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Para muchas personas decididas a emprender una carrera profesional, así como para
aquellas del público general que aman los libros y la lectura, la edición tiene una mística
especial. Y el trabajo de editor goza de gran prestigio.
También está envuelto en un velo de misterio. ¿Qué es un editor? ¿Qué hace? Incluso
para quienes trabajan dentro del ámbito editorial resulta difícil responder estas
preguntas, porque el de «editor» es un título amplio que incluye una multiplicidad de
tareas y funciones. Si en inglés acquiring editor, managing editor, line editor, copy editor
y production editor son sólo algunos de los puestos, no siempre muy claros, que puede
tener un editor, en español suele usarse laxamente el sustantivo.
¿Qué tienen en común quienes comparten el título de editor? ¿Qué los distingue? La
respuesta más simple es que todos ellos trabajan con palabras, pero lo hacen de
maneras diferentes y en grados variables. Algunos editores se ocupan de los conceptos
amplios, otros controlan que los puntos y las comas estén en su lugar, y otros atienden
a la manera en que las palabras aparecen impresas en la página. Entremos a un
departamento editorial y examinemos más de cerca estas funciones.
CLASIFICACIÓN DE LA ESPECIE
El editor de adquisiciones
Perfil. El editor de adquisiciones es, ante todo, un lector voraz. Lee de todo, desde diarios
hasta novelas, pasando por enciclopedias, diccionarios y revistas populares. Su espíritu
sociable le permite establecer relaciones con autores, ilustradores, diseñadores y otros
editores, así como con agentes (un agente con el que pueda establecer una buena
relación de trabajo probablemente le envíe proyectos valiosos y buenos escritores); es
lo suficientemente tenaz como para ir tras un autor al que admira y «vender» a sus
colegas un proyecto que le apasiona. Asume riesgos y es lo suficientemente creativo
como para guiarse por sus instintos en lugar de seguir las tendencias obedientemente.
También es optimista: cree en sus libros y en sus autores y está dispuesto a defenderlos.
Es flexible, porque cada día, si no toda su vida, debe hacer malabarismos para atender
sus permanentes responsabilidades. Es muy organizado y está muy atento a los detalles,
sabe lo importante que es llevar un registro escrito de cada proyecto. Es práctico y
también idealista; nunca olvida que la edición es un negocio y que los libros son tanto
productos como creaciones de la imaginación. Y, como todo editor que se precie de tal,
tiene una indestructible relación de amor y respeto por las palabras.
Thomas McCormack, ex director editorial de St. Martin’s Press, enumera las
siguientes cualidades del editor ideal: «inteligencia, sensibilidad, tacto, claridad,
dedicación, paciencia, accesibilidad, presteza, orden, minuciosidad, capacidad para
trabajar solo, capacidad para trabajar en grupo. Y, además, sensatez y oficio. Seres
humanos abstenerse»1. A esto agregaríamos que los buenos editores no nacen, se
hacen, y ello casi siempre después de muchos años de experiencia.
Debería tenerse en cuenta que nuestra descripción del editor de adquisiciones se
aplica principalmente a los editores de libros comerciales, es decir, a quienes se ocupan
de libros generales literarios y no literarios. Los editores de otros tipos de libros —como
los de referencia o los universitarios— necesitan muchas de estas mismas cualidades,
pero también algunas diferentes. Para más detalles sobre estas otras áreas véase el
capítulo 2, «¿Realidad o ficción? En busca de un nicho».
El editor de contenido
La fórmula «editor de contenido» denota más una función que un título. La edición global
o de contenido —que implica un trabajo profundo sobre el manuscrito— a veces la realiza
el editor de adquisiciones. Más comúnmente, la hace una persona de menor nivel dentro
1
Thomas McCormack, The Fiction Editor, Nueva York, St. Martin’s Press, 1988, p. 71.
del equipo o incluso alguien fuera de la editorial. En estos casos, es frecuente que se
combine con la corrección de estilo.
Distinguir entre diversos tipos de edición no es fácil, porque no existen límites claros
que los separen. Realizar estas distinciones ayuda a pensar en la edición como una serie
de pasos que van de lo general a lo específico. En un extremo está el editor de
adquisiciones, que se ocupa de los aspectos generales y a menudo formula sugerencias
radicales y profundas. Después de leer el manuscrito de un libro sobre la industria
automotriz, podría solicitarle al autor que escriba un nuevo capítulo sobre el uso de
robots; podría sugerirle al autor de una primera novela que cambie el sexo de un
personaje (por ejemplo, que la hermana del protagonista se convierta en su hermano),
por considerar que ello podría volver más poderosa la relación fraterna y fortalecer la
trama. En el otro extremo se encuentra el corrector de estilo, quien mirará a través de su
microscopio buscando un signo de interrogación faltante o una nota al pie mal numerada
(lo que no significa que un editor de adquisiciones no cambie ocasionalmente un singular
por un plural o que el corrector de estilo no señale una inconsistencia en la trama que al
editor de adquisiciones le pasó por alto).
