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Doctorado

Resúmenes

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Brennan y Rougier

“Perón y la burguesía argentina”

Introducción
“La construcción y consolidación del capitalismo nacional representaron una elusiva aspiración de las naciones latinoamericanas del siglo XX. El
nacionalismo popular que caracterizó la política y la cultura de América Latina en la segunda mitad del siglo pasado obtuvo gran parte de su vigor
gracias al deseo de amplios sectores de la sociedad1 latinoamericana de liberarse de los legados del colonialismo y las restricciones del desarrollo
impuestas por el funcionamiento de la economía internacional capitalista2. (Pág. 13)

Los autores señalan que la búsqueda del “capitalismo nacional” ha sido una preocupación, tanto de la derecha como de la izquierda (citan como refuer-
zo a un tal CHIBBER3)4.

En Argentina, los dilemas del capitalismo nacional se manifestaron con mayor claridad (como ocurrió con tantos aspectos de la historia contemporánea
del país) en la historia del movimiento peronista. (Pág. 14)

Luego de esta afirmación los autores se embarcan en un recorrido por las explicaciones antiperonistas: aseguraban que el siniestro acuerdo entre indus-
triales y sindicatos tuvo un impacto funesto en la política del país y, tras sostener el régimen peronista en las décadas de 1940 y 1950, contribuyó a una
extraordinaria inestabilidad política que tuvo lugar entre 1955 y 19765. (Pág. 15)

A continuación presentan nuevas investigaciones. La crítica que Brennan y Rougier hacen a las mismas es que dejan de lado la relación entre burguesía
nacional y Perón. Se expone como excepción a JÁUREGUI: lo cierto es que la historia del papel de las empresas en el peronismo ha sido motivo de
conjeturas y no de análisis económico. Si se considera el carácter corporativista de la vida pública argentina entre 1945 y 1976, se hace evidente que las
empresas tuvieron un lugar importante en la política del país. Sin embargo, su historia precisa es polémica, tanto con respecto a la ascensión de Perón al
poder como en su relación con el estado durante casi una década de gobierno (Pág. 16)6
Posteriormente, los autores se involucran en algunas precisiones conceptuales. Así objetan que en la historia argentina, el concepto de empresario
es preferible al de industrial, pues las fronteras entre los distintos agentes no están claramente definidas. En nota a pie de página se presenta una afirma-
ción en favor de dicha elección (que también hace las veces de síntesis del libro): En este sentido le damos al término empresa una definición amplia
que combina variados enfoques: como factor de producción (capital), como interés sectorial (compañía) y como organización corporativista (asocia-
ciones empresariales), considerando las relaciones de cada uno de los conceptos, y en una dinámica compleja, los unos con los otros, con el estado y el
sistema político. A estas categorías agregamos otra: la dimensión regional y los intereses empresariales definidos por la geografía y la historia econó-
mica. Incluimos todas estas categorías con sus representaciones en una clase social particular: la burguesía y sus varios sectores. (Pág. 17) Los autores
encuentran fundamento en su proposición conceptual en VEBLEN, SCHUMPETER, CHANDLER, MC GRAW y LAZONICK. Esencialmente lo que se
presenta en este libro es una historia política de la burguesía argentina, mayormente como un estudio de economía política, pero que toma en cuenta
aspectos amplios de la historia económica. (Pág. 18) Citan a HAMBER y COASTWORTH, quienes se enfocan en describir las economías latinoamerica-
nas como “atrasadas”, producto de la situación de los siglos XVIII y XIX, al tiempo que desestiman esta explicación. En la página vigésima de la intro-
ducción se habla dos veces de la relación entre las clases, pero queda muy poco clara la participación de la clase obrera en la explicación. Para los
autores, el “capitalismo nacional” en Argentina comienza tras la Primera Guerra Mundial (IGM), es decir con Yrigoyen, no se salen, así, de una com-
prensión clásica de la historia argentina. (Pág. 22)

1
Uso cursiva para el subrayado que quiero destacar.
2
Aquí se presenta la primera objeción y quizá una de las más importantes: ¿qué es el capitalismo nacional? Esta caracterización atraviesa todo el texto
pero jamás es definida. Apunto, además, la caracterización freudiana.
3
Artículo citado guardado en “Libros”
4
Aquí aparece un segundo conflicto, ¿qué derecha? ¿Cómo ubicarían aquí a los industriales de la UIA, por ejemplo? Al respecto, los autores concuer-
dan con la teoría de un tal JIMÉNEZ, quien expone acerca de un “auge y caída” del capitalismo nacional, y no tanto con la explicación de un “auge y
caída” del modelo de ISI.
5
Un tal WAISMAN es citado como defensor de estas teorías.
6
Afirman, a la vez, que tampoco se ha estudiado la relación entre peronismo y burguesía nacional luego del golpe de estado de 1955.

1
El nacionalismo económico alcanzó su mayor grado de influencia en el período de posguerra, cuando el término “capitalismo nacional” se convirtió en
la propiedad común de numerosas fuerzas políticas. Sus partidarios cubrían todo el espectro político: desde el Partido Radical hasta los comunistas.
Pero el concepto se vinculó principalmente al peronismo, el cual abandonó las históricas ideologías anticapitalistas del sector obrero y adoptó la causa
de un capitalismo que estuviera en manos nacionales y defendiera los intereses del país; esto se convertiría en una parte esencial de la identidad de la
clase trabajadora peronista […] la inclusión de los trabajadores fue posible en el contexto de promoción industrial, que se veía como la condición
necesaria para alcanzar la independencia económica. (Págs. 26-27)

1. La política económica de la Argentina populista (1945-1976)


El capítulo es una pequeña introducción para comprender la historia de la burguesía nacional.
[Entre 1900 y 1950] las exportaciones de carnes y granos, que se encontraban entre las más rentables de América Latina, constituyeron el motor
de la economía exportadora más exitosa de la región hasta que, a comienzos de la década de 1950, los términos del intercambio comenzaron a volverse
decisivamente en contra de sus productos tradicionales. Los flujos de capital y de inmigrantes favorecieron al país durante la década de 1930, si bien ya
durante la depresión aparecieron los primeros indicios alarmantes de problemas futuros y la reducción del crecimiento 7 […] los gobiernos argentinos de
la década de 1930 implementaron el bilateralismo [con Gran Bretaña] con una participación estatal en la economía sin precedentes. (Pág. 28)
Respecto a la diferencia entre Argentina y el resto de Latinoamérica, los autores observan que las exportaciones del país rioplatense se adecuaron
mejor, y la capacidad del estado de distribuir los recursos en lo que era una economía próspera con altas tasas de acumulación de capital, ahorros e
inversiones. (Pág. 29)
1.1 Temprano desarrollo de la industria argentina
Cuando comienzan a hablar de Perón, los autores lo colocan como continuador de las políticas de 1930 y el golpe de estado de 1943: La política
económica peronista fue impulsada por el afán de Perón de armonizar las relaciones entre el trabajo y el capital con el fin de garantizar la paz social.
(Pág. 30)
El Consejo Nacional de Posguerra (CNP), creado por Perón, tuvo como objetivo delinear un plan para la transición de bonanza de los tiempos de
guerra hacia los ajustes de posguerra. Las políticas económicas peronistas buscaron sobre todo mantener el equilibrio de fuerzas creado por la guerra: la
industria obtuvo acceso a créditos subsidiados por el estado, mientras que a la clase obrera se le otorgó una parte cada vez mayor del ingreso nacional,
lo cual también beneficiaba a la industria ya que conllevaba una expansión en el mercado de consumo. (Pág. 30)
Perón era consciente de que no podría contar con que los capitalistas nacionales promovieran por sí solos la transformación económica del país,
por lo que incrementó el papel del estado como actor económico. En un principio, Perón buscó establecer empresas de carácter mixto, dejando lugar
para el sector privado. Pero al percibir la poca predisposición del empresariado a asumir tales riesgos, incrementó la intervención estatal8. (Pág. 31)
Claramente, para la época del segundo mandato de Perón, el déficit comercial (la balanza comercial resultó positiva sólo en cuatro ocasiones entre
1949 y 1962) y la creciente inflación provocaron la necesidad de operar un cambio en la política económica […] Tal tendencia puede verse […] en los
términos del Segundo Plan Quinquenal peronista, el cual hizo mayor énfasis en la agricultura y en las recomendaciones del Congreso de la Productivi-
dad de 1955, que concluyó en que se debía disminuir el poder sindical entre los trabajadores, desalentar el ausentismo y modernizar las prácticas admi-
nistrativas de la industria argentina. (Pág. 32)
Los autores plantean que las intenciones de este plan no se llevaron a cabo, pues la relación de Perón con la clase obrera era demasiado fuerte:
Dependía del apoyo político de la clase obrera […] Este dilema básico, combinado con una grave sequía y una situación de desastrosas cosechas a
comienzos de la década de 1950, provocó una sérica crisis económica en los últimos años de la primera administración de Perón. Esos años presencia-
ron también el surgimiento de lo que se convertiría en uno de los aspectos clave de la economía argentina hasta la década de 1990: la inflación estructu-
ral […] Las políticas de salario y crédito de Perón agravaban inevitablemente las tendencias inflacionarias […] En general, Perón se mostró mucho más
eficiente de lo que suele creerse en adaptar la política económica a las nuevas circunstancias9. (Pág. 33)
La autarquía económica fue, al menos parcialmente, el resultado del impacto negativo que las políticas agrarias de Estados Unidos tuvieron sobre
los productos agropecuarios de exportación tradicionales de Argentina, especialmente las constantes restricciones aplicadas a los productos agropecua-

7
Es de notar que la crisis de 1929 sólo sienta un precedente para los autores, mientras que la crisis real de crecimiento está en los años cincuenta. ¿Por
qué? Ellos describen cómo la crisis de los años treinta conduce a la creación del BCRA o a las Juntas Reguladoras de carnes y granos, mientras que la
recesión de 1950 sólo empuja al gobierno a tomar medidas de ajuste. ¿Por qué tiene más peso esta última?
8
Aquí resalta un aspecto más que interesante. Los autores señalan la existencia de “un” empresariado nacional resistente a transformar la economía.
durante el resto del texto insisten en la diferenciación en el empresariado. Esta primera aproximación representa no sólo una contradicción argumental,
sino que además expone la clásica nostalgia de aquellos que entienden como un fracaso la industrialización porque los industriales la resistieron.
Especulación: para BRENNAN y ROUGIER la industrialización debería haberla encarado la UIA, pero se negó. Quedó en manos de sectores débiles de la
industria: los pequeños y medianos del interior, que no tenían fuerza para lograr una industrialización triunfante.
9
Nótese la contradicción de las últimas dos oraciones.

2
rios en el mercado estadounidense y la decisión de prohibirles a los beneficiarios de ayuda exterior bajo el Plan Marshall comprar bienes argentinos
[…] Es decir que la industrialización y la autarquía respondieron en parte a restricciones impuestas por la economía internacional y la política estadou-
nidense. (Pág. 34)
La crítica a la que hacen lugar dentro del período peronista es la falta de una estrategia de industrialización coherente. Incluso aun reconociendo
este aspecto, los autores señalan responsables del fracaso de la industria pesada a Estados Unidos, que bloqueaba la provisión a Argentina de los bienes
que permitieran una industria posible en esos términos.
1.2 Grupos de presión: las empresas, los trabajadores y el estado
Si bien Perón no destruyó la economía argentina como han asegurado muchos de sus detractores, estableció las condiciones para la formación de
una sociedad altamente polarizada e incapaz de desarrollar, durante las dos décadas siguientes, una coherente estrategia económica que le permitiera
adaptarse a los cambios en la economía mundial y al lugar de Argentina en ella […] Durante los gobiernos peronistas de las décadas de 1940 y 1950, y
particularmente en las dos décadas posteriores al derrocamiento de Perón en 1955, la política económica argentina giraba en torno a la lucha entre
distintos intereses empresariales; además, el poderoso movimiento sindical poseía también una decisiva y, al menos en el contexto latinoamericano,
extraordinaria influencia10. (Pág. 35)

SRA Estancieros y agroexportadores

Industriales (vinculados a Capital


Organizaciones UIA y prov. de Buenos Aires)
empresariales

Pequeños y medianos empresarios


CGE
del interior

Durante el período de 1955 a 1976, un movimiento sindical organizado compitió y a menudo se alió con un sector empresarial que, a pesar de
también estar organizado, se encontraba dividido en facciones con intereses opuestos. La política económica siguió durante esos años un determinado
patrón: gobiernos que favorecían el mercado interno, la industria y ciertas economías regionales, seguidos de gobiernos liberales que favorecían la
acumulación de capital mediante la devaluación del peso, el incremento de las exportaciones y la redistribución del ingreso en beneficio del agro y los
sectores de la economía relacionados con él […] El sistema de partidos políticos que parecía estar en expansión a principios de siglo pero que había
comenzado a debilitarse en la década de 1930, se mostró totalmente incapaz de canalizar tal diversidad de intereses en el sistema político, sobre todo
porque este carecía de credibilidad y estaba sometido a repetidos golpes militares. De esta forma, los grupos empresariales, los movimientos sindicales
y las fuerzas armadas fueron los actores principales a la hora de fomentar programas económicos e implementar políticas durante esos veinte años.
(Pág. 37)
Si bien la deuda externa del país no fue considerable hasta 1970 y la comunidad financiera internacional no gozaba todavía de la autoridad sobre
la política económica que tendría en años posteriores, los grupos de presión agroexportadores manifestaron interés en acatar las políticas que exigían
los grupos financieros internacionales: restricción fiscal, restricciones mínimas en la remesa de utilidades por parte de compañías extranjeras (princi-
palmente multinacionales q2ue operaban en Argentina), un sistema bancario desregulado y similares políticas liberales. El modelo del capitalismo
nacional fomentaba, por el contrario, la expansión del mercado y la masa monetaria internos, la protección de la industria nacional, regulaciones guber-
namentales de las empresas privadas y mayores restricciones sobre las empresas extranjeras. (Pág. 38) A este sector conducido por la CGE se acercó el
movimiento obrero peronista.
1.3 Políticas de crédito
¿Cómo funcionaba la economía durante esos años y a quién beneficiaba? El crédito es una fuente interesante para responder esta pregunta. Entre
los mitos que se han desmentido […] se encuentra el de que Perón era hostil a los poderes consolidados del país, especialmente las grandes industrias
[…] Dado que las compañías eran los principales empleadores y poseían la más amplia fuerza laboral, recibían un tratamiento especial por parte del

10
La idea de una sociedad polarizada, en la postura de los autores, supera la lucha de clases: se expresa por los irreconciliables intereses de la burgue-
sía. Esta proposición también articula todo el texto.

3
gobierno. La pequeña industria fue también destinataria del crédito público, pero los mayores beneficiarios fueron las grandes firmas, incluyendo
aquellas de propiedad pública. El sistema era equivalente a un masivo subsidio que el estado concedía a las principales compañías, tanto privadas
como estatales, dado que la amortización se concedía en cuotas a largo plazo, lo que combinado con una economía altamente inflacionaria, significaba
que a menudo las empresas pagaban tasas de interés negativas. Los gobiernos peronistas de las décadas de 1940 y 1950 [crearon] un sistema bancario
que carecía de una supervisión efectiva y estaba sujeto a decisiones arbitrarias y a una constante revisión de normas y regulaciones, así como a una
constante renovación de la junta directiva. Sus actividades, que esencialmente eran de carácter político, nunca se caracterizaron por una planificación
económica eficaz. (Págs. 40-41)
Algo que no se modificó con el derrocamiento de Perón fue el grado de intervención estatal en la economía, el cual no dejó de incrementarse en
los años transcurridos entre 1955 y 1976. las relaciones entre empresas y estado se caracterizaron por una creciente dependencia de aquellas hacia éste;
el estado no sólo distribuía recursos, sino que, además, aumentó gradualmente su presencia directa y en ocasiones asumió, como accionista, el control
absoluto de empresas privadas […] Hubo muchas razones para esta creciente intervención estatal en la economía, pero la predominante en la década de
1960 y comienzos de la de 1970 parecía haber sido la débil posición financiera de las empresas industriales y la inminente bancarrota de muchas de
ellas, la cual habría tenido consecuencias sociales nefastas, dado que hubiera significado el aumento del desempleo. (Pág. 42)

Instituto Mixto de Inversiones Inmobiliarias


(IMIM)

Organismos de Banco Nacional de Desarrollo


intervención estatal (BANADE)

Caja Nacional de Ahorro Postal

1.4 Crisis y colapso del capitalismo nacional


Las políticas del capitalismo nacional alcanzaron un punto culminante caótico y, en última instancia, trágico durante la restauración del peronis-
mo (1973-76) […] El regreso de los peronistas tras casi veinte años de proscripción no se debió directamente a problemas económicos; estos eran
relativamente menores comparados con las circunstancias políticas críticas y la creciente ola de protestas que había comenzado con el Cordobazo de
1969. Lo que se esperaba, en realidad, era que la restauración del gobierno peronista calmara las aguas y, al proveer de una válvula de escape y
reinstaurar la conciliación nacional, detuviera la tensión social y la violencia política que eran cada vez mayores. (Pág. 43)
2. Industriales y bolicheros en los orígenes del peronismo (Brennan)

Apoyo de los nuevos


DI TELLA
industriales

Distintas interpretacio-
nes sobre la relación Alianza clave con
Perón-industriales MURMIS- los nuevos indus-
PORTANTIERO
triales

Recelo de la UIA frente


CÚNEO a las medidas de refor-
ma laboral

En su famoso discurso del 25 de agosto de 1944, presentado ante la comunidad empresarial en la Bolsa de Comercio, Perón hizo hincapié en lo
exitosas que fueron sus reformas a la hora de extirpar la influencia comunista dentro del movimiento obrero y buscó persuadir a la clase empresarial de
las ventajas de la armonía de clases y la cooperación con los trabajadores. Con el objetivo de que desempeñara el papel de interlocutor con los sindica-
tos, instó a los empleadores a establecer una confederación nacional propia, la contraparte de la poderosa Confederación General del Trabajo ( CGT).

4
Perón se presentó no como enemigo de las clases capitalistas del país, sino como su salvador y protector, permitiéndoles la paz necesaria para asegurar
la propiedad privada y la prosperidad futura. (Pág. 48)
Pero tales exposiciones lograron persuadir sólo a unos pocos miembros de la clase industrial o empresarial. A pesar de las promesas de Perón, sus
frecuentes diatribas en contra de la comunidad empresarial, así como sus concesiones a la clase obrera, se contradecían con su supuesto apoyo a los
empleadores […] El congelamiento de los alquileres, los decretos en contra de los desalojos de los aparceros y los convenios colectivos de trabajo
favorables a los obreros industriales fueron medidas que enardecieron la oposición de la Bolsa de Comercio, la SRA y la UIA. (Pág. 50)
Perón llegó al poder con las principales organizaciones empresariales totalmente en su contra […] ¿Pero qué ocurrió con las empresas durante el
gobierno peronista? […] Naturalmente, los industriales como clase no se opusieron a un régimen que hizo mucho en pos de sus intereses. Aunque como
resultado de las políticas laborales el margen de ganancia de los industriales se redujo entre 1946 y 1948, la tasa de rendimiento del capital se incre-
mentó significativamente. El crédito otorgado al sector privado, por ejemplo, aumentó un treinta por ciento en 1947 y un quince por ciento en 1948,
principalmente en el sector manufacturero. Esencialmente, esto representaba un subsidio a los incrementos salariales que las políticas laborales de
Perón fomentaban […] El margen de ganancia de la industria volvió a incrementarse entre 1948 y 1955 y benefició no sólo a una nueva clase de indus-
triales, sino también a las compañías más antiguas. (Págs. 51-52)
Gran parte de la confusión en torno al rol de los industriales se debe a que no se reconoce la fractura en sus filas, incluyendo las de la UIA. Esta
asociación, a pesar de su nombre, no se había formado, estrictamente hablando, como una organización de industriales; más correcto sería decir que en
sus orígenes representaba a los intereses económicos dominantes de la Capital y la provincia de Buenos Aires; es decir, los intereses económicos domi-
nantes del país. En los primeros años de su historia, la organización, a pesar de su postura intermitente a favor del proteccionismo, no había adoptado
un tema proindustrial con respecto a temas económicos. En lugar de promover políticas que impulsaran la industrialización, el objetivo de los indus-
triales al formar la UIA había sido contener el crecimiento de la izquierda y del movimiento obrero; su actitud original fue reactiva y no proactiva […]
Los terratenientes e industriales no percibieron ningún conflicto de intereses fundamental hasta la década de 1940. (Pág. 53)
No fue hasta la Gran Depresión que la UIA pareció respaldar posiciones proindustriales de forma enérgica y abierta 11. (Pág. 53)
Sin embargo, la UIA continuó siendo, en muchos aspectos, una organización conservadora a lo largo de la Depresión de la década de 1930. En
1922, una reforma de los estatutos de la organización había abolido el sistema según el cual la representación del comité ejecutivo era proporcional al
número de miembros que poseía el sector industrial. Tras las modificaciones se concedió representación igualitaria a las industrias (dos por industria).
Esta reforma le permitió a las industrias más concentradas (vinícola, cervecera, del cemento y frigorífica) asumir el control de la UIA […] Durante las
próximas dos décadas, una elite industrial, formada principalmente por descendientes de inmigrantes italianos y estrechamente vinculada al Banco de
Italia y Río de la Plata, dominó la UIA. Era poco probable que las industrias que ejercían en control sobre la organización durante esos años se opu-
sieran a la base agropecuaria de la economía del país. De hecho, como apéndices del modelo agroexportador, eran sumamente dependientes de la
perpetuación del modelo económico establecido. (Pág. 54)
Las relaciones entre la SRA y la UIA fueron siempre cordiales durante esos años y muchos miembros ocupaban un puesto en la junta directiva de
ambas asociaciones […] Este aspecto de la UIA no evitó que la totalidad de la industria creciera, nique las industrias individuales crecieran […] Lo que
sí provocó fue que la UIA y los industriales que dominaban la organización no sintieran la necesidad de apoyar la intervención estatal para promocio-
nar la industria […] La UIA se opuso a las políticas de regulación cambiaria que aplicaron los gobiernos argentinos desde la década de 1930 en adelan-
te y adhirió a una posición librecambista; esto se debió a su renuencia a compartir preciadas divisas con las compañías advenedizas de ciertas indus-
trias, como la textil o la metalúrgica. Tales posiciones contradecían el supuesto apoyo que la organización había manifestado hacia una protección
arancelaria en favor de la industria textil y que en realidad reflejaba un deseo de proteger los oligopolios y ciertas compañías influyentes, y no la totali-
dad de las industrias. (Págs. 56-57)
Asimismo la UIA aplaudió el Plan Pinedo de 1940, el cual buscaba minimizar los efectos de la Depresión y debilitar el vínculo con el centro me-
tropolitano británico promoviendo la industria ligera, la cual era, en gran medida, complementaria de la economía agropecuaria, o fomentando indus-
trias en las cuales Argentina poseía una cierta ventaja gracias a sus recursos naturales (incluyendo productos textiles de algodón) y tenía la posibili-
dad de penetrar el mercado latinoamericano. La posición de la UIA en esos años no se caracterizó por un apoyo a las denominadas industrias artificia-
les, como la metalúrgica, ni por un deseo de alcanzar la autarquía o priorizar el mercado interno […] Aun en 1942, la UIA, junto a la SRA y la Bolsa de
Comercio, adhería a posiciones liberales en una amplia gama de temas. (Págs. 57-58)
Todo esto demuestra que no es enteramente correcto suponer que las posiciones de los industriales correspondían siempre a las de la UIA […] Los
años de la guerra (1940-1945) constituyeron por lo tanto una coyuntura crucial (…) para evaluar el apoyo que los industriales brindaron al peronismo
en sus comienzos12. La UIA atravesó importantes cambios durante la guerra, que se reflejaron en una historia muy accidentada. El crecimiento de la
burguesía industrial, así como los cambios dentro de las filas industriales que habían dominado la UIA durante tanto tiempo, puso en cuestionamiento el

11
Brennan pone como ejemplo el caso de la industria textil, en la que hasta los trabajadores apoyan la protección.
12
Antes en la página 51, leemos la siguiente afirmación: “Perón llegó al poder con las principales organizaciones empresariales totalmente en su con-
tra”.

5
rígido tradicionalismo dentro de la organización […] Se aceleró gracias a la llegada al poder del gobierno militar de 1943 y a los temores que generaba
el inminente cese de hostilidades, que conllevaría el fin de las condiciones favorables para la industria nacional. (Pág. 58)
Los orígenes de la burguesía industrial peronista pueden encontrarse en esos años. Muchos de esos nuevos empresarios esperaban que la industria
tuviera un rol más prominente en las políticas gubernamentales y en la vida nacional […] En general, en un principio la UIA había apoyado las políticas
económicas del gobierno. La presión ejercida por los nuevos industriales y la expansión y creciente rentabilidad de las nuevas compañías hicieron que
la UIA favoreciera más abiertamente el nacionalismo industrial y aceptara un rol más activo que nunca en su historia en impulsar la industrialización y
apoyar la industria nacional. (Pág. 59)
Las posiciones de la UIA con respecto a otros aspectos, incluyendo, sorprendentemente, las políticas liberales, atravesaron también significativos
cambios durante la guerra. La asociación modificó su postura hacia la ley de seguridad social, los derechos de negociación colectiva para los trabajado-
res y la mediación estatal en las relaciones entre capital y mano de obra. El cambio de visión se debió indudablemente en parte a la expansión del
mercado interno en esos años y a la adopción de un modelo económico que daba prioridad a la demanda interna. Los industriales concordaron que era
necesario ofrecer a los trabajadores garantías mínimas para asegurar altos niveles de consumo […] Pero también se estaban operando cambios internos
entre las filas de los industriales. (Págs. 60-61)13
De todas maneras, los industriales más tradicionales, que continuaban dominando la UIA, seguían dependiendo de la fortuna del sector agroexpor-
tador para obtener divisas y bienes de capital, de modo que no estaban dispuestos a echar por tierra enteramente sus posturas conservadoras. Mientras la
guerra se acercaba a su final, la UIA continuó instando al gobierno a que impulsara la industrialización, a menudo haciendo hincapié en la necesidad de
tomar acción urgentemente para salvar la industria; exigió modernizar las fábricas del país, crear industrias de base y establecer protección arancelaria.
Al mismo tiempo, la organización de industriales no dejó de manifestar sus críticas al gobierno militar, en particular con respecto a las políticas labora-
les y a su arquitecto, el coronel Juan Domingo Perón. (Pág. 61)14
Los orígenes de la UIA y la identidad de clase de los industriales argentinos se habían formado a partir de la cuestión laboral. Si bien la UIA aceptó
algunos de los beneficios que Perón otorgó a los trabajadores, en general nunca dejó de oponerse al hecho de que el estado redujera su capacidad de
decisión en las relaciones de trabajo. (Pág. 62)
La decisión de la UIA de unirse a las fuerzas opositoras y de participar, junto a las organizaciones patronales que representaban la agricultura y el
comercio, con una huelga patronal a comienzos de 1946, también se vio sumamente influenciada por la singularidad política del país a fines de 1945.
La guerra había terminado y en Argentina el sentimiento prodemocrático estaba en aumento […] Por otra parte, es posible que lo que más objetaran los
industriales de la UIA no fueran políticas laborales del gobierno militar, sino el hecho de que Perón parecía estar resuelto a someter a la UIA a los
dictámenes gubernamentales. En parte, la oposición de la UIA hacia las políticas laborales de Perón debe comprenderse como el resultado del descon-
tento que provocaba la falta de influencia de los industriales en decisiones que afectaban directamente a sus costos laborales. (Págs. 62-63)15
Al menos tan importante como la victoria del grupo antiperonista16 era la existencia de un grupo properonista […] El crecimiento del sector ma-
nufacturero durante la Segunda Guerra Mundial había conllevado la aparición de nuevos actores en la burguesía industrial y había modificado las
prioridades de los participantes ya establecidos. El apoyo de Perón hacia la industria incluía indudablemente a los nuevos grupos industriales, los
clásicos empresarios de la industrialización por sustitución de importaciones (muchos de los cuales nunca fueron miembros de la UIA), quienes se
beneficiaban de la escasez producida por la guerra, así como de las protecciones arancelarias, los créditos bancarios y las licencias cambiarias que el
gobierno les extendía. También se incluían a algunos industriales ya establecidos. (Pág. 64)17
Mientras lidiaba con la UIA, Perón intentaba crear una organización alternativa que representara a los industriales y empresarios. En mayo de
1946, tras la intervención de la UIA, el gobierno estableció la Asociación Argentina de la Producción, Industria y Comercio (AAPIC) con el objetivo de
institucionalizar los grupos empresariales, dentro y fuera de la UIA, que estuvieran dispuestos a cooperar con el régimen. La estructura de la AAPIC
incluía intereses industriales, comerciales y agropecuarios, y revelaba la intención de Perón de obtener el favor de un sector empresarial amplio y de
reforzar la base multiclasista y la representación corporativista de su gobierno18. (Pág. 66)

13
Además los autores suman el argumento de WAISMAN, quien señala que los industriales tenían temor a la revolución comunista.
14
El discurso de BRENNAN en gran parte se refiere a una lucha dentro de la UIA, pero nunca es explicada con claridad.
15
Lo citado de la primera página es desacreditado por la observación realizada en la segunda.
16
En las elecciones de la UIA durante abril de 1946
17
Lamuraglia (citado en página 65, nota al pie Nº 23) dice que empresas grandes como SIAM y Alpargatas… “no estaban dispuestas a antagonizar con
Perón […] Tras la intervención de la UIA, si bien los industriales no se hicieron peronistas, existía un amplio acuerdo con el plan económico de Perón.
18
A menudo la AAPIC se esforzó en demostrar su lealtad al régimen peronista, lo que quizá revela en qué punto era, originalmente, una creación del
gobierno y no una organización patronal auténtica. (Pág. 67, nota al pie Nº 27)

6
Pero no debería exagerarse la firmeza de este vínculo ideológico. Como organización, la AAPIC nunca se identificó enteramente con el estado pe-
ronista […] Es probable que la afinidad ideológica de sus miembros no fuera sino superficial […] Lo más probable es que la AAPIC haya adoptado el
justicialismo sólo de palabra y haya operado junto a Perón motivada por una necesidad de supervivencia económica. (Pág. 67-68)
[Tras el fracaso de la AAPIC, Perón crea la Confederación Económica Argentina (CEA)] Al igual que la AAPIC, la CEA representaba especialmen-
te los intereses económicos bonaerenses, si bien, a diferencia del organismo que reemplazaba logró incluir algunas de las compañías más poderosas19.
El íntimo vínculo entre la UIA y la CEA quedó demostrado por la presión de ésta para que se devolviera la legalidad a aquella 20. (Pág. 68)
Como ocurrió con la AAPIC, la CEA funcionó principalmente como un grupo de presión con respecto al estado peronista y operó en pos de los in-
tereses de los grandes empresarios del país, especialmente los industriales. (Pág. 69)
Si bien la abrumadora mayoría de los miembros de la CEA eran compañías bonaerenses, pocos meses después de su fundación, la asociación esta-
ba bajo presión por parte de grupos empresariales del interior del país para que abriera sus filas. La rivalidad entre las pequeñas empresas de las provin-
cias y las de Buenos Aires había sido evidente por algún tiempo.21 (Pág. 69)
Las primeras movilizaciones de empresarios de [Tucumán], mayormente dueños de establecimientos de venta al por menor, pero también miem-
bros del sector agropecuario y del industrial (por ejemplo, los dueños de las refinerías de Tucumán) tuvieron un carácter estrictamente defensivo:
protestaron por las políticas impositivas del gobierno y especialmente el incremento de los salarios que éste había fomentado y que se otorgaba a través
de convenios colectivos de trabajo impuestos por el estado […] Pero poco después éste sector dejó de concentrarse en esos problemas inmediatos e
intentó participar del planeamiento económico peronista como parte de un movimiento nacional en pos del federalismo económico y el desarrollo
provincial. En 1946, en Santiago del Estero, tuvo lugar el Primer Congreso de Planificación del Norte Argentino, en el cual se instó a los empresarios
del noroeste a diseñar propuestas y a apoyar el Primer Plan Quinquenal de Perón. En diciembre de 1948, empresarios del noroeste argentino organiza-
ron el Congreso Económico del Norte y formaron la Federación Económica del Norte Argentino ( FENA) para resolver problemas particulares de la
región. (Pág. 70)
En mayo de 1950, los miembros del FENA, junto a los representantes de Córdoba, Santa Fe, San Luis y Mendoza […] se comprometían a apoyar
la creación de una organización empresarial de dimensión nacional que se dedicara a impulsar el desarrollo regional y el federalismo económico. Tal
afán se materializó en diciembre de ese año cuando pequeños empresarios pertenecientes a todas las provincias22 formaron la Confederación Argentina
de la Producción, la Industria y el Comercio ( CAPIC), una organización establecida ostensiblemente con el objetivo de representar estrictamente los
intereses provinciales. (Págs. 70-71)
Poco después, los representantes de la CACIP comenzaron a participar de las asambleas generales de la CEA y a expresar sus deseos de que la or-
ganización se ocupara de os problemas del interior. (Pág. 71)
En el Tercer Congreso Económico del Norte, que tuvo lugar en Resistencia en 1951, se discutieron los problemas de los pequeños empresarios
provinciales: los problemas con el crédito y la promoción industrial y el transporte. Poco a poco los intereses económicos regionales, desde el noroeste
y noreste en particular, ganaron influencia y el apoyo de Perón hacia el sector empresarial tomó un carácter particularmente provincial. (Pág. 72)
De todas formas, y a pesar de su creciente influencia en el interior, la CEA continuó bajo el control de los empresarios porteños […] Las grandes
compañías en control de la CEA como SIAM Di Tella y Loma Negra, se habían manifestado en ocasiones en contra de las movilizaciones de los boliche-
ros.23 (Pág. 72)
Sin embargo, Perón necesitaba obtener urgentemente apoyo y representación entre los sectores empresariales. La cambiante suerte del estado pe-
ronista así lo demandaba. Para comienzos de la década de 1950, las debilidades del gobierno se estaban volviendo aparentes. Un sólido frente empresa-
rial era necesario para responder con eficacia a las crecientes exigencias del sector obrero y para prevenir divisiones dentro del sector del capital. Perón
deseaba disciplinar al sector empresarial para evitar problemas como la reciente capitulación de algunos industriales textiles ante la presión sindical
durante las negociaciones colectivas o las presiones inflacionarias que los incrementos salariales ejercían sobre la economía. El fracaso de la CEA de
actuar como una confederación empresarial dinámica obligó a Perón a tomar la iniciativa: […] la reorganización de las asociaciones empresariales del
país […] en tres confederaciones empresariales divididas por sector (industria, agricultura y comercio). (Pág. 73)
En diciembre de 1952, el gobierno finalmente estableció la Confederación General Económica (CGE). (Pág. 74)

