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La televisión peruana se ha convertido en un serio obstáculo para el

saneamiento de nuestra cultura pública. Desde los espacios de


entretenimiento hasta los de noticias o comentario político, la
programación diaria, esa que consume una enorme proporción de
nuestra población, solo ofrece trivialidad o vulgaridad o una imagen
deformante de nuestra realidad.

¿Cómo explicarnos esta degradación, sus orígenes y sus efectos?


Muchas veces se señala a la televisión como un reflejo de la sociedad.
Pero ¿qué ocurriría si la imagináramos al revés, es decir, que es la
sociedad la que refleja a la televisión?

Verla así no resulta tan descabellado. Los medios nos brindan modelos
éticos y estéticos, promueven hábitos y gustos. La televisión es sin lugar
a dudas el medio más persuasivo. Es más, para resultar convincente y
persuasiva, la televisión no necesita ser de calidad. Le basta recurrir a
técnicas muy sencillas para impactar en la imaginación de millones de
personas.

Afirmar que los televidentes “elegimos” qué canal ver y que mediante
nuestra elección validamos la oferta televisiva es muy simplista. Los
medios son un camino de ida y vuelta. Ellos tienen el poder de formar los
gustos del público e incluso de incidir en su forma de pensar. Una vez
que se ha formado un hábito, una vez que se ha logrado definir un gusto,
es difícil cambiar de elección.

La llamada televisión basura es una realidad innegable. No es, como


algunos confunden, televisión popular. Es más bien televisión que
interfiere en el desarrollo humano de las personas, pues alimenta los
instintos básicos, no las capacidades superiores como son, por ejemplo,
la crítica, la ética y la estética. La televisión basura es valorada no por su
contenido sino porque logra un efecto, que es el de imponerse en los
hogares. Fomenta la competencia agresiva, la humillación del otro, la
curiosidad obscena, el racismo, el sexismo y el machismo.

Pero además la televisión basura ha dado un paso adelante en su


capacidad de suplir la realidad. Porque ahora resulta que ella misma es
su propio objeto de observación. En efecto, la televisión basura habla de
sí misma. Son sus personajes y sus escenas las que se convierten en
noticia. Es un espectáculo sobre el espectáculo, un mundo que
finalmente parece cerrado en sí mismo porque no está interesado en lo
que ocurra afuera.

El impacto de la televisión basura en nuestras vidas es enorme.


Principalmente afecta nuestra condición ciudadana al reducirnos a
consumidores de espectáculos vacuos. Es un instrumento de distracción
propiamente dicho que nos aliena del mundo y nos impide mirar nuestro
entorno.

Se puede regular la televisión y esto no significa censurarla. Pero, sobre


todo, la televisión misma debe ofrecer alternativas. Muchos de los que
niegan el poder de los medios son los mismos que invierten en publicidad
en ellos. Dado que este poder existe, tiene sentido que sea considerado
como un bien público que debe servir a los ciudadanos.

Las respuestas no son sencillas y es imperativo ser muy cuidadosos de


no vulnerar las libertades que constituyen a nuestra democracia. Pero
una televisión como la que tenemos afecta de modos oblicuos, pero
efectivos, al fortalecimiento de nuestra ciudadanía. Es un problema que
no podemos evadir indefinidamente.

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