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EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.

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CRITICA DE LIBROS

LO QUE QUEDA DE ESPAÑA,


DE FEDERICO JIMÉNEZ
LOSANTOS
GUSTAVO BUENO
Oviedo

ederico Jiménez Losantos ha tenido el co- principal se encontraría en la enseñaiiza, estará alimenta;-
raje de declarar, desde Cataluña, los dere- do por conflictos muy precisos de intereses, en particular,
chos (si se prefiere: los poderes efectivos) el pavoroso paró de licenciados: «bastaría cualquier
del español. Su libro, escrito en un espa- medida 'catalanizadora' en la selección del profesorado
ñol elegante, plantea los problemas del para imponer la enseñanza del catalán de modo absoluto»
modo más directo. «Lo que de un modo (pág. 76). En cualquier caso, Jiménez Losantos no es, en
ya evidente parece pretender el imperati- modo alguno, anticatalanista: «Yo no critico ni he critica-
vo patriotismo nacionalista es la enseñanza en catalán, (de do la política cultural catalana como tal... lo que no acepto
forma progresiva, conforme vayan saliendo suficientes es que esta 'normalización' del catalán se haga sobre las
maestros y licenciados catalanes y se acentúe la estampida espaldas de la emigración de habla castellana, liquidando
de los no asimilados) para toda la población escolar. Para lingüística y culturalmente a dos millones y medio de ciu-
darse cuenta de la formidable voluntad normalizadora que dadanos» (pág. 231).
anima a muchos, si no todos, de los mentores cultúrales-
administrativos de esta operación política, recordemos Jiménez Losantos, en su libro, logra poner en ridícu-
que según el último censo lingüístico —supervisado por lo a muchos pontífices de la ideología «descentraliza-
notorios pancatalanistas— la mitad, como mínimo, de esa dora», a lo Vázquez de Montalbán o Juan Goytisolo. Que
población, es castellanoparlante. Concretamente, en Bar- determinadas opiniones sean ridiculas no quiere decir, es
celona y provincia (que es donde se produce el fenómeno bien sabido, que no haya que ponerlas en ridículo, pues-
inmigratorio; nadie abandona su parcela de tierra en León to que, muchas veces, la ridiculez puede estar enmascara-
o Teruel por otra en Lérida o Gerona), el número de cas- da por un vocabulario .progresista, demagógico o incluso
tellano parlantes es superior al catalán, ligeramente en la soez (nos referimos al estilo Don Tancredo). Hablar de
capital (49'5 por ciento sobre 47 por ciento) y amplia- «señas ,de identidad», tal como se habla en este contexto,
mente en la provincia (60'9 por ciento sobre 38'5 por es ridículo, si se tiene en cuenta que semejante expresión
ciento). Hete aquí como cerca de dos millones y medio sólo cobra sentido cuando se da por supuesta una entidad
de españoles van a asistir sin darse demasiada cuenta -o (metafísica) cuyas señas parecen buscarse, aún cuando es
dándose y viéndolo «normal», que es todavía más grave- a aquel supuesto lo que verdaderarhente está en cuestión,
la segunda parte de una operación político-cultural mons- esa entidad misma (la entidad de Cataluña y, más aún, la
truosa y brutal, la emigración rural española de las últimas del País Vasco, como sustancias separadas de España) y no
décadas: ver cómo sus descendientes se ven obligados a sus señas. Pero quienes se encuentran girando dentro d d
cambiar de lengua y cultura para acceder a la ciudadaíiía torbellino, no advierten su ridículo, y por ello es necesa-
de pleno derecho, y todo ello sin moverse de España» rio, desde fuera, ponerlos en situación de tal. Tarea no
(págs. 72-73). Además, los inmigrados, son, en su gran siempre fácil que Jiménez Losantos ha conseguido, sin
mayoría, proletarios o funcionarios que se encuentran evi- embargo, y por ello, le admiramos.
