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Los chamanes son aquellos hombres que tienen la capacidad de trascender la simple
realidad cotidiana y volar a otros mundos; moverse entre otras realidades. Así en las
culturas de la América Precolombina el chamán podía tanto volar a los cielos, como al
inframundo, o convertirse en animal, o en una fuerza de la naturaleza, como el rayo. Entre
estas transformaciones una de las más importantes era la transformación del hombre en
jaguar
El jaguar, el animal más poderoso de América, con su impronta de fuerza, misterio
y habilidad para ver en las sombras y volverse invisible entre el follaje de la selva, fascinó
siempre a los pueblos que estaban en contacto con él; al punto de buscar la forma de
asimilar su poder; y la manera más directa de adquirir estos atributos era convirtiéndose en
él
El uso de alucinógenos, tales como el cebil, pudo ayudar a las visiones de
esa transformación que son una constante en toda mesoamerica y gran parte de la
América del sur. El Hombre -Jaguar es el que "ve lo que no se ve", desvelando las sombras,
es un depredador que cuida la entrada al mundo mágico, al cual el iniciado pretende
penetrar
Entre los mayas la transformación del hombre en jaguar era un práctica chamánica muy
fuerte que aún perdura en algunas comunidades indígenas, paralelo a la idea del "tonal"(el
compañero animal de cada hombre); aunque diferente; ya que la transformación chamánica
requiere poder, un poder sobrenatural que pocos elegidos poseen la integración del animal
con el humano es expresión y símbolo de un poder que trasciende lo meramente humano
para conectarse con lo sobrenatural. El jaguar así nacido es un animal mágico que no
puede ser destruido por las contingencias naturales.
También en la cultura de La Aguada (Argentina) las ceremonias eran centralizadas por el
culto del jaguar (complejo de transformación chamánica) que implicaba la unificación entre
el hombre y el felino durante los estados de trance logrados mediante la ingestión de plantas
psicoactivas, danzas y música
En el antiguo Perú, según relatos del Inca Garcilaso, el culto del felino, como mensajero
de lo sobrenatural fue anterior a los Incas quienes "se dejaban matar" por el tigre cuando
lo encontraban y no lo cazaban
En las provincias de Salta, Catamarca y La Rioja, (Argentina) el jaguar es conocido, en la
creencia popular de los lugareños como el tigre-uturuncu, vocablo que tiene similitud con el
de "otorongo" aunque éste último denomina al felino como un poder o una sacralidad; no
como un animal en el sentido zoológico, el pueblo cree que muchos de los tigres son
hombres transformados, y para ellos tiene algo de pecaminoso quien los caza. Según
cuentan, la transformación del hombre en el animal, se obtiene revolcándose sobre su
cuero, con un ritual especial e invocando al felino; o también untándose con grasa de éste.
.Así en las diferentes visiones de los pueblos de la América Precolombina, se erige como
una constante la mítica presencia del Hombre-Jaguar, en donde no es sólo el poder del
jaguar el que potencia al hombre, sino también es la presencia humana la que diviniza al
jaguar, de modo tal que el mero animal se transforma en ser sobrenatural de garras
desmesuradas y feroces e irreales colmillos
Son garras que visibilizan el poder que abre las puertas que separan este mundo del
mundo de los dioses y son colmillos que desgarran hasta el despojamiento la carne del
iniciado, hasta devorar el espíritu y transportarlo a otro lugar, una vez allí se transforma en
guía y regresa a su manifestación antropomorfa.
