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TEXTO COMPLETO de la Edición Postuma DEL

LIBRO ESCRITO POR EL HISTORIADOR JUAN


JOSE VEGA ACERCA DE PEDRO VILCAPASA.
«VILCAPASA»
Texto original de la obra de Juan José Vega.
Edición póstuma en su homenaje.
c. Juan José Vega (+)
c. De la edición Editorial Aswan Qhari
Gregorio Paredes 214 - Lima, Perú
Edición a cargo de Bruno Medina Enríquez
Impreso en PC Servicios Gráficos
Arnaldo Marquez 1210 Jesús María
2003
CONTENIDO:
Presentación del Editor Bruno Medina Enriquez
Prólogo de César Anibal Vera
PRIMERA PARTE:
VILCAPAZA
SEGUNDA PARTE:
OTROS HEROES PUNEÑOS
TUPACAMARISTAS
TERCERA PARTE:
EL TUERTO OBAYA
Colofón a cargo de Omár Aramayo Cordero
Datos Biográficos del Autor
Poema de Manuel Scorza
Carta de Manuel Scorza a Juan José Vega
ANEXOS:
"La Verdad sobre el Héroe Legendario" (Severo
Castillo Figueroa)
PRESENTACION
La posibilidad de participar en la publicación de este
libro me inquietó de sobremanera, dado que trata
acerca de un grán héroe, de quien tuve conocimiento
de su existencia desde muy niño, a quien supe
conocer con aprecio por la identidad vilcapasina que
se me ha sabido formar, la inquietud creció en mi
mente al saber que el autor que se ocupa de Pedro
Vilcapaza es Juan José Vega, un insigne historiador,
que se dedicó en vida a revalorar a los caudillos
tupacamaristas del siglo XVIII.
Este trabajo es consecuencia del estudio que le ha
dedicado Juan José Vega a eso hasta entonces
anónimos héroes de la gesta tupacamaristas, donde
Vilcapaza lleva el papel protagónico, este trabajo es
la conclusión de otros dos trabajos que previamente
había publicado por intermedio de la Universidad
Nacional de Educación y de la Universidad Nacional
del Altiplano, así como otros materiales que el autor
publicara en diarios y revistas.
Todo este material llega a mis manos por intermedio
de la tremenda inquietud que al tema y al autor le debe
el poeta puneño Omar Aramayo, quien por la amistad
con él y despertada mi inquietud al comunicarme que
los originales estaba en su poder, de manos del mismo
autor a quien le había prometido la posibilidad de su
publicación como un libro en conjunto, me
inquietaron también cumplir esa promesa, por lo que
nos pusimos manos a la obra en esta tarea,
lamentablemente en el camino devino lo no deseado,
el fallecimiento de Juan José Vega, lamentablemente
cierto, sin embargo el ofrecimiento debe ser
cumplido.
Razones mayores nos la que motivan esta opción:
Pedro Vilcapaza es un conocido prócer por muy
pocos de los que estamos entre sus admiradores, pero
su valentía y decisión por la libertad del yugo
colonial, lo hace participar en la gesta revolucionaria
iniciada por José Gabriel Condorcanqui Túpac
Amaru II, en 1780. Una forma de valorar a los héroes
es haciéndolos que los conozcan, es que fue un héroe
jamás vencido, muy a pesar de los 8 caballos que se
pusieron para descuartizarlo, sin haber logrado
despedazarlo, ni el olvido de la historia oficial, que no
valora a los verdaderos protagonistas de la
emancipación americana, hecho que ha reclamado
por siempre Juan José Vega, desde la «Guerra de los
Viracochas».
Finalmente la promesa se cumple con esta
publicación.
La preedición estuvo a mi cargo, la revisión final de
las pruebas, estuvo a cargo de Omar Aramayo, ha
colaborado no solo en la inquietud, sino en la prensa,
Pablo Condori, las fotos que incluimos de Juan José
Vega son de la carátula de su primer folleto
(Universidad Nacional de Educación), así como
pertenecen a la Viuda de J.J. Vega, la foto de en la
que está en Azángaro durante la celebración del
Bicentenario de la inmolación de Vilcapaza pertenece
a Consuelo Nuñez.
Agradecimiento final a todos ellos a Omar, por
compartir esta realidad de contar finalmente con la
publicación de este libro que estará al alcance de las
nuevas generaciones, que deben conocer más acerca
de tan ínclico Prócer Azangarino en breve ya
universal.
Lima, junio del 2003
Bruno I. Medina Enríquez
PROLOGO
Como bien se sabe; la insurrección iniciada por José
Gabriel Túpac Amaru habría de extenderse por
espacio de veinte meses, sobre territorios que
pertenecen, ahora, a seis repúblicas americanas.
De todas las regiones remecidas por la sublevación en
área principal -desde la cuzqueña Calca hasta
Tucumán- fue Puno la tierra que mantuvo
ininterrumpidamente la lucha. a lo largo del tiempo
arriba señalado; el Último combate se libró en
Amutara contra un cacique tan modesto que la
historia desgraciadamente no registró su nombre, el 6
de julio de 1782.
Puno fue el escenario constante del alzamiento y
puneña la sangre que más corrió. Hora es de
reivindicar este honor rindiendo homenaje a quienes
lucharon en las más desfavorables circunstancias y
sobre todo a aquellos a quienes precisamente se
dedican estas páginas, A Vilcapaza sus compañeros
de lucha, esto es a quienes, trizadas ,:va las
esperanzas de victoria, siguieron en pie de guerra .v
gritaron al pie del patíbulo «preferimos morir que ser
indultados»; a quienes, quebradas ya las posibilidades
del frente unido contra España sólo atinaron a
defender con heroísmo su propia raza, pensando,
sintiendo .:v peleando como indios, como miembros
del sector más oprimido del Perú Virreynal.
Es en la conmemoración de un Bicentenario. En estas
páginas, por eso, no figuran tantísimos puneños que
dieron sus vidas en casi dos años de guerra, bajo las
banderas del Inca José Gabriel y luego el Inca Diego
Cristóbal Túpac Amaru. No están los puneños que
murieron combatiendo en esa etapa, ni los que fueron
ejecutados, ni los asesinados, ni los desaparecidos en
las luchas montoneras.. ni los que, engañados por las
autoridades coloniales pactaron la paz en Sicuani. No
están acá pese a lo gloriosos de su lucha. Sólo están
quienes guerrearon en la última fase, en 1782, quienes
tras haber sobrevivido en medio de batallas,
matanzas, represiones, siguieron empuñando las
banderas de la insurrección en el periodo postrero,
etapa a la cual Vilcapaza simboliza mejor que nadie.
Ese período puesto en primera fila a puneños y
cuzqueños que rechazaron el indulto, tregua y paz,
rechazaron cualquier entendimiento con el sistema
virreynal.
Estas páginas debidas al insigne historiador Juan José
Vega, quien me concede el honor de prologar este
notable ensayo, por ser puneño y talvez, también, por
la constancia con que le pedí se ocupase de esta
historia olvidada de Puno, tiene el atractivo de
reivindicar a varios próceres que se encontraban en
injusto olvido, ,especialmente Apaza, Calisaya, Laura
y, sobre todo, Andrés Ingaricona, verdadero caudillo
puneño cuya acción revolucionaria lo coloca entre los
grandes héroes de América.