Las funciones de la edición de contenido se ubican entre estos dos extremos. Una
prioridad del editor en este nivel es preservar el estilo del autor. La palabra estilo tiene
dos significados para un editor. Aquí connota el estilo literario, la forma en que escribe el
escritor. Pero también puede referirse al estilo de la editorial —sus normas en lo que
respecta a la ortografía, el uso de mayúsculas, la puntuación y demás—. Asegurar que
se respeten las normas de estilo de la editorial es una función del corrector de estilo
(véase el apartado «El corrector de estilo», a continuación).
El editor de contenido se formula algunas preguntas a medida que va leyendo el
manuscrito. ¿El autor ha planteado claramente lo que quiere decir? ¿Los personajes
suenan como personas reales cuando hablan? ¿El tono se mantiene a lo largo del libro?
(Si, por ejemplo, el autor eligió un estilo formal, un cambio repentino a un lenguaje más
coloquial sería chocante, y debería ser señalado.) ¿El autor ha explicado demasiado?
(Los escritores principiantes tienden a explicar en exceso porque aún no han aprendido
a confiar en su público. Pero también los escritores experimentados suelen ser
repetitivos.) Si el libro no es literario, ¿las ideas se encadenan de acuerdo con una
lógica?, ¿los términos están bien definidos?, ¿las transiciones son claras?
Cuando tenga dudas, el editor de contenido le hará las consultas necesarias al autor,
llamándole la atención respecto de los pasajes que no estén claros, las frases confusas
o la información faltante o poco precisa. Tiene más posibilidades de intervenir que el
corrector de estilo, y puede revisar o transponer partes del texto, para mejorar la fluidez,
fortalecer la lógica. Pero reescribirá lo menos posible y, cuando lo haga, hará todos los
esfuerzos para respetar el estilo del autor. El editor de contenido, como todo editor,
siempre debe tener en mente que el libro es del autor, no suyo.
Tal vez la descripción precedente —que en modo alguno es exhaustiva— dé la
impresión de que el trabajo del editor de contenido es poco menos que monstruoso.
Recuerde, sin embargo, que en la práctica este editor no deberá hacer todas estas cosas
en cada uno de los proyectos. Una novela histórica bien escrita, para la cual se haya
realizado una profunda investigación, puede requerir muy poca edición y, en verdad, lo
mejor puede ser no tocarla demasiado. Por otro lado, un artículo de enciclopedia sobre
embarcaciones requerirá una cuidadosa verificación de cada detalle, y deberá agregarse
cualquier aspecto importante relacionado con el tema que no haya sido tratado. Si, por
ejemplo, no se mencionan las balsas, el editor de contenido podría decidir incluirlas. Hará
alguna investigación sobre balsas y agregará un pequeño párrafo. Luego, puede
necesitar ajustar el artículo de manera que quepa en el espacio disponible; también
controlará el estilo y lo hará concordar con el estilo general establecido para toda la
enciclopedia.
Perfil. El editor de contenido necesita, sobre todo, una especial sensibilidad hacia la
palabra escrita. Sensibilidad que se refiere tanto a lo que el escritor está tratando de decir
como a la forma en que está tratando de decirlo —su estilo literario—. Evita adoptar una
actitud literal y deja que el escritor escriba. Sumerge su propio ego en el del escritor, sin
imponer al trabajo de éste su propio estilo o su modo de pensar. Tiene un buen oído para
el lenguaje, de manera que puede efectuar los cambios necesarios sin apartarse del
estilo y la intención del autor. Y, como cualquier buen editor, tiene un perfecto dominio
de la gramática, la ortografía y el uso del lenguaje.
El corrector de estilo
El corrector de estilo hace el trabajo más pesado dentro del equipo editorial. Debe
leer el manuscrito línea a línea, palabra a palabra, incluso letra a letra, buscando errores
gramaticales, ortográficos y de uso, mala sintaxis, metáforas mezcladas y non sequiturs.
También verifica que se respete minuciosamente el estilo de la editorial, si lo hubiere2.
