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EL CREDO DE LOS APOSTOLES

La forma actual de lo que conocemos como el Credo de los Apóstoles probablemente no existió
antes del siglo sexto. Sin embargo, el fondo esencial tiene un origen muy anterior a esa época.
Parece ser la elaboración de 'una fórmula bautismal primitiva, la que se da en el último capítulo de
El Evangelio según Mateo: "bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".
Puede que remonte a un desarrollo oriental de esa fórmula, pero es más probable que tuviera su
principio en Roma. Ciertamente una más breve, conocida como el ·"símbolo romano", estaba en
uso en la Iglesia de Roma por lo menos temprano en el cuarto siglo. Con excepción de dos o tres
frases, era conocido por Ireneo y Tertuliano, de modo que se usaba en la última parte del segundo
siglo. El término "símbolo" viene de una palabra que en uno de sus usos quería decir la contraseña
o santo y seña en los campamentos militares. Cuando se refería a un credo, era la señal o prueba
de pertenencia a la iglesia. A los que bautizaban se les exigía una declaración de conformidad con
el credo o símbolo. , El Símbolo Romano bien habría podido ser una elaboración de una forma
más primitiva que se remontara a la vieja fórmula bautismal, modificada de tal manera que
hiciera· claro que el candidato para el bautismo no se adhería a las creencias en las cuales
Marción, que tenía a muchos seguidores en Roma, difería de la Iglesia Católica. La primera
afirmación: "Creo en Dios Padre Todopoderoso" (la traducción del original griego de la palabra
"todopoderoso" quiere decir "que todo lo gobierna" o "todo lo maneja", como un ser que
gobierna todo el universo), muy obviamente excluye la enseñanza de Marción, la cual dice que
este mundo era la creación del Demiurgo y no la del Padre amante. La transcripción que sigue: "y
en Jesucristo su Hijo, quien nació de la virgen María, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado ...
al tercer día resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios
Padre, Todopoderoso, de donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos", claramente rechaza la
enseñanza marcionita de que Cristo era un fantasma, pero afirma enfáticamente que él era Hijo,
no del Dios antes desconocido, sino del Dios que era también el Creador, que nació de una mujer,
y que desde su concepción participó de la naturaleza humana, y que participando de dicha
naturaleza como cualquier ser humano, tuvo un lugar específico en la historia, habiendo sido
crucificado y sepultado por orden de un oficial romano, cuyo nombre conocemos. Esto,
naturalmente, no niega que es también Hijo de Dios y por lo tan~ to, divino, pero, como contra la
doctrina de Marción, el credo afirma el hecho de que Jesucristo fue también plenamente humano.
El credo asimismo declara que el Cristo resucitado está sentado a la diestra del Padre, el Dios
quien es el creador y gobernador del universo, dando así énfasis a la convicción de que hay un solo
Dios, y no dos dioses. Al subrayar la creencia de que Cristo, el Hijo del Padre, ha de ser juez, el
credo está repudiando, o deliberadamente o sin tener explícitamente esta intención en cuenta, la
enseñanza marcionita de que es el Demiurgo, no el Padre del Hijo, quien es el juez. De las frases,
(creo) "en el Espíritu Santo, la resurrección del cuerpo", la primera no estaba en controversia, y
por esto no fue amplificada, pero la segunda, una añadidura a la fórmula primitiva, parece que fue
puesta como protesta contra la creencia que consideraba perversa la carne. Aunque la
formulación del credo fue debida en parte al conflicto con los marcionitas, y aunque habían de
pasar varias generaciones todavía antes que fuesen agregadas todas las frases que lo componen
tal cual está hoy, no se debe olvidar que el Credo de los Apóstoles tuvo como su núcleo, palabras
que remontaban hasta el primer siglo, y primero expresaban explícitamente el mandamiento de
Jesús a los apóstoles despues de su resurrección. Fue propuesto para ser simplemente Úna nueva
interpretación para hacer frente a desafíos peculiares a medida que surgiesen. Esto es claramente
una expresión de lo que fue enseñado por los apóstoles, y el título "Credo de los Apóstoles" no es
accidental ni un error. Además, en estas pocas palabras, "-Padre, Hijo y Espíritu Santo", está
expresado sumariamente el corazón del evangelio cristiano: Dios, quien es el Padre, quien una vez
en la historia se reveló en el que era a la vez Dios y hombre y quien por esta causa continúa fue
operando en las vidas de los hombres por medio de su Espíritu. En esto será la característica
distintiva del cristianismo.