Lima, 4 de enero de 1982


César Aníbal Vera Pineda
PRIMERA PARTE
PEDRO VILCAPAZA
Pedro Vilcapaza debió ser de los primeros
conspiradores que urdieron la gran rebelión andina de
1780, a juzgar por los cargos que ocupó durante su
desenvolvimiento medio y final, así como por el rol
protagónico que le cupo desempeñar en varias de las
más difíciles circunstancias.
Pero no figura Vilcapaza en los momentos iniciales,
ni siquiera cuando José Gabriel Túpac Amaru hizo su
ingreso triunfal a Azángaro el 13 de diciembre de
1780, ni se le ve actuando en las sangrientas
campañas rebeldes contra el corregidor Joaquín
Orellana de Puno. Es probable que en esas semanas
hubiese estado en el Alto Perú, de Potosí a La Paz,
estimulando un coordinado estallido de la
sublevación en todas las comarcas altiplánicas; o
también actuando entre Juliaca y Azángaro en un
plano menor o -caso contrario- tal vez en un nivel
extremadamente reservado por la trascendencia que
revestía su gestión.
Algo después insurgiría a la luz pública y habrían de
ser notables sus proezas.
El Mariscal Joseph del Valle, el más importante jefe
español durante el alzamiento lo calificó de “uno de
los caudillos de más nombre, brío y máximas”, quien
-acusaron los virreynales- sublevó Azángaro,
Carabaya, Larecaja y Omasuyos, actuando sobre dos
Virreinatos, “tras haber jurado solemnemente” ante el
Inca Túpac Amaru.
Era Vilcapaza -según informes de aquel tiempo-
“hombre ladino en lengua española” y personaje de
mucho temple y fuerzas; la tradición oral que recogió
Modesto Basadre hace más de un siglo lo señala como
de unos 45 años al momento de la insurrección, alto,
corpulento, hábil y astuto.
Vilcapaza insurge a plenitud en la historia
documentada cuando en marzo de 1781 pasó a
comandar “los valientes indios de la provincia del
Collao”, tal como los calificaron los integrantes del
Cabildo del Cuzco y sublevó la orilla norte del Lago
Titicaca. Siguiendo la línea del Inca, quemó los
obrajes de Muñani -centros de explotación e
injusticia- y pasó a saquear las minas de Arapa, con
el objeto de obtener recursos; luego taló las comarcas
de Huancané y de Vilquechico, marchando luego
sobre Apolobamba, Larecaja y Omasuyos. De la
represión no escaparon los mineros de Aporoma, Poto
y Tipuani, varios de los cuales fueron degollados por
sus injusticias.
La lucha de Vilcapaza fue particularmente enconada
contra los representantes del cacique pro-español
Choquehuanca, cuyas haciendas, como Picotani y
Puscallani, taló.
Sin duda, fue un error del Inca José Gabriel Túpac
Amaru dispersar sus fuerzas en varios frentes, pues
mientras Vilcapaza combatía en comarcas puneñas,
Diego Verdejo se enfrentaba en Cailloma y
Condesuyos a las tropas arequipeñas y Felipe
Bermúdez con Tomás Parvina a las del Cuzco en
Chumbivilcas y Kanas , él mismo resistía al grueso de
las huestes virreynales del Mariscal del Valle. No
obstante, debemos también pensar que la sublevación
se produjo en muchos sitios en forma autónoma,
inconexa, por la cual se hacía necesaria vertebrar en
un todo el heterogéneo movimiento. La situación era
aún mucho más compleja si recordamos que, a
mediados de marzo, ya Túpac Catari iniciaba el
asedio de la ciudad de la Paz y si meditamos en que
innumerables focos de rebelión se abrían en el vasto
altiplano collavino, hasta tierras argentinas actuales;
en medio de no pocos brotes tupacataristas.
Un enorme esfuerzo se realizó el 9 y el 10 de abril
para tomar Puno; el ataque fracaso esencialmente,
porque los de Acora entregaron a Isidro Mamani,
rompiéndose así el anillo de los sitiadores.
Los asedios de Sorata y Puno, ubicada la primera
ciudad en la Bolivia de hoy, aparecen como una
necesidad estratégica de la rebelión, tanto para
conducir a las masas puneñas levantiscas, cuanto para
contener la excesiva influencia que empezaba a
adquirir Túpac Catari; hombre cuyas ideas iban
mucho más allá de lo planeado por los dirigentes
“incas” del Cuzco.
PRIMER CERCO DE SORATA
Así, mientras el Inca José Gabriel trataba de contener
al Mariscal del Valle en la cuenca del río Vilcanota,
su sobrino Andrés Mendiguri Escalera (sobrino del
Inca y conocido por tanto como Andrés Túpac Amaru
y como el “inca mozo”) pasaba al ataque de Sorata,
seguido de Pedro Vilcapaza y de Miguel Bastidas,
joven coronel sobrino de Micaela.
El cerco se tendió el 1ro de abril de ese año de 1781;
fueron unos cuatro o cinco mil los atacantes. Defendía
la plaza Manuel Asturizaga, con un ejército pequeño
pero aceptablemente equipado, de ochocientos
soldados, casi todos criollos y mestizos. Tras furiosos
combates en las afueras de la ciudad -en los cuales
perecieron unos tres mil rebeldes- Andrés Túpac
Amaru, el joven jefe rebelde del altiplano, dio la
orden de retirada.
La causa era grave: acababan de llegar chasquis de a
caballo anunciando la derrota y prisión del Inca José
Gabriel y de un buen número de sus capitanes. Y los
sobrevivientes de las últimas batallas del río
Vilcanota habían acordado realizar un esfuerzo para
recapturar al Inca y, entre tanto, proponer como jefe
al primo–hermano, Diego Cristóbal Túpac Amaru. La
operación militar fracasó al contener los virreynales
en duras batallas de Langui y Layo a los sublevados
y el Inca José Gabriel fue llevado preso al Cuzco.
Andrés, Vilcapaza y todos los demás, tras enterarse
de las catastróficas consecuencias del desastre del
Inca en Sallca -junto a Combapata- no tuvieron más
que reconocer como nuevo líder a Diego Cristóbal.
Se aprestaron luego a la defensa del Collao, porque el
Mariscal del Valle decidió continuar su ofensiva, a fin
de romper los cercos de Puno, la Paz y Sorata, para lo
cual movilizó unos siete mil soldados, toda la tropa
negra de Lima y Callao entre ellos. Urgía a los
rebeldes cortar el proyectado avance de Del Valle.
BATALLA DE QUEQUERANA
Para tal finalidad, se hizo necesario contener antes la
impetuosa ofensiva virreynal dirigida desde La Paz;
tropas comandados por el Coronel Joseph Pinedo, tras
reconquistar Sorata la asediada, marchaban sobre
Huancané.
La historiadora boliviana María Eugenia Siles, en su
trabajo sobre Túpac Catari recuerda la derrota que esa
vez sufrieron las huestes del Rey en Quequerana,
cerca de Moho, a manos de los jefes tupacamarístas
“más avezados en la lucha y con mayor disciplina”.
Estás huestes rebeldes, pésimamente equipadas,
tropas indígenas casi en su totalidad, se impusieron al
ejército paceño, gracias a la conducción de Vilcapaza,
que era el coronel rebelde que tenía a su cargo aquella
región; derrota de los virreynales que habría de
recoger el propio Corregidor de Puno Joaquín de
Orellana, quien seguía resistiendo denodadamente en
ese abril sangriento de 1781.
Pinedo, vencido, se replegó a Sorata, donde mejoró el
atrincheramiento de la ciudad, previendo la
inminencia de un nuevo ataque a la ciudad.
Vilcapaza estuvo entre los que se trasladaron de
inmediato al altiplano a fin de organizar la defensa
contra el poderoso ejército virreynal.
Primero luchó el Jefe Indio Guamán Tapara, pero no
pudo contener la arremetida de los victoriosos
soldados virreynales en el cerro Gacsili y en Santa
Rosa.
Allí “mandaba el campo de los rebeldes don Pedro
Vilcapaza”, cuenta el gran cronista anónimo de la
guerra tupacamarista y agrega que era “comandante
nombrado por el caudillo Diego Cristóbal Túpac
Amaru y que tenía en el ejército todos los indios de
las provincias de Azángaro y Carabaya”.
En el comando se hallaba también Tito Atauchi, a
quien se conocía con el mote de “Terciopelo”, capitán
fogueado desde los primeros días de la rebelión.
BATALLA DE CONDORCUYO: 7 DE MAYO DE
1781
El Mariscal Del Valle intimó rendición a los rebeldes;
Vilcapaza contestó con altivez que “preferían morir
antes que ser indultados”. En medio de gran vocerío
y sones de pututos de guerra, voces Indias
estentóreas, anunciaron que marcharían sobre el
Cuzco a fin de liberar al “idolatrado Inca”, a José
Gabriel Túpac Amaru.
El primer encuentro fue ganado por los rebeldes.
Veamos cómo informa el Mariscal Del Valle los
momentos iniciales de esta enconada lucha:
“... Hallé el monte referido coronado de enemigos,
con banderas, cajas, clarines y con un rumor ten
extraordinario de confusas voces, todas dirigidas a
injuriarnos, que parecía ocupada por cien mil
hombres. Había también en el llano otro considerable
número de rebeldes, que a toda diligencia retiraban
sus tiendas, muebles y ganados al monte expresado.
Mis batidores los acometieron al galope
contraviniendo mis órdenes (y lo hicieron) tan
precipitadas y desunidas que ocasionaron cayesen
sobre cada uno de ellos más de veinte enemigos, y que
dejándose matar los primeros, acabacen los restantes
con quince Dragones de la tropa de Lima (negros), sin
que hubiese arbitrio para, que la vanguardia que a la
sazón se iba aproximando pudiese remediar ente
sensibilísimo suceso”.
Prosigue el Mariscal Del Valle su narración diciendo
que
“cuando nos acercamos a la falda del citado monte,
vocearon los indios auxiliares de Anta y Chincheros
a los rebeldes situados en él, que si bajaban a dar
obediencia a su Majestad (Carlos III de España)
serían perdonados; y éstos (los rebeldes) les
respondieron que su objeto era dirigirse al Cuzco a
poner en libertad a su Inca”.
“Con estas noticias -prosigue el informe español-
determiné atacarlos a la mañana siguiente, no
obstante su ventajosa situación que consideraban
Inexpugnable”.
Del Valle atacó “con cuatro divisiones. La que tenía
que dar la vuelta a la espalda del monte, que hacía
frente a mi campo (destinada a los enemigos que
bajasen perseguidos de los demás), se puso en marcha
dos horas antes, y las otras se colocaron en los sitios
que las previne, hasta el punto de ataque».
«Cuando conceptué que estaban todas en la
disposición que había proyectado, hice disparar los
tiros de cañón, a cuya señal avanzaron a viva fuerza.
Los enemigos hicieron una resistencia increíble,
favorecidos de unos corralones fortificados desde el
año 40 ó 41, que ahora habían puesto en estado de la
mayor defensa. Al Teniente Coronel de los Reales
Ejércitos don Juan Manuel Campero que los atacó por
la izquierda con una columna de mil y quinientos
hombres, lo rechazaron tres veces, con un fuego muy
vivo de fusil, sosteniéndose obstinadamente en un
paso estrecho, por donde precisamente debía subir.
Nuestras tropas acreditaron al mayor tesón y brío, y
las de los enemigos hicieron acciones de mayor valor,
porque hubo indio que atravesado con una lanza, se la
sacó del pecho, y siguió con ella a su contrario, cinco
o seis pasos hasta que cayó muerto; y otro a quien de
un golpe de lanza, se le sacó un ojo, que siguió con
tanto empeño al que lo había herido, que si otro
soldado no acaba con él, hubiera dado fin de su vida”.
“Duró la resistencia como una hora y tres cuartos,
hasta que el vigor de nuestras tropas y también el de
los indios auxiliares de Anta y Chincheros que en este
día estuvieron muy bizarros, los desalojó, puso en
fuga y escarmentó, con la pérdida de más de
seiscientos muertos, quedándome muy corto; porque
los corralones, piedras y cañadas del referido monte
no permitieron contarlos, ni hacer cómputo cierto de
los que perecieron. Sus heridos, puedo afirmar
también que fueron muchos; porque el crecido fuego
que hicimos, casi siempre a la distancia de medio tiro
de fusil, y el número de los nuestros, que explica la
adjunta relación, justifica que el suyo sería
exorbitante. Les quitamos muchos ganados, caballos,
mulas y cuantos víveres y efectos tenían acopiados
para algunos meses”.
Leamos ahora cómo narró esta cruenta batalla, Don
Mateo Pumacahua, el joven Cacique virreynal:
«Todas las tropas virreynales reunidas marcharon
juntas hasta el cerro Condorcuyo “que los
insurgentes, bajo el mando de su capitán Pedro
Vilcapaza, y el indio Terciopelo, habían fortificado de
tiempo atrás, como sitio de la primera importancia.
Aquí encontraron pasados a cuchillo trece Dragones
de Carabayllo, que iban de batidores de entrada.
Sentaron el campo y se tomaron en un Consejo de
Guerra que se formó todas las medidas conducentes
al ataque de Condorcuyo; y quedó resuelto sé hiciese
este por tres partes, señalándose el del medio al
General Avilés, con quien subió el exponente,
desalojando a los indios de diversas trincheras que
tenían en medio del cerro, desde las cuales
precipitaban piedras de enorme corpulencia que
abrían claros en las tropas de V.M. conforme
abandonaban los puestos inferiores se retiraban a la
eminencia guarnecida de un muro bien alto. Aquí el
General Avilés con espada en mano y lleno de ardor,
los exhortaba con un ejemplo a la firmeza de ánimo y
constancia queriendo ser el primero en la escalada del
muro: Mas viendo el exponente cuanto se aventuraba
con esta precipitada deliberación, le representó el
peligro, y lo que se perdía con su muerte tal vez
inevitable en el asalto; tomando a su cargo la
escalada, que la logró, rompiendo después el muro,
para que entrasen las tropas formadas. En este punto
se reunieron las otras dos columnas que atacaban por
diversas partes”.
El hecho que las tropas insurgentes fuesen cogidas
por los virreynales desde tres partes distintas explica
aquella frase que resume la derrota: “...la mortandad
de los traidores fue tan grande, que por más de dos
leguas no se encontraban sino cadáveres de éstos”.
No obstante la derrota, Vilcapaza logró reorganizar
sus huestes a fin de volver a trabar pelea con el
enemigo, tratando de ver con más cuidado la barrera
de fuego de fusilería con que éste contaba. Entre
tanto, los Coroneles de Diego Cristóbal Túpac
Amaru, Ramón Ponce, Pedro Vargas, Nicolás Sanca
e Ignacio Ingaricona proseguían el sitio de Puno,
tratando de tomarlo antes que el Mariscal Del Valle
se aproximase más al Lago Titijaja; lo mismo
procuraba Andrés Huera por el sur, acatando las
órdenes de Túpac Catari. Por su lado el Mariscal, con
Pumacahua y Avilés, prosiguieron su avance,
mientras Diego Cristóbal Túpac Amaru pasaba a
Carabaya a traer más gente y Vilcapaza trataba de
trazar una nueva línea defensiva, lo cual hizo en
Puquinacancari, camino de Puno.
Mientras tanto, otras urgencias se presentaban: la
situación exigía el reinicio del cerco de Sorata bajo
mando cuzqueño; en esos días miles de hombres, de
Carabaya esencialmente, se desplazaban con destino
a Sorata, bajo el mando del Coronel Diego Quispe,
«el Mayor», montonero autónomo, con gran dominio
sobre su gente, y de quien se recelaban algunas
vinculaciones con el aimara Túpac Catari.
EL COMBATE DE PUQUINACANCARI. 19 de
Mayo de 1781
Mientras Vilcapaza efectuaba los enlaces
correspondientes para la pelea en un triple frente
(Puno, Sorata y Azángaro) el Mariscal del Valle
avanzó con sus numerosas fuerzas, llevando como
vanguardia a las tropas negras.
Se percibe la falta de un comando único en esos días.
Al parecer Diego Cristóbal prestó excesiva
importancia a los asuntos de Carabaya y se presenta
una confusa situación.
Probablemente Vilcapaza aconsejó un repliegue, con
el objeto de concentrar, todas las fuerzas rebeldes en
un ataque más sobre la ciudad de Puno -donde resistía
el corregidor Joaquín de Orellana -pero su idea de una
arremetida así no habría sido aceptada: otros jefes
rebeldes, tan anárquicos como valientes, anhelaban
enfrentarse otra vez con el Mariscal del Valle y se
atrincheraron en el Cerro Puquinacancarí.
El choque armado se libró el 19 mayo y fue
extremadamente violento, rememorándose escenas
de heroísmo como las de Masadá y Sagunto, puesto
que muchos de los defensores prefirieron el suicidio
a la derrota o a la rendición. Vilcapaza estuvo entre
quienes alcanzaron a salvar a los escasos
sobrevivientes del combate.
El propio Mariscal del Valle resumió así este
encuentro espartano:
«Al pasar por el cerro de Puquinacancarí, que es muy
alto y todo peñas, sito en medio de una pampa en el
que vimos algunas Indios que por su corto número se
despreciaron; pero al pasar la columna de
Cotabambas que venía a la retaguardia, avisó de que
le habían apedreado desde él, por lo que su
Comandante pidió permiso de atacarlos, lo que se
ejecutó con un pequeño destacamento y sin embargo
de no llegar a 100 los enemigos hicieron una
obstinada y bárbara defensa; y viéndose ya sin
recurso, algunos se despeñaron voluntariamente, y
entre los otros una mujer con un niño a las espaldas.
Los pocos que se cogieron vivos se ajusticiaron a una
mujer prisionera se tendió voluntariamente sobra un
cadáver y viendo que tardaban en matarla, levantó la
cabeza y dijo por qué no la mataban», heroísmo que
no dejó de comentarse en el Palacio de Lima, ente
Agustín de Jáuregui.
Los documentos militares precisan que para someter
a los que resistían a ultranza
«se destinaron ochenta fusileros para que castigasen
este atrevimiento, a la verdad no esperado, a la vista
de todo el ejército y mandando suspender la marcha
retrocedió el mismo General con el regimiento de
Caballería del Cuzco para rodear el monte por su
falda a impedir escapase ninguno de aquellos
atrevidos sediciosos. Pero ellos lejos de intimidarse
con la inmediación de las tropas que se dirigían al
ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar más
que en morir o defender el puesto que ocupaban, con
la mayor intrepidez y osadía, favorecidos por unas
piedras muy altas que los ponían a cubierto, sin hacer
caso de las ofertas del perdón que les hacía un oficial
de las tropas de Cotabambas, a quien con furor
respondían que antes querían morir que ser
insultados». Y luego del encarnizado ataque
virreynal, considerando los soldados rebeldes -
hombres y mujeres- que era ya imposible escapar de
las manos de sus contrarios, eligieron muchos el
desesperado partido de despeñarse para hacerse
pedazos. «Nada fue bastante - precisan los
documentos virreynales- para disminuir aquella
ferocidad y de este modo murieron todos…
despreciaron sus vidas por sostener tan horrible
sedición”.
Gabriel de Avilés, entonces un joven Coronel
virreynal, escribió: “A vista mía y de todo el ejercito
se despeñaron muchos de ambos sexos con sus hijos,
desde el escarpado cerro de Puquinacancari, por no
entregarse como se les ofreció”.
Vilcapaza, esa vez, consiguió retirarse a tiempo antes
de ser rodeado por el enemigo; y pasó a organizar
núcleos combatientes.
Tras su triunfo sobre las huestes rebeldes en
Puquinacancari, el ejército virreynal del Mariscal
Joseph del Valle continuó su progresión sobre la
ciudad de Puno, cercada por los tupacamarístas desde
mediados de diciembre de 1780.
Fue una marcha relativamente lenta, por las
privaciones y los fuertes hielos de mayo, que
afectaban especialmente a las tropas de negros de
Lima y Callao, desafectos a las regiones altiplánicas;
con todo, tomaron Calapuja, Juliaca y Buena Vista,
puntos mencionados en los diarios militares
virreinales.
Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas
virreynales por las montoneras de Vilcapaza,
Ingaricona, Laura, Calisaya y otros rebeldes, una
grave crisis política tendía a estallar en las altas
esferas revolucionarias; a raíz de la prisión del Inca
José Gabriel Túpac Amaru la división se había
acentuado. Por un lado, estaban los llamados “Incas”
del Cuzco, Diego Cristóbal y Andrés, esencialmente,
quienes reclamaban la dirección del movimiento; por
el otro se hallaba Túpac Cátari el aymara que había
insurgido ya a la acción, a través de buen número de
caudillos de aldea en las orillas Titijaja.
Quechuas y aymaras tuvieron así una confrontación
interna, de la cual no estaban ausentes algunos
factores sociales, en especial la pugna entre la alta
aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos, a
quienes parecía apoyar una parte de la nobleza menor
del altiplano.
El avance de Diego Cristóbal al altiplano respondía
también a una necesidad perentoria. Contener los
desmanes de los capitanes tupacataristas y de uno que
otro jefe tupacamarista; sobre todo, resultaba
prioritario contener e inclusive aplastar a los líderes
que en nombre de Túpac Amaru proyectaban arrasar
con todo.
PRIMER ATAQUE A PUNO. Por Diego Cristóbal
Túpac Amaru - 10 de marzo
Diego Cristóbal fue el hombre escogido por el Inca
tanto para organizar la sublevación en tierras puneñas
como para frenar los intentos expansionistas de Túpac
Catari, el nuevo definitivo nombre de Julián Apaza.
Para entonces, el joven caudillo habría ya recibido un
gran elogio de labios virreynales: «es mucho peor que
su (primo) hermano José Gabriel»
Una vez en el altiplano Diego Cristóbal organizó la
guerra con tal vigor que pudo lanzar el ataque a Puno
el día 10 de marzo con Andrés Ingaricona, Ramón
Ponce y Pedro Vargas; mientras tanto por el sureste
la ciudad empezaba a ser amagada por gruesos
contingentes aimaras que al parecer sólo aceptaban
órdenes del aludido Túpac Catari. Todos, sin
embargo, pelearon con ejemplar coraje, pero no
consiguieron doblegar la férrea resistencia del
Corregidor Joaquín de Orellana, quien para el efecto
hasta había eregido fortines con varios cañones en los
arrabales de la ciudad y tenía sólida alianza con el
cacique virreynal Anselmo Buztinza, quien lanzó a
toda su gente a la primera línea de combate.
Puno resistió el aluvión de dieciocho mil patriotas, no
sólo a causa de las excepcionales condiciones del
defensor de la ciudad, sino gracias a la alianza con un
sector nativo; pero fundamentalmente combatieron
con desesperación al conocer el sesgo racista y