19
SIAM Di Tella, Pirelli y Loma Negra.
20
Es interesante cómo BRENNAN presenta el problema: el estado crea las organizaciones para ganar el favor del empresariado, pero las organizaciones
acaban jugándole en contra a Perón.
21
No queda claro cómo era la relación de intereses de clase dentro de la AAPIC. Tampoco dentro de la CEA. Se nombran los movimientos empresariales
del interior, pero nunca se analiza su enfrentamiento con Buenos Aires. Más adelante hablarán de las disputa de Córdoba en torno a las quitas zonales,
pero eso es todo.
22
Reunidos en Mendoza.
23
El esfuerzo de Perón para lograr lo contrario fue infructuo.so

7
Desde entonces, si bien los capitalistas bonaerenses mantuvieron un preponderante poder económico, el poder político se concentró, en la forma
de la CGE, en los empresarios de las provincias. (Pág. 75)
3. Política industrial y económica peronista, 1945-1955 (ROUGIER)
Desde sus orígenes, el peronismo buscó construir su propia concepción totalizadora de la nación, en concordancia con su doctrina social y política
[…] Paradójicamente, la doctrina tomó su forma más clara después de 1949, cuando la crisis económica argentina revirtió las excepcionales condicio-
nes que le habían permitido la implementación de la política económica, la cual se vería considerablemente modificada en muchos de sus aspectos.
(Pág. 76)
En el proyecto peronista, resumido en el eslogan de la “comunidad organizada” -si bien tal noción nunca se explicó en forma totalmente explícita-
, la economía estaba subordinada a una lógica política que buscaba evitar la lucha de clases y promover la justicia social por medio de una intervención
estatal […] Existían también [además de los intelectuales] algunos líderes empresariales vinculados a la UIA y algunos oficiales del ejército que veían
en la miseria de los trabajadores una amenaza para la paz social y la seguridad nacional, así como una fuente de agitación. (Pág. 76)
Dentro del marco de estas ideas […] los incrementos salariales para los trabajadores se consideraban una condición esencial para evitar una po-
tencial crisis tras la Segunda Guerra Mundial. (Pág. 77)
Las políticas industriales y económicas del peronismo estaban, en gran medida, subordinadas a sus políticas salariales y a la redistribución del in-
greso, pero también a la política bancaria y financiera […] En los meses anteriores a su asunción al poder, Perón y sus asesores emprendieron una
amplia y original reforma financiera24 […] El problema tenía sus orígenes en los últimos años de la década de 1930, pero era particularmente grave
durante los años de la guerra. Primero el denominado Plan Pinedo y luego una serie de decretos y leyes dieron prioridad a la escasez de crédito para los
proyectos de inversión en la industria. Estos diversos intentos, los cuales combinaban el poder del Banco Central con el de los bancos privados, entra-
ron en conflicto con las posiciones más nacionalistas y proindustriales que se esgrimieron y se aplicaron en la época del golpe militar de 194325. (Págs.
77-78)
El cambio se extendió con el establecimiento de un sistema bancario centralizado y la nacionalización del [Banco Central] y los depósitos banca-
rios. El objetivo era orientar el sistema financiero hacia el apoyo de la industrialización y alcanzar un alto nivel de empleo. (Pág. 79)
La improvisación y la falta de planificación ocupaban un lugar importante en las decisiones económicas del primer gobierno peronista […] El IA-
PI poseía el derecho exclusivo de administrar todas las importaciones y exportaciones. El gobierno peronista pretendió utilizarlo para comprar a un
precio fijo los bienes agropecuarios de exportación y revenderlos a precios internacionales, los cuales, en la coyuntura del período inmediatamente
posterior a la guerra, eran excepcionalmente altos. Con este mecanismo, era posible redistribuir el ingreso en favor de la industria y financiar la impor-
tación de bienes de capital26. (Pág. 80)
Las acciones del IAPI permitieron, en aquellas ocasiones en que efectivamente se pudieron cobrar las importaciones, la transferencia de recursos
al sector industrial, pero, al fijar precios bajos para los productos rurales, desalentó la producción agropecuaria […] Entre 1946 y 1949 la producción
rural cayó un 17 por ciento […] Otra consecuencia negativa de las actividades del IAPI afectó al sector industrial. Debido a los acuerdos industriales
que Argentina firmó con países que compraban sus productos agropecuarios de exportación, las exportaciones no siempre eran las más adecuadas para
las necesidades del sector manufacturero. (Pág. 82)
[En 1947 se crea el Instituto Mixto de Inversiones Mobiliarias (IMIM)] Entre otras operaciones que autorizado estaba a conducir, el IMIM tenía la
potestad de emprender cualquier clase de actividad de bonos, de manera independiente o en nombre de otros, y de otorgar préstamos a compañías
mixtas o estrictamente privadas a cambio de acciones. Las actividades del IMIM le permitían evitar las fluctuaciones del mercado y alentar y proteger a
los inversores en pos de las actividades industriales, cuya promoción constituía uno de los principales objetivos del gobierno. Hasta finales de 1948los
precios de las acciones se elevaron constantemente y hubo una fuente parcialmente establecida de inversión de capital a largo plazo para compañías
industriales hasta que la crisis económica de 1949 redujo drásticamente tal posibilidad. (Págs. 82-83)

Estatización del Banco


Reforma finan- Central y los depósitos
ciera de Perón bancarios

Creación del
IAPI

24
ROUGIER explica que la reforma era necesaria debido a la implementación de políticas que fomentaban la escasez de crédito para la industria.
25
Acá es más interesante la descripción, pues en ciertos pasajes del libro se describe al peronismo como continuador de las políticas de la década de
1930. Agrego, además que aquí este autor contradice lo que anteriormente señalara su compañero. (En abril de 1944 se fundó el Banco industrial.)
26
ROUGIER observa que la creación del IAPI se debía a que el gobierno pensaba en una época posbélica caracterizada por la escasez de materias primas,
sobre todo las alimenticias.

8
Creación del
IMIM

Impulsar la indus-
Objetivo
tria

Caída de la produc-
ción agropecuaria
Consecuencias

No produjeron los resultados


esperados en la industria

El estado financia a través de subsidios indirec-


tos la actividad industrial, por lo que ésta de-
pende más de aquel que de su desarrollo en sí.

Consideradas de manera colectiva, estas medidas tenían el objetivo de incentivar un rápido desarrollo industrial mediante el aumento en la dispo-
nibilidad del crédito y en el acceso a los insumos industriales y los bienes de capital que necesitaban los sectores manufactureros. las tasas de interés
nominales […] resultaron ser menores que las tasas de inflación experimentada en aquellos años, por lo que los préstamos hicieron las veces de un
subsidio indirecto, dado que el verdadero valor de las obligaciones tendía a disminuir con el tiempo. Esto constituyó un importante beneficio para los
industriales y les permitió compensar la falta de rentabilidad que resultaba del incremento de salarios. Hasta 1949, la tasa de crecimiento en la masa
monetaria que provocaron todas estas medidas superó ampliamente el aumento del producto bruto interno y la tasa de inflación, lo cual significó un
verdadero incremento en los balances generales de las industrias. Un aspecto desventajoso, por otro lado, fue la creciente brecha entre la cantidad de
préstamos y el número de depósitos bancarios en el sistema financiero, los cuales se redujeron como resultado de las tasas negativas de interés. (Pág.
83)
[Desde 1944, las medidas financieras] se complementaron con otras de estricto carácter industrial: [en dicho año se creó la Secretaría de Industria
y Comercio] Ya con el peronismo en el poder, el Primer Plan Quinquenal establecía la promoción de la industria nacional, en especial de bienes de
algodón y metalúrgicos [industrias en expansión desde la guerra]. Sólo dos de los proyectos de ley del Plan se referían a la industria: el primero preveía
el desarrollo industrial a partir de la inversión pública] (el estado debía fomentar el establecimiento de compañías estatales o mixtas que explotaran los
recursos minerales del país y organizaran la producción de materias primas agrícolas); El segundo proyecto hacía referencia a una reforma arancelaria y
le daba al poder ejecutivo potestad sobre las tasas arancelarias. (Pág. 84)
En 1947, el estado creó un importante “holding”27 público controlado por la Secretaría de Industria: la Dirección Nacional de Industrias del Esta-
do (DINIE) Esta entidad reunía aproximadamente treinta compañías químicas, farmacéuticas, electrónicas y constructoras, la mayoría de origen ale-
mán28. Pero la DINIE tomó forma lentamente y definió sus objetivos a lo largo de los años siguientes, de manera que en 1949, cuando estalló la crisis
económica, no existían todavía empresas que estuvieran efectivamente bajo la gestión directa del estado. (Pág. 86)29
Los años de bonanza, a pesar de que en gran medida definieron lo que se identificaría como “política económica peronista”, fueron extremada-
mente fugaces. Los nubarrones, visibles tanto a nivel nacional como internacional, aparecieron en los meses finales de 1948, poco más de dos años
después de que Perón asumiera el poder. (Pág. 86)

27
Forma de organización de empresa según la cual una compañía financiera se hace con la mayoría de las acciones de otras empresas a las que controla.
28
Expropiadas en 1945.
29
Artículos a consultar: BELINI 2001a. ALTIMIR, SANTAMARÍA Y SORROUILLE en Desarrollo Económico.

9
El cenit del “modelo clásico” de la política económica peronista fue breve debido a que en poco tiempo surgieron problemas en la balanza comer-
cial y por la inflación que esta desencadenó, lo cual sentó las bases de la inestabilidad económica posterior. Fue la primera crisis cíclica, un proceso que
ocurriría repetidamente en la economía argentina, en lo que se llamaría ciclos de “Stop and Go”. Ya a fines de 1948 habían cambiado abruptamente las
condiciones favorables en los mercados externos para los productos tradicionales de exportación del país […] Estas circunstancias pusieron en duda la
estrategia de desarrollo, pero los problemas más graves provocaron un retraso en la planificación a largo plazo en pos de medidas a corto plazo para
recuperar los ingresos por exportaciones […] Estrictamente hablando, el proceso inflacionario y la crisis en el sector exportador indicaron que los
tiempos de prosperidad de los primeros años del gobierno peronista habían llegado a su fin y que era necesario implementar un cambio de rumbo, una
racionalización económica que afectaría tanto a la producción como al consumo. (Págs. 86-87)
Las causas fueron muchas y muy complejas, pero de particular importancia fueron los efectos de la reforma monetaria de 1946. Primero, como ya
se ha dicho, a partir del sistema bancario centralizado, el incremento en créditos bancarios fue siempre mayor que el crecimiento de los depósitos, lo
cual implicó un crecimiento de la masa monetaria con tendencias inflacionarias […] Segundo, al incremento de los préstamos para fomentar el creci-
miento industrial se le agregó la necesidad de cubrir los déficits fiscales del estado. Durante el período 1946-1948, el gobierno había procedido con una
deliberada ampliación en los métodos de reembolso para mantener la liquidez monetaria para la industria y los gastos gubernamentales sin que el Banco
Central aplicara políticas que demandaran plazos estrictos y normas para mantener las reservas. (Pág. 87)
[El gobierno, con Miranda a la cabeza, atribuía las causas de la inflación a] un proceso de inversión a gran escala que todavía no había terminado
de madurar. (Pág. 88)30
Para el gobierno la dificultad crucial era el “sobrecalentamiento de la economía”, demostrada en la escasez de mano de obra. Para remediar la si-
tuación, el gobierno propuso ciertas medidas que apuntaban a establecer una mejor y más racional distribución de la mano de obra y a imponer restric-
ciones al otorgamiento de nuevos préstamos, que implicaban grandes presiones en el mercado laboral en términos de empleo. Se intentó también aplicar
una racionalización del sector público y un control más estricto de los gastos31. (Pág. 88)

Disminuir el total de dinero en


circulación

Objetivos del plan


Distribución racional de la
de ajuste
fuerza de trabajo

Reducir el déficit gu-


bernamental

Mayores restricciones a las


importaciones

[El coronamiento del plan de ajuste fue el reemplazo de Miranda por Gómez Morales en el Banco Central y en el Ministerio de Finanzas en 1949].
Entre 1949 y 1952, la masa monetaria creció a una tasa considerablemente menor a la de la inflación y la del crecimiento del producto bruto interno, lo
cual implicó una verdadera reducción en la cantidad de dinero en circulación, algo que afectó la liquidez de los industriales 32. (Pág. 89)

[Las medidas no tuvieron los resultados esperados]: la inflación se aceleró en 1949 porque las restricciones al crédito se aplicaron sólo parcial-
mente y de forma muy selectiva con respecto al sector industrial. Además la necesidad de reactivar la agricultura condujo a un cambio en la distribu-
ción de créditos otorgados a varios sectores. Así, entre 1949 y 1950, los préstamos hacia el sector agropecuario se incrementaron un 180 por ciento

30
Sin embargo, cuando la inflación llegó a un 30% comenzó el ajuste.
31
El ajuste en el sector financiero se tradujo en un aumento en las tasas de interés.
32
Se reduce la inflación controlando la masa monetaria y afectando el crédito. Siendo que el crédito actuaba como “subsidio encubierto”, afecta la
contratación de mano de obra y ahí se visibiliza el ajuste.

10
mientras que, en el mismo período, los que la industria recibió se incrementaron sólo un 93 por ciento. En 1949 se removió el único obstáculo que
hubiera hecho posible el desarrollo de una política monetaria absolutamente independiente al eliminar el último vestigio de convertibilidad: la cláusula
que requería que el Banco Central respaldara al menos un 25 por ciento con reservas internacionales. (Pág. 90)
En estas medidas puede verse el carácter inconsistente y selectivo de las restricciones que se impusieron. Con respecto al crédito, la generosa polí-
tica que se había aplicado no podía descartarse sin más, porque se crearía una confrontación con el sector empresarial, tanto industrial como agropecua-
rio, un costo que el gobierno no estaba dispuesto a pagar, a pesar de que era capaz de hacerlo. Hasta septiembre de 1949, se aceptó la política restrictiva
a finales de 1948. Después de esa fecha, las normas se hicieron más flexibles y el gobierno extendió la lista de “redescuentos” autorizados, las líneas de
crédito otorgadas por el Banco Central a los bancos del país; préstamos destinados a satisfacer la demanda del sector empresarial, especialmente del
sector agropecuario, del comercio, de las empresas de servicios públicos, de los requisitos estacionales para la producción y distribución de bienes e
incluso salarios. (Págs. 90-91)
En 1951 la balanza comercial resultó nuevamente negativa y la inflación se duplicó en comparación con el año anterior. La terrible cosecha de
comienzos de 1952 reveló lo fútil de continuar “paliando la crisis”. Además las recientes elecciones presidenciales le habían otorgado la victoria al
peronismo, por lo que al gobierno le fue posible proceder con el plan de austeridad que la economía requería, sin mayores costos políticos, al menos a
corto plazo. (Pág. 91)
El Plan de Estabilización de 1952 y una “vuelta al campo” más decidida contrastaron marcadamente con las políticas iniciales de expansión mo-
netaria y la transferencia de ingresos a los sectores urbanos. El plan se diseñó con el objetivo de resolver los dos problemas económicos que se conside-
raban de carácter crucial: el estrangulamiento externo, que causaba escasez de divisas, y el constante aumento de precios, resultado del incremento de
salarios y el programa económico expansivo. La limitación en la masa monetaria fue mucho mayor y las políticas fiscales se alejaron de las directivas
keynesianas y se hicieron claramente restrictivas. El recorte de gastos se concentró en el gasto de capital, dado que los gastos corrientes, asociado con el
aumento de puestos laborales en el sector público, eran funcionales a los objetivos primordiales del gobierno. Por otra parte, se congelaron los salarios
durante dos años, con la intención de aligerar las presiones sobre los precios y reducir la demanda de los consumidores para generar así mayores exce-
dentes exportables. El Plan de Austeridad fue exitoso a corto plazo y el incremento de precios disminuyó drásticamente a partir de 1953, el año en que
la balanza comercial resultó favorable.
Una vez que se abordaron los problemas más urgentes de la economía, el diseño a largo plazo de las políticas económicas comenzó a tomar for-
ma. Se profundizó en la posibilidad (con la que ya se había experimentado) de incentivar las exportaciones tradicionales. Por un lado, el IAPI retiró su
intervención en la comercialización de algunos productos, mejorando así los precios pagados a los productores agropecuarios y alentando a estos a
incrementar la cantidad de tierra cultivada. Esta política condujo a enormes pérdidas por parte del IAPI que sólo pudieron compensarse por medio de
gigantescos préstamos de fuentes públicas. Por el otro lado, se asumió que una mayor oferta de productos agropecuarios resultaría del incremento de la
productividad que generaría la incorporación de maquinaria agrícola. Con una serie de medidas, el gobierno se encargó de asignarle divisas al sector
agropecuario, lo cual se complementó con un conjunto de acuerdos comerciales internacionales para la compra de la maquinaria deseada. Por último, la
política económica también incentivó la inversión extranjera, particularmente en la fabricación de tractores 33. (Págs. 92-93)
A pesar del mayor dinamismo que buscó impulsar en la producción agropecuaria, el gobierno también promovió el desarrollo de bienes de capital
y de la industria como una forma de superar la dificultad que representaba el estrangulamiento en el comercio exterior. La idea de crear vínculos hacia
atrás para la industria, es decir, de que ésta produzca su propia maquinaria y sus propios insumos, que la consecuencia lógica de la escasez de divisas y
no el cumplimiento de los objetivos iniciales de la política industrial peronista. Sin embargo, esta estrategia trajo consigo un problema de difícil solu-
ción: las industrias más complejas también eran intensivas en capital. Ante la imposibilidad de desarrollar la industria por medio de las utilidades
generadas a partir de las exportaciones agropecuarias y el crédito público, cuyos efectos inflacionarios habían resultado funestos, el incentivo del ahorro
parecía una alternativa singularmente atractiva […] Esta idea se reafirmó con el objetivo de retirar la participación estatal en la industria y buscar la
eliminación de la imagen “estatista” que el peronismo había adquirido con la política de nacionalización durante la primera administración de Perón.
(Pág. 93)
A pesar de que la dinámica del sector agroexportador dominó la crisis de 1949-1952 y las sobreinversiones de capital no fueron una característica
de la economía durante la primera administración peronista, las tesis con respecto a la escasez de bienes de consumo y los efectos contraproducentes de
la excesiva emisión monetaria parecían ofrecer una adecuada explicación a la crisis. Estas ideas concordaban con la visión del nuevo equipo económico
de Alfredo Gómez Morales, Miguel Revestido y Pedro Bonanni; quienes, como ministro de economía, de finanzas y de hacienda, respectivamente,
emprendieron un plan económico de austeridad en la década de 1950. (Pág. 95)
El objetivo de las medidas económicas que implementaron era estimular el ahorro interno y encontrar la mejor forma de canalizarlo. La Caja Na-
cional de Ahorro Postal y la Bolsa de Valores fueron los ámbitos escogidos para esta tarea. Vigorosas campañas publicitarias y un aumento de las tasas
de interés, a pesar de que con la inflación el interés real continuó siendo negativo, causaron un incremento de depósitos en la Caja de Ahorro, si bien no
en la totalidad del sistema financiero. Por su parte el mercado de valores atravesó una importante recuperación a partir de 1953 […] Independientemen-

33
Acuerdos con FIAT: 1954-1955.

11
te de los beneficios que podían obtenerse a partir del incentivo del ahorro interno, el problema fundamental residía en las dificultades de obtener el
capital necesario para importar la maquinaria y el equipamiento que no estaban disponibles en el país. Estas condiciones hacen más comprensible tanto
la decisión de alentar la inversión extranjera como la necesidad de continuar haciendo viable el proceso de industrialización y, de hecho, de garantizar
el crecimiento económico a largo plazo. (Pág. 95)
La escasez de divisas hizo que fuera imposible poner al día los atrasados programas industriales del gobierno, los cuales ahora tenían dificultades
incluso mayores debido al intento de implementar la industria intensiva en capital. Los proyectos de la DINIE […] no pudieron materializarse […]
fracasaron no sólo por la dificultad de financiación, sino también como resultado de la oposición de los industriales locales. (Págs. 95-96)
Dada la crisis en el sector exportador y el estancamiento en la producción industrial entre 1949 y 1952, el gobierno promovió el incremento de la
producción rural y la profundización de la industrialización por medio del Segundo Plan Quinquenal, cuya implementación tuvo que posponerse hasta
1953 debido a las políticas de austeridad y antiinflacionarias que se habían adoptado. El Segundo Plan Quinquenal dio prioridad a la industria siderúr-
gica […] Los industriales, perjudicados por las dificultades de conseguir insumos y bienes de capital, alentaron este plan. Sin embargo, el mismo
dilema de la falta de capital que había afectado a los otros proyectos industriales del estado también redujo las posibilidades de incentivar el estableci-
miento de una industria siderúrgica nacional. Si bien a partir de 1952 el estado renovó su apoyo a la industria, esto no fue tangible hasta 1954, con la
firma del acuerdo con el EXIMBANK. Este acuerdo se diseñó para garantizar las inversiones necesarias, sólo que en dólares, pero nada sustancial surgió
de ello debido al derrocamiento de Perón al año siguiente. (Pág. 96)34
En este sentido y con la ley de inversión extranjera que se aprobó en 1953, el cambio en la política económica fue notable, dado que la nueva di-
rección contrastó con las políticas anteriores y fue difícil reconciliar con el eslogan de “independencia económica” […] A la inversión de FIAT, que ya
se ha mencionado, se agregó la de KAISER a comienzos de 1955. Esta compañía norteamericana firmó un acuerdo con Industrias Aeronáuticas y Mecá-
nicas del Estado (IAME), una compañía pública creada unos años antes y dedicada principalmente a manufacturar utilitarios. La contribución de KAI-
SER a la entonces recién creada IKA consistió principalmente en maquinarias y herramientas transferidas desde su planta de Detroit; la mayor parte de
los fondos que se asignaron para establecer las plantas provinieron del Banco Industrial y de acciones vendidas en la bolsa de valores local. No existía
una unidad teórica, ni siquiera una visión conceptual que respaldara estas políticas. (Pág. 97)
La política diseñada bajo el Plan de Estabilización de 1952 había generado resultados positivos. De todas formas el programa económico requirió
evitar la renegociación salarial planteada para la segunda mitad de 1954, ya que podría haber reavivado los fuegos inflacionarios que se habían apagado
durante los dos años anteriores. En realidad, la presión sindical había comenzado a sentirse y mediante una serie de huelgas se estaba exigiendo el
incremento de los salarios reales los cuales se habían deteriorado […] Ante la posibilidad de un renovado espiral inflacionario el gobierno inició un
debate acerca de la “productividad”, algo que en realidad algunos analistas cercanos al gobierno habían comenzado a creer que era necesario ya a
finales de 1948 […] El incremento de la productividad apareció como el único medio para mejorar los salarios sin perjudicar la rentabilidad de las
empresas, una condición “sine qua non” para incentivar la inversión. (Pág. 98)
El Plan de Acción para el Equilibrio de la Economía Nacional de octubre de 1954 se anunció como una medida a “corto plazo” para mantener la
“estabilidad económica alcanzada”. A partir de esto se desarrolló el Congreso Nacional de la Productividad y el Bienestar Social, el cual tuvo lugar en
marzo de 1955. (Pág. 98)
No hay duda de que las nuevas directivas de la política le daban al estado nuevamente la posición de “director” de la economía, pero el éxito de-
pendía de la “acción coordinada de las fuerzas populares organizadas”. Según esta idea, la conducta a seguir por cada sector era básicamente la siguien-
te: los productores rurales debían utilizar de forma más eficaz la tierra por medio de la tecnología, mientras que los industriales debían racionalizar la
producción y reunir en corporaciones sus empresas para atraer, en la Bolsa de Valores, el capital necesario para invertir en la producción […] La
idea subyacente era que el estado no debía continuar entrometiéndose en el mercado, en particular en los mercados de capital, donde la intervención
estatal había ocurrido durante la primera etapa del gobierno peronista por medio de mecanismos creados por la reforma financiera. Según la opinión
oficial, era el momento de que el sector público se retirara de su prominente rol de financiador del sector empresarial y propusiera que los industriales
obtuvieran los recursos necesarios para la modernización de sus plantas a partir de sus propias utilidades, para lo cual debían incrementar su productivi-
dad y ahorro. (Pág. 99)
De todas formas, las muchas y acertadas respuestas que el equipo económico presentó ante los problemas económicos estructurales y coyunturales
que Argentina sufrió después de 1949 provocaron a su vez varias tensiones, principalmente de carácter político. Frente a la escasez de divisas, fue
posible orientar el crédito hacia el sector agropecuario para incrementar la producción, pero no era posible restringírselo al sector industrial mientras
existieran presiones por el incremento de salarios, ni reducir las importaciones sin desencadenar una recesión. Era posible resolver temporalmente los
problemas del sector exportador conteniendo el consumo de los sectores populares, pero aplicar esa clase de medidas a largo plazo hubiera implicado
perder la base política del gobierno. Era posible contener las presiones inflacionarias por medio del incentivo a la inversión doméstica, pero esta no
bastaba para sostener una política de desarrollo industrial que había comenzado a orientarse hacia las industrias de base, las cuales eran complejas e
intensivas en capital. Era necesario atraer capital extranjero para completar el proyecto de industrialización y resolver el estrangulamiento de divisas

34
Conseguir: Belini, Claudio, “Política industrial e industria siderúrgica en tiempos de Perón”, Ciclos, nº28.

12
que aquejaba a la economía argentina. Sin embargo, esta alternativa era de difícil justificación política tras haber hecho alarde de lemas nacionalistas.
Esto quedó claramente demostrado en los acuerdos, que el Congreso nunca aprobó, con la Standard Oil de california para la extracción de petróleo;
además, fue parte de lo que galvanizó a la oposición y sin duda contribuyó al derrocamiento de septiembre de 1955. (Pág. 100)
4. Apoyo industrial a Perón: la Cámara Argentina de Industrias Metalúrgicas ( BRENNAN)
Las industrias metalúrgicas ofrecen un interesante estudio de caso de las relaciones entre Perón, el estado peronista y los industriales. Antes de la
Segunda Guerra Mundial, Argentina había sido el principal consumidos de América Latina de hierro y acero, lo cuales en su mayoría eran importados,
si bien el mercado era bastante grande para permitir el establecimiento de una cierta producción nacional. Las empresas metalúrgicas como Talleres
Metalúrgicos San Martin (TAMET) y La Cantábrica habían existido desde principios de siglo, mientras que la compañía industrial más grande del país,
SIAM Di Tella, tuvo sus orígenes en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Otras como Talleres Merlini (más adelante conocida como Merli-
ni e Hijos) y FEBO, se establecieron en la década de 1920. En los años subsiguientes, todas las empresas se concentraron en la expansión de sus plantas
y en la diversificación de sus productos, y habían logrado una escala y un alcance inusual para América Latina. TAMET y SIAM Di Tella eran las firmas
metalúrgicas más grandes de la región y habían desarrollado una extensa red nacional de distribuidores, mientras que compañías como FEBO, ya en la
década de 1920, estaban manufacturando maquinaria y equipamiento, en lo que significó una incipiente industria de bienes de capital. (Pág. 103)
La depresión de la década de 1930 y especialmente los años de la guerra impulsaron una nueva era de la industria. La tendencia general se inclinó
hacia la diversificación de la producción en líneas más complejas de productos, como maquinaria y metales básicos. Las tradicionales compañías
metalúrgicas del país se beneficiaron tanto como las nuevas a partir de la situación durante la guerra. Las grandes firmas se expandieron y diversifica-
ron mientras que cientos de nuevas compañías metalúrgicas nuevas más pequeñas se fundaron. Para lidiar con la escasez de la época de la guerra, las
compañías como La Cantábrica y TAMET instalaron nuevos hornos, utilizando chatarra y pequeñas importaciones de hierro en lingotes, para producir
una variedad de piezas de acero y productos laminados (tubería de fundición, acero y alambre galvanizados, utensilios sanitarios). SIAM Di Tella se
concentró en la producción de surtidores de nafta y máquinas amasadoras, así como en su reciente creada línea de bienes de consumo, que consistía en
ventiladores, refrigeradores y otros artículos del hogar, a medida que el mercado interno se expandía. Para finales de la Segunda Guerra Mundial, la
compañía, que entonces era el conglomerado más grande de América Latina, era autosuficiente en la fabricación de compresores, motores eléctricos y
transformadores. Más adelante, en 1948, SIAM fundó una nueva compañía, SIAT, para fabricar tuberías galvanizadas. Los fabricantes metalúrgicos más
importantes estaban situados en la ciudad de Buenos Aires o cerca de ella, especialmente en el suburbio industrial de Avellaneda, si bien en 1943 una
importante nueva compañía, ACINDAR, se instaló en Rosario, con el ulterior establecimiento de otras dos plantas en las cercanías de San Nicolás y Villa
Constitución. (Págs. 103-104)
La gran expansión de las industrias metalúrgicas durante la guerra también creó nuevas demandas de máquina herramienta […] En esos años, Ar-
gentina era el principal productor latinoamericano de máquinas herramientas simples y maquinaria moderadamente compleja, como tornos, taladros de
columna, limadoras y fresadoras. (Pág. 104)
A pesar de las sorprendentes ganancias de los años de la guerra, las empresas metalúrgicas estaban considerablemente atrasadas con respecto a sus
contrapartes norteamericanas y europeas […] Las compañías, con notables excepciones, producían estrictamente para el mercado interno […] Las
compañías mostraban además un alto grado de integración vertical debido a la falta de una apropiada red de proveedores de insumos,, pero, al mismo
tiempo, exhibían una tendencia a abandonar la especialización y ampliar su mezcla de productos a medida que los mercados se saturaban de líneas de
productos originales […] Así, para la época de la llegada al poder de Perón, las firmas metalúrgicas argentinas se encontraban en una situación difícil
[…] Necesitaban alguna clase de intervención estatal que asegurara su supervivencia. (Pág. 105)
[La esperanza de los metalúrgicos, asegura BRENNAN bien puede estudiarse en el papel de la Cámara Argentina de Industrias Metalúrgicas
(CAIM)] La CAIM era tenaz partidaria de las políticas de Perón; especialmente de la protección arancelaria, los tipos de cambio favorables y el amplio
crédito del Banco Industrial (BI). Sorprendentemente, también apoyó, al menos hasta cierto punto, las políticas sociales de Perón, las cuales condujeron
a una notable redistribución del ingreso en el país y a una gran expansión del mercado interno […] El nacionalismo popular peronista no repercutió
solamente en las clases obreras, sino que afectó a muchos grupos y clases. La ideología justicialista tenía cierto atractivo para los industriales también.
(Pág. 106)
[Dentro de las organizaciones que conformaban la UIA a principios de siglo XX, los metalúrgicos planteaban desde el comienzo, una severa auto-
nomía: sólo aceptaron formar parte de la organización si se les respetaba su independencia] Hacia las décadas de 1930 y 1940, los metalúrgicos presen-
taron una serie de demandas (fin de la exportación de chatarra, intervención del estado, etc.)] Para 1945, los empresarios metalúrgicos estaban requi-
riendo una intervención estatal incluso mayor e instaban al gobierno a fijar los precios de los bienes importados y reforzar la protección arancelaria. Sin
embargo, con respecto a ciertos asuntos se manifestaron a favor de las posiciones liberales de la UIA. (Pág. 107)
[A pesar de estas actitudes corporativistas, el sector metalúrgico no era monolítico, y bien pronto se manifestaron discrepancias en torno al ascen-
so de Perón, cuando se dividieron en dos listas y los antiperonistas mantuvieron el control de la UIA] Evidentemente, la industria había madurado y para
el final de la Segunda Guerra Mundial era la fracción dominante dentro de la UIA (Págs. 107-108)

