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1.

Encontré mi droga


Todos tenemos una droga, una en especial que está hecha para nosotros.

Tu cuerpo reacciona a ella de manera extraordinaria, como el carburante ideal de
máximo octanaje para el que nuestro motor fue diseñado a su máximo
rendimiento. La droga equivocada puede reducir tu potencia e incluso ser
perjudicial para el funcionamiento de tu maquinaria. Pero cuando encuentras la
correcta, todas tus neuronas y músculos dan todo de sí: creatividad, fuerza,
velocidad, agilidad...

Cada uno tiene la suya.

Yo he encontrado la mía. Y no eres tú.

2. Esa cara


Vi una cara que no existía.

Imaginé una persona que nunca nació.

Creé una personalidad, una vida, una historia con su pasado.

Me conmoví con sus penas y me emocioné con sus victorias.

Sé por qué vestía esas ropas, leía esos libros y disfrutaba de la música que
escuchaba a todas horas.

Siempre tuve claras las razones por las que se rodeaba de esa gente y por las que
apartó a aquellos otros.

Puede que su cara haya cambiado.

La que vi el primer día quizás se haya definido mejor, o quizás haya borrado y
ganado rasgos en función de su personalidad.

Es lo que tiene inventarse a alguien.

Ahora sólo me queda retratarlo en un papel.

Para que todos le conozcáis.

3. Mediocres


Vivo rodeado de mediocres.

La gente conduce despacio y mal. La mayoría opina sin saber de qué coño están
hablando, y no entienden los problemas de fondo. Están gordos, débiles, viejos.
Se amontonan para realizar actividades que no tienen ningún interés, y pierden el
tiempo a diario en cosas que no aportan absolutamente nada al mundo ni a la
sociedad. La mayor parte de ellos pasará inadvertida para la historia, sin ninguna
contribución relevante. No habrán creado algo bello, ni útil ni trascendente. No
habrán aportado creatividad ni ingenio a ningún debate. Todos serán sustituidos
por otros en cuanto no estén, o simplemente no sean capaces de seguir con la
monotonía.

Como ladrillos que forman una pared y que se han deteriorado con el tiempo.
Uno encima de otro.

Y yo me consumo a su lado. Sufriendo su mediocridad, derrochando mi valía sin
que nadie le saque provecho alguno. Mi excelencia es inalcanzable para ellos, y,
por lo tanto, inservible.

Tengo vista de águila en el país de los ciegos. Gran paradoja pues; ellos son
felices en su ignorancia.

Yo no.

4. La estatua


Lo sé. Sólo soy una estatua.

No se espera que tenga juicio, y menos que mi opinión sea escuchada. Pero si lo
pensáis bien, llevo aquí mucho más tiempo que todos vosotros, y os he visto
hacer todo tipo de gilipolleces durante varias generaciones.

Cierto es que me cambiasteis de lugar para dejar sitio para que pasasen vuestros
irrenunciables coches. Que me limpiáis de arriba a abajo cada cuatro años, unos
pocos meses antes de las elecciones. Que añadisteis un precioso jardincillo a mi
alrededor que ha reducido las meadas perrunas únicamente a aquellas de canes
cuyos dueños gustan de presumir de ser capaces de llevarlos sueltos con las
manos en los bolsillos.

Pero yo también tengo mi opinión. Y si os digo la verdad, cada vez me parecéis
más tontos.

Hace tiempo os veía disfrutar a los unos de los otros, y, a su vez, de todo lo que
os rodeaba. Os empeñasteis en meteros en cajas de metal con cristales para veros
la cara cuando os insultáis. Últimamente, los pocos que aún os movéis andando,
os centráis más en los aparatitos que lleváis en la mano que en quién tenéis a
vuestro lado. Estoy seguro de que los famosos están encantados de que llevéis
esa mierda siempre encendida porque no sois capaces de reconocerlos por la
calle.... ¡no miráis a nadie a la cara!... quizás algún culo por un momento se
cuela entre vuestros ojos y la pantallita de los cojones. ¡Pero tiene que ser un
buen culo!

Y yo aquí plantado, desnudo, con la misma puñetera postura de toda mi vida,
deseando que descargue un nuevo autobús de japoneses para que me dedique
algo de su tiempo con sus cámaras ametralladora, aun sabiendo que nadie verá
esas fotos cuando lleguen a su casa.

Supongo que acabaréis creando cajas individuales para cuando sois peatones,
con teléfono incorporado, que circularán por carriles pre-establecidos y evitarán
cualquier interacción entre vosotros. Incluso os he oído hablar de trabajar desde
casa. Ya pedís la comida a domicilio, así que no me extrañaría que terminéis
viviendo sin puertas a la calle ni ventanas, para que nadie os moleste.

Yo, no me muevo de aquí.

5. Arcoíris en la noche


Bella e inútil a la vez, como un arcoíris en plena noche, entró en mi vida en el
peor de los momentos.

Extraje su espectro y lo desparramé por mi amargura para cubrir con sus colores
mi decrépita figura.

La mostré en mi mundo de decadencia como la bandera de lo que yo no era, y
prendí la llama que acabó para siempre con su frescura.

Fue una gota de licor caída en un caldo espeso que se resistió a diluirse, pero que
al final desapareció en el fondo del tazón.

La noche avanzaba y los colores permanecieron ocultos.

Y, de pronto, la mañana, y el sol cegador la borró de la memoria del corazón.

6. Sonríe si estás de acuerdo


He pensado que llevamos unos cuantos días un poco duros, tensos, agotadores.
Se me ha ocurrido que, si todo va bien, mañana podríamos salir a tomar el aire.
Buscar un sitio apartado, en el campo, solitario, y disfrutar de la ausencia de la
gente y la abundancia de la naturaleza.

Tengo algunas ideas. Creo que te vendrá bien. Y a mí también.

Aunque ahora no puedas hablar (sé interpretar tu mirada), sonríe si estás de
acuerdo.

7. Nadie saldrá vivo de aquí


He estudiado y revisado todas las posibilidades. No hay salida posible.

Todos los caminos están cortados y cualquier opción acaba en un callejón sin
salida.

Podemos ignorar la situación y hacer como que no nos damos cuenta, pero al
final, el hoyo nos espera a todos. Mientras tanto quizás lo mejor sea mantener la
cabeza ocupada con otras cosas, trivialidades al lado del final que nos tiene
guardado el destino. ¿Cuándo será? Eso da igual. Estar prevenido para protegerte
del golpe cuando llegue no te servirá de nada. El impacto será total y los efectos
devastadores.

No hay alternativa. Todo lo construido hasta entonces, la felicidad que hayas
repartido, los compromisos adquiridos. Todo queda borrado de un golpe y lo que
representas desaparece en el tiempo y en el espacio.

Eso es lo malo de la vida, que se termina.


8. Aquella casa


Más allá de las montañas, he encontrado una casa a la que se asoma el sol al
amanecer.

Más allá de los caminos transitados, reposé mis pies descalzos en un río
cristalino.

No encontré a nadie en aquel lugar, no había humano que allí morara.

Más allá de las montañas he creado un escondite, al que no me importa tardar en
llegar, cada vez que con nadie quiero hablar.

Es sin duda un lugar único y reservado éste que te describo, lejano y protegido,
por lo que a él no te invito y espero nunca te encuentre allí huido.

9. Tengo pensado asesinarte


Quiero que sepas que tengo pensado asesinarte.

Tengo estudiadas tus rutinas, tus ruinas, tus rutas y tus romances.

Pensados los cómos, los dóndes y los porqués alternativos.

Comprados los instrumentos, cavados los hoyos y construidas las coartadas.

Quiero que sepas que, aún no sé cuándo, pero tengo pensado asesinarte.

10. No me fío

Jamás podré fiarme de él.

No podré nunca fiarme de alguien que sienta por ti lo mismo que yo siento.

Alguien que siente eso por ti debe de ser un demente, como yo.

Alguien así debe de ser fanático del dolor, como yo, debe de venerar el sadismo,
como yo, no sentir estima por nadie, como yo.

Alguien dispuesto a darlo todo por ti debe ser peligroso, lunático,
desequilibrado, inconsciente... como yo. Jamás podría fiarme de alguien... como
yo.

Y es por ti.

Inspirado en ESA canción de Oasis.

11. Apunto entre tus ojos

¡No te muevas! No quiero errar el tiro. No tengo una segunda oportunidad, y no
quiero dejarlo todo perdido...

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Al principio me pareciste alguien
insignificante, prescindible, me costó prácticamente un año aprender me tu
nombre.

Pero fui ciego y estúpido, y te dejé hacer a mis espaldas, crecer sin límites,
influir a todo mi entorno, destruir los cimientos de lo que yo mismo creé.
Todavía no tengo claro si pretendías sustituirme o simplemente derrocarme,
como soldado a las órdenes del tirano que tomará el poder pasando sobre los
cadáveres putrefactos de ambos bandos. En cualquier caso, supe detener te a
tiempo.

Y aquí estás, derrotado y prisionero.

Pero por haber sido un digno adversario tienes privilegios: elige tu bala.

12. Salí en un vídeo de Pearl Jam

Estaba convencido de que mi futuro estaba en la música. Dediqué el primer
cuarto de mi vida a formarme, a mezclarme con los profesionales que tenía a mi
alcance, a asistir a más eventos de los que mi agenda podía soportar... Sacrifiqué
amistades y romances por no estar a la altura de una conversación sobre las
influencias en el rock los '70. Decoré mi casa como la de una estrella y me hice
coleccionista de instrumentos y vinilos. Llegué a ensayar con un grupo diferente
cada día de la semana e incluso desarrollé una especial habilidad para colarme
en las fiestas VIP de los festivales de música.

Sí, de alguna manera, hice que toda mi vida girase alrededor de la música, hasta
que ella me preguntó a qué me dedicaba, en la presentación del último disco de
Metallica.

Fue entonces cuando me di cuenta de que lo más meritorio que podía aportar al
mundillo era: "Yo salí en un vídeo de Pearl Jam"

13. La desesperación

Vivo en una casa ocupada, ocupada por temores y lloros, por ruina y
desesperación. Vivo en un mundo inclinado hacia abajo y con olor a humedad,
sin puerta ni ventanas, pero rodeado por todos lados de escaleras con peldaños
inmensos.

Los que aquí estamos desconocemos el significado de la luz y el sabor dulce,
ajenos a planes y utopías, nos resultan extraños los periódicos y la sociedad.
Quizás compitamos entre nosotros, quizás unos peor que otros, pero el podio no
es un anhelo para nadie, no hay reconfortante reconocimiento.

Así que no vengáis a hablarnos de lucha, de motivación o de dignidad.
Guardaros vuestra complacencia e incapacidad si no queréis que salgamos a
vuestra realidad a contagiaros y reclutaros a las filas del infierno.

14. Hora punta

Me maquillé una sonrisa, una vez más, y me dispuse al abordaje de una jornada
más de fracaso. Senderos de asfalto frío me indicaban por dónde bajar a los
infiernos, a la espera los demonios del tedio y el despotismo autorizado.
Pulmones verdes a mi alrededor se volvieron transparentes, una vez más, y los
cadáveres se apiñaban enfundados en sus ataúdes alemanes mirando al rojo. Y el
rojo se vuelve verde, pero no ofrece esperanza; más adelante rojo volverá a ser.

Y al final del pozo, el lodo y la miseria. Una vez más.

15. No sale agua caliente

- ¡No hay agua cliente!

- ¡Se habrá terminado la bombona! ¡Ahora te la cambio!

En pleno 2012 y vivo pendiente de una bombona de butano para ducharme. Me
recuerda a la moto que tenía mi padre cuando yo era pequeño: la tecnología
necesaria para detectar la entrada de la reserva del depósito de gasolina no era
asequible, y la máquina se paraba allá donde estuvieses sedienta de combustible,
a la espera de que girases una simple llave que abriese camino a los litros de
emergencia que te permitirían llegar a la siguiente estación de servicio.

Así estoy ahora. Con bombonas de butano, televisión de tubo, cocina de gas, sin
microondas ni lavavajillas (este último literalmente no cabe), sin ascensor en un
cuarto piso, y aguantando olores y gritos de vecinos demasiado cercanos a la
ventana de mi dormitorio.

Sí, además he tenido que volver a compartir piso. A mis 37. Al menos he tenido
"la suerte" de que un amigo está en la misma lamentable situación que yo.

¿Qué me ha pasado? Pues aprovechando ese tiempo de bonanza que nos
vendieron, dejé mi trabajo de toda la vida, 15 años en la empresa, por uno
bastante mejor remunerado (15 años no significa progreso en una gran empresa)
en una joven y pujante corporación. Se acabó rápidamente la bonanza, y
desapareció rápidamente la pujanza de los pequeños y lo nuevos. Me vi en la
calle con una indemnización por un año trabajado (echad números) y
cruzándome con la gente que despedían en las empresas a las que iba a pedir
trabajo.

Ahora sigo mendigando cualquier cosa en cualquier empresa, cada día, y a
dormir vengo aquí con mi colega, porque comer intento no hacerlo en casa: es lo
que más me recuerda que no tengo trabajo, comer en casa. "Emprende, monta tu
propio negocio", te recomiendan desde las alturas. Gran idea, digo yo. No sé
dónde te dan más ayudas para lograrlo, en las instituciones públicas o en los
bancos.

Lo veo lógico. Ahora los que tenéis trabajo haréis lo imposible porque a quién os
paga no le falte dinero para hacerlo todos los meses. Y en esas estoy, mirando las
ofertas en el supermercado, adicto a las marcas blancas y a los "sabores blancos"
(neutros) en mis comidas, he aprendido a coser, a lavar, a fregar, a planchar, a
arreglar tuberías, cisternas, goteras....

Lástima que por esta formación no den títulos que enseñar en las empresas.


16. El hombre que mantenía extrañas conversaciones

con su perro

Siempre me sorprende. Me cruzo con él, y le oigo charlar y charlar.

Cuando su perro intenta saludarme (con una cara que no se identificar: o
pidiendo que lo libere de su dueño por pesado, o pidiendo perdón por intentar
olisquearme) él le suelta un discurso sobre modales, sobre cómo tratar a las
personas mayores y sobre que los niños deben esperar a que se les pregunte antes
de hablar.

Le pregunto la edad del perro, y él parece sorprendido por la mala educación que
demuestra al no responder por sí mismo: "¿No oyes que el caballero te ha hecho
una pregunta? Discúlpelo, está en una edad muy mala, en la que cree que puede
ir en contra de todo, porque las normas se han hecho para amargarle la vida".

El hombre era un señor de edad avanzada, de esos que primero es fumador y
luego persona, porque nunca le verás sin un cigarro en la mano, "el séptimo
dedo, el que se chupan los mayores", que me decía mi abuelo (a lo que mi primo
contestaba que él tenía uno más que también se podía chupar...) y que vestía
siempre con la misma ropa (le daría tiempo a lavarla y a secarla antes de volver a
salir a la calle, digo yo) y hacía la misma ruta con su perro.

Nunca lo vi hablando con nadie, aparte del perro. El perro, un pastor alemán
delgado como su dueño, con andar cansino y taciturno (siempre quise usar esta
palabra), que ni tan siquiera miraba a los otros perros que se cruzaban con él y
que, es cierto, parecía pedir permiso para levantar la pata y orinar en la farola
cercana. Cada día, alrededor de las ocho de la tarde se sentaban en el único
banco de la calle, cerca del supermercado, y él cambiaba los cigarros de cajetilla
por otros de mejor olor (y sabor, se supone), que hacían girar la cabeza por igual
a ancianos, padres y madres y jóvenes adolescentes.

Ese día me senté a su lado. Él no me miró. Si no que volvió a increpar a su
perro: "No molestes al caballero". Le hice saber que me parecía increíble lo bien
educado que estaba el perro. "Más le vale", me respondió él. Quise saber si vivía
por aquí cerca, y él me contestó: "Depende del día, pero normalmente en el
parque de la calle Manipa".

Entonces lo entendí. Al igual que las personas que viven solas acaban hablando
por la calle, él había convertido a su perro en su compañero de no-piso, o de
banco de parque. Sufrían juntos, mendigaban juntos, pero al final él era el que
encontraba los mejores manjares, los mejores cartones para cubrirse. Es por ello
que el perro debía obedecerlo, eso sí, si quería seguir siendo su amigo y
compañero de banco.

17. Me he levantado miércoles

Hoy me he levantado miércoles.

En medio de una agonía de varios días, lejos del comienzo y sin llegar a ver el
final.

Quizás, si logro quedarme inconsciente, pueda sobrevivir sin alimento hasta un
día menos triste y deprimente. O quizás, si me embarco en un largo viaje en el
que cambien los días y los lugares, disuelva esta pesadumbre de mediados de
semana en el absurdo.

Cuidado debo tener de no viajar en el sentido contrario al correcto: podría
plantarme sin querer en el lunes y tener que repetir toda la semana.

18. Ella dijo que debía comprar una escopeta

Ella dijo que no podía permitir que nos tratasen así. Ella me exigía que me
comportase como un hombre y defendiese a los míos. Me convenció de que si no
nos protegíamos de los demás nos acabarían devorando. Me gritó que los
problemas se resolverían cuando supiesen con quién estaban tratando. Ella quiso
que yo tuviese la oportunidad al alcance de mi mano. Ella fue construyendo la
escena poco a poco. Ella siempre supo lo que iba a pasar. Ella provocó que
pasase. Ella me obligó a hacerlo.

19. Sin voz

Desde que me quedé sin habla, creo que la gente ha dejado de verme.

Sí, sé que suena raro, que lo normal sería que dijese que la gente ya no me
escucha, pero en realidad el que no te oigan no es la única razón para que
alguien no te escuche. Quiero decir que antes, cuando era capaz de hablar, al
menos sabía que podía hacerme oír, opinando en una reunión, alzando la voz a
mi pareja, reclamando en un lugar público, aunque nadie tuviese en cuenta lo
que yo dijese.

Pero desde que no tengo la capacidad de al menos hacer ruido con la voz (ruido
para los demás, como definición de sonido que no te interesa oír, sonido no
deseado es ruido), creo que ya directamente no me ven, me ignoran como si no
estuviese delante de ellos. Y, pensándolo un poco, es lógico. Un humano sin voz,
sin capacidad de comunicarse de manera natural (me refiero a la común, no una
creada al efecto por la carencia y que los demás deban aprender sólo para ti), se
convierte en un ser de otra especie, al que los demás se acercarán única y
exclusivamente cuando ellos lo deseen.

Así que, desde que no puedo opinar en las reuniones, no voy. De hecho, rara vez
voy al trabajo, pero sigo recibiendo mi sueldo en mi cuenta. Tampoco pago el
transporte público, y prácticamente no pago en ningún sitio, especialmente si
están basados en el autoservicio. Mi pareja, en casa, al principio se preocupaba
por mí, me preguntaba si estaba bien, si necesitaba algo, esperando un no con la
cabeza para sentirse aliviada y poder seguir con su vida, sin mí, pero
rápidamente se vio que lo hacía por lástima, así que un día me mudé de casa, por
supuesto sin decírselo, no habría podido hacerlo, y nunca intentó buscarme.

Con todo esto he logrado llevar una vida similar a la de un espíritu: yo puedo
verlos, tocarlos, pero ellos a mí no. Estoy en su mundo, pero a la vez en uno mío
privado. Y todo esto me gusta tanto que, cuando recuperé la capacidad de hablar,
hace ya bastantes años, decidí que no la quería, y la abandoné en un callejón
para poder seguir siendo un fantasma en vuestro mundo.

20. Me robó mi bala

Me robó la bala en la que había escrito mi nombre. Ella borró el camino marcado
hacia el precipicio, desorientándome en la perdición. Hizo desaparecer las nubes
que oscurecían mi horizonte y me cegó con luz de esperanza. Traté de impedir
por todos los medios que arruinase mi ruina. Quise evitar que destruyese mi
infierno, mi entorno, mi caos.

Mi tristeza no soportó su empuje y me abandonó a su capricho.

¡Maldita sea ella, maldita su alegría! Maldito el día en me salvó y me convirtió
en alguien de provecho. Añoro mi decadencia, odio mi futuro. Siglos me costó
asumir mi final, dibujar mi falta de esperanza. ¡Maldita sea ella, mi amor!

21. La foto

Encontré la foto debajo de un mueble antiguo. No lo había movido desde que
compré la casa, porque su ubicación me pareció adecuada, en comparación con
lo que me hubiese costado cambiarlo de tamaño. Era realmente pesado. Pero una
reforma, cuando se hace, se hace a conciencia, y todo debe variar, dentro de lo
posible, para que la sensación de renovación sea lo más completa que se pueda
conseguir.

Estaba entre el hueco que dejaban las patas y el saliente que ocultaba el espacio
que quedaba entre el bajo del mueble y el suelo, por lo que no se había aplastado
ni deteriorado al moverlo. Mi cabeza se centró automáticamente en ella,
suspendiendo el traslado de enseres por lo que restó de día.

La foto en sí misma contenía gran cantidad de información. Como centro de la
imagen, aparecía una pareja. La mujer parecía que quería alejarse de él, pero éste
la sujetaba por un brazo mientras sus labios dibujan palabras enérgicas. Ella no
le mira, y dirige sus ojos a lo que representa su vía de escape. Ambos visten de
manera elegante.

El entorno es una calle empedrada, donde ha llovido recientemente, y no se ven
coches aparcados. Los edificios pueden corresponder a un barrio céntrico de
Madrid, pero no se ve ninguno representativo que permita identificar el lugar. Al
fondo a la derecha, detrás del hombre, otra pareja está subida a la acera. Él la
empuja contra la pared con una mano, mientras levanta la otra amenazante. Ella
se tapa la cara en un gesto intuitivo.

Por el contrario, detrás de la figura de la mujer aparece una pareja más, pero está
se encuentra tiernamente abrazada, como si uno de ellos acabase de pronunciar
las palabras más hermosas que jamás se hubiesen creado, o acabase de dar la
mejor noticia que el otro podría esperar.

De una de las ventanas situadas a la derecha, hacia la "mitad del hombre de la
pareja principal" aparece alguien arrojando un cubo de desperdicios a la calle,
mientras que su vecino de la acera opuesta riega las plantas.

Hasta el cielo cambia de un lado al otro de la calle. En un lado nubes grises, que
se convierten en un azul luminoso a la izquierda.

La foto era una composición con un significado tan claro que la mente deducía
que era una creación artificial. Pero, por el contrario, nada indicaba que estaba
hecha por un profesional: el enfoque no era nítido, el encuadre no respetaba las
reglas básicas, los colores estaban alterados por las luces y sombras
inoportunas...

Pero algo tan rico no podía ser casual. O sí. Los dos mundos, la ira y el amor, en
una sola imagen, pero en múltiples representaciones. Esa foto ahora preside la
portada de mi libro, y fue la razón de por qué lo escribí, por lo que le debo media
vida.

22. Palabras

La primera fue "Hola". Días después "Escucha". Luego "Mírame". Le siguió
"Detrás"... y así durante muchos días, una palabra cada día.

Me las dejaban en el parabrisas del coche, y las veía cada mañana cuando bajaba
al garaje para ir a trabajar. El primer fin de semana, bajé a la misma hora que un
día de diario, sólo para ver si el sábado tendría mi palabra, pero no, era una
costumbre asociada a los días laborables. Tampoco los festivos aportaban
palabras nuevas.

No formaban un mensaje colocándolas todas seguidas, tampoco cambiándolas de
orden. Deduje que cada una era un mensaje en sí mismo, seguramente aplicable
para la jornada que en ese momento comenzaba. Empecé a buscar significado.
Me costó, pero al final salía conduciendo obsesionado con un par de ideas que
necesitaban mi total observación para confirmarlas.

Un día me encontré la palabra "Cinco". Empecé a contar cruces, semáforos,
pasos de cebra... y fijarme en las personas que allí estaban, al lado del objeto
"número 5". Después en la parada del metro 5, en quién estaba cerca de mí a las
5 en punto, en los portales con el 5... Al día siguiente fue "Perro". De nuevo, a
punto de sufrir un accidente por ir buscando perros en lugar de mirar la carretera.
Hasta que un día la palabra fue "Espera". Lo vi claro. Lo que fuese a pasar
pasaría allí, en el garaje. Debía permanecer al lado de mi coche. Lo hice durante
horas. Los vecinos me saludaban, y se alejaban observándome, extrañados.

Al final apareció ella. Me explicó que quería que llevase un recuerdo suyo cada
día que me hiciese recordarla, y la mejor manera que encontró fue hacer que yo
la buscase durante toda la jornada, aunque no supiese que la buscaba a ella.
Cuando le conté que había estado a punto de tener un accidente, la noche antes,
decidió parar el juego.

Sí, ella era mi mujer.

23. Bonita pesadilla

Ayer tuve una bonita pesadilla. Pasé la noche ocupado entre defenderme de su
ataque y deleitarme con su cuerpo. Esquivaba sus golpes despiadados a mi cara
intentando no perder de vista su hipnótico rostro y su excitante expresión de
rabia y odio. Disfruté cada fractura de mis huesos producida por sus suaves y
enérgicas manos. Gocé de su capacidad para hacer brotar mi sangre con sus
incisivos dientes clavados en mi carne, enmarcados en esos labios que me
vuelven loco. Me enfurecí conmigo mismo al notar que las fuerzas me
abandonaban, y maldije mi cuerpo por desvanecerse y hacerme abandonar la
vida sin poder continuar en ese paraíso infernal.

Pero desafortunadamente todo fue un horrible y fascinante sueño, y desperté
teniéndola aún a mi lado.

Ahora mi cabeza está ocupada en descubrir cómo conseguir hacerla enloquecer
de ira...


24. No mires mi cuerpo

Estaba acostumbrada a ceder su cuerpo a los hombres para que se entretuviesen
con él. Ella misma había conseguido algo de placer a través suyo, pero en
realidad eran las menos de las veces. Para ella, su cuerpo y su mente no eran la
misma cosa. Lo trataba como un coche u otra propiedad que permanecía a un
lado, y sólo lo utilizaba cuando era necesario. Lamentablemente, vivía atada a él,
y debía "desplazarse" en su interior constantemente, relacionarse desde él y
mantenerlo ligado a su esencia en todo momento.

A través de internet encontró una vía para poder expresarse sin que nadie la
relacionase con ese montón de huesos y carne que alteraba, según ella, su
verdadera personalidad a los ojos de los demás. Pero al final, todas las relaciones
personales querían pasar a la presencia física, y todas ellas cambiaban llegado
ese momento. Es por ello que se empeñó en pervivir en internet, en fomentar su
verdadero yo, aquél puramente espiritual e intelectual, y sacarle la máxima
satisfacción al medio sin permitir que su cuerpo y/o imagen física interviniesen.

Logró ser respetada y admirada, reconocida y reclamada, pero nunca más
accedió a presentarse en persona ni en fotografía en ningún lugar, y se mantuvo
apartada del mundo físico mientras su nuevo nombre estaba en activo. Después,
salía a la calle, con su cuerpo de siempre, ése que llamaba la atención y atraía a
los hombres sin tan siquiera abrir la boca, y volvía a dejar que todos ellos la
hablasen e intentasen camelarla sin tan siquiera mirarle a la cara.

25. Fin del mundo

Ayer me dijeron que el mundo se acaba el domingo, el próximo domingo. No he
dudado de la información en ningún momento, viniendo de quien viene, pero al
principio me quedé un poco parado.

Es una noticia muy importante, que afecta a mucha (toda) gente.

Lo primero que pensé es a quién debía decírselo. El impulso inicial es a tus seres
queridos. Pero después te planteas que si de verdad crees que es bueno que lo
sepan. Puede que alguno quiera tener la oportunidad de despedirse de los suyos,
otros querrán hacer cosas que tenían pospuestas para "más adelante"... Pero
también pensé que muchos sufrirían pensando en ese día, que sus mentes
podrían bloquearse, y con mi comunicado convertiría sus últimos instantes en un
infierno.

Después pensé en los desconocidos. Me servía el mismo razonamiento que para
los cercanos, pero había más posibilidades. Seguramente alguien aprovecharía el
momento para cometer delitos sin miedo a represalias, se ajustarían cuentas y
seguramente unos cuantos convertirían el mundo en un caos para el resto.

Hoy sigo igual. Parado. Pensando en ello. Pero, al menos hoy, me he propuesto
pensar en qué quiero hacer yo de aquí al domingo, a qué dedicaré mis últimos
días, independientemente de que el resto lo sepa o no. ¿Iré mañana a trabajar?
No tendría mucho sentido. Tampoco lavaré los platos ni llevaré el coche a la ITV
como tenía pensado.

Vale. Eso es lo que voy a dejar de hacer. Pero ¿qué hago que no tenía pensado
para esta semana? Locura, venganza, aventura, riesgo... ahora todo parece tan
sencillo. Y yo, tan poderoso.

26. A través de mi ventana

Pasan muchas cosas a diario, más allá del cristal de mi ventana. Siempre me
gustó leer, el cine, el teatro... me gustan las historias, las reflexiones ajenas y las
luchas entre terceros. Durante años me he empapado de la creatividad de
multitud de autores y de los frutos de su imaginación. Pero ya hace algún tiempo
que descubrí algo mejor.

Quizás fomentado por toda esa ficción que fui introduciendo en mi interior desde
tantos años. Mi ventana me presenta cantidad de historias cada día. Algunas se
ofrecen por capítulos, con personajes más o menos fijos, que van evolucionando
en su novela particular y compartida. Otras duran simplemente unas horas,
minutos... y los participantes son tan fugaces que se mezclan con los días
siguientes en mi memoria.

Tengo la suerte de que mi vivienda hace de cierre de la calle en la que vivo, por
lo que la ventana del comedor me ofrece una perspectiva de varias docenas de
metros del ajetreo del centro de la ciudad. No les escucho. Bueno a alguno que
se empeña sí. Pero el guion lo pongo yo. Su expresividad es la más natural
posible, por lo que debo ser capaz de adaptarme rápidamente.

A veces salen obras maestras, mezclando su pasión y sentimiento con mi
inspiración. Es una pena que estas obras no perduren, que tanto sus vidas como
mis diálogos no acaben formando un best-seller o una película taquillazo. He
pensado invitar alguna vez a alguien a compartir la visualización exclusiva del
pase único, pero si normalmente debes dedicar mucho tiempo a seleccionar la
película que quieres ver, en este caso es el espectador el que debe ser el
apropiado.

27. ¿Dónde estabas?

Caí estrepitosamente y no te vi. Me humillé sin remedio y tú no estabas. Luché
hasta derramar mi última gota de sangre y no me apoyaste. Grité tu nombre en
la noche al despertar empapado en sudor y no respondiste.

Hoy apareces en mi vida y te interesas por mí. Entras en mi casa y pides
compartir. Saltas sobre mi cama y me ofreces tus brazos. Susurras mi nombre y
me pides que me acerque.

Te odio más que nunca, pero te necesito como siempre.

28. Directos al infierno

Estaba pasando un mal momento.

Dejé de ver más allá de mis narices y me dediqué a preocuparme de mi mismo
durante los próximos diez segundos.

Si me apetecía beber, bebía. Si veía una mujer que me gustaba, me lanzaba a por
ella. Si en una tienda encontraba algo que me llamaba la atención, me lo llevaba.
No siempre conseguía lo que quería, en realidad muy pocas veces, y siempre
acababa metido en líos.

Pero desde ese momento en el que la situación se complicaba, ya sólo me
centraba en salir bien parado de ahí, mintiendo, arrastrándome... salvando mi
culo sin preocuparme el precio. No aprendí nada de toda esa fase, e incluso perdí
un montón de cosas, casi todo lo que tenía, material e inmaterial.

Pero me vino bien. Me conocí a mí mismo. En realidad tiré por la borda todas
esas convicciones que siempre defendí delante del resto y me dejé llevar por mis
instintos, y descubrí que todos somos eso, instintos. Toda esta capa de social-
civismo-cultura que nos empeñamos en poner como argumento para dejar de
hacer lo que nos apetece hacer, en realidad no hace más que ahogarnos a diario y
reducir nuestra vida a los mínimos para la supervivencia.

Puede parecer un camino directo al infierno, o a la soledad, o a ambos al mismo
tiempo. Seguramente en la mayor parte de los casos sería así. Salvo que te
encuentres a alguien en la carretera recorriendo la misma ruta.

Entonces, todo cobra sentido (antes ni tan siquiera te preocupaba), y esa de-
construcción humana se transforma en una revelación, en un descubrimiento y
en una realización personal. Quizás vivamos poco, puede que nos acabemos
matando el uno al otro, pero de lo que sí estamos seguros es que nuestra vida
acaba de comenzar ahora mismo.

29. Ayer me encontré un anillo

Ayer me encontré un anillo. Estaba en medio de la acera, en una calle transitada,
y, a pesar de ser dorado y brillante, nadie de la gente que caminaba delante de mí
se paró a recogerlo.

Yo sí. Lo levanté delante de mis ojos. Era un anillo de compromiso, estaba
bastante nuevo. Pensé que por el tamaño se correspondía a un varón. Dentro
tenía una inscripción: "Rosa y Andrés. 20-4-2001". ¿Cómo había llegado hasta
ahí? No hay cosa más ajustada y difícil de extraer que un anillo de compromiso,
por lo que la pérdida accidental parecía improbable. Al menos que se hubiese
desprendido de un dedo directamente.

Otra opción podría haber sido que el propietario se lo hubiese quitado por alguna
razón y, mientras lo mantenía fuera de su dedo, lo hubiese dejado caer sin querer
("lo hubiese caído", como dicen en mi tierra). Pensé en cuál podría ser la razón
para sacarse el anillo, y se me ocurrieron sólo dos: jugar con él entre los dedos, o
no querer que alguien lo viese en su sitio.

La primera anula la pérdida por descuido, por lo que sólo pudo ser la segunda.

Otra opción era que el anillo estuviese allí de manera voluntaria. Alguien lo
había arrojado al suelo, quizás desde una ventana, o mientras cruzaba la calle.
Me di cuenta entonces de lo que significa encontrarse un anillo de compromiso
en medio de la calle. Estaba ante la mejor representación de lo que podría ser "la
esquela de un matrimonio".

Lo volví a dejar en su sitio. Deseé no haber sido el primero en hacerlo.

30. La verdad

Deja de pedirme que sea sincero contigo. Así nunca tendrás lo que deseas.

Desde hace meses estás viviendo la vida que siempre habías soñado, te estoy
tratando como siempre buscaste en un hombre y recibes todo el cariño que
siempre imaginaste en una pareja perfecta.

Deja de pensar si es cierto o no lo que te digo, y si de verdad siento lo que
confieso. He creado para ti el mundo de tus sueños y pretendes cargártelo con la
verdad.

Esto es lo que te gusta. Con sinceridad, nunca lo tendrías.


31. Ya no cuentas

Crecí en una familia sin padres, en la que jamás supe qué camino era el
recomendado. Me lancé a la calle tan pronto pude andar y decidí por mí mismo
quién iban a ser los buenos y quién los malos. Busqué lo que pensé que
necesitaba y no paré hasta conseguirlo. Después cuando me aburrí, me deshice
de ello.

He acabado acumulando gentes y objetos por eliminación, sin criterio previo.
Quien falla desaparece. Tampoco puedo poner reglas, es simple ensayo-error.

Ahora apareces tú y me pones condiciones. Me dices que si quiero estar contigo
debo hacer esto y lo otro. Me listas lo que necesitas y qué esperas de mi
prácticamente a diario. Me pides un compromiso y que me olvide de algunas de
esas cosas que he ido seleccionando.

No sé a qué viene todo esto. Has pensado que yo iba a estar contigo a toda costa,
que estaría dispuesto a renunciar a parte de mí por tenerte.

Te he descartado desde que empezaste a hablar. Después de soltar tu discurso,
has conseguido que no haya merecido la pena lo bueno que he recibido de ti.
Pero tú vas a tardar en saberlo un poco más.

32. Me cambiaron la vida

Ella ha decidido abandonarme, me han echado del trabajo, me han robado el
coche y el casero me ha dejado en la calle. Mañana me despertaré solo en un
lugar desconocido, no iré a mi oficina y tampoco tendré cómo. Han decidido
cambiarme la vida, y ya me hacía falta. Gracias.

33. Huye

Escapa, amigo mío. Déjalo todo y sal corriendo. Aléjate de aquí antes de que se
sepa lo que has hecho. Entonces, ya será demasiado tarde.

Ellos te cazarán como los perros al zorro en la campiña inglesa. Sus mentes
crearán castigos que aplicarte, uno tras otro, venganza aliñada de rencor que
sufrirás durante el resto de tus días. La gente comentará los hechos, los
exagerará, los juzgará en tu ausencia y construirán tu nuevo personaje, el que
estarás interpretando en sus vidas sin haber leído el guion.

Tú te lo has buscado, tú has abierto la puerta. No es excusa pensar que el efecto
sería menor, sabías que lo que hacía era incorrecto. Simplemente no conoces a la
gente, o no te preocupó. Dan igual las explicaciones, la gente enfurecida no
escucha. La idea se plantará en su cabeza, y, en cada una de ellas, ramificará de
manera diferente, pero siempre apartando la imagen que tenían de ti hasta ahora.

Huye. Deshazte de ellos, pero no de tu pasado. Evita la tortura exagerada, pero
aplícate tú mismo la penitencia. No vaya a ser que en poco tiempo te toque huir
de otro sitio de nuevo.

Suerte.

34. Mirar o no mirar

- ¿Perdona, te conozco?

- No lo sé, dímelo tú.

- Pero eres tú quien se ha dirigido a mí.

- Sí, pero porque tú me estabas mirando fijamente.

- Bueno, que te mire no quiere decir que quiera hablar contigo. Quizás sólo
significa que me gusta lo que veo.

- Pues me alegro por ti, pero resulta bastante incómodo.

- Según vas vestida cualquiera diría que te gusta que te miren.

- La ropa me la pongo porque me gusta cómo me queda, no para que me la
llenen de babas por la calle.

- No creo que te encuentres muchos espejos como para poder disfrutarla, por eso
los demás intentamos que no se desaproveche el esfuerzo que te has tomado para
poder lucirla, o lucirte.

- Se te ve muy necesitado de cosas con las que deleitarte.

- Bueno, aprovecho el momento, y el lugar. ¿Te apetece tomar algo?

- Vale, a ver si tú tienes algo que merezca la pena y no vayas enseñando por la
calle.

35. Demonio ladrón

Cansada de él, de ese diablo que robaba su propio cuerpo cada noche,
desligándolo de su propia esencia para usarlo a su antojo. Cansada de ella, de la
vida, traidora que la condenaba a sobrevivir contra su voluntad, luchando a
diario por cosas que no deseaba. Cansada del tiempo, que corría durante los
momentos de aislamiento y casi retrocedía en la descorazonadora rutina.
Agotada de sí misma, de no ser capaz de secuestrarse para siempre y ofrecerse a
otro destino que simplemente enterrase su historia.

Sin ganas de vivir otro día mató al demonio, desafió a la vida, tomó el control
del tiempo y se rehízo artesanalmente. Mil veces mejor fugitiva que esclava.

36. Preparado para tu marcha.

Aprovecho el tiempo que paso contigo para construir recuerdos que me
acompañen cuando te hayas ido. Levanto con tu ayuda torres desde donde verte
mientras te alejes de mí. Capturo con mis yemas la frescura de piel para
guardarla para siempre en el último cajón de mi mesilla de noche. Río contigo a
cada hora con la esperanza de que esos momentos vuelvan a mi cuando la
tristeza me domine definitivamente. Los dos sabemos que tarde o temprano me
abandonarás, que pondrás fin a lo que ahora parece casi más perfecto que eterno.
No es una desgracia. Nunca puede ser una condena saber que el paraíso no es
eterno.

37. La llave en la cerradura

Volveré a encontrar mi senda, saldré del camino convencional.

Me centraré en mi horizonte, venderé todo aquello que compré.

Mi vida ha terminado hoy, mañana empiezo la que siempre soñé.

La casa ya está cerrada, la llave quedó puesta en la cerradura.

He quitado los cristales a las ventanas, todo lo que hay dentro, os lo podéis
quedar.

No me llevo el coche ni la maleta, no tengo nada que meter ahí dentro.

Ni tan siquiera cojo un mapa que me oriente, ni pienso preguntar dónde estoy en
cada momento.

Mañana empiezo la vida que siempre soñé

38. Paseante eterno

Me sigo moviendo entre maniquís que no quieren ni mirarme a la cara. Sigo
saltando de calle en calle sin saber si repito el camino. Veo pasar la luna cada
noche sobre mi cabeza cambiando de cara un poco cada día. Siento el sol
abrasador sobre mi piel sin que me importe el ardor a mediodía. No entiendo qué
significan los carteles ni adivino a dónde va toda esta gente. Salgo de casa a
cualquier hora y regreso simplemente cuando me la encuentro. Llevo haciendo
esto una eternidad, en realidad no recuerdo desde cuándo. Creo que no podría
decir en qué día vivo ni tan siquiera cuál es mi nombre. Pero aún no te he
encontrado en ningún rincón y tu mirada me sigue evitando. No he escuchado
de nuevo tus palabras ni a besarme te has acercado.

39. Sin levantar la vista del plato

Ambas parejas quedaban a cenar a menudo, en ocasiones incluso dos veces en el
mismo mes.

Más allá de los ratos típicos en los que las mujeres hablan entre ellas mientras
preparan la cena, o los hombres hacen lo mismo mientras colocan la mesa o se
toman una copa antes de empezar, las conversaciones realmente sustanciales
tenían lugar con los cuatro comensales sentados frente a frente. Claramente, los
equipos de debate se formaban en función de la materia a tratar.

Si se relataba algo sucedido durante las semanas entre cita y cita, la pareja
narraba junta la historia, mientras la otra comentaba o hacía preguntas. Cuando
la conversación desembocaba en un diálogo en el que las opiniones se
encontraban, los hombres hacían equipo frente a las mujeres.

Esa noche, por alguna razón que se perdió al poco de superarla, la discusión
estaba centrada en las infidelidades.

-"Pues yo te digo una cosa"- Marta directamente a su marido, Pedro, aunque sin
levantar la vista del plato mientras cenaba - "El día que se te ocurra engañarme,
no te molestes ni planteártelo. Te recomiendo que antes de nos volvamos a
encontrar, recojas tus cosas de casa y te largues".

-"¡Mujer! Cuando pasan esas cosas hay que hablarlas y ver cómo superarlas" -
saltó Juan, en defensa de su amigo, que permaneció callado ante la advertencia.

-"Ya están los hombres intentando librarse incluso antes de pecar. ¡Qué coño hay
que hablar! Si no sabéis mantenerla enjaulada cuando estáis fuera de casa, mejor
que os vayáis a vivir libremente, si tanta falta os hace" - replicó su mujer, Paqui.

-"Además" - volvió Juan al ataque, ante la pasividad de Pedro - "¿Cómo te ibas a
enterar tú? La mayoría de las veces la pareja no se entera de las aventuras
secretas de su cónyuge".

-"Pues mira, Pedro, no sé cómo será en tu caso (perdóname Paqui)"- se disculpó
Marta, sin levantar la vista del plato - "pero en el mío es bien sencillo. Como
sabes soy informática. Soy más que capaz de revisar sus cuentas de correo
electrónico y de redes sociales sin que lo sepa. Puedo recuperar archivos del
disco duro que hayan sido borrados y páginas web visitadas. Y lo mismo te
puedo decir del teléfono móvil o de cualquier otro aparato electrónico. ¿De
verdad crees que no me enteraría?" En ese momento, Pedro, que había
permanecido callado durante la conversación, cogió su servilleta, se limpió los
labios por última vez, y disculpándose tímidamente, dijo que debía volver a casa
con urgencia para salir de viaje.

-"Yo os llamo dentro de unos días" - se despidió de la pareja de amigos. A su
mujer nunca más volvió a mirarle a la cara. Ella, continuó cenando sin levantar
la vista del plato.

******************final alternativo******************

-"...o de cualquier otro aparato electrónico. ¿De verdad crees que no me
enteraría?"

Fue entonces cuando Pedro intervino.

-" El ladrón perfecto es aquél que es experto en seguridad"

- "¿Cómo dices?" - saltó Marta, esta vez volviéndose hacia él, con los ojos bien
abiertos, y dejando la cuchara quieta.

-"Que alguien que tiene esa facilidad para buscar la trampa de otro y que lo ha
trabajado tan concienzudamente, es plenamente capaz de ocultar su propio rastro
en la situación inversa. Por tu explicación, has dejado entender a todos los
presentes, y a mí mismo, que si un día tú decidieses, si no lo has hecho ya, tener
una aventura con alguien a mis espaldas, no se te escaparía ni un sólo detalle de
lo que hacer para eliminar cualquier prueba electrónica de tu traición. Pero claro
está, si tenemos en cuenta que estás convencida de que alguien como yo
desconoce todos esos asuntos informáticos que presumes dominar tan bien,
quizás no te molestarías tan si quiera en cubrirte las espaldas. ¿O sí?"

La cara de Marta cambió completamente. Ahora era Pedro el que no levantaba la
vista del plato mientras comía, a la vez que ella manifestaba un nerviosismo
inusual con la mirada perdida en un punto del mantel indefinido. Pasaron varios
segundos de incómodo silencio para la pareja anfitriona.

Al final, Pedro concluyó: "Pero no te preocupes, cariño. Si yo lograse descubrir
algo así, no te pediría que te fueses, ni siquiera te amenazaría en el caso de que
se te ocurra hacerlo. Una victoria como ésa, el logro de superar en su terreno al
mejor entre los mejores, debe tener una recompensa que permita su disfrute
justamente. Si yo descubriese algo como eso, ni siquiera te lo diría, pero me
preocuparía de pasármelo bien a tu costa."

Y continuó cenando.

40. La rebelión de mi sombra

Una tarde de esas anodinas de domingo invernal, en las que la resaca de la noche
anterior sigue instalada en la cabeza, y los músculos parecen no haberse
levantado aún de la cama, mi cuerpo se encontraba arrojado en el tresillo de mi
salón de piso de alquiler, sin ninguna pretensión de actividad hasta el día
siguiente, o hasta que el estómago y/o la vejiga decidiesen hacerse notar, uno
seguido del otro.

Los párpados, testarudos, trataban de impedirme ver ese estúpido programa de
televisión que me mantenía fuera del coma desde hacía más de media hora,
debido a que ya tiempo atrás que el mando a distancia había caído a una
distancia insalvable de las yemas de mis dedos de más de un palmo.

Fue entonces cuando algo se oscureció a mi costado, en la pared que separaba la
estancia con la sucia y grasienta cocina. Mi atrofiada mente pensó en que quizás
se habían fundido ya demasiadas bombillas en la casa como para lograr
sobrevivir en ella sin convertirme en un topo, pero por supuesto, nada que no
pudiese solucionar mañana.

Oí una voz, muy parecida a la mía, que reclamaba mi atención. Giré mi cabeza
sin malgastar demasiadas energías, pensando que estaba mezclando el coma
resacoso con la estupidez de la televisión, y empezaba a desorientarme en cuanto
a los sonidos que poblaban la habitación de memeces. Al verla delante de mí, se
me pasó la pesadez de golpe.

Instintivamente, busqué al dueño del efecto luminoso, otra persona que se había
introducido en mi apestosa casa aprovechando mi estado somnoliento, pero no
encontré a nadie. La sombra se identificó, era mía, una parte de mí, bueno, hasta
ese momento, según se explicó: "Perdona que te moleste, pero es que ya no
puedo aguantar más. Llevo detrás tuyo 32 años y estoy hasta los cojones de tener
que llevar esta lamentable vida que has creado para ti mismo, pero a la vez para
mí. Te arrastras en tu trabajo como la última colilla humana imaginable, babeas a
cada hembra que pasa a menos de tres metros de ti, pasas las noches entre
degenerados que llevan más alcohol en el cuerpo habitualmente que sangre y
vives en este agujero que jamás has adecentado, quizás debido a que nunca entró
ni entrará una mujer en él.

No lo soporto más. Si tu vida es asquerosa y casposa, imagínate lo que tiene que
ser para mí vivirla arrastrado por el mugriento suelo que tu pisas a diario,
restregándome por las paredes de los sitios que visitas con tus amigos,
mezclándome con las sombras de los indeseables que consigues que te hagan
caso.

Cuando me ofrecieron este trabajo pensé que daría igual quién fuese la persona a
la que estuviese unido por los pies, que yo podría conocer otras sombras y llevar
mi vida en paralelo, aunque atado a tus horarios y desplazamientos. Pero así no
hay manera. No quiero ser un reflejo de ti. Me niego a seguir humillándome.

Que sepas que mañana, cuando vuelvas a encender la luz de la habitación, o
abras las cortinas de la habitación, ya no estaré. Habrá otro en mi lugar, quizás
no notes la diferencia, pero no seré yo. Por eso debía decírtelo, para que al
menos sepas que, aunque para ti no cambie nada, me voy.”

Nunca supe si todo aquello fue real, o una puñetera alucinación, pero al día
siguiente hice una limpieza a fondo del piso.

41. Frío

Hace frío, mucho frío
Hace frío, desde que no estás.

42. Hasta siempre

Se puede sonreír estando muerto, y no ser nada más que un espíritu en vida, sin
sustancia detrás.

Que su cuerpo siga moviéndose no certifica su presencia entre nosotros. Hace
tiempo que abandonó las leyes de la lógica y se mantiene únicamente en el
mundo de la física y la química, las reacciones instintivas y las necesidades
fisiológicas.

Fue una decisión personal, un abandono, una rendición sin condiciones. Cogió
un vuelo sin billete de vuelta y nos dejó la condena de mantener su cuerpo como
legado de su existencia, aportando a cada segundo la nostalgia de lo que parece,
pero ya no es.

Quizás vio algo en el cambio radical que le convenció que era una equivocación
prolongar una agonía indeseada. Pasó a la existencia artificial para no tener que
decidir nunca más, a la relación con las máquinas en lugar de con los humanos, a
la perfección ante la preocupación constante.

Todo es blanco y liso donde está, no existen las arrugas en la piel ni los
conflictos entre semejantes.

Aquí nos ha dejado. Con el qué será de nosotros mañana, con el por qué me pasa
esto a mí, y sin reconocer que él, por fin, ha encontrado una solución.

43. Vete o quédate

Si te levantas ahora de esta cama, nunca más volverá a entrar en ella. Si decides
salir de mi casa antes de que amanezca, abandonarás mi vida para siempre.

Si crees que lo que hoy ha pasado no tiene importancia, no quiero saber de ti
nunca más.

Has entrado hasta aquí porque yo te he dejado. Y saldrás de aquí porque tú lo
deseas. Pero nunca más tendrás esta puerta abierta. Si de verdad eres como
quieres ser, aprovecha tus oportunidades.

No decidas sin pensar. Descansa antes de tomar una determinación. Y asume
las consecuencias.

44. Sigue

- Sigue

- No puedo

- ¿Por qué?

- Estoy agotado

- No te creo

- ¿No te crees que esté agotado?

- No creo que no puedas. Quizás te falta motivación...

- Creo que hasta ahora me has motivado muy bien

- Pues tengo más ideas. Mira...

- Madre mía, vas a acabar conmigo...

45. Insomnio

Llevo 200 días sin dormir y podría decir que me estoy volviendo loco, pero en
realidad, ya lo estoy. Nadie es capaz de imaginarse lo que se puede llegar a sentir
en una situación como ésta.

Al principio aprovechaba el tiempo. Trabajaba, leía, veía películas. Después salía
a ver la ciudad, paseaba. Fue entonces cuando vi la soledad. La vi.

Decidí que buscaría a la gente, los fines de semana era fácil, pero terminé
aburriéndome. No tenía ganas de fiesta. Durante otra temporada aproveché para
viajar. Cogía el coche y me plantaba en la playa o despertaba en la otra punta del
país. He visto amanecer en todos los lugares imaginables.

Mi cabeza se bloqueó. Se me acabaron las ideas. Comencé a seguir a la gente.
Seleccionaba una persona al azar y la seguía. Averiguaba de esa manera dónde
vivía, y volvía a la mañana siguiente para verla salir de casa. Descubría entonces
dónde trabajaba, a qué hora salía a comer, y cuándo terminaba su jornada.
Conocí a sus amigos, sus romances. Cuando me cansaba de esa persona, seguía a
uno de sus amigos o familiares, que me volvía a llevar a otros lugares... y así
sucesivamente.

Ahora he vuelto a mí. Me he encontrado a final de una cadena de personas,
muchas. He completado un círculo y ya no sé qué hacer.

No. No quiero dormirme. Si lo hiciese ahora, mi cabeza reventaría. Demasiadas
cosas con las que soñar.

46. ¿Dónde está la salida?

No encuentro por dónde se abandona este lugar. Mire donde mire, al final
siempre hay un muro.

Puedo estar andando durante horas en cualquier dirección, pero, tarde o
temprano, el camino se acaba y una barrera lisa y uniforme me impide continuar.

Puedo rodearla de extremo a extremo. Es circular. No tiene esquinas. Tardé en
darme cuenta de que estaba pasando por el mismo sitio una y otra vez. He
conseguido escalar. He ascendido metros y metros, pero allí arriba no hay final.
Y según más asciendo, más peligroso se vuelve en el caso de despistarme y
caerme.

Es como si estuviese metido en un gran cilindro infinito. Y ahora que lo pienso,
llevo toda la vida metido aquí. Ha sido recientemente cuando me he dado cuenta.
Quizás la monotonía y la costumbre han llegado al límite y lo normal empieza a
convertirse en antinatural.

Me imagino aquí dentro y me doy cuenta de que no es lo mejor para mí. A pesar
de haber vivido siempre así. Busca una salida. Busco la salida. A ciegas. Sin
ninguna pista. Y sin saber lo que hay fuera, si es que hay algo.

Pero tengo claro que este ya no es mi lugar. Sé que me puede costar la vida el
cambio, pero esto ya no es vida. Pero también he pensado mucho en ello y me
sorprende mi postura pero... me da igual saber el por qué estoy aquí.

47. Un asesino en mi interior

Tengo un asesino dentro de mí. Hay un suicida en mi interior. La esencia de un
sádico corre por mis venas. Mi cabeza oculta un gran torturador. Tú sabes quién
soy yo. Tú conoces mi identidad. Pero no sospechas qué es lo que no ves. Ni
comprenderás que yo crea que corres peligro.

No es mi persona la que tú desconoces. Es el producto de la escoria
almacenada. Es un monstruo agazapado tras mi verdadera cara. Esa que a ti te
enamora y te da confianza.

Hay un asesino en mi interior. Un malvado que me habla por las noches. Un
demonio que me pide paso. Y que reclama su premio por su discreción.

48. ¿Por qué nadie me oye?

¿No me oís gritar?

Sé que estáis ahí, os estoy viendo. Os estoy sintiendo, estáis pegados a mí.

¿Por qué me ignoráis? ¿Qué os he hecho yo?

Sólo quiero que me ayudéis a salir de aquí.

Prometo dejaros en paz... pero... ¡Dejadme salir de aquí!

49. Labios mudos

Mis labios se mueven, pero no emiten sonido alguno.

El aire abandona mis pulmones y viaja por mi sistema respiratorio.

Pero no surgen palabras de mi boca. Como un tarareo sin música.

Pronuncio una letra jamás compuesta que no volverá a ser interpretada, ni
enlazada a melodía alguna.

Estoy mudo desde hace tiempo, sin nada que decir, aunque lo intente.

Desde que me di cuenta de que las palabras no significan nada en los corazones
de los miserables.

Ni las canciones hacen ya bailar mis pies cansados y viejos.

Simplemente sigo tarareando sentado en mi rincón, escuchando esa extraña
canción que nunca ya terminaré.

50. Cayó un meteorito

Cayó un meteorito en medio de nosotros dos,
nos separó por un cráter lleno de fuego y humo.

Desde mi lado adivino tu figura, intuyo tus movimientos,
el crepitar de las llamas me oculta tu voz, no me llega tu perfume.

Sé que aún estás al otro lado,
aunque tenemos un abismo insalvable entre nosotros.

No se debe al azar la exactitud de su caída,
sino más bien a nuestra provocación.

Fueron cientos de veces las que hicimos por atraerlo,
y todas menos una las que consiguió evitarnos

Ahora ya está aquí separándonos por fin,
y quizás se lleve nuestra historia con él.

51. Me gusta cómo me mientes

Me gusta cómo me mientes
Las vueltas que das para no afrontar la realidad
Las excusas que inventas para evitar reconocer tus errores.