Reemplaza el lenguaje sexista, así como las expresiones que podrían ser percibidas
corno discriminatorias en otros sentidos (raza, edad o etnocentrismo), controla que no
se haga un uso excesivo de la jerga o el lenguaje coloquial, que no haya afirmaciones
difamatorias o potencialmente ofensivas, así como tampoco plagio. El corrector de estilo
verifica o solicita aclaraciones respecto de cualquier afirmación que parezca imprecisa,
ya sea en un libro literario o de no ficción, y a menudo agrega datos faltantes (¿cuándo
nació el director de cine Bernardo Bertolucci?, ¿quién lanzó para Cincinnati en el último
partido de la Serie Mundial de 1975?, ¿cuál fue la cifra de pesca mundial estimada en
1987?), aun si ello implica buscar en varios libros de referencia o hacer media docena
2
Para ejemplos de normas de estilo, véase el capítulo 4, sobre todo la figura 3.
de llamadas telefónicas. Resulta de mucha ayuda si tiene buena memoria (¿la primera
vez que apareció la expresión «teléfono prepagado», en el capítulo 2, figuraba como
«teléfono prepago»?); es esencial que tenga una actitud de cuestionamiento, incluso de
sospecha.
Además, el corrector de estilo recibe instrucciones del editor de adquisiciones acerca
de lo que debe controlar en el manuscrito y de los problemas específicos a los que debe
estar alerta (por ejemplo, el uso excesivo de las cursivas para enfatizar) o desviaciones
del estilo convencional (por ejemplo, el uso de argentinismos en lugar de un español
neutro). El cuidado por estas cuestiones se transforma entonces en su responsabilidad.
El corrector de estilo funciona como el primer corrector de pruebas. Busca pequeños
detalles, como signos de puntuación sin cerrar, paréntesis faltantes o cantidad incorrecta
de puntos suspensivos (para indicar... que algo se ha omitido en una cita). Verifica que
todas las notas al pie tengan el mismo formato y estén numeradas correlativamente, y
que el número de los cuadros mencionados en el texto coincida con el de los cuadros
mismos. Controla que no haya números transpuestos (por ejemplo, 1938 en lugar de
1983), verifica que cuando se mencionen varios porcentajes éstos sumen cien y le avisa
al autor cuando el suéter o el lápiz labial de un personaje cambia de color en la misma
escena.
En algunas editoriales, es responsable de marcar el manuscrito para quien pare la
tipografía (lo que se conoce como marcado tipográfico). Utiliza códigos especiales para
mostrar de qué manera elementos tales como títulos de capítulos, subtítulos y títulos de
cuadros aparecerán en la impresión. También instruye al tipógrafo respecto del formato
que deben tener cuadros, listas, citas extensas (a bando), notas al pie y bibliografías;
marca las palabras que deben llevar una tipografía especial (por ejemplo, negritas,
cursivas o VERSALITAS), e indica los puntos en los que se requiere un nuevo párrafo o un
cambio de página.
Parte de la tarea del corrector de estilo es ocuparse de los pequeños detalles. Un
corrector de estilo describió este aspecto de su trabajo en los siguientes términos: «Se
parece un poco a lo que se solía llamar continuista o supervisor del guion en un estudio
de filmación. La persona que verifica que el sol salga siempre del mismo lugar y que el
vino de una copa sobre una mesa esté al mismo nivel en cada toma. Tienes que ocuparte
de que los detalles estén en orden para que pueda emerger la imagen total».
Pero puesto que el corrector de estilo con frecuencia es la única persona que realiza
un trabajo intensivo con el manuscrito, puede tener que ocuparse también de los
aspectos más generales. Los editores de adquisiciones, presionados por las exigencias
del cronograma y por una larga lista de libros de los que deben ocuparse, quizá sólo
tengan tiempo suficiente para leer un manuscrito a grandes rasgos. Como resultado, es
habitual que se encomiende al corrector de estilo la edición de contenido y la de estilo al
mismo tiempo.
A veces se culpa a los correctores de estilo por la calidad deficiente que se percibe
en la edición, pero el verdadero culpable es el tiempo limitado y los pocos recursos
disponibles, o sea la presión de cumplir con los objetivos.
El corrector de pruebas
Aunque no se los considera editores, en la práctica los correctores de pruebas son otro
par de ojos editoriales. De hecho, parte de su trabajo consiste en ir detrás del corrector
de estilo buscando errores de coherencia, estilo, gramática y demás, que pueden haber
pasado inadvertidos.
Entre las muchas funciones del corrector de pruebas está la de verificar errores
tipográficos (erratas) una vez que el manuscrito ha sido compuesto. Para ello, lee las
galeras o galeradas (páginas impresas preliminares), pruebas de las páginas formadas
o las páginas finales, con ilustraciones, cuadros, notas al pie, etcétera, y las coteja con
el manuscrito que ha pasado por la corrección de estilo.
