistencia de las esclavas
por la esterilidad voluntaria no se apoya
ni en la evidencia ni en los testimonios. Por
otro lado, las descripciones del tipo de vida
3

de las esclavas muestra bastante bien porqué
las condiciones no eran favorables para la
crianza de los niños. Por ejemplo, la
historia de Adukwe, tal como lo cuenta
Robertson muestra una vida errante y de
inestabilidad, una sucesión de miserables
condiciones de vida. Sus relaciones con los
hombres eran precarias, muchas veces
ilegítimas. Generalmente sus hijos no eran
reconocidos o mantenidos por sus
progenitores. Nunca ninguno de sus amantes
se hizo cargo de ella. Abortó muchas
veces y solo dos de sus hijas
sobrevivieron a la primera infancia. El caso
de Banikwa (Wrigth en este volumen)
también es un ejemplo de esas condiciones de
vida tan poco propicias para la maternidad.
Asimismo, A. Retel-Lauretin (1960)
subraya la precariedad de las relaciones entre
los esclavos nzacara: “La unión marital entre
dos esclavos no impide al amo entregar a uno
o a los dos miembros de la pareja para
realizar un intercambio para dotar a un
pariente o a un cliente con sus esposa”.
Tales condiciones (que coartaban la vida
marital) no eran favorables para la
maternidad o la crianza de los niños.
Como no se pagaba dote, en la práctica,
las esclavas nunca se “casaban”. Era una
regla general que sus hijos pertenecían a sus
amos, aunque éstos no fueran sus
progenitores. El Esclavo con el cual tenían
esos hijos era el “padre”, y por lo tanto,
tenía muy poco interés –o ninguno- en ellos.
Cuando el amo toleraba o hasta imponía la
unión de dos esclavos, no se trataba de un
casamiento propiamente dicho. Si así
hubiera sido, el progenitor y no el amo
hubiera tenido la responsabilidad paterna
respecto del niño. Las mujeres tampoco
querían apegarse demasiada a hijos que
podían serle quitados en cualquier
momento. Es muy probable que el aborto
las tentara ante el temor de ser separadas de
sus compañeros y tener que hacerse cargo
por si solas de sus hijos. Tampoco
beneficiaba al amo de esclavos casados que
hubiera demasiados niños, pues dado el
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bajo nivel de productividad agrícola de esas
economías, mantener una prole numerosa
hubiera absorbido la mayor parte, sino
toda, del producto excedente agrícola. Y a la
inversa, si el amo exigía una amplia
proporción de los víveres de la familia del
esclavo, la cantidad de gente no productiva,
es decir los niños, debía reducirse
proporcionalmente por aborto o por
infanticidio. La actitud de los amos hacia
los hijos de los esclavos no indica una
verdadera preocupación por su
reproducción. Hogendorn (1977) informa que
cuando las mujeres trabajaban en la
plantación de Sokoto, los niñitos se dejaban
juntos bajo un árbol y sus madres no
podían acercárseles y cuidarlos sin permiso
de un guardián. En Gumbú, donde se hacia
lo mismo, se enterraba hasta el cuello en la
arena a los niños para tenerlos tranquilos.
(8)
Así, no parece que la maternidad
fuera tan deseable para las esclavas como
para las mujeres libres. No debemos olvidar
que, en una sociedad con una ética de linaje,
las mujeres de buena familia se
enorgullecían de su fertilidad. Es muy
poco probable que esas sociedades aceptaran
una gran fertilidad de sus esclavas, aunque
fueran concubinas del amo. “No es
adecuado que el esclavo se compare al
amo”, dice un proverbio soninke. Por otro
lado, casos incluidos en este volumen
muestran que la fertilidad de las esclavas
mejoraba cuando cambiaba su situación,
cuando disfrutaban de cierta forma de
emancipación o de “uniones” más estables
con hombres de su propia clase o con sus
amos. Con frecuencia las concubinas
esclavas eran liberadas después de la
concepción o el nacimiento de un niño y
sus descendientes eran legalmente libres
aunque siguieran siendo dependientes
Pero en este caso no había reproducción
genética de los esclavos.
Así, sean cuales fueran las
intenciones que se atribuyeran a los amos,
los hechos incluidos en este libro muestran
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que la reproducción esclava tiene lugar
principalmente por compra o por captura,
según las leyes económicas de la esclavitud.
La clase esclava se renovaba especialmente
por la introducción de individuos traídos de
fuera de la sociedad. En las sociedades
mercantiles, el único agente de reproducción
era el dinero: “si no se tenía más dinero, la
gente se terminaba para siempre.” (Harms,
en este libro).
Esta era la ley económica de la
esclavitud mercantil, perfectamente
expresada por el informante de Harms.
El resentimiento que sentían los
amos al no tener hijos de sus esclavas,
contradecía su actitud general hacia la
reproducción esclava. Era conveniente creer
que la maldición según la cual la riqueza
lleva la esterilidad se hace realidad en la
infecundidad de las esclavas, de todos
modos, inherente a su condición.
Lamentarse sobre esto no los ayuda a creer
que se de día al destino, y no a su
política de reproducir a los esclavos por
compra y no por el casamiento, como
prescribía el Corán. (Surata XXIV: 32).
También en las cortes reales se
observaba esta baja fertilidad de las
esclavas. El palacio del rey de Dahomey,
donde vivían numerosas mujeres,
muchas de ellas esclavas, no era un lugar
fértil. La prole de los reyes, si bien muy
numerosa para cada uno de ellos, era
bastante escasa, considerando el número
de mujeres a la que estos tenían acceso.
Glele tenía 129 hijos Gbehanzin 77 (Bay. p.