Agachas la mirada cuando me mientes
Te alejas y no dejas que te toque
Pero no sabes lo bien que me lo paso cuando lo haces

Lo triste que resulta tu actitud
Cada vez que lo intentas, añades kilómetros entre nosotros
Y recortas momentos que ya nunca compartiremos

Me gusta que creas que todo lo controlas
Que podrías conseguir lo que quisieras
Porque el día que me vaya
No encontrarás explicación.

52. Con una canción

Tardé unos días en darme cuenta de aquello, pero llegó un momento en que lo vi
muy claro.

Yo utilizaba en el coche un dispositivo para escuchar música, el cual consistía en
una pequeña emisora de radio enchufada al encendedor del vehículo, y en él, mi
maravilloso Ipod, con todo su repertorio interminable, que me acompañaba de
ciudad en ciudad todos los días.

Cuando eres comercial y tus clientes son los pequeños negocios, el tiempo que
no te pasas dando palique a los compradores o hablando por teléfono, lo pasas en
el coche tú solo recorriendo el país de lado a lado, y para mí la música es el
mejor copiloto. Este aparato debe sintonizarse en una frecuencia libre, en la que
no haya ninguna emisora transmitiendo, con el fin de evitar interferencias.

Cuando te desplazas de una provincia a otra, debes mover la configuración de la
frecuencia ya que es probable que las que estaban libres en una zona, estén
ocupadas en otra. Por lo tanto, al principio, no me llamó la atención que al pasar
por ese punto, otra canción interrumpiese la que sonaba en esos momentos…
cada día.

Lo primero que me hizo sospechar es que, mientras en otros lugares los
problemas empezaban por mezclarse ambos sonidos hasta que uno de ellos
volvía a dominar la transmisión, en este caso era algo más intenso y radical:
cuando pasaba cierto punto de la carretera, el sonido de mi Ipod desaparecía por
completo y era sustituido por otra melodía. A los pocos kilómetros, me
abandonaba de nuevo y continuaba la selección aleatoria de mi aparato, de
manera tan repentina como cuando vino.

Empecé a pasar por ese punto en estado de alerta, y no falló ninguna de las
siguientes veces. El mismo fenómeno. Prácticamente empezaba en el mismo
lugar exacto de la carretera y terminaba en otro igualmente preciso.

Pero entonces me di cuenta: siempre era la misma canción. No siempre el mismo
trozo, pero reconocía partes de un mismo tema. Días después, incluso comprendí
algo más. Cada día la melodía comenzaba donde había terminado el día anterior.
Era algo que no tenía sentido. Entonces empecé a escuchar…

La letra trataba de una joven que había vivido sola con su padre desde pequeña.
Su madre había muerto al nacer ella y desde siempre se sintió en deuda con su
padre, ya que él le contaba que era la mejor mujer del mundo, y por alguna razón
se creía culpable de habérsela quitado. Aprendió mucho de su padre, el valor del
trabajo, el respeto a los demás, a los animales, el amor por la música y la
literatura, y lo maravilloso de ser agradecido.

Un día su padre enfermó. Estuvo en cama durante semanas, pero cuando vio que
sus días llegaban a su fin, quiso hablar con ella sobre qué debía hacer ahora al
quedarse sola tan joven. Era tiempo de que buscase a alguien, pero el mejor
consejo que podía darle era que se mostrase como ella misma, que abriese su
corazón, que no tuviese miedo a dejarse conocer.

Y eso hizo.

Pensé que todo aquello tenía que tener algún sentido. Me cogí un día libre y me
decidí a averiguar algo más sobre el suceso. Llegué a la hora acostumbrada, y
recorrí el trayecto en el que la música sonaba. Todo transcurrió como de
costumbre. Cuando la música terminó, di la vuelta. Tardó un par de segundos en
volver a aparecer, pero comenzó de nuevo mientras hacía el recorrido inverso.
Eso me confirmó que todo aquello era intencionado, que alguien trataba de
mandarme algún tipo de mensaje. Hice el recorrido varias veces, y el
comportamiento era el mismo.

Decidí bajar del coche. Miré a mi alrededor. Sólo una casa poblaba el paisaje.
Una idea pasó por mi cabeza y miré la carretera de punta a punta. Parecía una
locura, pero todo encajaba. Los puntos de la vía en los que la música aparecía y
desaparecía coincidían con los lugares en los que un observador situado en la
casa perdería de vista la carretera. Aquella música venía de aquella casa. Tenía
que llamar a esa puerta.

53. El momento

- Ángel, eres un ángel -dijo él.
- Demonio, eres un demonio -contestó ella.

Y todo dependió de ese momento, porque nunca más volvió a pasar. La mirada y
la complicidad duraron lo justo; el roce de sus manos y el beso apasionado
fueron únicos, y tampoco volvieron a suceder.

Aquello lo fue todo, pero no llegó a significar nada.

54. Recibí una nota

Recibí una nota. Un simple papel escrito a mano en mi buzón, como las otras
veces: "¿Sigues vivo?" La pregunta parecía absurda, y más viniendo de un
anónimo, pero para mí lo significaba todo. Sabía lo que me esperaba si respondía
a esa nota.

Todo empezó una noche en la que salí con mi compañero de piso. Él se encontró
con una vieja amiga, y no tardaron en enrollarse el uno con el otro y despedirse
de mí. Decidí continuar la noche por mi cuenta. Tenía muchas cosas que ahogar
y me divierte ver lo que hace el resto de la gente. Encontré otra alma perdida en
la misma barra del bar, y fue ella la que decidió preguntarme quién me parecía
más patético de los que estaban dentro y alrededor de la pista de baile. Cada uno
teníamos nuestro candidato y pasamos la siguiente media hora argumentando
nuestra selección y riéndonos de los ganadores.

No nos presentamos. Nos reímos, nos miramos, y me dijo: "Vamos a mi casa".
Sólo recuerdo que su casa estaba cerca del garito donde nos encontramos,
porque no se me hizo largo el paseo. Nada más entrar, una vez que me dejé caer
en el sofá, se abalanzó sobre mí y dejó muy claro que ya habíamos hablado lo
suficiente. Cuando nos faltó el aire, abrió el mueble bar, y creo que probé de
todas las botellas que había en aquella casa durante las siguientes 15 horas. Ella
supo aderezar los licores disponibles acompañándolos de toda suerte de
sustancias prohibidas, naturales y artificiales. No recuerdo cuánto tiempo estuve
consciente. No tengo ni idea de qué hicimos ni cuántas veces. Tampoco si
estuvimos solos todo el tiempo.

Al día siguiente me desperté pasado el mediodía, solo, en esa casa, que supuse
que era suya. Me vestí y cuando llegué a la puerta, una nota pegada en ella me
ofrecía: "Si quieres repetir, búscame".

Mi compañero de piso llegó más tarde que yo, y por alguna razón, no quise darle
muchos detalles. Él estaba suficientemente satisfecho de su fin de semana.

Varias semanas después, me quedé todo el fin de semana solo en casa, y decidí
aparecer a última hora por el mismo sitio anterior. Allí estaba, en la barra del bar.
Me di cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. Me miró, se acercó a mí y me
dijo: "Vamos a tu casa". Me pareció bien. No sé de dónde sacó todo aquello,
pero la fiesta dobló en intensidad a la que vivimos en nuestro primer encuentro.
Y así fue creciendo, varias veces, intercalando las casas cada vez, aunque ella me
llevaba cada vez a una diferente. No había preguntas, casi nada de conversación.
Sólo música, drogas y sexo.

Cada día después de aquello mi cuerpo se arrastraba durante horas hasta que se
recuperaba, pero mi mente rejuvenecía 5 años.

Después de cuatro semanas sin saber de ella, por mis viajes y sus ausencias al
lugar de encuentro, esa nota me ha abierto de nuevo las puertas a otro mundo,
ese que me limpia y me reconstruye.

55. Desde lejos me verás

Me arrepiento de lo que no he hecho y confieso aquello que hice bien.

Quizás tu presencia arruinó mi existencia pero sé que siempre te añoraré.

Lo que me queda por delante tiene muy mal color y es normal si parte de un
pasado tan brillante como el mío, porque el bosque solo se aprecia desde fuera
de él y la ruina desde la tranquilidad.

Las huellas ya están borradas por el viento aunque sepa perfectamente por dónde
he venido.

Sería capaz de retroceder y volver a ti con los ojos cerrados, todos los abismos
empiezan a ras del suelo.

Pero me alegro porque me llevo los bolsillos llenos de cosas tuyas, cosas que
echarás de menos y buscarás desesperada, hasta que te des cuenta de que te las
robé, y que sólo corriendo más que yo las podrás recuperar.

Me has dejado ir con indiferencia, con aires de superioridad.

Pero cuando te des cuenta de lo vacía que te quedas, te preguntarás dónde estoy
y cómo alcanzarme.

56. Suena Blew

Toc, toc, toc en la puerta. No me pienso levantar.
Toc, toc, toc otra vez. No quiero ver a nadie.
Ya no llaman más. En esta botella ya no queda nada.

Se está tan bien, en el suelo, hace menos calor.
Me gusta estar en casa con las persianas cerradas.
Si yo quiero, es de noche.
Si me apetece, vuelve a ser de día.
Y ahora quiero que sea de noche.

También está bien no saber qué hora es.
He quitado las pilas a todos los relojes de la casa, y a los que no llevan, les he
cambiado la hora al azar.

No he desconectado el teléfono fijo ni he apagado el móvil.
Me gusta que suenen para poder ignorarlos.
No pienso hablar con vosotros.

He llenado la bañera y he metido todas las fotos que tenía allí.
También el ordenador y la televisión.
Se lo tienen merecido, igual que tú.

Sólo tengo a mano el mando del Ipod.
Busco la canción del momento.
Sé que a los vecinos les molesta.
Me da igual, esta vez van a tener que venir a buscarme.

Suena Blew...

57. Empapado de tristeza

Sigue lloviendo afuera, y cada gota que se precipita arrastra un trozo más de mi
futuro al desagüe del patio de mi casa.

La lluvia de estos días está acabando con mi última esperanza de verla antes de
que deje la ciudad para siempre. Ella continuará en casa con su marido, mientras
el tiempo no le permita poner su puesto ambulante de libros una tarde más. No
saldrá de casa si no es por esa razón, no la veré si no es detrás de esa mesa
cubierta de tela, no la tendré si no le digo que quiero que se quede conmigo, no
viviré si se va mañana lejos de aquí con él.

58. Sé testigo de mi infierno

Me dijo que quería que lo viese.

Me explicó cómo cada noche él se destruía a sí mismo, cómo bajaba a los
infiernos por medio del alcohol, cómo se convertía en un ser que sacaba todas
sus miserias a la luz y las ponía al alcance de todos.

Quería que yo lo presenciase. Pero no entendí por qué.

Quizás me lo pidió porque era una manera de llegar a entender lo que ella tenía
que sufrir cada día en su vida, para justificar cualquier cosa que se le estuviese
pasando por la cabeza hacer, para que todo el mundo supiese, o al menos yo, que
todo sería en defensa propia.

Quiso compartir conmigo el proceso por el cual un matrimonio normal y estable,
de puertas para fuera, se convertía en el mayor de los tormentos según la
intimidad iba sobreponiéndose a la vida social.

Pude presenciarlo con mis propios ojos, horrorizado, asqueado, apenado por ella
y aterrorizado por lo que podría llegar a hacer para terminar con aquello.

Entré en su casa como un compañero de trabajo, sin saber siquiera dónde
trabajaba ella. Improvisé durante la cena, justificamos la invitación por haber
logrado juntos algún éxito laboral que nos ayudaría a promocionarnos.

Él era un hombre serio, recto, de los que parecen controlar cualquier situación en
la que se ve envuelto, y que opina de las cosas con ese aire de quien lo ha vivido
todo y sabe el verdadero porqué detrás de cada aspecto de la vida. De los que
adivinan qué va a suceder si no se toman las medidas y se queja de que no se le
echen "más huevos" a la hora de tomar decisiones. Aun así, era capaz de
mantener una conversación agradable y alegre, y reconocía el ingenio de sus
interlocutores.

El vino empezó a correr por la mesa. Primero la botella de Ribera que yo había
traído conmigo, y después las que ellos tenían en su mueble bar. Una tras otra.
Yo no tenía la sensación de estar bebiendo de manera que contribuyese a ese
ritmo (quería mantenerme sobrio para ver lo que me habían anunciado que iba a
pasar), por lo que adiviné que mi anfitrión me llevaba bastante ventaja con la
labor.

El tono de las conversaciones fue subiendo. Comenzó a interrumpir mis
argumentos antes de que yo los terminase, seguro de saber lo que iba a decir, e
impaciente por dejar constancia de la verdad cuanto antes. Las palabras
empezaron a ser menos simpáticas, y mi cuerpo comenzó a tensionarse en
previsión de que la agresividad contra mí se convirtiese en algo más.
Afortunadamente la cena terminó, y el traslado a la sala de estar regaló una
pausa en el debate en la que mis dedos buscaron los de ella disimuladamente
mientras recogíamos la mesa, y hasta mis labios fueron capaces de lanzar cerca
de su oído un "hoy estoy yo contigo aquí, no tengas miedo" hecho susurro.

Por supuesto, él disponía de su propio sofá individual. Yo lo conocía
perfectamente. Ese lugar me había sido descrito multitud de veces, y todas esas
historias me vinieron a la cabeza cuando le vi allí sentado, antes de que volviese
a retomar su hostil discurso contra el mundo, en el que yo me encontraba. Me
daba la impresión de que su copa estaba permanentemente vacía, y que sólo
aparecía llena unos pocos segundos desde que él tomaba la botella, hasta que
volvía a dejar la copa en la mesa, vacía de nuevo.

Comenzaron los insultos, las muestras de desprecio a unos y a otros. Su cabeza
comenzaba a moverse sin control mientras vociferaba improperios, como la
cabeza de un niño pequeño que aún no es capaz de dominarla. Seguía bebiendo,
aunque ahora la mitad de lo que salía de la botella acababa en el suelo. Y yo le
veía hundirse, cada vez más, más profundo.

Mientras, ella nos miraba desde la distancia. Bueno, ahora sólo me miraba a mí.
Se preocupaba de que lo estuviese presenciando todo bien. Él comenzó a agitar
los brazos de un lado a otro mientras hablaba, su copa ya estaba en el suelo.
Ahora no era capaz de entenderle nada, simplemente escuchaba gruñidos y lo
veía tambalearse de lado a lado del sillón.

De repente, su cabeza cayó sobre su pecho y se quedó inmóvil. Ella esperó unos
segundos, y se acercó a él. Lo despertó de su letargo y, al verla, comenzó a
insultarla con la rabia que su embriaguez le permitía. Ella, paciente, lo ayudó a
levantarse, y con mucha tranquilidad y seguridad, lo acompañó a la cama.

Cuando se aseguró de que dormía, volvió a donde yo esperaba. Intenté comentar
lo que había visto, pero puso un dedo en mis labios y me prohibió hablar. Me
besó, acercó su boca a mi oído y me susurró: Hazme el amor, ahora mismo.

59. En su busca

Me dijeron que podría encontrarla allí, un bar de mala muerte en el que solía
actuar los jueves por la noche. La entrada estaba en un callejón oscuro. Una de
esas puertas que parecen dar a un cuarto trastero, pero que tras ellas dormita un
gran local con poca luz y mucho humo, repleto de sonidos y olores que
difícilmente pueden adivinarse desde el exterior. Un gorila de traje elegante y
ajustado custodia la puerta, y con una mirada directa a los ojos intenta decidir si
mereces o no el privilegio de acceder a sus dominios.

A primera vista era difícil saber si el local estaba lleno o a media entrada, ya que,
mientras la vista trataba de acondicionarse a la penumbra reinante, todo lo que se
encontraba dentro de esas mugrientas paredes parecía el mismo tipo de bulto
amorfo. Sólo el movimiento de alguno de ellos ayudaba a adivinar algo de vida
en el entorno.

No había ningún tipo de espectáculo cuando llegué. El escenario estaba vacío,
con alguna ligera luz encendida para que los borrachos no se echasen a dormir
en él, y la música de fondo, un disco de blues sacado de algún desván
polvoriento, intentaba unirse al denso ambiente para que las fieras que allí se
refugiaban contuviesen sus feroces personalidades en alcohol y tristeza.

Busqué un hueco en una mesa del lateral, lejos de la barra, desde donde pudiese
controlar el movimiento de los presentes. No quería sorpresas. Una joven con
vestido ajustado pero no lo suficientemente atractiva como para ser la
protagonista del escenario, se acercó a mí con una bandeja y me preguntó qué
deseaba tomar. Un whisky con hielo estaría bien. Siempre me viene bien, ese día
no iba a ser menos.

Empecé a notar, ahora que mis ojos eran capaces de asimilar la densidad, mayor
presencia de público conforme el reloj se acercaba a las doce de la noche, y las
mesas de mi alrededor ya comenzaban a estar todas ocupadas, todas ellas por
hombres, solos o en grupos. Claramente habían venido a ver el espectáculo,
puesto que se sentaban directamente orientados hacia el escenario, incluso si
eran cuatro y continuaban hablando entre ellos.

De repente, justo un minuto después de que mi reloj indicase que el día había
terminado, y supuestamente marzo también, las luces del escenario se
encendieron. Toda la atmósfera se tiñó de rojo. La música ambiente se silenció, y
un saxofón tomó el relevo. Una melodía lenta y sugerente anunciaba su entrada.
Apareció desde un lateral, el opuesto al que yo estaba, por lo que pude
presenciar su progresión antes que nadie.

Salió de espaldas. La gente de mi alrededor enmudeció. Llevaba un vestido
blanco, largo, compuesto de muchas piezas, muy ligero y fino, que producía el
efecto deseado de dejar adivinar las formas de su cuerpo por la influencia de los
puntos de luz del suelo. Comenzó a moverse al ritmo de la música, sin prisa,
sabiéndose observada. No necesitaba girarse para saber que el bar estaba al
completo. Era así cada noche. Cuando la música llegó al momento planeado, y
sin dejar de bailar sensualmente, ella se dio la vuelta, y dejó ver a los asistentes
aquello por lo que estaban esperando: su cuerpo maravillosamente contorneado y
su mirada de diosa todopoderosa. Se giró por el lado opuesto al mío, por lo que
nuestras miradas no se cruzaron. Mi corazón ardía recordando momentos
lejanos, y mi cuerpo recuperó las energías que hacía tantos años no sentía en mi
interior.

Aquel baile significaba tanto para mí. Todos los ignorantes que me rodeaban no
tenían ni idea de lo que era esa mujer. Simplemente adoraban la minúscula parte
de su esencia que ella mostraba cada noche en ese apestoso escenario.

De repente, sucedió lo que tenía que suceder. Como parte de su espectáculo, ella
pasaba su destructora mirada por los asistentes de manera intencionada, para
fomentar el hechizo que sus curvas mantenían sin problema. Cuando sus ojos se
encontraron con mi rostro, se detuvo inmediatamente. Todo el mundo salió de la
hipnosis en la que el movimiento y su atención les mantenían, y observaron la
escena, extrañados. La cara de ella se volvió más blanca que su vestido. Sus
brazos cayeron sin fuerzas, sus labios pronunciaron mi nombre sin emitir un sólo
sonido y, delante de todos aquellos machos hambrientos de amor platónico, ella
se desmayó con la mayor gracia y elegancia que nadie había hecho jamás en
ningún lugar del mundo hasta ese momento.

60. La elección.

Elige. Tienes una puerta a la izquierda. Otra a la derecha. Son muy diferentes,
están muy lejos la una de la otra. Elige. Conoces lo que hay detrás. Lo único que
tienes claro es que quieres salir de aquí, tienes que salir de aquí. Pero hay dos
puertas. Elige. Ni un segundo más aquí. También sabes que no son dos puertas
cualesquiera. Abrir una, tocarla, simplemente rozar el pomo con los dedos
significa que la otra desaparecerá para siempre. El primer paso que des, en una u
otra dirección, marcará tu destino. Así que piensa y... Elige.

61. Rutina asesina

Una noche más, después de unas cuantas copas con los que calificaba como mis
amigos (por no tener otro adjetivo más apropiado para alguien con quien sólo
compartes alcohol y horas de bares, pero con quien nunca compartes o
compartirás tus sentimientos), y que a estas alturas me resultaban absolutamente
prescindibles e inservibles, agaché la cabeza, intenté taparme lo máximo que mi
ropa me permitía, y comencé el largo camino de vuelta a casa.

Es en esos momentos, después de una supuesta jornada de diversión cuando me
quedaba solo y caminando, cuando me planteaba toda mi existencia y mi rutina.
Desde hacía casi dos años trabajaba en una oficina de personas más muertas que
vivas, que se dedicaban a realizar tareas administrativas que quitaban cualquier
valor a su esencia, como seres humanos necesarios mientras las máquinas no
fuesen capaces de hacer esos trabajos por sí solas. No tenían ninguna vida social,
y cuando alguna propuesta era lanzada por mí, siempre era contrarrestada con las
mismas excusas: "la familia me ocupa mi tiempo libre, no soy de salir mucho o
tengo mucho que hacer en casa". Sólo en los casos en los que algún compañero
se despedía se conseguía sacar a semejante grupo fuera de sus muros laborales y
hogareños. Y, en esos casos, el único que parecía estar de fiesta en esas
despedidas era precisamente el que abandonaba el barco, y no me extraña que lo
celebrase.

Eso se contagia. La tristeza. El carácter anodino, la falta de alegría por la vida.
Vivía sólo, desde que ella se fue. No quise compartir piso, aunque tuve alguna
propuesta razonable, porque sabía que necesitaba un tiempo para salir adelante.
Nunca creí en la teoría esa de que lo que hace falta para superar los baches es
mantenerse entretenido y divertirse. Y mucho menos con semejante entorno...

Ahora, caminando a varios grados bajo cero, con una hora de paseo por delante,
mi cabeza me preguntaba por qué seguía metido en ese bucle. Quizás
consideraba que no tenía salidas, que las oportunidades nunca han aparecido.
Pero ¿dónde esperaba que apareciesen? ¿En el cementerio al que iba a trabajar?
¿En el autobús que cogía para ir y para volver siempre a las mismas horas? ¿En
los bares de siempre con la gente de siempre hablando siempre de lo mismo
mientras bebíamos lo mismo de siempre, y sonaban las mismas canciones de
siempre? Alguien me dijo una vez que "si haces lo de siempre, te pasará lo de
siempre". En ese momento lo consideré algo estúpido, una afirmación de
Perogrullo, pero ahora empezaba a darme cuenta de cuál era su significado. Si
coges siempre la misma calle, verás a la misma gente. Si llamas siempre al
mismo número de teléfono, te contestará siempre la misma persona. Si siempre
pides lo mismo en el restaurante, siempre comerás lo mismo.

Me di cuenta de que mi vida no existía, desde el momento en que fue predecible.
Cuando dejé de alimentarla, murió, y se convirtió en algo mecánico, uniforme,
invariable. Algo que para el resto de la humanidad no sólo parecía aceptable,
sino que además resultaba ser su objetivo, por medio de una extraña confusión
entre la seguridad y la monotonía.

Debía encontrar el momento en el que desviarme, cambiar el camino de vuelta a
casa, bajarme en la parada equivocada, saludar a alguien a quien no conocía...
Sabía perfectamente que eso en ningún caso significaba abandonarlo todo y
escapar, sino simplemente cambiar la tendencia. Huir de la rutina, y, de esa
manera, abrir la puerta a la improvisación y poner la semilla para que mañana no
se pareciese al día de hoy. Sin volverse loco, simplemente levantar la cabeza,
escuchar, mirar alrededor, entender por qué reía la gente y probar otros sabores
que nunca me atreví.

Dejé el trabajo a los pocos meses, consiguiendo otro en el que debía viajar por el
país a menudo. Conocí a gente que compartía mi pasión por la música y
empezamos a asistir a conciertos memorables. A través de ellos, y en una fiesta
en un piso del centro, la conocí a ella. Desde entonces me sonríe cada mañana
nada más despertarse, y me abraza cada noche antes de dormirse. Y esto último,
es lo único que permanece de un día para otro. Y es lo único que me interesa que
no cambie, para ser feliz.

62. Mil personalidades en una

Un galimatías de sensaciones, un collage de matices. Así se sentía él, que
conocía el origen de todo.

Sin embargo la gente lo veía como uno más, complicado, eso sí, con un interior
rico, pero nada más que un ser normal y corriente.

Su existencia era difícil. No es cómodo saber que, en función de cómo transcurra
tu vida en los próximos meses, o incluso años, puedes llegar a ser alguien muy
diferente al actual. Pero lo peor de todo era saber que, aunque siempre quedaba
el recurso de decidir por uno mismo en el último momento si convenía o no el
cambio, la vida que te esperaba era la diseñada por alguien que quizás nunca te
conociese, que puede que viviese siglos atrás, y que ha marcado uno por uno los
hechos que te traumatizarán o los que te conmoverán, sin que tú seas capaz de
modificarlo una vez aceptado.

Él era actor, y lo vivía y lo sufría como ningún otro lo había hecho nunca. Cada
personaje entraba en él, y se quedaba para siempre. En función de su fuerza y
peso, era sobrescrito en mayor o menor medida por el siguiente papel a
interpretar, pero algo quedaba de sus vivencias, de su pasado ficticio, y de los
rasgos de su personalidad, que iban rellenando más y más los huecos que su
alma aún confesaba tener. Así pues, era capaz de identificar partes en sí mismo
del padre de familia arruinado, del asesino en serie, del casanova triunfador, del
marido infiel, del guerrero despiadado... Cada uno de ellos había provocado un
bandazo en sus sentimientos, en sus creencias, y en sus recuerdos.

Cientos de esencias de personas en una sola. La experiencia, buena y mala, de
todos ellos, concentrada en un sólo espíritu. Lástima que ninguno haya dejado
también las fuerzas para llevar, sobre sólo dos hombros, tanta carga...

63. La habitación

Abrí la puerta procurando no hacer ruido. Había conseguido la tarjeta maestra
fácilmente del carro del personal de limpieza aparcado en el pasillo, en esa
misma planta del hotel. Del picaporte de la puerta colgaba el cartel de "No
molesten". Estaba de acuerdo, no molesten a partir de ahora.

Nada más pasar la puerta, había un pequeño pasillo. El baño quedaba a la
izquierda, y se oía el sonido de la ducha tras la puerta de cristal traslúcido. El
vaho llevaba tiempo acumulándose, y lo único que se adivinaba a través de él era
la luz encendida. Seguido a la puerta del baño terminaba el pasillo de entrada, y
el resto de la habitación aparecía ante mí. Era sencilla. La ventana al fondo, con
gruesas cortinas. Las cerré del todo para que se hiciese la oscuridad casi total,
dejando que entrase un pequeño haz de luz. Una mesa sencilla que sostenía el
televisor plano estaba pegada a la pared derecha, justo enfrente de los pies de la
cama, ancha y prácticamente cuadrada. El armario quedaba de espaldas a la
puerta. El punto fuerte de la habitación era un cristal intencionadamente
colocado en uno de los laterales de la ducha, y que era compartido por el lado de
la habitación. De esa manera, alguien tumbado en la cama podría observar la
silueta de la persona que estuviese en ese momento en la ducha. Ése era mi papel
en esos instantes...

Me coloqué en la cama, apartando suavemente el vestido que ella había dejado al
volver de la reunión, y contemplé el espectáculo. Adiviné que la ducha que
presenciaba era posterior a un baño relajante en la inmensa bañera, y de ahí que
el vapor llevase tiempo invadiendo la estancia. Su cuerpo se movía con
suavidad. Giraba despacio en una y otra dirección y a menudo el perfil ofrecido
era perfecto, ya que levantaba los brazos para pasarse los dedos por el cabello.
Yo veía la escena como si no hubiese interferencias entre nosotros dos. Conocía
perfectamente esas curvas, ese pelo, esos dedos...

Cuando ya me encontraba hipnotizado por la escena, el chorro de agua se detuvo
repentinamente, y la silueta desapareció de mi ventana al paraíso. Esos segundos
se me hicieron eternos. Recé porque no tuviese intención de secarse el pelo, y
que apareciese lo antes posible por ese pequeño pasillo con una simple toalla.
Sabía que yo era visible, y estaba preocupado por la primera reacción.

De repente, oí la puerta del baño. Era la oportunidad para que el vaho escapase.
Eso significaba que necesitaba el espejo. Mi espera se alargaría. Oí pisadas
descalzas. Un peine que se posaba en la repisa del lavabo. Y la luz del baño se
apagó. Pero pasaron más segundos de los necesarios.

De repente, la toalla apareció ante mí, sujeta únicamente por su mano perfecta. Y
cayó ante mis narices. Después, una pierna, desnuda. Y después toda ella,
mojada. Sonriendo, con esa mirada lasciva que me vuelve loco, se acercó a mí.

Antes del primer contacto pregunté: "¿cómo me has descubierto tan pronto?".

"Tengo tu aroma metido muy dentro, tonto", contestó.

64. No puedo abandonarla

No soy capaz de llevar la cuenta de las veces que lo he intentado ya. Siempre
sucede de la misma manera.

Poco a poco la necesidad se va haciendo más fuerte en mi interior, hasta que
llega un momento en que se convierte en una obsesión que me ocupa 24 horas al
día. Las noches se convierten en pesadillas y los días en torturas. La evito, la
ignoro, pero debo volver a ella cada noche, a sus brazos y a mi agonía. Llega un
día en que no lo soporto más y cojo la maleta sin mirar hacia atrás. Hago
kilómetros y kilómetros y busco un hogar en el que volver a echar raíces,
intentar olvidarme de que existe y de todo lo que viví. Pero, al final, el destino
me obliga a cruzarme con ella, y la tentación me vuelve a dominar.

Me siento una marioneta, un juguete que tiene un mecanismo por el que es capaz
de desplazarse por sí mismo, pero atado a una cuerda de la que ella tira cuando
lo desea y me devuelve a su regazo. Y me consume, cada vez más, y cada vez
que regreso soy menos yo, pero a ella no le importa.

Debo estar allí, y no dejará que me aleje, aunque así acabe conmigo.

Esta ciudad acabará conmigo, y jamás seré capaz de dejarla. Mi final está aquí.

65. Oscuro silencio

...silencio... oigo agua... hace frío. No veo nada. ¿Estoy solo? ... ¿dónde estoy?

No me atrevo a gritar... todavía no.

Quizás sólo es un sueño... no puede ser... tengo frío...

Aquí hay algo... una pared... es muy lisa... Estoy tumbado... el suelo es blando...
húmedo... por eso tengo frío... sólo oigo agua... gotas. No puedo incorporarme...
no puedo sentir las piernas... no sé si aún están ahí... no me atrevo a
comprobarlo...

¿Y al otro lado? Al otro lado no hay pared... arriba tampoco... joder... no se oye
nada... Estoy mareado... y me duele la cabeza. ¡Espera! Recuerdo algo... una
imagen...alguien que me habla ¡no! soy yo en el espejo, mirándome... ¿por qué
me miro así?... con ese... odio...

El caso es que esta pared.... no es la primera vez que la tengo tan cerca... al
despertar... pero el suelo húmedo... ...es mi cama... pero no veo nada... me
empieza a doler todo...dios, es inaguantable... no noto las piernas... joder, esto es
sangre, estoy rodeado de sangre por todos lados... ... ¿qué ha pasado?... ¿qué has
hecho?.... ¿QUE TE HAS HECHO?

66. Invisible

Lo consiguió, ya era invisible. Y no sólo eso, si no que había logrado serlo
cuando él quisiera y con quien él quisiese.

En seguida se le ocurrieron cientos de situaciones que no volvería tener que
vivir, salidas para otras que se presentasen de repente y, sobretodo, poder lograr
controlar su entorno como siempre había soñado. Podía dejar de estar en el
momento que le apeteciese, y, a la vez, volver cuando lo considerase oportuno.
Escaparía de esas conversaciones que no le resultasen interesantes en cada
momento, y evitaría que la gente se comportase de manera diferente cuando él
estaba delante.

Le confió su secreto a ella, y juntos lo utilizaron para disfrutar aún más de la
vida, compartiéndolo y sacando provecho de una intimidad a la carta delante de
todo el mundo, en cualquier lugar del mundo.

Pero no contó con algo. No dejaba de estar para todo el mundo. Sí, para el resto
ya no estaba allí, pero en realidad para él sí. El mundo seguía cuando el decidía
desaparecer, y seguía sin él.

Pronto, al utilizar su nuevo poder, y hacerse invisible en sólo un segundo que
tardaba en ocultarse tras una esquina o una columna oportuna, se percataba de
que, tras la confusión general, la gente continuaba hablando, y quizás sobre él.
Nada había cambiado, excepto que ellos creían que no estaba. Y escuchó lo que
no había escuchado, y como consecuencia empezó a sentir cosas que no había
sentido antes.

La gente dejó de ser interesante, ya que no había ningún misterio en lo que le
iban a decir. Prometió no usarlo con ella sin que lo supiese, pero los accidentes
le llevaron a incumplir involuntariamente su palabra, y un día él no estaba pero
sí estaba, y ella hablaba como si él no estuviese. Descubrió esa sensación, la de
no estar, la de no contar, la de que el mundo tiene secretos que a él no se le
cuentan, la de que no puede confiar en nadie y la de que todos actúan cuando
saben que está, pero que su verdadera cara es la que usan cuando no le ven.

Cada vez pasaba más tiempo invisible, simplemente escuchando y no hablando,
y cada vez se le desmontaban nuevos pilares de su vida anterior. Nada ya parecía
ser lo que él había creído, y dejó de existir para el mundo verdadero. Renunció al
mundo del "saben que estoy" para convertirse en una especie de espíritu presente
a las espaldas de la gente, que se arrepentía de haber empezado a escuchar sin
estar, y que ahora, como consecuencia de todo aquello, ya no podía volver a ser.

67. El sabio y la distancia

Todo el mundo venía a consultarle. Jamás se conoció alguien tan sabio como él,
y fuese cual fuese la materia, él ofrecía un consejo o una información que
ayudaba a sus vecinos a solventar sus problemas. Aclaraba dudas, ayudaba a
resolver entuertos y era capaz de echar andar proyectos prácticamente
abandonados, simplemente dando su visión de la realidad. Todo el mundo le
conocía y, cuando comenzaba a hablar, nadie dejaba de prestar atención a sus
palabras, y rara vez alguien intervenía en la conversación.

Por todo ello se encontraba solo, muy solo. Era incapaz de mantener una
relación de igual a igual con nadie, jamás encontró a alguien que pretendiese
sorprenderle, ilusionarle o despertar su interés por algo. El respeto hacia él se
convirtió en distancia, y, el silencio a su alrededor, en soledad.

Cuando se acercaba a conversaciones ajenas, todos callaban y sólo la persona
que estaba hablando en ese momento se atrevía a seguir con su relato, para, nada
más terminarlo, mirar al sabio y esperar su aportación.

Pensó en dejar de aconsejar, pero le sería imposible ver a la gente equivocarse
sin mover un dedo, pudiendo evitarlo. Trató de animar a la gente a que se
pronunciase sin esperar a su intervención, pero el resultado era patético, como si
de un examen oral se tratara.

Al final se dio cuenta de que su única salida era la de los inadaptados, los
incomprendidos y los desahuciados: alejarse de aquel lugar para buscar uno en el
que volver a empezar, sin el peso del pasado y en el que poder ser quien le
gustase ser, en lugar de quien le había tocado ser.

68. El pueblo de los mentirosos

Nadie recordaba ya cómo se había llegado a esa situación tan radical, cuáles
fueron sus origines y por qué la población secundó la iniciativa con tanta
devoción y disciplina. Algunos achacan a tan extraño comportamiento la gran
afición por el teatro que siempre reinó el carácter de los habitantes de ese
pequeño lugar de la Meseta, y otros dicen que la proliferación de la mentira y el
engaño creció tanto en la época medieval, como parte de los negocios que allí se
efectuaban con extranjeros, que se asumió como algo intrínseco a la cultura
local.

El caso es que todos y cada uno de los habitantes de este pueblo castellano
ejecutan un papel. Las relaciones entre ellos y los visitantes son irreales, falsas,
inventadas. Nadie es quién dice ser y nadie se comporta según su condición, sino
según el papel elegido, el cuál puede variar cada año, mes, semana o día, según
la confianza y el desgaste que cada individuo le atribuya.

Así, el panadero se hace pasar por el Alcalde, el pescadero por el carnicero, el
herrero por panadero... hay más de un rey, docenas de curas, ninguna prostituta,
tampoco monjas, muchas marquesas y casi ningún albañil o agricultor. Este
último trabajo ficticio sólo lo ha asumido el ingeniero que vino después de vivir
en la ciudad durante 20 años, y que tenía morriña de los terrenos de su padre,
donde se crío.

Son buenos actores, o eso creen ellos, porque con tanto personaje se han
conseguido dos cosas que cualquier otro pueblo carece. La primera, un nivel
cultural mucho más alto, ya que el deseo de encontrar un personaje que sea
admirado por todos hace que la investigación y la lectura se hayan convertido en
una obsesión. La segunda, las grandes conversaciones y el enriquecimiento que
las relaciones sociales entre los paisanos disfrutan cada día. Siendo unos pocos
cientos de habitantes, cada uno de ellos puede presumir de haber conocido miles
de personas diferentes cada año, y eso sin haber salido del pueblo ni una sola
vez.

69. Razones para alejarme de ti

Varias son las razones que tengo, para no intentar acercarme a ti.

La primera es que no sé quién eres, y por lo tanto tampoco, qué haces aquí.
Ni siquiera sé a dónde te diriges, jamás te podré seguir.
Ignoro de qué me conoces, ni quién te ha hablado de mí.
Me intriga tu deslumbrante estampa, mas tu mirada no desvela, qué puedes
llegar a sentir.

Pero son muchos los que me hablan, cosas terribles sobre ti.
Y pocos los que aciertan, hasta dónde puedes fingir.

Es por esto que yo pienso, que más me conviene esperar, a que tus pasos un día
me enseñen, de ti qué cabe aprovechar.

Si eres dios o diablo veremos, antes de lanzarse a arriesgar, lo poco que ahora
tenemos, y que nos costaría recuperar.

70. Decidieron crear un país

Decidieron crear un país nuevo, al que sólo tuviese acceso gente ejemplar, llena
de virtudes, y que fuese un refugio para la sabiduría y la honradez, lejos de la
decadencia y mediocridad que reinaba el resto del planeta y contra las que
habían ya renunciado luchar.

Aquella isla había sido descubierta recientemente, y disponía de los recursos
naturales necesarios para la supervivencia de manera totalmente independiente.
Se elegirían por votación los primeros cien habitantes que serían desplazados
allí, y a partir de ese momento, ellos mismos decidirían quién se merecía
acompañarlos en aquel reducto de excelencia.

Mientras fuesen vulnerables como estado independiente, el resto de los firmantes
se comprometerían a garantizar su seguridad, y les proporcionarían los
materiales y avances tecnológicos necesarios, a cambio de compartir con el
mundo vulgar ciertos descubrimientos y obras de gran valor.

Y así fue.

Aceptaron gustosamente abandonar el mundo normal para vivir en el mundo
perfecto. Se organizaron, comenzaron a trabajar juntos, a crear, y a desarrollar
una civilización de élite que sirviese de salvación a la tan deteriorada
humanidad. Pronto avanzaron tanto que el resto del mundo parecía estar en una
época anterior en muchos siglos, y empezaron a ver a los que no tenían la
posibilidad de vivir cómo ellos como inferiores, y seres de menor valía.

Cada vez seleccionaban de manera más precisa a los invitados a su estado, y
comenzaron a mandar emisarios ocultos a otros países para formar escuelas
clandestinas que preparasen a los superdotados para formar parte de su
civilización.

Llegó un momento que pensaron que estaban listos para manifestar su
superioridad, y que la mejor manera de barrer la mediocridad del mundo era
imponer su sabiduría, por lo que comenzaron a ampliar sus fronteras y a obligar
a los habitantes de esos territorios conquistados a trabajar para ellos en tareas
que no requerían de ninguna creatividad.

Los poderosos que decidieron tiempo atrás confiar en ellos el futuro de la
especie, vieron aterrorizados como su creación se volvía contra ellos, y se
arrodillaron sin contemplaciones ante la superioridad que demostraron con tanta
contundencia.

Pero ampliaron tanto su imperio que tuvieron que confiar en seres no tan
capacitados como ellos para controlar tanta extensión territorial y humana, y
comenzaron a aparecer grietas en el sistema que lo debilitaron de manera
irremediable. Las nuevas mentes extraordinarias que antes eran incorporadas a la
causa sin problema, ahora se organizaban entre sí para enfrentarse a sus
dominadores, hasta el punto de que comenzaron cientos de guerrillas en
diferentes puntos del planeta que debilitaron el régimen. Surgieron nuevos
líderes, que fueron ganando poder entre las masas cansadas de su sumisión, y,
alimentados por las esperanzas de los obreros, atacaron a esa raza que creía estar
a salvo de cualquiera.

Cayeron de sus púlpitos, y fueron muchos los que ocuparon su lugar y cayeron
también en poco tiempo. Pasaron varias décadas hasta que se volvió a la
estabilidad, al sistema que siempre había funcionado y en el que la mayoría se
sentía cómoda por naturaleza: la mediocridad.

71. Toma mis cicatrices

Al desnudarse el uno al otro fueron descubriendo poco a poco sus heridas y sus
mal cerradas cicatrices. Las acariciaron, las besaron y fueron entendiéndolas y
comprendiendo la profundidad de su pasado, mientras las recorrían durante toda
la noche, con sus cuerpos entrelazados. Al despertar a la mañana siguiente se
notaron muy cerca el uno del otro, quizás como nunca lo habían estado antes de
ninguna otra persona, pero sus cabezas no dejaban de pensar en todo lo que
habían descubierto en el cuerpo y el corazón ajeno, y, a la vez, reconocían todo
aquello que habían desvelado de su propia historia. Cerca y lejos a la vez. Su
acercamiento extremo les llevaba ahora a aislarse en sí mismos para asimilar su
nueva situación. Y entonces fue cuando comenzaron a hablar...

72. Tirado en la carretera

El coche se paró en el peor momento y en el peor lugar. Cuando más oscura
parecía la noche y más remota la casa más cercana, decidió tomarse un descanso
sin previo aviso, y poco a poco ir deteniendo la marcha sin querer volver a
arrancar el motor. Lo intenté un par de veces más, pero al ver que no iba a
conseguir nada sin ayuda, decidí no insistir: podría necesitar la carga restante de
la batería.

Salí fuera del vehículo. No se veía un alma, no se intuía un alma. Ni luces, ni
sonidos, no había vida alrededor mía. Había perdido la cuenta del tiempo que
llevaba conduciendo desde la última ciudad que atravesé, pero debía de estar
bastante lejos de ella, y aún recordaba menos la última indicación de dónde me
encontraba que pudiese haber visto en la carretera.

Al primer sonido extraño a mi espalda, mi mirada se dirigió al asiento del
copiloto. Allí seguía, mi mejor amiga, la escopeta que se había convertido en mi
cómplice en los últimos días.

El pasajero involuntario que llevaba en el maletero hacía tiempo que no daba la
lata, y de alguna manera contribuía a la tranquilidad general que me rodeaba en
ese desconcertante momento.

¿Qué se supone que debía hacer? ¿Llamar a una asistencia en viaje para un
vehículo que no era mío? ¿Llamar a un taxi y explicarle dónde estaba a través de
las estrellas que veía en el cielo? ¿Caminar por la carretera y la oscuridad hasta
que alguien pasase o llegase a algún tipo de núcleo urbano?

Y a todo eso tenía que añadir que debía encargarme del lastre que llevaba en la
parte de atrás del coche, por lo que las posibilidades se reducían aún más.

Me senté a pensar y a fumarme un pitillo. Siempre me ayudaba este ritual para
solventar las situaciones más complicadas. A los pocos minutos tomé la
decisión. Sacaría al padre de mi ex del maletero y él haría esa llamada...

73. Una cita de madrugada

Me llamaron a casa a las tres de la mañana. La cita era en el callejón de detrás
del Ayuntamiento, zona de tránsito durante el día para acortar distancias entre las
dos plazas que lo flanqueaban, y lugar propicio para trapicheos y asuntos
oscuros cuando la noche se adueñaba del lugar.

Llegué pronto, demasiado, y los nervios no me permitieron estarme quieto.
Además, el frío animaba a moverme sin parar, y recorría una y otra vez el
estrecho paso entre los edificios, hasta que un atisbo de lucidez en mi mente me
recordó que quizás no era tan buena idea llamar la atención de esa manera. Al fin
y al cabo, el lugar fue escogido por su discreción para este tipo de citas.

Llevaba su foto dentro del bolsillo del abrigo, y la palpaba constantemente con
mi mano derecha, como si estuviese provista de un relieve que me proyectase la
imagen de su cara en mi mente a través de las yemas de mis dedos, pero eso no
era necesario; hacía mucho que ese rostro había quedado grabado muy dentro de
mi cabeza.

La espera se me hizo eterna, pero la consulta de la hora en mi reloj de pulsera me
seguía advirtiendo de que aún era pronto. Comenzó a asaltarme el temor de que
no asistiesen a la cita, o, peor aún, que me hubiesen estado observando y ante mi
clara demostración de nerviosismo se hubieran echado atrás.

Pero no, a la hora exacta, en el momento pactado, dos figuras se acercaron con
paso firme desde el otro extremo del callejón. El contraste de luces hizo que
pareciesen dos hombres vestidos con capas negras que cubriesen todo su cuerpo,
pero cuando ya estuvieron cerca de mí, observé que simplemente llevaban
abrigos largos y las manos ocultas en sus bolsillos.

No articularon palabra. Uno de ellos alargó su mano hacia mí, y yo comprendí
en seguida que quería la foto. Se la entregué. No la miraron. La guardó
inmediatamente en el abrigo y volvió a mostrarme la palma de su mano. Era
grande y fuerte. Entregué lo que quería, un papel con una dirección. Lo volvió a
guardar en el abrigo, y ambos se giraron en coreografía perfecta y se alejaron de
mí por el callejón. Ya estaba hecho. No había vuelta atrás. Mañana a esta hora mi
problema estaría resuelto.

Él se lo había buscado, pero acababa de condenar a muerte a una persona, así de
fácil. La poca gente que estaba al tanto, los que lo iban a ejecutar, no habían
cuestionado el veredicto. Cualquiera es un juez válido en este negocio, si tiene
dinero. "Este hombre debe morir". No se necesita nada más. La sentencia era
inmediatamente emitida.

Esa noche mi cabeza no imaginó la escena, los remordimientos no afloraron, no
intenté adivinar el momento en el que podía suceder. Simplemente pensé en qué
haría a partir de mañana, sin tener ese problema ahogándome la vida.

74. Reciclaje (III)

El doctor me explicó el procedimiento. La agresividad no es más que una
manifestación de la ira almacenada, que a su vez normalmente es producida por
una frustración ante la imposibilidad de conseguir nuestros objetivos.

En las personas normales, el procedimiento es ése, intentar alcanzar unas metas,
poner todo el empeño, y si no resultan, se desencadena ira y agresividad, que
normalmente es descargada sobre otros. Existe otro tipo de personas que son
capaces de utilizar su agresividad para alcanzar logros, es decir, el proceso
contrario. Por ejemplo, los deportistas. El extra de fuerza, de determinación o de
empeño para conseguir sus metas físicas normalmente necesita de una actitud
decidida, agresiva, que les hace afrontar los retos físicos que van más allá de los
límites considerados normales. Son dos procesos inversos, y que normalmente se
dan en personas diferentes.

La investigación del doctor le había llevado a obtener resultados en la
reutilización de esa energía agresiva, la ira, de unas personas a otras. Es decir, el
reciclaje puro y duro de lo que para uno es perjudicial, en una fuente de energía
para que otros logren sus objetivos.

Por supuesto yo no entendía cómo algo así podría llevarse a efecto, pero con
mucha paciencia y multitud de diagramas y dibujos, acabó por convencerme
para que probase sin compromiso una sesión de su tratamiento.

Quedamos para el lunes siguiente...
75. Reciclaje (II)

Una enfermera de película, demasiado perfecta, me abrió la puerta. Era rubia,
delgada, y vestía una bata blanca impoluta. Me saludó directamente por mi
nombre y me invitó a pasar. Me dijo que el doctor me recibiría en unos minutos
y me ofreció sentarme a esperar en los sofás de la entrada.

Después de seguir su consejo, volvió a su puesto delante del ordenador y, sin
perder su sonrisa, se concentró en el monitor y en el teclado. La recepción era
pequeña, muy luminosa. Sólo tenía dos puertas, una claramente indicaba que era
el cuarto de baño y la otra, por eliminación, era la de la consulta o despacho del
doctor. Desconocía si estaba pasando consulta en este momento o estaba solo
dentro, ya que yo había llegado unos minutos antes y en realidad estaba solo en
esa sala, aparte de la enfermera de escaparate. No se oía sonido alguno.

A los pocos minutos, creo que justo a la hora que mi cita debía tener lugar, sonó
el interfono de la mesa de la enfermera. Una voz grave y extremadamente
amable preguntó si el paciente había llegado ya. Deduje que yo era ese paciente,
la enfermera me miró, sonrió aún más, y contestó al doctor que, efectivamente,
yo me encontraba allí.

Este le pidió que me invitase a pasar a su consulta. Y eso hice...

76. Reciclaje (I)

Conocí la empresa por un compañero de trabajo. Después de una reunión en la
que me mostré más airado de lo habitual, me buscó a la hora de comer y me dijo
que quería hablar conmigo.

En principio pensé que me iba a reprochar mi actitud o que quizás me iba a
comentar lo que el resto de los asistentes habían opinado de la situación, así que
me adelanté a sus palabras y empecé a excusarme diciendo que no tenía un buen
día y que las cosas no me iban bien en general. Me dejó hablar, pero cerró el
tema con un "no te preocupes, todo el mundo sabe por lo que estás pasando", que
me hubiese dejado bastante preocupado por intentar averiguar qué demonios
sabía la gente, o creía saber de mí, de no ser por lo que me contó a continuación,
la verdadera razón de esa charla.

Me explicó que conocía una empresa que podía ayudarme con esos pequeños
ataques de furia o ira que me daban de vez en cuando. No pretendía decirme que
yo era un tipo especialmente violento, ni mucho menos, dejó claro que me
consideraba de lo más normal, pero sí creía que podía beneficiarme de sus
servicios. Le pregunté sobre qué tipo de servicios daba esa empresa, terapias,
técnicas de autocontrol, yoga... y me dijo que no era nada de eso, pero que era
inútil que me lo explicase, porque nunca lo entendería.

Me dio una tarjeta en la que sólo había un nombre de un doctor, un número de
teléfono y una dirección. Tardé una semana en decidirme a ir por allí. De hecho,
la razón por la que decidí ir fue por un enfrentamiento que tuve ese fin de
semana por un accidente leve de tráfico, en el que prácticamente saqué al otro
conductor por la ventanilla de su coche, y fueron los transeúntes los que evitaron
que se llevara su merecido.

Me di cuenta de que probablemente tenía un problema y no perdía nada por
seguir el consejo de la única persona que había intentado ayudarme...

El lugar era un despacho en un barrio rico de la ciudad. Enfrente de la puerta,
sólo vi lo mismo que en su tarjeta: el nombre del Doctor.

Llamé al timbre...

77. Sin ti

Sin ti ya no hay despertar
ni tan siquiera madrugada.
Sin ti todo es ocaso
y desde hace tiempo jamás amanece.
Sin ti no florece el jardín
ni huele a nada la primavera.
Sin ti del invierno vuelvo al otoño
y no me quedan hojas que dejar caer.
Sin ti no surge la risa
ni soy capaz de disfrutar.
Sin ti me arrastro de una habitación a otra
y no uso la cama ni para dormir.
Sin ti la casa no me habla
y quiere deshacerse de mí.
Sin ti quizás no existe el hogar
y sólo pienso en partir.

78. Recluidos en clausura

Es vocacional, es su decisión. Llega un momento en que una luz se les enciende
y les indica cuál es su destino, dónde deben pasar el resto de sus días, encerrados
en la monotonía y las costumbres, y dedicados las 24 horas del día a la
contemplación.

El lugar es frío, silencioso por imposición, y sus paredes de piedra son murallas
que los defienden de la vulgaridad que acecha en el universo exterior, el real, el
mundano, y de sus amenazas de corromper su pureza y excelencia con las
perversiones humanas a las que la población sucumbe cada día de su existencia.

Las bibliotecas son el núcleo de la comunidad, ocupando la mayor parte del
espacio del edificio, mezclando libros de todas las épocas con grabaciones de
música, en diferentes formatos. Ambas artes están disponibles para el disfrute
individual de cada uno de los habitantes de este refugio cultural, y a ello dedican
las horas del día con la mínima excepción del poco tiempo que les lleva arreglar
su celda cada mañana.

Existe un personal de servicio que les atiende en sus necesidades básicas, pero
que no les aporta lujos ni grandes beneficios, más allá de comidas sencillas y
mantenimiento del poco mobiliario minimalista que decora las estancias.

Es una elección la de formar parte de este plan, de este ejército de intelectuales
recluidos del mundanal ruido con un único objetivo: la obsesión por la
supervivencia de la cultura. Alejándose de las modas, las tendencias y los
experimentos culturales, pretenden dedicar su vida a estudiar obras consagradas
de las diferentes civilizaciones y eras de la humanidad, con el único propósito de
crear nuevas piezas dignas de considerarse así mismo históricas, y que no
respondan a criterios subjetivos basados en los medios de comunicación, las
ideologías pasajeras o las tendencias políticas que defiendan los regímenes en
vigor en cada país.

Sacrificados por la salvación de la pureza en la creación artística, dedican sus
vidas al estudio individual, silencioso, tanto de la literatura como de la música, y
tejen nuevas obras en la soledad de sus aposentos que, cuando consideran
terminadas, son revisadas por la dirección del centro y publicadas al exterior
bajo nombres de escritores y músicos falsos, y cuyos derechos ayudan a
mantener el centro y la creación de nuevas delegaciones en otros países.

A ellos les debemos el que, a pesar de nuestra decadencia y nuestra falta de
respeto por la pureza artística, aún nos sigan conmoviendo obras nuevas que
salen a luz firmadas por artistas desconocidos, de los que nunca más se vuelve a
saber nada.

79. Vagabundo

Me liberó un demonio en el infierno de la agonía, agotada mi condena sin llegar
a haber alcanzado nunca el perdón.

La salvación nunca viene si no la precede la clemencia, y la tortura se convierte
en el premio a la deslealtad practicada.

Quizás el orgullo y la vanidad fomentaron la tiranía del justiciero, pero una vez
alcanzada la resignación a la forzada esclavitud, de nuevo sólo vuelve a quedar
la soledad.

Una eternidad finita que durará siempre mientras yo dure, un agotamiento
general mientras me queden fuerzas, una súplica sorda para oídos ciegos que no
volverán a prestar atención.

La ignorancia y la perversión me indicaron el camino, pero jamás me iluminaron
más allá de la inmediatez del momento, y caí en el pozo del abismo que marcó
para siempre.

Ahora mi esencia se consume, falto ya de espíritu desde tiempos lejanos, incapaz
de volver a alzar una mano que indique de mi presencia a los transeúntes altivos
que me superan con indiferencia.

Pero cuidado, ni descubrí yo esta senda ni cerraré su entrada tras de mí, por lo
que de nuevo visitantes llegarán uno tras a otro a este calvario que oculto
permanece en el transcurrir del paraíso en el que vivís.

Aquí os espero, no hay prisa.

80. Llueve

Llueve, y tú has decidido volver con él. Llueve y te veo recoger tus cosas. No
lloro, no me quejo, ni tan siquiera intento convencerte de que te equivocas.
Llueve y esta noche volveré a estar solo, como antes de que decidieras que era el
hombre de tu vida, y que éste era tu lugar. Llueve como el día en que te conocí,
en aquel bar oscuro, al final de mi calle, donde entraste a llamar por teléfono.
Llueve dentro y fuera de mí, pero no me importa, porque son muchas las veces
que he acabado empapado por querer ser lo que nunca fui, porque alguien
descubra que no hay mucho más que lo que se ve a simple vista.

Tú vuelves con él, pero yo no tengo dónde ir. Debe de ser fantástico tener
siempre dónde ir, si todo sale mal. Estoy seguro de que él te recibirá con los
brazos abiertos y no te reprochará nada. Pero recuerda que por mucho que llueva
después, aquí no podrás volver a cobijarte mientras pasa el chaparrón.