Los errores tipográficos más comunes incluyen palabras mal escritas, signos de
puntuación sin cerrar, palabras repetidas («el el»), una letra inicial en alta que debería ir
en baja («Verano» en lugar de «verano»), una palabra escrita en cursivas en lugar de
figurar en redondas (currículum es el equivalente castellano del vocablo latino
curriculum) y el uso de tipografía inadecuada o en un tamaño incorrecto en cierta parte
del texto.
El corrector de pruebas debe poder distinguir entre un guion largo —utilizado para
encerrar aclaraciones que interrumpen el discurso, como ésta—, un guion corto (utilizado
para indicar un rango de números, por ejemplo 8-10 de mayo o pp. 100-109, y para
separar los dos elementos que integran una palabra compuesta, como «el campo
freudiano-lacaniano», o para unir palabras con un valor de enlace similar al de una
preposición o conjunción, como «relación de causa-efecto») y el signo menos (-).
También verifica la correcta separación de las palabras al final del renglón (cons-picuo
y no con-spicuo).
El corrector de pruebas también lee palabras, oraciones y párrafos de la manera en
que lo hace el corrector de estilo: prestando atención al uso correcto del lenguaje, la
uniformidad y el sentido. Si el corrector de estilo le ha entregado una guía con las normas
de estilo que debe seguir, verificará que tales normas sean respetadas —por ejemplo,
«escribir en letras los números hasta el diez; usar ‘estado nación’, pero ‘estados
nación’»—. Si trabaja con pruebas de las planas, también controla la composición; esto
implica, entre otras cosas, corroborar que las ilustraciones o los cuadros aparezcan en
las páginas en las que se hace referencia a ellos o lo más cerca posible, que los títulos
—incluyendo las cabezas— estén ubicados correctamente, y que abajo y arriba de éstos
se haya dejado el espacio prescrito.
El corrector de pruebas coloca las correcciones en los márgenes, no entre los
renglones, de manera que el compaginador pueda ubicar fácilmente los cambios que
debe realizar. También puede marcar cada cambio para mostrar si es un error de
imprenta (EI) o del editor (EE); esto se hace porque el compaginador es responsable del
costo que representa corregir los EI, pero la editorial debería hacerse cargo de los EE,
así como de los EA (errores del autor), por lo menos hasta determinado punto.
Como hemos visto, los editores de todo tipo tienen muchas funciones en común. Lo que
diferencia sutilmente a uno de otro fue resumido agudamente por un editor en jefe de
una editorial comercial: «Cuando un editor de adquisiciones revisa un manuscrito, presta
atención al cuadro general; debe poder ver el bosque y no el árbol. Los editores de
contenido también se concentran en el cuadro general, pero están igualmente
interesados en los elementos que componen el cuadro, que le dan color, forma, sustancia
y textura. Deben poder ver el bosque y además el árbol. Los correctores de estilo, así
como los correctores de pruebas, se ocupan básicamente de los detalles que hacen que
el cuadro se vea preciso, coherente y placentero al ojo. Su tarea es examinar
minuciosamente cada hoja de cada árbol del bosque». (Para un resumen de las etapas
de la edición, véase la figura 1.)
Algunos editores, aunque llevan ese título, hacen poco o ningún trabajo de edición.
Un ejemplo es el «editor de producción». En términos simples, su tarea consiste en
supervisar el progreso del manuscrito hasta que se convierte en un libro encuadernado.
Puede establecer cronogramas o simplemente controlar que, en la medida de lo posible,
cada fase se concluya en el tiempo previsto. El editor de producción se ocupa de que el
material pase de los correctores de estilo a los diseñadores, ilustradores y correctores
de pruebas (ya sean éstos empleados de la editorial o trabajadores independientes),
luego lo envía nuevamente al editor de adquisiciones y al autor; entrega el manuscrito
definitivo al compaginador (diseñador) a veces en forma impresa (por computadora o a
máquina), a veces en disquetes, a veces lo envía por correo electrónico. Cuando éste se
lo devuelve en forma de galeras o páginas de prueba, se ocupa de que se revisen y
corrijan, y luego las hace circular nuevamente a quien deba verlas. El producto
terminado, en forma de película o pruebas de alta calidad que pueden fotografiarse, es
enviado a la imprenta. El producto final, por supuesto, es un libro impreso. El editor de
producción también puede ser responsable de llevar un registro de los costos, de obtener
presupuestos de los proveedores, tales como el compaginador y la imprenta, de verificar
las facturas y de autorizar los pagos. Sus obligaciones pueden variar de editorial en
editorial, aunque el título sigue siendo el mismo.
