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Los Docentes como grupo profesional Ana María Brígido

LA PROFESIÓN DOCENTE HOY

La profesión docente hoy está teñida de sinsabores, contradicciones y desconciertos que la han llevado no sólo
al deterioro de su imagen a límites preocupantes, sino también a una crisis de la profesión propiamente dicha.

Todo profesional debe tener una sólida formación en su disciplina, pero, además, se supone que cuenta con una
autonomía, propia de dicha profesión, entendidas ésta última como construcción socio- histórica en un
determinado contexto. Por ello es necesario que se conviertan en objeto de análisis y reflexión, sobre todo la
del profesional de la educación, ya que hoy comparte con otros trabajadores sociales la contradicción de
hallarse sumergido en un presente acuciante, pero con el compromiso de proyectar un futuro mejor.

Algunas décadas atrás, el docente era al portador del saber y hoy, no sólo carece de conocimientos básicos
reconocidos por la sociedad en su conjunto, sino que no se siente satisfecho de cumplir las expectativas que se
le demandan, generándose así la culpabilidad, teniendo consecuencias práctico- negativas que le obligan a
hacerse cargo y/ o responsable por algo exterior a él.

El ejercicio de la profesión docente en el pasado detentaba una gran dignidad que surgía del saber y del lugar
destacado que ocupaba el educador en la sociedad. En estos días, ya no es la escuela el templo del saber, ya no
es el docente el “mago” que todo lo sabe, ni modelo de identificación. Según Abraham en su obra "El mundo
interior de los enseñantes", plantea que éstos tienen una visión pesimista sobre su profesión, que lo llevan,
muchas veces, a guardar silencio y a esconder sus propias experiencias, sus propias prácticas, generando,
muchas veces al decir de De Jours, frustración en la tarea docente, perdiendo autonomía en su propio trabajo y
convirtiéndose así en un simple técnico. Hoy se lo individualiza frente al sufrimiento, ignorando su labor y el
sentido de su trabajo , no se le reconoce como persona; debe defender derechos y reclamar espacios que le
pertenecen para poder subsistir y para no caer en una vivencia depresiva que conduce y amplía sentimientos de
indignidad, de descalificación e inutilidad . Por lo cual aparecería como punta del iceberg la insatisfacción y la
ansiedad como representantes del sufrimiento de este docente en la que relación hombre- trabajo estaría
bloqueada.

Los docentes, por la situación actual, sienten incertidumbre alrededor del empleo, agotamiento marcado por la
retribución económica, el desprestigio social y la falta de espacios de autonomía que lo llevan a una carga
emocional muy importante, dificultándole la tarea, provocándole incapacidad académica, rutina y conformismo,
siendo éstos sólo síntomas de un malestar más profesional y estructural.

Díaz Barriga plantea que hoy hemos llegado a la “cosificación” de la profesión. Si bien se la considera como un
servicio insalvable para la sociedad, a su vez se la percibe como despreciable y avergonzante, quedando
marcada, la tarea docente, por una tremenda soledad donde se mueven múltiples emociones que no pueden
ser elaboradas psíquicamente, llevando al docente a un gran esfuerzo físico, pedagógico y, sobre todo,
emocional.

Ulloa señala que, es en esta mortificación en la que el sujeto se siente coartado, al borde de la supresión como
sujeto pensante, tendiendo, asiduamente, a esperar soluciones mágicas. Por consiguiente, muchas veces, esto
afecta la modalidad y el sentido de su trabajo provocado por la violencia institucional que lo lleva a una
encerrona trágica, causante de la mortificación mencionada.
Los Docentes como grupo profesional Ana María Brígido

Esta situación provocaría un circuito perverso, quedando atrapado, sin poder salir de ella ni pudiéndola resolver,
sintiéndose responsable de lo que no lo es, llegando a un efecto paradójico: en vez de mejorar la calidad del
trabajo, la empeora, sintiéndose intensificado, al decir de Hergreaves, con sus privilegios laborales erosionados
y con una sobrecarga crónica de trabajo. La vulnerabilidad en el empleo le quita sentido a su trabajo, lo
desestructura, desconfigura y desdibuja la tarea que le compete, llevándolo a una no- relación con los otros ,
convirtiéndose el trabajo sólo como obligación para ganar dinero o ser aceptado socialmente.
Lidia Fernández señala que es precisamente esta tarea la que permite el funcionamiento institucional porque
vincula al sujeto con otros sujetos y con el medio, pudiendo constituir un nexo con engranajes fuertes que le
permitan surgir como un colectivo social.

