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LA TERTULIA, VILLARRICA Y UNA GUITARRA AZUL

Por J Benedictus

ESTROFA 1 ESTROFA 3
Con el tiempo ¿Y dónde está quien yo quiero
Van llegando los recuerdos Que la llamo y no responde?
Del principio Será que se fue de aquí
De los años que volvimos nuestro sitio O que se ha cambiado el nombre
Donde fuimos lo que fuimos Y los hijos de esta tierra
Y seguimos siendo Quisiera verlos presentes
Con la pácora en la mano
ESTROFA 2 Y la esperanza de siempre
Con el tiempo Tímbale Tímbale
Van llegando las preguntas Tímbale le le (bis)
Trascendentes
Que si abrimos el camino
O seguimos un destino Canción GENTE DEL CORTE
Que no es lo mismo (Banda MartinaPombo - Aire
Tradicional del Norte del Cauca)
CORO
Somos la gente del corte Cantada por la banda y la gente de
La que empieza de madrugada Villarrica, Cauca, en Agosto 6 de 2010,
Somos la gente del corte a las 9pm en un concierto popular.
La del río, la del agua (BIS)
La que espera

And they said then, "But play, you must, Entonces le dijeron, “Debes tocar un aire
A tune beyond us, yet ourselves, Más allá de nosotros, que sea nosotros
/mismos
A tune upon the blue guitar
Of things exactly as they are." Un aire en la guitarra azul
De las cosas como son exactamente.

Poeta Wallace Stevens, ―The man with the blue guitar‖, 1937. Traducción de J Benedictus
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Vamos a crear y a visitar ficciones, como las cantó el poeta Stevens y las pintó Picasso, el

creador de la guitarra azul. Imagínate, lectora, que nos subimos al DeLorean del simpático ―Doc‖

Brown, el viejito loco de la película ―Regresando al Futuro‖. El auto es fantástico; en un instante

nos trasladará a donde queramos, hacia atrás o hacia adelante en el tiempo y hacia cualquier

punto del planeta. Podemos, si deseas, llegar a puntos varios de la espiral que Giambattista Vico

soñó para la historia humana con sus edades en cadena, que progresan porque retornan y toman

en sus nuevos ciclos lo que los humanos han creado. En el auto vamos a examinar algunas

escenas que nos interesan para valorar lo que ocurre en un panorama de interés común, el de las

artes colombianas y, más concretamente, el muy cantado plan de su democratización. Lo

haremos viajando hacia el próximo pasado, en el presente y hacia el próximo futuro tomando a

Cali y su entorno como un alias del territorio nacional. Tendremos en mente las ―cuestiones

trascendentes‖ que cantaron los negros de Villarrica en una función popular de agosto 6 pasado,

acompañados como estaban por una guitarra azul que les prestó el grupo de investigación y

producción musical MartinaPombo.

Si quieres, tú serás el intrépido Marty y yo seré el Doc Brown de la película. Te dije ―lectora‖

para desarreglar las cosas, ya que en estos viajes todo es desarreglo, que puede ser, como verás,

también arreglo. Rompemos la costumbre, machista para algunas, de llamar ―lector‖ al sujeto

que --como tú intentas ahora-- disfruta (o sufre) ensayos al estilo del que tienes entre manos.

Puedes ser lector o lectora y yo puedo ser autor o autora. No sabes qué soy, aunque posiblemente

lo adivines si tienes el sentido fino de Helène Cioxus, quien está convencida de que la escritura

tiene género. Te propuse que yo sería el Doc Brown pero mi nombre es J Benedictus, que puede

ser de hombre o mujer. Josef Benedictus o Josefa Benedictus. Eres lectora pero puedes ser mi
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alter ego, para dar plena cabida al discurso de ensayo, en línea con Montaigne: conversación

conmigo mismo. Los mundos que veremos serán microcosmos de las artes en Colombia,

pequeñas escenas ejemplo, que vistas desde lados periféricos, pueden resultar finos arreglos.

¿Ves por qué escribí (des)arreglos? Por su color azul --el de la guitarra de Stevens-- contrastan,

unos más otros menos, con el color sucio de los lunes

That generation's dream, aviled Ese sueño de herencia, envilecido


In the mud, in Monday's dirty light en el lodo, en la sucia luz de un lunes

Porque los artistas (y los poetas también son artistas) crean mundos alternos, no siempre en azul.

También los crean de otros colores, cenizos, amarillos o violetas (¿te acuerdas de Color

Purple?). Siempre distintos de los colores prosaicos y turbios de los lunes que solemos, con

perdón de quien nos calza, llamar de zapatero.

Aprenderemos, eso espero, que las artes no se difunden desde el museo de La Tertulia a la

polvorienta Villarrica, ni al revés, sino que se fecundan mutuamente. La Tertulia y Villarrica

estarán, en un punto del viaje, por los Salones y los pueblos varios de Colombia. Discerniremos

que hay artes plásticas y visuales y que vienen también en otras formas de potencialidad

equivalente. Acordaremos que en ambos puntos (en los Salones y pueblos), y en el intermedio,

las artes nos llevan a mundos ―trascedentes‖, vistos a la ―luz de un nuevo cielo‖, como escribió

hace poco un dramaturgo caleño en su relato de viaje de retorno a la ciudad. Veremos igualmente

que hay instancias en que el traslado es eficaz mientras otras hay que lo son menos, y otras que

no logran despegar de la prosaica ―luz de los días lunes‖, lastrados como están por la

indiferencia, la banalidad, o el prosaísmo. A lo sumo nos distraen o entretienen, escandalizan o


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repugnan. O, lo que es más deprimente, se vuelven maquinitas de hacer prestigio mezclado con

dinero. No nos conmueven como soñaba Borges hicieran sus relatos.