81. Bájate, por favor.

En realidad creo que el problema es que no tienes ni idea de con quién has
estado todo este tiempo. Te has hecho una idea de mí, o quizás venías con ella
cuando me conociste, que en realidad está muy lejos de lo que soy, contigo o sin
ti.

Piensas que soy alguien egoísta, ambicioso y que puede tomar las riendas de
cualquier cosa que se plantee. Siempre has esperado que, colocándote a mi
sombra, sacarías beneficio de mis éxitos para lanzar tu, hasta el momento,
mediocre existencia, o que utilizando tus peculiares virtudes para aprovechar las
de los demás, recogerías méritos con el mínimo esfuerzo.

Tú eres de esas personas segundonas por vocación, secundarios que rehúyen de
alcanzar el número uno por su propio interés, porque reconocen en sí mismos
una carencia innata para liderar, pero se saben perfectos para secundar y obtener
los mismos o superiores beneficios que el que se pega directamente cara a cara
con los problemas.

Pues esta vez no te ha salido bien. Desde el comienzo de nuestra relación te has
puesto un paso por detrás de mí y has decidido que yo soy quién debe correr el
riesgo de mojarse, aunque tú también estuvieses interesada en que todo saliese
bien. Ahora me achacas que la culpa es mía, que las decisiones fueron mías y
que soy yo el que debe cambiar.

Cierto, tú no has hecho nada, por lo que no tienes que pensar en que hayas
elegido mal. Sólo fui yo quien se equivocó y te abrió una puerta para que te
sentases en el asiento del copiloto, y quien nunca te exigió que dirigieses la nave
al menos unas cuantas horas de trayecto al día.

Ahora te abro la misma puerta y te pido por favor que te bajes, porque encima de
que me meto yo la paliza de conducir toda la noche, no me sale rentable que me
levantes dolor de cabeza con tus reproches absurdos.

82. Un lamento tras otro

De nuevo en la misma situación, lamentándose una vez más.

Lamentándose por haber vuelto dejarse liar por él, por sentirse débil e indefensa
ante sus propuestas, por ceder ante el recuerdo de momentos de pasión anteriores
y el ansia de llegar al extremo una vez más, por un momento más o menos largo,
pero intenso.

Lamentándose por haberlo traicionado a él, al que siempre está, al que todo lo
ofrece, al sincero, y al auténtico e incondicional. Por muchas que sean las
carencias que ahora ve en él, su honestidad es la que ahora contrasta con su
traición, y bajeza moral.

Lamentándose por ser incapaz de reconocer el fracaso de su relación, por su
cobardía ante la posibilidad de afrontar la verdad, por su actitud de espera a que
sea el otro el que se canse para no tener que hacer ella el esfuerzo, a riesgo de
herir innecesariamente.

Lamentándose por ser como es, intolerante, insatisfecha e inútil para disfrutar de
la vida sin complicársela a cada momento por tentaciones y vicios que solo dan
satisfacciones momentáneas y duraderos dolores de cabeza.

Lamentándose por verse allí, en su cama, sin querer estar allí. Por darse cuenta
que segundos después de su último orgasmo ya se repugnaba a sí misma y le
repugnaba su cómplice.

Odiándose por simplemente ser capaz de hacer eso, lamentarse, convencida de
que nada impedirá que tarde o temprano, todo siga igual, y el círculo se repita de
nuevo.

83. Larga la espera por él

La habían llamado por teléfono a media mañana, para decirle que se lo llevaban
después de comer. Hizo lo que pudo para que la autorizasen a salir del trabajo
antes, pero no hubo manera: tiempos complicados en los que todo el mundo
tiene que arrimar el hombro, o al menos, parecerlo ("¡Qué iban a pensar sus
compañeros si la dejo salir a usted cuando quiera! ¿Todo el mundo me lo pediría
a diario!").

Al final, como estaba planeado, el portero se encargaría de abrirles la puerta, y,
por supuesto, de vigilar que no lo golpeasen contra las paredes y barandillas
hasta el segundo piso. Incluso le había hecho subir al pobre hombre a casa para
enseñarle exactamente la colocación y orientación exacta en la que debían
depositarlo.

Llegó la hora de salida. Abandonó su puesto de trabajo tan rápido que más tarde
se daría cuenta de que no había cogido ni el teléfono móvil de su mesa. Se lanzó
dentro de su pequeño coche y salió del garaje de la empresa una décima de
segundo después de que la barrera se alzase lo suficiente para que pasase por
debajo de ella.

"¡No por favor, hoy no!", pensó al ver el atasco al final de la calle que debía
dejarla en la circunvalación de la ciudad. En realidad, no había más coches que
cualquier otro día de esa semana, pero para ella todo iba muy lento hoy: los
autobuses se deslizaban torpemente, los semáforos estaban mal regulados, ¡las
abuelas cruzan la calle demasiado despacio! Una eternidad, pero ya estaba
aparcando en la puerta de casa.

Corriendo por las escaleras, el portero quiso decirle algo, pero no le dio tiempo...
Las llaves, ¿dónde están las llaves? maldito bolso... siempre lleno de cosas... ahí
están. La llave en la cerradura, una vuelta, dos, el pasillo que lleva al gran
salón... y allí exactamente donde había pedido, cerca del gran ventanal circular,
bañado por el sol que acertaba a penetrar entre las finas cortinas, estaba él,
esperándola, listo, afinado y nuevo como si lo acabasen de fabricar.

Cayeron el bolso y el abrigo, daba igual el lugar, y su paso se volvió lento y
suave, rodeándolo, examinándolo, su mano se acercó lentamente a él, lo acaricio
levemente, su tacto, su perfección, su tono oscuro, su curva... Por fin lo tenía con
ella, por fin formaba parte de su vida, y desde ese mismo día, esa misma, su
vida, cambiaría totalmente. A él le dedicaría su tiempo, su esfuerzo, su cariño y
su talento.

Desde que lo vio en aquella tienda lo deseó como nunca había deseado algo en
este mundo. Su exorbitado precio no hizo más que empujarla más a conseguir el
dinero para tenerlo, como un objetivo que puede lograrse con esfuerzo y que
ofrecerá una recompensa incalculable. A partir de ahora sólo serían ella y él, él y
ella, y toda su vida giraría en torno a él.

Por primera vez, y como comienzo de una larga noche, se sentó en frente suyo,
posó sus manos sobre sus blancas teclas, y, cerrando los ojos mientras cogía todo
el aire que sus pulmones le permitieron, comenzó a tocar, y ya nunca más dejó
de hacerlo.

84. Listo para el espectáculo

Se abrió el paso entre el público, vestido con ropas viejas y gastadas, con su
guitarra en la mano derecha, igualmente vieja y gastada. Subió el escalón que
accedía al escenario con pesadez, le costó hacerlo, y muy lentamente fue
colocando lo que necesitaba para hacer aquello a lo que había venido: una
banqueta, un micrófono y un vaso de whisky con hielo.

La gente lo miraba con intriga, mientras cuchicheaban entre ellos con tímidas
sonrisas en sus caras, intentando adivinar qué iría a interpretar aquel individuo
tan poco preocupado por su imagen, al contrario que la mayoría de los músicos
contemporáneos.

El músico, cuando acertó a colocarse en la banqueta, después de cambiarla de
posición varias veces, puso el micrófono a su gusto en altura y distancia, el vaso
de whisky estaba lo suficientemente cerca para socorrerle cuando lo necesitase y
comenzó a acariciar su guitarra, mientras la miraba dulcemente. Estuvo varios
minutos comunicándose con ella, hablándola en voz baja, como si ambos se
estuvieran conjurando para hacer algo que de ninguna otra manera podrían llevar
a cabo, si no se preparaban de manera conjunta e íntima.

La colocó suavemente en su posición, y la siguiente caricia produjo un sonido,
un solo acorde dulce y limpio, que hizo enmudecer al público que empezaba a
impacientarse con el ritual poco atractivo del intérprete. Repitió ese acorde una
vez más, y cuando las cuerdas dejaron de vibrar y su sonido se diluyó en el
silencio que ahora reinaba en la sala, lo hizo una vez más.

A continuación, de lo más profundo de su garganta agrietada por muchos wiskis
como aquél que lo acompañaba aquella noche, de las más oscuras entrañas de su
cuerpo y de lo más recóndito de su alma, arrancó la primera de las palabras de lo
que sería un recital de lamentos de su vida y de desgarros pasionales, que se
llevó de calle a los allí presentes hasta su particular infierno, una vez más,
compartido con un puñado de desconocidos en un agujero con muy poca luz y
demasiado humo.

85. Detenido por llegar pronto a traición

Ha sido detenido un individuo acusado de llevar adelantada conscientemente la
hora de su reloj. Después de innumerables denuncias de vecinos y amigos, las
autoridades han decidido intervenir, impidiendo que el citado sujeto continuase
alterando la vida diaria de sus congéneres.

Día tras día, J.F.G., de 42 años, establecía numerosas citas con compañeros de
trabajo, clientes, proveedores y personas de su entorno social, en las que siempre
ejecutaba el mismo modus operandi. A pesar de ser consciente de que la hora
acordada no coincidía con la hora real en la que él llegaba al lugar pactado, se
presentaba allí con antelación premeditada, y adoptaba actitud de cabreo ante la
llegada de la víctima. A partir de ese momento, y utilizando como arma su reloj
manipulado, lanzaba una colección de improperios relativos a la falta de seriedad
y la pérdida de tiempo que le suponía a él el tener que depender de la
incompetencia del resto.

La policía sospecha que, en determinadas situaciones, y aprovechándose de la
confusión y el sentimiento de culpa creados artificialmente en la víctima con
semejante artimaña, el ahora detenido haya obtenido beneficios comerciales,
laborales e incluso sexuales de manera premeditada. En las próximas horas
pasará a disposición judicial y serán numerosas las personas que serán llamadas
a declarar ante el juez como testigos y presuntas víctimas de tan despiadado,
presuntamente, ser.

86. Sumisa

Había sido educada para servir y dar placer al hombre. En toda su vida nadie le
había pedido nada por favor; simplemente había recibido órdenes y siempre las
había cumplido, pensando que era para lo que había nacido y lo mejor para ella,
únicamente para recibir sus tres comidas al día y vivir dignamente.

Machos dominantes cuyo mayor deseo era ver satisfechas sus necesidades en el
momento y sin que se los molestase.

Por eso, cuando aquel joven se acercó a ella y le preguntó si sería tan amable de
acceder a tomar un café con él, no entendió nada, y simplemente acertó a decir
que sí, por supuesto, como debía hacer. Durante el rato que estuvieron sentados
en aquella agradable terraza, la cosa fue volviéndose cada vez más extraña, ya
que él se interesaba mucho por su vida y usaba palabras dulces con las que
compartía opiniones sobre sus vivencias, además de contarle las suyas propias,
recreándose en las descripciones y sensaciones vividas.

Todo aquello era nuevo para ella, y ese tipo de relación jamás pensó que llegase
a existir. Los libros y la televisión eran ciencia ficción, y desde siempre le
enseñaron que no debía dejar volar su imaginación en tonterías, que debía
centrarse en cumplir con su deber de la manera más eficiente posible.

Como el joven no hacía más que proponerla cosas (un paseo, sentarse a charlar
en un banco) ella dijo que sí a todo, por lo que la tarde se alargó todo lo que él
solicitó.

Pero algo iba cambiando dentro de ella. Una sensación diferente a la del deber
cumplido se iba apoderando de su cuerpo, una sensación de estar a gusto, de ser
atendida, de cariño y de amabilidad que le resultaba tan placentera como
novedosa. Esa nueva experiencia desembocó en un estado de ensimismamiento
con respecto a su propia existencia que la llevó a olvidarse por completo de su
vida cotidiana y de sus obligaciones, terminando por aceptar la propuesta del
joven para acompañarle a su casa, que vino precedida de un beso en los labios
que consiguió por completo desengancharla definitivamente de "su" realidad.

Esa noche fue algo mágico para ella, inimaginable. El ser receptora de las
caricias, el placer, la mirada cómplice directa a los ojos, el compartir, el juego, la
suavidad, la ausencia del tiempo... Cuando al día siguiente despertó en una cama
ajena se sintió tremendamente confundida, y el pánico se apoderó de ella, pero
únicamente por unos instantes, hasta que el joven apareció en la puerta
llevándole el desayuno a la cama.

En ese momento él pidió: "Quédate conmigo para siempre"

Ella contestó: "Sí". Como sabía que debía hacer.

87. En busca de la nada como punto de partida

El sonido paró por fin, y toda la casa quedó en el más absoluto silencio. Dejó de
respirar por unos segundos, como para asegurarse de que de verdad no se oía
nada. En efecto, nada, silencio total.

Ahora cada movimiento, cada roce de su cuerpo con la ropa podía ser oído con
claridad. Su respiración, los latidos de su corazón. Ahora él era el que estaba
montando escándalo en comparación con la nada, con la ausencia de ruido. Se
recostó en el suelo y cerró los ojos.

No podía creérselo, por fin lo había conseguido. Después de tanto tiempo
pensando, diseñando, buscando e intentando provocarlo, al final lo tenía, la nada,
el vacío, la ausencia total. Una sala diáfana, pintada de blanco, sin muebles,
nada. El silencio. Ni la más mínima brisa. Ése era el momento.

Estuvo tumbado mucho tiempo, con los ojos abiertos, mirando al techo blanco.
Después se levantó con decisión. Sobresaltado por el sonido del movimiento,
cogió un lienzo, y comenzó a pintar.

88. El infortunio de Juan Campos, sin la fortuna de

Matilda Turpin

Después de que Juan Campos hubiese destruido lo que le quedó con la partida de
Matilda Turpin, familia incluida, paseaba durante el día y la noche por aquella
casona del norte de España de una habitación a otra, del despacho al garaje, de la
cocina al dormitorio, intentando entender por qué no estaba a gusto. No
comprendía cómo después de culminar con éxito sus deseos, sus anhelos de
librarse de todo y de todos los que se arrodillaron ante la mujer que le abandonó
en un acto de egoísmo y ambición desmedida, no podía tener sensación de
libertad y liberación, como mentalmente había imaginado tantas veces durante el
largo y doloroso proceso de la destrucción.

Tenía la tranquilidad, tenía la independencia, se libró de la necesidad de dar
explicaciones, ya nadie vendría de visita indeseada sin fecha fija de partida y ya
nunca más compartiría largos almuerzos en los que escuchar conversaciones
superficiales y estúpidas. Él y sus libros gobernaban la casa y eran sus únicos
pobladores. Y sin embargo, la esperada sensación de victoria no era lo que
imaginó.

Jamás reconocerá su error, si no que se enganchará en una continua búsqueda
sobre lo que hizo mal dentro del plan ejecutado, o de lo que ha quedado por
hacer, y se le estaba escapando a su cada vez más limitada lucidez.

Inquietud, en definitiva, falta de paz de nuevo.

Pero ahora el problema es que ya no queda nadie, nadie en absoluto a quién
utilizar para descargar, a base de ironía y lucidez verbal, toda su rabia contenida.
No hay vía de escape para la frustración debido a que no hay objetivo en donde
depositarla.

Callejón sin salida para Campos, que recorre, una y otra vez, la casa en la que
antes soportaba a los que ahora busca, sin poder volver a encontrarlos jamás.

Bravo, Pombo

89. Dentro y fuera

Me lo advirtió, siempre me dijo que esto podía llegar a pasar, y me ha ido
remarcando que cada vez estaba más cerca.

Cuando empezamos juntos ya me costó acercarme a ella y hacerle ver que lo
mejor era que viviésemos juntos. Ella era muy reacia, tenía miedo. Me explicó
que no se trataba de que desconfiase de que la relación tuviese futuro, ni de que
yo no fuese el hombre perfecto para ella, si no de lo que había en su cabeza, de
lo que había vivido hasta ese momento y sobretodo, de cómo había vivido los
últimos años.

Si algo había cambiado en su vida radicalmente eran los ratos que pasábamos
juntos, y a partir de ahí, el resto de su día a día se había ido modificando hasta
llenarse de luz, optimismo y actividad. Antes de conocerme, decía, vivía
encerrada en su casa consigo misma y sus aficiones, y rara vez compartía parte
de su tiempo con otras personas, más allá del entorno laboral. Había llegado a
esa situación progresivamente desde su última relación, y, cuando nos
encontrábamos, nunca había estado más hundida en ese pozo. Fue entonces
cuando poco a poco fue escalando esas empinadas paredes y, viendo la luz cada
vez más cerca, fue disfrutando del aire fresco en su cara y de lo que su entorno
podía aportarle, más allá de las cuatro paredes de su apartamento.

Pero cuando conseguí que diésemos ese paso me advirtió de que, para que
saliese bien, todo tenía que seguir ese mismo curso. Su vida debía cambiar
radicalmente, su vida se tenía que convertirse en nuestra vida, y sus aficiones
deberían ocupar exclusivamente el espacio que no fuese capaz de rellenar
nuestra convivencia. Si no era así, si ella empezaba a tener espacios para sí
misma, si yo pasaba tiempo fuera y ella se colocaba en su esquina durante días
seguidos, acabaría retrocediendo y creándose una segunda vida paralela, como la
que tenía antes de conocerme, la cual podría ir creciendo, hasta acabar
echándome por completo.

Y eso es lo que ha acabado pasando. Mis viajes, mis salidas con amigos, mis
ausencias de nuestra vida, han provocado que resurja la suya, esa en la que yo no
estaba antes, y no he estado nunca. Una vida en la que sólo existe ella, y en la
que no necesita a nadie más, porque cuando está en ella, sólo se conoce a sí
misma, y nada le falta.

Esa vida ha ocupado todo el espacio. Después de mi último viaje, de dos
semanas, no he sido capaz de entrar en el piso, en nuestra casa. Dejó de cogerme
el teléfono días antes, y cuando lo hizo, casi no hablaba. Tenía prisa por colgar, a
pesar de que no tenía nada que hacer, ni que fuese a salir.

Hoy cuando he llegado, esa ya no era mi casa, era sólo la suya, y ella estaba
dentro, a sus cosas, y yo ya estaba fuera, para siempre.

90. La pasarela

Todas las tardes, cuando el sol se acercaba lentamente al horizonte, para
despedirse, él caminaba hasta el mismo borde de la autopista y subía por los
zigzagueantes escalones de la pasarela. Andaba por ella hasta que se encontraba
a la altura del carril central de los que apuntaban hacia fuera de la ciudad, y
contemplaba la escena. Al fondo, el horizonte, con el astro rey a un lado jugando
al escondite. A su izquierda, a unos pocos kilómetros, veía el aeropuerto, con el
incesante aterrizar de los aviones, cuando el viento era el habitual, o su despegue
ordenado y secuencial, cuando soplaba en la otra dirección y se invertía la
configuración de las pistas. Y bajo sus pies, una serpiente de colores y luces
intermitente, que, como todos los días que visitaba el lugar a la misma hora,
seguramente estaría compuesta de las mismas personas volviendo a sus hogares
después de otra jornada laboral.

Había días que se fijaba más en los aviones. Los contaba, medía el tiempo entre
uno y otro (descubría asombrado que la separación era prácticamente igual en
horas punta) y se aprendió los modelos más comunes, los cuales reconocía desde
mucho antes de que se aproximasen a la pista.

Otros días se fijaba en los coches, camiones, autobuses y motocicletas que
pasaban bajo sus pies. Le hacía mucha gracia esa sensación de que los coches y
sus ocupantes pasasen bajo sus zapatos, que colgaban de la plataforma al estar
sentado en el suelo con las piernas por fuera de la barandilla. Buscaba
automóviles curiosos, deportivos, descapotables, enormes, muy pequeños... y si
alguno no lo reconocía, después pasaba horas delante del ordenador intentando
reconocer en fotografías el modelo descubierto para saber cuál era su marca y
características.

Siempre iba solo, no era algo que le apeteciese compartir con sus amigos de
clase ni con sus hermanos. Sobre todo por aquellas veces en las que su cabeza no
le dejaba ni fijarse en los aviones ni buscar deportivos entre el tráfico. En esas
tardes, su cabeza le recordaba lo que le esperaba en casa, cuando su padre
volviese de trabajar, o del bar. Por el aliento que desprendía cuando entraba por
la puerta, exigiendo su cena a gritos a su madre, daba la impresión de haber
pasado todo el día de fiesta con sus amigos, en lugar de ir a la fábrica. En esas
tarde que nada conseguía distraerle, su mirada se fijaba en la carretera, esa franja
ancha de asfalto recta, que se iba haciendo cada vez más pequeña a lo lejos, y
que incluso iba más allá de ese pueblo que se veía a su derecha, y que él
imaginaba, por el tamaño al que lo percibía, como una ciudad de hormigas...

Imaginaba que algún día él sería quien se dejaría transportar por esa carretera
que parecía no acabar en ningún sitio, hasta un lugar en el que, cuando se diese
la vuelta, no alcanzase a ver ni la pasarela, ni el aeropuerto, ni nada de lo que
veía a diario. Todo quedaría lejos.

Pensó en si sería capaz de saltar sobre un tráiler de esos enormes que pasaban
bajo sus pies, y agarrarse al techo de su remolque sin nada más que una mochila
a sus espaldas. Los camiones transportaban mercancías, entre ciudades, y eso
quería decir que un camión que pasase por debajo de sus pies no pararía hasta
llegar a otra ciudad.

Y eso era lo que el necesitaba: salir corriendo y no parar hasta llegar a otra
ciudad totalmente distinta.

También pensó que, cuando hiciese eso, buscaría, nada más llegar, otra pasarela
sobre otra autopista, en la que pudiese sentarse con los pies colgando para mirar
al horizonte, donde desapareciese el asfalto, por si volviese a necesitar cambiar
de nuevo.

Y eso era lo bueno de las ciudades. Todas tienen autopistas que salen de ellas,
con pasarelas desde las que saltar a tu nueva vida.

91. El logro de lo perdido

Ahogado en el recuerdo de tus virtudes, y lejos hace tiempo de la memoria de tus
carencias, cada mañana me pregunto frente al infalible espejo, si todo aquello
que hicimos con decisión seguiremos pensando que mereció la pena, que todo
aquello a lo que nos lanzamos con pasión ciega, con conocimiento de la efímera
vida que le esperaba, nos aportó más de lo que ahora añoramos, nos alimentó
más de lo que ahora el hambre nos tortura.

Días de gloria, seguidos de meses de sequía. Mañanas de éxtasis, que ahora son
noches de soledad e insomnio.

Nos despedimos sin planes, confiando en el destino.

La distancia y el tiempo quizás han idealizado nuestro encuentro.

Pero no deja de ser paradójico que, sentir que encuentras lo que siempre
buscaste, termine por hacerte pensar que lo has llegado a tocar con la punta de
los dedos y que, lo único que te queda es que existe, pero no si algún día volverá.

92. En alquiler

Todo empezó el día en que llegué a casa, y vi un cartel de alquiler en el portal.
Pensé que quizás algún vecino del edificio (somos muchos) había decidido
mudarse, y dejaba libre alguna vivienda, pero, cuando ya estaba en la puerta del
ascensor, volví sobre mis pasos para volver a leer el piso y la puerta. Era el mío.
Había un anuncio por el que se alquilaba mi piso.

Traté de hablar con mi casero, pero el número de móvil que tenía como suyo
estaba siempre ocupado, o eso me decía un ordenador al otro lado de la línea
cuando lo marcaba. Pregunté al portero si sabía quién o cuándo habían colocado
el cartel, y me dijo que apareció ahí la mañana anterior, pero que no sabe quién
lo puso. Alguien con llaves del portal, claro, pero no sabía quién.

Tenía que haber sido mi casero, pero lo que no encajaba es que nadie contestase
a ese número de teléfono de contacto.

Pronto empezaron las llamadas interesándose por la vivienda. Me decían que el
dueño había dado mi número, y comencé a contestar que ya estaba alquilado, y
quité el cartel, pero las llamadas continuaron, y me explicaron que continuaba
anunciado en Internet.

Cuando intenté dar de baja esos anuncios, no pude, porque yo no era el titular de
los mismos, y no podían facilitarme sus datos.

Al lunes siguiente, cuando fui a entrar al garaje de la empresa en la que trabajo,
la puerta no reaccionó a mi tarjeta, y una luz roja me indicó que no era
bienvenido. Después de varios intentos, di marcha atrás y me dirigí a la
recepción del edificio, pero allí me comunicaron que yo no era empleado de esa
empresa. Entre en cólera, y exigí que llamasen a mi jefe y al director, pero
acabaron avisando en su lugar al personal de seguridad y me pusieron de patitas
en la calle. Por supuesto, por mucho que llamé para que me explicasen la
situación, no recibí ninguna contestación.

Pero la cosa empeoró.

Cuando volví a mi casa, el cartel ya no estaba, pero no pude entrar. La cerradura
había sido cambiada. No podía acceder a mi propia casa. En ese momento mi
cabeza no daba para más.

Decidí ponerme en contacto con un amigo de toda la vida que vivía en la ciudad,
a la que yo me había mudado hacía dos meses escasos, y con el que ya había
cenado un par de veces. No hubo manera. El teléfono también había sido
anulado. Así que me dirigí a su casa, sabía dónde vivía, literalmente, vivía,
porque cuando llegué allí me dijeron que se había mudado hacía unos días.

Como no tenía trabajo ni dónde vivir, decidí salir de esa ciudad, regresar a casa
de mis padres, e intentar aclarar desde allí qué demonios estaba pasando. Por fin
pude hablar con una persona conocida, y cuando le conté a mi madre la historia
por teléfono, se mostró muy compresiva y me animó a "volver a casa", su casa,
entendí yo.

Intenté comprar un billete de avión y dejar el coche aparcado en un lugar seguro
en la ciudad, pero cuando quise pagarlo con mi tarjeta de crédito me dijeron que
habían sido anuladas, y que además estaban canceladas mis cuentas. Aquello era
desesperante. Me tenía que agarrar a lo único que parecía seguir existiendo en mi
vida, mis padres, así que conté el dinero que llevaba encima, y calculé para
cuántos kilómetros tenía gasolina. Conduje y conduje, durante horas. Llegué a
casa de mis padres reventado. Mi madre me recibió con miles de besos, y mi
padre me dio un fuerte abrazo. Recordaba esos abrazos... me los daba
frecuentemente... justo hasta antes de irme... Me aconsejaron que me acostase y
al día siguiente hablaríamos. ¿De qué? ¿Qué sabían ellos?

Al día siguiente me vinieron a buscar unos médicos, acompañados por
enfermeros de anchas espaldas. Me llevaron a un hospital y me hicieron varias
pruebas. Ahora tengo una habitación de color blanco y salgo a pasear con otros
visitantes de este lugar. Me han explicado durante estos días que hace algunas
semanas desaparecí de casa. Yo vivía con mis padres y no trabajaba por mis
problemas mentales. Me estuvieron buscando, pero no di señales de vida. Por
medio del seguimiento de mi cuenta bancaria, de la que ellos son también
titulares, vieron que me desplacé hasta la capital, y que allí hice algo malo...

También me han explicado que creen que hice daño a alguien. Sospechan que
estuve siguiendo a una persona, un antiguo amigo mío que trabajaba allí. En
algún momento, lo ataqué, me deshice de él, y cogí sus cosas. Su teléfono, su
casa, su coche... el número del cartel de alquiler era el mismo del teléfono que
yo llevaba encima, el que le había quitado a él...

Ahora pienso en qué le pude hacer a esa persona, y por qué. Pienso si en realidad
estaba cansado de mi vida anodina y salí a buscar otra, una normal, como la que
tiene la gente normal. Viviendo en mi casa, conduciendo mi coche y yendo a mi
trabajo todos los días. Pero, por lo visto, no es algo que se pueda conseguir así,
de cualquier manera...

93. La gran duda

Y si todo esto nunca mereció la pena
Y si lo que siempre soñamos, jamás existirá
Y si sus palabras nunca fueron sinceras
Y si mi corazón jamás quiso que fuera así.
Y si el cielo nunca fue infinito
Y el viento no te puede llevar a cualquier lado
Y si la razón no es suficiente
Y nadie fue nunca feliz
Quién sabe cuál es la verdad
De este mundo que aseguramos que existe
Simplemente porque decimos sin dudarlo
Que lo percibimos todos por igual
Pero en realidad nunca conseguiremos
Tan siquiera demostrar
Que nuestro mundo es el único
Y que conocemos la autenticidad.

94. Distancia

Distancia. Pediste, propusiste distancia. Ya la tienes. Tú allí y yo aquí. ¿Qué tal
lo ves ahora? Yo, igual que antes, pero sin poder reaccionar. Antes algo te
molestaba, lo hablábamos. Ahora me entero de que algo te ha molestado, por
otros. Antes si te buscaba, siempre te encontraba. Ahora no sé por dónde andas.
Distancia. Se supone que nos daría la oportunidad de pensar, de verlo todo desde
otro punto de vista. Casi no te veo. Pero pienso mucho en ti. No sé si eso es lo
que buscabas. No sé si a ti te sirve para algo. A mí la distancia sólo me sirve para
una cosa: para alejarme de ti.

95. La hora del deshielo llegó

Tan pronto como lo sacaron a la luz del sol, comenzó el proceso. Las formas
cortantes y afiladas del bloque que lo contenía se fueron suavizando poco a
poco, y el goteo comenzó a convertirlo en agua, y a la vez, dejando de ser parte
de su cárcel. El grosor del bloque era generoso, quedando el exterior a una
distancia helada considerable, por lo que pasaron muchas horas antes de ninguna
parte de su cuerpo pudiese sentir la calidez de los rayos del sol directamente
sobre su piel.

Fueron las puntas de los dedos de su mano derecha las primeras en disfrutar de
la libertad, debido sobre todo a la posición de súplica y de despedida en la que
quedó su brazo, muy por encima de su cabeza. A través de él, de su brazo, se
deslizó la luz de la vida, y poco a poco fue llegando hasta el resto de su cuerpo.
Se liberó su torso, pero aún estaba rígido e inerte. Como una estatua
tremendamente realista, así permaneció durante horas, hasta que llegó el
momento en el que algo despertó dentro de él.

Como un motor que vuelve a funcionar después de mucho tiempo, un primer
latido aislado dejó ver que allí dentro aún quedaba algo de lo que hacía mucho
tiempo llenaba aquel cuerpo. A su vez, aquello significaba que ya había
actividad cerebral, y las órdenes inconscientes comenzaban a circular con fluidez
por todo el organismo. Los latidos se hicieron rítmicos y uniformes, pronto los
músculos empezarían a reaccionar. Llegaba la consciencia a él. Volvía a ser.

De nuevo, un dedo de su mano derecha volvió a ser el pionero, esta vez con la
recuperación del movimiento. Dolía, mucho, aquello dolía. Pero el resto de las
partes de su cuerpo aún no estaban listas para manifestarlo abiertamente. Dolor,
eso es lo que significaba despertar. Lo mismo que había sentido en los últimos
instantes antes de desaparecer durante años. Y ahora lo primero que recuperaba
era eso, el dolor.

Le hizo desear que lo volviesen a encarcelar, congelar, paralizar. Ahora que
podía pensar, comenzaba a recordar. Las imágenes últimas, sus caras mirándolo
entre impasibles y satisfechos por su condena.

Y al final llegó a él la pregunta: ¿Por qué ahora? ¿Por qué me devuelven a la
vida? ¿Qué habrá sucedido todo este tiempo?

Paciencia. Las respuestas llegarían. El proceso era largo. Aún no podía salir de
allí.

96. Se agotaron las oportunidades

Me preguntas que por qué no lo volvemos a intentar. En realidad, no esperas que
te lo explique, sólo necesitas oír en alto algo que ya sabes. Lo sabes
perfectamente. Te niegas a aceptar la verdad, y aún conservas la esperanza de
que, si yo tengo la más mínima duda de que la situación es irreversible,
volvamos atrás sobre nuestros pasos, nuestras palabras y nuestros actos y
hagamos borrón y cuenta nueva. Pero también sabes perfectamente que todo eso
ya lo hemos hecho antes, y más de una vez. Hemos empezado de nuevo,
conociendo nuestros defectos, conociendo nuestros errores, conociendo nuestras
necesidades, una y otra vez, y al final siempre hemos acabado en el mismo sitio.
Como si, en un mismo cruce, cientos de alternativas se ofreciesen ante nosotros,
y, eligiendo la carretera que elijamos, al final volvemos al mismo punto, al borde
del precipicio, al comienzo del abismo. Jamás nos orientaremos por el camino
correcto yendo juntos. Quizás uno de esos que no nos llevó a ningún lugar nuevo
sea válido para uno de nosotros, pero sólo uno, sin compañía del otro. Estamos
desgastados, agotados, tanto que nos transparentamos, y terminamos por no
existir el uno para el otro, o sólo cuando nos molestamos.

No me vengas con qué hemos hecho mal, porque no hemos hecho nada mal. Tú
siendo tú y yo siendo yo, debemos coger caminos diferentes. Tan fácil como eso.
Porque la que yo busco eres tú sin ser tú, y el que te conviene soy yo disfrazado
de otro, y cariño, no somos tan buenos actores.

Suerte.

97. Matándome a mí, matando lo nuestro

Me están destrozando, poco a poco, me consumen. Cada vez soy menos y cada
vez queda menos de mí. Hasta hace poco, el llegar a casa a tu lado, cada día, me
hacía rejuvenecer, me revitalizaba, y, de alguna manera, conseguía hacerme
olvidar esa pesadilla en la que vivo. Aunque después, cuando dormía, las
pesadillas me asaltaban sin piedad y rara vez conseguía descansar.

Pero ahora ya no. Ahora ni tu sonrisa, ni tu cariño, ni el olor de tu piel, que
tantas veces me ha llevado lejos de ese mundo hiriente y cruel, nada de eso tiene
efecto ya en mí. El destrozo actual es enorme, y no hay una sola parte de mí que
consiga reaccionar ante lo que tú has significado siempre para mi esencia. No sé
exactamente qué ha sido lo último que ha desaparecido, lo que ha hecho que
todo esté perdido.

Porque sí, es cierto, sigo en pie, sigo teniendo fuerzas para arrastrarme cada día,
pero ya no te siento. He desaparecido como persona, prácticamente ya sólo
queda el cuerpo, y los cuerpos por sí solos no sienten. A partir de aquí, lo mejor
es que me dejes solo, que agonice sin arrastrarte conmigo, que no veas el final de
todo. Porque no resta mucho más, la leña ya no existe y las ascuas en las que mis
despojos se han convertido se extinguirán tarde o temprano, y no deberías ser tú
quién aguante para recoger toda la ceniza esparcida. Es mejor que se la lleve el
viento, que la distribuya por donde le apetezca, para que no quede imagen
alguna de lo que todo ello formó.

Pero alguien les juzgará por lo que están haciendo, por lo que ya han hecho y por
lo que van a conseguir. Confío en que tarde o temprano el resto se levante contra
ellos, aunque sólo sea para impedir que les pase lo que llevan tiempo viendo
sobre mi persona.

Así que adiós, dejémoslo aquí, porque no queda nada más. Ellos lo mataron, por
muy perfecto que llegase a ser alguna vez.

Por lo menos nos quedará saber que hicimos lo que pudimos y que no fue culpa
nuestra el que no llegásemos a ser felices juntos.

98. Angry chair

Sentado en mi Angry Chair como cada noche al volver del trabajo, voy
traspasando mi rabia a través de su respaldo y extremidades de madera al suelo
que todo lo camufla. Todos los días lo hago, hasta que ella comienza a arder
como una antorcha empapada en gasolina, y tengo que separarme de esa bola de
fuego para evitar quemarme yo también. Fue un gran descubrimiento para mí,
encontrar un objeto tan maravilloso como éste, capaz de ayudarme a deshacerme
de lo que hace peligrar mi estabilidad emocional, y que consigue evitar que
descargue mi furia con quien se cruza en mi camino, cuando la gota colma el
vaso. Mi Angry Chair sólo funciona conmigo, y, cuando estoy de viaje durante
unos días, me entra el pánico sólo de pensar que no podré recurrir a ella si las
cosas se complican.

Y a veces se complican, y no la tengo a mano... y pasa lo que pasa. Pero de
momento, consigo volver a ella, y con ella, a la normalidad. Mi Angry Chair
termina ardiendo casi a diario, supongo que eso no es buena señal, pero al menos
cada mañana, gracias a ella, vuelvo a levantarme con una sonrisa y libre de
preocupaciones...

... hasta que vuelvo a casa, claro...


99. Desintegrándome

Quiero perderme
Sólo para que tú no me encuentres.
Desintegrarme para impedir que seas capaz de reconstruirme.
Abandonarme en un rincón hasta quedar irreconocible, para ti.
Olvidar mi cara y el sonido de mi voz, simplemente para no volver a escucharte.
Sin ser yo, tú no tendrás poder de nuevo.
Si desaparezco será posible anularte.
Deshacerme de mí para que tú no estés.
Salir para que tú no puedas entrar.
Si no me ves, no vendrás a mí.
Sólo así podré plantearme volver a ser yo mismo de nuevo.

100. Puertas que separan, puertas que unen

El casero se dio cuenta al volver al piso, después de que el inquilino, que vivió
allí tantos años, le notificara que se mudaba a otro lugar.

Este hombre le había alquilado los dos pisos contiguos que él disponía en el
edificio, y en ellos vivían él y su mujer en uno, y su hija y su yerno en el otro,
con su nieto pequeño. Pero lo que nunca supo hasta entonces, y jamás se le
ocurrió imaginar, es que las familias, a sus espaldas, habían abierto una puerta
que comunicaba ambos pisos, enlazando las salas de estar, de manera que
prácticamente vivían juntos, aunque cada uno conservaba en cierta manera su
intimidad. Se los podía imaginar comiendo, cenando juntos, e incluso viendo la
televisión en uno de los salones, para después mantenerse el resto del día cada
uno en su lado de la puerta.

Al final, vio que la única forma de salir del paso era colocar un pestillo en cada
lado de la puerta. De esa manera, los nuevos inquilinos de cada uno de los pisos
tendrían control sobre la puerta, y quedaría la posibilidad de que otra familia
alquilase ambos, como lo hicieron anteriormente.

Finalmente, dos parejas, que no tenían ninguna relación entre sí, alquilaron los
pisos. Eran dos parejas jóvenes, y ambas preguntaron por aquella puerta. El
casero les explicó la historia, y decidieron que no era inconveniente. Incluso
optaron por la misma solución, ocultarlas detrás de una cortina que evitase
preguntas previsibles de los invitados.

Las parejas se conocieron, aparte de cruzarse las primeras semanas por las
escaleras, cuando llegó el buen tiempo y coincidieron en la piscina, la cancha de
tenis y los jardines del edificio. Rápido congeniaron y surgió el tema de la
puerta. Se rieron con la situación. Cenaron a menudo en casa de los unos y los
otros. Surgió una amistad importante entre ellos. Ellos veían el fútbol juntos,
ellas hablaban de sus cosas y compartían ideas.

Una semana determinada, una de ellas se quedó sola, porque su marido tuvo un
viaje de trabajo de varios días. Al segundo día, por la noche, se acordó de la
puerta. Si bajaba el volumen de su televisor, podía escuchar a sus vecinos
hablando y moviéndose por su casa. Se le ocurrió que en esa ocasión la puerta a
ella le vendría muy bien, ya que preferiría en ese momento tener esa puerta
abierta para no estar sola tanto tiempo en su casa, aunque en realidad ninguno
cruzase por ella, pero pensó que ellos tenían que tener su intimidad...

Pasaron los días y su marido volvió a casa. No pensó más en la puerta... Hasta
que, de nuevo, su marido tuvo un viaje de trabajo, esta vez más largo, de dos
semanas. Todos los días veía la cortina, aunque oía mucho menos movimiento al
otro lado. Al tercer día supo el porqué. Coincidió con su vecino, el marido de la
pareja del piso contiguo, en el portal, y le dijo que su mujer había tenido que irse
a su pueblo, ya que su madre había enfermado, e iba a estar algunos días
ingresada en el hospital. O sea, que él también estaba solo, pero al otro lado de la
puerta.

Esa noche su cabeza empezó a ir demasiado rápido, a imaginar, a preguntarse
cosas... Por la noche, después de cenar, decidió apartar la cortina para ver la
puerta mientras pensaba en ella. Tumbada en el sofá de su salón, pensaba en qué
estaría haciendo él al otro lado. Poco a poco en su cabeza se fue metiendo una
idea: llama a esa puerta.

Pensó que estaba loca, por qué iba a hacer algo así y qué explicación iba a dar.
Se respondió a si misma que era lo más normal del mundo decirle a su vecino
que si necesitaba algo no dudase en pedírselo... y esa puerta... facilitaba las
cosas... sería ridículo salir al descansillo para hacer lo mismo...

Después de darle muchas vueltas a la cabeza y no ser capaz de resistirse, se
levantó, se colocó delante de la puerta y escuchó. Escuchaba la televisión al otro
lado. Él estaba allí, quizás tumbado. Entonces pensó que a lo mejor a él también
se le había venido a la cabeza abrir esa puerta... Pero ¿que significaría que ellos
dos decidiesen unir sus pisos en estos días? ¿Lo contarían a sus parejas, incluso
al día siguiente al hablar por teléfono con ellos?

Llamó con sus nudillos. La televisión del otro lado fue silenciada, pero no pasó
nada. Segundos después, volvió a llamar con su mano. Al poco de hacerlo, oyó
como el pestillo del otro lado sonó mientras era abierto... ella hizo lo mismo... y
la puerta se abrió...

Justo antes de verse, pensó que no le había oído correr ninguna cortina...

101. El hombre sin cara

El hombre sin cara no conseguía encontrar trabajo. Su falta de expresividad
provocaba falta de confianza en las personas que lo entrevistaban. Siempre había
tenido el mismo problema con su diferencia. Las mujeres, a pesar de verse
atraídas por su físico y su personalidad, no podían soportar no poder adivinar su
estado de ánimo sin tener que preguntarle, ya que no podían obtener ninguna
información de lo que simplemente veían.

De manera cómica, pero seria en realidad, salió una temporada de casa con una
colección de máscaras en una bolsa con expresiones claramente definidas y que
usaba colocándoselas apenas un segundo delante suyo, para indicar con una
sonrisa pintada que un comentario le había gustado, o demostrar tristeza con
algo que compartían con él. Pero no funcionó. Se cansó de estar detrás de una
máscara, y los sentimientos que ellas reflejaban eran demasiado simples para lo
que en realidad quería expresar.

Decidió utilizar la red de redes para buscar más gente como él. Encontró foros y
blogs de personas que no tenían rostro, donde compartían sus experiencias y se
daban consejos. Comenzó a chatear con ellos, con las personas sin rostro. La
mayoría vivía lejos de allí, por lo que ni tan siquiera se planteó el conocerlos en
persona. Los pocos que sí vivían cerca, tampoco hicieron ninguna intención de
quedar con él, a pesar de tener ya una gran amistad. Cuando tuvo confianza
suficiente preguntó al que ya era su confidente más cercano:

-¿Nunca quedáis entre vosotros?

-¿Para qué? - respondió.

- Hombre, pues para conoceros y compartir más cosas.

- Pues mira, creo que es ridículo. En realidad el tenerte delante o no, no me va a
aportar nada que no tenga ya a través de este chat. Para oír tu voz, te llamaría por
teléfono, pero me he acostumbrado a teclear.

Lo entendió. Se dio cuenta de que, ellos, eran el perfecto prototipo de las
personas desconocidas que se conocen por el chat: gente sin rostro.

102. La flor que calma el dolor

La flor que calma mi dolor la tiene ella. La guarda en un lugar que no confiesa a
nadie, y al que sólo a mí me deja entrar de vez en cuando. No es fácil que lo
haga, debe estar convencida de que lo necesito de verdad. Quizás alguna otra vez
alguien más disfrutó de ese privilegio, incluso puede que yo no sea el único
ahora. A mí me es suficiente sentirme como si lo fuese, y eso es lo que ella
consigue, todas y cada una de las veces que me la ofrece. Es dulce, brillante y
poderosa, y nunca se termina su belleza. Siempre me la encuentro plena, total y
auténtica, y jamás he notado que lo hiciese por obligación. Al día siguiente
tengo claro que mi camino es el que me lleva lejos de allí, que debo abandonar
lo que ayer necesité para sobrevivir. Aprovechar para apoderarse de esa flor sería
un completo error, porque nunca jamás sería mía ni de nadie más. Esa flor es
suya, y sólo la ofrece cuando y a quién ella quiere. Esa flor sobrevivirá siempre
y jamás se encontrará otra igual, en ningún lugar del mundo.

103. El ladrón de cuerpos

La investigación arrancó unas semanas antes a raíz de una extraña e insólita
denuncia efectuada en persona por el afectado. Lógicamente, el agente que lo
recibió, y escuchó por primera vez su relato, enseguida invitó al hombre a
abandonar el lugar y a acudir a un psicólogo que le mirase la cabeza. Cuando el
hombre se levantó la camisa y enseñó las secuelas del último ataque, no pudo
hacer otra cosa que avisar a sus superiores.

Lo que aquel individuo les mostró a los inspectores jefe fueron huecos,
despieces, lugares donde antes existía una parte de su cuerpo que había sido
arrancada de allí como un pedazo de un bizcocho tomado por un certero pellizco
de los dedos.

La narración que hizo ante ellos no aportó mucha información. Eran ya varias
veces desde hacía un mes que, cuando se levanta por la mañana, notaba su
cabeza especialmente pesada y aturdida, como con secuelas de una importante
borrachera, a pesar de que la noche anterior no sucediese nada de eso. La
primera vez lo descubrió al enfrentarse al espejo del baño, pero las siguientes
veces que amaneció con esa sensación, directamente se puso a buscar una nueva
marca en su cuerpo. Y allí estaba. La primera vez fue un pellizco en el costado,
al segundo día una falange del dedo meñique de la mano derecha, otro día parte
del gemelo de la pierna, la última vez, el lóbulo de la oreja izquierda.

Desde entonces intentaba mantenerse despierto a toda costa, pero las
anfetaminas iban a acabar con su mente antes de que lo que quiera que le pasase
acabase con su cuerpo. De lo desaparecido no quedaba ni rastro, simplemente un
hueco. Ni sangre, ni dolor, ni herida cicatrizada. El cuerpo era modificado como
si nunca hubiese existido antes aquel trozo de su naturaleza.

Localizamos al autor de los robos al poco de montar el dispositivo alrededor de
la casa de nuestro desgraciado hombre. Identificamos a alguien que todas las
noches rondaba su chalet de las afueras, y disimuladamente observaba las
ventanas hasta que la luz se apagaba, tomando notas después en su cuaderno
antes de largarse del lugar. Como no hacía nada delictivo y nuestro hombre
seguía intacto desde que nos visitó, decidimos seguir vigilando y esperar a que
actuase.

Después supimos que lo que hacía era analizar los horarios nocturnos de su
víctima y relacionarlos con la programación de televisión en función del día de
la semana o de si echaban deportes o cine en los diferentes canales.

Esperamos hasta que decidió volver a actuar. Teníamos que pillarle con las
manos en la masa. Cierto día de seguimiento, apareció a la hora exacta, sólo
unos minutos después de que se pagara la luz del dormitorio. Lo había estudiado
bien. De alguna manera, consiguió abrir la venta del dormitorio desde fuera. Al
principio no supimos cómo lo hacía, pero después vimos que había desplazado
algunos ladrillos de la fachada de forma que tenía acceso al cierre de la ventana
desde el exterior. No entraba. Habría un poco la ventana, y rociaba un spray a
través del hueco, y volvía a cerrar. Esperaba unos segundos, y entonces entraba
con una mascarilla en la cara. Con él llevaba una bolsa de deporte. Allí
encontramos todo el instrumental que utilizaba para realizar las amputaciones y
sellar el cuerpo de esa manera tan pulcra. Lo detuvimos en cuanto accedió a la
casa. Ya no podíamos arriesgarnos más.

Lo identificamos e intentamos interrogarlo, pero nunca abrió la boca. No quiso
explicar a nadie el porqué de su comportamiento, ni el porqué a ese hombre en
concreto, ni tan siquiera qué pensaba hacer con lo que robaba. En su casa
encontramos en una de las habitaciones una gran sábana blanca extendida en el
suelo. En ella había impresa una foto a tamaño natural de la víctima. Sobre ella,
los trozos que ya había conseguido, colocados en su respectivo lugar encima de
la fotografía.

Pronto la prensa lo bautizó como el ladrón del puzle humano. A falta de
explicación, lógica o ilógica, esa fue la que quedó en la mente de todos. Se creyó
que aquel individuo inventó un juego macabro en el que las piezas eran reales, y
en el que la gracia era arriesgarse a conseguirlas. Por supuesto, muchas
preguntas sin respuesta surgieron en los debates televisivos y radiofónicos que
tuvieron lugar sobre el caso como ¿Cómo pensaba unir las piezas? ¿Sería tan
diestro soldando como amputando? ¿Sería posible recomponer un cuerpo
humano por completo trasladándolo trozo a trozo? ¿Cómo pensaría resolver el
problema de amputar los órganos vitales?

Ahora su estancia en la cárcel está a punto de terminar. Lo van a soltar. En
realidad, no cometió asesinato. Se intentó acusarle de robo, pero sólo fue
condenado por lesiones. La gente se pregunta si volverá a intentarlo...

104. El cuñao de Dios

El día que Dios mandó a su hijo a la Tierra para salvar a los hombres, no se dio
cuenta de que éste hablaba a escondidas con su cuñao. Éste último consiguió
convencer a Jesucristo para que lo llevase con él, asegurando que le sería de
buena ayuda y lo apoyaría a la hora de predicar la palabra del Señor, por allí
donde fuese.

Pero el cuñao de Dios no era tan profesional como su hijo en las artes de la
predicación. Aprovechó su viaje a la tierra para vivir como un señor. Se
convirtió en un mujeriego, un borracho, adoctrinaba a gente que no tenía ningún
interés, se inventaba parábolas y no cumplía con nada de lo que inculcaba. Aun
así, algunos lo siguieron de la misma manera que siguieron a Jesús y eso
provocó que Dios acabase dándose cuenta de su presencia en La Tierra, ya que
recibía rezos y súplicas verdaderamente extrañas, pidiendo por riqueza, alcohol y
mujeres en lugar de por salud y amor.

Fue entonces cuando Dios llamó a consultas a su cuñao y le pidió explicaciones
de lo que estaba haciendo. Él se justificó en que simplemente estaba difundiendo
su palabra, según su propio entendimiento de lo que debería ser la vida de la
humanidad en su plenitud, y que estaba tan preparado como su sobrino para ello.
Dios le advirtió de que si seguía por ese camino no le permitiría volver a entrar
nunca más en los cielos, y le condenaría a vivir como un mortal más en La
Tierra, acabando sus días tarde o temprano como el resto de la humanidad.

Él comparó ambas épocas de su vida, y las experiencias que había tenido hasta
ahora en las dos fases, y estuvo de acuerdo.

Se divorció de la hermana de Dios y se quedó para siempre en la tierra.

105. Hasta los cojones de la Kryptonita

Llegó el día en el que Superman se cansó de la Kryptonita y de que los malos la
usasen contra él.

Durante una larga charla con un colega en un bar, con varias copas encima, el
colega le dijo: "Yo es que de verdad no te entiendo. Vuelas, ves a través de las
paredes, tienes una fuerza sobre humana... pero lo que de verdad te diferencia de
los demás es eso de que las balas no te hagan daño. El arma más común, y el
más utilizado en nuestros tiempos, y a ti no te hace nada. ¡Eso es lo que te
diferencia del resto!”

Superman se dio cuenta de por dónde iban las reflexiones de su amigo. Joder,
¿por qué arriesgarse a la lucha cuerpo a cuerpo o a acercarse a los malvados, que
al final, siempre se han hecho con algo de la Kryptonita esa de los cojones y se
la acaban colgando del cuello para putearlo?

Desde ese día, Superman siempre llevaba una Magnum 45 y, en cuanto se
encaraba a los malos, sencillamente se liaba a tiros.

Ni Kryptonita ni hostias.

106. Otra visión de la crisis

Ha vuelto el frío. Ya no es efecto de un frente temporal que cruza el país y rebaja
temporalmente las temperaturas. El frío ha llegado para quedarse.

La poca gente que sale a las calles lo hace abrigada, encogida, y camina rápido
entre bocas de metro, portales y vehículos apartados. Esta semana se suspenderá
el servicio de autobús en la ciudad, debido a que el Ayuntamiento no puede
mejorar las condiciones en las que la gente debe esperar la llegada del transporte,
en las paradas al aire libre.

La ciudad hiberna como un oso durante los siguientes meses. Los que pueden
permitírselo ni siquiera trabajan en esta temporada, y han almacenado alimentos
en sus casas el resto del año para no tener necesidad alguna. Los empleados de
los servicios básicos como la electricidad y el agua cobran grandes sumas de
dinero durante esta época porque se ven obligados a vivir aislados en las
centrales de abastecimiento para asegurar el suministro continuo.

Es duro. Hay gente que no se vuelve a ver hasta meses después. La actividad se
reduce casi hasta lo esencial, y en las emisoras de televisión y radio repiten
grabaciones de la temporada pasada. Libros, música y sopa caliente son el
alimento de la ciudad hasta que el Sol vuelve a imponer su dominio sobre este
territorio que se apaga poco a poco esperando que pase la crisis del frío, una vez
más.

107. A la cuarta va la vencida

Tres fueron las veces que le negó el acceso a su cama antes de aquella, y tres
fueron los orgasmos que ella tuvo esa noche. A la mañana siguiente se planteaba
el porqué de aquellas negativas.

Lo fácil era pensar en la falta de confianza, en que la cercanía aún no era
suficiente para despertar la atracción, o simplemente que no surgió el interés
hasta que algo, un interruptor, la hizo cambiar la visión que tenía de él y se abrió
de par en par.

Pero su cabeza le decía que en ese razonamiento perfecto había una trampa.
Sabía que algo existió desde el primer momento que, cuando se cruzó en su vida,
despertó en ella un deseo de verle, de volver a encontrarse y de notar que la
miraba cuando pasaba delante de él.

Pero lo que más convencida la tenía de que en realidad siempre había deseado
pasar una noche como está con él, fue la noche en sí, en cómo había
transcurrido. El aroma a sudor de esa mañana, el desastre de cama en la que se
encontraba y el delicioso cansancio que le impedía levantarse, a pesar de que
llevaba horas despierta (desde que él se marchó) le dejó muy claro que siempre
supo que esto tenía que pasar.

¡Y lo que se alegraba por ello!

108. Traspiés en mi escapada

Arriesgué, decidí cambiar mi vida por completo para poder romper con toda la
mugre que se había ido almacenando en ella en los últimos años. Busqué el
camino alternativo, la gran escapada, el renacer, me fui de donde siempre había
vivido. Olvidé a quien alguna vez significó algo para mí, bueno o malo, y me
sumergí en una nueva personalidad, una actualizada lista de valores y una
colección de prioridades que, a corto plazo, debían abrirme los ojos ante la luz
del resurgir de un individuo totalmente diferente.

Pero fracasé. Dejé puertas abiertas tras de mí, rastros a mi paso que sirvieron
para que, los que me persiguieron desde el primer día de mi huida, me
alcanzasen.

Me pidieron explicaciones, me reprocharon mi actitud, intentaron hacerme sentir
culpable, egoísta y egocéntrico, me nombraron mi pasado, removieron la mierda.

Hice nuevos intentos de desembarazarme de mis acosadores, de los que me
impedían ser otro nuevo, pero las prisas y la ansiedad siempre me llevaban a
volver a cometer errores, y una vez tras otra, se volvían a cruzar en mi camino.

Como resultado tengo la vida de antes mezclada con un boceto maltrecho de lo
que debía ser mi vida deseada, la que empecé de mala manera y que nunca pude
terminar de componer. Es como vivir en una doble personalidad consciente, en la
que reconozco elementos creados como vía de escape, mientras comparto otros
viejos y rancios que ya odiaba desde hace años.

Ahora vivo y muero a ratos, según me llena el día una o la otra, pero sé que sería
imposible abandonar cualquiera de las dos por completo. Como un cuadro o una
novela nunca terminados, mi propia existencia es un cuento de hadas inacabado
en la que el protagonista nunca alcanza el final feliz, a pesar de que lo tiene ahí,
al alcance de la mano.

Una continua agonía...

109. La lluvia se lo llevó todo

La lluvia se lo llevó todo. No dejó ni rastro, ni una sola huella de lo que el día
antes había sucedido allí.

Los paisanos salieron a la calle aliviados, al percatarse de que el cielo estaba de
su parte, aplaudiendo de alguna manera aquellos sucesos salvajes de la noche
anterior, dándoles su bendición de la manera más clara y nítida, aportando su
importante granito de arena para lograr pasar página.