13
Las compañías principales, como SIAM Di Tella, TAMET, Merlini e Hijos y La Cantábrica, dominaron el ala metalúrgica de la UIA a lo largo de la
guerra, pero la gran mayoría de firmas en la industria aparentemente. Perón reconoció una oportunidad en esta situación y en poco tiempo buscó formar
la parte de su apoyo entre los industriales del país a partir de los empresarios metalúrgicos. (Pág. 108) [El 17 de mayo de 1946 Perón ordenó la inter-
vención de la UIA, y recomendó a los empresarios que conformaran] un comité consultivo [para aconsejar al interventor. Los empresarios aceptaron.
Dicho comité obtuvo representación a partir de la CAIM.
Pareciera que en un principio, tras la reforma dentro de la UIA, Perón hubiera deseado incrementar la cantidad de miembros de la industria meta-
lúrgica y permitirle a ese sector dominar la asociación. Pero al no lograr separar de la UIA a los antiperonistas acérrimos, Perón acudió a la CAIM para
que esta sirviera como ámbito desde dónde generar apoyo de los industriales a su régimen. La CAIM fue una de las pocas organizaciones de industriales
que se unieron al gremio patronal sucesor de la UIA establecido con apoyo del gobierno, la Asociación Argentina de la Producción, Industria y Comer-
cio (AAPIC), si bien su participación no fue más que de palabra una vez que se hizo evidente que no era capaz de atraer el apoyo de amplios sectores de
la industria argentina. En cambio, la CAIM eligió trabajar de manera independiente y cooperar con el régimen como una organización autónoma […]
Aunque ya desde la primera administración de Perón hubo puntos de fricción entre él y los empresarios metalúrgicos, la CAIM se mostró enteramente
de acuerdo con la mayoría de las políticas gubernamentales […] La CAIM apoyó la reelección de Perón35. (Pág. 109)
[Según afirma BRENNAN, el nacionalismo económico de los industriales existía desde antes del ascenso de Perón 36, se justificaba a partir del
desarrollo de la industria durante la guerra y en las políticas del gobierno militar de 1943-1946, al tiempo que se esgrimía como argumento defensivo
contra cualquier política que buscara reimplantar el modelo agroexportador. Los empresarios de la CAIM festejaron como un triunfo propio la victoria
de Perón en las elecciones y] justificaron la intervención estatal en la economía, por medio del Banco Central y el IAPI, como una medida necesaria
para coordinar la economía de posguerra y proteger las ganancias industriales de años anteriores. (Pág. 110)
En su programa económico, Perón buscaba más que mayores niveles de producción industrial, incluso más que los cimientos de una cultura in-
dustrial: Deseaba una participación activa de la ciudadanía en apoyo a su régimen 37. Donde mejor puede observarse la relación entre la política econó-
mica y el afán de Perón de reunir a la sociedad bajo las banderas peronistas es en sus dos planes quinquenales. Ambos planes desencadenaron un to-
rrente de entusiasmo popular, no sólo entre grupos empresariales, sino también entre la población en general. En realidad, el Primer Plan Quinquenal
fue una serie de distintos proyectos de ley enviados al Congreso y no un plan integrado; por otro lado, su contenido era más abiertamente nacionalista
que el plan que lo sucedió. La implementación del Primer Plan Quinquenal no fue del todo exitosa, pero en él se propusieron ambiciosas directivas para
alcanzar la reforma rural, industrial y social. En ambos intentos de trazar un plan económico nacional, la CAIM desempeñó un papel crucial como
propagandista y asesor. Los empresarios metalúrgicos recibieron los planes quinquenales con gran entusiasmo y promovieron sus objetivos de indepen-
dencia económica nacional en sus publicaciones, en eventos públicos e incluso entre sus trabajadores. (Pág. 113-114)
Debido a los esfuerzos del gobierno de movilizar a la ciudadanía, el Segundo Plan Quinquenal fue sin duda el que más avivó la imaginación po-
pular y en el que la CAIM tuvo la mayor participación entre el público. Perón presentó el Plan en diciembre de 1952. Se le Otorgaron responsabilidades
específicas a cada ministerio respecto a distintos aspectos del Plan, pero la autoridad final quedó en manos de la Dirección nacional de Planificación
bajo el ministerio de asuntos técnicos […] Un 72 por ciento del presupuesto estaba destinado a energía, transporte, agricultura e industria, un 11 por
ciento a viviendas, salud pública, educación, un 10 por ciento a la defensa nacional y el resto a publicidad. (Pág. 114)
El objetivo final de este plan, en concordancia con la reconfiguración que Perón hizo, durante su segunda administración, del concepto de “tercera
posición”, era dejar la actividad económica y la iniciativa empresarial casi enteramente en manos privadas. El estado debía establecer objetivos y
orientar las compañías privadas, pero no usurpar su rol. (Pág. 115) [Esto explica la “afinidad ideológica” que los empresarios impulsan según BREN-
NAN. Entre estos, estaban, naturalmente, los miembros de la CAIM.
Los empresarios metalúrgicos recibieron el Segundo Plan Quinquenal como una oportunidad para acceder a la tecnología extranjera, modernizar
su industria e incrementar la productividad. Al mismo tiempo, defendieron la meticulosa regulación del capital extranjero e instaron a los industriales
del país a tomar parte en la evaluación de las posibles inversiones de capital extranjero, algo que comenzaron a hacer con creciente frecuencia38. Según
el sector metalúrgico, la creación de industrias de base, como la industria siderúrgica nacional, debía quedar en manos del estado, y la industria pública
debía estar al servicio de las industrias privadas del país […] Los empresarios metalúrgicos vieron en estos grandiosos intentos de planificación a nivel
nacional una oportunidad tanto para promover políticas específicas benéficas para los intereses a largo plazo de su industria, como para que compañías
industriales adquirieran beneficios concretos e inmediatos o solucionaran antiguos problemas con ayuda del estado […] En general, los industriales
recurrieron a la intervención gubernamental para solucionar una amplia variedad de dificultades, incluyendo conflictos con la mano de obra. (Págs.
116-117)

35
Y muchos industriales fueron elegidos para integrar la Confederación de la Industria ( CI), de carácter properonista.
36
Esta afirmación es casi una tautología, pues es dado que el industrial será nacionalista, pues querrá eliminar la compétence.
37
¿Para qué?
38
Hubiera sido ilustrativo que se citaran casos.

14
En general, los empresarios metalúrgicos consideraban que el Segundo Plan Quinquenal podría ser la última oportunidad de compensar las defi-
ciencias técnicas de su industria y de modernizarse lo bastante como para resistir la competencia de Estados Unidos así como de la industria europea, la
cual estaba resurgiendo. Por otra parte, tales pedidos no provinieron exclusivamente de las compañías del Gran Buenos Aires. Muchos se originaron en
áreas del interior que se encontraban en proceso de industrialización, especialmente la provincia de Santa Fe. (Pág. 118)
Sin duda, el problema más importante que las industrias buscaron resolver por medio del Segundo Plan Quinquenal fue el del crédito […] Las res-
trictivas leyes financieras definían la garantía con demasiada especificidad y la confinaban casi exclusivamente a títulos de propiedad de bienes raíces
rurales y urbanos […] Generalmente, la obtención de capital era posible mediante el acceso a bancos extranjeros, un privilegio que antes de la década
de 1940, estaba reservado a los principales intereses económicos del país, especialmente el sector agropecuario39. (Pág. 119)
El entusiasmo que los empresarios metalúrgicos mostraron ante la creación del BI y la nacionalización del sistema bancario del país había sido el
resultado de los constantes problemas a la hora de adquirir capital para la expansión y modernización de las fábricas. Pero ni la enorme influencia sobre
la junta directiva del BI ni el hecho de que la CAIM tuviera abiertas las líneas de comunicación con el gobierno peronista bastaron para resolver los
eternos problemas crediticios de los empresarios metalúrgicos, en particular las estrictas políticas de crédito que el gobierno había adoptado luego de
1949. (Pág. 120)
A finales de 1953, más de seiscientos empresarios metalúrgicos, casi todos ellos miembros de la CAIM, establecieron la Cooperativa Metalúrgica
(COOPERAMET) para participar de forma más eficaz del Segundo Plan Quinquenal […] el objetivo más importante e inmediato de COOPERAMET fue
facilitar el aprovisionamiento de materias primas e insumos escasos para evitar los intermediarios, quienes, según aseguraba la CAIM, incrementaban
los precios y por lo tanto reducían los márgenes de ganancia y obligaban a los industriales a disminuir los salarios […] A pesar de la formación de
COOPERAMET, el aspecto organizacional reveló ciertas tensiones entre los empresarios metalúrgicos y el régimen peronista. Si bien la CAIM había sido
una de las primeras asociaciones de industriales que se unieron a la AAPIC (el primer intento de Perón de reemplazar a la UIA tras su intervención), su
entusiasmo disminuyó al poco tiempo y su participación no fue más que superficial. De hecho, menos de un año después de la fundación de la AAPIC,
la CAIM estaba ejerciendo presión para que se levantara la intervención de la UIA. En la opinión de los empresarios metalúrgicos, la AAPIC había resul-
tado incluso menos efectiva que la UIA en la representación de los intereses de la industria. En 1950 posiblemente con el apoyo de Perón, los empresa-
rios metalúrgicos intentaron tomar el control de la UIA, precisamente con el objetivo de establecer una organización de industriales efectiva. En la
reunión mensual de la asociación, los empresarios metalúrgicos presentaron alrededor de setecientas solicitudes de afiliación y pidieron ser admitidos
como compañías individuales y no como un sector industrial, o “sección” […] los antiperonistas rechazaron la petición, sin saber que hacerlo implicaría
el fin de la UIA, dado que tras esta negativa Perón emprendió la total disolución de la central de industriales. (Págs. 121-122)

Crédito
Productividad de la
mano de obra
Problemas que
enfrentan los
industriales Competitividad con la
industria extranjera

Estancamiento de la
economía

No hay duda de que la cautela con la que la CAIM mantuvo relaciones con las sucesoras de la AAPIC, la Confederación Económica Argentina
(CEA) y la CGE, tiene motivos similares. Si bien con la creación de la CEA y la CGE Perón quizá alcanzó su objetivo de reunir a las clases capitalistas
en una misma organización empresarial, al incluir grupos comerciales y agropecuarios junto a los de la industria, debilitó la capacidad de estos orga-

39
En nota a pié de página se cita un debate, cuya cuestión es la siguiente: si el crédito es un impedimento, ¿cómo crece la industria en la década del 30?
GUY explica por qué (el crecimiento de la industria en la década de 1930, resultó, en gran parte, de las considerables utilidades, las cuales se generaron
en el crecimiento del mercado interno y la protección estatal). ROCCHI disputa esta tesis (argumenta que las ganancias y la autofinanciación bastaban
para cubrir las necesidades de capital de los industriales). Por su parte, BRENNAN con una pereza desesperante sólo se limita a afirmar que el crédito era
una necesidad de los industriales.

15
nismos de servir como impulso de la industrialización […] Un motivo para la falta de apoyo era que la CAIM percibió la intención de crear tres confede-
raciones nacionales del interior y argumentó que la animosidad de los pequeños grupos provinciales sentían por las grandes compañías de Buenos Aires
hacía que la cooperación fuera difícil40. (Pág. 122).
[Sin embargo, el problema mayor al que debían enfrentarse los empresarios se relacionaba con la mano de obra] Las quejas acerca de la producti-
vidad de la mano de obra y el ausentismo aparecen ya en los años de creciente oposición de los industriales a Perón, durante el gobierno militar y, de
hecho, durante los primeros días del gobierno peronista. En la época en que los empresarios metalúrgicos estaban generalmente en favor de las políticas
de Perón, existía de todas formas un gran descontento acerca de la productividad de la mano de obra. (Pág. 123)
[Un gran problema para los empresarios lo representaban las “comisiones internas, núcleo de organización obrera dentro de la fábrica] Los em-
presarios metalúrgicos se quejaron también a menudo acerca de los, según ellos, excesivos incrementos salariales y las precisas calificaciones profesio-
nales otorgadas a los trabajadores en los convenios colectivos de trabajo, así como del ausentismo y el carácter obligatorio de la afiliación sindical.
(Pág. 124) [La CAIM de Rosario afirmaba que] las concesiones hechas al sector obrero presentaban una carga demasiado excesiva para las pequeñas
empresas del interior. (Pág. 124) [Ya en 1949, siendo notoria la crisis, la CAIM de Buenos Aires instaba al gobierno a que] se abstuviera de participar de
las relaciones entre mano de obra y capital […] y que interviniera en pos de las necesidades de la industria. (Pág. 124)
Con cada vez mayor frecuencia la CAIM atribuía la capacidad de su industria de competir en mercados extranjeros, así como de subsistir sin pro-
tección estatal, al obstruccionismo de los comités de enlace sindicales (las comisiones obreras), a la baja productividad de los trabajadores y al incre-
mento general de los costos de la mano de obra. La industria metalúrgica, dada la gran fuerza laboral que para entonces empleaba y su limitado acceso
a la tecnología extranjera, fue quizá el sector que con mayor insistencia hizo hincapié en racionalizar e incrementar la productividad laboral. (Págs. 124-
125)
Para la época de la segunda administración de Perón, el agotamiento del modelo peronista de crecimiento económico basado en la redistribución
del ingreso por medio de los incrementos salariales y promoción industrial mediante un incremento en el consumo interno, subsidios, créditos bancarios
y una política proteccionista, era manifiesto tanto para los industriales como para el gobierno peronista. Perón intentó adaptarse, como demuestran los
términos del Segundo Plan Quinquenal […] Los industriales del país respondieron de forma ambivalente41. Si bien estaban enteramente de acuerdo
con la idea de incrementar la productividad, la mayoría de ellos […] veía con recelo cualquier redistribución del ingreso que perjudicara a la industria
nacional y favoreciera al sector agropecuario y a la industria extranjera. (Págs. 115-116)
Los empresarios metalúrgicos también habían empezado a mirar con celo al creciente sector público, las industrias del estado que por entonces
representaban una creciente competencia para el sector privado […] La CAIM […] creía que las compañías públicas debían existir sólo para servir al
sector privado, mientras que lo que ocurría en realidad era que ambos sectores se habían convertido en competidores […] Los industriales criticaron
incluso al IAPI, al cual alguna vez apoyaron, ya que habían comenzado a considerarlo particularmente ineficaz en su desempeño de su papel como
supervisor del desarrollo económico nacional. (Págs. 126-127)
Con tales tensiones en aumento, era de esperar que los empresarios metalúrgicos se desencantaran del régimen y no hicieron mucho para apoyarlo
en los últimos meses de crisis. Perón realizó serios apoyos por recuperar su apoyo. Por ejemplo, en marzo de 1954 anunció que desde entonces el
estado no interferiría en la negociación de salarios y que los convenios colectivos de trabajo se dejarían enteramente en manos de las fuerzas del merca-
do. Para los empresarios metalúrgicos de la CAIM esto tuvo consecuencias inmediatas y concretas en la huelga de mayo de la Unión de Obrera Metalúr-
gica (UOM) cuando los trabajadores exigieron un incremento del cuarenta por ciento de los salarios. Los empleadores respondieron que el aumento
salarial debía ser proporcional al aumento de la producción. Perón no apoyó a la UOM durante la huelga. De hecho, el gobierno reprimió duramente a
aquellos huelguistas que se negaron a aceptar el aumento del 21 por ciento que los empleadores finalmente decidieron otorgar. (Pág. 127)
5. La Confederación General Económica y la “comunidad organizada” (BRENNAN)
La movilización de los pequeños empresarios provinciales que condujo al establecimiento de la CGE no era la clase de “apoyo” empresarial que
Perón había deseado obtener en un principio. Pero ante la gran frialdad de la mayoría de los empresarios industriales del país y el apoyo meramente
condicional de aquellos que, como el sector metalúrgico, concordaban con gran parte de su programa económico, Perón no tuvo opción más que aceptar
la movilización de los bolicheros y la formación de la CGE. No fue la primera vez que los pequeños empresarios se congregaron para defender sus
intereses: en 1919, en el noreste del país, se habían organizado en la Confederación Argentina del Comercio, Industria y Producción […] [En 1945-
1946 establecieron] la Federación Argentina de Entidades Defensoras del Comercio y la Industria. (Pág. 129)
En gran medida, la creación de la CGE resultó del hecho de que las organizaciones empresariales tradicionales del país (la UIA, la SRA y la Bolsa
de Comercio) nunca habían incluido en sus actividades tradicionales a los grupos empresariales de las provincias […] Por el contrario, los miembros de
la CGE, en su mayoría habían sido parte de la CAPIC, que para entonces ya no existía. [Incluso Gelbard era del interior] Poco después de la elección de
Gelbard, Perón aprobó la ley 14.259, la famosa ley de Asociaciones Profesionales de Empleadores, la cual establecía una organización patronal por

40
Este enfrentamiento es tan fuerte que la CAIM expresa su negativa intentando reflotar la UIA.
41
Nótese lo irritante de esta afirmación cuando en la pág. 118 afirma todo lo contrario.

16
industria para negociar con los obreros (derecho/obligación similar al que Perón les había otorgado a los sindicatos) y especificaba los procedimientos
para tratar los convenios colectivos de trabajo. (Págs. 129-130)
Al menos en parte, la CGE fue la respuesta de los inmigrantes a las estructuras oligárquicas de la sociedad argentina. La frustración de su afán de
movilidad social y de participación significativa en la vida pública del país, junto a las preocupaciones federalistas de las provincias y la histórica
rivalidad y oposición a Buenos Aires ayudaron a crear una ideología única, una amalgama de nacionalismo y federalismo, con un fuerte componente de
clase. (Pág. 130, nota al pie)
Las ideas de Perón sobre la “comunidad organizada” y las responsabilidades sociales y nacionales del capital resultaban atractivas al grupo que
había visto a la elite porteña tradicional y a sus socios británicos dominar las políticas económicas del país. Mientas que las economías provinciales
lucharon por su subsistencia durante la Gran depresión de la década de 1930 y se recuperaron sólo parcialmente durante la guerra, la economía de
Buenos Aires sobrevivió y floreció. En las provincias, donde la “cuestión laboral” se estaba conociendo recién entonces y donde era común que incluso
un exitoso empresario como Gelbard tuviera sus orígenes en los sectores más humildes y viviera poco mejor que sus empleados u obreros, el discurso
antioligárquico de Perón resultaba particularmente estimulante. Para modificar lo que en su opinión era una situación de injusticia, resultado casi de un
siglo de dominación porteña sobre la economía nacional, y para materializar su deseo de restablecer un federalismo económico genuino, estos pequeños
empresarios apoyaron la planificación económica estatal y una suerte de estructura corporativista. (Pág. 131)
La planificación económica peronista, ya sea en la forma del organismo estatal comercializador de granos (IAPI), los planes quinquenales o las ac-
tividades del BI, recibió los más cálidos elogios por parte de la CGE […] Como ocurrió con la AAPIC y la CEA, la relación entre la CGE y Perón era de
mucha conveniencia […] De todas formas, para la época del derrocamiento de 1955, la presión estatal sobre la CGE estaba en aumento y no es impro-
bable que el golpe de estado haya salvado a la CGE de la total absorción por parte del gobierno. (Págs. 131-132)
La desventaja de que la abrumadora mayoría de los miembros proviniera del interior era que la CGE se veía constantemente obligada a centrar su
atención a los graves problemas económicos de las provincias. Esta situación causaba una grave tensión entre sus miembros, quienes representaban
distintas economías regionales y poseían intereses que no eran necesariamente compatibles con los de otros miembros. (pág. 133)
Sin embargo, el federalismo de la organización, sus prácticas democráticas y el hecho de que dependía de los pequeños empresarios del interior
implicaron que la organización nunca se adecuara enteramente a los propósitos de Perón […] La historia de la CGE debería instar a los historiadores a
reconsiderar la importancia del federalismo en la Argentina del siglo XX. En general, el federalismo desaparece de la historiografía tras la consolidación
del estado en un gobierno nacional fuerte a finales del siglo XIX […] Uno de los principales argumentos de este libro es que una de las consecuencias
del peronismo fue la aparición de un nuevo federalismo que se vinculó a un populismo antimonopolista. (Pág. 135, última cita corresponde a nota al pié
de página)
[Como caso de estudio, BRENNAN ofrece como ejemplo a la provincia del Chaco]
La Federación Económica del Chaco fue uno de los pilares de la CGE, desde los orígenes de la organización hasta el regreso del peronismo al po-
der a comienzos de la década de 1970 […] Los dueños de las plantaciones de algodón más prósperas creían que las políticas del gobierno peronista
resultarían en la expansión del mercado interno para el algodón nacional y la promoción del movimiento cooperativo, el cual había sido parte del capi-
talismo rural del Chaco desde la década de 1930. Una pequeña clase de industriales, estrechamente vinculada a las cooperativas y la economía algodo-
nera de la provincia, apoyó al gobierno en pos de una continuación del desarrollo industrial. Las pequeñas fábricas en las que las semillas se separaban
del algodón sin procesar (desmontadoras), otras dedicadas a la extracción del aceite de las semillas e incluso una pequeña industria textil local habían
diversificado en cierto punto la economía predominantemente rural del Chaco. El comercio poseía múltiples dificultades que esperaba que el gobierno
peronista resolviera. (Pág. 136)
El inmigrante dueño de una pequeña plantación de algodón, el indígena recolector itinerante de algodón y el criollo leñador eran los tres arque-
tipos sociales de una vida dura cuando Perón comenzó su dramático ascenso al poder. (Pág. 137)
En 1922, los inversores capitalistas establecieron la Asociación de Fomento y Defensa de los Intereses del Chaco […] De todas formas la mayor
fuente de mano de obra de la asociación eran los inmigrantes europeos. Debido a la limitada rentabilidad en relación al costo del cultivo del algodón, el
desarrollo rural del Chaco quedó en manos de pequeñas y medianas plantaciones que dependían de la mano de obra familiar suplementada por mi-
grantes estacionales y jornaleros indígenas. Las grandes empresas representadas en la asociación dominaban la comercialización y, hasta cierto punto,
el sector industrial vinculado al cultivo, pero no a la producción agrícola. (Págs. 137-138)
La expansión de la industria textil nacional durante los años de la Depresión, junto al establecimiento, por parte del gobierno de Justo, de la Junta
Nacional de Algodón para controlar la producción de la fibra y regular los precios, permitió a la industria continuar expandiéndose durante la década de
1930 […] [Sin embargo], la demanda interna de algodón se incrementó debido al incremento de la industria textil nacional, pero no lo bastante como
para prevenir un declive en los precios durante la Depresión, lo que preparó el terreno para la gran movilización social que tuvo lugar en Chaco entre
1934 y 1936 […] El principal ejemplo de protesta ocurrió [entonces] cuando una alianza entre dueños de plantaciones (“colonos”), comerciantes y
trabajadores rurales e industriales exigió que el estado implementara un subsidio a los precios de algodón. Las movilizaciones no alcanzaron ni ese
objetivo ni el de mejorar los salarios y las condiciones de los obreros, pero sí provocaron algo que tendría importantes consecuencias en la historia de la

17
región: la consolidación de las cooperativas como fundamento del capitalismo rural del territorio […] Las cooperativas representaban originalmente al
sector más privilegiado de la sociedad agrícola del Chaco y se opusieron a las huelas de 1934-1936. Pero después de 1936, y a medida que la Depresión
mundial se acentuaba y los precios de algodón continuaban decreciendo, los colonos comenzaron a tener enormes dificultades para subsistir de manera
independiente y las cooperativas se convirtieron en la forma de asociación más común entre los productores de algodón, consolidando su poder en el
proceso productivo y la economía algodonera. (Págs. 139-140)
Una de las principales preocupaciones era la situación de la numerosa población de trabajadores itinerantes. En la década [de 1930], un informe
del gobierno dio cuenta de la existencia de veinte mil a veinticinco mil “braceros”, trabajadores golondrinas que se trasladaban al Chaco para la cosecha
de algodón y regresaban a sus provincias una vez terminada […] El pago que obtenían se basaba en la cantidad de algodón que recolectaban (con un
promedio de cincuenta kilogramos por día), y […] los colonos habían adoptado la práctica de cobrar precios desorbitantes por la comida que vendían a
los trabajadores itinerantes, lo que obligaba a los braceros a negociar el precio de las provisiones antes de aceptar el trabajo […] Entre las reformas que
Perón introdujo en el sector rural se incluyeron la estabilidad del empleo y la tenencia de la tierra, la aplicación de escalas salariales nacionales para los
trabajadores rurales, el establecimiento de una jornada laboral fija y directivas estrictas con respecto a las viviendas donde se los alojaba […] La sindi-
calización fue otra de las novedades que introdujo Perón. (Págs. 140-141)
El decreto mediante el cual, a finales de 1945, Perón otorgó un incremento salarial y estableció el aguinaldo coincidió con un declive en el precio
del algodón tras una serie de malas cosechas […] La resistencia patronal se movilizó durante todo ese mes en el Chaco, tanto en las zonas rurales como
en las ciudades42. (Págs. 142-143)
La expansión del mercado de consumo y el florecimiento de la industria textil, que implicó un aumento de la demanda de algodón, explican en
parte el acercamiento entre Perón y los grupos capitalistas del Chaco […] El gobierno de Perón ofreció a los sectores vinculados al algodón soluciones
concretas para problemas de gran urgencia. En las décadas de 1930 y 1940, las dificultades que presentaban la tenencia de la tierra, el arriendo y la
volatilidad de los precios del algodón provocaron un masivo éxodo rural hacia los pueblos y las ciudades […] Inicialmente, las reformas de Perón no
hicieron más que acentuar los problemas de los productores, pero para 1949, el alza en los precios del algodón compensó los altos costos de la mano de
obra y condujo incluso a un incremento en la producción […] Para la época de la segunda administración de Perón, casi todo el consumo interno de
algodón provenía de los productores argentinos, especialmente de los del Chaco, pero los precios, si bien habían mejorado, se mantuvieron fijos mien-
tras que los costos laborales se incrementaron. (Págs. 144-145)
[En principio se intentó subsanar el problema recurriendo a la exportación, pero] el incremento de los costos se aligeró por otros medios, dado que las
principales compañías algodoneras del Chaco fueron beneficiarias del crédito con bajas tasas de interés que el estado otorgaba al sector agropecuario
[…] El acceso a los préstamos públicos [facilitaba] la comercialización, [el pago] de salarios y deudas diversas.43 (Pág. 146)

La determinación de Perón de establecer una organización empresarial sólida se renovó como resultado de su interés en reforzar la base política
de su movimiento. La crisis coyuntural y los graves problemas económicos en su segunda administración fueron también importantes motivos […]
Perón utilizó la CGE para fortalecer la influencia de los empresarios, con el objetivo de reducir así su dependencia hacia los sindicatos y revertir el
declive de la productividad laboral y el crecimiento en las exigencias de la mano de obra. La CGE hizo hincapié en el concepto de la “función social”
del empresariado y no había falsedad en sus deseos de una mejora en la calidad de vida de os trabajadores. (Págs. 149-150)
De todas formas existieron límites a la conciliación de clases […] El alza en los salarios generó menos descontento en la CGE que en otras organi-
zaciones empresariales, debido a que la mayoría de sus miembros dependía de la expansión del mercado interno para su subsistencia […] Sus debates
internos y sus publicaciones revelan que sus miembros criticaban, por sobre cualquier otro aspecto de la política económica gubernamental, precisa-
mente esta faceta, es decir, el hecho de que no había logrado mantener el “equilibrio”, el “orden” y la “reciprocidad” en los procesos de negociación
colectiva, ni hacer que el alza en los salarios fuera resultado del incremento de la productividad. (Pág. 150)
En general, Perón se interesó por las exigencias del sector empresarial, además, él también deseaba limitar el poder de los sindicatos en las fábri-
cas e incrementar la productividad. (Pág. 151) [Con este fin se organizaron los dos Congresos de la Productividad, uno en agosto de 1954 y otro en
marzo de 1955]
El segundo y más celebrado “congreso de la productividad”, el Congreso Nacional de Productividad y Bienestar Social, tuvo lugar del 21 al 31 de
marzo de 1955 y se organizó también como resultado de una iniciativa de Perón; sin embargo, a juzgar por los debates internos de la CGE, los sectores
empresariales del país, al menos los que representaba esta organización, lo recibieron con un entusiasmo considerablemente menor. Muchos de ellos
tenían dudas acerca de la factibilidad de la implementación de planes de racionalización y productividad, dado que el estado peronista, ante la creciente
oposición a su régimen, se hacía cada vez más dependiente del apoyo de la clase obrera y los sindicatos. (Pág. 153)

42
En principio, entonces, la cuestión obrera alejaba a la burguesía chaqueña del peronismo, como en todo el país.
43
BRENNAN llega a la conclusión de que, en Chaco, el peronismo promovió la organización empresarial. Ciertos elementos, como el ya existente
cooperativismo, fueron clave para que tal evolución tuviera lugar.

