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Juntito al Yabebirí
era el calor del ranchito,
con el fogón encendido,
llama de timbó y yasy.
La leyenda en el fluir,
el olor de los pomberos
traía huellas del suelo
y corcovos de la sangre,
cuando volvían del aire
los silbidos del misterio.
Chipá, reviro, mbeyú,
mesa de petereby,
el vuelo del mbopí,
aires del mbaracapú,
lamentos de urutaú
por los altos cocoteros,
era la mano del viento
y, en su letanía eterna,
era la voz de la tierra
en lo inasible del tiempo.
Quebraban la lejanía
rumores de las trincheras,
órdenes a soldadescas
en lengua desconocida.
La guerra de industria activa
botaba barcos, chalupas,
naufragios en aguas duras,
amores crucificados,
seres que fueron soldados
y hoy silencio que abruma.
Un mariscal luminoso
emerge de la humareda
barba, uniforme, estrellas,
montado en arisco potro,
un mariscal por el monstruo
de la guerra nauseabunda
con una espada en la zurda
y un mosquete en las alforjas
avanzando por la historia
de la América profunda.
II
El respirar de la historia
llegaba en un viento negro,
impregnado en el aliento
de miles de seres, olas
de militares, las formas
que la estrategia en la selva
extendía sus arteras
manos tintas en sangre.
Hombres, armas, fuego
para el arte de la guerra.
III
En la guitarra, temblores
de su alma estremecida
venían con voz mortecina,
de la soldadesca informe,
el paisaje y los dolores
dispersos en la batalla.
Se perdían por las auras
de la muerte irremediable:
por delante lucha y sangre;
detrás, la sombra sin alma.
IV
Ojos blancos, ojos ciegos,
lumbre de sombra y herida,
nieve de luna en las guías
de los ojos en desvelo,
cuenta su rostro con fuegos
de la memoria traída.
Una abuela por las bridas
de tres países en pugna
avanzando en una jungla
de oros, muertes y codicias.
Soy
un trozo del día en la serpiente roja del camino,
un soplo del dios que desarma la ansiedad de las mariposas amarillas.
II
CANTO PRIMERO
COMIENZOS DE LA GUERRA GRANDE
Emboscados en la mente
sobre un mapa de dolor
tres cancilleres y un lord
firman el pacto, silentes.
Celebra el emperador
en la distancia los goces;
de placer cantan sus bofes
entre seda y algodón.
Ausente el alma de amor,
Mitre en su capa se esconde;
levanta Venancio Flores
su copa sin esplendor.
Un humo de soledad
brota de su silencio;
innumerables ejércitos
pasan por su mente altiva.
El veinticuatro de julio
de mil ocho veintiséis
nacía un niño en la piel
del defensor de su Patria
Nadie hubiese sospechado
la magnitud del momento
en que la historia en sus fueros
iba a poner en su frente
el honor, la luz, los genes
de un líder de nuestra América.
II
En el sur mesopotámico
–región de los grandes ríos–
estallaba en largo grito
el asedio sobre el ámbito.
Naves en mar uruguayo,
ejércitos en fronteras,
preparativos de guerra,
ganaderos en sus lanzas,
que en simulacros clamaban
al emperador sus tierras.
III
No moría en la contemplación.
Un manto de gris desolación
lento descendía por sus costas
y consciente de ello, la pólvora,
el hormigueo febril, el gran trabajo
de miles de manos en las armas
erigiendo ejércitos en marcha
crecían tenaces tierra adentro.
Chasquis de fronteras en el vértigo
traían gravideces del Gólgota.
Mientras en el gobierno,
gente adicta al guaraní
apoyaba en su lid
la empresa del Mariscal,
don Manuel Lagraña activo
creaba la resistencia
formando bajo banderas
la Vanguardia Correntina
en secretas fuerzas vivas
de la asombrada ciudad.
Frecuentador de la historia
cual Constantino en su gesta
fue un escritor con las velas
en geografías remotas;
un Napoleón con la gloria
conquistada entre las páginas
de los libros, en las auras
paridas de extraño tiempo
de hombres con los mismos vientos
de su fantasía vana.
IV
De Catamarca, Jujuy,
de Tucumán y La Rioja,
caravanas de personas
descendían al albur
integrándose a la luz
tremenda de los combates
ignorando los empaques
de los señores guerreros
–que de los peligros lejos–
huían de los ataques.
V
Crisóstomo Centurión
vio la luz en Itauguá
en el calor del hogar
con una madre amorosa;
nadie pensó que nacía
señalado por la historia
estructurado en las formas
de la cultura y la vida
atento a sabidurías
de los maestros de Europa.
Regresado de Inglaterra
lo halló Francisco Solano
ejerciendo en desparpajo
su juventud de oro y sueños.
Imbuido en importancia,
pero de horizontes amplios,
lo incorporó El Semanario,
como un escritor vertido
creciendo en cálidos vínculos
con el lector, con el ámbito.
Al año de reintegrarse
al latido de su tierra,
llegó el monstruo de la guerra
con su aliento nauseabundo.
No sólo fue un buen soldado
sino también un caudillo
entregándose al delirio
de las batallas reñidas
ganándose las presillas
de los ascensos peleando.
Impuesto en el secretario
de López, el Mariscal,
Centurión pasó a integrar
–junto a Silvestre Carmona–
el Tribunal Militar
que juzgaría a los reos
de haber vendido secretos
del Paraguay a la Alianza
pisando las nobles almas
que por la Patria se inmolan.
Reaparece, el escritor,
en campamentos de Azcurra,
donde por su mente lúcida
y arrojo en los contraataques
le otorgó la fuerza el lustre
de teniente coronel,
el veinticuatro de julio
del ocho sesenta y nueve,
cuando el aire era una suerte
de llanto por los yerbales.
Poco después, en Tandeih,
a fuer de coraje y lanza,
con la mente en la esperanza
que arriba a puertos perdidos,
nació desde adentro el genio
que hace de la muerte vida
salvando hombres y climas
del espíritu peleando
con la intuición, el trabajo
y el saber que da el camino.
Adelante el Mariscal
con la caravana en sombra
iba buscando la aurora
que no volvería a gozar.
Adelante el Mariscal
rumbo a una extraña muerte
con un cortejo de fieles
camino al Aquidabán
sin regreso, sin final,
resignados a su suerte.
Ya en el último momento,
al frente de sus soldados,
caballada, fuegos, mandos,
lo alcanzó un tiro en el rostro
rompiéndole una mejilla
parte de la lengua, dientes,
derrumbándolo en las fiebres
del ataque sin cuartel.
