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© Sharon Lam
La arquitectura, como profesión y disciplina, ha recorrido un largo camino desde Vitruvio.
Continúa evolucionando junto a la cultura y la tecnología, reflejando los nuevos ejercicios y
los valores cambiantes de la sociedad. Algunos de estos cambios son conscientes y
originados dentro del campo de la arquitectura, hechos como actos de progreso
disciplinario o profesional; mientras otros cambios son incontrolables como el propio rol de
la arquitectura en un mundo que está cambiando. A continuación, les presentamos algunos
de los cambios que está viviendo nuestra disciplina en las recientes décadas.
1. Dibujos versus Softwares
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© Sharon Lam, usando imágenes vía David Rutten (Wikipedia), bajo licencia CC BY-SA
3.0
Queramos o no, los tableros de dibujo han dado paso a las pantallas de computador
y softwares como CAD, Revit y Adobe Creative Suite. Sin embargo, el clásico adagio de
impresionar a un cliente con un croquis hecho a mano sigue siendo un gran recurso.
2. El genio solitario versus el trabajo en equipo
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© Sharon Lam
La clásica imagen del arquitecto era ese genio solitario que daba vida a formas esculturales
sacadas de su mente. Hoy en día, los arquitectos se ven a menudo trabajando
colaborativamente para alcanzar grandes éxitos, como el grupo Assemble (ganadores del
Premio Turner) o la histórica dupla Robert Venturi y Denise Scott Brown, ganadores del
AIA Gold Medal en 2015.
3. Aprender reglas clásicas de diseño versus aprender a diseñar
libremente
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© Sharon Lam
Las reglas clásicas de simetría y proporción, junto a los distintos tipos de columnas, son
tratados en las escuelas de arquitectura únicamente cuando se trata de temas históricos. Ya
pasaron hace mucho tiempo los días del diseño bajo estrictas ideas estéticas, y en su lugar,
hoy vivimos una era donde se valida resolver creativa y libremente los problemas formales
del diseño.
© Sharon Lam
La medición del impacto ambiental de un edificio se ha convertido últimamente en un
factor mucho más activo en la etapa de diseño, logrando ser incluso el ethos de una oficina,
como WOHA en Singapur. Esto se debe tanto a una mayor conciencia sobre la creciente
presión en las problemáticas medioambientales, como también a los avances en la
tecnología que vuelven más fácil su implementación en nuestros proyectos.
8. Local versus Global
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© Sharon Lam
A diferencia de muchos estilos arquitectónicos históricos, hoy en día puede ser difícil
ordenar los nuevos diseños en estas categorías. La colaboración entre diversas culturas, el
surgimiento de competiciones internacionales y encargos globales ahora permiten que el
diseño trascienda las fronteras geográficas. Un buen ejemplo es Foster + Partners, que ya
cuenta con más de 15 oficinas trabajando en proyectos repartidos en 40 países del mundo
Por tanto, y dirigiendo nuestra mirada hacia la ciudad del siglo XXI, el reto que se le
presenta a la arquitectura es su capacidad para volver a imaginar soluciones que se
orienten hacia un crecimiento racional, basado más en la renovación profunda de los
tejidos de la ciudad consolidada que en el desarrollo descontrolado de las periferias.
El mundo de la arquitectura debe poder participar de manera intensa en la activación
del potencial de desarrollo de la ciudad moderna, aportando nuevas iniciativas de
usos y programas, de actividades capaces de estimular la conciencia urbana. La
arquitectura tiene que estar cerca de los problemas de los ciudadanos, abriendo
perspectivas y generando horizontes de actividad donde se afiance la cohesión
social, prestando atención a la planificación con programas para conseguir viviendas
asequibles para los estratos de población más necesitados.
Los arquitectos deben ser capaces de trazar el mapa físico donde la sociedad consiga
desarrollar su actividad social. Para ello tienen que estar atentos a las realidades que
presenta el nuevo entorno urbano, como la continua transformación de las
estructuras familiares, sus nuevas configuraciones y la reducción sistemática del
número de sus miembros, el incremento de la población de edad avanzada o la
conciencia de respeto y cuidado del medio ambiente.