El Hombre-Jaguar y los orígenes del Hombre Americano
En un simpático libro, escrito para jóvenes lectores, contado a través de objetos personales
antropomorfizados (un libro, un reloj, una estilográfica, un cuaderno, un llavero), leemos
este pasaje asociado a las investigaciones colombianas de Paul Rivet en San Agustín,
Huila, en 1938: “Cuentan que hace miles de años, en el principio de los principios, un jaguar
violó a una muchacha indígena y del vientre de esta nació un hombre-jaguar. Aquel niño
creció, y cuando fue mayor, se fue a vivir a los páramos, cerca de una laguna. Allí habita
desde entonces, guardando celosamente la sabiduría de los jaguares y de los hombres. Y
hasta allí acuden los brujos para entregar sus secretos a los más jóvenes. Cuando truena,
es como si rugiera el jaguar, el mensajeros de las divinidades, y el brujo descifra las buenas
o malas noticias que comunican, mediante el trueno, los dioses.” (Rodríguez, 1998: 38)
Varios elementos pueden ser identificados y estudiados en la estructura del mito, unidades
dramáticas que pueden ser abordadas a partir de los aportes interpretativos de Lévi-Strauss
(1976), Propp (1987) y Clarac (1997): El hombre-jaguar nace de la unión de un ser humano
(violación de la muchacha indígena) con un ente natural, el jaguar (Panthera onca),
poseedor de atributos admirados y temidos por los indígenas. La unión de dioses y
humanos en la concepción de los héroes culturales es un rasgo común a muchas
mitologías. Este félido es un ser preternatural en el imaginario de diversas tradiciones
mitológicas americanas, como mostraremos más adelante. El hombre-jaguar mora en los
páramos, en la vecindad de las lagunas, espacios sagrados en los cuales se escenifica la
comunicación entre los hombres y los dioses. El hombre-jaguar es custodio de un saber
hermético que ha de transmitirse de forma iniciática, de ancianos a jóvenes, a través de las
sucesivas generaciones. El trueno es la voz del jaguar; el chamán es el intérprete de esa
voz, virtud a la sabiduría dada por el hombre-jaguar primero. Este mito ilustra los orígenes
y los atributos del chamán.
Los jaguares son símbolos omnipresentes en los mitos, los petroglifos, la cerámica y la
cestería de los pueblos americanos originarios. Podemos –y debemos– seguir aquí la
recomendación de Lévi-Strauss formulada en uno de los ensayos que
conforman Antropología Estructural, y conjuntar Etnología y Arqueología para develar el
significado profundo de los mitos y sus representaciones plásticas en objetos
arqueológicos. Para Lévi-Strauss (1987: 246), resulta evidente que en América del Sur,
donde las culturas han mantenido contactos regulares o intermitentes, durante un
prolongado período, el etnólogo y el arqueólogo pueden colaborar a fin de dilucidar
problemas comunes como el significado de algunos símbolos culturales. Para Propp (1987:
21-23), el relato maravilloso –y por extensión el mito– es un producto surgido a partir de
determinada base económica. Muchos motivos del relato maravilloso se explican por el
hecho de que reflejan instituciones realmente existidas; sin embargo, no todo se puede
explicar con la presencia de esta o aquella institución. El relato maravilloso presenta un
nexo con el ámbito de los cultos, con la religión. Para Engels, “toda religión no es otra cosa
que el modo que tienen de reflejarse fantásticamente en la mente de los hombres las
fuerzas exteriores que reinan por encima de ellos, en su vida cotidiana; es un reflejo en el
que las fuerzas terrenas asumen la forma de fuerzas sobrenaturales.” (Engels, citado por
Propp, 1987: 23). Pero pronto, junto a las fuerzas de la naturaleza, aparecen también las
fuerzas sociales, fuerzas que se contraponen al individuo y reinan por encima de él,
convirtiéndose en incomprensibles, extrañas y dotadas de una invisible necesidad natural,
igual que las fuerzas de la naturaleza (ibídem).
La relación simbólica entre el jaguar y el chamán es uno de los temas que tratamos en
nuestra Memoria de Grado (Morón: 2007) para optar al título de Magister Scientiae en
Etnología, bajo la dirección de la Dra. Jacqueline Clarac, al comienzo de aquel ensayo,
citamos: “En nuestra Cordillera de Mérida no se habla del ‘jaguar’ sino del ‘tigre’ o del ‘gato’
(aparentemente se trata del gatomontés) y las referencias actuales se dirigen
especialmente a su asociación con el arco iris (Arco y Arca tienen en efecto ‘ojos gatos’, lo
mismo que las lagunas). Las principales representaciones del jaguar en Colombia se
encuentran en las estatuas de piedras de San Agustín, donde es uno de los animales
dominantes, y en nuestra propia arqueología [la venezolana] está presente muy
especialmente en los petroglifos, sea en forma entera, sea sólo a través de sus patas.”
(Clarac, 1997)