Caballo y hombre en la red
del invasor fratricida.
Herido ya y prisionero,
en una doliente marcha
de once días en ráfagas
del acoso brasilero,
llegó a Concepción a pie.
Pueblo de antiguos amores
con el dolor de los hombres
que lucharon con el alma
y mil voces de soldados
que aún llaman del recuerdo.
Se recuerde Centurión
en una página íntima
de las palabrotas ríspidas
que algunos jefes aliados
traían a la sentina
junto a sus extraños presos
que cual fieras en acecho
solo esperaban morder
extrañándose al saber
de su intelecto, sus actos.
VI
El consulado argentino
escribió al embajador:
“Ya se ha muerto el malhechor,
el Atila fugitivo.
Que el diablo lleve consigo
su memoria y su razón;
triste recuerdo al rigor
de su paso por los pueblos,
azote de nuestros fueros,
de autoridad y razón”.
En Guaycama, pueblecito,
mil ochocientos veintiuno,
en humilde predio, pulso
de una patria en el abismo
nace el gaucho del altivo
mandato de tierra y viento
cual si Dios pusiera el fuego
de su poder en camino,
señalando tiempo y ritmo
de la justicia, el criterio.
Al coloniaje español
lo reemplazó el de Buenos Aires:
de hispánico vasallaje
a cepo criollo feroz,
de un rey –tributo en rigor–
a una lenta anemia viva,
donde la provincianía,
desbaratada en sus fuentes,
era la industria que muere
en el clamor, la agonía.
Diplomáticos arteros
de peluca y guantes blancos,
con el apoyo cipayo
de gobernantes mostrencos
dictaban rumbos al pueblo
pero en castillo portuario
donde la Aduana y sus amos
llenaban sus arcas nobles
mientras los prohibidos hombres
eran la ralea, el barro.
EL VIENTO DE LA GUERRA
(primera parte)
Yo soy el viento, ojos de infinito, boca de horizonte, barba de tormenta. Nada ni nadie
puede contenerme: ni la pretenciosa música del genio ni los versos abstractos del poeta.
Puede mi voz ser el trueno, el sibilante susurro, serpiente de voces rancias, un eructo del
abismo. Ir por las cerraduras de las embajadas sordas y el adiós del moribundo
que parte hacia el misterio.
Vengo de la choza de Juan, el pescador; acabo de aquietar las aguas para que en su mesa
haya un pez fragante. No sé qué hacer. Todavía, esta mañana he visto allá, en el boscaje, la
cabeza negra del cuerpo del ejército del Emperador. De su lomo vuela un Dios africano; es
Yangó, padre de las ferramentas, protector de la agricultura, que no comprende que el
hombre en su estatura pretenda derrumbar la obra inmensa de Dios.
Bajo con los cuervos en círculos concéntricos cortando el hedor. Voces negras. Voces
oscuras impregnan mi manto. Tienen un “sheiro” de sangre y estrellas, polvo de las
batallas, estertores del abismo.
Soy un punto naranja en el espacio, una hoja que cae, un átomo que se hunde en el misterio.
Una ráfaga de luz… cae de mis hombros. Es mi capa, iluminando a un pueblo.
Mi cuerpo es de brisas y abismos, de aire azul, de céfiros. Tengo alas transparentes
y viajo en la cola del relámpago. Puedo empinarme en el fragor del estallido y asesinar las
nubes en el trueno y volverme luz en los mares del pirata.
Soplo en las velas de los antiguos barcos, al olor del mar y sus azufres; y me detengo en
espiral del humo azul ululando en las cavernas de la costa.
Soy un niño perdido en los acantilados.
Nací con el primer vagido del planeta, con el primer temblor, con el primer gesto del barro
humano, la primera ola, la última hoja del otoño en el espacio.
A veces soy un pájaro, un ala detenida allá en el sol, un trozo de infinito cayendo en el
silencio, como un átomo transparente de luz, hacia otro tiempo.
A veces soy azul, verde esmeralda, greda rojiza, cuando me visto de selva y en la copa de
los árboles respiro el canto del alba.
CANTO SEGUNDO
UNA VICTORIA EN CORRALES
Despertar de la guerrilla
es resorte del soldado,
casi de pie, casi salto
de elasticidad felina,
proyectarse en la embestida
envuelto en brumas del alba
con las manos en el arma
contrarrestando el ataque:
las botas sobre la sangre,
el grito, una flecha helada.
Y fueron treinta los muertos,
treinta en brazos de la parca;
cadáveres con las caras
entre el horror y el siniestro
denunciaban al ejército
de su eminencia Don Mitre,
uniformes con sus timbres,
frutos de mala estrategia,
girando en las bayonetas
como pandorgas febriles.
El comandante, en cautela
ante el desnivel numérico,
ordenó grupas al viento,
escapar rumbo a la selva
pues las invasores fuerzas
ya con cuatro batallones,
artillería en sus bloques
y armas de caballería
desbordaban nuestras filas
que se perdían al monte.
Un silencio camalote
llegaba desde lo oscuro;
la respiración del mundo
vegetal era en sus odres.
Un silencio en río de cobre
como una mortaja de agua
huía a la ancha pampa
del mar en su porfía.
Un caminar a otra vida
lejos de las tierras bárbaras.
Pasos en la cerrazón.
Pasos del hombre durando
sin saber la paz, el ámbito
de su ser, de su valor;
sin conocer la emoción
de sentirse en el planeta
la criatura, la fiesta
del amor que Dios creó
y va ciego en su esplendor
atrapado por la guerra.
II
Natalicio Talavera,
poeta y guerrero del Paraguay
Jóvenes en el espanto
de la bayoneta, el tiro,
veo, de pronto, abatidos
en la ciénaga y el llanto.
Capitanes de los mandos
en las ráfagas siniestras
tirando en lúgubres sendas
de las emboscadas verdes.
Esa selva en aparente
calma que estalla, que vuela.
Es veintisiete de enero
de mil ocho sesenta y seis.
Paso de la Patria, en pie
erizado en el desvelo.
Le escribo desde el siniestro
de los campos de batalla
en el silbar de las balas
en el sol del día puro,
en el olor nauseabundo,
señor redactor, mi carta.
Apoyando su gestión
traía en sí un documento
que lo transformaba en cierto
cachafaz conspirador.
Puntos de contacto a flor
de ciertas familias altas
cuyos jefes en la Alianza
militaban altaneros
cual mercenarios a sueldo
en contra de la tierra magna.