CONTINUACION DE CONFLICTOS DENTRO DE LA IGLESIA

No eran de ningún modo enteramente felices los métodos empleados contra los marcionitas,
gnósticos y montanistas, para conservar la integridad del evangelio, así como tampoco los
esfuerzos para promover la unidad de los cristianos en un solo compañerismo. Es verdad, que
como cuerpos organizados, estos tres grupos disidentes finalmente desaparecieron, aunque no
antes de que pasaran varios siglos. Sin embargo, surgieron otras causas de contienda y, en efecto
han continuado surgiendo al través de los siglos. Algunas de ellas desaparecieron sin rotura visible
en la iglesia, pero otras eran tan potentes que la aceptación por todos los grupos con~ tendientes,
de dichas doctrinas, tales como la de la sucesión apostólica del episcopado, de la autoridad del
Nuevo Testamento, y del Credo de los Apóstoles, no impidió una división formal y permanente.
Menos todavía fue evitada la rotura de aquella unidad concebida por Cristo y por algunos de sus
primeros predicadores como Pablo, de aquella unidad basada en el amor.

CONTROVERSIA SOBRE LA PASCUA DE LA RESURRECCION

Una de las primeras y más agudas controversias que se tramitaban simultáneamente con las
despertadas por el gnosticismo, el marcionismo y el montanismo, fue acerca del tiempo elegido
para la celebración de la resurrección de Jesús. Aunque nuestra primera noticia de la Pascua de la
Resurrección data de mediados del siglo segundo, aquella fiesta que conmemoraba la resurrección
de Cristo probablemente era guardada por lo menos por algunos cristianos, desde fecha muy
anterior. Se suscitaron diferencias sobre la determinación de la fecha. ¿Debería ser fijada en
relación con la pascua judaica y regirse por el día del mes judaico en el cual se celebraba aquella
fiesta sin tomar en cuenta el dIa de la semana en que cayera? Esta vino a ser la costumbre en
muchas de las iglesias, especialmente en Asia Menor. En contraste con esto, muchas iglesias,
inclusive la de Roma, celebraban la resurrección el primer día de la semana, o sea el domingo. Fue
el primer día de la semana cuando Cristo se levantó de entre los muertos, el cual, debido a este
hecho, fue desde luego observado como el Día del Señor. También surgieron disputas acerca de la
du~ ración del ayuno que había de guardarse antes, en conmemoración de la crucifixión y en
cuanto a si ocurrió la muerte de Cristo el día catorce o el día quince del mes judaico de Nisán. En
diferentes partes del Imperio, probablemente no lejos del fin del segundo siglo, se celebraban
sínodos para resolver la cuestión. En general el consenso de opinión favoreció el día domingo,
pero en Asia Menor los obispos se aferraban al otro método de calcular el tiempo. En
consecuencia de esto, Víctor, obispo de Roma en la última década del segundo siglo, trató de
imponer la uniformidad a la fuerza, rompiendo relaciones con los obispos e iglesias disidentes.
lreneo reconvenía a Víctor, haciéndole ver que las diferencias en la práctica habían existido desde
largo tiempo sin causar rotura de la unidad. Finalmente la observancia de la Resurrección en día
domingo prevaleció, y probablemente fue aumentado por ello el prestigio de Roma. Pero la
controversia, llamada la cuartodecimana por el día decimocuarto del mes Nisán, quedó por mucho
tiempo como recuerdo desagradable.