TEMA Y VARIACIONES
Una vez definidas algunas variantes del quehacer editorial, nos apresuramos a
aclarar que las categorías son más teóricas que reales. En la vida real, las funciones
editoriales casi siempre se superponen, fundamentalmente por razones de economía.
Una editorial o un departamento grande pueden estar en condiciones de afrontar el lujo
de dividir las tareas de edición y asignarlas a miembros especializados del personal.
Probablemente una editorial pequeña solicite al mismo editor que se ocupe de más de
una función; un corrector de estilo también puede ser corrector de pruebas; un editor de
producción puede hacerse cargo de la corrección de estilo del manuscrito además de
supervisar su producción. A menudo es muy poca o nula la tarea de edición que se
realiza dentro de la editorial, y entonces el manuscrito es encomendado a un editor
independiente. Cada vez es más frecuente que las editoriales recorten costos utilizando
los servicios de editores y correctores de pruebas independientes, lo que les permite
operar con un pequeño personal de tiempo completo.
Clasificar a los editores también es complicado porque editores con títulos idénticos
o similares pueden tener responsabilidades diferentes en distintas editoriales.
En la cúspide de la pirámide, por debajo del director general o el presidente, está el
«editor en jefe», también llamado «gerente» o «director editorial». El editor en jefe es
responsable de un departamento editorial, que puede estar formado por un gran grupo o
bien por unas pocas personas. Tiene la responsabilidad general del catálogo (todos los
libros contratados), determina la orientación de los libros a publicar y se ocupa de la
selección de algunos libros en particular. Desarrolla estrategias para asegurar el éxito de
su catálogo y establece prioridades de ventas y promoción; guía a sus editores de
adquisiciones y mantiene un estrecho contacto con las áreas de ventas, publicidad y
derechos subsidiarios. Es responsable de la contratación del personal que tendrá a su
cargo y de elaborar el presupuesto de su departamento. Y, al mismo tiempo, debe
ocuparse de pensar dónde conseguirá los títulos que integrarán su próximo catálogo.
Como administrador, también debe lidiar con los problemas del personal —los que
surgen entre los editores y los otros miembros del equipo, los que involucran a los autores
y sus agentes—. A veces los problemas se refieren a cuestiones más o menos banales.
El editor en jefe de un diccionario nos contó que en una ocasión escuchó gritos
estremecedores que provenían del fondo de la sala, ante lo cual salió corriendo de su
oficina. La causa era una enorme chinche de agua que se encontraba en la biblioteca y
que tenía aterrorizada a la mayoría del personal. «La encontré apoyada sobre un gran
libro —relató—, un libro sobre insectos, para mayor gloria. Puesto que nadie más estaba
dispuesto a tocarla, yo tuve que hacerme cargo de matarla. Es parte del trabajo de todos
los días».
Algunos editores en jefe tienen sus propios catálogos y sus propios autores estables,
y algunos incluso encuentran tiempo para editar los libros de su catálogo. Ello depende
de cada editor y también del tamaño de la editorial o la división. Una directora editorial a
cargo de una división de libros infantiles integrada por cinco personas conduce
cuidadosamente sus libros a través de los procesos de edición y producción. El
responsable de una importante enciclopedia que maneja un equipo de aproximadamente
veinte personas se ocupa de la selección de cada nuevo artículo y revisa cada uno antes
de enviarlos a la imprenta. Por su parte, el editor en jefe de una división de ediciones
masivas que publica alrededor de 300 libros al año dedica la mayor parte de su tiempo
a las ventas y el marketing, viajando permanentemente a reuniones de ventas y ferias
del libro. Si bien tiene la última palabra respecto de lo que se publica, prácticamente no
se dedica a la adquisición y no tiene contacto directo con los libros.
Algunos editores de adquisiciones se encargan únicamente de contratar libros y
desarrollarlos desde el punto de vista del marketing. Esto ocurre especialmente en el
ámbito de la edición de libros de texto o universitarios, donde los editores de
adquisiciones no necesariamente son eruditos (aunque deben tener título universitario).
Los editores de libros de texto universitarios generalmente son seleccionados de entre
el personal de ventas y se dedican más al negocio editorial que al negocio literario. En
el caso de este tipo de edición, otro editor (a veces llamado «editor de proyecto» o
«supervisor de edición») se hace cargo del proceso una vez que el autor entrega el
manuscrito (véase el apartado «La clave está en las ventas: los libros de texto o
universitarios», en el capítulo 2).