EL VIENTO DE LA GUERRA
(segunda parte)
Yo no conozco el amor. Las brisas, las ráfagas, las sibilantes furias, las
desenfrenadas tormentas que no me aman. Será porque llevo en el corazón una secreta
lágrima. Tal vez vean en mi cara los extraños designios del Diablo, los pasos secretos de
Dios, las voces que van conmigo por la lluvia descargándome en las sementeras, cayendo
en nieve por el azote blanco, por un mar de olas y naufragios por la muerte verde en los
rebaños.
¡Libre soy!
¡El más libre de los seres de la Tierra!
Y me duelen las cadenas del esclavo, que por hombre y tener el pensamiento como
un buey vive atado a las coyundas.
Peor todavía es quien ha edificado altos los muros en su pensamiento, y por
cavernas del alma se retuerce cuando pasan frente a él los fusilados.
De muerte en muerte, de monte y sismo, saqueo y quebranto, pólvora y miedo,
ruego en la palabra, grito en el infierno del dolor.
CANTO TERCERO
IMÁGENES DE LA MUERTE
Es el vientre de la guerra,
rostro de la Triple Alianza,
hecha de odios e infamias,
largo rumbo de miserias.
El crepúsculo, el cansancio
y las banderas del día
eran como una herida
punzante sobre la tarde.
De la macumba y la vela,
del látigo por la carne,
del Dios oculto en el aire,
cual si el alma fuera negra.
Es la cicatriz, la pena
lágrimas del silencio
un dolor que va por dentro
del pobre que siempre espera.
Adelante el Paraguay.
¡Coraje, valor, espera!
León en su madriguera,
indio, criollo en su heredad.
La Triple Alianza en la faz
del poderío y los actos
va en sus gestos solapados
en pro de la libertad.
El negro ejército va
rumbo a una muerte certera
por el centro de la guerra
y un no regresar jamás.
Va en la luminosidad
de los campos florecidos.
Los ojos ciegos sombríos,
con su piel y su bondad.
No sé de embajadores ni sargentos
ni del siniestro autor de los contratos,
ni del que bebe licores en los bancos
con manos finas de enfundados guantes.
Sé que amo la vida, el sol, el aire,
la infinita magnitud de la tierra
que me da sus frutos, y la estrella
que alumbra el camino de mi vida.
¿Qué hago en esta arma que no es mía
y que lleva a un final con su gangrena?
II
Despanzurrados jumentos,
estruendo de los cañones,
humo por los horizontes
la batalla en el incendio.
La muerte por los senderos
va con sus pasos de sangre
y bayonetas en las fauces
del enemigo mortal.
Gritos, ayes, ansiedad
del que para siempre parte.
Un brasileño vomita
un sanguinolento rezo
que apenas en el desierto
de su alma cobra vida.
Su rostro, espejo hecho trizas,
refleja un cuervo de sombra
picoteando la carroña
de lo que fuera un soldado.
Pleno vigor, pleno canto
de la muerte en la carcoma.
En medio de la batalla
un argentino al rodar
con el ímpetu en la faz
da con su cuerpo en la entraña
de la muerte, la granada,
el corazón de la pólvora.
Soldados desde la fronda
encendieron sus candiles
cuando casi estaba al límite
del heroísmo y la gloria.
Huí de la esclavitud,
no he nacido para esclavo,
llevo en mis ojos el canto
del horizonte en su luz.
En mis hombros va la cruz
como un Cristo del camino,
en mis adentros crujidos
que vuelven de las contiendas.
Soy un hombre de alma enferma
pero de esperanzas, vivo.
De soldado es el rumor
que trae la selva ciega.
Voy atado a las cadenas
del Paraguay con su sol
en la garganta feroz
de la tierra estremecida
que llama en mi sangre viva
con grito de los abuelos
soy de lapacho y de cieno,
en amor, tierra encendida.
EL VIENTO DE LA MUERTE
Soy
el viento negro, morado, crepuscular.
Vengo de las batallas y las osamentas.
Llevo mis vestiduras salpicadas de cuervos girantes,
círculos de alas carnívoras.
Despeño hacia la tierra con los ojos amarillos del deseo.
Soy
el viento de las catacumbas
del abrazo constrictor de la anaconda
del relámpago de plata en los machetes que caen
con los degolladores
de los tratantes de esclavos.
Soy
la palabra oculta de los pactos
el brillo en los ojos del embajador que frota sus manos
como lámparas secretas de la muerte
Soy
de oro sulfúrico, metálico, ritmo negro
de antigua sangre filibustera que resiste al tiempo.
Soy
una música en el aire
una música que brota de las armas
un vértigo del esplendor
como una violenta hoguera
en la piel encendida del combate.
Paulino Alem
con un tiro en las sienes,
enajenado, caído,
mira sin ver, las alas de la muerte.
Un chorro de vida le huye por los ojos;
vuelve por el Atlántico con Francisco Solano
y es un barco que cruza el mar. La canoa.
Antes
antes la luz
antes la alegría
antes la audacia
antes la porfía.
II
El asombro es la distancia,
sólo sombras pegadas al misterio,
sólo ondas del agua despaciosa cayendo hacia el mar.
De pronto el estallido,
el rojo rumbo de las balas
el naufragio, la sombra en sangre
el vientre del agua, abierto, como una carcajada,
el ataque feroz en la carne del alba.
Soy
nada más que un viento
el curso etéreo del cielo andando en los elementos.
CANTO CUARTO
ESTERO BELLACO
Mayo de l866
Boletín de campaña N° 5
La cantidad de soldados
en los encuentros, las brigas
daban vigor a las víboras
del ímpetu en sueños vanos.
Batallones en los campos
acosados por sorpresa
iban con las bayonetas
sobre la piel casi al grito
huyendo a sus escondrijos
cual susto de comadreja.
La infantería compuesta
del Batallón Veinticuatro,
Batallón Cuarenta Avalos,
capitán Ovando izquierda,
Delgado en Paso Carreta
batallones siete y trece
con el coronel Valiente
cargando a pólvora abierta
íbamos en la humareda
de un campo de miedo verde.
Estamos en el panal
de las parcas con sus hieles
banderas, fanfarrias, jefes
de la insidia con su cal.
Cadáveres en el mar
de las batallas sombrías,
con carroñas de la vida
que jamás regresarán
los que fueran libertad
y hoy, tan sólo una agonía.
II
La artillería atendida
por el coronel Bruguéz
puso miedo en el batel
de las fuerzas enemigas,
mas fue la caballería
quien apagara los fuegos
chocando a las masas, ebrios
del valor en los asaltos.