dentemente en condiciones de inferioridad ante quienes
tienen en Cataluña sus casas, sus familias, sus tierras y el
capital. El conflicto catalán-español, cuyo frente de lucha Jiménez Losantos nos ofrece también un intento de
"establecer una tradición no monárquico-fascista del
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concepto de España —concepto en cuyo núcleo no puede incluyen, en su propio concepto, precisamente a estos
faltar precisamente el idioma español— y sugiere que esta predicados (una Nación no autodeterminada no sería na-
tradición puede ponerse en relación con el liberalismo ción, un ser que no fuese bueno, no sería) y dado, por
ilustrado republicano, aquella tradición que precisamente otro lado, que los predicados, a su vez, piden al sujeto (la
asentó, sobre todo, en el suelo de un idioma «planetario», áuto-determinación, la auto-nomía, sólo significan supues-
el idioma de los 300 millones, como suele ser designado. to el autos, una entidad dotada de una cierta «identidad
«La intelectualidad exilada se llevó la tradición española sustancial», con señas o sin señas). Y es un axioma meta-
liberal, ilustrada, el patriotismo diverso pero universal. físico porque el círculo en torno al cual gira el axioma
N o es demasiado exagerar decir que .ni ha vuelto ni se sólo puede romperse mediante el postulado de existencia
intenta reanudar la tradición, tan loada indiscriminada- de esos sujetos —Cataluña, Vasconia— entendidos como
xnente todos estos años, de esa cultura española, de alcan- tales entidades sustanciales, como «culturas» o «nacio-
ces europeos que pareció florecer antes de la Guerra» nes» en un proceso de autodeterminación y autonomía
(pág. 167). que brotase desde dentro. Y esto es precisamente lo que
se discute. Porque realmente (es decir, actualmente, en la
Naturalmente, el coraje de Jiménez Losantos al actualidad política, económica o social) también es verdad
formular la «declaración de derechos» y, sin duda, su que Cataluña o Vasconia forman parte de un todo (es puro
misma precisión crítica, ha provocado inmediatamente y necio subjetivismo, digno de un musteriense, el que un
una violenta polémica, una polémica muy rica y compleja, vasco español —aunque sea de H B — se indigne cuando
en la cual ni siquiera han faltado las formas más venales y se le llama español), que suele ser históricamente deter-
groseras. También, en la polémica, se han desplegado minado como «España». El concepto de «Estado Espa-
perspectivas y matices muy importantes para el enjuicia- ñol» es un aspecto político que, pese a sus usos pedantes
miento de la cuestión. muchas veces, no agota, en modo alguno, el contenido de
lo que bajo el nombre de «España» —^para bien o para
La polémica suscitada —o re-suscitada— por Federi- mal— se encierra, entre otras cosas porque «España» es
co.Jiménez Losantos no puede menos de interesar a EL una realidad históricamente anterior a la forma del Estado
BASILISCO. No sólo porque el núcleo en tornooal cual (y. esto sin necesidad de llegar a tanto como llegó don
gira esta polémica es el idioma en el cual EL BASILISCO Claudio Sánchez-Albornoz). Ahora bien, como la unidad
se escribe, sino también por cuanto el desarrollo dialécti- de las partes (Cataluña, Vasconia, Galicia...) no tiene, hoy
co y retórico de ésta polémica tiene lugar propiamente en por hoy, la forma política del Estado, será preciso pensar-
un plano estrictamente lógico e ideológico-filosófíco. las bajo alguna otra categoría de unidad antropológica: la
Queremos decir: los datos históricos, económicos, socio- cultura o la nación.