sanguinario que, la lucha había adquirido en zonas
altiplánicas. Los quechuas y los aimaras anhelaban,
además, vengar los recientes desastres de Oruro y
Chuquisaca. Así, como los alrededores de la ciudad
de Puno se empaparon de sangre. Pero no se la pudo
tomar; Diego Cristóbal tuvo que contentarse con
estrechar un nuevo anillo sobre la urbe, mientras
buscaba con urgencia contactos al otro lado, en el
camino de La Paz, con jerarcas aymaras.
El avance de los Tupacamaristas sobre Puno habría,
sin embargo, de precipitar una consecuencia
imprevisible a escasos días: la agudización de las
ambiciones del nuevo líder Túpac Catari. Aun cuando
no se conoce con certeza los impulsos que lo llevaron
a agravar la escisión, es un hecho que había decidido
aplicar un proyecto propio, separado del que se trazó
el grupo de conjurados de Tungasuca.
Aprovechándose de que Diego Cristóbal no logró
conquistar Puno y teniendo éste que retornar del
Collao a Kanas, a fin de reclutar nuevas levas y
concurrir con socorros al Inca, Túpac Catari se lanzó
al ataque de la ciudad de La Paz. Así, mientras, en
aquel convulsionado mes de marzo, Diego Cristóbal
se estrellaba contra los fortines puneños, Túpac Catari
se deshacía de Marcelo Calle, que era el principal
delegado tupacamarista en las tierras de Sicasica y
llegado el caso, el hombre de los Túpac Amaru
llamado a cercar La Paz en el momento oportuno, en
diálogo con los criollos paceños comprometidos; plan
que se maduraba cuidadosamente por la envergadura
de la acción.
Orellana logró emboscar con su fusilería a un grueso
contingente tupacamarista, lo cual desanimó a Ramón
Ponce, el que suspendió el ataque y, aun cuando
manteniendo el asedio a través de Ingaricona, retornó
a Tinta, donde fue censurado por el Inca por su falta
de una mayor acometividad.
La guerra continuó en todas las tierras puneñas,
aumentando la violencia conforme se iban integrando
contingentes de aymaras y de uros tupacamaristas en
la orilla sur del Lago Titijaja.
En un ambiente caldeado por las rivalidades entre
tupacamaristas y tupacataristas Y entre quechuas y
aymaras, las comarcas puneñas fueron escenario de
las más enconadas luchas contra los españoles;
algunos capitanes patriotas actuaban ya por su cuenta,
con gran crueldad.
Este período de abril en Puno lo subdividiremos en
escalones para apreciarlo con más claridad: las luchas
en distintas áreas puneñas, el segundo ataque a la
ciudad de Puno, la ofensiva sobre Arequipa y la
derrota de las fuerzas virreynales arequipeñas en
Lampa.
Los finales de marzo y los principios de abril fueron
el período más cruentos en la región; con vesanica
furia combatieron jefes tupacataristas y algunos
capitanes autónomos, como Nicolás Sanca.
La floreciente Chucuito, principal ciudad de la región,
fue borrada del mapa por los jefes aymaras, al matarse
a sus dos mil vecinos criollos, mestizos y pocos
españoles, «de todo sexo y edad”.
Pascual Alarapita e lsidro Mamani fueron los
responsables principales de la espantosa carnicería;
ambos obedecían a Túpac Catari.
Niños, ancianos y mujeres que escapaban de las
piedras, de las balas y de los incendios fueron
arrojados a las aguas del Lago, para que pereciesen
ahogados; los «indios leales» resultaron igualmente
exterminados.
Unos pocos sobrevivientes, mientras huían,
alcanzaron a ver la matanza desde lo alto de los cerros
que rodean la ciudad.
El 3 de abril en pleno combate por Chucuito, fueron
quemados vivos los oficiales virreinales Nicolás de
Mendiola y José Roselló.
No menos violentas fueron las acciones de Juli, donde
se llegó a contar setentiún cadáveres también «de
todo sexo y edad», en las calles del pueblo arrasado;
muchas mujeres y hasta niños fueron sacados de las
iglesias, donde se cogían de las imágenes; y no
faltaron escenas terribles de sangre humana chupada
de heridos y muertos por los fanatizados vencedores,
entre ellos muchos uros, seguramente.
Los desordenes al parecer se habían iniciado el 22 de
marzo en la comarca de Carabaya, pero pronto se
extendieron a todo el altiplano: sufrieron los excesos
Capachica, Acora, Ilave, Coata, Yunguyo y otras
más, aparte de las ya nombradas Chucuito, Juli y
Pichacani. Era frecuente oír en esos trances que los
rebeldes proclamaban “Rey a Katari”, aludiendo sin
duda a Túpac Catari, el sanguinario caudillo aymara
que conducía el cerco de La Paz.
En Ilave le fue harto clara la proclamación de rey a
Túpac Catari lo cual tuvo que causar justificado pesar.
Los documentos de la época están llenos de
referencias a los excesos en toda la comarca.
Un enfrentamiento cerca de Acora, en Manquesqueña
acabó en desastre para los virreinales, cuyas tropas
nativas principalmente se dispersaban; otro encuentro
en las cercanías tuvo resultados parecidos, así como
una incursión de Orellana, tratando de restablecer el
orden desde Puno.
Además en el altiplano la lucha hubo de ser más
sangrienta que en ningún otro teatro de operaciones,
presentándose casi un ciclo de “todos contra todos».
En efecto, si bien el 10 de abril los virreinales habían
quebrado el asedio a la ciudad de Puno, ello no se
debió a un éxito militar, sino al caos en la retaguardia
rebelde, porque aterrados gran parte de los aymaras,
lupacas de Acora con las atrocidades de Isidro
Mamani su jefe regional, lo entregaron más allá de
Chucuito a las avanzadas del Corregidor Orellana; el
suceso provocó recriminaciones y matanzas entre
aymaras de la zona, mientras que, no lejos, quechuas
y aymaras empezaban a pelear entre sí por razones
similares. Entre tanto, arrepentido de cuanto había
hecho, también se entregó al Corregidor el cruel
Mateo Condori. Pero no obstante el desorden, Diego
Cristóbal logró restaurar un mínimo de coordinación
y, auxiliado por Mariano Túpac Amaru y Andrés
Ingaricona, se volvió a cercar la ciudad, por tierra y
agua.
Por esos días la situación política rebelde empeoraría
en las esferas de la dirigencia insurrecional, porque al
enterarse Túpac Catari de la prisión del Inca José
Gabriel, trató con más fuerza aún de capturar y
conducir el movimiento. Para ello el destacado líder
contaba con la terca adhesión de sus seguidores y con
un extraño carisma, no exento -como vimos- de
elementos mágicos. Diego Cristóbal -al igual que su
antecesor- no había tenido más remedio que tolerarlo
durante ese difícil abril, en la común lucha contra los
virreinales; pero tal actitud de concordia no consiguió
las metas que le inspiraban. Por el contrario Túpac
Catari continuó remitiendo al asedio de Puno, por el
lado sur, tropas aymaras de refresco conducidas por
jefes que mostraban tanto valor como crueldad e
indisciplina, cual el caso de Pascual Alarapita e Isidro
Mamani. Numerosos pueblos volvieron a sufrir una
violencia inenarrable, lejos de los principios
doctrinarios de la rebelión y de los preceptos
cristianos que todos los Túpac Amaru enarbolaban.
SEGUNDO GRAN ATAQUE A PUNO:
del 10 al 12 de abril.
Desde Azángaro, Diego Cristóbal organizó el
segundo ataque a la ciudad, de Puno.
Lanzó contra la ciudad a Andrés Ingarícona y Pedro
Vilcapaza, pero mientras éstos avanzaban, él mismo
tuvo que replegarse rumbo al norte al recibir noticias
del desastre del Inca en Sallca.
El ataque se desorganizó el día 13, al confirmarse la
prisión del inca, ocurrida en Langui el 6 de abril.
Más adelante tendremos ocasión de volver sobre este
asunto, con motivo de la llegada de los refuerzos
españoles.
Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas
virreinales por las montoneras de Laura, Calisaya y
otros rebeldes, una grave crisis política tendía a
estallar en las altas esferas revolucionarias. Como era
de suponerse, a raíz de la prisión del Inca José Gabriel
Túpac Amaru la división se había acentuado. Por un
lado, estaban los llamados «Incas» del Cusco, Diego
Cristóbal y Andrés, esencialmente, quienes
reclamaban la dirección del movimiento; por el otro
se hallaba Túpac Catari el aimara que había vuelto a
la acción vigorosamente, secundado otra vez por un
buen número de caudillos de aldea.
Quechuas y aimaras zanjaban así una confrontación
interna, de la cual no estaban ausentes algunos
factores sociales, en especial la pugna entre la alta
aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos a
quienes parecía apoyar una parte de la nobleza menor
del altiplano.
TERCER ATAQUE A PUNO
Entre tanto, Diego Cristóbal había tratado de capturar
Puno, lanzando sobre la ciudad las tropas
comandadas por Andrés Ingaricona y Pedro Vargas,
las que no pudieron doblegar la resistencia del tenaz
Corregidor Orellana, quien había tenido la prudencia
de construir dos nuevos improvisados bastiones, con
fosos y trincheras, y se valía además de un artillero
corso de suma habilidad, llamado Francisco
Vícentello.
A principios de mayo Diego Cristóbal había
acampado por varios días en Lampa organizando la
guerra en los dos frentes inmediatos, el de la ciudad
de Puno (a su cargo) y el abierto por la ofensiva del
Mariscal. El día 7 había asomado a los cerros
lindantes con Puno, «con grande ostentación y
estrépito de los (cañones) pedreros que traía para
batirla». Eje de la defensa de Puno era el fuerte y dos
fortines que dirigía el artillero Vicentelio, con cuatro
cañones y 44 artilleros. El ejército de Diego Cristóbal
arrolló a los indios virreinales que defendían la urbe,
empujándolos más allá del cerro del Azogue hasta
llegar a poner en peligro el propio fuerte que cubría a
los puneños, pero los referidos cañones contuvieron
la acometida Tupacamarista, pese a su «bravura y
ferocidad» como informaron los partes militares del
Corregidor. Tomados los fortines, el día más
sangriento fue el 9 en que Diego Cristóbal atacó por
dos lados a la ciudad, llegándose en un momento a
combatir en las mismas calles, por el lado de la
parroquia de San Juan. Estalló el polvorín de Puno
pero el episodio no amenguó el ánimo de los
defensores. El nutrido fuego de fusilería que sostuvo
en persona el Corregidor Orellana impidió en aquel
día la captura de Puno; las víctimas fueron numerosas
en ambos bandos y el asedio continuó en los días
siguientes, desde lejos, porque se consideró oportuno
aumentar el hostilizamiento a las huestes del Mariscal
Del Valle que habían logrado -como vimos- traspasar
las defensas rebeldes en diversas batallas.
Testigos cercanos de los hechos describieron así la
situación:
«A quien contemplamos en fuertes fatigas es al
Corregidor de Puno, Orellana, pues aunque ha
resistido con un valor indecible a más de diez ataques,
se cree que al fin se rinda si no es socorrido en tiempo,
como lo ha solicitado con las mayores instancias. Se
sabe que los días 10, 11 y 12 del corriente le
presentaron batalla los indios de Chucuito y Diego
Túpac Amaru con más de cuarenta mil indios, tres
(cañones) pedreros y como treinta fusiles, en que le
mataron más de cien españoles y quedaron heridos
como cincuenta y éstos de cuidado, y muchos
descalabrados y golpeados de las piedras, en que se
vio bien confuso el dicho Orellana que salió herido de
una pedrada en la boca, que escapó de milagro y le
rompieron una trinchera y se le entraron hasta la dicha
villa.»
A lo largo de mayo , las guerrillas desgastaron al
cuerpo del ejército que cobnducía Del Valle, pero no
pudieron impedir su progresión sobre Puno, ciudad
que recibió a esas huestes el 25 de mayo, en medio de
gran algazara virreinal.
A la verdad, tras Puquinacancari, las huestes
virreinales continuaron su progresión
dificultosamente. Pocos pensaban ya en los planes
iniciales de socorrer La Paz; la mayoría de los jefes
apenas anhelaba guarecerse en Puno.
Puno, la ciudad a la cual se aproximaban las tropas
del Mariscal Del Valle, había venido soportando
sangriento asedio desde el 10 de marzo, frente a las
tropas del mestizo Ramón Ponce y de varios jefes
indios. Resultó una guerra muy encarnizada; pueblos
y aún ciudades de los alrededores desaparecieron casi
del todo (como Juli, Pomata, Ilave, Chucuito). Fue el
defensor de Puno un criollo, Joaquín de Orellana,
quien armó y equipó casi exclusivamente a criollos y
mestizos, con acierto de ordenar la construcción de un
fortín en los extramuros. disponía de cuatro cañones
y de ciento ochenta fusiles y escopetas, pero sus
tropas, a fines de junio, se encontraban exhautas, tras
cuatro meses y medio de cerco y de combates, puesto
que había construido «una pequeña isla de felicidad
en medio de un mar de rebelión», tal como tan
descriptivamente se definió la situación militar.
Mucho alivio hubo allí cuando llegaron versiones
confusas en torno a la aproximación de la tropa
virreinal y la parcial ruptura del asedio.
PUNO: FUGAZ ÉXITO VIRREINAL
El cerco de Puno fue levantado por los sitiadores; el
Mariscal ordenó entonces a sus avanzadas que
tomasen Puno, un Puno destrozado en cincomeses de
asedio. Felicitó al Corregidor Joaquín de Orellana por
la defensa. Pero de inmediato todos repararon en lo
precario de la situación de la ciudad: hambre,
enfermedades, carencia de armas suficientes,
deseciones, frio intenso y ultitudes, quechuas y
aimaras rodeando nuevamente la plaza, unos por el
norte otros por el sur.
No fueron tranquilizadores los informes recibidos en
la ciudad. Allí supieron cómo se habian visto
acosados desde el 10 de marzo, fecha en que se inició
el segundo cerco; supieron cómo el «leal» cacique
virreinal Anselmo Bustinza había sido escudo de la
ciudad, con sus indios de Mañazo y otros lugares,
pese a las acometidas de sucesivos capitanes como el
mestizo Ramón Ponce y los coroneles Pedro Vargas,
Andrés Ingaricona, Nicolás Sanca, Pascual Alarapita
y otros que, junto o sucesivamente, habían atacado la
ciudad, llegando a combatirse en los arrabales; y
supieron también cómo -actuando por encargo de
Túpac Catari- Andrés Guara había también amagado
la ciudad por el Este. Y tan sangriento asedio de
quechuas y aymaras proseguía a lo lejos, sólo se había
perforado en un punto la marea humana que rodeaba
la ciudad.
En definitiva, lo que predominaba en Puno era
hambre, enfermedades, carencia de armas y de
municiones suficientes, deserciones, frio intenso, etc.
La operación no iba ha ser fácil para el Mariscal,
sobre todo considerando que habían desterrado casi
todas sus tropas indígenas, con excepción de los
Chincheros que comandaba el más disciplinado de
todos los jefes virreinales; Pumacahua; además, al
trascender la orden de retirada, la situación se agravó,
porque desertaron varios caciques puneños hasta ese
momento leales y aliados. Viendo segura una derrota
en la puna abierta, prefirieron acogerse bajo las
banderas de Diego Cristobal.
Mayor era aún el riesgo de amotinamiento de los
ochocientos fusileros negros de Lima y el Callao,
deseosos de emprender cuanto antes la retirada.
La retirada virreinal de la ciudad fue el 26 y 27; tras
juntarse, partieron todos del campamento de Del
Valle, ubicado en las afueras. Grandes burlas hacían
a los patriotas desde los cerros, especialmente los
indios, mofansode de los vencidos.
Eran ocho mil, esos vecinos de Puno -ancianos,
mujeres y niños entre ellos- empezaron la odisea
hacia el Cusco,a pie casi todos, al amparo de los
ochocientos fusileros de Del Valle y los ciento
treintiseis de Orellana.
LA TOMA DE PUNO POR LOS
TUPACAMARISTAS: 28 de mayo
Las fuerzas rebeldes ocuparon Puno apenas los
rivales evacuaron la ciudad. Esta etapa marca quizá el
momento más alto de todo el ciclo tupacamarista,
auncuando ya había sido ejecutado el principal jefe,
José Gabriel Túpac Amaru.
Durante aquel periodo Diego Cristobal desde
Azángaro prosiguió la ofensiva en todos los frentes;
Vilcapaza habría de ser enviado a la toma de Sorata,
cuyo asedio había sido suspendido en tiempo atrás.
Así fue como a fines de ese mes, Diego Cristobal y
sus coroneles vieron desde las alturas de los cerros
circundantres la retirada de las tropas virreinales, con
rumbo a Sicuani, de donde habían partido
orgullosamente un mes antes, tras la victoria sobre el
Inca José Gabriel; a ese ejército lo seguía toda la
población civil del lugar y, a regañadientes, el propio
Corregidor Orellana. Diego Cristobal ocupó de
inmediato ese Puno vacio, cuidandose de usar gente
segura, del bando tupacamarista. Por su parte el
Mariscal Del Valle tuvo que abrirse paso en medio de
múltiples escaramuzas contra las montoneras de
diversos caudillos como Ticona, Mamani, Calisaya,
Laura, Apaza y el temible Ingaricona, que realizaban
en valor mientras los fusileros negros abrían brecha
para el paso del grueso del triste cortejo en retirada.
en toda esta campaña se halló Diego Cristobal tan
cerca de la línea de fuego que en una oportunidad casi
lo captura una partida virreinal, salvandose
apretadamente.
La capital de los territorios liberados se reintaló en
Azángaro poco después.
La deserción de muchos soldados nativos y hasta de
un cuerpo íntegro (que, acabó masacrado por los
alzados en Ayaviri, días después) condujo a la
celebración urgente de un Consejo de Guerra,
inspirado por el propio Mariscal Del Valle, el cual
arribaría el siguiente acuerdo:
«El Ejército que llegó hasta Puno con el piadoso fin
de libertar la vida de sus vecinos que ya no tenían
modo de subsistir, ni de retirarse por estar sitiado de
enemigos, sin esperanza de otro socorro que el
nuestro, conseguido el intento se va en la precisión de
tomar Cuarteles de Invierno, llevando consigo a su
honrado vecindario por las razones siguientes- El
ejército sólo consta de ochocientos hombres del cual
casi el todo consiste en las tropas de Lima. Estas,
acostumbradas al clima dulce de aquella capital, no
son capaces de sufrir por más tiempo la aspereza de
los hielos que cada día son mayores, cuya
incomodidad se hace más insoportable por estar
descalzos y hechos pedazos sus vestidos: faltos de
pan a que por estar acostumbrados les es de mucha
molestia su falta, y con las tiendas hechas pedazos».
«Siendo pues indispensable tomar cuarteles, no queda
más arbitrio que ejecutarlo en Arequipa, La Paz o el
Cusco para que reforzado allí el ejército pasada la
rigidez de la estación, se puedan continuar las
operaciones».
Las huestes procedentes de Lima también debieron
horrorizarse al escuchar los relatos en torno a la
violencia criminal que la guerra habla adquirido por
ambos lados, Los sobrevivientes, escasos, narrarían
las pavorosas matanzas racistas al sur de Puno.
Con todo, el valeroso Orellana insistió en marchar en
auxilio de La Paz; luego los reclamos de los puneños
virreinales se limitaron a rescatar Chucuito;
finalmente sólo demandaron permanecer acantonados
en Puno. Todo fue inútil, las órdenes de Del Valle
fueron terminantes: la evacuación.
Es justo reconocer que al momento de tan grave
decisión. Del Valle contaba –en efecto- con sólo mil
cincuenta soldados de los cuales doscientos eran de
nombre; dos mil de sus integrantes habían sido
aniquilados o desertaron durante el penoso avance
hacia Puno. Aún más, al llegar a Puno acababa de
defeccionar la Compañía de Cotabambas con su
teniente José, Cornejo, guiada por el absurdo empeño
de alcanzar salvación; la aniquilaron por Ayaviri y
nadie sobrevivió para contarlo. Seguramente jefes y
tropas virreinales se amedrentaron al oír que el
Consejo de Guerra iba a discutir un avance a La Paz
como en efecto sucedió ese 25 de mayo de 1781. En
todo caso, la decisión de la retirada se justifica por el
quebrantamiento de la disciplina en esas soledades.
Rumores corrían sobre que el resto de la tropa (con
muchos mulatos de Lima y Callao) exigía el retorno
al Cuzco, so riesgo de una deserción masiva
No fue fácil convencer al tenaz Orellana y su valerosa
tropa. Al fin, -narraría un jefe militar- ese mismo 26
de mayo todos «emprendimos la marcha, con grande
lentitud, para seguir el paso de las mujeres y los niños
de Puno”
Así se llegó a Yanarico; en esa retirada ciertos grupos
sin darlo a conocer al Mariscal, optaron por un
retroceso buscando el camino de Arequipa. Fueron
exterminados.
El día 13, siempre hostigados por partidas de
rebeldes, se produjeron choques serios en
Pocochuma, no lejos de Umachiri. Luego se
realizaron escaramuzas más serias en Hulloma o
Hullulloma, el 15, al incursionar partidas de
caballería. Asimismo, el 17 en Santa Rosa se
realizaron encuentros que obligaron a emplazar la
artillería y a pedir refuerzos de la infantería.
Entre penurias sin fin, los restos del ejército virreinal
cruzaron dificultosamente La Raya, alcanzando
Sicuani el 23, donde se reintegró la columna de
Cuéllar que, un mes atrás, había partido hacia
Carabaya. Los jefes de este ejercito virreinal se
vanagloriaban de tres victorias, pero la verdad es que
apenas desfilaron trescientos de los tres mil soldados
que partieron y dejaban Puno en manos de Diego
Cristóbal Túpac Amaru,
Los sufrimientos de ese ejército acabaron solamente
el 4 de Julio; por lo menos para la vanguardia que
aquel día hizo su ingreso al Cuzco comandado por el
propio Mariscal.
No aguardaban buenas noticias; nuevas tropas
quechuas rondaban las comarcas de los alrededores
del valle del Cuzco y festejaban la debacle del gran
ejercito que, aunque vencedor del Inca José Gabriel,
retornaba vencido por el nuevo Inca Diego Cristóbal.
Sus fuerzas habían ocupado Puno apenas los
virreinales evacuaron la ciudad, pero la capital de la
revolución continuó en Azángaro.
Durante aquellas semanas, Diego Cristóbal prosiguió
la ofensiva en todos los frentes; Sorata seria
conquistada y en las sierras de Arica, Tarapacá se
