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LA TRAICION

DE AREQUIPA
EN LA GUERRA
DEL SALITRE

CESAR VASQUEZ BAZAN


LA TRAICION DE AREQUIPA EN LA
GUERRA DEL SALITRE
La traición de Arequipa en la Guerra del Salitre.- La mayor vergüenza
(escondida) en la historia de la Ciudad Blanca.-
El 29 de octubre de 1883 Arequipa desertó cobardemente,
rindiéndose sin combatir al enemigo del Perú.- Coroneles
arequipeños Llosa Abril abandonaron sus posiciones en las
alturas de Huasacache y permitieron el avance de los chilenos.-
Ciudad del Misti se sublevó contra el Gobierno Provisorio del
Perú con sede en Arequipa, lo derrocó, y recibió con los brazos
abiertos al invasor.- Embanderadas con trapos blancos, en medio
de repique de campanas, chicha y flores, las poblaciones de
Paucarpata, Characato y Mollebaya dieron la bienvenida a los
enemigos chilenos.- Alcalde colaboracionista mistiano De la
Fuente alojó con holgura y comodidad a los 8 mil "amigos"
genocidas de visita en la capital arequipeña.- Fina cortesía del
Concejo Provincial, alquiló y amobló 35 casas para el uso de los
mismos jefes y oficiales invasores que ordenaron el "repase" de
miles de soldados peruanos heridos.- Con similar fin, rentó 15
casas en Tiabaya, Sachaca y Tingo.- Muchos de los dueños –
vulgares colaboracionistas con el enemigo– renunciaron a cobrar
alquiler, en aras de la amistad chileno-arequipeña.- De la Fuente
también aseguró el forraje para la caballada y mulas chilenas de
paso en la Ciudad Blanca.- Recolectó de los arequipeños las armas
que se negaron a usar en defensa de la ciudad.- Declaró que
Arequipa estaba por la paz chilena, con cesión territorial de
Tarapacá, Tacna y Arica y, por tanto, obedecía al régimen del
felón Miguel Iglesias.- El cuento de la "batalla" de Quequeña y los
héroes que no fueron héroes.- Rendición sin combatir fue
promovida desde abril de 1881 por el derrotista arequipeño
Belisario Llosa.- Crónica del golpe de estado del 25 de octubre de
1883 contra el Gobierno Provisorio de García Calderón-Montero-
Cáceres, sublevación que consumó la felonía arequipeña.-
Arequipa en la Guerra del Pacífico

“Dígase al Vicepresidente, General Montero, que cualquiera que sea la línea de


conducta que se proponga seguir en la política y en la guerra, evite que el
combate se haga en la ciudad [de Arequipa] para evitar las terribles
consecuencias que esto pudiera acarrear a la población”.
Concejo Provincial de Arequipa
Junta General realizada el 24 de octubre de 1883
Acuerdo aprobado por unanimidad

“Aquella parte de la sociedad [de Arequipa] que generalmente influye en las


decisiones y en la voluntad de las mayorías, quería la paz, estaba en contra
de la resistencia [a los invasores chilenos]. Y lo hacía sin espíritu de partido,
sin odio ni pasión, sin tener para nada en cuenta el orden de cosas
implantado por el señor general Iglesias; pues esto habría estado, al menos
en la parte que nos correspondía, en contradicción con nuestros principios
políticos”.
Rosendo Albino Zevallos
Concejal de la Municipalidad Provincial de Arequipa que el 29 de octubre de 1883 entregó
deshonrosamente la Ciudad Blanca al enemigo chileno, sin combatir la invasión.
(Zevallos 1883, 18)

“Arequipa tenía hombres y armas para defenderse en buenas condiciones, y


además poseía en los alrededores sitios inexpugnables. Lo que le faltaba era
gobierno y espíritu de sacrificio”.
Gonzalo Bulnes
Historiador chileno
(Bulnes 1919, III: 550)

“Lima, octubre 29, 1883. Lynch a Godoy:


Arequipa se rindió sin dar batalla. Iglesias proclamado en esta ciudad.
Montero ha fugado”.
Patrick Lynch
Telegrama del criminal de guerra chileno-inglés a Joaquín Godoy, embajador chileno en
Estados Unidos
(United States Department of State 1884, 123)

“En los memorables dos años que con tanta oportunidad recuerda, pudo esta
Legación [de Perú en Bolivia] trasladar a los departamentos del sur del Perú,
poniendo a disposición del Gobierno, ocho mil rifles, dos millones de
municiones, una batería máxima de cañones Krupp, sables, mulas para las
brigadas del ejército, más de cien mil varas de tela para uniformar a los
soldados, y vestir a los guardias nacionales, calzado y hasta recursos
pecuniarios en la cantidad en que éstos era posible obtenerlos del Gobierno
aliado [de Bolivia]”.
Manuel María del Valle
Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Perú en Bolivia
La Paz, 29 de octubre de 1883
Carta al abogado arequipeño Mariano Nicolás Valcárcel,
Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno
Provisorio del Perú con sede en Arequipa
(Ahumada 1891, VIII: 364)

“[El 29 de octubre de 1883] Arequipa fue ocupada tranquilamente por


nuestra fuerzas”.
Martiniano Urriola
Coronel del ejército chileno,
Comandante en Jefe de las Fuerzas Expedicionarias en el interior del Perú
(Lynch 1883, 526)
“A las 7:30 p. m. se hallaban ya nuestras tropas [chilenas] en los suburbios de
Arequipa, y durante media hora se hacía alto a fin de formar la tropa en filas
de a dos en fondo y permitir que la noche hubiera cerrado por completo.
Nada menos que estas precauciones eran necesarias para que tan heroico
pueblo [Arequipa] no pudiese contar, avergonzado, el escasísimo número de
1,300 hombres a que se habían rendido y que entraban [a la ciudad] ahora
amos y señores”.
El Mercurio
Correspondencia desde Arequipa, 8 de noviembre de 1883
(Ahumada 1891, VIII: 376)

“De los catorce cañones recogidos hasta el 8 del presente [8 de noviembre de


1883] algunos estaban clavados, otros inutilizados por completo, y,
especialmente a los Krupp, les faltaban los obturadores y las roscas, cuyas
piezas no ha sido posible recuperar hasta la fecha.
Fuera de estos catorce cañones, había no menos de cinco de grueso calibre
montados en diversos puntos de la ciudad, y este total de diecinueve piezas de
artillería, superior al que traía nuestro ejército [chileno], demuestra cuán
eficaz hubiera podido ser la resistencia de los arequipeños.
A este respetable número de cañones deben agregarse las siete
ametralladoras con que también contaba el enemigo [peruano]… En su
mayor parte eran, según parece, de sistema Gatling…”
El Mercurio
Correspondencia desde Arequipa, 8 de noviembre de 1883
(Ahumada 1891, VIII: 376)

“Los vergonzosos sucesos de Arequipa... a nadie sorprendieron porque con


anticipación se sabía que no se haría ninguna resistencia y que los chilenos
entrarían a esa ciudad sin disparar un tiro, como se verificó”. [Memoria sobre la
Retirada del Ejército del Centro al Norte de la República y Combate de Huamachuco]
Pedro Manuel Rodríguez,
Secretario de Gobierno del General Andrés Avelino Cáceres
Daniel de los Heros, Secretario de Economía del Gobierno del General Andrés Avelino Cáceres
(Rodríguez y de los Heros 1886, 57)
La deserción de Arequipa
Por supuesto que Arequipa contaba con armas. También existía en sus
alrededores sitios inexpugnables, como las alturas de Huasacache. Tenía
hombres, cierto, pero, a la vez, carecía de espíritu de sacrificio, como lo
demostró el acuerdo de su Concejo Provincial pidiendo no combatir en la
ciudad, o el testimonio de Rosendo Albino Zevallos, concejal de Arequipa,
indicando que la clase dominante arequipeña estaba en contra de la resistencia
a los invasores chilenos.
Reconociendo estos antecedentes, expresémonos con propiedad: Arequipa
tenía hombres, pero hombres sin espíritu de sacrificio. Y si le faltó gobierno fue
porque esos hombres sin espíritu de sacrificio le hicieron el mayor favor que
Chile y el traidor colaboracionista Miguel Iglesias pudieron haber recibido en
la guerra: se deshicieron mediante un golpe de estado del Gobierno Provisorio
del Perú con sede en Arequipa, tras amotinarse contra él y derrocarlo el 25 de
octubre de 1883.

Hasta ese momento, el Perú tenía dos Gobiernos paralelos: el Gobierno


Provisorio de Arequipa, representado por el Contralmirante Lizardo Montero,
quien asumió la responsabilidad presidencial ante el destierro y prisión en
Chile del titular, el abogado Francisco García Calderón, y el denominado
Gobierno Regenerador, con sede en Lima, administración manipulada por el
enemigo chileno y cuyo principal cabecilla fue el traidor Miguel Iglesias Pino
de Arce. El “regenerador” Iglesias fue alentado, promovido, financiado y
sostenido en el poder por Chile.
Mientras el Gobierno Provisorio de Arequipa se empeñaba en buscar el fin de
la contienda evitando el desmembramiento territorial,
los “regeneradores” iglesistas predicaban la paz chilena, es decir la entrega al
enemigo del riquísimo departamento salitrero de Tarapacá y de Tacna y
Arica. Cediendo ante las exigencias de los ladrones del sur, el 20 de octubre de
1883 el régimen de Iglesias firmó el entreguista Tratado de Ancón. Cinco días
después, identificándose implícitamente con el gobierno del traidor de
Montán, la clase dominante arequipeña derrocó a la Administración de García
Calderón-Montero, expresó su identificación con el títere Iglesias y con su
tratado de paz chilena, y rindió cobardemente Arequipa, entregándose sin
combatir al enemigo del Perú.
La que sigue es la relación censurada y trágica de la deserción de Arequipa y su
sumisión voluntaria al enemigo chileno, capitulación que constituyó el
oprobioso capítulo final de la Guerra del Salitre. Es una historia silenciada
exprofesamente por los principales historiadores y por tanto es ignorada por la
mayoría de arequipeños y peruanos. Muchos de los primeros, orgullosos de su
tierra, se niegan a conocer los hechos o simplemente no los aceptan. Intentan
ocultar la felonía arequipeña recordando cuántos hijos del Misti pelearon y
entregaron la vida en las batallas que sí se libraron durante la Guerra del
Salitre. En su estrecha ceguera histórica no perciben que esos sacrificios
personales no guardan relación alguna con la rendición de Arequipa sin
combatir al enemigo chileno, formalizada a través del Acta de Paucarpata,
firmada el 29 de octubre de 1883. A pesar de esas actitudes, se hace necesario
conocer los sucesos del golpe de estado y rendición de Arequipa en 1883 para
percibir el rol antiperuano jugado por la clase dominante de esa ciudad, para
precaver futuros comportamientos similares, y para educar a la población
acerca del interés nacional del Perú y la necesidad de defenderlo ante las
pretensiones del enemigo externo.
César Vásquez Bazán
Enero de 2014

Bandera de Arequipa, color rojo sangre, con el escudo de armas otorgado a la ciudad por Carlos V de España,
mediante Real Cédula del 7 de octubre de 1541. El curioso aspecto fálico-eyaculante del volcán Misti y la
sangre del fondo de la enseña brillaron por su ausencia cuando sin dar batalla, de
manera vergonzosa, Arequipa se rindió al enemigo chileno el 29 de octubre de 1883.
Escudo de Armas de Arequipa otorgado a la ciudad por Carlos V de España, mediante Real Cédula fechada
en Fuenzalida el 7 de octubre de 1541.
En la Arequipa de fines de octubre de 1883, invadida por los genocidas chilenos, los leones rampantes y linguados
representados en el escudo –supuestamente los guardianes del Misti– estuvieron ausentes. No aparecieron. Se derramó sangre
peruana –mas de cien muertos, baleados por otros peruanos– pero no la sangre que debió haber corrido que era la de los
invasores que mellaron su suelo.

1. LA TRAICIÓN DE AREQUIPA
Arequipa en los últimos días de octubre de 1883 escribió uno de los momentos
más vergonzantes de su historia y, por ende, de la historia del Perú. Se
acercaba a ella el ejército de una potencia extranjera. Arequipa no era atacada
por Nicolás de Piérola; tampoco intentaba asaltarla el Vicepresidente Montero
o el general Cáceres. Arequipa estaba en la mira de los invasores chilenos.
Se puede estar o no de acuerdo con Piérola, con Montero, o con Cáceres pero,
en las circunstancias de Arequipa y frente al avance del enemigo del Perú, ¿cuál
era la amenaza mayor?
Para los ciudadanos con noción de patria, el enemigo principal en octubre de
1883, como en diciembre de 1879, como en enero de 1881, eran los invasores
chilenos. Contra los genocidas de Chorrillos, Barranco y Miraflores, contra los
repasadores de heridos, contra los saqueadores de Lima, Trujillo, Ancash y
Lambayeque, contra los enemigos que apresaron al presidente
arequipeño García Calderón y lo llevaron como un vulgar reo al destierro en
Chile, la heroica Arequipa, ciudad de blasones, escudos y banderas, no hizo
nada.
Tenía la capital del Misti una batería de cañones Krupp y otros cañones de
construcción propia, haciendo un total de treinta piezas; tenía ocho mil rifles;
tenía ametralladoras y dos millones de balas. Lo que faltó a Arequipa, además
de visión histórica, fueron algunos miles de ciudadanos decididos a enfrentarse
al enemigo. A la hora de la verdad, sólo una minoría aceptó el desafío de los
genocidas sureños. En ese sector patriota no estuvo incluida la Guardia
Nacional de Arequipa –que se negó a combatir a los chilenos– y tampoco lo
estuvo la mayoría de la población arequipeña, que se escudó en la decisión
de la clase dirigente y de la mayoría del vecindario de no dar batalla al invasor
en la Ciudad Blanca.
Ni hombres ni armas enfrentaron al enemigo chileno. Por el contrario, lo
terrible de la Ciudad Blanca en octubre de 1883 es que unos y otros se
levantaron no contra el invasor sino contra el Gobierno Provisorio de García
Calderón –el presidente arequipeño deportado en Chile–, apuntaron
contra el Vicepresidente Montero y segaron la vida de oficiales y soldados
peruanos por el delito de intentar mantener el enfrentamiento contra el
enemigo mientras éste no aceptase una paz sin cesión territorial.
Por supuesto, se sabe qué clase de pendenciero era Lizardo Montero.
Considerado erróneamente como un As de la Marina Peruana, Montero fue
un vivo de la vida metido en política (fue candidato presidencial contra
Mariano Ignacio Prado en 1875). Como marino no valía gran cosa. Por ello no
estuvo al mando de ningún buque de guerra importante durante el conflicto
con Chile. Como “general” carecía de preparación, conocimientos y
experiencia militar, a no ser que se califique como tal su participación en
asonadas, sediciones y disturbios. Quizá deba respetársele por su actuación en
la Batalla del Alto de la Alianza, pero ahí paramos de contar.
Montero era un político tradicional peruano, no inclinado a arriesgar el pellejo.
Para describirlo debe recordarse que Montero es el jefe que abandonó a
Bolognesi en Arica, encargándole hacer volar la plaza para que sirviera de
ejemplo al Perú. La acción de Montero es similar a la de su colega, supuesto As
de la Marina Peruana, el buscador de figuración Aurelio García y García –
apodado Aurelio Corría y Corría– otro marino metido a político, al que la
Historia recuerda por haber dejado solo a Grau en Angamos. García y García
no volvería a comandar un buque de guerra del Perú; continuando con su
carrera política se convirtió en el principal ministro de Piérola.
Así que no se está escudando a la persona de Montero. Lo que se defiende
es el rol de Montero como representante del Gobierno alternativo al
del traidor Iglesias. La inconsciente Arequipa se dio el gusto de derrocar al
régimen que luchaba contra Chile y del cual Cáceres era segundo
vicepresidente. Con el golpe de estado del 25 de octubre de 1883, Arequipa le
hizo el más grande favor a Chile y al régimen títere del regenerador de Montán.
Volvamos al avance chileno sobre Arequipa. Ayudado y orientado por guías
peruanos, y con militares peruanos adjuntos que cumplían encargo del traidor
Iglesias, el ejército invasor transitó por Moquegua, sin oposición, y llegó a las
puertas de la Ciudad Blanca.
Es allí donde el enemigo contó con el apoyo de los coroneles arequipeños Llosa
–Francisco y Germán Llosa Abril–que abandonaron sus posiciones en
Huasacache y dejaron pasar a los chilenos por Puquina con rumbo a Arequipa,
sin enfrentarlos, aduciendo que no sabían qué hacer, que no tenían órdenes
específicas, que les habían cambiado las municiones, que eran muy pocos para
enfrentar a los mil trescientos invasores, que ellos sólo eran coroneles del
ejército de línea pero tenían pocas décadas de “experiencia”, etc.
En Huasacache y Puquina no hubo Bolognesis, Alfonsos Ugartes, ni Justos
Arias. Ahí hubo Llosas, que es exactamente lo contrario a Bolognesi, Alfonso
Ugarte o Justo Arias. Ahí hubo Llosas que superaron dialécticamente las
cobardías de Segundo Leiva y Agustín Belaúnde, coroneles de papel que
abandonaron a Bolognesi en Arica, no acudiendo en su apoyo o simplemente
desertando sus funciones.
Sin embargo, el golpe decisivo contra el Gobierno Provisorio fue iniciado por
otro Llosa arequipeño –el coronel “cívico” de Guardias Nacionales Luis Llosa
Abril– que sublevó a su Batallón No. 7. Con el ejemplo del batallón de Llosa,
los demás cuerpos de la invencible Guardia Nacional arequipeña se levantaron
contra el gobierno de García Calderón-Montero. Contra ese régimen
dispararon, que era el gobierno al que respondía Cáceres, y a ese Gobierno le
mataron varios oficiales y soldados.
Los chilenos estuvieron felices que menos de una semana después de la firma
del Tratado de Ancón, el Gobierno peruano que no aceptaba ser instrumento
de Chile y que rechazaba las condiciones de la paz chilena había dejado de
existir por obra del golpe de estado de Arequipa.
Francisco García-Calderón Landa, Presidente del Gobierno Provisorio del Perú elegido el 12 de
marzo de 1881.
García-Calderón se negó a ceder territorio a los genocidas chilenos, por lo cual fue apresado y remitido a Chile
como vulgar reo. Los enemigos del Perú lo mantuvieron preso en Valparaíso, Rancagua y Santiago, en indignas
condiciones,entre fines de 1881 y 1884.
Francisco García-Calderón Landa nació en Arequipa, ciudad que derrocó su gobierno tras el levantamiento del 25-
26 de octubre de 1883.