Haremos, en nuestra ficción, que la Colina de San Antonio --un barrio de Cali, simpático y muy

tradicional, colmado de artistas, artesanos, hippies tardíos y otros personajes insólitos-- sea al

mismo tiempo el Cerro de las Tres Cruces. Más aún, haremos que el cerro se eleve tanto que

permita llegar con la vista a Villarrica, un pueblo del Norte del Cauca, entre los cañaduzales, y

por él como dije, a otros puntos del país nacional, e incluso mundial, pues habrá sitios del

continente americano y de otros, a que el DeLorean nos lleve en un instante.

Y ¿por qué San Antonio? Primero, porque la colina es símbolo de Cali. Segundo porque en Cali

(como en la publicidad de la Avianca) ―ocurren cosas‖ que, en nuestro caso preciso, sirven de

punto de reflexión y controversia. Y tercero, porque si uno no tiene un punto fijo de referencia se

complican tanto las cosas que nos volvemos más locos que Doc Brown al entrar a la estratosfera

de lo puro abstracto. Y ¿por qué Villarrica? Porque hasta este pueblo de negros, casi todos hijos

o nietos de corteros, llega la voz de La Tertulia --¡perdón!-- de La Emisora Carvajal que con su

FM tiene el propósito de ―difundir la cultura‖. Escucha: el ―Salón‖ de La Tertulia centro de

cultura: Villarrica ―pueblo‖ sin cultura hasta donde se difunde por las ondas hertzianas.

No sé si recuerdes el juicio durísimo de Doris Salcedo en una entrevista reciente de El

Espectador al ser preguntada por qué no la invitaban a eventos locales colombianos: “Porque el

medio del arte en Colombia es muy cerrado. Se lo apropiaron unas señoras con un nivel

educativo más bien bajo y no creo que estén en condiciones de enfrentarse a este tipo de obras,
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a ese diálogo, no creo que tengan intención de profesionalizarse. Hay problemas estructurales

muy graves.” Más de uno pensó que Doris aludía a La Tertulia y al MAMBO, gemelos en su

historia y avatares. Dicen los blogs que La Tertulia ha sufrido derrumbes, causados por las

lluvias o por administraciones ineptas. También ha sufrido inundaciones, los anunciados embates

del Río Cali. Entenderás que el título del ensayo tiene también la elasticidad metafórica del cerro

San Antonio, y que el trayecto entre La Tertulia y Villarrica representa trayectos en la geografía

nacional. Elásticos, como San Antonio, que está por otros centros/salones desde donde ―se

difunde‖ la cultura. Es el caso de Cartagena, Santa Marta y Barranquilla para el Salón Nacional

que está en preparación. Entenderás también que, por fortuna, La Tertulia, a pesar de sus

derrumbes y acaso por los mismos (así fluye la vida) está cambiando sin dejar de ser La Tertulia

de Cali. Menos ahora cuando tendrá, es de esperar, un nuevo impulso santo (o santista) desde el

Ministerio de Cultura. Ya no es, como cuando nació en 1956 y lo musita el nombre, una casona

de la Quinta con Cuarta para comer empanadas y hablar del arte europeo, compartir pequeños

chismes de la élite local y hacer obras de caridad a los niños pobres de la vecindad. De esos

cambios en positivo que llamo (des)arreglos trata, precisamente, el panorama que te invito a

atalayar.

***

―Ser y no ser‖ es el lenguaje del arte, pues la metáfora, como dice Paul Ricoeur, permite decir

que determinada cosa ―es y no es‖ al mismo tiempo, como en sueños. Ya viste que La Tertulia,

es y no es la Emisora Carvajal; es y no es tertuliadero banal; se derrumba y a la vez es bastión

importante, como son las Villarricas, del arte nacional. La Emisora es y no es admirable, porque

mantiene una preciosa tradición de música académica --de las pocas que persisten—pero da a
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entender que la que se emite es La (Única) Cultura, cuando ésta se toma como el arte musical.

Sin perjuicio de que emita también música folclórica, que no agota sino que ―plastina‖ --palabra

que, verás, es sintomática-- el arte musical de los pueblos de Colombia.

En realidad, sin que dejara de ser La Tertulia, sus paredes fueron ―ensuciadas‖ con mugre de

mendigos callejeros, durante una acción de Festival de Performance organizado por Helena

Producciones. Su curador Miguel González, ―enigmático‖ según críticos, es experto en las artes

de salones y aplaude, consecuente, las instalaciones y actuaciones del performance. Consecuente,

porque según el dramaturgo caleño Sandro Romero, fue cómplice en los años 70 de Ciudad

Solar, refugio de “jóvenes de largos cabellos y bellas ganas de llevar la contraria … residencia

de artistas sin amparo y fumadero de grandes idearios estéticos‖. Entre ellos los que dieron

origen a la mítica ciudad de Caliwood. La Tertulia ha vivido en tensión primero con el Río Cali

al que robó su popular ―Charco del Burro‖ (que no se quiere morir) y luego con las

implicaciones del patrocinio caritativo de las señoras fundadoras. Como el río, ellas difícilmente

aceptan ceder su patrimonio, a pesar de las buenas intenciones de los curadores (o de las

presiones que reciben), para participar en una genuina democratización de la cultura que supere

la uni-direccionalidad de ―la divulgación cultural‖ plasmada todavía en los estatutos. La

exposición ―54 Años‖ más que ―divulgación‖ es recuerdo nostálgico de las señoras fundadoras.

Pero, amiga lectora, el polo del Salón no puede anularse. Es y será parte de la historia de las artes

en nuestro medio occidental. La emblemática Tertulia estará por tanto en otros sitios de

Colombia, en donde haya museos o salones que quieren pasar de conventillos cultos o

empolvados depósitos a --por una parte-- dignos repositorios de las obras sempiternas y --por
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otra—a dinámicos centros especializados en las frescas producciones. Bordearán así el dilema de

convertirse en simples centros culturales o, lo que sería peor, en elegantes centros comerciales.