Los editores de enciclopedias y anuarios contratan artículos en lugar de libros, y la
adquisición es tan sólo una pequeña parte de su tarea, que incluye mucha investigación
y reescritura. Los editores de otros tipos de libros de referencia pueden no contratar
ningún material; éste es el caso de los departamentos de diccionarios, en los que casi
todo el trabajo de escritura es realizado por personal de la editorial, aunque se convoca
a consultores especializados en determinadas áreas para que supervisen parte del
material (para más detalles sobre los editores de libros de referencia, véase el capítulo
2).
En el nivel inicial están los «asistentes editoriales», quienes en general son
considerados editores en formación. (Sin embargo, en algunas pocas áreas,
especialmente en la edición de libros de texto o universitarios, cumplen una tarea
fundamentalmente administrativa y no editorial.) En la escala siguen los «editores
asociados», quienes casi seguramente realizan tareas de edición, aunque en grados que
varían según la editorial.
Un asistente editorial pasa su día realizando gran cantidad de tareas rutinarias, como
dar entrada a los manuscritos que llegan, capturar cartas para los autores y agentes,
completar una cantidad interminable de formularios de distintas clases, solicitar permisos
para reimprimir material, enviar faxes, sacar fotocopias (a veces de un manuscrito
entero), atender el teléfono y archivar, archivar y archivar. Pero la función del asistente
editorial es, en realidad, la que se determine en cada caso (para más detalles al respecto,
véase el apartado «Recorrer el camino», en el capítulo 2).
En nuestro recorrido por un departamento de edición, señalamos que muchas de las
tareas editoriales se superponen. Deberíamos agregar que, puesto que la edición no es
un campo altamente estratificado, es probable que los editores de casi todos los niveles
dediquen buena parte de su tiempo a tareas rutinarias: obtener permisos, enviar cartas
de rechazo a autores o agentes, e incluso pasar un tiempo parados delante de la
fotocopiadora. Y la mayoría de ellos atienden sus propios teléfonos, pues los asistentes
no son muy comunes, excepto en los niveles más altos. (Esto significa que cuando se
está a la búsqueda de trabajo se tiene una buena oportunidad de ser atendido por
cualquier editor con el que se esté interesado en trabajar). En resumen, lo que se espera
del editor de hoy es que sepa de todo un poco. Para triunfar, además debe hacer todo a
la perfección.
Los editores también pueden ser clasificados de acuerdo con un criterio diferente: el tipo
de libros que editan. La mayoría de las personas asocian a los editores con los libros
comerciales, libros que pueden encontrarse en las librerías generales y que ocupan los
principales puestos en las listas de bestsellers.
Los libros comerciales, que incluyen los literarios y los de no ficción, así como algunos
libros de referencia populares, entre ellos los del tipo «cómo hacer...», están dirigidos al
lector general. Son publicados por editoriales (o divisiones) comerciales, entre las cuales
encontrará los nombres más familiares —y distinguidos— dentro del mundo editorial. Los
editores de libros comerciales generalmente se ocupan tanto de los libros de literatura
como de los no literarios, aunque algunos se especializan en unos u otros.
La mayoría de los libros literarios «de calidad» (sin fórmulas) que se publican en la
actualidad pueden ser calificados de «estándar». (Las novelas «experimentales» son
consideradas financieramente riesgosas por muchas editoriales y generalmente son
publicadas por pequeñas editoriales, o a veces por editoriales universitarias.) Las
colecciones de cuento y poesía (cuyas partes generalmente se publican antes por
separado, sobre todo en revistas), también caen dentro de esta categoría.
Los libros no literarios constituyen una categoría muy amplia; incluyen biografías,
historia y política, arte y cultura, viajes y ocio, así como colecciones de ensayos —que
en la mayoría de los casos también han sido publicados previamente— que abordan
desde temas personales hasta cuestiones filosóficas.
Una subdivisión de los libros de literatura son las ediciones masivas. Esta categoría
comprende los libros de bolsillo que se venden en aeropuertos, supermercados,
farmacias, librerías comerciales y otras tiendas minoristas. Las ediciones masivas
incluyen diversos géneros narrativos —novelas románticas, de ciencia ficción, policiacas,
por nombrar algunas— y ciertos libros comerciales de no ficción, tales como los de
autoayuda, de deportes y los new age (que comprenden un amplio espectro que va de
la mística a la meditación y los masajes). En los mercados editoriales maduros, la
mayoría de los libros comerciales se publican primero en pasta dura; las ediciones
comerciales o en rústica de buena calidad (que se diferencian de las ediciones masivas),
habitualmente producidas por la misma editorial, se llevan a cabo si el libro resulta
exitoso. En años recientes ha habido una tendencia creciente hacia la publicación de
originales en rústica. El costo de producción y compra de éstos es menor que el de las
ediciones empastadas, lo que los hace asequibles para un público más amplio3.