lógicos, etc. de la discusión (incluidos los que María
Aurelia Capmany aporta sobre el secretario para la corres- Pero la «cultura catalana» y, sobre todo, la «cultura
pondencia catalana en la Cancillería Real de los monarcas vasca», —en cuanto unidades oponibles a la «cultura cas-
de la Corona de Aragón) son comunes, en lo fundamen- tellana» o a la «cultura andaluza»— son meros eufemis-
tal, a los antagonistas. N o puede decirse que una parte po- mos, nos parece, del «idioma catalán» o del «idoma vas-
sea una información que la otra parte ignore. La polémica co». En efecto, descontado el idioma, los restantes com-
resulta ser así un conflicto que se manifiesta ante todo ponentes culturales diferenciales son, en una situación de
como una diversidad antagónica de las estructuras lógicas convivencia milenaria, tan superficiales o, aunque sean
utilizadas por los contendientes en el momento de apelar profundos, tan similares o, aunque sean distintos, tan
a un material compartido (no queremos decir que el con- amalgamados, que sería ridículo invocarlos como mate-
flicto se reduzca a su manifestación). El análisis de esta ria de un sujeto cultural de autodeterminación o de auto-
polémica, según esto, parece que ha de mantenerse antes nomía. El arresku, por diferente que sea de la sardana,
en el plano lógico-ideológico que en el plano técnico-ad- o de la danza prima, no es incompatible con ninguna de
ministrativo. Las peticiones de principio, las confusiones ellas y, salvo que se invoque un Volkgekt místico, nin-
de conceptos (en su estrato lógico, el de las relaciones de gún autonomismo, ninguna autodeterminación, podría,
partes y todos, el de las relaciones entre conjunciones, sin ridículo, organizarse en torno al aurresku o a la sarda-
alternativas y disyuntivas) la tergiversación sistemática del na. Y así ocurre, salvado el idioma, con todos los demás
adversario mediante dobleces lógicas, en materias tales rasgos culturales. Mi posición aquí es un poco más radical
que obligan a regresar a las ideas más fundamentales de la que la de Jiménez Losantos, en cuanto que duda, y aún
filosofía política o del materialismo histórico («Estado», niega, el sentido de la «cultura catalana« o de la «cultura
«Nación», «Cultura», «Libertad», «Democracia»,...) te- vasca»—o de la «cultura gallega»— como sistemas oponía
jen el cuerpo mismo de la polémica, cuya importancia bles al de la «culmra española», salvado el idioma, y
práctica es, por lo demás, superfino encarecer. porque subraya, como un componente esencial del pro-
blema, el hecho histórico de la existencia misma del Esta-
do español, como una formación cultural que (sea estruc-
«Todos los pueblos (todas las naciones) tienen el de- tural o superestrucmral) no es, en modo alguno y, por
recho a su autodeterminación (a su autonomía interna)». muy poco hegeliano que se quiera ser, una «cantidad des-
H e aquí un axioma que, en el estado en que se encuentra preciable» que pudiera ser descontada en la discusión,
(tal como se le invoca) es enteramente metafísico —tiene como mera «entidad burocrática».
la misma contextura que el axioma escolástico «Todos los
seres son buenos»—. Es un axioma metafísico, en primer Ahora bien: lo esencial en esta confrontación de cul-
lugar, porque no contiene en sí mismo ninguna instruc- turas y naciones es el idioma. El idioma es el verdadero
ción operatoria para determinar cuales sean los sujetos de parámetro de esta argumentación, el verdadero punto de
las propiedades que de ellos se predican, dado, por un aplicación del axioma de referencia y, por ello,las autono-
lado, que estos sujetos están definidos de modo tal que mías y las autodeterminaciones de las quehablamos en

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esta época de democracia postfranquista (una democracia más relevante que el quechua; ni tampoco menos). Y si
insensiblemente desviada ^ y la izquierda es responsable esto no ocurriera así, si los catalanes y vascos dejaran de
de esta desviación tanto como el centro— hacia la reivin- hablar castellano, esto sólo significaría, por de pronto,
dicación de los derechos regionales, en lugar de los dere- que se habían aislado de estas comunidades o totalidades
chos individuales o de clase) sólo adquieren su verdadera vivientes más amplias. Ahora bien: dada la diferente «es-
importancia cuando se aplican a aquellas partes de España cala de magnitudes» que corresponde al castellano, al ca-
que poseen un idioma peculiar (el catalán, el euskera, el talán y al vasco, no parece tener mucho sentido establecer
gallego) o, lo que sirve de contraprueba, que creen poder las disyuntivas abstractas (por dicotómicas): «español o
reivindicar esta posesión, como cuestión de hecho y de vasco», «español o catalán», porque los términos de estas
derecho (el arañes, el bable). Desde interpretaciones disyuntivas no son magnitudes comparables. Esto quiere
groseras (economicistas) del materialismo histórico tende- decir que estas disyuntivas enmascaran, en realidad otras
rán algunos a considerar la reivindicación de los «idiomas diferentes. Un idioma hablado por 300 millones, en
vernáculos» como superestructuras que encubren el «ver- expansión, y con una historia (por tanto, con un presente
dadero significado económico» de las reivindicaciones literario) tal como el español, no puede comipararse con
autonomistas catalanas o vascas: parecen discípulos de un idioma hablado, a lo sumo, por dos millones de per^
Marr, que para ello visitó el País Vasco. No lo creemos sonas. Por lo tanto, las disyuntivas dicotómicas al uso (cas-
así: incluso habrá que decir que en muchos casos, las rei- tellano/vasco, castellano/catalán,...) hay que pensarlas en
vindicaciones del idioma propio, y aún de la autonomía realidad como insertas en disyuntivas más complejas, por
determinante son profundamente irracionales desde el ejemplo, castellano/vasco/inglés, castellano/catalán/fran-
punto de vista de la racionalidad económica y, precisa- cés. Supuesto fijo el eúskera (o el catalán) —^puesto que
mente por ello, en nombre del propio materialismo histó- no se trata en ningún caso de eliminarlos— la cuestión no
rico, cabe esperar que muchos de los conflictos autono- es sustituit el castellano por el eúskera (o por el catalán),
mistas, independentistas, se resuelvan precisamente en
sino sustituir, el castellano por el inglés o por el francés.
