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Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires

Catan, Isabel Martina y otros c. Villarreal, Pablo Wilfredo y otro.

15/07/2009

Tribunal: Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires


Fecha: 15/07/2009
Partes: Catan, Isabel Martina y otros c. Villarreal, Pablo Wilfredo y otro.
Cita online: AR/JUR/24946/2009

Hechos

Los hijos de una mujer que fue embestida por un automotor, iniciaron
demanda de daños y perjuicios contra el conductor y el titular registral
del vehículo. El juez de grado condenó solidariamente a este último por
los daños provocados, debido a que no había comunicado al Registro
Automotor la transferencia de dominio del rodado. La Cámara revocó el
decisorio del a quo en lo que respecta a este punto, al entender que con
la prueba aportada se había acreditado que el titular registral se había
desprendido de la guarda con anterioridad al hecho. Interpuesto
recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley, la Suprema Corte de
Justicia de la Provincia de Buenos Aires desestima dicho remedio
procesal.

La Plata, julio 15 de 2009.

¿Es fundado el recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley?

El doctor Genoud dijo:

1. Un accidente de tránsito originó las presentes actuaciones tendientes


al resarcimiento de los daños originados por el mismo, dirigiéndose la
acción contra el conductor del rodado que embistiera a la madre de los
reclamantes, los que solicitaron se extendiera la condena en forma
solidaria a la titular registral del vehículo.

El juzgador de origen al no haberse comunicado al registro automotor la


transferencia de dominio del vehículo mediante el correspondiente aviso
de venta, basándose en lo dispuesto en el art. 27 de la ley 22.977 y en
la doctrina de este Tribunal, la condenó solidariamente por los daños
provocados.

La Cámara revocó el fallo en ese aspecto, afirmando que con la prueba


aportada, y en especial, el expreso reconocimiento de los actores, tuvo
acreditado fehacientemente "... que la titular registral se ha desprendido
de la guarda del vehículo con anterioridad al hecho de autos... haciendo
lugar a la excepción de falta de legitimación pasiva por ella opuesta...
excluyéndola de la condena..." (fs. 479 vta.).

2. Contra dicho pronunciamiento la actora en su recurso extraordinario


de inaplicabilidad de ley afirma causarle agravio la eximición de
responsabilidad de la codemandada por su carácter de titular dominial.

Sostiene que existió por parte del tribunal un claro apartamiento de la


normativa vigente y un injustificado desapego a la doctrina de este
Tribunal, considerando que el art. 27 de la ley 22.977"... es claro y
contundente: no deja lugar a interpretaciones equívocas. Mientras no se
comunique al Registro de la Propiedad Automotor la venta del vehículo,
el titular registral es civilmente responsable por los daños y perjuicios
que se causen con el rodado..." (fs. 489).

Agrega, finalmente, que el fallo ha soslayado tanto la norma vigente


como la jurisprudencia del Superior Tribunal, so pretexto de haberse
acreditado la transferencia de la guarda por parte de la titular registral
(fs. 489 vta.).

3. El recurso no puede prosperar.


Esta particular temática (que involucra la —supuesta- responsabilidad
tanto del dueño como del guardián del vehículo que "provocara" los
daños cuya reparación se persigue) sigue generando controversias por
la injusticia en la cual puede quedar involucrado el titular registral
cuando se ha desprendido de la guarda del automotor, con anterioridad
al siniestro por el cual se lo quiere responsabilizar, tal como sucede en
el supuesto que nos ocupa. ¿Se lo puede acusar acaso de descuidado,
en tanto que bastaba una mera denuncia para desligarse de
responsabilidad? Si, probablemente lo es. Podríamos agregar que
muchas veces, ignora la ley, pero sabemos que ello no excusa (art. 20,
Cód. Civ.). Ahora, de ahí a hacerlo cargar con las consecuencias del
accionar de un tercero me parece excesivo.