Muchos volvieron cantando;
otros, presos del infierno.
El capitán Orihuela
marchando en su batallón
se plantó en la cerrazón
como un gigante en la greda.
Reñida fue la pelea
con tres batallones graves
queriendo cortar la base
del paso Cidra, veloz
en denodada labor
pisando la tierra madre.
En un esfuerzo tenaz;
en el rescate viril
los enemigos en crin
de caballo al galopar
resolvieron en el plan
de la derrota, volver
tras lo perdido, la fe,
la toma de los cañones
trocando pena y dolores
en triunfo… pero al revés.
Batallones en la tarde
entraron por Paso Cidra;
ojos de la infantería
observaban sus avances,
apuntaban a los grandes
cañones de nuestro fuego
hasta que entrado el sendero
con la sangre en el abismo
salió la pólvora en vilo,
salió la muerte en su lecho.
Entonces la artillería
con una hábil maniobra
emergió desde la flora
con balacera infinita.
Alma del coronel Díaz
mandando el cuarenta y dos
batallón, apareció
cortando a los invasores
que se hundieron por el monte
en la desesperación.
Tomamos en prisioneros
varios soldados heridos;
y un pelotón de enemigos
con sus armas, sus pertrechos.
Unos con el desaliento
en el alma, casi abismo;
otros con un desafío
subestimando al “paragua”
que con su lanza en picana
los arreaba a su destino.
Prisioneros aseguran
que casi todos los cuerpos
que quedaron en el cepo
de la muerte fue en la lucha
en la abierta sepultura
en gritos de selva atroz
en la oscura dispersión
de los heridos que huían
con sus harapos de vida
bajo el fuego del cañón.
En sospechosa maniobra
alguien partió hacia la selva
hundido en la polvareda,
ocultándose en la fronda.
Pero ya el teniente Rojas
volando hacia el fugitivo
lo vio perderse en los bríos
de su caballo veloz
con un negro salvador
que entorpeciera el camino.
De la usina de rumores
que andan viajando en el mundo
anoticiando los triunfos
de los aliados ramplones
creció la mentira en orbes
de la increíble proeza;
seres con mente en lumbrera
enviaron sus veedores
a la trinchera, al informe
de la matanza en la selva.
El tiempo va hacia el futuro;
el presente, hacia el pasado.
Quien se aferra a sus fracasos
mostrándolos como triunfos
depende de sus íncubos
para existir en el éxito
ignorando que los muertos
flotan a ras del agua.
Porque la carne naufraga
pero la verdad …………
Lágrimas de gratitud
para celebrar su imagen.
Lágrimas de arrojo y coraje
para celebrar su luz.
Una audacia en el albur
para evocar su figura.
Perdido en la noche, bruma
del comandante Benítez
que la tierra vuelve un lince
que el tiempo guarda en su luna.
Veo en las huestes del Emperador al ciego animal que avanza con mil patas y
pezuñas de muertos por el monte.
Brillan los fuegos al sol de las bayonetas, dentaduras de nieve, piel del África negra,
sombra de los continentes, dioses nacidos, de pronto, en los libros sagrados que se resisten
a morir.
Dios negro de la Guerra Grande con dardos envenenados y un arco de extraña
madera en el latir.
Y llega el dios Ogún, hermano de Exú y Oxossi, que andan con los hombres del
África, orixá de hierro, Dios de la guerra que baja a las macumbas de Río por los
candombes de San Salvador.
Es agresivo y peleador. Empuña una espada ardiente y mata a quien lo desafía,
indiferente.
“¡Ogún ié! ¡Ogún ié!, meu Deus”, hay que llamarlo. “¡Ogún ié! ¡Ogún ié!”, para
poder convocarlo.“¡Ogún ie!, meu orixá, protégeme de mis enemigos”, implora el pobre
negro marchando hacia la muerte por el corazón de América.
El Dios se remonta hacia las nubes y mira la pequeñez de los hombres y ve los
campos sembrados, el rubio trigal maduro, los naranjales, las huertas, los soldados andando
en la selva virgen, las manchas rosas del lapacho, los duendes de la tierra roja y el sabor de
una lágrima en la boca.
¿Por qué el hombre destruye lo que ama?
¿Por qué de pronto crece, como las mareas del mar, y avanza sobre los pueblos
arrasándolo todo en su furia irracional?¿Lo hará para sentirse general o estará hecho de
fuegos perdidos, como yo? ¿De lava, de tifón, de bruma, de peces muertos, del río o
mineral putrefacto en las escamas del día?
Ogún siente compasión por el hombre, el gran arquitecto, el animal que piensa, los
ojos de la tierra modelada en su propio cuerpo prisionero. El hombre casi muerto entre la
piel y el sueño, entre la gracia y el desvelo, entre el amor y los desechos.
Ogún los mira con ojos de milenios y acaricia las flores. Y habla con los árboles. Y
fertiliza la tierra. Porque él es también el secreto protector de las industrias, los bosques y
las artes manuales. Es un dios con un temible esclavo, su hermano del aire, Exú, jocoso,
irascible, tempestuoso, impredecible.
El mismo diablo negro de las selvas del África. El hombre de las encrucijadas, el
tranca rúa, el compadre, Mayoral, Kalabó, Moyubá, Tirirí, Exú, Akesssaú, Barabó.
Bebe cachaza y aceite de dendé.
CANTO QUINTO
CARTAS DE DOMINGUÍN
Capitán de Granaderos
Domingo F. Sarmiento
del Batallón Amadeo.
Concordia, Entre Ríos, vengo
de las cosechas del pueblo
del ímpetu que nos brota
de la tierra generosa
del amor por la justicia
soy de los hombres que vibran
ante la espina y la rosa.
Gualeguaycito, septiembre.
Voy a pie a Federación.
De Uruguayana el clamor
llega con voces que duelen:
ejércitos convergentes
se dirigen al asedio.
Seis mil hombres prisioneros
en su propio fuerte esperan
la resolución artera
de la Triple Alianza en pleno.
Voces del río Uruguay
llegan por Uruguayana,
movimientos de vanguardia
rodean al Paraguay.
El ejército oriental,
el excelso Emperador,
el General en Jefe, Lord,
al frente de los ejércitos
con treinta mil hombres-vértigo
rodeando el alto pontón.
Septiembre de 1865
Es Mandisoví, septiembre.
El coronel Luis Romero
logró la hazaña, el empeño
de una fortuna que extiende
como una mueca riente
en los despojos del hombre,
la muestra en su rostro insomne,
ignorante que en su archivo
la muerte va en su destino
sabia, tenaz, multiforme.