virtud del juego de las puras fuerzas económico-sociales,
Ahora bien: sabemos que, salvo minorías muy radicaliza-
al margen de los Decretos del Gobierno y de los Estatu-
das, nadie habla de exclusivismos lingüísticos vascos o
tos parlamentarios: estas son las verdaderas superestruc-
turas, en estricta ortodoxia marxista. No es, por tanto, la catalanes, y todos prácticamente admiten la cooficialidad.
reivindicación del idioma propio (catalán, vasco) un dis- Pero el concepto de cooficialidad es sólo jurídico-formal.
fraz de meros intereses económicos; es, más bien, el prin- D e hecho, la cooficialidad tenderá a interpretarse como
cipal componente de la dialéctica, del efectivo conflicto disyunción, ni siquiera como alternativa. En efecto, su-
que nos ocupa. Importa saber por qué -por qué el idioma pongamos, en el caso más favorable, que la enseñanza en
propio puede funcionar como verdadera «seña de identi- las escuelas (así como la televisión o la prensa) puede ha-
dad» (aunque no como seña de identidad verdadera) cerse en cualquiera de los dos idiomas. En este supuesto,
cuando es reivindicado en forma polémica. A nuestro jui- cada comunidad lingüística tendería a elegir uno de los
cio, el idioma propio y exclusivo es «seña de identidad» idiomas teóricamente alternativos que, por tanto, resulta-
sólo en la medida en que se toma como criterio de separa- rán ser disyuntivos, con lo que estas comunidades no se
ción, de aislamiento respecto de terceros. Ahora bien, la entenderán entre sí; para quienes hablan catalán, al cabo de
posesión de un idioma propio y exclusivo, no es tanto pocos años, el castellano será tan sólo un idioma áulico, uti-
causa de la separación cuanto efecto de ella, del mismo lizado por algunos funcionarios en contadas circunstancias
modo que es la separación o aislamiento de un grupo zoo- —algo así como lo que era el latín eclesiástico antes del
lógico respecto de otros grupos de su especie, el principio último concilio. Otro tanto ocurrirá a los que hablen cas-
de una nueva variedad o raza. Y la defensa exclusivista del tellano, con el catalán. Sería j>reciso que la cooficialidad
idioma propio ante terceros idiomas significará antes un se interprete como conjunción (castellano y catalán), y
deseo de separarse o aislarse respecto de esos terceros, la esto es imposible en la práctica (en Zurich no se habla
voluntad de constituirse en una nueva variedad o raza, o francés, sino alemán, aunque muchas personas dominen
incluso, en una nueva especie, antes que la voluntad de los dos idiomas). La cooficialidad sólo tiene un alcance ad-
regresar hacia la «propia esencia» o identidad, hacia la mí- ministrativo. Permitir que el catalán pueda utilizarse si el
tica especie o raza originaria. Porque cuando existe, du- castella;no y poner trabas a éste, es tanto como facilitar de
rante siglos, un idioma común a un conjunto de pueblos hecho la sustitución Sel castellano por el francés o por el
contiguos (que eventualmente conservan o desarrollan inglés. Exigir que el catalán sea el idioma utilizable en la
idiomas propios) es porque existe una comunidad o reci- escuela primaria, en la prensa, es tanto como imponerlo
procidad de relaciones (económicas, sociales, políticas) coactivamente a los inmigrados. Jiménez Losantes tiene
muy peculiares entre estos pueblos y sin que esto implique aquí toda la razón y no hay que darle más vueltas al asun-
lógicamente que no existan otras formas de comunidad to. Toda exigencia por vía de Decreto que imponga el ca-
(comercial, religiosa, incluso política), al margen del idio- talán obligatorio (en nombre de una supuesta cultura cata-
ma, ni que el idioma común, el español, excluya las peculia- lana) es sólo un instrumento coactivo para quien no habla
ridades (incluso idiomáticas) entre las partes. Si el 90% de catalán y prejuzga ya la solución del problema, poniendo,
quienes viven en Cataluña o en el País Vasco hablan espa- no ya el hecho (el «ser», el hablar catalán) antes del de-
ñol (sin perjuicio de que un alto porcentaje hable también recho (del «deber ser»), sino el derecho (que se pretende
catalán o vasco) -y este es el hecho histórico del cual hay fundar en un hecho irreal) antes del hecho. Es decir, pre-
que partir, incluso cuando se habla del «Estado español»- juzga ya que Cataluña debe definirse como una entidad