Pocas cuestiones han suscitado tanta discusión como el tema de la


legitimación pasiva en los procesos en que se acciona por accidentes de
tránsito, encontrando ocupados a magistrados y juristas en la tarea de
discriminar la responsabilidad que cabe endilgar al dueño del
automotor, como la propia que le corresponde al guardián del mismo.
Así también las causales de exención previstas, en particular, para el
supuesto del legitimado dueño del vehículo a partir del dato de
inscripción en el correspondiente registro (su titular registral). Si la
denuncia de venta (art. 27 de la ley 22.977) opera a modo de causal
exclusiva de eximición para el dueño o, por el contrario, existe la
posibilidad que en juicio, de manera fehaciente, el titular acredite haber
perdido efectivamente la disponibilidad material del automotor con
motivo de su venta, al haberlo entregado a terceros por quienes no debe
responder. Esta última alternativa, nacida a partir de una amplia
hermenéutica de las previsiones legales, admite la sola figura del
guardián como único sujeto pasivo de la acción, liberando al titular que
acreditó, siempre del modo impuesto (art. 375, C.P.C.C.), haber
transferido la posesión del automotor.
Es principio consagrado por esta Suprema Corte, por mayoría, que la
responsabilidad del dueño y del guardián de la cosa (art. 1113 2ª parte
del Código Civil) no son subsidiarias ni excluyentes, sino conjuntas o
concurrentes, de donde la presencia de uno no exime el deber de
resarcir del otro (L. 82.798, sent. del 1/X/2008). Y ello se aplica salvo
circunstancias particulares (es decir que existe la posibilidad de que en
determinados supuestos, la responsabilidad del guardián desplace a la
del titular registral), siendo el juez, en definitiva, quien tiene la
posibilidad de analizar, conforme a esas circunstancias del pleito, si fue
debidamente probado el total desdoblamiento de ambas condiciones y
su eventual proyección en materia de responsabilidad.

Es, esta última, la doctrina emanada de la Corte Suprema de Justicia


de la Nación, en los casos "Seoane, Jorge Omar c. Entre Ríos, Provincia
de y otro s. Daños y perjuicios" (sent. 637-XXVI, del 19/V/1997) y
"Camargo, Martina y otros c. San Luis, Provincia de y otra s. Daños y
perjuicios" (sent. del 21/V/2002). Si bien es cierto que en estos
antecedentes el titular registral era una provincia que había enajenado
el rodado en subasta pública (entre otras observaciones), el Máximo
Tribunal al dictar su sentencia no hace, en lo esencial, ninguna
distinción. Incluso, en el último de los casos citados desestima la falta
de legitimación interpuesta por la Provincia de San Luis por considerar
que la prueba introducida por ésta para acreditar la venta del
automotor había resultado insuficiente. Sin embargo, y aquí radica la
importancia del decisorio que cito, deja sentada su doctrina en relación
a la problemática que nos ocupa aseverando que: "el art. 27 de la ley
22.977 establece que hasta tanto se inscriba la transferencia, el
transmitente será civilmente responsable por los daños y perjuicios que
se produzcan con el automotor, en su carácter de dueño de la cosa.
Dispone también que si, con anterioridad al hecho que motiva su
responsabilidad, el titular de dominio ha efectuado ante el registro la
denuncia de haber hecho tradición del vehículo 'se reputará que el
adquirente o quienes de este último hubiesen recibido el uso, la
tenencia o la posesión de aquél, revisten con relación al transmitente el
carácter de terceros por quienes él no debe responder y que el
automotor fue usado en contra de su voluntad'. La norma mencionada
creó a favor del titular registral un expeditivo procedimiento para
exonerar su responsabilidad -que consiste en efectuar unilateralmente
la denuncia de que ha hecho tradición del vehículo al adquirente- con el
propósito de conferirle protección legal frente a la desidia o negligencia
del comprador que omite registrar la transferencia (...). La eficacia legal
de tal medio de prueba se dirige, esencialmente, a relevar a quien el
registro indica como propietario, de la necesidad de demostrar que ha
perdido la disponibilidad material del automotor con motivo de su
venta, al haberlo entregado a terceros -por quienes él no debe
responder-. Como consecuencia de ello, la ley presume que el vehículo
fue usado contra su voluntad. Los efectos que dicha norma atribuye a
la denuncia no excluyen, sin embargo, la posibilidad de acreditar en
juicio de manera fehaciente que el titular registral ha perdido la guarda
del vehículo con anterioridad al suceso que genera su responsabilidad y
permiten -por ende- que se evalúe en la causa si subsiste la
responsabilidad que le atribuye la primera parte del art. 27 de la ley
22.977 (...). La conclusión antecedente se sustenta en una
interpretación de la ley que atiende al propósito que la inspira y -a la
vez- preserva y asegura su finalidad (fallos: 310:149, 203, 267, 311,
193, 401, entre muchos otros), que es proteger al vendedor frente a la
omisión negligente del comprador en efectuar la transferencia de
dominio. En tal sentido debe destacarse que, si la ley exonera de
responsabilidad a quien efectúa una denuncia unilateral de venta —
cuya sinceridad no es objeto de comprobación- no cabe privar del
mismo efecto a quien demuestra efectivamente que se encuentra en
idéntica situación, es decir que no dispone del vehículo por haberlo
enajenado y hallarse el automotor en poder del adquirente o de terceros
que de éste hubiesen recibido el uso, tenencia o posesión. Esa solución
se corrobora si se advierte que la ley no establece una presunción iuris
et de iure de que el propietario que no denunció haber vendido y
entregado el automotor, conserva su guarda (art. 26 del dec. ley
6582/58), por lo que configuraría un exceso ritual privar al titular
registral de la posibilidad -jurídicamente relevante- de demostrar si
concurre tal extremo" (C.S.J.N., 21/V/2002, La Ley, 2003-D, 960,
Jurisprudencia Argentina, 2003-II-275, íd. C.S.J.N., 19/V/1997, La Ley
Online).