Crisis de valores y crisis económica conjugan un juego peligroso contribuyendo al deterioro de la imagen del
docente, profesión cada vez menos atractiva a los ojos de otros profesionales, de futuros aspirantes y del
conjunto de la sociedad. Aquel maestro, seguro de la importancia del saber que transmitía, ha quedado
desplazado por múltiples razones, aunque también sería interesante investigar cómo se ve él a sí mismo: si
como ejecutor de modas pedagógicas, como técnico de estrategias didácticas, como investigador en el aula o
como agente de transformación, porque, a partir de esta respuesta, se podrían destrabar nudos que están
dificultando la redefinición del rol docente.

Es duro tener que reciclarse continuamente, revisar contenidos periódicamente, poner en crisis las propias
concepciones o representaciones sobre educación.

Es duro ir envejeciendo mientras los alumnos conservan invariablemente la misma edad, siendo cada vez más
profunda la brecha generacional.

Por ello, a pesar de los momentos de crisis, a pesar del malestar, es necesario revalorizarlos como oportunidad
para la reflexión, para intervenir en lo cotidiano, para provocar rupturas y dejar fluir subjetividades.
Es de fundamental importancia tomar distancia para objetivar el presente y proyectar el futuro, resignificando el
rol y, por ende, la tarea docente para intentar una nueva identidad que deberá ser construída para que los otros
puedan asignar al docente un lugar singular, pero no en el sentido de recuperación de un status o espacio
perdidos, sino de construcción de una nueva identidad, construcción que deberá ser conquistada para que los
otros puedan asignar al docente un lugar singular.

Para ello es necesario repensar la escuela, desde adentro y desde afuera, es decir, no sólo trabajar entre los que
la componen, sino entre todos en la sociedad, aceptando y utilizando espacios que se otorguen o se consigan
para discutir propuestas, analizar prácticas o compartir experiencias. En definitiva, asumir el protagonismo con
confianza en las propias posibilidades.

¿Cuáles son las transformaciones visibles entre el docente de ayer y el de hoy?


Patricia es sólo un ejemplo de la imagen de los docentes en gran parte de los estratos medios y altos. Por un
lado, se proclama la importancia de la escuela en las sociedades del conocimiento y el valor del rol docente, ya
que ponemos en sus manos gran parte de la vida de nuestros hijos. Por otro lado, no desean que sus hijos
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formen parte de "ese grupo" con poco futuro económico, de "ese grupo" que trabaja mucho y del que muchas
veces se dice que no hace las cosas bien.

El problema que se plantea no es menor. ¿Cómo se puede construir un futuro socialmente interesante cuando
parte de la clase dirigente de un país dice valorar la docencia pero no la quiere como carrera para sus hijos?
¿Cómo se puede construir una sociedad mejor cuando se proclaman cada vez más años de educación
obligatoria, pero se ofrecen condiciones de trabajo difíciles para los actores encargados de llevarla adelante?
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SINTESIS
Ciertamente los docentes, durante los últimos años han sido objeto de investigación en el campo de las
ciencias de la educación.
Son numerosas las situaciones que han colocado a maestros y profesores, en situación de vulnerabilidad,
como las reformas educativas, la caída de su salario, la asignación a las escuelas de tareas que no le
conciernen, los problemas sociales presentes en las aulas, violencia escolar, entre muchos otros. Como si
esto fuera poco, la sociedad les asigna la mayor parte de la responsabilidad referida a la baja en la
calidad de la enseñanza, deficiencia en el aprendizaje, y los reiterados fracasos al momento de iniciar
estudios superiores, entre otras cosas.
Es aquí donde se ponen en juego cuestiones de gran interés: ¿hasta qué punto los docentes constituye un
grupo profesional? ¿Cuál es la importancia social que tiene su tarea?
Lo importante es dilucidar cuál es la construcción de la imagen social de los docentes como
profesionales de la educación. Para lograrlo, es imprescindible determinar, por un lado, qué es,
sociológicamente un grupo profesional, y en qué medida los docentes reúnen las condiciones necesarias
para conformar un grupo de este tipo. Por otro lado, precisar cuál es el significado que socialmente se le
ha dado a la tarea llevada a cabo por estos agentes sociales.
A pesar de que su función social es de suma importancia, en cuanto a que son los encargados de
transmitir los saberes culturalmente válidos, y así mantener el orden social, no consiguen, en la
actualidad, un reconocimiento acorde a su desempeño, en comparación con otros grupos.
Esto afecta la imagen que tienen de sí mismos y la forma en que desarrollan su tarea.
Es frecuente que desde las esferas oficiales y desde diversos sectores de la sociedad se insista con una
“profesionalización” del personal de enseñanza, lo cual deja entrever que las dudas existentes respecto
del status profesional de los docentes.