respaldaron también la insurrección.
La casa de Vilcapaza fue esos días el centro de
reunión de los jefes rebeldes para trazar nuevos
planes y también el refugio discreto de la bella
mestiza Angelina Sevilla Choquehuanca, compañera
del “Inca mozo”, Andrés Mendiguri Túpac Amaru.
SEGUNDO CERCO DE SORATA
Con sus montoneras, Vilcapaza se incorporó al
segundo asedio de Sorata -a las tres semanas de
iniciado- a fines de mayo; así lo habría dispuesto el
nuevo Inca Diego Cristóbal, reconocido como tal tras
la ejecución del Inca José Gabriel en el Cuzco, el 18
de ese mes de 1781.
Calculamos que en días anteriores estuvo tratando de
contener a las vanguardias del Mariscal del Valle, que
marchaban sobre la ciudad de Puno, a las cuales
desgastó de tal modo que los fugaces vencedores
tendrían -como vimos- que abandonar esa ciudad a
los pocos días de reconquistada.
En las afueras de Sorata Vilcapaza se juntó con
Andrés Túpac Amaru, a quien debió hallar cargado de
rencores por la crudelísima muerte de su tío el Inca,
sentimiento de odio que parecían compartir muchos
de quienes rodeaban a ese joven General de diecisiete
años de edad, a quien su linaje había llevado a tan alto
cargo. Asimismo, debió encontrar a Diego Quispe
incontrolable.
Con la mucha gente fanática que lo seguía desde
Carabaya, de Sandia en especial. Cierto número de
delincuentes fugados de cárceles y obrajes destruidos,
se habían sumado a filas insurrectas. Debió notar que
la situación se volvía más incontrolable que nunca.
El nuevo cerco había empezado el 4 de ese mes de
mayo; anárquicos dirigentes regionales a los cuales
no importó la guerra contra el Mariscal del Valle,
precipitaron los hechos, rompiendo aún más la
precaria unidad reinante. La tarea de Vilcapaza hubo
de ser allí la de tratar de consolidar fuerzas y moderar
a los que solo buscaban venganza.
La parte principal de la defensa la tuvo un ejército de
dos mil criollos y mestizos, integrado por sorateños y
refugiados de los alrededores, inclusive con gente de
las distantes Lampa y Azángaro. Fue jefe de estas
improvisadas tropas virreynales el Coronel Anastacio
Suárez de Varela; y justo es reconocerles que
pelearon con denuedo contra los tupacamaristas,
soportando hambruna, enfermedades y toda clase de
privaciones, sin rendirse.
El asedio fue al final tan estrecho que el pueblo
sorateño se redujo a “vivir atrincherado en el recinto
o centro de la plaza”. “Así nos mantuvimos -relata
uno de los defensores- con el bloqueo de poste a
poste, sin que cesase al continuo tesón del fuego de
noche ni de día, por espacio de tres meses, hasta el 5
de agosto”.
Resumamos lo principal de aquel cerco.
Dos meses se llevaba ya de encuentros sangrientos;
ninguna facción parecía dispuesto a ceder. Fue
entonces que surgieron intentos de un arreglo, una
parte de los sorateños debió ser influido por los
mensajes de fraternidad que Andrés “el Inca Mozo” -
Jefe del sitio- lanzó a los criollos, siguiendo el
mandato oído tantas veces del Inca difunto, de José
Gabriel y del nuevo Inca, Diego Cristóbal. Pero las
negociaciones acabaron mal, pese a los empeños de
Vilcapaza y de otros jefes y caciques.
Desde diferentes puntos de vista -y quizás de fuentes
documentales- Lillian Estelle Fisher y Eulogio
Zudaire han contado el episodio que deterioró
gravemente el ánimo de los sitiadores, enconado
desde entonces las razones expuestas. Parece que
hubo tentativas de paz entre los dos bandos; en una de
las reuniones, fueron parlamentarios de los de Sorata,
Gregorio Santalla y José Pinedo, jefe este último de
la defensa de la plaza. Pinedo habría llevado la secreta
consigna de asesinar a Andrés y al momento de sacar
sus pistolas para victimar al “Inca mozo” fue
descubierto y luego masacrado con toda la comitiva.
La guerra arreció más que nunca.
LA DESTRUCCION DE SORATA
Por entonces vino el proyecto de construir una represa
con las aguas del río Tipuani, las que una vez
contenidas se lanzarían sobre la ciudad cercada. La
idea, la trajo un criollo azangarino y Tomás Inga Lipe
(“Thomas Inga Lípe, el menor, dirigió la maniobra
del río en compañía de un hombre blando remitido de
Azángaro por (Diego) Túpac Amaro, cuyo nombre
ignora pero que hablaba castellano y quichua”, según
declararía el secretario de Túpac Catari, Basilio
Angulo).
Pedro Vilcapaza debió hallarse entre los más activos
para el acarreo de materiales y poner orden en esas
muchedumbres a las que hubo de transformar de
soldados en obreros; terminada la represa, se soltó las
aguas con el resultado que se aguardaba. Roto el
dique, lanzado el torrente de golpe, rompió las
defensas sorateñas y por allí ingresaron las huestes
rebeldes.
“Ese fue el día lamentable en que dio fin este pirata
con el pueblo y sus habitantes”, habría de expresar un
informante virreynal, de los pocos que sobrevivieron
el encuentro definitivo.
Para entonces el joven Andrés había olvidado ya, los
consejos de Angelina Sevilla Choquehuanca, la bella
mestiza de Azángaro y si llegaron sus cartas a los
campamentos de Sorata, ni las leería. Vivía en el
asedio un romance nada menos que con Gregoria
Apaza, hermana de Túpac Catari, el aymara sitiador
de La Paz, mujer vengativa como éste. Siendo casada,
no le importaba lucirse con el joven líder Inca; mujer
que además, -como lo anota María Eugenia Siles-,
contaba con diez años más que él. Es probable que su
inspiración fuese nefasta sobre Andrés, quien en su
mocedad no previó todas las responsabilidades que
significaban un gobierno regional revolucionario ni
una operación militar de esa envergadura.
Pero hubo un factor aún más grave en ese muchacho
indio, jefe de decenas de miles de insurrectos: quince
días atrás habían ahorcado a Pedro Mendigure, su
padre, en la plaza del Cuzco; a su madre -activa
tupacamarista- la sometieron ese día a diversos
vejámenes; esto sucedió el 17 de julio, en que también
se ahorcó a Ramón Ponce, el antiguo jefe militar de
la rebelión en Puno, así como a otros destacados
dirigentes indios y mestizos (1).
Todas estas ejecuciones, unidas al recuerdo del
martirio del Inca, de Micaela Bastidas y de Hipólito
Túpac Amaru, atizaron los odios de Andrés, se
apoderó un afán de venganza contra quienes nada
tenían que ver con esos hechos. Justos sorateños
pagaron por pecadores cuzqueños. De nada sirvieron
los consejos de maduración que Andrés pudo recibir
de gente mayor como Vilcapaza.
Barridas las defensas con las aguas del río,
irrumpieron las tropas rebeldes, unos veinte mil
hombres. Con la tolerancia de Andrés y de varios de
los demás dirigentes, se excedieron, sin respeto por
los vencidos.
Fueron masacrados, destrozados, colgados, sin
distinción de sexo ni de edad. Entre las víctimas hubo
miles de criollos, con lo cual los vencedores de Sorata
rompían los principios ideológicos del Inca difunto,
José Gabriel, y las órdenes precisas del nuevo Inca,
Diego Cristóbal.
Aquel mismo día se produjeron innumerables
violaciones de mujeres españolas, criollas y mestizas,
a la mayor parte de las cuales mataron después, tal
como lo acreditan documentos publicados por Lewin
y otros estudiosos. Las Choquehuancas, Indias nobles
de Azángaro fueron todas vejadas y colgadas, como
“renegadas”. De la matanza sólo salvaron “algunas
mujeres blancas”, de seguro al precio de su honra.
Sobre la captura de Sorata Melchor de Paz, el
Secretario del Virrey habría de anotar que “se asoló
Sorata, pueblo muy rico y de mucha gente; a esta la
(pasaron) a cuchillo y (se) robó ricos tesoros”.
¿Cuántos murieron masacrados en Sorata? No lo
sabremos nunca. Sir Clement Markham, -viajero por
esas comarcas altiplánicas promediando el siglo
pasado- tomó cifras sin duda exageradas por la
tradición oral criolla. La verdad es que perecieron
varios miles, quizás ocho mil; y sobrevivieron apenas
ochentaisiete personas, por que la orden fue entrar
“sin dar cuartel sino a los indios y algunas mujeres
blancas” como lo señaló «la Verdad Desnuda»; y así
mientras la enorme mayoría de los indios sorateños se
dispersaba, criollos, españoles y mestizos sufrían la
masacre, aunque hubo un criollo que salvó sirviendo
de secretario. Salvaron también algunos sacerdotes y
otros que fingieron serlo: «no dejaron en vida a los
criollos pues a todos degollaron y mataron con
inhumanidades, sin perdonar aun a los eclesiástico»
reza no obstante un Informe colonial, porque hubo
también curas despedazados. Pero un documento
paralelo aclara que sólo se mató a los clérigos “que
resistieron”. De un modo u otro, fue un día de horror,
especialmente “por las mujeres que, fueron
entregadas en carnes al festival de la indiada”.
Sin duda la cruel muerte dada al Inca y a sus
familiares fue uno de los detonantes de la extrema
violencia, encendiendo un odio vengativo cruel que
cogió a los propios jefes. El Virrey Jáuregui
reconocería que tras las ejecuciones “parece que se
empeñaron más en las atrocidades» resumiendo
situaciones en un Informe del 16 de diciembre de
1782.
Pero así como se perciben en ese día, terribles odios
acumulados de dos siglos y medio y la acción de
numerosos delincuentes indígenas evadidos al
amparo de la revolución, del mismo modo se nota la
acción señera de quienes no se mancharan ese día con
sangre de inocentes, ni hicieran pagar a los sorateños,
mujeres, niños y ancianos inclusive, culpas que les
eran ajenas como la ejecución del Inca José Gabriel
(2).
Y los hechos fueran tales que como “el Azote de
Dios” habría de ser conocido desde entonces el
irreflexible muchacho, Andrés Mendigure Túpac
Amaru, quien con las atrocidades que permitió
cometer causó un daño irreparable a la sublevación,
el mayor de los cuales, habría de ser ¡qué duda cabe!
que el nuevo Inca, Diego Cristóbal repudiase tales
actos y empezase a vacilar sobre si procedía continuar
la guerra dentro de semejantes métodos. Las dudas
que Diego Cristóbal –que lo conducirían meses
después a la rendición- empezaron con su disgusto y
pesadumbre por las atrocidades de Sorata y para
paliarlas no bastaron las excusas a los remordimientos
de su joven sobrino, quien argüiría que le fue
imposible contener los desmanes.
A SANDIA Y AZANGARO
Ocupado la ciudad de Sorata -o mejor dicho lo que de
ella quedó tras las inundaciones, los incendios, los
saqueos y las matanzas- los jefes rebeldes marcharon
a cumplir distintos objetivos llevando cada uno su
parte del botín de guerra.
Andrés “el Inca Mozo”, salió el 18 de agosto, con
rumbo a La Paz, donde la situación se encontraba más
tensa que nunca debido a los afanes autonomistas de
Túpac Catari, quien había reiniciado el asedioa la
Plaza, retiradas las tropas de Brunos Aires que le
dieron fugáz respiro.
Vilcapaza pasó a Sandia con grandes tesoros, un
cajón de diamantes y cuarenticuatro arrobas de oro y
plata, entre otras cargas, las cuales quedaron en
custodia; asimismo, Martín Vilcapaza, hermano del
jefe indio, llevó parte del botín de Sorata a Azángaro.
A esta ciudad marcho luego el propio líder,
llevándose varias cargas en mulos que contenían parte
de la de Sorata y de la de Tipuani.
Diego Chuquicallata, vio asimismo que el famoso
Coronel Diego Quispe partió llevando seis mulas
cargadas de oro y plata, desde el campamento de
Andrés Túpac Amaru, el “Inca mozo», el cual se
hallaba instalado a tres cuartos de legua de la ciudad
vencida.
En estos días nacerían las leyendas sobra «los tesoros
de Vilcapaza”. En verdad, fueron ascendentes a unos
cuatro millones de pesos. Que los guardase se
justifica dentro de las usos de la guerra en aquel
tiempo puesto que en esas apremiantes
circunstancias, de esa riqueza emanó el medio de
sostener las exhaustas líneas logísticas de la rebelión.
Este período marcó el apogeo de Vilcapaza; por
entonces ejerciendo gran dominio sobre parte
considerable del altiplano, vivía en una residencia
colonial que había pertenecido a los opulentos
caciques Choquehuanca. Pero no permaneció muchos
días en calma. Como siempre, parecía estar en todos
lados.
En agosto de 1781 Diego Cristóbal Túpac Amaru
líder absoluto del movimiento, expidió un decreto en
Azángaro ordenando respetar las vidas de las
mujeres, niños y sacerdotes, según las versiones que
Sir Clement Markham recogió en esa ciudad, de
labios del anciano Luis Quiñones; pero fue inútil. Un
vendaval racista sacudía el altiplano. Numerosos
líderes locales resultaron incontrolables y parecían
dispuestos a extirpar a quienes no fuesen indios. No
solamente los criollos, sino también los mestizos, los
zambos y las mulatos sufrieron tan sanguinaria
tendencia, explicable por el odio acumulado a la largo
de dos siglos y medio. Pronto surgirían graves
tensiones entre los propios indígenas, oponiéndose
los quechuas a los aymaras.
AL CERCO DE LA PAZ
En medio de tales indeciciones fue necesaria
continuar la guerra. Como las tendencias
autonomistas se acentuaron, Diego Cristóbal Túpac
Amaru, dispuso que los vencedores de Sorata pasasen
a controlar mejor la situación política en la Paz; y así
envió a su sobrino Andrés Túpac Amaru, a Vilcapaza
(por unas días) y a otros dirigentes como Tito
Atauchi.
No sin algunas resistencias se consiguió una vez
unificar el movimiento rebelde; Túpac Catari caudillo
plebeyo cuya verdadero nombre era Julian Apaza
terminó acatando la supremacía de las Incas del
Cuzco y la de los emisarios azangarinos.
Pero las tensiones siguieron; las matanzas
aumentaban; de la ideología inicial de la rebelión (al
frente único peruano antiespañol) nada casi quedaba;
Túpac Catari siendo bastante radical frente a quienes
no eran indios, su aymarismo lo conducía a ratos
hasta el extremo de mostrarse antiquechua.
La sublevación cubría entonces hasta tierras de Salta
y Tucumán. Pronto huestes del Río de la Plata
pasaron al contraataque. El sangriento cerco de La
Paz (murieron unas catorce mil personas) acabó en
derrota pues los alzados no consiguieron tomar la
ciudad y el 17 de octubre de ese año de 1781,
ingresaban las tropas de Buenos Aires, esta vez
definitivamente. Mientras tanto se extendía por todas
las cordilleras el ofrecimiento del Indulto por parte de
las autoridades virreynales, asunto que fue
largamente debatido, manifestando muchos rebeldes
un criterio totalmente opuesto al de acogerse a la paz
que ofrecían los Virreyes de Lima y Río de La Plata.
Para entonces, el Inca Diego Cristóbal había
recobrado cierto nivel de diálogo con los criollos
progresistas del Cuzco, contactos reiniciados a través
de uno de sus capellanes de guerra; y aunque tal vez
el máximo jefe indio receloso de las tratativas, la
verdad es que parece que se hallaba hastiado de tanta
muerte y desolación; le repugnaban muchos crímenes
impunes cometidos sopretexto de la insurrección.
El 17 de octubre inició enlaces epistolares a fin de
establecer las condiciones mínimas para un
entendimiento; mientras tanto dispuso la suspensión
de actividades bélicas, lo cual no fue obedecido por
todos sus capitanes. Vilcapaza, fiel a su Inca, si se
entregó, tal sucedió el 3 de noviembre según se ha
sostenido.
En esos días, conducentes el Tratado de Paz en
Lampa, que se celebraría el 11 de diciembre,
Vilcapaza, dándose cuenta de la real marcha de los
acontecimientos, alertó a su rey de lo que
sobrevendría.
EL INDULTO
Diego Cristóbal Túpac Amaru, no obstante se
mantuvo partidario del pacto, actitud a la cual se
opuso tenazmente Vilcapaza, quien llegó a advertir
sobre una posible traición virreynal, como a la postre
ocurrió. Se afirma que en tan delicado trance, el
azangarino habría sugerido la posibilidad de un
repliegue a los valles tropicales puneños de San
Gabán, por Carabaya, donde el difunto Inca poesía
cocales.
Carabaya era además comarca rica en coca, peces,
frutas y maderas; aún mas, cerca existían lavaderos de
oro y las espléndidas minas de plata de Ucuntia. En
suma, al amparo de esa ceja de selva se podría
subsistir, un tanto al estilo del primer Túpac Amaru
en Vilcabamba.
“En aquellos lugares -habría expresado Vilcapaza-
estaremos seguros de la persecución y de la muerte y
nos conservaremos en la aptitud de recobrar nuestras
pueblos y vengar la sangre de nuestros hermanos”.
“No fiemos -argüía- de dolosas promesas». Pero sus
argumentos, sus intuiciones, resultaron Inútiles.
“El obstinado General que resistió hasta el final el
partido del indulto” – así lo calificaron sus enemigos
- reiteró la conveniencia de replegarse a Carabaya,
una vez más, “a cuya puerta se hallaba”, pero fue en
vano; nada más sabemos de esos dolorosas diálogos.
También Marcela Castro, heroína, madre de Diego
Cristóbal, advirtió a su hijo contra la firma del arreglo
de paz, según el cronista indio virreynal Sahuaraucara
pero fue en vano. El joven Inca miraba con horror le
devastación racista en innumerables comarcas; le
repugnaba que se actuase así, pero carecía de
posibilidades de restablecer la que podría calificarse
de “orden revolucionario”. Lo angustiaban matanzas
racistas que no había previsto ni dispuesto. Por otra
porte, desde el Cuzco se le ofrecía las más altas
condiciones de paz y hasta la supresión de los
Corregimientos en las comarcas bajo su mando.
Las negociaciones de paz tuvieron su origen en el
indulto ofrecido por el Virrey Jáuregui el 11 de
septiembre, ampliamente difundido en cartelones. La
verdad es que el Virrey había visto imposible acabar
la guerra sin destrozar lo que aún quedaba en los
comarcas surandinas e influido por las círculos más
progresistas de Lima optó por una amnistía que fue
mal recibida en las esferas superiores del Cuzco y
otros lugares. A mediados de octubre, Diego
Cristóbal recibió oficialmente el texto del indulto y el
18 aceptó su texto, en principio.
Entre tanto, seguía fortaleciendo sus huestas por lo
que pudiese ocurrir con su persona, pero todo indica
que ya no estaba dispuesto a proseguir en la
sublevación.
En esos días se percibían en el campamento rebelde
las presiones de las diversas tendencias y las marchas
y contramarchas respectivas en las conversaciones. El
11 de diciembre el Coronel Ramón de Arias, jefe del
ejército de Arequipa, obtuvo -como dijimos- una
tregua con Diego Cristóbal, pactada en la ciudad de
Lampa; es un momento en que parece que los
virreynales, hondamente influidos por los grupos
progresistas del Cuzco, aceptaron la idea de suprimir
a los Corregidores en las tierras que se hallaban bajo
el dominio del Inca; posición- que pudo haber sido
del agrado de varios de los jefes rebeldes, Vilcapaza
entre ellos.
Entre tanto, seguían su marcha sobre Azángaro
distintas columnas virreynales; reclamaban los
Corregidores contra cualquier infidelidad al Rey de
España (así veían la eventual supresión de los
Corregimientos en el altiplano); y se apresaba a varios
destacados Coroneles rebeldes, de quienes se sabía su
ninguna propensión a soluciones pacíficas. El peligro
crecía. Los virreynales exigían devolver armas y
tierras.
EL RETORNO A LA LUCHA
“Aquel temerario” de Vilcapaza, como lo calificaban
los propios españoles, volvió entonces a la acción.
Debió ser a los pocos días del pacto de Lampa y no
poco trabajo le costaría ganar los primeros adeptos
para la causa que resurgía; cabe recordar el enorme
Influjo que poseía el título de Inca en las cordilleras y
también el temor a las crueles represiones virreynales.
Fresco estaba el recuerdo del descuartizamiento de
varios dirigentes, Túpac Catari entre ellos. Los
virreynales aplicaban la táctica de “tierra arrasada” en
las zonas rebeldes.
De lejos, y con pena, debió ver las arreglos que
culminaran en la Paz de Sicuani, suscrita entre Diego
Cristóbal Túpac Amaru -recibido, no obstante, con
todos los honores de Inca-, y el Mariscal del Valle.
Y prosiguió en la lucha, olvidando su juramento en
Pucarani. Por tan gallarda actitud postrera, cierto
historiador español, tan apasionado como
conservador lo ha llamado “el cacique felón”. Violó
en efecto un juramento de fidelidad, pero lo hizo por
su pueblo, por su raza, por su patria; fue un héroe que
tercamente se negó a la derrota, como allá en España,
los de Sagunto y Numancia, empeñados todos, cada
uno en su tierra, en la defensa de sus lares hasta le
muerte, aun dejando de lado toda esperanza de
victoria final.
El primer acto de Vilcapaza en esta nueva etapa fue
el de oponerse al afianzamiento virreynalicio en
Azángaro para lo cual atacó a la comitiva que
ocupaba esa plaza. Logró salvarse aquel cortejo
oficial apenas por la arrojada intervención del
Coronel Fernando Huamán, un tupacamarista
indultado que sable en mano cargó con su gente sobre
la montonera de Vilcapaza.
Pero esta derrota no lo amilanó; decidió Vilcapaza
salir a las punas abiertas a proseguir su desigual lid
libertaria, por su raza, por su pueblo. Y el bien le
había sido imposible pactar una línea homogénea de
lucha con otros líderes rebeldes como él (Apaza,
Laura, Ingaricona, Surpo, Calisaya, todos ellos
autónomos en sus respectivas áreas, anárquicos,
indisciplinados), en cambio tenía logrado un
suficiente número de enlaces para reiniciar la guerra
por su cuenta, al norte del Lago Titicaca
especialmente.
Quien mejor ha seguido sus proezas en esta etapa de
la vida de Vilcapaza fue Melchor de Paz, el Secretario
del Virrey; es el quien nos relata en su crónica que por
un lado enviaba bandos y proclamas a distintos
pueblos y simultáneamente
“reclutaba gente por la parte de Putina, con el
designio de unirse con Carlos Apaza, que lo conocen
los indios por Puma Catari Inga; del mismo modo
practicaba las mismas diligencias por las