El Alcalde, animado al ver las calles limpias de todo rastro de destrucción,
manifestó su deseo de dar un discurso en la plaza del pueblo, con el objeto de
instar a las gentes a seguir con sus vidas y ni tan siquiera comentar en la taberna
ni en la panadería todo aquello. Fue el Cura el que le paró los pies, haciéndole
ver que el primer paso para hacer borrón y cuenta nueva era obviarlo desde la
misma autoridad, negar la evidencia y no darle nunca ningún tipo de
transcendencia, con un acto como el que él proponía. Así quedaron, y así
ejecutaron. Nunca más se volvió a hablar de aquello, aunque las miradas a veces
delataban una complicidad de esas que siempre hay que ocultar.

Con lo que no contó el pueblo, desde el primer día, es que el agua de lluvia va al
río, que el río sólo es del pueblo en régimen de alquiler, que su propietario lo
arrienda por igual a unos y otros en su camino y es el siguiente en morarlo el que
recoge lo que el anterior inquilino descuidó en él. Así pues, las imágenes, los
hechos y las pruebas fueron goteando poco a poco en la localidad vecina, desde
antiguo enemistada con la anterior, y fueron sus habitantes los que fueron
reconstruyendo la historia desde su propia casa, ayudándose de su odio vecinal,
hasta que las evidencias les obligaron a avisar a las autoridades.

El pueblo había seguido adelante, desde hacía semanas, nadie creía recordar
aquello, e incluso empezaba a circular la idea de que todo fue un sueño conjunto,
o una leyenda leída en algún volumen de la biblioteca pública. Había gente que
pensaba que aquello había sido narrado por el cura en alguno de sus sermones
apocalípticos, los que soltaba cuando estaba de mal humor por la marcha de su
equipo en la liga. Por eso, cuando varias docenas de vehículos de la Guardia
Civil tomaron el pueblo y entraron por la fuerza a buscar al Alcalde, mientras
bloqueaban todas las salidas por carretera, todos se sorprendieron...

110. El agujero en la pared

Tengo un agujero en la pared de mi habitación. Tiene aproximadamente medio
metro de diámetro, y a través de él sale una luz poderosa durante todo el día. No
recuerdo si he tenido algo que ver con su aparición.

El caso es que al otro lado de esa pared no debería haber nada. Es la fachada del
edificio de pisos donde vivo, y si salgo a la calle y busco lo que sería el
equivalente desde fuera, no existe tal agujero. Como digo, de él sale una luz
potente, blanca. Desde entonces duermo en el salón, me sería imposible hacerlo
en la habitación. Lo tendría justo en frente de mí.

No me he atrevido, aún, a meter mi mano o mi cabeza por él, para intentar
averiguar su naturaleza. No produce sonido alguno, solo luz. Tanta que no se
puede ver en su interior.

Confieso que he tirado cosas dentro, por aquello de probar a ver qué pasaba.
Nada. Desaparecen en el haz de luz sin tan siquiera oírse un sencillo golpe.
Incluso he tirado algo frágil, para poder oírlo romperse. Un pequeño jarrón de
cristal que me regaló mi ex y que nunca me gustó, por el que se preocupaba
mucho cuando vivíamos juntos, porque si tocaba el suelo desde cualquier altura
se haría pedazos. Pero tampoco tengo prueba alguna de su destrucción.

Es un secreto. Y como tal, empiezo a verle utilidades. Pero me asuntan las
posibilidades.

Pensar que me sirve para hacer desaparecer cualquier cosa que no me interese
que se encuentre... o incluso a cualquier persona... como mi ex.

111. Diáfano

Todo, su casa, su oficina, el garaje... todo espacio en el que tuviese que estar por
voluntad propia debía ser diáfano. Se había convertido en una obsesión para él,
y, siempre que podía permitírselo, lo llevaba a extremos que parecían
enfermizos. Diáfano y blanco. Eran las condiciones que ponía a la hora de
comprar o alquilar. Le daba tranquilidad, sensación de control, el ver toda la
estancia desde cualquier punto, y con luz natural, cuando la había. Claro, eso
tenía ciertas consecuencias.

Desde su despacho controlaba a sus empleados, y, es más, exigía un silencio
acorde con la tranquilidad del espacio que había creado, por lo que la gente tenía
la sensación de estar en una especie de reformatorio, con aire de hospital.

En casa, su familia no tenía permitido ninguna clase de ruido o sonido que
perturbase su descanso cuando él estaba dentro, por lo que sus hijos, cuando eran
pequeños, pasaban la mayor parte del día en el jardín, cuando el tiempo lo
permitía, y cuando fueron mayores, en casa de sus amigos o en otros lugares. La
piscina de la casa, como es de suponer, no era un lugar de juegos, si un sitio más
donde estar tranquilos y en silencio.

Cuando enfermó de manera terminal, y tuvo que ser ingresado en un hospital,
puso las mismas condiciones para su alojamiento. Los familiares y conocidos
pasaban por allí con el máximo respeto, y no estaban permitidas muestras de
dolor y condolencias que alterasen la atmósfera de tranquilidad. Sin embargo, en
un momento de sus últimos días, necesitó salir al pasillo del hospital donde se
encontraba su habitación, y allí descubrió como su mujer y sus hijos, además de
otros familiares cercanos, se consolaban unos a otros y lloraban abrazándose. Su
mente le hizo pensar en un primer momento que aquello no tenía nada que ver
con él, ya que no estaba acostumbrado a ver ese tipo de escenas, él las había
prohibido a su alrededor durante toda su vida. Después fue dándose cuenta de
que no era así, y que estaba descubriendo que al otro lado de la puerta que
aguantaba su mundo controlado y sosegado, toda una tormenta de sentimientos
se desencadenaba a diario. Seguramente siempre había sido así, y él había
cerrado esa puerta durante toda su vida.

Volvió sobre sus pasos y se encerró de nuevo en la habitación, esta vez echando
el cerrojo por dentro. Aquello que acababa de ver por primera vez, le hizo desear
acabar cuanto antes, y solo.

112. Estilo de muerte

El Profesor Dictelius ha concluido recientemente un estudio con el que ha
conseguido demostrar que los hábitos de las personas a lo largo de su vida están
estrechamente relacionados con la forma en la que terminan sus días, con la
causa de su muerte. Dicho estudio, más allá de hablar sobre las causas de
enfermedades terminales comunes, como el cáncer o el sida, se centra en
analizar los comportamientos pasados de personas que mueren de manera
imprevista por causas no naturales, es decir, accidentes, desgracias naturales u
homicidios.

Este profesor argumenta, y demuestra en los siete tomos que componen su
estudio, que, de algún modo, es posible adivinar cuándo y cómo va a morir una
determinada persona, si es observada en su modo de actuar durante un número
no muy alto de años de su vida. Manifiesta que existen patrones de
comportamiento que son capaces de determinar el sino de las personas, y que,
después de tantos años de estudio y, sobre todo, de los siglos de existencia del
hombre sobre la tierra, ahora se hacen reconocibles para el común de los
mortales.

Pronto se han aventurado unos y otros a interpretar los resultados de este estudio,
relacionándolo unos con el destino que está escrito, y con la justicia divina los
otros. Lo que sí queda claro entonces es una pregunta: Si observando el
comportamiento de una persona, podemos predecir cómo acabará el resto de sus
días, y, siempre dependiendo de cuándo esto vaya a suceder, ¿existirán casos en
los que el sujeto en cuestión esté a tiempo de cambiar los parámetros que
determinan su fórmula vital (o mortal, según se vea) y modificar así dicha
predicción?

Es una pregunta que esperamos ansiosamente hacerle al Profesor tan pronto
comparezca en público.

113. Un agujero temporal

Desde que se abrió el agujero temporal al final de la Calle Mayor, no deja de
darnos sorpresas, unas más gratas que otras.

Ayer mismo apareció un coche de caballos a través suyo. La escena fue
fantástica, verlo mezclado con la tecnología actual, entre los vehículos
modernos, entre la gente vestida de manera totalmente diferente. Esa mezcla, esa
recuperación de una escena tantos años atrás perdida, dio por unos instantes un
toque melancólico al frenesí diario de la principal avenida de la ciudad.

Pero poco después los caballos y el propio chófer se asustaron de lo que les
rodeaba y entraron en pánico. Los animales perdieron el control y empezaron a
correr desbocados en todas direcciones, alocados. Su amo no era capaz de
controlarlos, en parte porque miraba a su alrededor sin poder comprender cómo
había llegado a esa versión tan diferente de la ciudad, que conocía al dedillo
gracias a su profesión.

Hubo heridos, hubo destrozos, pero al final se pudo retener a los caballos y
tranquilizar al asustado chófer.

Se lo llevaron para someterlo a la terapia a la que ya se acostumbra a aplicar a
todos aquellos que llegan a través del agujero. Bueno, a todos los que llegan del
pasado, porque los que vienen del futuro lo hacen voluntaria y conscientemente.

114. El mercado de almas

Aquello era un mercado de almas, una auténtica lonja de espíritus,
personalidades y colecciones de sentimientos. La mayoría de ellos iba a allí para
comprar al por mayor, transportar su adquisición a su punto de venta, y
ofrecérselos al público que abarrotaba la ciudad descontento con su existencia.

Por supuesto, aquí los precios eran mucho más asequibles, pero no podían
comprarse uno o dos almas por separado, sino lotes de al menos cincuenta.

Aun así, se veían por allí personas que no eran comerciantes, que no buscaban
mercancía con la que especular o ganarse la vida aplicándoles márgenes
desorbitados. Algunas caras delataban portadores de almas marchitas,
debilitadas, en decadencia, que habían decidido apostar a una carta segura
gastando todos sus ahorros en adquirir una colección de almas, que les
permitiese vivir los años que les restasen con variedad, posibilidad de cambio y
motivación por mejorar en el siguiente intento.

De allí salía mucha gente con varias vidas por delante, aunque quizás sin el
tiempo suficiente para apreciarlas.

115. Hazme el favor

En realidad me da igual, nunca me ha importado lo que los demás piensen de mí,
pero, ahora mismo, no sé qué hacer.

Mi novia, ayer, después de insultarme durante un buen rato, me dijo que le
hiciese el favor de morirme.

No deja de ser una reacción más de rabia por lo que le hice (que no viene al caso
ahora), y no es la primera vez que alguien (una mujer) me dice algo así. Lo que
me preocupa es lo que me está pasando desde ese mismo instante. 24 horas
después puedo decir, sin riesgo a estar sufriendo alucinaciones, que mi cuerpo
está desintegrándose.

Al principio me encontraba débil; cuando volví a casa después de la
conversación terminal (en principio para la relación, únicamente) me daban
mareos, y no tardé mucho en acostarme. No pude dormir mucho tiempo seguido.
Me dolían los huesos y la cabeza. La cabeza como nunca antes me había dolido.

Me he levantado mucho más débil, muy mareado. Pero lo peor ha sido cuando
he llegado al baño. Al verme en el espejo, no me he reconocido. Lo que tenía
delante, en lugar de una imagen reflejada de mí mismo, era un resto de mí, una
anticipación de lo que pensé podría llegar a ser 40 años más adelante, una simple
sombra de mi juventud.

Al verme así de deteriorado, he pensado que podría estar alucinando, pero al
subirme a la báscula he comprobado lo que el espejo me anticipaba: esta
mañana, al despertarme, había perdido 15 kilos. El pijama me quedaba grande,
mi pelo estaba gris y lacio, y mis manos arrugadas y huesudas.

No me he encontrado con fuerzas para salir a la calle. No he querido llamar a
nadie. Me he sentado en el sofá de mi casa, y he pensado. He pensado en qué me
estaba pasando y por qué.

Y, ahora, cuando ya sólo me quedan músculos y fuerzas para rematar esta carta,
quiero aprovechar para pedir perdón. Perdón a todos aquellos a los que he
humillado y pisoteado en toda mi vida. A todos los que he pasado por encima
para conseguir que yo mismo triunfase. Y, sobre todo, pido perdón a ella, por ser
la última, y a las demás que pasaron por la pesadilla de compartir sus vidas
conmigo antes. Os pido perdón. Porque mi cuerpo ya ha decido pagar por mis
culpas, como ella me pidió.

Le está haciendo el favor de morirse.

116. Resignado a mantener la esperanza

Lo sé, no puedo hacer que tú corazón me quiera
Es imposible forzarte a sentir lo que no sientes
No despertaré en ti pasiones como las que hierven en mi interior
Sé que nunca me verás como yo te veo a ti
Sé que no soñarás conmigo como yo lo hago a diario
Pero, aun sabiéndolo, no puedo evitar estar a tu lado
Sin ser nunca correspondido, mi único deseo es no separarme de ti
No te molestaré, no entorpeceré el transcurso de tu vida
Casi no notarás mi presencia, no me cruzaré en tu camino en ningún momento
Pero prefiero un millón de veces que me ignores cada día de tu existencia
A pensar que no podré tenerte cerca o que no podré seguir soñando que, quizás,
algún día, te volverás hacia mí.

117. Simplemente, asomado

Una manta que tapa un bulto inconfesable, un muro que impide ver al otro lado,
una cortina que oculta el resto de la habitación. Eso es en realidad su actitud de
cara al público, la pauta que marca su relación con quien está en su entorno, la
base de cada comentario que hace. Quizás ya se convirtió en una obsesión, un
sinvivir, un estado de alerta constante, una prioridad absoluta.

Todo su comportamiento se ha visto condicionado por esa premisa, la terrible
necesidad de ocultar quién es, cómo se comporta y cómo disfruta en la
intimidad. Por fuera, divertido, afable, pero con personalidad, carácter y
teniéndolos bien puestos.

Atrae e infunde respeto a partes iguales. Seduce y pone límites sin pudor. Oculta
lo que cree una debilidad, algo inconfesable, un punto débil que, de saberse, lo
destruiría.

Pero, de vez en cuando, alguien logra sobrepasar esa barrera, y llega hasta
dentro. Alguna mujer lo conoce de verdad, pocas, pero alguna lo consigue. Y allí
dentro se encuentra otro mundo fascinante, una tormenta de pasiones, de subidas
y de bajadas, de entrega, de facilidades, de intensidad.

Para él todo esto es peligroso, humillante, y cada vez que alguna de estas
relaciones totales se rompe, recrudece su línea defensiva y redobla sus esfuerzos
para protegerse de aquello que, en realidad, le impide vivir como le gustaría.

118. Hombrecitos dentro de las máquinas.

De pequeño, entre otras mentiras, mis padres intentaban hacerme creer que había
hombrecillos dentro de algunas máquinas, y que eran ellos los que en verdad
hacían que se moviesen o girasen, como los coches o las lavadoras. Nunca
entendí por qué los padres tienen que burlarse de sus hijos de esa manera.

En realidad, nunca supe si lo hacían por divertirse al ver cómo me tragaba las
explicaciones más absurdas que se les ocurrían, o, por el contrario, lo hacían
porque les daba mucha pereza intentar explicarme la verdad de cómo
funcionaban las cosas, si es que ellos lo sabían. Eso hasta ayer, claro...

Ayer se me cayó mi querido Ipod al suelo. Me acompaña a todos lados, ya vaya
andando o en el coche, y siempre que estoy solo (a veces también cuando estoy
acompañado) está haciendo su trabajo, incansable, creativo, culto. Tampoco era
la primera vez que se precipitaba desde una altura semejante, pero el máximo
daño que había sufrido hasta ahora era algún ligero rasguño en alguna de sus
esquinas. Lo consideraba un aparatito bastante robusto para lo sofisticado que es.

Pero ayer, cuando lo recogí del suelo, su carcasa se había abierto, dejando al
descubierto una pequeña ranura por la que se podía llegar a ver parte de la
oscuridad de su interior. Antes de llegar a comprobar el alcance de los
desperfectos, me quedé estupefacto al notar que, de sus entrañas, comenzaba a
escurrir un pequeño rastro de un líquido viscoso de color rojo oscuro... como....
sangre. Pensé que estaba loco asociándolo a algo así, pero tampoco era factible
que el dichoso cacharro tuviese algún líquido en su interior, por lo que en esos
instantes de desconcierto no supe buscarle otra explicación.

Me decidí por fin a levantarlo de donde había quedado (¿desangrándose?) y
pensé en abrir un poco más su carcasa. Me di cuenta de que era una estupidez
rematar esa maravilla tecnológica que me había costado un pastón sin antes
comprobar si seguía funcionando, simplemente porque quería ver qué (¿o
quién?) había en su interior. Lo encendí de nuevo, y comprobé aliviado que la
pantalla volvía a presentarme las opciones acostumbradas. Yo siempre escucho
mi colección de música en el modo de reproducción aleatorio, porque me gusta
la variedad y la improvisación que me ofrece. Solicité que me demostrase que
aún (¿estaba vivo?) funcionaba. No reprodujo ningún sonido. Ni tan siquiera
seleccionó la primera canción aleatoria. Me moví por los menús y las opciones.
Todo funcionaba. Probé de nuevo. Nada. Entre prueba y prueba, al final acabé
solicitando la reproducción de un disco concreto. En ese momento volvió a
sonar. Pasé a la siguiente canción. Todo fue bien. Pensé que quizás algún
pequeño byte diminuto había vuelto a colocarse en su sitio y el problema había
sido superado, pero al volver a pedir una canción al azar, volvió a quedar mudo.

Mi cabeza empezó a divagar... intentó adivinar cómo solo una opción podía dejar
de funcionar... soy informático, sabía que un golpe no puede estropear un
software en una parte en concreto... el dispositivo no mostraba error alguno...
simplemente no ejecutaba esa orden... sólo esa orden en concreto... no podía
ser... mi cabeza ya inventaba cosas absurdas... pero no había explicación lógica,
científica... y además... ¿qué podía ser esa sangre que salía de él...? mas que...

Al final no pude remediarlo y abrí la carcasa del todo, sacrificando
definitivamente mi joya electrónica musical (en cualquier caso, pensé, no iba a
poder ser capaz de escuchar música en modo "predecible")... y allí lo vi... su
pequeño cuerpo... un humano diminuto... inerte...sangrando...y me di cuenta de
quién era... posiblemente ése era el ser que más tiempo había pasado conmigo en
toda mi vida... que más experiencias había compartido conmigo... que más sabía
de mi... y por eso él era el que me seleccionaba las canciones apropiadas para
cada momento... sólo con que yo se lo pidiese.... y ahora lo había perdido....

119. Encerrados juntos

Se despertaron encerrados en una jaula tan grande como para albergar a un oso o
un gorila con espacio para pasear a diario, y, por su olor, pensaron que
seguramente el anterior huésped sería de una de esas dos especies.

La jaula estaba en el exterior de una casa de campo, al aire libre, y toda ella
estaba compuesta por barrotes, incluso en el suelo. Daba la impresión de que
estaba hecha para ser transportada en un camión de grandes dimensiones.

A se despertó primero. Al desconcierto de verse encerrado en una jaula en medio
de un paraje desconocido, y al tremendo dolor de cabeza que lo recibió cuando
abrió los ojos, se unió la sorpresa e incomprensión de verse encerrado con él,
con B. Cuando B despertó y vio a A, le preguntó qué pasaba, por qué estaban
allí, que había hecho él. A le respondió que no tenía ni idea, que él no tenía nada
que ver, y que no le dirigiese la palabra ni se acercase a él. No era de extrañar. B
era el mejor amigo de A, pero desde hacía unos meses, A odiaba a B por su
traición, y verse allí metido en una jaula sin ninguna salida aparente y
acompañado por él, podría interpretarse como su peor pesadilla.

Así estuvieron un día entero. Cuando se hizo de noche, oyeron llegar un coche al
otro lado de la casa, lo que debía de ser la parte frontal. Después de unos
minutos en los que se escucharon pasos, puertas que se abrían y cerraban, y
diversos movimientos típicos de una casa habitada, una figura vestida de negro
salió por la puerta trasera y se acercó a la jaula.

Llevaba la cara tapada hasta la altura de los ojos por una braga que le cubría
cuello y boca, y llevaba el pelo ligeramente largo para ser un hombre. Los
observó sin pronunciar una sola palabra, y se volvió hacia la casa. A y B
reaccionaron y le gritaron preguntando quién era, qué quería y por qué los tenía
allí encerrados. El hombre de negro no hizo caso alguno y se metió en la casa.

Al poco rato volvió a aparecer con dos platos de comida para perros. En uno,
que acercó a través de los barrotes a A, (ambos permanecían cada uno en una
esquina de la jaula) un jugoso filete acompañado por patatas fritas y pan fresco
estaban preparados para ser degustados. A lo aceptó y no dijo ni palabra. En el
otro, echó un mendrugo de pan seco y duro, y se lo acercó a B, que lo miró
atónito.

Ambos comieron lo que pudieron, y cuando sus cuerpos y mentes no aguantaron
más, cayeron rendidos bajo el único manto de las estrellas. Al día siguiente
oyeron marcharse pronto a su secuestrador por la mañana, y entre ellos no se
dirigieron la palabra durante todo el día. Al anochecer, se repitió la escena. Una
primera visita en la que eran observados, examinados, y, después, el mismo
reparto de comida desequilibrado.

B gritó que tenía hambre, pero la figura de negro no hizo caso, y se volvió a
meter en la casa. Fue entonces cuando B se dirigió a A y le pidió que
compartiese su ración. A le advirtió de que no se acercase a él. Si bien B no
probaba casi bocado, la única ración al día que recibía A tampoco era suficiente,
y estaba dispuesto a defenderla con uñas y dientes. Y más aún ante semejante
rival. B gritó, amenazó, suplicó, acusó e intentó negociar con A, pero todo fue en
vano. Así terminó el segundo día.

Durante el tercer día, una vez que volvieron escuchar cómo el hombre que los
retenía abandonaba la casa en coche, B intentó hablar con A. A ni le miraba,
mientras intentaba adivinar por qué se encontraba allí... y con él. Estaba de
espaldas a B, mientras él hablaba y hablaba, cuando notó una mano sobre su
hombro. Se giró como un animal amenazado y propinó un inesperado puñetazo a
B, que retrocedió inmediatamente. Gritó letra a letra que no se volviese a acercar
a él. Fue entonces cuando B empezó pidiendo disculpas, por tocarle, por
acercarse, por haberle gritado... para acabar disculpándose por todos sus actos
que llevaron a romper la amistad que había entre ambos.

A sólo gritaba cállate cuando se cansaba de escuchar a B, pero al poco rato, B
volvía con sus súplicas, quizás intentando conseguir algo de piedad para que esa
noche le permitiese comer...

Cuando llegó la noche, ambos esperaron con ansia la visita de su captor. Cuando
se acercó a observarles, sin acercarles la cena aún, pareció detenerse
especialmente en la cara de B. Quizás se dio cuenta del ojo morado que A le
había dejado, y un ligero gesto pudo adivinarse en su cara.

Minutos después repitió el ritual, se metió en casa, y sacó dos platos totalmente
diferentes. Cuando B comprobó que la distribución de la comida seguía siendo
igual de injusta, comenzó a gritar al hombre que por qué no lo remataba, en
lugar de dejarlo morir de hambre. El hombre volvió a meterse en la casa sin
hacer caso a sus gritos. Fue entonces cuando B no pudo soportar ver a su
compañero de celda devorar su atractivo plato y se lanzó sobre él.

Comenzaron a pelear entre gritos y golpes. Cuando ya llevaban un par de
minutos enzarzados en la violenta disputa, se dieron cuenta de que el hombre
había salido de la casa y volvía a observarlos. Estuvieron quietos, mirándole,
separados, durante unos pocos minutos, y el hombre se giró y se volvió a meter
en la casa. A volvió a dedicarse a su plato y B comenzó a sollozar de nuevo.

Entonces B se dio cuenta de lo que lo que el hombre quería, y le dijo a A:

- No sé lo que tú o yo, o los dos, le hemos hecho a ese monstruo, pero yo tengo
claro qué es lo que quiere de nosotros. ¿No te das cuenta? Usa tu odio y mi
desesperación, para enfrentarnos, para vernos pelear... Eso es lo que quiere, que
luchemos... la pregunta es... hasta cuándo.

A dejó de comer, y pensó en lo que B acababa de decir...

120. La caza de Papá Noel y las casas de colores

Esa noche nos decidimos a hacerlo. ¡¡Ya estaba bien!! ¡Hasta las narices
estábamos de la imbecilidad de la gente! Nos preparamos desde que cayó el sol,
buscando ropa negra y haciéndonos con pasamontañas que impidiesen que nos
reconociese cualquiera que se cruzase con nosotros.

Esto es una ciudad pequeña, y no podíamos correr ningún riesgo.

En cuanto dieron las tres de la madrugada, después de haber estado bebiendo
durante un buen rato y metiéndonos de todo lo que teníamos a mano, decidimos
empezar la cacería. Estudiamos bien el recorrido que haríamos. Sabíamos que
era imposible alcanzarlos a todos, por lo que nos pusimos un límite de tiempo,
dos horas, en las que recorreríamos la ciudad de lado a lado varias veces para
evitar quedarnos en el mismo barrio durante mucho tiempo seguido, y que nos
detectasen con facilidad.

Éramos conscientes de que algunas calles estaban plagadas de ellos y que en
otras deberíamos recorrer varios metros hasta que uno estuviese a la vista, por lo
que nos repartimos el trabajo concienzudamente.

La cacería fue un éxito, y así lo reflejaban los periódicos al día siguiente, e
incluso algún noticiero nacional desplazó algún reportero para cubrir la insólita
noticia. Íbamos equipados para cubrir todas las posibilidades, en cuanto a
distancia y localización. A algunos les pegamos con varas largas, otros fueron
disparados con escopetas y los más desafortunados sufrieron la ira del
lanzallamas que habíamos improvisado horas antes. Estos últimos quedaron
grabados para la posteridad en vídeo, para después subirlos a la red.

Volvíamos embriagados de éxito y rebeldía desahogada cuando, cruzando por
una calle que yo no recordaba haber transitado nunca, vi una hilera de casas que
me hipnotizó totalmente. Me quedé clavado en el suelo y mis compañeros de
fechorías continuaron su camino de vuelta a casa, agarrados unos a otros
mientras gritaban y hacían eses por la calle, sin reparar en mi ausencia. Eran
todas iguales, pegadas las unas a las otras, pero de colores absolutamente
diferentes, y eso era lo único que permitía diferenciar dónde acaba una y
empezaba la otra: la línea que saltaba de un tono pastel al otro. Todas estaban
formadas por dos plantas. En la de calle, una puerta de acceso, alta y señorial, y
una ventana, que seguramente daba a la sala de estar. En la planta alta, una
ventana con salida a un pequeño balcón y nada más. Sencillas, limpias, todas
iguales.

Por supuesto no habíamos pasado por allí en toda la noche porque ninguno de
esos casposos Papá Noeles colgaba de sus ventanas, como se podía esperar de
unas casas que supuestamente habitaba gente con cierto gusto y personalidad. En
medio de todas esas maravillas arquitectónicas, llamó mi atención que uno de
esos hogares que aparentaban ser tan cálidos se encontraba en un estado
lamentable. La pintura de su fachada estaba desconchada, las ventanas rotas y
torcidas, y la puerta llena de pintadas y golpes. Pero lo más curioso es que, a
esas horas de la madrugada, era la única que tenía luz en su interior.

No pude evitar acercarme a ella. Intenté mirar por la ventana que quedaba a la
altura de los viandantes, pero no pude adivinar nada a través de unas cortinas
demasiado viejas y mohosas que lo desfiguraban todo a su través. Pensé en
empujar la puerta, pero ¿qué iba a hacer? ¿Entrar sin más teniendo la seguridad
de que había alguien dentro? Después de la noche de vandalismo urbano que
había protagonizado, sólo me faltaba delatarme entrando sin permiso en casa de
una anciana insomne que me atacase con un bastón mientras despertase a gritos
a sus vecinos de las casas bien cuidadas.

Decidí posponerlo para otro día y saciar mi curiosidad (¿de qué?) cuando alguien
vestido como yo no estuviese en busca y captura por toda la ciudad. Al sábado
siguiente, cuando volvía borracho hacia mi casa después de celebrar el éxito
mediático de nuestro ataque nocturno a la cutrería estética de las navidades (por
lo visto muchas personas se habían manifestado a favor de nuestro asalto al mal
gusto y a la falta de personalidad), me di cuenta de que volvía a encontrarme en
esa calle.

Volví a quedarme hipnotizado por la perfección de líneas y colores de esas casas,
y en seguida reaccioné y busqué la casa de aquella noche. No recordaba
exactamente su posición, entre qué colores la vi, pero sí que su aspecto llamaba
mucho la atención entre el resto. Pero no dí con ella. Todas eran perfectas,
inmaculadas, ninguna estaba envejecida y descolorida. Aquella sucesión de
fachadas, de puertas y ventanas, no tenía ahora ninguna oveja negra que
desentonase y requiriese la dedicación de mis sentidos.

Es más. Esa noche, todas tenían luz encendida en su interior.

121. Este año no hay verano

Han dicho que este año no habrá verano. Por lo visto, los cambios en la corteza
terrestre de los últimos meses impedirán que la atmósfera se caliente lo
acostumbrado, y, en realidad, la temperatura se mantendrá más o menos
constante durante todo el año, al no tener ninguna influencia las horas de sol que
se proyecten.

Las reacciones no se han hecho esperar.

Los científicos aseguran que eso provocará grandes cambios, tanto en la flora
como en la fauna del país, debido a que las especies actuales existen fomentadas
por el clima de la zona y, si éste cambia, también cambiarán.

Por otro lado está la preocupación de gente como mi madre, que sólo piensa en
sacar una u otra ropa del trastero, qué tipo de comida tiene que hacer este año en
esas fechas, y si no podrá ir a Benidorm como todos los meses de agosto.

Sin embargo, yo me pregunto otras cosas. ¿Será sólo el verano lo que perdamos,
o también el invierno desaparecerá, y el año se convertirá en algo lineal para
siempre? ¿Desaparecerán las vacaciones de verano y la Navidad? ¿Provocará
esto que dejen de utilizarse los años como medidas de tiempo?

Yo creo que lo que más va a cambiar con esto es la gente. Cambiarán de carácter,
cambiarán de hábitos, cambiarán de vida. Y aunque los cambios suelen ser
buenos, éste no lo parece, porque es un cambio que elimina variedad de días, de
momentos, de sensaciones, y eso no puede ser bueno...

122. La casa recuperó la vida

La hierba comenzó a crecer alrededor de la casa con la misma fuerza de
entonces, y empezaron a aparecer pequeñas flores que teñían la alfombra verde
con salpicaduras de colores distribuidas aleatoriamente. Todo ello aportó al
ambiente ese olor vegetal tan característico de los paisajes puros, que hace
reclamar la vitalidad a los pulmones y despierta los sentidos del letargo en el que
se auto recluyen cuando son amenazados por estímulos agresivos y poderosos.

El Sol volvió a iluminar a través de las ventanas por las mañanas y a pintar
lienzos de colores intensos durante los atardeceres, desplegando su creatividad
como siempre supo hacerlo, diseñando diferentes versiones del paisaje, del
horizonte y de todo lo que les acompañaba. Aparecieron insectos y pequeños
animales que aportaron movimiento al cuadro, a la vez que dejaron claro que
aquello siempre fue un sitio habitable y que podía ser disfrutado en toda su
amplitud.

La vida volvió a ponerse de manifiesto, después de tanto tiempo en la oscuridad
y los tonos grises que dominaron la escena constantemente.

Pero aún faltaba algo en aquella pequeña casa para que todo volviese a ser como
antes: que él volviese a habitarla, que encendiese la chimenea y cuidase el jardín,
que limpiase los alrededores de basura y escombros, que entrase y saliese y se
relacionase con los vecinos, era necesario para que el pequeño hogar, tanto
tiempo deshabitado, no se derrumbase definitivamente.

Vi que esa casa volvía a formar parte del pueblo, que la gente ya no se cruzaba
de acera cuando se acercaba a su verja, por miedo a lo que allí dentro podría
estar criándose. Pero, de la misma manera, me di cuenta de que tampoco llegaría
a ser lo que fue. Que algo allí dentro estaba incompleto, y que quizás podría
convertir el intento de renacimiento en un empujón fallido.

Lo que en aquella casa faltaba no había vuelto con él cuando apareció de nuevo
por el pueblo. Lo que no se veía ahora tras esas ventanas estaba ausente porque
ella se lo llevó, y, de momento, él no había conseguido que volviese.

De aquella casa se escapó, y aún no ha vuelto, el amor.

123. Dentro del baúl.

Mi baúl es pequeño y frío, pero me he adaptado tan bien a él que no podría vivir
en otro lado. Sólo salgo para buscar alimento, y, cuando lo encuentro, ni tan
siquiera me permito el lujo de degustarlo en el exterior, si no que me vuelvo a
cobijo, y allí me las apaño como puedo para devorar mi sustento.

La familia que vive en la casa rara vez sube al desván donde yo estoy, y nunca
han hecho intención de abrir mi baúl. En cualquier caso, estoy preparado para
resistir el primer intento, pues monté un mecanismo de cierre interior que
necesitaría ser forzado con una palanca y bastantes ganas de ver que hay aquí
dentro para superarlo.

La verdad es que no sé qué tipo de gente son. Creo que son cuatro, dos adultos y
dos pequeños, pero no estoy muy seguro. Hacen poco ruido y pasan largas
temporadas fuera de la casa. Aún en esos días, yo no salgo de mi baúl. Estoy
muy a gusto aquí.

Desde que decidí meterme en este mi rincón, no echo en falta nada de lo que
antes tuve. Me he dado cuenta de que todo eso por lo que la gente se pelea (y yo,
antes, como el que más) en realidad no tiene tanta importancia, y se puede vivir
feliz realmente sin ello.

Porque en realidad, si tú le preguntas a la gente de la calle que sería para ellos
ser feliz, todos te responderían lo mismo: Vivir sin problemas.

Y yo, problemas, ninguno.

124. Abandono

Hoy he tenido problemas para abrir la puerta de casa, cuando he vuelto de buscar
mi cena. La estantería de la entrada se había derrumbado y las maderas y
adornos bloqueaban el ángulo de giro de la hoja. He tenido que empujar
bastante, pero bueno, ahora ya se ha hecho el hueco y los próximos días no será
tan difícil abrirla. A no ser que se caigan más cosas, claro está.

Lo sé, soy un desastre. Cualquiera se hubiese puesto manos a la obra para
recoger el destrozo generado, incluso hubiese intentado restaurar la estantería.
Pero es que, en realidad, se ha caído porque no soportaba más peso. Sobre ella
había paraguas, ropa, jarrones, adornos, gorros de lana... incluso algún zapato
suelto, sin su semejante. Y es que ahí ha ido cayendo todo lo que me sobraba al
entrar en la casa, y ahí se ha ido quedando.

El nuevo jaleo por el suelo de la entrada en realidad no destaca mucho. La sala
de estar está prácticamente cubierta de basura y ropa, que se queda de manera
permanente allá donde cae. Hace tiempo que no recojo nada, simplemente lo
dejo ahí. He decidido que, si algo decide alejarse de mis manos y precipitarse al
suelo, es que en realidad debe estar allí. Cierto, no es una reflexión filosófica, es
una excusa para disimular la vagancia y el abandono en los que he sumergido mi
vida.

Desde que ella se fue, no he vuelto a limpiar, creo que dejé de lavarme al día
siguiente y no volví a ir a trabajar. He descubierto sitios donde me dan de comer
gratis, y, en realidad, no necesito nada más de lo que ya tengo. El dinero que
tengo en la cuenta sirve para pagar los recibos sin que yo tenga que mover un
dedo, y la casa está pagada desde hace tiempo.

Simplemente, me he abandonado.

En realidad, ni tan siquiera se puede decir que sigo viviendo, ya que no realizo
ninguna actividad fuera de las estrictamente necesarias para la supervivencia
animal. Cierto, quizás he dejado de vivir como humano y simplemente sobrevivo
como animal, a pesar de que aún siga comiendo con cuchillo y tenedor. Supongo
que habrá chimpancés capaces de hacerlo también… Con entrenamiento son
capaces de hacer muchas cosas de las que creemos nos diferencian de ellos...

¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Con qué objetivo? ¿Qué podría hacerme volver
atrás? No lo sé, son muchas preguntas, pero no me las planteo en absoluto y
jamás seré capaz de responderlas. Para hacerlo, debería ser algo que ya no soy,
que dejé atrás, que no soy capaz de alcanzar desde mi nueva condición. Ya no
reflexiono, no me relaciono y no creo nada.

Soy un chimpancé, pero de los poco listos, de los que no salen en los anuncios
haciendo cosas graciosas.

125. Esa era tu vida

Todo lo que me acabas de relatar no ha sido un sueño, no acabas de despertar
con la mente fresca de detalles de lo que pasó por ella mientras dormías. Has
estado años dormido, en coma, y por lo que veo tu mente también ha estado así,
dormida. Todo lo que me cuentas, esas anécdotas, esas imágenes tan reales, son
recuerdos, es tu vida, es lo que pasó desde que naciste hasta que desapareciste
temporalmente de tu consciencia, de tu propio día a día.

Has estado en pausa, sólo las partes involuntarias de tu organismo han seguido
adelante. Tú no has estado, pero sí tu cuerpo. Y él ha avanzado, ha seguido
adelante, se ha desarrollado. Ha madurado.

Los médicos y nosotros hemos intentado que tu cuerpo hiciese algo de ejercicio,
que tuviese actividad, para no quedarse convertido en lo que tu mente le
ordenaba, pasividad.

Ahora despiertas, no te reconoces. No reconoces tu cuerpo, y tampoco reconoces
tus recuerdos. Te queda un camino muy costoso por delante, relacionar lo que
hay dentro de tu mente con lo que hay fuera, y, como no podrás llenar
artificialmente el agujero temporal que existe desde tu ida a tu vuelta, deberás
tender el puente que te permita usar el pasado en tu presente.

No estamos todos los que estábamos cuando te fuiste, pero los que estamos
conservamos lo que teníamos aquel día.

Pregunta, y te explicaremos.

126. Visitante insistente

Cada vez que ese pájaro me visita, me intenta convencer para que me vaya con
él.

Llega de repente, siempre cuando estoy fumando un cigarro en el balcón. Creo
que me ve desde el aire, por allá por donde él vuele, siendo imposible desde aquí
abajo distinguirlo de otros de su especie, y baja directamente a hostigarme.

Me dice que soy tonto por quedarme aquí, que me voy a arrepentir, que nunca
pasará mi mal y que un día no tendré la oportunidad que me está intentando
hacer valorar. Quizás este día sea el último que me lo puede ofrecer. Me da
múltiples argumentos, se basa en su experiencia, en su punto de vista general, en
que él es capaz de observar a muchos como yo durante el día.

Para él la relación espacio tiempo es diferente. Lo que los humanos vemos en
una cantidad de años de nuestra vida, él es capaz de vivirlo en unos pocos días,
porque controla el espacio por encima del tiempo, y no necesita a este último.
Está en más sitios en un día que nosotros en todo el mes. Me lo repite una y otra
vez. Hasta que se acerca la noche y debe irse.

Entonces emprende el vuelo animándome a seguirle. Dejarlo todo y correr detrás
suyo. Yo simplemente lo veo aletear alejándose y me enciendo otro cigarro. Esta
noche va a refrescar.

127. Oscuro y contrario

Despertaba cuando la noche llamaba a los demás a su cobijo, y era entonces
cuando vivía su vida, contraria al orden y enfrentada a la lógica. Salía a la calle
cuando el resto se escondía de la luz de la luna, que a él le servía de guía y
orientación, y buscaba su alimento entre lo que había sido desechado por sus
antagonistas.

No conocía a nadie más que compartiese su destino inverso y desconocía lo que
era la comunicación y la vida en sociedad. Para él no había nadie más, ya que
jamás tuvo contacto con ellos, y no comprendió nunca que se pudiese influir en
el transcurrir de las cosas.

No creó nada, ni contribuyó al progreso en el mundo, porque él siempre veía el
mundo parado, quieto, inerte y oscuro. No tenía motivación para mejorarlo. No
lo consideraba vivo.

Todo lo encontraba, sin buscarlo mucho. Siempre estaba en el mismo sitio que el
día anterior, cuando salía a por ello, y no tenía que trabajar para subsistir.

Simplemente, viviendo al revés que el resto, lo tenía todo hecho.

128. Retrocediendo

Anoche he vuelto a soñar con ella. Cuando he despertado mi cuerpo ha buscado
el suyo a mi lado, pero no estaba. Sigo estando solo.

Creo que mi mente está borrando todos los recuerdos de lo que pasó, por qué se
fue. Eso me confunde, porque me hace volver atrás, y pensar que no se ha ido.
Mi alma no puede aceptar lo que no entiende, y lo descarta. Pero mi corazón
sufre y confunde a mi cuerpo, que busca noche y día, cuando duermo y cuando
despierto. En lugar de pasar página, vuelvo al comienzo del libro. Con una
dramática salvedad, ella ya no es coprotagonista de la historia.

Ahora esta historia es un monólogo, sin nadie que me dé la réplica, pero con un
guion para dos personajes. No sé cuál es el camino que desemboca en la locura,
pero creo que éste me dejará cerca.

129. Fui a cortarme el pelo

Entré por la puerta de la peluquería, haciendo sonar las campanillas que estaban
colocadas para notificar la entrada de un nuevo cliente. Nunca antes había estado
allí, así que no conocía exactamente quién era el encargado o encargada, y
quiénes los empleados.

Al verme en la entrada, y después de mi sonoro anuncio, una de las empleadas
que estaba pintando mechones de pelo (los cuales asomaban a través de agujeros
realizados en un trozo de papel de plata que le cubría la cabeza entera) a una
clienta de avanzada edad, se dirigió hacia mí y me preguntó qué quería que me
hiciesen. Respondí que simplemente necesitaba un corte de pelo (para mí me
parecía algo simple después de ver semejante parafernalia en la cabeza de
aquella mujer). Ella me invitó a sentarme y me comunicó que debería esperar
unos minutos para que me pudiesen atender. Obedecí sin problemas, ya que ese
día no iba a ir a trabajar y tenía toda la mañana por delante.

Desde el asiento que se me ofreció, y que tomé gustosamente, podía ver ambos
paisajes. Afuera, a través del gran ventanal del establecimiento, podía ver el
maravilloso día soleado con el que me había despertado, y el tránsito de los
peatones que poblaban el bulevar hacia sus quehaceres diarios animaba la
mañana, entre la pasividad de los árboles que lo decoraban y flaqueaban en toda
su longitud.

En el interior tenía ante mí un local pequeño, que malamente podría utilizarse
para un bar de barrio. Disponía dos de sus tres paredes, las más largas, paralelas
entre sí, cubiertas de arriba a abajo por espejos, a los que se encontraban varias
clientas enfrentadas, mientras otras tantas empleadas daban conversación a la
vez que peinaban, teñían, rizaban, lavaban y cortaban cabello de todos los
colores y longitudes imaginables. El techo era de color rosa oscuro (seguro que
ese color tiene un nombre concreto, pero nunca he sido capaz de memorizar ese
tipo de nomenclatura) y de él colgaban varios adornos plateados que rompían en
cierta manera la monotonía de los reflejos mutuos que se producían por los
espejos. Al fondo, una estantería llena de productos cosméticos tapaba por
completo la tercera pared, y un lavabo preparado para recibir la nuca y el cogote
de los clientes estaba listo para ser usado.

Cuando me di cuenta de que no había nada más que observar aparte de
empleadas y clientas (lo cual no estaba dispuesto a hacer pues iba a ser
descubierto por ellas a los pocos segundos por los espejos delatadores), decidí
alargar mi mano hasta el montón de revistas que tenía a mi alcance y hojear una
de ellas. La que el azar me brindó se llamaba "Vida ajenas" y sólo atendiendo a
semejante título podía uno adivinar qué tipo de contenidos me esperaba en su
interior. Efectivamente, pasé por diferentes "artículos" en los que menganita
enseñaba su casa, fulanito presentaba su nueva novia y no sequien había sido
fotografiada en bikini en una playa del Caribe (algo que debía de ser más
importante que la crisis bursátil, ya que ocupaba la portada a plena página).

Justo después de aquel traumatizante artículo fue donde topé con mi realidad,
con mi presente, con mi vida, con lo que iba a quedar de ella después de que
descubriese lo que acababa de ver ante mis ojos, plasmado en aquella revista.

En una fotografía de mala calidad, claramente tomada desde larga distancia por
alguien que hizo todo lo posible por no ser descubierto, estábamos ella y yo
besándonos apasionadamente a la salida del restaurante donde habíamos cenado
el viernes de la semana anterior. Dentro de la sorpresa que puede causar a una
persona, absolutamente anónima, el verse reflejado en una revista de tirada
nacional en un momento tan íntimo y personal como puede ser ése, lo que
cambió mi vida para siempre fue descubrir, a través de ese artículo, con quién
había estado yo cenando aquella noche, como colofón a una serie de citas que
tuvieron lugar desde que ambos nos conociésemos en la fiesta de un amigo
pocas semanas antes.

El texto que se podía leer al pie de la foto era el siguiente: "Después de una
romántica cena con el desconocido de la foto, en un íntimo restaurante de las
afueras de la ciudad, Doña Lucía de Castro y Morales, esposa del famoso
empresario y banquero Don Rodrigo Martín Urdiales, premia a su acompañante
con un efusivo y acalorado beso en plena calle, a la luz de una sencilla farola,
que pone de manifiesto la pasional relación existente entre ellos dos, por
supuesto, a espaldas del conocido hombre de negocios"

Cuando mi mente empezaba a intentar procesar tanta información recibida de
sopetón, mi teléfono móvil tembló en el bolsillo de mi pantalón,
sobresaltándome de manera que debí dar un respingo importante, ya que
empleadas y clientas se volvieron por un segundo hacía mí, a pesar de estar
envueltas en sus conversaciones y el ruido de los secadores de pelo. Saqué el
móvil del bolsillo, con la mano aun temblando del impacto de la sorpresa, y vi su
nombre en la pantalla del aparato…

Marta, a mí me dijo que se llamaba Marta, pensé.

130. Estabas aquí

Esta mañana estabas aquí
Cuando me he despertado dormías a mi lado
Y me he quedado observándote extasiado.

Esta mañana estabas aquí
Cuando he vuelto de la ducha seguías tumbada en mi cama
Y no he podido evitar besarte la mejilla

Esta mañana estabas aquí
Y sigo sin creerme aún todo lo que pasó ayer
Cuando compartimos las horas pegados el uno al otro

Esta mañana estabas aquí pero cuando he vuelto no te he encontrado
Aunque sé que dentro de muy poco
Me despertaré y te volveré a encontrar durmiendo a mi lado
Como esta mañana.

131. Cansado

Estoy cansado, agotado, exhausto. No doy más de mí. Se acabó mi entusiasmo,
mi dedicación y mi voluntad para hacer las cosas. Ya nada me motiva y me
muevo exclusivamente por pura rutina, mecánicamente, sin saber por qué, ni tan
siquiera planteármelo.

Se puede decir que no estoy vivo, que simplemente soy una pieza de una
máquina que funciona mientras tiene combustible, pero que no es consciente de
su utilidad ni de por qué existe.

No me defiendo en las peleas, no busco la mejoría, no tengo ambición y me dan
igual las consecuencias de lo que pueda hacer mal.

Ella no lo sabe o, mejor dicho, no hemos hablado de ello. Quizás se haya dado
cuenta, pero ni siquiera me he preocupado por prestar atención a si es así. Ella es
lista (o por lo menos lo era) y no ha reaccionado. Eso significa que, o cree que
no hay remedio, o en realidad a ella también le da igual.

Sea como sea, no sé qué será lo siguiente.

No creo que los humanos estemos hechos para vivir así, como máquinas,
leyendo lo que debemos hacer y ejecutándolo como se nos ordena. Supongo que,
en algún momento, una pieza de la máquina cederá, y se romperá la cadena que
permite que se siga moviendo.

A partir de ahí, todo volverá a ser impredecible. Espero.

132. Así es ella

Pequeña como un latido
dulce como una caricia
poderosa como el rock
contundente como un te quiero
así es ella.

* Enorme como una sinfonía
rítmica como un verso
despierta como un felino
ágil como un ave
así es ella.

* * Inmensa como un atardecer
alegre como un nuevo día
cálida como un susurro
inquieta como una culebrilla
así es ella.

* Ella es pequeña y revoltosa.

133. Ella era transparente

Era transparente, os lo juro. Podía ver a través de ella, pero, a la vez, podía verla,
por delante, por dentro, y su cara oculta.

Lo sé, sé que pensáis que estoy borracho, o que lo estaba esa noche cuando la vi,
pero no es así. Podéis hacerme todas las pruebas que queráis. La vi de verdad, y
ella era como os digo.

Delgada, alta, un cuerpo perfecto, vestía un sombrero únicamente y me miraba
fijamente con una sonrisa. Me paré delante suyo (me la encontré al dar la vuelta
a la casa después de dejar el coche en el garaje) y me quedé extasiado con su
imagen. No me hacía ningún gesto en particular, y en lugar de preguntarle quién
era y por qué estaba allí, en mi jardín, sólo pude comenzar a avanzar hacia ella.

Supongo que mi subconsciente me instó a comprobar que era real, a tocarla, o,
simplemente, a aproximarme para ver si la alucinación permanecía en el mismo
sitio. Cuando vio mis intenciones, simplemente levantó una mano indicándome
que me detuviese, que no me acercase. En ningún momento cambió el gesto de
su cara, su sonrisa, continuó mirándome. Dio la impresión de que me decía
"sabía que ibas a hacer eso, pero quédate allí".

No sé cuánto tiempo estuvimos así, uno enfrente del otro, mirándonos, yo con
cara de embobado, supongo, y ella sonriéndome con dulzura. Al final, me habló.
Me dijo: "Escucha con atención la palabra que voy a decirte. Recuérdala
siempre, y tenla presente en cada decisión que tomes de ahora en adelante, en lo
que te resta de vida. Después de decírtela, desapareceré y no me volverás a ver
jamás"

Asentí con un torpe gesto de cabeza, como si acabase de recibir una orden de mi
amo bajo la amenaza de recibir unos latigazos.

Pronunció la palabra muy despacio, suavemente, pero sin emitir sonido alguno.
Sin embargo, la entendí a la perfección. Mientras el reconocimiento de esas
sílabas desencadenaba una serie de pensamientos en mi cabeza, ella me lazó un
beso desde sus labios, y desapareció disolviéndose en el aire.

Entré en la casa y, al ver a mi mujer, me pareció, como cuando la conocí, la
persona más preciosa de este mundo, y vi los ojos en ella que me hipnotizaron
aquella tarde de marzo en la estación. La besé como hacía tiempo que no lo
hacía, y ella reaccionó abrazándome con fuerza.

Esa palabra me acompañó el resto de mi vida hasta llegar a donde ahora estoy,
feliz y satisfecho de lo que hice desde entonces. Cada vez que he tenido que
escoger entre varias opciones, la he tenido presente, y ha sido ella la que siempre
ha guiado mis decisiones, decantando la balanza hacia el lado correcto.

Supongo que fue un ángel, que, por una u otra razón, bajó para ayudarme a
enderezar mi camino, inseguro y atropellado.

Lo que ella vocalizó para mí, sin llegar a pronunciarlo, fue: Deseo

134. Nuestro último día... ¿juntos?

El día del accidente estaba con ella. Circulábamos por una carretera de montaña
camino a la casa rural que había alquilado, y teníamos la intención de pasar allí
el fin de semana, escondidos, seguramente la mayor parte del tiempo en la cama.

Ambos habíamos trabajado las coartadas para separarnos de nuestras familias y
obligaciones de manera discreta y creíble, y el aislamiento del mundo real, que
tanto miedo nos daba cuando estábamos juntos, iba a ser pleno y absoluto
durante las siguientes 48 horas.

Cuando llevábamos unos pocos kilómetros de subida, comenzó un descenso
temporal que en seguida calentó los frenos. A la tercera frenada fuerte, dejaron
de responder, precipitándonos barranco abajo y golpeando a nuestro paso con
árboles y piedras que encontrábamos en nuestro camino hacia el embalse.
Paradójicamente, ella se había tirado todo el camino hasta ese momento
recriminándome que no me abrochase el cinturón de seguridad, y yo,
contestándole que me agobiaba en cuanto lo llevaba un rato puesto.

Fue el cinturón de seguridad lo que la sujetó irremediablemente al coche que
habíamos alquilado hasta el final, llevándosela consigo hasta donde quiera que
fuese, ya que nunca más la volví a ver. En cambio yo, gracias a mi imprudencia
y temeridad, salí despedido al primer vuelco que dio el vehículo, y acabé
tumbado junto a un árbol, antes de que el golpe contra él me dejara parapléjico
de por vida.

Nadie se extrañó de que al funeral de ella no asistiera su marido, y tampoco
comentaron el hecho de que no se le volviese a ver por la ciudad, ni nadie
supiese nada sobre su vida a partir de ese día.

El coche apareció en el fondo del embalse, pero ella no.

Sí, he hecho muchas conjeturas a lo largo de estos años. Desde que el marido lo
descubriese y sabotease el coche para acabar con nuestra traición, hasta que
ambos se compinchasen en ese momento, y después, en realidad, se fugasen
juntos.

Pero claro, ellos eran los que estaban casados, ¿por qué iban a hacer algo así?

135. Si supiese cómo me llamo

Ayer pregunté cómo me llamaba, pero no recuerdo lo que me escribieron en el
papel. Todas las mañanas intento conocer gente nueva, pero la mayoría o no
saben hablar o me atacan sin razón: sólo intento ser amable con ellos.

Pero es difícil presentarte si no sabes cómo te llamas, aunque pensándolo bien,
lo de conocer gente nueva es un decir, porque tampoco voy a recordar sus
nombres.

Me gusta la música. Me gusta tenerla de fondo, aunque no sepa lo que es, ni si es
siempre la misma canción, pero prefiero oír todo el rato una melodía que me
guste, antes que oírles a ellos quejarse continuamente.

Por la noche no me dejan dormir con sus gritos y lamentos. Me gustaría tener
una habitación para mí solo, pero me han dicho que tengo que compartir la mía
con ellos porque todos somos amigos. Y eso me recuerda otra vez a lo mismo,
no sé cómo me llamo.

Por las ventanas veo los árboles y los pájaros. Me gustan los pájaros. Los persigo
cuando nos dejan salir al jardín. Me gustaría poder coger uno y acariciarlo, y
darlo de comer. Pero nunca consigo cogerlos, y en cuanto me ven correr por el
jardín me llaman la atención. Un día casi lo tenía y me agarraron por detrás. Me
enfadé mucho porque estaba a punto de cogerlo y me lo impidieron. Entonces
me porté mal con quien me agarró y me tuvieron atado a la cama durante unos
cuantos días.

Lo hacen de vez en cuando. Dicen que no debo portarme mal. Pero yo no sé
cuándo me porto mal y cuándo no. Intento no volver a hacer lo que dicen que
está mal, pero hay tantas cosas que están mal que hasta que no las hago una vez,
no sé qué están mal. Así que me atan a menudo.

Estoy seguro de que si pudiera saber cómo me llamo y distinguir lo que está bien
de lo que está mal, me dejarían salir de aquí, como a ellos, que dicen que tienen
una casa y una familia y se van allí cuando terminan de estar con nosotros cada
día. No todos a la vez, si no cada uno un rato. Pero al día siguiente vuelven.

Yo, si pudiese salir, no sé si volvería.

136. No quiero, no debo

No quiero verte, ni oírte
No deseo tocarte, olerte ni sentirte
Evitaré encontrarte, saber de ti, notarte.

* No quiero mirarte, no quiero amarte
No quiero escucharte, ni adorarte.

* Ni lo quiero ni me conviene
Porque sé que me hará mal
Y sufrir provocará
El sólo acercarme a ti.

* * Aun así, no lo puedo evitar
Enloquecer por tu mirada
Soñar con tu risa
Desear de tu piel disfrutar.

* Así que sigo deseando hacer lo que no debo
Sin llegar a hacer nada de lo que querría
Y maldiciendo lo que no hago
Porque sé que haga lo que haga
Mal hecho estará. *

137. Me han cazado

Fueron dos o tres golpes lo que recibí en la cara en esos primeros instantes.
Estuve a punto de caer al suelo de espaldas, pero una reacción espontánea de mis
piernas, ante el desequilibrio de mi cuerpo, impidió que me precipitase de golpe.