Significado sociológico de la idea de profesión


Según Max Weber, son dos las características que definen a una profesión:
Vocación: como la tarea que el individuo asume voluntariamente y que afecta toda su vida, es decir, un
compromiso voluntariamente asumido y querido.
Capacitación Formal: como un conjunto de actividades que realiza un grupo de personas que fueron
especialmente preparadas, por el sistema educativo formal para llevarlas a cabo, o sea, la especialización
en un área de conocimiento y actividad concretas.
Pero, tener estas dos condiciones no es suficiente, no. Es necesario también que la actividad realizada
sea valorada socialmente y que el profesional tenga autonomía para desarrollar su tarea.
No hay que perder de vista la relación que se crea entre el profesional y su “cliente”, donde la confianza
de éste respecto de la idoneidad y honestidad de aquel, es fundamental, así como también la
competencia técnica del profesional. Todo esto determina otra serie de características de las profesiones
tradicionalmente consideradas como tales:
Poseer y dominar un conjunto de conocimientos específicos, certificados por la autoridad
correspondiente. En relación a esto, hay una cuestión fundamental que debe considerarse: cuanto más
especializado es el conocimiento, más restringido es el ingreso al campo laboral y, por lo tanto, más
jerarquizada socialmente estará la actividad. Si ocurre lo contrario, el prestigio de la profesión se
resiente o incluso desaparece.
Debe existir un control por parte de organismos especializados, respecto de quien ingresa a la profesión,
asegurando así, la aptitud del profesional.
Existencia de un código deontológico (deberes y normas éticas, en especial si conciernen al profesional
de una rama determinada) al que sometan su conducta los miembros de una profesión. Esto es,
garantizar al cliente que el profesional actuará de forma correcta y honrada, y que es digno de confianza.
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Autonomía para trabajar. El profesional aspira a ejercer su actividad de la manera que considere más
adecuada.
Deben existir organismos (no gremiales) que controlen a los profesionales en el ejercicio de sus tareas,
asegurando el cumplimiento de su deber y su acatamiento al código deontológico.
Condiciones laborales especialmente, de los miembros que están al servicio del Estado más que de los
que trabajan independientemente.
¿Constituyen los docentes un grupo profesional?
Responder este interrogante implica rever las condiciones antes mencionadas y dilucidar cuantas de
ellas son cumplimentadas por los agentes de la educación. La docencia constituye un caso muy
particular, debido a la heterogeneidad de sus miembros, y que muchas veces, para ejercer en el nivel
elemental del sistema educativo, no se requiere poseer conocimientos demasiado especializados,
excepto aquello que constituye lo pedagógico. Y ni siquiera estos, ofrece grandes dificultades para ser
aprendido.
Tenti (2003) sostiene que la docencia es un oficio caracterizado porque el docente es un funcionario
asalariado y al mismo tiempo un profesional de la educación.
Fernández Enguita (1993) afirma que la docencia es una semiprofesión. Otros como Lerena (1985)
considera obsoleta la cuestión de saber si los docentes constituyen un grupo profesional o un cuerpo de
funcionarios especializados.
Si bien, para ejercer la docencia es necesario tener un cuerpo de conocimientos especializados
(formación pedagógica y formación disciplinar) y acreditados, estos no revisten un grado de dificultad
importante y el su acceso no implica selección previa. Es más, hay estudios realizados que demuestran
que la mayoría de los ingresantes a las carreras de formación docente son de clase media-baja, cuyas
razones de elección de las mismas son: rápida salida laboral, trabajo estable, estudios de corta duración,
“carrera fácil”.
Ejercer la docencia, parece ser tarea para casi cualquier miembro de la sociedad que cuente con un título
de nivel medio o universitario, aun si este no le ha brindado formación pedagógica. Es así, que un
médico, un abogado o un contador, por ejemplo, puede dictar clases en los niveles superiores del
sistema educativo sin mayor inconveniente.
Indudablemente, la autonomía no es algo que caracterice a la docencia. Es bien sabido que el docente
posee ciertas libertades al momento de decidir respecto del desarrollo de su clase, pero que aún estas,
están enmarcadas dentro de normativas impuestas por el sistema educativo en general y a una institución
en particular, a la cual se debe dar cuenta de los resultados que se obtiene.
Tampoco el docente tiene la posibilidad de elegir a aquellos que serán destinatarios de sus servicios, los
alumnos, ni estos eligen a quien les va a enseñar. Podría decirse que el docente trabaja con “clientela”
cautiva
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