Tal como sucede con casi todas las áreas editoriales, existen considerables
superposiciones entre el mercado comercial y el de las ediciones masivas. Cada vez más
editoriales grandes establecen sus propias divisiones de bolsillo para reimprimir sus
libros comerciales exitosos en ediciones baratas. Y algunas divisiones de ediciones
masivas incluso han llegado a publicar algunos libros originales en tapa dura.
Los libros para el público infantil, ya sean de literatura o de no ficción, tienen sus
propios departamentos y sus propios editores. La mayoría son publicados como libros
comerciales, pero los libros infantiles en ediciones masivas —muchos de los cuales son
libros que los niños de más edad pueden adquirir por sus propios medios—, también
constituyen un área importante. Los libros infantiles suelen dividirse según grupos de
3
Conviene insistir en que la jerga editorial y los mercados en Hispanoamérica no siempre distinguen entre
las categorías aquí descritas. A lo largo del libro se buscaron descripciones o referentes que
correspondieran a la clasificación presentada por las autoras. [N. del e.]
edades, y van desde los libros con dibujos y en cartón para los «lectores» más pequeños,
hasta los libros para niños que comienzan a leer, para lectores de edad intermedia y para
adolescentes (esta última categoría se conoce como libros para jóvenes). Algunos
editores de libros para jóvenes eligen especializarse —por ejemplo, en álbumes
ilustrados, que se basan fundamentalmente en dibujos—, mientras que otros producen
libros para todos los grupos de edades.
Otros segmentos del mercado de libros es el de los libros universitarios y el de textos
escolares para los niveles primario y secundario, libros profesionales (por ejemplo, libros
avanzados sobre medicina, ciencias o filosofía —muchos de los cuales son publicados
por editoriales universitarias—), libros religiosos, incluyendo Biblias, y libros de referencia
(enciclopedias, anuarios, diccionarios, algunos de la categoría «cómo hacer...», y
muchos otros que ofrecen y clasifican información). Cada tipo de libro —y nuestra lista
no es exhaustiva— tienen sus propias necesidades específicas y requiere su propio
conjunto de técnicas editoriales.
El capítulo 2 explora los diversos segmentos del mercado del libro y ofrece
asesoramiento a los aspirantes a editores respecto de las distintas posibilidades de
desempeño en esta profesión.
El camino desde el manuscrito hasta el libro encuadernado —una travesía que todo
libro recorre cuando es producido— nunca es llano ni directo. El manuscrito pasa de un
editor a otro, y todos se pasan mensajes entre sí —ya sea a los que los precedieron o a
los que los seguirán—. El periplo incluye caminos laterales: al diseñador, el ilustrador o
el departamento de producción, y de regreso al autor (generalmente más de una vez)
para que responda a consultas de los editores, o para solicitarle la aprobación de las
ilustraciones o del material biográfico a incluir en la cubierta.
Estas idas y vueltas complican el proceso editorial y contribuyen a que las diferencias
entre las funciones se tornen difusas. También constituyen su mayor fortaleza, puesto
que permiten realizar verificaciones y balances que ayudan a pulir el libro y a reducir el
número de potenciales errores. Unos editores a menudo revisan a otros editores, la gente
de producción revisa el diseño, los correctores de pruebas revisan a todos los demás
—y los autores tienen la posibilidad de asegurarse de que el libro que se está
produciendo es el libro que se propusieron escribir.
La travesía comienza con el editor de adquisiciones. Cuando recibe la versión
definitiva del manuscrito, el editor ya habrá resuelto los principales puntos de conflicto
con el autor (al menos, eso es lo ideal), probablemente enviándole una lista de consultas
amplias y de todo tipo. En su correspondencia editorial puede haber sugerido cambios
en la organización del texto, reescrituras o recortes (por ejemplo, «de la página 68 en
adelante: este párrafo es muy similar al tercero de la página 56. ¿Podemos eliminarlo?»).
Si edita narrativa, probablemente señaló problemas estructurales (por ejemplo, «Ésta es
una intrincada novela policial construida lenta y minuciosamente. Su final abrupto podría
dejar insatisfechos a los lectores. ¿Qué opina?»), así como puntos débiles en el
argumento y los personajes («Capítulo 4: David fue amigo de Rafael durante muchos
años; ¿realmente cortaría tan abruptamente su relación con él? ¿Sería posible incluir
una motivación adicional?»).