350), si bien disponían de 5000 a 8000
aliosi (esposa o dependientes) a muchas de
las cuales se les prohibía tener ninguna
otra relación sexual. En este caso no
podemos hablar de fertilidad, sino de
“esterilidad” de las esclavas.
Otros ejemplos confirman la baja tasa
de reproducción en las sociedades
esclavistas africanas. En el reino Banum,
donde los dos tercios de la población era
servil, “miles de esclavos permanecían sin
casarse” (Tardits, 1980:166). Sólo los que se
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destacaban podían recibir una esposa en
recompensa. Sin embargo, sus familias eran
pequeñas (Tardits, 1960:467). Entonces los
soberanos Banum hacían guerras constantes
para acumular esclavos para su propio uso
más que para vender. En algunas fuentes
se sugiere una política que fomentaría la
reproducción del trabajo servil, pero como
es obvio, no tubo gran efecto.
En el califato de Sokoto, las cifras
de Hogendorn sugieren que el 60 por ciento
de la producción esclava se hacia por
adquisición (Hogendorn, 1977:373). Luego,
parece que el valor primario de una
esclava no era su capacidad reproductiva,
salvo que se suponga que la esclavitud
funcionaba en todas partes sobre la base
de un malentendido.

Las esclavas como trabajadoras: 
Swema, una muchacha muy joven
fue capturada y despedida, y después
trasportada por un intermediario que
aparentemente había recibido una orden y
un pago adelantado por este tipo de
mercancía. Como la madre de Swema no
quería separarse de la niña, se entregó al
comerciante como esclava. Ambas fueron
incorporadas a una caravana, pero durante
el viaje cada una de ellas llevaba una
carga. Cuando la madre no pudo seguir
por agotamiento se la dejó allí para que
muriera: sin trabajo no hay comida. Sin
embargo, aunque Swema también estaba
agotada por su pesada carga se le llevó
hasta su destino donde enferma y
comatosa, sus consignatarios la consideraron
muerta y la enterraron viva, pero la salvó
un transeúnte. En este caso, el esclavista
trató a estas dos mujeres como meros
trabajadores sin tener en cuenta sus
capacidad reproductiva: desde este punto
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de vista no tenían el menor valor dice
Alpers al descubrir este caso (p.200): “No
creo que lo ocurrido a Swema tuviera algo
que ver con el hecho de ser mujer”. Por
tanto, en este caso, las mujeres cautivas
eran apreciadas o rechazadas solo por su
capacidad para el trabajo, en lo que no se
distinguían de los hombres.
Si el trabajo que una mujer podía
realizar determinaba su precio, esto se debía
a que la demanda de esclavas se vinculaba
con la adquisisión sexual de las tareas (9)
es decir al hecho de que en las sociedades
africanas la participación de las mujeres
en el trabajo era superior a la de
hombres. Robertson (p. 223) lo señala
respecto de los prendados, pero vale para
todo el trabajo servil: la mayor demanda de
muchachas respecto de los hombres jóvenes
“tiene que ver con la división sexual del
trabajo”.
En casi todas las sociedades
africanas, las mujeres realizan un mayor
número de tareas que los hombres y
trabajan mas horas. Intervienen en más
operaciones del trabajo agrícola ( a veces
compartiéndolas con los hombres) y en
todas las tareas domésticas. (10). Si se
admite que la economía de las sociedades
esclavas se basaba en una adquisición
sexual de tareas similar a la de sociedades
de las cuales provenían los esclavos y que se
suponía que estos debían realizar el mismo
tipo de trabajo, entonces deberíamos esperar
una mayor demanda de mujeres que de
hombres.
Sin embargo esta adquisisión de
tareas era estrictamente convencional.
Algunos trabajos femeninos que no exigían
ningún tipo de aprendizaje como por
ejemplo, recoger leña o agua, podían ser
realizados por esclavos varones, aunque
era humillante para ellos hacerlo. Tanto
hombres como mujeres estaba bien
preparados para las tareas agrícolas, pero
no pasaba lo mismo con la cocina o con
la crianza de de los niños y con algunas
artesanías. No se trata de que los hombres
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no podían hacerla, ni de la posición social
de las esclavas, sino de que las mujeres
estaban mejor preparadas para hacerlo
porque habían recibido un conocimiento
que pasaba de mujer a mujer. Así en
conjunto las mujeres eran preferidas a los
hombres. Si a veces los hombres podrían
reemplazar a las mujeres mas a menudo,
ocurría lo contrario, hasta en las tareas
mas duras, para las cuales muy
difícilmente habían tenido alguna
preparación. Ducan dice que en
Dahomey, hacia 1840, “generalmente se
prefería a las mujeres como acarreadoras,
pues todos coincidían en que podían
trasportar pesados fardos de mercancía
durante trayectos mas largos que los
hombres, quienes desertaban con mucha
frecuencia”. (Obichere, 1978:7). En este
caso, no solo se consideraba a las mujeres
físicamente superiores a los hombres,
sino también mas dóciles. Por esto; no
había razones que impidieran que se
buscara a las mujeres para realizar tareas
“masculinas”
De hecho había tanta demandas de
esclavas que muchas veces los cazadores
dejaban de lado a los hombres y los
masacraban en los campos de batalla (11).
En general el precio de los hombres en el
mercado de esclavos africanos era
evidentemente mas bajo que el de las
mujeres. Pero parece que esta situación se
modificó al trasformarse la economía
esclava dentro de África. Para comprender
mejor porque se elegían hombres o mujeres
y cómo esto evolucionó debemos escrutar
la demanda de mano de obra en las
diferentes sociedades con las que nos
confrontamos. Debemos distinguir entre las
sociedades domesticas autosuficientes, las
sociedades mercantiles, y las aristocráticas.