18
El derrocamiento de Perón ocurrió más adelante ese mismo año, y si bien las dificultades económicas del país continuaban siendo una preocupa-
ción, los problemas sin resolver en las relaciones entre capital y mano de obra no fueron lo que impulsó la destitución. De hecho, la economía parecía
estar mejorando cuando ocurrió el golpe militar. El descontento que ciertos desaires institucionales generaron entre los militares; una disputa feroz y en
constante aumento con la iglesia católica; una ciudadanía disgustada por los intentos del gobierno de limitar la oposición a su régimen, coartar la liber-
tad de expresión y continuar la peronización de la vida pública fueron algunos de los factores que socavaron el poder de Perón. Para la época de su
derrocamiento, los intentos del líder justicialista de incorporar a la burguesía argentina en su movimiento habían producido algunos resultados, pero los
puntos de desacuerdo eran tantos como los de acuerdo. Los intereses de las clases capitalistas eran tan diversos -en ocasiones incluso opuestos- y los
efectos de las políticas de Perón sobre ellos tan ambiguos y contradictorios, que una identificación con Perón y su movimiento como la que experimen-
tó la clase obrera no se alcanzó nunca. Puede que la burguesía del interior haya dado más pasos en esa dirección que las grandes compañías de Buenos
Aires, pero incluso en las provincias los resultados nunca fueron concretos. (Pág. 154)
6. La burguesía nacional en oposición: de la Revolución Libertadora a la Revolución Argentina (BRENNAN)
La CGE reaccionó al derrocamiento de Perón con relativa indiferencia. […] La CGE no organizó una huelga patronal y buscó mantener buenas re-
laciones con las nuevas autoridades. Pero tal neutralidad no duraría […] Al igual que la CGT, la CGE fue intervenida en octubre de 1955 y tuvo un
destino incluso peor que el del movimiento obrero peronista cuando finalmente se la proscribió en diciembre de 1955. La CGE no volvería a funcionar
hasta junio de 1958. En el ínterin, las clases capitalistas del país comenzaron a experimentar cambios dramáticos, los cuales se intensificaron durante la
presidencia de Frondizi (1958-1962). La llegada de corporaciones multinacionales en sectores como el automotriz y el petroquímico transformó la
estructura industrial de la Argentina, particularmente en las provincias, donde muchas empresas multinacionales decidieron establecer sus operaciones.
Aparecieron nuevas asociaciones empresariales […] Una de estas organizaciones fue la Cámara de Industriales Metalúrgicos de Córdoba (CIMC),
representante de los fabricantes de repuestos para la industria automotriz cordobesa. […] Después de 1955 la CGE dependió cada vez más del apoyo del
interior, y los industriales provinciales ejercieron una influencia cada vez mayor dentro de la organización que en el pasado. (Pág. 155)
Entre 1952 y 1955, si bien la mayoría de las empresas del interior constituían la abrumadora mayoría de las empresas de la CGE, gran parte de las
principales compañías y los más importantes grupos empresariales del país se habían unido, a regañadientes, a la asociación, porque comprendieron que
Perón trataría con el sector empresarial sólo si este se unía en una única entidad corporativa […] Pero, tras la caída del régimen peronista, la mayoría de
las grandes compañías del país, principalmente las empresas localizadas en Buenos Aires y alrededores, regresaron a la Unión Industrial Argentina
(UIA), la cual había vuelto a formarse, así como la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio. La CGE estuvo en peligro de desintegrarse y logró sobrevi-
vir gracias, nuevamente, a los esfuerzos organizacionales de los empresarios de las provincias del noroeste y noreste. (Pág. 156)
Uno de los desarrollos más notables en la historia de la CGE después de 1955 fue la creciente influencia de su sector industrial, la Confederación
de Industria (CI). Mientras que durante los años de su formación, de 1952 a 1955, la CGE había sido organizada y conducida por grupos comerciales y
sectores de la burguesía rural de las provincias del noroeste y noreste, fueron los empresarios metalúrgicos quienes se convirtieron en el nuevo poder
dentro de la asociación una vez que Frondizi le devolvió la legalidad […] Los industriales influyeron también en el apoyo que la CGE inicialmente
mostró hacia el programa de industrialización de Frondizi, en el cual se le daba al estado un vigoroso rol de planificación y regulación […] Fue sobre la
base de sus demandas en pos del federalismo económico y la protección de la industria nacional que la CGE cuestionó el plan de Frondizi y los desarro-
llistas, cuya estrategia industrial se basaba en inversiones de empresas multinacionales. En particular, la CGE presentó objeciones a los planes de estabi-
lización de Frondizi, a su acuerdo de austeridad con el Fondo Monetario Internacional ( FMI) y al hecho de que las pequeñas empresas no recibieran
apoyo estatal. Finalmente, la asociación se propuso una alianza con los sindicatos del país para oponerse al programa desarrollista. (Págs. 157-158)
La situación de las economías regionales que mayor capacidad de presión tenían dentro de la organización también influyó en la oposición al pro-
grama de Frondizi por parte de las federaciones afiliadas a la CGE. […] Además las estrictas políticas fiscales de Frondizi restringieron el crédito y
perjudicaron a las pequeñas y medianas empresas del noroeste, las cuales se unieron a las economías regionales en oposición a las políticas desarrollis-
tas. (Pág. 158)
Desde entonces, la CGE fue uno de los principales focos de oposición a todos los gobiernos que implementaron programas económicos de carácter
supuestamente liberal. En los años siguientes al derrocamiento de Perón, la organización había desarrollado su propia y particular ideología, libre de las
contradictorias presiones del estado peronista pero abierta a la sociedad argentina en su totalidad. […] La CGE insistió en que el “empresariado nacio-
nal” era el verdadero agente del desarrollo, de la independencia económica y de la reforma social, y arremetió contra el carácter oligopólico del capita-
lismo argentino. (Pág. 159)
Así, a diferencia de lo ocurrido en Brasil, no fue la organización que representaba al sector más poderoso de la burguesía industrial la que promo-
vió con mayor entusiasmo la industrialización (como sí ocurrió con la FIESP de San Pablo), sino la que representaba a los diversos intereses empresa-
riales del interior y no exclusivamente a los industriales. Esto se debió al conservadurismo y al poder de los sectores exportador-financieros represen-
tados en la Sociedad Rural, y a la persistente falta de vigor de los planes de industrialización apoyados por la Bolsa de Comercio y la UIA. También
fue el resultado del histórico predominio de Buenos Aires sobre la economía nacional. Estas características provocaron que en Argentina las causas de
la industrialización y el federalismo se fusionaran. (Pág. 160)

19
Los pequeños empresarios participaron con entusiasmo en los emprendimientos de la CGE por diversos motivos, muchos de los cuales demuestran
la verdadera importancia del peronismo y los efectos transformadores que éste tuvo en la cultura política del país. Quizá donde el peronismo tuvo un
carácter más “revolucionario” fue en los cambios que ocasionó al crear una nueva cultura política: cambios en la percepción que de sí mismos tenían
los grupos que anteriormente habían sido excluidos de la política y en las oportunidades que se les otorgó de participar en ella. Para los pequeños
empresarios, la CGE representaba un ámbito donde quienes no tenían el tiempo o el deseo de dedicarse a la vida del partido podían de todas formas
participar en la política. En un país donde los contactos políticos eran esenciales para conducirse en los negocios (una característica que no había
hecho más que acentuarse durante el régimen peronista), la participación en la CGE le daba a sus miembros, al menos a los más poderosos, acceso a los
ministerios gubernamentales y les permitía ejercer presión de manera más eficaz con respecto a temas de impuestos, promoción industrial, contratos
estatales y tratamiento preferencial para su sector. […] Los acuerdos de negocios secretos, los contratos preferenciales y los sobornos son sin duda
parte de esta historia. (Págs. 161-162)
Quizá en el aspecto en que la CGE más se diferenció de otras organizaciones representantes de grupos capitalistas fue en su público apoyo a la
idea de una cooperación con los sindicatos. En principio, esto no representó una alianza absoluta con el peronismo porque, al menos hasta la aparición
de corrientes extremistas y anticapitalistas entre los trabajadores a finales de la década de 1960, la CGE manifestaba la creencia de que los empresarios
debían cooperar con todas las tendencias del movimiento obrero. Pero con el paso del tiempo, la posición nacionalista de la mayoría de los sindicatos
peronistas, en oposición a las posturas anticapitalistas de los sindicatos rivales de la izquierda, apareció como la única corriente ideológica aceptable
(para los capitalistas)44. En 1962, la CGE y la CGT alcanzaron un acuerdo y encontraron una plataforma común en sus exigencias en pos de una mejora
en la calidad de vida de la clase obrera, una expansión del mercado interno y un fortalecimiento de las “empresas nacionales”. (Págs. 162-163)
De todas formas, su mensaje tanto en relación a la mano de obra como al rol asesor del empresariado era contradictorio. Si bien al principio apo-
yaba una participación del sector obrero, se mantuvo en absoluta oposición a la reducción de las prerrogativas gerenciales en el lugar de trabajo como
resultado del incremento de la influencia de los sindicatos. Fue la única asociación empresarial que apoyó una ley de salario mínimo y sin embargo se
concentró incesantemente en el problema de la productividad y en general se opuso a las políticas del régimen de altas indemnizaciones para los traba-
jadores despedidos, con la misma vehemencia con la que la UIA cuestionó la eficacia de muchas de las legislaciones laborales de Perón. (Págs. 163-
164)
La llegada al poder por parte de las fuerzas militares y el establecimiento de la dictadura del general Juan Carlos Onganía en 1966 dio comienzo a
un nuevo período en la historia de la CGE. Sobre la base de su ideología nacionalista y federal, la organización se opuso públicamente a la “Revolución
Argentina”. Criticó con dureza la “desnacionalización” de los bancos y las industrias del país y exigió protección gubernamental para la “industria
nacional” y una regulación más estricta del sector financiero, con suficiente crédito disponible para los pequeños empresarios. Además, la CGE se
convirtió en el foro de oposición provincial a Onganía y protestó […] en contra de la intervención gubernamental de la Federación Económica de
Tucumán, el cierre de la asociación patronal de tabacaleros de Salta y la desnacionalización de la industria vitivinícola de Mendoza. En 1968 se llevó a
cabo, en Córdoba, una reunión de los representantes de la CGE, quienes proclamaron la denominada “Declaración de Córdoba”, la primera crítica
significativa del sector empresarial hacia programa económico gubernamental. Posteriormente, la CGE adoptó la posición de que el crecimiento econó-
mico que el país experimentó durante los tres primeros años del gobierno de Onganía benefició solamente a Buenos Aires y a las provincias del Litoral,
y que el resto del país había sufrido una regresión. (Págs. 165-166)
En el transcurso de la dictadura de Onganía, la ideología de la CGE se hizo más intransigente […] Especialmente en los últimos años del régimen,
en medio de una gran agitación popular y una radicalización de la cultura política del país, los miembros de la CGE comenzaron a hablar con mayor
vehemencia, en público y en sus debates internos, acerca de la necesidad de un programa que fuera “nacional y popular”. La organización buscó identi-
ficarse enteramente con el movimiento en pos de la restauración del sistema democrático […] Públicamente la CGE no se manifestó en favor de ningún
partido específico […] Pero mantenerse neutral fue imposible; como resultado de su trayectoria ideológica y su historia, así como de los beneficios de
aliarse con la mayor fuerza política del país, la CGE no puso resistir la influencia del peronismo y se acercó al movimiento. En Mayo de 1972, tras un
considerable debate interno, la organización aceptó una invitación del Partido Peronista para presenciar una conferencia donde se discutieron la reforma
constitucional y las inminentes elecciones. El vínculo entre la CGE y la CGT se hizo incluso más estrecho, y los puntos básicos del Pacto Social, la
piedra angular del programa económico del siguiente gobierno peronista, se negociaron entre ellas meses antes de que el gobierno lo aplicara en 1973.
La CGE y la CGT formaron un comité conjunto para estudiar los problemas económicos del país y para ofrecer soluciones en común, y en septiembre de
1972 publicaron un documento en común. (Págs. 166-167)
Si bien la CGE representaba las aspiraciones nacionalistas de ciertos sectores de la burguesía argentina, fue utilizada a manera de “lobby” por sus
miembros más poderosos para obtener influencia sobre las autoridades políticas y construir sus imperios empresariales. (Pág. 167)

44
Agrego yo.

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A pesar de sus orígenes provinciales y sus vehementes manifestaciones de apoyo al federalismo, la CGE a menudo se vio trabada en amargas y
debilitantes disputas en sus federaciones regionales 45. (Pág. 172) Se estudia el caso de la Federación Económica de Tucumán (FET).
Las dificultades de la FET y la industria azucarera tucumana se concentraron en dos aspectos urgentes: (1) la continuación de apoyo estatal para la
industria local y (2) los problemas con la mano de obra. En particular, la necesidad de la industria azucarera de recibir apoyo estatal en la forma de
préstamos a bajas tasas de interés emitidos por organismos públicos influyó en las políticas que la FET desarrollo en pos de su industria. La federación
exigió que se modificara el criterio de préstamo de los bancos públicos del país, de forma tal que el desarrollo regional tuviera prioridad sobre los
motivos exclusivamente lucrativos. En vista del azúcar más barato que ofrecían los ingenios más conectados del noroeste, el estado debía también
continuar garantizando los fondos para las cosechas de azúcar y los cupos para la industria tucumana. En general, la FET exigió una intervención estatal
más enérgica para aumentar la competitividad de la industria local, junto a un subsidio de precios, inversión en infraestructura, tasas de fletes más
baratas y diversas medidas diseñadas para introducir tecnología más moderna, así como una continua protección arancelaria ante el azúcar extranjero
[…]El apoyo que el estadio brindó a esta industria se convirtió, según Delich, en “ni más ni menos que (…) subsidios para cubrir pérdidas”, incluso en
momentos en los que los precios del azúcar se encontraban en alza. (Págs. 176-177)
En lo que se refiere a la mano de obra, la FET adoptó una postura intransigente respecto de la FOTIA (federación Obrera Tucumana de la Industria
Azucarera), sino también a la posición de la CGE hacia el sector obrero, la cual según la FET era demasiado indulgente. […] La FET amenazó con
retirarse de la CGE a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 y la cuestión laboral apareció siempre como uno de los principales motivos de discrepancia
entre las dos organizaciones […] Los problemas con la mano de obra se agravaron a medida que se acentuó la crisis de la industria azucarera tucumana.
(Pág. 177)
La industria azucarera tucumana no sólo demuestra la compleja situación que existía en la mayoría de las economías provinciales, sino que revela
también la clase de presiones contradictorias e influencias conflictivas que la CGE a menudo encontraba al tratar con sus federaciones provinciales. En
Tucumán había al menos tres sectores de la clase propietaria que luchaban por la supremacía: un puñado de ingenios altamente capitalizados, los cuales
respaldaron las políticas de modernización de los desarrollistas y de la dictadura de Onganía; un número mucho mayor de ingenios y un privilegiado
grupo de cañeros que eran partidarios de un constante apoyo estatal para su industria y de una considerable inversión pública en infraestructura y pro-
gramas de diversificación; y, finalmente, un número incluso mayor de cañeros minifundistas que exigían una significativa reforma agraria. Cada uno de
estos grupos poseía sus representantes dentro de la CGE, pero ninguno fue lo bastante fuerte como para prevalecer. El resultado fue una situación de
parálisis. Ni Gelbard ni el resto de la CGE pudieron hacer que sus manifestaciones de apoyo hacia la economía provincial se convirtieran en verdaderas
intervenciones en pos de alguno de los tres sectores. Tales divisiones impidieron también a la CGE articular una resistencia efectiva en contra del go-
bierno militar. (Pág. 181)
7. Conflicto y crisis en la industria metalúrgica (ROUGIER)
Durante la década de 1960, la CGE se convirtió en la principal impulsora de la materialización del proyecto que el gobierno peronista nunca logró
concretar: una Argentina industrial y un capitalismo nacional. Esto ocurrió a pesar de sus orígenes en la movilización de empresarios provinciales,
provenientes de gran variedad de sectores, y de su parcial transformación en un instrumento para fomentar los intereses personales de sus miembros
más poderosos. […] Al contrario de lo que su imagen indicaba, las actividades de la organización no se concentraban únicamente en una industrializa-
ción proteccionista. Si bien la protección del mercado interno era uno de sus principios esenciales, fomentó también propuestas específicas acerca de la
regulación, las políticas crediticias, el desarrollo tecnológico y lo que en general se veía como el establecimiento de una cultura empresarial dedicada a
la producción y la innovación y no simplemente a asegurar la rentabilidad. (Pág. 182)
El desarrollo industrial de provincias como Córdoba o Santa Fe creó nuevos intereses económicos e introdujo nuevos actores sociales que encon-
traron poca representación en la venerable UIA. Tras su intervención en 1956 y su disolución en 1953, la UIA se restableció en 1956. […] Debido al
deseo de los desarrollistas de que el sector capitalista se modernizara y su apoyo hacia un alto grado de concentración del poder económico, Frondizi
había alentado la fusión de los intereses económicos tradicionales en la Sociedad Rural, la UIA y la Bolsa de Comercio. En 1958, estos organismos
formaron una asociación aparte, la Acción Coordinadora de Instituciones Empresariales Libres (ACIEL), la cual adoptó un programa de extremo libera-
lismo económico. Las relaciones de ACIEL y la CGE se caracterizaron por una particular enemistad. (Pág. 183)
Sin embargo, las posiciones de ACIEL no agradaron a muchos industriales del país, a que sus implicaciones sobre la supervivencia de estos eran
demasiado claras […] Tras el derrocamiento de Perón´, la Cámara Argentina de Industrias Metalúrgicas, de carácter pro peronista, había cambiado su
nombre a Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina (ACIEL) había vuelto a unirse a la recién restablecida. De todas formas, ni
el cambio de nombre ni la afiliación a la UIA significaron que la asociación había abandonado las posturas que poseía durante una década de gobierno
peronista, ni las políticas que había defendido. (Pág. 183)

45
Cuánto menos este es un argumento terriblemente innecesario. La carencia de sentido radica en la afirmación general de que no debería haber con-
flicto puesto que se trata de una organización que proclama federal. Muchas afirmaciones de este texto tienen como cáscara el hilvanado de frases
correspondientes al ambiente coloquial y son propias del sentido común, escapando al afán académico. Brennan es quién más gusta de aplicarlas.

21
Las tensiones entre los miembros de la UIA con respecto a si debían apoyar políticas liberales o un desarrollo industrial con intervención estatal se
hicieron evidentes poco después de la creación de ACIEL. Por un lado se encontraron los sectores industriales tradicionales, como la industria frigorífi-
ca, los cuales habían poseído una enorme influencia sobre la UIA en el período preperonista y continuaban adhiriendo a posiciones liberales. Por el otro,
se encontraban los sectores que habían encontrado su mayor expansión en las décadas de 1940 y 1950; este grupo estaba liderado por las industrias
metalúrgicas y defendía una contundente participación estatal en el desarrollo de un proyecto de industrialización. (Págs. 183-184)
El hecho de que la UIA nunca abandonara los problemas de las principales firmas metalúrgicas del país, entre ellos la gran depresión económica
de 1962 y una sucesión de bancarrotas, contribuyó a que se renovara la desilusión hacia la central de industriales. Todavía a finales del gobierno de
Arturo Illia (1963-1966), la UIA mantenía ciertas posiciones que más tenían que ver con un liberalismo clásico que con su posterior historia como
organización de industriales de una economía semiindustrializada y periférica. […] Fundamentalmente, el problema radicaba en que, como resultado de
su intervención durante el gobierno de Perón, la UIA se encontraba en un estado de letargo, carecía de iniciativa para tratar los problemas de los indus-
triales y parecía dejar en manos de la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio las cuestiones sobre la política económica. (Págs. 184-185)
Además de una UIA demasiado pasiva46, la industria metalúrgica enfrentó otras dificultades. Entre sus filas reaparecieron los sentimientos federa-
les y regionalistas que alguna vez habían motivado la creación de la CGE. El crecimiento de las industrias metalúrgicas del interior, especialmente en
Córdoba y Rosario, implicó que el sector ya no estaba confinado al Gran Buenos Aires. En Córdoba, el establecimiento de la Fábrica Militar de Avio-
nes en 1927 había hecho necesaria la creación de una pequeña industria metalúrgica local. Ésta se hizo lo bastante importante para que en 1947 los
industriales locales establecieran su propia organización local, la Cámara de Industriales Metalúrgicos de Córdoba ( CIMC) […] Dentro de la CIMC
aparecieron dos sectores, uno vinculado a la manufactura de máquinas herramienta y maquinaria agrícola y otro que representaba a los fabricantes de
repuestos automotrices. (Pág. 185)
Si bien los industriales de Córdoba carecían de las características de una auténtica burguesía industrial, es decir, de una clase en ascenso con la
capacidad de desafiar, en el ámbito económico, social y político, la supremacía de la clase dominante establecida, representaban un grupo de intere-
ses nuevo e influyente con algún sentido de identidad colectiva. (Pág. 186)
Durante la década de 1960, la CIMC no tuvo gran influencia dentro de la CGE y la federación económica de Córdoba parece haber sido una de las
menos influentes del país. No fue sino hasta 1968 que se presentó el primer signo de cambio representativo, cuando se llevó a cabo, en Córdoba, el
Primer Congreso Regional de Industriales del Centro […] El Congreso culminó con una dura crítica al programa económico del régimen de Onganía.
La CIMC, cuyos miembros se encontraban entre los más perjudicados por las políticas gubernamentales, condujo el congreso, a partir del cual se produ-
jo la denominada Declaración de Córdoba, un documento que no sólo repudiaba las políticas económicas de Onganía, sino también lo inadecuado de la
representación de los intereses industriales, especialmente los del interior, por parte de la UIA. (Pág. 186)
Los empresarios metalúrgicos de todo el país se sentían desilusionados con respecto a la UIA. Fue alrededor de esa época que el principal vocero
del sector, la Federación Argentina de la Industria Metalúrgica (FADIM) -la organización nacional de industriales metalúrgicos dominada por las com-
pañías porteñas agrupadas en ACIEL-, cesó su participación activa en la UIA y comenzó a fomentar sus intereses por otros medios, primero de manera
independiente como “lobby” industrial y luego en la resurgente CGE. Los industriales provinciales eran los más dispuestos a rebelarse, dado que su
descontento no se extendía solamente hacia la UIA, sino hacia todas las organizaciones que los industriales de la Capital Federal dominaban47 […] Los
procedimientos de los convenios colectivos eran un motivo particular de animosidad. Los industriales del interior, como los de la CIMC, criticaron la
centralización de los convenios colectivos, con el argumento de que conducía a un predominio de los intereses de las compañías de Buenos Aires,
gracias a la superioridad numérica de éstas. Esta situación le resultaba conveniente tanto a éstas como al sindicato de obreros metalúrgicos, la Unión
Obrera Metalúrgica (UOM); a aquellas porque les permitía presentar un frente patronal unido en las negociaciones contractuales, a ésta porque tales
negociaciones significaban una fuente de poder para la dirigencia obrera de una asociación tan centralizada como la UOM. Los industriales de la CIMC,
entonces, buscaron desafiar el poder tanto de los industriales bonaerenses como del influyente y altamente centralizado sindicato de trabajadores meta-
lúrgicos. (Pág. 187)
El motivo que finalmente llevó al quiebre ya se había presentado en las negociaciones de los convenios colectivos con respecto al acuerdo nacio-
nal de 1966. Tanto la UOM como la FADIM habían accedido a la abolición de las denominadas quitas zonales, una práctica que les permitía a los indus-
triales de ciertas provincias pagar salarios por debajo de las escalas nacionales, diferenciales de salarios que para algunas categorías laborales eran tanto
como un veinte por ciento menos de lo acordado. Según decían los industriales provinciales, las quitas zonales les permitían compensar los precios del
flete y los costos de producción, y competir así con las compañías de Buenos Aires. Los empresarios metalúrgicos cordobeses se mantuvieron inflexi-
bles con respecto a la preservación de las quitas zonales. Años antes, los industriales metalúrgicos de Santa Fe y Mendoza se habían visto obligados a
abandonar las quitas zonales, por lo que Córdoba aparecía como el principal representante provincial en favor de esta práctica. Al no lograr hacer valer
su postura, la CIMC se desafilió de la FADIM y en junio de 1967 restableció la Federación Argentina de Industrias Metalúrgicas del Interior (FAIMI), con
su sede principal en Córdoba. Semanas después, los industriales de Córdoba dejaron en claro que su secesión era irreversible al elevar una queja al

46
¿Cómo es la cuestión? ¿O estaba inepta producto de las intervenciones peronistas o era pasiva?
47
Es extraña la afirmación, puesto que acaba de señalar que ellos mismos son porteños.

22
Ministerio de Economía con respecto a la decisión de la FADIM de convocar una convención nacional para discutir quitas zonales, algo que según la
FAIMI había quedado exclusivamente bajo su jurisdicción.(Págs. 187-188)
Los más serios [problemas], incluso algunos que amenazaban la existencia de sus empresas, eran los provenientes específicamente del programa
de modernización y la legislación automotriz de Onganía. El incremento de la libertad de las empresas automotrices para importar repuestos y compo-
nentes mientras que simultáneamente alcanzaban una política de integración vertical produjo que la relación entre las multinacionales automotrices y
los fabricantes nacionales de autopartes, que alguna vez fueron de intereses complementarios, comenzaran a llenarse de tensiones e incluso de enemis-
tad. (Pág. 188)
El establecimiento de la FAIMI fue para los empresarios metalúrgicos de Córdoba una inyección de entusiasmo para sostenes sus posturas federa-
les y nacionalistas. Tras eso, la CIMC se vio obligada a luchar en varios frentes para proteger los intereses de los industriales locales: exigió a los go-
biernos nacional y provincial medidas como reducciones impositivas y tasas de descuento en electricidad, y confrontó a la inusual alianza de los empre-
sarios metalúrgicos bonaerenses y la UOM para preservar las quitas zonales. Pero no fue sino hasta después del Cordobazo del 29 y 30 de mayo de 1969
que el nacionalismo de la CIMC, evidente para entonces, comenzó a influir de manera más directa en las alianzas de clase y política. […] Tras el Cordo-
bazo, los miembros de la CIMC reforzaron su posición de nacionalismo y federalismo. Catalogaron de “dumping” y de asalto a la “industria nacional”,
particularmente a la de las provincias, a la disminución de barreras al intercambio que emprendió Onganía, y justificaron la descentralización de las
negociaciones de convenios colectivos sobre la base de la eficiencia económica y las condiciones particulares existentes en el interior. (Pág. 189)
La movilización de la CIMC de empresarios metalúrgicos provinciales se hizo lo bastante importante como para que a fines de 1969 el gobierno
invitara, por primera vez, a la asociación a participar en las negociaciones de convenios colectivos de los empresarios metalúrgicos, quienes estaban
representados por tres organizaciones patronales: la FADIM, la FAIMI y la Federación Argentina de las Industrias Metalúrgicas Livianas. A pesar de la
invitación, la FAIMI reiteró que no estaba dispuesta a firmar ningún acuerdo que no restaurara los diferenciales de salarios a la industria provincial. A
finales de 1971, la asociación se negó a participar en la conferencia de industrias nacionales, impulsada por la UIA, porque sospechaba de sus intencio-
nes y creía que intentaba socavar las posiciones federalistas de la CIMC, la Confederación de la Industria y la CGE. (Pág. 190)
En poco tiempo, la CIMC comprendió que ser miembro de un influyente “lobby” industrial no bastaba para tratar con la crisis en el sector de fabri-
cación de repuestos automotrices. Hasta entonces, la CIMC había preferido negociar directamente con las autoridades políticas, particularmente a nivel
provincial, así como con las compañías automotrices. Pero lo que había sido una estrategia eficaz dejó de serlo después de 1966, cuando la combina-
ción de una dictadura con la estructura corporativista de la vida económica y política argentina hicieron necesaria la afiliación a una de las organizacio-
nes empresarias más influyentes. Dados los orígenes provinciales y las posturas nacionalistas de la CGE, la decisión no resultó difícil. En 1970, la
Federación de Entidades Provinciales de la Provincia de Córdoba, una organización que representaba a los pequeños empresarios de la provincia,
volvió a unirse a la CGE, lo que culminó con un largo período de distanciamiento. Las otras dos organizaciones que representaban a la industria cordo-
besa, la Asociación de Industriales de Córdoba, dominada por las compañías automotrices, y la Bolsa de Comercio se afiliaron a la ACIEL, cuyas posi-
ciones liberales eran las antípodas del nacionalismo económico que adoptaron los empresarios metalúrgicos cordobeses. (Pág. 190-191)
A pesar que la mayor afinidad que la CIMC demostró por las posiciones de la CGE, los empresarios metalúrgicos cordobeses tenían sus dudas con
respecto a la habilidad de la organización de representar de manera eficaz los intereses industriales. La declaración que la CGE y la CGT emitieron de
manera conjunta en septiembre de 1972 recibió críticas de los industriales cordobeses, especialmente su promesa de incremento salarial para los traba-
jadores, algo que según la CIMC implicaría una sobrecarga a los ya excesivos gastos en remuneraciones de las compañías que representaba. La restaura-
ción de los convenios colectivos tras su suspensión durante el gobierno de Onganía había conducido ya en 1971 a un incremento de los sueldos sin un
ajuste de precios correspondiente, lo que provocó que la CIMC extendiera una línea de Crédito de emergencia a sus miembros. (Pág. 192).
Entre 1971 y 1973, la CIMC apareció por primera vez en su historia como una organización con una influencia política fuera de los límites de la
provincia […] La CIMC movilizó a los industriales provinciales y condujo las negociaciones de los convenios colectivos para todo el interior. La mayo-
ría de las posturas de la CIMC reflejaron las que la CGE había mantenido durante dos décadas. En ellas, las dificultades con respecto a los costos del
flete, el limitado acceso al crédito, los altos costos de la mano de obra y la obtención de materias primas e insumos, problemas que afligían a la indus-
tria provincial, aparecían resolubles sólo por medio de un drástico cambio en la política económica a nivel nacional […] De todas formas, para la CIMC
se hizo cada vez más aparente la necesidad de una organización con alcance nacional para influir sobre la política económica gubernamental. (Págs.
192-193)
Para comienzos de la década de 1970, las dificultades no se limitaron a las pequeñas compañías metalúrgicas, sino que también se estaban mani-
festando en algunas de las compañías más emblemáticas del sector. TAMET, la compañía metalúrgica más antigua del país, había estado vaticinando
durante años una inminente crisis ante las autoridades nacionales; en 1970, al borde de la bancarrota, le informó al BI que no podía pagar los intereses
de su deuda pendiente con esa entidad. La Cantábrica, una de las compañías metalúrgicas más grandes y antiguas del país, no pudo satisfacer la deman-
da de capital para modernizar sus plantas y competir de manera eficaz en su sector productivo, la maquinaria agrícola, por lo que estado terminó por
comprarla a mediados de 1973. Más dramática fue la deplorable situación en la que se encontraba la principal compañía metalúrgica del país, SIAM Di

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Tella. La empresa había entrado en un prolongado período de crisis tras la caída de Perón, lo que culminó en la bancarrota y en la liquidación poco
después de que se removiera a los peronistas del poder en 1976. (Págs. 193-194)
Sin embargo, el declive de SIAM ocurrió con relativa lentitud […] No fue sino hasta los años de Onganía que los problemas del sector empresarial
se hicieron irreversibles. Ya en 1962, la empresa debía, principalmente a los bancos públicos, 55 millones de pesos, mientras que para comienzos de la
dictadura de Onganía la deuda representaba un noventa por ciento de sus activos. Debido a la renovación del acceso al crédito público, la firma se había
sobreexpandido durante el gobierno de Illia (1963-1966) y su excesiva deuda condujo a un intento drástico de reestructuración a finales de la década de
1960; esto comenzó con la venta de SIAM Automotores a IKA y continuó con la separación del “holding”48, durante los primeros meses del gobierno de
Onganía, en dos compañías, una dedicada a los bienes de consumo y otra a los de capital. (Pág. 200)
En años anteriores, el sistema bancario había reducido sus reservas disponibles para créditos por medio de sucesivos incrementos en la cantidad
mínima de reservas de capital requerida para solicitar préstamos. Al mismo tiempo, la creación de nuevos métodos de pago para reducir el déficit fiscal
del gobierno condujo al establecimiento de un mercado financiero paralelo en el cual, a pesar de las altas tasas de interés, muchas compañías se vieron
obligadas a introducirse. El resultado de las restricciones crediticias fue que no se lograra aprovechar el potencial de producción de las compañías
industriales. Así, (…) “el desequilibrio que existe en las estructuras productivas y financieras evitó que la producción industrial alcanzara la rentabili-
dad deseada, derrochando de este modo la considerable acumulación de capital físico que se había alcanzado en la década anterior, el cual en gran
medida se encontraba ocioso” (Revista Competencia, 05/67). Los observadores contemporáneos señalaron que la considerable capacidad de producción
de bienes de consumo y capital del país apenas si se estaba utilizando como resultado fundamentalmente de la escasez de financiamiento del sistema.
Pero ésta no era sino una parte del problema: la falta de crédito bancario y de capital financiero fuera del sistema bancario a tasas de interés razonables
condujo a varias empresas, como ocurrió con SIAM Di Tella, a cesar con sus obligaciones fiscales y previsionales. Esta situación fue en muchos casos
el resultado de que los industriales no pudieran obtener créditos a tasas bajas, pero la expansión de este suceso ocurrió en 1962-1963, cuando el deterio-
ro del sector financiero que causó la crisis económica condujo a la utilización del dinero disponible para saldar las obligaciones de carácter más urgen-
te, como el pago de salarios o la compra de insumos necesarios para continuar la producción […] También persistieron las perjudiciales prácticas de las
compras estatales, las cuales agravaron las dificultades de las compañías proveedoras, dado que las posibilidades de retraso en el pago por parte del
estado incrementaban los costos que estaban pagando en el saldo de los préstamos. (Págs. 201-202)
En última instancia, en la visión de muchos contemporáneos y en particular de quiénes debían tomar decisiones con respecto a la política indus-
trial, el proceso de “desnacionalización”, que se hizo aparente tras la devaluación de Krieger Vasena, conllevaba un gran peso. El fenómeno no se limitó
a las compañías extranjeras que invertían en la expansión o apertura de plantas, sino que incluyó también la compra de los activos de las compañías
argentinas, algo que se hizo particularmente evidente en la industria del tabaco y en la adquisición de IKA por parte de Renault. A algunos sectores
gubernamentales les resultaba indeseable que este proceso se incentivara o profundizara, debido a los problemas que las compañías locales estaban
experimentando. Para la UIA, el proceso era el resultado del “considerable deterioro de la estructura económica y financiera de las compañías argenti-
nas”, que a su vez era consecuencia de una “inflación endémica”. (Pág. 203)
Finalmente, en 1967, un sucinto decreto gubernamental estableció un plan de asistencia especial para compañías con problemas financieros. Estas
regulaciones otorgaron al poder ejecutivo, que actuaba por medio de una “Comisión Rehabilitadora”, la facultad de encontrar soluciones que les permi-
tiera recuperarse a empresas que se encontraran en un “virtual estado de cesación de pagos” o que tuvieran dificultades financieras que sólo pudieran
resolverse con medidas gubernamentales excepcionales. Especialmente, se incluyó entre estas firmas a las que “por su preponderancia social, su enver-
gadura económica, su desarrollo tecnológico o su influencia en la economía nacional, regional o zonal se consideraba conveniente asistir. No sería
errado considerar que esta ley se hizo “a medida” para SIAM. […] Fundamentalmente, la ley preveía la consolidación de deudas extraordinarias para
las compañías con dificultades, las cuales podían resultar total o parcialmente eximidas del pago de intereses, recargos o multas por pagos vencidos. La
ley especificaba que las compañías que quedaran bajo su alcance estarían “sujetas” a un control estatal en cualquiera de las formas que el gobierno
dispusiera y en concordancia con las circunstancias especiales de cada firma. El plan de rehabilitación comenzó a implementarse en 1969 y llegó a
incluir unas doscientas compañías, en su mayoría empresas metalúrgicas y textiles, a quienes se les otorgó crédito en términos favorables. De todas
formas, así como ocurrió con empresas como La Cantábrica, SIAM no se recuperó y, tras no lograr con las obligaciones que el acuerdo de rehabilitación
estipulaba, quedó directamente absorbida por el estado. (Págs. 205-206)

48
Un holding, también conocida como sociedad tenedora o simplemente tenedora, es una sociedad comercial cuya principal o única función es la de
tener o administrar la propiedad de otras sociedades o compañías. Puede considerarse una forma de integración empresarial, con todos los beneficios
que ésta representa, pero surge también cuando un grupo de capitalistas va adquiriendo propiedades y firmas diversas, buscando simplemente la renta-
bilidad de cada una y no la integración de sus actividades. En algunos países las leyes antimonopolio pueden restringir esta práctica. Existen holdings
que se crean a través de los bancos y otras entidades financieras, holding que parten del patrimonio de una familia y también holding conformados por
empresas estatales.
Existen holding que son una agrupación de empresas de capitales comunes o relacionados que buscan maximizar los recursos económicos de estas,
utilizando las sinergias que se dan entre las empresas que la conforman simplemente por ser de todas de un mismo rubro o sector.