A tenor de ello considero que lo resuelto se ajusta a derecho, por lo que


debe rechazarse la impugnación realizada pues solamente asienta sus
afirmaciones en base legal distinta a la que realmente sirvió de apoyo al
fallo (conf. Ac. 64.978, sent. del 29/XII/1998; Ac. 49.800, sent. del
6/VI/2001; entre otros).

Costas al vencido (arts. 68 y 289, Cód. procesal).

Voto por la negativa.

El doctor Hitters dijo:

1. Adhiero al voto del doctor Genoud en cuanto al fondo del asunto


traído a consideración.

Me permito reproducir aquí, los conceptos volcados al votar en la causa


Ac. 81.641 (sent. del 16/II/2005), que además de sustentar, como ya lo
expresé, mi entendimiento sobre la cuestión en discusión, hablan a la
par de mi discrepancia con lo que hasta el dictado de dicha sentencia
era el parecer de la mayoría de esta Corte.

Dije allí, en lo referente al alcance dado a la interpretación de la


atribución de responsabilidad civil que efectúa el art. 27 del dec. ley
6582/1958, según ley 22.977, que la reforma incorporada por esta
última no es suficiente para cambiar la jurisprudencia anterior de esta
Corte, previo al precedente identificado como Ac. 32.287 ("Yalour de
Furlong", sent. del 17/IX/1985). En efecto, estimo que la modificación
efectuada por la ley 22.977 al art. 27 del mencionado decreto que
atribuye la responsabilidad civil al dueño del automotor hasta tanto el
comprador efectúe la transferencia, permitiéndole eximirse de ella
mediante un trámite que no sólo se concluye con la inscripción de la
venta sino que habilita al secuestro del automotor si no cumple el
adquirente en el plazo estipulado, no alcanza a conmover la posibilidad
de probar lo contrario teniendo en cuenta el sistema de presunciones
generado por el art. 1113 del Código Civil, ante las peculiares
características que paso a exponer.

Como punto de partida es dable señalar, que según mi criterio, el art.


27 de la ley 22.977, sancionada el 16 de noviembre de 1983, no ha
cambiado el sistema de responsabilidad civil instaurado por la ley
17.711, que por ende permanece enhiesto, siendo aplicable sin mengua
la segunda parte del art. 1113 del aludido cuerpo normativo.

Paréceme claro que de la interpretación armónica y funcional de las dos


normas citadas debe inferirse sin ambages, que el titular de dominio de
un automotor, responde civilmente hasta que haga la transferencia (tal
como indica el nombrado art. 27), "salvo que conforme al art. 1113
apart. 2do. del Código Civil demuestre que el evento dañoso se ha
originado sin su culpa, o por la culpa de la víctima" o, según los casos,
"de un tercero" -por ejemplo del comprador que todavía no es titular de
dominio- por el que no debe responder, por haberle transferido la
guarda del móvil (causa Ac. 55.402, sent. del 28/II/1995). En estas
hipótesis es el titular dominial quien tiene la carga de probar (art. 375,
C.P.C.C.) que se desvinculó de la cosa causante del daño, como ha
señalado esta Corte, en reiteradas oportunidades (Acuerdos y
Sentencias, 1990-III-624; 1991-II-830, causas Ac. 48.502, sent. del
15/X/1991; Ac. 50.839, sent. del 1/XII/1992).