Las sociedades Domesticas Autosuficientes
Al faltar una red comercial que las
abasteciera continuamente de esclavos y les
brindara una salida para los productos de su
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trabajo, era común que las comunidades
domésticas esclavizaran a víctimas errantes
de guerras o hambrunas, a individuos
asociales expulsados de sus comunidades o
a veces, a prisioneros tomados en guerras
locales o conservados para obtener rescate o
intercambio.
En las sociedades patrilineales, la
integración de los hombres era difícil, por
que muy pronto entraban en competencia
con otros hombres por el acceso a las
mujeres. Es tan probable que se los
sacrificara, como que fueran usados o
integrados (12), pero es mas probable que las
mujeres y los niños escaparan a la muerte.
A las mujeres prisioneras se les asignaban
las mismas tareas que a las libres, para
ayudarlas o reemplazarlas. Así se integraban
como sirvientas, esposas o ambas cosas al a
vez. También podían desempeñar tareas
masculinas de las cuales estaban
normalmente exentas las mujeres libres (por
ejemplo, el cultivo del mijo en las
sociedades de la sabana) . En las sociedades
que no habían desarrollados actividades
capaces de brindar un producto excedente
que pudiera venderse, había poco interés en
usar esclavos: Si los hombres y las mujeres
libres renunciaran a las tareas agrícolas se
entraría en coalición con consideraciones
éticas. Por ejemplo, entre los bamana,
ninguna actividad era mas noble que la
agricultura y resultaba inconcebible que los
varones de buena cuna renunciaran a ella.
A veces, la presencia de individuos sin
vínculos de familia y desocializados por
esto mismo, presentaba más inconvenientes
que ventajas. Keim, señala los problemas
que en esta sociedad planteaba el
casamiento con una esclava (p. 147).
Cuando había integración, esta se
realizaba dentro de la estructura de las
relaciones sociales que allí prevalecía, es
decir, de parentesco. Así, a veces, la mujer
cautiva estaba destinada a convertirse en
concubina, o sea en una mujer de categoría
inferior, escasamente protegida debido a su
falta de vínculos familiares, pero sin
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embargo integrada a la comunidad. Sus
hijos eran legalmente “hijos” e “hijas”,
cuya posición social débil debido a que
carecían de linaje materno. Si bien eran
cognados.
Sociedades mercantiles.
La situación de una comunidad
doméstica cambia cuando entra en contacto
con un mercado externo capaz de
abastecerla con esclavos y de absorber las
mercancías que estos producen. De paso,
este es uno de los requerimientos para que
se forme una clase de esclavos productiva.
El caso de Gumbu es un ejemplo adecuado
(Meillassoux, 1971 1975 b). Situada a orillas
del Sahara, esta ciudad soninke estaba
poblada por familias que tenían una
tradición rústica y militar. Durante las dos o
tres centurias anteriores, había formado
parte de las redes comerciales
sahelosaharianas, pero la esclavitud parece
haberse expandido durante la guerra de El
Hadj Omar y Samory a fines del siglo
pasado. En la época de la colonización
(1902) los esclavos constituían casi el 50
por ciento de la población. Más del 80 por
ciento de las familias libres poseían
esclavos y algunas hasta unos cientos de
ellos, en su mayor parte comprados. Según
un censo de 1903, las mujeres esclavas
superaban en número a los hombres. Los
esclavos desempeñaban dos funciones
económicas principales: satisfacían en parte
o totalmente las necesidades de productos
agrícolas de sus amos y producían
mercancías que se vendían utilizando las
redes comerciales saharianas,
especialmente mijo y ropas de algodón.
Además de trabajar como sirvientas, las
esclavas cultivaban mijo, (lo que no hacían
tradicionalmente las mujeres soninke),
algodón e índigo; también cardaban e
hilaban el algodón. Así, en la división de las
tareas, había una sustitución parcial de los
hombres por las mujeres en la agricultura, lo
que aumentaba la demanda de éstas y
daba como resultado que, entre los
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trabajadores la proporción entre los sexos
fuera diferente a la que existía en la
sociedad libre. M. Klein observa (p. 85) que
aún había una fuerte demanda de mujeres
en la producción textil. En Gumbu se
necesitaba ocho veces más esclavos para
hilar que para tejer la misma cantidad de
fibra. Puesto que entre los soninke los
hombres esclavos eran los que tejían, se
hubieran necesitado ocho hilanderas para
que un tejedor estuviera ocupado todo el
tiempo. Si bien ésta situación se debía a
una adjudicación de tareas heredadas de la
sociedad doméstica (no de una más
eficiente organización del trabajo) y aunque
nunca se alcanzó la relación 8:1, no cabe
duda de que esto afectó a la demanda de
esclavas. El precio de una esclava era
siempre superior al de un hombre de la
misma condición. De nuevo: la
reproducción natural de los esclavos no
explica la demanda de mujeres esclavas,
pues el censo de 1904 indicaba sólo uno
o dos hijos por cada tres de ellas.