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Las penurias de la industria metalúrgica parecían girar en torno a la cuestión obrera. Con tantas empresas en un estado de considerables endeuda-
miento, un estancamiento en el mercado interno y una crisis general en el sector, resultado de las políticas económicas de Onganía, la mano de obra
parecía ser la única variable abierta a manipulación que podía ser contenida por medio de una restauración del gobierno peronista. No hay duda de que
en el ala industrial de la CGE, gracias a la creciente prominencia de la CIMC, la cuestión obrera tenía un lugar central. El incansable conflicto laboral en
Córdoba a comienzos de la década de 1970, incluyendo un segundo Cordobazo en 1971, y las concesiones salariales en esos años convencieron a los
industriales de lo necesario que era encontrar un mecanismo que, con el respaldo del gobierno nacional, mediara entre el empresariado y los sectores
del movimiento obrero menos radicalizados. La CGE había sido la central empresarial más interesada en el diálogo y en el compromiso con los sindica-
tos peronistas, ya que veía en ellos un potencial aliado en un proyecto de capitalismo nacional. El regreso al poder de los peronistas en 1973 y la defen-
sa de la CGE hacia el programa económico del gobierno durante el primer año y medio de la restauración peronista revelaron tanto las fuerzas como las
debilidades de una alianza entre la burguesía nacional y la clase obrera organizada. (Pág. 208)
8. Políticas económicas e industriales peronistas en la década de 1970 (ROUGIER)
Entre el período de posguerra y el primer lustro de la década de 1970, las condiciones de crecimiento de la economía argentina quedaron determi-
nadas por la dinámica del ciclo de “Stop and Go”. Esencialmente, las posibilidades de obtener un creciente nivel de importaciones que permitiera
sostener la promoción del sector industrial estaban subordinadas a las divisas adquiridas por medio de exportaciones tradicionales, las cuales permane-
cieron estancadas o incluso disminuyeron en los momentos de expansión de esos años. Las opciones para superar este dilema eran relativamente pocas
y lo cierto es que, a lo largo de este período, gobiernos con inclinaciones políticas diferentes las pusieron a prueba. (Pág. 210)
Como se observó con anterioridad, el equipo económico del gobierno peronista respondió a la dificultad con un incremento de los saldos de ex-
portación por medio de una cierta restricción al consumo doméstico y del fomento de las actividades agropecuarias. Al mismo tiempo, el gobierno
decidió avanzar en el proceso de industrialización por sustitución de importaciones y ahorrar divisas por medio de una mayor integración del sector
manufacturero. La estrategia fue difícil en la coyuntura internacional de la época, así como en el de las políticas internas, dada la necesidad de recurrir
al capital extranjero para incentivar la inversión en industrias de base y otras actividades que eran esenciales para el desarrollo económico. (Pág. 210)
Si bien la respuesta a la crisis económica fue efectiva, el conflicto económico condujo a un golpe militar dos años después. El gobierno de la de-
nominada Revolución Libertadora solicitó al prestigioso economista Raúl Prebisch, quien entonces era director de la CEPAL de las Naciones Unidas,
que diseñara un plan económico […] Prebisch logró incluir en el debate el problema del deterioro de los términos de intercambio y, en lugar de una
crítica al énfasis del gobierno peronista en el mercado interno, una crítica al hincapié que aquel gobierno hizo en la industria ligera. Prebisch insistió en
las limitaciones de ese tipo de industrialización que necesitaba una creciente importación de maquinaria y de bienes de capital y conducía inevitable-
mente a un estrangulamiento del comercio exterior. Para incorporar las industrias de base (aquellas que eran más complejas y de mayor intensidad
tecnológica y de capital), era necesario acercarse al mercado de capital internacional y atraer inversiones extranjeras sobre sectores con gran peso en la
balanza comercial (como el petróleo y otros insumos, así como la maquinaria necesaria para el crecimiento del sector manufacturero). (Págs. 210-211)
En los últimos años de la década de 1950, el gobierno de Arturo Frondizi declaró su intención de atraer capital extranjero, profundizando las me-
didas que el gobierno peronista había anunciado en 1953.La estrategia desarrollista hizo hincapié en el sector petrolero para reducir los gastos en divi-
sas y la fabricación de maquinaria e industria petroquímica. Fue necesario crear eslabonamientos hacia atrás en la industria y reducir las importaciones,
sin depositar demasiada confianza, como indicó Prebisch, en las posibilidades del sector agropecuario de incrementar las reservas de divisas. La llegada
de las compañías multinacionales a la economía nacional no acarreó necesariamente el desplazamiento de las compañías argentinas, dado que las
inversiones extranjeras se dirigieron a sectores donde las empresas nacionales estaban o enteramente ausentes o apenas presentes. Por el contrario,
muchas industrias locales se concentraron en expandir su producción y en proveer, en un proceso de creciente integración, a las compañías extranjeras
de bienes semiterminados o repuestos. De todas formas, también es cierto que algunas empresas fabricantes de máquinas herramientas o de otros bienes
de capital sufrieron la competencia de las multinacionales, producto de la política de “apertura” promovida por el gobierno para este tipo de bienes. Las
empresas extranjeras ocuparon la cima entre las grandes compañías existentes en Argentina y relegaron a las firmas nacionales a un rol subordinado.
(Págs. 211-212)
A mediados de la década de 1960 se inició otro debate […] Algunos subrayaron los perniciosos efectos de la “extranjerización”, con lo que se re-
ferían a la importancia cada vez mayor que estaban asumiendo las multinacionales, y en que se estaba generando una pérdida de autonomía e incluso
una “desaparición” del empresariado nacional. Por otro lado, se debatió la ineficiencia económica resultante del “cambio proteccionista” (es decir, de la
existencia de un pequeño mercado interno que no se beneficiaba de las economías de escala), así como el hecho de que una industrialización más
avanzada ampliaría los mercados de exportación en bienes industriales, mientras que la clase de industrialización impulsada hasta entonces no resolve-
ría los estrangulamientos del sector externo. (Pág. 212)
Si bien lo hacían con importantes y sutiles diferencias, todas las propuestas insistían en la necesidad de promover las inversiones industriales, por
un lado para garantizar la eficacia del sector industrial y, por el otro, para hacerse de divisas que permitieran la exportación de los bienes que a nivel
local pudieran fabricarse sólo a costos muy elevados. Quizá paradójicamente, estas ideas tomaron forma cuando los cambios en la estructura industrial,
consecuencia de las inversiones durante el período desarrollista, se hicieron más perceptibles y emprendieron un proceso de maduración. Los rasgos

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más prominentes de este proceso, el cual no era más que incipiente, fueron un incremento en las exportaciones industriales, la exportación de tecnología
de origen nacional e inversiones directas en el extranjero de compañías argentinas. Este proceso de modernización ocurrió en paralelo con una crisis de
las grandes firmas industriales “tradicionales”, las cuales estaban comenzando a mostrar serios problemas de modernización y financiamiento tras la
llegada en masa de las empresas extranjeras, particularmente tras la crisis económica de 1962-1963 […] El programa de Adalbert Krieger Vasena,
ministro de economía durante el gobierno del general Juan Carlos Onganía (1966-1970) buscó “modernizar” la estructura industrial del país para
hacerla “eficiente” y, al menos en algunos sectores, competitiva a nivel internacional. El aspecto central de su estrategia era la estabilización de la
moneda nacional; así, se congelaron los salarios, se alcanzaron acuerdos sobre los precios con los industriales, se impulsó la producción local de
bienes intermedios y de capital y se fomentaron las exportaciones de bienes industriales. De todas formas, a pesar del buen momento económico entre
1967 y 1969, la estrategia a largo plazo no pudo consolidarse; la eliminación de una gran cantidad de exigencias sociales, entre ellas la de los salarios,
provocó una acumulación de tensiones que a mediados de 1969 culminó en la gran explosión social del Cordobazo. (215-216)
El nombramiento de Aldo Ferrer como nuevo ministro de economía a finales de 1970 reafirmó el regreso del nacionalismo económico que ya se
había insinuado con la renuncia de Krieger. Con el “desarrollismo nacionalista”, la política económica intentó promover el crecimiento de industrias en
mano del capital nacional, abandonando la búsqueda de la estabilidad monetaria como una condición. La estrategia consistió en alcanzar una mayor
integración económica por medio del incentivo al surgimiento y la expansión de industrias de base y la descentralización regional, a la vez que se
alentaban exportaciones industriales que permitieran aliviar las presiones sobre la balanza de pagos, todas medidas que el recientemente nombrado
ministro había defendido por años. Pero estos objetivos quedaron condicionados por las medidas necesarias para lidiar con los problemas en el sector
exportador y las demandas salariales que se desencadenaron con el Cordobazo y otros estallidos sociales. (Pág. 216)
A mediados de 1971, tras la destitución presidencial, el nuevo gobierno de Alejandro Lanusse (1971-1973) intentó implementar medidas moneta-
rias y fiscales restrictivas para lidiar con los problemas en el sector externo, pero poco después, con el gobierno militar a la deriva e inmerso en una
profunda crisis de legitimidad, el programa económico adoptó un carácter enteramente ecléctico. Tuvo lugar una considerable expansión en el gasto
público, vinculada a incrementos salariales y a una expansión del crédito público para compensar a las empresas; estas medidas contrastaban con las
políticas restrictivas que se habían insinuado inicialmente. (Págs. 216-217)
Héctor Cámpora asumió la presidencia en mayo de 1973 y, bajo expresas órdenes de Perón, nombró a José Ver Gelbard ministro de Economía,
Finanzas, Obras Públicas y Comercio. Un mes después, tanto la CGE como la CGT firmaron en el Congreso el Acta de Compromiso Nacional para la
Reconstrucción, la Libertad Nacional y la Justicia Social (ACN), en la cual se basó la política económica del nuevo gobierno peronista. El documento
presentaba un diagnóstico realmente dramático de los problemas de la nación y advertía la “difícil situación de las finanzas públicas, el proceso de
desnacionalización económica y financiera, la incontrolable tasa de inflación y sus consecuencias: el permanente deterioro de los salarios, la despobla-
ción del interior del país, el desempleo, alarmante en algunas regiones de la nación, la bancarrota de las compañías abrumadas por deudas (…) la depre-
sión en el mercado interno”. Pero este diagnóstico económico estaba subordinado a uno político, el cual evaluaba la peligrosa y creciente radicaliza-
ción de la sociedad y presentaba la necesidad de promover la “colaboración de clases”, una filosofía que guiaría las medidas económicas ulteriores
[…] En la década de 1970, la posibilidad de una revolución socialista era mucho más tangible que en la década de 1940. (Págs. 217-218)
En el ACN se dictaminaron una serie de medidas diseñadas para crear una estabilización a corto plazo. Otras medidas más estructurales, se incor-
poraron en un plan Trienal, el cual se presentó a finales de 1973, cuando Perón ya había asumido la presidencia. La CGE había estado preparando este
plan durante años. Las medidas a corto plazo buscaron la estabilidad como una condición para el crecimiento económico. La idea central era que las
empresas y los trabajadores alcanzaran un acuerdo sobre los salarios y precios, una idea que el peronismo ya había desarrollado durante el Congreso
de la Productividad de 1955. La búsqueda de la armonización de intereses por medio del Pacto Social reflejó las enseñanzas que habían dejado las
experiencias del primer año del gobierno peronista de 1946. El incremento en los salarios y el gasto público podían inducir una expansión económica,
pero sólo a corto plazo. Al tender hacia el pleno empleo, el conflicto entre los beneficios económicos y sociales y aparecían problemas en la oferta que
enardecían las presiones inflacionarias. Para evitar estas dificultades, el equipo económico de Gelbard intentó incluir en el programa el estímulo de las
inversiones públicas y privadas, con el objetivo de que funcionaran como motor del crecimiento y complementaran el incremento en los salarios. Esen-
cialmente, era la misma política que el gobierno peronista anterior había intentado desarrollar con el “cambio de rumbo” iniciado después de 1949. Por
su parte, el Plan Trienal enfatizó, entre sus objetivos, “la modificación de las estructuras productivas y distributivas, a fin de conformar un nuevo
modelo de producción, consumo, organización y desarrollo tecnológico”, así como “la recuperación de la independencia económica”, por medio de la
promoción de empresas de capital nacional y la “reversión del proceso de desnacionalización”. (Págs. 218-219)
Esencialmente, proponía desarrollar una sustitución de importaciones en insumos estratégicos como acero, productos químicos, aluminio o papel,
lo que produciría una mayor integración del sector industrial y por lo tanto menos consumo de divisas. La tendencia hacia la aparición de estrangula-
mientos en el sector externo se revertiría con una mayor oferta de bienes industriales, como se había argumentado desde mediados de la década de
1960, pero también con una mayor oferta de productos agropecuarios. En este sentido, el peronismo estaba presentando, nuevamente, la posibilidad de
incrementar el superávit de exportación de bienes tradicionales, como había hecho con el “cambio de rumbo” durante la segunda administración de
Perón, una posibilidad que prácticamente se había descartado desde 1955. La política económica requería una significativa transformación de la pro-

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ductividad agropecuaria y buscaba aprovechar los altos precios que se estaban pagando en los mercados mundiales por los productos primarios en aquél
momento. (Pág. 219).
En la opinión de los creadores de la política económica en aquel momento, el estado no debía desempeñar un papel muy distinto al que había te-
nido en los años inmediatamente anteriores: debía alentar el desarrollo económico por medio de su influencia como empresario, es decir, como contra-
tante y como coordinador dinámico de la economía por medio de instrumentos múltiples y variados. De todas formas, a diferencia de lo ocurrido en la
década de 1950, el rol del estado parecía haberse fortalecido con la creación de la Corporación de Empresas Nacionales ( CEN), cuyo objetivo era ejercer
el liderazgo sobre las empresas en que el estado tenía la propiedad total o participación mayoritaria, con la excepción de las compañías militares. (Págs.
219-220)
La reforma financiera constituyó otro aspecto de los cambios estructurales del programa económico. El gobierno peronista nacionalizó el sistema
bancario, una medida que se había debatido por años y había sido una de las principales exigencias de la CGE. Como se reveló en las declaraciones con
respecto a la política monetaria y financiera del Plan Trienal, la idea era canalizar el crédito selectivamente en favor de pequeñas empresas y de ciertas
economías regionales, así como de los grupos de bajos ingresos, para alcanzar un grado adecuado de liquidez y financiamiento de la economía y para
afirmar el poder de decisión nacional sobre la asignación del ahorro interno. Pero […] las reformas financieras fueron menos ambiciosas que aquellas
que se emprendieron en 1946; eran más acordes a las ideas que, después de 1952, propusieron una disminución de la intervención estatal sobre la
economía. (Pág. 220)
Con respecto a la política industrial en particular, el gobierno buscó alcanzar una plena explotación de los recursos naturales y mayores niveles de
eficacia. Consideró necesario avanzar en la sustitución de importaciones, especialmente en maquinaria e insumos básicos, y consolidar la “empresa
nacional”, la integración regional y a la producción de bienes de exportación. […] La profundización de la industrialización por sustitución de importa-
ciones y la promoción de las exportaciones de bienes industriales eran objetivos que gobiernos anteriores también poseían, pero se incluían ahora en
una política de redistribución del ingreso y de mayor apoyo hacia el capital nacional. (Pág. 220-221)
Con respecto al sector agropecuario, la propuesta peronista de 1973 buscaba reformar su estructura económica y social para incrementar la pro-
ducción y la productividad […] Se propuso una ley de reforma agraria que propiciaba el “uso racional de la tierra y el incremento de su capacidad
productiva con el fin de alcanzar niveles óptimos de explotación agrícola y ganadera” y le daba al Consejo Agrario Nacional la potestad de inspeccionar
si las propiedades eran acordes a su función social y de disponer de la expropiación de toda “tierra improductiva”. (Pág.222)
La amplia estrategia de desarrollo que el peronismo planteó en 1973 buscó resolver los problemas de eficacia y estrangulamiento en el comercio
exterior que el modelo de industrialización por sustitución de importaciones había causado. Se basó en los principios que el equipo económico delineó
en la década de 1950, con el agregado de medidas que tenían como fin generar un mayor estímulo a las exportaciones industriales, un objetivo que se
incorporó como resultado de los debates de la década de 1960 y de una realidad concreta existente en aquel momento en el comercio exterior de Argen-
tina. De todas formas, como había ocurrido con las anteriores estrategias y alternativas de desarrollo, las definiciones teóricas a largo plazo y su imple-
mentación no tardaron en chocar con las exigencias sectoriales, las vicisitudes del proceso político y las medidas a corto plazo necesarias para lidiar con
los cambios en la coyuntura económica. (Pág. 223)
El equipo económico creía que el crecimiento no podría sostenerse simplemente mediante el incentivo al consumo interno. De todas formas, el in-
cremento en los salarios se incluyó con un fin político. Tras un aumento salarial general del veinte por ciento, se suponía que los sueldos se congelarían
hasta junio de 1975, con la predicción de que habría un ajuste a mediados de 1974 en concordancia con el incremento de la productividad. Tales medi-
das no bastaron para satisfacer las expectativas populares, producto de dieciocho años de espera y lucha por el regreso del peronismo al poder. Como se
había estimado que habría un declive del 16 por ciento en las utilidades de las empresas, el gobierno preparó una serie de compensaciones, especial-
mente para las industrias menos intensas en capital, las pequeñas empresas, con la esperanza de evitar un debilitamiento en la inversión privada. En
junio de 1973 se ajustaron las tasas de interés mediante una aplicación de reducciones proporcionales a la importancia de los salarios en los costos de
diferentes compañías. En la coyuntura en que Cámpora había ascendido a la presidencia, las medidas resultaron ser relativamente aceptables para los
empresarios, quienes habían esperado algo peor. Si bien el supuesto objetivo del gobierno era reducir el rol de las empresas en la distribución del ingre-
so, la potencial calma de los sindicatos y la mayor probabilidad de alcanzar una “estabilización” efectiva bastaron para que el sector empresarial apoya-
ra, si bien sólo hasta cierto punto, el programa económico. Incluso los grupos tradicionalmente en oposición al peronismo prefirieron respetar el pro-
grama e intentaron hacer oír sus intereses por medio de negociaciones, una táctica que explica el acercamiento de la UIA y la CGE algunos meses antes
de la firma del ACN. (Pág. 224)
Ya desde el comienzo e inmediatamente después de que se desatara la crisis internacional, aparecieron las primeras presiones sectoriales sobre el
marco económico que estableció el Pacto Social. En 1973, los precios internacionales del petróleo y otros insumos industriales se elevaron drásticamen-
te, lo cual desencadenó un incremento en el costo de la producción industrial. Cuando la “inflación importada” comenzó a afectar la rentabilidad de las
compañías, comenzaron a florecer el mercado negro, el contrabando, el acaparamiento y el incremento simulado de precios. Las actividades ilegales
demostraron lo poco dispuesto que el sector empresarial estaba a atenerse al programa. El “miedo a la sociedad” que había movilizado al empresariado

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a mediados de 1973 estaba desapareciendo con la purga de los elementos de izquierda del peronismo. Las clases capitalistas del país ya no estaban tan
dispuestas a participar en un proyecto de “concertación de clase”49. (Pág. 224)
En cualquier caso, el alza en los precios de la carne y los granos en los mercados internacionales (el denominado “boom” de los productos prima-
rios) hizo que fuera posible terminar el año 1973 con un superávit de exportación sin precedentes, lo que aumentó las posibilidades de aumentar las
políticas de redistribución del ingreso. Con el empuje de la demanda en la capacidad instalada de producción sin utilizar y el incremento en el gasto
gubernamental, el crecimiento del producto bruto interno fue considerable. La inflación cayó abruptamente a pesar del incremento salarial y un signifi-
cativo incremento en la masa monetaria. Aun así, la creciente escasez y la ampliación del mercado negro, el alza en el precio del combustible y los
déficits que acumularon los servicios públicos hicieron que fuera conveniente postergar las consideraciones acerca del reajuste en la política de precios
y salarios, que inicialmente se había previsto para junio. (Págs. 224-225)
Perón comprendía que la “flexibilización” del Pacto Social implicaba un jaque a su programa económico y su proyecto político. Su muerte el pri-
mero de julio fue fatídica debido a la constante mediación y contención que el programa requería. Pero lo fue también porque coincidió con otro golpe
adverso, proveniente del extranjero: ese mismo mes se cerró el mercado para la exportación de carne argentina y los términos del intercambio empeora-
ron, oscureciendo las perspectivas de los balances de exportación. Sin Perón, el equipo económico que encabezaba Gelbard se aisló y debilitó, y se vio
obligado a recomponer su base política. A comienzos de octubre, Gelbard intentó convencer a Isabel Perón, sucesora en la presidencia del antiguo líder,
de que llamara a una reunión general que incluyera a los partidos políticos, los líderes empresariales y sindicales y las cúpulas de las fuerzas armadas
para consolidar el apoyo hacia el programa económico. Pero la CGT solicitó, a cambio de su colaboración, un incremento salarial del 15 por ciento, una
demanda que la enemistó con el equipo económico e impuso serios límites a las posibilidades de la continuación del Pacto Social. (Pág. 226)
El consejo de Gelbard era regresar al proyecto original, [pero] para ese momento, un proyecto alternativo estaba tomando forma dentro del pero-
nismo con el objetivo de romper con la política de armonización de los intereses de clase y desplazarse hacia la construcción de un nuevo bloque de
poder que excluyera no sólo a la izquierda del movimiento, sino también a los grupos que habían apoyado el Pacto Social. A finales de 1974, José
López Rega, ministro de Bienestar Social, presentó a la cúpula militar un plan que incluía terminar con las políticas nacionalistas, reformistas y
antiempresarias, fomentar la inversión de capital extranjero, la economía de mercado y subordinar al movimiento sindical en su totalidad. Se designó
como ministro de economía a Alfredo Gómez Morales (Pág. 227)
Al igual que en [1949-1952], el gobierno debía o restringir las presiones de la demanda o incrementar la oferta. La primera posibilidad implicaba
una caída del consumo de parte de los asalariados. Si bien esta opción se había aplicado con éxito durante la gestión anterior de Gómez Morales, era
difícil de implementar en la nueva coyuntura política y social. La segunda posibilidad dependía de la inversión pública (limitada por la precaria situa-
ción fiscal), de la inversión privada de capital nacional (limitada por las inversiones económicas generales) y de los flujos de capital extranjero, el cual
en poco tiempo el gobierno buscó incentivar, como hizo después de 1953. (Pág. 228)
En un contexto de gran fragilidad política no fue fácil tomar una decisión, por lo que el ajuste necesario se postergó, mientras las tensiones crecían
y la inflación y el desequilibrio en el comercio exterior se profundizaban […] La opción para resolver los problemas del sector externo era atraer capital
extranjero, una posibilidad que permitiría también compensar la reducción en el nivel de inversión pública, la cual se había pospuesto para profundizar
la austeridad fiscal. Para lograr esto, era necesario hacer que la Ley de Inversiones Extranjeras fuera más flexible y acabar con la ideología nacionalista
que el gobierno e incluso Gelbard habían ostentado. Pero en el mejor de los casos la entrada de capital extranjero no se podía conseguir inmediatamen-
te. Quizá había más posibilidades de recurrir a préstamos de organizaciones financieras internacionales, pero eso también resultó problemático en el
contexto político del momento. (Pág. 228)
Gómez Morales propuso aplicar una política selectiva para la inversión privada, posponer cualquier plan de inversión pública que no fuera “indis-
pensable”, hacer que la ley de inversiones extranjeras fuera más flexible (aunque “sin afectar los principios básicos de la doctrina gubernamental”) y
emprender una limpieza de las operaciones y las finanzas de las empresas estatales y las compañías públicas. Con respecto a las políticas monetarias y
crediticias, el ministro instó a reducir el financiamiento del déficit gubernamental por medio de emisión monetaria y una política de crédito selectivo, la
cual desalentaba el incremento de los préstamos para consumo. El programa de austeridad no recibió apoyo ni del gobierno, ni de la CGT y tampoco de
la CGE, los pilares del Pacto Social. La asociación patronal se encontraba en una posición sumamente difícil. El gobierno le exigía apoyo absoluto en la
implementación de medidas con las cuales no acordaba enteramente, mientras los grupos empresariales tradicionales y otros sectores afectados por la
política económica le adjudicaban la responsabilidad por sus consecuencias, lo que condujo a una pérdida de legitimidad en las filas de la organización.
(Pág. 229)
La falta de apoyo y de logros, así como la frustración de las expectativas condujeron a la renuncia de Gómez Morales a comienzos de junio de
1975. Con su salida del escenario político, el camino quedó libre para que Isabel Perón y López Rega emprendieran el desmantelamiento definitivo de
la política de concertación de clases, esta tarea se le encomendó a Celestino Rodrigo, un miembro del denominado “clan López Rega”. Al igual que
Gómez Morales, Rodrigo propuso resolver la crisis en la balanza de pagos y poner freno al déficit fiscal, pero el nuevo plan de estabilización se diseñó
siguiendo las pautas ortodoxas de la política de “shock”. Dos días después de haber asumido su cargo, Rodrigo decretó una devaluación masiva del

49
¿De verdad? ¿Este era el clima?

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peso, un incremento sustancial en las tarifas de servicios y una estricta política de austeridad en el gasto público. El equipo económico tenía la espe-
ranza de que en los meses siguientes los precios aumentaran a un ritmo ligeramente menor al incremento del valor del peso y las tasas de servicios y
que los salarios quedaran por detrás. Pero la movilización de los trabajadores y las huelgas para protestar contra el decreto de Rodrigo hicieron que se
permitiera la firma de acuerdos salariales que establecían incrementos de entre un sesenta y un doscientos por ciento, con un promedio de 160 por
ciento que excedía por mucho las expectativas del gobierno. Cuando, después de una huelga general, Isabel Perón anunció que aprobaría los convenios
colectivos de trabajo, el ajuste económico perdió todo apoyo. El programa había encontrado adhesión explícita sólo en algunos de los sectores más
concentrados del empresariado […] El Consejo Empresario Argentino, el cual presidía Alfredo Martínez de Hoz e incluía compañías poderosas, como
Fortabat, Pérez Companc y Techint, acudió al pedido de apoyo de Rodrigo, con lo que demostró que aplaudía sus medidas. Quienes se mostraron
particularmente satisfechos con la devaluación del peso y aseguraron que incrementarían la producción fueron los líderes de las organizaciones empre-
sariales que representaban al sector agropecuario […] Pero el programa no encontró apoyo decisivo en las declaraciones políticas de los desarticulados
sectores empresariales. El sector más poderoso de la clase empresarial, que poseía la base social necesaria para respaldar el ajuste, desconfiaba de la
orientación política del gobierno que pretendía realizarlo. Por su parte, a la CGE no se le había consultado en el diseño de las medidas y el fin de su
liderazgo sobre la política económica era evidente. (Págs. 229-231)
La crisis finalizó con la sustitución de Rodrigo y López Rega y la victoria de la burocracia sindical, la cual, tras asumir un control sin precedentes
sobre el proceso político, pretendía reorientar el rumbo económico del gobierno hacia un “verdadero peronismo”: no el Pacto Social de Gelbard, sino
un programa similar a la experiencia de 1946-1948 […] El reemplazo de Rodrigo fue Pedro Bonanni, el ministro de Hacienda durante el período de
“cambio de rumbo” del gobierno peronista anterior. Mientras diseñaba un Plan de Emergencia Económica, Bonanni autorizó ciertos incrementos sala-
riales y anunció una tregua en los precios y los sueldos, gracias a lo cual obtuvo el respaldo de la CGT. Por el contrario, la CGE rechazó la propuesta y
argumentó que las empresas entrarían en bancarrota si no podían recomponer sus ingresos. Este planteo adquirió el aspecto de una amenaza debido a la
coyuntura en la que se presentó, durante la cual se había despedido un gran número de trabajadores. Ante la imposibilidad de alcanzar un mínimo de
paz social para continuar con las medidas necesarias, Bonanni renunció cinco días después de haber asumido su cargo. El nuevo ministro de Economía
fue Antonio Cafiero, con Guido Di Tella como segundo al mando. (Pág. 231-232)
El nuevo equipo económico decretó una “tregua social”, mediante la cual se prohibieron los despidos y las huelgas. La recesión y el desempleo se
habían arraigado en la economía argentina y agravaban el creciente conflicto social. Por lo tanto, el principal objetivo fue la reactivación de la econo-
mía seguido en importancia por “una desaceleración gradual de la inflación”. El “enfoque gradualista” que buscaron implementar para poner freno a
la inflación respondía a la necesidad de tomar en cuenta los intereses de sectores diversos (es decir, regresar a la política de concertación de clases) y
evitar nuevos “shocks” en la economía. (Pág. 232).
En Octubre de 1975, la CGT y la CGE firmaron el Acta de Concertación Social Dinámica. Si bien esta Acta representaba en parte una restauración
del Pacto Social, incorporó también directivas de flexibilidad, con una política de precios menos rigurosa y medidas preventivas para ajustar los salarios
cada tres meses, comenzando en enero de 1976. De todas formas, una semana después de firmar el pacto, el ministro otorgó un incremento salarial del
27 por ciento sin consultar al empresariado. Ante el fracaso de la Concertación, la CGE gradualmente perdió su influencia y las fuerzas políticas que
articulaban los intereses empresariales comenzaron a reconfigurarse rápidamente. Los sectores agropecuarios habían estado expresando su descontento
por algún tiempo. Al paro nacional que emprendió la Confederación Rural Argentina ( CRA) en mayo de 1975 le siguió otra huelga patronal en septiem-
bre, con la participación de todas las organizaciones más importantes del sector agropecuario. (Pág. 233)
A comienzos de 1976, Isabel Perón intentó recuperar el control político por medio de una modificación íntegra de su gabinete. Removió a la coa-
lición de líderes sindicales y políticos peronistas de la “vieja guardia” y la reemplazó con individuos estrechamente vinculados al ex ministro López
Rega. En asuntos económicos, el gobierno regresó a un plan que pretendía favorecer a los sectores empresariales más poderosos y evitar de esa forma el
golpe militar que parecía inminente. Si bien esta había sido originalmente la intención de Isabel Perón, se había visto obligada a echarse atrás, renuen-
temente, como resultado de la movilización de trabajadores que condujo a la destitución de Rodrigo. Al igual que sus predecesores, el nuevo ministro,
Emilio Mondelli, buscó acercarse a los organismos financieros internacionales y promover la colaboración del capital extranjero. Un mes después de
asumir su cargo, Mondelli anunció las principales medidas del denominado “Plan de Emergencia Económica”. Si bien no explícitamente, el plan hacía
hincapié en la resolución del problema de la balanza de pagos, el incremento de la actividad económica, la reducción del déficit fiscal y la inflación, en
ese orden. Con estas prioridades, el gobierno implementó una reforma en los mercados cambiarios equivalente a una devaluación, y aumentó las tasas
de servicios y combustible. Las medidas sólo lograron acelerar el proceso inflacionario y la especulación monetaria en contra del peso. (Pág. 234)
Algunos días después, el 24 de marzo de 1976, las fuerzas armadas derrocaron al gobierno y asumieron el poder. (Pág. 235)
9. La burguesía industrial al poder: dinámica provincial y el fin del capitalismo nacional (BRENNAN)
Es una síntesis del capítulo anterior.
Reflexiones finales

29
Lo frecuente de [las] asociaciones empresariales indica que la historia argentina no es única y refleja una etapa particular del desarrollo capitalista
en las políticas y culturas latinoamericanas, las cuales presentaron problemas comunes y aplicaron soluciones dentro de una cierta tendencia similares,
sobre todo en lo que se refiere a la relación de la región con la economía mundial y la búsqueda del desarrollo económico, (Págs. 266-267)
El grado en el cual los pequeños empresarios de la Argentina se movilizaron independientemente del estado y la forma en que este amplio sector
ejerció presión para que se lo incluyera en un proyecto nacional-capitalista, lo cual lo llevó a aliarse políticamente, aunque de manera irregular, con la
fuerza política más importante del país: el peronismo. (Pág. 267)
¿De qué clase de capitalismo se trata? Durante el período bajo análisis, el capitalismo argentino tuvo principalmente el carácter de una economía
industrial, pero el capitalismo industrial posee diversas manifestaciones. El de Argentina se asemejó más al “capitalismo personal” de Gran Bretaña,
con sus empresas familiares y sus compañías relativamente pequeñas, que a las “grandes corporaciones multimodales conducidas por jerarquías de
administradores profesionales” que caracterizaron al capitalismo norteamericano […] Sin duda, un estudio más riguroso del capitalismo industrial
argentino (la estructura de las compañías, el comportamiento del mercado y las prácticas empresarias) brindará una mayor comprensión sobre la eco-
nomía del país, especialmente la política económica, más allá de las denuncias facilistas de “capitalismo clientelista”. (Pág. 268)
La experiencia argentina posee implicaciones mayores para la historia económica. El hecho de que no se haya alcanzado un desarrollo económico
más contundente no procede necesariamente de una ausencia de empresarios dinámicos y dispuestos a correr riesgos, ni de un retraso tecnológico o una
incapacidad de modernizar la producción y de alcanzar economías de escala. En cambio, parecería ser el resultado de que no se haya creado un am-
biente institucional apropiado y de la inconsistencia y lo impredecible de las políticas económicas, las cuales inhibieron una mayor toma de riesgos en
las inversiones a largo plazo. (Pág. 268)
Por medio de sus acciones y exigencias, los empresarios ejercieron también su influencia sobre las “reglas de juego”, si bien estas reglas nunca se
hicieron del todo explícitas. Es necesario aclarar que el “empresariado nacional” fue sólo uno de los actores que participaron de este proceso y que la
política económica y sus constantes modificaciones respondieron también a las demandas de sectores rurales, del capital extranjero y de los sindicatos,
así como las en la estructura sumamente burocrática del estado argentino. Estas conflictivas y a menudo contradictorias demandas no poseían necesa-
riamente como fin último el desarrollo económico. (Pág. 269)
No existe duda alguna de que los vínculos entre el estado y el empresariado en Argentina son lo bastante complejos, como lo hemos demostrado,
para descartar cualquier caracterización general que evite estudiar minuciosamente la compleja dinámica de los procesos históricos. (Págs. 268-269)