Cali, de seguir el segundo brazo del dilema, tendría definido su ArtCal a diferencia de Bogotá

que contrata (por ahora) con Corferias sus ArtBos. Sería un ArtCal, a la orilla del río, con la

función especializada de plastinar, para turistas refinados, las artes del Pacífico.

***

Iniciemos ahora nuestro vuelo exploratorio. Vayamos a Redding, Estado de Connecticut en

Norteamérica. Este viaje un poco largo y erudito tiene el propósito de hacer un primer

ablandamiento de nuestra posible rigidez conceptual sobre las artes y de sacarnos del

tropicalismo acomplejado del respice polum. Estamos en una colina sembrada de pinos

dispersos. Cottages de madera se ven a la distancia y es una mañana soleada y veraniega de julio

4, 1904. Sentados en el prado escuchamos desde el sur una banda militar que, para celebrar la

independencia, toca la marcha The British Grenadiers a todo pulmón y un poquitín desafinada,

como si fueran reclutas. Casi en seguida aparecen los acordes de otra banda marcial no bien

determinada que, en descompás con la primera y en tonalidad distinta, hace también la

celebración patriótica llegando por el norte. La brisa modula la vigencia en nuestros tímpanos de

esas músicas discordes de modo que van y vienen, para poco después mezclarse con una tercera

que llega por oriente con los aires de una canción popular, acompasada hasta volverse también

militar. Es el himno norteño Yankee Duddle. Y allí no para la función, pues desde occidente se

entremezclan acordes --a otro ritmo, en solo instrumental, y en otra tonalidad y estilo-- de la

sentida canción de soldados y westerns, The Girl I left Behind. Nuestro cerebro como gran

sintetizador recoge todos los sonidos que van y vienen en intensidad, y los teje para darnos una
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sensación desavenida. Los caballeros cruzados de una sola tradición, como un señor paisa que

hace estatuas gordas para vender en serie y pinta cuadros sobre Abu-Graib para regalar, la

condenarían como el desastre y el caos (si acaso se dignan con nosotros escucharla). Pero no fue

tal en esta historia del arte de la música, aunque algunos en Boston y Nueva York intentaron ser

Boteros. Pasaron décadas y al fin la obra remembrada por nuestro burdo bosquejo fue ejecutada

en Nueva York 1930 y bien acogida por la crítica. La experiencia que vivimos en ficción parece

que realmente ocurrió como evento biográfico del compositor Charles Ives cuando niño. Años

después la evocación se convirtió en el segundo movimiento del opus “Three Places of

England” que hoy es una pieza ejemplar de la producción modernista del país del norte. El

ignorado autor llegó a ser con el tiempo uno de los exponentes máximos de un arte universal

renovado al que todavía le faltaban estos aportes de la considerada periferia americana (por los

europeos que no habían logrado asimilar del todo los intentos pioneros de Claude Debussy).

El primer movimiento del Opus es otra conjunción, discorde en muchos sentidos, de canciones

negras y dolidas, que fueron parafraseadas por Ives en una sola pieza para honrar la memoria del

primer batallón del La Unión del Norte que era exclusivamente ―colored‖ y luchó por la libertad

de los esclavos en contra de los Confederados del Sur. Y el tercer movimiento es una recolección

bucólica que, al estilo de otro artista --esta vez de la palabra y llamado Thomas Stearns Eliot,

autor de Little Gidding-- parafrasea himnos religiosos anglicanos para expresar la vivencia de un

paseo de recién casados en la campiña primaveral, surcada por un dormido río.

La evocación de T. S. Eliot, una de las figuras modernistas que es blanco preferido del desprecio

de miopes postmodernos francófilos, la hago de propósito para jugar al desarreglo de nuestros


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conceptos recibidos. Quiero acentuar --en sus poemas, en los de Stevens, y también en la música

de Ives-- la flexibilidad de estas corrientes tempranas del siglo XX que florecieron en mil formas

de experimentación artística. Entre ellas las del pintor de la guitarra azul. El espíritu de John

Ruskin, asimilado por algunos los frentes modernistas de inicios del siglo XX (con exclusión tal

vez del modernismo literario hispánico) mantenía una apertura y transversalidad en las artes que

resulta estratégica hoy en día, exactamente cien años después. Porque las artes de que hablamos

son las universales, ancladas como están en puntos concretos de la espiral viconiana, en las

metrópolis y en las periferias, sembrados como hitos de variadas estaturas.

Para sorpresa de todos y rechazo de no pocos, digamos, apreciada lectora, que las artes como

conjunto de esa espiral viconiana no son progresivas. Lo aprendí de William Hazlitt cuando

escribió sobre los genios de las letras. Las obras valen por sí mismas para siempre, cada una,

como dije, con su propia estatura; aunque ésta cambia según las audiencias. Algunas crecen y

crecen hasta alcanzar otros pueblos y naciones y, en veces, hasta los confines de la humanidad.

Homero no es menos ―desarrollado‖ que Cervantes, ni Dante y Cimabue que Borges y Van

Gogh. Ni Hokusai que Klee. Cada uno en lo suyo, ubicados como están en hitos distintos de la

espiral viconiana. Pienso, sin exageración tropicalista –créeme-- que vale la pena que asistamos

tanto al Dream en marimba de John Cage, 1948, como al breve solo que hizo Candelario

González en su marimba de chonta en el Festival Petronio de 2010, hace apenas unos días. Para

otros casos nuestros, Teyuna de la Sierra Nevada y Silva son tan válidos como Salmona y Arturo.