En las comunidades mercantiles
como Mombasa y las que Harms
describe en el Zaire medio, habitadas por
una clase comercial que intercambiaba con
mercados distantes, otros factores
económicos y sociales influían en la
proporción sexual de los esclavos. Las
necesidades de esta clase de mercaderes
itinerantes creaban una demanda de
alimentos cocidos para los que debían partir
en expediciones y para los que iban de
paso. La venta de este tipo de alimentos
llevó a la de ingredientes y utensilios, y
eso a desarrollo del cultivo de vegetales
y de la alfarería, que eran actividades
femeninas. El trabajo de las mujeres
continúo siendo importante sobre todo para
la preparación de comidas. Esto aumentó la
carga del trabajo doméstico, y también
un incremento del comercio de alimentos
preparados, realizado por las mujeres libres
y a veces hasta por las propias esclavas, que
empleaban a otras mujeres de su misma
condición. Sobre todo, la urbanización
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contribuyó a aumentar la diferenciación
entre una población urbana , que ya no
producía su propia subsistencia y dependía
cada vez mas del mercado para
alimentarse, y un sector rural para que la
abastecía. Podemos suponer que se empleaba
a las mujeres para cultivar mandioca y en la
horticultura, actividades tradicionalmente
femeninas. Según M. Wright (p. 253), las
mujeres “formaban la columna vertebral de
la fuerza de trabajo agrícola que, durante los
periodos críticos del ciclo agrícola, era
reforzada con equipos de hombres”. En
efecto, en las ciudades del Zaire medio, las
mujeres eran más numerosas que los
hombres. Pero aquí Harms informa que
había muy poca diferencia en el precio. El
principio que regulaba la compra de
esclavos era: “no compres hombres, no
compres mujeres, solo compra gente.”
(p.99)
Si a priori no había ninguna
preferencia por uno u otro sexo, esto se
debía a que se buscaba a los esclavos como
agentes de trabajo a sexuales. El potencial
pro creativo de las mujeres no intervenía
para determinar su valor. Si a pesar de
esto las mujeres eran todavía mas
numerosas, se debía a que todavía, en la
adjudicación sexual de las tareas, a las
mujeres les correspondía un cupo mayor de
éstas. Pero la equivalencia de precio indica
la posibilidad de sustituir a las mujeres por
los hombres. Harms no nos dice nada
sobre la composición sexual de las
poblaciones serviles agrícolas. Si bien en
las sociedades domésticas las mujeres
cultivaban la mandioca, es inimaginable que,
en las sociedades mercantiles existiera una
forma de explotación en la que los esclavos
de ambos sexos que vivían juntos
realizarían los trabajo agrícolas. Esto
hubiera tendido a igualar la proporción
entre los sexos. Strobel indica que, en
Mombasa, los hombres participaban mas en
la producción de mercancías: alimentos por
la agricultura, carne y marfil por la caza y
esclavos por los raídes. Quizá por esto los
8

esclavos varones llegaron a adquirir un
valor igual al de las mujeres, por un cambio
de actividades y de la distribución sexual
del trabajo.
Esta trasformación parece en los
datos que Cooper releva para la costa
oriental de África (Cooper, 1997): allí, a
información indica que, en promedio, la
relación entre sexos es de cincuenta y dos
hombres por cincuenta y dos mujeres. No
obstante, las ciudades tenían más
esclavos que esclavas, mientras que éstas
eran más numerosas en algunas áreas
rurales. Puesto que la proporción entre
esclavos urbanos y rurales estaba entre
1.10 y 1:15 (Cooper. 1997:182, n. 130) ésta
no puede ser la única razón del
restablecimiento del equilibrio. Cooper
también informa que entre los esclavos
comprados desde 1874 a 1888, el 52 por
ciento de los adultos y el 61 de los niños
eran varones. Por consiguiente, podemos
suponer que hubiera un número bastante
elevado de esclavos varones en las
plantaciones de algunas regiones rurales
para contrapesar la elevada proporción
de mujeres en otras zonas. Por desgracia
no hay datos disponibles que avalen esta
hipótesis. De todos modos este cambio de
la proporción entre los sexos de los esclavos
podría indicar que los varones eran
utilizados en nuevas actividades o que los
hombres sustituían a las mujeres en tareas
auxiliares o agrícolas hasta entonces
asignadas a estas. Lo que aquí se sugiere es
que, a través del sistema de plantación, la
división social del trabajo tendía a
trastornar la adjudicación sexual de las
tareas.
Desde entonces, la organización, del trabajo
ya no imponía la elección social de un
sexo en lugar del otro. Como los hombres se
vendían a un precio menor, la esclavitud
masculina iba en aumento. El sistema se
volvió semejante al del Caribe y
Norteamérica, probablemente por las
mismas razones económicas y de acuerdo
con las leyes de la reproducción esclava.
9
Las sociedades aristocráticas.
Si la esclavitud mercantil tendía
poco a borrar las funciones femeninas
(13) en favor de las funciones de
reproducción en las sociedades dinásticas
las esclavas conservaban un valor
específico por ser mujeres. Su capacidad
de trabajo se combinaba con su
utilización como vector político neutral y
como un medio de dominación social.
Aunque no es fácilmente mesurable,
la demanda de mujeres como trabajadoras
siguió siendo alta en los sistemas
dinásticos donde funcionaba una economía
de plantación con esclavos para proveer
de alimentación a la corte, al ejército y a las
familias aristocráticas. Se sabe que un
sistema de este tipo existía en el Songhay
del siglo XVII, el Dahomey del XVIII y, en
el XIX, en el reino de Bamum y el Califato
de Sokoto. En los dos primeros casos, nos
falta información precisa sobre las
relaciones de producción dominantes y por
tanto sobre el uso de las mujeres. Estamos
mejor informado respecto de los bamun de
Camerún y de Sokoto, gracias a las obras de
Tardits (1980), Hogendorf (1977) y Lovejoy
(1978).