esto es debido a que pertenece a una comunidad lin- cuya esencia puede concebirse al margen de España y del
güística más amplia, que por cierto, desborda el propio castellano, y esto es sólo una burda petición de principio,
«Estado español», la «comunidad de los 300 millones» un puro voluntarismo, cuyo límite sólo puede ser estable-
(dentro de la cual, como recordaba Alarcos, el vasco no es cido por una voluntad opuesta: no cabe invocar a prin-
cipios más altos, meta-físicos. ¿Se nos dirá que otro tanto

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ocurre en la situación recíproca, al poner como idioma a que el bable ocupa un lugar enteramente característico
oficial al castellano?. En cierto modo así es (y de lo que se con respecto del español. En Asturias, el castellano es
trata es de reconocer el conflicto, de no hablar sólo de la idioma tan genuino y antiguo como el bable: sólo un mi-
imposición por una parte). En cualquier caso, la recipro- metismo ridículo puede llevar a asimilar las relaciones del
cidad no es plena, puesto que, por de pronto, la bable al castellano con las del catalán al castellano. El ba-
enseñanza oficial en castellano no equivaldría a imponerlo ble —los bables— son idiomas de las montañas que du-
al catalán, siempre que se suponga que éste mantiene su rante siglos y siglos han coexistido en Asturias con el cas-
vida propia, como desde hace siglos, sin necesidad de ser tellano, idioma en el cual se entienden incluso los hablan-
enseñado en las escuelas. Nadie puede negar la posibili- tes de los diferentes bables entre sí. De este modo Astu-
dad de que cristalice una voluntad entre muchos .gatalano- rias añade al resto de otros lugares de la España central la
parlantes de elevar su idioma al xango de un idioma ofi- 'Triqueza de un hermoso idioma rural y familar (que no es
cial, al menos en el ámbito de I p comunidades que lo ha- un idioma «de cultura»), que jamás ha sido oprimido por
blan por tradición familiar: pero quienes alimentan esa él español y que se ha desarrollado en Asturias de un
voluntad deben estar conscientes de sus consecuencias, modo tan propio e interno como en Castilla o en Extre-
del aislamiento del resto de la comunidad hispánica y del madura. El bable es idioma familiar que, sin duda, hay
ingreso en la órbita de otras comunidades lingüísticas. que proteger y cultivar, pero en su lugar propio, un lugar
Estas consecuencias son las que púdicamente quieren ser que nunca ha sido, por ejemplo, el de un lenguaje lite-
encubiertas con una visión armónica co-ofÍcialista. Porque rario. Pretender enseñarlo en la escuela (y la escuela ha si-
quienes simplemente quieren que se utilice oficialmente do instituida para enseñar a leer y escribir: con anteriori-
el catalán o el vasco, al menos entre quienes lo hablan, dad al descubrimiento de la escritura no hubo escuelas) es
están ya diciendo, implícitamente al menos, que no se superfluo, porque lo que necesita el aldeano que habla
consideran interesados en pertenecer a una comunidad bable es precisamente perfeccionar su castellano para
que habla castellano, incluso que están interesados en sa- poder leer entre otras cosas, a los escritores asturianos,
lirse de ella, en cuanto constituye su amenaza principal, y tales como Feijoo, Jovellanos ó Clarín, y para no estar en
esto es todo: no hace falta decir más. O los catalanes con- condiciones de inferioridad con los demás hispanohabla-
sideran, de entrada, también al castellano como idioma ntes. Los llamados psicólogos profundos —^pedagogos
propio —y entonces no tendrán por qué entenderlo como muy incultos, en su mayoría— que invocan los «trauma-
exógeno, impuesto— o lo consideran como idioma ajeno. tismos» del niño que acude a una escuela en castellano,
.Quienes artificiosamente plantean «el problema del ba- debieran pensar también en los traumatismos que le espe-
ble» (la reivindicación del bable como, «idioma oficial» ran al futuro adulto quien, por no haber sido obligado a
considerando al español como «imposición histórica del perfeccionar su castellano, se encontrará en condiciones
imperialismo castellano») tienen, al menos, el mérito de de inferioridad, prácticamente excluido de una comuni-
poner al desnudo la magnitud de voluntarismo místico dad de cultura de radio infinitamente mayor.