No cabe duda que esta problemática ofrece dificultades al intérprete,


tan es así que la doctrina y la jurisprudencia se encuentran divididas,
dado que algunos "objetivizando" a ultranza el piso de marcha del
mencionado art. 1113, en su relación con el 27 de la ley 22.977, no
despegan al dueño de la responsabilidad civil (mientras permanezca el
bien en su haber registral); en tanto que otros, en una postura que
juzgo más ajustada a la equidad y menos formalista, llegan a la
solución opuesta. Tal respuesta bifronte se ve inclusive en esta propia
Corte, que ha tocado las bandas de ambos extremos; y aún hoy en su
seno permanecen vivas las dos corrientes, reformas legislativas de por
medio. Para no ir muy lejos, repárese que en 1979, y bajo la vigencia del
art. 27 del dec. ley 6582/1958 -que con la vigencia de la ley 22.977 a
mi criterio no ha variado en sustancia- este Tribunal le permitió al
dueño del vehículo, probar que había perdido la guarda del mismo para
exonerarse de responsabilidad (Ac. 27.012, "Tófalo"), partiendo de la
base que la presunción que surgía de la mencionada norma -hoy
derogada- era juris tantum. Empero en 1985, con nueva integración,
este Tribunal cambió de tornas, llegando a un resultado opuesto (Ac.
32.287, "Yalour de Furlong", sent. del 17/IX/1985, Acuerdos y
Sentencias, 1985-II-661), sosteniéndose -en situaciones similares a la
aquí juzgada- que la responsabilidad del dueño y del guardián son
"concurrentes" (causas Ac. 39.866, "Martín", sent. del 21/II/1989; Ac.
42.989, "Lorenzo", sent. del 2/VII/1991; Ac. 45.860, sent. del
26/XI/1991, etc.). Sin embargo a partir de las causas Ac. 51.760 y Ac.
55.947 (ambas sentenciadas el 12/III/1996) el doctor Negri -en
minoría- se apontocó en la tesitura antagónica, que podemos llamar
"amplia" -de la que participo- volviendo a la postura de 1979, poniendo
la pica en la idea basilar de que la ley 22.977 no alteró el núcleo troncal
del Código Civil, en materia de responsabilidad extracontractual.

Repito, que concuerdo con la que he denominado corriente "amplia",


porque como expresé, el art. 27 de la ley de marras, de eminente
contenido "registral", no ha tenido en miras cambiar el esquema de
responsabilidad cuasicontractual enclavado en el aludido cuerpo legal
(reformado por la ley 17.711). Por otra parte no estoy de acuerdo en que
el art. 1113 consagre siempre la responsabilidad "concurrente" entre el
dueño y el guardián, como opina la mayoría de esta Corte en los casos
citados. La mencionada norma alude al "dueño" pues casi siempre es el
guardián jurídico de la cosa, de ahí su responsabilidad si no acredita
haberse desprendido de ella con anterioridad al hecho dañoso. Empero
ese estatuto normativo admite que el titular transfiera la posesión del
bien, y le confiere al que la recibe, las acciones pertinentes para evitar
la pérdida de la misma. Es presupuesto de la responsabilidad que el
alcanzado por ella, "se sirva de la cosa o la mantenga a su cuidado",
conforme a lo edictado por el aludido art. 1113.

Ello así si se tiene en cuenta el empleo de la conjunción disyuntiva "o"


en el segundo párrafo de ese precepto. Si el enajenante declinó sus
poderes transfiriéndoselos al adquirente, y si éste recibe legítimamente
la posesión, es el último quien debe responder por los daños. No parece
correcto el excesivo apego a "objetivizar" a ultranza la teoría de la
responsabilidad, pues de ese modo se llega a resultados que a veces son
injustos, como hacerle caer sobre las espaldas del vendedor la
reparación de los daños producidos por el adquirente del automotor.
Ser titular del dominio de una cosa y no tener la posesión de la misma
es idéntico que no serlo (Salvat, "Derechos Reales", t. I, ed. 1969, p. 17),
pues al entregarla el titular queda imposibilitado de ejercer poder
alguno sobre ella, es decir no es factible impedir que la misma origine
perjuicios. Resulta difícil resolver esta problemática prescindiendo de
"valorar la conducta humana", en cada caso concreto. Frente al
indudable interés social de proteger a la víctima, está -en paralelo- el de
evitar que pese sobre los individuos una amenaza de reparación,
cuando su accionar es irreprochable. Establecer una responsabilidad
automática, totalmente "objetivizada", significa alejarla de la justicia y
de la equidad, ya que estos dos valores sirven para diferenciar el acto
culpable del acto inocente sobre la base de la conducta del agente (Cám.
Nac. Especial Civil y Comercial, en pleno, agosto 18-1980; "Mordaz,
Norberto", public. en El Derecho, t. 92, p. 689). Imponerle al inocente la
obligación de indemnizar un daño que no ha producido podrá
justificarse rara vez en el terreno de la utilidad social y jamás sobre el
de la moral (Mazeaud, "Lecciones de Derecho Civil", 2da. parte, vol. II,
p. 84).

En síntesis, quiero reiterar que a mi criterio no subsiste la


responsabilidad de quien figura en el Registro Nacional de Propiedad
Automotor como titular del vehículo causante del daño, cuando lo ha
enajenado y entregado al comprador con anterioridad a la fecha de
siniestro, si esa circunstancia resulta debidamente probada en el
proceso (véase Plenario "Marazzo", ya citado; pese a que el mismo ha
dejado de ser imperativo -en su ámbito de aplicación- al cambiar la
legislación sobre la que se sustentaba, como surge del plenario de la
Cám. Nac. Civ. del 9/IX/1993, "M. de Sotham"). Ello así porque como
reiteradamente lo he puesto de resalto en este voto, la ley 22.977 es de
eminente contenido "registral", pues tanto ella como su predecesora han
tenido por objeto organizar un Registro de Propiedad Automotor, con el
fin de brindar seguridad jurídica (véase, Plenario "M. de Sotham", El
Derecho, t. 156, p. 227); y no han intentado alterar el sistema de
responsabilidad civil instaurado por la ley 17.711. Desde ese cuadrante,
es preciso vincular -como antes dije- el art. 1113 del Código Civil, con el
27 de la ley 22.977, para arribar a la conclusión que el titular responde,
"a menos que acredite fehacientemente que el comprador es quien tiene
la guarda del automóvil".

