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ACERCA DE LO HEDIONDO PERLONGHER

Lectura de grupo.

- Alem Erro, Mariana


- Faggiani, Ana
- Fernández Leone, Magalí
- Hoffmann, Brenda
- Martínez, Rocío
- Pelesson, Rocío

Luego de una lectura general del texto Acerca de lo hediondo de Néstor Perlongher no pudimos
más que ver el reflejo de nuestro sentir en los ojos de las otras. Sin siquiera decirlo, todas
coincidimos en una cosa: el texto era una agresión a la lectura, una total antipatía no solo hacia el
lector, sino también hacia las palabras mismas. Un grotesco –que bien llamado como tal– nos
generó un profundo rechazo hacia el texto, y, lógicamente, un febril interés en él.

La ironía no se encuentra solamente en el narrador o en el sentir del lector, sino que la


construcción discursiva se construye en la misma tensión contraria. No se trata únicamente de lo
que dice, sino la manera en la cual decide hacerlo. Desde este punto de vista resumimos, en un
primer momento, a dos grandes argumentos sobre lo que Perlongher considera como poesía: las
palabras mismas lo son, pero también la descripción de las situaciones. Para él en la poesía no hay
ética, porque sería recortar una cierta parte de la sociedad que cree que algo está bien y algo más
está mal, un recorte que de por sí no encaja para el poeta dada su inclinación sexual. La poesía,
podría decirse, es el poeta, porque si sus palabras son poesía y lo que pone en ellas son sus
percepciones, entonces se transforma en relato poético desde el poeta.

La literatura para Perlongher no es útil en esencia, no nace para ser útil, lo que no quita que pueda
llegar a serlo. Su objetivo es matar el utilitarismo en el sentido para que predomine el significado.
Si se le da una practicidad como única finalidad, con un objetivo fijo, se mata a la poesía y se
convierte en medio de manipulación. Tampoco el foco se encuentra en las cosas sobre las que
trata o sobre las que deja de tratar. Su expresión se configura en una prosa poética; si hay que
hablar sobre algo feo, se lo debe expresar de manera fea.

El cómo de esta construcción es lo que marca las diferencias y, en este caso particular, lo que logró
unificar nuestra lectura crítica. Perlongher utiliza todos los recursos que tiene a la mano para que
su texto no solo hable, sino que accione según el objetivo de la discursividad; su poesía es un
«acto de habla» (Austin). Parece que el mismo texto ataca ya que utiliza los elementos retóricos
para definir el sentimiento. De este modo, es lógico afirmar que su poesía muestra una realidad
completa, tanto “en la parte alta como en la asquerosamente baja” (Mariana Alem Erro). Es una
no exclusión de nada; lo feo también forma parte de la poesía.

Si de recursos hablamos, podemos describir numerosos usos fonéticos, sintácticos, semánticos, y


hasta visuales, pero nuestro objetivo no es realizar una crítica estilística, por lo que resumiremos
estos aspectos en una afirmación: Perlongher es un maestro de la manipulación. No se une a las
corrientes latinoamericanas, es más, reprocha esta delimitación. No quiere estar en un recorte, no
quiere pertenecer a esta estética cerrada, conceptual; lo “oficial”. Es cuasi una filosofía de la no
delimitación. Esto se traduce en el texto en su tono combativo, de mucha adjetivación con
palabras impactantes –ya sea por sonoridad o por contar con que el lector directamente
desconozca el término–; si se comprende, molesta la manera en que está dicho, si no se
comprende, molesta la pedantería con la que subestima al lector. De alguna manera logra que el
recorte se ajuste al neobarroco –o mejor al “embarrocamiento”– del que gustaba alardear. En
cierto modo, ensucia la lectura hablando de la suciedad de la escritura. Más allá de su postura, se
lo puede caracterizar de posmodernista, “neobarroso”, vanguardista, entre otras categorías que
han enmarcado a aquellos quienes buscaron romper con todos los moldes.

En toda la primera parte hay una sucesión de puntos suspensivos. No se delimita la realidad, se la
cuantifica en niveles que se adjudican uno dentro de otro. El segundo párrafo del texto concentra
el mayor nivel de abstracción del texto ya que desde lo discursivo predomina el monólogo interno
y la continua pregunta y respuesta –que en realidad no es respuesta, es una apertura a más y más
ramificaciones–. Esto está directamente ligado a la sintaxis: no solo hay un excesivo uso de
interrogativas, sino que también se corrompe el hilo de sentido con subordinadas, aclaraciones
interminables entre guiones y largas enumeraciones. Diversifica así la manera de posicionarse
como lector y, en cierto modo, como observador de ese uso de la puntuación.

Ya desde el título se abre la puerta al lector sobre la clave del texto, lo hediondo, por lo cual no es
sorpresa llegar a la conclusión de que Perlongher no utiliza la poesía únicamente para decir algo;
el cómo y el para qué coinciden con lo que se está diciendo. Es un gran espiral que vuelve sobre sí
mismo, hasta finalmente hacernos perder entre cada nueva curva.

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