You are on page 1of 7

Liceo María Auxiliadora

Santa Cruz.

Guía 2: Género narrativo

LOS PERSONAJES

Clasificación de personajes.

Su importancia en el Sus rasgos Su transformación con la


acontecer. caracterizadores. acción.

* Plano.
* Principal. *Redondo, dinámico o en
* Estático.
* Secundario. relieve
* Dinámico.
* Incidental. * Tipo
* Caricaturesco.

SEGÚN SU IMPORTANCIA EN EL ACONTECER.

1.- Personaje Principal: El o los personajes principales se destacan con respecto a los demás porque
funcionan como integradores de la organización de los acontecimientos, por lo tanto, son parte
estructurante de la acción y su participación no podría ser olvidada.

Los personajes principales pueden clasificarse a su vez en protagonistas y antagonistas. El protagonista


es un personaje que busca un objetivo, el antagonista representa la fuerza que se opone a este logro.

2.- Personajes Secundarios: Son aquéllos que, sin tener un rol demasiado importante enel desarrollo de
los acontecimientos, proporcionan un grado mayor de coherencia, comprensión y consistencia a la
narración. Por lo general, estos personajes están vinculados a los principales, pero su participación
también es individual y complementaria a la participación de los personajes principales.

3.- Personajes Incidentales o Episódicos: Tal como lo dice su nombre, son personajes que no tienen una
presencia permanente en los hechos. Su participación es un recurso para ordenar, exponer, entrabar,
relacionar, coordinar y también retardar el desarrollo de los acontecimientos.
SEGÚN SUS RASGOS CARACTERIZADORES.

1 Personajes Planos: Estos personajes presentan sólo un rasgo destacado. Se les reconoce por una sola
cualidad, no presentan más que un aspecto de su existencia. Su función es generar un grado de simpatía
en el lector, sin necesidad mayor de la intervención del narrador.

2 Personajes en Relieve (redondos o esféricos):

Presentan más de un rasgo caracterizador, por consiguiente, conocemos de ellos varios aspectos de su
existencia. Son entes capaces de sorprender al lector al mostrar, en forma repentina, aspectos de su
personalidad que estaban ocultos. Son personajes a veces contradictorios, que generan emociones
encontradas en el lector.

3 Personajes Tipo: Los personajes tipo representan algo, alguna característica de un sector social
humano, de un tipo determinado.

4 Personajes Caricaturescos: Son utilizados para hacer una crítica a algún aspecto de la realidad social o
personal.

SEGÚN SU TRANSFORMACIÓN POR LA ACCIÓN.

1 Personajes Estáticos: Se comportan de la misma manera en todo el relato. Estos personajes no


evolucionan ni sufren cambios en su conducta ni características personales. Los datos que se obtienen
de ellos no sufren alteraciones.

2 Personajes Dinámicos (o evolutivos): Estos son los personajes que, a través de la acción del relato,
varían su forma de ser; comienzan siendo individuos de ciertos rasgos y conductas y, a medida que la
acción transcurre, modifican su comportamiento, llegando incluso a ser totalmente distintos.

ESPACIO O AMBIENTE

El término espacio tiene demasiada amplitud, abarca tanto los lugares físicos específicos en los
que suceden los hechos, como la atmósfera, el ámbito espiritual al que la obra se refiere. La dimensión
espacial es importante y tiene estrecha relación con los otros elementos de la narración literaria:
personajes, acontecimientos, narrador y mundos. La tipología que se presenta estriba en como
determina el espacio la actividad del personaje, ya sea en términos específicos, concretos, o en términos
abarcadores relacionados con la acción narrativa.
1 Espacio físico o
escenario: corresponde al lugar o lugares donde ocurren los acontecimientos. Puede tratarse de un
espacio cerrado o de un espacio abierto, y se dan a conocer por medio de pasajes descriptivos
presentados por el narrador.

“Había varias escopetas feas y viejas, y un par de pistolas de arzón encima de la chimenea, y tres cajas
de colores chillones que se hallaban alineadas a lo largo de la repisa constituían todo su adorno. El piso
era liso, de piedra blanca; las sillas, de respaldo alto, de modelos anticuados y pintados de verde, en
tanto que una o dos negras y pesadas permanecían ocultas en la sombra. En un arco debajo del
aparador yacía una gigantesca perra de muestra, rodeada por un enjambre de chillones cachorros, en
tanto que otros perros descansaban en los demás escondrijos.”

Emily Bronté, Cumbres borrascosas.

2 Espacio psicológico: corresponde a la atmósfera espiritual que envuelve los personajes y a los
acontecimientos todo, de acuerdo, a los conflictos que se planteen: amor, confianza, odio, venganza,
desilusión, etc.

“En toda aquella escena había algo angustioso, y en el piso un calor sofocante como si el aire estuviera
estancado y podrido”

Carmen Laforet. Nada. Fragmento.

3. Espacio social: corresponde al entorno social, cultural, religioso, moral o económico en el que se
desarrollan los acontecimientos. De este modo, los personajes pertenecen a un sector social, poseen un
nivel intelectual y cultural.

“La familia de Don Dámaso Encina era noble en Santiago por derecho pecunario y, como tal, gozaba de
los miramientos sociales (…) Se distinguía por el gusto hacia el lujo, que por ese entonces principiaba a
apoderarse de nuestra sociedad y aumentaba su prestigio con la solidez del crédito de don Dámaso, que
tenía por principal negocio el de la usura en gran escala, tan común entre los capitalinos chilenos”

Alberto Blest Gana. Martín Rivas. Fragmento.


Actividades

1. Identifique el narrador del cuento adjunto. Luego de ello, justifique el por qué de su elección y
destaque, en el cuento, las marcas textuales que dan cuenta de la presencia de ese narrador.
2. Señale los personajes presentes en el relato y clasifíquelos
El almohadón de plumas

Horacio Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló
sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento
cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán,
mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.

Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta
ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos,
columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo
glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de
desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo
abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo
sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que
llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y
días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba
indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y
Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto
callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y
aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de
Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no
me explico, y sin vómitos, nada… Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima,
completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el
día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor
ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin
cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba
en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que
caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego
a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno
y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la
boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

-¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta
confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos,
que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose
día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor
mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en
silencio y siguieron al comedor.

-Pst… -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio… poco hay que hacer…

-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las
primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en
síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía
siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde
el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le
tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma
de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban
fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que
el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada
el almohadón.

-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del
hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin
saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.

-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán
cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror
con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas,
moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa.
Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa,
mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La
remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo
moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones
proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos
en los almohadones de pluma.

You might also like