Con esta hermenéutica, en lugar de poner al juez como un autómata, se


le da la posibilidad de analizar conforme a las circunstancias
particulares del pleito si fue debidamente probado el total
desdoblamiento de las condiciones de dueño y de guardián del móvil. Se
intenta de tal modo que no se produzca la consecuencia disvaliosa de
que el propietario, por una falta meramente administrativa, deba cargar
sobre sus espaldas con las consecuencias de un accidente del que
resulta ajeno. De ello se colige que el propietario que no cumplió
acabadamente con lo que manda la mencionada ley registral -sea por
desidia, o por desconocimiento como sucede en la mayoría de los casos-
puede demostrar ante el magistrado judicial, que se desprendió de la
guarda del automóvil (conf. voto del doctor Bossert en el mencionado
Plenario "M. de Sotham", Rev. cit., p. 229).

Cabe agregar, que el criterio que he sostenido reiteradamente sobre el


tópico, y que vuelvo a mencionar, es el que desde el dictado de la
decisión en la causa Ac. 81.641 (sent. del 16/II/2005) sostiene este
Tribunal, y que ya antes había adoptado la Corte Suprema de Justicia
de la Nación, por mayoría, en las causas "Seoane, Jorge Omar c. Entre
Ríos, Provincia de y otro s/Daños y Perjuicios" (sent. 637-XXVI, del
19/V/1997) y "Camargo, Martina y otros c. San Luis, Provincia de y
otra. Daños y perjuicios" (sent. del 21/V/2002).

Mi distinguido colega, el doctor Soria, ha expresado (v. su voto en C.


83.469, sentencia en la misma fecha que la presente) que existen
diferencias objetivas entre las circunstancias tenidas en consideración
en dichos precedentes y las propias del sub lite, que permiten sostener
la inaplicabilidad de las pautas sentadas en aquéllos por el Máximo
Tribunal.
No comparto esta apreciación. El intérprete debe extraer, de las
doctrinas jurisprudenciales en las que apontoca su decisión, los
elementos fundamentales que permiten trasladar su influencia a otro
caso, pudiendo descartar los pormenores secundarios que no afectan la
regla conceptual explicitada en dichas fuentes.

Se trata, como sostiene Smith, de aplicar un criterio científico


unificador por el cual los jueces adecuan el sentido de sus fallos al
sentido de las decisiones precedentes (Smith, J. C., Enciclopedia
Jurídica Omeba, voz "jurisprudencia", t. XVII, p. 621).

No encuentro que las particularidades que enfatiza dicho ministro


respecto de los aludidos casos de la Corte nacional ("Seoane" y
"Camargo"), resulten suficientes para postular su inaplicabilidad en el
sub judice, todo lo contrario.

En efecto, las notas centrales destacadas por el Máximo Tribunal


federal en los fallos citados son, a mi juicio:

a) que los efectos que el art. 27 de la ley 22.977 atribuye a la denuncia


ante el registro no excluyen la posibilidad de acreditar en juicio de
manera fehaciente que el titular registral ha perdido la guarda del
vehículo con anterioridad al suceso que genera su responsabilidad y
permiten que se evalúe en la causa si subsiste la que le atribuye la
primera parte de dicha norma (v. consids. 4° y 5° de las cits. causas
"Camargo" y "Seoane", respectivamente).

b) Que si la ley (art. 27 de la ley 22.977) exonera de responsabilidad a


quien efectúa una denuncia unilateral de venta -cuya sinceridad no es
objeto de comprobación- no cabe privar del mismo efecto a quien
demuestra efectivamente que se encuentra en idéntica situación, es
decir que no dispone del vehículo por haberlo enajenado y hallarse el
automotor en poder del adquirente o de terceros que de éste hubiesen
recibido el uso, tenencia o posesión (consids. 5° y 6°, respectivamente,
causas citadas).

c) Y que teniendo en cuenta que la ley no establece una presunción


iuris et de iure de que el propietario que no denunció haber vendido y
entregado el automotor, conserva su guarda (art. 26 del dec. ley
6582/1958), configuraría un exceso ritual privar al titular registral de la
posibilidad -jurídicamente relevante- de demostrar si concurre tal
extremo (íd. ant.).