Es la Ercilia, la lujuria;
cuerpo de cisne, temblor,
morena luna, pasión
estremecida en premuras.
Mi boca en flor de las brumas
cae hacia un mundo prohibido
floración, pecado, lirio
del deseo en tentación.
Mi piel se vuelca al ardor
de un diablo en su fuego vivo.
Un remolino de chispas
caían con los obuses;
huellas por el aire, cruces
de las granadas partidas.
Mil balas en la maravilla
de un despertar en amores
en el atropello en orbes
de la muerte en su pavura
donde el placer, la lujuria
se perdían por los montes.
Octubre de 1865
Noviembre de 1865
Se desató un temporal
que arrasó hombres, pertrechos
carruajes, armas, jumentos
cayendo hacia el Uruguay.
Era un inmenso raudal
que cubría cielo y tierra;
un monte de altas palmeras
cobijó nuestro hormiguero
hasta que aclarando el cielo
apareció nuestra estrella.
El enemigo no está…
¿ha huido entre tanta espera?
¿los ha chupado la selva
o se vuelven savia, sal?
Algo no cierra, el andar
no detecta rastros, signos
de los “paraguas” ladinos
con sus flechas, su carcaj.
¿Serán amargos nomás
o el miedo los vuelve simios?
El alma no necesita
potencias que la sostengan;
en las armas van las fuerzas
y en el puño, el estallido.
Hasta ahora el enemigo
es una sombra que medra.
Fe en los “paraguas” no tengo
más bien los veo pequeños.
Una mente sin sustento
para el combate moderno.
Al llegar a un promontorio
dominando ya, la altura,
selva, horizontes y bruma
fundían su verde en oro;
un escuadrón en el fondo
tenían a dos penados
–vendas y ojos tapados–
de pie contra el monte umbrío.
Dos desertores huidos
del coronel Julio Ávalos.
A tambor y bayonetas
los reos en el espanto
despojados de los trapos
que cubrían cuerpo y pena
recibieron la sentencia
–con ojos en el temblor–:
una bala al corazón…
y el estallido, en confines
del monte, libraban miles
de aves, cubriendo el sol.
El yacaré natural
sacó su inmensa cabeza
llena de dientes y presas
latiendo en el paladar;
miraba hacia el capitán
sin comprender la tarea
de hombres que en plena guerra
asombrados de su estar
interrumpían su paz,
de peces, rayas y ciénagas.
Un lazo lo situó
culpable por desacato…
y en vulgar soldado raso
ante la tropa marchó.
Con cuatro patas su son
se bamboleaba cual bote
movido en andares torpes
como indio con zapatos
¡Nadie vio en sus ojos rastros
del terror que trae el hombre!
EL VIENTO DE LA GUERRA
(cuarta parte)
La madre del santo lo convoca en la oscura Bahía para conjurar el mal, y él accede
encrespado, azufrado –o extrañamente burlón–, en el engaño y la treta, al fuego de la vida,
al paso de la muerte, a la locura en ilusorio paraíso, al espejismo en los desiertos infernales,
al tridente que lleva en cada mano, a las siete espadas ocultas, al falo erguido desde el
vientre, a la sangre libre del gallo rojo que lo baña en el misterio, en cielo de la macumba,
en la vida en que el cuerpo baila.
Va con los pasos de la muerte por el ritmo del planeta, cuando se vuelve luz y
sombra, blanco y negro, rojo y preto, caña y humo, mujer y hombre, grito y silencio,
hechizo y macumba, imploración y rezo, tambor, conjuro, vértigo y cachaza, carcajada de
luna.
“¡Loriéee! ¡Loriéee!”.Va de la sangre a la piel.
“¡Loriéee!”. Escalofrío de la noche cruel.
“¡Loriéee! Loriéee!”. Animal del candomblé.
“¡Loriéee!”. Canto de la nueva brisa, luz de las arenas dormidas, sueños húmedos
del pescador, por las muertes del mar, por los acantilados silenciosos, por el amor oculto en
la niebla, por las calles del puerto asombrado, por la cola azul de mi ropaje, por el largo
viaje sobre el río, por el asombro del espantapájaros, por el sombrero y las altas botas, por
los gestos del noble aristocrático, en el raído poncho del peón… en el horizonte gris que
avanza preñado de nubes hacia el Paraná que se vuelve cielo, distancia, canoa que va hacia
el mar…hacia el mar…
CANTO SEXTO
LAS RESIDENTAS
De hormigas al horizonte
entre arrebato, estallido,
casi tocando el peligro
por los caminos sin nombre,
iban las residentas
con el corazón dolido,
donde el tiempo es sacrificio,
donde la vida se abruma,
donde vale menos que un puma,
que un ser humano en el orbe.
A un convocante llamado
de apoyar al Paraguay
trajo el pueblo la voz
con cientos de seres libres,
damas que ofrendaban joyas,
doctoras, maestras, miles
llegando de los confines
del país con su asistencia
todas tocando la estrella
del heroísmo, la gloria.
Al terminar la batalla
final de Piribebuy,
en que el general del Brasil
João Manuel Mena Barreto
murió enfrentando las balas
del Paraguay represivo,
brotó en vértigo asesino
contra el general prisionero
Pedro Pablo Caballero
muerto en caprichoso abismo.
Pálido e imperturbable
observaba la matanza
del degüello a mano armada
de los hombres paraguayos
sin respetar las leyes
de la guerra establecidas
que comprenden salvar vidas
del oponente en desgracia
sabiendo que la balanza
del destino es de ambas manos.
Como colofón de hazañas
y demostración de efectos
mandó establecer un cerco
apresando a ancianos, niños,
mujeres, heridos, médicos
en un piadoso hospital…
situado en Piribebuy
tornándolo un infierno en llamas,
en genocidio de lágrimas
en nunca más al vivir.
HORROR EN AVAHÍ
(OTRA HAZAÑA DEL CONDE D’EU)
Carga de caballería
lanzaron a las mujeres
que en sus piadosos quehaceres
se vieron de pronto en lanzas
aplastadas por caballos
cual animales salvajes
pagando el amor por hieles,
el bello gesto por muerte,
la piedad por los jinetes
de la aberración más grande.
La ignorancia es el camino
de la negación del hombre.
Vale más la piedra informe
que el bípedo ser en armas.
Mientras ella sirve al mundo,
el otro va por lo fatuo
sin valorar los encantos
de la vida con sus dones,
sin saber nunca las flores
que van por su piel, su alma.