30
Ricardo Sidicaro
“Los tres peronismos”
Prefacio
La experiencia del menemismo se situó en el límite en el que las capacidades estatales y la debilidad de los actores empresarios de capital nacio-
nal llevaron a los peronistas al papel de aliados subalternos del capital financiero internacional con la consiguiente licuación de las representaciones
colectivas funcionales. El colapso de la “independencia económica” se expresó, supuestamente como virtud, en la supresión del manejo de la moneda
nacional conocido como “convertibilidad” y el vínculo internacional celebrado con la vulgar síntesis de “relaciones carnales”, mientras que la “justicia
social” quedaba librada a los esperados, y benéficos, “efectos de derrame”; en fin, la “soberanía política de un amplio conjunto de sectores populares
era trocada por la combinación entre “patrones, brokers y asistidos”. En sentido estricto, todo parecía indicar que el menemismo sería para el peronismo
un “viaje de ida” […] Casi sin estado, con la clase obrera industrial en retroceso y fragmentada, sin “partenaire” empresario, el menemismo ya no pudo
ser el peronismo, y la fuerza política creada por Perón asumió como presente y futuro inmediato la fragmentación provincial y municipal, si bien las
inercias propias de las representaciones colectivas peronistas, operando como recuerdo, contribuyeron a su eficacia electoral en el campo político.
(Págs. 8-9)
Introducción

[…]Luego de medio siglo, las numerosas evidencias de que el peronismo se convirtió en un partido tradicional del sistema político argentino per-
mite analizarlo con más soltura, con los mismos instrumentos conceptuales y preguntas empleados para indagar sobre cualquier otro agrupamiento
electoral, situándolos en las características del campo político en el que se desempeña […] Nuestra investigación sobre las relaciones entre los gobier-
nos peronistas (1946-1955, 1973-1976, 1989-1999) y los actores socioeconómicos predominantes fue abordada primero considerando por separado
cada una de esas tres experiencias de poder, para establecer luego una serie de proposiciones conceptuales de carácter comparativo […] Con respecto a
las comparaciones que realizaremos en nuestra indagación nos situaremos, igualmente, en una perspectiva que coincide con las estrategias analíticas
weberianas, prolongadas en épocas recientes, entre otros, en los trabajos de BARRINGTON MOORE, Ch. TILLY o Theda SKOCPOL. (Págs. 12-13)
La hipótesis inicial puede resumirse del siguiente modo: las orientaciones de los gobiernos peronistas fueron el resultado de la combinación entre:
1) los proyectos e intereses, materiales y simbólicos, de quienes dirigieron cada una de esas tres gestiones gubernamentales; 2) las situaciones o condi-
ciones en que se hallaban las “capacidades estatales” (burocráticas, políticas, técnicas y económicas) en los distintos períodos; 3) las “características e
intereses de los grandes actores socioeconómicos” con los que establecieron “relaciones de cooperación y de conflicto” en cada una de esas experien-
cias, y 4) los tipos de vinculaciones que los dirigentes gubernamentales peronistas mantenían con sus apoyos sociales, fundamentalmente, si bien no de
manera exclusiva, situados en los sectores populares y en las organizaciones sindicales. (Pág. 13)
Partidos y dirigentes políticos y gubernamentales

WEBER distingue dos tipos ideales de partidos: “los partidos (que) son esencialmente organizaciones patrocinadoras de cargos… en cuyo caso su
objetivo consiste sencillamente en llevar a sus jefes por medio de elecciones al lugar director, para que estos distribuyan luego cargos estatales entre su
séquito… Carentes en tal caso de programa propio, inscriben en el mismo, en competencia unos con otros, aquellos postulados que suponen deben
ejercer mayor fuerza de atracción sobre los votantes… O bien los partidos son principalmente partidos de ideología que se proponen, por consiguiente,
la implantación de ideales de contenido político… Por lo regular, los partidos suelen ser ambas cosas a la vez. O sea que se proponen fines políticos
objetivos transmitidos por tradición y que en consideración de esta sólo se van modificando lentamente, pero persiguen además el patrocinio de los
cargos”50 […] El interés por encumbrar a los jefes y distribuir cargos entre los miembros de los séquitos, combinado con la inercia y recreación de las
tradiciones ideológicas, capta aspectos centrales de la dinámica de los partidos modernos. (Págs. 15-16)
En tanto asociación para la promoción de sus jefes a posiciones estatales de dominio y de reconocimiento social, en unos casos con más principios
doctrinarios y en otros manifestando una casi exclusiva preocupación por los cargos, y si bien las aspiraciones materiales se combinan con las simbóli-
cas por los ideales alcanzados, en la definición weberiana las actividades partidarias quedan despojadas de buena parte de las presentaciones mistifica-
das tan caras a los actores que intervienen en ellas […] En los partidos, según señala WEBER, aun aquellas orientaciones más utilitaristas se combinan
con “la existencia de los fines políticos objetivos transmitidos por tradición” cuya modificación es lenta. Esa dimensión, en la que el partido moldea las
expectativas de los dirigentes y de sus bases de apoyo, y los inscribe en valores y tradiciones cuya fuerza no siempre son registradas en la conciencia de
dichos actores, se pone de manifiesto en los rituales y las celebraciones, y se revela en la manera de definir a los adversarios fundacionales, a los que se
recrea al narrar la propia historia. En el plano del sistema de partidos, el “otro” no sólo contribuye a asegurar la permanencia de un “nosotros”, sino que
además alimenta la autopercepción virtuosa al permitir pensar que las conductas interesadas son un rasgo casi exclusivo de los adversarios. (Págs. 16-
17)
Las definiciones propuestas por WEBER incluyen los nexos entre los intereses de los dirigentes partidarios y las formas con que se construyen re-
laciones con los intereses de los distintos sectores sociales en la lucha por alcanzar posiciones de poder […] La tradición que ligó a las organizaciones

50
La cita pertenece a Economía y Sociedad.

31
políticas con los intereses y con la historia de ciertos sectores sociales suele tener como consecuencia que, aun cuando dichos partidos modifiquen sus
proyectos y doctrinas, conserven esos apoyos concitados en circunstancias precedentes. (Pág. 17)
Los actores socioeconómicos predominantes

[Según] TOURAINE: “La dominación social no tendría sentido concreto si no se tradujera en una influencia predominante. Los intereses de los
grupos dirigentes dominan tanto la escena política como el campo de las relaciones de clase. No hay “poder compensador”; las acciones de los sindica-
tos no equilibra la de la patronal. Pero esta afirmación, que retoma simplemente la idea de sumisión del sistema político al modo de dominación social,
no significa en absoluto que el sistema político deba ser considerado solamente como el agente de la clase dominante. En principio, porque la clase
dominante considerada como una colectividad política no está unificada”51. (Págs. 17-18)
En nuestra investigación definimos como actores socioeconómicos predominantes a un conjunto de agentes cuyas actividades gravitan de un mo-
do estratégico sobre la economía nacional cuyas acciones u omisiones tienen, en consecuencia, gran importancia para el conjunto de las relaciones
sociales52. Según los distintos momentos históricos, puede tratarse de un gran número de empresas cuyos intereses coinciden por actividades derivadas
de los bienes que producen, de los servicios que brindan o por su participación en los intercambios internacionales; de firmas o de grupos económicos
que ocupan posiciones monopólicas y/o tienen inserciones destacadas en varias actividades; de grandes inversores ocasionales, nacionales o extranje-
ros, cuyas decisiones pueden desestabilizar la totalidad de la economía o áreas clave. Suelen asumir la representación política de los actores socioeco-
nómicos predominantes: entidades corporativas, algo usual en el caso de las actividades de las que participan muchas empresas; sus propios propieta-
rios o directores, cuando se trata de grandes firmas o grupos económicos; los delegados y managers que negocian profesionalmente su defensa o son su
expresión ocasional; si se trata de capitales extranjeros, es común que en la procuración se sus intereses intervengan embajadas y los gobiernos de sus
países y los organismos financieros internacionales. Como surge de la heterogénea composición de los actores socioeconómicos enumerados y de las
características igualmente diferentes de quienes los representan, aquí sólo resulta pertinente definir a esos actores con referencia a los sistemas relacio-
nales de poder de los que participan53. Consideraremos su situación de predominio a partir de su capacidad para: 1) gravitar sobre la reproducción y la
orientación de la economía nacional de cada período, y 2) condicionar u orientar la toma de decisiones estatales. Los medios utilizados por los mencio-
nados actores para ejercer su poder de intervención en los procesos gubernamentales suelen ser extremadamente variados: desde la corrupción de
funcionarios públicos hasta las peticiones totalmente ajustadas a las normas institucionales de la democracia. La dificultad para visualizar las escenas
donde se desenvuelven esas acciones políticas y para captar los mecanismos de negociación favorables a los intereses particulares, o tendientes a neu-
tralizar las demandas que los perjudican […] reside en su opacidad, que obstaculiza pero no impide su estudio. (Págs. 18-19)
Campo político y campo económico

El concepto de campo según […] Pierre BORDIEU […]: “La estructura de campo es un “estado” de relaciones de fuerza entre los agentes o las ins-
tituciones comprometidas en la lucha, o, si se prefiere, de la distribución de capital específico que, acumulado en el curso de las luchas anteriores,
orienta las estrategias ulteriores. Esta estructura, que se encuentra en el principio de las estrategias destinadas a transformarla, está, ella misma, siempre
en juego: las luchas que se libran en el campo tienen como meta en disputa el monopolio de la violencia legítima (la autoridad específica) que es carac-
terística o propia del campo considerado, es decir, en definitiva, la conservación o la subversión de la estructura de la distribución del capital específico
(hablar de capital específico significa que el capital vale “en relación” con un determinado campo, o en los límites de ese campo, y que sólo es conver-
tible en otra especie de capital bajo determinadas condiciones)Todos los que están comprometidos en un campo tienen en común un cierto número de
intereses fundamentales; en primer lugar, todo lo que está ligado a la existencia misma del campo: de allí que exista una complicidad objetiva que
subyace en todos los antagonismos”54. (Págs. 19-20)
Los dirigentes peronistas de los tres períodos tuvieron la primacía en el campo político, es decir, en las luchas entre partidos y grupos partidarios,
para acceder al manejo de las instituciones estatales […] Tanto para los actores del campo político como para los del campo económico, el estado era
un componente clave de sus metas y estrategias. Para los dirigentes políticos, definidos weberianamente, los cargos, con sus significaciones materiales
y simbólicas, constituían el objetivo de sus luchas. Los mayores actores socioeconómicos buscaban decisiones estatales favorables a sus intereses. (Pág.
20)
La competencia entre empresas asume a menudo la forma de competencia “por sobre el poder del estado” —en especial sobre el poder de regla-
mentación y los derechos de propiedad— y por las ventajas aseguradas por las diferentes intervenciones estatales: tarifas y aranceles preferenciales,
patentes, créditos para investigación y desarrollo, licitaciones o compras públicas de equipamientos, ayuda a la creación de empleos, a la innovación, a
la modernización, a la exportación, a la vivienda, etc. […] Destaquemos, entonces, que las luchas empresarias por la maximización de las ganancias

51
La cita corresponde a Production de la société.
52
Es curioso que para Sidicaro la clase obrera no cumpla con este insigne papel.
53
Nota estructuralista.
54
La cita corresponde a Questions de sociologie.

32
incluyen necesariamente la disputa por las orientaciones estatales, y que ésa no es una “desviación” propia de determinados países con menor nivel de
desarrollo capitalista. (Págs. 22-23)
Estado: economía y sociedad

Los desempeños estatales previsibles, calculables y racionales aparecen en el fundamento de las sociedades modernas, y sin su presencia las ins-
tituciones pierden legitimidad ante la población, provocando la multiplicación de iniciativas contrarias a las leyes y debilitando la cohesión del tejido
social. (Págs. 22-23)
En las dimensiones de la práctica estatal planteadas por WEBER se incluyen, naturalmente, aquellas referidas a las obligaciones de los individuos
con respecto al estado. A las vinculadas a recaudar impuestos las vincula con el mejor funcionamiento del capitalismo moderno: “el estado con sistema
puro de contribuciones en dinero, con administración propia en la recaudación Y sólo limitada a ésta) y con apelación a servicios personales sólo para
fines políticos y judiciales, ofrece al capitalismo racional, orientado por el mercado, las probabilidades óptimas”. En la capacidad de recaudación tribu-
taria de los estados modernos y en el carácter equitativo de los impuestos se encuentran, a la vez, las condiciones para finalizar la realización de sus
objetivos y asegurar el cumplimiento de sus metas generales y específicas, estimulando así el desarrollo de la economía privada […] “Históricamente,
el progreso hacia lo burocrático, hacia el estado que juzga y administra conforme a un derecho estatuido y a reglamentos concebidos racionalmente,
está en la conexión más íntima con el desarrollo capitalista moderno. La empresa capitalista moderna descansa internamente, ante todo, en el cálculo.
Necesita para su existencia una justicia y una administración cuyo funcionamiento pueda calcularse racionalmente, por lo menos en principio, por
normas fijas generales, con tanta exactitud como puede calcularse el rendimiento probable de una máquina”55 […] Así, la previsibilidad racional de la
acción estatal aparece como la condición para la estructuración de conductas empresarias igualmente racionales […] La perspectiva weberiana permite
definir a los empresarios modernos como sujetos interesados en lograr el mayor nivel de ganancias posible, pero cuyos métodos y estrategias se encuen-
tran condicionados por los límites impuestos por la racionalidad de las instituciones estatales. En consecuencia, el debilitamiento de la previsibilidad
racional del estado favorece la aparición generalizada de las conductas propias del “capitalismo aventurero enraizado en la política”. (Págs. 23-24)
1. La construcción del estado intervencionista (1930-1943)
Remitir a los cambios institucionales de esos años no es simplemente evocar los antecedentes del peronismo o factores de su contexto previo. Las
luchas políticas en torno a la construcción del intervencionismo estatal y los acuerdos y conflictos entre los dirigentes conservadores y los actores
socioeconómicos predominantes de esa época implicaron plantear una modificación de las relaciones estado-sociedad destinada a proyectarse en la
etapa siguiente, que tuvo nuevos protagonistas partidarios cuya formación, proyectos y estrategias supusieron la existencia de un “locus” institucional
inexistente antes del régimen conservador al que sucedieron […] Resulta importante destacar que el intervencionismo del estado en la vida económica y
social no fue una idea surgida con la crisis del 30, pues los políticos conservadores y las corporaciones rurales, por razones no totalmente coincidentes,
se habían planteado el tema desde mediados de la década de 1910. (Pág. 25)
El moderno estado intervencionista argentino comenzó a organizarse durante el gobierno militar presidido por el general Uriburu, y el cambio fue
continuado y profundizado bajo su sucesor, el general Justo. La iniciativa fue el resultado de una convergencia integrada, fundamentalmente, por la
dirigencia política conservadora y los actores socioeconómicos predominantes. En el bloque de partidos revistaban conservadores, radicales antiperso-
nalistas, socialistas independientes y expertos sin afiliación, mientras que entre los sectores empresarios se destacaban los dueños de los grandes esta-
blecimientos rurales, los titulares de las principales entidades financieras y de las mayores firmas industriales, respectivamente, si bien no de manera
exclusiva, expresados en el plano corporativo por la Sociedad Rural Argentina, la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y la Unión Industrial Argentina
m[…] En principio, la abstención radical y luego el fraude supusieron la existencia de un sistema de designación de autoridades en el que los apoyos
electorales no eran decisivos y los candidatos del oficialismo tenían la victoria asegurada. (Págs. 26-27)
La convergencia de los dirigentes de la Concordancia con los actores socioeconómicos predominantes de comienzos de la década del 30 transfor-
mó los aparatos estatales a fin de “dirigir” la economía. En principio, el cambio de las instituciones estatales tuvo por meta beneficiar o proteger los
intereses de los grandes propietarios agrarios. Las modificaciones que establecía el intervencionismo estatal se justificaban desde una perspectiva que
identificaba la ayuda a la producción rural con la defensa de la economía nacional ante los efectos negativos de la crisis mundial. Pero con el paso del
tiempo se rompió la confluencia de los dirigentes políticos con los socioeconómicos y se revelaron sus disímiles intereses y objetivos respecto al inter-
vencionismo estatal. La ruptura del acuerdo se produjo cuando los gobernantes conservadores se propusieron ampliar las disposiciones intervencionis-
tas para beneficiar sus propios intereses 56 y consolidar los mecanismos burocráticos y los recursos económicos del estado, despertando la firme resis-
tencia de los principales sectores empresarios. (Págs. 28-29)
Las juntas y comisiones reguladoras de diferentes tipos de actividades económicas, así como en Banco Central y la Corporación de Transportes de
la Ciudad de Buenos Aires tuvieron mesas directivas o comités asesores en los que participaban los representantes de los intereses empresarios directa-

55
Ambas citas corresponden a Economía y Sociedad.
56
¿Cuáles eran sus propios intereses?

33
mente concernidos por esas acciones estatales. Esta manera de organizar el intervencionismo en la economía implicaba, desde el punto de partida, una
escasa o casi nula autonomía del estado57 con respecto a los sectores socioeconómicos predominantes. (Pág. 29)
En nuestro país, la coincidencia entre políticos y empresarios que originó el intervencionismo estatal, abrió los aparatos de regulación a los repre-
sentantes de las entidades corporativas y de las grandes firmas. Dada la forma del desenvolvimiento político de la primera mitad de la década del 30, no
es arriesgado suponer que las personas designadas por los ministros, gobernaciones u otros organismos para integrar las juntas y comisiones debieron
reclutarse prioritariamente en acuerdo con los intereses privados. Esta cercanía entre el estado y los empresarios estaba en la base de la buena acogida
que tuvo el intervencionismo cuando comenzó a operar, situación que no se registró en otros países donde la distancia entre ambos actores era mayor.
(Págs. 31-32)
Políticos conservadores y actores socioeconómicos predominantes: las líneas de fractura

La incorporación de los grandes empresarios o de sus representantes en los organismos de regulación de la economía no era la expresión de una
fácil circulación entre el mundo de los negocios y la actividad política. Como parte de un momento de confluencia de intereses, esa convergencia se
plasmó en la presencia de hombres de empresa en los aparatos de dirección de la economía, pero los dirigentes políticos no tuvieron igual actitud
aperturista cuando se trataba de ocupar cargos en las provincias y legislaturas. Es interesante destacar este problema, que revela una característica
importante de la instauración del estado intervencionista […] La mayoría de los políticos del conservadurismo que había vetado la reforma de las
instituciones de inspiración fascista —impulsada por el nacionalismo uriburista— optó luego por la participación corporativista en la gestión de la
economía, pero preservó bajo su exclusiva esfera de control los cargos políticos y las decisiones sobre el reclutamiento de sus ocupantes. Para la diri-
gencia conservadora, la democracia liberal, en tanto régimen político, se identificaba con el monopolio de sus partidos del usufructo de puestos estata-
les, situación que debían ver amenazada por la prédica “antipartidocrática” de los nacionalistas, con sus ideas favorables a la refundación corporativista
funcional de la representación social. (Págs. 32-33)
El Plan de Reactivación Económica de 1940, llamado Plan Pinedo, constituyó un hito en la relación entre el conservadurismo en el gobierno y los
principales sectores empresarios. El plan se fundaba en la idea de preservar la economía nacional ante los riesgos emergentes del nuevo conflicto
mundial. El proyecto sistematizó un conjunto de iniciativas de carácter intervencionista y alcanzó la sanción legal en el Senado, controlado por los
conservadores, pero no en la Cámara de Diputados, en la que tenía mayoría el radicalismo. La actitud de las organizaciones empresarias no fue homo-
génea. La UIA acogió la iniciativa con viva satisfacción, interpretando sus disposiciones favorables al desarrollo manufacturero como un reconocimien-
to de la envergadura alcanzada por el sector que ella expresaba, y como el eco, al fin favorable, de las demandas realizadas por la entidad fabril al
estado. (Pág. 35)
La Bolsa de Comercio de Buenos Aires adoptó una posición cautelosa frente al Plan pinedo, no se mostró partidaria de la ampliación de las fun-
ciones del estado y, si bien no negaba la importancia de los planteos y necesidades registrados en sus enunciados, dudaba de la conveniencia de crear
nuevos organismos para intervenir en la economía y en la esfera de la producción industrial, y sugería acotar los estímulos a las actividades manufactu-
reras abastecidas con materias primas de origen nacional. Como para la entidad ruralista, en la opinión de la corporación bursátil la prosperidad del país
estaba supeditada a la marcha de los negocios agropecuarios, y las dificultades aparecidas con la conflagración bélica mundial demostraban su impor-
tancia. La SRA sostenía que era necesario estimular oficialmente las actividades industriales que empleaban insumos de origen nacional. Con respecto a
la construcción de viviendas con el doble de fin de proveer empleo y contribuir a paliar el déficit de alojamiento, otro de los objetivos del Plan, los
dirigentes agrarios consideraban que la edificación privada debía ser un reflejo de la marcha general en la economía, y argumentaban que si el estado
quería intervenir para operar como dinamizador de la demanda de empleo podía construir elevadores de granos y depósitos para mejorar el almacena-
miento de la producción nacional, y sobre su financiamiento, sugería hacerlo por medio de “warrants” 58 de redes contables. (Págs. 35-36)
Por otra parte, la SRA opinaba que, si el estado tenía problemas para financiar sus actividades, la alternativa más adecuada era la reducción de los
gastos de la administración pública: no proveyendo a las vacantes de personal y concentrando funciones; no acordando pensiones graciables; y frente a
la falta de divisas para las obligaciones con el exterior, proponía una moratoria en el pago de la deuda pública (por extensión, en todos los servicios
financieros de cualquier procedencia) que no fuera hecho en especie. En la misma tónica reclamaba ceñir rígidamente el comercio internacional al lema
“comprar a quien nos compra, con lo que reafirmaba sus principios en la materia, en una coyuntura en la que en las esferas oficiales se discutía la
conveniencia de promover el comercio con los Estados Unidos. Toda la referencia de la SRA mantenía una cierta ambigüedad y confundía sus puntos
de vista con los del país en su conjunto. (Pág. 37)
Las corporaciones empresarias y el gobierno de Castillo

57
Si el estado es el campo en el que ha darse la lucha entre los actores socioeconómicos predominantes y los dirigentes políticos, ¿cómo es que ahora
viene a necesitar autonomía?
58
El warrant es un título corporativo muy parecido a una opción de compra. Ofrece al tenedor el derecho, mas no la obligación de comprar acciones
comunes directamente de una compañía a un precio fijo por un periodo determinado. Cada Warrant especifica el número de acciones que puede com-
prar el tenedor, el precio de ejercicio y la fecha de vencimiento.

34
En las discusiones llevadas a cabo en la Cámara de Diputados a propósito del Plan pinedo de 1940 y en sus declaraciones partidarias, los radicales
se habían manifestado contrarios al proyecto, esgrimiendo distintas argumentaciones, detrás de las cuales parecía hallarse el deseo de impedir que el
gobierno conservador sacara dividendos políticos y electorales de la iniciativa y de su implementación. Distribución de créditos oficiales, fomento para
la construcción de viviendas, iniciativas para generar empleos, etc., eran medidas cuya administración los radicales no podían dejar de percibir como
recursos políticos que mejorarían la situación de los conservadores […] Más allá de las disímiles orientaciones de las entidades empresarias frente al
Plan, la actitud de los diputados preocupaba a las corporaciones, ya que podía paralizar la acción gubernamental en el crítico contexto mundial. (Págs.
38-39)
Los conflictos entre el estado y los grandes empresarios se mantuvieron y agravaron con motivo de una serie de reformas impositivas impulsadas
por el gobierno para solucionar los problemas del déficit presupuestario mediante ingresos reales y evitar seguir endeudándose con empréstitos. Esta
crispación de las relaciones marcó los dos últimos años del régimen presidido por Castillo, más decidido aún a afirmar la consolidación de la acción
estatal. Con el aumento de las tensiones, los voceros gubernamentales adoptaron posiciones discursivas más agresivas, con el consiguiente aislamiento
y la retroalimentación de la dureza de sus enunciados. Las entidades empresariales pedían el achicamiento del estado y la restricción de sus gastos, en
tanto que los políticos conservadores estimaban justa y necesaria la ampliación de las cargas impositivas […] Las condiciones mundiales, decían, no
justificaban nuevos impuestos y era urgente consolidar las empresas locales y no quitarles recursos, para así prepararse mejor para la defensa económi-
ca. (Págs. 41-43)
El gobierno de Castillo no retrocedió en su idea de mejorar los ingresos estatales mediante impuestos y en la primera mitad de 1942 agregó otro
proyecto: el impuesto móvil a la exportación […] En términos cuantitativos, el impuesto móvil fijaba un precio máximo para los productos de exporta-
ción que sólo podían superar en un 20% el promedio alcanzado en el período 1937-1939. La respuesta de la SRA no por previsible dejó de ser terminan-
te. La iniciativa suponía un daño para el país, ya que desalentaría la producción […] Consecuencias negativas previsibles: el estímulo generado por la
guerra mundial quedaría neutralizado y, con el retorno de la paz, debilitada la posición exportadora del país. (Págs. 43-44)
En septiembre de 1942 la Cámara de Diputados debía tratar las litigiosas reformas del impuesto a los réditos y los legisladores oficialistas demos-
traron un singular ímpetu verbal para justificar el proyecto. Las entidades empresarias se mostraron dispuestas a dar una gran batalla por la conquista de
la opinión pública y crearon del Comité de Defensa Económica, cuyas solicitadas poblaron la prensa diaria con pedagógicos cuadros y gráficos, para
ilustrar la motivación estatista de la reforma impositiva. El intervencionismo económico era directamente asociado a los intereses de los políticos
conservadores, deseosos de expandir sus influencias y clientelas. (Pág. 45)
La ecuación entre impuestos y provisión de dádivas daba a los empresarios la posibilidad de hablar desde una perspectiva de aspiración ética de
valor universal: el trabajo, y de asignar a sus adversarios conductas egoístas, así como la defensa de intereses particulares y, peor aún, el fomento de la
pereza burocrática […] Proponían como alternativa en su nota la urgente conformación de un Consejo Económico integrado por miembros del go-
bierno, del Congreso y del empresariado, para estudiar los proyectos de leyes en cuanto a sus consecuencias sociales y económicas, en relación a los
problemas fiscales en las circunstancias en que se hallaba el país (Pág. 48-49)
Los políticos conservadores, que en el sentido de la definición de WEBER se preocupaban por mantener el control de las posiciones de gobierno y
los privilegios materiales y simbólicos de ellas derivados, empleaban el fraude electoral como medio para asegurar esos fines. El fraude ampliaba las
posibilidades de los dirigentes conservadores de tomar distancia con respecto a los puntos de vista e intereses de los actores socioeconómicos predomi-
nantes. No necesitaban recurrir a ellos para financiar campañas electorales, ni tampoco para fortalecerse socialmente con el prestigio, o el reconoci-
miento honorífico, que podría granjearles la relación con los grandes propietarios […] Las acciones provinciales destinadas a implementar el fraude
electoral acordaban un fuerte protagonismo a los dirigentes conservadores de nivel medio o local que fundaban su poder en la política, remitiendo esa
actividad a cadenas de intermediarios que, en términos weberianos, como ellos, también vivían de la política. Las luchas entre facciones conservadoras
estaban estrechamente vinculadas a la disponibilidad de los recursos públicos —nacionales, provinciales o municipales— para engrosar sus respectivas
clientelas y para hacer obras que redundaban en apoyos sociales. (Págs. 52-53)
La combinación entre el fraude y las obras públicas de alcance municipal o provincial conformaba la lógica que se encontraba en la base de la ac-
ción política del conservadurismo. Cuando sus dirigentes principales alcanzaban el control de los puestos más importantes del estado, el aprendizaje
realizado en sus “cursus honorum” no podía, naturalmente, disiparse. La identificación con las funciones y responsabilidades del estado podía cambiar
el modo en que algunos altos dirigentes del conservadurismo percibían la situación nacional, pero, de todas maneras, no se cortaba su relación con el
sistema que los había llevado a las alturas del poderío. Es más, la autonomía propia de los aparatos estatales con respecto a la sociedad estimulaba la
independencia de los políticos conservadores “vis à vis” de las representaciones organizadas del gran empresariado. Esto no impidió, naturalmente, que
existiesen numerosos casos de corrupción y de claro favoritismo por determinados intereses económicos. (Pág. 54)
Muchos debieron creer que el ciclo de desencuentros y de conflictos entre el estado y los actores socioeconómicos predominantes se había cerrado
con el golpe del 4 de junio [de 1943]. Sin embargo, los acontecimientos tomaron un curso muy distinto y el estado intervencionista se convirtió en el
centro de la nueva etapa que se abrió con los militares y siguió con el peronismo. (Pág. 54)
2. El estado peronista y el cuestionamiento de los principales actores socioeconómicos (1946-1955)

35
El estado intervencionista cuyas actividades se desenvolvían con gran autonomía respecto de los intereses de los actores socioeconómicos predo-
minantes fue el “locus” institucional que facilitó la creación del peronismo […] Sin ignorar la existencia de otros factores, privilegiamos la dimensión
estatal en el estudio de las transformaciones de las políticas de los gobiernos peronistas. (Pág. 55)
El gobierno militar de 1943-1946 y la prefiguración del peronismo

[…]Las autoridades ungidas luego del golpe de estado de 1943 formularon su intención de mejorar las relaciones del estado con los actores socio-
económicos predominantes. [No ocurrió así, sin embargo] La tendencia a la creciente autonomía del estado con respecto a los intereses de los principa-
les sectores propietarios no sólo se mantuvo sino que se agudizó entre 1943 y 1946. (Pág. 56)
En el plano social, el gobierno militar impulsó disposiciones legales para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. Si bien
no alteró las bases del sistema económico, despertó la protesta de las distintas entidades patronales. […] La estrecha relación entre la política social del
gobierno militar y lo que luego fue el proyecto de los promotores del peronismo tuvo como consecuencia que las entidades patronales reforzasen su
oposición a las medidas favorables a los asalariados. (Pág. 56).
Comparativamente más disruptivo fue lo sucedido en el ámbito rural, donde existían relaciones laborales mucho más informales y las nuevas me-
didas sociales rompían con arbitrariedades que eran consideradas naturales […] La nueva legislación perjudicó, seguramente, muy poco los niveles
de ganancia de los grandes establecimientos, pues los salarios tenían muy poca incidencia. De una manera u otra, los cambios introducidos por la
administración militar estimularon desacuerdos en el sector rural que alcanzaron a casi todos los sistemas de actores: terratenientes y arrendatarios,
comercializadores de producciones primarias y pequeños propietarios, tendieron, a partir de la presencia estatal, a politizar sus viejos diferendos en los
términos de las grandes líneas de división que comenzaban a esbozarse en el ámbito nacional59, (Págs. 57-58)
Con respecto a la posición de los sectores industriales frente a la situación que desembocó en la formación del peronismo, se han planteado dife-
rentes interpretaciones. Mientras que la SRA y los grandes propietarios agrarios se movilizaron más homogéneamente contra el gobierno militar y se
opusieron con mucha decisión a los organizadores del peronismo, el desenvolvimiento de la UIA y de sus dirigentes corporativos fue más contradictorio
y, si bien la entidad fabril terminó alineada con el antiperonismo, la línea de ruptura no fue tan nítida con en el caso de los sectores agrarios […] Proba-
blemente el antiperonismo de la UIA se vio acrecentado por la existencia de los conflictos internos que dividían a sus miembros y, a pesar de que fue
sólo una minoría la que adhirió al nuevo movimiento político60, en la dinámica intracorporativa esta división sirvió para radicalizar las posiciones de
los adversarios del gobierno militar y de sus anunciados continuadores. (Pág. 58)Es importante plantear algunas breves consideraciones sobre las
características de la actividad industrial y de sus empresarios. Mientras que en el caso de los propietarios del sector rural el tipo de bienes que producían
tendía a homogeneizarlos, puesto que todos eran afectados por igual por los movimientos de precios internacionales, sequías, disposiciones impositivas,
etc., no ocurría lo mismo con los empresarios fabriles. El nivel de competencia y de división de estos últimos hacía que a sólo en muy contados y
limitados temas tuvieran convergencias espontáneas o inmediatas. Aun en el caso de la relación con las mejoras de los trabajadores manufactureros, que
en principio podían afectar negativamente al conjunto de los industriales, en las diferentes ramas de actividad las consecuencias distaban de ser las
mismas. La suba de los sueldos ampliaba el mercado de determinadas industrias y perjudicaba a aquellas cuyas demandas no tenían elasticidad ante la
mejora de los ingresos de la población asalariada. (Pág. 59)
Siguiendo los criterios usuales en la diferenciación de las actividades fabriles, para la época que nos ocupa resulta adecuado distinguir las indus-
trias tradicionales (alimentos, textiles, cueros) y las industrias dinámicas (papel, productos químicos, caucho, automóviles y mecánica, metalúrgicas,
maquinarias y aparatos eléctricos). (Pág. 59)
Para las industrias tradicionales las propuestas “industrialistas” del gobierno militar y de los promotores del peronismo no suscitaban mayor inte-
rés. Sus actividades no se encontraban ante el riesgo de la eventual competencia de productos importados, pues operaban con costos comparativos más
bajos que los internacionales. El fomento de nuevas actividades industriales podía resultar atrayente para algunos empresarios, pero no era una deman-
da del conjunto. Las materias primas que empleaban las industrias tradicionales eran de origen nacional, y sus precios aumentaban con el incremento de
los salarios. La expansión del mercado interno por la mejora de los salarios no los favorecía, ya que su producción tenía una demanda relativamente
inelástica con respecto al aumento de los ingresos y, en cambio, incrementaban sus costos. El poco atractivo de las propuestas del peronismo para la
gran industria tradicional se combinó, sin duda, con las dificultades que les ocasionaba la politización de los conflictos sociales […] Tomadas en con-