En definitiva, mi referido colega encuentra inaplicables al sub lite los


mencionados pronunciamientos del más alto órgano jurisdiccional del
país poniendo énfasis en sostener que en ambos expedientes la pérdida
de la guarda de los móviles había sido como consecuencia de una
subasta pública, de bienes del Estado, aprobada en uno de ellos
("Seoane", cit.) por un acto administrativo.

El razonamiento central -y el punto de partida- de ambos fallos es que


se había acreditado por parte de los actores la pérdida de la guarda de
los automotores de marras (art. 375, C.P.C.C.). En ningún momento se
dijo allí —y no se podría haber dicho- que a los efectos probatorios las
actuaciones en un remate judicial tuvieran -a estos fines- mayor énfasis
acreditativo que una venta particular (art. 384 del mencionado
ordenamiento). Lo que requirió la Corte es la demostración del traslado
de la guarda. Y dicha probanza -entiendo- se puede llevar a cabo por
actos (documentos) públicos o privados, según las circunstancias. Ese
fue el criterio hermenéutico de los aludidos precedentes, según mi
parecer.

2. Voto por la negativa.

El doctor Soria dijo:

1. No comparto la solución expuesta en los votos que anteceden.


a. El art. 27 del decreto ley 6582/1958, en su texto ordenado por ley
22.977, prescribe que "Hasta tanto se inscriba la transferencia el
transmitente será civilmente responsable por los daños y perjuicios que
se produzcan con el automotor en su carácter de dueño de la cosa. No
obstante, si con anterioridad al hecho que motive su responsabilidad el
transmitente hubiere comunicado al Registro que hizo tradición del
automotor, se reputará que el adquirente o quienes de este último
hubiesen recibido el uso, la tenencia o la posesión de aquel, revisten
con relación al transmitente el carácter de terceros por quienes él no
debe responder, y que el automotor fue usado en contra de su
voluntad...".

La norma instituye a favor del propietario del automotor un mecanismo


para liberarse de responsabilidad en caso de que el rodado
permaneciese inscripto a su nombre en el Registro del Automotor pese a
haberlo transferido. Con la denuncia en la oficina registral, la persona
que figura como titular inscripto y que ha efectuado la tradición del
automotor, se previene de los riesgos o consecuencias perniciosas que,
en términos de responsabilidad como dueño, para él, podrían derivarse
a raíz de dilación en el trámite de la transferencia con arreglo a derecho.

Ahora bien, la interpretación del citado precepto exige determinar tanto


si los efectos que el enunciado normativo atribuye a la denuncia de
venta habilitan per se al titular registral a eximirse de responder frente
a la víctima del accidente como, sobre todo, si en ausencia de esa
denuncia, quien todavía figura inscripto en calidad de propietario del
automotor puede probar, por otros medios, que ha perdido la guarda
del automotor con anterioridad al acaecimiento del siniestro y, así,
también quedar inmune por las consecuencias dañosas del evento
generado por el guardián.
b. En fecha reciente, variando su posición tradicional en la materia,
esta Corte ha interpretado que, a los fines de la responsabilidad civil del
titular registral del automotor que ha omitido la denuncia de venta, el
art. 27 del decreto ley 6582/1958, t.o. ley 22.977, no impide probar
acabadamente el desprendimiento de la posesión y custodia del
vehículo, es decir la inexistencia de animus domini en la realidad de los
hechos (Ac. 81.641, sent. del 16/II/2005). De este modo fue adoptada
la solución que hasta ese entonces sostenía la minoría de este Tribunal
(v. voto en minoría del doctor Negri a partir de las causas: Ac. 51.760 y
Ac. 55.947, ambas sents. de 12/III/1996, y reiterado en Ac. 57.988,
sent. de 23/XII/1997; Ac. 68.652, sent. de 31/VIII/1999; Ac. 73.594,
Ac. 77.383 y Ac. 79.855, sents. de 19/II/2002; y del doctor Hitters en
Ac. 53.338, sent. de 29/IV/1997, Ac. 60.498, sent. de 16/IX/1997; Ac.
57.988, sent. de 23/XII/1997; Ac. 68.652, sent. de 31/VIII/1999; Ac.
73.594, Ac. 77.383, Ac. 78.032, Ac. 79.855; con adhesión del doctor
Pettigiani, conf. Ac. 59.017 y Ac. 60.498, sent. de 16/IX/1997 y demás
ya citados).

c. Disiento con el señalado criterio.