(Teyuna, digo, porque hay artes colectivas que, por ser tales y tal vez desconocidas, no son

menos. ¡Subamos al DeLorean para mostrarte algo¡ … Mira allá abajo los caminos de piedra del

Teyuna prehispánico; míralos al lado del Land Art elaborado en rocas; Windy Nook de Richard
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Cole en Inglaterra y Memoria de Albert Girós en la isla de Ibiza por ejemplo. Y mira ahora los

eternos monolitos de Ahu Tongariki, en Isla de Pascua y los de Henry Moore en la Gallery de

Ontario).

Repito que creerás lo que afirmo, si a las obras agregas el complemento necesario y cambiante

de las audiencias. Piensa en la fría sala en que suena la marimba de Cage y la encendida Plaza de

Toros de Cañaveralejo, a reventar en Cali, para Candelario. Estos y otros son los desarreglos que,

como digo, pueden volverse finos arreglos si lo quieres, cuando te quitas de la mente que artes

sólo hay unas, las plásticas y las visuales, las que cuelgan en museos y se venden en ArtBo o

ArtBasel al cuidado de relacionistas bien vestidos, hoy llamados curadores. Y si concedes que en

las artes no hay progreso en una dirección, la del euronewyorkcentro a donde miran, finalmente,

las bolsas de valores. Serán ―otros arreglos‖ si convienes que para nuestro escéptico DeLorean,

explorador de las artes, no existen complejos de subdesarrollos periféricos ni, tampoco,

privilegios para los hegemónicos y metropolitanos. Como sabes, éstos definen –y no siempre en

términos estéticos-- lo que son y qué valen ―las artes‖ para el mundo.

¿Será que los vacíos y el caos, que diagnostican los blogs para bienales y museos, son indicios de

un retorno cíclico de tipo viconiano, enriquecido con la experiencia centenaria, y que estamos ad

portas de volver a leer, para ajustar no copiar, las ideas del victoriano Ruskin? Sé, querida amiga,

que victoriano, (viconiano también) es una mala palabra para los postodo, pero la traigo aquí de

intento, primero para despertar tu letargo con un poco de aire frío llegado desde el norte; y

segundo porque Ruskin escandalizó a sus coetáneos, al final, cuando lo que dijo de las artes lo

dijo también de la sociedad que las produjo. ¿No convinimos jugar a (des)arreglos? ¿Podríamos
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trasladar la idea de Harold Bloom referente a las fases cíclicas de la literatura occidental al resto

de las artes, y decir que el vacío y el caos actual, producto de las deconstrucciones sin retorno ni

horizonte, no es sino el cambio de registro para entrar en una nueva vuelta de la espiral

viconiana? O, es que acaso crees en el cuento, suicida para los curadores, del ―fin del arte‖ o del

―después arte‖.

***

Dejemos a Norteamérica y el vuelo erudito por el ancho mundo para volver a Cali. No quería

impresionarte pero era necesario el vuelo (y el soplo frío del norte) dado que escuchas tantas

voces en contrario. Dirás que soy anglófono, pero no importa. También cito a franceses e

italianos, como Vico y Ricoeur. Me concederás el derecho de tomar ideas de donde quiera. Mira,

sentémonos allí, en el poyo de piedra de la iglesia colonial de San Antonio. La brisa es suave y

podemos apreciar la ciudad que duerme silenciosa una noche de jueves. The Man with the Blue

Guitar, tal vez ya lo hayas advertido, mi apreciada alter ego, gira en torno del inquietante cuadro

de Picasso, 1903. En Stevens y en el Picasso de entonces la música es azul. Eliot por su parte dio

al libro que contiene Little Gidding un nombre musical, Four Quartets. Con esta flexibilidad

recuperada que, sin excluirlas, supera la reducción del arte a las formas plásticas y visuales,

podremos entender y apreciar la variedad que encontramos en el panorama nacional sintetizado

en Cali y en su entorno de pueblos perdidos entre los cañaduzales. Salimos también al paso de la

exclusión del arte modernista por parte de ciertas vanguardias postmodernas que, en los inicios

de este milenio y como Boteros al revés, sólo conocen y aprecian lo que ellos malproducen o

desconstruyen y lo que les dice --en traducción o paráfrasis-- un puñado de autores franceses con

dificultad leídos y entendidos. Les llegan como por un embudo. Lo demás es despreciado por
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soberbia, parroquialismo, pereza intelectual, o física ignorancia. El vuelo del arco ruskiniano fue

desde la revaloración de Fra Angelico y la defensa del pre-impresionista Turner (frente a

Reynolds) hasta la inspiración derivada de la naturaleza intacta y de las experiencias estéticas

preindustriales, en su caso medievales. En nuestro caso va desde La Tertulia renovada (que no

descuelga su Amaral o su Ariza ni desecha performances) a Villarrica (donde señoras negras en

la cocina mueven cahuingas y en la sala de fiesta o velación cantan salves, bundes, jugas y

canciones).

Un renovado Ruskin tendría que ver, no con el uso de nuevas tecnologías que, al contrario,

introducen dinamismo, sino con ―el vacío‖ que en cuanto a las artes resienten las bienales.

También con la preocupación de las galerías por reajustar el negocio a las exigencias de una fase

―superior‖ más refinada, la del capitalismo cultural. Las industrias creativas y culturales,

planteadas como están para impulsarlo, tienen como dispositivo la plastinación. La usan con las

artes del mainstream y también con los ―bienes culturales‖ procedentes del ―patrimonios‖ de los

pueblos. El dispositivo es el análogo del que Ruskin identificó como el maquinismo de la

revolución industrial. Esperpentos como Bodies --recibido también por La Tertulia bajo la

sombrilla de ―arte‖-- no son sólo demostración de la espectacularización comercial del cuerpo

humano (el mismo que exaltó Leonardo) y de la violencia y la muerte. Son también metáfora

fatídica de la plastinación que las artes, las del mainstream y las ―patrimoniales‖, están

destinadas a sufrir de continuar el avance del capitalismo cultural al que acolitan no pocos

curadores y que resienten pocos críticos. ¿Sabes qué hace la plastinación, la de von Hagen?