59
Interesante referencia realiza aquí Sidicaro: según su perspectiva, estas diferencias entre los distintos actores económicos comienzan en la década del
cuarenta y no antes.
60
La protección industrial se basaba en cuatro aspectos según Sidicaro: a. la protección de las industrias surgidas en condiciones favorables creadas por
la guerra mundial; b. el desarrollo de nuevas actividades industriales; c. la transferencia intersectorial de ingresos y la política de créditos tendiente a
abaratar la adquisición de bienes de capital y de materias primas importadas, y d. la expansión del mercado interno mediante mejoras de los ingresos de
la población y, en especial, de los asalariados. (Pág. 59)

36
junto, las resistencias de los industriales a las iniciativas de carácter social de la administración militar deben ser interpretadas como expresión de la
lucha política más que por los efectos negativos sobre sus intereses económicos61. (Págs. 60-61)
El gobierno de Perón y los principales actores empresarios

Las limitaciones que durante la década peronista se impusieron a las libertades públicas y de asociación crean una enorme dificultad para el análi-
sis de las orientaciones de los diferentes actores que discrepaban con las políticas oficiales […] La decisión del gobierno peronista de intervenir, tan
pronto como se instaló, la UIA, debió interpretarse como una amenaza permanente para el resto de las entidades empresarias […] Después de pasados
algunos años de comenzada la gestión de Perón, las relaciones mejoraron y, seguramente, la incorporación a la entidad patrocinada por el gobierno, la
CGE, fue voluntaria para algunos dirigentes de la disuelta UIA, o no tan compulsiva como luego afirmaron. La Bolsa de Comercio de Buenos Aires, con
su doble carácter de corporación que defendía intereses sectoriales y del ámbito en el que se realizaban operaciones bursátiles, resultó la más expuesta a
probables represalias y se apresuró a conciliar con la nueva realidad estatal abierta en 1946. La SRA se adaptó a un ritmo más lento y su apoyo a Perón
fue la consecuencia, según algunos analistas, de un cálculo en términos de costo/beneficios ante una situación que podía poner en peligro su continui-
dad institucional. (Págs. 63-64)
Los intereses de los grandes empresarios rurales

A comienzos de la década de 1940, la concentración de la propiedad de la tierra constituía la característica de las explotaciones agrícolas y gana-
deras […] Para evaluar la importancia de la producción rural cabe considerar su elevado aporte al PBI y a las exportaciones nacionales. A partir de su
posición económica estratégica y de su influencia cultural e ideológica, la gran burguesía agraria era el sector social con más capacidad política para
orientar a los restantes actores empresarios con presencia en la escena política. (Págs. 64-65)
El gobierno de Perón no se propuso modificar la estructura de la distribución de la propiedad en el sector rural. Sin embargo, desarrolló un con-
junto de políticas económicas tendientes a operar transferencias de ingresos desde la actividad agraria hacia otros sectores de la producción. Ese objeti-
vo se buscó por intermedio de la acción del IAPI, entidad que monopolizó las exportaciones agrícolas, fijando precios de compra a los productores, que
en los primeros años de la gestión peronista fueron obtenidos en los mercados mundiales. Los grandes propietarios rurales y las firmas comercializado-
ras de granos perdieron la posibilidad de favorecerse con las alzas de los precios internacionales y de imponer condiciones a los pequeños y medianos
productores. Los primeros años del peronismo correspondieron a una época especialmente propicia para las exportaciones argentinas y los beneficios
obtenidos por el IAPI se utilizaron para favorecer al sector industrial y el desarrollo de las empresas e4statales. (Págs. 65-66)
Con las actividades del IAPI, los grandes empresarios agrarios veían revertirse los mecanismos que clásicamente habían utilizado para defender
sus intereses económicos. No sólo dejaban de ser favorecidos por la acción del estado, sino que se los perjudicaba. Sus críticas a la política económica
del gobierno abarcaron tanto la fijación de precios como el monopolio estatal del comercio de precios. (Págs. 66-67)
Para la política económica del gobierno, esos ingresos resultaban importantes para orientar el desarrollo de la estructura productiva y de su cre-
ciente necesidad de divisas. El interés en evitar el deterioro de los ingresos de los sectores asalariados se asociaba con mantener bajos los precios de los
distintos productos agrarios de consumo popular […] El deterioro de los precios del sector agrario tuvo como consecuencia la disminución de su parti-
cipación en la distribución del ingreso nacional62. (Pág. 68)
La política de precios se modificó a partir de 1950, época en que se produjo una caída de los precios internacionales de granos, por efecto de la
política comercial estadounidense […] Ante esta situación, el gobierno peronista optó por pagar a los productores un nivel de precios mayor que el
obtenido por el IAPI […] En las coyunturas de caída de las cotizaciones mundiales, el IAPI pagó precios más elevados que los externos, pero mejoró
muy poco los ingresos reales de los sectores agrarios. (Págs. 70-71)
En la medida en que para asegurar la continuidad del proceso de industrialización ante el deterioro de los precios agrarios internacionales eran ne-
cesarios mayores saldos exportables, Perón solicitó en 1952 la colaboración de los productores rurales al anunciar las nuevas cotizaciones que pagaría
el ente oficial. Los déficits del IAPI evidenciaron muy rápido los límites del proyecto peronista con respecto a la introducción de modificaciones en la
estructura de la propiedad agraria y a su deficiente nivel de productividad. Según el censo agropecuario de 1947, el 41,6% de la superficie productiva
era trabajada bajo régimen de arrendamiento y ese régimen de tenencia acordaba una elevada incidencia de la renta recibida por los propietarios de la
tierra sobre los costos de los productos agrarios, que fue puesta en cuestión sólo en aspectos secundarios por la gestión peronista. (Pág. 71)
Sin una propuesta de modificación de la estructura agraria, el gobierno peronista osciló entre ofrecer compensaciones para incrementar la produc-
ción y formular amenazas de expropiación. Como ejemplo de este tipo de actitud cabe mencionar que en 1953, ante el desabastecimiento provocado por
la resistencia de los ganaderos frente a la política de precios máximos, Perón amenazó públicamente con la incautación de ganado. Así, para la gran
burguesía agraria, las limitaciones del proyecto peronista fueron una fuente permanente de inseguridad. (Pág. 72)

61
Según este planteo de Sidicaro, a los empresarios industriales tradicionales, le política intervencionista del estado ni los perjudicaba ni los beneficia-
ba, simplemente se oponían porque creaba conflicto social.
62
Sidicaro cita un informe de la ONU (1968) según el cual para la época (1946-49) la caída en la participación del ingreso nacional del sector agrope-
cuario de un 6,5 % significó una mejora del 70% en los salarios de los trabajadores urbanos.

37
Las relaciones de la SRA con el gobierno peronista mejoraron en el segundo período de Perón, a cuya reelección adhirió la entidad suscitando la
renuncia de algunos pocos asociados. Esa armonía no impidió que, al producirse el golpe militar contra el peronismo, los propietarios rurales tomaran
posiciones en el bando triunfante y exigieran la recuperación de las condiciones perdidas. La desarticulación del intervencionismo económico fue la
principal demanda. (Pág. 73)
Los intereses de los propietarios de la industria

En el período 1946-1955, los intereses de los propietarios de las industrias tradicionales retrocedieron en comparación con los de otros sectores
manufactureros. El deterioro fue el resultado de las medidas y orientaciones de distinto tipo, cuyo objetivo no era perjudicar a las industrias tradiciona-
les, si bien provocaban esa consecuencia. (Pág. 74)
En fin, por su carácter de comprador prácticamente monopólico, las empresas de la industria vegetativa que utilizaban los productos de origen
agrario —tal el caso de la lana o de los cultivos industriales— habitualmente habían impuesto sus condiciones a los pequeños productores rurales. El
gobierno peronista, con su política tendiente a mejorar la situación de los peones rurales y de los pequeños productores agrarios, provocó la disminu-
ción de las ventajas de las industrias tradicionales. La promoción estatal de los sistemas de cooperativas de productores rurales, la fijación de precios
para los mencionados insumos, así como la acción del IAPI , contribuyeron a alterar la antigua relación favorable a las grandes algodoneras, a las fábri-
cas de aceite o a los molinos harineros. (Págs. 76-77)
El crecimiento de la producción industrial provocó como consecuencia, un aumento de la importancia de las industrias dinámicas; estas modifica-
ron su partición en la composición del producto bruto industrial, pasando de aportar el 34,9% en el quinquenio 1945-1949 al 42,2% en el quinquenio
1950-1954 […] La incidencia de pequeñas empresas en el proceso de crecimiento industrial del período peronista fue destacada por Ruth SAUTÚ en un
estudio sobre la concentración económica: “En 1954 la industria argentina, cualquiera fuera el origen de sus propiedades, dependía en gran medida para
su supervivencia como sector, dentro de un sistema de autoabastecimiento, de un número muy grande de pequeñas empresas”. Agrega más adelante que
“de hecho, la producción industrial se expandió gracias a la contribución de miles de pequeñas empresas que, como fuera, mantuvieron abastecido el
mercado y contribuyeron al crecimiento económico operado en el período. También el economista DÍAZ ALEJANDRO constató esta característica de la
industrialización argentina basada en el surgimiento de pequeños establecimientos. Dicho autor sostuvo que la industrialización argentina no surgió
equipada plenamente de modo repentino, “sino que dio lugar (en especial después de 1943) a una extraordinaria cantidad de pequeños establecimientos
de dudosa eficiencia a corto plazo”, agregando luego que “la proliferación de pequeños establecimientos parece haber continuado, por lo menos hasta
1953”. (Págs. 77-78)
El Análisis de las orientaciones de esos sectores hacia la política peronista no debe desvincularse de las relaciones que éstos mantenían con los
asalariados y de la amenaza que encontraban en los controles estatales. (Pág. 80)
Si bien las protecciones arancelarias o las traslaciones de ingresos pudieron impedir que parte de esas empresas desaparecieran, las razones de la
adopción de las medidas oficiales no eran sólo consecuencia de la preocupación estatal por ellas. El pleno empleo, el nivel de ingresos de los sectores
asalariados, la balanza comercial o la independencia económica constituían para el gobierno peronista los principales argumentos de la política encara-
da. En la medida que la década inmediatamente anterior había sido altamente favorable para industrias dedicadas a la sustitución de importaciones, la
gestión del peronismo podía relativizarse. Es más, los conflictos con sus asalariados y con las organizaciones sindicales fomentadas por el estado
debieron ser un potente factor de crítica al peronismo por parte de los empresarios de las industrias dinámicas. (Págs. 82-83)
En la medida en que la política económica peronista privilegio la importación de insumos sobre la de bienes de capital, la modernización de las
plantas existentes se convirtió en un problema. Aun cuando las importaciones de maquinaria favorecieron a las empresas dedicadas a la sustitución de
importaciones, sus propietarios reclamaron que se atendieran sus necesidades urgentes de modernización. Sin embargo, como señaló Aldo FERRER, “a
partir de la década del cuarenta, la economía (argentina) es vulnerable a los factores externos en la medida en que la ocupación de la capacidad instala-
da de la industria y el proceso de acumulación de capital (y en gran parte la asimilación del progreso técnico) dependen de la capacidad de importar del
país y de incorporar, en consecuencia, todos los productos intermedios, materias primas, combustibles, maquinarias y equipos que necesita para su
normal desenvolvimiento […] Según Celso FURTADO: “el aumento de la producción manufacturera de bienes de consumo corriente, que se produce al
principio del proceso de sustitución de importaciones, da como consecuencia un aumento de la demanda de productos intermedios y de bienes de
capital en general” que los países de la región no conseguían satisfacer. Para FURTADO, “las industrias de bienes de capital, por el hecho de que enfren-
tan mayores obstáculos, consecuencia de las limitadas dimensiones del mercado y de la falta de medios adecuados de financiación de sus ventas, sólo
encuentran condiciones de desarrollo cuando los precios relativos de este sector alcanzan niveles extremadamente elevados”. (Págs. 83-84)
DÏAZ ALEJANDRO afirmó que el sistema proteccionista desarrollado por el gobierno peronista “no era muy adecuado para estimular la suave tran-
sición de una etapa de industrialización a otra. Por el contrario, creó intereses dentro de la industria manufacturera que tenían una actitud recelosa
acerca de las nuevas actividades de sustitución de importaciones, que habrían de suministrar internamente los insumos que ellos importaban sin grandes
inconvenientes y a un tipo de cambio favorable. Los productores de bienes manufacturados temían que la producción interna de los insumos que antes
importaban tendría como consecuencia el incremento de sus costos”. A partir de esos intereses heterogéneos, las acciones que intentaban dar solución a
los problemas planteados terminaban ocasionando nuevas tensiones y conflictos. (Pág. 84)

38
La solución de la falta de capitales y de divisas para continuar el desenvolvimiento industrial se encaró en varios países del subcontinente, desde
la década del 50, mediante la incorporación de inversiones extranjeras. En términos generales, las ideas peronistas no habían sido propicias para ese
tipo de alternativas […] Con respecto al período 1946-1952, DI TELLA Y ZYMELMAN han señalado que “la afluencia de capital extranjero se vio
dificultada por la actitud del gobierno para su radicación. El estatus de la inversión comercial extranjera resultó afectado por las disposiciones de la
nueva Constitución, sancionada en marzo de 1949, cuyo artículo 40 especificaba que el estado podría intervenir legalmente en algunos sectores de la
economía…” (Págs. 84-85)
Para los empresarios, el deterioro de los equipos y las maquinarias encarecía la producción, al mismo tiempo que la reivindicación de los derechos
de sus asalariados limitaba las posibilidades de incentivar los ritmos de trabajo. El estado, distribuyendo los limitados recursos disponibles, apareció,
para muchos empresarios, como un agente de favoritismo y de corrupción. (Pág. 87)
A partir del conjunto de situaciones contradictorias en que se encontraban los propietarios de las industrias de sustitución de importaciones se
puede explicar el tipo de relaciones que establecieron con el gobierno peronista. Esos empresarios se enfrentaron con una política que, si bien podía
otorgarles algunos beneficios, sin embargo, por sus contenidos estatistas y favorables a los asalariados, creaba numerosas situaciones de conflicto. Aun
cuando el gobierno hizo intentos de ganar el apoyo de esos sectores, el análisis del período muestra que los logros fueron mínimos, o solamente forma-
les. Sin la capacidad necesaria para establecer sus propios proyectos políticos, en un momento histórico en que aumentaba la gravitación política de sus
obreros, y en tanto que consideraban que el estado no defendía suficientemente sus intereses, los propietarios de las industrias de sustitución de impor-
taciones no encontraron motivos para coinvertirse en apoyos activos del gobierno de Perón 63. (Pág. 88)
La Confederación General Económica: ¿los empresarios peronistas?

La CGE se constituyó orgánicamente entre diciembre de 1952 y agosto de 1953. Se concertaba así una antigua aspiración del gobierno, que en va-
rias oportunidades había intentado favorecer la creación de una entidad patronal aliada a su política. (Pág. 88)
Confederaciones Rurales Argentinas y la SRA, entidades que reunían a los más importantes intereses agrarios, también participaron de la creación
de la CGE64 […] A la entidad auspiciada por el peronismo se integraron igualmente la Cámara Argentina de Comercio, la Bolsa de Comercio de Buenos
Aires y las cámaras de la intervenida y disuelta UIA, participaban, también, CAPIC, que se proponía expresar a los empresarios de algunas provincias del
interior argentino. (Págs. 89-90)
La CGE adhirió a la mayoría de las iniciativas del gobierno y en lo económico se preocupó por el aumento de la productividad, el mejoramiento de los
equipos y maquinarias y por la necesidad de la radicación de capitales extranjeros. En cuanto al peso político de las ideas y pedidos de la corporación
oficialista, no hay que considerar que haya tenido capacidad de negociación ni vocación de autonomía para intentar dirigir las estrategias de la etapa
final del primer peronismo. No es excesivamente arriesgado sostener la conjetura de que Perón y sus colaboradores emplearon a la nueva entidad para
consolidar los vínculos con los empresarios tradicionales, en esa época reconciliados con el gobierno. Los dirigentes que tenían una representación real
de sectores de la pequeña y mediana empresa industrial probablemente se identificaban con las decisiones estatales favorables al proceso de sustitución
de manufacturas mediante el cambio de algunos de los ejes que habían inspirado las políticas precedentes y, en especial, la limitación de las orientacio-
nes más beneficiosas para los asalariados. (Págs. 90-91)

El estado organizador y los políticos peronistas

[…] El peronismo se había formado sobre el “locus” institucional creado en los años anteriores a 1943. La unidad de la nueva fuerza política se
había forjado en la común identificación de sus integrantes con el estado intervencionista. La adhesión que lograron en sectores menos privilegiados de
la sociedad llevó a los dirigentes de la nueva fuerza política a “obrerizar” sus discursos y a instalarse —seguramente, muchos de ellos sin buscarlo— en
el centro de los conflictos sociales. En esas condiciones se hizo menos visible que el fundamento que vertebraba la acción de la dirigencia peronista era
el proyecto de consolidación y ampliación del estado intervencionista. (Pág. 94)
En tanto la acción de los aparatos estatales apuntó a limitar la libre iniciativa en, prácticamente, todas las esferas de la sociedad civil, el gobierno
peronista encontró adversarios en los más diversos sectores sociales. Sin embargo, en tanto conflictos sociales se habían politizado y la mayoría de los
asalariados y de los sectores populares se identificaron con el peronismo, la pérdida de algunas de sus libertades y derechos no apareció, para la mayor
parte de sus integrantes, como una cuestión ideológicamente significativa. las conquistas laborales, la mejora del nivel de vida y, más en general, el
reconocimiento del lugar de los trabajadores en la sociedad produjeron las condiciones que forjaron y mantuvieron en el tiempo un imaginario social
favorable al peronismo, que lo consideraba un efecto casi exclusivo de sus propias luchas y movilizaciones […] en la esfera económica, la intervención

63
Desde esta frase puede partir la tesis. Hay que averiguar quiénes son los sustitutores.
64
“no podía sino estar presente una vez más ante el consejo y requerimiento de las autoridades superiores de la nación para integrar la vasta organiza-
ción de la producción, la industria y el comercio, que recientemente han constituido la CGE”. Declaración de la Sociedad Rural al ingresar en la nombrada

agremiación.

39
del estado y la multiplicación de los controles y de medidas de planificación indicativa suscitaron la disconformidad de los principales sectores propie-
tarios. (Págs. 94-95)
Cuando el gobierno de Perón buscó modificar las políticas seguidas en los primeros años y mejorar las relaciones con el gran empresariado, no al-
teró sus principios centrales estatistas. El cambio era una nueva manera de plantear la acción del estado en la economía, sin poner en duda su poder
de orientación sobre la dinámica de ésta.
Las funciones sociales de los aparatos estatales se expandieron en esa década siguiendo lógicas distintas, pero complementarias. El estado se en-
cargó de regular las relaciones entre el capital y el trabajo, proponiéndose como instancia neutra, pero al mismo tiempo se establecieron mecanismos
para preservar los intereses de los sectores socialmente más vulnerables. La racionalidad sustantiva acordada a la acción del estado le dio a éste un
extraordinario aumento de su legitimidad en la opinión de una parte considerable de la población, pero ésta comenzó a deteriorarse en la visión de
quienes, por ideas o intereses, disentían de esas orientaciones. Además, el estado se introdujo en dominios culturales, de empleo del tiempo libre, de
control de los medios de comunicación, de vigilancia de asociaciones socioprofesionales o estudiantiles, y casi nada quedó fuera de su órbita. (Pág. 97)
En esas condiciones de ampliación del estado combinadas con su politización doctrinaria o peronista, resultó fácil percibir los elementos de inefi-
ciencia burocrática que emergían de la doble función asumida. Por un lado, se buscaba que el estado cumpliera con las tareas burocráticas modernas
que requerían pericias y conocimientos propios de los saberes técnicos correspondientes. Por otro, se esperaba la lealtad política de quienes ejercían
responsabilidades administrativas en los más disímiles niveles, y se sesgaban con preferencias partidistas las incorporaciones y promociones de los
empleados y funcionarios. (Págs. 97-98)
3. La crisis del estado y el gobierno peronista (11973-1976)
Los cambios del peronismo (1955-1972)

Entre 1955 y 1972 el peronismo se divide porque, en su calidad de fuerza política participante del sistema político, pierden el control del estado.
Con ello llega la disgregación. Las fracturas aparecieron, también, por las disímiles tácticas frente a las políticas de los gobiernos, civiles o militares,
que buscaron la colaboración de los dirigentes peronistas, manteniendo, globalmente, la situación de proscripción. (Pág. 104) Distingue tres grupos.
a. El peronismo se fraccionó en varias partes, en los centros urbanos los viejos dirigentes que habían estado junto a Pe-
rón en su primer gobierno no tenían apoyo popular, pero contaban con la venia del líder exiliado 65; en provincias, los
dirigentes tenían apoyo popular, cosa que los llevó a alejarse de Perón.
b. Luego del golpe de estado el sindicalismo se reorganizó, sobre todo a partir de que fue liderado por nuevos dirigentes.
Los sistemas de predisposiciones burocráticas de los diez años del gobierno de Perón no eran los más adecuados para la
siguiente etapa. De un sindicalismo dependiente del estado se pasó a otro orientado a la confrontación, y la nueva gene-
ración de dirigentes gremiales logró su reconocimiento a partir del entrelazamiento de los conflictos políticos con las
reivindicaciones laborales […] La autonomía de sectores del sindicalismo con respecto a Perón se manifestó plenamen-
te a mediados de la década del 60, cuando la facción vandorista promovió una escisión. (Pág. 104) Sidicaro plantea que
en esta acción se comienza a manifestar el verdadero peso del ala gremial dentro del peronismo. Esto es importante
para su argumento, pues aquí, en los sesenta, sienta las bases de lo que será su argumento respecto del peso de los sin-
dicatos en el último gobierno de Perón.
c. Estaba compuesto por la Juventud Peronista. Comienza a tener más fuerza a principios de la década del 70. Se pro-
claman continuadores de la “resistencia” al golpe de estado de 1955. [Las] prácticas armadas, ligadas a algunas ten-
dencias de los sectores juveniles, fueron estimuladas por Perón en tanto medio táctico útil para debilitar a los militares.
Los asesinatos de algunos dirigentes sindicales peronistas perpetrados por los grupos guerrilleros revelaron las tensio-
nes extremas existentes en la heterogénea fuerza política que alcanzó el gobierno en 1973. (Pág. 105)
Sidicaro señala que ninguno de estos tres sectores mantenía contacto alguno con los grupos empresarios. Curiosamente pone el siguiente ejemplo:
En el plano nacional, desde Perón hasta el menos influyente de sus partidarios, coincidían en criticar a los grandes propietarios rurales, la “oligarquía”,
considerada aliada de los intereses de las grandes potencias internacionales” (Pág. 105)66
En la determinación programática del nuevo gobierno peronista, le cupo a Perón un papel decisivo […] Con singular pragmatismo, unió a los sin-
dicalistas, a los políticos y a los jóvenes, y manejó iniciativas que, en principio, escapaban a su control […] Encontró el aliado empresario en la “nueva”
CGE. (Pág. 106)
Los cambios de la economía y de la situación social y estatal (1955-1972)

65
Es claro que no hay cita, pero la referencia a N. Elias es más que evidente.
66
¿Qué papel juega para Sidicaro la SRA?

40
Entre 1955 y 1973 aumentó considerablemente la producción industrial. El crecimiento manufacturero fue impulsado, fundamentalmente, por la
radicación de filiales de firmas internacionales y por las inversiones de industrias controladas por el estado67. (Pág. 108) Sidicaro afirma que esta
expansión de la industria permitió satisfacer la demanda interna de productos manufacturados. Esta conclusión es más que interesante, pues a los ojos
del lector aventura la posibilidad de que la industrialización argentina tenía como objeto cubrir la demanda interna. Es un punto de importante consi-
deración a tener en cuenta. Se completó así una estructura fabril cuyas empresas de capitales nacionales más antiguas operaban en las ramas agroindus-
triales, a las que se habían sumado otras nuevas pequeñas y medianas dedicadas, la mayoría de ellas, a la elaboración de textiles y producto metalúrgi-
cos, utilizando tecnologías poco complejas. (Pág. 109) Dos aspectos más se señalan como consecuencias en el período:
1. El predominio del capital trasnacional, (a veces oligopólico);
2. Todas las empresas se favorecieron con el intervencionismo del estado.
A pesar del expansionismo, la industrialización argentina aún debía superar un viejo escollo, que la hacía trastabillar desde los años cuarenta: El
sector fabril requería bienes intermedios y su crecimiento se hallaba condicionado por la evolución de las exportaciones, originadas en un 85% por el
sector agropecuario. (Pág. 109) En definitiva, la industrialización seguía atada a los vaivenes del sector agroexportador. Al respecto, el gobierno im-
plementaba un plan simple: aumentaba los precios de las materias primas exportables con el objetivo de alentar a los terratenientes saldos hacia la
exportación. La contrapartida era que estos aumentos repercutían en el mercado interno, afectando los salarios obreros… […] luego, con la expansión
de los saldos exportables, se restauraban los equilibrios. (Pág. 110)68
Entre los años 1958 y 1973 los sectores asalariados urbanos, y en especial la clase obrera industrial, ampliaron su presencia en el sistema político
y su poder de negociación en los conflictos por la distribución del ingreso. (Pág. 110) Este poder de negociación lo habían conseguido bajo el peronis-
mo. Aun los dirigentes más negociadores aparecieron como una amenaza para la mayoría de los sectores empresarios (Pág. 110) Esta unidad es más
fuerte si se añade que las “demás clases sociales” (sic) no tenían una unidad similar.
En este contexto social, el estado argentino comenzaba a sentir el trajín de las conmociones económico sociales: El estado siguió participando en
la reproducción de la vida económica y social, pero, al debilitarse la continuidad y coherencia de los proyectos gubernamentales, se deterioraron las
capacidades políticas, técnicas y burocráticas. Los frecuentes cambios de elencos gubernamentales, regidos por la i8nestable alternancia cívico-militar,
provocaron la pérdida de eficiencia de los organismos públicos y se fueron acumulando orientaciones contradictorias y medidas surgidas de los ocasio-
nales predominios de intereses sobre los mecanismos de tomas de decisiones y de implementación de políticas oficiales. En esas condiciones, el inter-
vencionismo se expandió según la lógica e intensidad de las presiones de los actores socioeconómicos y políticos que en forma más o menos efímera,
gravitaron sobre la conducción del estado, dejando un conjunto de trazas en las estructuras institucionales que sobrevivieron, total o parcialmente, al
retroceso de su influencia. (Págs. 110-111) Este argumento es muy poderos en la obra de Sidicaro, pues sus conclusiones se basan en que el gobierno
de Perón del 73 era improcedente debido a una crisis estructural del estado. Como resultado de ese proceso, las actividades estatales se multiplicaron,
creándose un amplio e incoherente entramado de regulaciones intervencionistas en lo económico y de funciones de carácter benefactor en lo social, y
heterogéneas empresas públicas. (Pág. 111)
Si en algunos casos las actividades estatales eran el resultado de iniciativas tomadas a fin de asegurar la provisión de bienes o servicios considera-
dos estratégicos o de interés nacional, en otros se trató del traspaso al sector público de firmas deudoras del fisco o en dificultades económicas, que
pasaban a cargo del estado para evitar el despido de los asalariados. (Pág. 112) Naturalmente, para un weberiano la actitud del estado es repudiable,
pues la racionalidad del sistema que predica hubiera implicado no absorber esas empresas.
El segundo gobierno peronista

El peronismo, señala Sidicaro, nunca tuvo precisiones programáticas: [...] sólo tenía una definición amplia y general de sus objetivos, y eso había
facilitado la coexistencia en su seno de numerosos sectores carentes de unidad de metas y programas, lo que le permitió capitalizar simpatías y adhesio-
nes en casi toda la sociedad. Esa situación dejó, objetivamente, de favorecerlo al acceder al gobierno. (Pág. 113) El problema que debió enfrentar esta
vez el peronismo fue interno: la lucha de facciones, que, por supuesto, incluyó la lucha armada. Como consecuencia de estos conflictos, se agudizó la
crisis y el debilitamiento de las capacidades estatales. (Pág. 113)

Por otro lado, el hecho de que los sindicatos y los empresarios (mediante el papel de Gelbard) asumieran posiciones dominantes en el gobierno, quita al
estado autonomía respecto de las corporaciones. La administración peronista terminó convirtiendo en medidas de gobierno un conjunto contradictorio
de medidas y poco compatibilizado de demandas de los sectores empresarios y de los sindicatos, cuyas consecuencias tendieron a dislocar el funciona-
miento de la estructura económica. (Pág. 114)

67
Es de notar que en ningún momento esta afirmación está sostenida por datos empíricos.
68
Creo aquí que el planteo de Sidicaro, intrínsecamente, encierra la afirmación de que la industrialización no es posible debido a la gran resistencia
obrera. Especulo al respecto por lo que sigue en el argumento del texto.

41
Esta situación se profundiza luego de la renuncia de Gelbard, cuando, asevera Sidicaro, los sindicatos toman el poder. El problema de los sindicatos era
que tampoco tenían desarrollado un plan de gobierno, cuando llegaron al poder sus exigencias se limitaron al reclamo de cargos. Por otro lado, Sidicaro
barre estas afirmaciones con la siguiente conclusión: En realidad, el auge del sindicalismo fue el signo del aislamiento político del gobierno. (Pág. 114)

El programa económico y social

Sidicaro cita cinco puntos del Acuerdo Social, firmado por la CGE y la CGT a quince días de asumir Cámpora:

1. Implantar como sistema de política salarial todas las medidas destinadas a una justa distribución del ingreso, cuya finalidad superior deter-
mine la conformación de salarios con creciente poder adquisitivo.
2. Eliminar la marginalidad social mediante la acción efectiva del estado en materia de vivienda, educación, salud y asistencia social.
3. Absorber en forma total y absoluta la desocupación y el subempleo de los trabajadores argentinos.
4. Mejorar en forma irreversible la asignación regional del ingreso.
5. Terminar con el descontrolado proceso inflacionario y la fuga de capitales. (Pág. 116)
En esta segunda etapa en el poder, el peronismo se plantaba con un discurso altamente confrontativo de las relaciones capitalistas, si lo compara-
mos con la situación de 1946-55. El nuevo peronismo se presentó más beligerante respecto del capital extranjero y más crítico de los “dueños de la
tierra”. (Pág. 116)
Sidicaro apunta cuatro puntos del proyecto peronista como destacables:

1. una política agraria que preveía la transferencia de recursos hacia otros sectores de la economía;
2. desarrollo industrial a partir de capital nacional;
3. mejoras en la situación de los asalariados;
4. restricciones al capital trasnacional.
Todas estas medidas suponían una mayor intervención del estado en la economía. Ahora bien, Sidicaro pone el acento en que mayor intervención
económica significaba mayor profundización de la crisis del estado. Perón, continúa el autor, apelaba a superar esta difícil situación apuntalando su
gobierno en el Acuerdo Social, sin embargo: Muy pronto fue notorio que la concertación de intereses entre los empresarios y los asalariados necesitaba
la intervención del poder político, que desde el estado en crisis no se podía proporcionar […] El debilitamiento de las capacidades estatales fue recono-
cido por Perón, consciente de que en su anterior gestión gubernamental había contado con aparatos estatales mucho más eficientes. (Pág. 117)
Un tanto paradójicamente, el Acuerdo Social agudizaba la crisis del estado en virtud del poder que este cedía a las corporaciones. (Pág. 121) Aquí
Sidicaro propone un error en Perón, el Acuerdo Social se basa en el pacto entre la CGE y la CGT: esta vuelta a una corporativización de los dos acto-
res productivos y su relación con el gobierno, profundiza la crisis del estado desde la perspectiva de que Perón ya no los podía controlar. La configu-
ración estructural no modificable por la voluntad de un líder carismático iba, sin embargo, a potenciar toda su fuerza centrífuga luego de su muerte […]
Perón había concitado un alto consenso a la hora de su retorno al país y al gobierno, tanto entre sus partidarios en razón de su pasado, como en muchos
de sus adversarios, por la expectativa de verlo convertido en jefe del partido del orden. En su breve gestión gubernamental agudizó más conflictos de
los que solucionó, y al fallecer, el mayor capital político de su sucesora era el temor generalizado frente al futuro. (Págs. 121-122) El primero en caer,
fue Gelbard; entre las razones del fin del mando de la CGE se encuentran muchas explicaciones: la resistencia sindical al Acuerdo Social y la acción
de López Rega, incluso un cuestionamiento interno profundizado luego de la renuncia de Gelbard, según el cual alguno de los integrantes de la CGE ya
no veían a la central como representante de los intereses de las firmas del interior.
Los conflictos con la gran burguesía agraria

Algunas de las iniciativas que afectaban el nervio de la burguesía agraria eran:

1. impuestos a las tierras explotadas ineficientemente;


2. control de la comercialización externa;
3. disminución del sector rural en la participación de crédito;
4. implementación de precios máximos para la comercialización interna.
Todas estas orientaciones fueron criticadas por las diferentes corporaciones rurales. Por su capacidad para defender sus intereses, el gran empresa-
riado rural se convirtió en el principal sector propietario de oposición. (Pág. 125)
En la época no hubo grandes modificaciones en la producción agraria, que estuvo marcada por distintos matices: con la crisis del 73, se redujo la
demanda externa de carne argentina, y, si bien, los precios de los cereales aumentaron, las ganancias fueron absorbidas por el estado. El programa de
acción respecto de la producción agropecuaria fue presentado en el Plan Trienal, que estipulaba: el impuesto a la renta normal potencial de la tierra, la
suspensión de los juicios en curso para desalojar arrendatarios, la apertura de líneas crediticias para que arrendatarios desalojados en el período anterior
adquiriesen tierras, el fomento a la formación y desarrollo de cooperativas rurales, la creciente intervención del estado en el comercio de granos y de

42
carnes […] precios topes a los productos de origen agropecuario que se comercializaban en el mercado interno […] Todas estas medidas fueron siste-
máticamente criticadas por la SRA y por las principales organizaciones empresarias del sector. (Págs. 125-126)
La beligerancia de los actores socioeconómicos predominantes

Sidicaro aclara que excluye de su investigación los conflictos de clases, sin embargo debe hacer mención a dos elementos que tienen que ver con
ellos. Dos elemento aparecen aquí, el primero es que este análisis tiene como objetivo apuntar y disparar sobre la lucha obrera; el segundo es que no
se puede escribir un libro sobre los “actores socioeconómicos predominantes” sin referir a la lucha de clases. Las preocupaciones del autor pasan
por destacar dos conquistas sindicales expresadas en forma de ley: la Ley de asociaciones profesionales y la ley de contrato de trabajo.
La Ley de Asociaciones Profesionales tiene como principio un carácter reaccionario: bloquear el acceso a los sindicatos de las tendencias comba-
tivas. La duración en el ejercicio de los cargos gremiales se prolongó y se acordaron fueros sindicales en materia judiciales estableciéndose que los que
los dirigentes no podían ser sometidos a procesos sin la correspondiente autorización del ministerio de trabajo. En lo relativo a la acción de los gremia-
listas en las empresas, se amplió la protección especial contra el despido durante la duración de los cargos y el derecho a no trabajar cuando debían
cumplir funciones sindicales. La disciplina de las asociaciones de grado inferior a las de mayor jerarquía burocrática fue asegurada mediante disposi-
ciones que obligaban a las segundas a intervenirlas, en caso de encontrar causas que lo justificaran. (Págs. 129-130) Por su parte, la segunda de las leyes
citadas tuvo como contrapartida el aumento del ausentismo.
El apoyo sindical acompañó a la presidenta Perón hasta el golpe y tuvo como contrapartida el aumento del protagonismo político de los actores
socioeconómicos que exigían el fin de su gestión y anunciaban una revancha social. El vínculo de la CGT con el gobierno se estrechó al romperse la
alianza con la CGE, al perder la presidenta el apoyo de muchos dirigentes de la rama política y al extinguirse casi completamente las posibilidades de
poder del elenco lopezreguista. (Pág. 132)
En la derrota del Rodrigazo a la burguesía le quedó claro que el gobierno no podría imponerse a los sindicatos.