Hagamos por un instante el ejercicio de imaginar qué habría sido de la humanidad sin la
capacidad del hombre de construir estructuras, edificios y centros urbanos. Seguiríamos
confinados a cavernas que no fueron intervenidas ni construidas por el hombre y que nos
servirían como meros refugios improvisados sin capacidad para extenderse o progresar en
edificaciones.
A lo largo de la historia han ido surgiendo estilos arquitectónicos, que han perdurado durante
un mayor o menor tiempo, como modelo a seguir en las obras, caracterizando la arquitectura
de una región entera. Obviamente no son los únicos ejemplos de estilos arquitectónicos que
existen, pero se incluyen algunos por encima de otros debido a la importancia que han tenido
no solamente durante su vigencia en una determinada región, sino porque estilos posteriores
se han nutrido de sus principio y características, lo cual ha logrado hacer que perduren en el
tiempo. Algunos de los estilos de arquitectura más notorios son los durante la edad
Megalítica fueron el Arcaico, Sumerio, Egipcio, Babilónico, Asirio, Persa Minoico,
Micénico, Griego, Hindú, Etrusco, Romano, Chino, Maya y Azteca Incaico. En la era
Paleocristiana destacaron la arquitectura Visigoda, Bizantina, Merovingia, Islámica,
Mozárabe, Mudéjar, Románica, Cisterciense, Gótica. Posteriormente entraron en vigencia la
arquitectura Renacentista, Barroca, Rococó, Neoclásica. Hoy en día los estilos de
arquitectura se dividen en Actual o contemporáneo, Art nouveau, Art decó, Orgánico y
Posmoderno.
Tipos de arquitectura
Arquitectura histórica o estilística. Este tipo de arquitectura es aquel que ha surgido a través
del tiempo en diversos lugares creando estilos arquitectónicos con características propias, a
pesar de poseer características similares en ciertos aspectos. Se clasifican dependiendo del
periodo dominante en cuanto al estilo, el cual abarcó un cierto espacio tanto en el tiempo
como en el territorio, en donde ejerció influencia dicho tipo o estilo arquitectónico. Se pueden
enumerar dentro de este tipo, tanto monumentos y edificaciones del tipo público como
religioso o militar y particular como las casas.
Arquitectura popular o tradicional. Abarca aquellas edificaciones que son realizadas por la
propia gente o por artesanos que poseen poca instrucción como maestros de obra, albañiles,
aprendices o peones, quienes realizan construcción de casas, tanto en centros urbanos en
zonas rurales, así como edificaciones auxiliares como graneros, corrales, pozos y diversas
edificaciones para uso agropecuario, hechas con materiales tradicionales, como madera,
piedra o adobe. Estas obras arquitectónicas se realizan conforme a las necesidades del pueblo
y se hacen con los materiales que se tienen a disposición, incidiendo las tradiciones del lugar,
siendo que las edificaciones varían de país en país, en especial al estar adaptadas para el clima
de la región, así como a los materiales y estilo locales.
En la primera década del siglo XXI la crisis espiritual, filosófica y social anunciada desde
el siglo XIX por Nietzsche (“Dios ha muerto”), identificada también por Husserl (“La crisis
de las ciencias europeas”, de 1936) y por Heidegger, se encuentra lejos de superarse. Esta
crisis fue descrita por Octavio Paz de la siguiente manera: “El hombre moderno se sirve de
la técnica como su antepasado de las fórmulas mágicas, sin que ésta, por lo demás, le abra
puerta alguna. Al contrario, le cierra toda posibilidad de contacto con la naturaleza y con
sus semejantes” [El arco y la lira (México: Fondo de Cultura Económica, 2003].
Dado que la arquitectura no se escapa de esta condición de crisis, ésta se refleja asimismo
en la —en su mayoría— inocua producción arquitectónica vanguardista contemporánea
dominada por los “starchitects” (arquitectos megafamosos como Frank Gehry, Saha Hadid
o Rem Koolhaas) desde hace un par de décadas, los cuales junto con las nuevas
generaciones de arquitectos aspirantes a la fama compiten por la forma arquitectónica más
aventurada, más novedosa, más “trasgresora”. El cinismo, la autocomplacencia y el
llamado a la deconstrucción paulatina de todos los valores culturales y comunitarios previos
parecieran ser sus metas.