inmediaciones de Mocoraya, Italaque y Huaycho”.
Fue entonces que para vencer a los “infames
insurgentes de Vilcapaza” marchó el Coronel
virreynal Fernando del Piélago, con las huestes de
Arequipa.
Vilcapaza -pese a su trágica inferioridad de
armamento- habría de alcanzar una nueva victoria
sobre las huestes represivas.
COMBATE DE HUAYCHO
Cerca de Huaycho, los vírreynales vieron los carros
llenos de indios; el intimar rendición el jefe virreynal
tuvo por respuesta “insultos con ignominia al augusto
nombre de nuestro Católico Monarca.» Cargaron,
entonces los virreynales avanzando con su fusileria
hacia «cierta eminencia corta (de) que se habían
apoderado los indios, los que escarmentados con la
muerte de algunos de sus compañeros se retiraron
hasta la cumbre del cerro” desde donde continuaron
amenazando con sus hondas. Pero este triunfo parcial
de los virreynales fue anulado por la derrota de la otra
ala del ejército porque “habiendo cargado la multitud
en circunstancias de estar bastantemente avanzados
en la falda del cerro, fue preciso disponer retirarse del
modo posible, porque los corralones piedras y
barrancas no permitían verificarlo con orden”
Del Piélago entonces, ante el desbande, no tuvo más
camino que ordenar la retirada hacia Moho, con
mucha gente malherida por las intensas pedreas; en
esas circunstancias fueron rodeados por los de
Vilcapaza:
“la gritería con que seguían los indios por los cerros,
laderas y algunos desfiladeros era insufrible; pero el
fruto fue ninguno porque nuestros fusileros hacían
fuego sobre ellos con bastante acierto y no permitían
que se arrimasen mucho”,
según los informes militares de esta campaña. (A
consecuencia de esta derrota virreynal desertaron
algunos contingentes moqueguanos).
Eran unos ocho mil los que perseguían a Del Piélago,
con Vilcapaza al frente; entre ellos se veía a «doce a
catorce fusileros.»
COMBATE Y CERCO DE MOHO
Acosando al enemigo, Vilcapaza decidió dar el golpe
final en Moho, donde se habían atrincherado los
virreynales de Del Piélago quien, sagazmente,
dispuso la artillería, la caballería y sus fusileros a fin
de contener las cargas de los hombres de Vilcapaza
que -como dijo- “bajaron con un aire de confianza de
acabar aquella tarde con nosotros”, por tres frentes
distintos. Fue recia la batalla, pues los rebelde “se
introdujeron con osadía dentro de nuestro mismo
campo” y “no paraban ya el juicio sobre las muertes
de sus compañeros que veían caer por todos partes”.
Los fusileros virreynales restablecieron el equilibrio
parcialmente y luego cargas de caballería. Esta “hacía
sus salidas y peleaba con valor.» Pero la victoria esta
vez, solamente fue ganada por los virreynales las
gracias a la artillería “al lograr algunas descargas que
con el estrago que sufrieron se adelanto al
amedrentarlos de alguna manera”.
La lucha siguió ese 30 de marzo (1782) hasta la noche
y se restableció al día siguiente, cuando los
“obstinados enemigos” volvieron a la carga, para ser
recibidos con “el estrago que hicieron algunas
descargas de metralla”.
Los de Vilcapaza sufrieron en ese encuentro de Moho
más de dos mil muertos “fuera de los heridos que
debemos conjeturar infinitos según el fuego vivo que
se hizo aquel día”.
El esfuerzo de Vilcapaza en esta campaña se aprecia
mejor sabiendo que según los propios informes
virreynales, los rebeldes apenas contaban con escasas
armas de fuego, mientras que ellos contaban con un
cañón y “hasta ciento diecisiete bocas de fuego
servibles”.
Habiendo desertado varios de sus contingentes en la
emergencia, Vilcapaza optó entonces por retiraran
con sus hombres más seguros, mientras otros se
rendían al perdón ofrecido por los del Virrey.
SIGUE LA LUCHA
Vilcapaza marchó luego a otras zonas del lago Titijaja
a fin de levantar pueblos contra la paz firmada en
Sicuani; y consiguió la adhesión de nuevos núcleos
combatientes con los cuales volvió a la pelea en los
riscos más apartados, atacado en dos frentes y por
fuerzas de dos Virreynatos, las de Lima y las de
Buenos Aires.
El poeta Dante Nava cantó estos momentos de gloria:
“Un huracán de pechos, un torrente de brazos,
y un roquedal templado de pétreos corazones”.
Pero el desaliento cundía en aquellas regiones a causa
de las bárbaras represiones virreynales y a la paz
pactada por Diego Cristóbal Túpac Amaru en
Sicuani.
En esa etapa final de lucha gloriosa, Vilcapaza
compartió honores con otros jefes rebeldes como
Andrés Ingaricona, Alejandro Calisaya, Melchor
Laura, Carlos Apaza y Antonio Surpo, quienes, cada
uno en su comarca, hicieron frente a los virreynales
en circunstancias dramáticas, mientras a la vez
trataban de convencer a Diego Cristóbal Túpac
Amaru que rompiera la paz que se le había brindado
en Sicuani.
Quizá en esos días Vilcapaza proyectaba descender a
la ceja de selva, a la de San Gabán o a la de Sandia,
para resistir desde allí a las tropas del Virrey; era el
proyecto que planteara a Diego Cristóbal en
noviembre del año anterior y que deprimido el Inca
no quiso asumir. Ya en el verano de 1782, tampoco
pudo conseguir la unión con otros jefes de
montoneras para operación de tanta envergadura, en
región muy distinta; y menos en medio de feroces
represiones y en territorio ocupado.
Asimismo, ha sido factible acreditar que Vilcapaza
también sublevó buena parte de Bolivia actual en
febrero y marzo de 1782:
“Omasuyos y Laracaja, de que se dirigía a fomentar
otros iguales alborotos en la de Carabaya y sus
contiguos”. “Con este informe –indica el Mariscal
Joseph del Valle- me puse aceleradamente en marcha
el día 30 de marzo último, al frente de una columna
respetable”.
Algo después –siempre según el parte militar de Del
Valle- sé logró “dar fin de los caudillos que
fomentaban el alzamiento, Carlos Puma Catari,
Alejandro Calisaya y de un crecido número de sus
inicuos coroneles consiguiendo al mismo tiempo
congelar a la afligida ciudad de La Paz que se hallaba
sumamente consternada y llena de recelo”.
El avance del infatigable Corregidor de Puno, Joaquín
de Orellana, iniciado el 31 de marzo desde Puno,
contribuyó a romper el cerco de Vilcapaza a las
fuerzas de Del Piélago; esta vez los de Vilcapaza se
dispersaron abandonando a su caudillo. Ya no eran
muchos.
El Mariscal dará cuenta de todos estas sucesos y de
otros más en el informe que elevó el Virrey de Buenos
Aires el 14 de julio de 1782.
PASION Y MUERTE
Contra Vilcapaza se coligaron las huestes del
Mariscal del Valle y las del Corregidor Orellana.
Tomó la vanguardia el Coronel Fernando del Piélago.
Este último rival de Vilcapaza, resumió así los
acontecimientos.
“Las derrotas que acaban de experimentar los
rebeldes, y la reunión de nuestras fuerzas, causaron
un efecto que no se imaginó, porque los Indios
haciendo la estimación que se debía de ella, no
queriendo obedecer a Vilcapaza, le abandonaron, de
que resultó que los mismos indios se hubiesen
apoderado de su persona viéndole sólo en su estancia
situada en las inmediaciones de Putina y lo hubiesen
pasado preso a Azángaro, en cuya cárcel sabemos se
halla con bastantes prisioneros”.
La represión fue crudelísima; se capturó a la mayor
parte de los líderes quechuas y aimaras y también a
los dirigentes mestizos. En sólo dos meses -registraría
Melchor de Paz, el citado secretario del Virrey se
ejecutó a “doscientos Coroneles o Comandantes»; y
este funcionario anotaba sobre la base de los partes
militares de los jefes virreynales del sur, por lo cual
la cifra debe ser correcta.
Como tantos otros jefes tupacamaristas, Vilcapaza
cayó a traición, tal cual vimos; y fue un criollo de
Lampa quien lo condujo preso. Como se negase
confesar el sitio donde enterró sus tesoros, Toribio
Vilcapaza, un sobrino devolvió veintiún cofres con
riquezas que habrían sido suficientes para organizar
la resistencia en Sandia. Enterado de los hechos el
Mariscal Del Valle dispuso que le remitieran al
cautivo hasta Azángaro escoltado nada menos que por
“trescientos jinetes”, porque, como lo ha recordado
un historiador español, el gran caudillo azangarino
gozaba de “fama de invencible entre sus
incondicionales”.
Lo entregaron maniatado al Mariscal. Una vez en
Azángaro varias fueron las versiones que corrieron
sobre la forma como se descubrió su guarida. Alguien
dijo que Vilcapaza delató su presencia al caérsele
unos papeles en la pampa de Sullca (que no ha sido
ubicada) o por el cercano cerro de Kimsa-Sullca, por
Tapa-tapa. Habría sido un pariente, un tal Julián,
quien lo denunció, pero nada de esto es encuentra
confirmado.
Los virreynales no perdieron tiempo con tan buena
presa. Tras un sumarísimo proceso oral lo condenaron
al descuartizamiento, sentencia que se cumplió el 8 de
abril de aquel año de 1782, según parece al lado de
otros importantes prisioneros.
Marchó al suplicio con singular estoicismo y con
mucho pesar debió ver en el cortejo virreynal a varios
de sus antiguos compañeros ahora a favor de España.
Según la tradición azangarina, en ese momento
postrero Vilcapaza gritó a sus verdugos.
“¡Por este sol, aprended a morir como yo!».
No cuenta la tradición si la pronunció en castellano o
si la dijo en quechua, impetrando a todos los suyos:
«Llactamasíycuna: cay intiraycu ñoqa hina huañuyta
yachaychis». En cualquier forma, a todos los rincones
del Collao llegó su invocación y se repitió también en
aimara hasta en las lejanas Sorata y La Paz,
escenarios de sus glorias.
Ese 8 de abril fue atado de pies y manos para el
descuartizamiento. Pero los cuatro caballos no
consiguieron romperlo. Varias veces, inútilmente,
espolearon los jinetes. Entonces los verdugos
sumaron cuatro bestias más. Dieciséis espuelas se
clavaron a la vez, sangrando ancas. Fue en vano.
Nuestro indio parecía hecho de piedra.
Descoyuntado, seguía vivo. Fue entonces que,
exánime ya, los esbirros encargados de matarlo se
precipitaron a despedazarlo con hachas y cuchillos, a
fin de que la sentencia fuese cumplida en todas sus
partes.
Fue el momento que Alberto Valcárcel cantó en su
Coral a Vilcapaza:
«Insurrecto/descubridor de la fuente donde canto la
piedra/la vida misma, que ya nació el futuro”.
La tierra collavina se tiñó con su sangre, ganando el
Perú, América toda, un héroe, un auténtico defensor
de su raza.
MÁS SOBRE LA TRADICION ORAL.
Se sostiene que el cuerpo de Vilcapaza fue dispersado
por lugares como Cancari, Macaya, Vilcacunga y
Cairahuiri; y que su cabeza se elevó en una lanza en
la plaza de Azángaro. Cuando menos esto último
perece que fue cierto y existen huellas referenciales
desde los mediados de la centuria pasada. Lo más
interesante al respecto es que esa cabeza fue robada;
y quien tal sostiene es nadie menos que al historiador
Modesto Basadre, pariente cercano de don Jorge,
quien hace más de un siglo visitó Azángaro y varios
de sus rincones. Era común creer que la sustrajeron
partidarios del héroe, pero nadie conocía a donde la
llevaron.
El hacho tal vez contribuyó a fortalecer la leyenda del
Incarrí que sobrevive en diversas comarcas de los
Andes. Pero al respecto conviene aclarar que le fama
de la cabeza perdura hasta nuestros días y que los
campesinos de Moro-orco afirman que fue una
hermana del prócer quien le guardó y señalan también
una gran piedra la que habría sido escogida por el
propio Vilcapaza para que la colocasen encima de su
sepultura; pedido que habría formulado a los suyos
cuando, acosado por las tropas virreynales, casi no le
quedaba opción da vida.
Muchas cosas son las que cuentan los labriegos y
pastores quechuas y mestizos agrupados a orillas del
riachuelo Tapatapa, desde Oqra aguas arriba; y sus
versiones resultan de interés por la circunstancia que
existen entre ellos varios Vilcapazas. Fue en pos de
sus declaraciones que realizamos un largo viaje desde
Puno con un buen conocedor de la región, Máximo
Mello Ancusi.
El primer objetivo de la visita fue precisar el lugar de
nacimiento del prócer. El derrotero la dio antes que
nadie el gran -sabio- a historiador Inglés Sir Clement
Markham, hace ciento treinta años, en su bello libro
"Travels in Perú and India”, obra en la cual apunto
que Vilcapaza vino al mundo en “Tapatapa, dieciocho
millas el oriente de la ciudad de Azángaro”. La
informaci6n era respetable por venir de quien venia y
de quien recorrió gran parte de los Andes a mula y a
pie, inclusive el altiplano; aún más, Markham
indicaba que "los descendientes de Vilcapaza aún
viven en Tapatapa", con la cual lo información del
insigne peruanista cobraba un sabor de incontrastable
verosimilitud. En 1961 Lisandro Luna -quién tuvo la
gentileza de obsequiarme dedicados sus “Bronces
conmemorativos”- me dijo que conocía una versión
parecida y tuvo frases encomiásticas en torno a
Markham. Hacia 1975 hablé del caso con Samuel
Frisancho Pineda, con similar resultado. En 1978 - en
Arequipa- Fortunato Turpo me Indicó la ubicación
aproximada de Tapatapa, "más allá de Muñani”.
Finalmente,
fueron más precisos las datos de Pompeyo Aragón,
quien en su infancia, allá por 1915, fue amigo y
vecino de los Vilcapaza da Tapatapa, tal como lo
precisa en su reciente libro. En fin, no contaba con
todos los testimonios, para si con los necesarios para
confirmar una hipótesis y, de paso, verificar el
escenario geográfico fuente imprescindible de
información e interpretación.
Varias conclusiones se desprenden de este viaje, no
por breve menos ilustrativo; y no se trate sólo de
noticias sobre la cabeza del héroe o la tumba que
deseó. La primera definición resulta, podría afirmarse
de Perogrullo: es una zona puramente quechua, sin
ningún enclave aimara, lo cual se hace inevitable
repetir acá porque hemos escuchado numerosas veces
la severación de que Vilcapaza fue aimara y hasta de
que su nombre fue Huilaca Apaza. No es verdad. La
comarca es absolutamente quechua y quechua-
hablantes los de esos parajes, incluyendo los varios
Vilcapazas que pudimos ubicar, indios y mestizos
según casos. Quechua es asimismo todo el conjunto
geográfico de la comarca, todos los parajes, que
abarcan a San Francisco Javier de Muñani, probable
lugar de nacimiento de la madre del prócer. Así
mismo, esos Vilcapaza se llaman así (un sola
apellido) y no Vilca Apaza ni Huilaca Apaza. Entre
ellos ninguno mencionó que al héroe, su antepasado,
fuese de extracción aborigen aristocrática; ni tampoco
que se hubiese educado en el Colegio de Caciques del
Cuzco, como alguien ha pretendido en alguna
ocasión, sin acreditar las pruebas documentales
pertinentes. De tal suerte que la tradición oral
concuerda en la presente oportunidad con las fuentes
escritas existentes que, pese a ser abundantes, jamás
aluden a esas posibilidades.
Que Vilcapaza nació sobre el riachuelo y pampa de
Tapatapa, junto a Moro-orco parece indubitable: sus
descendientes y los campesinos lugareños tal dicen
unánimemente y unánimemente señalan también una
enterrada hilera de piedras como cimiento da su casa
que -creemos- tuvo en efecto que ser arrasada
conforma a las leyes especiales represivas de los
españoles al tiempo de la gran sublevación
tupacamarista. Al respecto resulta relevante anotar
que varias casas antiguas de zonas vecinas más
apartadas están construidas exclusivamente de
piedras sin adobes; y al techo es de ichu seco.
Moro-orco es una aldea de varias decenas de
pobladores, a mucho más de cuatro mil metros de
altura. La tradición oral de sus pobladores concede el
nombre de Tapatapa a tres sitios muy próximos: uno
junto el cerro; donde habrían vivido los padres de
Vilcapaza; otra a la vera del riachuelo (también
llamado Tapatapa) donde él tuvo su vivienda,
destruida hace dos siglos; y adentro, en la misma
aldea donde -según cuentan- se refugió un tiempo y
desde donde habría dirigido algunas operaciones. No
más de dos kilómetros separan estos sitios, ubicados
todos en Moro-orco, “cerro manchado" en quechua.
Lugares próximos son Huilina, Ordiga, Arcopunco,
Ocra, Laguna Quesuillani, el bello Lago Quearía, los
cerros Vizcachani y San Francisco Javier de Muñani.
Por allí transitaría y también por el camino de
Azángaro.
En el lugar no Pudimos confirmar la versión de
Pompeyo Aragon en el sentido que el prócer casó con
una tal Rosario que le dio una hija Leonarda, las
cuales se perdieron por Cuyo-Cuyo en la vorágine
represiva española; pero deben ser datos veraces pues
este autor trató de niño o varios de Vilcapazas allá por
1915.
Menos probable es la versión dada por otro autor, de
que casó con Manuela Capacondori y que tuvo como
compadres a Cleto Vilcapaza y a Juan Alarcón; nadie
hasta ahora la confirma.
Es posible -como se quiere- que naciese hacia 1740 y
que estuviese mucho tiempo fuera de su lugar de
nacimiento.
Eso sí, el mensaje de la geografía deviene claro.
Viviendo en tan apartadas soledades, Vilcapaza tuvo
que haber sido arriero. De otro modo jamás habría
podido conectarse con las corrientes conspirativas de
su épocas. En sus trajines debió conocer a otros
hombres de igual oficio, entre ellos a los Túpac
Amaru, quienes, por otra parte, eran viajeros
frecuentes por al Callao, hasta Potosí. Quizá llegó
hasta Arequipa, puesto que ciñéndonos a la
estadística de Azángaro elaborada por J.D.
Choquehuanca hacia 1830, podríamos inducir que
traía a las punas coca y ají de las altas selvas
carabaínas de San Gaban y del Alto Inambari y
aguardientes y chancacas de los valles arequipeños;
de Azángaro llevaría ocas, quinua y frazadas, lanas,
charqui y chuño, entre otros productos. Seguramente
más da una vez llevó lanas del Collao a los obrajes
cuzqueños de Quispicanchis, que eran los mayores
centros textiles de los comarcas sur-andinos.
En 81 marco teórico, Vilcapaza representó el sector
radical de la sublevación, dentro del territorio
actualmente peruano y, hasta donde es dable
percibirlo, militó entre los más avanzados
representantes de quienes anhelaba transformaciones
sociales, aunque desgraciadamente carecemos de
documentos firmados, rubricados o dictados por el.
Quizá fue iletrado, como la mayor parte de la
dirigencia tupacamarista, factor que, en todo
caso, no mermo su clara inteligencia. Juzgando sus
acciones podemos tipificarlo como representante de
un indigenismo combativo que, al final de la gran
epopeya andina, tendió a ser opuesto a otros sectores
de la surgente peruanidad: criollos, mestizos y
negros; derivación postrera que no mengua una
extraordinaria capacidad de lucha ni condiciones
carismáticas de dirigente.
La posteridad no siempre ha sabido ser grata con
héroe de tanta prestancia como Vilcapaza.
Actualmente solo un distrito y un colegio ostentan su
nombre. Así sucede pese a los elogios de J.D.
Choquehuanca y a que el Mariscal José de la Mar,
Jefe del Estado, alguna vez aludió a Azángaro como
"heroico pueblo de Vilcapaza". No obstante, varios
historiadores, especialmente regionales se han
esforzado en enaltecer sus hazañas. Asimismo, los
artistas han recogido el legado del gran adalid; y
varios poemas se han inspirado en sus hazañas como
los de Dante Nava, Alberto Valcárcel y Francisco
Pacoricona. Edgar Valcárcel le ha compuesto una
sinfonía con su nombre. En pintura, han tratado de
reconstruir su perdida imagen Mariano Fuentes Lira,
Teadoro Núñez Rebaza, Moshó Francisco Goyzueta
y Francisco Tacora. Pero en general, poco es lo que
se ha hecho y el Perú no conoce aún la dimensión
soberbia de Vilcapaza ni la de otros héroes puneños
tupacamaristas.
Por esta causa se acrecienta la importancia del gesto
del Consejo Directivo de la Universidad Nacional del
Altiplano, en este año del Bicentenario de la
inmolación del prócer. Bajo la conducción de su
Rector, Dr. Julio Bustinza Menendez, al auspiciar
este publicación, empieza a cubrir el vacío existente
en el "país oficial", con empeño similar el que guía a
la comisión Nacional que preside don Atilio Sivirichi.
Recoge la Universidad el clamor del departamento y
de los grupos más ilustrados del país para que se
empiece a difundir la imagen del héroe, tarea magna
en la cual estas páginas no constituyen sino un primer
paso. Otras obras, mejores y más amplías, habrán
seguramente de continuarla.
NOTAS ADICIONALES DEL AUTOR
Ha sido tema Polémico de la fecha de la ejecución de
Vilcapaza; y lo sigue siendo de hecho, ocurrió en el
primer tercio de abril de 1782, pero ningún
documento publicado registra el día 3, error que
seguramente provino de una falla de transcripción,
del maestro Boleslao Lewin, quien no publicó el
documento probatorio sino que hizo una mención al
paso. Este hierro, si lo es, lo siguieron luego otros
historiadores y mucho se lo ha repetido. Pero la
documentación publicada es dispar en torno al asunto.
Por un lado dos documentos, que habría hallado
Francisco Loayza, registran el día 9 de abril y han
sido reproducidos por Francisco Pineda y Ramos
Zambrano. Por otra parte, existe un documento harto
minucioso en torno a las campañas finales del
altiplano contra los últimos seguidores de Túpac
Amaru y allí se señala el día 8 como el de la
ejecución. Este documento está fechado en Azángaro
el día 11 del mismo mes y año y se halla incluido en
la crónica de Melchor de Paz, el Secretario del Virrey
Jaoregui, que fue el de la represión. La crónica fue
publicada con extenso prólogo y bajo la cuidadosa
vigilancia del polígrafo Luis A. Eguiguren (Lima,
1952). La referencia consta en el tomo II, pág. 214 y
s sin duda la mas segura. Eulogio Zudaire que ha
revisado miles de documentos en archivos españoles
y americanos, da el 8.