En mi opinión, la interpretación del art. 27 del decreto ley 6582/1958


propiciada en el precedente reseñado altera injustificadamente las
bases del régimen consagrado en el art. 1113 2° párrafo del Código
Civil, en tanto debilita la protección jurídica a la víctima del accidente,
contrariando de este modo el fin tenido en vista por esta última
previsión legal. Veamos.

i] Conforme reza el art. 1113, en su segundo párrafo "[e]n los supuestos


de daños causados con las cosas, el dueño o guardián, para eximirse de
responsabilidad, deberá demostrar que de su parte no hubo culpa; pero
si el daño hubiere sido causado por el riesgo o vicio de la cosa, sólo se
eximirá total o parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de
la víctima o de un tercero por quien no debe responder", añadiendo en
su tercer párrafo que "[s]i la cosa hubiese sido usada contra la voluntad
expresa o presunta del dueño o guardián, no será responsable". Así se
fija la responsabilidad que pesa sobre el dueño y guardián de la cosa
riesgosa o viciosa.

ii] Ahora bien, el dueño no es otro que quien resulta titular del derecho
real de dominio sobre la cosa que interviene en la generación del daño
(art. 2506 del Código Civil), concepto que, precisamente, en materia de
automotores, se nutre de componentes singulares, que, entre otras
consecuencias, alejan su configuración jurídica del campo aplicativo del
art. 2412 del Código Civil, habida cuenta del carácter constitutivo que
se confiere a la inscripción de dominio en el Registro Automotor. Ello se
desprende de lo normado por el art. 1° del decreto ley 6582/1958 en
cuanto dispone que "La transmisión del dominio de los automotores
deberá formalizarse por instrumento público o privado y sólo producirá
efectos entre las partes y con relación a terceros desde la fecha de su
inscripción en el Registro Nacional de la Propiedad Automotor".

De ahí que no pueda concordar con lo afirmado por mis distinguidos


colegas, en el sentido de que cuando "... el enajenante ha perdido el ius
possessionis y con él el poder de disponer y servirse de la cosa
(inherente al dominio de la misma, art. 2351 Cód. Civ.)... el dominio es,
pues aparente y resulta una ficción legal" (conf. voto del doctor Negri en
Ac. 51.760, Ac. 55.947, Ac. 73.594, Ac. 81.641, entre otros) o que "...
ser titular del dominio de una cosa y no tener la posesión de la misma,
es idéntico a no serlo..." (conf. voto del doctor Hitters en Ac. 55.338, Ac.
78.032, Ac. 81.641, entre otros).

Pienso, por el contrario, que el carácter constitutivo de la inscripción del


automotor consagrado en el decreto ley 6582/1958 se desnaturalizaría
de admitirse la diferenciación propuesta entre un propietario "real" (el
adquirente no inscripto) y otro "formal" (el titular registral), ignorando el
principio de la traditio inscriptoria que singulariza a la transferencia de
automotores (v. Borella, Alberto, Régimen Registral del Automotor,
Santa Fe, 1993, p. 425). En el régimen vigente hay una precisa opción
por el sistema de publicidad registral constitutiva, que desecha otra
idea de publicidad posesoria.

Paralelamente, más allá de las dificultades que ha suscitado la


caracterización de la figura del guardián, tomando como punto de
partida las directivas que el propio art. 1113 del Código Civil
proporciona, al predicar que toda persona debe resarcir por el daño
causado "por las cosas de que se sirve, o que tiene a su cuidado", puede
sostenerse que por tal cabe reputar tanto a quien se sirve de ella como
aquél que, de manera autónoma, ejercita sobre dicha cosa un poder de
control y gobierno, aunque no pueda llegar a servirse de ella (ver
Pizarro, Ramón D., en Bueres, Alberto J.-Highton, Elena I., Código Civil
y normas complementarias. Análisis doctrinario y jurisprudencial, Bs.
As., 1999, vol. 3-A, p. 528).

iii] Sentado lo anterior, he de detenerme en el carácter de la


responsabilidad del dueño y del guardián.

Según una corriente de opinión, la obligación del propietario y la del


guardián resultan "alternativas", esto es procede una o la otra, pero no
las dos conjuntamente (en este sentido se pronuncia Orgaz en La culpa
(actos ilícitos), 1970, Ed. Lerner, págs. 184 y 209, a cuyo criterio
adhiere Compagnucci de Caso, Rubén H., El guardián en la
responsabilidad por el hecho de las cosas, 1981, Ed. Lex, p. 111).

Es este también uno de los argumentos esgrimidos en el seno de este


Tribunal para fundar la facultad del titular del automotor para
exonerarse de la responsabilidad que le cabe como dueño de la cosa
riesgosa o viciosa, aun faltando el aviso de venta (Ac. 55.338 sent. de
29/IV/1997). En esa línea, se interpreta que el art. 1113 del Código
Civil no siempre consagra una responsabilidad "concurrente" entre el
dueño y guardián, juzgándose que la mencionada norma alude al
"dueño" pues casi siempre es el guardián jurídico de la cosa, de ahí que
corresponda su responsabilidad si es que no acredita haberse
desprendido de ella con anterioridad al hecho dañoso. Con otras
palabras, si transfiere la posesión del bien, que oficia como presupuesto
de la responsabilidad, y por ello no se sirve de la cosa, ni la mantiene a
su cuidado, y si el adquirente recibe legítimamente la posesión, es éste
quien debe responder por los daños. El criterio hallaría respaldo en el
empleo de la conjunción disyuntiva "o" inserta en el segundo párrafo del
art. 1113.