2. ANTECEDENTES
2.1 Alarma espantosa, pánico, y desaliento en Arequipa
Los siguientes testimonios y extractos periodísticos proporcionan una
idea acerca del ambiente depresivo que se vivía en la Ciudad Blanca días
antes de la presencia en la zona de los invasores chilenos. El miedo se
había generalizado entre la población debido al número superior de los
asaltantes, a sus tendencias genocidas y a las prácticas del saqueo,
destrucción, asesinatos y violaciones que cometían tras las batallas.
tendencias genocidas y a las prácticas del saqueo, destrucción, asesinatos
y violaciones que cometían tras las batallas.
“Alarma espantosa” ante la aproximación de los genocidas. Arequipa, 17 de octubre de 1883. (Ahumada 1891,
VIII: 353)

“Horribles momentos de pánico” en Arequipa. Arequipa, 17 de octubre de 1883. (Ahumada 1891, VIII: 353)
“Gran desaliento” ante el regreso a Arequipa de las tropas peruanas enviadas a Moquegua y que no
enfrentaron al ejército chileno en esa ciudad. Arequipa, 13 de octubre de 1883. (Ahumada 1891, VIII: 352)

Los que pudieron hacerlo fugaron (“emigraron”) de Arequipa. Arequipa, 13 de octubre de 1883
(Ahumada 1891, VIII: 352)

2.2 Importantes sectores de la población se muestran reacios a


combatir
La siguiente proclama circuló en Arequipa el 27 de septiembre de 1883, es
decir un mes y dos días antes de la capitulación de la Ciudad Blanca. El 28 de
septiembre de 1883 fue publicada en su integridad en la portada del periódico
arequipeño La Bolsa.
por los grupos comerciales y acomodados de la población, que se sabía no
presentarían batalla en defensa de la ciudad. Es a ellos –y también a los
indecisos– a quienes la proclama intenta convencer, provocándolos a luchar
planteando la interrogante “¿Os dejaréis conquistar?”.
El segundo es la generalización del miedo en sectores de la población
arequipeña. Es por ello que la proclama llama a la ciudadanía a esperar con el
arma al brazo, sin temor ni jactancia. Recuerda que los arequipeños nunca
contaron el número de sus enemigos y que, en la ocasión, deben luchar como
siempre, con fe en la causa y “con el denuedo de los pasados tiempos”.
Una expresión de ambos factores –la renuencia a presentar batalla a los
invasores chilenos y el miedo a ellos– es el acuerdo aprobado
unanimemente por el Concejo Provincial de Arequipa en Junta General
realizada el 24 de octubre de 1883. En dicho acuerdo se solicitó al
Vicepresidente Montero que evite que el eventual combate con los invasores
tuviera lugar en la ciudad de Arequipa “para evitar las terribles consecuencias
que esto pudiera acarrear a la población”. Montero contestó a la comisión del
Concejo Provincial que lo visitó para hacerle conocer el acuerdo que
“comprometería la ciudad si tal cosa fuera necesaria para defender la dignidad
y la honra del Perú”. La comisión fue presidida por Diego Butrón, Teniente
Alcalde del Concejo Provincial de Arequipa, quien, al día siguiente, sería
asesinado por desconocidos que lo abalearon acusándolo de cobardía y
traición.
Finalmente, puede notarse que a pesar de tener una población de treinta mil
habitantes, el número de posibles defensores de Arequipa era menor al de las
huestes enemigas, hecho que demuestra la falta de preparación del Perú, su
desorganización interna y la inferior calidad de sus gobernantes. Esto debe
hacer recapacitar a aquellos que, el día de hoy, se oponen a que todos los
peruanos en edad de tomar las armas –y no solamente los más pobres– se
preparen militarmente para la defensa nacional.
2.3 Informes de la diplomacia norteamericana
Una comunicación del Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de
Estados Unidos en Lima, Seth Ledyard Phelps, al Secretario de
Estado Frelinghuysen, fechada el 13 de octubre de 1883, proporciona valiosa
información sobre la situación política en Arequipa el mes anterior a su
rendición al enemigo chileno (United States Department of State 1884, 721-
722).
El informe del Embajador Phelps da cuenta de la visita y actividades del
diplomático Richard Gibbs en Arequipa, ciudad a la que llegó el 27 de
septiembre de 1883, es decir un mes y dos días antes de la capitulación de la
Ciudad Blanca. Gibbs acababa de ser nombrado Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario de Estados Unidos en La Paz y viajaba a Bolivia a
hacerse cargo de la Legación en el Altiplano.
Extracto de la comunicación del Embajador Phelps al Secretario de Estado Frelinghuysen
13 de octubre de 1883. (United States Department of State 1884, 722)

El Ministro Phelps informa sobre los hallazgos hechos en Arequipa,


un mes antes de su rendición, por el experimentado diplomático
estadounidense Richard Gibbs.
Traducción del extracto de la comunicación del Embajador Phelps al Secretario de
Estado Frelinghuysen, 13 de octubre de 1883
“El señor [Richard] Gibbs llegó a Arequipa el 27 último [27 de septiembre de
1883] y partió a La Paz el 5 [de octubre de 1883]. Tuvo entrevistas con
autoridades del Gobierno [Provisorio] y con otros, y [el Vicepresidente]
Montero desayunó con él. Éste le expresó su intención de enfrentarse al
ejército chileno que avanzaba contra él y le indicó que el general Cáceres
contaba con una fuerza superior a la que tuvo antes de la batalla de
Huamachuco.
Las masas en Arequipa están cansadas de la guerra y quieren la paz.
Están desesperanzadas –dijo Gibbs– con respecto al futuro, y, a su
juicio, se producirá un grave deterioro a menos que el pueblo de
Arequipa se deshaga de Montero...
El señor Gibbs fue informado que tropas bolivianas estaban desplazándose en
ayuda de Arequipa y que los peruanos aquí dan la historia por cierta. No le doy
mucho crédito, ni tampoco creo que Montero lleve las cosas a pensar
en una batalla”.
Las “cansadas masas” de Arequipa
Gibbs constató que “las masas en Arequipa están cansadas de la
guerra y quieren la paz”. Por supuesto, la pregunta que surge es quienes
componían para Gibbs las “masas” arequipeñas. Obviamente, las “masas” no
están constituidas por el pueblo pobre –con quien Gibbs no habló– sino por los
representantes de la clase dominante arequipeña, es decir los comerciantes
cuyos negocios habían entrado en crisis a raíz del conflicto bélico y por ello se
confesaban “cansados de la guerra”. El “cansancio” era económico y no de
sangre y destrucción, porque Arequipa no fue objeto de los actos genocidas y el
saqueo que circunscripciones como Lima, Trujillo, Chiclayo, Cajamarca, y otras
poblaciones sufrieron a manos de los invasores chilenos.
Tras reflexionar sobre quiénes conformaban las “cansadas masas” de
Arequipa, el lector puede explicarse quiénes estaban detrás de la vergonzosa
capitulación de Arequipa, tramada por la “cansada primera clase” de la Ciudad
Blanca.
Versiones sobre el inminente derrocamiento del Gobierno
Provisorio
Gibbs hizo conocer una segunda reflexión respecto a Arequipa, relacionada con
el derrocamiento del Gobierno Provisorio. Indicó que estaba por producirse en
la Ciudad del Misti “un grave deterioro a menos que el pueblo de Arequipa se
deshaga de Montero”.
¿Cómo se enteró el diplomático Gibbs del posible “grave deterioro” de
Arequipa? No debe olvidarse que entre los “otros” con quienes Gibbs se
entrevistó durante su visita estuvieron las autoridades del Concejo Provincial
de Arequipa y Alejandro Hartley, agente consular de Estados Unidos en la
Ciudad Blanca. A través de ellos, Gibbs debió recibir información que venía
preparándose el derrocamiento de Montero. El golpe de estado, impulsado por
agentes de Iglesias, era apoyado por la burguesía exportadora arequipeña
dispuesta a deshacerse del Gobierno Provisorio. En opinión de los
conspiradores, al no aceptar el desmembramiento territorial del Perú, Montero
era un obstáculo para el logro de la paz y un peligro para el comercio de
Arequipa.
Sin lugar a dudas, los grandes y medianos comerciantes arequipeños –en
especial los exportadores– apoyaban la paz chilena y no tenían inconveniente
en ceder a Chile todos los territorios peruanos que exigiese. Por lo menos,
desde dos meses antes de su vergonzosa rendición, circulaban intensos
rumores en Arequipa sobre un inminente golpe de estado contra el Gobierno
Provisorio García Calderón-Montero-Cáceres. Según el Presidente del Consejo
de Ministros Mariano Nicanor Valcárcel, secundaban a los colaboracionistas
arequipeños “algunos enemigos del orden constitucional... que acechaban el
momento de turbar la tranquilidad pública” y que pagaron “con ingratitud la
confiada generosidad del General Montero, que se negó a tomar medidas
contra ellos” (Ahumada 1891, VIII: 363).
Así también lo reconoció el informe fechado el 13 de septiembre de 1883 por el
Embajador Phelps y remitido al Secretario de Estado Frelinghuysen. Escribió
Phelps en esa oportunidad que el descontento en Arequipa era evidente
y que la revolución estaba allí a la orden del día:

Extracto de la comunicación del Embajador Phelps al Secretario de Estado Frelinghuysen, 13 de septiembre


de 1883. (United States Department of State 1884, 714)

Veinte días después, el 3 de octubre de 1883, el Embajador Phelps reiteró su


observación acerca del alineamiento de la clase dominante arequipeña con
la paz chilena: “El delegado enviado por Montero para tratar con Iglesias
llegará aquí [a Lima] y presenciará los enérgicos preparativos que se hacen
para un ataque contra Arequipa. Se presume que el pueblo de aquella
ciudad [Arequipa], al saber esto, se sublevará, si Montero lo hace
necesario, pues el sentimiento allí es indudablemente muy
pronunciado en favor de la paz, al paso que se habla de mucho
descontento a causa de la conducta de Montero”.
¿Cuáles eran los preparativos chilenos para capturar Arequipa y cuál era la
conducta de Montero que molestaba a los comerciantes y empresarios
arequipeños defensores de la paz chilena? Phelps los describió en la misma
comunicación: “Los preparativos [en Lima] se encuentran tan avanzados para
el movimiento contra Arequipa que la división encargada de desembarcar cerca
de Mollendo partirá hoy del Callao. La fuerza total consistirá de cerca de nueve
mil hombres, desplazándose en tres columnas, pero se anticipa que no será
necesario dar batalla, ni tampoco es el propósito llegar a ese
extremo, a menos que la actitud de Montero haga el ataque
inevitable”.
Es a través de esta comunicación del ministro norteamericano que es posible
captar el descontento de la burguesía arequipeña con la decisión del Gobierno
Provisorio de defender Arequipa del avance de los genocidas chilenos. Si
Montero persistía en dicha actitud sería necesario prescindir de él y del
Gobierno Provisorio en su conjunto. Exactamente, ése fue el objetivo de la
sublevación-golpe de estado del 25 de octubre de 1883 contra el Gobierno
Provisorio y de la rendición de Arequipa sin combatir al enemigo chileno.
Extracto de la comunicación del Embajador Phelps al Secretario de Estado Frelinghuysen, 3 de octubre de
1883. (United States Department of State 1884, 717)

Digresión sobre el Vicepresidente Montero conocía al Vicepresidente


Montero y a varios de los actores de la escena política que se encontraban en
Arequipa en septiembre de 1883. En particular, el Ministro estadounidense
conocía las inclinaciones de Montero a participar en los cubileteos y
negociaciones de la política criolla peruana.
Gibbs nunca fue engañado por las versiones propagandísticas que presentaban
a Montero como uno de los Cuatro Ases de la Marina Peruana. Él sabía
que semejante lugar común era falso y que antes que marino o militar,
Montero era sólo un miembro ambicioso más de la clase política peruana. Si
bien nominalmente Montero ostentaba el rango de Contralmirante de la
Armada, Gibbs no olvidaba que recibió ese despacho de manos del presidente
Manuel Pardo, de cuyo Partido Civil Montero fue fundador.
Gibbs también recordaba que años atrás Montero había sido senador por
Piura, y que llegó inclusive a ser candidato a la presidencia de la República en
las elecciones de 1875, ganadas democráticamente a balazos por su opositor
circunstancial, Mariano Ignacio Prado.
De manera que Gibbs conocía bien al Vicepresidente Montero, ese extraño
contralmirante alérgico al mar, que no navegaba en buques de guerra y que no
tenía mayores conocimientos militares. Es por eso que informa al Embajador
Phelps que él dudaba que Montero llevara las cosas “a pensar en una batalla”.
Sin embargo, como ya se indicó líneas arriba, también opinaba que existía el
riesgo que la Ciudad Blanca sufriera “un grave deterioro a menos que el pueblo
de Arequipa se deshaga de Montero”. Gibbs sabía que los chilenos no tendrían
escrúpulos en repetir en Arequipa los actos genocidas y de destrucción de
Chorrillos, Barranco y Miraflores, con el objetivo de eliminar al Gobierno
Provisorio de García Calderón-Montero-Cáceres, principal obstáculo para el
reconocimiento del régimen de Iglesias y su tratado de paz con cesión
territorial.
2.4 Nueva proclama llamando a las armas
El mensaje Arequipa ¡Redime al Perú! circuló en Arequipa el 17 de octubre de
1883, doce días antes de la rendición de la ciudad a los chilenos.
Este nuevo documento confirma la existencia de un amplio sector de la
ciudadanía que no tomaría las armas para defender Arequipa. Es a esta gente –
y también a los indecisos– a quienes la proclama intenta convencer, cuando
escribe: “¿Quién es el hijo del Misti capaz de presenciar con vida, la deshonra
de su patria y de su hogar?... Los verdaderos hijos del Misti, al campo, a
morir como hombres, y sobre todo, como arequipeños”.
Desafortunadamente para el Perú, la conducta de la mayoría de los pobladores
de Arequipa a fines de octubre de 1883 demostró que la Ciudad Blanca no
estaba habitada por “verdaderos hijos del Misti”.

mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm

Arequipa ¡Redime al Perú!


Hoja suelta de autor anónimo llamando a la defensa de Arequipa frente al invasor chileno
(Ahumada 1891, VIII: 351-352)

2.5 Enemigo chileno reconoce la necesidad de derrocar al Gobierno


Provisorio de Arequipa
El 20 de octubre de 1883, ocho días antes de la rendición de Arequipa, se
rubricó en Lima la paz chilena establecida por el Tratado de Ancón. El
documento fue suscrito por el gobierno del felón Miguel Iglesias, uno de
los dos gobiernos que tenía Perú en ese momento. El Gobierno Provisorio del
Perú de García Calderón-Montero-Cáceres, con sede en Arequipa, no aceptó el
tratado. Mientras existiera dicho Gobierno Provisorio, Perú podría invocar que
el gobierno colaboracionista de Iglesias era un mero títere de Chile y que no
representaba realmente a la nación, que el gobierno legítimo era el que tenía su
sede en Arequipa, y que el Tratado de Ancón era un mero papel mojado en
tinta.
El enemigo chileno mediante su principal negociador Jovino Novoa, percibió
este grave problema y concluyó que para evitarlo sería indispensable que el
gobierno títere del “regenerador” Iglesias destruyera al Gobierno Provisorio
con sede en Arequipa. No obstante, el enemigo chileno no estaba seguro que
Iglesias tuviera la capacidad para desestabilizar y derrocar al Gobierno
Provisorio. Asi lo describió el historiador chileno Gonzalo Bulnes (III: 536)

El negociador chileno Jovino Novoa estaba preocupado por la posible continuidad del Gobierno Provisorio
con sede en Arequipa. (Bulnes III: 535-536)

2.6 Iglesias satisface al amo chileno y pide a los líderes, pueblo


y ejército de Arequipa no combatir al invasor
Las preocupaciones de Chile, expresadas por su negociador Jovino Novoa,
fueron atendidas por el régimen “regenerador”.
Inicialmente, el 13 de septiembre de 1883, llegó a Arequipa una comisión
de políticos civilistas enviada por el gobierno colaboracionista del traidor
Miguel Iglesias e integrada por los abogados Miguel Antonio de la Lama y
Aurelio Denegri. Se entrevistaron con el Vicepresidente Montero –
recuérdese, uno de los fundadores del Partido Civil– y le entregaron un acta
firmada por miembros de las familias acomodadas de Lima. En el documento,
los oligarcas de la capital expresaron su apoyo al gobierno colaboracionista del
felón Iglesias, pidieron a Montero que el Gobierno Provisorio del Perú con sede
en Arequipa dejase de actuar como tal, le solicitaron que reconociese a Iglesias
como presidente de la nación, y que no estorbase el proceso de la paz con
desmembramiento territorial del Perú, es decir la paz chilena [que se firmaría
un mes y siete después, el 20 de octubre de 1883, en el denominado Tratado de
Ancón].
Los objetivos de la anterior comisión fueron impulsados por “los trabajos de
los agentes del coronel Iglesias” (González 1903, 198) entre los miembros de la
clase dominante de Arequipa y entre los comandantes de la Guardia Nacional .
Finalmente, las acciones de sabotaje contra el Gobierno Provisorio fueron
reforzadas con una proclama derrotista enviada por el traidor Iglesias el 23 de
octubre de 1883. En ella solicitó a los arequipeños “deponer las armas... que no
se derrame una gota más de sangre en aras de una defensa imposible, de una
obcecación criminal”.
Mensaje derrotista de Iglesias en que pidió a los arequipeños “deponer las armas... que no se derrame una
gota más de sangre en aras de una defensa imposible, de una obcecación criminal”. (Ahumada 1891, VIII: 387)

“De una defensa imposible, de una obcecación criminal”. (Ahumada 1891,


VIII: 387)

El diario Correio Paulistano, de Sao Paulo, Brasil, en su edición 8133 del miércoles 26 de
septiembre de 1883, informó sobre la misión encargada por Iglesias a los civilistas Miguel
Antonio de la Lama y Aurelio Denegri.
Las autoridades municipales de la Ciudad Blanca, henchidas de fervor
patriótico, cumplieron la orden chilena transmitida por el títere Iglesias
y entregaron su ciudad, sin combatir. Los líderes y altos oficiales arequipeños
se negaron a usar contra los invasores los ocho mil rifles, los dos millones de
municiones, y la batería de cañones Krupp que habían podido juntarse para la
defensa. Armas habían. Lo que faltó a los dirigentes y militares arequipeños fue
lo que a Cáceres le sobraba: sentido de peruanidad, valor y entereza para
enfrentar al enemigo (Ahumada 1891, VIII: 431).
El enemigo en su avance sobre Arequipa se encontraba acompañado de
militares peruanos que obedecían al régimen del traidor Iglesias. El
colaboracionismo del gobierno iglesista con el enemigo era tan conocido, que
inclusive en Bolivia se informó sobre las actividades de los traidores. Así, el
diario Deber de La Paz, Bolivia, en su edición del 4 de octubre de 1883, hizo
saber que un coronel peruano de nombre Juan G. Mercado y otros oficiales
peruanos acompañaban al ejército chileno como representantes del
gobierno “regenerador” de Iglesias.

Diario boliviano Deber informa sobre el colaboracionismo del gobierno iglesista con el enemigo chileno
(Muñiz 1909, 465)

En sus desplazamientos hacia Arequipa, el ejército chileno también recibió la


cooperación de baquianos nativos de la zona, es decir guías prácticos que
orientaron a las tropas genocidas por los caminos, trochas y atajos de
Moquegua y Arequipa. El coronel chileno Velásquez reconoció que se eligió el
camino para el acercamiento a las alturas de Huasacache gracias a “datos
proporcionados por baquianos” (Ahumada 1891, VIII: 359). El corresponsal
de El Mercurio informó sobre el rol cumplido por estos guías, reclutados para
el servicio del enemigo chileno por el traidor iglesista, coronel Juan G.
Mercado. Uno de ellos fue el que describió el camino que finalmente seguirían
las tropas chilenas para alcanzar los altos de Huasacache (Ahumada 1891, VIII:
370).
Corresponsal de El Mercurio informa sobre guías peruanos que orientaron el avance del enemigo
chileno (Ahumada 1891, VIII: 370)

3. RECURSOS PARA LA DEFENSA DE AREQUIPA


Estimación aproximada de efectivos
Infantería: Un batallón se compone de seis compañías y 378 efectivos; una
compañía se integra con 63 soldados.
Caballería: Un regimiento se compone de 200 plazas.
Artillería: Una brigada se compone de 140 efectivos; sirve a siete piezas de
artillería; cada pieza de artillería es servida por 20 efectivos.
3.1 Ejército de línea (tropas del ejército regular al mando de oficiales
arequipeños)
Infantería (6 batallones): Constitución No. 6 (Coronel Francisco Llosa Abril);
Grau No. 3 (Coronel Germán Llosa Abril); Bolognesi No. 5 (Coronel Julio
Jiménez); General Pérez No. 7 (Coronel Ignacio Somocurcio); Ayacucho No. 1
(Coronel Nicanor Ruiz de Somocurcio); Dos de Mayo Legión Peruana No. 2
(Coronel Juan Manuel Raygada).
Caballería (2 escuadrones): Escolta de Su Excelencia (Coronel Simón Soyer);
Húsares de Junín (Comandante Gómez).
Artillería (4 brigadas): Comandante Caballero.
3.2 Guardia Nacional de Arequipa (fuerzas cívicas, representantes del
pueblo armado de Arequipa)
Infantería (8 batallones): 2, 3, 4, 6, 7, 9, Inmortales de Salaverry No. 8,
Yanahuara No. 10, Batallón No. 7 (Coronel Luis Llosa Abril).
Caballería (3 escuadrones): Escuadrón Paucarpata, Escuadrón Socabaya,
Regimiento de Caballería No. 2.
3.3 Armamento
Fue Jorge Basadre quien registró para la Historia que el armamento con que
contaban las tropas peruanas en Arequipa en octubre de 1883 “no era
escaso” (Basadre 1968-70, VIII: 465).
Contrariamente a lo que pudieran creer algunos, los supuestos defensores de
Arequipa estaban premunidos de material de guerra que había sido
“proporcionado desde Bolivia, gracias a la acción del ministro [peruano]
Manuel María del Valle y a la buena voluntad del gobierno de [Narciso]
Campero” (Basadre 1968-70, VIII: 466). En carta de la Legación del Perú en
Bolivia, del 29 de octubre de 1883, el embajador peruano Del Valle recordó que
en dos años, entre 1881 y 1883, “pudo esta Legación trasladar a
Arequipa ocho mil rifles, dos millones de municiones, una batería
máxima de cañones Krupp, sables, mulas para las brigadas del
ejército, más de cien mil varas de tela para uniformar a los soldados
y vestir a los guardias nacionales, calzado y hasta recursos
pecuniarios, en la cantidad en que éstos era posible obtenerlos del
Gobierno aliado [Bolivia]” (Ahumada 1891, VIII: 364).

Manuel María del Valle, Envíado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Perú en Bolivia desde 1881
Acreditado por el Gobierno de Montero, Manuel María del Valle obtuvo del presidente boliviano Narciso
Campero el envío a Arequipa de importantes cantidades de armamento, incluyendo una batería de
cañones Krupp.