La clase gobernante de Bamum vivía
en la ciudad principal, pero poseía
dominios en el país, trabajos por colonos,
esclavos y descendientes de esclavos de
origen étnico mezclado. Estos últimos se
podrían identificar como esclavos en la
medida en la que podían ser vendidos
por voluntad del amo, pero también podrían
considerase siervos porque tenían sus
propias parcelas y estaban atados a la tierra
que se vendía con ellos incluidos. (14)
A los esclavos se les atribuía un
pedazo de tierra con cuyo producto
abastecían su subsistencia aún cuando
estaban trabajando las tierras del amo.
Hombres, mujeres y niños trabajaban
juntos en la tierra del amo bajo la dirección
de un capataz de origen esclavo hasta
9

que completaran su labor y no por
periodos fijos. Era responsabilidad de las
mujeres desyerbar, limpiar y cosechar, tanto
en las parcelas propias como en las tierras
del amo, así como la ardua tarea semanal
de trasportar la producción a la residencia
del amo, en la ciudad principal. A veces, ir a
la ciudad y venir de ella tomaba toda la
semana: parece que el cupo de trabajo
agrícola que las mujeres realizaban en esta
economía agrícola no comercial era
considerable, aunque no sabemos cual era
la proporción que les correspondía respecto
de la del hombre.
El califato de Sokoto es un buen
ejemplo de una sociedad aristocrática
dentro de la cual se desarrolló una
economía mercantil y donde algunas
plantaciones –lo mismo que en Bamum- se
dedicaban a abastecer a la clase gobernante
y otras a proveer productos para exportar.
La propiedad de las primeras pertenecía a
los nobles, que empleaban miles de
esclavos, la de las últimas a los
comerciantes, cada uno de los cuales
poseían entre 100 y 500 esclavos.
Hogendorf (1977) describe dos aldeas del
califato. En ellas cada esclavo trabajaba su
propia parcela y el campo del amo. Si éste
era noble, sus esclavos producían productos
alimenticios, si era un mercader, algodón y
tabaco. Cultivaban las tierras del amo en
determinadas horas del día ciertas épocas
del año. Trabajan en equipos de veinticinco
personas de ambos sexos y eran
controlados por un capataz de origen
esclavo. Si bien no indica la proporción
hombre/mujer, Hogendorf nos dice que se
liberaba a las mujeres de algunas tareas
para dedicarlas a otras, que realizaban bajo
la dirección de una capataza, asistente del
capataz, que tenia el derecho de conceder
premios y aplicar castigos. Las mujeres
preparaban los alimentos que el amo daba
a sus trabajadores al mediodía. Según
Lovejoy, en la parte norte del califato la
industria textil empleaba “un sinnúmero de
mujeres que hilaban y cardían el algodón en
10
bruto” (Lovejoy, 1978:156). En principio, el
amo debía dar una pareja a cada uno de los
esclavos, pero ésta obligación si se cumplía,
no parece haber tenido gran efecto sobre la
fertilidad, puesto que sólo el 40 por
ciento de los esclavos habían nacido en la
esclavitud.
En Dahomey no se desconocía el
uso de plantaciones para alimentar a la
corte. Según Le Herissé (1911.90), “La
mayoría de los esclavos del rey… estaban
instalados en tierras cultivadas” donde había
miles de ellos para alimentar a la gente del
palacio y el ejercito. Esos esclavos
trabajaban los campos del rey mientras
esperaban ser exportados. Según ciertos
informantes algunos también eran
capturados para “repoblar el reino”. De
nuevo, esto podía ser sólo una limitada
empresa demográfica, puesto que la
explotación de los esclavos estaba reservada
para la familia real, algunos aristócratas y
altos funcionarios del reino. Parecería que
en Dahomey la esclavitud no estaba
generalizada, es decir, que ocurriera lo
mismo que en las comunidades
mercantiles, donde todas las clases libres de
la sociedad usaban esclavos. En
consecuencia, había una limitada demanda
doméstica para esclavos de las familias
pues prevalecían las necesidades de las
cortes y de los clanes dominantes.
El papel de Dahomey en el comercio
internacional era el de abastecedor de
esclavos para la exportación. Su
organización política, social y económica, y
por ende la esclavitud dahomeyana, se
desarrolló alrededor de ésta función.
Dahomey era esencialmente un estado
guerrero dominado por una aristocracia
militar y apoyado por un poderoso
ejército. La clase dominante se organizaba
sobre la base de una economía y una
administración esclava, cimientos ambas de
la fuerza militar, que se imponía a la
población dahomeyana y a los extranjeros a
los que se sometía a raídes para
esclavizarlos. Los instrumentos de esta
10

dominación externa e interna eran el
ejército, el palacio y las plantaciones. Dentro
de éstas tres instituciones, ejecutivos y
trabajadores se reclutaban esencialmente
entre los esclavos y en el palacio mismo,
las mujeres desempeñaba el papel principal.
El palacio sede del poder, estaba
marcado por las clásicas contradicciones en
este estadio de desarrollo dinástico. Puesto
que el poder aristocrático había surgido de
la sociedad doméstica y se dirigía hacia
las comunidades domésticas, la realeza
tendió a expresarse en términos de
ideología doméstica. EL rey era el “padre”
de sus súbitos. El pueblo debía
pagara tributo al rey, así como los
miembros menores de la comunidad debían
trabajar para los mayores. El país estaba
gobernado por una “familia”, entre otras.
Lo que era válido para el linaje lo era
también para el reino.