Cambia los jugos de la vida ―por resinas elásticas de silicona y rígidas de epóxicas‖ como enseña

Wikipedia. La plastinación es un poquito menos burda que el decadente formol inyectado por
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Damien Hirst. Así emergen hoy los fetiches postmodernos del arte, aquellos que comentan los

blogs.

***

¿Y por qué la insistencia en Cali? ¿Qué es lo de interés que ocurre allí? Está de por medio,

amiga, nada menos que el éxito del programa de ―democratización de las artes‖ que ha sido

entregada a los Salones Regionales y Nacionales y a sus curadores designados. La convocatoria

de investigación curatorial para los próximos 14 Salones Regionales, que confluirán luego en el

43er Salón Nacional, da un tratamiento diferente a la Zona Pacífica, la que preside Cali. Antes de

irnos a La Costa, para mirar lo del próximo Salón Nacional, que es el 42, retornemos a octubre

de 2008-2009 aquí en San Antonio, cerquita de La Tertulia y del Charco del Burro, epicentro del

Salón Nacional 41. A pesar de sus falencias este salón mostró que en Cali y desde Cali

comienzan a plantearse procesos importantes que permiten mirar con cierta perspectiva, fértil

para la crítica de procesos y metas efectivas, el desarrollo artístico del conjunto nacional.

Escucha a Sandro Romero. Al visitar y soñar ese Salón y la ciudad, se pregunta, mientras sale

allá del Colegio de la Sagrada Familia, si de veras está bajo la ―luz de un nuevo cielo‖.

Sin embargo una cosa es el modo indicativo (que dice lo que ocurre) y otra la visión proyectada

desde opciones subjuntivas (lo deseable y programado). Escucha, ahora desde Univalle, a

Adriana Castellanos, una joven crítica, que grita el título de su ensayo “Arte en masa para

todos”. Y pon atención a lo que lee: “Un selecto y reiterativo grupo murmurando con

elegancia”; “el ciudadano del común sigue sintiéndose como un arrimado, un invitado a

regañadientes a una ancestral fiesta privada”. “Buena idea y mejor propósito, sin embargo
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parece que todavía estamos muy lejos de lograr después de décadas de vil exclusión, aún más en

la ciudad de Cali, que el arte y el pueblo se unan en una relación que genere tanto goce y éxtasis

como el ver a peces y pajaritos colgando del puente fundidos en un arcoíris luminoso.”

Ahora sí vayamos a La Costa para el Salón 42. No hay duda, mi lectora amiga, que el Ministerio

de Cultura ha logrado avances en la concertación con las entidades regionales a través de los

órganos constitutivos del Sistema Nacional de Cultura. Sin embargo, los arreglos institucionales

y ciertas confesiones de curadores contratados para el próximo evento hacen dudar de la eficacia

--para el propósito mayor de democratización-- de los Salones Regionales, los Salones

Nacionales y sus curadores. Basta mirar las connotaciones del término Salón que todavía persiste

como centro ilusorio de dinámicas de la transformación radical. Sus antecedentes son franceses,

de elitismo esteticista y rigidez unidireccional impositiva. Surgieron en el siglo XVII como

refugios femeninos que educaban en lo mínimo de etiqueta y modales a los burdos señores

feudales y a sus malolientes soldados. Con el tiempo pasaron a ser nichos elegantes y

perfumados de causeries banales y más tarde lugares de exposición y controversia artística,

interesante y dinámica, incluso de la bohemia parisina, pero excluyente y dandista. Estaban

centrados, como hoy, en las artes visuales, por no decir en la pintura. El resto de las artes

quedaban excluidas y, con mayor razón, el pueblo. En Colombia los salones llegaron a finales

del siglo XIX como réplica servil de los salones franceses. Exactamente, en 1886, año de la

Constitución de Caro y Núñez, Alberto Urdaneta organizó y presidió el primero. En 1940, dentro

del auge propiciado por la República Liberal, confluyeron en la serie oficial de Salones

Nacionales cuya edición número 42 está en curso con epicentro en esta Costa, que miras allá

abajo junto al brillante mar. Sus puntos focales son Santa Marta, Cartagena y Barranquilla.
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Las opiniones que escuchas al respecto apuntan a una disyuntiva que mira por un lado al vacío

(porque, irónicamente, la pintura ha sido excluida de facto) y por otro a la indeterminación de lo

desconocido. El nombre persistente de ―Salón‖ trata de estirar su denotación para ajustarse a la

tendencia democratizadora de ―la cultura‖ recogida por el Ministerio de Cultura en sus otros

programas. El de Salones no se integra aún, en el modo indicativo, con el amplio espectro de

otras actividades culturales que son de obligatorio cumplimiento por la ley que inspira al Plan

Decenal de Cultura. El espíritu de la Constitución del 91 todavía no ha tocado el nombre y la

connotación y estructura respiran todavía los aires de la Constitución de Caro. Pervive pues, en

el modo indicativo, la centenaria connotación eurocentrada, unidireccional , excluyente y

dandista (dandismo postmoderno, desde luego).