General Narciso Campero, Presidente de Bolivia entre 1880 y 1884

Apoyó al Perú, aliado de Bolivia, enviando cañones Krupp, ametralladoras, rifles y balas que los
arequipeños se negaron a usar contra el enemigo chileno.
Mapa de la zona limítrofe entre Moquegua y Arequipa mostrando la ubicación de Puquina, llave de
acceso a Arequipa. Se aprecia las localidades de Moromoro, Omate, Conlaque, Chacahuayo,
y Puquina, tomadas progresivamente por el enemigo chileno sin resistencia peruana.
Mapa de Mariano Felipe Paz-Soldán

4. COBARDÍA, TRAICIÓN Y FUGA DE LOS CORONELES


AREQUIPEÑOS LLOSA
Si Arequipa no se enfrentó a los chilenos, en octubre de 1883, fue
porque los coroneles Llosa y otros líderes militares y civiles
arequipeños se negaron a hacerlo.
En octubre de 1883, Arequipa no combatió al enemigo chileno porque sus
líderes militares y civiles decidieron no hacerlo. Dos coroneles arequipeños del
ejército de línea, Francisco y Germán Llosa Abril, comandantes de los
batallones Constitución y Grau, se acobardaron en Huasacache, desertaron las
posiciones que debieron haber defendido y dejaron pasar al enemigo
libremente con rumbo a Arequipa.
Encontrándose los genocidas chilenos a pocas leguas del Misti, un tercer
hermano Llosa, también coronel pero esta vez “cívico”, don Luis Llosa
Abril, político arequipeño y comandante del Batallón No. 7 de la Guardia
Nacional, no partió de la Ciudad Blanca a enfrentarse al invasor, en lo que
debió haber sido la Batalla de Arequipa. Por el contrario, inició la sublevación
contra el Gobierno de García Calderón-Montero-Cáceres. Ante la rebelión,
Montero abandonó Arequipa, dejando en ella al grueso de los batallones de
línea que se negaron a acompañarlo. Por supuesto, también permanecieron en
la ciudad los sublevados batallones de la Guardia Nacional arequipeña.
Así que ya es hora de dejar de repetir la trillada y falsa racionalización, hecha
por el Alcalde prochileno Armando de la Fuente, y por Rosendo Albino
Zevallos –otro de los que firmó la capitulación de la ciudad– en el sentido que
la heroica e invencible Arequipa quiso pelear pero fue abandonada por el
malvado Gobierno de Montero, encargado de defenderla. Esa versión no puede
sustentarse objetivamente; no resiste ningún análisis. Montero salió de
Arequipa acompañado por su escolta, a cargo del coronel Simón Soyer. Con esa
única excepción, los batallones del ejército de línea
(Constitución, Grau, Bolognesi, Ayacucho, etc.), los Húsares de Junín, las
cuatro brigadas de Artillería, los ocho batallones de la Guardia Nacional de
Arequipa (No. 2, No. 3, No. 4, No. 6, No. 7, No. 9, Inmortales de Salavcrry No.
8, Yanahuara No. 10) y los tres escuadrones de caballería (Regimiento de
Caballería No. 2, Escuadrón Paucarpata y Escuadrón Socabaya) permanecieron
en Arequipa. De manera que si los cabecillas de la sublevación –con los
coroneles arequipeños Llosa Abril a la cabeza– hubieran querido realmente
enfrentarse a los invasores, hubieran podido hacerlo.
Sin embargo, los Llosa y las fuerzas militares existentes en Arequipa no
combatieron. No lo hicieron porque su objetivo político, real, fue derrocar al
régimen que era un obstáculo para la paz chilena y que se negaba a aceptar la
cesión territorial. Fue por esta razón que los valientes golpistas arequipeños,
que pasearon la ciudad la tarde y la noche del 25 de octubre, disparando sus
fusiles profusamente contra otros peruanos, cambiaron la pólvora por flores e
incienso para recibir al enemigo chileno.
No hay mayor “media verdad” que la historia oculta, brumosa e incompleta –
en una palabra historia cocinada– de la rendición de Arequipa en octubre
de 1883.
4.1 Fuga de los coroneles arequipeños Francisco y Germán Llosa de
las alturas de Huasacache 1883, atemorizados por el avance del invasor
chileno, los hermanos Francisco y Germán Llosa Abril, coroneles del ejército
de línea al mando de los batallones Constitución No. 6 y Grau No.
3, abandonaron las posiciones que se les había encargado defender en las
alturas de Huasacache y permitieron el paso del enemigo hacia Arequipa, vía
Puquina. Como resultado de su deserción, los Llosa salvaron el pellejo
y determinaron en la práctica que la Ciudad Blanca se entregara sin combatir.
En noviembre de 1883, a sólo cinco semanas de estos hechos, Rosendo Albino
Zevallos, vecino notable de Arequipa, publicó un opúsculo con el título Notas
para la Historia. Acontecimientos de los días 24, 25, 26, 27, 28 y 29 de
octubre de 1883. R. A. Zevallos –como gustaba firmar– fue uno de los
ciudadanos opuesto a resistir al enemigo. Fue también uno de los orgullosos
residentes que suscribió y entregó la rendición de la ciudad al invasor chileno.
En el mencionado documento Zevallos relató la fuga frente al enemigo de los
batallones a los que se había encomendado defender las posiciones de
Huasacache y Jamata. Zevallos recogió la versión chilena de Ricardo González
y González, aparecida el 14 de noviembre de 1883 en el diario El Tacora, que se
publicaba en la ciudad de Tacna. Si bien es cierto la fuente es chilena, el hecho
que Zevallos la use en su propio folleto indica que la crónica reflejó
aceptablemente lo sucedido el 23 de octubre de 1883.
Para una mejor comprensión de los hechos, debe recordarse que desde la tarde
del 18 de octubre de 1883, las fuerzas peruanas habían ocupado las alturas de
Jamata y Huasacache. El batallón Ayacucho No. 1 tomó posiciones en las
alturas de Jamata, en tanto que el batallón Constitución No. 6, comandado por
el coronel Francisco Llosa, se instaló en las alturas de Huasacache. La distancia
que los separaba era de cuatro leguas (es decir cuatro horas de camino). Entre
Jamata y Huasacache, a legua y media del batallón Constitución No. 6 (a hora y
media de camino), se colocó el batallón Grau No. 3 al mando del coronel
Germán Llosa. El batallón de Guardias Nacionales Yanahuara No. 10 quedó
resguardando el portillo de Chacahuayo. En ese mismo lugar acampó el
batallón Bolognesi No. 5.

Cuadro No. 2
Distancias aproximadas entre las principales localidades
involucradas en la rendición de Arequipa
En leguas y kilómetros (*)
De Arequipa a Paucarpata 1 legua / 6 kilómetros
De Arequipa a Mollebaya 3 leguas / 17 kilómetros
De Arequipa a Pocsi 7 leguas / 39 kilómetros
De Pocsi a Puquina 7 leguas / 39 kilómetros
De Arequipa a Puquina 14 leguas / 78 kilómetros
De Puquina a Chacahuayo 1 legua / 6 kilómetros
De Chacahuayo a Tambo 4 leguas / 22 kilómetros
De Tambo a Pocsi 2 leguas / 11 kilómetros
De Puquina a Huasacache 7 leguas / 39 kilómetros
De Jamata a Huasacache 4 leguas / 22 kilómetros
De Huasacache a Quequezana 2 leguas / 11 kilómetros
De Moromoro a Omate 2 leguas / 11 kilómetros
De Omate a Conlaque 1 legua / 6 kilómetros
De Omate a Huasacache 2 leguas / 11 kilómetros

(*) La legua es una medida itineraria definida por el camino que regularmente se anda en una hora, y
que en el antiguo sistema español equivale aproximadamente a 5,572.7 metros. Esta equivalencia varía
según los países y regiones.

Aceptando como fidedigno el relato de González y González, Zevallos indicó


que al ver a los genocidas chilenos, “el sobresalto y el terror” se
apoderaron de los defensores peruanos. Precisa el documento que “las
posiciones peruanas quedaron en un momento abandonadas. La
llave de Arequipa había sido arrojada pavorosamente a las plantas de los
invasores por los que la tenían confiada a su guarda, y desde aquel momento, el
problema de la situación quedó resuelto en favor de las armas de Chile... Los
cañones que guardaban la cumbre habían sido abandonados en el
mismo sitio... Los enemigos se divisaban a la distancia retirándose
con una prisa inconveniente a la reputación militar arequipeña y
dejando en su trayecto sembrado el campo de artículos de
vestuario, equipo, parque, etc. Su rumbo de fuga era por el camino que
conduce a Puquina y a Arequipa”.
Zevallos no mencionó en ningún momento los nombres de los comandantes de
los batallones que fugaron de las alturas de Huasacache, precipitando la caída
de Arequipa, extraño olvido para un autor que recordaba muy bien el nombre
de otros, por ejemplo cuando se trataba de juzgar la conducta
del Vicepresidente Montero. (Obviamente, el puneño migrante Zevallos no
quiso enemistarse con la familia Llosa, cuyo apellido en la Ciudad Blanca
tiene orígenes coloniales).
Frente al testimonio del comportamiento pusilánime de los coroneles Llosa,
ofrecido por González y González y repetido por Zevallos, sólo queda exclamar,
con perdón de los lectores: ¡Qué vergüenza, carajo! ¡Qué vergüenza!
Notas para la Historia, obra del vecino notable de Arequipa Rosendo Albino Zevallos
(Zevallos 1883, 1)
El opúsculo describió los hechos vinculados con la capitulación de la Ciudad
Blanca el 29 de octubre de 1883. Sin mencionar sus apellidos, también relató la
fuga de los coroneles arequipeños Llosa de Huasacache, cuyas alturas se les
había encargado defender.
Descripción de la fuga de los coroneles arequipeños Francisco y Germán Llosa de las
alturas de Huasacache (Zevallos 1883, 14-15)
Lizardo Montero, Contralmirante de la Armada Nacional y Vicepresidente de la República, Encargado del
Poder Ejecutivo
Francisco Llosa de las alturas de Huasacache
El 4 de diciembre de 1883, el coronel arequipeño del ejército de línea José
Godines hizo público su informe sobre la sublevación de Arequipa contra el
Gobierno Provisorio, el cual incluyó la descripción de la fuga del coronel
Francisco Llosa. En el documento el coronel Godines, como jefe de la línea
defensiva de Huasacache y Jamata, “no dejó en silencio sucesos que tanto
influyeron en la pérdida de un armamento que costara inmensos sacrificios al
erario nacional y que decidieron por completo la ocupación de Arequipa”.
Godines narró que a primeras horas de la mañana del martes 23 de
octubre de 1883 encontró al batallón Constitución “en completo
desorden, las dos piezas de artillería y los cincuenta Húsares [de
Junín] que venían en retirada”. Escribió Godines: “Interrogué en el
acto al coronel don Francisco Llosa, primer jefe de ese cuerpo,
sobre el motivo de tan inusitado e imprevisto suceso, y contestome
que «que al amanecer de esa noche el enemigo había ocupado las
alturas de su derecha, no sintiendo hasta el momento de aclarar el
día», sin embargo de tener dicho coronel orden terminante de
colocar en la noche dos compañías de resguardo y vigilancia en el
lugar sorprendido por las fuerzas chilenas, orden que repetí en
presencia misma del señor General en Jefe [César Canevaro] el día
anterior, después del reconocimiento doble de nuestra parte y la
contraria”.
En opinión de Godines, la fuga del coronel Francisco Llosa debió haber sido
uno de los puntos de discusión de la Junta de Guerra que tuvo lugar el
miércoles 24 de octubre de 1883, Consejo que estuvo compuesto por el
vicepresidente Montero, el general Canevaro, el coronel Belisario Suárez, los
comandantes generales de división y los primeros jefes de cuerpo. Según
Godines, en la citada reunión debió haberse “indagado y deslindado las
responsabilidades consiguientes a lo acontecido el día anterior en el alto de
Huasacache y castigar ejemplarmente al que resultase culpable… de la
contrariedad sufrida por falta de cumplimiento de tan importante mandato”.
La Junta de Guerra no trató la cobardía del coronel Francisco Llosa Abril,
preocupadas como estaban las autoridades del Gobierno Provisorio del más
grave asunto representado por la negativa a combatir de la oligarquía dirigente
de Arequipa y de importantes sectores de la Guardia Nacional. Para Montero,
Canevaro y Belisario Suárez la huida del coronel Francisco Llosa de
Huasacache –recuérdese, Llosa Abril era integrante de una antigua familia
mistiana– sólo constituía una expresión adicional de la oposición del grupo
dominante arequipeño a presentar combate en defensa de la ciudad.
No obstante, el coronel Godines confesó que él “estaba firmemente decidido a
solicitar, una vez llegado a Arequipa, la formación de un consejo de guerra para
que se esclarecieran de un modo sumario los sucesos, y se hiciera recaer todo el
peso de la ley en quien resultase responsable de la pérdida de nuestras
ventajosas posiciones [en las alturas de Huasacache], por negligencia, descuido
o falta de cumplimiento de las órdenes y prevenciones que se dieron con
oportunidad y especial recomendación, en resguardo de esos puntos, que,
dadas las circunstancias, podían llamarse la llave de Arequipa por todo aquel
flanco”.
Por supuesto, derrocado el Gobierno Provisorio por la oligarquía arequipeña –
a cuyos intereses servía el cobarde coronel Francisco Llosa– y estando
Arequipa bajo la autoridad chileno-iglesista, no existió la voluntad política de
convocar al Consejo de Guerra para juzgar los acontecimientos de Huasacache.
La deserción del coronel arequipeño Francisco Llosa de las alturas de
Huasacache quedó sin castigo, a pesar que, como expresó su jefe, el coronel
Godines, la fuga de Llosa decidió por completo la ocupación de Arequipa.
El movimiento estratégico de Huasacache y la Junta de Guerra de Arequipa, informe del coronel
arequipeño José Godines
(Ahumada 1891, VIII: 385-386)

El coronel arequipeño José Godines informó sobre la fuga de las alturas de


Huasacache de su subordinado, el también coronel arequipeño Francisco
Llosa, primer jefe del batallón Constitución.
4.3 El Vicepresidente Montero y el “error funestísimo” de los
coroneles arequipeños Llosa
A su llegada a Buenos Aires, el Vicepresidente Montero fue entrevistado por el
diario La Prensa. Montero describió así la fuga de los Llosa: “En la noche de
este suceso [22 de octubre de 1883] los hermanos [Francisco y Germán] Llosa
creyeron que los chilenos los flanqueaban y abandonando la posición que
resguardaban, se replegaron a nuestra derecha. Quedando libre el paso de la
izquierda, los chilenos pudieron avanzar para seguir su camino a Arequipa”.
Al contestar la pregunta del reportero de La Prensa de Buenos Aires sobre las
intenciones de los hermanos Francisco y Germán Llosa al fugar de Huasacache,
el Vicepresidente Montero calificó dicho “repliegue” como “un error que tuvo
funestísimas consecuencias para el Perú”. El “error funestísimo” de los Llosa,
experimentados coroneles del ejército de línea, condujo al derrocamiento del
Gobierno de García Calderón-Montero-Cáceres, al reconocimiento
internacional de la administración títere del felón Miguel Iglesias y al
reconocimiento internacional del Tratado de Ancón que cedió Tarapacá al
invasor.
En agradecimiento a los servicios prestados por el par de hermanos Llosa,
Chile debería erigirles los monumentos correspondientes, uno en Santiago, a
Francisco Llosa, y el otro en Valparaíso, a Germán Llosa.
Entrevista de La Prensa de Buenos Aires al Vicepresidente Montero tras su derrocamiento. (Ahumada 1891,
VIII: 391-392)
Montero en Buenos Aires. Artículo de Nicolás Augusto González sobre las declaraciones del Vicepresidente Lizardo
Montero en la ciudad de Buenos Aires. (González 1903, 197-205)

Desde Puno, el Contralmirante Montero hace entrega del Gobierno Provisorio del Perú al General
Cáceres. (Ahumada 1891, VIII: 365)
5.11 La resistencia peruana antes y después de la rendición de
Arequipa
En los meses inmediatamente anteriores y posteriores a la capitulación de
Arequipa la resistencia peruana se mantuvo activa en la zona central del país,
comandada por el Héroe de la Breña. Los repetidos ataques de los soldados
patriotas al mando de Cáceres –llamados despectivamente montoneros por los
bandoleros chilenos– preocupó sobremanera a Lynch , quien temía que los
caceristas recibieran refuerzos y armamento de Arequipa.
Con el fin de evitar la consolidación de la resistencia, el criminal de guerra
chileno envió una expedición en persecución de Cáceres. Desde mediados de
septiembre de 1883, comenzando en Izcuchaca (Huancavelica) y hasta Huanta
(Ayacucho), las tropas chilenas fueron atacadas por las fuerzas de Cáceres, en
lo que el propio Lynch calificó en su Segunda Memoriacomo resistencia “más o
menos enérgica”. En Ayacucho, entre el primero de octubre y el 10 de
noviembre de 1883, por espacio de cuarenta días, los bandoleros chilenos se
vieron “obligados a sostener casi diariamente tiroteos con los indios”.
Los ataques de Cáceres pusieron al desnudo las debilidades de los genocidas
chilenos. Lynch confesó que escaseaban los víveres para la soldadesca invasora
y el forraje para la caballada. En cuanto a las municiones –que fueron enviadas
desde Lima– no pudieron pasar de Ica a Ayacucho por estar la zona bajo
control de los montoneros. Para el enemigo chileno, la situación era difícil y
revistió el carácter de una verdadera derrota, pues es sabido que la resistencia
peruana ganaba si no perdía y los invasores chilenos perdían si no ganaban.
El 12 de noviembre de 1883, después de conocer la rendición de
Arequipa, el ejército chileno inició su retirada de Ayacucho a Jauja, siendo
atacado a lo largo de todo el camino por los montoneros caceristas.
Por supuesto, combatiendo contra el enemigo chileno, las fuerzas peruanas
sufrieron pérdidas, que Lynch evaluó en quinientos montoneros muertos. Sin
embargo, la expedición invasora hubiera sido totalmente derrotada si no
hubiera sido por la confianza que adquirió al enterarse de la capitulación de
Arequipa.
Los hechos relatados ponen de manifiesto la diferencia de actitudes entre las
fuerzas patriotas comandadas por Cáceres, que en Ica, Huancavelica, Apurímac
y Ayacucho atacaron permanentemente al invasor chileno y la conducta
pusilánime de los golpistas de Arequipa, que a través del Concejo de esa
ciudad, sin dar batalla en ningún momento, se entregaron voluntariamente al
enemigo del Perú.
Lynch relató la acción de la resistencia peruana en los días
anteriores y posteriores a la rendición sin combatir de Arequipa y la
delicada situación de sus tropas. (Lynch 1883, 149-150)
El General Andrés Avelino Cáceres resumió las principales razones que
estuvieron detrás de la rendición sin combatir de Arequipa y determinaron la
aceptación de la paz chilena. En sus Memorias (257-258), el Héroe de la
Breña señaló tres factores, todos vinculados al rol antinacional asumido por las
clases dominantes:
– La conducta egoísta de importantes dirigentes de la burguesía
y sectores acomodados de Lima y Arequipa, que se mostraron más interesados
en proteger sus intereses económicos y comerciales inmediatos antes que en
defender la integridad territorial de la nación.
– El caos organizativo, moral y social existente en el país y la carencia de un
claro entendimiento del interés nacional por la mayoría de la población
peruana.
– La improvisación de los dirigentes políticos y la inexistencia de verdaderos
estadistas en el manejo de los asuntos nacionales.
Cáceres escribió al respecto:
“Si en la fase culminante de la campaña del norte nos cupo tan mala suerte no
se debió en forma alguna a la presión de las armas enemigas, sino que es
imputable más bien al estado de desorganización, desmoralización y
desquiciamiento cívico y social en que se encontraba el Perú; a los
desaciertos de sus dirigentes políticos y a la menguada actitud de
elementos pudientes que no quisieron mantener hasta el último
extremo la voluntad de luchar por la integridad territorial de la
nación; y que lejos de esto, coadyuvaron a la labor emprendida con
inaudito refinamiento por el enemigo, dejando al ejército patrio no
sólo sin apoyo, sino restándole el que podían haberle
proporcionado.
En el sur, el ejército de Arequipa, fuerte de más de cuatro mil
soldados (en buen número regulares) y sin haber prestado ningún
servicio a la patria, se dispersó sin combatir. En el norte se proclamó la
paz a todo trance aceptándose de lleno las cláusulas del invasor. En la capital
de la república, gente acomodada, capitalista, que al comienzo deseaba la
guerra, abominaba de la resistencia armada y sólo pensaba púnicamente en
poner a salvo sus personas y sus bienes con el advenimiento de la paz” (citado
en Guerrero 1975, 34-35).
El 29 de noviembre de 1883, exactamente un mes después de la rendición de
Arequipa, Cáceres resumió sus impresiones sobre lo sucedido en el país el
último mes, en carta dirigida al humilde pero patriota Cabildo del distrito de
Acostambo, en la provincia de Tayacaja, Huancavelica (citado en Guerrero
1975, 36). El Héroe de la Breña expresó que en ese momento, en el Perú todo
era desconcierto y desmoralización y que los grandes móviles sociales habían
desaparecido ante la fuerza de los propósitos innobles y los intereses
personales de comerciantes enriquecidos con la fortuna pública y burócratas
civiles y militares sin talento y sin carácter. Describió “el hundimiento del Perú
que amenazaba revestir los oprobiosos caracteres de la cobardía” –sin duda se
refería a la rendición de Arequipa– y comparó la capitulación de la Ciudad
Blanca con el corazón generoso de los pueblos de la sierra central del Perú, que
se enfrentaron permanentemente al enemigo chileno, sin condiciones, a pesar
de los centenares de bajas y pérdidas materiales que sufrieron. Añadió Cáceres
que “la resistencia que hasta el último instante hacen los pueblos por salvar la
integridad y el honor nacional merecerá un lugar señalado en las páginas
brillantes de la historia del Perú”.
Carta del General Andrés Avelino Cáceres al Cabildo de Acostambo, Tayacaja, Huancavelica
denunciando la entrega al enemigo y falta de patriotismo de las clases dominantes de la
sociedad peruana. (Citado en Guerrero 1975, 36)
No es faltar a la verdad afirmar que el estado de cosas descrito por
Cáceres prevalece en el Perú hasta el día de hoy.