El tirano, el absoluto,
el que subestima al prójimo
es el pobre ser inhóspito
que en su soledad se ahueca.
Nunca sabrá de la gloria
de una sonrisa muchacha,
de un poema, de una amada,
de una búsqueda en su adentro
tratando de hallar el fuego
que sostiene su osamenta.
EL VIENTO DE LA GUERRA
(quinta parte)
De pronto encrespo mi cola. Las aguas del río se encabritan. Se desatan los caballos de la
espuma y relinchos de olas se deshacen en miles de alaridos por la bruma.
Voy al paso de la Triple Alianza, paso que marcha hacia la nada con sus mil cabezas negras
y el alba de rostros paridos por el África. Miles de lágrimas secretas andando irremediables
a la guerra, al corazón dolido del soldado, al grito de dolor que se retuerce, a sombras que
llevan a la muerte, al rostro feroz en la neblina, a la carcajada de las balas, al odio de los
militares, al amor que vuelve en el soldado, a morir en los sables del hermano. Allá lejos,
en el horizonte, Ogún me espera con sus alas de pájaro.
CANTO SÉPTIMO
1867
De la usina de rumores,
de las mentiras, los triunfos
emanados por lo oscuro
de los intereses miopes
sale la verdad a flote
con historias de la lid
el argumento ruin
que tergiversa los hechos
y la verdad en reverso
de los que saben medir.
La Escuadra en su magnitud
del poderío naval
parida en obra y azar
de la guerra con su pus,
es en América alud
en conmoción detestable.
Pueblos bárbaros en cauces
del horror y la ceguera
lanzados de las vértebras
que el hombre renace.
A condición de enrolarse
en las filas de la Alianza
y volver contra la Patria
armas, ímpetu, coraje,
el soldado en el empaque
no tenía otro recurso
que aceptar un sueldo oscuro
y zafar de prisionero
o ser esclavo en encierros
de los capangas inmundos
III
Sólo veinticuatro horas
en abordar los cuarteles.
A los puertos de Corrientes
en quince días ya sobran,
en Asunción en maniobras
estaremos en tres meses.
Será un paseo en placeres
de las tres fuerzas unidas.
Celebraremos el día
del arribo en oropeles.
Un enviado especial
partió del país guaraní.
Ceferino Ayala en mil
sobresaltos del andar
iba en secreta entidad
hacia la urbe del Plata.
En su alforja un parte en llamas
con fuego de ultimátum
le hacía frente al alud
que de la Alianza emanaba.
El veintinueve de marzo
dejó Asunción el teniente,
treinta y cinco días breves
que precedieron al caos.
Lo apresaron, en Rosario,
Mitre y sus fuerzas secretas.
La declaración de guerra
de sus manos fue a la sombra.
Y preso en ocultas mañas
su persona entre las rejas.
En consecuencia la escuadra
confiscó dos viejas naves;
señuelo que las consejas
del mago puso en las aguas,
un pretexto de la Alianza
que precipitó el ataque
rostro de un gesto en combate
que encendió la guerra impía
cual si el Paraguay en fría
El 25 de mayo,
el navío Gualeguay.
Fueron el señuelo, ¡ay!,
sobre el Paraná callado.
En Corrientes, puerto huraño
de lobo con piel de oveja
mordió la Armada la prenda
capturando las dos naves.
La guerra con gesto grave
estalló por agua y tierra.
EL VIENTO DE LA CODICIA
(primera parte)
Metidos en carrizales
y los profundos esteros
con los tobillos cubiertos
por flujos de tierra madre
van al silencio que arde
ojos y oídos al campo
a donde esperan los diablos
de las fuerzas concentradas
con centinelas que lanzan
códigos de animales raros.
Desplegándose en la inmensa
semicurva línea artera
la Triple Alianza estratega
dispuso planos y fuerzas,
convenientes coheteras,
cañones de largo alcance,
bomba y fusil en estalle,
hacia el cuartel paraguayo,
como quien ordena el rayo
de la muerte abriendo fauces.
El veintiséis la tormenta
más espantosa llegó
con vientos en el temblor
de la desgraciada tierra.
Bombardeos en las venas
de los hombres en delirio
como topos en los trillos
respirando lluvia y cieno.
Miles de hombres en celo
con la patria en el latido.
II
Curupaytí es la mortaja
de diez mil soldados muertos
arrancados de sus pueblos
masacrados en las balas;
Curupaytí en gestas vanas
del genial Generalísimo
que en infernal gesto híbrido
llevaba almas al fuego
cual un diablo en los desvelos
de las madres por sus hijos.
Sorprende la habilidad
en los archivos guardados
con paciencia, con los actos
de una estrategia genial.
Cual un dios del batallar
en sabiondo gesto altivo
con el pellejo en opíparos
banquetes del buen comer
eran lejos de la fe
de tanto infeliz soldado.
III
La señorial fortaleza
impregnada aún de voces
que en el tiempo de los dioses
fueron la selva, la iglesia
erguía en cimiento y piedra
una muralla imbatible
con cañones en los lindes
prontos a arrasar el campo,
los ojos prestos al mando
de los siniestros fusiles.
Baterías de Curuzú
y cañones de la escuadra
tronaban las horas magnas
en un inútil alud.
Intermitencias de obús,
lluvias de las balaceras,
bombardeo en las trincheras
del general Díaz al mando,
eran repetidos cantos
de una sensación siniestra.
El escarpado terreno,
más falencias brasileñas,
hacían inútil la gesta
del infructuoso empeño.
Los paraguayos al vuelo
de tanto artificio vano
terminaron adoptando
la música de la muerte
que atronando suelo y fiebre
era de un suplicio insano.
La República en acción
era en momentos supremos
trabajo, fuerza, resuello,
bajo la luna y el sol.
Era morir la pasión
renaciendo con la Patria
refundiendo en las metrallas
balas de los enemigos
en un infierno amarillo
de hornos, formas y llamas.
Fundidos en Ybicuí,
tratados en Asunción,
fueron campana, clamor
al Dios del misterio añil.
Hoy en camino ruin
volvió el metal a sus fueros
en estallidos internos
que vuelve al hombre una fiera
jugando en garra y pelea
su magnitud, su intelecto.
Predecía El Semanario
mencionando el estampido,
de estos “cristianos” venidos
de campanarios lejanos,
de rezos, amores, ámbitos
soledosos en lo digno.
Eran metal bendecido
con la muerte y el desvelo
con la heroicidad y el miedo
y el arrojo en los abismos.