que mueve el fondo de estas polémicas. Y ello es debido
Es el idioma y no la nación aquello que tiene, a nues-

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tro juicio, importancia. Los idiomas de que hablamos es- no «otorgada», por su autodeterminación. ¿Puede olvi-
tán, en la may^or parte de los casos, bien delimitados entre darse que las autonomías de que hablamos en este tiempo
los demás (no en todos: el bable, al no tener existencia se dan sólo en el seno del Estado y sólo tienen sentido en
como idioma de cultura superior —^y no digamos el vas- función de él? ¿Puede olvidarse que las autonomías de
cuence— sólo convirtiéndose en una especie de volapuk que hablamos no brotan en modo alguno de la autode-
podría incorporar los centenares de términos y giros que terminación de los pueblos —que es lo que ideológica-
sólo el curso de los siglos ha podido transformar un idio- mente tienen en la mente muchos autonomistas— cuanto
ma neolítico en un idioma de civilización: la griesca de das de la resultante de pueblos que están dados, como partes,
no puede competir con la «lucha de clases», porque gries- en una totalidad histórica que los precede?. Histórica-
ca también suena en castellano con un matiz distinto que, mente, el círculo ha funcionado efectivamente, pero sólo
comunicado al sintagma, lo vuelve ridículo, aunque no sea en virtud de que las naciones (incluyendo las propias
ridículo en los contextos en los que ordinariamente apare- características raciales) no son previas a la autodetermi-
ce griesca en bable; asoleyar, no puede servir por decreto nación, sino que resultan, en gran medida, de ellas. Por
para decir «publicar» un libro, porque «poner al sol» si- eso no cabe recíprocamente, invocar, sobré el vacío, a una
gue designando en bable otra situación distinta y asoleyar nación pretérita para justificar el derecho (el poder) para
por editar es sólo una metáfora; paisanu no puede susti- autodeterminarse. Tales identificaciones rayarían con los
tuir a «hombre» en muchos contextos, particularmente procesos llamados paranoicos, si no fuesen meramente re-
teóricos y jurídicos en los que la palabra «hombre» se ha tóricos o literarios, o musicales (aunque no por ello me-
ido perfilando a lo largo de los siglos, y la competencia nos peligrosos, no ya a escala de la gran Historia, pero sí
del castellano hace inviables sintagmas tales como «Decla- de la pequeña historia). Pueden analizarse muy bien estos
ración de los derechos del paisanu», o «Paisanu magdale- mecanismos a propósito del «movimiento celta» de estos
niense» (y esto sin perjuicio de que en el contexto propio últimos años. Bretones, irlandeses, galeses —^hasta galle-
del bable, paisanu tenga unas connotaciones peculiares y gos y. algunos astures— «se reclaman celtas» (en francés)
en cierto modo intraducibies). Pero los idiomas como el y un músico poeta. Alian Stivel, llega al extremo de iden-
catalán o como el gallego, que tienen una tradición litera- tificar sus vivencias desventuradas (al menos retóricamen-
ria mucho más remota, sí que pueden perfilarse como es- te), atribuibles a su clase social, a su situación familiar, p
tructuras capaces de entrar positivamente en una dialécti- acaso psicológica, con las mismísimas evidencias del pue-
ca efectiva, con respecto del castellano. En cambio, cuan- blo celta, esclavo sometido secularmente a los opresores
do nos referimos a las «Naciones», no salimos del terreno romanos o francos, de Roma o de Lutecia, con las mismí-
de los conceptos confusos, turbios, puramente ideoló- simas evidencias del pueblo que busca su liberación. Pero
gicos. Quienes utilizan la categoría «Nación» suelen remi- ¿qué es el pueblo celta, al margen de los dibujos de Asté-
tirse casi siempre a una oscura entidad sustantificada, or- rixl. N o es en todo caso una raza prístina —porque no hay