6. CRONOLOGÍA DEL DERROCAMIENTO DEL GOBIERNO


PROVISORIO GARCÍA CALDERÓN-MONTERO-CÁCERES Y DE LA
RENDICIÓN SIN COMBATIR DE AREQUIPA
La siguiente Cronología ha sido preparada consultando los partes oficiales
peruanos y chilenos, comunicaciones diplomáticas, despachos periodísticos y
literatura existente en libros y folletos de la época sobre la rendición de
Arequipa en octubre de 1883.
Martes 16 de octubre de 1883
– Desde Arequipa marchan a Puquina y Chacahuayo cuatro batallones de
infantería del ejército de línea (Constitución No. 6, Ayacucho No. 1, Grau No. 3,
y Bolognesi No. 5), un batallón de Guardias Nacionales (Yanahuara No. 10), y
cinco piezas de artillería.
– Su misión es impedir el paso del ejército chileno por Puquina hacia la
Ciudad Blanca. Considerada como la llave de Arequipa, Puquina es punto
estratégico y tránsito obligado para el enemigo. Sin capturar Puquina es
imposible para los chilenos avanzar hacia Arequipa.
– Al mando de las fuerzas de vanguardia es nombrado el coronel arequipeño
José Godines quien hasta el sábado 15 se había desempeñado como Jefe del
Estado Mayor General de los ejércitos.
– El Vicepresidente Lizardo Montero y el coronel Belisario Suárez
inspeccionan el campamento de Chacahuayo. El día anterior, el coronel
Belisario Suárez, Héroe de Tarapacá, había sido nombrado Jefe del Estado
Mayor General de los ejércitos peruanos en reemplazo del coronel José
Godines.
Miércoles 17 de octubre de 1883
– La aproximación del ejército chileno a Arequipa origina alarma espantosa en
la Ciudad Blanca.
– Aparece Arequipa ¡Redime al Perú!, hoja suelta de autor anónimo llamando
a la defensa de Arequipa frente al invasor chileno. El documento evidencia la
existencia de un amplio sector de la ciudadanía renuente a tomar las armas
para defender Arequipa. Es a estas personas –y también a los indecisos– a
quienes la proclama intenta convencer, cuando escribe: “¿Quién es el hijo del
Misti capaz de presenciar con vida, la deshonra de su patria y de su hogar?...
Los verdaderos hijos del Misti, al campo, a morir como hombres, y sobre todo,
como arequipeños”.
Jueves 18 de octubre de 1883
– En Lima, a través de su negociador Jovino Novoa, el gobierno de Chile
reconoce oficialmente omo gobierno nacional del Perú al régimen presidido
por el traidor Miguel Iglesias Pino de Arce.
– En la tarde, el batallón Ayacucho toma posiciones en las alturas de Jamata y
el Constitución se instala en las alturas de Huasacache. La distancia que los
separa es de cuatro leguas. Los batallones del ejército de línea se posicionan en
ascensión progresiva. Entre Jamata y Huasacache se coloca el Grau, a legua y
media del Constitución. El Bolognesi No. 5 acampa en Chacahuayo. El batallón
de Guardias Nacionales Yanahuara No. 10 queda resguardando el portillo de
Chacahuayo.
Sábado 20 de octubre de 1883
– El Tratado de Ancón se firma en Lima, a las 9 y 45 de la noche. El gobierno
títere de Iglesias cede a Chile el departamento salitrero de Tarapacá. Los
territorios de Tacna y Arica quedan bajo la administración del enemigo por el
período de diez años, al cabo del cual un plebiscito decidirá a que nación deben
pertenecer.
– Validez del Tratado de Ancón es amenazada por la existencia del Gobierno
Provisorio de Arequipa (Gobierno García Calderón-Montero-Cáceres), el que
es reconocido de tiempo atrás por las principales potencias. La falta de
aceptación internacional del régimen de Iglesias pone en duda la vigencia del
Tratado de Ancón.
– Chile decide acelerar la caída del Gobierno Provisorio de García Calderón-
Montero. Su derrocamiento facilitaría obtener el reconocimiento internacional
para la Administración de Iglesias y, por ende, el reconocimiento del Tratado
de Ancón y de la cesión territorial de Tarapacá.
Domingo 21 de octubre de 1883
– En su avance hacia Arequipa, el ejército chileno ocupa sin oposición los
pueblos de Moromoro, Omate y Conlaque, evidenciando que intentará atacar la
Ciudad Blanca por la vía de Puquina.
– Preocupación en el ejército chileno por el número de fuerzas peruanas
presentes en las alturas de Huasacache y por las defensas naturales de la
posición. El enemigo considera las alturas de Huasacache como casi
inexpugnables.
Lunes 22 de octubre de 1883
– A las tres de la mañana, cuatrocientos soldados chilenos de infantería, cien
de caballería y una pieza de artillería salen de Moromoro con el fin de ejecutar
una maniobra de demostración y reconocimiento de las alturas de Huasacache.
A las seis de la mañana llegan al pie de las alturas de Huasacache.
– A las seis y media de la mañana, el invasor chileno inicia el difícil ascenso a
Huasacache, el que detienen dos horas después, habiendo subido tres cuartas
partes de la cuesta y estando todavía a tres mil quinientos metros de las
posiciones peruanas. Éstas responden la maniobra con fuego de fusilería y
artillería, sin causar bajas al enemigo por la enorme distancia existente. Los
chilenos regresan al pie de la cuesta de Huasacache, a la que llegan a las nueve
y media de la mañana.
– Maniobra adicional de demostración y reconocimiento ejecutada por
doscientos soldados de caballería del ejército chileno que se desplazan hacia
Huasacache.
– César Canevaro, General en Jefe de las fuerzas peruanas, inspecciona las
alturas de Huasacache y presencia el reconocimiento chileno. En forma
terminante ordena defender las posiciones, y parte a Arequipa para disponer el
envío del resto del ejército de línea y batallones de la Guardia Nacional que
estuvieran acuartelados.
– El general Canevaro comunica al coronel Godines, mediante un expreso, que
el Bolognesi No. 5 iniciaría la marcha a Huasacache a las dos de la mañana del
domingo 23. El retraso en la salida del citado batallón se debió a un pedido del
coronel Julio Jiménez, su primer jefe. Jiménez indicó que con el fin de evitar
bajas prematuras en el Bolognesi debido a que las primeras horas de la noche
eran muy oscuras y el camino era tortuoso, era preferible iniciar la marcha a
las dos de la mañana, hora en que salía la luna.
– Hasta las seis de la tarde el enemigo chileno continúa practicando diversos
reconocimientos de Huasacache.
– A las diez de la noche, luego de las maniobras iniciales de demostración y
reconocimiento, los batallones chilenos Santiago, Rengo y Carampangue y dos
compañías del batallón Ángeles inician el ascenso de Huasacache con el fin de
asaltar la posición. El desplazamiento sólo es detectado por los defensores
peruanos a las cuatro y media de la mañana del martes 23.
Martes 23 de octubre de 1883
– A las dos de la mañana, el batallón Bolognesi No. 5 parte de Chacahuayo con
rumbo a Huasacache a fin de reforzar al Constitución No. 6.
– A las tres de la mañana, empieza a subir la cuesta de Huasacache el 4to. de
Línea y otras dos compañías del batallón enemigo Ángeles.
– A las cuatro de la mañana las cinco piezas de artillería chilena inician su
desplazamiento hacia Huasacache.
– A las cuatro y media de la mañana, trescientos efectivos chilenos,
integrantes de la primera división, coronan las alturas de Huasacache, a la
derecha de las posiciones peruanas.
– A las cinco de la mañana, y en respuesta a la incursión de los trescientos
soldados enemigos, el batallón Constitución No. 6 abandona precipitadamente
las alturas de Huasacache. Su comandante, el coronel de Infantería Francisco
Llosa, dispone el repliegue. Ganado por el pánico, Llosa aduce que fue rodeado
por más de cuatro mil chilenos y que no se percató de la maniobra sino hasta
aclarar el día. Se desplaza en dirección del batallón Grau No. 3, ubicado a algo
más de una legua de distancia. El Grau está comandado por su hermano, el
también coronel de Infantería Germán Llosa.
– A las cinco de la mañana, el batallón de refuerzo Bolognesi No. 5 llega al
campamento del batallón Ayacucho, en las alturas de Jamata. Inmediatamente
continúa su marcha hacia Huasacache para apoyar al batallón Constitución.
– A las cinco de la mañana, parte en dirección a las alturas de Huasacache la
caballería enemiga, compuesta por los escuadrones Cazadores a Caballo, Las
Heras y General Cruz.
– A las ocho de la mañana el Constitución se encuentra con el Grau. A esa
misma hora, el batallón de refuerzo Bolognesi da alcance al batallón
Constitución.
– El coronel Francisco Llosa (Grau No. 3), y los comandantes Gómez (Húsares
de Junín) y Caballero (jefe de la Artillería) informan al coronel Godines que los
chilenos, además de controlar las alturas de Huasacache, ya habían pasado por
la Apacheta y se dirigían a Puquina y Chacahuayo.
– Al desertar sus posiciones en las alturas de Huasacache y permitir el paso de
los chilenos por la Apacheta de las alturas de Huasacache, los hermanos Llosa
hacen fracasar el plan del Gobierno de Montero para enfrentar a los invasores.
El coronel José Godines ordena el repliegue del Grau, Bolognesi y
Constitución, la Artillería y los cincuenta Húsares. Comunica al Ayacucho lo
ocurrido y dispone su retirada.
– Nacidos en Arequipa y miembros de una familia acomodada, los hermanos
Llosa tenían conocimiento de tiempo atrás del rechazo de las clases dirigentes
a la realización de una batalla en la misma Ciudad Blanca. Al permitir el paso
del enemigo chileno con rumbo a Puquina, los Llosa no arriesgaron la vida y
determinaron en la práctica que no se produjera la Batalla de Arequipa.
– En la Ciudad Blanca, desconociendo el abandono de las posiciones de los
coroneles Francisco y Germán Llosa, y tras escuchar el informe del general
César Canevaro, el Consejo de Ministros acuerda defender las posiciones de
Huasacache, Jamata y demás puntos de los distritos de Omate y Puquina. Se
ratifica en la necesidad de impedir el avance del enemigo por Puquina hacia la
ciudad. Decide que se establezca el Cuartel General en el mencionado pueblo,
el que será reforzado por dos batallones a enviarse desde Arequipa. Asimismo,
declara a Arequipa en estado de sitio, en vigencia la Ley Marcial, y dispone el
levantamiento de murallas y cavado de trincheras para una posible última
defensa en la ciudad.
– En intervención en la sesión del Consejo de Ministros que evidencia serias
dudas sobre la voluntad de lucha de las fuerzas peruanas, el Ministro de
Hacienda solicita que las trincheras sólo comiencen a levantarse en los últimos
momentos, puesto que de no ser así, las tropas desertarían las posiciones de
Huasacache y regresarían a la ciudad para colocarse detrás de las murallas y
trincheras.
– A las seis de la tarde, el enemigo llega a Puquina.
– Alarma en Arequipa al saberse la fuga de las tropas peruanas de las alturas
de Huasacache. El pánico se generaliza al conocerse que los batallones
regresaban a Arequipa y que probablemente tendría que librarse batalla en las
goteras (alrededores) de la ciudad.
– En Lima, el títere chileno Miguel Iglesias ingresa al Palacio de Gobierno.
Dirige una proclama en la que pide a los líderes, ejército y pueblo de Arequipa
no combatir al invasor chileno.
Miércoles 24 de octubre de 1883
– Acuerdo del Concejo Provincial de Arequipa pidiendo al Gobierno Provisorio
del Vicepresidente Montero impedir que el combate contra los chilenos se libre
en la ciudad “para evitar las terribles consecuencias que esto pudiera acarrear a
la población”.
– Montero contesta a la comisión del Concejo Provincial que lo visita que
“comprometería la ciudad si tal cosa fuera necesaria para defender la dignidad
y la honra del Perú”.
– En Arequipa, el Vicepresidente Montero dispone la formación de un Consejo
de Guerra con los jefes y oficiales de los batallones de la Guardia Nacional que
obedecen la orden de acuartelamiento. Desea conocer sus impresiones sobre la
guerra. Los asistentes a la Junta se manifiestan en forma favorable a librar
batalla en defensa de la ciudad.
Al abandonar los altos de Huasacache, los coroneles Llosa permitieron el libre
pase a Arequipa del enemigo chileno.
Haga clic sobre la imagen para ampliarla en una nueva ventana.
Jueves 25 de octubre de 1883
– El General en Jefe César Canevaro constata que los civiles integrantes de la
Guardia Nacional eluden presentarse a los cuarteles, no pudiendo contarse ni
con dos mil hombres para la defensa de Arequipa.
– Sesión del Consejo de Ministros en que se informa que la Guardia Nacional
tiene escaso personal acuartelado. Al no acudir al acuartelamiento, la mayoría
de los integrantes de la Guardia Nacional expresa implícitamente que no desea
combatir.
– La clase alta de Arequipa y la mayoría del vecindario son partidarios del
retiro del ejército de línea. Se comunica que el Concejo Provincial ha pedido no
comprometer a la ciudad con una batalla.
– En vista de estos desarrollos, el Consejo de Ministros acuerda la retirada
hacia Puno del ejército de línea y de los batallones de la Guardia Nacional de
Arequipa que deseen ir voluntariamente. La retirada permitiría continuar la
resistencia con el apoyo de fuerzas bolivianas, o seguir sobre el Cusco y
Apurímac para unirse con el ejército del general Cáceres. Las fuerzas
gubernativas llevarán todo el material de guerra para evitar que caiga en
manos del enemigo, al ingresar éste a Arequipa.
– Vicepresidente Montero dispone la formación de un Consejo de Guerra en
Paucartambo para recibir las impresiones de los comandantes generales de
división y de los primeros jefes de cuerpo del ejército de línea y de la Guardia
Nacional sobre la posibilidad de librar batalla en Arequipa. Votan por
presentar combate los coroneles Simón Soyer, Pedro de Ugarteche y Julio
Jiménez. Los demás participantes indican que la resistencia sería estéril si el
pueblo de Arequipa no ayudaba al ejército.
– En el segundo Consejo de Guerra, el Vicepresidente Montero, el general
Canevaro y el coronel Belisario Suárez aseguran que la mayor parte del pueblo
de Arequipa se resiste a combatir. El general Canevaro afirma que es ostensible
y notorio el decaimiento de los ánimos y que ese día, al presentarse en los
cuarteles de la Guardia Nacional, no encontró ni doscientos ciudadanos en
cada uno de ellos.
– El Vicepresidente Montero informa que ha recibido una nota del general
José M. Rendón, ministro de Guerra de Bolivia, en la que informa que, por
órdenes del gobierno de ese país, las fuerzas bajo su comando y acampadas en
Puno –el batallón Chocolpe y el regimiento de caballería Bolívar– debían
regresar a Bolivia.
– Luego de escuchar los diversos informes y opiniones, el Vicepresidente
Montero dispone el cumplimiento del acuerdo del Consejo de Ministros de
ejecutar la retirada hacia Puno del ejército de línea y de los batallones de la
Guardia Nacional de Arequipa que deseen ir voluntariamente.
– En reunión en la Plaza de Armas, el Vicepresidente Montero trata con el
pueblo la retirada del ejército. Los escasos asistentes al mitin objetan la
decisión del Consejo de Ministros, rechazan las explicaciones sobre la causa y
objetivo de la retirada, y acusan al gobierno de traición. Afirman que Montero
se propone desarmar al pueblo para hacer imposible la defensa de la ciudad.
– Sublevación del Batallón No. 7 de la Guardia Nacional, bajo las órdenes del
abogado y político arequipeño coronel de Guardias Nacionales Luis Llosa Abril,
hermano de Francisco y Germán Llosa. Inicialmente, la rebelión es secundada
por el Batallón No. 9 y luego por los demás batallones de la Guardia Nacional.
– En la tarde, manifestantes asaltan la estación del ferrocarril donde se guarda
parte del material de guerra para la defensa de la ciudad, se apoderan del
armamento, y se incorporan a la sublevación.
– Grupos armados del pueblo recorren la ciudad haciendo disparos al aire.
– A las seis de la tarde, el ejército de línea regresa a Arequipa, se mantiene en
orden, y no se pliega al alzamiento de la Guardia Nacional.
– El Vicepresidente Montero intenta restablecer la calma y se desplaza a los
cuarteles de los batallones amotinados de la Guardia Nacional. A pesar de las
manifestaciones de aprobación recibidas en estas reuniones, la comitiva es
tiroteada al término de las visitas, falleciendo varios oficiales y soldados de su
escolta. El mismo Vicepresidente estuvo a punto de morir cuando una bala
atravesó su quepí, lo que prueba que los amotinados buscaban eliminar a
Montero y con él al régimen que presidía.
– El desorden es general e incontenible. Montero tiene dos opciones: usar al
ejército de línea para combatir en lucha fratricida el alzamiento de la Guardia
Nacional –lo que permitiría el fácil ingreso de los chilenos a Arequipa– o
abandonar la ciudad a las fuerzas arequipeñas insurrectas. Montero decide
abandonar la ciudad.
– Se dispone que los coroneles Germán Llosa y Julio Jiménez, comandantes
de los batallones Grau y Bolognesi, ocupen con sus tropas el puente de Sumbay
en preparación de la retirada del ejército hacia Puno. Los coroneles Llosa y
Jiménez se niegan a cumplir las órdenes y permanecen en Arequipa.
– Motejado de cobarde y traidor, cae asesinado a balazos Diego Butrón,
Teniente Alcalde del Concejo Provincial de Arequipa, quien presidió la
comisión que comunicó al Vicepresidente Montero el acuerdo del Municipio
pidiendo que no se librara batalla en la ciudad.
– Durante la noche continúan violentos tiroteos en diferentes vecindarios de
Arequipa.
Viernes 26 de octubre de 1883
– A la una y media de la madrugada, el Vicepresidente Montero y principales
autoridades del Gobierno Provisorio abandonan Arequipa tras la sublevación
de la Guardia Nacional y el amotinamiento de sectores del pueblo. El Gobierno
Provisorio García Calderón-Montero-Cáceres, régimen que no reconocía los
actos del títere chileno Miguel Iglesias, ha sido derrocado.
– Gracias a tan singular golpe de estado, Chile ve facilitado el reconocimiento
internacional del régimen de Iglesias y de su principal acto y razón de existir, el
Tratado de Ancón. Sólo fueron necesarias las maniobras y movimientos de mil
trescientos invasores en Huasacache, el sábado 22 y domingo 23 de octubre,
para que Arequipa se entregara sin combatir.
– Alrededor de cien cadáveres de peruanos, abaleados por otros peruanos,
yacen en las calles de la Ciudad Blanca, producto de la sublevación de la
Guardia Nacional de Arequipa.
– Aumentan los tumultos y violentos tiroteos en diferentes vecindarios de
Arequipa.
– A las siete de la mañana se reúne el Concejo Provincial de Arequipa y nombra
una comisión que debe visitar al comandante de las fuerzas chilenas para
rendir la plaza.
– Alcalde de Arequipa Armando de la Fuente comunica al Cuerpo Consular que
la ciudad se halla desocupada y que no ofrecerá resistencia alguna al enemigo.
Suplica al Cuerpo Consular que solicite al invasor chileno las garantías
necesarias para el vecindario.
– A las ocho de la mañana parte la comisión del Concejo Provincial en busca
del comandante de las fuerzas invasoras. Regresa a las seis de la tarde sin
haber podido entrevistarse con el jefe chileno que se encontraba aún en
Puquina. Se solicita al Cuerpo Consular se ponga en contacto con el jefe
chileno.
Domingo 28 de octubre de 1883
– A las diez y media de la mañana, se presentan ante las avanzadas de los
invasores en Chacahuayo dos parlamentarios con la nota del Cuerpo Consular
en que se comunica que el Alcalde del Concejo Provincial ponía la ciudad de
Arequipa a disposición del comandante de las fuerzas chilenas. Son llevados a
Puquina donde entregan la nota al comandante invasor José Velásquez.
– El jefe chileno comunica que recibirá la rendición de Arequipa en el pueblo
de Paucarpata, el 29 de octubre de 1883, a las doce del día.
– A las dos de la tarde las avanzadas chilenas parten con rumbo a Tambo,
donde pasan la noche.
– Carta oficial enviada desde Puno por el Vicepresidente Montero haciendo
entrega del mando al Segundo Vicepresidente, General Andrés Avelino
Cáceres.
Lunes 29 de octubre de 1883
– A las seis de la mañana, los cuerpos de vanguardia del ejército chileno salen
de Tambo en dirección a Pocsi.
– A las ocho de la mañana, el invasor llega a Pocsi y encuentra el pueblo
completamente desierto. A las nueve y media de la mañana deja Pocsi con
rumbo a Mollebaya.
– Llena de banderas blancas, Mollebaya recibe a las avanzadas chilenas con
temor, pero con los brazos abiertos. Mujeres del lugar sirven chicha de jora,
pan y carne y entregan ramos de flores a las tropas invasoras. Durante toda la
permanencia del enemigo las campanas de la iglesia no cesan de repicar.
– A las once de la mañana ingresa a Arequipa una corta avanzada de jinetes
chilenos que debe salir inmediatamente de la ciudad por temor a reacciones
adversas de la población.
– A las doce del día, en Paucarpata, la delegación del Concejo Provincial y los
miembros del Cuerpo Consular de Arequipa se reúnen con el jefe invasor en
conferencia que dura tres horas.
– A las tres de la tarde, en Paucarpata, se suscribe el Acta de Rendición de
Arequipa al ejército chileno. El documento es firmado por las autoridades
municipales, vecinos notables de la ciudad y representantes del Cuerpo
Consular.
– A las cinco de la tarde los invasores llegan a Characato. Desde instantes antes
de su ingreso las campanas de la iglesia son echadas al vuelo. La población
cubre de flores a los genocidas chilenos.
– A las cinco y media de la tarde los invasores entran a Sabandía, villa en
ruinas y desierta como resultado del terremoto del primero de octubre de 1883.
– A las seis de la tarde ingresa a Arequipa el comandante invasor José
Velásquez y una pequeña comitiva. Se alojan en un hotel de la ciudad.
– A las seis de la tarde el enemigo entra a Paucarpata, donde se repiten las
vergonzantes escenas de Mollebaya y Characato. A las seis y media de la tarde
el contingente chileno parte rumbo a la ciudad de Arequipa.
– A las siete y media de la noche los mil trescientos efectivos chilenos llegan a
los suburbios de Arequipa. Son formados en filas de a dos, con la finalidad de
dar la impresión que su cantidad es mayor a la real y evitar que los arequipeños
intenten atacarlos al percibir que se habían rendido ante un ejército diminuto.
– A las nueve de la noche, fuerzas de la primera división del enemigo chileno
ingresan a la Ciudad Blanca.
– Los invasores pasan la noche en la Plaza de Armas y al abrigo de los portales.
No son molestados en su sueño por ninguno de los heroicos e invencibles
arequipeños. Por el contrario, desde esa noche los mistianos velan por la
seguridad de los genocidas chilenos y les aseguran una grata estadía en la
Ciudad Blanca.