Los responsables del Salon 42 en el Caribe captaron la inconsecuencia y adoptaron en la etiqueta

pública de su programa una palabra que suena como el espetar de un reto. Escucha lo que gritan

mientras marchan en demostración por la plaza: Independientemente! Quieren liberarse de la

tradición de Salones y, sin decirlo --porque está programada desde arriba y ellos son curadores--

de la curatorial. Ellos serán los catalizadores que articulan y dinamizan la pluralidad autónoma

de manifestaciones y apropiaciones culturales, llámense o no artes, de los pueblos que forman la

nación. Escucha por contraste ahora a una linda curadora que nació en La Costa, estudió y vive

en Bogotá, y fue ―asignada‖ a un centro de esta Costa para dirigir un Salón. Ven, que concede

una entrevista. Mira cómo observa esa Costa con gesto de desdén. En tono de lamento confiesa

que su interés son los ―públicos especializados del arte‖ ante los cuales quiere ampliar ―la

plataforma de visibilidad‖. En ese interés de empresaria poco es el peso de la gente del común,
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es decir de los vulgares costeños. Indecisión, indecisión. A lo sumo interesan los turistas y, por

obligación institucional, los estudiantes.

Volvamos al Independientemente! y su marcha. Los curadores parecen decir que toman en serio

el acento retórico y subjuntivo del Plan Decenal y del Ministerio de Cultura sobre el ejercicio

democrático de los DERECHOS CULTURALES. ¿No los escuchas y ves en sus pancartas las

mayúsculas? Ejercicio de derechos a la creación, a la participación. Y, si la gente decide,

también al consumo de los bienes provistos por las industrias culturales. Es el modo como la

gente, que nos es tonta, interpreta el mandato de la Constitución en cuanto a la cultura y las

artes. Interesa entonces que evaluemos qué tan en serio toman los curadores el giro indicativo la

gente. Y si no atienden al giro me dirás en dónde quedan la democracia y el mandato

constitucional. Como no bastan las buenas intenciones, tendremos que ponderar cómo y con qué

capacidad los curadores asignados como responsables exclusivos de dirigir el proceso serán

fieles al espíritu de la última convocatoria ministerial: No obstante hoy nos encontramos con un

concepto de lo curatorial expandido en distintas direcciones, puede incluir prácticas y

propuestas cuya circulación pública puede ser diferente a la figura de la “exposición”. Sin

descartar las concepciones tradicionales es factible plantearse otros modos de inscripción

pública de un proyecto artístico; la selección de prácticas artísticas puede incluir procesos,

producciones y experiencias de diversa naturaleza que por su misma condición pidan otro tipo

de puesta en público. Tal es el caso de prácticas que no se traducen necesariamente en la idea

de “obra”. Esta concepción ampliada intenta ajustarse a la complejidad y diversidad del arte

contemporáneo.
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***

Vamos de nuevo en dirección de Cali para descender en Villarrica. Nueve de la noche en una

calle lateral pavimentada a medias, sólo una cuadra hacia el fondo, porque el resto es balastro y

polvo que da entrada a las casitas que se quedaron a medio terminar. La ―luz sucia del lunes‖ se

ha ensuciado más de martes a viernes, porque hoy es viernes. Los habitantes del pueblo, casi

todos afros que descienden de los primeros contingentes de esclavos traídos al valle del Cauca,

han terminado sus jornadas semanales de informalidad en Cali, de míseros empleos en los

pueblos y campos aledaños, de corteros en los cañaduzales y de jóvenes desocupados. Con las

mujeres, los niños y los ancianos están atentos a lo que dicen ocurrirá en la callecita estrecha

convertida en escenario. La luz sucia se ha ido. La reemplaza la luz ámbar del servicio público

que alcanza, por la calle lateral, a dos toldos prestados que la cierran al fondo. Hay una función

convocada por MartinaPombo, el grupo musical que con apoyo de Mincultura y la Universidad

Javeriana Cali ha venido trabajando por dos años con las cantoras locales para repasar sus

bundes y animar a otras mujeres, a los jóvenes y a los niños, a formar nuevos grupos. La música

que traen es la de una banda mixta con guitarra eléctrica, bajo, acordeón de botones y dos juegos

completos de percusión. Reposa junto al moderno sintetizador Roland una trajinada tambora

caucana, iluminados por el mismo ojo de una luz robótica que gira sin parar. Trajeron también

durante los días previos conferencias y una exposición de pinturas y fotografías de gran formato

que recogen imágenes vivas de lo que pasa en el poblado. No son imágenes litografiadas de las

pinturas que hay en La Tertulia ni reproducciones en grande de las maravillas surrealistas de

Fernell. Sus temas son humildes y variados, surgidos de en medio de los cañaduzales. Las

pinturas son de un artista plástico formado en la academia pero que trabaja en serio temas

sintónicos con las fotografías. Las voces primas son de tres chicas, dos afro y una rubia. Hay en
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los toldos un montaje de luces y parafernalia de espectáculos de última generación que prepara el

ambiente para que, acaso, aparezca una guitarra azul en que canten la banda de MartinaPombo,

las viejas cantoras y el pueblo en general.

Manato, una de las señoras del pueblo tiene 100 años, no canta ahora, como lo hizo por décadas,

pero sube al escenario a declamar un poema y a dar la bienvenida. Para continuar, la señora líder

de un grupo regala a la audiencia el tango ―No me escribas‖ de Bardi y Caruso, cantado como

bolero, a capella, con la voz argentina y potente con que guía, un poco después y en modo

antifonal, los coros de los bundes y las jugas. Lo hace luego de que una banda de jóvenes

teloneros de la localidad mostrara sus avances en el canto y aires tradicionales del Norte del

Cauca. Vienen después dos presentaciones de sendos grupos de cantoras, que están preparando

su repertorio para competir en el próximo Festival Petronio Álvarez, en Cali. E inicia,

finalmente, la presentación de MartinaPombo, con canciones que parafrasean –como en el caso

de Ives pero con estilos de rockeros cultos (el líder tiene un PhD de Toronto)-- los aires de

Villarrica. En un momento dado el joven cantante telonero local substituye a las chicas de las

voces y la gente, de pie, se arremolina para apropiarse de la propuesta musical que suena con los

aires suyos renovados y potentes, respondiendo antifonalmente a las estrofas del cantante.