ESFUEZO POR DEFINIR LA TRINIDAD

Un problema que desde hacía largo tiempo preocupaba a la iglesia, y que aun ahora no ha sido
resuelto a satisfacción para todos los que llevan el nombre de cristianos, es el de la Trinidad. Como
hemos insinuado en un capítulo anterior, al través de sus convicciones más profundas, los
cristianos se hallaban ante la existencia e de Cristo y del Espíritu Santo. ¿En qué forma estaban
Cristo y el Espíritu Santo relacionados con Dios? Los cristianos estaban seguros de que Dios es uno.
La mayoría de ellos también estaban convencidos de que de alguna manera especial, en Cristo
había tanto hombre como Dios y de que el Espíritu Santo viene de parte de Dios y es Dios. ¿Cómo
podría uno mantener su creencia en un Dios único y al mismo tiempo dar lugar a lo que se había
llegado a conocer de Cristo y del Espíritu Santo? Las fases de la cuestión que más ocupaban la
atención de los cristianos eran la relación de Cristo para con Dios y la obra de Cristo. Esto fue
como debía ser, porque el cristianismo tenía a Cristo como su figura central, hecho que para el
cristiano, fue completamente nuevo y decisivo en la historia. ¿Cómo podría ponerse esto en los
planos del conocimiento, pensamiento y lenguaje humanos ya existentes? Inevitablemente los
cristianos trataban de usar la terminología con la cual ya estaban acostumbrados y buscaban
analogías en las filosofías y creencias religiosas ya conocidas. Pero nada de lo que hallaban ya listo
y al alcance de su mano, satisfacía exactamente sus necesidades. Cristo era demasiado reciente
para ser acomodado en lo que ellos habían experimentado anteriormente, sin hacerle violencia a
él. Para los cristianos era bien claro que él era plenamente hombre, un individuo humano en la
historia y que era también Dios. ¿Cómo podrían reconciliarse estas dos convicciones? Mientras los
cristianos luchaban con estos problemas, se sus~ citaron diferencias que condujeron a agudas
controversias. Las discusiones y controversias continuaron intermitentemente durante to~ dos los
cinco primeros y aún más allá de ellos. En el curso de éstos, la Iglesia Católica llegó a un acuerdo
común en cuanto a la mayoría de las cuestiones que se habían levantado, e incorporaban sus
conclusiones en credos y declaraciones, algunas de las cuales permanecen hasta hoy como normas
para la gran mayoría

CRISTO Y EL LOGOS

En los siglos segundo y tercero fueron presentadas opm10nes notablemente divergentes acerca
de la relación de Jesús con Dios, aun por los que se consideraban dentro de la Iglesia Católica. Un
grupo d~ estas convicciones se refería a la identificación de Cristo con el Lagos. No todos los que
hicieron esa identificación, estaban de acuerdo en cuanto a lo que quería decir esto. Justino
Mártir, a quien ya hemos mencionado, cuyo peregrinaje espiritual lo había conducido al través de
la filosofía griega hasta Cristo, y quien había llegado a conocer las ideas del Lagos que eran
parecidas a las enseñadas por Filón, afirmaba que el Lagos es "el segundo Dios", Seguramente la fe
cristiana de Justino Mártir lo llevó a una afirmación que no había de hallarse en Filón, acerca de
que el Lagos fue encarnado en un individuo histórico, Jesucristo, para la salvación de los hombres.
Pero el Lagos que se hizo carne en Jesucristo, mientras que no era diferente en naturaleza de Dios
el Padre, era un segundo Dios. Por otra parte, Ireneo sostenía que el Lagos que se hizo carne en
Jesucristo, era el Hijo de Dios, la Mente de Dios, y era el Padre mismo. En contraste con aquellos
contra quienes él argüía especialmente, los gnósticos, con su creencia de que Cristo era un
fantasma, no un hombre, y los marcionitas con su rara forma de dualismo, · Ireneo daba énfasis a
su convicción de que Jesucristo era tanto hombre como Dios, plenamente hombre y desde el
principio la encarnación del Lagos, que en Jesús Dios mismo sufrió por los hombres (quienes nada
merecían de parte de él), y que al mismo tiempo Jesús como hombre en cada etapa de su vida, por
lo que se conoce como recapitulación, o el "resumen", cumplió perfectamente lo que Dios había
predeterminado que fueran el hombre y la entera creación, y así, como representante del hombre,
ganó para el hombre el derecho de ser reconocido por Dios como habiendo cumplido con sus
demandas. Ireneo es representativo de una tendencia que, en reacción contra el politeísmo poco
velado de los gnósticos y contra los dos dioses de los marcionitas, ponía su énfasis sobre la unidad
de Dios.

Esa tendencia, posiblemente reforzada por otros factores, en algunas de sus formas extremas
conocida como monarquianismo, formuló un concepto de la Trinidad que fue finalmente
condenada por la Iglesia Católica como falsa. El monarquianismo fue, en general, una tentativa de
realzar el monoteísmo contra los que querían hacer de Jesucristo, como encarnación del Lagos, un
segundo Dios, o que~ rían resolver el problema presentado al pensamiento cristiano por la
creencia en Dios el Padre y Creador, l

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