© Xavier Delory
La técnica, sugiere Heidegger, es inescapable, ya sea que la neguemos o que la abracemos; sin
embargo, lo peor que podemos hacer es considerarla neutra. De la misma forma, el quehacer
arquitectónico es ubicuo a nuestra sociedad. La arquitectura encuadra nuestra existencia, da
forma e identidad a nuestras ciudades, a nuestras existencias y percepciones sensoriales, y a pesar
de ello, nos mostramos —en la mayoría de los casos— indiferentes a su influencia, indiferentes a
sus posibilidades como actividad reveladora de conceptos ligados a nuestra existencia. En pocas
palabras, mantenemos a la arquitectura en una postura más bien neutra, codificada, dependiente
del mercado, de las leyes de la compra-venta, de las operaciones inmobiliarias de las que salen
beneficiados políticos, empresas constructoras, y en las que los usuarios son los perdedores. Estos
últimos son, por lo general, relegados a habitar fraccionamientos que les prometen protegerlos
del violento mundo urbano producto de injusticias sociales, y los esconde tras los muros y casetas
de guardias de seguridad. La otra cara de la moneda son aquellos complejos habitacionales donde
reina la economía de espacio, los materiales baratos, y donde es patente la falta de espacios
comunitarios.
Nuestras ciudades son manchas urbanas desarrolladas con poca planeación, poco o nulo
respeto a la naturaleza, y para colmo, nula consideración de las necesidades espirituales y
sociales que podría ofrecernos la arquitectura. De la misma manera, y regresando a su
texto, cuando Heidegger nos habla de la tecnología, y aquí hay que considerar que la
tecnología es también la base instrumental para la ejecución de toda obra arquitectónica, el
filósofo nos demuestra que la tecnología solía tener un papel de revelación de una verdad.
Lo que Heidegger, en un acto de arqueología lingüística o hermenéutica del lenguaje
denomina “tekné”, término del griego antiguo, padre lingüístico de nuestra palabra
tecnología, la cual era para los griegos un término emparentado con la “poiesis”, el acto
poético, el cual permite “la eclosión del traer-ahí-delante”, es el vehículo mediante el cual
se nos permite la revelación artística y poética del mundo, el “pro-ducir”. Así pues, para
Heidegger, la tecnología y el acto de revelación de la verdad están íntimamente ligados.
Ahora bien, un concepto clave para el entendimiento del texto de Heidegger sobre la
tecnología es la relación que ésta establece con la naturaleza, una relación por demás
superflua, de desdén por parte de la tecnología hacia el entorno natural. De esta manera,
Heidegger describe la sumisión de la naturaleza a manos de la tecnología, hasta el punto en
que la agricultura, por dar un ejemplo, se convierte en la “industria mecanizada para
producir alimentos”, a diferencia del campesino que establece una relación de respeto con
su tierra, la cual lo vincula al mundo, sus estaciones y establece el ritmo de su existencia.
Este concepto es el que Heidegger llama “Bestand” en su natal alemán, el concebir a la
naturaleza como una reserva de recursos listos para ser explotados. De manera analógica,
yo me atrevería a sugerir que la arquitectura se ha convertido en un instrumento tecnológico
listo para ser implementado. La arquitectura se ha convertido en una herramienta
tecnológica lista a ser desplegada. Por ejemplo, en un abrir y cerrar de ojos se es capaz de
construir barrios enteros de casas de interés social, idénticas, estáticas, defectuosas de
antemano, y que en la gran mayoría de los casos carecen de la mínima inversión en
espacios comunes o parques. Por otro lado, la arquitectura al servicio del Estado es igual de
deficiente. Se gastan enormes cantidades de dinero en concebir edificios monumentales
carentes de significado para el pueblo, las únicas razones por las cuales la gente les conoce;
sin embargo, son por las grandes fallas, retrasos en sus procesos de construcciones, y por
convertirse en símbolos de la insatisfacción que una gran parte de la población siente hacia
el Estado. Ejemplos recientes: el nuevo edificio del Senado y el Faro de Luz [en la Ciudad
de México].
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Publicado en: Arquitectura y diseño, Septiembre 2011