Esos mismos pasos, forzados por el ímpetu de mis agresores, fueron
paradójicamente los que me permitieron tomar unos metros de distancia, que a
su vez sirvieron de segundos de respiro, en los que contemplar la escena e
intentar entender qué demonios estaba sucediendo.

Los vi a los tres, en frente mío, riendo, con sus botellas en las manos,
mirándome como a un payaso, un monigote colgado de una rama al que
estuviesen tirando piedras intentando ver quién lo revienta antes, un perro al que
estuviesen apaleando sin piedad.

Me giré intentando buscar un lugar por el que escapar, pero me tenían acorralado
contra la pared, estaba en un callejón, solo había muros alrededor mío. Alcé la
cabeza buscando a alguien asomado, pero ni siquiera encontré ventanas a las que
gritar mi necesidad de auxilio.

En aquel momento no era consciente de cómo había llegado a aquel lugar, ni
quiénes eran esos individuos que me atacaban de esa manera. Miré a sus
espaldas, por si al final de aquel pozo en el que me encontraba metido veía
alguna luz en forma de transeúnte interesado en la trifulca, al que confesar mi
indefensión y pánico, y que, alarmado, avisase a las autoridades o amenazase al
menos con ello. Pero nada, ni siquiera alcanzaba a ver el final de esta boca
profunda y oscura que era la calle de mi perdición.

Noté que la sangre empezaba a gotear desde mi cabeza a mis ropas, pero ni
siquiera era capaz de sentir dolor allí de donde surgía, debido al estado de
completa desorientación en el que me encontraba.

Era una pesadilla. Perdido, atacado, golpeado, sin salida, sin escapatoria posible,
y sin saber por qué ni por quién.

Me tiré al suelo suplicando clemencia y cubriéndome la cabeza con mis propios
brazos, a fin de amortiguar los golpes que sus risas y gritos me anunciaban,
mientras se acercaban cada vez un poco más a mí...

138. Él espera

Sigue allí, esperando. Sentado siempre en el mismo banco, espera.

Espera desde hace mucho tiempo, espera las 16 horas del día que no está
durmiendo. Aparece a primera hora de la mañana, limpio, aseado, y se sienta
allí. A esperar. A mediodía, se acerca al bar de la esquina, desde donde tiene
prácticamente el mismo punto de vista que desde el banco, y come algo. Nunca
le lleva más de media hora. Y después, vuelve a su sitio, a esperar. Así hasta que
anochece. La noche debe de ser un impedimento para lo que él espera, porque
entonces decide que no tiene sentido perder el tiempo allí, y se va.

Para volver al día siguiente. De nuevo limpio y aseado. A esperar.

¿Por qué sé yo que él espera? Porque se lo pregunté. Se lo pregunté un día
porque es un hombre amable, y sabe que vivo en el portal que está a su espalda,
y que lo veo y él me ve a mí, y me saluda cuando paso a su lado, y me pregunta
que tal el día cuando vuelvo del trabajo. Esa confianza me hizo preguntárselo,
directamente, por qué estaba allí continuamente, y me contestó eso mismo:
"Espero". No tuve valor para preguntarle más, no creo que me hubiese
respondido.

En las tiendas del barrio la gente tiene sus propias teorías basadas en supuesta
información sobre su pasado reciente. Que si espera a que vuelva una mujer, su
mujer, suponen, que si espera a que vuelva su hijo, los cachondos dicen que
espera al autobús, y otros tienen una teoría que me convence más, por lo
novedosa.

Dicen que tuvo un negocio con un socio, por aquí cerca, durante muchos años.
Como en todo negocio, empezó hipotecándose hasta arriba, y los beneficios, que
tardaron en llegar, se decidieron invertir en ampliar para establecerlo y que
empezase a mantenerse solo. Fue ahí cuando el amigo dejó de serlo, y huyó con
lo que había a mano, en el momento en que la cantidad era atractiva como
nunca.

Por eso espera, esa es la teoría. Oyó en algún sitio que...
... siéntate a esperar y verás el cadáver de tu enemigo pasar.

139. Un tren, ella y la soledad

Ese tren la llevaba lejos, muy lejos, y además, de noche. Eso hacía que todo
tomase aún más dramatismo.

La oferta de trabajo era irrechazable ya por sí misma, pero el que su familia le
hubiese retirado la palabra y que su marido la hubiese abandonado un par de
semanas antes, terminó de convencerla de que era el momento de dar un giro a
su vida.

Siempre había pensado que la teoría de los ciclos vitales era una estupidez. Sus
amigas le explicaban que cada vez tenían más claro que, en realidad, intentar
continuar con uno de los principales aspectos de tu vida de manera estable y
continuada, era forzar el natural transcurrir de las cosas. Tanto en el trabajo,
como en el amor, como las amistades o, incluso, tu lugar de residencia, deberían
variar con cierta periodicidad.

No nos deberíamos empeñar en agarrarnos a algo sólo por el miedo a cambiar, o
por no tener oportunidad de encontrar algo mejor. La experiencia sólo se podía
poner en práctica en el siguiente episodio, nunca en el actual. Cuando te vuelvas
a encontrar una situación como la que acabas de vivir, la resolverás mejor. Pero
para eso tiene que suceder en un entorno diferente, si no, no será más que un
deterioro de la anterior.

Ella les contestaba que eso no eran más que artimañas para buscarse excusas que
justificaran sus fracasos amorosos, y que le parecían muy bien si les servía para
sobrellevarlo mejor, pero que no tenían ningún fundamento en la realidad. Había
gente que encontraba la felicidad absoluta y estaba plenamente satisfecha con lo
que tenía en la vida, por lo que no necesitaba un cambio ni se lo planteaba
nunca, pero no por miedo.

Ahora, en ese tren, yendo de camino a una nueva vida, un nuevo hogar, un nuevo
trabajo, nuevas amistades, y, quizás, algún día, un nuevo amor, volvía a
plantearse aquella descabellada teoría y reconocía que no sabría qué responder a
esos argumentos en ese momento de su vida.

140. Desesperado

Mientras mi cuerpo sangra orgullo
y mi piel suda remordimiento,
me arrastro por el asfalto
intentando alcanzar
los restos de nuestro maltratado amor,
con la débil esperanza
de encontrar un minúsculo latido de vida
entre las miserias del maldito rencor,
que me permita pensar, casi sin razón,
que mañana se podrá intentar algo
que lo diferencie de los días anteriores

Vomitando odio incontrolado
y lanzando hordas de rabia y desesperación,
conseguí alejarte lo suficiente
para ser capaz de observar
la crueldad de mi más burlona caricatura
y el efecto de mi más lamentable interpretación,
que me hizo destrozar los pilares de nuestro antiguo puente
y derrumbar el techo anciano que nos cobijaba,
quedando mis vísceras a la intemperie
y tus heridas lamentablemente expuestas,
a ese horrible mundo del que juntos nos mofábamos
cuando lo sobrevolábamos desde nuestro lugar inalcanzable.

Éste es el último cartucho que empleo en la reconquista
de ese territorio sobre el que goberné sin rival,
y sobre el que, como un soberano déspota y desconsiderado,
hice y deshice a mi antojo,
ya que si mañana no consigo una simple caricia de tus manos
abandonaré ésta y todas mis peleas,
porque nada será ya útil
y nada servirá para que me olvide
de lo que estúpidamente perdí,
por demostrar al mundo y a ti que no me equivocaba,
aunque con ello también dejase en evidencia
que, aunque justo, nunca fui admirado.

141. Por venganza ajena

Madre mía, estoy tan nervioso que no acierto ni a meter las balas en la pistola.
¿Por qué me pasarán estas cosas a mí? Soy un hombre honrado que no se mete
con nadie.

Todo lo que tengo me lo he ganado con el sudor de mi frente. Jamás he robado y
siempre evito meterme en líos. ¡Ni siquiera tengo una sola queja de mis vecinos!
Y ahora me veo en este terrible entuerto, sin comerlo ni beberlo, simplemente
para que otros cumplan su venganza de manera segura. ¡Yo no tengo nada que
ver con sus asuntos!

Conseguir la pistola me ha costado más de lo que pensaba. Quizás estamos
acostumbrados a las malditas películas americanas en las que todo el mundo
tiene una o la consigue cuando la necesita. Afortunadamente, mi suegro tiene
licencia de armas, pero no ha sido nada fácil acceder a ella sin que se diese
cuenta.

Convencerlo a él para que viniese a este lugar, perdido de la mano de Dios,
también me ha costado lo suyo. Que un simple comercial explique a su jefe que
requiere su presencia en este pueblo de mala muerte, sin excusa, para cerrar un
contrato importante, no suele pasar todos los días. Por suerte mi jefe confía
mucho en mí y, si yo lo decía, es que debía ser importante, ha dicho.

Pobrecillo, no sé qué ha hecho a esta gente, pero no puedo negarme a hacerlo.

No puedo negarme, porque la tienen a ella. Y han amenazado con que nunca
jamás volvería a verla si no hago lo que me piden.

Yo la quiero, la quiero con locura, y no sé cómo narices se han enterado de ello,
si jamás lo he confesado a nadie, y he evitado por todos los medios que ella se
diese cuenta. ¡Estoy casado, por Dios! Y mi mujer es una persona maravillosa...
y mis hijos...

¡Dios mío! Ya está aquí. Va a entrar en la habitación de un momento a otro.
Dios, dame fuerzas para hacer lo que me obligan a hacer.

142. Te encuentro muy cambiado

Me lo encontré hace un par de semanas por la calle. Desde el primer instante me
chocó verle así. Estaba radiante. Su cara, su cuerpo, estaban completamente
relajados. Se le veía feliz, exultante.

Le pregunté por su vida. Aunque me contó cosas normales, buenas y malas
noticias, problemas y alegrías, no pareció darle demasiada importancia a lo
negativo. Pasaba por ello sin dar muchos detalles, y terminaba cada suceso
lamentable con un "Pero bueno, la vida es así".

Todo eso me sorprendió mucho, porque siempre había sido algo aprensivo y
obsesivo, y el oírle ahora hablar de cosas importantes sin que se lamentase de su
suerte, o se confesase incapaz de afrontarlo, se me hacía difícil de creer. Era
como estar viendo a una persona diferente, o como si estuviese poseída por un
alma totalmente distinta al que yo conocí con ese cuerpo.

Como me sorprendía mucho la diferencia con el hombre que yo conocí, le animé
a que se tomase algo conmigo en alguna terraza cercana, y aprovechásemos la
ocasión para pasar un rato juntos.

Estuvimos hablando un buen rato, y como mi asombro iba creciendo cada vez
más, al final se lo tuve que confesar. Le expliqué que no entendía la diferencia, y
que, como tampoco me contaba que hubiese sido agraciado con algún suceso
extraordinariamente feliz (seguía trabajando, ahora sin novia, no le había tocado
la lotería...), me explicase por favor el porqué de su actual actitud positiva y
despreocupada ante la adversidad.

Fue entonces cuando narró los hechos que le llevaron a ser la persona que ahora
es.

Como yo bien recordaba, él se traumatizaba con cualquier cosa que le pasase, y
entraba en verdaderas crisis por las cosas más insignificantes. Un día, harto de
no poder controlarse a sí mismo decidió visitar a un psicólogo. No fue uno, sino
una decena los que visitó durante algún tiempo, pero ninguno de ellos consiguió
que experimentase ninguna mejoría en su actitud ante la vida.

El último al que visitó, cuando vio que sus esfuerzos eran inútiles y cualquier
terapia carecía de efecto sobre él, le preguntó si estaba dispuesto a probar un
método alternativo. Él contestó sin duda que sí, ya que estaba absolutamente
desesperado por salir de esa situación. Este psicólogo le informó de que, ciertos
médicos, dentro de sus investigaciones sobre la localización en las diferentes
partes del cerebro de los rasgos de la conducta humana, habían desarrollado un
fármaco que estimulaba la parte del mismo que reaccionaba con disfrute de las
cosas, y que, a su vez, disminuía la actividad de la sección que se estimulaba
cuando la mente humana no encontraba solución a los problemas. Le advirtió de
que el tratamiento no era legal, y, si lo aceptaba, sería bajo su propia
responsabilidad. Le hizo ver que provocaría un cambio artificial en su
personalidad, que podría convertirlo en una persona diferente, con otros defectos
y diferentes virtudes, y que, además, el uso prolongado del tratamiento se
suponía que podía llegar a anular la parte negativa del cerebro del todo, y
superdesarrollar la parte positiva, perdiendo totalmente el control sobre sus
emociones, y convirtiéndose en una marioneta estúpida que se reiría
continuamente por cualquier cosa y ni siquiera sienta el dolor...

Al ...y en esas estaba cuando me lo encontré.

143. Cerrando temas

Creo que ya he enviado todas las cartas que quería mandar. He pedido disculpas
a todo el mundo que creo que alguna vez hice daño de manera importante.

He saldado todas mis deudas y he contactado con todas aquellas personas que
me ayudaron o se preocuparon por mi estado. He escrito mi versión de los
hechos y he dispuesto lo necesario para que sea pública, accesible para todo
aquel que quiera saber la verdad, puesto que yo soy el único que sabe lo que
pasó y lo que no pasó.

Pero en realidad eso ya no me importa, sería una estupidez que a día de hoy me
preocupase porque se me oiga contar la verdad.

La he escrito a ella, y le he explicado qué significó y qué significa para mí, a
pesar de que haga varios años que no tenga noticias suyas y más que no veo su
cara, por no hablar del tiempo que hace que no siento su piel contra la mía. No la
culpo por ello, en realidad yo le pedí que lo hiciese, que se fuese y empezase de
nuevo. Sabía que no había ninguna posibilidad.

Los míos también han tenido su ración de recuerdo y sinceridad. Los que me
trataron bien se lo he agradecido, los que quedaron marcados por mí para
siempre, han sabido de mi rencor. Es otra manera de saldar cuentas. Todo debe
quedar cerrado.

Creo que ya está todo. No quería que nadie se acordase de mí pensando que dejé
algo pendiente.

Mañana ellos ejecutarán la sentencia. Mañana harán realidad lo que ese grupo de
gente que no me conocía decidió que era mi merecido. Mañana se librarán de mí
para siempre, y podrán vivir un poco más tranquilos sabiendo que yo no podré
volver a hacer aquello que están seguros que yo hice.

Porque supongo que están seguros. De lo contrario, no creo que puedan vivir
muy tranquilos con mi desaparición...

144. Lejos

Cuando llevaba varios kilómetros andando por el arcén de la carretera, se paró,
exhausto, y dio una media vuelta. Era suficiente. Desde allí no se veía la
pequeña ciudad desde la que partió esa mañana.

Era el lugar que andaba buscando. Sin contacto visual con la civilización, una
carretera sin tráfico, y sin medios para volver a su casa de manera fácil e
inmediata. Se adentró en dirección a la llanura hasta que la carretera también se
perdió de vista. Se había preocupado de dejar el teléfono móvil en casa y
cualquier documentación que pudiera identificarlo. Tampoco había cogido nada
de dinero, no lo quería, no lo necesitaba.

Nadie había sido informado de sus planes, ni siquiera lo vieron salir esa mañana
de su casa y echarse a andar. Ahora estaba allí, lejos, que es lo que quería. Lejos
de ellos, lejos de aquello, lejos de todo. No había nada más que él en este
mundo, ahora tenía la sensación de estar lejos y solo. Era algo que hacía tiempo
no sentía y se había propuesto sentirlo en ese día que había planeado.

Se sentó en el suelo, tranquilamente, y miró a su alrededor. Aquello era bonito
por tranquilo, sereno, respetuoso. Sí, pensó que en aquel sitio la sensación era de
respeto. Nada le molestaba, y le pareció que cada cosa estaba en su sitio. Quizás
sería porque no había rastro del ser humano por allí...

Escuchó. No había silencio, pero tampoco había ruido. El ruido era algo que no
soportaba. Sonidos desagradables, molestos, voces, golpes, música que no le
gustaba. Allí había respeto. Los sonidos eran apropiados, deseados, no eran
ruido.

Inspiró con fuerza. Había olores. No estaban mezclados, no eran fuertes, no eran
artificiales. Parecían estar en su lugar.

Estuvo mucho tiempo simplemente sintiendo el lugar, y se dio cuenta de que
estaba empezando a entrar en una especie de estado de trance, de desconexión
con lo que hasta ahora había sido su realidad. Y se preocupó, se preocupó por si
se había arriesgado demasiado llevando a cabo aquello aquel día. Tenía miedo,
pánico, y empezó a pensar en ello. No estaba seguro de encontrar una sola razón
para volver por donde había venido...

145. Otro día de cólera

Fresca era la sangre que corría por las calles, y eso le provocaba una sonrisa que
no podía disimular.

Después de tanta planificación, al final, la furia se había desatado, y, los mismos
ciudadanos de la capital, estaban limpiando de escoria las calles.

Sólo hicieron falta unos meditados mensajes en los medios de comunicación, y
distribuirlos de manera creciente durante las últimas semanas, para que el odio
hacia el contrario y el diferente desembocase en una carnicería sin sentido ni
freno. Las mismas fuerzas de seguridad hacían oídos sordos ante las súplicas de
los colectivos inmigrantes que reclaman la defensa de los más elementales
derechos humanos, y dejaban campar a sus anchas a los desaprensivos armados
hasta los dientes que iban asaltando portal tras portal los barrios poblados de
razas diferentes a la suya.

Mientras observaba la masacre por televisión, o paseando a salvo por las calles,
al ser uno de ellos, se imaginaba cómo serían los días siguientes, en los que
nunca más vería esas caras en los transportes públicos que tanto le molestaban,
esos rezos, esa música que jamás comprendería.

El ser humano es manipulable, y más en nuestro tiempo, cuando cualquiera que
haya logrado cierta notoriedad entre la masa, sea por la razón que sea, tiene el
poder de convencer a rebaños enteros de sus propias ideas en otros campos, y
que, con el uso de la palabra apropiado, provoca ceguera y odio entre quienes lo
consideran un ídolo a seguir.

Y así estaba pasando, y así quería él que pasase. La bomba estaba ya activada
desde hacía tiempo, y sólo hizo falta que alguien encontrase la combinación para
hacerla explotar. Lo que él no sabía es que, con esos a los que consideraba
invasores, también arrastraría la cultura y la economía del país, y que la
carnicería ejecutada desembocaría en años de enfermedades y epidemias
provocados por el baño de sangre en el que se deleitó durante ese día.

Pero de momento sonreía, y pensó que el ser humano no es bueno, si bueno se
entiende por el que hace el bien al prójimo, si no que el ser humano es egoísta,
porque hace el bien a sí mismo a pesar del prójimo. Y eso le pareció bien.

146. Tengo tu ausencia

En la luz que entra por la mañana, en el olor de la hierba mojada, en las arrugas
de las sábanas de mi cama. Allí te veo cuando me levanto.

En la forma de las nubes que decoran el cielo, en las sombras que el sol dibuja
con los árboles, en las líneas que la arena pinta en la playa, en las olas que
rompen junto a mi casa a todas horas. Así te veo cuando paseo.

En la cara de la luna, en las constelaciones de estrellas, en la forma de mi
almohada, en los sonidos de mi guitarra, en el sabor de mis licores, en la
suavidad de mis toallas. Así te siento cuando me cuesto.

Y durante todas las horas de mi vida te tengo presente, y durante todos los
minutos de mis días sufro tu ausencia, a pesar de que te conservo conmigo.

147. Derecho al conocimiento

En los Campos de Trienia, trabaja gente que no ha sido visto nunca por el
pueblo. En realidad, nadie cree haberles visto fuera de allí, de esos campos, ni
tan siquiera de cerca.

Eso hace que, debido a que la única imagen que se tiene de ellos sea la de
personas vestidas con sombrero de paja ancho y petos que les cubren el cuerpo
por completo, la gente empiece a inventar leyendas e historias fantásticas
increíbles con respecto a su verdadera naturaleza. Incluso hay quien dice que en
realidad no tienen cara, o que ni tan siquiera son humanos.

Trabajan permanentemente allí, se estima que son unos 30 o 40, y tampoco se
conoce al propietario del lugar, que compró el terreno a un viejo del pueblo poco
antes de que este muriese. Todo lo que recolectan y cultivan lo sacan camiones
que entran en la finca con el debido permiso, cuando les abren la puerta metálica
remotamente desde la casa. Cuando se les ha preguntado si han tenido trato con
alguno de los habitantes del lugar, explican que no, que ellos se encuentran la
mercancía en el almacén que les indican que deberían usar para recogerla, y que
les pagan un poco más por ser ellos mismos quienes la cargan en los camiones.
No han logrado ver nunca a nadie por los alrededores mientras ellos ejecutan su
labor.

Por supuesto se habla de sectas, extraterrestres, presos peligrosos del gobierno,
plantaciones de droga y cualquier otra historia sacada de la televisión o los
periódicos sensacionalistas. Últimamente, en el pueblo la gente empieza a
murmurar sobre "hacer algo para averiguar qué está pasando allí dentro". Como
en cualquier otra pequeña comunidad, la gente se cree con el derecho de
conocerlo todo sobre los que le rodean, y algún exaltado ya habla de asaltar el
lugar.

Debe de ser pecado ser un granjero introvertido... porque, tarde o temprano,
alguna penitencia les impondrán.

A no ser que escapen en su nave espacial, claro.

148. Desde mi cama

¿Por qué debería salir de la cama? No tengo nada ahí fuera que me motive a
hacer ese tremendo esfuerzo ahora mismo. Todo lo que hay más allá de la puerta
de mi habitación ya lo conozco, y ya me ha decepcionado al menos una vez cada
elemento de esa vida que al resto le parece suficiente para seguir con ella.

Hace tiempo que me encuentro cansado de todo y de todos, pero hoy al
despertarme he visto claramente que no merece la pena repetir lo mismo de
todos los días. El final va a ser igual o peor. Cuando no es insulso, mediocre y
totalmente obvio, es doloroso o agresivo contra mí.

Allá os quedéis todos con vuestras estúpidas preocupaciones sobre cómo
mantener vuestras vidas lo más vulgares y monótonas posible. Allá os cedo todo
lo que poseo para que os lancéis sobre ello como buitres hambrientos, aunque
nada tenga valor en absoluto y nada os haga falta en realidad.

Son pocos los recuerdos que quiero conservar de todo esto, y espero que esos
pocos me sirvan para no volver a caer en la tentación de unirme a vosotros para
repetir una vez más la historia que vosotros interpretáis a diario.

Que os vaya bien.

149. Amigos de verdad

El día en que un amigo mío fue el primero en descubrir mi disco publicado en
las tiendas, me llamó todo alterado y molesto:

-¿Qué clase de amigo publica un disco y no lo comenta ni a sus personas
cercanas?
- Toni, es algo que he hecho para mí. En realidad no necesito que mis amigos y
mi familia lo escuchen para saber su opinión.
-¿Qué quieres decir? ¿Que te da igual lo que yo opine y que no quieres que lo
escuche?
- No, no he dicho eso. Simplemente digo que es algo que deseaba hacer, que lo
he preparado solo, y que no espero ningún reconocimiento por vuestra parte. Es
más, casi prefiero que nadie me diga que le gusta para no tener que plantearme si
me dice la verdad o me miente por compromiso. No soporto los halagos...
-No te entiendo. Tengo el disco en la mano, pero la verdad es que se me están
quitando las ganas de comprarlo. Es verdad, ¡que te jodan!, no pienso pagar por
un disco que me tenías que haber regalado sin yo decírtelo...

Me di cuenta de mi error...
...el segundo lo saqué con un alias.

150. La cara oculta de la luna

La cara oculta de la Luna coquetea con los planetas cuando el Sol no la ve.
La cara oculta de la Luna se ríe del Planeta Azul cuando se esconde lejos de su
alcance.
La cara oculta de la Luna es el refugio de lo que está prohibido en el Universo.

En la cara oculta de la Luna vive gente que escapó y fue dada por desaparecida
en sus casas.
De la cara oculta de la Luna salen todas las noches naves llenas de duendes que
bajan a la Tierra a divertirse.
En la cara oculta de la Luna se fabrican los libros prohibidos.
La música suena todo el rato en la cara oculta de la Luna

Algún día me gustaría visitar la cara oculta de la Luna.

151. Borrando mi pasado

Hace dos días fui a borrarme mi pasado. Decidí hacerlo la semana pasada
cuando, hablando con un amigo que hacía años que no veía, intenté ponerle al
día de mi vida en esta última temporada. Me di cuenta de que había muchas
cosas que no quería contarle y que, otras tantas, debido a mis excesos y mi vida
desordenada, no era capaz de situarlas en orden cronológico. Ni siquiera era
capaz de recordar la mayor parte de los lugares y sus verdaderos protagonistas.
De algunas dudaba incluso que yo hubiese sido el actor principal, y no fuese
algo que hubiera presenciado en directo o visto en el cine...

Así que me dirigí a un centro de estos que se anuncian en la televisión que te
aseguran que te borran el pasado, tanto administrativamente como en tu propia
memoria, y claro está, te lo sustituyen por uno con el que te encuentres más a
gusto. Es difícil seleccionar el conjunto de anécdotas que te gustaría haber
vivido y las experiencias que te gustaría haber compartido y con quién, pero
estuve varios días consultando el catálogo y eligiendo una historia coherente y
creíble.

Es más, te ofrecen un guionista profesional para que te ayude en la elaboración
de la historia y no cometas errores grandes como estar dos veces en el mismo
sitio o pecar de querer tener un pasado demasiado glorioso y extraordinario. Al
final, los recuerdos artificiales te dejan la misma sensación que los naturales, ya
que te sientes feliz de haber vivido esas cosas y tienes las mismas sensaciones de
orgullo y satisfacción que si fuesen reales.

Ahora bien, algo no cuadra... para que todo aquello funcionase a la perfección,
para que los recuerdos fuesen lo más auténticos posible, yo no debería recordar
que los he comprado en una tienda... ¿no?

152. Te mataré todos los días

Acabaré contigo a diario, cada vez que tu imagen se presente en mi mente, cada
vez que tu recuerdo vuelva a mí y resucite sensaciones pasadas y descartadas. Te
eliminaré de mi camino siempre que oses cruzarte en él, y borraré tu rastro cada
mañana que te encuentre al lado en mi cama, porque hayas aparecido en mis
sueños esa noche sin haber solicitado permiso. Acabaré contigo sin piedad y sin
contemplaciones, no tendré remordimientos por ello y me declararé culpable sin
dudarlo. Eres un objetivo para mi ira.

153. Algo que decir

Acerca su cara a la mía. Me mira fijamente a los ojos, con unos ojos que brillan,
que me llaman. Noto su aliento, la veo como toma aire y lo expulsa, de manera
apresurada, está excitada. Su boca mantiene los labios ligeramente separados,
esos labios perfectos, no demasiado carnosos, pero absolutamente apetecibles,
que me muestran ligeramente sus blancos dientes y, tras algún rincón casual, su
lengua insinuante y ansiosa. Su mano me acaricia la cara, noto su suavidad por
mi piel, el tacto cercano, el contacto de los cuerpos.

Se acerca un poco más, y cuando estamos a milímetros el uno del otro, se desvía
hacia un lado, poniendo su mejilla al lado de la mía, un nuevo punto de contacto.
Ahora creo oír su corazón, la noto acelerada, pero a la vez, es ella quien dirige la
escena. Quiere algo, y lo quiere a su manera. Yo simplemente lo disfruto, porque
sé que me gusta.

Ahora lo entiendo, quiere decirme algo al oído, algo importante, algo que forma
parte de lo que desea, o eso mismo, lo que desea. Eso me excita, me llena de
deseo, me dispara el pulso

Me susurra...... .... ... .... ..... .... ... ... que delicia..... lo haré, haré todo lo que me
pides.

154. Tu mundo no es el que te imaginas

Nunca olvides que yo te creé, que soy el autor de tu naturaleza, que soy el
creador de tu existencia y que tengo el poder de desintegrarte tan rápidamente
como te construí.

Tu comportamiento me decepciona. Te alejas de todo lo que te enseñé y te
dedicas a romper todas las normas que te impuse, simplemente por sistema, sin
lógica alguna y sin alternativa moral tras la que refugiarse para justificarlo.

Me atacas sin motivo, simplemente por lo que represento para ti, y me
devuelves, en forma de odio y furia, todo tu rencor e inadaptación al mundo en
el que has sido integrado, contra tu voluntad, pero sin remedio.

No te das cuenta de que con tu actitud no haces más que desgastarte a ti mismo,
te debilitas, te consumes, además de aislarte, arrinconarte y perder el apoyo de
los que te rodean. Tú solo estás acabando contigo...

No te empeñes, no hay salida. Todo está pensado para que los que nacemos aquí
no podamos escapar nunca. Las carreteras son circulares, cuando creas que te
alejas de aquí, te volverán a llevar a la ciudad de nuevo. Caminando obtendrás el
mismo resultado. Creerás guiarte correctamente por el sol, pero, por mucho que
andes, al otro lado de la montaña, volverás a encontrar la misma ciudad, las
mismas casas, la misma gente.

El mundo que ves en la televisión y lees en tus libros no está a tu alcance, para ti
es todo fantasía, para entretener tus días en esta cárcel durante la eternidad de tu
existencia.

Ríndete.

155. Haciendo justicia primero

Se prometió que no volvería a este mundo
hasta que sintiese que merecía el amor de una mujer.

Se prometió que jamás pediría nada a nadie
hasta que fuese capaz de compartir todo lo suyo con los demás.

Se prometió que no se aprovecharía de los recursos de la naturaleza
hasta que fuese capaz de aportar algo a la existencia.

Se prometió que no se permitiría sentirse feliz
hasta que consiguiese hacer feliz a alguien.

Se condenó a no disfrutar hasta que se autoconvenciese de que era un ser digno y
merecedor de lo que simplemente por haber nacido tenía oportunidad de
aprovechar.

Se consideró injusto con quien lo había creado ya que no aportó ningún mérito
que lo justificase.

Decidió solucionar ese desarreglo antes de seguir adelante.

156. Una visión particular de las cosas

Por muy raro que parezca, tengo un defecto en la visión que me hace ver las
cosas realmente simplificadas. Vosotros veis un paisaje con sus matices, sus
colores, sus contrastes, y sus detalles, y yo sólo veo grandes grupos de color con
líneas bien definidas y tonos pastel muy luminosos...

Es un defecto, como no: me falta algo para poder ser como los demás, para
poder apreciar las sutilezas de la belleza.

Al principio me entristecía mucho por ello. Sabía que me estaba perdiendo
detalles y ningún médico supo cómo solucionar mi problema, único en el
mundo. Pero, poco después, descubrí que mi particularidad no era un defecto
visual, si no mental. Es decir, no sólo veía las cosas más simples con los ojos,
sino que también era capaz de analizarlas de la misma manera.

Me di cuenta de que, en realidad, mi mente era capaz de simplificar el asunto
más complejo con la misma facilidad con la que simplificaba una imagen
poblada de detalles. Pronto empecé a sacarle partido a mi diferencia, y destaqué
en las matemáticas y otras ciencias de análisis complejo, y decidí probar en el
mundo empresarial. Hice dinero en la bolsa al entender cómo funcionaban los
mercados, y me dediqué a la vida contemplativa.

Fue entonces cuando pensé en la filosofía y llegué al momento final en el que
me hice las dos grandes preguntas: ¿Existe Dios? y ¿Cuál es el sentido de la
vida?

Estaba seguro de que mi especial forma de pensar me daría la respuesta... y así
fue.

Hasta siempre.

157. Otra vez la mañana no me gusta

Enrollada en las sábanas de la cama, no conseguía levantar la cabeza. Sus ojos
no querían abrirse, quizás porque no querían ver lo que había delante de ellos, a
su alrededor: la soledad. Quizás el no querer afrontarlo estaba ligado a su
sensación de culpa, al error que había cometido la noche anterior, cuando le dijo
que no quería que pasase la noche allí, con ella. Quizás era a sí misma a la que
no quería ver, era ella de quien no soportaba esos arranques de ira, egocentrismo
y soberbia que le hacían despertase así, sola y enrollada en su propia realidad,
tantas mañanas últimamente.

Pensó que quizás esta vez no tendría remedio, que no cabrían explicaciones y
disculpas, que él no sería comprensivo con ella como lo había sido antes... tantas
veces.

Eso la asqueó aún más. Decidió volverse a meter en la cama.

No era el mejor momento para salir de ella...

158. No te recuerdo, pero te amo.

Hoy prácticamente no recuerdo ni mi nombre, pero estoy seguro de que fui un
hombre afortunado. Tengo la sensación de haber vivida una vida plena,
completa, con sus altos y sus bajos, pero estoy convencido de haber logrado en
ella lo que me plantee como objetivo, y haberlo disfrutado hasta el final de los
días de mi conciencia.

Sé que he sido alguien importante, porque ahora me doy cuenta de que la gente
me trata con respeto y, muchos, con admiración. Creo que triunfé en el mundo
profesional o artístico (la verdad, preferiría lo segundo, pero ahora mismo no
sería capaz de reconocer ninguna de mis obras) y que eso me hizo llevar una
existencia cómoda, pude dar a los míos todo lo necesario mientras estaban a mi
cargo.

Pero también sé que tú estuviste a mi lado. No sé quién eres ni tengo ya tu
imagen en mi mente, pero mi corazón te ha amado con locura mientras he sido
consciente de ello. Quizás eres esa mujer de mirada tierna que se pone delante de
mi cara cada mañana, y que me cuida con tanta dedicación y cariño, pero no
quiero convencerme de ello si no soy capaz, porque si me equivocase sería una
tremenda injusticia para ti, que una amable enfermera se llevase una sonrisa que
sólo tú te mereces.

A ti, mi compañera, ahora desconocida, que estuviste siempre, y de la que ahora
solo tengo el recuerdo de mi amor, a ti te debo el que los últimos días de mi vida
mi corazón se encuentre pleno de felicidad, y aunque el resto de los sentimientos
se me hayan escapado entre los poros de la piel, me has dejado en mi interior el
aroma de la felicidad, como mi último suspiro.

Gracias compañera.

159. Julieta no quiere salir

Creí que estaba enamorada de mí, creí que toda mi búsqueda había terminado.

La noche de ayer fue maravillosa, bajo las estrellas, bajo la luna llena, en la
orilla del lago, dejando pasar las horas mientras nos mirábamos y nos
acariciáramos como tesoros recién descubiertos. Nos costó separarnos, nos
despedimos durante horas, no he dormido por seguir pensando en ella, por
conservar su imagen en mi mente, por repasar cada instante vivido en la noche
de ayer.

Y sin embargo hoy, Julieta no quiere salir...

160. Lo convertiré en un montón de piedras

Una a una puse las piedras que construyeron nuestro palacio,
y una a una las quitaré para desmontarlo
y que vuelva a ser lo que fue, un montón de roca virgen
que espera a ser moldeada y convertida en algo que asombre al mundo
y centre la envidia de nuestros semejantes.

Una a una las bajaré sobre mi espalda de la montaña a la que las subí,
y una a una las colocaré en su sitio original
para que todo vuelva a su naturaleza, y, algún día,
quizás también estas manos, sean capaces de volver a levantar un monumento
como el que ahora voy a destruir
y que, esta vez, permanezca para siempre en lo alto de esa colina.

161. Ahora todo ya da igual

Quizás podría haberla salvado a poco que me esforzase.
Quizás, un gesto mío hubiese hecho cambiar las cosas, dirigir el curso del
destino por una ruta diferente, alejada de este final tan insípido y triste.
Quizás, si hubiese levantado mi culo del asiento, podría estar disfrutando ahora
de momentos especiales que nunca imaginé, y mañana despertaría con una
sonrisa en la cara, en lugar de las ojeras que arrastro desde aquello.
Quizás, si hubiese movido un simple dedo, había alcanzado a convertir la
decadencia en la que me vi involucrado, en una ascensión hacia el sueño que
siempre tuve, de lo que debería haber sido todo.

Quizás... Quizás...

Quizás lo hubiera conseguido, de poner algo (más) de mi parte, pero quizás
simplemente hubiese conseguido posponer unos días más lo que pasó.
Quizás nada podría haber cambiado lo que en algún lugar ya está escrito, y no
había en realidad vuelta atrás para lo que me esperaba.
Quizás habría desperdiciado los últimos días esforzándome en reflotar aquello
sin saber que todo era inútil, aunque no lo pareciese.

Quizás... Quizás...

Da igual, ahora todo ya da igual.
¿Por qué lo estás pensando, si ya, simplemente, da igual?
Limítate a seguir tu puto camino, el que tú has decidido.

162. Día difícil para el padrino

El padrino esa noche se acostó temprano.

El padrino está cansado, agotado, no del esfuerzo físico, sino de la tensión que
había sufrido, de la espera a que su pupilo llegase con noticias, con la
confirmación de que todo había salido según lo planeado.

El padrino había dado dos besos a sus hijos y los había arropado, después de
haberles leído un cuento hasta que cayeron dormidos.

El padrino había cenado con su mujer tranquilamente, delante de la chimenea, y
había charlado sobre los asuntos de la ciudad con ella, tomando una copa de
coñac y fumando un puro en su butacón.

El padrino esa mañana había mandado aniquilar a la familia del juez que emitió
la orden de su busca y captura (dos hijos, tres nietos, dos nueras y una esposa) y
había dado orden de que le entregasen un pedazo del cuerpo de cada uno de ellos
para que aprendiese la lección.

El padrino había tenido un día duro, pero quería con locura a su familia.

163. Buscadora de ojos

Al final dedicaba todas sus horas libres a ello, a buscarlos.

Los había visto sólo una vez, a través del cristal del metro, justo después de
bajarse ella del mismo vagón, y de que se cerraran las puertas para alejarse para
siempre.

Lo que vio detrás de ellos fue lo que la enamoró y lo que, al día siguiente, le
obligó a comenzar su búsqueda. Toda la noche anterior la pasó recordándolos,
consciente y dormida, y supo que aquello que fue capaz de vislumbrar sería una
referencia de sus objetivos en la vida.

Por supuesto lo primero que se le ocurrió fue volver a coger el mismo metro a la
misma hora durante varios días, y recorrer todos sus vagones mirando fijamente
a la gente que los habitaba. Después, fue ampliando el horario, y se visitó los
trenes anteriores y posteriores. Tuvo que alterar su presencia en el trabajo, pero
la dio igual, estaba decidida a encontrar esos ojos.

Desde entonces pasea por los vagones del tren, mirando a los ojos de la gente
durante apenas un par de segundos, y continuando su camino después, sin fijarse
ni siquiera en la persona que es dueña de ellos.

En la línea de metro todo el mundo la conoce como la buscadora de ojos (no
duda en explicar sus motivos a los viajeros interesados) y, por lo que yo he visto,
la gente ya se quita las gafas cuando la ve entrar por la puerta del vagón...

164. ¡Respira por favor!

¡Respira, por favor, mi niña, respira!

Sé que ahora te sientes hundida, que todo lo que tenías te parece destruido y
perdido para siempre, pero, por favor, respira, por favor, respira, mi niña.

Entiendo que tu vida se ha ido a la mierda, tal y como la habías planeado hasta
hoy, que no ves salida, y tardarás mucho en distinguir la luz al final del túnel,
pero respira, por favor, mi niña.

Te prometo que yo estaré aquí a tu lado, siempre, aunque ya sé que eso no sirve
para solucionarte nada, y simplemente amortiguará el dolor de los golpes, pero
respira por favor, respira.

No te rindas, no te dejes ir, no te quedes ahí tumbada. Respira mi niña, respira.

Despacio, con tranquilidad. Todo saldrá bien.

165. Relación liberal

Ella me explicó cuál era su visión de la relación y cómo deseaba plantearla:

"Estoy enamorada de ti, eres el hombre de mi vida, por lo que he llegado a
conocer hasta ahora de ti, pero quiero que sepas cómo entiendo yo las relaciones
de pareja.

Eres con quien quiero vivir, compartir mi tiempo y mi vida, a quien prefiero
como amigo, con quien quiero dormir y la persona con la que el sexo me parece
más maravilloso. Me atraes tanto físicamente como personalmente, me relajas,
me entiendes, estoy a tu lado muchísimo mejor que sola y eres lo que siempre
busqué.

Pero debes saber que tengo amigos y amigas, con los que me gusta pasar mi
tiempo, a los que quiero, y existe gente que me resulta atractiva físicamente. Con
esto te quiero decir que, aunque tú seas el número uno para todo en mi vida,
cuando tú no estés, disfrutaré de mi relación con los demás sin limitaciones.
Dormiré con amigos o amigas, daré y recibiré cariño de ellos y ellas, practicaré
sexo con gente que me guste físicamente, y disfrutaré de otros muchos
momentos que las relaciones humanas me permitan.

Con esto quiero decirte que quiero estar contigo, y estaré contigo siempre que
podamos, pero también estaré con otra gente cuando tú no estés. No deberías
verlo como una amenaza, un peligro, una posibilidad de que encuentre algo
mejor, porque, si fuese así, deberías alegrarte por mí y estar contento de que lo
hayamos descubierto a tiempo.

Simplemente, como tú saldrás con otros amigos, yo también saldré con los míos.
Sin exclusividades, sin propiedades, pero quiero estar contigo. Espero que
llegues a entenderlo, pero ha llegado el momento en el que debía planteártelo, y
saber si serás capaz de vivir de esta manera, la única que yo puedo comprender
como natural."

Lo entendí, acepté que era la forma más natural, quererse sin limitarse, sin
prohibirse, compartiendo todo lo que fuese posible, sin dejar de compartir con
los demás. Lo disfruté, pero me fue imposible comportarme de la misma manera,
yo no pude hacerlo. Yo me levantaba y solo podía pensar en ella. Otras mujeres
que me resultaban atractivas antes, solo eran meras imitaciones de lo que yo
sabía que había encontrado y podía tener.

Todo esto se convirtió en un problema para ella, ya que, como yo no me
comportaba con la misma libertad de pensamiento que ella, dedujo que en
realidad no aceptaba su planteamiento de la relación y simplemente tragaba con
ello con tal de no perderla. ¿Cómo explicar que no me importaba, que lo
entendía, pero que yo no podía hacerlo?

La libertad total terminó acabando con nuestra relación. Paradójico.

166. Ausencia irremediable

Hay un hueco que no consigo llenar
es aquél que antes ocupabas tú.

Han sido varios los que se han probado
ese hueco pero a todos les sobraba de aquí o les faltaba de allá.

También han probado a ocupar tu sitio, sentarse en tu lugar
pero ni ellos se encuentran cómodos ni encajaban con el paisaje.

Los demás los miraban extrañados y cuchicheaban a su paso
preguntándose quienes eran y porque intentaban sustituirte.

Total, que como no hay manera de que tú vuelvas
ni de encontrar un substituto que te cubra con dignidad,
he decidido seguir durmiendo sola y simplemente respetar tu ausencia.

167. Encerrado en el barrio para salvarme

Me asomé a la ventana, como todas las mañanas de fin de semana, esas en las
que te levantas a la hora que te apetece, descansado, y te encuentras en casa,
disfrutando de tu hogar, vistiendo como a ti te da la gana, dejando las cosas
donde a ti te da la gana.

Era un acierto el haberme decidido a mudarme a esa pequeña calle peatonal del
centro, con su tranquilidad anticoches y, a la vez, su agitación urbana. Esa
mezcla entre tranquilidad de barrio, a salvo del tráfico, y de murmullo continuo
de la población que los recorre a todas horas, para mí era la representación
perfecta de la calidad de vida. El disponer del contacto humano, del pequeño
comercio, de restaurantes de calidad, del acceso a pie a cualquier servicio y,
además, no padecer humos, bocinas de coches, policías, ambulancias, ruidos en
general, es la combinación de campo-ciudad que siempre desee. Y no sólo eso,
los edificios antiguos, las tiendas de antigüedades, los cafés con decoración
clásica y los músicos y artistas callejeros fueron el culmen del cuadro con el que
decoré mi vida a partir de entonces.

Reconozco ahora que mi intención al mudarme allí fue otra mucho más triste y
oscura. Reconozco que elegí el lugar como un agujero en el que esconderme, y
fomentar mi melancolía y tristeza, hasta que entre todos consiguiésemos que mi
vida se apagase del todo, y me despidiese de lo que fueron las épocas de luz y de
gloria.

Ahora me doy cuenta de que mis pasos para autoliquidarme me condujeron a
este lugar que me ha hecho recuperar la ilusión y las ganas de disfrutar del
contacto con el resto de la humanidad, y de toda su creación.

Por todo esto sé, ahora, que el hombre no es malo, ni todo lo que hace es egoísta
ni conlleva a la destrucción de lo que le rodea, si no que existen pruebas
clarísimas de que, cuando el humano se preocupa de hacer las cosas con un
mínimo de dedicación, acaba creándose un hogar en el que lo primordial es
disfrutar de sus semejantes en un entorno agradable.

Y eso mismo es la vida, en realidad.

168. La salida

Después de reptar por cavernas oscuras, pasadizos húmedos y repugnantes,
encontré una salida, una fuente de luz, una ventana al mundo exterior, aquel que
era el real para todos los demás excepto para mí, desde hacía tanto tiempo. Y a
través de ella lo vi, inmenso, gigante, en movimiento, vivo. Nunca me había
alegrado tanto de poder contemplarlo. Para mí significó el fin de todo lo pasado,
de todo lo sufrido, la escapatoria que supliqué con desesperación. Ahora sabía
que el esfuerzo había merecido la pena, y pasé por esa ventana sin ni siquiera
molestarme en mirar atrás para ver lo que dejaba allí, para siempre.

169. Advertencia

Ni se te ocurra darme la espalda... que no respondo de mis actos.

170. Calor abrasador, todo lo funde

Todo gotea, los edificios, las farolas, los árboles secos...

El suelo se ha convertido en algo líquido, y desplazarse se ha convertido en algo
costoso y cansino.

El calor es tal que prácticamente es imposible ver, debido a que el aire es tan
pesado que distorsiona la luz.

Lo coches se han fundido en los lugares en los que quedaron ese día, y ahora son
como bolas de helado en un plato que llevan demasiado tiempo fuera de la
nevera. Han perdido sus salientes, se han vuelto uniformes, los colores se han
difuminado, ya no hay separación entre ellos.

El sol ya es rojo, en lugar de amarillo, y jamás se volvió a ver una nube desde
entonces.

Todo se está fundiendo por el calor abrasador, pero el ser humano se ha
sorprendido a sí mismo por ser la única especie capaz de soportarlo. El culpable
de la destrucción es el único que puede presenciar su devastación hasta el último
de sus días.

Quien sabe, quizás es su condena el quedar solo cuando todo haya desaparecido
por su culpa.

171. Detrás de la puerta

Te espero detrás de la puerta
Allí estaré cuando llegues
Oculto, cuando metas tu llave en la cerradura
Silencioso, como un animal agazapado
Esperando a su presa
Buscando el momento preciso
En el que el ataque sea mortífero

Estaré detrás de la puerta
Esperaré todo el tiempo que haga falta
Hasta verte asomar desde el otro lado
No habrá casi luz cuando entres
Tus ojos no adivinarán más que sombras
Y buscarás nervioso el interruptor
Pero no te dará tiempo a alcanzarlo, porque
Estaré esperándote detrás de la puerta

172. En la montaña

Estaban sentados el uno al lado del otro, en lo alto de la montaña, con los pies
colgando del enorme precipicio, mientras conversaban sobre quién había tenido
la culpa. Analizaban tranquilamente la cronología de los hechos y los posibles
errores cometidos, debatiendo sobre qué opciones hubiesen sido mejores a la
hora de elegir.

Parecía que la situación se podía haber evitado, de haber conservado la cabeza
fría.

Lo hablaron durante horas, con serenidad, con mentalidad abierta, con ganas de
reflexionar, aclarar la situación. Poco a poco fueron acercando las posiciones, los
puntos de vista llegaron a converger. Para entonces el sol ya empezaba a
ocultarse en el horizonte.

Terminaron la conversación con un fuerte apretón de manos, y saltaron al vacío.

Nada mejor que un vuelo en paracaídas para ver las cosas desde un nuevo
enfoque.

173. Lo he tenido delante

Lo vi. Os juro que lo vi. A unos metros de mí, distraído, mirando hacia otro lado.
Me quedé quieto de inmediato, congelado de pies a cabeza, sin respirar. Me di
cuenta de que si se giraba sobre mis pies, me descubriría inmediatamente, que
estaba absolutamente al descubierto. Mi cabeza no sabía qué hacer.

Como no encontraba modo de ponerme a cubierto, decidí quedarme quieto,
confiando en que no se volviese por otra razón más allá de que yo me delatase
con un sonido inoportuno. Estuve mucho rato allí, plantado, él también. No sabía
por qué estaba allí, qué es lo que hacía, pero no se movía de su situación, quizás
esperando a alguien.

Pensé alocado por el pánico que quizás apareciese otra persona en ese momento
y provocase que se girase, y a su vez, que me viese a mí también. La idea de
salir corriendo rondó mi cabeza, pero estaba seguro de que no podría escapar...

Finalmente, avanzó en dirección contraria a la mía, y desapareció en la
oscuridad.

Nunca pensé que fuese a estar tan cerca de él, del mismísimo ODIO

174. El día de la libertad

Creo que podría narrar minuto a minuto lo que me sucedió aquel día, desde que
me desperté a primera hora de la mañana, hasta que el reloj me dijo que ya
habíamos comenzado una nueva jornada.

Fueron las 16 horas más fascinantes de mi vida, y, durante algún tiempo, pensé
que todo aquello lo soñé la noche anterior.

Cada minuto sucedía algo nuevo y sorprendente y toda mi existencia se convirtió
en una aventura trepidante, con encuentros inesperados y salidas impresionantes
a las situaciones más increíbles.

Todo eso pasó aquel día, el día en que dejé de ser un pájaro encerrado en una
jaula al que permitían salir a dar una vuelta por la habitación cada día, y decidí
aprovechar un descuido de mis dueños y cruzar una ventana abierta hacia el
mundo exterior.

175. Voy a por ella

He decidido salir a buscarla. He dejado el trabajo, y, con el dinero que tengo
ahorrado, viajar hasta que la encuentre. Sé que ha llegado el momento.

Creo que no puedo dejar pasar la oportunidad de compartir el resto de mi vida
con la persona que está destinada a ser mi compañera, que mejor me puede
entender, y que compartirá todas mis alegrías y tristezas como siempre soñé.

Recorreré los kilómetros que hagan falta, me pondré a sus pies, suplicaré lo
necesario, explicaré mis razones y el porqué de mi convencimiento.

Sé perfectamente cómo es, qué es lo que siente, qué la preocupa, qué considera
importante, qué la hace feliz.

Ahora sólo necesito encontrarla, saber quién es y dónde está.

176. Todo ha cambiado desde ayer

Ayer te brillaban los ojos, y eso me sorprendió. Hoy tienen una hoguera en su
interior, y eso mi fascina.

Ayer tu piel parecía más suave que el sabor de un plato exquisito. Hoy tu cuerpo
se ha convertido en una delicia que degusto entusiasmado a diario.

Ayer creí que te amaba con locura y que jamás podría separarme de ti. Hoy creo
que rallo la demencia porque cada vez te deseo más y aun así te encuentro cada
noche.

Ayer me pareciste hermosa, perfecta, única. Hoy no soy capaz de ver nada más
que a ti cuando te tengo delante.

Y cuando no te tengo.

177. Obsesión por comer

Tengo necesidad de comer
quizás se pueda llamar hambre
pero no me vale cualquier alimento
sólo uno ocupa mi mente
sólo uno me tiene obsesionado.

Te veo cuando me ducho
te encuentro en cada rincón de mi casa
te busco al otro lado de mi cama
y creo verte desde mi ventana nadando en mi piscina.

Mala es la necesidad
peor la obsesión
duro el ansia
difícil el deseo
nerviosas las ganas
lento el tiempo.

178. Como ser... otra persona

Esta mente no me gusta. Sus razonamientos son estúpidos, sus obsesiones
ridículas, y sus aspiraciones penosas.

Llevo varios días yendo de un lado a otro con este tío, conociendo su círculo
íntimo, sus compañeros de trabajo, lo que hace cuando está solo, en qué se fija
cuando anda por la calle, y creo que ya he tenido suficiente. Me parece una
persona patética y triste.

La tía con la que estuve la semana pasada sí que era divertida, ágil, ocurrente,
activa. Fueron los mejores días que he pasado en una mente ajena en mucho
tiempo. Aprendí mucho de ella y llegué a quererla mucho. Sus sentimientos eran
auténticos y profundos, y los defendía y los tenía presentes en cada uno de sus
actos. Una persona de esas que te alegras de haber encontrado en la vida.

Ahora me toca buscar otra mente, encontrar otro humano que me pueda aportar
algo, que me enseñe, que me descubra la vida que él vive. Que me sorprenda por
alguna razón, una virtud, una manía, una habilidad, una debilidad. Que
contribuya a la existencia del prójimo.

Y no te creas, no es nada fácil. La mayoría son sois muy aburridos...

179. Te lo prometo, he... ¿cambiado?

Sé que es difícil de creer, que en realidad siempre se dice que la gente no
cambia. De acuerdo, no voy a decir que he cambiado, que no soy la misma
persona, pero créeme si te digo que he aprendido.

Desde que nos separamos he "avanzado". No quiero ser pretencioso y decir que
soy más maduro, pero mi sensación es que ahora obro de una manera más
coherente y más apropiada con las circunstancias.

El primer síntoma es que sé perfectamente qué hice mal entonces, en qué metí la
pata contigo y, más aún, sé qué debería haber hecho para que todo aquello no
hubiese pasado. Es más, me siento capaz de, en las mismas circunstancias, elegir
de manera apropiada y solventar la situación sin que saliésemos perjudicados
como salimos.

Ojo, no te equivoques. En ningún momento he dicho ni diré que me arrepiento
de haber hecho lo que hice, que si pudiese volver atrás no lo volvería hacer.

Si no hubiese hecho las cosas de esa manera, no sería mejor persona ahora.

180. Bella naturaleza

Piel de nube
Pelo de hierba
Ojos de luciérnaga
Nariz de fresa
Boca de lava
Manos vegetales
Pechos frutales
Caderas rocosas
Piernas de tiburón

La madre naturaleza me ha deslumbrado contigo.

181. Me desconciertas

Eres fría y tu mirada refleja dureza, severidad, superioridad. Jamás dedicas una
sonrisa a alguien que no te haya hecho reír de verdad. Tus saludos son secos, sin
mirar a la cara de la gente. Evitas hacer cualquier gesto que insinúe
mínimamente tu parecer sobre cualquier tema, y no abres la boca hasta que el
otro haya terminado de hablar. En lugar de exponer tu punto de vista, te dedicas
a hacer preguntas irónicas sobre lo que acabas de oír, con el fin de llevar a un
callejón sin salida a tu rival, y que él solo acabe humillándose en público. No
paras hasta acabar con el enemigo, hasta que te aseguras de que no volverá a
osar acercarse a tu territorio sin tu permiso.

Tu cuerpo está bajo una ropa fría, recta, firme, que no invita a la caricia. Tu piel
está escondida y es imposible saber su color, su textura, su tacto. Tus ojos son
claros y parece que jamás pestañeas. Tu pelo siempre recogido, es liso y tensa tu
expresión tirando de tus rasgos hacia atrás, aportando mayor rigidez a tu
expresión. Eres delgada, tersa y dura. Caminas con fuerza, con paso decidido, y
nunca te detienes en tu trayecto, jamás dudas sobre cuál es el camino. Tus
tacones parecen clavarse en tus rivales cada vez que uno de ellos toca el suelo,
con toda tu firmeza, con toda tu seguridad en ti misma.

Si esa eres tú, si siempre has sido así... ¿con quién acabo de pasar la noche más
maravillosa y pasional de mi vida?

182. Mi sombra me atormenta

Intenta dirigirme. Me dice lo que tengo que hacer. Me convence de lo que
piensan los demás. Sabe lo que me conviene.

En cuanto me quedo a solas con ella, empieza a hablarme, no puedo dejar de
escucharla. Lo único que puedo hacer es darme la vuelta para no verla, pero aun
así la sigo escuchando: "Hazlo, hazlo, hazlo de una vez, maldito cobarde".

No sólo me anima a dar el paso, sino que, de alguna manera, ha metido todo el
plan en mi cabeza, cómo lograrlo. Ha sido ella la que me ha indicado los pasos a
seguir, y el plan es perfecto. No creo que pueda evitar someterme a su voluntad,
por mucho que me pese lo que quiere que haga.

Pero ¿qué pasará después? ¿Callará para siempre?

Sólo consigo escapar de ella cuando estoy a oscuras.

183. Mi corazón

Anoche lo hice.