43
Mario Rapoport
Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2003)
Capítulo 3: la crisis mundial, la industrialización y la intervención del estado (1930-1945)
3.1 De la crisis mundial a la Segunda Guerra: la coyuntura internacional
La crisis mundial que se inicia en 1929 constituye el comienzo de un período denominado “la Gran Depresión”, que va a du-
rar, al menos, hasta la década de 1940. Fue la crisis más profunda que padeció el capitalismo en su historia. (Pág. 192)
Consecuencias:
1. Deflación (políticas monetarias restrictivas, baja de salarios, etc.).
2. Retroceso de las actividades económicas.
3. Caída de los precios de materias primas y de los precios de los productos industriales.
4. Cese de pago de deudas.
5. Devaluación.
En principio, se abandonó el comercio multilateral y se volvió a un sistema comercial bilateral o basado en las “preferen-
cias imperiales”. A contramano de lo que sostenía la teoría liberal dominante, en algunos estados comenzaron a implementarse me-
didas de corte intervencionista, (mejorar el consumo o controlar el crédito, por ejemplo). Sin embargo, ninguna de estas medidas
permitió encaminar la salida de la crisis. Tampoco dieron buenos resultados las proposiciones proteccionistas (arancel SMOOT-

HAWLEY 69
en EEUU) […] Cada estado siguió su propio camino para mejorar su situación: el capitalismo liberal daba paso a un capitalis-
mo marcadamente nacionalista e intervencionista. (Pág. 193)

69
La Tariff Act of 1930 (Ley de Aranceles de 1930, en español), conocida como Ley Hawley-Smoot, fue una ley aprobada en Estados Unidos el 17 de
junio de 1930, propuesta por los senadores Reed Smoot y Willis C. Hawley, que elevó unilateralmente los aranceles estadounidenses a los productos
importados, para intentar mitigar los efectos de la Gran Depresión iniciada en 1929.
Lo destacable de esta norma fue el notable aumento de los aranceles fijados y su extensión a cerca de 20.000 productos importados, lo que causó un
fuerte impacto en el comercio internacional de la época. De hecho, las tasas de aranceles en la Ley Hawley-Smoot fueron los segundos más elevados de
la historia estadounidense, después de los fijados en la Ley de Aranceles de 1828, pero con la diferencia que a un siglo de distancia los EE. UU. se
habían transformado en el principal mercado de importación y exportación del mundo.
El incremento de los aranceles estuvo destinado a proteger a los agricultores y trabajadores de EEUU contra la competencia foránea, especialmente
después que se agravara la Gran Depresión. Si bien el presidente Herbert Hoover mostraba deseos de aumentar los aranceles a los productos agrícolas
en febrero de 1929, tras el jueves negro de octubre de ese año los senadores Smoot y Hawley postularon la urgencia de elevar los aranceles también a
productos industriales, presentado su propuesta en marzo de 1930 ante la Cámara de Representantes.
Ya con la propuesta de elevación de aranceles agrícolas en febrero de 1929 el gobierno de EEUU había recibido protestas de 23 países que se veían
perjudicados como socios comerciales, entre ellos Canadá. No obstante, la versión final propuesta en marzo de 1930 aumentaba más el alcance de los
nuevos aranceles e incrementaba sustancialmente las tasas de éstos, lo cual motivó una protesta formal de 1028 economistas de todo Estados Unidos,
firmando una petición para que el presidente Herbert Hoover vetara el proyecto en el Senado. De igual modo banqueros e industriales pidieron rechazar
la propuesta de Hawley y Smoot, temiendo que otros países imitarían esta clase de medidas como represalia contra EEUU, perjudicando grandemente
el comercio internacional.
Pese a que el presidente Hoover compartía estos temores, prefirió seguir la fuerte corriente de opinión que exigía la adopción de nuevos aranceles como
un beneficio para la industria estadounidense y sus agricultores, en tanto el Partido Republicano (al que pertenecía Hoover) había auspiciado el protec-
cionismo económico en su campaña presidencial de 1928. El 17 de junio de 1930 la Ley Hawley-Smoot entró en vigor.
Tal como muchos habían temido, surgieron de forma inmediata en todo el mundo las represalias comerciales contra EEUU. Canadá, el principal expor-
tador de productos agrícolas al mercado estadounidense, decidíó elevar sus aranceles en un 30% contra 16 productos originarios de EEUU, mientras
formaba nuevos vínculos económicos con la Commonwealth británica. Por su parte Gran Bretaña y Francia adoptaron también medidas de proteccio-
nismo como represalia contra la Ley Hawley-Smooth, mientras que Alemania optaba por aspirar oficialmente a la autarquía económica en lo que fuese
posible o desarrollar lazos comerciales sólo con Europa. Otros países a lo largo del mundo adoptaron medidas de represalia parecidas en lo que fuese
posible, o dirigieron sus exportaciones preferentemente a mercados ajenos a los Estados Unidos.
Si bien los primeros efectos de la Ley Hawley-Smoot beneficiaron a corto plazo a las industrias estadounidenses y a los agricultores de ese país, con el
transcurso de los meses se apreció que las represalias arancelarias del resto del mundo perjudicaban el comercio internacional y particularmente la
exportación de productos estadounidenses, causando perjuicios a su industria. De igual forma, el deterioro de la economía de EEUU como resultado de

44
En este contexto aparece Keynes con una fuerte crítica a la teoría neoclásica. La política económica estatal debía corregir
[las] deficiencias del sistema y ajustar las “propensiones” de productores y consumidores, “multiplicando” el empleo. Keynes rechaza-
ba los principios de la economía clásica sobre el equilibrio económico natural y la acción de los mecanismos autorreguladores […] En
este sentido, la prosperidad se basaba en la inversión antes que en el ahorro. (Pág. 193)
En los países que dominaba el fascismo, la acción del estado se inclinó por un control drástico de toda la actividad econó-
mica. Estos gobiernos llegaron al poder como consecuencia de tres fuerzas expansivas: la revolución rusa, la crisis mundial de 1929
y la derrota en la Primera Guerra Mundial.
El país más afectado por la crisis fue EEUU. […] el programa económico de Roosevelt, denominado “New Deal”, que se im-
plementó en varias etapas luego de su ascensión al gobierno, se sustentaba en un fuerte respaldo a la inversión mediante la interven-
ción estatal, facilitando el crédito y realizando obras públicas para estimular la demanda, al tiempo que se procuraba colaborar con las
empresas privadas para crear nuevos puestos de trabajo […] Se procuró también salvar el sistema bancario […] En el dominio social
se estableció el derecho a la negociación colectiva por parte de los sindicatos, se instauró un salario mínimo para los asalariados y se
creó un sistema de seguridad social. (Pág. 194) Poco a poco se fue abandonando el proteccionismo (hecho que comenzó con la deva-
luación del dólar) y se fue perfilando el restablecimiento del comercio internacional. RAPOPORT encuentra como positivo el hecho de
que el New Deal permitió desarrollar una nueva forma de organizar la economía y la sociedad; pero, aclara, no permitió que la
economía estadounidense recuperara el nivel de producción anterior a 1929, lo que lograría recién durante la guerra, como conse-
cuencia de la plena utilización del aparato productivo con fines bélicos. (Pág. 195)
La Depresión se superó finalmente no por las políticas activas, como el New Deal, aplicadas en los países más desarrollados,
sino por el inmenso proceso de destrucción de recursos y de vidas que significó la guerra, para poder liquidar las excecrancias del
fascismo y del nazismo. (Pág. 196) La producción mundial se incrementó principalmente en aquellas ramas de la industria relaciona-
das con la guerra. El comercio internacional en los años de la guerra revirtió, por otra parte, las corrientes del intercambio, perjudi-
cando a los países de Europa Occidental al transformarlos en grandes importadores de todo tipo de productos y desplazando el control
marítimo y comercial de la época hacia los Estados Unidos. Asimismo, el conflicto mundial dio un nuevo impulso al desarrollo indus-
trial en algunos países latinoamericanos, continuando el proceso iniciado en 1930. Pero si bien la guerra permitió la actividad indus-
trial sustitutiva de importaciones, estos países debieron soportar la escasez de materias primas y maquinarias esenciales para producir
manufacturas, generando, en consecuencia, el crecimiento de aquellos sectores que requerían una base tecnológica más sencilla. (Pág.
196)
Las vísperas del fin de la guerra pondrían a los aliados frente a tres cuestiones:
1. el fin del sistema de comercio multilateral basado en el patrón oro;
2. ¿qué hacer con Alemania (país capitalista enemigo) y la URSS (país comunista aliado)?
3. EEUU emergía de la guerra como la nueva potencia.
3.2 El golpe de estado de 1930 de Uriburu y Justo
En 1930 el radicalismo es derrotado en las elecciones legislativas. Este acto político no significa el principio del golpe de
estado que acabaría antes de tiempo con la segunda presidencia de Yrigoyen, para RAPOPORT las causas de la interrupción institucio-
nal yacen en otro sitio: […] la causa determinante de la caída de Yrigoyen radicó, como señalamos, en la coalición de fuerzas, políti-
cas, militares y económicas, que desde el comienzo de la segunda presidencia del caudillo radical volcaron todos sus esfuerzos a debi-
litar el gobierno. (Pág. 198)

la Gran Depresión tornó inefectiva la barrera arancelaria formada para defender los precios de productos agrícolas, en tanto éstos continuaron disminu-
yendo al no crecer la demanda.
La nueva administración de Franklin D. Roosevelt, sucesor de Hoover desde enero de 1933, rechazó continuar la política arancelaria que había resulta-
do perjudicial y desde 1934 redujeron sustancialmente las tarifas arancelarias fijadas en la Ley Hawley-Smoot, la cual perdió gran parte de su fuerza
como barrera proteccionista. Tras la Segunda Guerra Mundial, en los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, se pactó no fijar aranceles unilaterales como
los establecidos en la Ley Hawley-Smoot.

45
Nacionalista: liderada por Uriburu.
Tendencias Reforma constitucional, eliminación del
golpistas sufragio. Sociedad corporativista.
(1930-31)

Liberal pro-británica: liderada por Justo.


Mantenimiento del orden institucional

Pese a su desorganización y al público conocimiento de las actividades de los conjurados, el golpe militar logró derribar al
gobierno constitucional el 6 de septiembre de 1930. Para ello contó con la pasividad de la población y con el faccionalismo y la inac-
ción del partido oficialista. A los pocos días de su instalación en el poder, el gobierno de facto presidido por Uriburu fue reconocido
por la Corte Suprema de Justicia. Por primera vez, la máxima instancia judicial legitimaba el quebrantamiento de la legalidad constitu-
cional70. (Pág. 198) Finalmente se impuso la tendencia de Justo; pero como Uriburu acabó de presidente es más lícito pensar que
hubo balance de fuerzas, sin que una pese más que la otra. El grupo cuya cabeza era Uriburu, se diluyó más bien víctima del fracaso
(debido al contexto) y no tanto por triunfo del grupo liberal.
3.2.1 El gobierno de José F. Uriburu
En el gabinete de Uriburu reaparecieron los apellidos patricios. Estaba integrado por varios representantes de la elite conser-
vadora, muchos de los cuales habían desempeñado funciones antes de 1916 u ocuparon cargos directivos en la SRA: ganaderos de la
Pampa Húmeda, banqueros, jueces, abogados de empresas extranjeras y dueños de compañías azucareras. Por otra parte, no resultaba
casual la presencia de varios colaboradores ligados a empresas extranjeras de hidrocarburos. El ministro del Interior, Matías Sánchez
Sorondo, era abogado de la Standar Oil: los ministro de Agricultura, Horacio Beccar Varela, y de Obras Públicas, Octavio Pico, esta-
ban vinculados a empresas privadas de petróleo, y el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Bosch, había presidido la filial argen-
tina de la petrolera Anglo-Persian. (Pág. 198)
Una vez en el gobierno, Uriburu comenzó su presidencia declarando el estado de sitio, poco después implementando la ley
marcial y posteriormente persiguiendo a los líderes políticos opositores y a la actividad sindical. Esto generó una reacción amplia de
todas las fuerzas políticas, incluida la de los conservadores que habían proyectado el golpe.
Neutralizado el proyecto autoritario de Uriburu, la convocatoria a elecciones generales para noviembre de 1931 abrió el ca-
mino al protagonismo político de Justo. La Concordancia (después de mucho tiempo, la primera coalición nacional de fuerzas conser-
vadoras) respaldó al heredero del golpe septembrino. En ella se aglutinaron los conservadores (reunidos en el Partido Demócrata na-
cional), los radicales antipersonalistas y los socialistas independientes que, de esta manera, completaron su viraje ideológico hacia la
derecha política. (Pág. 199.)
3.2.1 El gobierno de Agustín P. Justo
Justo es consagrado presidente en noviembre de 1931. Justo había prometido durante la campaña electoral “el retorno a la
normalidad”, se había distanciado del gobierno de Uriburu y pretendía erigirse en un defensor de las instituciones democráticas. (Págs.
199-200) Esto muy a pesar de que había vencido mediante el abstencionismo y el fraude (lo cual —según el autor— se convertiría en
su talón de Aquiles). El gabinete de Justo era idéntico, en su representación social, al de Uriburu, con la diferencia de que expresaba
la fuerza de la coalición de la Concordancia.
El nuevo gobierno debió afrontar el problema de mantenerse en el poder. Al no poder obtener apoyo popular, recurrió a me-
didas autoritarias y represivas, aunque mantuvo formalmente las instituciones democráticas. Para ello se valió de tres instrumentos
políticos: el fraude, las intervenciones federales a las provincias y la violencia política. (Pág. 200) El fraude continuó siendo una prác-

70
Aquí lo vemos a RAPOPORT derramando una lágrima por el orden democrático burgués.

46
tica común hasta 1943 (práctica intensificada en 1935 cuando la UCR da marcha atrás con su práctica abstencionista). Este es el
denominado “fraude patriótico”. 71
El temor mayor que Justo tenía era el de los levantamientos militares. El ejército se dividía en dos: aquellos que formaban
parte del ala nacionalista y aquellos que se identificaban con Yrigoyen. Para apaciguar los ánimos, Justo incrementó el gasto militar.
Sin embargo las medidas no dieron el resultado esperado.
Para las elecciones de 1937, Justo eligió la fórmula Ortiz-Castillo. La intención de Justo, nombrando un binomio carente de
bases políticas y populares, era garantizar la reelección en 1943.
3.2.3 Los nacionalistas
Los orígenes del nacionalismo pueden rastrearse en el periodo que se extiende entre 1912 y 1922. Los resultados del sufragio
libre tal como fue establecido por la ley Sáenz Peña y la presencia del “bolchevismo”, percibida como amenazante por la elite liberal-
conservadora, abonaron el terreno para la emergencia de un pensamiento reaccionario. (Pág. 201) Esta idea es un poco discutible en su
cronología, ya durante los festejos del centenario de la revolución apareció la postura de un nacionalismo reaccionario; por otro
lado se le atribuye demasiada preeminencia a la ley y al radicalismo. RAPOPORT ensaya aquí el discurso clásico acerca de la populari-
dad del primer gobierno radical, y expresa, naturalmente, cómo esa popularidad causó el enojo y la reacción de parte de los terrate-
nientes.
Sin embargo, al instante debe expresar una corrección, pues se ve obligado a recordar cómo Carlés funda la Liga Patriótica
Argentina, cuyo derrotero era contener el avance anarquista y socialista en Argentina. Frente a esto, Yrigoyen hará oídos sordos, por
lo que, los radicales no eran el problema de los nacionalistas.
Los nacionalistas continuaron su propaganda a los largo de la década del veinte, fundando una serie de periódicos y revis-
tas que esparcían sus proposiciones reaccionarias. En estos grupos desempeñaban un papel activo muy intenso protagonistas poste-
riores del golpe de estado de 1930. Durante esta década, los nacionalistas reaccionario-conservadores se dividieron en dos grupos
(uno que fracasó en la primera mitad de la decuria, y otro que se diluyó en la segunda, cuya fuente ideológica se conformaba por un
orden heredado de la conquista española y estaba dirigido por un cura).
También apareció en esta década un nacionalismo de corte progresista, nutrido por el enfrentamiento ideológico a las
grandes potencias y por la actividad de las “clases populares”. Mucho tuvieron que ver con las actividades de este pensamiento, los
integrantes de la juventud radical, fundadores de F.O.R.J.A., imprescindibles a la hora de entender el peronismo. Para los forjistas el
sujeto de la historia argentina era el “pueblo”, en contraste con los restauradores que concebían la historia como el producto de la
acción de sus líderes y elites. También se diferenciaban de los nacionalistas corporativistas en que no impugnaban el régimen demo-
crático y rechazaba los totalitarismos que hacían del hombre un instrumento del estado. (Pág. 204)
3.3 La política internacional en los años 30
Durante la década de 1930, ante las restricciones del comercio internacional, el gobierno tuvo que abandonar las antiguas
tradiciones librecambistas a favor de acuerdos bilaterales, y el ejemplo más acabado de esta política exterior fue el Pacto Roca-
Runciman firmado en mayo de 1933. (Pág. 206) Por las consecuencias económicas es el que más se recuerda, pero también se firma-
ron acuerdos con, Alemania, Suiza, España, Chile, etc. Si bien existieron acuerdos con Brasil, durante la Guerra del Chaco Argentina
apoyó a Paraguay y Brasil a Bolivia, pero sin hacerlo oficialmente. El autor advierte que a ninguno de los dos países les convenía un
enfrentamiento abierto.
Al mismo tiempo, reaparecieron diferencias con EEUU. Los primeros chispazos surgieron en torno a la Guerra del Chaco,
ambos competían para ver quién resolvía el conflicto antes de que estallase. Cuando Roosevelt llega al poder en EEUU, la política
imperial cambia de cuño: adscribe a la llamada política “del buen vecino”.
Es política perseguía tres objetivos principales:
1. reemplazar la tradicional política intervencionista […] en la región —que había producido entre otras cosas la segregación
de Panamá de Colombia y la ocupación de varios países centroamericanos y del Caribe— por otra que obtuviese los mismos
resultados sin tener que apelar a medios drásticos;

71
De aquí surge Manuel Fresco.

47
2. en segundo término, replantear los principios que regían la política económica de los EEUU, pues las altas tarifas aduaneras
volvían casi imposible la exportación de bienes hacia ese país, único método por el cual podían obtenerse dólares necesarios
para comprar productos norteamericanos;
3. finalmente, adaptar la conducta internacional de EEUU a las nuevas formas de expansión adoptadas por el capital estadouni-
dense en el continente, que suponían la existencia de nuevos mercados y formas de consumo. (Págs. 206-207)
En este cambio de estrategia de EEUU tuvo notable influencia la llegada de Hitler al poder y el agravamiento de las condi-
ciones europeas. De todas maneras, Argentina siguió rechazando la influencia de EEUU en América Latina: hizo fracasar la estrategia
norteamericana para poner fin a la paz entre Bolivia y Paraguay; condujo a un duro revés para el país del norte a la conferencia de
1936 en Buenos Aires, (Roosevelt estuvo presente); sólo con Castillo, EEUU y Argentina llegaron a un acuerdo con la firma de la
Declaración de Lima72.
Rapoport concluye, además, que a lo largo de la década se adscribió a una concreción de acuerdos que tendían a favorecer
los intereses continentales. El autor concluye que entre 1933 y 1938, la política americana estuvo expresada en la disputa entre Ar-
gentina y EEUU.
3.4. Los efectos de la crisis en la Argentina
3.4.1 Los problemas del sector externo
El primer impacto de la crisis se produjo en el sector externo. (Pág. 208) Rapoport explica el déficit en la balanza comercial
debido a un país cuya demanda de artículos internos era inelástica producto de la carencia de industria. De este modo, Argentina, al
caer los precios internacionales de las materias primas que exportaba, no poseía divisas para pagar su dependencia de la industria
extranjera. Para Argentina, como señala O‘CONNELL estos problemas habían comenzado antes, con el descenso de los precios del trigo
en la segunda mitad de la década de 1920.
A fines de 1931, el valor de los cereales y del lino había descendido, en promedio, a cerca de la mitad de que tenía antes de
la crisis. Las carnes no sufrieron tanto, al igual que los productos forestales, pero las lanas experimentaron un gran descenso en sus
cotizaciones, a lo que se sumaba el fuerte proteccionismo agrario en Europa que fue agudizándose con la Depresión y resultó muy
perjudicial para la Argentina. Se produjo también una caída en los términos de intercambio, por la mayor declinación de los precios
agropecuarios con respecto a los industriales. Debido a la coyuntura internacional adversa, a la gran propensión a importar y a un
poder de compra interno que se mantenía elevado, no se podía equilibrar la balanza de pagos, lo que presionaba sobre la cotización del
peso. La crisis de pagos cayó principalmente sobre los tenedores de valores argentinos en el extranjero, sobre los exportadores y tam-
bién sobre los consumidores, al disminuir las importaciones. Los bancos no disponían ni de la organización ni de los medios técnicos
para contribuir con los billetes necesarios, y la solución hallada fue el redescuento de los papeles en la Caja de Conversión, que no se
había cerrado todavía aunque la conversión estaba suspendida. (Pág. 209)
La primera reacción a la crisis fue calcada de las medidas tradicionales: restricción del gasto público y recortes salariales
en el mismo sector. No se había medido en profundidad el carácter de la crisis, y estos primeros pasos tienen que ver con que se
esperaba la reconstitución internacional de los mercados. Al mismo tiempo, dos aspectos se destacan aquí observa Rapoport: el cre-
ciente intervencionismo del estado y el hecho de que fueran las viejas elites las que lo fomentaran.
Dos medidas ayudaron a paliar la crisis: el control de cambios implementado en octubre de 193173 y el incremento del 10%
de los intereses aduaneros que ayudó a profundizar el proteccionismo. El Pacto Roca-Runciman desequilibró las mejoras alcanzadas
con estas dos medidas.
3.4.2. El Pacto Roca-Runciman y el problema de las carnes
Rapoport señala que existe un antecedente del Pacto Roca-Runciman, el acuerdo nunca aprobado por el Congreso entre
D’Abernon y Oyhanarte. Este convenio establecía la parte del león para Gran Bretaña y ningún beneficio para la economía Argenti-
na.

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Que proclamaba la solidaridad continental en el caso de verse amenazadas la paz y la seguridad continental. (Pág. 207)
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Permitió la salida de la balanza comercial negativa hacia 1936.

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En tanto, la depresión mundial afectaba seriamente al sector ganadero argentino. La reducción del poder adquisitivo en el ex-
tranjero determinó una grave contracción de la demanda de carne local. El volumen de las exportaciones cárnicas a ultramar descendió
más del 25% entre 1929 y 1932 […] Debe agregarse que, al tiempo que disminuía el volumen exportado, también caían los precios.
(Pág. 210) A esto se suma que a mediados de 1932, en la Conferencia de Ottawa, Inglaterra restableció el sistema de preferencias
imperiales, relegando a Argentina rápidamente en su comercio.
El control de cambios establecido jugaba un rol contra las empresas británicas, pues sus ganancias quedaban retenidas en
el país.
Mientras se experimentaban estas dos situaciones, la SRA presionaba al gobierno de justo para que los ganaderos no perdie-
ran su cuota en el mercado británico y arrebatar el control del comercio exterior al pool frigorífico anglo-norteamericano. (Pág. 211)
Así comienza la misión diplomática que concluye en la firma del tratado Roca-Runciman. Lo que Gran Bretaña pretendía era una
asignación preferencial de divisas, un desbloqueo de fondos congelados y una reducción de los aranceles. A cambio, estaba dispuesta a
aceptar la suspensión temporaria del pago de servicios de la deuda externa. La Argentina, por su parte, pedía que no se redujera la
cuota de chilled o carne enfriada, y que el gobierno local mantuviera el control de esa cuota. (Pág. 211)
El acuerdo Roca-Runciman daba prioridad a la mayoría de las demandas británicas y respetaba muy poco los reclamos ar-
gentinos. En forma resumida, el Pacto (1-5-1933) aseguraba una cuota de carne enfriada en el mercado inglés (en un monto un 10%
menor que la cantidad importada hasta junio de 1932, la más baja de los últimos años), e Inglaterra concedía una participación a los
frigoríficos nacionales para la exportación de carne argentina mediante una cuota del 15% que tardó varios años en poder hacerse
efectiva. A cambio, Gran Bretaña lograba diversas medidas que favorecían a los intereses británicos. Así, por ejemplo, se garantizaba,
a través del mecanismo del control de cambios, la cantidad de divisas necesarias para hacer frente a las remesas corrientes al Reino
Unido en un volumen igual a las ventas de productos argentinos hacia aquel país (lo que constituía un evidente privilegio respecto de
otras naciones); se asumía el compromiso de tratar de una manera “benevolente” —o sea en forma preferencial— las inversiones
inglesas; y se aceptaba no incrementar los aranceles sobre algunas importaciones británicas, como el carbón, e incluso reducir los
aranceles para otros productos de ese origen. (Pág. 211) Además Argentina, a través de ciertos mecanismos, se comprometió a no
cesar el pago de la deuda externa.
El problema de la evaluación del pacto Roca-Runciman consiste en saber, de todos modos, si realmente el comercio de car-
nes era fundamental para Argentina o sólo lo era para un sector económico particular y en establecer si no podía negociarse de otra
manera, considerando, por ejemplo, que el envío de las remesas por intereses y dividendos, que preocupaba mucho a los ingleses, se
hallaba prácticamente bloqueado por el control de cambios y que el monto anual de esas remesas, que se calculó en cerca de 15 millo-
nes de libras esterlinas, era casi idéntico al de las exportaciones de carne enfriada al Reino Unido, lo que podía haber constituido un
elemento de negociación importante. Además, Inglaterra dependía en gran medida de las exportaciones argentinas, y en particular de la
carne enfriada, debido a las distancias, ya que los barcos frigoríficos no garantizaban que los productos de otros países competidores
llegaran en buenas condiciones al mercado británico. En esa cuestión, el Pacto de Ottawa era más un fantasma que una amenaza real
para la Argentina. (Pág. 212)
Sin embargo, si el Pacto Roca-Runciman evitaba una brusca contracción de las exportaciones de carnes, no aseguraba la po-
sición de los ganaderos. El carácter oligopólico de los frigoríficos y la falta de control estatal en el negocio les permitía a aquéllos
ejercer su poder de compra, clasificando la calidad de las reses y manejando los precios de manera arbitraria. Los ganaderos volvieron,
entonces, a reclamar la intervención del estado en su defensa, aunque la división entre criadores e invernadores se hizo manifiesta en
las discusiones sobre el alcance de la intervención. Los primeros pretendían una organización de productores con participación directa
en la industrialización y comercialización de las carnes, mientras que los segundos sólo exigían un marco regulatorio, pero rechazaban
la idea de que el estado se inmiscuyera directamente en la gestión de las empresas. (Pág. 212)
Finalmente, el 29 de septiembre de 1933, se aprobó la ley que creaba la Junta Nacional de Carnes. Sin recoger sus planteos
en bloque, la ley se inclinaba a satisfacer las demandas de los invernadores. Aun así, contemplaba la creación del Frigorífico Nacional
de Capital y de la Corporación Argentina de Productores de Carne (CAP) […] (Pág. 212)
Debido a la preeminencia de los frigoríficos en el comercio de carnes, Lisandro De la Torre realiza sus trágicas investiga-
ciones. Se señalaba, por ejemplo, la falta de fiscalización gubernamental en las declaraciones del impuesto a los réditos para el caso de

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los grandes frigoríficos extranjeros, que contrastaba con el gran celo puesto en el control de los frigoríficos de origen nacional. Esto,
sumado a las grandes evidencias de que el pool de frigoríficos estaba evadiendo una parte importante del tributo permitía sospechar de
la connivencia de algunos funcionarios en una estafa al estado. También recibían los frigoríficos un tratamiento “preferencial” en la
Comisión de Control de Cambios a la hora de negociar las divisas obtenidas […] Se acusaba, sobre todo, a los empresarios de los
frigoríficos de dominar por completo el mercado de la carne, lo que permitía manejar de manera discrecional el precio del ganado,
independientemente de las fluctuaciones de los precios de Smithfield (el mercado de Londres), favoreciendo a un pequeño número de
invernadores y expoliando a la inmensa mayoría de los productores. Los frigoríficos imponían, además, condiciones inhumanas de
trabajo a los obreros, a quienes pagaban salarios miserables. Su poder, con el apoyo del aparato burocrático del estado, era utilizado
también para forzar una descapitalización de los pequeños frigoríficos competidores y para desplazarlos por completo del mercado de
exportación o absorberlos. […] Se señalaba, también, que las leyes que creaban la Junta Nacional de Carnes y la CAP eran utilizadas
discrecionalmente en provecho del grupo oligopólico de los frigoríficos extranjeros y del grupo ganadero más vinculado a ellos, des-
virtuando los objetivos iniciales que apuntaban a encontrar una solución a los productores y frigoríficos menos poderosos. (Pág. 213)
El Pacto Roca-Runciman tenía una duración de tres años. Al culminar su período de vigencia en 1936, ambos gobiernos ini-
ciaron una nueva ronda de negociaciones. la coyuntura presentaba ahora características diferentes de las de 1933. El gobierno británico
se encontraba bajo una fuerte presión de los propios ganaderos ingleses, que demandaban simultáneamente protección frente a la com-
petencia extranjera y apoyo financiero oficial. Por eso, en el nuevo tratado —conocido como “Malbrán-Eden”— lasa carnes argentinas
fueron gravadas con un arancel del 20% sobre el precio de venta, que se utilizaría para subvencionar a los ganaderos británicos. A
cambio de ello, el gobierno argentino adquiriría el derecho de distribuir los permisos de exportación entre los frigoríficos, aunque las
críticas de las organizaciones rurales en las que tenían influencia los criadores apuntaron al hecho de que las cuotas no sufrieron modi-
ficaciones sustanciales con respecto al período previo, en el que eran manejadas por el gobierno inglés. El nuevo tratado ponía de
manifiesto con más claridad que el anterior la debilidad del gobierno argentino en las negociaciones y la creciente dificultad para
sostener los pilares de la estructura productiva de la argentina […] Para compensar las pérdidas que el nuevo tributo británico podía
acarrear a los ganaderos y a los frigoríficos, el gobierno implementó un subsidio y un tipo de cambio diferencial para las divisas liqui-
dadas por los frigoríficos. De esa manera, el precio final de venta del chilled beef argentino en el mercado londinense no sufriría alte-
raciones a pesar del impuesto y las exportaciones no se verían alteradas. Así, el erario público, nutrido por los contribuyentes argenti-
nos, se hacía cargo del subsidio a los ganaderos británicos. (Págs. 213-214)
3.4.3. Las relaciones comerciales y otros tratados internacionales de la época

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