La toma de Puno por los tupacamaristas: 28 de mayo


Las fuerzas rebeldes ocuparon Puno apenas los
rivales evacuaron la ciudad. Esta etapa marca quizá el
momento más alto de todo el ciclo tupacamarista, aun
cuando ya había sido ejecutado el principal jefe, José
Gabriel Túpac Amaru.
Durante aquel período Diego Cristóbal desde
Azángaro prosiguió la ofensiva en todos los frentes;
Vilcapaza habría de ser enviado a la toma de Sorata,
cuyo asedio había sido suspendido un tiempo atrás.
Así fue como fines de ese mes, Diego Cristóbal y sus
coroneles vieron desde las alturas de los cerros
circundantes la retirada de las tropas virreinales, con
rumbo a Sicuani, de donde habían partido
orgullosamente un mes antes, tras la victoria sobre el
Inca José Gabriel; a ese ejército lo seguía toda la
población civil del lugar y, a regañadientas, el propio
Corregidor Orellana. Diego Cristóbal ocupó de
inmediato ese Puno vacío, cuidándose de usar gente
segura, uno del bando tupacatarista. Por su parte el
Mariscal Del Valle tuvo que abrirse paso en medio de
múltiples escaramuzas contra las montoneras de
diversos caudillos como Ticona, Mamani, Calisaya,
Laura, Apaza y el temible Ingaricona, que rivalizaban
en valor mientras los fusilemos negros abrían brecha
para el paso del grueso del triste cortejo en retirada.
En toda esta campaña se halló Diego Cristóbal tan
cerca de la línea de fuego que en una oportunidad casi
lo captura una partida virreinal, salvándose
apretadamente.

SEGUNDA PARTE
OTROS HEROES PUNEÑOS
TUPACAMARISTAS
APAZA, Carlos.
No sabemos en que momento es plegó a la
sublevación, pero de su radicalismo tenemos noticia
por su apodo “el maldito” con que los zahirieron los
virreynales estuvo en el primer cerco de Sorata, el
lado da Andrés Túpac Amaru, Pedro Vilcapaza y
Miguel Bastidas, tal como lo narra la crónica de
Melchor de Paz; más tarde tomaría la ciudad, junto a
los demás en el segundo asedios tras una lucha de tres
meses. Sabemos que destacó en los alzamientos de
pueblos de todo el altiplano puneño, tal como lo
denuncia el informe del Cabildo del Cuzco de 1784.
Vinculado al Inca Diego Cristóbal, combatió a su lado
por espacio de varios meses pero no lo siguió en su
decisión de acogerse al indulto virreynalicio. Habría
de luchar por lo menos hasta mayo de 1782, con
montoneras propias, en diversos parajes del Lago
Titijaja, como lo revela el citado cronista Paz. Al final
se refugió en el cerro Quillina, donde perece que fue
asesinado el 14 de junio de ese mismo año, tras sus
correrías en Larecaja y Achacachi.
La versión oficial que la descerrajaron un balazo de
sorpresa, en su refugio; y que luego lo destrozaron,
sablazos. Su cabeza fue clavada en una pica en
Achacachi, ciudad a la cual intentó cercar.
Sus proezas a veces se confunden con las de otros
caudillos altiplánicos que adoptaron las nombres de
Catari (muchísimos) y de Puma. A veces también
Carlos Apaza fue llamado Carlos Catari.
Carlos Apaza actuó casi siempre, con su nombre de
combate, Carlos Puma Catari; por esta rezón se
confunde a veces su vida con la de los varios Catari
de este período y con uno que otro montonero que
adoptó el mote de Puma.
APAZA, Dionicio Valentín.
Fue uno de los más destacados Coroneles del Inca
Diego Criatóbal durante, los períodos más difíciles de
la rebelión. Mas tarde lo apoyo en las gestiones de
paz, pero recelando de la sinceridad de los virreynales
se retractó y volvió a la guerra en noviembre da 1781,
quizá conmovido por las crueles ejecuciones de
varios líderes contumaces. No sabemos más de este
dirigente y lo poco que se conoce a través de la obra
del historiador fray Eulogio Zudaire. A través de este
Apaza es posible también percibir en la obra de
Zudaire las vacilaciones y dudas tremendas del Inca
Diego Cristóbal.
Hay otro Apaza, Damián, ubicado como agitador y
organizador en Carabaya durante al mes de diciembre
de 1780. María leticia Cáceres ha estudiado el
personaje no lo incluimos en estas páginas porque no
nos consta que llegase vivo hasta octubre de 1781.
También pudo ocurrir que es retirase de la lucha.
CALISAYA, Alejandro,
Fueron tres por lo menos los Colisaya participantes
en la gran rebelión tupacamarista y no sabemos si
eran parientes a deudos. El que más nos interesa
ahora, Alejandro, es inició en la lucha combatiendo
en el primer asedio a la ciudad de Puno, bajo el mando
de caudillos como Andrés Ingaricona, Nicolás Sanca
y José Mamani, tal como asegura Sir Clament
Markham, ese notable paruanista inglés que recerrió
paso a paso gran parte del altiplano hace casi siglo y
medio, recogiendo todo tipo de
Informaciones nativas y, naturalmente, datos de lo
acaecido entre 1780 y 1782.
Markham sostiene asimismo que Calisaya, fue
oriundo da Carabaya aunque por desgracia no
consiguió el sitio de su nacimiento.
Resulta altamente probable que Calisaya combatiese
contra Pumacahua y el Mariscal del Valle al momento
de la ofensiva sobre el Lago Titijaja; y más tarde en
la atroz retirada de las deshechas huestes virreynales,
acciones bélicas que se desenvolvieron bajo el
Incazgo de Diego Criatóbel Túpac Amaru, sucesor en
el mando de José Gabriel. Así mismo por sus
condiciones militares, Calisaya debió concurrir a
otras acciones da importancia, como la toma de
Sorata el lado de Pedro Vilcapaza y Miguel Bastidas,
todos a ordenes de Andrés Túpac Amaru “el inca
mozo", sobrino de Jose Gabriel y de Diego Criatóbel.
Por último Calisaya bien pudo haber ido a reforzar el
asedio a la ciudad de La Paz y tal deducimos porque
en aquella ocasión al Inca Diego Criatóbel buscó
también disciplinar al turbulento Túpac Catari, jefe de
esa operación y para esta finalidad política quizá
nuestra personaje era útil dado que los otros dos
Calisaya que conocemos, Tomás y Pascual, -
probablemente sus parientes- gozaban de la confianza
del gran líder aimara.
Todo Inca que Calisaya estuvo entre quienes
rechazaron el Indulto del Virrey Agustín de Jauregui
y las negociaciones que finalizaron en le tregua de
Lampa, debió respaldar a Vilcapaza en su negativa e
negociar con los virreynales. Por ello debió estar entre
quienes se opusieron decididamente a la firma del
Tratado de Paz en cicuani en enero de 1781. Así,
proseguiría combatiendo, el melchor de otros jefes
puneños valerosos como Melchor Laura, Carlos
Catari, Carlos Apaza, Antonio Surpo y Andrés
Guargua , formando montoneras aisladas, aunque
bajo la orientación general de Vilcapaza.
La presencia de Calisaya se ilumina
documentalmente en esos meses de posprera
resistencia el poder virreinal, cuando tuvo que luchar
contra la columna del Mariscal Joseph del Valle, el
vencedor de los Túpac Amaru y contra las huestes del
temido Corregidor de Puno, Joaquín de Orellana. Es
precisamente, a través de un extenso porte Militar de
este último que conocemos muchas de las hazañas de
esos líderes de la hora final, Calisaya entre ellos.
Para esa época, Calisaya habría retornado a ciertas
prácticas pre-cristianas, dentro de un original
sincretismo religioso. Tal deducimos del informe
elevado por el Mariscal Del Valle en la siguiente
forma:
“...de tránsito por el lugar de Paca, pudo divisar “a un
indio" arrimado a un rancho en ademán de adorar
alguna efigie; encaminéme para aquel lugar dejando
pasar la tropa y averiguando el caso era que una india
moza de no mal perecer tenía una piedra con un cierto
bosquejo de bulto y algunas ramas nada
extraordinarias, de cualquiera otra piedra bruta. Esta
se adoraba por los indios de aquella comarca
intitulándola santuario. Se la atribuían algunos
milagros y tantos cuantos se figuraban los tenían
numerados con algunos palos clavados por de fuera.
Luego que me presencié concibieran todos ellos que
iba a adorar la piedra del milagro, como ellos la
llamaban y apartando con brevedad en un tiesto un
poco de candela y echándole algún incienso sacaron
con mucha veneración la consabida piedra, que la
tenían envuelta en algunos paños y con muchas velas.
Sorprendióme más la veneración con que la trataban,
cuando me explicaron que en aquel lugar es celebraba
la Pascua de Pentecostés y que unas cimientos que es
iban levantado es fabricaban de orden de Calisaya
quien, reconocido e algunos milagros que había
recibido de le piedra, quería manifestar su
reconocimiento con aquel obsequio religiosa"
Este cristianismo insurreccional no la impedía a
Calisaya actuar contra los sacerdotes, aun cuando no
en la actitud de barbarie que adoptaron otros en el
altiplano. Así, conociendo que cierta falla predicaba
contra los rebeldes (aun cuando entes había sido
capellán de Diego Cristóbal Túpac Amaru) señaló
tajantemente que "no debiendo los frailes mezclarse
en asuntos puramente civiles, procurasen retirarse a
su convento".

No menos cortante fue respecto el Mariscal del Valle


de quien dijo que "debía transportarse a España”; y en
cuento al Virrey Jáuregui que "su indulto no (lo) había
menester para nada"
Para entonces Calisaya libraba una “guerra a muerte”
contra todos los españoles y aun contra los criollos y
los iba ejecutando conforme se desplegaba en las
punas collavinas; muy probablemente mataba
también indios y mestizos colaboracionistas. En
cierta ocasión "mató a diez” españoles juntos.