Cansado de tanto dolor, de tantos altibajos, de tanto sufrimiento incomprendido
y de tanta sinrazón emocional, ayer decidí examinarlo de cerca. Con mucho
cuidado para no estropearlo, más de lo que suponía que estaba con tanto ajetreo
vital, lo extraje muy poquito a poco, y lo deposité encima de la mesa de cristal
del salón.

Era como lo pintaban en los dibujos de los libros de texto, rojo muy rojo, pero no
se parecía a como lo imaginan los enamorados, con esa perfección y esas curvas,
ni mucho menos con un pico en la parte inferior. Era más irregular, nada
uniforme, y tenía el aspecto de lo que es, una víscera, una parte orgánica de un
ser, y parece mentira que se lo asocie con los sentimientos humanos.

Lo observé.

Tenía marcas de guerra, por todos lados. Unas se veían bien cicatrizadas. Otras,
demasiado recientes, incluso alguna aún era una fuga importante de líquido vital.

Parecía duro, robusto, íntegro, macizo, pero, al cogerlo entre las manos, se
notaba frágil, vulnerable, indefenso.

Después de unos minutos observándolo, lo devolví a su lugar, y me sentí mejor.
Me conocía mejor ahora que había visto el motor de mi propia persona, con mis
propios ojos.

Me había visto a mí mismo.

184. Mi nueva casa

El cielo estaba negro desde ya no se sabía cuánto
No se recordaba la última vez que la vida pobló aquel lugar
El viento arrastraba nubes de polvo de un lugar a otro
Como un desierto de roca oscura y arena negra
El vacío llenaba la atmósfera

Todo aquello era la imagen de la soledad
Una fotografía de la muerte en toda su amplitud
Cuando todo desaparece queda la roca y el polvo

Los colores se fueron con la vida
Y la vida se fue de repente

Allí fui condenado.

185. Desapareces...

No estás-no existes-no contestas, no existes-no hablas, no existes-no buscas, no
existes-no saludas, no existes-no me miras, no existes.

Si no haces, no eres.

Es lo que eliges.

Entonces, ya no estás.

Ciao.

PD: Estoy convencido de que lo que te interesa es saber es si me afecta a mí tu
ausencia... ya no estás, no puedes saberlo.

Seguro que a ti sí.

186. Habitación con premio

Llegué tarde al hotel. Nada más montar en el taxi en el aeropuerto, le di la
dirección al conductor, y ni si quiera me fijé en por dónde me llevaba. Cuando
me bajé del coche, me vi en frente de una casa antigua, del siglo pasado, muy
bien conservada, y, con las escasas luces que iluminaban la calle, ofrecía una
imagen bastante misteriosa e inquietante.

El recepcionista tomó mis datos y me confirmó mi reserva. Después de
explicarme las características que tenía mi alojamiento por esa noche, me ofreció
la posibilidad de cambiarlo por otro.

El hotel disponía de una habitación que ofrecía un aliciente especial a los
visitantes. En esa habitación, a comienzos del siglo pasado, se cometió un
terrible asesinato. Una pareja fue degollada por un visitante y, fue tal la violencia
de los acontecimientos acaecidos en la estancia, que numerosas marcas y
destrozos quedaron por paredes y mobiliario que allí había.

El establecimiento ofrecía, cuando le era posible, alojarse en esa habitación tan
particular, con el añadido de que si, basándose en las evidencias que aún se
conservaban en sus enseres, el huésped era capaz de describir lo que allí pasó
durante aquella fatídica noche, la estancia le saldría gratis.

No lo dudé ni un instante. Pasé la noche en vilo investigando.

187. Vigilados desde arriba

Cada vez que pasa un helicóptero cerca de mi casa, me tiro al suelo, y, si hay una
mesa cerca, me meto debajo. Sólo con los helicópteros, no con los aviones,
porque estos normalmente sobrevuelan la ciudad mucho más alto, y no llega
hasta nuestros oídos su ruido amenazador.

No lo puedo evitar. Es simplemente su aspecto, la sensación de que si están ahí
es porque están vigilando, acechando, espiando, buscando... y si es así, es porque
algo encontrarán, y si encuentran, señalan y denuncian... y después viene el
castigo.

Son seres mercenarios cuya única labor es sacar los trapos sucios de la gente, y
comunicar por radio sus descubrimientos a las autoridades. Son ágiles, pueden
moverse en todas direcciones con rapidez y soltura. Pueden deslizarse entre los
edificios, rodear montañas, acceder a valles donde a los humanos nos costaría
llegar, iluminan en la oscuridad, persiguen y acechan con sigilo.

Crees que estás solo, te confías, te comportas con relajación, pero sin embargo
alguien, desde una posición que no te esperas, está observándote, grabándolo
todo, para que no te salgas con la tuya.

Desde que existen, el hombre ya no es libre, no tiene intimidad, y cualquier cosa
que haga es sabida por ellos, por los que lo controlan todo, por los que dirigen
los helicópteros.

188. Falta de identidad/personalidad

Alguien me dijo que iba a llover, por lo que cogí un paraguas.
Alguien me recomendó que invirtiese comprando en lugar de alquilar, por lo que
me metí en una hipoteca.
Alguien me dijo que iba a faltar la gasolina y la comida, por lo que llené
depósitos y despensas.
Alguien me explicó qué era lo que marcaba la moda, por lo que renové mi
armario.
Alguien me dijo que mi coche era muy goloso para los cacos, y me compré uno
feo y antiguo.
Alguien me dijo que el rock era la música del demonio, y desde entonces
escucho Cadena Dial.
Alguien me contó todo lo que era pecado, y que cometer pecado era malo, y
desde entonces soy puro y casto.
Alguien me dijo que debía dar gracias a Él por todo lo que tengo, incluso si me
lo he ganado yo, y ahora voy a misa todos los domingos.

¿Qué quién me dice estas cosas?

Algunos son conocidos míos, otros se llaman mis amigos, y a otros no los
conozco de nada ni ellos a mí, pero salen en la tele. Todos parecen estar muy
seguros de lo que me conviene.

El caso es que no ha llovido, tengo una casa que no puedo pagar, la fruta se me
pudre en la despensa, todos los años tengo que tirar ropa a la basura, el coche me
está costando un riñón en averías, cada vez odio más la música, mi vida es triste
e insulsa y todos los domingos me toca madrugar.

Pero estoy contento, porque todas estas personas me evitan tener que pensar en
cosas tan importantes sobre las que decidir, y consiguen que siga por el buen
camino sin esforzarme mucho.

Eso sí, no tengo ni puñetera idea de quién soy...

189. Vuelta a casa para empezar de cero

Se reinventó así misma. Lo hizo de una manera tajante, directa, radical, pero fue
ella. Se cogió a sí misma en brazos y se llevó a otro lugar, más seguro, más
limpio, más puro. Era un lugar conocido, antiguo, lleno de recuerdos, pero era un
lugar nuevo para ella. Allí se dejó, colocada en un sofá cómodo, para que se
impregnase de historia, de vida y de cariño.

Decidió empezar desde donde lo acababa de dejar, ella era quien era, pero había
vuelto a serlo hace poco, por lo que se replantó en tierra nueva, llena de
nutrientes.

Atrás quedaron las sequías y las tormentas, ahora tenía lo único que necesitaba,
su vida para empezar de cero, pero con todo lo vivido a sus espaldas. La corteza
de su tallo era más fuerte.

Era el paso definitivo y no podía salir más que bien, en casa, todo está bien.

190. A cero grados

Ni frío ni calor, como decía mi padre. Me ha dicho el médico que mi temperatura
corporal es cero grados. Nunca había visto antes algo parecido. Fui a visitarlo
porque mi mujer, al tocarme anoche, pegó un respingo en la cama por notarme
"helado como una bolsa de calamares congelados".

Aparte de la curiosidad del símil empleado, me levanté a ponerme el termómetro
y de verdad creí que estaba estropeado. Bajó y bajó hasta que llegó a su límite
físico. Es uno de esos clásicos de mercurio, nada moderno y digital.

Y es curioso, porque no noto ni fiebre ni nada parecido...

Ella, mi mujer, llevaba tiempo diciéndome que estaba distante, apático,
reservado... frío. Yo respondía que no pasaba nada, que simplemente volvía
cansado del trabajo y que no me apetecía hacer ni hablar de nada. Nunca pensé
que estas cosas llegarían a este extremo.

Intentaré recuperar "el calor en mi vida" como me ha recetado el médico.

Abrigaros bien.

191. Esta pelota no bota

No sé qué le ha pasado. Era normal, de plástico, brillaba un poco, si la apretabas
se hundía ligeramente bajo tus dedos. Normal.

La tirabas contra el suelo, y volvía a subir a tus manos. Si la tirabas más fuerte,
te superaba en altura, y bajaba de nuevo. Si la lanzabas contra una pared, en
seguida se acercaba dando saltitos hacia ti. Era muy obediente, muy formal, muy
normalita.

Ayer la cogí para jugar un poco con ella. La lancé hacia el suelo para empezar
con algo fácil, para recuperar la medida de su bote, pero no subió. Cayó y se
quedó pegada al suelo. La levanté de nuevo, y la lancé con algo más de fuerza.
Mismo resultado. La tercera vez lo hice por medio de un puñetazo. Me dio igual,
se quedó esperándome allí abajo. No la volví a levantar, si no que reaccioné con
rabia dándole una patada. Pegó en la pared y cayó como un peso muerto contra
el suelo.

Se lo conté a mi mejor amigo y me dijo:

-Probablemente ha perdido todo el aire ¿lo has comprobado?

192. Perdón

Siempre me dijeron que, para que alguien te perdonara, primero deberías ser el
responsable de lo que se te acusa, ya sea por acción o por omisión. Por eso no
puedo pedirte perdón por algo que no he hecho, aunque tú me lo reproches toda
tu vida, y me acuses de ello durante el resto de tus días. Sé que te duele mi
decisión, pero también sé que te dolería más la contraria, y aunque sea difícil que
llegues a saberlo, quiero decirte que a mí no me duele: me mata.

193. Más en ti

Quiero ser más parte de ti
quiero mezclarme más profundamente con tu interior
quiero respirar tu aire
quiero circular con tu sangre
quiero saborear lo que comes y sentir el frío en tus huesos.

Que me duelan tus golpes y llore por tus penas.

No te equivoques, no quiero ser tú, quiero estar contigo.

194. Matar o ver morir

Mi lado malévolo y rencoroso me planteó ayer, mientras nos tomábamos unas
copas en un bar de moda de la ciudad, mantener un debate durante la sobremesa
del domingo sobre un tema altamente interesante. Lo que me propone discutir es
lo siguiente:

Cuando un odiado enemigo, o alguien a quién tienes un especial rencor, acaba
hundido en la mierda hasta el cuello, víctima de sus propios actos irresponsables
y desconsiderados, ¿qué es más provechoso y saludable para tu propia
autoestima?: aprovechar su debilidad y rematarlo con un golpe certero y lleno de
rabia, o sentarse enfrente suyo, asegurándose de que se percata de tu presencia, y
verlo morir en su propia agonía.

La verdad es que la temática me fascina, y, conociendo a mi lado oscuro, creo
que la tarde promete.

Prometo publicar las conclusiones si así lo merecen.

195. La sonrisa de Alanis

Desde que la consiguió, la cuidaba como algo delicado, valioso y único. Y eso es
lo que era. Era un objeto único, y despertarse cada mañana teniéndola delante de
él, al lado de su cama, en su mesilla de noche, era lo que siempre había deseado
desde que la vio por primera vez.

Esa sinceridad, esa naturalidad, esa calidez, esa dulzura… era lo que
representaba el objetivo de su vida, y ahora era su dueño para siempre.

Durante una época, cuando aún no la había conseguido, pensó que quizás
equivocaba su objetivo, y que lo que realmente deseaba era a la persona, a la
mente que ejecutaba tal sonrisa, a la personalidad, a sus sentimientos, a su razón
de ser. Pero, finalmente, cuando la tuvo delante en persona, no en fotos o vídeos,
se dio cuenta de que no. Sólo su sonrisa era con lo que soñaba, no le importaba
lo que había detrás. No le importaba la persona. Su interés eran únicamente las
sensaciones que le aportaba la visualización de esos labios en el gesto exacto
para agradarlo, alegrarlo y complacerlo relajándolo.

Y por eso luchó tanto hasta que su deseo se hizo realidad.

196. Una propuesta de negocio

Dame un beso y te daré mi tiempo
dame un abrazo y te llevaré conmigo
dime que me quieres y te daré mi vida
demuéstramelo y seré tuyo para siempre.

Si te interesa este trato, házmelo saber.

197. Sentencia

Con fecha 2 de junio de 2008, se le comunica que ha sido declarado culpable de
los cargos de falsedad (por el establecimiento de una relación personal e íntima
en la que no creía), robo (por la incautación del tiempo y vida de un semejante
para su propio beneficio), tortura (al confesar sin miramientos su falta de interés
en la continuación de la relación a la víctima de sus fechorías), ensañamiento
(por no ser la primera vez que mantenía una relación con el sujeto en cuestión) y
menosprecio (por no ser capaz de sacrificar su propia vida en pos de un
beneficio que le resultase ajeno), por lo que se le condena a una vida solitaria,
desesperada y melancólica en lo más profundo de los infiernos, sin que ello sirva
de compensación para la afectada, a la que deberá indemnizar con el cariño y
dedicación que le ha negado desde el día de autos.

198. Bailando entre el fuego

Hay un demonio al fondo de la estancia que ríe a carcajadas, mientras aplaude al
ritmo de la música que los demás bailan. Está desnudo y su cuerpo es de color
rojo brillante. Está sentado en una pequeña banqueta y mira directamente al
grupo.

El fuego cuelga del techo, con las llamas creciendo hacia abajo, contradiciendo
cualquier ley física conocida, provocando que salten chispas que caen sobre el
suelo y los bailarines. Las paredes son negras, si es que en realidad existen,
porque no sería capaz de calcular las dimensiones de esta sala, ni sabría decir si
hay muros que nos rodeen. El suelo es de espejo, provocando un efecto diabólico
al reflejar los cuerpos danzantes rodeados por fuego por todos sus lados.

Extrañamente la temperatura no es alta, de hecho, hace bastante frío y mi cuerpo
tirita inconscientemente, mientras yo me abrazo a mí mismo intentando
conservar el calor de mi cuerpo a la vez que contemplo la escena.

La gente que baila va vestida absolutamente de blanco. A veces forman círculos,
otras veces bailan desordenados, y otras incluso forman parejas entre ellos. La
música es básicamente percusión e instrumentos de viento, y, aunque no varía
prácticamente nada, no se hace en absoluto monótona. Da la impresión de que se
podría escuchar durante días sin cansarse de ello.

Las caras de los protagonistas tienen una sonrisa absolutamente falsa, como si
les hubiesen tirado de los extremos de sus bocas hacia atrás y hacia arriba, y se
los hubiesen sujetado a la cara con unas pinzas de la ropa invisible. Bailan a
saltos o levantando una pierna, y después la otra, y sus brazos se mueven por
encima de sus hombros con las palmas de sus manos hacia abajo. Son diez o
doce, hombres y mujeres, de todas las edades. Parecen marionetas sujetas por
hilos invisibles.

Y el demonio ríe y ríe mientras aplaude.

Yo no sé por qué estoy aquí. No sé cómo salir de aquí. No sé cuánto tiempo llevo
aquí. En realidad, no sé si me quiero ir.

199. El final de... ¿la pesadilla?

Cuando me pidió que nos fuésemos a tomar un café, mi cabeza recordó todo lo
sucedido durante los últimos días...

Había estado acosándome desde la noche en que nos enrollamos en aquel bar.
Me pareció atractiva, y ella enseguida se lanzó al tema sin llegar casi a decirnos
nuestros nombres.

Me echó de su cama a la mañana siguiente, pero esa misma noche me llamó muy
arrepentida diciendo que me invitaba a cenar. Contesté que no se preocupase,
que son cosas que pasan en la noche madrileña, pero que no hacía falta la
invitación. Ya nos veríamos por la zona de bares otro día.

Me estuvo llamando durante toda la semana. Por la mañana al trabajo, por la
tarde, por la noche a casa... Al principio yo contestaba al teléfono, y ella insistía
en quedar para cenar. Yo le daba largas, alegando que entre semana me acostaba
pronto, pero incluso se ofreció a pasarse por mi casa con la cena hecha por ella.
Al final de la semana ya no contestaba a su número particular ni al que supongo
debía de ser el de su trabajo, que utilizó cuando vio que el otro ya no le servía.

Ese fin de semana salí por otra zona de la ciudad, y no dejé de mirar durante toda
la noche a ambos lados de la calle antes de cruzar la puerta de los bares.

El lunes siguiente, tenía un email suyo en el trabajo (ni idea de cómo se hizo con
la dirección) en el que la cosa tomaba ya tintes psiquiátricos. Me acusaba de
abandono del hogar, y empezaba a decir que debía cumplir con mis deberes
como esposo. Enseñé el email a varios de mis amigos, y todos me recomendaron
que lo guardase. Ése, y los que fueron llegando todos los días posteriores a
aquél.

Al fin de semana siguiente quedé con una vieja amiga, y ella se empeñó en salir
después por la zona donde conocí al citado elemento. Estuve toda la noche como
un paranoico mirando a mi espalda cada diez segundos. Ella se lo tomó de forma
divertida y yo acabé riéndome con ella de la situación. No sin creer ver a mi
pesadilla un par de veces en el fondo de alguno de los bares en los que entramos,
mirándome fijamente con cara de muy pocos amigos...

Al lunes siguiente, se presentó en la puerta de mi oficina a mi hora de salida. Y
me ofreció tomar un café, era algo importante. Pensé que decirla que no podía
desencadenar algún tipo de reacción violenta, y, además, hablando con ella en un
sitio público, me daría la oportunidad de ponerme serio e intentar cerrar la
situación, protegido de alguna manera por los testigos anónimos de cualquier
terraza.

Así lo hice. Durante el camino no hablamos prácticamente y dediqué mi tiempo
a buscar las palabras para ir poco a poco convenciéndola de que no debía seguir
con su paranoia. Cuando tuvimos los cafés encima de la mesa ella me soltó:

- Cariño, lo he hecho, he matado a tu amante, ¿ahora qué hacemos?

200. Dominio de pasión

Me encanta notar el efecto de cada uno de mis movimientos en ti.

Adoro la sensación de conocer tu cuerpo y controlar todos tus resortes, mientras
observo tu reacción a cada mínimo contacto de mis dedos.

Me vuelve loco saber de antemano que el roce de mis labios en ese lugar de tu
cuerpo y en un determinado momento provocará un gemido de placer en tu boca
entreabierta, mientras tus ojos se pierden entre las paredes y el techo de mi
habitación.

Me gusta detener por completo mi avance en un punto clave y mirarte a los ojos
para comprobar que sigues conmigo, mientras te ofrezco un beso para
intercambiar mi aliento contigo.

Sé cómo elevarte hasta el límite, mantenerte allí y bajarte suavemente sin aire,
mientras tu cuerpo tiembla esperando que todo acabe, pero tu mente me pide que
siga y que esto dure siempre.

Pero sobre todas las cosas, no cambio por nada el momento en que me abrazas y
cada músculo de tu cuerpo se contrae para descargar por toda la habitación tu
fuerza vital convertida en pasión, mientras tus ojos buscan a los míos y mi boca
confiesa que te lo haría de nuevo en cuanto tú me lo pidas.

201. Por la espalda

El hombre que acababa de recibir el balazo en la espalda cayó al suelo de frente,
como un árbol derribado por el golpe de un objeto pesado y contundente.

Durante unos minutos no se movió absolutamente nada.

Su figura estaba rígida y estirada en una postura bastante natural, como la que
adoptaría un borracho que hubiese decidido elegir ese lugar para dormir la mona.
De su espalda, del lugar del impacto de la bala, no se veía brotar ni una sola gota
de sangre, y simplemente se adivinaba el sitio exacto por el hueco ennegrecido
dejado por el proyectil. El tirador parecía haber apuntado al centro geométrico
de su espalda, centrado con precisión, por lo que debía haber afectado
directamente a su columna vertebral, y haber resultado mortal de necesidad.

De repente, comenzó a llover en el callejón en el que la víctima se encontraba
tirada. Rápidamente, el asfalto que le servía de lecho se cubrió con una fina capa
que le dio el brillo de espejo acostumbrado. Ahora la escena se semejaba a un
cuerpo humano servido en una gran bandeja de plata, para que un ser
monstruoso disfrutase del banquete, como podría hacer cualquier de nosotros
con un buen cochinillo.

Primero movió los dedos de una mano. Después, ese mismo brazo retrocedió
para apoyar la palma en el suelo. Luego de un rato en esa posición, consiguió
hacer fuerza para levantarse unos centímetros y poder despegar la cara del suelo.
Poco a poco fue recuperando la movilidad en su cuerpo, y segundos después
estaba de nuevo de pie.

Se limpió el traje como pudo, sacudiéndose con las manos el agua y la porquería
del suelo que se le había quedado pegada. Notó que tenía la espalda mojada, por
haber estado expuesta a la lluvia durante esos minutos. Al recorrerse la parte
trasera de su chaqueta, encontró el agujero y recordó por qué estaba tumbado en
medio de ese callejón. Se dio la vuelta buscando algún indicio de su agresor.

Dedicó unos segundos a reconocer el lugar, y pareció recordar los instantes
previos al disparo. Sonrió, se giró, y continuó su camino.

A estas alturas, un tiro por la espalda de cualquier cobarde no iba a acabar con él
tan fácilmente.

202. La gota

Desde hace mucho tiempo, cae una gota, a una misma baldosa, cada dos
segundos, calculo yo. Una de tantas baldosas que forman la acera del lado
derecho de la calle, justo debajo de la ventana de mi dormitorio.

Toc, toc, toc, toc.

Supongo que es una tubería defectuosa, una pequeña fisura que cala la capa de
cemento que la recubre, y que va soltando su contenido, impregnado con una
regularidad pasmosa.

Toc, toc, toc, toc.

Si te pones a pensarlo, en realidad son miles de gotas las que se crean y se
destruyen cada día en esos pocos metros que separan el techo de ese lugar, con el
fin al que se precipitan todas ellas, y todas idénticas, una tras otra. Destinadas a
un recorrido tan corto y tan predecible.

Toc, toc, toc, toc.

A veces me pongo a pensar, acompañado por su periodicidad, mientras intento
conciliar el sueño, y creo que son personas cuya vida se limita a seguir un
patrón, una norma social, un guion de lo que se debe hacer, e identifico algunos
de ellos de entre la gente que me rodea a diario. Veo su vida, desde que son
creados en el extremo de una tubería, hasta que se precipitan contra una fría
baldosa.

Toc, toc, toc, toc.

Camino recto, sin problemas, aspiraciones justas, trayectoria definida, cortados
por el mismo patrón, indistinguibles unos de otros, por un período de tiempo
preestablecido, idénticos, correctos... inexistentes por no singulares.

Y así hasta que me quedo dormido.

203. Parresia

Maldita tu belleza que me impide conciliar el sueño a tu lado
Maldita tu sonrisa que me atormenta en cada esquina de la casa
Maldito tu cuerpo que se amolda al mío cuando te abrazas a mi
Maldito tu olor que me invade hasta impregnar mis pulmones de ti

Maldito tu pelo que dibuja el contorno de tus malditas facciones
Malditos tus ojos que se iluminan cuando me descubren observándote
Malditas tus piernas que al unirte al suelo te hacen parecer un ser como cualquier
otro
Maldita tu presencia a mi lado que me hace olvidar todas mis preocupaciones

Maldita tú, cariño

204. Forzando la situación

Ayer me llamó.
Me pidió explicaciones, pero no se las di.
Creo que no tengo que explicar nada.

Hoy quiero quedar con ella, me apetece verla.
Iremos al cine, cenaremos en un sitio bonito y posiblemente pasaremos la noche
juntos.

Mañana le volveré a mandar flores al trabajo.
Me gusta que me llame a media mañana.

205. Dos vidas se cruzaron...

Esa noche lo seguí un poco más de cerca que de costumbre. Quería que, llegado
el momento, la distancia entre nosotros fuese la mínima necesaria, no quería
arriesgarme.

Yo llevaba el cuchillo escondido dentro del abrigo y había visualizado más de
mil veces cómo iba a hacerlo.

Hacía días que no me planteaba ya las razones que me habían llevado a
decidirme a acabar con él, y en realidad, no creo que fuese capaz de explicarlas
en ese momento. Simplemente me había mentalizado de ello, y mi cabeza no
hacía otra cosa desde días atrás más que perfeccionar el plan, la estrategia,
diseñar el momento y la manera.

Él caminaba despreocupado, como siempre, en dirección a su casa. Desde que lo
observaba, no había modificado lo más mínimo su rutina diaria, su trayecto
desde que salía tarde del trabajo y volvía a casa, solo, a cenar y acostarse.

Me parecía un tipo triste, sin vida, convencional, y quizás eso me hizo adivinar
de alguna manera por qué se había cruzado en mi camino, provocando lo que yo
estaba a punto de hacer. Supuse que alguien así no encontró otra manera de
animar su triste y lamentable existencia que buscando alguien a quien envidiase,
por ser lo que a él le gustaría ser, e intentar igualarlo en su desgracia.

Pinchó hueso conmigo, y no lo sabía aún, pero lo sabrá.

Ni siquiera me conocía, no me había visto nunca, de hecho, lo único que sabía es
que yo vivía en otra ciudad lejana de la suya. Pero un minuto después lo iba a
saber todo, por un instante.

Qué irresponsable, no se ha vuelto a mirar atrás ni una sola vez. Ya estaba
abriendo el portal...

206. Por una barra de pan

El primer día, cuando salí de la tienda de alimentación en la que, como todos los
días, había comprado la barra de pan que me serviría de cena, convenientemente
rellena de algún tipo de carne, me di cuenta de que la dependienta, esa que
protagonizaba mis sueños más eróticos desde hacía meses, había escrito un
número de teléfono móvil en el dorso del ticket que me entregó con las vueltas
de mi compra.

El descubrimiento de esos dígitos, trazados de manera rápida con un sencillo
bolígrafo azul, provocó que me detuviese inmediatamente en mi camino a casa,
encontrándome precisamente en ese momento cruzando los dos carriles por
sentido que forman mi calle, con el consiguiente susto provocado por el claxon
de un autobús que no entendió mi reacción ante el hallazgo.

Una vez pasado el sobresalto, mi corazón mantuvo el ritmo acelerado, aún
motivado por el único motivo que mi cabeza adivinaba a deducir como causa de
que yo dispusiese de tal número en un papel entregado por tan espectacular
dama. Toda la noche la pasé pensando en qué hacer, bueno, más bien,
animándome para hacer lo que quería hacer, pero sin encontrar la valentía
necesaria para marcar ese teléfono. Tal fue mi obsesión con el papelito, que ni
tan siquiera consumí un simple pedazo de la barra de pan que me había brindado
la oportunidad de ser agraciado con tan deseado premio.

Al día siguiente, como cualquier otro macho hispánico, compartí mi dicha con
otro ser de mi especie, conocedor de mis babeos previos al evento por la
susodicha dependienta, el cual manifestó su sorpresa ante el trozo de papel
mostrado e incluso ciertas dudas sobre su autenticidad, pero acabó felicitándome
por el logro, y me animó a hacer uso de la información delante suyo, para poder
ser espectador de tan inusitada conversación.

Fue la posibilidad de tener público ante, al fin, un éxito personal de tamaño
calibre, la que me hizo marcar tan admirado número de teléfono, y esperé el fin
de los tonos de llamada con una mezcla de nerviosismo, miedo, ilusión y un
gesto similar al de alguien que espera un golpe en la cara y se coloca de forma
especial, como si eso le fuese a mitigar el dolor.

Al final, oí su voz al otro lado:

- ¿Sí? ¿Quién es?

No supe qué responder.

207. Mi llave no entra en la cerradura

Ayer, cuando entré en casa, volviendo de trabajar, viví una de las experiencias
más extrañas que recuerdo en mucho tiempo. Al intentar abrir la puerta de casa,
me di cuenta de que la cerradura no era del mismo tipo que la llave que siempre
había utilizado, de tal manera que ni siquiera entraba en el lugar dedicado para
ello, debido a que su forma no era ni similar a la necesitada.

Retrocedí un paso, para comprobar el piso y la letra de la puerta, pero no había
error, ese era mi piso. Ante el desconcierto que me provocaba la situación, no
supe qué hacer, hasta que decidí algo absurdo en principio: llamar al timbre de la
casa donde yo vivía solo.

Esperé unos segundos. Cuando ya pensaba que era ridículo esperar a que alguien
me abriese mi propia casa, a pesar de que no podía dar ninguna explicación al
asunto de la cerradura, escuché como alguien abría el cerrojo de la puerta. Mi
corazón dio un vuelco. Creo que, desde ese instante hasta segundos después de
que la puerta se abriese por completo, ningún órgano de mi cuerpo ejerció su
función vital, ni una gota de sangre circuló por mis venas, ni un poco de aire se
movió en mis pulmones.

Ante mi tenía a un auténtico mayordomo, vestido con su uniforme
reglamentario, con su cara seria. Me reconoció al instante, se apartó a un lado y
me saludó con un Buenas tardes Señor, Bienvenido a casa. De nuevo la parálisis.
Pero él no reaccionó, simplemente esperó.

Finalmente me decidí a entrar, en mi casa, suponía, y efectivamente. Todo en su
interior estaba amueblado y decorado como lo había dejado esa misma mañana,
pero mucho más ordenado y por qué no decirlo, increíblemente limpio y
reluciente. El mayordomo me recogió el abrigo, lo colgó en el perchero de la
entrada. Me preguntó si me apetecía tomar algo, le contesté que un whisky con
hielo, me preguntó que si bourbon, como siempre, y le respondí que sí, pero me
quedé con las ganas de que me aclarase eso de Como Siempre. No me atreví.

Me senté en mi sofá de leer, donde paso las tardes después del trabajo hasta la
hora de cenar, y el mayordomo apareció a los pocos segundos con mi copa. Me
la entregó con un gesto sumamente elegante, mezclando el acercamiento de la
bebida con una reverencia, conservando el brazo libre a su espalda. Qué tal en
La Oficina hoy, Señor, me preguntó. Me volvió a dejar helado, paralizado.
Decidí beber un buen sorbo del bourbon mientras cerraba los ojos, esperando
que el impacto del alcohol en mi cuerpo me hiciese reaccionar y volver a la
realidad que esta alucinación estaba cubriendo desde hacía ya no sabía cuánto
tiempo.

Cuando volví a abrirlos, despacio, saboreando la quemazón por mi esófago hasta
mi estómago, el mayordomo ya no estaba. En efecto, estaba en mi sofá, sostenía
una copa de whisky exquisito, y mi abrigo se encontraba colgado del perchero.
Pero el mayordomo había desaparecido. Me levanté de mi sitio y comprobé que
el ligero desorden y la familiar capa de polvo habían vuelto a su lugar, donde
esperaba haberlos encontrado a mi llegada, donde los dejé esa mañana. Esta vez
mi circulación, en lugar de detenerse unos segundos, comenzaba a acelerarse
indomable.

Mi cabeza solo pensaba en una cosa, debía comprobarla. Tenía que saber si eso
también había sido parte de la ilusión que se acaba de esfumar. Abrí la puerta
con un rápido gesto y sí, la cerradura volvía a ser la misma. No me privé de
sacar las llaves de mi bolsillo y comprobarlo.

Intenté terminar la tarde como un día normal, sin tratar de buscar una
explicación razonada a lo que había vivido, confiando en que, con el paso de las
horas, todo quedaría en un recuerdo fugaz, como una imagen mental que se
recuerda borrosa o un sueño breve que se va difuminando y perdiendo sus
detalles hasta desaparecer. No pude concentrarme en tareas como leer o trabajar,
ya que mi cabeza en seguida se desviaba a repasar los acontecimientos de esa
tarde, por lo que me dediqué a tareas domésticas como limpiar (sí, quizás había
un poco de remordimiento por la imagen vista en la alucinación), recoger y
ordenar. Al final de la tarde, justo antes de empezar a hacer la cena, decidí bajar
la basura.

Así lo hice, y cuando ya salía del cuarto de basuras de la comunidad y me
encaminaba de nuevo hacia las escaleras, la vecina del quinto apareció dispuesta
a coger el ascensor. Me saludó amablemente y se metió en la cabina. Justo
cuando daba mis primeros pasos por las escaleras del edificio, volvió a asomarse
mi vecina y, de nuevo, provocó mi parálisis corporal. Me dijo:

- Una cosa vecino. Esta mañana bajé a pedirle un poco de arroz, porque me
había quedado corta para la comida de los niños y no me acordé de que usted
trabajaba los sábados últimamente. Afortunadamente, no sabía que trabajaba
para usted ese señor tan amable en las tareas de la casa. Por favor, dele las
gracias usted de mi parte por su amabilidad, me hizo sentir como una invitada en
el Palacio Real. Ha hecho usted muy bien contratando sus servicios. Buenas
noches.

Cuando llegué tambaleándome a mi puerta, mi llave volvió a no encajar en la
cerradura.

208. ¿Está claro?

Déjalo, para ya, ella no quiere, no insistas, te ha dicho que no demasiadas veces.
No va a cambiar de opinión, está segura, no se lo quiere pensar, lo tiene
decidido, no está interesada, tiene cosas mejores que hacer, no cree que merezca
la pena. Mañana también va a pensar lo mismo, no la conoces tan bien como
crees, para ya, es el final, acéptalo. Por tu bien.

Me estoy cansando.

209. No os habéis preparado

Las autoridades están avisadas, yo no puedo hacer más. Cuando la desgracia
suceda, yo habré intentado todo lo que estaba en mi mano por prevenir a quien
corresponde. Eso no quiere decir que mi conciencia esté tranquila, pero no he
encontrado manera humana de que me hiciesen caso, de que mis premoniciones
parecieran creíbles para quien debería preparar la situación para reducir el
impacto de lo que viene.

Nunca he tenido una gran credibilidad entre los que me rodean. Siempre me han
tratado como un fantasioso, un alucinado, un paranoico, y supongo que esa fama
ha ido extendiéndose por toda la ciudad de manera que ahora nadie creería una
sola palabra de lo que yo dijese. Los prejuicios van a ser los culpables de que la
desgracia sea mayor de lo que podríamos haber conseguido entre todos, con un
poco de compresión y confianza en mí, pero ahora ya no queda nada por hacer.

Está todo en sus manos, pero por su actitud puedo esperar lo peor. No queda
nada. Ahí viene, Dios mío, es peor de lo que imaginé...

210. No hay nadie más

Nadie en el salón, nadie en el dormitorio principal, no hay nadie.

He mirado en las otras habitaciones, incluso en la cocina, pero no he encontrado
a nadie, nadie.

Me asomé por la ventana para comprobar el jardín, pero tampoco he visto
movimiento allí. Después abrí los armarios, revisé todos sus rincones, sólo
encontré cosas mías. Los cajones estaban repletos de mi ropa, y de las perchas
sólo cuelgan mis camisas y trajes. Las estanterías de la sala de estar tenían mis
libros, todos ellos, los leídos y los pendientes de leer. Además, encontré mis
discos, CD's y mis antigua casetes. La música de toda mi vida, allí estaba, pero
nada más. El cuarto de baño contiene todas mis cosas, mis toallas, hasta mi ropa
sucia.

Es inútil, no hay nadie más, no hay rastro de ninguna otra persona en esta casa.
No consigo entenderlo.

Estoy solo. ¿Cuándo me acostumbraré a ello?

211. Una ola gris blanquecina

¿Cuánto hacía que no te mirabas en el espejo?

De acuerdo, cada mañana te miras frente a frente, si no, no hay manera de
afeitarse en condiciones. Me refiero al tiempo que hace que no te miras con
detenimiento, que no te observas, que no buscas diferencias desde la vez anterior
que lo hiciste, que no te comparas con la imagen mental que tienes de ti mismo.

Mucho tiempo.

Y te das cuenta porque las diferencias son enormes. Tu cuerpo no es el mismo,
se nota que ya no eres un chaval. Antes era fácil llevar una vida despreocupada,
salir hasta tarde, comer y beber lo que se antojase, y dormir lo justo para tenerse
en pie. Ahora puedes ver cada cerveza y cada fritanga en tu cintura, y los
domingos se hacen duros, al igual que las mañanas de los lunes, y el resto de la
semana, para qué engañarnos.

Pero lo que más te llama la atención es tu cara y lo que la rodea. Pareces
cansado, desgastado, no tienes la vida de hace unos años. Se te notan los
kilómetros en el exterior, como un coche que llevase el motor al aire. Se te han
descolgado las facciones, como si se te hubiese olvidado durante algún tiempo
apretarte el equivalente a los cordones de los zapatos, y ahora llevases toda la
cara floja, sin tensión, dejada.

Hay algo te hace dar un vuelco al corazón: tu pelo. En principio no lo habías
notado, pero, al usar tu mano para comprobar la densidad del cabello, ves lo que
se esconde en las capas inferiores. Una ola gris blanquecina está ganando terreno
en esa selva de la que siempre presumiste. Ese no eres tú. Te estás transformando
en algo diferente a ti, estás cambiando de color. Siempre habías tenido una o dos
canas graciosas, pero hay zonas en la que ya son mayoría. Te viene a la cabeza
esa expresión típica para salir del paso, las canas te hacen interesante. Pero no te
esperabas algo así, esa situación tan avanzada, ese descontrol del transcurrir del
tiempo, esa premonición de tu deterioro.

Durante unos segundos, quizás minutos, qué más da, te quedas mirándote, con la
mano en tu pelo, la cabeza ligeramente ladeada. Tu cara tiene una expresión que
ya ha pasado del asombro al "qué esperabas". En realidad sabes que ése que
tienes delante eres tú, que te has negado a mirarte durante mucho tiempo, que te
has evitado a ti mismo. Piensas en ello. No hay nada extraño en lo que ves, eres
tú, hoy has dormido poco, quizás no es el mejor día para hacer este análisis, no
has dormido mucho, estás cansado de tu trabajo. Pégate una ducha, acicálate un
poco y vuelve a mirarte. Lo verás de otra manera.

Si algo tienes claro es que, a partir de ahora, en los años que te quedan por
delante, te preocuparás de mirarte en el espejo más a menudo, te contemplarás,
te observarás, sabrás quién eres cada día, para no volver a sorprenderte otra
mañana y no ser capaz de reconocerte en al verte frente a ti.

212. Buenos días cariño

Tres, cuatro veces hicimos el amor esa noche.

No lo recuerdo como una jornada loca de pasión, sino más bien como la entrega
definitiva. Nuestras mentes habían estado trabajando el momento desde días
antes, perfilándolo, diseñándolo, como si se tratase de una actuación esperada
desde hace tiempo ante el público que puede decidir la carrera de un artista de
por vida. El deseo era tal llegado el momento que las palabras que lograron salir
de nuestros labios se fundieron con los gestos, las caricias y los besos, que
revelados aquí o ante cualquiera carecerían de sentido y parecerían obra de dos
locos.

Los cuerpos no fueron capaces de separarse un sólo instante esa noche, ni tan
siquiera en los momentos de relajación y recuperación posteriores al frenesí,
temiendo que la pérdida del contacto durante un mínimo instante pudiese
hacerlos despertar del sueño que estaban viviendo tan intensamente.

Las mentes no fueron conscientes de sí mismas ni de sus actos en todo el tiempo
que duró el ritual, únicamente de lo que tenían entre sus dedos y entre sus labios,
centrándose en disfrutarlo como siempre habían deseado para elevarse hasta
alturas muy lejanas al mundo del que provenían.

Empapados en sudor, mezclados el uno con el otro, pasamos la noche.
Abrazados, plenos y felices, despertamos horas después. Lo primero que hicimos
fue mirarnos a los ojos, sonreír, y darnos los buenos días.

213. Se desnuda ante mi

Cerré los ojos y la vi desnudarse.

Primero se quitó el fino jersey que le marcaba la figura, despacio, por la cabeza.
Es de las personas que lo saca directamente por la cabeza, sin antes liberar los
brazos por las mangas. A veces se le queda encajado, y me pide ayuda entre risas
para liberarla, porque sabe que al final se encontrará con un beso cuando sus
labios vean la luz de nuevo.

Después cambia al pantalón, primero el botón, sus manos rozan su piel, y
después los desliza por sus caderas, dejando al descubierto su minúscula ropa
interior que por sí sola sería capaz de acelerar el corazón de cualquier
moribundo, por muy pocas fuerzas que le quedasen. El pantalón se resiste a salir,
es su segunda piel, y le entiendo; saber que te tienes que despedir de su tacto
hasta, con suerte, el día siguiente, debe de ser difícil de aceptar. Para mí lo es.

Después, la camisa. Desabrocha los botones con sus pequeños dedos, uno a uno,
por orden y sin prisa, y su piel vuelve a asomar más suave que nunca,
acompañada de nuevo de una prenda que oculta sus más preciados frutos de las
miradas impertinentes, pero que no hace más que disparar mi imaginación y
desear que termine de una vez. Eso también va fuera, lejos, que no moleste.

Y la veo entera, completa, suave y tierna. Y la disfruto, y la recuerdo, y a su
tacto, y a su olor.

Es el momento de abrir los ojos. Nunca me gustó verla ponerse el pijama.

214. The day I tried to live

El día que intenté vivir, me desperté como otro día cualquiera.

Nada más saltar de la cama las voces me dijeron que debía intentarlo, que era mi
última oportunidad. Lo entendí inmediatamente, y salí a la calle a sonreír a mis
semejantes y a empaparme del amor que se respiraba por la ciudad.

A mitad del día me faltó el aire, y mi piel empezó a tornarse de un extraño color
azul. Comencé a golpearme con las paredes sin control, mis huesos se rompieron
y mi sangre salió de mi cuerpo a borbotones.

Acabé tirado en un contenedor cuando el sol empezaba a ocultarse en el
horizonte, y no fui capaz de saber qué es lo que había hecho mal.

Al día siguiente, cuando me desperté como todos los días, decidí ir a trabajar y
no complicarme la vida.

PD: Lo que hace volver del trabajo escuchando el SuperUnknown. RIP Chris

215. Tú también puedes ser un guionista de éxito

Yo soy guionista de cine. He tenido bastante éxito, colaborando en las películas
más famosas del país. Todos los directores se disputan mi trabajo, y los críticos
me alaban cada vez que una de mis colaboraciones ve la luz, por muy pésimas
que sean las actuaciones del reparto seleccionado para darles vida.

Muchas veces me preguntan de dónde saco la originalidad, cómo soy capaz de
inventarme historias tan diferentes, crear personajes tan bien definidos, tejer
situaciones tan realistas, terminar con finales tan inesperados y sorprendentes.
He contestado de diversas maneras, pero nunca he dicho la verdad. Contar de
dónde sale todo esto que escribo me parece igual que dar la fórmula de la Coca
Cola, descubrir mi secreto y convertirme en uno más, alguien a quien cualquiera
podría imitar y, en poco tiempo, transformar aquello con lo que conseguido
triunfar en mi vida en lo más vulgar y común que se pueda encontrar en los
cines.

Cuando encuentras algo maravilloso, aunque no te pertenezca, al igual que
cuando descubres la manera de hacer algo extraordinario, aunque en realidad no
requiera ninguna habilidad especial o estar particularmente preparado para ello,
lo aprovechas hasta que tu conciencia te hace ver que tu actitud es egoísta e
insolidaria, o, simplemente, te cansas de ello.

Pero ahora te lo voy a enseñar a ti. Te voy a decir la fuente de toda mi
creatividad. Por ser tú, porque me importas. Siéntate y observa.

216. De compras

Ayer me compré una vida. Estaba bastante cansado de la mía, y no encontraba la
manera de remendar los desconchones que con el paso de los años se habían
hecho, y las soluciones que me daba la gente para poder repararla nunca llegaron
a funcionar. Así que me decidí. Cogí la tarjeta de crédito y me lancé de tiendas.

Nunca me ha gustado ir de compras, pero en este caso, por un asunto tan serio,
me tomé mi tiempo. De hecho, estuve toda la mañana de tiendas hasta la hora de
comer, y aún continué un rato más después, hasta que definitivamente me decidí
por una de las que había visto.

Me probé prácticamente todas las marcas, modelos, tejidos, estilos, colores... no
quería equivocarme con algo así. Pregunté a los vendedores cuáles de las que
disponían en su almacén, tenían mejor aceptación por sus clientes, y me aseguré
de que, una vez elegida, me la ajustarían a medida según mis deseos.
Simplemente quería que me sentase como un guante.

Me la llevé puesta, y la lucí de camino a casa por toda la ciudad, ya que volví
andando para disfrutar de su tacto y de su brillo, resplandeciente como era en su
primer día de vida.

Y os preguntaréis qué hice con mi anterior vida. La tengo colgada en el armario,
metida en una funda. No me pienso deshacer de ella. Quizás me la ponga algún
día por nostalgia, o puede que definitivamente me olvide de ella y se quede para
siempre en ese lugar. En cualquier caso, todo lo que ha pasado por ella es
suficiente para que la respete y la cuide como el primer día, aunque ahora mismo
haya decidido buscarle sustituta.

217. Soy el felpudo de la puerta en esta casa

Ahí viene de nuevo, espero que esta vez dure menos. Cada vez que lo hace, me
duele todo el cuerpo durante días.

Es tan desagradable, pero es mi obligación, soy suya, está en su derecho.

Dios ya empieza.

Me siento fatal cuando lo hace, no cuenta conmigo para nada, simplemente se
preocupa de él, no de mí. Hay días que dura muy poco. Termina y se va. Y yo
me vuelvo a quedar sola. Otros días se entretiene más tiempo conmigo, se ve que
viene con más fuerzas o con más ánimo, y se recrea en su propio placer.

Le veo que cierra los ojos, no sé qué se imaginará mientras lo hace. Ya estoy
acostumbrada. Supongo que lo necesita para poder hacerlo.

Sabe que estoy aquí todos los días, por si le apetece. Cuenta con ello, se lo ha
ganado.

218. Hasta la vista

Querida familia y amigos:

Os envío esta carta para comunicaros que me voy, me voy lejos, no os diré
dónde, al menos de momento, pero que sepáis que no me encontraréis en esta
ciudad.

Os escribo estas líneas para que estéis tranquilos, para que sepáis que voy a estar
bien, que es lo que quiero, y que no se me ha ido la cabeza.

No me voy solo, me voy con ella. No la conocéis, es alguien que encontré hace
poco y con quien he ido viviendo algo en secreto, algo que ha crecido muy
rápidamente y que nos ha llevado a tomar esta decisión. Sé que parece una
locura, pero estamos muy seguros de lo que hacemos y sabemos que es lo mejor
para nosotros.

No dejo nada, lo he vendido todo, prefiero no dejar rastro, ni nada que pueda
crear disputas entre vosotros por apoderarse de ello. Todo lo vamos a empezar
desde cero, tal y como lo hicieron nuestras vidas cuando nos encontramos hace
pocos meses, aunque vosotros no fuisteis conscientes de ello.

Por esa misma razón, por no haber estado tan cerca de nosotros como para
haberlo compartirlo, os informo de esta manera, creo que es suficiente. En
cualquier caso, sois los únicos, vosotros, los que leéis esta despedida, los que
directamente sabréis de ello, por lo que deberéis informar a todos aquellos que se
pudieran ver afectados por mi partida.

Tarde o temprano sabréis de mí, de lo que hemos construido, y os dejaré
asomaros levemente a este nuevo mundo que hemos diseñado y que ahora no
creemos que se pueda desarrollar a salvo en el entorno que todos vosotros y
nuestra vida hasta hoy formáis.

Nos veremos. Tranquilos, soy feliz.

219. La peor de las torturas

Es un sueño que se lleva repitiendo años, y que me atormenta a menudo durante
las noches solitarias en mi apartamento. Me he decidido a plasmarlo en estas
líneas como un acto desesperado que pueda liberarme de esta pesadilla, o al
menos ayudarme a buscar un significado que me aleje de la obsesión.

En el sueño conozco a una chica especialmente guapa con unos rasgos limpios y
serenos, y una sonrisa brillante y alegre que me cautiva a los pocos segundos de
presentarse ante mí. Cada vez me la encuentro en un sitio diferente, en unas
circunstancias distintas, y su personaje y el mío tienen situaciones personales
variadas.

Pero siempre somos ella y yo, y siempre pasa lo mismo cada vez que nos
encontramos en estas vidas paralelas que tantas veces hemos vivido.

Las horas siguientes a conocernos se convierten en planes improvisados y
actividades conjuntas, que también varían de una versión a otra. Desde viajar
juntos, ir a un espectáculo, hasta simplemente pasear por un parque o tomar algo
en la terraza de un bar. Cuando se acerca la noche, también solemos acabar de la
misma manera, aunque en sitios diferentes, los dos solos, en un rincón íntimo y
solitario y bajo un cielo estrellado.

Hasta aquí todo fantástico, maravilloso. Cada vez que me veo envuelto en este
sueño, lo disfruto hasta ese momento como ningún otro.

Cada vez que disfruto de este sueño, no recuerdo su final tan angustioso.

Es en el preciso momento en el que nuestras miradas reflejan el deseo del
contacto, la necesidad de la proximidad de nuestros labios, cuando la pesadilla
comienza. De una u otra manera, ese momento surge, y aproximamos nuestras
bocas para darnos el primer beso, ese tan especial y tan deseado que se recordará
con especial ternura y calidez cuando nos separemos por primera vez y
repasemos ese día tan especial.

Cierro mis ojos, me ayudo suavemente con mi mano en su barbilla para acercarla
a mí, pero cuando el contacto debe producirse, no sucede. Mi cara traspasa la
suya como un fantasma y no soy capaz de sentir el más mínimo contacto de sus
labios en los míos. Siempre ocurre lo mismo, y siempre me separo de ella
alarmado, confundido y decepcionado. Lejos de reflejar en su cara la misma
sorpresa que la mía, ella simplemente me mira y me sonríe. Lo intento de nuevo,
ella no me lo impide, pero se repite la situación y la condena. Después de varios
intentos, decido abandonar el lugar con ella.

Mientras caminamos en busca de otro sitio acogedor, mi cabeza intenta encontrar
una explicación. Ella me tira de la mano, me vuelve hacia sí, y comienza el gesto
para darme un abrazo. Pero de nuevo, mis brazos la atraviesan como un ser de
aire y no soy capaz de sentir el contacto placentero de sus brazos en mi cuerpo.

Mientras, ella sólo sonríe.

¿Será un problema exclusivamente mío? ¿Estará ella sintiendo los besos y los
abrazos que le doy y soy yo el único de los dos que no puede disfrutar de esta
relación?

Durante horas el sueño continúa y ella me muestra su amor por mí en
innumerables ocasiones, pero yo soy incapaz de notar su piel junto a la mía. Lo
intento constantemente y ella lo interpreta como un acto de amor apasionado, no
poder despegarme de ella.

Mi desesperación crece y crece, por no poder tener a la persona que amo y por
no ser capaz de explicarle mi carencia, por no poder compartir con ella lo mismo
que ella siente, por no poder sentirla como ella a mí.

Termino despertando sobresaltado, triste, y solo. Es la peor de las torturas.

220. Persiguiendo a un extraño

Según me contó ella, llevaba tiempo haciéndolo. Al principio no la creí, pensé
que me estaba tomando el pelo. Al fin y al cabo, estábamos en un bar del centro
un sábado por la noche, por lo que la diversión y el entretenimiento era el
principal objetivo del momento.

El sitio era uno de los que frecuentábamos por entonces cada fin de semana. Un
sitio antiguo, bohemio, con clientela fija, en el que se bebían vinos y la
decoración no había cambiado en las últimas décadas. Las paredes estaban llenas
de fotos de actores, actrices, escritores e incluso toreros. Todas en blanco y
negro, como correspondía a un lugar así.

Ella me empezó a hablar de él cuando ambos lo vimos entrar por la puerta. Su
figura nos llamó la atención a los dos, vestido de negro de arriba a abajo, con
una capa y un sombrero del mismo color. Se despojó de las ropas de abrigo y
enseguida encontró con quién sentarse. Podría haberse sentado en cualquier
mesa del bar, todo el mundo le conocía.

Inmediatamente, mi amiga me empezó a contar la historia. Ella lo había estado
observando tanto como yo, somos gente que se fija en lo que les rodea en
cualquier momento, y desde entonces se había interesado por él. Primero en su
imagen, que destacaba entre el resto de los visitantes del local, para después
hacerse una idea de él como una persona solitaria, bohemia, tristona, que
inmediatamente le hizo sentir una gran atracción por conocer más sobre su vida.
Se inventó que su desconocido era artista, pintor o quizás escritor, y que vivía en
un piso del centro, quizás en una bonita pero destartalada buhardilla cerca de la
Plaza mayor.

Me confesó que hacía días que había empezado a seguirlo, cuando se cruzaba
con él por la ciudad, cuando lo veía salir de algún bar. Se empeñó en saber si su
imagen de lo que podía ser la vida que había imaginado para él se correspondía
en algo con la realidad. Se había creado un personaje a partir de una imagen,
desde unos mínimos rasgos tomados de una persona real, de carne y hueso, y no
podía resistir la idea de no saber si estaba de alguna manera cerca de lo que en
realidad era.

Yo conocía muy bien a mi amiga, sabía de su fantástica y prolífera imaginación.
Había pasado horas con ella sentados en una mesa de un café creando las vidas
de cuantos nos rodeaban a nuestro antojo. Habíamos inventado diálogos entre
dos personas sentadas unos metros más allá, y nos habíamos divertido dibujando
con palabras a las mujeres de los hombres que bebían solos en la barra y
gastaban sus ahorros en la máquina tragaperras.

Pero esta vez era diferente. Estaba empeñada en averiguar la verdad, la ilusión
que había creado, como tantas otras veces, no era suficiente para ella. No podía
soportar el no saber, el pensar que estaba equivocada. Manifestaba una ansiedad
y frustración por el desconocimiento de la verdad que cualquiera hubiese
pensado que tenía algún interés personal en aquel personaje. Pero era
simplemente uno más de los que nos rodeaban cada noche. La diferencia no
estaba en él, sino en ella. Por alguna razón, ya no podía soportar la
incertidumbre, el no saber, no tenía paciencia. Llevaba algún tiempo sin
compartir una conversación personal y despreocupada con ella, y me pilló
bastante de sorpresa la situación. Había pensado que, como cualquier otra
persona, la edad y la experiencia le habrían aportado aún más paciencia y
capacidad para disfrutar del discurrir del tiempo sin prisa, pero la situación era
completamente la contraria. Por alguna razón que no llegué a descubrir, ella se
había convertido en un ser nervioso, ansioso, temeroso, desconfiado e inseguro.
No dejé de preguntarme durante semanas qué habría pasado en su vida para
rendirse a la tensión y al estrés del día a día.

El próximo sábado volveré a la ciudad, y volveré a sentarme con ella en el
mismo bar. Quizás me resulte difícil hacerlo una vez más, pero espero descubrir
por qué he perdido a una persona tan especial y tan peculiar, que contribuyó a
crearme una vida repleta de sueños e ilusiones que, por lo menos yo, he llegado
a disfrutar mucho más de lo que imaginé.

221. Te echa de menos

Mi cama te echa de menos, me lo dijo ayer. Se queja de falta de compensación
en los pesos, de necesidad de equilibrio. Además, dice que se aburre, que las
noches son todas iguales, y que necesita un poco de acción.

No la cuido como cuando estabas tú, no me preocupo por ella cada mañana ni
estoy atento para que su imagen sea agradable a la gente que viene de visita.
Sólo hay cosas en una de las mesillas y zapatos a uno de sus costados.

Te echa de menos, me dijo que te lo comunicase.

Ves, otra razón más para que vuelvas, si de verdad te importa.

222. Comerte

Comerte
Devorarte
Saborearte
Disfrutarte
Untar en ti
Arrebañarte
Impregnarme
Mezclarme
Hundirme
Explorarte
Aprenderte
Descubrirte
Unirme
Complicarme
Descontrolarte
Conocerte
Encontrarte
Susurrarte
Abrazarte

Esta noche va a ser la más larga de tu vida

No acaba cuando sale el sol

223. Entonces, id a buscarla

Cuando esté en las puertas de mi partida
quiero que alguien de vosotros vaya a buscarla.

Habladle de mí, de mi situación, de mi ida.
Decidle que en aquellos momentos cuando no dude en abandonarla
no dejé de amarla ni un solo instante
y que la pena por aquello me ha arrastrado por el mundo lejos de ella
como una serpiente que supo que aquella no era su presa.