Ña Manuela menee bien CORO Y se vino de madrugada


No sea tan escandalosa Qué dirán , qué dirán Para la celebración
Y menee su caderaje Qué dirán, y qué dirán Con la gente del Distrito
Como cuando estaba moza (bis) Le mandaron la razón
Como cuando estaba moza Le mandaron la razón.
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La tonalidad pasa a menor para un bunde cantado por una chica de la banda, Ingrid Brown,

mulata de ascendencia jamaiquina, que aprendió en Villarrica no sólo a cantar los aires todos de

la zona sino a ponerse el turbante como debe ser.

Comadre Jacinta no vuelva a parir (bis) Ay, comadre Ifalia no me diga así (bis)
Que todos los hijos se tienen que ir Que todos mis hijos los vuelvo a parir
Se tienen que ir, se tienen que ir. Los vuelvo a parir, los vuelvo a parir.

Las madres se miran a los ojos y musitan conturbadas la canción tradicional, el bunde triste que

acompaña la muerte de los niños, de los niños que no resistieron en Villarrica ―la sucia luz del

lunes‖. ―La luz de un nuevo cielo‖ transforma, en el toldo y en la calle, las cambiantes

proyecciones de reflectores, humo, y papelillos botados al aire por la máquina, en una epifanía.

Vuelven los tonos mayores y las señoras suben al proscenio y cantan con la banda, que se

confunde en una sola fiesta

Los que hicieron falta, mandan a decir (bis) Al amanecer, al amanecer, al amanecer
Sigan celebrando, ya que están aquí (bis) Amanece y amanece, al amanecer,
Al amanecer el día, al amanecer.

Por un rato todos se agitan en ―la luz de un nuevo cielo‖, la que buscaba quien dijo al guitarrista

de Stevens ¡debes tocar un aire más allá de nosotros, en la guitarra azul! Al amanecer.

***

Que el DeLorean nos lleve en un relámpago, por Cartagena, a Malagana. “Un día cualquiera,

saqué la máquina y me puse a arreglar las falditas de las nietas y comencé a cantar… “Con qué

se alegran mis penas… con qué disipo mi llanto… hablo de la vida ajena… y me alegro con mi

canto”. Eso es la pura verdad, uno cantando se alegra la vida. Si tú tienes una pena y te pones a
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cantar, a escuchar la música que te gusta, la pena se va disipando, es como una medicina, eso

fue lo que me pasó a mí con esa canción, después le puse más versos y ahí está.” Quien comenta

es la artista del bullerengue caribe, Petrona Martínez, al narrar la creación de su última entrega,

―Las penas alegres‖, 2010. Petrona no sólo canta sentada en la máquina sino como artista en

escenarios. Se ha preparado para cantar en los escenarios de todos los países.

La máquina de coser, los escenarios y una canción de por medio. Aparece así la tenue línea

divisoria entre ―la luz sucia del lunes‖ y ―la luz azul de un nuevo cielo‖. Entre el mundo

prosaico, del trabajo y la descreencia, y el mundo de la creencia estética al que conducen las

artes, cualesquiera que ellas sean. Veamos este punto en el registro de la dramaturgia, que es tan

afín al Cali del TEC, de Esquina Latina, del teatro callejero TECA, del performance de Helena

Producciones, del Desfile del Cali Viejo, 28 de diciembre en plena Feria. En contrapunteo con: la

salsa del Salsódromo; la salsa clásica grabada en acetatos que se escucha sentado, silencioso, con

una cerveza Póker en la mano; la cabalgata de miles de jinetes; las verbenas; y los toros de

Cañaveralejo.

Para preparar el desfile del 2010 se sientan 40 grupos populares a la mesa de ―concertación

democrática‖ de la Alcaldía de Cali. Quieren que esta expresión nacida como búsqueda de algo

propio dentro del contexto de exportación que es la salsa y La Feria, se convierta en carnaval,

con todas sus implicaciones de expresión autóctona y autónoma. La Feria, como ocurrió con La

Tertulia, nació en la década de los 50, cuando Cali se reponía del desastre causado por la

explosión de dos camiones con dinamita que el ejército había parqueado en uno de los barrios. El

carnaval, emergió poco a poco a lo largo de 20 años, es soñado por la cuarentena de grupos en
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concertación, y tiene a no dudarlo, un fuerte tinte dramatúrgico que le instiló El TEC a la ciudad.

El carnaval será de murgas, mojigangas y comparsas, como en Cádiz y Montevideo.

***

Volemos ahora, muy de presto, hasta África, 1982, a conversar con Victor Turner porque la

dramaturgia de Cali tiene color universal. Mira, el viejo antropólogo está sentado, despidiéndose

de sus amigos los Ndembu, de Zambia, debajo de un enorme árbol llamado baobab. Sus ramas

son tan rotundas y varias como el arte de los pueblos de la tierra que el escocés ha visitado y que

se apresta a abandonar para refugiarse en su estudio de Charlottesville, Virginia. Turner escribió

que ha dialogado por años con Richard Strechner sobre su propia experiencia como hijo de una

actriz de teatro en Glasgow, como adicto al teatro shakespereano, y como etnógrafo partícipe de

miles de eventos de cultural performance (rituales, ceremonias, carnavales, teatro, poesía). Que

nos explique su propuesta modélica que

ha rumiado por décadas. Nos ayudará a

captar la complejidad dinámica de los

procesos sociales y su expresión en el

arte vivido, el de cualquier categoría, de

teatros reales, operas, salones, calles

metropolitanas, Villarricas y pequeños

asentamientos campesinos. Sobre todo, que nos ayude a entender el plano de la vida ordinaria, la

de la ―sucia luz del lunes‖, como distinta de, pero íntimamente conectada con el plano de la vida

en la luz epifánica ―de la guitarra azul, luz de un nuevo cielo‖. Es y no es; es danza, tonalidad, y

es luz. Miremos su diagrama, que es una espiral en forma de ocho acostado en que se distingue
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una doble relación. Por una parte entre la expresión explícita del drama social y del drama

escenificado o performático (la obra de arte). Por otra, entre sus dinámicas implícitas, es decir las

tramas profundas en que se estructuran tanto el drama social como la expresión artística.