Hoy el editor de adquisiciones es una suerte de director teatral que se ocupa de la
producción del libro, de revisar el «libreto» y las «indicaciones dentro de la escena», de
responder preguntas, de controlar el trabajo de todos los demás y de tomar las
decisiones finales. También sigue siendo el defensor del autor, haciéndole saber qué
puede esperar —y qué se espera de él— en cada una de las escenas-etapas.
Una vez que ha leído el manuscrito, alertará al corrector de estilo respecto de
problemas específicos que haya advertido, ya sea mediante banderitas que coloca en
las páginas correspondientes o mediante una hoja separada con todas las observaciones
y dudas, en la que colocará la página y el número de renglón para facilitar la ubicación.
Sus observaciones pueden ser de estilo: «Cuidado con las diferencias de escritura de
nombres extranjeros —ver páginas 10, 42 y 219», o «Demasiados ‘voy a’ en el diálogo
del capítulo 4, págs. 63-64. Darles otra forma o eliminar algunos de ellos». También
puede alertar al corrector de estilo respecto de excepciones a las normas de estilo de la
editorial que él mismo o el autor prefieran («Respetar el estilo del autor en la manera de
citar la bibliografía. Sólo controlar la uniformidad»; o «Prefiero ‘Presidente’ a ‘presidente’
de Colombia».)
Si un autor tiende a ser redundante —a usar excesivamente una palabra o una frase,
o a repetir el mismo punto—, el editor de adquisiciones puede solicitar al corrector de
estilo que marque algunos de estos casos para mostrárselos al autor; o puede pedirle
que haga cambios o eliminaciones a discreción.
El corrector de estilo, a su vez, tendrá sus propios mensajes para su jefe. Puede
sugerir cambios sustanciales que no está autorizado a efectuar por sí mismo. Lo alertará
respecto de cualquier «sorpresa» que encuentre en el manuscrito, por ejemplo, una
referencia denigratoria a una persona real, que puede resultar potencialmente ofensiva,
o una descripción de un incidente específico que suene presuntamente igual a algo que
ha leído en otra parte (lo que puede constituir un caso de plagio).
El corrector de estilo también mantiene un diálogo con el autor mediante banderitas
que inserta en las cuartillas del original, consultando acerca de puntos referidos al
contenido y al estilo (por ejemplo, «Ana describe el intento de su tío de seducirla de
manera casi idéntica en las páginas 24 y 75. ¿Es posible modificar alguna de las dos
descripciones?»; «Se usa voz pasiva en tres oraciones seguidas. ¿Está bien si las
cambiamos de la manera que se sugiere en cada caso?»). (Las normas para hacer
consultas se abordan en el apartado titulado «Tacto», en el capítulo 3.)
El autor se convierte en un actor activo cuando recibe el manuscrito editado. Es su
responsabilidad examinar detenidamente —y aprobar o desaprobar— todas las
sugerencias o cambios editoriales. Algunos autores rechazan de plano toda
modificación, pero la mayoría reconoce —y agradece— el trabajo de edición que
contribuye a mejorar el libro.
Una vez que el manuscrito es devuelto, el corrector de estilo (o, en algunos casos, el
editor de producción) incorpora las respuestas del autor. (Esto significa, por fuerza,
cambiar decisiones anteriores; éste es un fuerte argumento para utilizar siempre lápices
de colores que puedan borrarse, ¡nunca tinta!).
El último eslabón de la cadena editorial es el corrector de pruebas, quien lee el libro
ya formado en páginas y a menudo controla las correcciones finales. También él puede,
banderitas en mano, hacer observaciones o consultas acerca de errores y fallas en la
uniformidad que al corrector de estilo se le hayan pasado por alto. Es raro encontrar un
corrector de pruebas que no detecte errores que han pasado inadvertidos para todos los
que han visto el manuscrito previamente.
En la etapa final, el corrector de pruebas es quien se ubica entre los editores y los
autores, por un lado, y las peores pesadillas de éstos por el otro, entre las cuales las
principales son páginas faltantes, párrafos cambiados de lugar y renglones duplicados.
(Hemos escuchado muchas historias de terror: en un libro, se omitió imprimir el índice;
en otro, faltaba la mitad del último capítulo.)
Entre la entrega del manuscrito definitivo y la publicación del libro pueden transcurrir
de nueve a doce meses. En este libro nos abocamos a la edición y a la fase editorial de
la vida de un libro. A quienes estén interesados en la producción y el diseño y en cómo
estos procesos se articulan con la edición, les recomendamos el clásico libro de Marshall
Lee Bookmaking: The Illustrated Guide to Design, Production, Editing (3a ed., Nueva
York, Norton, 2004).