Decídselo sólo en ese momento, nunca antes porque es mi último deseo,
si de verdad entonces le importó,
ver como su mirada se clava en mí una vez más
sabiendo ella lo que sentí
sabiendo ella que será la última vez.

Seguros los dos de que hicimos bien
seguro yo de que en buenas manos la dejé.
224. Tu recuerdo en mí

Prefiero quedarme con tu imagen, con aquella que yo me hice de ti, con la mujer
que me construí a tu imagen y semejanza cuando estabas conmigo, por muy
diferente que resultase ser del modelo original en el que se basó.

Prefiero quedarme con ella, que sé que me dará todo lo que complementará mi
vida sin que yo se lo pida, simplemente por ser ella.

Esa imagen me acompañará mientras encuentre a otra de carne y hueso que la
sustituya, aunque quizás nunca la iguale y ni mucho menos la mejore.

Prefiero que sea ella la que me acompañe estas noches, aunque no pueda tocar su
cuerpo mientras estoy despierto, pero sus besos y sus caricias me dibujan unos
sueños mucho mejores de lo que eran los días contigo, con la de carne y hueso.

No encuentro razones para renunciar a ella. Sé que nunca volverás conmigo, y
de momento, he conseguido no sentirme solo desde tu marcha, paradójicamente,
apoyándome en tu recuerdo.

Bueno, en realidad, en mi recuerdo de ti.

225. Por el camino equivocado que no volveré a
encontrar

Al fondo del lago se veían las altas montañas que lo ocultaban por el lado norte
de miradas indiscretas, y que impedían que el frío viento que de allí llegaba
estropease el clima que se disfrutaba en su interior. Esas montañas, debido a su
gran altura y estrecha base, disponían de paredes prácticamente verticales, por lo
que la nieve acumulada en sus laderas y en su alta cima, se repartía con la roca
creando un paisaje mixto, de contrastes, de oscuros y claros brillantes que se
reflejan en el agua como un espejo iluminado por una blanca sonrisa.

Todo el valle que el lago cubría con sus tranquilas aguas era profundo, vertical,
inaccesible, y parecía proteger la belleza de la que era autor como un tesoro que
se pudiese estropear con las miradas de otros ojos que no fuesen los de aquellas
montañas. La mayor parte de los terrenos que lo rodeaban estaban cubiertos por
una espesa arboleda, uniforme, poblada por una gran cantidad de especies
animales que aportaban vida sonora a lo que si ellos sería exclusivamente un
templo de quietud y silencio.

El agua era liso y resplandeciente como el mármol, y daba la impresión de que
no se podría traspasar su superficie por ningún medio humano.

¿Cómo lo encontré? como se encuentran las grandes cosas en la vida: por
casualidad, guiado por alguna fuerza invisible que decide un día ofrecerte la
posibilidad de disfrutar de algo maravilloso, único, y que deja en tu mano el que
cojas el desvío que a priori parece equivocado o sigas el camino común por el
que llegas al sitio donde el resto de la gente merienda cada fin de semana.

No, no sabría encontrar el camino de nuevo. Y es mejor así, sé que acabaría
teniendo que enseñárselo a más gente y acabaríamos todos estropeándolo con
nuestras miradas.

226. Testamento

Soledad demente
rechazo buscado
separación forzosa
pena olvidada.

Sin posibilidad de contacto con el ser amado por voluntad trastornada y decisión
honrosa.

Así me condeno de por vida y lo confieso públicamente, aunque sepa que muera
sin ser de nuevo querido.

Es mi voluntad odiada y mi pena que me asquea no conseguir lo que el mundo
sueña si no morir solo como un Dios herido.

227. Me presento

Me presento, aunque alguno ya sabía quién soy.

Soy la "furia", ese sentimiento que todos habéis sufrido alguna vez en vuestra
vida y que os convierte en otro ser diferente al que acostumbráis a diario.

Sé que me habéis dedicado líneas y líneas en vuestros libros, vuestros artículos,
estudios, reportajes, pero, en realidad, ninguno de vosotros me conoce como soy.
Tenéis una imagen mía agresiva, dominadora, manipuladora, destructora, pero
esa no es mi naturaleza.

Mi función es de descarga, es puramente terapéutica, es una necesidad física, la
que os libera de la tensión, la que os hace despejar la mente por medio de un
derroche físico y espiritual. Después de mi intervención vuestro cuerpo se
encuentra relajado, suave, cómodo.

Vuestra mente se confunde ante lo que acaba de hacer, se pierde.

Cierto es que vuestra interpretación de la liberación normalmente suele salirse de
los límites que tenéis establecidos para el respeto y la convivencia, pero eso ya
está fuera de mis responsabilidades.

Mi tarea es conseguir que os abráis a vuestros verdaderos sentimientos sin
tapujos, con energía y pasión, pero os empeñáis en usarlo de manera contraria a
vuestros propios intereses. Yo siempre sugiero un golpe a un objeto inanimado
antes que una agresión, un grito al vacío antes que a un semejante, una carrera
descontrolada por un espacio abierto antes que un empujón al prójimo...

Casi siempre me confundís con otras, la ira y el odio, y casi siempre me echáis la
culpa a mí de todos sus actos.

No me parece justo, con lo que yo hago por vosotros.

228. Lo que me toca

Hemos tenido dos bajas.

Quizás hubiesen podido ser más, si no hubiésemos tenido tanta suerte, pero en
realidad estas dos pérdidas humanas se podrían haber evitado con un poco de
responsabilidad y lógica en la toma de las decisiones.

No alcanzo a entender cómo los que tienen la autoridad son incapaces de asumir
su responsabilidad asociada, y diseñan el destino de gente que está a su servicio
incondicionalmente, y que tantas veces les ofrecieron la gloria con el sacrificio
de su propia vida. Al final, para ellos, no somos más que números, recursos,
capacidades, que se convierten en medallas y méritos o en fracasos a ocultar o al
menos disimular bajo circunstancias excepcionales. Nuestra entrega es personal,
basada en principios, convicciones, devociones, y su manejo de la situación y el
poder se basa en egoísmo, ambición y reputación.

Dan ganas de plantarse y dejarles con todo el desaguisado delante, en sus manos,
para que se las manchen como lo hacemos los demás a diario por unas monedas
y ningún reconocimiento. No lo hacemos, porque sabemos que en cuanto
dejemos nuestro sitio libre otro vendrá a ocuparlo antes de que nosotros nos
hayamos arrepentido.

Maldito destino.

229. Jeremy

Le llamábamos el siniestro. Solía vestir de negro o de tonos oscuros, y andaba
por los pasillos del instituto sin hablar con ningún otro alumno. Solía llevar
música muy alta puesta en su walkman, pero nunca adivinamos ninguna canción
o cantante de lo que escuchaba.

Tampoco hablaba con nadie cuando se sentaba en clase, antes de que llegase el
profesor, y cuando estábamos en el tiempo del descanso entre clases se sentaba
en una esquina del patio con su música y un libro entre manos. No sabíamos
nunca qué libro leía, porque los llevaba forrados con páginas de revistas.

Era de los primeros de la clase, y existía el típico grupo de chulitos gamberros
que aprovechaban su debilidad para burlarse de él delante de las chicas, y con
ese tipo de chicas funcionaba.

Un día, en C.O.U., me senté al lado suyo en una clase, una de las de primera
hora a las que faltaba la mitad del alumnado. Me miró durante un segundo,
cuando me coloqué a su lado, directamente a los ojos. Como si me conociese de
toda la vida y sólo quisiese adivinar cómo estaba hoy. En ese corto instante, creí
ver un mínimo gesto parecido al comienzo de una mueca de sonrisa en su rostro.
Ni siquiera lo localizaría en su boca o en la comisura de sus labios, fue una
sensación global, genérica. Me hizo sentir que le caía bien, simplemente con ese
casi inexistente gesto. No me volvió a mirar durante toda la clase, y en la
siguiente hora me senté con mi compañero habitual.

Desde ese momento le vi de otra manera, y de mi boca no volvió a salir la
expresión "el siniestro" para referirme a él. No sé qué fue de su vida, si fue a
alguna universidad, o si por contra se dedicó a trabajar nada más acabar el
instituto.

La gente pensaba que era un inadaptado, que nadie le caía bien, que sufriría
mucho en la vida. Después de aquella mirada y el gesto que intuí en su cara, yo
pensé que en realidad sabía todo lo que quería saber y nunca necesitó nada de lo
que tenía alrededor en ese instituto.

Por alguna razón, creo que ese chico alcanzará todo lo que se proponga y será
feliz con su vida.

230. Todo por un sueño

Sabes, desde ayer, te quiero.

Sé que suena raro y que pensarás que estoy loco. De hecho, ya te habrás dado
cuenta de que no nos vimos en todo el día, pero es así, desde ayer estoy
enamorado de ti.

Como suena. Antes de anoche soñé contigo, un sueño impresionante en el que
éramos pareja y hacíamos vida diaria, rutinaria. Vivíamos juntos y nos veíamos
después del trabajo todos los días. No nos despegábamos y si no nos estábamos
besando, estábamos riendo como locos. Prácticamente no salíamos de casa, y no
echábamos de menos a nadie.

Sé que quizás tú no eres así, y que nunca conseguiríamos tener una vida así
juntos. Pero, qué quieres que te diga, una vez que lo he vivido de esa manera
contigo, me he enamorado de ti.

231. ¿Otra vez de noche?

- Ya es de noche
- Lo sé, y mañana otra vez pasará lo mismo
- ¿No podemos hacer nada para evitarlo?
- Creo que no, esto pasa todos los días, queramos o no, nos guste o no.
- ¿Y no te parece un poco injusto que no lo podamos impedir, que haya algo que
exista y que no tengamos control sobre ello?
- Si lo piensas bien no es tan malo, siempre sabes que son unas horas, que al día
siguiente volverá a salir el sol
- ¿Puedes estar absolutamente seguro de eso?
- Absolutamente, absolutamente... no. Hasta ahora siempre ha sido así.
- Pero no hay nada que nos haga pensar que mañana eso no va a cambiar.
- Pues la verdad es que no.
- No me gusta nada todo lo que pasa.
- ¿Y cómo te gustaría que fuese?
- No lo sé, pero así no, no lo he decidido yo.
- Anda, calla y duerme, que es lo que tienes que hacer.
- Vale, pero porque yo quiero.

232. Un ser de fuego

Llevaba un buen rato durmiendo, había sido un día duro. De repente, una oleada
de calor me hizo despertar entre sudores. Intenté abrir los ojos pero algo me
deslumbró como si hubiese habido una explosión cerca de mí, en mi propia
habitación. Instintivamente salté de la cama en dirección contraria para
protegerme, y pude observar a mi alrededor como toda la estancia se encontraba
iluminada, desde un punto que no alcanzaba a ver desde allí, por algo que se
movía y hacía que las sombras de los objetos bailasen involuntariamente.

Cuando reuní fuerzas para asomarme por encima del colchón, lo vi. Estaba en el
otro extremo, cerca de la puerta, y me cortaba la huida. Un ser hecho de fuego
vigilaba la salida, mientras me miraba atentamente bailando sobre su propia
esencia como desafiándome a intentar atravesarlo.

Era fuego, sí, pero no quemaba lo que tenía alrededor. Tampoco podría decir de
dónde salía, en qué estaba basado. Simplemente se sostenía delante de mí,
esperando. Estuve varios minutos agazapado detrás de la cama, sin atreverme tan
siquiera a hablar. ¿Hablar? ¿A quién se supone que debía hablar? ¿A un ser de
fuego? Pensé que probablemente estaría soñando, pero el calor y la luz eran
demasiado molestas para no ser reales.

Cuando asomé mi cabeza y parte de mi cuerpo por encima del colchón, el ser me
habló.

-"He venido a buscarte. Debes venir conmigo".
- "¿A dónde me llevas?" - pregunté.
- "¿De dónde crees que vengo?"

Lo pensé durante unos segundos, y algo me empujó a contestar

- "Del infierno"
-"Ven conmigo pues"

233. Todo estaba preparado

Les oigo. Me están buscando. Oigo sus golpes, sus movimientos, sus
conversaciones, las órdenes que se dan unos a otros. Están por todas partes, unos
más lejos que otros, pero han empezado la búsqueda por todos lados.

Supongo que unos buscarán una entrada para llegar a donde estoy, mientras que
otros inspeccionan buscando cambios en la estructura que les permitan deducir
dónde puede haber un mínimo hueco en el que pueda estar escondido.

Creí que iban a llegar antes y me he podido preparar con tiempo. Llegué a estar a
punto de relajarme porque no venían y que me pillasen desprevenido, pero,
cuando han decidido atacar, ya estaba todo preparado.

Han sido muchas jornadas de preparación y estudio de las posibilidades, y ahora
he conseguido que todo esté como yo había planeado, de la mejor manera que
creo que puedo defenderme. Ahora sólo hay que aguantar y confiar en que mis
cálculos sobre cuánto aguantarán buscando sin resultados sean acertados. Que
haya adivinado con precisión hasta cuándo llegará su paciencia.

Un poquito menos que la mía, espero.

234. Ayer se fue

Ayer ella se fue. Después de hablarlo durante todo el día, decidió que lo mejor
era irse. Repasamos los pros y los contras, recordamos los buenos momentos y
los malos. Salieron los errores y los momentos irrepetibles. Pero hizo balance y
decidió que no le compensaba.

Así de fácil.

Sin escenitas, sin discusiones, sin dramas.

Llevo todo el día dándolo vueltas. Creo que esa escena que representamos ayer
es la primera vez que se interpreta por dos actores en este mundo, en toda su
historia. Jamás pensé que una relación podría terminarse de esa manera, tan
tranquilamente, tan civilizadamente, tan cordialmente. Ni una voz más alta que
otra, nos dejábamos terminar, nos entendíamos, nos escuchábamos, nos
comprendíamos.

En realidad, nos queremos. Pero se ha ido.

235. Me haría creyente

Aterricé en el primer sitio que vi apropiado. Me posé suavemente, como de
costumbre, y dediqué unos segundos a analizar el lugar elegido. Allí había gente,
pero nadie me miraba. Anduve unos metros hasta la iglesia y, sin pensármelo dos
veces, entré, a pesar de que no se estaba oficiando ningún rito. Me dirigí
directamente hasta el altar y localicé el pequeño armario donde se guarda el cáliz
sagrado. Lo cogí entre mis manos, y salí de allí. No sé si me vio alguien, pero
tampoco me importó. Despegué de nuevo y volé hasta la base de la montaña de
la que había partido. Saqué el cáliz de dentro de mi abrigo y me acerqué al
riachuelo que ofrecía su agua cristalina. Tomé un poco de ella con el cáliz.
Observé el brillo del fluido mezclado con el brillo del místico objeto y pensé que
quizás si fuese mágico. Lo llevé hasta donde ella reposaba y, levantándole la
cabeza ligeramente, hice que bebiese un pequeño sorbo de aquello. De nuevo
dejé suavemente su cabeza sobre la almohada de hierba y esperé. Al rato abrió
sus ojos y me miró. Brillaban mucho más que cualquier cáliz sagrado y cualquier
agua cristalina. Me sonrió, durante un buen rato. Levantó su mano derecha y me
tocó la cara. Suavemente. Me dio las gracias, y volvió a cerrar los ojos.

Por esa sonrisa sería capaz de creer en cualquier Dios que me volviera a ayudar a
tenerla.

236. Cansada de tener opciones

Esa noche ella estuvo con dos hombres. Diferentes, no se conocían entre ellos,
pero los dos la misma noche.

Al primero lo conoció en el primer bar en el que paró. Aún no había cenado (en
realidad no iba cenar, si no a comer algo mientras bebía) y en seguida lo divisó
al final de la barra. Fue puramente atracción física, animal. Ella no iba
especialmente provocativa y él no marcaba musculatura ni mucho menos, pero
en seguida se dieron cuenta de que se deseaban. Él se acercó a ella, le preguntó
un par de cosas, y las miradas y los gestos hicieron el resto. Acabaron en su casa
muy rápido, era lo que los dos querían y no tenían ninguna razón para no
hacerlo. Y si en realidad la tenían, no se lo iban a contar el uno al otro, eso era
seguro. Fue muy satisfactorio, muy físico, enérgico, salvaje a veces, un gran
desahogo para ambos. Quizás la noche sería diferente para ellos a partir de aquel
momento, pero eso sí, por separado. Una ducha y cada uno por su lado.

Salió de nuevo a la calle, más relajada por supuesto, con otra actitud. Hacía
mucho que no tenía una experiencia tan radical, y quizás le vendría bien para no
tener una imagen tan distante para los desconocidos que dejaban de serlo todos
los fines de semana.

Al segundo hombre lo conoció un poco más tarde de su segunda presentación al
mundo nocturno. Habló con unos amigos por teléfono y se citaron en un sitio de
copas tranquilo, en el que se pueden mantener conversaciones en zonas
apartadas del bullicio, alrededor de mesas redondas bajas, y disfrutando de una
música decente. Cuando ya llevaban más de una hora charlando sobre cosas
divertidas, ella se dirigió al servicio y, a su vuelta, un hombre alto y delgado le
preguntó qué tal estaba la cosa por ahí dentro. La pregunta le pareció bastante
sorprendente y creativa, tanto que no reaccionó en los primeros segundos, pero
sólo alcanzó a soltar un ¿qué? que no reflejó más que perplejidad. Él le aclaró
que le preguntaba si estaban bien los servicios de las chicas, ya que el de los
chicos no daba mucha confianza, y a partir de ahí comenzaron una conversación
desde lo más superficial, que acabó con una invitación para unirse a su grupo. Él
se añadió a los amigos de ella, pero en realidad se unió a ella exclusivamente. La
conversación con el resto no pasó más allá del Encantado, y ellos dos se aislaron
después de notar sus mentes una conexión digna de ser aprovechada. Hablaron
durante todo el rato que estuvieron en aquel lugar, y después continuaron en
otros lugares ellos dos solos. Poco a poco se fueron dibujando el uno al otro con
palabras y experiencias, y a ambos les gustó lo que el otro le pintaba. Cuando
llegó el momento, alguien propuso irse juntos a una casa. Así lo hicieron. Esa
noche tuvieron sexo, una vez, durmieron juntos, abrazados, pero a la mañana
siguiente se despidieron prácticamente de la misma manera que ella había hecho
unas horas antes del desconocido número uno de la noche.

Esa tarde de domingo, sola en casa, ella se preguntaba cuándo dejarán de ser dos
los hombres que encuentre todas las noches. Se preguntaba cuándo aparecerá
alguien que le haga dudar si quiere quedarse a hablar con él durante horas o
llevárselo a casa cuanto antes. Alguien que le haga dudar si contarle su vida o
desnudarle inmediatamente.

Quizás para el próximo fin de semana haya más suerte.

237. Esta tristeza no es mía

Sufro una tristeza que no me corresponde. No quiero decir que no tenga una
justificación clara, que no le encuentre motivo, o que sufra una simple depresión
carente de argumentos. Lo que pretendo explicar es que esta tristeza, esta pena
en la que me encuentro metido, no es de mi propiedad, lo noto, no debería
pasarla yo.

No sé cómo ha debido pasar, pero alguien se las ha ingeniado para deshacerse de
la causa de sus lamentos, antes de que le hundiesen en la miseria, y me los ha
colocado en la chepa sin darme cuenta, y sin quedarme tiempo para reaccionar o
negarme a recibir tan ingrato regalo.

¿Y ahora qué hago yo? Si por norma general es difícil salir de una crisis
cocinada y crecida por méritos propios, ¿cómo se afronta una pena ajena en tus
propias carnes?

Cuando es otra persona la que lo sufre, por muy próxima que sea, siempre hay
recursos para apoyar, consolar, acariciar, derrochar cariño. Pero ahora soy yo
mismo, pero no sé por qué, porque no viví la causa de esta pena. Sólo sus
consecuencias.

Es como intentar buscar la salida de un hoyo en el que ni siquiera estás metido...

238. Te jodes, te echo de menos

Sé que no te gusta que te lo diga, mucho menos saberlo.
Sé que te fastidia que te lo recuerde, que te rompo tu nueva vida, que destrozo
todos tus planes.
Sé que él me mataría si me oyese decírtelo, que tu padre vendría a por mí.
Sé que no tengo derecho a recordártelo continuamente, a atormentarte con tu
pasado, a seguir estando en tu vida, aunque tú no quieras.
Sé que quieres olvidarte de mí y ser feliz con él, sé que ya sobro en tu camino y
lo tienes todo sin necesitarme.
Sé que no tienes ya fotos mías y no conservas ni mi número en el móvil.

Lo sé, pero te jodes, te echo de menos.

239. Por los viejos tiempos

Cuando me llamó por teléfono reconozco que me costó identificar su voz, su
nombre, el lugar y por qué esa persona tenía mi teléfono. Después de unos
incómodos momentos, vinieron los saludos efusivos a través de la línea, y
aquello de "qué tal, qué es de tu vida, qué sorpresa". Una vez pasados todos los
tópicos, acabamos con otro más "a ver si nos vemos", pero en esta ocasión lo
hicimos, quedamos inmediatamente, suerte de agendas de solteros.

No habíamos cambiado mucho, por supuesto nos reconocimos, pero en realidad
nuestro aspecto era prácticamente el mismo que hacía ocho años, más allá de un
cambio de peinado, ropa con más estilo, una ligerita barriga que asomaba por
debajo de las camisas, y alguna que otra cana estratégicamente situada. Los dos
teníamos buen aspecto.

Nos dimos un repaso, convenientemente filtrado por cada narrador, que pasó por
todos los aspectos dignos de reseñar de nuestras vidas desconocidas: el trabajo,
la ciudad, las novias, las rupturas, la familia, los coches, los viajes, las
enfermedades, los entierros, las bodas, los bautizos...

Sí, fueron muchas cervezas, comimos juntos, y siguieron las cervezas.

Quizás eso fue lo que nos llevó de una cosa a la otra. Cuando hubimos
recuperado el pasado reciente, comentado ligeramente el futuro inmediato, y
puesto al día del presente, le llegó el turno al pasado lejano, el común, el
supuestamente conocido por ambos. Aparecieron las historias, aparecieron las
anécdotas, los amigos, los lugares, y las versiones, más o menos exactas, de lo
que pasó. Ahí es donde surgió la sorpresa, la novedad, lo inesperado, lo que
captó nuestra atención.

Cómo veíamos, muchos años después, las cosas que vivimos juntos. Cómo
interpretábamos desde nuestra situación actual todo aquello que hicimos,
sufrimos, dijimos y asimilamos, juntos, pero de manera diferente. Parecía que
estábamos hablando de vidas separadas. Las anécdotas coincidían, pero la
valoración de ellas no se parecía en nada. Dudamos en ser quién creímos ser
desde un comienzo, "¿Cómo puedes pensar que aquello fue por eso que dices?".
Qué diferencia de visión de los hechos. Lo que para mí parecía una chiquillada
divertida que me hace reír cada vez que la recuerdo, para él fue algo importante
que le ayudó a tomar decisiones en su vida posteriormente. Si para él aquella
chica con la que pasé el verano le pareció un rollo sin importancia, para mí fue el
amor de mi vida durante mucho tiempo, sobretodo cada vez que corté con alguna
otra novia.

Por primera vez nos hablamos de las cosas que vivimos juntos sin estar
condicionados el uno por el otro, o por el resto del grupo. Por una vez nos
contamos lo que pensábamos sobre las cosas que hacíamos y creo que, por
primera vez, nos escuchamos mirándonos a los ojos. Se podría decir, de alguna
manera, que nos conocimos en ese momento, después de ocho años sin vernos, y
después de habernos criado juntos.

Quizás, si nos encontrásemos con gente con la que hemos perdido el contacto
desde hace tiempo, a pesar de haber tenido una relación cercana con ellos, nos
daríamos cuenta de muchas cosas que las circunstancias no nos dejaron ver en
aquel momento.

Quizás, por los viejos tiempos, deberíamos hacerlo más a menudo.
240. Lógica asesina

Sé que te he echado muchas veces de mi cama, y seguramente no ha llegado aún
la última.
Sé que dejo de cogerte el teléfono y no sabes de mí durante días.
Sé que puedo estar horas sentado a tu lado sin dirigirte la palabra y tan siquiera
mirarte.
Sé que muchas veces te he excluido de las conversaciones y no me he acordado
de ti cuando tenía que celebrar algo.

Todo eso lo hago, y lo hago a menudo.
Y tú sigues ahí.

Seguramente si me dijeses que te vas, no te dejaría.
Me creo capaz de conseguir que cambies de opinión.

Lo sé, te vas mereciendo que no te vuelva a reclamar, lo sé, pero es que me
gustas tanto...

241. Atrapada

Sé que los puedes encontrar más honestos
Sé que los hay más humildes... más sinceros... cariñosos románticos atentos
considerados tolerantes mejores compañeros...

Pero no seas tonta y quédate conmigo, que yo sé lo que tú necesitas

242. No hay un porqué

Un día le pregunté por qué se drogaba y no quiso responderme.
Otro día le dije que por qué no dejaba de beber y tampoco me dijo nada.
Quise explicarle que fumar así no le ayudaría, pero tampoco me escuchó.

El día que se fue, tenía una amplia sonrisa en la cara.

Me di cuenta de que nunca antes la había tenido.

243. La negra flor

Ese día volvía de la Universidad por el camino de siempre, solo, pensando en el
examen de la semana que viene y el poco tiempo que tenía para... bueno, para
enterarme de que iba el tema. Lo reconozco, desde que me había aficionado al
mus, mi dedicación a los estudios en horas lectivas se había reducido demasiado,
quizás estaba cerca del límite.

Era esa mezcla de sensación de culpabilidad, ansiedad y búsqueda desesperada
de una solución fácil no merecida la que me tenía absorto en mis pensamientos
al pasar a su lado. Aun así, de alguna manera, cuando ya la había superado en
tres o cuatro metros, algo me hizo pararme y retroceder para observar aquello
que, al parecer, había viso por el rabillo del ojo.

Estaba allí, en un jardín por el que yo pasaba todos los días, y, sin embargo,
apareció en ese momento, nunca antes la había visto. Era una flor grande, aislada
del resto, triste, negra, muy oscura. Era simplemente un tallo sin hojas
culminado en un gran grupo de pétalos negros, semisecos, pegados los unos a los
otros y sin querer ofrecerse al mundo que lo rodeaba. En torno suyo, el resto de
la vegetación se había apartado, evitando el contacto con ella, evitando hasta que
su sombra se proyectase sobre una sola brizna de hierba... sólo arena, sólo arena
alrededor.

Me acerqué a ella, dejé caer los libros a una distancia prudencial, y me acuclillé
a su lado para poder observarla de cerca. Sus pétalos eran casi falsos, como de
tela, y no daban ninguna sensación de vida ni desprendían nada parecido al color
de un objeto supuestamente destinado a atraer, ya sea a insectos o a humanos.

Me entraron unas ganas incontrolables de llevarla conmigo, sacarla de ese
mundo que no era el suyo e intentar ofrecerle algo diferente, convencido de que
su situación no podía llegar a ser peor que aquel aislamiento al que todo su
entorno la había condenado. Cogí una de las macetas de la casa más cercana, y
vacíe su contenido entre los arbustos. Esa flor colorida y triunfadora sabría
arreglárselas por sí misma, y si no era así, ya había presumido lo suficiente. Con
una madera improvisada recorté la tierra que le había sido cedida
voluntariamente a mi nueva amiga y, con mucho cuidado, introduje todo ese país
reinado por ella en la maceta robada.

Esa tarde, ya en casa, me la pasé observándola de arriba abajo, como si así
pudiese adivinar la razón de su tristeza, y la regué tantas veces como creí
necesario, para que no le faltase de nada. Al final de la noche me alarmé. Su
denso color negro había palidecido considerablemente, y aunque para cualquier
otra persona que la viese en ese momento seguiría dando la misma impresión de
decadencia que horas antes, para mí algo había cambiado. Y me asustaba.

A la mañana siguiente desperté tarde, era sábado, y mi cuerpo se había acostado
consciente de que no tenía obligaciones tempranas, así que se aprovechó de ello
y no me dio razones físicas para salir de mi letargo. Un par de minutos después
de ser en el nuevo día, recuperé la historia de la tarde anterior y, antes de pegar
un brinco de la cama para comprobar su situación, me dediqué a imaginarme
cómo habría sido su final, sola, en una habitación desconocida...

Me levanté, fui hasta la repisa de la ventana, y allí la vi. Roja, abierta,
majestuosa, imponiéndose al paisaje que entraba por los cristales de la ventana,
iluminando la habitación y sonriéndome con una boca amplia y agradecida que
incluso parecía incluir unos cálidos brazos que deseaban abrazarme. Se quedó
allí conmigo mucho tiempo, vivimos juntos, nos cuidamos y nos alegramos las
tardes y mañanas, cuando el sol subía y bajaba por detrás de los cristales.

Fue una experiencia que me marcó y me hizo ver que, aunque la primera
impresión de las cosas sea en cierto modo arisca y repelente, dedicándoles un
mínimo de atención, y extrayéndoles de un entorno hostil, todas son capaces de
ofrecer lo mejor de sí y convertirse en maravillosas flores que te pueden alegrar
el día. Y muchos más días después.
244. Una mirada

Dos ojos, simplemente dos ojos, pero tanto detrás de ellos.
Se dirigen hacia ti convirtiéndote en lo único que existe en su entorno, a partir de
ese momento.
Demuestran poder, seguridad, claridad de ideas... pero a la vez deseo, necesidad
física, ansias de tener... fuerza, pasión, entrega...

Una mirada te puede borrar la memoria de un plumazo, la consciencia,
prácticamente la personalidad, tu esencia...
Dos ojos clavados en ti de esa manera te pueden sacar de este mundo y robarte
de las garras de los que te rodean, de sus conversaciones, de sus intereses y
preocupaciones...
Alguien que te observe se esa manera, puede llegar a pararte el corazón.
A corta distancia el efecto puede ser devastador, letal.

Pero lo que es realmente peligroso en estas situaciones es que, al gesto de sus
ojos, le acompañen sus labios...

245. Podrido por dentro

La enfermedad entró en su cuerpo de manera sigilosa hasta lo más profundo de
sus vísceras. En los primeros instantes, él no fue consciente de lo que estaba
sucediendo en su interior, y quizás nunca supo lo que podía haber llegado a
pasar. El virus recorrió a sus anchas todas las vías de transporte de fluidos de
todos sus aparatos vitales, y se instaló en todos aquellos lugares que pensó que
podría dañar y aprovecharse de sus nutrientes. Pronto amplias zonas de su
cuerpo se fueron ennegreciendo interiormente, y comenzó a sentir molestias
puntuales y ligeros pinchazos que le preocuparon al segundo día de presencia
continuada.

Fue al médico demasiado tarde, y éste se asustó al ver el estado en el que se
encontraba por aquel entonces. Le hizo todas las pruebas que pudo y que se le
ocurrieron, y acabó recetándole una cantidad de medicinas que, de habérselas
tomado con la frecuencia que le prescribió, no hubiese podido hacer otra cosa
durante el día y se hubiese destrozado el estómago para siempre. En lugar de
aquella pesadilla médica que querían imponerle, decidió que si no podía
encontrar qué le causó el dolor y la decadencia en la que se encontraba inmerso,
lo cambiaría todo, eliminaría todo lo que había sido su vida hasta ahora y, de
paso, se llevaría por delante aquella pesadilla con su origen.

Así lo hizo, tiró por la ventana su trabajo, su familia, sus amigos, su dinero, todo
lo que había sido hasta ahora su existencia. Alguno de ellos era la causa de su
mal, y no estaba dispuesto a estar expuesto a él ni un minuto más.

Poco a poco fue sintiéndose mejor, volviendo a crecer por dentro todo aquello
que llegó a estar putrefacto, hasta que al final llegó un día en que no quedó rastro
de aquella pesadilla.

Pero se encontró de frente con una nueva, la soledad a la que él mismo se había
condenado para poder salvarse.

246. El libro que hizo de puerta

Encontró el libro en un cajón de un armario polvoriento escondido en el desván.
Era grueso, repleto de historias, lleno de experiencias, todas ellas en palabras y
dibujos. Se sentó a leerlo durante un par de horas. Tan pronto como alcanzó la
segunda hora, terminó el relato en el que se encontraba inmerso, y cerró el libro.
Lo volvió a colocar en el mismo sitio, y bajó del desván.

Al día siguiente repitió sus movimientos, sabiendo esta vez dónde encontrar su
tesoro. Con la misma delicadeza, lo tomó, lo abrió por donde lo dejó el día
anterior, y leyó exactamente durante dos horas y el tiempo que terminó de leer el
último relato. Así repitió durante días y días el mismo ritual.

En esas dos horas y algo que dedicaba a la lectura del libro, desaparecía del resto
del mundo, encerrado en un desván por el que nadie pasaba desde hacía años, y
en el que no había nadie más que él y los personajes de su libro. Jamás le dijo a
nadie lo que hacía, jamás le habló a nadie de la existencia de ese libro. Era algo
entre ellos dos.

Pero un día, el libro le habló de un lugar, un paraíso perdido en el que todos sus
sueños se harían realidad, donde la paz y la tranquilidad rodearían su existencia,
y la falta de preocupaciones le mantendría entre algodones continuamente. Él
quiso ir a aquel lugar. No tenía ninguna razón para no hacerlo, siempre podría
volver de allí cuando quisiese. Cierto, le explicó el libro, pero hay una sola
condición que deberás cumplir. Sólo podrás permanecer en este lugar las dos
horas y pico que dedicas al día para leerme, y después deberás volver a tu vida
habitual. Lo único que podrás traerte serán tus propios recuerdos de lo que allí
vivas, y jamás podrás hablar de ello con nadie. De acuerdo, dijo él, no tengo
ninguna objeción a la propuesta. Sólo una cosa más. Si dedicas ese tiempo diario
a estar allí, no podrás leer este libro mientras lo haces.

247. Voy a obligarme a no hacerlo

Hoy no voy a decirte que te quiero. Sé que no lo necesitas, pero también sé que
te gusta oírlo. No me lo vas a pedir, pero seguramente me preguntarás si me pasa
algo. Me dirás que estoy raro, que me ves triste. Te diré que estoy cansado, que
ha sido un día duro. Te ofrecerás a prepararme un baño, o a darme un masaje. Te
daré las gracias, pero sólo me apetecerá irme a la cama pronto. Te quedarás
pensativa, y no podré aguantarme el acercarme a ti y preguntarte qué te pasa. Me
dirás que estoy distante, que no te he tocado hoy, que te evito...

Al final tendré que confesarlo una vez más. Estoy loco por ti.

248. No quiero perdón

No te voy a pedir perdón, sabes que no sé qué significa esa palabra. Cuando has
hecho algo, tienes que asumir las consecuencias, y si además has jodido a
alguien por tu culpa, debes estar preparado para que esa persona te lo tenga en
cuenta toda tu vida. Te lo mereces.

Lo que pretendo hacer es simplemente explicarte cómo me siento ahora, que me
he dado cuenta de los efectos de mi comportamiento, y contarte qué me pasó por
la cabeza para hacer algo así. Sólo quiero darte toda la información, para que
dejes de hacerte preguntas. Te lo debo.

Una vez hecho eso, sólo si tú quieres que lo haga, quedaré a la espera de recibir
de ti lo que decidas darme, sin exigirte nada, ni mucho menos suplicarte.

Así que tú dirás ¿quieres que hablemos?

249. Eternidad finita

El brujo me dijo que si quería vivir de nuevo, tenía que morir antes. Era algo que
no entendía, pero después, poco a poco, lo fui comprendiendo.

Era como un puzzle, un mecano, que permitía construir diferentes estructuras a
partir de las formas básicas, no más de diez tipos de ellas. Las combinaciones
eran casi infinitas y todo dependía del instinto del constructor y de su estado de
ánimo en cada momento cuando tomaba una u otra decisión.

Medité sobre ello durante eras enteras, viendo como alrededor mío se sucedían
las generaciones y el mundo evolucionaba. Era el único ser libre de la condena a
muerte y sin embargo no tenía el poder para decidir sobre mi propia vida, a no
ser que yo mismo decidiese acabar con ella. A cualquiera que se le plantease
aquel dilema seguramente acabaría loco, como yo estaba a punto. Todo el saber
que había conseguido acumular con la existencia eterna, hasta ese momento, se
perdería. Volvería a empezar, sería creado de nuevo, y debería volver a explorar
la vida, volviendo a determinar mi destino desde el comienzo...

¿Y si al final de tanto esfuerzo en redirigir mi vida acababa alcanzando el mismo
punto después de otra eternidad? ¿Y si ni siquiera llegaba a ese instante de
comparación, porque se producía antes el final de los días total y para todos?

Después de mucho evaluarlo, decidí no arriesgarme. Decidí seguir siendo yo
mismo, como había crecido, para siempre.

250. Una vez más

Y una vez más, he llegado hasta tu puerta, y me he dado la vuelta.
Una vez más, he visto tu figura mientras te movías por la habitación y no me he
atrevido a llamar.
Una vez más, llevaba claro lo que te iba a decir, pero me he vuelto con el
discurso sin pronunciar.
Una vez más, dormiré solo esta noche, y tú no sabrás que quise dormir contigo.

251. Con pocas cosas

Como odio esta maldita celda. No sé ni cuánto tiempo llevo aquí. Creo que ya no
recuerdo otra cosa que no sean estas asquerosas cuatro paredes. Y eso no es lo
peor de este lugar. Lo peor es ese horrible techo que lo tapa todo. Me impide ver
lo que hay fuera, me oculta del mundo, que nadie se acuerde de que estoy aquí.
Parece que lo han puesto allí lejos, alto, inalcanzable, para que no desahogue mi
rabia contra él a golpes.

Hay una pequeña ventana, lo suficientemente patética como para que deje
iluminar este agujero y no se gasten un sólo céntimo en luz para mí. Pero está
tan alta, aliada con el maldito techo, que no alcanzo a ver ni un sólo pedazo de
cielo. El lavabo y la taza está tímidamente acurrucados en una esquina, como
empleados obligados a cumplir con su labor, pero avergonzados de ser cómplices
de una terrible injusticia, callando todos los días al presenciar cómo me
desintegran poco a poco.

Y este triste y doloroso camastro. El objeto que debería darme reposo y apoyo
durante mi pena, es tan paradójicamente insufrible que no puedo hacer uso de él,
prefiriendo la irregularidad de las piedras del suelo a los extremos punzantes del
infierno del que está construido semejante instrumento de tortura.

Así pasan los días, si es que siguen existiendo los días. Ni siquiera la comida que
me arrojan por el agujero se la puerta sigue un orden o ciclo diario. Estoy a
merced del miserable que tenga la suerte de vigilar mi puerta, que no a mí,
porque en todo este tiempo no he vuelto a ver ni un solo rostro humano ni parte
de él que pudiera reconocer.

Y cuando llegas a una situación como ésta, el final no se espera, no se conoce el
tiempo, no existe ni el bien ni el mal. Todo se ha reducido a estas pocas cosas tan
simples, definidas y limitadas, que me rodean, y no se concibe la existencia de
nada aparte de ellas.

No hay nada mejor que no tener expectativas como para no sufrir con los
contratiempos.

252. Mundo interior

Hace unas semanas desaparecí. Tome la decisión una noche, mañana no existiré
para nadie, no volverán a saber de mí. Desde aquel día, me quedé en mi agujero
particular. No fui al trabajo ni me puse en contacto con nadie. Pensé que iba a
tener que soportar la tentación de coger el teléfono cuando sonase, supuse que se
presentarían en mi casa al no saber de mí. Pero nada de eso sucedió. Ni una sola
llamada, ni una visita de cortesía para interesarse por mí. La compañía telefónica
no se ha molestado en cortarme la línea ante mis impagos, lo mismo que la de la
luz y la del agua. Nadie se ha percatado de mi desaparición. Nadie me echa de
menos. El mundo sigue sin mí como funcionaba el día antes a mi huida, cuando
yo participaba de su existencia. No ha habido ningún cambio, no he provocado
ninguna modificación en la vida de los demás. No significo nada en el transcurso
de la existencia de lo que me rodea.

Fue doloroso darse cuenta de la situación, pero había tomado una decisión y era
ridículo volverse atrás. ¿De qué me serviría volver a asomar la cabeza si nadie
había notado mi ausencia? En cualquier caso, estaría en la misma situación que
me encuentro ahora, solo, aislado, incomunicado, olvidado, ignorado.

Así que decidí proseguir con mi aislamiento, y al final terminé creando mi
propio mundo. Incluso tengo mis propios amigos y tenemos nuestras
obligaciones sociales, compensadas por ratos de ocio y diversión conjunta que
nos hacen pensar que el trabajo merece la pena. Somos gente que nos
entendemos muy bien, y no tenemos ningún problema. No necesitamos al
mundo exterior y cada vez somos más aquí dentro.

Nunca pensé que fuese tan fácil ser feliz.

253. Un agujero más

Has hecho un agujero y lo sabes. Sabes que ahora mismo se pueden ver mis
entrañas desde fuera de mi cuerpo, y por tu culpa. Eres consciente de que ahora
mi organismo está indefenso, a la intemperie, expuesto, débil, vulnerable. Y te
ha dado igual. Simplemente has taladrado hasta donde te ha apetecido y te has
ido sin más.

Ahora es problema mío, debo rellenar ese agujero, pero no echando algo desde
fuera que impida que lo vea y me olvide de su existencia, si no desde dentro,
preocupándome porque crezca mi cuerpo, que sea él el encargado de deshacerse
de su presencia, de que se recomponga. Confío en mi cuerpo, tiene ya muchas
cicatrices de agujeros superados.

En lo que no confío tanto es de tu capacidad para darte cuenta de lo que has
hecho.

254. Gracias

Aquella tarde bajamos a la playa a última hora. Paseamos con los niños durante
un rato largo, y, cuando ya nos habíamos alejado un poco de la casa que
teníamos alquilada esos días, los dos nos sentamos en la arena mirando hacia el
mar. Ellos seguían corriendo de lado a lado, pero en aquella inmensidad de arena
y agua era imposible que se nos perdiesen de vista. Estuvimos callados bastante
rato, sentados el uno al lado del otro, mirando y escuchando al gran azul,
notando como nuestras pulsaciones bajaban cada vez más y el aire nos limpiaba
por dentro.

Sin mirarte a los ojos, sin cogerte una mano antes, sin ni siquiera acercarme a ti,
te dije: "Gracias. Gracias por todo lo que has hecho desde que me conociste.
Gracias por haberme sacado de aquel infierno en el que estaba metido, aunque
yo no era capaz de verlo. Gracias por poner delante de mis ojos la cura para la
intoxicación que circulaba por mis venas. Gracias por indicarme el camino
cuando yo no supe por dónde seguir, o aunque lo supiese, pensaba en darme
media vuelta. Gracias por ayudarme a construir mi futuro como siempre lo había
soñado, y gracias por construir el tuyo al lado mío, y hacerme ver por qué
estabas convencida, desde el comienzo de todo, de que ambos futuros eran
absolutamente el mismo, el mismo destino. Gracias por haber seguido siendo tú
todo este tiempo y haber visto en mí quién no aparentaba ser entonces, pero aun
así supiste que podías sacarme de debajo de tantas capas de porquería como me
encontraba en aquel momento."

Cualquier otra persona hubiese tomado aquel discurso como una culminación, el
final de un camino, el comienzo de la monotoneidad y la decadencia. Tú supiste
entenderlo como en realidad era. La declaración de que nos encontrábamos listos
para empezar todo aquello que habíamos planeado.

Ya éramos felices, entonces íbamos a empezar a disfrutar.

255. Mi cama está abierta

Esta noche no quiero que hagamos el amor, cariño. Esta noche no quiero sudar
contigo. Esta noche no necesito un amante a la vieja usanza, sino simplemente
uno que no se despegue de mí en toda la noche. Sé que eso va en contra de tu
idea de pareja, el no necesitarte físicamente, el no necesitar desahogar mis
oscuras pasiones contigo. Quizás no quiera ser tu pareja, quizás lo que necesite
sea otra cosa.

Esta noche cambiaría todas las horas de sexo que nuestros cuerpos pudiesen
aguantar porque me dejases acariciarte el pelo hasta que te durmieses apoyada en
mi pecho.

Y creo que mañana también deseo lo mismo...
256. En el mercado

La primera vez que la vi fue en el mercado antiguo de la ciudad, entre puestos de
telas y abalorios. Apareció, sola, entre la gente, los turistas y los mercaderes, y
para mí resplandeció como una joya entre un motón de trastos viejos. Ese día no
iba vestida de manera especial, sino con una camiseta de tirantes y unos
vaqueros que dejaban al descubierto sus preciosos tobillos, e iba subida en un
calzado abierto con una suela alta.

Para el resto no era más que una persona más que ojeaba la mercancía de los
puestos, buscando algo que le llamase la atención, que mereciese la pena, algo
que estuviese contenta de tener en su casa. Eso mismo me pasó a mí con ella.

Caminaba distraída, con un libro exageradamente rojo en una mano, quizás una
agenda o un diario donde ir apuntando todo aquello que le sucedía, o
simplemente lo que le pasaba por la cabeza, para poder recordarlo días después.
La naturalidad y suavidad con la que se movía entre el gentío fue lo que me
cautivó de ella, y recuerdo que me quedé observándola desde un lugar precavido
hasta que pasó por delante mío. Llevaba el pelo suelto y, justo cuando cruzó ante
mí, miraba en otra dirección, por lo que no pudo percatarse de cómo la
observaba. No me lamenté de no poder ver su cara de cerca, porque desde que
detecté su presencia muchos metros antes, su rostro y sus ojos se quedaron
grabados en mi mente con el máximo detalle, como una foto, como si la
conociese de toda la vida.

Lo que me volvió loco de ella en ese momento fue un gesto que me hizo verla
por dentro como nunca había llegado a conocer a nadie hasta ese instante. En
uno de los múltiples puestos en los que se paró para ojear algún que otro objeto,
cogió una pequeña figura con ambas manos. No pude ver lo que era, pero
tampoco me hubiese fijado en ello, porque en ese preciso instante surgió de su
preciosa y dulce cara la sonrisa más reluciente y estimulante que jamás he vuelto
a ver en una persona, y que me lanzó con toda la fuerza de un misil tierra-aire un
incontrolable deseo de que esa imagen me despertase cada mañana, por lo que
me obligué a seguirla hasta que reuniese las fuerzas necesarias para dirigirle la
palabra.

Y eso fue lo que hice.

257. Negociación

Había que tomar una decisión. La mesa reflejaba la tensión. El otro bando seguía
defendiendo sus posiciones, pero algunas conversaciones internas con
argumentos enfrentados empezaban a aflorar entre sus miembros. Nosotros
considerábamos que habíamos cedido lo suficiente. En realidad, estábamos cerca
de nuestros límites, aunque no los habíamos alcanzado, pero el cansancio y la
falta de tiempo nos impedían hacer una nueva propuesta conciliadora.

No nos quedaba mucho tiempo. Si no lográbamos un acuerdo en los próximos
minutos todo se iría a la mierda. Años y años de trabajo, cientos de
conversaciones, cientos de documentos intercambiados, decenas de momentos
críticos en los que pareció que todo había terminado, cientos de malentendidos...
y ahora había que tomar una decisión en cuestión de minutos.

Miradas indagadoras cruzaban a mesa. Ambos queríamos decir lo mismo: "Está
todo en tus manos". Pero nadie movía un dedo. El sudor provocado por la
confrontación corría de arriba a abajo por las frentes de los presentes. Los
papeles volaban, las calculadoras echaban humo, los que ya se habían rendido
movían la cabeza de lado a lado en un claro gesto de negación... alguno estaba
ya lejos de la mesa, intentando aislarse para poder soportar la presión.

El tiempo se consumía. No se presentían movimientos. Al final, el líder de
nuestro grupo se levantó, rodeó la mesa por la parte más alejada de la puerta,
cruzando el haz de luz del proyector, y se acercó a su homólogo rival. Este se
levantó para recibirle. Nuestro hombre se le acercó demasiado y le dijo algo al
oído. Duró unos 15 segundos. Instantáneamente su interlocutor separó la cara de
él, lo suficiente como para poder mirarle a los ojos y murmurar: "¿Estás
seguro?".

Sólo un gesto de asentimiento. Se dieron las manos para terminar abrazándose.
Todos aplaudimos aliviados. No sabíamos qué había pasado, pero nos daba
igual, todo había terminado, era el final. Lo que hubiesen decidido estaba bien.

Esa noche brindamos todos juntos ante una cena histórica.

258. Un paraíso prohibido

Era una isla, un pequeño lugar aislado geográficamente y culturalmente, pero
sobretodo, temporalmente. La gente sabía de su existencia, desde fuera se
hablaba de ello constantemente, unos con sana envidia y otros con recelo,
ocultando en realidad envidia malsana.

Los que allí dentro vivían no conocían las novedades tecnológicas de final de
siglo. Ni siquiera llegaron a necesitar el teléfono, aunque conocieron su
existencia en su momento, pero las distancias entre sus ciudadanos eran tan
pequeñas, que no consideraron oportuno implantar su uso. Total, con los de fuera
no querían comunicarse.

Yo estuve allí una vez. Fui invitado porque mi periódico me seleccionó para
hacer un reportaje sobre el lugar, y, después de conversaciones con el alcalde de
aquella localidad, mi director consideró que debía ser yo quien tuviese ese
privilegio. Fui tentado de quedarme allí, un paraíso, un oasis de tranquilidad, la
fuente de toda la serenidad y la vida plena que cualquier persona puede llegar a
soñar. Vi claro que aquello era lo más alto, el sueño de cualquier humano, la
felicidad total, la falta de preocupaciones.

Pero no pude quedarme. En realidad, no fue porque fuese a echar de menos nada
(ni tecnología, ni lujos, ni caprichos) ni a nadie (las personas que allí vivían me
podían dar mucha más complicidad, cariño, amor y sabiduría que ninguna otra
en el exterior). Lo que realmente me pasó es que vi que yo no me lo merecía,
que yo iba a ser un extraño allí dentro. Sabía perfectamente que la ambición, la
codicia y el egoísmo que se nos inyecta en vena desde el día que nacemos, iba a
ser difícil de limpiar de mi sangre dada mi avanzada edad, y convertiría mi
estancia allí en una continua y dolorosa cura de desintoxicación hasta el final de
mis días. Pervertiría aquel lugar.

Aquel lugar ahora sólo está permitido a los nuevos, a los recién nacidos, a los
puros. Son sólo ellos los que se pueden quedar, los que han nacido en libertad,
los que crecerán en libertad para poder ser libres y sabios.

Nunca más volvieron a dejar entrar a nadie allí dentro. Comprendieron que era
un riesgo que no debían correr.

259. No llores

No me llores más por favor, no lo soporto. Cada vez que veo que te derrumbas y
no soy capaz de que pares, me dan ganas de saltar por la ventana.

No llores. Me da igual lo mal que te encuentres, lo grave que sea lo que te han
hecho, lo miserable que te sientas. No llores.

Jamás seré capaz de soportar verte llorar, jamás podré aguantar más de un
minuto a tu lado mientras lo haces. Seguramente esto sea un problema entre
nosotros. Quizás te quiera tanto que no pueda soportar verte llorar.

Sólo me quedan dos opciones, o me preocupo de que seas la persona más feliz
de este mundo para que no vuelvas a tener motivos para hacerlo, o te dejo para
siempre.

260. Terminó así, que le vamos a hacer

Venga, salgamos de aquí. Ya no podemos hacer nada. Cuando las cosas ya no
tienen solución es mejor dejar que sigan su curso, sin obsesionarse con el qué
podría haber sido. No sirve de nada arrepentirse de los errores, lamentarse de las
equivocaciones, suplicar una vuelta atrás en el tiempo.

Nos confundimos, y ahora él lo va a pagar por nuestra culpa. Pero arriesgamos,
tuvimos que hacerlo, si no, no hubiese tenido ninguna oportunidad. No nos
podíamos quedar con los brazos cruzados, quejándonos de la situación sin mover
un solo dedo. Hubiese sido una actitud de cobardes.

Ahora los demás no lo entenderán, dirán que somos unos irresponsables, que
cómo pudimos jugar con la vida de otra persona de esa manera. Estarán sordos a
nuestras explicaciones. Nos condenarán en cuanto se enteren del resultado,
porque sólo se quedarán con eso, el resultado. Nos llamarán insensibles,
mercenarios, desaprensivos, pero hemos elegido esta vida y forma parte del
juego aguantar lo que nos toca, al igual que nos gusta recibir los elogios cuando
todo sale bien, aunque simplemente haya sido por suerte.

Ánimo, la cabeza alta. Vamos allá.

261. Directamente del infierno

Le robó el látigo al Diablo en un momento de descuido. Lo utiliza todos los días,
cada vez que tiene oportunidad, cuando quiere dar una lección a alguien. Con un
movimiento rápido, lo saca de dentro de su abrigo y sacude un golpe seco,
directo al blanco, cada vez más preciso con la práctica.

Nadie se lo espera, pese a que lo hace con frecuencia, todo el mundo parece
olvidar que esconde esa arma lista para actuar. Incluso su cara refleja una
maldad, astucia y desconfianza fuera de lo normal. Pero día tras día, golpe tras
golpe, reparte su merecido a todos los pecadores que osan manifestar su falta de
respeto ante él. Nadie se cuestiona si es justo o no. Simplemente recibe su
merecido. Una vez asestado el latigazo, agachan las orejas y vuelven cabizbajos
a sus madrigueras para meditar sobre sus actos y aprender de sus errores.

La ciudad ha mejorado mucho desde entonces. Nadie ríe en voz alta molestando
al resto, la música ya no suena descontrolada por todas partes y la gente no hace
lo que quiere como si no le importase la moral y la ética.

Desde que el látigo del demonio está aquí para explicarnos las cosas, todos
somos más santos.

262. No te vayas hoy

Métete junto a mí en la bañera y recorreré tu piel varias veces si tú me lo pides.
Duerme conmigo esta noche y que nuestras piernas se encuentren bajo las
sábanas de madrugada.
Despiértate a mi lado después y déjame recordarte por qué te he pedido que te
quedes.
Comparte conmigo la mañana y no te vistas más que con mi camisa para que te
vea como algo mío.

Pero, por favor, vete antes de que vuelva la noche para que ella no te encuentre,
pueda seguir pensando que mi vida está pasando sólo por una mala época y que
algún día la normalidad será lo que hoy me está prohibido.

263. Todo

El vacío, el hueco, la nada, la oscuridad, el frío, la carencia, la insatisfacción, el
derroche, sin respuesta, el silencio, el recuerdo, el dolor, el arrepentimiento, la
falta, el escalofrío, sólo yo, nada más.

264. Tengo un truco

¿Qué harías si un día volvieses y ya no estuviera aquí?

En mi caso, si fueses tú quien desapareciese tengo muy claro lo que haría. Te
dibujaría, te pintaría, en un lienzo muy grande. Tal y como te recordase en ese
mismo momento. Después lo colgaría de la entrada, donde todo el mundo
pudiese verlo y esperaría a que volvieses para quitarlo.

Estoy seguro de que no podrías aguantarte.

265. No encuentro el camino

No encuentro mi casa. Sé que está en este barrio, reconozco incluso a la gente
por la calle. He visto mi coche aparcado cerca. Pero no encuentro mi casa.

Cuando he vuelto de trabajar, en el metro, me he bajado en la misma parada de
siempre. He caminado instintivamente, sin pensarlo, mientras leía el periódico,
hasta que ha llegado un momento que me he parado, y me he preguntado: "¿A
dónde tengo que ir?"

Qué sensación tan horrible, no saber dónde está tu hogar, dónde tienes tus cosas,
tu escondrijo, tu refugio.

Llevo horas buscándolo. He pensado en preguntarle al del quiosco, pero no tiene
por qué saberlo, sólo le compro el periódico, no le he invitado a cenar nunca.

Mi casa tiene árboles, una bonita entrada, grandes ventanas, una hermosa
piscina, mi perro Wally me estará esperando en la puerta, ... no la encuentro...
dónde estará... anoche dormí ahí... o ...quizás no... la verdad es que no lo
recuerdo muy bien ... tampoco sabría decir de dónde vengo de trabajar hoy...
estas no son ropas para ir a trabajar... creo que yo no tengo coche... ni perro...
creo recordar dónde dormí ayer...

...Dios, ya estoy borracho otra vez... me he vuelto a perder... quizás alguien sepa
dónde está el albergue... creo que allí es donde dormí ayer... ... en realidad creo
que llevo toda la vida allí.

¿Por qué me pasará esto?