Mapa de la zona sur de la provincia de Arequipa mostrando la ubicación de Quequeña y Pocsi


Mapa de Mariano Felipe Paz-Soldán.- Haga clic sobre la imagen para ampliarla en una nueva ventana.
7. La invención de la “batalla” de Quequeña: Intento de ocultar la
vergonzosa rendición de Arequipa
“Ni el pueblo de Quequeña ni el de Yarabamba tomaron parte en este
lamentable suceso... la reyerta entre varios jóvenes, vecinos del pago de
Buenavista, y el piquete de soldados chilenos”.
Testimonio de Emeterio Retamoso. Cura peruano de la parroquia de Pocsi,
Arequipa. Arequipa, 28 de noviembre de 1883. (Muñiz 1909, 457)
El 22 de noviembre de 1883, alrededor de las nueve de la noche, dos invasores
chilenos ‒el soldado Juan Fernández y el sargento Francisco Román‒ fueron
ultimados a garrotazos durante una reyerta con unas diez personas en un
corralón del pueblo arequipeño de Quequeña. Según denunció el comando
chileno, los cadáveres de Román y Fernández fueron “horriblemente
mutilados” (Ahumada 1891, VIII: 392). El uniformado sureño Francisco
Valdevenito logró escapar con heridas en un brazo y en una mano.
Los tres chilenos formaban parte de una patrulla enviada por el estado mayor
de los invasores con el fin de “recoger el armamento que había pertenecido al
ejército y Guardia Nacional peruana”. En esta tarea, los chilenos contaron con
la colaboración de varios arequipeños: el teniente gobernador de Pocsi, dos
capataces, y algunos arrieros de la zona (Ahumada 1891, VIII: 392).
Esta reyerta, producida en Quequeña el 22 de noviembre de 1883, ha sido
elevada por algunos arequipeños a la categoría de “batalla” tratando de borrar
la vergüenza histórica de no haberse enfrentado a los chilenos y haber rendido
cobardemente su ciudad al enemigo, sin haberlo combatido, a pesar de contar
con las armas para poder hacerlo.
7.1 Los sucesos de Quequeña y Yarabamba
El 29 de octubre de 1883, cuando los chilenos ocuparon a la rendida
Arequipa, salieron de Pocsi a Quequeña, en busca de ganado y forraje, el
soldado enemigo Juan Fernández y un colaboracionista arequipeño. En el
camino, el soldado Fernández ‒ladrón al fin, como buen invasor chileno‒
le robó el reloj al peruano Mariano Linares.
Semanas después, el oficial enemigo Ramón Villonta acompañado de dos
sargentos, dos soldados y dos capataces, fueron enviados a Pocsi con la
finalidad de “recoger el armamento que había pertenecido al ejército y Guardia
Nacional peruana”. La patrulla chilena estuvo en Piaca y en Polobaya, donde
las armas le fueron entregadas por solícitos arequipeños ‒pacíficos todos
ellos‒ que no querían saber nada de fusiles ni de municiones. En las
localidades visitadas los chilenos se embriagaron y cometieron una serie de
desmanes: golpearon, robaron, violaron y prendieron fuego a las poblaciones.
Por la noche, los invasores chilenos regresaron a Pocsi (Quiroz 1988, 150).
El 21 de noviembre de 1883 los invasores se presentaron en Quequeña, donde
se dedicaron a recoger el armamento peruano.
El 22 de noviembre, el oficial chileno Ramón Villonta se trasladó a Yarabamba
convidado a participar en una fiesta del pueblo. Ése mismo día, a las cuatro de
la tarde, el soldado chileno Juan Fernández se presentó en Yarabamba en
busca de licor y sexo. Intentó vejar a una insana quien se negó a los
requerimientos del invasor. Ante la respuesta de la mujer, Fernández amenazó
con matarla de un balazo.
Mariano Linares y algunos amigos, todos ellos vecinos del pago de Buenavista
y concurrentes a la fiesta de Yarabamba, observaron la escena e intervinieron
en defensa de la pobre mujer. Es en ese momento que Linares reconoció a
Fernández como el ladrón que semanas antes le había arrebatado el reloj.
Exigió al chileno que devolviera lo robado a lo que el invasor se negó. Fue
entonces que Linares y su grupo golpearon a Fernández, despojándolo de sable
y fusil. El soldado chileno fugó con rumbo a Quequeña.
Llegado a Quequeña, Fernández informó sobre los hechos. El mando chileno
ordenó el regreso de Fernández a Yarabamba con el fin de detener a los
peruanos que lo habían golpeado. Acompañado de dos efectivos chilenos,
Fernández regresó a Yarabamba. Pasaron por el caserío de Buenavista, donde
no encontraron a Linares pero si se tropezaron con uno de sus amigos, el joven
Andrés Herrera, a quien torturaron brutalmente. Los gritos del joven Herrera
fueron escuchados por Mariano Linares y el grupo de amigos que horas antes
había desarmado a Fernández en Yarabamba. Dispararon contra Fernández y
los otros dos chilenos, ataque que fue respondido por los invasores.
Tras algunos minutos los invasores fugaron en dirección a Quequeña,
perseguidos por Linares y sus amigos. Tras darles el alcance en Quequeña, los
jóvenes peruanos dieron muerte a Juan Fernández y al sargento Francisco
Román. En la reyerta también murió un peruano, quedando heridos dos
jóvenes. Linares y sus amigos huyeron de la zona a fin de evitar ser capturados
por el ejército invasor. Eran las nueve de la noche del 22 de noviembre de
1883.
Al día siguiente, 23 de noviembre, el oficial chileno Villonta regresó a
Quequeña procedente de la fiesta en Yarabamba, ignorante de los sucesos de la
noche anterior.
7.2 La criminal represión del enemigo chileno
El 23 de noviembre de 1883, dos oficiales chilenos llegaron a Quequeña
procedentes de Arequipa. Obtuvieron de los pobladores información sobre los
hechos y sobre los responsables del asesinato de Fernández y Román. Así fue
que averiguaron los nombres de los integrantes del grupo que fugó tras atacar a
los tres chilenos.
Al día siguiente, a las nueve de la mañana, un destacamento chileno llegó a
Quequeña con sesenta prisioneros peruanos a quienes habían capturado
en Yarabamba y en la propia Quequeña. De ellos escogieron a 26 infortunados
a quienes acusaron de “cómplices en el atentado puesto que no lo evitaron
pudiéndolo”. Seis de los prisioneros fueron condenados a muerte por
fusilamiento y los otros veinte a la pena de flagelación con cien azotes. La
sentencia fue ejecutada el mismo día, es decir el 24 de noviembre de 1883.
Las acciones de los rufianes chilenos en Quequeña constituyeron brutalidades
que deben adicionarse a la larga lista de fechorías cometidas por los sureños en
el Perú. Los ejecutados y flagelados por orden del tribunal militar chileno no
eran soldados peruanos, no estaban armados, no opusieron resistencia a su
captura y ‒lo que es fundamental‒ no habían sido los atacantes de los soldados
chilenos.
Ya se ha indicado que por la información obtenida el día 23, los invasores se
enteraron de los nombres de Mariano Linares y de los implicados en el ataque
del día 22, quienes se dieron a la fuga y no fueron habidos. Se deduce entonces
que los chilenos eran conscientes que los condenados a fusilamiento y
flagelación eran inocentes por no haber sido ellos quienes asesinaron
a Fernández y Román.
Ciudadanos peruanos inocentes, fusilados por el enemigo chileno
en Quequeña, Arequipa, 24 de noviembre de 1883
1. Liborio Linares 2. Manuel B. Linares 3. Ángel Figueroa 4. Luciano Ruiz, 5.
Juan de Dios Acosta 6. José Mariano Ávila
Ciudadanos peruanos inocentes que recibieron cien azotes del
enemigo chileno en Quequeña, Arequipa, 24 de noviembre de 1883
1. Máximo Villanueva. 2 Juan Flores . 3 Lino Flores . 4 Félix Arenas 5.
Martín Lira 6. Mariano Pontiga 7. Pablo Chacón 8. Mariano Linares 9.
Mariano Quispe 10. Manuel Rivera 11. Mariano Oportus 12. Feliciano
Zamudio 13. juan Álvarez 14. José M. Málaga 15. Mateo Rosa 16. Maríano
Arenas 17. Samuel Flores 18. Mauricio Cornejo 19. Andrés Oportus 20.
Mariano Villanueva
Ciudadanos peruanos ausentes, condenados a muerte en
Quequeña, Arequipa, 24 de noviembre de 1883
1. Andrés Barrera 2. Mariano Linares 3. Federico Barrera 4. Nicanor
Rodríguez 5. Andrés Herrera 6. Cleto Málaga 7. Pablo Málaga 8. Casimiro
Arenas 9. Luciano Ponce 10. Juan Arenas
Informe de Emeterio Retamoso, cura de la parroquia de Pocsi, Arequipa, sobre los sucesos de Quequeña y
Yarabamba. Arequipa, 28 de noviembre de 1883 (Muñiz 1909, 457-459)

7.3 Análisis de los incidentes de Quequeña y Yarabamba Objetivo


del ataque de Mariano Linares y sus amigos de Buenavista
¿Fue el objetivo del ataque de Mariano Linares y su grupo de amigos de
Buenavista impedir el cumplimiento de la misión de recojo de armamento
peruano que había sido asignada a la patrulla chilena en Quequeña y Pocsi?
No, de ninguna manera. La patrulla chilena recogió el armamento que había
pertenecido al ejército y Guardia Nacional peruana con la colaboración
militante de las autoridades y de la ciudadanía arequipeña (Ahumada
1891, VIII: 392). Los pobladores de Quequeña entregaron al enemigo, gozosos
y contentos, los fusiles y municiones que se negaron a utilizar contra los
chilenos a fines de octubre de 1883. Más aún, los arequipeños de la zona
hicieron partícipes de sus fiestas a los invasores chilenos, como sucedió en
Yarabamba el 22 de noviembre de 1883.
Repitieron así la conducta pusilánime de los pueblos de Mollebaya, Characato
y Paucarpata, que en octubre de 1883 recibieron a los chilenos con repique de
campanas, embanderamiento general (con la bandera blanca), flores y
abundante chicha.
En ningún momento los arequipeños de Quequeña tuvieron la intención de
resistir o enfrentar con las armas al enemigo chileno.
Razones del ataque de Linares
¿Cuáles fueron las razones del ataque de Mariano Linares y su grupo de amigos
a la patrulla chilena en Quequeña?
Como ya se indicó en la descripción de los hechos, Mariano Linares y sus
amigos de Buenavista enfrentaron al soldado chileno Juan Fernández no por
ser enemigo u opresor del Perú sino porque el mencionado efectivo le había
robado el reloj a Linares. Adicionalmente, lo resistieron por haber intentado
sobrepasarse con una lugareña. Si el chileno Juan Fernández no hubiera
robado el reloj de Linares, o si no hubiera intentado violar a la mujer, no se
hubiera producido la reyerta de Quequeña.
La supuesta “batalla” de Quequeña
Algunos interesados han llegado a mencionar la realización de una supuesta
“batalla” de Quequeña. ¿Es cierto que hubo una batalla en Quequeña?
No hubo ninguna batalla en Quequeña.
No obstante, algunos arequipeños piensan que si se dio un combate en
Quequeña. Por ejemplo, Jorge Polar (1922, 83) escribió que “algunos vecinos
de Quequeña, agotado ya el sufrimiento, provocados por bárbaro castigo
impuesto por los chilenos a un niño, reuniéronse y atacaron el cuartel [sic] en
que se hallaban los soldados chilenos, resultando dos de estos muertos en el
combate y huyendo otro a Arequipa, a dar parte de lo ocurrido a sus jefes”.
El problema está en que en Quequeña ¡no existía ningún cuartel! Como lo
describió el periódico arequipeño La Bolsa y lo repitió el historiador
arequipeño Eusebio Quiroz Paz Soldán, los soldados chilenos que fueron
atacados por Linares y sus amigos del pago de Buenavista estaban hospedados
en “la casa [en Quequeña] de doña Eulalia Gutiérrez y donde
funcionaba una panadería. Por ello se salvaron [inicialmente] los
soldados escondiéndose en el horno” (Quiroz 1988, 151). Resulta ser
entonces que el supuesto “cuartel” de los soldados chilenos al que se refiere
Polar no era otra cosa que la casa-panadería de la señora arequipeña
Eulalia Gutiérrez (!).
La verdad es que los “honrados e inocentes” ciudadanos de Quequeña y
Yarabamba jamás intentaron resistir al enemigo chileno y menos aún con las
armas en la mano. Como declaró Emeterio Retamoso, cura de la parroquia de
Pocsi, seis días después de los hechos, “ni el pueblo de Quequeña ni el de
Yarabamba tomaron parte en este lamentable suceso” (Muñiz 1909,
457). El incidente al cual se refería el cura Retamoso fue la “reyerta entre
varios jóvenes, vecinos del pago de Buenavista, y el piquete de
soldados chilenos” (Muñiz 1909, 457).
Los únicos pobladores que atacaron a los soldados chilenos en Yarabamba y
luego en Quequeña fueron Mariano Linares y sus amigos del pago de
Buenavista. Lo hicieron no por oponerse a la presencia chilena en Arequipa
sino para enfrentar el robo del reloj de Linares y para castigar el intento de
violación de la pordiosera.
La reyerta de Quequeña
Si no hubo “batalla de Quequeña”, ¿cómo puede calificarse lo que sucedió en
ese pueblo el 22 de noviembre de 1883?
Como se mencionó en el punto anterior, el cura Retamoso de la parroquia de
Pocsi calificó como “reyerta”, el enfrentamiento entre el grupo de Mariano
Linares y los soldados chilenos (Muñiz 1909, 457).
Con bastante propiedad, Armando de la Fuente ‒el alcalde de Arequipa que
colaboró rastreramente con los ocupantes chilenos‒ calificó la “reyerta”,
el “desorden” o el “choque del 22 [de noviembre]” como los “desgraciados
acontecimientos” de Quequeña (Muñiz 1909, 460).
El historiador arequipeño Eusebio Quiroz Paz Soldán (1988, 129) se refirió a
los hechos llamándolos “los sucesos de Yarabamba y Quequeña”.
Tras estudiar objetivamente los incidentes y evaluar las descripciones citadas,
puede llegarse a la conclusión que lo sucedido en Quequeña fue una reyerta.
Carece de fundamento histórico tratar de elevar a la categoría de batalla algo
que sólo fue una gresca callejera de connotación policial.
¿Son héroes del Perú los fusilados de Quequeña?
Según el artículo primero de la Ley 24308, promulgada el 26 de septiembre de
1984 durante el gobierno del arequipeño Fernando Belaúnde Terry, los
fusilados de Quequeña y Yarabamba deben ser considerados “héroes
nacionales”, supuestamente por haber “ofrendado valerosamente sus vidas
defendiendo el honor y la dignidad de la Patria en horas cruciales de nuestra
historia”.
El grave problema de esta denominación es que los fusilados de Quequeña y
Yarabamba no cumplieron ninguna acción heroica. No realizaron ningún acto
extraordinario en servicio de la patria, producto de un esfuerzo eminente,
hecho con abnegación. Hombres que se abstuvieron de participar en la Guerra
del Salitre, nunca se mostraron interesados en defender el honor y la dignidad
del Perú, por lo que no presentaron resistencia al enemigo chileno y se
entregaron mansamente a sus verdugos. El cura Retamoso lo describió con
claridad: “ni el pueblo de Quequeña ni el de Yarabamba tomaron
parte en este lamentable suceso” (Muñiz 1909, 457). Sólo se dedicaron a
cultivar sus tierras, tarea en la que fueron apresados por el invasor sureño.
Luego de juicio sumario, los invasores los pusieron frente a un pelotón de
fusilamiento que dio rápida cuenta de ellos. Que fueron víctimas de la
brutalidad del enemigo chileno, sí, sí lo fueron, no cabe duda al respecto, pero
eso no los convierte en héroes, menos aún en “héroes nacionales”.
¿Son mártires del Perú los fusilados de Quequeña?
Los fusilados de Quequeña tampoco fueron mártires. No murieron luchando
por sus convicciones y tampoco defendieron ninguna causa específica. Como ya
se ha indicado, sólo aspiraban a trabajar sus tierras y vivir en paz. No les
interesó la guerra con Chile.
En igual sentido, Quequeña y Yarabamba no son “poblaciones mártires” como
las denomina sospechosamente el artículo segundo de la Ley 24308. Ambas
circunscripciones entregaron a los chilenos el armamento peruano que les fue
confiado para la defensa de Arequipa. Ambas poblaciones recibieron
amistosamente a los invasores y no los atacaron, llegando inclusive a compartir
con ellos en la fiesta de Yarabamba el 22 de noviembre de 1883.
Este ambiente de repugnante confraternidad fue roto por Mariano Linares y el
grupo de jóvenes de Buenavista que se enfrentaron a los tres soldados chilenos.
Sin embargo no lo hicieron para defender la dignidad de la patria sino para
obtener la devolución de un reloj robado.
Los fusilados de Quequeña, víctimas de uno de los tantos crímenes
perpetrados por Chile en el Perú
Entonces, si a los fusilados de Quequeña no puede llamárseles héroes ni
mártires, ¿qué es lo que fueron?
Los seis fusilados de Quequeña fueron víctimas de uno de los tantos crímenes
cometidos por los invasores chilenos en el Perú entre 1879 y 1883. Su
fusilamiento constituyó expresión de una de las brutalidades cometidas por el
enemigo contra la población civil de nuestro país durante la Guerra del Salitre.
Sentencia del Tribunal Militar chileno dictada en Quequeña, Arequipa, 24 de noviembre de 1883
(Ahumada 1891, VIII: 392-393)
Carta del Alcalde Armando de la Fuente al Comandante de las fuerzas chilenas de ocupación de Arequipa,
fechada en Arequipa el 30 de noviembre de 1883. (Muñiz 1909, 457-459) (Muñiz 1909, 457-459)
Tragicómico tenor de la Ley 24308 del 25 de septiembre de 1984:
Declaración de Héroes Nacionales de los fusilados de Quequeña

Visión general de Arequipa en 1865


Grabado: Paz Soldán 1865, No. 19, placa XLII

8. LA RENDICIÓN DE AREQUIPA ANUNCIADA DOS AÑOS Y MEDIO ANTES EN


EL DISCURSO DEL DERROTISTA AREQUIPEÑO BELISARIO LLOSA Y RIVERO
Derrotista arequipeño Belisario Llosa y Rivero, profesor de Literatura de la Universidad de
Arequipa (Arequipa 1857 - Arequipa 1900).