Replegándose hacia Carabaya, se llevó consigo a


buen número de mujeres españolas y mestizas, pues a
éstas no mataba. En los alrededores de Sandia instaló
sus líneas defensivas, especialmente en Yanahuaya,
Poto, Moco- Moco, Paco y Chuma. Para entonces, las
huestes virreynales habían recibido refuerzos
dirigidos por el veterano Coronel Francisco
Laysequilla. Por esos días amagó Moho, cerca de
Huencane. Para entonces había declarado la guerra a
Diego Cristóbal, a quien amenazó de muerte.
Pese a la Captura y descuartizamiento de Vilcapaza,
Calisaya en la cordillera del Ananaes resistió
auxiliado por el Coronel Felipe Nina, uno de sus
lugartenientes; incluso los documentos virreynales
aluden a una estratagema de colocar grandes piedras
en los cerros que a lo lejos parecian soldados; y
asimismo se registra el uso de galgas. Al tomar
Ayapata, las fuerzas represivas procedieron a
numerosas ejecuciones de prisioneros; lo mismo se
hizo después en Conasta, Pilcopata y Yanahuaya.
Pero como no se conseguía capturar a los jefes indios,
el comando virreynal dispuso que se armase más
gente nativa esta vez del lugar, la cual fue puesta a las
Ordenes del Coronel pro-virreynal Juan de Dios
Ticona, antiguo tupacamarista.
La expedición consiguió todo el éxito que se deseaba,
porque Calisaya, con la noticia de que tropas se
acercaban hacia aquella parte, se replegó hacia la
selva, diciendo a la gente que iba a incitar a la lucha
a
los chunchos de aquellas comarcas, “que están a
cargo de los padres agustinos"; pero unos indios
Lecos lo capturaron y lo hicieron ahorcar, temerosos
quizá de la represión del ejército del Virrey.
Esto debió suceder en los primeros días del mes de
junio de 1782. De inmediato, Juan de Dios Ticona
pasó a perseguir a Felipe Nina y Andrés Guargua,
otros coroneles rebeldes, a quienes hizo dar muerte,
con lo cual es sofoco casi definitivamente la
insurrección en aquellos parajes.
En cuanto a Calisaya apenas sabemos que tenía
ciertas propiedades en Moco-moco (de donde tal vez
fue originario) y que tenía tres hijos en su mujer.
CONDORI, Francisca.
Parece que fue cacique de Orurillo. Acosado por los
virreynales tuvo que combatir en tierras de Carabaya.
Su última hazaña fue haber vencido en un lugar que
perece se llamo Fara, donde perdieron la vida once
españoles. Al final fue capturado, tardíamente, a
mediados de 1782. Murió ahorcado; era muy
sanguinario.
CONDORI, Mateo.
Radical jefe de montoneras. Había servido con
Andrés Túpac Amaru. Se entregó el Corregidor de
Puno, Joaquín de Orellana, en abril de 1782.
Ignoramos si fue hermano o deudo de otros Condori
de la misma zona y época.
CONDORI, Matías.
Coronel de José Gabriel y de Diego Cristóbal Túpac
Amaru. Sirvió en Chucuito. vaciló al momento del
Indulto como casi todos, pero luego se adhirió a
quienes proclamaron la continuidad de la lucha.
CUTIPA, Pablo.
Uno de los últimos héroes en las regiones del Ananea
en Carábaya. Fue ahorcado en los mediados de l782.
CHAVEZ, Pascual.
Fue lugarteniente de Alejandro Calisaya. Sobrevivió
a su jefe y continuó la brega en abruptas zonas del
Ananea. Acabó ahorcado a mediados de 1782.
GUAMANSULCA, Pablo.
Cacique de las frígidas comarcas carabaínas de
Crucero. Era de noble sangre, descendiente del Inca
Túpac Yupanqui. Debió ser de los que se formaron en
el Colegio de Caciques del Cuzco, a juzgar por su
preparación. Le obsequió a Túpac Amaru los
Comentarios Reales da Garcilazo. Su rastro se perdió
en los finales de 1781.
GUARGUA, Andrés.
Belicoso jefe rebelde de comarcas azangarinas y
carabaínas. Tenía título de "Coronel Cañarei”, lo cual
le daba facultad para "matar a palos y ahorcar". Fue
de quienes se plegó a Alejandro Calisaya para
consolidar la resistencia. Al final cayó preso y fue
ahorcado.
HUACO TUPA INGA, Lucas.
“Cabeza de la rebelión, que se hallaba en la provincia
de Chucuito”, según el secretario de Túpac Catari.
Presumimos que siguió en la lucha.
HUANCA, Lorenzo.
Líder de Huancané, desde que se plegó con gente de
esta ciudad en mayo de 1751. No hemos podido
confirmar documentalmente esta aseveración leída en
una monografía local.
INGARICONA, Andrés.
Cuando José Gabriel Túpac Amaru cruzó la raya el 4
de diciembre de 1780, penetrando a tierras puneñas,
marchaba con la confianza que le otorgaba la acción
previa de lugartenientes collavinos muy esforzados.
Andrés Ingaricona fue sin duda el principal de todo el
grupo
p
de conjurados que hicieron factible la exitosa
campaña altiplánica del Inca; otros que colaboraron
decididamente fueron Nicolás Sanca, Juan Cahuapase
y Digo Verdejo el criollo que actuaba como Capitán
General del Inca desde Macari.
De todos ellos, solamente Ingaricona llegaría actuar
en la etapa final, la de 1782; razón por la cual el figura
en estas páginas. Asimismo, lo que la diferencia de
las demás líderes de este periodo puneños la alta
notariedad que adquirió desde un principio. Se
deduce que tuvo que haber figurado en el estrecho
círculo de conspirados que preparó pacientemente la
insurreción.
Debió gozar de espléndidas condiciones personales
para que se lo escogiese para dirigir el movimiento en
Puno y alrededores, desde la etapa de la conjura.
Resultó “comisionado para reclutar gente" y luego
actuaría desde "la estancia de Chingora, que dista solo
dos leguas de Juliaca”. Coordinaba las acciones con
el cacique de Juliaca, Juan Cabuapasa, quien
precisamente habría de ser nombrado Justicia Mayor
de Azángaro por el Inca, tres semanas más tarde. Con
el y con otros confabulados -caciques- pobres y
arrieros en su mayoría trazó el plan de tomar la ciudad
de Puna, ciudad que habría de ser defendida por el
Corregidor Joaquín de Orellana, un criollo notable
por sus condiciones bélicas quien sin amedrentarse
lanzo una ofensiva con un ejército relativamente
pequeño pero muy bien equipado y con sólida
disciplina.
Esto acaecía en los mediados de noviembre de 1780.
Orellana logro ganar un primer, encuentro en Samán,
pero en la batalla de Cerro Catacora, Ingaricona y
Sanca cobraron el desquite y hasta consiguieron herir
el Corregidor de una pedrada en el rostro; corría el 30
del mes citado. Maltrecho, Orellana retrocedió en
buen orden hasta Lampa, que Sanca acababa de
incendiar parcialmente. Seguido de cerca por los
rebeldes siguió retrocediendo hasta balsas de Juliaca
por Chingora, donde casi acabó victimado durante un
sorpresivo ataque tupacamarista.
Fue por esos días que Túpac Amaru avanzó hacia
tierras puneñas a fin de consolidar éxitos y culminar
la contiendo contra Arellana; este es replegó.
Entonces Ingericona debió hallarse entre quienes -
todos victoriosos- concurrieron a rendirle homenaje
en Lampa y en Azángaro. Fue entonces cuando
llegaron a esta última ciudad “unos pliegos"
cuzqueños urgentes, instándolo a retornar a
Tungasuca (Tinta), capital rebelde. Desconocemos
cuál fue el criterio de Ingaricona en torno a la grave
decisión del Inca de volver riendas y regresar al norte
a fin de iniciar el ataque al Cuzco (para lo cual era
permanentemente apremiado por la mayoría de sus
más altos colaboradores cuzqueños). Tal vez
Ingaricona fue de quienes pidieron a Túpac Amaru
que no cometiera tal error y que más bien continuase
la lucha en Puno, por que aquí las condiciones
humanos eran harto favorables, lo cual no ocurría en
el Cuzco, donde las alianzas con los criollos se habían
resquebrajado y numerosas caciques -Pumacahua
entre ellos- concedían un franco apoyo al sistema
virreynal.
Hubiese sido de uno u otro modo, lo que consta es
que, ido el Inca, Ingaricona retornó de inmediato a la
lucha contra Orallana, a quien había dejado en
precarias posiciones. Luego, procediendo con
habilidad, intentó cortarle la retirada destrozando el
puente de bolsas del lugar, pero la traición y denuncia
del cacique encargado de ejecutar dicha orden el de
Caracoto, frustro el proyecto. Entre tanto, viendo la
creciente arremetida de los rebeldes, Orellana se
atrincheró en posiciones bien escogidas que el mismo
calificó de inexpugnables,
en Mananchili, donde lucharía protegido por el lago y
un río, en retaguardia y flanco el 16 de ese sangriento
mes de diciembre.
Desde sus posiciones, Orellana batió a las huestes
rebeldes, unos cinco mil hombres, dirigidos por
ingaricona, Sanca y el cacique de Carabaya, que
acababa de incorporarse a la sublevación en medio de
algazara general. Fue la victoria virreynal a orillas del
río Coata (llamado también de Juliaca) pero consta
que Sanca no mostró mucho empeño en librar aquel
día el encuentro, decidiendo tal inacción el triunfo del
adversario; esta fué por la menos la creencia de
Orellana el triunfador.
Aprovechando el desconcierto rebelde, Orellana
retrocedió a guarecerse en la villa de Puno, el día 19,
donde había ordenado construir fosos trincheras y
hasta un pequeño castillo. Allí empezaría una
desesperada resistencia que llevaría a Antonio de
Areche a calificar a Puno como “la Sagunto da
América", recordando el heroísmo con que se
batieron antiguos españoles contra las legiones
romanas, veinte siglos antes. Pero es justiciero
recordar que tan denodada defensa debió bastante a la
pericia da Francisco Vicentelli, un artillero corse
residente por entonces en la ciudad, quien erigió al
fuerte con pericia técnica y fundió los cañones
necesarios.
Sin amedrentarse por las medidas defensivas
adoptadas por Orellanas ni con el respaldo que
otorgaban mies de "indios fieles al monarca Carlos
III", Ingericona y otros caudillos pasaron al ataque de
la ciudad y allí los vemos, bajo el mando del mestizo
Ramón Ponse en el gran ataque del 11 de marzo de
1781, cuando dieciochomil tupacamaristas se
lanzaron al asalto de Puno. Al sureste otros treinta mil
rebeldes se aprestaban a iniciar el ataque a la Paz,
comandados por Túpac Catari, operación que es
inició tres días después.
Ingaricona estuvo en primera fila en el violento
ataque sobre la ciudad de Puno, pero tuvo que
retirarse pronto con el objeto de coordinar, a fines de
ese mismo marzo, las acciones destinadas a impedir
el avance de las columnas virreynales arequipeñas
que comandaba el Coronel Ramón de Arias la cual
consiguió solo parcialmente, pues esas tropas
llegaron hasta Lampa, donde se capturó a Nicolás
Sanca, entregado por algunos de sus propios hombres.
Pero Arias no pudo sostenerse en este sitio porque
Ingaricona avanzo incontenible desde Juliaca donde
se había informado de la toma de Lampa recién el día
30 de marzo; en castigo por lo sucedido con su
cofrada Sanca, en Lampa “como dueño absoluto mató
con toda su gente no solamente a los españoles sino
también a los caciques e indios que entregaron a
Sanca y redujo a su bando a todos los que habían
querido seguir nuestro partido”, según informó el
parte militar del Corregidor Orellana, atrincherado En
la ciudad da Puno; entre tanto las tropas de Arias
retrocedían rumbo a Arequipa hostigadas de lejos por
los sublevados. Ingaricona mostró su radicalismo al
masacrar a varios españoles criollos virreynales
refugiados en la iglesia, para lo cual no vaciló en
matar a un sacerdote y herir a otro. No obstante se
proclamaba muy cristiano en las propias calles
lampeñas.
Retiradas las tropas coloniales arequipeñas del
altiplano, los jefes rebeldes decidieron estrechar más
el cerco de Puno para la cuál pasaron al ataque de las
tierras de Chucuito; dirigió las operaciones en esta
comarca este vez don Ramón Ponse, llevando como
lugartenientes a Andrés Ingaricona y a Pedro Vargas;
terribles matanzas caracterizaron esta campaña, dada
la brava resistencia opuesta por muchos de los del
lugar; los excesos fueron tantos en estas semanas que
los Túpac Amaru hicieron llegar su preocupación por
el carácter cada vez más sanguinario que iba
adquiriendo la lucha respecto a criollos, mestizos y
aun Indios virreynales. Los abusos fueron cometidos
en su mayor parte por los comisionados de Túpac
Catari, el caudillo aímara, que deseaba controlar esta
provincia, igual que otras del Alto Perú. Entre ellos
habían destacado Andrés Guara y Pascual Alarapita,
jefes que -si juzgamos los hechos- eran tan enemigos
de españoles como de criollos. La prisión del Inca
José Gabriel, ocurrida en esta etapa, ahondó
diferencias ideológicas, deteriorando la
imprescindible unidad de mando.
De todos modos, superando divergencias, pronto se
aprestaron para organizar un definitivo ataque sobre
la ciudad de Puno.
Con esta finalidad, se hicieron presentes nuevas
tropas cuzqueñas y azangarinas, dirigidas
personalmente por Diego Cristóbal Túpac Amaru, el
nuevo Inca en vista de la prisión de José Gabriel; y de
Hipólito Túpac Amaru, hijo mayor del cautivo. El
avance fue el 7 da mayo, pero Orellana contraataco,
cercando a Ingaricona en el corra Ilpa. Los sitiados
“con la resolución que inspira una situación
desesperada, hicieron sus refuerzos y rompieron de
manera que pudo escapar la mayor parte, y entre ellos
al malvado Ingaricona, uno de los principales
instrumentos de todas estas revoluciones”, según
relación de los propios virreynales.
Por esos días firmó un documento que debió
convencer a muchos vacilantes: “Mañana llega el
Inca. Si no hicieran lo mandado se verán sacrificados
en horcas, cuchillos fuego y sangre, en una noche se
asolarán los rebeldes".
Pero tanto radicalismo verbal escondía en el fondo su
indecisión. A los pocos días se decidió.
El 8 de diciembre contestó despectivamente el
Corregidor Vicente Oré de Lampa, quien lo había
instado varías veces para que se entregase:
"Indios y criollos bien pueden quedarse en sus
pueblos, de lo contrario Vuestras Mercedes se acaban
o nosotros. Por fuerza nos han buscado de robar, de
los miserables naturales todos sus ganados, casas ... y
dicen que vienen a hacer paces. No más a robar,
comer la sangre y el alma, piensa Vuestra Merced que
hemos negado el Monarca? nosotros estamos
defendiendo tantos robos que han hecho con nombre
de su Majestad, no más para tragar. Y yo de mi parte
digo esto: ya está aquí el Inca, con el pueden
perdonarse y no mas”.
Palabras todas que constituían un programa político
nacido en ten precarios circunstancias (“indios y
criollos bien pueden quedarse en sus pueblos", este es
no concurrir a demandar el indulto a los jefes
españoles). Pero lo más lasivo para los Virreynales
era la frase constantemente repetida por Ingaricona:
"Ya está aquí el Inca: con el pueden perdonarse y no
más” la cual consolidaba la autonomía de Diego
Cristóbal. Por último, en sus mensajes remarcaba el
carácter depredatario (robe, crimen) que
caracterizaba a la dominación colonial.
La respuesta del Corregidor Oré debió ser igualmente
ácida, o sencillamente fue el ataque sobre Ingaricoma.
Por su lado Ingaricona, pasando a los hechos,
incendió el pueblo de Miraflores en Cabanillas, donde
iba a hospederas el ejército virreynal que subía de
Arequipa, con la cual abrió hostilidades, rechazando
la tregua que ese mismo día 11 de diciembre, es
firmaba en la ciudad de Lampa entre los dos bandos.
Que lo devolvió a la lucha? Tal vez la ejecución de
Túpac Catari; quizá las reflexiones de antiguos
compañeros de armas. O sencillamente le disgustó el
papel de represor que tenía que desempeñar frente a
sus antiguos camaradas de lucha. Además, no se
había resuelto satisfactoriamente la demanda
presentado por Diego Cristóbal y sus lugartenientes a
las autoridades españolas pidiendo la supresión de los
corregidores en las tierras surandinas y que los
campesinos permaneciesen en las tierras tomadas a
los hacendados usurpadores.
En este período de guerras muy crudas se dejaría
sentir con mayor vigor la presión tupacatarista. El
peligro de encisión rebelde se acentuó día a día dado
que Túpac Catari, desde su campamento ubicado en
los altos de la Paz, no mostraba disposición de ánimo
para reconocer, y acatar el nueva Inca, Diego
Cristóbal Túpac Amaru. La situación en su conjunto
era delicada porque desde el norte avanzaba el
Mariscal Del Valle con las tropas negras de Lima y
Callao y las del Cuzco y otras regiones, gran ejército
virreynal que había conseguido vencer a Vilcapaza en
sangrientas batallas, de las cuales Condorcuyo había
sido la más importante.
Del Valle rompió el cerco de Puno en los finales de
mayo de 1781, pero tuvo que abandonar la ciudad
pocos días, no sin altercados con el Corregidor Orella
quien se mostró empeñado en la defensa a como diera
lugar, agrios debates en las cuales participó el
Coronel Gabriel de Avilés, futuro Virrey del Perú. Al
final Del Valle impuso su jerarquía militar y todos
evacuaron la plaza, con destino el lejano Sicuani;
marcha terrible en la cual Ingaricona fue de quienes
más hostilizó mediante guerrillas al ejército virreynal;
éste quedaría reducido a una quinta parte de sus
efectivos. Las jefes que lo condujeron jamás es
libraron del oprobio de la derrota.
Las semanas que siguieron marcaron el punto mas
alto de la insurrección tupacamarista; bajo lo
conducción general de Diego Cristóbal Túpac Amaru,
los rebeldes controlaron un enorme territorio que se
extendía desde Kanas y Kanchis hasta Charcas, salvo
escasos puntos
adversos.
Los excesos racistas de numerosas lugartenientes del
nueve Inca -hombre de no tanta autoridad como su
difunto primo hermane José Gobriel- melleron el
movimiento destrozando la imprescindible unidad
entre tódos los nacidas en suelo andino: indios,
criollos, mestizos
En octubre se conocieron las ofertas de paz y de
indulto remitida por las Virreyes de Lima y da Buenos
Aires. Hastiado de matanzas, el Inca Diego Cristóbal
buscaba la paz, al amparo de los ofrecimientos de
algunos criollos cuzqueños en el sentido que
mantendría el virtual dominio del Callao, su rango
aristocrático sobre los Indios y que habrían de ser
suprimidos los Corregimientos en estas vastas áreas
andinas. Siempre respetuoso de su Inca, Ingaricona lo
ayudó. Pero al avanzar las negociaciones, -al igual
que otros Coroneles rebeldes- debió reparar en que la
promesa de eliminar los Corregimientos quedaría en
palabras, como otros ofrecimientos de respeto a
formas de vida de la colectividad india surandina.
Por lealtad, Ingaricona aceptó servir a su inca un
tiempo más, pero elartandolo de los riesgos que se
corrían. Paralelamente dispuso el fortalecimiento de
su autoridad, como un contrapeso al avance de los tres
ejércitos virreynales que convergían lentamente sobre
Azángaro, tomada ya La Paz. Por último, se negó a
licenciar sus tropas. Ingaricona sostenía, asimismo,
que el indulto solo podría ser otorgado por el Inca.
El 4 de diciembre aún se hallaba en campaña en pro
de Diego Cristóbal, tratando de consolidar su decaída
autoridad.
Eso si, debió retornar a la acción con su conocida
ferocidad. Por eso llama la atención el silencio que se
abre sobre su persona algo después. Quizá fue
asesinado por sicarios de los Corregidores. Tal vez
cayó en alguna celada y fue una de los varios
prisioneros importantes que guardaba en su poder el
Coronel Ramón de Aries, de las huestes Arequipeñas
y por los cuales intercedió inútilmente Diego
Cristóbal Túpac Amaru, virtual cautivo de los
virreynales desde el 27 de enero de 1782. En todo
caso, si fue así, tendría asidero la hipótesis que fue
ahorcado o descuartizado en Azángaro el 3 de abril,
al lado de Vilcapaza y otros dirigentes más Sobre tan
destacado caudillo podemos también decir que, pese
a su coraje, y aun a su crueldad, parece haber sido de
finos rasgos. Dijeron sus enemigos que era "un Indio
con cara de palla y de edad como de veintiocho a
treinta años, vestido de Paño de segunda, galones de
oro, sombrero de castor blanca, buena mula y mejor
jaez ... jefe principal”.
Se afirma que en los últimos tiempos ejercía como
cacique de Quelloquello, pero carecemos de certeza y
además son muchos los lugares de este nombre en las
tierras surandinas; asimismo, no sabemos desde
cuando había poseído el cargo, o si nació con El. De
cualquier modo, la posteridad ha sido muy ingrata con
él. Unía coraje sin par con extraordinarias calidades
de táctico y estratega intuitivo. Basta recordar que
ganó varios encuentros. Puno le debe un
reconocimiento, al igual que a los demás héroes
altiplánicos de la gesta de 1780- 1782. Al lado de
Diego Cristóbal Túpac Amaru promovió reformas
sociales; al lado de Vilcapaza y otros caudillos de
fines de 1781, organizó la resistencia final.
Innovó en armamento ofensivo y en el defensivo fue
el único -que se sepa- en dotar a sus tropas de corazas.
Fue el propio Corregidor de Puno, el Coronel Joaquín
de Orellana quien anotó en su Diario que tras las
batallas contra Ingaricona tenía que proveer a sus
soldados de nuevas "lanzas para suplir el defecto de
las que se rompieron o se torcieron al herir a los
Indios que traían sus cuerpos como forrados de pieles
duras y gruesas para resistir a estas armas".
LAURA, Melchor.
A juzgar por la verticalidad de sus respuestas a los
verdugos debió ser de los primeros en lanzarse a la
lucha cuando José Gabriel Túpac Amaru invadió el
Altiplano a principios de Diciembre de 1780.
Su nombre figura ligado a las campañas de Puno,
Pomata, y Chucuito y durante el interrogatorio
judicial declaró que “el amor que profesaba a Túpac
Amaru y su deseo por que fuese dueño de estas
provincias no le dejaron libertad para rendirse y
valerse del perdón que se le concedía”...”aspirando
sólo a conquistar la provincia de Chucuito para Túpac
Amaru”.
Fue de quienes siguieron en la lucha cuando la prisión
del Inca José Gabriel y por eso figura como “Indio de
Azangaro, comisionado de Diego Cristóbal” desde
mediados de 1781.
No parece haber sido de los jefes rebeldes
sanguinarios, sí en cambio militó entre los radicales.
Por eso cuando Diego Cristóbal Túpac Amaru abrió
negociaciones con los Virreynales, el se opuso a esa
línea, tratando de mantener la insurrección a plenitud
y en lo posible la alsiza con los pocos criollos que aún
seguían militando. En tal sentido habría escrito cierta
vez una carta al Obispo de La Paz, que fechó en
Quiabaya el 12 de setiembre de 1781, firmando,
“Gobernador Inca”.
Ligado estrechamente a Diego Cristóbal Túpac
Amaru, “fue comisionado después del indulto” por
este Inca. Pero duró poco en su función pues se lanzó
a la rebelión contra los virreynales de Chucuito.
Con el título de “Gobernador Inca” procedió luego a
reclutar y organizar nuevas fuerzas a orillas del Lago
Titijaja, procediendo sin duda por su cuenta. Rechazó
la tregua pactada en Lampa el 11 de diciembre de
1781.
Una de la razones que movieron a Diego Cristóbal
Túpac Amaru a negociar la paz con los virreynales
fue la concurrencia de tres ejércitos cobre los núcleos
rebeldes del Altiplano Puneño, los últimos que aún
quedaban en pie. Uno de esos tres contingentes era de
Arequipa; a estas tropas las mandaba el Coronel
Ramón de Aries, quien ganaría a Melchor Laura la
sangrienta batalla de Juli en las vísperas de la paz de
Sicuani.
Este encuentro se libró el 20 de enero de 1781.
Escribió el jefe vencedor que desde el día anterior
“indios de varios pueblos mandados por Melchor
Luara y otras cabezas principales de su partido se
presentaron en número crecido sobre el alto del cerro
domina esta población en la que esta una cruz y en
ella tenían colocada una bandera colorada. Con
gritería y algazara, estuvieron toda la tarde
deciendonos vituperios”.
Arias dispuso el 20 un ataque sorpresivo en dos
columnas, tomando consigo la mayor compañías de
fucileros, 6 de caballerías y 150 “indios fieles”; a las
3 de la madrugada exactamente – debía haber buena
luna- dispuso el ataque, tras haberse aproximado el
silencia. Los rebeldes, sorprendidos empezaron a
gritar y tirar piedras. Mande hacerles fuego conforme
iban entrando las compañías de fucileros y viendo
sobre sí un garnizo de vales empezaron a retroceder
tirando piedras, no obstante los muchos muertos y
heridos que dejaban atrás”, tras algunos choques con
la caballería rebelde, la victoria virreynal fue lograda
plenamente. Luego, tras violentas refriegas con la
caballería rebelde, la victoria virreynal fue lograda a
plenitud.
Satisfecho el jefe virreynal pondría en su informe:
“me aseguran que mataron a Melchor Laura. Lo cierto
de esto el tiempo lo acreditará. Aquí se trajo su mula
con toda su guarnición chapeada de plata; se
recogieron muchos papeles”.
Pero Laura no había muerto; logró retirarse. En su
repliegue alcanzó a revisar como la otra columna
destrozada a los aquellos de los suyos que se hallaban
en la puna abierta, retirándose, “en los que hicieron
tal carnicería que es admiración”.
Al parecer todavía Laura intentó resistir con indios de
la parte del Lago Titijaja, junto a Juli, pero fueron
aplastados.
Tuvo entonces que marcharse a fin de reorganizar sus
mermadas huestes. Se cree que llegó hasta las
cercanías de La Paz en pos de nuevos contingentes,
pero si ocurrió así, retorno rápido a su zona de acción
donde fue denunciado por indios de Pomata el 4 de
febrero de aquel año de 1782. se hallaba allí
reclutando nueva gente. Se a dicho que ejecutado el 3
de abril en Azangaro, esto es, al lado de Pedro
Vialcapaza. Era Laura, para entonces, jefe indiscutido
de todo el sudeste del lago Titijaja.
MAMANI, Pascual.
Lugarteniente de Vilcapaza y Calisaya. Peleo en
Carabaya hasta mediados de 1782. todo indica que
acabó ahorcado. Varios fueron los Mamani que
actuaron en la gran rebelión andina.
NINA, Felipe.
Uno de los lugartenientes de Alejandro Calisaya;
cayo preso a poco de ser vencido aquel. Fue
ejecutado. Breves datos constan en el anexo
documental de Boleslao Lewin. Fue cogido en tierras
de Larecaja de la actual Bolivia.
PALERO, Felipe.
Jefe de montoneras que actuó en el Altiplano al lado
de Carlos Apaza; ambos atacaron a Chacachi, “con
gran partida de secuaces”. Luchó hasta mediados de
1782, según los documento publicados por Boleslao
lewin. Lo extraño de su apellido nos hace pensar que
tal vez exista un error en la transcripción paleografica.
PUMA CATARI, Carlos.
Llamado también Puma Catari Inga, es Carlos Apaza.
También cabe no confundido con Julian Puma Catari,
nombre con el cual firmo documentos algunas veces
el famoso Túpac Catari, quien murió poco antes del
inicio del periodo que es materia estas páginas.
QUISPE, Diego, “El Mayor”.
Caudillo indio de Sandia, con larga trayectoria. Aquí
lo mencionamos solo porque al momento de la
rendición en el santuario de las peñas escribió a Inga
Lipe para que no se entregara a los españoles. Peleo
hasta febrero de 1782. luego se rindió al Mariscal del
Valle y a Diego Cristóbal.
QUISPE, Silverio.
Se ha dicho que uno de los lugartenientes de Pedro
Vilcapaza y que peleó en Asillo, pero estas
afirmaciones no nos constan documentalmente.
SURPO, Antonio.
Destacado líder rebelde altiplánico, de probable
origen azangarino. Estuvo en lucha hasta el mes de
junio de 1782, guerreando contra el corregidor de
Puno Don Joaquín de Orellana y contra Sebastián de
Seguro la, cuyas huestes rodearon le Lago Titijaja a
fin de aplastar los últimos brotes de la sublevación
tupacamarista.
Fue una gran conmoción su victoria sobre las tropas
del Coronel Fernando del Piélago, en un momento en
que se lo suponía derrotado; en verdad contuvo a esas
huestes virreynales y logró consolidar un nuevo frente
temporal de lucha de montoneras. En realidad,
consolidaba su fama puesto que de el se decía que era
“uno de los mas sangrientos coroneles de las tropas
rebeldes”, comentando su triunfo en Moco- Moco
sobre “los pacificadores” de La Paz y el Cuzco, así
como su campaña contra Del Piélago.
Fue cogido por sorpresa, gracias a unas mujeres que
alteradamente lo ataron a fin de entregarlo. De su
activa participación en el movimiento desde el tiempo
inicial de la conjura hablan las varias cartas de los
Túpac Amaru que guardaba consigo. Surpo era “bien
formado, de un espíritu despojado y el mas racional
que he conocido entre todos los caudillos de la
rebelión”, al decir de su encarnizado opositor,
Orellana. Como todos los caudillos de esta hora final,
debió ser ahorcado de inmediato y quizás
descuartizado.
En algunos documentos, este líder puneño figura
como Surco.
Un heroe popular