266. Blanco y negro

Ayer no te vi
Ya no quedamos
Hoy no me has llamado
Ya casi no hablamos
Ni siquiera me tocas
Ya no sé quién eres
Dame un abrazo
Quiero que vengas
Dame un beso
Quiero que me hables
Hazme el amor
Quiero que te quedes

267. Desatado e inconsciente.

Jamás me volví a emborrachar tanto como aquella noche. Todo fue una locura,
desde el instante en que la desesperación en la que se había convertido mi vida
me condujo a entregarme de tal manera a la inconsciencia, hasta el momento en
que el dolor de cabeza y físico de los días posteriores me permitió darme cuenta
de lo que había pasado. Todo se convirtió en un caos.

Después de aquel ataque de irracionalidad, mi vida cambió completamente. No
es que me quedasen recuerdos especialmente dolorosos de aquella noche, ni que
culminase mis más ansiados y oscuros deseos envalentonado por el alcohol y el
desenfreno, si no que aquello significó un desahogo de tal calibre para mi alma
que lo viví como un comienzo desde cero, una purificación, un cambio de
entidad.

De vez en cuando me llegan imágenes, fotogramas sueltos de situaciones que no
reconozco y que no enlazo entre sí, pero que estoy seguro de que pertenecen a
aquel episodio. Trato de alejarme de ellas lo más rápido posible y no dedicarles
demasiado tiempo en mis pensamientos.

No me interesa nada de lo que pasó, ni nada de lo que hice. Sólo quiero
quedarme con el efecto que tuvo, con lo que se convirtió para mí. Sea lo que sea
lo que sucedió ese día.

268. El sacrificio nocturno

La noche estaba iluminada por el vaivén del fuego, y orquestada por los sonidos
que llenan la oscuridad, todos desconocidos e inquietantes. El brujo bailaba
alrededor suyo con la mirada perdida, absorto en su tarea, emitiendo sonidos
primitivos y rozándola en ocasiones con una suavidad rabiosa que la hacía
estremecerse. Ella era incapaz de moverse, mientras temblaba al imaginar un
final que era más que seguro, y el sudor recorría todo su cuerpo como una
sábana perfecta que no dejaba un milímetro entre ella y su piel desnuda.

El hechicero cada vez se encontraba más poseído por la situación y sus
movimientos se convertían en auténticos latigazos espasmódicos que
acompañaba con percusiones tribales llenas de raza e instinto animal. La víctima
aceleraba su respiración y se agitaba entre sus ataduras sin someterse ni quedarse
impasible, queriendo manifestar su voluntad de intervenir en la danza.

Todo acababa horas después, con ambos cubiertos de esa sábana transparente y
unificadora, y confundidos sus miembros entre la selva de extremidades que
formaban, sin identidad propia y sin fuerzas que los permitiesen separarse,
víctima y brujo.

¿Lo recuerdas? Así eran nuestras noches de pasión. Yo nunca las he olvidado.

269. La gran duda

Aquí, a medio camino de sus pechos y su boca, me pregunto. ¿Hacia dónde ir?
Quizás seguir hacia abajo represente un acto demasiado prematuro, un "ir al
grano" demasiado pronto, una demostración de pasión fuera de lugar, o, mejor
dicho, fuera de momento.

Quizás debiera subir de nuevo hacia sus labios, recrearme otra vez con su
dulzura y carnosidad, y continuar más tarde por sus mejillas para llegar a su
cuello. Ahí podría entretenerme un poco y probar cómo reacciona, y si va bien,
plantearme volver a bajar al punto de partida de esa reflexión.

Pero a lo mejor lo interpreta como un paso atrás, como si estuviese diciéndola
delicadamente que no quiero que la cosa se salga de madre...

Qué estupidez; como si estas cosas se pensasen tanto.

270. El muro

Por aquel entonces, había un muro en la ciudad, en medio de un parque en un
barrio modesto de las afueras. Ese muro no separaba nada, no impedía acceder a
ningún lado, no delimitaba ningún territorio.

Quizás antes sí que lo hiciese, quizás fue levantado, como todos los muros, con
intenciones defensivas, pero ahora había quedado aislado en medio de un
parque, rodeado de hierba por todos lados.

En ese muro la gente escribía no únicamente sus deseos, como en otros muros
famosos en otras ciudades, ni sus declaraciones de amor secretas, sino todo lo
que se les ocurría o querían decir. Era un muro limitado, no más de 50 metros de
largo por tres metros de alto. Pero nunca se acababa el espacio, siempre había un
hueco para quien quisiese decir algo. Podías ir a cualquier hora, estaba
iluminado, y expresarte de la manera que quisieses: pintando, escribiendo. La
única norma que existía era que jamás se podía utilizar un espacio ya ocupado,
estropear lo que alguien ya había dicho, intentar ocultarlo o modificarlo. El
respeto a los mensajes del resto era la única regla a seguir.

Había gente que escribía boca abajo, otros de atrás a adelante, otros con colores
chillones, otros en el mismo color del fondo...

Durante horas, además de los que querían decir algo, se juntaban cientos de
personas que se dedicaban simplemente a leer los mensajes del resto, a escuchar
lo que tenían que decir, y a raíz de esas reuniones, se lanzaban debates y
conversaciones que podían durar horas. Aquel muro servía para reflejar todas las
opiniones de la gente de la ciudad, todos sus pensamientos, todas sus
aportaciones.

Pero un día, derribaron el muro. Nos dijeron que era por el bien común, que era
un peligro, porque estaba viejo y podía herir a alguien. Nos prometieron que
construirían otro, más grande y bonito, y podríamos volver a reflejar nuestra vida
en él. En su lugar, un nuevo edificio de viviendas ocupó el espacio, no sólo del
muro, sino de todo el parque.

Ha pasado mucho tiempo y no tenemos muro. Desde entonces, la gente ya no es
como antes, no hablan los unos con los otros, y solo existen dos formas de ver el
mundo a las que dar tu apoyo.

271. En la pensión

Ahora está solo. Después de la última discusión cogió sus cosas y se fue, sólo lo
imprescindible, para pasar los primeros días.

Ahora está solo. Está pasando la noche en una habitación de una pensión del
centro que acaba de alquilar, allí ha dejado en el armario todo aquello que ha
creído indispensable recoger, no ha abierto aún las bolsas.

Ahora está solo. No sabe lo que va a hacer mañana, seguramente buscar un sitio
nuevo donde vivir, ver pisos de alquiler. Tampoco tiene tanta prisa.

Ahora está solo. Y no está en absoluto preocupado por el futuro, tiene claro que
mañana estará mejor que ayer, y dentro de dos meses mucho mejor que hace tres.

Ahora está solo y todo va a ir bien.

272. Perdido en ti

Perdido me encuentro, feliz me hallo.
No alcanzaré nunca la salida, jamás pisaré otro terreno diferente.
No me canso de subir colinas y descender precipitadamente por laderas.

Si tu espalda no fuese tan perfecta y uniforme, quizás podría salir de este
embrujo.
Pero hoy por hoy eso no es posible y nada tiene la fuerza suficiente para dejar de
mirarla mientras duermes.
Probablemente lo único que me impida seguir haciéndolo es que te despiertes, te
des la vuelta, y me sonrías.

273. Centro del universo

Soy un ombligo. Soy el centro de mi ser, donde todo acaba, donde todo empieza,
aquí, para el mundo que me rodea.

Hay veces que me encuentro abultado, empujado hacia fuera. Me siento
indefenso en esos días, expuesto, como si cualquier cosa me pudiese herir
acercándose demasiado a mí. Otras veces estoy escondido, refugiado entre
montículos abdominales que me protegen incluso del sol y del contacto con la
ropa.

Veo a muchos de mis congéneres, ya que algunos van desnudos ante el mundo,
mostrándose sin pudor como orígenes de la vida de sus portadores. Puedes
encontrarte ombligos limpios y puros, bien hechos, proporcionados, con pliegues
interesantes y sugerentes. Otros están adornados, pero siempre me viene una
punzada de dolor cuando los veo. Pero en realidad todos somos iguales, tenemos
el mismo significado, venimos del mismo sitio, y nos lo tenemos igual de creído.

Ciertamente, no somos nada más que un recuerdo del pasado, cuando nuestro
dueño no era capaz de subsistir por sí mismo y, siendo más preciso, en realidad
se estaba formando a sí mismo, ni siquiera existía como tal.

Estamos muy subiditos, por nuestra posición, por cómo nos tratan, pero en
realidad no tenemos ninguna función más allá de la decorativa y, en ocasiones, y
en manos o bocas expertas o habilidosas, la placentera. Es esta última la que
mejor me hace sentir, la que me da sentido de la vida, por la paradoja que
representa que el contacto cariñoso y preocupado sobre una parte que estaba
destinada a unirte a la persona que te crio, sea ahora fuente de satisfacción
mientras te unes a otra persona que se quiere unir a ti.

Cosas que tiene la vida.

274. Desastre

Tengo un problema: te quiero.

Ya ves.
¿Ahora qué hago?
¿Cómo salgo de este lío?

Ayúdame.

275. Nuevo trabajo

Esta carta es para comunicarte que he decidido aceptar un puesto de trabajo en
otro país. Me he cansado de esperar tu respuesta a mi proposición, ya que creo
que si te lo tienes que pensar tanto significa que no lo tienes nada claro, y, en ese
caso, lo mejor para los dos es que respondas "no". Ya te quito yo el trabajo de
pronunciar esa horrible palabra y te evito pasar por el mal trago de decírmelo a
la cara.

Una vez más te pongo las cosas fáciles para que no tengas que ser tú la que se
sacrifica y que no tengas nada que reprocharme en el futuro. Es algo que siempre
he hecho bien y que tú has sabido aprovechar con buen resultado para tus
intereses.

Lo dicho, no creo que vuelva mucho por aquí, por lo menos en un par de años.
Allí me irá bien, en principio voy solo pero ya sabes que me adapto bien a los
sitios y a la gente, y que nunca he tenido problemas para crearme un círculo
íntimo.

Espero que te vaya bien sin mí, y que pronto llenes el hueco que dices que dejé.
Esta vez estaba convencido de que te iba a gustar mi propuesta, pero nunca he
sido un gran vendedor.

Hasta siempre.

276. Mañana volveré a ser puntual

Todo ese día fue muy extraño. Desde que me levanté, a la misma hora de
siempre, tenía la sensación de que algo fuera de lo común iba a pasar.

Me duché, desayuné y me dirigí a la boca de metro escuchando un disco de Tom
Waits que me habían regalado recientemente, mientras leía "Brooklyn Follies ",
otro regalo. Seguramente cogí el mismo convoy de metro que todos los días
anteriores, debido a que mis primeros momentos de la mañana son tan
repetitivos y monótonos que no cabe la posibilidad de una desviación mayor a
un minuto. Por supuesto subí al vagón de siempre, el que mejor me venía para
acceder a la salida en mi estación de destino.

A los pocos instantes de apoyarme en una de las puertas que sabía que no se iban
a abrir en todo el trayecto, noté como el cuerpo que se encontraba a mi lado
estaba extrañamente cerca y ligeramente inclinado hacia mí. Levanté la vista del
libro y vi una preciosa cara mirándome con una preciosa sonrisa en ella que
quería decirme que sentía haberme molestado, pero que no lo había podido
evitar. Extraje los auriculares que me comunicaban con el mundo oscuro de T.W.
y le dejé descansar un rato, mientras preguntaba a aquel bonito inconveniente
que había aparecido en mi camino:
- "¿Te gusta Paul Auster?"
- "Me encanta" - me respondió.
- " Yo lo acabo de descubrir gracias a una persona que siempre acierta con sus
regalos"- aclaré.
- "Eso es que te conoce bien".

Esa contestación me hizo enmudecer durante unos segundos, en los que terminé
de enamorarme de su sonrisa. Empezamos una conversación que hizo que el
viejo cantautor guardase definitivamente su guitarra en la raída funda, y que nos
aisló del resto del vagón repleto, sudoroso, adormecido y malhumorado. Fue tal
el mundo íntimo y privado que nos creamos que tanto mi parada como la suya
fueron ignoradas descaradamente, situación que nos hizo proponernos
mutuamente olvidar las clases de hoy.

Salimos del subterráneo en la parada que la que primero se detuvo nuestro tren
después de tan prometedor acuerdo, y comenzamos a andar por las calles sin
ningún rumbo concreto. No sabría decir qué tiempo hacía ese día, aunque tengo
claro que no llovía. Pero, como os digo, no recuerdo nada de lo que ocurría a
nuestro alrededor, ni tan siquiera las direcciones, la temperatura o si había mucha
o poca gente por la calle.

No nos contábamos cosas, simplemente hablábamos de sensaciones, ideas,
libros, música. No descubrimos ni uno sólo de los momentos de nuestras vidas
que nos habían llevado hasta allí, ni quién éramos, ni de dónde habíamos venido.
Ni siquiera qué era lo que estudiábamos que nos hizo encontrarnos ese día en ese
lugar.

Las horas que estuvimos juntos volcamos nuestros corazones, el uno sobre el
otro, y los dejamos latir juntos y unir sus venas para intercambiarse la sangre que
debería correr por nuestro interior durante los próximos años, y probar su sabor
en nuestros cuerpos distintos y desconocidos. Más tarde dejamos que fuesen
ellos, nuestros cuerpos completos, los que se enlazasen y se hablasen entre sí,
contándose lo que amaban y lo que deseaban, contándose como sentían y qué les
hacía flotar. Y lo hicieron durante un tiempo infinito mientras el sol ya no estaba
vigilando, hasta que, sin saber cómo ni cuándo, debimos caer dormidos,
rendidos, plenos.

A la mañana siguiente, cuando el despertador sonó a la misma hora de siempre,
sólo había una cosa fuera de lugar en mi habitación. Un nota que decía:
"Seguramente haya sido el mejor día de mi vida, de la pasada y de la futura, y,
por eso mismo, no quiero volver a verte. Has logrado llenar todo lo que nunca
jamás pensé que alguien podría lograr, y te he amado durante esas horas como si
te conociese de toda mi vida. Sé que si nos volvemos a encontrar intentaremos
repetir, buscar que las maravillosas sensaciones vuelvan a nosotros, pero algo
fallará.

Por mucho que lo intentemos la perfección no se logra, y menos dos veces
seguidas.

Así que antes de que nuestra debilidad y nuestra ambición estropeen lo que el
destino quiso crear ayer, quedémonos con el recuerdo y, al menos,
conservaremos eso; la mayoría de la gente desperdicia los buenos momentos
creando otros nefastos o artificiales después de ellos. Esta vez no quiero que nos
pase eso.

Ya estás conmigo para siempre”

Aunque en ese momento lloré de rabia, no pude estar más de acuerdo con
aquellas palabras.

Me retrasé un poco al coger el metro ese día, pero a la mañana siguiente todo
volvió a la normalidad.

277. Perdido en el comienzo

Lo único que recuerdo es que lo hice, pero no sé por qué. Reconozco vagamente
este lugar, tengo la sensación de que es un sitio familiar, habitual, donde he
pasado mucho tiempo. Pero no sé si es donde vivo, donde me escondo, donde
me han encerrado. Ni siquiera sé si alguna de estas cosas es mía. Tampoco sabría
decir si espero a alguien o simplemente estoy solo. No tengo ni idea de por qué
he despertado tumbado en el suelo. No sé si las ropas que llevo puestas son mías
y desconozco si yo mismo me he vestido con ellas. Lo único que tengo claro es
lo que he hecho, eso está muy nítido en mi mente. Lo veo como si acabase de
pasar.

¿Cuándo ha pasado?

Me siento bien. Ni cansado, ni aturdido, no noto secuelas de haber estado
inconsciente, drogado o herido. No me encuentro marcas y nada me duele.

Supongo que debería levantarme y echar una ojeada a lo que me rodea. Quizás
empiece a recordar en breve. O quizás no, y esto sea un nuevo comienzo, un
aprenderlo todo, un borrón y cuenta nueva. Quizás "alguien" me haya dado una
nueva oportunidad, a lo mejor eso es posible, dar una segunda ficha a alguien.
"Adelante chaval, te permitimos empezar de nuevo. No nos decepciones esta
vez". Me encuentro con fuerzas para ello.

Pero... por alguna razón debo quedarme con el recuerdo de lo que he hecho, eso
sí, eso debo conservarlo. ¿Para no repetirlo, para tener una referencia macabra,
para conservar un miedo que me impida acercarme a donde no debo, para ser
capaz de aprovechar esta nueva oportunidad? Ahí está, grabado, y si algo tengo
claro es que no se va a ir de mi cabeza.

Respecto al resto, sólo tengo que ponerme de pie y comenzar a andar.

278. Soy ciego

Tengo dificultades para ver. Y es desesperante. La gente me habla de cosas,
continuamente. Describen sus emociones cuando ven algo que les llega al
corazón. Me hablan de sus pasiones cuando viven algo que les impresiona. Me
hablan de lo preciosos que son sus amores y de lo maravillosas que son sus
creaciones. Oigo cómo me cuentan lo que han conocido en sus últimos viajes.
Aguanto mientras describen el amanecer en su ciudad natal o el anochecer en
aquel paraíso que les ofrecieron aquella vez.

Yo no veo nada de eso ¿Por qué tengo que soportarlo?

279. No passion

¡Qué simples son tus movimientos, qué limitado tu repertorio! ¿Así cómo
quieres que disfrute? Tu participación en el baile es absolutamente monótona y
mi cuerpo acaba con la impresión de que el tuyo sólo tiene la pieza que tiene
contacto conmigo. Ni te oigo ni te siento, no compartes ni buscas. Se vuelve
aburrido, predecible, y mi locura se desvanece ante la falta de incertidumbre.
Todavía me sigues preguntado si me ha gustado cuando terminas. Es la única
señal que me confirma que tú ya lo has hecho.

280. Esto se acaba

Estoy que no puedo ni respirar. Prácticamente no duermo y no me quedan uñas
que comer o pelos que arrancarme. Veo el final, todo conduce a él, y no sé qué
tengo que hacer para evitar que pase lo que sé que va a pasar. ¿Por qué estará
haciendo esto? ¿Qué pasará por su cabeza? ¿Qué le habré hecho yo? Ni siquiera
me atrevo a preguntarle. Lleva semanas evolucionando y ahora estoy así. Ayer
sólo me dio dos besos, hoy nada más que uno. No quiero que llegue mañana.

281. Masacre

Por fin he acabado con todos. Ya no queda nadie. Los he matado uno a uno. Me
ha costado años, pero al final lo he conseguido.

Empecé por los de mi alrededor y me fui alejando más y más, buscándolos por
todos los rincones del planeta. A los últimos tuve que perseguirlos durante días,
creían que tenían alguna oportunidad, pero al final me abalancé sobre ellos y les
di su merecido.

Ahora ya nadie me levantará la voz, ahora nadie me llevará la contraria. No
tendré que discutir con nadie sobre quién tiene la razón o quién es más que
nadie. Se acabaron las órdenes y las súplicas, las obligaciones y la falta de
derechos.

Ahora yo soy el rey.

282. Ciao

Me voy, abandono. Dejo mujer e hijos. Me voy para siempre. Dejo la casa, el
coche, el dinero, las acciones y el cepillo de dientes. No quiero nada de eso, no
lo necesito.

Me voy con lo puesto, con lo que soy, con lo que llevo. Me voy solo y no voy a
avisar a nadie. No pienso dejar una nota ni dar explicaciones. Esto se ha
acabado, no quiero seguir con ello.

Dejo las ilusiones, el esfuerzo, el cariño, las ayudas, los amigos, los amores y los
caprichos. Pero también me deshago del dolor, las penas, las discusiones, las
decepciones, los malos tragos y los fracasos.

Reconforta saber que todo se acaba, pero da vértigo no tener ni idea de qué me
espera. Me voy voluntariamente, aunque no tengo otra elección, y en realidad no
quiero hacerlo.

283. Duelo

Sé que "duelo", y eso me duele. Tú sientes que no siento como tú, y me hace
sentir mal.

Porque si yo ya no soy el yo de tú y yo, tú no quieres seguir estando al lado de
mi yo. Y si tú lloras porque yo te hago llorar, yo lloro después cuando tú ya has
dejado de hacerlo.

Ahora tú me dejas porque yo te dejé, y no me hablas porque yo estuve callado.

Tenía que ser así.

284. Esperanza

Mira que me lo ponéis difícil. Os lo di todo, los medios, el conocimiento, el
tiempo, la fuerza... pero seguís sin aprovechar la oportunidad y no hacéis nada
más que perder el tiempo. Cada día que pasa os dedicáis a lo mundano, a lo
superficial, no creáis nada nuevo. No hay manera de que os deis cuenta de la
oportunidad que estáis desperdiciando y no sois capaces de ver hacia dónde os
conduce vuestra actitud.

Todavía conservo la esperanza, quiero seguir dándoos las oportunidades que
hagan falta para que enderecéis el rumbo. Fue una inversión arriesgada, pero
creo que aún puede salirme bien.

Pero de verdad, hay veces que me desespero...

285. Una tercera cita

Era la tercera vez que se veían ese mes. Juan aún no entendía por qué estaba
haciendo todo aquello, era como si una fuerza incontrolable, una luz cautivadora
lo llevase hipnotizado por un camino que de todas maneras le parecía irracional.
Desde el primer día, la sensación de no tener control sobre sus actos, el no poder
decidir sobre lo que quería hacer, el no tener alternativas que proponer a lo que
él le ofrecía, era su respuesta a cualquier asunto que se pusiese encima de la
mesa.

Esa tarde habían quedado en un céntrico café en los alrededores del Teatro Real,
un sitio que ambos conocían de su vida por separado, aunque ahora Juan tuviese
la impresión de que en su vida siempre hubiese estado él, como si no recordase
nada antes del primer encuentro, como si hubiese empezado a vivir el día en que
se conocieron. De alguna manera, su vida había cambiado tanto desde que se
encontraban por todo Madrid que era lógico pensar incluso que todo lo vivido
anteriormente, o había sido un sueño aburrido, o simplemente pertenecía a la
existencia de otra persona diferente a él. La última vez que se citaron, Juan ya
sabía cómo transcurrirían más o menos las cosas, sabía que tardaría días en
volver a dar señales de vida, días desconectado de su rutina diaria y de las
personas con las que se relacionaba frecuentemente, que, con una buena excusa
de por medio, no sospechaban lo más mínimo de cuáles eran las razones para esa
desconexión en sus relaciones.

Esa segunda vez que marcaba el momento en el que Juan aceptaba esas
experiencias como su nueva fuerza vital, su nueva razón para levantarse cada
mañana, supuso una consagración en esta nueva religión que profesaba. Disfrutó
de unos sucesos mucho más intensos y vio más de cerca los límites de su propia
naturaleza que cuando se vio envuelto en ello la primera vez. La primera vez fue
tan inesperada como desconcertante. Todo lo que vivió desde el minuto cero le
hizo sentir que no tenía autoridad sobre lo que pasaba y que podía acabar de
cualquier manera, pero seguramente de una manera extraña y violenta. Pasó esos
cinco días que duró la experiencia introductoria sin saber si era de día o de
noche, sin tener conocimiento de dónde se encontraba y sin saber cuándo y cómo
acabaría aquello. La primera vez fue algo que le borró la mente y le hizo
infravalorar todo lo que había existido hasta entonces.

Y ahora llegaba a la tercera, la de la experiencia, la del cambio, quizás, la del
avance, la de la progresión a un nivel superior, la de confianza en él para llegar
aún más lejos, la de la total desvinculación de este mundo aburrido. Cada vez
estará más cerca de la perfección, de la totalidad y cada vez subirá más alto,
hasta que la vista no alcance a distinguir lo que queda allí abajo, y quizás no
merezca la pena volver.

Faltaba un minuto para la hora a la que habían quedado, pero él ya estaba allí,
esperándole con una sonrisa en la cara.

286. Una cosa está clara

El beso distrae de las caricias

287. Tradición y baile

Él era el único que no sabía por qué estaba allí.

Salió asustado, lógico, después de pasar horas o incluso días encerrado en una
celda sin luz ni aire puro, escuchando continuamente golpes y ruidos a su
alrededor, y soltado a base de palos a la luz del día sin ninguna explicación.

Se precipitó enfrente de mí corriendo, despistado, envuelto en pánico, e
intentando cubrirse por todos lados. No sabía dónde ir, y a la vez buscaba
inútilmente una salida. Su rostro reflejaba la desesperación, sus extremidades
querían arreglar el problema, cada una independientemente. Nada tenía sentido
para él. ¿Por qué lo soltaban así después de tenerlo tanto tiempo encerrado?
Había empezado a pensar que su final estaba cerca, que jamás saldría de allí.

Lo observé durante un buen rato. El resto también lo hacía y emitía sus juicios
sobre el porte y las posibilidades que nuestro incauto invitado podría ofrecernos.
Él era bastante más fuerte que yo, pero yo estaba armado.

Fui en su busca. No me protegí con nada. Le miré a los ojos y le hice gestos para
que se fijase en mí. Por alguna razón, él comprendió que yo era su única forma
de salir de allí, así que se centró en mí. Nos entendimos rápido. Él también me
miraba fijamente y analizaba cada uno de mis movimientos. Estábamos listos
para empezar el baile, pero nadie quería dar el primer paso. Yo mantuve oculta
mi arma porque quería que nos conociésemos primero, y que el resto de la gente
también supiese con quién estaba tratando. Mantuve un mano a mano con él de
manera noble, sin malas jugadas, confiando el uno en el otro, durante bastante
tiempo. Todo parecía una coreografía previamente pactada, a pesar de que
éramos unos auténticos desconocidos. Creo que él se divirtió con el baile,
aunque no tanto como la gente que nos rodeaba. Cada paso era acompañado por
gritos y aplausos. Éramos los protagonistas y las estrellas, los dos juntos.

Pero él era muy fuerte. Y la gente me pedía algo más. Decidí cambiar de arma,
aunque aún no la había usado. Las armas blancas tienen el inconveniente de que
te tienes que acercar a tu víctima para que tengan efecto, así que, pensando bien
la maniobra, y con bastante agilidad, conseguí herirle en su parte alta. La gente
me aplaudía. Pero él comenzó a sangrar. Me miraba incrédulo: "¿A qué ha
venido esto? Hasta ahora nos habíamos portado como caballeros". Comenzaba a
mostrar signos de agotamiento.

La gente quería más aún, di paso al jinete, que hizo su trabajo y destrozó a mi
contrincante. Ahora ya no era una lucha justa. Le vi arrodillarse un par de veces
y su cara empezaba a suplicarme que acabase con esto en lugar de pedirme
explicaciones. Pero la gente seguía gritando y aplaudiendo, incluso sonaba
música. Decidí recuperar mi arma original.

Lo calculé todo. La dirección del viento, la posición del sol, la velocidad a la que
debía acercarme, cómo provocarle... y dónde atacarle para dar un golpe certero.

Ahí viene a por mí. He acertado donde quería. Le veo tambalearse. La gente me
jalea. Se ponen en pie... un momento. Algo no va bien. Se me nubla la vista. El
que se tambalea ahora soy yo. ¿Qué está pasando? Dios mío, estoy herido. Él
también había hecho sus cálculos.

Es un final justo.

288. Desvelado

Las cuatro de la mañana y estoy desvelado.

Desvelado por recordar lo que he vivido contigo.
Desvelado por todavía sentirte a mi lado.
Desvelado por oír tus risas en mi cabeza.
Desvelado porque aún te busco al otro lado de la cama.
Desvelado por adivinar cuándo te volveré a ver.

Desvelado, sin poder soñar.

289. Todos sus días merecieron la pena

Todos los días recibía a alguien.

Era un asiento de un vagón del metro de la línea 6. Cada día docenas de
posaderas se aprovechaban de su existencia para dar un descanso al cuerpo al
que pertenecían. Cuando nadie estaba sobre él, podía observar y escuchar a la
gente que iba en el vagón. Oía conversaciones, escuchaba música interpretada en
directo, leía libros y periódicos, sufría arañazos con nombres de niñatos y
analizaba a la gente según iba vestida.

En todos los años que estuvo en servicio probablemente aprendió más que
cualquiera en esta vida. Todo el conocimiento pasaba por delante suyo, mientras,
simplemente, hacía su trabajo. Nunca faltó un solo día a su obligación, y jamás
protestó por un abuso de poder ni expresó su opinión sobre un hecho relevante.

Cuando lo jubilaron se encontraba cansado, muy desgastado, y su cuerpo no era
ni la sombra de lo que fue en su mejor época, durante la inauguración de la línea.
Acabó sus días contento, por haber tenido una finalidad en este mundo y por
haberlo conocido en profundidad, a pesar de que sólo salió de ese viejo vagón
cuando lo llevaron a la planta de reciclaje. En ese día final, fue capaz de
reconocer los edificios a su paso, las calles recién remodeladas, los parques de
reciente inauguración.

Todo eso lo aprendió simplemente escuchando y observando. Escuchó a todos,
con paciencia, y adquirió más conocimiento que ningún otro.

Ese día fue fundido y convertido en una pieza para motocicleta. Desde entonces
se dedica a ver mundo. Y lo hace de una manera que cualquiera envidiaría,
sabiendo y reconociendo lo que ve.

290. Libre

- ¿Qué has hecho hoy?
- Me he levantado a las siete y media, he ido a trabajar (he pillado atasco), he
comido con los compañeros a la una y media, después he vuelto a casa a las
siete.
- ¿Y ahora qué vas a hacer?
- Pues me pondré el pijama, las zapatillas, pondré la tele, a las 10 me haré la
cena, cenaré mientras veo la tele, y después seguiré viéndola hasta que entre
sueño.
- ¿Y qué planes tienes para mañana?
- Pues, básicamente lo mismo.
- ¿Y el miércoles?
- Igual.
- Ya... Así todos los días de la semana.
- Sí.
- ¿Y el fin de semana?
- Me levanto tarde el sábado, salgo a comprar con el coche, como algo en el
centro comercial, después vuelvo a casa y me pongo a ver la tele, hasta que
empieza el fútbol. El domingo lo mismo, pero no voy a comprar, excepto el
periódico, que bajo enfrente a por él, me lo leo, y después el partido lo veo en el
bar con los vecinos.
- ¿Todos los fines de semana?
- Sí, ese normalmente es el plan.
- ¿Eres feliz?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque soy libre.
- ¿Por qué te consideras libre?
- Porque puedo hacer lo que quiera en cualquier momento.
- Qué suerte tienes.

291. Idea equivocada de este lugar

El infierno está infravalorado. Sé que suena a cachondeo, pero no es así. Yo
llevo aquí algún tiempo y no se está tan mal como la gente cree. ¿Que cómo
puedo decir algo así? Pues desde la propia experiencia. Además, piensen en una
cosa: en el infierno se hace todo lo que está mal, todo lo que según los religiosos
es pecado y nos condena.

Empiecen a imaginar cosas.

Aquí está permitido el amor libre, es decir, el sexo libre, no hay normas, se
consumen drogas de manera gratuita, el rock 'n roll suena por todos lados, el
alcohol sustituye al agua, existen la eutanasia y el suicidio, por si lo ves mal, no
hay curas pederastas, hay libertad sexual (de todas las combinaciones posibles)...

La ambición tiene su recompensa, si ansías poder y dinero, puedes conseguirlo
con facilidad, no existen las obligaciones, ni personales, ni familiares, ni
sociales. Todas las manifestaciones artísticas están aceptadas, tanto literarias
como plásticas. Todo aquello que se condena en vuestro mundo actual (de
momento), aquí se ve fomentado como piedra angular de la definición del
sistema. Es el castigo que se nos impone por intentar mantener una vida lujuriosa
en el pasado. Lo que jamás estaría permitido en el piso de arriba por ser
contrario a la moral cristiana, aquí se aplaude por todos los presentes.
Seguramente en "el otro lado" se esté muy muy a gusto, y yo no digo que para
una temporada no pueda ser bastante agradable, como un fin de semana en la
sierra, pero los que estamos aquí disfrutamos cada instante al máximo y no
tenemos ninguna duda de que es donde queremos estar.

Quizás sea la mejor solución, cada uno en su sitio, o en el sitio que está hecho
para él. Seguramente la vida anterior sea una especie de selección, un período de
prueba en el que cada uno vamos definiéndonos para después, en la vida eterna,
estar distribuidos de manera apropiada. Así que vosotros veréis donde queréis
pasar el tiempo infinito, en la blancura perfecta del respeto a las normas y la
tranquilidad, o en las profundidades de color rojo intenso, con mucho calorcito y
fiesta continua.

Todos seréis bienvenidos en el infierno.

292. Todo sigue igual

Esta mañana me he despertado con un beso en los labios y el abrazo de un
cuerpo desnudo a mi espalda. Me he desperezado lentamente, disfrutando del
momento, tenía mi albornoz preparado a mi lado, recién perfumado, para que me
acompañase hasta la ducha. El agua ya estaba caliente y me han enjabonado con
mucho cariño. La toalla con la que me han secado era suave como si estuviese
hecha de algodón puro, olía a flores recién cortadas. El desayuno que me han
preparado era muy completo. Alguien me ha dado un abrazo en el ascensor, que
yo he correspondido. Al coger el metro me han dado un gran beso de despedida.
Me he quedado un poco dormido y casi me paso la parada.

Ahora estoy en medio de la calle y no sé a dónde quería ir. No veo más que
coches y gente que va a todos lados sin mirarme. Hay mucho ruido y no puedo
concentrarme. Me está empezando a doler la cabeza. Decido ir en alguna
dirección, apoyarme en un edificio, por lo menos para cubrirme las espaldas ante
tanto bullicio. Me estoy mareando. Intento buscar un portal donde meterme para
intentar aclarar mis ideas y saber qué hago aquí. Creo que me están fallando las
piernas, no sé si lo lograré.

He caído al suelo y no me puedo mover. Creo que la gente está pasando por
encima de mí.

Me voy. No veo nada.

Me despiertan con un beso en la boca. Menos mal, sigo en el metro. Sólo ha sido
una pesadilla.

Un abrazo me devuelve a la realidad.

293. Aunque no lo parezca

La soledad es un vagón lleno de gente que no se habla.

La tristeza es una sonrisa forzada en una cara apática.

La alegría es llorar sin poder parar.

La debilidad es creerse fuerte.

La motivación es hacer las cosas sin darse cuenta.

La entrada siempre es una salida.

No quiero mucho dinero, sólo quiero no tener que necesitarlo.

Quizás no me quieres a tu lado, sólo deseas no echarme de menos.

294. Algo que no te conté

¿Sabes? Esa mañana me desperté temprano, bueno, más temprano que tú, pero
en realidad ya había amanecido. La luz entraba por la ventana desde hacía
tiempo, pero el ajetreo de la noche anterior nos hizo ignorar la realidad temporal
en la que estábamos. Al verte acostada de lado, dándome la espalda, como
siempre te gustaba dormir, cubierta en parte por las sábanas de tu cama, dejando
una pierna al aire desde más arriba del muslo hasta tus delicados dedos, no me
pude resistir.

Me levanté con mucho cuidado, preocupándome de no hacer ningún movimiento
que provocase que cambiases ni un centímetro tu postura actual. Me acerqué a
mi mochila, la bolsa que llevo a todos lados conmigo y que a ti te resultaba tan
odiosa, y saqué mi cámara. Recuerdo haber estado haciéndote fotos mucho
tiempo. Conocía tu cuerpo a la perfección y, sin embargo, en cada nuevo ángulo,
en cada pequeña variación de la colocación del objetivo, descubría algo que me
fascinaba y que debía retratar inmediatamente. Fue un momento único, un
momento en el que te disfruté sin estar tú, en el que me volviste loco sin ser
consciente de ello, en el que te amé como nunca, sin que fueses capaz de
sentirlo.

Nunca te enseñé esas fotos, ni siquiera te dije que lo había hecho. Cuando pasaba
tiempo sin dormir contigo las recuperaba para que me ayudasen a tenerte en
sueños esa noche.

Ahora te lo cuento, quizás ya no te importe. Quizás habértelo contado antes te
hubiese gustado. Quizás contártelo hubiese contribuido a que la cosa hubiese ido
mejor. Me lo quedé para mí, sólo yo supe de la existencia de aquel instante, y
sólo yo vi las pruebas de aquel suceso. Siempre fue mío y sólo mío, y siguió
siendo mío cuando tú ya dejaste de serlo.

Ahora te lo cuento, y quiero que sepas que aquello tan maravilloso sucedió,
porque hoy me voy a deshacer de esas imágenes para siempre.

295. Mi agujero

Las paredes son oscuras, más bien grises. Su tacto es áspero como el de un alma
despreciable. Encierran fantasmas y lamentos que luchan entre sí por nada.
Dentro sólo se recuerda música creada por el alcohol y la soledad que es capaz
de repetirse sólo en sus peores estrofas, sin llegar nunca al estribillo. De vez en
cuando se oye alguna voz que sería mejor no escuchar, sólo trae súplicas y
lloros. Fuera siempre está lloviendo y el sol hace tiempo que no calienta ni
ilumina. La luz es insuficiente y el frío es el color del aire. No hay sitio para
nadie más pero tampoco hay una puerta de salida. Los instrumentos nunca
penetrarán estos muros, como también sería imposible leer un libro o admirar
una pintura. Todas las posturas producen dolores insufribles. El hambre ya es
una sensación tan habitual como el cansancio, que no parece tener más
importancia que ningún otro aspecto de esta situación. La cabeza te hace dudar
de la consciencia de ti mismo y el cuerpo parece no estar presente. Todas las
columnas han caído sobre los muros, que amenazan con derrumbarse
aplastándolo todo. Sería imposible enderezar las cosas porque la fuerza no lo
permite. La gente fuera ríe y aplaude haciendo que todo vaya encogiendo un
poco más.

Ya no queda aire. Pero sí demasiado tiempo.

296. Tributo

Cuando se despertó una mañana de un sueño intranquilo, se encontró sobre su
cama convertida en una niña pequeña. Estaba tumbada sobre su pequeña
espalda, y el pijama con el que se había acostado la noche anterior sobresalía de
sus extremidades y colgaba de los laterales de su cuerpo como el pellejo de una
piel que ya no sirviese, que hubiese quedado vieja.

La cama parecía ahora enorme, y las distancias a sus bordes habían aumentado
de manera inalcanzable. Sus brazos y sus diminutas piernas se levantaban ante
ella, limitados, ridículos, y no tenía claro poder controlarlos con facilidad.

"¿Qué me ha ocurrido?", pensó.

No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación adulta, si bien algo
pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes de sobra conocidas. Por
encima de la mesa, sobre la que se encontraba abierto un ordenador portátil,
colgaba una foto de un cuadro de Johannes Vermeer, que hacía poco había
recortado de una revista y había colocado en un portafotos sin borde.
Representaba a una joven dando la espalda parcialmente al espectador (aunque
mirándole directamente), ataviada con un pañuelo y con una pose sencilla. Toda
la obra estaba compuesta alrededor del brillo de su pendiente.

Su mirada se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo nublado - se oía cómo
las gotas de lluvia repiqueteaban en el alféizar de la ventana - hizo que se
pusiese melancólica.

"¿Qué pasaría si durmiera un poco y olvidara todas estas locuras?"- pensó, pero
eso era del todo irrealizable, pues estaba acostumbrada a dormir con ropa escasa,
y, en su situación actual, se sentía como enfundada en un gran saco que podría
asfixiarla en cualquier momento.

Le faltaba el aire. Intentaba respirar con tranquilidad, forzándose a convencerse
de que si se calmaba volvería a dormirse, pero, en lugar de eso, cada vez tenía
más sensación de ahogo y empezaba a pensar que el pijama que llevaba puesto
pesaba demasiado.

"¡Madre mía!"- pensó-, "¡qué profesión tan agotadora he elegido! Siempre de
viaje. Las preocupaciones profesionales se mantienen fuera del trabajo, aquí en
casa; por añadidura me han impuesto esta pesadez de viajar, el estar al tanto de
los enlaces de aviones, las comidas irregulares y malas, un trato humano
cambiante, efímero, nunca íntimo. ¡Que se vaya todo a la mierda!".

Sintió un ligero picor en una de sus pequeñas piernas, e intentó, con un gesto
instintivo, rascarse con sus pequeños dedos, pero se volvió a encontrar con el
peso de sus ropas desproporcionadas, y, después, con la imposibilidad de sentir
algo a través del tejido que le cubría ambas extremidades.

Suspiró y se volvió a recostar sobre la cama.

297. Necesito un plan: 1

Lo primero que debo conseguir es llamar su atención, que sepa que existo. No
vale cualquier primer contacto. Tiene que ver quién soy y quedarse con mi
presencia. Tiene que acordarse de mí cuando llegue a casa hoy, y que, cuando se
vuelva a cruzar conmigo, aunque no me salude, recuerde lo que ha pasado en ese
primer momento en que nos encontramos.

El objetivo es entrar en su vida, en una esquinita, sin molestar, sin resultar un
incordio que quiera quitar de en medio. Eso me abrirá muchas puertas para
lograr lo que quiero. El resto será más fácil cuando lo consiga, e incluso muchas
cosas irán saliendo solas, sin planearlas.

Pero de momento, necesito un plan.

298. Necesito un plan: 2

Encontrar la oportunidad de crear un enlace con ella. Identificar un rasgo en
común, o quizás que ella vea algo que le guste en mí que no esté acostumbrada a
encontrar. No debería ser difícil.

Llevo meses observándola y la conozco a la perfección, sus gustos, sus
amistades, sus aficiones. Hasta sería capaz de describir una por una las fotos con
las que decora su carpeta. Me tiene que relacionar con algo importante para ella,
ni siquiera por cómo sea yo, simplemente que me asocie con un rasgo de su vida
que valore y aprecie, que le llame la atención. Una vez que tenga decidido el
qué, buscaré el cómo.

Ella lleva una vida bastante sencilla, típica de una chica de su edad: tiene amigas
con las que va a todas partes, ciertos chicos son bienvenidos en esa pandilla,
aunque no son íntimos, y les gusta hablar a unas de otras, y salir de tiendas
juntas. Lee libros sobre todo con grandes historias románticas y es fan de los
grupos más populares de la música juvenil...

Efectivamente, por ahí no voy a encontrar nada. Todo es tan vulgar que es
imposible destacar algo insólito entre toda esa aburrida colección de rasgos de
un individuo más del rebaño.

Tengo que profundizar algo más.

299. Necesito un plan: 3

No lo niego, a ojos de los demás sé que soy un ser despreciable, abominable. Sé
que lo que voy a hacer es algo horrible y que todo el mundo me odiará y pedirá
el mayor castigo para mí, lo sé. Pero yo lo veo de otra forma.

Una de las virtudes que se destaca más en la gente es la integridad. El tener una
opinión propia y obrar de forma coherente a sus convicciones. La gente íntegra
es muy valorada, los que no se dejan amedrentar, los que defienden sus ideales
hasta el final. Tengo muchas cosas claras en la cabeza, sé lo que está bien según
mi punto de vista, sé lo que es justo y sé que merezco el que esto pase. Tengo
derecho. Y teniendo las cosas tan claras en mi cabeza ¿qué importa lo que
piensen los demás de lo que voy a hacer? Soy íntegro, soy coherente, soy un
ídolo, un ejemplo a seguir.

Por eso lo voy a hacer.

300. Necesito un plan: 4

Bueno, pues ya sé el cuándo. Ya lo tengo claro.

Todos los miércoles ella tiene una hora libre, la tercera. No tiene clase a esa
hora, y siempre va sola a la biblioteca a estudiar, y más en estas fechas. Se
sentará en una mesa cerca de la ventana, al fondo de la sala, preferiblemente a la
izquierda. Es un buen sitio, porque así evita el trajín de la gente que entra y sale,
los que se encuentran con alguien las primeras mesas, los que buscan sitio libre...
todos los demás. Para estudiar quiere estar sola.

Si este miércoles no va, o va acompañada, no importa, esperaré al siguiente. No
tengo prisa, cualquier día me vale. Eso me ayudará a pensar mejor el cómo.
Todavía me faltan algunos detalles que tengo que trabajar, porque no conviene
fallar. Seguramente no habrá una segunda oportunidad si desperdicio la primera.
Las prisas nunca vienen bien, y yo sé que funciono mejor con tranquilidad, con
frialdad y con las cosas bien planeadas.

Total, lo que tiene que pasar, pasará.

301. Necesito un plan: 5

Llevo 15 minutos aquí y la niña no aparece. He hecho bien, viniendo antes que
ella, quiero decir. Cuando entras en un sitio grande, aunque haya gente dentro, si
no la conoces de nada, los ves como simples objetos repartidos por el espacio
como el resto de sillas, mesas y libros.

Así quiero que me vea cuando entre, que no me vea en realidad. Además, entrar
detrás de ella, aunque sepa que no es "especialmente observadora", puede
denotar premeditación, y no quiero que se quede con la copla cuando establezca
contacto.

Sigue sin venir. Seguro que se ha cruzado con alguno de los payasos chulitos que
la rondan y están coqueteando en el pasillo. No puedo salir a mirar, ¿con qué
excusa asomo mi jeta por la puerta de la biblioteca? ¿Y si está ahí mismo y me
ve? Ya me tendría fichado, y no precisamente por lo que quería.

Joder, ya queda poco para que ella tenga que volver a clase, y por aquí no ha
pisado. Me voy, total, no iba a servir de nada que entrase ahora. Tampoco creo
que vaya a entrar, tiene que volver a clase en un rato.

Mírala, lo sabía. Calentándole la polla al gilipollas de turno. ¿Por qué a las tías
les gustará tanto que les coman la oreja? Parece que todas necesitan una tropa de
babosos alrededor que las estén cortejando, aunque luego no se vayan a comer
un rosco... excepto algún afortunado que al final...

¡Coño! ¡Cómo se parece eso al rollo de los espermatozoides y los óvulos!

El próximo miércoles no se me escapa.

302. Necesito un plan: 6

Mi hermano dice que estoy mal de la cabeza. Que no se puede pensar así de las
cosas de la vida, que soy muy negativo y que no conoce a nadie tan rencoroso
como yo. ¿Negativo yo? Eso demuestra que no tiene ni dos dedos de frente, que
se queda en la superficie de las cosas como todo el mundo.

Cómo le gusta a la gente la vagancia, la comodidad, la superficialidad, el que se
lo den todo hecho. Todos estarían felices siendo robots, simples máquinas que
tuviesen su camino trazado delante suyo, que no necesitasen decidir nada y que
tuviesen asegurado el alimento y la compañía. Como la niña ésta, igual. Sólo
quiere encontrar cuanto antes al tío más guapo que la mantenga (aunque se esté
sacando una carrera, sabe con toda seguridad que él va a ganar más dinero que
ella), poder disponer de toda la ropa que le apetezca, casarse muy pronto y tener
algún hijo. Y ya está. Lamentable. A los 25 años puede dar su vida por
terminada, al menos en sus planes.

Lo que ella no sabe (o no le interesa saber) es lo jodidas que se ponen las cosas
después. Cuando el tío con el que te casas es un mamón (algunos ya lo damos
por hecho años antes), no encuentras trabajo digno tan fácilmente, y tienes que
vivir en un piso de mierda alquilado antes de que te puedas pagar una hipoteca,
para toda la vida, eso sí.

Pero la verdad es que la tía es preciosa. No tuve ninguna duda de a quién elegiría
cuando decidí hacer esto. Además, puestos a hacerlo, había que buscar lo mejor.
Entre una mediocre y la número uno no iba a haber muchas más dificultades
para lograr lo que quiero, así que apunté alto.

Mañana es miércoles. Mañana seguro que aparece por la biblioteca a la hora que
acostumbra, porque el viernes tiene examen.

Todo va a salir bien mañana.

303. Necesito un plan: 7

Ya está hecho. Salió como había planeado, incluso mejor, me llevé alguna
sonrisa y todo. Esperaba una reacción de interés, pero no un acercamiento tan
satisfactorio.

Después de acercarme a ella de frente, para que me viese llegar y no se asustase,
con cara de tímido, pero a la vez, de "me muero por ser tu amigo", le he
explicado quién era y le he pedido por favor que me escuchase cinco minutos.

Su hermano murió el año pasado en un accidente de coche. El amigo que
conducía estaba bastante borracho y tuvieron un accidente en una de las autovías
que salían de la ciudad. El conductor y los otros tres chicos sufrieron heridas
graves, pero él quedó atrapado demasiado tiempo debajo del coche, ya que éste
volcó ladeándose hacia su posición, bloqueando la salida hasta que llegaron los
bomberos. Cuando consiguieron rescatarle ya era demasiado tarde.

Le he contado que un primo mío tuvo un accidente hace unos meses con el
coche y se ha quedado en una silla de ruedas. Esta vez fue mi primo el que
conducía y el que iba pasado de copas. Esto le ha hecho reflexionar y está
creando una serie de charlas de concienciación por universidades de todo el país.
Lamentablemente, la mayoría de los afectados no quieren recordar lo sucedido
durante tantos días de su vida, demasiado tienen con intentar superarlo cada día.
Por eso, está buscando familiares que quieran contar, al menos como personas
afectadas, las consecuencias de sucesos como estos, y hacer ver a los jóvenes
que no merece la pena correr el riesgo a diario.

Estará encantada de poder ayudarme en lo que sea. No cree que pueda contar
con sus padres para la causa, ya que no soportarían sacar el tema a relucir, y
mucho menos en público. Pero ella está a mi entera disposición para lo que
necesite...

Qué dura es la vida ¿verdad?

Y sobre todo porque lo que le he contado es cierto, excepto lo de que mi primo
esté buscando gente...

304. Necesito un plan: 8

Mi hermana está muy mal. Alguien se ha acercado al médico y le ha hecho la
puta pregunta: "¿Cuánto le queda?". Mis padres están destrozados, mi hermano
no sale del hospital. Es una verdadera putada, ver a un familiar tuyo ir
apagándose poco a poco, saber que va a desaparecer en unos días. Y encima ella,
la persona más buena de este mundo, la más cariñosa, la más estudiosa, la más
alegre. Pero por esa justicia rara que nunca entenderé, nació con un cuerpo débil,
enfermo desde su comienzo. Toda su vida ha sido una preocupación por parte de
mis padres, el andar pendiente de todo su entorno para que nada le afectase.
Docenas de veces han tenido que salir corriendo al hospital por una crisis, una
herida que no dejaba de sangrar, un desmayo...

Ahora la vemos irse, y se supone que todos tenemos que aceptarlo. Día tras día,
desde hace años, sabemos que esto va a pasar. Y en lugar de pasar de repente,
fuese cuando fuese, es poco a poco, para ir destruyéndonos a nosotros junto con
ella.

No me voy a quedar mirando sin más.

Tengo que empezar a prepararlo todo, organizarlo.

305. Necesito un plan: 9

Esto va a ser más difícil de lo que creía. Lo más complicado va a ser sincronizar
ambas cosas. Todavía tengo que estudiar más sobre qué plazos tengo para
hacerlo, cuánto tiempo tendré desde que... bueno, desde que ella se vaya.

A partir de ahí el reloj correrá en mi contra. Por lo tanto, debería estar todo
preparado mucho tiempo antes, para empezar con el ritual en el momento en que
tenga luz verde. Eso significa que debo comenzar horas antes a montarlo todo y
a tenerla a ella lista en su sitio.

Debo leer un poco más sobre el tema para ser capaz de hacerlo en el momento
sin consultar, y sin errores, porque no tendría oportunidad de repetirlo de nuevo.

306. Necesito un plan: 10

He encontrado esto en internet: El alma es la entidad irracional del hombre
donde se deposita todas las esencias de la naturaleza (reino animal, vegetal y
mineral; sabiendo que en estos hay alma); y en donde están los instintos y
sentimientos del hombre, ésta difiere de las otras almas ya que es más sensible,
es la que regula la fuerza del espíritu con la materia (el primero es más y el otro
menos) para poder obrar y demostrar la vida. Es también el archivo de todas las
existencias del hombre.

Y esto: Las definiciones dogmáticas del magisterio católico tratan
principalmente de las relaciones entre alma y cuerpo: Las principales: El hombre
tiene una sola alma (ψυχη) El alma (anima intellectiva) existe en cada hombre
como individualmente distinta y es inmortal en esta diversidad individual. El
alma (anima intellectiva) es forma corporis por sí misma. El alma no pertenece a
la substancia divina. El alma no tiene un origen material. Ella constituye el
principio vital del hombre. Es superior al cuerpo. Su espiritualidad puede ser
demostrada.

307. Necesito un plan: 11

Siempre lo he tenido claro, desde que empecé a ser capaz de pensar por mí
mismo en el significado de las cosas. El cuerpo humano no puede ser la esencia
de las personas. Me niego a pensar que todo lo que somos, nuestros
pensamientos, nuestras emociones, los recuerdos, la personalidad, los miedos y
los odios sean meras reacciones químicas o eléctricas de una máquina, que lo
único que la diferencia de las demás es que tiene conciencia de sí misma y que
crece tanto física como mentalmente (simplemente añadiendo más capacidad de
procesamiento y almacenando más información disponible para analizar, sí,
como un ordenador).

Con esto no estoy diciendo que crea en las religiones ni mucho menos (siempre
me han parecido unos aprovechados y unos estafadores, que no se diferencian en
nada los de aquí con los que danzan alrededor del fuego o imploraban al sol y al
trueno). Pero una de dos, o nos arrodillamos ante la evidencia de que somos
máquinas, más o menos complejas, o hay algo más aparte de lo físicamente
demostrable.

Y en el momento que aceptamos la segunda teoría, podemos dar por supuesta
una cierta independencia, por lo que la ligadura que nos une a este puto cuerpo
que a algunos nos ha tocado en suerte, puede romperse.

308. Necesito un plan: 12

Todo se está precipitando. Espero poder conservar la calma para no cometer
ningún error que sea fatal.

Hoy he quedado con ella con la excusa de preparar un discurso para el instituto
de mi hermano. En los institutos ya suele haber gente con coche y a esas edades
empezamos a darle al calimocho y la cerveza cada fin de semana, así que le ha
parecido buena idea.

Hemos quedado en mi casa. Mis padres estaban en el hospital y mi hermano
jugando al fútbol, como de costumbre (está seguro de que el fútbol le va a evitar
tener que trabajar toda su vida). Tenía la reunión bastante planeada, así que ha
salido bastante bien. Le he comentado varias ideas para orientar el supuesto
discurso y conseguir la atención de los alumnos. Le han gustado bastante mis
propuestas y me he ganado su confianza como esperaba. De cerca es aún más
guapa de lo que pensaba. Es un ángel, y hablando un poco con ella de otras cosas
de vez en cuando suelta alguna opinión interesante, pero en cuanto coge
confianza te empieza a contar historias banales de sus amigas y sus tonterías.

Cuando se acerque el día quedaré con ella en la empresa de mi tío con la excusa
de preparar allí el discurso y hablar con el jefe de estudios del instituto de mi
hermano.

Ese será el día.

309. Necesito un plan: 13

No lo veo nada claro. ¿Cómo va a funcionar algo así? Debo de haberme vuelco
loco para planear algo semejante. Es una majadería... pero aquel libro, aquel
libro lo explicaba todo muy claramente... paso a paso... y funcionaba muy bien.

Pero es tan descabellado que no se lo puedo contar a nadie ¿Quién iba a querer
participar en una empresa semejante? Pero por mi hermana debo intentarlo.

Lo que le ha pasado es una injusticia, y pienso consentir que ella tenga que irse
mientras el mundo está lleno de gilipollas sin cerebro que consiguen todo lo que
desean sin mover un puto dedo.

Cuando lo consiga, ella será una triunfadora, todo el mundo la admirará, y
siendo ella misma, pero teniendo lo que el destino o el Dios ese que dicen que es
el culpable de todo se negó a darla.

Está claro, tengo que hacerlo, y va a funcionar.

310. Día menos 11: La noticia (mala) y la lista

Hoy he estado en el médico, ha sido rotundo: me quedan 11 días de vida. Tengo
una enfermedad profundamente estudiada y conocida por los médicos de todo el
mundo, y los síntomas que llevan a la destrucción son nítidos y claros. Lo que
hoy se me diagnostica es lo que me sitúa a once amaneceres de mi final.

Impacto, shock, desesperación, incredulidad, frialdad, análisis, objetivos.

He decidido que voy a hacer una lista, de las diez cosas que quiero hacer antes
de irme. No son indispensables, no son obligaciones a cumplir antes de quedar
impedido para siempre. Simplemente quiero sentir cosas, vivir antes de dejar de
hacerlo, satisfacer mi curiosidad. Y voy a hacerlo por orden, para que mi último
día sea el más intenso de mi vida.

Mañana empiezo.

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