Era de la idea que continuar la guerra con Chile equivalía a suicidarse. En abril
de 1881 argumentó que el Perú era un pueblo indefenso y que debería
someterse al vencedor.
El 20 de abril de 1881, tres meses después de las Batallas de San Juan y
Miraflores y dos años y medio antes de la rendición de Arequipa sin combatir,
los genocidas chilenos ocupaban la capital, Tarapacá, Arica y otras áreas del
país. En esas circunstancias, los peruanos escucharon desde Arequipa la voz de
la cobardía propalando el mensaje de derrota.
Leyendo el Discurso de Apertura del Año Académico de la Universidad de
Arequipa, Belisario Llosa y Rivero, veinticuatro años de edad, profesor de
Literatura de ese centro de estudios, lanzó la consigna derrotista y proclamó
que continuar la guerra con el invasor del sur equivalía a suicidarse. Según el
señorito Llosa, el Perú era un pueblo indefenso que “debería someterse al
vencedor” y procurar “alcanzar la paz lo antes y lo menos mala posible”. El
inexperto abogado advirtió que cometerían “delito de lesa infidelidad contra la
patria los ciudadanos armados o desarmados que resistan al enemigo sin la
certidumbre, o por lo menos, la poderosa probabilidad de ventajoso éxito”.
Me parece estar escuchando al arequipeño Belisario Llosa: ¡Qué resistencia,
qué Cáceres, qué Breña, ni qué ocho cuartos! ¡Cojudeces, señores, cojudeces!
¡La rendición se impone. Rendición inmediata, total, sin condiciones!
La alocución de Llosa –presentada en cincuenta y siete secciones– se tituló La
verdadera situación y aspiraciones del Perú después de la toma de
Lima, y sirvió para que su autor lanzara un encendido mensaje en favor de la
necesidad absoluta de suscribir la paz con Chile, aceptando las condiciones
impuestas por la nación del sur.
Ante la algarabía de los genocidas del sur por semejante propuesta, Belisario
Llosa efectuó una prolongada descripción de los males que en su opinión
habían pasado a formar parte constitutiva del Perú y que explicaban su fracaso
militar ante Chile. Afirmó que Perú fue el supuesto “hijo mimado de la
indolente España”, y que sus habitantes, perezosos por naturaleza, “se dieron a
vivir como príncipes”.
Igualando el estilo de vida de la burguesía comercial, sus abogados, altos
funcionarios públicos y comandantes militares, con las paupérrimas
condiciones de subsistencia de la mayoría de la nación, Llosa afirmó que el
Perú había devenido en una nación corrupta, poblada por “innumerables
ociosos y flojos”, pobres y ricos, jóvenes y viejos, acostumbrados todos a
“dormir mucho y levantarse tarde”. El país se encontraba abrumado por
“nuestra pereza de sesenta años”, molicie iniciada con la proclamación de la
independencia en 1821. El “ocio y la dejadez” generaban “desórdenes y
disipaciones” y penetraban todas las clases sociales, entre las que Llosa incluyó
a militares, sacerdotes, ricos y clase media. Como expresión de los problemas
nacionales, mencionó también al periodismo corrupto y a las escasas empresas
y bancos del país.
Si bien Llosa efectuó una descripción de los “males nacionales”, cuando se
busca su explicación causal o el sustento de la propuesta, el discurso del
catedrático arequipeño se muestra superficial, libresco e incompleto, sólo
atinando a acudir al factor racial. Para Llosa, la ociosidad se explicaba en parte
por las características raciales del país. Aseveró que el “peruano de raza pura”
provenía de una “extraña” mezcla de razas, en la que participaron la impetuosa
“raza árabe”, la floja “sangre goda”, y la raza indígena “fría, tímida e indolente”.
Según Belisario Llosa, siendo el principal problema de los peruanos la aversión
a laborar, la “regeneración’ del país provendría del “ángel del trabajo que,
quitando de sobre el cuerpo del Perú, la pesada lápida de nuestro pasado, lo
haría surgir de entre los muertos, como al mártir belemita, en resurrección
feliz, imperecedera y gloriosa”. La solución al problema consistía en que los
peruanos “nos hagamos honrados, económicos y laboriosos”. En una palabra,
los peruanos, ociosos por naturaleza, deberíamos dejar de serlo y dedicarnos a
trabajar. Sin embargo, trabajar no era posible de mantenerse la ocupación
chilena del Perú. De ahí la necesidad de rendirse al enemigo, rápida y
totalmente, sin condiciones, para que luego de obtener la “paz” chilena el país
pudiera “regenerarse por el trabajo”.
8.1 La ideología del derrotismo en Belisario Llosa y Rivero
La recomendación derrotista de Belisario Llosa y Rivero apareció como la gran
conclusión de su discurso, en la sección 52 del mismo. Las palabras derrotistas
de Belisario Llosa y Rivero, pronunciadas en abril de 1881, fueron bastante
similares a las que aparecieron en el artículo ¿Qué hacemos? escrito por el
derrotista Mariano Bolognesi dos meses antes. Como si fuera un simple
desarrollo del artículo de Bolognesi, el Discurso de Llosa en la inauguración
del Año Académico de la Universidad de Arequipa hace evidente que desde dos
años y medio antes de la rendición de Arequipa sin combatir, en octubre de
1883, las clases dominantes de la Ciudad Blanca no querían arriesgar el pellejo
en batallas contra los chilenos. Habían sido ganadas por el desaliento,
circulando entre ellas la opinión mayoritaria de someterse a la voluntad de
Chile.
Por ello, los grupos de poder político y económico de la Ciudad Blanca
estuvieron interesados en transmitir la consigna derrotista envuelta en el
manto justificador de la denuncia de los males nacionales, de los que,
paradójicamente, Arequipa quedaba excluida, a pesar de ser una ciudad
escenario de motines y sediciones diversas, de negociados de ferrocarriles, y de
planillas de sueldos burocráticos financiadas con los recursos del guano y el
salitre.
Puede deducirse así la razón de “la imprevista indisposición del profesor
encargado de dirigir la palabra en el solemne día de la instalación de las
labores de la Universidad”. Si la perspectiva derrotista no hubiera sido la
preponderante entre los sectores dirigentes de Arequipa, éstos no hubieran
permitido la lectura de un discurso en el que se recomendaba explícitamente la
capitulación ante el enemigo. Cumpliendo los designios de la oligarquía y
plutocracia arequipeñas, el ignoto orador fue reemplazado por un Belisario
Llosa que usó la oportunidad para divulgar un estudiado mensaje derrotista, de
inspiración chilena, que por su contenido y extensión no hubiera podido
escribirse de la noche a la mañana.
El derrotismo de Belisario Llosa y Rivero

8.2 El enemigo chileno usó del discurso derrotista de Belisario


Llosa
La propaganda chilena utilizó el discurso de Belisario Llosa para atacar al Perú.
Por ejemplo, el publicista sureño Anselmo Blanlot Holley en su obra de
1910 Historia de la paz entre Chile y el Perú 1879-1884 afirmó que no era
verosímil “suponer que Llosa calumniara a su patria en momentos de la mayor
tribulación”. Los conceptos vertidos por el catedrático arequipeño sirvieron
para que Chile pregonara por el mundo que el Perú era un país cuyos
habitantes eran reacios al trabajo.

Propagandista chileno Blanlot Holley cita al derrotista Llosa. (Blanlot Holley 1910, 74, 78-79)

8.3 Basadre y el discurso de Belisario Llosa


Escribiendo sobre el discurso de Belisario Llosa en la Universidad de Arequipa,
Jorge Basadre afirmó que “la historia del Perú debe preservar del olvido esta
pieza oratoria” (Basadre VIII-364). Expuso como razón que “Llosa, varios años
antes de González Prada, hizo una acerba condena de la historia republicana
como causa de la derrota y de la humillación en la guerra con Chile”.
Puede coincidirse con la apreciación de Basadre respecto a que el discurso de
Llosa fue una muestra importante de la literatura de la traición que floreció
durante los años de la ocupación chilena. Sin embargo, como denuncia de los
graves problemas acumulados por el Perú a lo largo de sus sesenta años
iniciales de república independiente, la pieza oratoria de Llosa fue antecedida
por el Romance Contemporáneo sobre el Perú, escrito por Fernando Casós, y
publicado en París en 1874.
Debe anotarse que Basadre guardó silencio respecto al aspecto derrotista de la
propuesta de Llosa, presentando al catedrático arequipeño sólo “planteando la
necesidad inmediata de un tratado con Chile”. Basadre no mencionó los
argumentos de Llosa que el Perú se suicidaría si proseguía la guerra, que
debería someterse al vencedor, y que los luchadores de la resistencia
cometerían delito de lesa infidelidad por enfrentarse a los chilenos sin la
certidumbre o poderosa probabilidad de éxito.
8.4 La caída de Lima no significó el término de la guerra
Los chilenos supusieron que luego de la caída de Lima tras las Batallas de San
Juan y Miraflores, el 13 y 15 de enero de 1881, el Perú había sido totalmente
derrotado. Pensaron que el Conflicto del Salitre había llegado a su fin y que
sería cuestión de esperar algunos días, o a lo más algunas semanas, para firmar
un tratado de paz en el que el Perú cedería a Chile el riquísimo territorio
salitrero de Tarapacá y las provincias de Arica y Tacna, objetivo final de la
guerra de conquista imperialista iniciada en 1879 por el enemigo del sur.
Cuál sería la sorpresa de los genocidas cuando constataron que el dictador
Nicolás de Piérola, tras escapar de la capital por la vía de la sierra, organizaba
en el interior del país la resistencia contra el invasor y se declaraba contrario a
la cesión territorial como condición para la suscripción de un tratado de paz.
Siendo esta posición inaceptable para los asaltantes del sur, el 22 de febrero de
1881 hicieron saber que desconocían la autoridad de Piérola, que ellos no
negociarían el término de la guerra con dicha Administración, y que esperaban
que el Perú formase un nuevo gobierno provisorio con el que poder tratar la
paz.
En estas circunstancias, Chile tuvo que afrontar el desafío de promover la
creación de una Administración alternativa a la de Piérola, que estuviera
dispuesta a entregar Tarapacá, Tacna y Arica como requisito para el
restablecimiento de la paz. Inicialmente, los genocidas chilenos aceptaron la
formación de un gobierno provisional, encabezado por el abogado Francisco
García Calderón, quien fue designado presidente de la república por una junta
de ciento catorce “notables” de Lima, asumiendo sus responsabilidades el 12
de marzo de 1881 en el pueblo de Magdalena Vieja (hoy Pueblo Libre). Sin
embargo, cuando no obtuvieron del gobierno así creado la cesión de Tarapacá
prohijaron otro régimen, esta vez el del traidor Miguel Iglesias Pino de Arce, el
cual si accedió a los requerimientos del invasor.
8.5 Peruanos utilizados por Chile en la transmisión de ideas
derrotistas
Paralelamente a la formación de un régimen que se doblegara ante los
designios de conquista de Chile, los invasores se vieron en la necesidad de
ganar la batalla de las ideas y hacer aceptar a los peruanos la necesidad de
ceder parte de su territorio a Chile.
Con este fin, iniciaron una campaña destinada a sembrar el desaliento en la
opinión pública del Perú mediante la transmisión de ideas pesimistas acerca
del resultado de una eventual prolongación del conflicto. Utilizaron en ella a
peruanos que sirvieron como instrumentos del enemigo y que se presentaron a
sí mismos como ciudadanos políticamente independientes, exentos de
responsabilidad en los hechos de la guerra y en la conducción de los asuntos
del país. Como personas honradas, desinteresadas y católicas, estos
sacrificados caballeros sólo aspiraban a recomendar lo mejor para su vencida
nación.
Tres fueron los peruanos que más se destacaron escribiendo mensajes de
desaliento a través de los cuales se transmitieron las ideas
derrotistas instigadas por Chile:
1. El coronel Mariano Bolognesi Cervantes, hermano del Héroe de Arica y
tío de los dos hijos de Bolognesi, Héroes y Mártires de San Juan y Miraflores.
Bajo el nombre de Mariano Bolognesi se publicó el artículo ¿Qué
hacemos? en el diario El Comercio de Guayaquil el 25 de febrero de 1881.
2. El catedrático de Literatura de la Universidad de Arequipa Belisario Llosa
y Rivero, lector del discurso La verdadera situación y aspiraciones del
Perú, después de la toma de Lima, pronunciado en ocasión de la apertura
de las labores académicas de dicho centro de estudios el 20 de abril de 1881.
3. El coronel, por nombramiento burocrático, don Julio Santiago
Hernández, asesor principal de Miguel Iglesias, autor de la Circular a la
Juventud Nacional de Cajamarca para establecer asambleas
provinciales, publicada en el diario La Reacción de Cajamarca el primero de
marzo de 1882.
8.6 Caracterización de la ideología del derrotismo instigada por
Chile
La ideología de la derrota transmitida por Mariano Bolognesi, Llosa y Rivero, y
Hernández estuvo definida por los siguientes elementos básicos:
1. El Perú fue definitivamente vencido por Chile en las Batallas de San Juan y
Miraflores. La guerra terminó el día 15 de enero de 1881, con la caída de Lima,
capital del Perú y sede de su Gobierno.
2. Los peruanos cumplieron su deber defendiendo a la nación.
3. No es racional para el Perú continuar la guerra al no contar con medios
efectivos de defensa que oponer a las armas chilenas. La marina y el ejército
peruanos fueron casi totalmente destruidos por las fuerzas armadas chilenas.
4. El descalabro obedeció más a características defectuosas de la propia
sociedad peruana que a la agresión invasora de Chile. Entre estas
características destaca la carencia de una lúcida clase gobernante y de
verdaderos estadistas, la correspondiente inestabilidad política y
desorganización administrativa, la corrupción, el caos económico y financiero
del país, y la falta de hábitos de trabajo.
5. Teniendo en cuenta la vigencia de las condiciones anteriores, proseguir la
guerra era la opción de políticos y militares acostumbrados a usufructuar del
estado de cosas vigente hasta antes del 5 de abril de 1879, fecha del estallido
del conflicto.
6. Prolongar la guerra era también la alternativa de terceras naciones que
buscaban satisfacer sus propios intereses, como Estados Unidos o Argentina.
Llegada la hora de la verdad, estos países no cooperarían militar ni
diplomáticamente con el Perú. Persistir en la lucha suponiendo la existencia de
dicho apoyo internacional no corresponde a los verdaderos intereses del Perú.
7. A pesar de la guerra y de las apariencias contrarias, Chile es un país
hermano y defiende en el fondo los intereses del Perú. Por ello, ofrece la paz a
cambio de la entrega del territorio que le permita recuperar sus gastos
militares.
8. Perú debe acceder a las condiciones dictadas por el país vencedor debido a
que tiene la necesidad absoluta que su territorio sea desocupado por las fuerzas
armadas chilenas. Si los ejércitos sureños se ven obligados a permanecer en el
Perú, sólo es debido a la inexistencia de un gobierno peruano con quien
acordar el término del conflicto.
9. Por las razones señaladas en los párrafos anteriores, debería organizarse un
gobierno provisional en el Perú que tenga como objetivo central suscribir la paz
con Chile. Sin mayor pérdida de tiempo, como buen perdedor, el nuevo
régimen debería reconocer la derrota, aceptar los requerimientos establecidos
por Chile y entregar Tarapacá, Tacna y Arica. El tratado de paz debería
formalizar dicha cesión.
10. Alcanzada la paz y cedidos a Chile los territorios de Tarapacá, Tacna y
Arica, Perú podría “regenerarse” por el trabajo y resurgir política, económica y
socialmente.

LA VERDADERA SITUACIÓN Y ASPIRACIONES DEL PERÚ


DESPUÉS DE LA TOMA DE LIMA: LA NECESIDAD ABSOLUTA DE
LA PAZ CON CHILE
Discurso leído ante la Universidad de Arequipa y su alto clero por
el catedrático de Literatura, Doctor Belisario Llosa y Rivero, en
ocasión de la apertura de las labores académicas el 20 de abril de
1881. (Ahumada 1888, V: 403-410)

Ilustrísimo Señor, Señores:


La imprevista indisposición del profesor encargado de dirigiros la
palabra en el solemne día de la instalación de las labores de esta Universidad
en el nuevo año escolar, y la urgencia de cumplir la disposición
reglamentaria que prescribe el discurso de apertura, hánme puesto en la
inesperada necesidad de reemplazar a aquel, llenando apresuradamente y
con perjuicio vuestro, la misión desde antes encomendada a más vasta y
lúcida inteligencia.
1. Más, en qué desgraciadas circunstancias me cabe el deber de ocupar
vuestra elevada atención; en qué amargos momentos he de acudir a la fuente
de la verdad, cegada hoy al parecer para nosotros, en demanda de una gota
de esa agua viva que desanudaba los contraídos miembros del paralítico de
Betsaida y refrescaba el seco corazón de la mujer corrompida de Samaria.
2. Sí, señores, ¡cuán doloroso es nuestro presente, cuán oscuramente triste
nuestro porvenir! El Perú, como la Pentápolis antigua, da a los cuatro vientos
la llama de su colosal hoguera; parece va ya a cubrirse con la bituminosa
capa que hará pronto de él, un nuevo inmenso Mar Muerto.
3. Herido a mansalva por la mano de un hermano fratricida, lleva aún en
su pecho el puñal que rasgara sus entrañas y… ¿me atreveré a decirlo? sus
propios hijos jugamos todavía con el saliente pomo de ese puñal, para
ahondar la herida centuplicando el dolor.
4. Destruido lo esencial, quizá lo único de su poder marítimo y terrestre,
ocupados y explotados por ladrona ambición sus más fáciles veneros de
riquezas; quemados sus puertos; derruidas sus murallas; tomadas a saco sus
poblaciones; desarmadas, rotas o transportadas a maldito extraño suelo sus
maquinarias, fabricas, museos y bibliotecas; asesinados sus hombres;
reducidos a la orfandad, a la miseria y a la prostitución sus mujeres;
profanados sus altares; insultado su Dios; y como si tanto no bastara, nacido
también y aumentado el monstruo de la discordia interna, que alista sus
aceradas garras para devorar, con dentellada de oprobiosa vergüenza, las
astillas escapadas de la gran catástrofe internacional.
5. He aquí, a rápido pincel y no recargado colorido, la pintura del estado
actual del Perú; he aquí de entre qué horribles tinieblas habrá de ensayarse
sacar la luz que, como lámpara sepulcral, nos guíe entre las ruinas; he aquí
entre qué horrorosas y escarpadas breñas deberemos buscar la probática
piscina, cuyas milagrosas aguas desliguen nuestra inteligencia y refresquen
nuestro corazón.
6. Los grandes males necesitan fuertes remedios, y para aplicar, o por
lo menos, para iniciar la aplicación de esos remedios fuertes, requiérense
médicos atrevidos; hombres que no quieran nada con tanto anhelo como la
salvación del enfermo; hombres independientes y capaces de decir a ese
mismo enfermo, sin temor a nadie, ni a nada: “Si no adopta usted tal
diagnóstico, muere usted sin remedio”.
Éste es el procedimiento que primeramente debe observarse con el gran
enfermo cuya vuelta a la salud a todos nos interesa y del cual todos somos y
hemos debido ser siempre los infatigables médicos.
Hoy, sin embargo, la inminencia del peligro, la inutilidad del esfuerzo, el
supremo desarrollo del mal que anuncian ya las bascas de la agonía, parecen
haber desalentado a los que nunca debieron perder la última esperanza; e
inconscientes unos, asombrados otros y exasperados los más, nos alejamos
todos de la cabecera del moribundo; moribundo grandioso que arrastra
consigo a la tumba nuestros recuerdos y nuestras tradiciones, nuestra
historia y nuestras glorias, nuestro hogar, nuestra familia y el suelo que nos
vio nacer.
7. ¿Será esto posible? El delenda Perú, pronunciado en menguada hora por
los judíos de Santiago de Chile, Roma piratuna del Pacífico, ¿habrá de tener
al fin su fatal y perfecto cumplimiento? ¿Y habrá de tenerlo porque los
peruanos, como los cartagineses, embriagados con el vapor de la codicia y del
partidarismo, celebran en impúdica orgía la fiesta de todas nuestras
pasiones?
8. No, y mil veces no. Aún hay un remedio; y me voy a permitir
iniciároslo con esa ruda franqueza que la juventud unida a la honradez, pone
en los labios y con esa enérgica e independiente sinceridad que, inspirada en
la sana conciencia y en la profunda convicción, hacen marchar derechamente
al fin, sin reconocer obstáculos.
9. Llanamente os diré, pues, que: “el trabajo es la condición ineludible
de nuestra regeneración política y social, y, por lo mismo, el medio
único de conseguir el alto y anhelado fin de la salvación del Perú”.
10. Prestadme, os lo suplico, entera atención y desapasionada, porque no he
venido aquí a solicitar aplausos ni brindar adulaciones; he venido
sólo en reclamo de la realización del derecho que todos tenemos a que, si
decimos la verdad, se nos escuche; y si afirmamos el error, se nos desengañe.
11. La historia, que es el laboratorio en que se acrisolan los hechos para hacer
brotar, en beneficio de los pueblos, el oro purísimo de la experiencia,
presentando al mismo tiempo el campo en que se cosechan abundante mies,
la ciencia política y todas las sociales, demuestra entre nosotros, con
abrumadora evidencia, la necesidad suprema de acudir al agente civilizador
que queda enunciado, comprobando también que no es un nuevo lugar común
la proposición sentada.
La historia, primero nos suministrará, pues, una poderosa demostración
indirecta, poniéndonos de manifiesto los raros fenómenos, las fatales
consecuencias del ocio y dejadez de nuestras clases, de nuestra pereza de
sesenta años; y los principios morales y económicos, después, nos probarán
directamente, y con no menor potencia, que, en el siglo en que vivimos, la ley
del trabajo es irresistible, es el inevitable resorte de la perfectibilidad
relativa de los individuos y, por lo tanto, de la prosperidad
y regeneración de los pueblos.
12. Hijo mimado el Perú de la indolente España, sintió injertarse en
sus venas la impetuosidad ardiente y generosa, voluptuosa y móvil
de la raza árabe; y la flojedad cachazuda, pesada y perezosa de la
sangre goda, formando estos dos elementos, junto con el tercero, el
indígena, frío, tímido e indolente, la extraña mezcla que caracteriza al
peruano de pura raza, susceptible de entusiasmarse hasta el delirio y de
enfriarse hasta la inercia; capaz de atreverse y de emprenderlo todo y de
amilanarse también y retroceder hasta ante su propia sombra.
13. Desarrollado bajo esta triple influencia el robusto vástago, miró un día
en las arcas de la madre largos lingotes de oro, que ella tomaba del peculio de
su hijo para dilapidarlo después, a manos llenas, en la casa solariega de sus
antepasados. Irritado con tal proceder y queriendo para sí el lujo y la
opulencia que, fáciles de conseguirse, era trabajoso arrebatar a la mañosa
pupilera, hizo un admirable esfuerzo, y auxiliado por sus hermanos mayores,
a los que animaba el mismo empeño, proclamó el año veintiuno su absoluta
emancipación.
Libre, joven, poseyendo inmensas riquezas que una privilegiada heredad
producía, sin pena de su parte, pues el feraz y maduro fruto se aproximaba
hasta sus labios para saciar todos sus apetitos, dueño principalmente de
un polvo maravilloso, que se decía que los pájaros de la costa depositaban
sin cesar en sus islas del Pacífico y que los mercaderes de Europa codiciaban
a porfía para rejuvenecer las ya fatigadas tierras; el opulento Perú debía, y
estaba en el caso, de ser completa y prolongadamente feliz.
14. Pero desgraciadamente, había sido educado, y entre los protocolos de su
genealogía ibérica, no encontró títulos de verdadera caballerosidad, de
honradez y de trabajo; hallando sí, entre algunos testimonios de antiguas y
nobles glorias, abundantes e inútiles pergaminos de quijotescas caballerías,
de incorregibles ignorancias, de incurables fanatismos, de corrompido lujo y
ociosa abundancia.
15. Con este negativo caudal moral y con el positivo físico, se dio a vivir
como un príncipe; montó su palacio con fastuosa elegancia; tuvo coches y
caballos; alamedas y jardines; porcelanas de Sèvres; espejos de Venecia;
encajes de Bruselas; paños de Lyon; sedas de la China; vistió de púrpura y
piedras preciosas; se rodeó de servidores de todas clases y jerarquías; creó
empleados por todo y para todo, llegando hasta aceptar plazas supuestas
para darse el placer de pagar falsos honorarios; convidó a los forasteros
para que recogieran primero las migajas y después los más suculentos platos
de su opíparo festín; enriqueció a sus vecinos; vació con profusión sus arcas
en los bolsillos de los negociantes de todas las industrias, de los especuladores
de todos los países; fue el Alcibíades de América, el Montecristo del mundo.
16. Los admiradores de su tesoro, elevados a la cumbre del poder por la
vorágine de esta continua bacanal, gozaban de él a sus anchas; y como el
aristócrata calavera, dormía mucho, se levantaba tarde y desdeñaba siempre
por pereza, examinar las cuentas que, por fórmula o por pudor le
presentaban de cuando en cuando; derrochaban también ellos y sus ávidos
secuaces; viviendo en el descuido y en la holganza, fomentaron, porque les
convenía, los no interrumpidos caprichos de su espléndido señor; y como
conocieron que así habían de tenerle contento, le suministraban fondos y más
fondos, bien o mal habidos, eso no importaba, con tal que hubiera siempre
mucho, mucho que gastar.
17. Y como eran innumerables los ociosos que ambicionaban vivir a
costa del pródigo; y como entre éstos estaban, principalmente los
encargados de hacer cumplir las alguna vez buenas, pero continuamente
malas disposiciones del administrador, he allí, que se sublevaban muy a
menudo contra éste, armando en la provincia o en el departamento, en la
ciudad o en los arrabales, en el cuartel o en la calle, diabólicas zalagardas,
entremeses de pólvora y sangre, que concluían por el fusilamiento o asesinato
del mandatario, o más frecuentemente, por la aduladora denuncia de sus
delitos ante el amo que, enfurecido por el momento, le azotaba el rostro con
su fuste dorado, dejándole en seguida la libertad de marcharse a París, a
disfrutar tranquilamente de los gajes de su honrada administración.
18. Por eso, desde nuestros primeros administradores hasta el último,
vergonzosamente escapado por la puerta falsa de Lima, hubieron y habrán
asegurado hogar en las capitales de Norteamérica y Europa.
19. ¿Y cómo andaba, mientras tanto, la casa del botarate incansable?
Fácil es imaginarlo: desgastados los resortes del progreso económico y social
de todos los departamentos, por la falta de uso, o por haberse abusado de
ellos en dar movimiento a la gran máquina lujuaria del de Lima, que aquel
escogió para su habitual residencia y donde todo se absorbía; vegetaban en
la inactividad, el desaseo o la indolencia; contemplando sin asombro
que no se cultivaran sus campos, ni irrigaran sus inmensos desiertos, que no
se fomentaran sus industrias, ni se beneficiaran sus minas; que no se les diera
instrucción ni vida propia. Los de la costa, más asequibles al soplo vivificador
de la inmigración y también más afectos al trabajo, progresaban algo; pero
¡cómo Dios mío! Permitiendo, como en Tarapacá, que el capital y la
población extraños echaran raíces tan hondas en sus respectivos
territorios y adquirieran un dominio tan pleno en su
propiedad que, cuando quiso alguien inventariar los bienes del territorio
peruano para rehabilitar su hacienda y deslindar su heredad, una avalancha
colosal, que olía desde lejos a salitre, se le vino encima; y ese alguien fue a la
larga miserable y cobardemente asesinado.
20. Los departamentos de la sierra, aislados entre sí, sin vías de
comunicación y a los que no se proporcionaba elemento alguno de
progreso, gemían más que todos los otros en la miseria y en la casi
barbarie; oprimidos primero, por el atroz tributo del que los libertó un
hombre de genial instinto, pero no educado y de pervertida naturaleza; y
segundo, por la despótica y brutal autocracia de subprefectos y
gobernadores, que les arrebataba y quizá les arrebata ahora mismo, el
exiguo pan, que llevan a sus hambrientas fauces caldeado con el sudor de su
siempre doblegada frente.
21. Entre esos departamentos, uno solo, Arequipa, por su situación, por
su clima, por la inteligente energía de sus hijos, pareció resistirse
a la corriente de muelle voluptuosidad y arruinador
despilfarro que llenaba los ámbitos de la casa del enloquecido magnate; y
luchaba, luchaba con espartano valor, para conservar la pureza primitiva de
las costumbres, el brillo de la moral escandalosamente empañado; la
profundidad fecunda de la instrucción reducida a pedantescas
exterioridades; la laboriosidad industrial y agrícola del todo adormecida; la
honradez económica de todos olvidada.
¡Ah! pero era estrecho dique para contener tan anchuroso desborde y
precipitada por el furioso oleaje, la fuerza misma de su resistencia la hizo
lanzarse, con golpe atronador, en el hondo abismo de la revolución, abismo
cuyo fondo removido por la caída, arrojó a la superficie de nuestra sociedad
las más pútridas inmundicias de su seno.
22. ¿Y, cómo marchaban las clases sociales a través del vasto desorden de
las cosas? Vais a saberlo:
La clase militar, formada, en su generalidad por individuos ineptos o
disolutos, sacados de la hez del pueblo o de lo más nulo de las familias,
cuando no traídos a lazo de las punas de nuestras cordilleras; la clase militar
ignorante, ambiciosa y tiránica, dueña del dominio absoluto de las demás por
el imperio salvaje de la fuerza, disponía a su arbitrio de los destinos, de la
propiedad y de la vida de los individuos; ponía y quitaba a sablazos a los
mandatarios, se decretaba a su labor honores, ascensos, dineros, bordados y
charreteras; y tenia encadenada y embrutecida a sus pies la voluntad del
Perú, que la había creado y alimentaba para que fuera la custodia y la
salvaguardia de las instituciones y de la honra nacional.
Yaciendo en perdurable holgazanería y en cobardes confabulaciones de
cuartel, olvidaba cultivar y penetrarse de su arte; no conocía los adelantos de
la táctica y de la estrategia modernas; ignoraba hasta la historia, la
geografía y la topografía de su propio país; descuidaba disciplinar al soldado
y hacerlo laborioso, moral y valiente, designándole un puesto inabandonable
en el campo del honor, y un blanco siempre certero en el corazón de los
enemigos de la patria.
23. Por eso, mientras nuestros defensores y guardianes jugaban con el Perú
la farsa eleccionaria, plebiscitaria o motinera, se fundían en las factorías
de Inglaterra y Alemania, sin que, ni por asomo, ellos lo
sospecharan, las carabinas de Yungay y los Krupp de Tacna,
Chorrillos y Miraflores.
24. Y la clase sacerdotal, también influyente y mucho, en el aprisco de
esta oveja descarriada, ¿no pudo oponer al universal pecado la valla,
ordinariamente insalvable, de una virtud sólida, de una predicación
evangélica, de una vida ejemplar y fecunda en infatigables cruzadas para
conseguir la reconquista de los espíritus?
No se resentirá su sublime y sagrado ministerio de que también en esta parte
sea enteramente franco, porque es necesario curar, y ella que cura siempre,
sabe bien que las curaciones duelen pero salvan.
La clase sacerdotal, acostumbrada por reminiscencias, sin duda antiguas,
pero ya imposibles, a tomar parte en cosas ajenas a su elevado carácter, y
reducida por defectos de nuestra organización administrativa y económica a
proveer a sus empleos y subsistencias con fondos del erario público y con
intervención de los encargados de manejar los intereses del Estado; no pudo
hacerse perfectamente apta para llenar su hermosa misión; y algunos de sus
miembros, deseando alcanzar las elevadas y pudientes magistraturas de la
Iglesia, anhelando de buena fe, mas por errados medios, el predominio de
esta misma, o queriendo disfrutar con premura de lucrativas prebendas y
saneadas canonjías, no dieron al César lo que era del César, a Dios lo que era
de Dios.
Por eso se vio alguna vez, con suprema aflicción de las almas
verdaderamente católicas, el confesionario y el púlpito convertidos en la
trípode del demagogo y el templo de Jesucristo, en la tienda de los
mercaderes de la rebelión.
25. ¿Y la clase acomodada? Aquella cuya inteligencia, honradez o
numerario pudieron hacerse valer en pro del orden y del encarrilamiento del
motor social, ¿qué se hacía? ¿Dónde estaba? ¿Qué palancas movió para
garantizar su propiedad intelectual o física, desviando el golpe que duro y
terrible debía asestarse al fin al hombre privado, a impulsos del público
desbarajuste?
Amurallada dentro de su absoluta prescindencia y culpable
indiferentismo, la gente buena de todas las jerarquías, que forma
la clase a que me refiero, miraba pesarosa pero inamovible, el general
descalabro; contentándose con transparentar su impotencia en una cómoda
renuncia, cuando se le ofrecía algún puesto en la dirección de los destinos de
la patria; o con quejarse en privado y en lamentación infecunda, de las
consecuencias de abandonar la suerte del Perú, al logrero, al ambicioso, o al
malvado.
26. Por eso fue que cuando el heredero arruinado llamó a las puertas del
talento, de la probidad o del capital de sus hijos para librarse de la cárcel, los
que estaban lejos, y eran los más pudientes, ni le escucharon siquiera;
y de los que estaban cerca, algunos se echaron doble cerrojo y le
dijeron ¡fuera!; otros se marcharon sin decirle una palabra; y muchos le
arrojaron a la cara, rabiando, un poco de dinero y nada más.
¿Temían acaso todos que la limosna, de cualquier género que fuese,
depositada con sacrificio o sin él, en las manos del desgraciado Perú, fuera a
caer al temible pozo de Airón, esto es, a las bolsas sin fondo de los inhartables
explotadores que seguían aún sus vacilantes huellas?
¡Quién sabe! Pero esta sola explicación pudiera darse al repugnante y
bárbaro egoísmo de sus perversos hijos para con su angustiado padre.
27. ¿Y la clase media, la que tiene un taller, una oficina o un laboratorio, y
que es la que guía en todas partes al bajo pueblo, al proletario e indigente;
siendo en las repúblicas como la nuestra la llamada a ejercer ante las ánforas
eleccionarias e iluminada por el Espíritu Santo, el augusto sacerdocio de la
Soberanía, ¿cómo ejerció y sostuvo sus derechos? ¿Qué hizo para que la
autocracia, el abuso o la prodigalidad no asaltaran los poderes públicos; no
falsificaran sus votos, ni vendieran la justicia; no dilapidaran sus economías,
ni se adjudicaran, después de farisaico sorteo, la túnica del pueblo?
28. Preciso es confesarlo. La clase media y con ella la mayoría del pueblo,
seducida por la elocuencia mentirosa del fanático, por el licor, o por el oro del
capitulero, acudió beoda a las plazas eleccionarias; formó corrillos que
apoyaban el partido, que jamás por convicción tuvieron, en la suprema razón
de la piedra o el revólver, cuando no en el rifle del fusilero que ponían a su
disposición autoridades sinvergüenzas; coartó la libertad; ofendió la moral y
alejando por todo esto mismo del noble ejercicio de la ciudadanía al artesano
honrado y al vecino notable; degradó la soberanía, haciéndola juzgar por
amigos y enemigos, con la lógica contundente de los hechos, como odiosa y
abominable.
29. Y he ahí porqué, engendrados en la farsa eleccionaria, hemos
tenido poderes legislativos inconsecuentes, irrisorios y comprables; ejecutivos
débiles y violentos; juzgados prevaricadores y municipios centralizados e
impotentes.
Y he ahí también porque, en los momentos de peligro para la nación, ha sido
necesario acudir, de grado o por fuerza, a las dictaduras, cuchillas para
amputar gangrenas sociales y políticas, no instrumentos aplicables a
organizaciones sanas, aunque estén accidentalmente enfermas.
30. Mas, ¿qué era de las instituciones? ¿Qué del periodismo, qué de la
asociación?
El periodismo, órgano y faro de la opinión que, con Girardin y Thiers,
salvara a dos generaciones de Francia, ¿qué edificó para el Perú? ¿Dónde
están los papeles en cuyas columnas se denunciaron las exacciones y los
hurtos, poniéndose en la picota de la pública expectación a los exactores y a
los ladrones? ¿Dónde están las frases en que, sin aduladora laudatoria, se
enaltecía al sacerdote intachable, al empleado íntegro, al militar valeroso, al
magistrado incorruptible o al particular laborioso y cumplidor de sus
deberes? ¿Dónde, por el contrario, los renglones en que, sin pasión, se
azotaba con implacable rebenque las espaldas de todo el que no llenaba como
bueno sus respectivas obligaciones en la órbita de su actividad?
31. La prensa periódica, forzada por lo general a depender de
empresarios que no tenían otra renta y a los que, por esta causa, les
convenía, antes que el esparcimiento de las luces y la difusión razonada y
discutida de las ideas, obtener el reembolso de lo empleado en la imprenta y
resarcirse de los gastos que la conservación de ésta les ocasionaba; la prensa
periódica, repito, disponía de pocos y no bastantemente contraídos
redactores, los remuneraba mal y, por lo mismo, no podían consagrársele de
una manera completa, viéndose precisada a valerse de personas
incompetentes o que si lo eran, le dedicaban sólo sus horas de descanso o de
hastío.
Una juventud, salida prematuramente de las escuelas, en la que se aunaba la
pereza a la sed de fácil ganancia, y en cuyo débil cerebro habían producido
una verdadera congestión la libertad de Voltaire, la igualdad de Rousseau y
la fraternidad de Saint-Simon y Fourier, llenó las redacciones; y en lugar de
construir, demolía; en vez de moralizar, relajaba; disputando sin discutir,
insultaba a lo que no podía vencer.
Sin embargo, algunas por sí, y otras influenciada por hombres de superior
talento, dijo la verdad; pero uno de esos administradores, a quienes antes me
he referido, viejo taimado y mañoso, mandó construir un candado para esas
voces juveniles que hablaban de cosas del cielo con modales diabólicos, y
guardándose la llave que, como lo supondréis, era de plata, abría y cerraba
con ella el candado, según que hicieran o no a su antojo las producciones de la
prensa.

