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Lectura de grupo.
Luego de una lectura general del texto Acerca de lo hediondo de Néstor Perlongher no pudimos
más que ver el reflejo de nuestro sentir en los ojos de las otras. Sin siquiera decirlo, todas
coincidimos en una cosa: el texto era una agresión a la lectura, una total antipatía no solo hacia el
lector, sino también hacia las palabras mismas. Un grotesco –que bien llamado como tal– nos
generó un profundo rechazo hacia el texto, y, lógicamente, un febril interés en él.
La literatura para Perlongher no es útil en esencia, no nace para ser útil, lo que no quita que pueda
llegar a serlo. Su objetivo es matar el utilitarismo en el sentido para que predomine el significado.
Si se le da una practicidad como única finalidad, con un objetivo fijo, se mata a la poesía y se
convierte en medio de manipulación. Tampoco el foco se encuentra en las cosas sobre las que
trata o sobre las que deja de tratar. Su expresión se configura en una prosa poética; si hay que
hablar sobre algo feo, se lo debe expresar de manera fea.
El cómo de esta construcción es lo que marca las diferencias y, en este caso particular, lo que logró
unificar nuestra lectura crítica. Perlongher utiliza todos los recursos que tiene a la mano para que
su texto no solo hable, sino que accione según el objetivo de la discursividad; su poesía es un
«acto de habla» (Austin). Parece que el mismo texto ataca ya que utiliza los elementos retóricos
para definir el sentimiento. De este modo, es lógico afirmar que su poesía muestra una realidad
completa, tanto “en la parte alta como en la asquerosamente baja” (Mariana Alem Erro). Es una
no exclusión de nada; lo feo también forma parte de la poesía.
En toda la primera parte hay una sucesión de puntos suspensivos. No se delimita la realidad, se la
cuantifica en niveles que se adjudican uno dentro de otro. El segundo párrafo del texto concentra
el mayor nivel de abstracción del texto ya que desde lo discursivo predomina el monólogo interno
y la continua pregunta y respuesta –que en realidad no es respuesta, es una apertura a más y más
ramificaciones–. Esto está directamente ligado a la sintaxis: no solo hay un excesivo uso de
interrogativas, sino que también se corrompe el hilo de sentido con subordinadas, aclaraciones
interminables entre guiones y largas enumeraciones. Diversifica así la manera de posicionarse
como lector y, en cierto modo, como observador de ese uso de la puntuación.
Ya desde el título se abre la puerta al lector sobre la clave del texto, lo hediondo, por lo cual no es
sorpresa llegar a la conclusión de que Perlongher no utiliza la poesía únicamente para decir algo;
el cómo y el para qué coinciden con lo que se está diciendo. Es un gran espiral que vuelve sobre sí
mismo, hasta finalmente hacernos perder entre cada nueva curva.