Pero en la práctica, el ejerció del poder y la
dominación de clases no seguía las reglas
estrictas de la sociedad doméstica. Conservar
el poder dinástico dentro de una línea
aristocrática única, reduce a la realeza
social a una realeza genética. La sucesión
colateral abre sangrientas disputas entre
hermanos y primos. La poligimia real
diluye las nociones de mayorazgo y propia existencia. Así recurrían a la
filiación dentro de arbitrarias reglas de
sucesión. En contraste con lo que ocurre en
las sociedades domésticas, el hecho de
pertenecer a una familia aristocrática o real
crea rivalidad entre parientes, no
solidaridad. Un hermano, un hijo y hasta
una esposa se convierten en un enemigo
potencial o activo. Para protegerse a si
mismo de ésta ansiedad para sucederlo, el
rey debía mantenerlos apartados de los
resortes del poder y gobernar sin ellos, si
no contra ellos. Al denegar la colegialidad
familiar, el rey debía rodearse de concejeros
dinásticamente neutrales, gente incapaz por
su propio estatus de reclamar el trono o de
presentarse como potenciales sucesores.
En un sistema de filiación masculina,
los esclavos (en especial los eunucos) y las
11
mujeres tenían la virtud de ser “neutrales”
respecto de la sucesión dinástica, y por
consiguiente, seguros para el soberano. Pero
al rodearse de gente “sin linaje”, el rey se
auto exponía a otra amenaza. Su consejo
privado, que debería haberlo rodeado como
protección, se convertía en un muro que lo
aislaba de su familia, su clase y el pueblo.
Detrás de la máscara de un rey
crecientemente paralizado por rituales
impuestos pro su entorno, envuelto en
rígidos atavíos ceremoniales y recargado
con pesadas insignias reinaba la
burocracia cortesana. Esta seleccionaba la
información que el rey recibía, elegía la
gente que debía ver y guiaba al soberano
en las actividades simbólicas o ceremoniales.
El ejercicio real del poder se trasladó al
consejo. Sólo esporádicamente el rey
lograba recobrar parte de ese poder
imponiendo su imagen real o manipulando
los instrumentos del poder matrimonial que
se le habían dejado. Este cuerpo de
cortesanos. A veces de origen servil y
femenino, no usaría la realeza como un
medio de reclutamiento por miedo de caer
a su vez en las contradicciones dinásticas
que paralizaban al rey y al cual debían su
cooptación para reclutar otras personas que
como ellos mismos, eran socialmente
neutrales, es decir otros esclavos, eunucos o
mujeres. En ese contexto, ser al mismo
tiempo esclava y mujer era estar
doblemente fuera de cualquier pretensión
dinástica. Así, ésta doble incapacidad se
convirtió en una doble virtud que
explicará la aparición de un poder
femenino en la corte real de Dahomey (V.
Baiy, en éste mismo volumen). Las mujeres
del palacio eran la contra parte de los
agentes masculinos que actuaban para el rey
en el país. La administración del reino era
controlada desde adentro del palacio por los
agentes neutrales. Sin dejar al gobierno
expuesto por las presiones de la familia real,
que eran tan peligrosas para el rey que
11

como para su entorno. Pero las mujeres que
ejercían estas funciones administrativas no
actuaban como representantes de las
mujeres en general y no debían sus
posiciones a ningún tipo de emancipación
femenina. Aún si parecían emancipadas
como esclavas permanecían alienadas como
mujeres.
Por esto en la corte seguía existiendo
una gran demanda de esclavos en general y
de esclavas en particular. Bay nos ayuda a
comprender como los “harenes” cuya
existencia se concibe a menudo solo para el
placer, podían tener una función política, en
la corte dahomeyana había pocas actividades
a las que no se asignaran mujeres. Sus
responsabilidades abarcaban desde las
actividades domésticas, la alfarería y el
vestuario hasta el espionaje y la guerra.
Algunas eran las concubinas del rey y en
realidad su papel era proveer
entretenimientos, placer e hijos (15). Pero
debido a sus estatus esas mujeres esclavas
aun cuando se emanciparan generaban una
“clase social” de mestizos paralelas a la del
linaje y capaz de rivalizar con él pero mas
dócil. Entre esta “clase” se podía reclutar
tranquilamente a la reina “madre” del
soberano, a sus esposas y a sus herederos: Un
parentesco ficticio se recreaba entre el y el
rey lo que permitía que la cooptación o la
elección prevaleciera sobre el nacimiento.
Además de utilizarlas como agentes
del poder político y administrativo, se podía
recurrir a las mujeres del palacio como
instrumentos matrimoniales de control social.
Esta era una de las formas en que la corte se
aseguraba la lealtad de quienes las servían y
que podían amenazarla volviendo su poder
delegado contra su rey. El hecho de que el rey
confiscara las mujeres cautivas y utilizara
algunas instituciones como los conventos
para las muchachas solteras- muchas de ellas
esclavas- limitaba las disponibilidades de
mujeres núbiles y hacia mas eficiente la
política real de reproducción social. Los
harenes y conventos eran los estanques de
los cuales la corte sacaba a las esposas que
12
darían a los hombres que la servían, y que
por su estatus y la escasez de mujeres, no
podían tener acceso a una mujer por sus
propios medios. El número de estas mujeres
debió ser bastante alto. En la corte del rey
Bamum “habían cientos de hombres que se
beneficiaban con el regalo de mujeres” lo que
implicaba el derecho de tener a disposición
varios miles de mujeres (Tardits, 1970), por
ejemplo estos arreglos proveían esposas y
descendiente a los servidores reales y a la
guardia militar. Generalmente el sistema
operaba sobre una base que se auto generaba
pues el primer hijo nacido de tales uniones
volvía al soberano. Si este primogénito era
varón se lo entrenaba para convertirse en
servidor o guarda, por lo cual se garantizaba
la reproducción de este cuerpo. Si era mujer,
se le destinaba a casarse dentro del cuerpo de
servidores o guardias (Tardit.1970; Keint, en
este mismo volumen).