Luego de Curupaytí
se hizo un manto de silencio
como una mortaja en fuegos
de la batalla ruin.
Largo tiempo en el redil
de la muerte cabalgaban
fantasmas de sombras largas,
cuerpos despanzurrados,
órbitas con ojos vacuos,
dolor de manos crispadas.
La Banca Baring de Inglaterra tiene los ojos puestos en las riquezas del Paraguay,
mientras este constituye un pésimo ejemplo para los surgentes países latinoamericanos
atreviéndose a crecer en capacidad y cierta tecnología, pues tiene altos hornos para la
fabricación de armas, cañones, pólvora, telégrafo, ferrocarril y el desarrollo de sus
incipientes industrias.
Me gusta ponerles en la sangre una gota de veneno amarillo. Verles fruncir la cara
en el desconsuelo de ver a otros triunfar y ellos con los labios en desdén desaprobar el logro
del que pone en la senda el talento y el sacrificio.
Me gusta verlos en la sentina de la sociedad con un dedo señalando a América casi
como un terreno conquistado.
Soy el viento de la codicia. Azufre en las venas, deseo en las alas, grito salvaje por
las tormentas con que curto mis averías cazando destemplados seres sin horizontes ni
brújula interior. Les sacudo el alma para que despierten pero es inútil. Tienen un diablo
negro que les tapa la luz.
Vuelo hacia los poetas, los cantores telúricos, los seres puros aún con el asombro en
los ojos.
Vuelo hacia la vida.
CANTO NOVENO
EL MARISCAL LÓPEZ
RUMBO A CERRO CORÁ
II
Murmuraba el Mariscal
restableciendo los puertos
débiles del campamento
sin dejar nada al azar:
“Vigía, augur, mandamás,
oteador del aire indio
eran ojos al peligro
con que fuerzas del Brasil
vendrían con su mastín
olfateando nuestros sitios”.
En su tienda de campaña
se encontraba en soledad
y cien metros más allá,
Madame Lynch con sus agallas;
sus hijos, su amor, sus auras
frente al temporal abismo
que se abría en su camino
viendo en su mente pasar
en procesión fantasmal
la guerra con su espejismo.
Dispersos en el lugar
eran los sobrevivientes
hombres, jóvenes, mujeres,
sacerdotes, capitán
pidiendo armas, luchar
hasta el último respiro
A mostrar que un pueblo digno
no se desploma jamás
ya grande sea el animal
o cenagoso el camino.
De Juan Silvano Godoy
era el testimonio vivo;
en su palabra los hitos
y en sus recuerdos el sol;
toda la tierra en la voz
indígena del avá
junto al cacique cainguá
que ofrecía de los montes
la defensa y el azote
respaldando al Mariscal.
El coronel Centurión
–que va escribiendo su libro–
es un constante testigo
de nuestra fuerza y valor
es importante la voz
forjada entre los embates
con el vértigo, el coraje
que nos imprime la guerra
donde a veces una vela
vale más que cien voltajes.
Un urutaú en su canto
puso en el aire una lágrima.
Un responso por el ámbito,
un dolor de tierra y alba.
Grises figuras, soldados
se perdían por las sombras
llevando en brazos la aurora
de otro país del futuro
con música y hombres lúcidos
hacia otros tiempos de gloria.
¡Renacerá el Paraguay
hecho de amor y fortuna
como una luz en la altura
de la América total!
¡Vendrá con el Paraná
con el hombre, con la paz,
con el guaraní caudal
con su pueblo en libertad!
¡Justo en el tiempo de amar
renacerá el Paraguay!
CANTO FINAL
EL ÚLTIMO FOGÓN
AYALA, CIPRIANO
Teniente paraguayo que salió de Humaitá en el buque Jejuí rumbo a Buenos Aires para
informar al gobierno argentino la declaración de guerra, presentada finalmente el 8 de abril
de 1865. Sin embargo, el gobierno de Mitre no se dio por enterado.
BERRO, BERNARDO
Político y escritor uruguayo. Fue miembro del Partido Nacional y presidente de la
República Oriental del Uruguay entre 1860 y 1864.
DE ELIZALDE, RUFINO
Ministro de Relaciones Exteriores de los presidentes Bartolomé Mitre y Nicolás
Avellaneda.
FLORES, VENANCIO
General colorado. Presidente de la República Oriental del Uruguay entre 1853-1855 y entre
1865-1868. Además, fue jefe de la vanguardia de Mitre cuando la invasión a su país.
LAMAS, ANDRÉS
Encargado de negocios de Uruguay en la Argentina en los años anteriores a la Guerra
Grande.
MARTÍNEZ, FRANCISCO
(Véase “Humaitá”.)
MITRE, BARTOLOMÉ
Político, historiador, periodista, militar y estadista argentino. Gobernador de la Provincia de
Buenos Aires y luego presidente de la Nación. Estudió en la Escuela Militar de
Montevideo. Como exiliado, residió fuera de la Argentina –en Uruguay, Bolivia, Perú,
Chile– hasta el derrocamiento de Juan Manuel de Rosas. Contrincante de Justo José de
Urquiza y enemigo del sistema federal. En Uruguay integró el Partido Colorado y en la
Argentina, sucesivamente, el Partido Unitario, el Partido Liberal, el Partido Nacional, la
Unión Cívica y la Unión Cívica Nacional. En 1860 fue elegido Gobernador de la Provincia
de Buenos Aires con el mandato de terminar la incorporación de la provincia a la Nación.
Tomó parte en las batallas de Cepeda y Pavón. Fue presidente de la Nación entre 1862 y
1868 y, como tal, uno de los actores fundacionales del Estado argentino moderno. Le
sucedió en el cargo Domingo Faustino Sarmiento. Durante parte de su presidencia se llevó
a cabo la Guerra de la Triple Alianza, en la que participó como General en Jefe de las
Fuerzas Aliadas de Argentina, Uruguay y Brasil. Pese a su declaración fanfarrona (“En 24
horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en tres meses en Asunción”), la guerra le
costó 50.000 muertos: “sólo” 10.000 los perdió en la batalla de Curupaytí.
En 1869 compró el periódico La Nación Argentina –fundado en 1862 por Juan María
Gutiérrez– y lo convirtió en La Nación.
Más que Mitre, se debe recordar el “mitrismo”, una ideología o inflexión del sistema
colonial en el Río de la Plata, representada por una minoría extranjerizante en ejercicio
político con el ayuda extranjera. Detrás del mitrismo estaba el Imperio del Brasil.