Parece que el viejo está tan embebido con sus amigos Ndembu que es mejor no molestarlo.

Volvámonos a Cali. Te iba a decir que drama social es para Turner cualquier proceso de la vida

de los pueblos, en cualquier escala y en cualquier dominio, que está hecho ineluctablemente de

tramas de intereses, y por tanto de conflictos. Enrique Buenaventura, al explicar su método del

Nuevo Teatro, decía que la acción y poesía teatral era la conversión del conflicto en gesto (en el

genuino sentido brechtiano). Así como algunos dicen (con o sin razón) que la filosofía del

narcotráfico penetró por goteo en la cultura caleña, hay muchas razones para pensar que en Cali,

el trabajo metódico del TEC y de otros grupos teatrales --formalizados o no, de escenario

tradicional o de la calle-- fecundó la vivencia expresiva del drama social en todas sus escalas y

modalidades. Es decir, fecundó el conjunto de sus artes incluyendo, desde luego, al Caliwood.

El arte caleño no pudo eximirse de esta dramaturgia y lo demuestra en las variaciones, visuales,

plásticas, de performance y demás, que estamos explorando. Esto vale para las toldas en las

callecita lateral de Villarrica, para las esculturas de Tejadita, las fotos de Fernell, la película

Sangre de mi Sangre o el documental Agarrando Pueblo y sus congéneres de Caliwood, y las

extravagancias performáticas patrocinadas por Helena Producciones. También para algunas

rutilantes muestras del Festival Mundial de La Salsa que hacen pensar en Barrio Ballet de

Incolballet. Vale finalmente, para Espacio Temporal que incursiona en exposiciones


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―alternativas‖ a la sombra de La Tertulia, y para ―la vitrina‖ de Lugar a Dudas de Oscar Muñoz

en que los jóvenes artistas inician sus presentaciones en sociedad.

En estas expresiones, sintéticas y artísticas, de la muy amplia y variada vivencia ordinaria hay

gradación de efectividad estética porque, como en todo proceso de este mundo, hay resultados

buenos, mediocres y los hay también muy pobres, que apenas si logran superar el prosaísmo de

―la sucia luz del lunes‖. Más aún, algunos intentos de arte le añaden turbiedad como viste, mi

querida amiga, cuando hablamos de bodies, plastificación y comercio con el dolor, las víctimas,

la tortura, y los cadáveres. Para escapar del prosaísmo o de la banalidad creciente, y de la falta de

ingenio o virtuosismo, algunos buscan impactar al público con extravagancias, escandalosas

unas, vulgares otras y chocantes las terceras. Enredados en la mediocridad y decadencia no

logran levantar el vuelo para ascender a la luz de un nuevo cielo que entrevió Sandro Romero.

Vamos en un instante, por ejemplo y con la nariz tapada, allá abajo a la carrera primera con calle

18, a ver cómo un proyecto de artista defeca en público y come su propia caca, peanut butter

nauseabundo sobre pan tajado, en una performance patrocinada por Helena Producciones. Es una

acción en el Primer Festival de Performance, 1997. Acaso lo más elaborado de la acción es el

nombre, otorgado por un comentarista, que sustituyó el vulgar ―comer mierda‖, por el más

refinado de practicar la coprofagia. El relator del Festival anota ―Siempre he dicho que si eso no

es arte, entonces nada lo es.‖ La afirmación puede extenderse a otras prácticas, entre ellas una

que día a día gana respetabilidad o al menos clientes y convendría explorar en otros vuelos.

Ocurre cuando la valencia estética del arte vivo se substituye o pervierte –plastinada, dijimos--

por la acción publicitaria, mal disimulada, de agencias, galerías y curadores, que ceden al
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propósito simple y único de vender y vender al mejor precio. No importa qué vendan ni a quién,

incluso y mejor a quien más tiene, así su dinero sea del narcotráfico. Dejamos el asunto para

futuros vuelos.

***

Que el DeLorean nos lleve de nuevo a nuestro poyo de piedra en San Antonio para concluir la

charla. Petrona se quedó corta en su relato, mi querida lectora. Las canciones arte, como

cualquier arte, no simplemente ahogan los pesares, como lo haría un borrachito en un litro de

aguardiente. Aquí en la ciudad, como en otras partes lo hicieron también finos maestros, Enrique

Buenaventura insistió en que la creación colectiva es un modo propicio de romper, primero en el

gesto del arte luego en la vida, las cadenas que estatuyen la condición humana y generan

conflictos y violencias. Esta condición, como propuso Sartre y lo desarrolló bien André Malraux

en su novela La Condition Humaine, está conformada no por esencias inmutables sino por

limitaciones situacionales que incitan a que las rompamos. Soñamos superarlas y la expresión

artística, individual o colectiva, de unas artes o de otras, es invitación fuerte a que intentemos.

Por eso en Villarrica, cantada en la luz azul de la calle lateral, a las 10 de la noche de un agosto 6

de 2010, la canción repite:

Con el tiempo Que si abrimos el camino


Van llegando las preguntas O seguimos un destino
Trascendentes Que no es lo mismo

Abrimos el camino y en ello las artes nos ayudan.


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Wallace Stevens escribió estos versos en 1937

In a chiaroscuro where En un claroscuro en donde


One sits and plays the blue guitar. Uno se sienta y toca la guitarra azul.

Pablo Picasso nos había regalado la escena desde 1903.

***

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