ganizada sobre un núcleo de contextura biológico-racial, a ninguna raza prístina que haya tenido un significado histó-
la que se atribuye, desde luego, su derecho a la autodeter- rico— sino un resultado de múltiples razas cuya conviven-
minación o autonomía interna. En virtud de este derecho cia dio origen a una cultura, a un pueblo, mejor aún, a un
putativo, se supone que tiene una Nación capacidad para conjunto de pueblos (rubios y morenos, por cierto) con
contratar (pactar) con otras Naciones una convivencia po- un idioma común: un conjunto de pueblos que, después
lítica que asuma la forma de un Estado. Cuando se habla de avanzar hacia el Occidente fueron empujados por
de «Estado español» —como sustitutivo de «España»— otros pueblos en la misma dirección, y hubieron de apo-
no se hace desde luego en nombre de motivos meramente sentarse en los finisterres de Europa «esperando la barca
estilísticos, o de un pedante rigorismo jurídico progresis- que ha de pasarlos al otro lado, como los muertos de Pro-
ta. El sintagma Estado español —'«a nivel de Estado espa- copio». Cuando las reivindicaciones celtistas se apoyan en
ñol»— parece más bien destinado a desempeñar su fun- el idioma, entonces tienen un contenido práctico preciso,
ción dentro de una necesidad de resolver una contradic- por ejemplo, cantar en un lenguaje más o menos aproxi-
ción puramente lógica que se plantea en el momento de mado al céltico convencional, normalizado. Pero cuando
tener que elegir entre dos categorías supuestamente dis- el idioma no existe, la Nación celta y aún la culmra celta
yuntivas (Nación ó Estado): si Cataluña, Vasconia, etc., (que en ningún caso se ha perdido, porque ha sido incor-
son naciones (pues sólo así es aplicable el axioma metafí- porada a culturas ulteriores: ha podido ser definido el
sico que venimos considerando), entonces España no francés como el latín pronunciado por celtas) se torna un
puede ser Nación. Luego será Estado. Pero mientras que concepto completamente gaseoso y propiamente ridículo:
el concepto de Estado admite al menos una definición tal ocurre con los «celtas gallegos» o con los «celtas astu-
operatoria (aquello que tiene representación en la O N U res», cuyos idiomas son tan románicos como el
-por ejemplo), el concepto de Nación es absolutamente castellano o el francés. Salvo rasgos de innegable interés
vago. Y si «autonomía del Estado» tiene sentido, la auto- para los laboratorios dedicados a estudios raciológicos, só-
nomía de la Nación (salvo que se defina denotativamente, lo podrán invocar a la gaita o a Prisciliano: pero la gaita es
es decir, como una lista de normas cuya unidad es siem- un préstamo de las legiones romanas (la cornamusa, la
pre de tipo amalgama) no, «Nación autonómica» es un tibia utricularis) y Prisciliano tiene tanto de druida como
concepto que tiende, en el límite, a confundirse con «Es- de sacerdote de Isis. El pasado verano subí en mi coche a
tado», por lo cual, «Estado español» tenderá a entenderse un mejicano que pasaba las vacaciones en Asturias: venía
a lo sumo como una federación de Estados. Y este enten- a ver a sus bisabuelos y utilizaba una trasposición de los
dimiento es puramente voluntarista, mera expresión de esquemas indigenistas «aztecas» muy original. Según él,
un deseo, y no de una realidad histórica, económica o so- el castellano, descendiente sin duda del latín, era el idio-
cial. El círculo vicioso se nos muestra ^ o r a al desnudo: ma impuesto a los astures por los imperialistas romanos.
las autodeterminaciones (las autonomías internas) sólo Habría que reivindicar el bable como idioma genuino que
pueden ser fundadas en las nacionalidades y éstas sólo era de los astures prerromanos, «constructores verdade-
pueden justificarse como tales por su autonomía interna. ros del Puente de Cangas de Onís».

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