PAUNERO, WENCESLAO
General mitrista al mando de las tropas enviadas de Buenos Aires para integrar el Ejército
de Vanguardia. Su primera acción fue atacar a los paraguayos en Corrientes, ciudad que
habían ocupado. Peleó en las batallas de Yatay, Paso de Patria, Curuzú, Yataity-Corá y
Tuyutí.
ROBLES, WENCESLAO
General paraguayo que el 14 de abril de 1865 ocupó la Corrientes gobernada por Lagraña
con un ejército compuesto por 14.000 infantes, 6.000 soldados de caballería y un
regimiento de artillería montada con treinta piezas de campaña.
THORNTON, EDWARD
Ministro de Inglaterra concurrente en Buenos Aires y Asunción en los años que precedieron
a la Guerra en contra de la Triple Alianza. Enemigo de Carlos Antonio López –a quien
consideraba un tirano– y del pueblo paraguayo, al cual consideraba “suficientemente
ignorante”. Fue uno de los actores que empujó la guerra del Paraguay.
Batallas
BOQUERÓN
La batalla de Boquerón del Sauce consistió en una serie de combates, propios de la guerra
de guerrillas, que se dieron entre el 16 y el 18 de julio de 1866. El departamento del
Ñeembucú, donde está situado Boquerón, fue defendido por José Eduviges Díaz, quien
resistió frente a la 4ª división brasileña comandada por el Mariscal Polidoro, la 2ª división
Buenos Aires, el ejército del General Emilio Mitre y la división Oriental comandada por
Flores.
CERRO CORÁ
Departamento de Amambay. Territorio próximo al Mato Grosso brasileño. Última batalla
de la guerra. El Mariscal López tenía al mando 409 efectivos. Ahí fue herido a mano del
sargento Chico Diavo, ayudante del coronel brasileño Silva Tabares, el 1 de marzo de 1870,
y muerto poco después a la vera del arroyo Aquidabánniguí.
CURUPAYTÍ
Lugar situado a 5 km al sur de Humaitá, en el departamento de Ñeembucú. Allí se libró una
batalla de diez días dirigida por Mitre (la primera y única que dirigió en la Guerra Guasu).
Empezó el 22 de septiembre de 1866. En Curupaytí, a Mitre lo esperaba José Eduviges
Díaz con 7 batallones de infantería, 4 escuadrones de caballería y 49 cañones. Las astucias
de Mitre dieron como resultado diez mil argentinos y brasileños muertos. El ejército
aliancista, a partir de esa batalla, quedó inactivo durante catorce meses, prácticamente hasta
noviembre de 1867. Más: en ese ataque murió Dominguito Sarmiento.
CURUZÚ
Situado en el actual departamento de Ñeembucú, a 2 km al sur de Curupaytí. Ocupado por
doce mil brasileños al mando del Marqués de Sousa. Allí se libró una batalla el 3 de
septiembre de 1866.
HUMAITÁ
19 de febrero de 1868. Ese día el almirante brasileño Inácio fuerza el paso de Humaitá y
logra expugnar una fortaleza que hasta ese momento había parecido invencible. El 24, dos
barcos brasileños llegan a Asunción y bombardean la ciudad. El Imperio gana el río
Paraguay y el Mariscal López decide que su ejército se repliegue hacia el norte: rumbo al
Chaco. El coronel Martínez se había quedado en Humaitá para frenar el ejército aliado y ahí
resiste hasta julio, cuando el Mariscal Osorio intenta tomar la ciudad. Fue la última victoria
paraguaya. De todos modos, el 24 no se podrá evitar que la bandera imperial se izara en la
fortaleza de Humaitá, luego de que Martínez había vaciado el sitio.
PASO DE PATRIA
Luego de la batalla naval de Riachuelo –Corrientes, 11 de junio de 1865–, los paraguayos
perdieron el control del río y se replegaron hacia Paso de Patria.
YATAITY-CORÁ
El 12 de septiembre de 1866 Francisco Solano López y Mitre se encuentran en Yataity Corá
para una entrevista que duró cinco horas. López propone la paz, Mitre responde que
consultará con los distintos gobiernos. La respuesta finalmente fue negativa y la ofensiva
continuó con la batalla de Curupaytí.
YBICUY
Lugar situado a unos 120 km de Asunción, en el departamento de Paraguarí. Ahí, Carlos
Antonio López construyó un arsenal y una fundición de hierro, conocida como La Rosada,
en donde se fabricaban piezas de guerra y herramientas, además de piezas para las naves de
la flota paraguaya. Fue atacada y casi destruida en 1869 por las tropas aliancistas luego de
que entraran a Asunción (5 de enero de 1869). Hoy en día es un sitio histórico que puede
ser visitado.
Tres poetas
ROMERO, ELVIO
Yegros (Caazapá), 1926 - Buenos Aires, 2004. Poeta y periodista. Representante del
vanguardismo social. Militante comunero, luego de la guerra civil de 1947 se exilia en la
Argentina (Buenos Aires, concretamente). En la década de 1990, se desempeñó como
agregado cultural de la embajada paraguaya. En 1991 ganó el Premio Nacional de
Literatura (Paraguay). En Buenos Aires, en 2010 se publicó Cielito del Paraguay. Un perfil
de Elvio Romero, de Enrique Llopis, editado por Ediciones De Aquí a la Vuelta y Ediciones
del CCC.
Rocco Carbone
GLOSARIO
APA. Río que funciona como frontera natural entre Brasil y Paraguay.
AQUIDABÁN. Río del Paraguay que discurre en sentido este-oeste. Nace en la Cordillera de
Amambay y desemboca en el río Paraguay.
CAMBÁ CURURÚ.
CARAYÁ. (Voz guaraní.) Mono aullador. Los soldados paraguayos utilizaban este término
para referirse a los combatientes brasileños.
CHARQUE. En Argentina, Bolivia, Chile, Perú y Uruguay, carne salada y secada al aire o al
sol para que se conserve.
CHIPÁ. Pan pequeño hecho a base de almidón de mandioca y queso, propio del Paraguay y
nordeste de la Argentina.
COIGUÁ
MBARACAPÚ:
MBORAICJHÚ PÖRÁ.
MENSÚ. Mensual. Peón contratado por meses para realizar trabajos en el campo.
MONTE AVÁ.
ÑANDE TAVA.
TIMBÓ. Árbol de gran tamaño de las regiones tropicales de América del Sur.
URUTAÚ. (Nyctibius griseus.) Ave nocturna de plumaje oscuro. Sus gritos son
desgarradores.