Además de este método institucional de
perpetuar la dependencia de un grupo social,
el soberano o la corte podían también
entregar esclavas como recompensas a
quienes quisieran. Así, “Glelé, distribuyó
mujeres a los hombres aguli que
contribuyeron al palacio de Jegbe”
(Glele. 1974:161 ).
Este sistema de distribuir las esposas y
sus hijos estaba aun más difundido que la
utilización de las mujeres de palacio tal como
lo describe Bay en la corte dahomeyana. La
distribución de mujeres por el rey se
asimilaba a la forma que los mayores
cazaban a sus dependientes en la sociedad
doméstica. Esas mujeres esclavas eran
explotadas en su carácter de “esposas” (16).
Así en contraste con la sociedad mercantil,
existía en el nivel de la corte una política de
reproducción que preservaba algunas de las
características de la esclava como mujer, pero
como una mujer alienada. Pero detrás de esta
función, eran como esclavas y no como
mujeres que ellas rodeaban y protegían al rey
como guerreras que se las desfeminizaba
como amazonas y como manos que trabajan
en las plantaciones.
12

En una sociedad esclava la clase esclava se
reproducía principalmente apresando
cautivos de otras sociedades. La función
“procreativa” era asumida por el guerrero o
el comerciante. Con armas o dinero, ellos
“producían” los seres humanos que
necesitaban para reconstruir las clases
explotadas.
Hasta sobrepasaban a las mujeres al
controlar la composición de esta clase por
sexo y edad y al acelerar la tasa de
reproducción demográfica.
Coincidentemente, el papel reproductivo de
las esclavas perdió su importancia. Cada vez
estaba más alejada de su papel de madre.
Ya en la sociedad doméstica, el papel
estaba subordinado al de esposa. El esposo o
el Hermano se arrogaban la filiación de su
progenie, y en virtud de este derecho
orientaban la reproducción social bajo la
dominación masculina. Sin embargo, la
mujer permaneció como instrumento esencial
y único para la reproducción de seres
humanos y la construcción de la unidad
parental. El Futuro de la comunidad dependía
de su fertilidad. En consecuencia aun si no
gozaba de la filiación paterna legal, era
apreciada y valorada como madre, honrada y
hasta reverenciada como tal respecto de las
expectativas de la comunidad.
En la esclavitud la feminidad perdió su
sacralizada La información y las
descripciones que analizamos muestran que
el esclavo era un “sin linaje” y que una
mujer de este status no podía ser una
“madre”. No se la reclutaba para la
procreación sino para trabajar en tareas
femeninas o para ser un instrumento de
manipulación social o política. Si se le
entregaba a un esclavo, no era casada, aun
reverenciada estaba reducida al papel de
reproductora, su progenie pertenecía a su
amo y podía serle quitado en cualquier
momento. Cuando envejecía no tenía
derecho o autoridad legal sobre sus hijos,
de los que hubiera podido esperar que la
cuidara. _Por el contrario, el caso que
describe D. Rey –Hulman (1975:319)
13
muestra que se podía usar acusaciones de
brujerías para obligar a las mujeres esclavas
a retomar los trabajos pesados, No se
pueden considerar como patrones de la
esclavitud femenina los casos de las
concubinas del amo o de las mujeres
usadas como regalos matrimoniales. Aún en
éstos casos, la condición de “casadas” de las
esclavas estaba ligada a una enajenación
desconocida en la sociedad doméstica,
puesto que sin la protección de su linaje la
esposa o concubina estaba bajo la total y
descontrolada autoridad de la familia de su
marido. Sus hijos ingresaban en una clase
a la cual ella no pertenecía y en la que
dependían del amo que disponía de ellos a
su antojo. Si se la promovía a funciones
administrativas importantes, no se lo hacía
por su feminidad activa sino por la
neutralidad social que le confería la
esclavitud. Su enajenación como mujer se
articulaba con la enajenación de clase. La
despersonalización y la desocialización
que eran el destino de los esclavos en
general aquí se empalmaban con un
proceso conjunto de desexualización.
Retel-Laurentin nos informa que entro
los Nzakara, una esclava muy joven había
comido a hurtadillas unos trozos de carne
(bocadillo prohibido para este tipo de seres)
su ama ordenó que le cortaran la mano. Ser
mujer y niña no la absolvió de la mancha de
la esclavitud ni la protegió de la represión
de clase proveniente de otra mujer.
Paris, 01 de febrero de 1981.

13

Notas. 
1-Traducido al inglés por Martín A. Klein.
2-Algunos autores consideran que la dote
era una compensación por la pérdida del
“trabajo” que sufría la familia de la esposa
o u “precio” por la “compra” de ella.
3-Distingo estado (estate) de condición
(status) por que la condición jurídica del
esclavo se basa en criterios negativos
mientras la condición define a la gente sobre
bases jurídicas positivas.
4- Los datos estadísticos disponibles para la
esclavitud en las Indias Occidentales
muestran claramente que los propietarios
no se preocupaban por la reproducción de
sus esclavos. Véase Curtin 1969; Martín,
1948.128. Se ha invocado como contra
ejemplos los estados esclavistas de
Norteamérica (Gulmn, 1981; Enferman,
1981) pero esto requiere mayor
investigación. El aumento de las poblaciones
esclavas por su reproducción podría deberse
a un cambio en la naturaleza de su
explotación o a una declinación de las
empresas agrícolas.
5-Reproducción de un esclavo por un
esclavo. Esto no es ni siquiera una tasa de
reproducción igual a uno, que supone un
nacimiento femenino por cada mujer.