Esta misma llave, sin más diferencia que el material de su construcción, pues
se ha usado de hierro y hasta de palo, ha servido a los mandatarios del Perú
para amordazar y corromper a la prensa; haciéndola decir lo que les daba la
gana, callar lo que les convenía, mentir a destajo y tener siempre listo
incienso para el disparate, partido o persona predominante.
32. Por eso notamos abochornados a la prensa peruana convertida en
explotadora del pensamiento y de la palabra, haciendo alarde de libertinaje o
de servilismo; insultando sin piedad a lo caído y ensalzando sin equidad a lo
que se elevaba; aconsejando el crimen, propalando el error y por último
engañando impudorosamente a las multitudes con la afirmación embustera
de un poder marítimo y terrestre que no teníamos; de recursos y elementos
que estábamos muy lejos de alcanzar.
33. La asociación casi no hay ni para qué nombrarla, pues aunque
garantizada por nuestras leyes y proclamada por la ciencia como el poderoso
agente del progreso manufacturero, industrial, comercial, artístico, científico
y aun religioso de los pueblos, su fecundante espíritu nos fue casi del todo
ignorado, y las pocas asociaciones que aquí lograron iniciarse, se perdieron,
o por haber extraviado los caminos del fin propuesto; o por las miras
fraudulentas de los socios, la escasez del capital, o la injerencia perniciosa de
los gobiernos, convertidos en empresarios, comerciantes y banqueros.
Ejemplo amargo de esta verdad nos suministran las compañías salitreras, las
de carguío del guano, las constructoras de ferrocarriles y, muy
especialmente, la nunca bastante abominable asociación bancaria.
34. Pero ya nos cansará la para vosotros disgustadora y para mi
fatigosamente triste narración de la turbulenta vida del afamado Perú; y
por eso antes de finalizarla, séame permitido mostrar un punto luminoso en
el horizonte del pasado, punto que, como sol entre tormentosas nubes, brilla
en el cielo de nuestra historia.
35. Era el dos de agosto de 1863, cuando don Eusebio Salazar y
Mazarredo, con el título de Comisario Especial, vino a Lima a hacer
reclamo a nombre del Gobierno español. La madre, convertida en madrastra,
quería meter de nuevo la mano en la gaveta del hijo, para lo cual declaraba
que entre España y el Perú no había existido sino una tregua de cuarenta
años, y que se hacía, en consecuencia, dueña de las islas de Chincha, que
ocupó la escuadra peninsular el 14 de abril de 1864.
36. El Perú, despertado como mal adormecido león y acordándose de las
jornadas de Ayacucho y de Junín, en que el triunfo y la gloria coronaron el
esfuerzo, aceptó el reto, sacudió su melena, irguió sus nervudos miembros y
colocando a los flancos a sus robustos cachorros, esperó el ataque. Éste no se
hizo esperar, atrevido y franco; porque los bizarros descendientes del Cid y de
Gonzalo de Córdoba, no atacaron jamás por la espalda, como la mal cruzada
y traidora estirpe de Caupolicán y Lynch.
37. Encendida la pelea en las aguas del Callao, cincuenta cañones peruanos
hicieron retroceder a trescientas bocas de fuego españolas, y entonces hubo
un anciano sacerdote que exclamó sublime: “Ay del que en los momentos del
peligro no ofrezca a la patria, su corazón y su vida”, y hubo hombres héroes y
mujeres heroínas, y escalaron la inmortalidad Gálvez y otros mil, y fue “el 2
de Mayo de 1866”.
38. Desgraciada misión la que en las presentes circunstancias me
impone el patriotismo, obligándome a mitigar la amargura de nuestras
almas, apenas con rápido paréntesis halagüeño, en vez de endulzarla con la
detenida y plácida descripción de inmarcesibles glorias.
Pero tales son las sendas del deber; vénse en ellas, de lejos y presurosamente,
suavísimas flores, y tiénese que tocar de cerca y con detención, punzadoras
espinas.
39. Habré, pues, de continuar, mal que me pese, la enojosa tarea ¡y cómo
justo cielo! Encontrando al Perú enflaquecido y cadavérico delante del
mostrador de los agiotistas y usureros de Europa que, consumido su
numerario y cuanto sin trabajar encontró gastable, iba allí a usar del
peligroso recurso del crédito, a comprometer su nombre, a empeñar su
propiedad, imposibilitándose desde luego para pagar y salvarla, pues
abonando juanillos monstruosos, recibía un millón en efectivo, firmando y
obligándose por dos o tres, ilusorios.
40. ¿Y para qué solicitaba así más dinero? Preguntareis. ¿Y en que lo
empleaba? Voy a decíroslo:
Un empresario norteamericano, activo e inteligente, detuvo una ocasión
su carruaje en los umbrales del palacio del consumidor infatigable,
ofreciéndole construir, bajo presupuesto y a equitativo precio, caminos de
fierro que unieran los principales centros comerciales, y vivificaran las
decaídas y aisladas poblaciones.
Como el capitalista yankee no conocía bastante la complicada tramoya de
nuestra comedia administrativa, ni los secretos resortes para insinuarse en la
voluntad de los que manejaban la representación, cometió el grave error de
irse rectamente al fin que se proponía y, como era lógico, no fue escuchado en
ese terreno.
Desde el portero hasta el Ministro le despacharon siempre con el
tradicional “vuelva usted mañana”, de nuestras oficinas públicas.
Iba ya a desistir de su utilísimo empeño, cuando uno de esos comedidos, que
nunca faltan y que más bien sobran para deshonra de todas partes, se encaró
al señor empresario y con cínico desparpajo le dijo: “Es usted un inocente; en
esta casa no se hacen jamás las cosas por vías ordenadas y legales: tome
usted sus presupuestos; aumente en ellos tres o cuatro millones de soles al
importe de la fabricación de cada ferrocarril; déme de estos doscientos o
trescientos mil, haciendo lo mismo y según la estofa del personaje, con el
señor administrador y sus paniaguados; y le aseguro a usted que mañana sin
más dilación tiene usted aprobados los contratos y hechas todas las
concesiones”.
41. ¡Admirable consejo, que dio por resultado el empleo de cuatrocientos
millones en ferrocarriles, muchos de ellos improductivos, y cuyo costo
natural, no pudo humanamente ascender a más de sesenta u ochenta
millones!
Bravo consejo, que vistió a una bandada de zánganos, desplumando a todo el
Perú, empobreciéndolo, endrogándolo y consumando su ruina.
42. Esta última extremidad, este fatal resquicio era el que precisamente
esperaba hacia largos años un hermano pobre del Perú.
Tan ingrato como hipócrita, espiaba sus pasos y brindándole una amistad
fingida y una fraternidad engañadora, trabajaba en silencio, con minuciosa y
activa contracción, para robarle y matarle.
Todo lo que la envidia siente de punzador y martirizante; todo lo que el odio
acopia de torturador y cruel, fue desarrollándose poco a poco y en laboriosa
fusión en el seno corrompido de ese hermano alevoso, a quien el Perú
había alimentado, cuando en la guerra de la independencia sostenía la flotilla
del Almirante Cochrane, que resguardaba y salvó su escasa lengua de tierra;
a quien había vestido, cuando amén de otras gollerías regalaba 1,800,000
pesos a la desnuda soldadesca de Blanco Encalada y de Bulnes; a quien había
honrado, cuando en Abtao, con buques y marinos peruanos, forzóle a obtener
brillante triunfo marítimo; a quien había vengado, dando en aguas peruanas
severa lección a la escuadra que bombardeara el cobardemente desarmado
Valparaíso.
Parece increíble, pero no es por eso menos cierto que ese hermano, haciéndose
fabricar con hábil artista, blindada armadura y aguda y tajante espada, y
rodeándose de numerosos y feroces sicarios, siguió con fría y calculada
criminalidad todos los pasos de su confiado enemigo, y encontrando cabe
propicio a su malvado intento, ocultóse una noche en lóbrego desván, y
cuando el Perú, enfermo, debilitado, vacilante, sin defensores y sin armas
volvía precisamente de interponer sus buenos oficios para evitar contienda
fratricida entre el boliviano y el chileno; el asaltador escondido, el hermano
asesino, Chile mismo, hirió al Perú por la espalda, hundiéndole
hasta el mango en las entrañas la afilada hoja de su traidora
espada...
43. Tal es, señores, la liquidación del pasado, tal es el aflictivo resumen de
sesenta años de desórdenes, de disipaciones y de pereza; tal la demostración,
aunque indirecta, contundente, de que es llegado el tiempo de que los
peruanos, si queremos y estimamos en algo a nuestra patria, si anhelamos
verla regenerada y feliz, nos hagamos honrados, económicos y laboriosos,
pronunciando con inquebrantable voluntad e irremisiblc decisión práctica, en
la cabecera del moribundo Perú, el levántate y anda del hijo del artesano de
Nazaret; el comerás con el sudor de tu rostro, del autor de todo lo creado.
44. La ciencia humana que, cuando es verdadera, se armoniza
admirablemente con la divina y que, confirmada con la observación y la
experiencia de los hechos, suministra pruebas infalibles; ofréceme también
los principios morales y económicos para evidenciar más, si cabe, la
aseveración en que hasta la saciedad debe insistirse y que forma el tema
fundamental de mis razonamientos.
45. En efecto, el fin supremo de la moral es la posesión del bien infinito y el
medio esencial propuesto por su legislación para alcanzarlo es el
cumplimiento del deber, es decir, la aplicación de la actividad espiritual y
corporal del hombre a la práctica de las diversas obligaciones que le
imponen, en el viaje de la vida, el desarrollo de sus facultades, la profesión,
arte u oficio que adopte y los múltiples estados en que, conforme a la
ordenación universal, quiera colocarlo la Providencia.
No hay, pues, moral donde no hay cumplimiento del deber; y no hay
cumplimiento del deber donde no hay ejercicio de la actividad intelectual o
física del hombre, esto es, donde no hay trabajo.
46. Por eso la pereza es el séptimo de los pecados capitales, lo que equivale
a caracterizarla como uno de los gravísimos inconvenientes para que el
hombre observe el orden moral y pueda, por lo mismo, gozar del bien infinito.
Por eso también es inmoral la ociosidad del pobre que quiere, sin
esfuerzo, mantenerse a costa del rico, disfrutar en común de su renta o
destruir su propiedad, que mira envidioso, porque no es capaz de adquirir
trabajador.
Y es inmoral la ociosidad del rico que vive en la indolencia, el fausto o la
avaricia, prescindiendo de cuanto en su patria pasa y sin acudir con bien
entendida caridad al realmente imposibilitado de sostenerse por su activo y
exclusivo impulso.
Y es inmoral la ociosidad del joven que pudiendo permanecer hasta
completar su instrucción y educación en las aulas escolares o universitarias,
se aleja de ellas para petardear al prójimo, embrollar y aburrir a la sociedad
y abalanzarse a la empleomanía, áncora de salvación de todos los flojos; o
ceñirse la casaca, piedra de toque de la imbecilidad.
Y es inmoral la ociosidad del viejo que repantigado en su curul de
abogado, de juez o de vocal, defiende, por las facilidades de la ganancia,
causas perversas, enreda los juicios para prolongar los honorarios;
despacha, por no molestarse, tarde, mal o nunca, y abre cuenta corriente a
los litigantes para sentenciar, según y conforme, al precio recibido, por vivir
sin labor y con desahogo.
Y es inmoral la ociosidad de falso indefinido y de la supuesta
huérfana o viuda que, para vivir a expensas del Estado, forjan expedientes
de jubilación o montepíos; haciéndose los primeros reconocer años de
servicios que jamás tuvieron; haciendo las segundas constar una paternidad
obscena o mentida, o un matrimonio que no existió, o que fue nulamente
contraído.
Y es inmoral, en conclusión, la ociosidad del pastor que no busca
anheloso los caminos de su propia perfección y la de sus ovejas; la del
militar que no se hace instruido, subordinado y valiente, ni procura que lo
sean sus soldados; la del maestro que explota sin enseñar a sus
discípulos; la del escritor que vende o empeña su pluma con la difamación
y la falsa propaganda; la del artífice que cobra o retiene, sin concluirlas, el
precio de sus obras; y la de todo el que no lleva a su boca el pan amasado con
el esfuerzo de sus brazos y empapado con el sudor de su fatiga; que es el único
adquirido conforme a la ley de Dios, que es la gran ley de la moral, y el solo,
por lo tanto que sostiene, alimenta, salva y es bendito; todo otro pan extenúa,
envenena, mata y es maldito.
47. La Economía Política y Social es la ciencia de la adquisición,
repartición y consumo de la riqueza, reconociendo, por consiguiente, como
tendencia primordial y esencialísima la desaparición del proletarismo, de la
miseria y del hambre, víboras siempre prontas a enroscarse en la cerviz de
los pueblos.
Ella, caritativa y afanosa, trabaja incesantemente porque no se realice en
ninguna agrupación humana la fatídica profecía de Malthus, que dice:
“Faltará alguna vez un cubierto para el hombre en el banquete de la vida”.
¿Y de qué medio se vale el economista para arribar a tan nobles fines, si no es
del seguro y eficacísimo, que consiste en la aplicación de las fuerzas físicas e
intelectuales del hombre a la producción agrícola, industrial, fabril, artística
o científica?
¿Y qué nombre tiene esta aplicación en el lenguaje del común sentido? ¿No se
llama trabajo?
48. Y en verdad, el trabajo, cualquiera que sea su objeto, produce
siempre, es decir crea, convirtiéndose en la mundanal morada, en el
admirable continuador de la obra comenzada por Dios en la mañana
primera del Génesis.
El trabajo, según un célebre economista español “es el genio de la felicidad de
nuestra especie”, porque proporciona todas las cosas útiles que satisfacen las
necesidades de la vida. Cuando en un pueblo se aumenta la masa de trabajo,
se aumenta su riqueza, y cuando el trabajo disminuye decae visiblemente la
prosperidad”.
Esta doctrina, proclamada nueva por los economistas modernos, tiene en su
apoyo autoritativa y remota antigüedad: el doctor Pérez de la Oliva,
exhortando en 1524 a los cordobeses a emprender la navegación del
Guadalquivir les decía: “doquiera que sombraran les nacería oro, y doquiera
que plantasen el fruto, sería riqueza”. Sancho de Moncada era todavía más
explícito, cuando en 1619, y en el discurso sobre la riqueza firme y estable de
España, al recordar los medios de producir, decía: “que facilitando los
consumos, crecerían el trabajo y los arbitrios de mantenerse, que son las
riquezas”. Osorio, al manifestar las causas que perjudicaban a la monarquía,
escribía: “que lo que se necesitaba, era que ninguno estuviera ocioso y que
todos se ejercitaran según su calidad y posibilidad”. Francisco Martínez de la
Mata, afirmaba: “que los reyes que tenían vasallos industriosos y
trabajadores, no necesitaban oro, porque en él convertían las materias por
medio de la industria”. Miguel Caja de Leruela, expresaba: “que el mejor
género de acrecentar y conservar el patrimonio, son las labores y la
pastoría”. Campomanes expuso: “que el trabajo era más productivo y útil que
los tesoros venidos de las Indias”.
¿Pero, a qué aglomerar citas al respecto, cuando el gran pensador y
experimentado Franklin las ha condensado todas en el siguiente magnífico
apotegma, que encarezco a vuestra memoria? “La miseria llama a las puertas
del hombre laborioso; pero no se atreve a entrar”, del que se desprende, por
oposición, este otro: “La miseria, el deshonor y la ruina, llaman a las puertas
de los pueblos y atraviesan sus umbrales; porque se las han, de par en par,
abierto el ocio, la holgazanería y la pereza”.
49. A trabajar, pues, peruanos de todas las edades, clases, condiciones y
jerarquías: a trabajar para obtener producción abundante, distribución
equitativa y consumo económico; para beneficiar las minas, irrigar los
eriazos, fecundizar las campiñas, navegar los ríos, manufacturar las
materias primas de ocultas serranías y vírgenes montañas.
A trabajar para equilibrar la importación con la exportación, no por
satisfacer las erróneas miras del sistema de la balanza mercantil, sino para
tener artículos de retorno, minerales, agrícolas o industriales, no importa
cuáles, pero tenerlos siempre y no vivir como hasta ahora hemos vivido, de
meros consumidores improductivos destinados a devorar la importación
universal, retornándola algunas veces y quedándonos las mas con ellas, sin
retribución alguna.
A trabajar, para salvar el nombre y el honor del Perú, comprometido ante
propios y extraños y vilipendiado en todo el mundo por la falta de pago o de
la amortización de su estupenda deuda interna y externa.
A trabajar para alimentarse a sí propios, a sus familias y a los pocos pero
buenos empleados, que de aquí en adelante tendrán que servir a la nación por
honradez y patriotismo, no por lucro y especulación.
A trabajar para remunerar a los ministros del santuario y sostener el
ejercicio de la religión, porque en todos los pueblos del mundo los particulares
acuden a la subsistencia de sus sacerdotes y costean las ceremonias de su
culto.
A trabajar para atender al orden interior y a la respetabilidad exterior de la
República, no con ejércitos permanentes, dispendiosos e inútiles, sino por
medio de la organización acertada de guardias nacionales y de la
militarización de todos los peruanos por ejercicios cuotidianos, por escuelas
militares, navales y politécnicas, por la enseñanza de la táctica y estrategia
en todos los colegios y escuelas; y por la prescripción obligatoria a todos los
ciudadanos del Perú de hacerse soldados y de acudir, en el momento dado, a
empuñar el arma defensora de la Patria.
A trabajar, porque naufragó la empleomanía por falta de lastre; porque no
hay ni puede haber pobres hechos ricos en veinticuatro horas, por obra y
gracia del salitre y del guano; porque ya no hay pensiones suculentas y
fáciles para los indefinidos, las viudas y los innumerables ociosos que
medraban a costa del Estado; ya no hay oro, ni plata, ni cobre, ni
certificados, ni bonos peruanos; los pechos de la antes robusta madre están
del todo exhaustos, y el que pretenda hoy sacarles el sabroso néctar de otros
días se lleva un solemne chasco, porque, por más que muerda, no extraerá
sino sangre, y sangre negra y rabiosa.
50. Sin el trabajo, como potencia física, es decir como fuerza
creadora de producción y de riqueza firme, sólida, estable y difícil
de malgastarse, es imposible pensar sustentar en el presente y más
imposible aún imaginarse subsistir en el porvenir.

Sólo la riqueza laboriosamente conseguida, dura y se conserva; la


heredada u obtenida con facilidad se arroja y desaparece con
rapidez vertiginosa.
51. Sin el trabajo, como potencia moral, esto es, como fuerza activa que
haga obrar a la conciencia y a la razón, para vencer a la vanidad, a las
ilusiones, a la fiebre de partido, de la codicia o del mal entendido patriotismo,
es imposible y tan imposible como absurdo querer arrancar al Perú de las
garras de su actual verdugo que, como vampiro gigantesco, chupa y chupará
la savia de su vida, hasta producirle incurable debilidad o sofocante asfixia.
52. Sí, señores; trabajoso, horriblemente trabajoso, pero
indispensablemente necesario es articular el monosílabo terrible,
la palabra paz, y procurar alcanzarla lo antes y lo menos mala
posible.
Porque se nos atacó a traición y por sorpresa; porque perdimos nuestra
escuadra y sacrificamos nuestros ejércitos; porque no tuvimos hombres ni
tenemos elementos; porque se agotó el tesoro público y el particular se niega
a ser dilapidado; porque nuestros aliados se han mostrado y aparecen
impotentes; porque la decantada fraternidad americana es un sarcasmo, la
intervención argentina una quimera y el derecho internacional del mundo, en
el siglo pomposamente llamado de la luz, es una despreciada letra muerta.
Porque el Perú ha hecho cuanto humanamente hacer podía para defenderse;
y los pueblos tienen el derecho y la obligación de defenderse; pero no tienen el
derecho ni la obligación de suicidarse; y el Perú se suicida cuando agonizante
y atado de pies y manos deja que el corvo chileno dé furibundos tajos en su
carne viva, sin asestarle jamás el golpe mortal y gozándose en el bárbaro
oficio de torturador irresponsable e impune.
Porque, según la autorizada opinión de un ilustrado y patriota publicista,
refiriéndose a la vandálica guerra conquistadora del primer Napoleón en
España: “Los pueblos indefensos deben someterse al vencedor;
cometiendo delito de lesa infidelidad contra la patria los
ciudadanos armados o desarmados que presentan la resistencia
sin la certidumbre, o por lo menos, poderosa probabilidad de
ventajoso éxito”.
Porque, como decía Foción a los atenienses: “o sed amigos de los
vencedores, o vencedlos con las armas”.
Porque, como Luis Adolfo Thiers, hoy ídolo de Francia, decía en
Burdeos: “Urge enjugarse con la una mano las lágrimas del
humillado patriotismo y firmar con la otra un tratado salvador e
inevitable”.
Y definitivamente porque don Nicolás de Piérola en Jauja, con derecho, ha
convocado un congreso para tratar de la paz; y don Francisco García
Calderón en Lima, sin duda por necesidad, lo ha convocado también, para
tratar de lo mismo; lo que prueba que todos los peruanos estamos de
acuerdo y unificados en el fondo y en el fin, discordando y
separándonos sólo en la forma y en los medios.
53. Y bien, ¿por qué no nos unimos ya del todo y para todo,
estrechándonos en un abrazo fraternal, y marchando juntos a la resurrección
del Perú, por la pacificación interna y externa, y a su regeneración por el
trabajo?
54. ¡Ah! Yo no vacilo en prometeros a nombre del porvenir, de la justicia y de
Dios que, con diez años de unión, orden, economía y laboriosidad, el Perú
alzado sobre sus propias ruinas, revivirá como el Fénix de entre sus mismas
cenizas; llegando a ser, como productor de riqueza, como poder industrial,
agrícola y comercial; como potencia marítima y terrestre; como pueblo
inteligente, moral y libre, el coloso de Sudamérica; el realizador del hermoso
sueño de Colón; el vengador de las transgresiones del humano derecho a
quien delegara el Altísimo la soberana facultad de marcar con signo de
eterno baldón y anonadador castigo la frente del fratricida.
55. A la guerra, pues, de mañana por la paz de hoy: a la
regeneración por el trabajo.
56. Ya veo a los peruanos, administrados por un hombre, aunque no de gran
talento, pero sí obrero, enérgico y honrado; cambiar la espada por el azadón
y el cañón y la ametralladora por el segur y el arado; ya los veo hundirse en
las profundidades de nuestros montes para extraer los metales que no se
dilapidan, porque son hijos carísimos del esfuerzo y la fatiga; ya los veo
esparcirse por la llanura abriendo ancho cauce a vivificantes aguas y
llevando con ellas a los abrasados desiertos y a los áridos e infecundos
eriazos, las umbrosas arboledas, las doradas espigas y el pintoresco maíz de
nuestros valles y vegas; ya los veo rasgar con la trompa de pujante
locomotora los senos de granito de los Andes, fertilizando el páramo,
calentando la región de las nieves perpetuas y trayendo la lana de la oveja,
de la alpaca y de la vicuña a las manos del hábil escardador o de la paciente
tejedora; ya los veo navegar el Pozuso, el Chanchamayo y los afluentes todos
del magnífico Amazonas; hachando el roble secular, el utilísimo cedro, el rico
árbol de la quina, el elegante nogal y el perfumado sándalo de nuestras
montañas; percibo a esos pájaros de brillantes colores y de variados y
armoniosos cantos que antes huían a los pasos del leñador extraviado o del
viajero atrevido, domesticados ahora, uniendo sus gorjeos al agudo grito del
vapor comprimido o al bronco son del martillo golpeando sobre el yunque;
noto a los salvajes de la transandina región cristianos y civilizados,
comerciando amablemente con numerosos inmigrantes y dándoles en cambio
de artículos para la industria las arenas de oro del álveo de sus corrientes;
distingo eslabonados el Pacífico con el Atlántico con cadenas de rieles y
alambres telegráficos, y con nudos de estaciones y de factorías.
Ya veo en fin, a los peruanos haciéndose ordenados por
convicción, unidos por interés, obedientes por hábito, económicos
por necesidad, honrados por conveniencia, patriotas por deber y
trabajadores por moral y por religión.
57. Plegue al cielo que asome cuanto antes en el horizonte peruano el ángel
del trabajo que, quitando de sobre el cuerpo del Perú, la pesada lápida de
nuestro pasado, lo haga surgir de entre los muertos, como al mártir belemita,
en resurrección feliz, imperecedera y gloriosa.
______________

Obras citadas
Academia Nacional de Historia. 1979-1980. “Vicisitudes del Gobierno Provisional
de Arequipa (1882-1883). Actas del Consejo de Ministros del Gobierno de
Arequipa”. Revista Histórica, Tomo XXXII. Lima: P. L. Villanueva.
Ahumada Moreno, Pascual. 1888. Guerra del Pacífico: recopilación completa de
todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a
la guerra de que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia. Tomo V. Valparaíso:
Imprenta y Librería Americana.
Ahumada Moreno, Pascual. 1891. Guerra del Pacífico: recopilación completa de
todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a
la guerra de que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia. Tomo VIII.
Valparaíso: Imprenta y Librería del Mercurio.
Basadre, Jorge. 1968-70. Historia de la República del Perú. 6ta. Ed., Tomo VIII,
Lima: Editorial Universitaria.
Blanlot Holley, Anselmo. 1910. Historia de la paz entre Chile y el Perú 1879-
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Bulnes, Gonzalo. 1914. Guerra del Pacífico. Ocupación del Perú. La Paz. Tomo
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González, Nicolás Augusto. 1903. Nuestros Héroes. Episodios de la Guerra del
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© César Vásquez Bazán, 2014


Todos los derechos reservados
Enero 5, 2014; mayo 11, 2014; diciembre 6, 2014; abril 28, 2015
Publicado hace 1 week ago por César Vásquez Bazán

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