TERCERA PARTE
EL TUERTO OBAYA
Pedro Obaya fue uno de los próceres de las luchas
precursoras por la Independencia del Perú y de
América; sin embargo, es un desconocido en la
Historia oficial de nuestra patria.
Nació en lampa, Puno. Era mestizo y seguramente
arriero, a juzgar por sus costumbres y conocimientos.
Y si consideramos la confianza que le fue mostrada
por los Tupac Amaru en marzo y abril de 1781, Obaya
(a quien le decían “el tuerto”, por faltarle un ojo)
debió ser de los conspiradores iniciales al lado del
“Inca” José Gabriel en los días de Tungasuca.
El alto grado de confianza a que aludimos es el que
permitió que se le encargara la debelación de la
peligrosa escisión dispuesta en el Alto Perú por el
líder aimara Túpac Catari; fue el propio José Gabriel
TupacAmaru quien encomendó la delicada misión.
Obaya se llamaba a sí mismo “soldado de Tupac
Amaru”. Como esa lealtad sólo se adquiere en la
lucha, estimamos muy probable la presencia de
Obaya desde el inicio de los acontecimientos en el
altiplano, en los principios de diciembre de 1780.
La doble rebelión de Túpac Catari
Obaya pasó a un primerísimo plano a raíz del doble
levantamiento de Túpac Catari: contra España y, en
la práctica, contra los Túpac Amaru, porque a estos
les restaba cuantiosas fuerzas bélicas y arrebataba un
control general de la situación. Lo cual se explica, en
parte, porque era plebeyo y pertenecía a la nación
aimara, que mantenía divergencias con los quechuas.
Agréguese que simpatizaba tal vez con la sanguinaria
secta de los cataris y estará todo dicho.
Túpac Catari (cuyo verdadero nombre era Julian
Apaza) había además iniciado el ataque a la ciudad de
La Paz aplicando medidas muy violentas. Confundía
venganza con justicia. Lo más grave era el racismo
desde abajo que parecía practicar. Constituía un delito
tener el rostro blanco, o negro y los mestizos eran
vistos con recelo.
Así las cosas, hacía peligrar todo el alzamiento.
Por estas razones a los sublevados cuzqueños se les
hizo urgente sofrenar a Túpac Catari, porque el
radicalismo que mostraba ponía en peligro la unidad
del movimiento. Su oposición a criollos y hasta
mestizos y negros, a los cuales mataba muy
frecuentemente, rompía los principios ideológicos de
la sublevación. No obstante, era seguido de
muchísima gente, indígena casi toda. Para contener a
tan revoltoso lugarteniente fue enviado Obaya desde
Azángaro, con órdenes concretas, que amparaba su
reconocido coraje.
Entre tanto, el Inca hacía frente con dificultad a los
diecisiete mil soldados del Mariscal Joseph del Valle,
en Vilcanota, librando varios encuentros.
Al marchar por la orilla sur del Lago Titijaja, Obaya
debió reparar en la hecatombe desatada por los
seguidores de Túpac Catari. Llegó a La Paz en los
primeros días de abril. Consciente más que nunca en
el ascendiente del apellido Túpac Amaru, se fingió
mañosamente, su sobrino, con lo cual pudo evitar que
se desatara la violencia contra su persona, porque era
grande el ascendente del líder aimara sobre las masas
que lo seguían, integradas por gente de su propia
colectividad collavina, sin quechuas casi.
Los dos caudillos: Obaya y TúpacCatari, se
entrevistaron a solas y no debió serle fácil a Obaya
marginar al belicoso caudillo que, por si mismo, se
había autonominado Virrey en nombre del Inca, sin
ningún derecho.
Mientras negociaba con Túpac Catari, Obaya remitía
cartas a destacados paceños, criollos pero patriotas.
Lo hizo con la firma de Túpac Amaru, y presionó con
éxito para que túpac Catari hiciese lo propio. Los
destinatarios de las misivas de los dos dirigentes eran
criollos de influencia y, seguramente, se tenia la mira
de que la significación de esas cartas –que marcaban
un viraje en el sesgo racista que se había venido dando
al alzamiento en el altiplano- llegase a los antiguos
conjurados tupacamaristas de La Paz, que no debían
ser de escaso número a quienes convenía rescatar para
la causa patriota.
Las misivas lograron el fruto de una entrevista entre
dirigentes de los dos grandes bandos; sublevados y
virreinales. En ella, Obaya actuó ya como jefe
máximo de las fuerzas sitiadoras de la Paz ausente
Túpac Catari. Las condiciones fueron claras:
1) el reconocimiento del inca Túpac Amaru como rey
2) la entrega de los cuatro corregidores virreinales; 3)
la entrega de los hacendados y aduaneros; 4) la
entrega de las armas de fuego; 5) la destrucción de los
atrincheramientos.
La negociación fracasó. Varias versiones han
quedado del bravo Obaya en ese momento, con su
poncho terciado y un hablar altanero, pues trataba de
“tu” aún a los altos dignatarios coloniales.
Los combates por la ciudad se reanudaron luego con
más furia. Entre tanto, Obaya desarrollaba con el
destituido TúpacCatari una doble actitud de firmeza y
de inevitables festines estilo indígena. Se lucia
tocando el charango. Al fin, Túpac catari optó por
retirarse del todo del asedio, lo cual otorgó a nuestro
personaje más libertad de acción. Se libraron
entonces los más furiosos choques por La Paz. Jamás
se habían peleado con tanta rabia, pero la resistencia
virreinal era igualmente valerosa y se amparaba en
una neta superioridad en armamento, fusiles y
cañones marcadamente.
Convencido de la inutilidad de un ataque frontal.
Obaya ideo una estratagema a fin de obtener que los
paceños saliesen de sus trincheras y fortines. Falsificó
una carta anunciando la llegada de refuerzos
virreinales rioplatenses del sur. Poco después visitó a
todos los que pudo con uniformes de los coloniales y
les puso banderas españolas al frente. Este engañoso
socorro apareció por las alturas de La Paz, en medio
de la alegría de los paceños coloniales que creían ver
a sus libertadores. Una falla organizativa permitió, sin
embargo, que la treta patriota se descubriese al último
momento. Pero creyendo Obaya que vacilaban los
sitiados en abrirles paso, todavía quiso animarlos con
un combate falso, tan reñido como aparente, que
dispuso entre los disfrazados virreinales y otras
fuerzas patriotas, en el cual menudearon disparos,
cargas y fingidos heridos y muertos. Esto sucedía el
27 de abril

La Captura
Fue entonces cuando Obaya en un alarde de valor, se
acercó demasiado a las trincheras virreinales,
retándolo a la pelea, tropezando su caballo, rodo por
el suelo.
Conducido Obaya preso a la ciudad de La Paz Túpac
Catari recuperó su posición en el ejército, sitiador,
que era básicamente de su nación. Por su lado, el
cautivo Obaya, viendo frustrada toda opción de
restaurar la precaria alianza antiespañola entre indios
y criollos, se dedicó a confundir al enemigo mediante
diversas declaraciones, unas veces reales y otras
fraguadas, sembrando la incertidumbre en esa gente
cercada, que pasaba por una gravísima hambruna y
que no veía solución a la guerra. Para esto contó
Obaya con la circunstancia que varios criollos de
nivel estaban de un modo u otro comprometidos con
la sublevación, desde la época de la conjura (cuando
se proyectó el frente indio-criollo). Apellidos
destacados de La paz salieron entonces a relucir con
tan hábiles intrigas, agudizando las nunca apagadas
rivalidades entre españoles y criollos. Pero era
demasiado tarde; de todos modos de las sospechas no
escaparon el importante Juez Tadeo Ruiz de Medina,
ni el coronel Ignacio Flores, quien se acercaba con
refuerzos rioplatenses, orureños y cochabambinos,
dispuesto ya a romper el asedio visto el viraje social
y racial de la situación.
Como es conocido, los virreinales paceños tuvieron
un respiro cuando Flores ingresó a la ciudad tras
romper el cerco con sus huestes, pero este intervalo
duró poco, pues se vio obligado a retirarse por el
apremiante de su situación militar, agobiado como se
hallaba por el hambre y las deserciones.
Contramarcha que le valió, no pocas criticas, entre
ellas las del propio Corregidor Sebastián de Segurota.
Ejecución de pedro Obaya
Antes de replegarse a oruro Flores ahorcó a Obaya el
4 de agosto del mismo año de 1781 A su lado fueron
ejecutados otros prisioneros, como Bonifacio
Chuquimamani, mestizo que había sido el principal
secretario de Túpac Catari. También Bartola sisa,
mujer de Túpac Catari.
El ataque a la ciudad de La Paz se reanudaría de
inmediato, primero bajo Tupac Catari y sus aimaras y
luego bajo el comando general cuzqueño de andrés
Túpac Amaru, sobrino del Inca José Gabriel y de
Faustino Tito Atauchi, quienes tuvieron que destituir
al empecinado Túpac Catari, nuevamente, a fin de
tratar de ajustar el movimiento a las pautas
ideológicas de los conjurados de Tungasuca.
Sobre aquel gran peruano que fue Obaya, hijo de la
tierra puneña, se han emitido varias opiniones.
Rescatamos la de quien fue, en la practica, su
obligado rival, Túpac Catari.- Dijo éste que “el tuerto
Pedro Obaya era hombre muy caviloso y apreciado de
valor” y quien “dio la idea de las invasiones nocturnas
a la ciudad (de La Paz) y el combate fingido entre los
mismos alzados.
Reunió así Obaya las dos prendas esenciales de todo
verdadero jefe militar: coraje e inteligencia. Pero
estos factores no bastaron para enderezar la
revolución en La Paz ni en muchos lugares de los
Andes que había ido adquiriendo características de
guerra de razas, sin que los esfuerzos que había
realizado Túpac Amaru para evitarlo hubiesen dado
mayores resultados..
Fin de la Obra de Juan José Vega
Que es una recopilación de sus trabajos editados
previamente por la Universidad Nacional de
Educación como la Universidad Nacional del
Altiplano, a los que se suman algunos articulos
adicionales que fueran publicados en el Diario
"Expreso" y en la Edición Nº 1 de la Revista de la
A.C. Brisas del Titicaca
Gracias por su atención y su interés por Pedro
Vilcapasa
Atte.
Bruno Medina Enriquez

Colofón
Omár Aramayo C.

Datos Biográficos del Autor


Poemas de Manuel Scorza

ANEXOS
Acerca de Vilcapaza

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