6- En sentido estricto, “La tasa bruta de
reproducción “es por la proporción de
nacimientos femeninos respecto del número
total y constante respecto de mujeres en
edad reproductiva.” Las cifras que aquí
reproducimos no indican la distribución de la
edad de las mujeres y por consiguiente
14
significa que 0,5 de promedio es un
máximo.
7- Esto se refiere a los esclavos que tenían
hijos entre sí, no a las concubinas que tenían
hijos del amo.
8- En Roma hasta la época de Constantino
era común que los amos expusieran a niños
esclavos.
9- La adjudicación de tareas se basaba ante
todo en la adjudicación y la aptitud
individual; la división del trabajo, e
consideraciones económicas y técnicas.
10-Strobel Destaca la importancia del
trabajo femenino para la reproducción
física de la sociedad.
11-Esto era cierto especialmente después de
la declinación del tráfico de esclavos
europeo que daba preferencia los varones.
12-Es diferentes en las sociedades
matrilineales, donde la inserción de los
hombres en la red del linaje parece plantear
pocos problemas domésticos.
13-Con excepción de un pequeño porcentaje
comprado por su atractivo físico o como
concubinas y cuyo precio seguía siendo
alto.
14-La clase servil incluía a dos tercios de la
población total del reino.
15- Este tipo de concubinas era objeto de un
tráfico especializado en el Cercano Oriente
hasta comienzos del siglo. Las muchachas
capturadas en edad temprana eran educadas,
cuidadosamente preparadas y
psicológicamente condicionadas para este
papel por hábiles comerciantes de esclavos
que la seguían durante toda su “carrera”.
Véase Kouloub (1958) y Toledano (1981)
quien también escribe la enajenación de esas
mujeres.
16-En una sociedad doméstica no se trata
de un intercambio de esposa por esposa.
Entre las clases las relaciones matrimoniales
son predominantemente hipergamas
(hypergamous).
14

ALGUNOS DATOS DEL AUTOR. 
Claude Meillassoux:
Antropólogo francés (26 de diciembre de
1925 - 2 de enero de 2005).
Primeras obras
Se destacó con su ensayo en los Cahiers
d’Études africaines (4:38-67), sobre la
interpretación del fenómeno económico en
las sociedades de auto subsistencia (1960).
Desató gran polémica la publicación de su
Antropología Económica de los Gouro de
Costa de Marfil (1964), donde estudió las
tensiones internas de las sociedades
primitivas, entre hombres y mujeres, entre
mayores y jóvenes. Eran relaciones de
soberanía y explotación, tensiones y
conflictos, que muchos consideraban
características exclusivas de las sociedades
complejas.
Parentesco
No fueron menos vivas las polémicas cuando
años más tarde Meillassoux criticó el
concepto de consanguinidad, y el prejuicio
naturalista que introduce a su modo de ver en
las investigaciones sobre el parentesco.
Según él, la referencia a un substrato
biológico en cuanto al parentesco, no era ni
universal ni constitutiva, y en presencia de un
sistema de parentesco determinado, convenía
definir los asuntos económicos, sociales,
políticos y culturales específicos que
formaban su sustancia, antes de inyectar
consideraciones genealógicas generalmente
extrañas a los datos suministrados en el
terreno.
Consideró, como resultado de sus
investigaciones, que la prohibición del
incesto, lejos de estar inscrita en la naturaleza
15
es la transformación de las prohibiciones
sociales endogámicas en prohibiciones
sexuales morales, cuando el control
matrimonial se convierte en elemento del
poder político:
"El incesto es una noción moral producida
por una ideología ligada a la constitución del
poder en las sociedades domésticas como uno
de los medios de dominio de los mecanismos
de la reproducción, y no una proscripción
innata que sería, en la ocurrencia, la única de
su especie: lo que es presentado como pecado
contra la naturaleza es en realidad un pecado
contra la autoridad"".
Modo de producción doméstico y
capitalismo
Mujeres, graneros y capitales (1975. Siglo
XXI, ISBN 968-23-0356-7), tal vez su obra
más conocida, es un análisis profundo de la
producción y reproducción en las sociedades
de autosubsistencia, que a la vez que propone
el concepto de modo de producción
doméstico, critica al estructuralismo y estudia
las relaciones, contradicciones y perspectivas
de la persistencia de las relaciones
domésticas en el capitalismo globalizado y
las unidades domésticas como lugar de
reproducción de la fuerza de trabajo.
Esclavitud
En Antropología de la esclavitud (1986, Siglo
XXI, ISBN 968-23-1605-7), analizó el
conjunto del espacio económico esclavista
que da forma al estado de esclavo, y las
formas políticas y económicas que asume la
esclavitud en los dos tipos de sociedad donde
ésta operó: las aristocracias militares y las
sociedades de mercado.
15

Valoración
Ningún terreno, ningún tema le era extraños.
Trabajó en Costa de Marfil y Malí, y también
se interesó, y muy de cerca, en los Pigmeos,
en la situación de Sudáfrica, en las castas de
la India (1973), los Inuit, o la dignidad del
Inka y sus relaciones matrimoniales (2001).
Reflexionó sobre la economía, parentesco,
política, historia y también, sobre las
representaciones. Sabía que las sociedades
humanas son unidades, que el ser humano no
16
se divide, y concebía su investigación en
consecuencia. El pensamiento de Claude
Meillassoux, era también un pensamiento
libre, que no se inclinaba ante ninguna
autoridad.
Claude Meillassoux, por Emmanuel Teray
(en francés)
Obtenido de
"http://es.wikipedia.org/wiki/Claude_Meillas
soux",Categoría: Antropólogos de Francia
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16