Participo de una interpretación diferente, pues considero que tanto el


propietario como el guardián deben en principio responder frente a la
víctima, y ésta puede accionar libremente contra cualquiera de ellos o
contra ambos. La conjunción disyuntiva "o" de los sustantivos
propietario y guardián supone que el dueño y el guardián pueden ser
demandados por la totalidad de la reparación, aunque la causa del
responder de cada uno sea por cierto diversa (en sentido coincidente se
ha expedido esta Corte: Ac. 39.866, sent. de 21/VI/1989; Ac. 40.577,
sent. de 5/XI/1996 y Ac. 77.921, sent. de 19/II/2002).

Se está en presencia de dos situaciones jurídicas vinculadas pero


diferentes, cuyos puntos de contacto son la identidad de acreedor y
objeto, y que difieren entre sí no sólo en el plano subjetivo (de los
legitimados pasivos) sino en la causa o motivo determinante de la
obligación de resarcir (Ac. 77.921, sent. de 19/II/2002). La ley coloca al
dueño y al guardián en pie de igualdad frente a la víctima, con el
indiscutible propósito de darle la mayor tutela posible a los fines de
reparar el daño que ha experimentado. El empleo de la locución "dueño"
o "guardián" implica afirmar que la responsabilidad excede la situación
de quien utiliza o se sirve de la cosa, comprometiendo al propietario. Se
reafirma así la existencia de sujetos diferentes, responsables por
separado y de manera autónoma. De allí que la acción que promueva el
damnificado contra uno de tales sujetos, no excluye el reclamo contra el
otro (v. Pizarro, Ramón D., La responsabilidad por el riesgo o vicio de
las cosas, Bs. As., 1983, p. 425 y sgts., ídem, comentario al art. 1113
del C.C. en Bueres, Alberto J.-Highton, Elena I., Código Civil y normas
complementarias, ob. cit., p. 539 y ss.).

Siendo ello así, en orden a las previsiones contenidas en los arts. 1113,
2° párrafo del Código Civil; 1° y 27 del decreto ley 6582/1958, el dueño
responde por el daño causado por el riesgo o vicio de la cosa en su
calidad de tal, carácter que en materia de automotores deriva de su
condición de titular registral del vehículo causante del daño (art. 1° del
decreto ley 6582/1958). Y el hecho de que el dómino o propietario
responda como tal, y no por ser guardián, implica que incluso el "dueño
no guardián" debe responder por los daños causados por el riesgo o
vicio de la cosa, siempre -claro está- que no logre acreditar alguna de
las causales de exención previstas en el citado art. 1113 (v. Kemelmajer
de Carlucci, Aída, en Belluscio, Augusto-Zannoni, Eduardo, Código Civil
y leyes complementarias, Bs. As., 1984, t. 5, com. art. 1113, p. 465); a
las cuales el decreto ley 6582/1958, t.o. ley 22.977 vincula el supuesto
de denuncia de venta.

iv] Cierto es que la ley en forma expresa permite al titular registral -y


por ende dómino del rodado- eximirse de responsabilidad mediante el
cumplimiento del pertinente aviso de venta. Es ésta la respuesta que el
legislador encontró a un problema ampliamente debatido antes de la
sanción de la ley 22.977, solución que los jueces deben aplicar.

Ahora bien, las previsiones que en tal sentido contiene el art. 27 del
decreto ley 6582/1958 deben vincularse con los efectos propios que el
citado decreto asigna al aviso o denuncia de venta. El citado texto
normativo prescribe que la notificación de venta ante el Registro
Automotor "operará la revocación de la autorización para circular con el
automotor, si el titular la hubiese otorgado, una vez transcurrido el
término fijado en el art. 15 sin que la inscripción se hubiere
peticionado, e importará su pedido de secuestro, si en un plazo de
treinta (30) días el adquirente no iniciare su tramitación".
Concordantemente, el art. 15 del decreto ley bajo estudio señala que, en
caso de que el adquirente no cumpla con la obligación legal de solicitar
la inscripción registral a su nombre dentro de los diez días de celebrado
el acto, "el transmitente podrá revocar la autorización para circular con
el automotor que, aun implícitamente mediante la entrega de la
documentación a que se refiere el art. 22, hubiere otorgado al
adquirente, debiendo comunicarse esa circunstancia al Registro a los
efectos previstos por el art. 27".

De este modo, quien en principio aparece como responsable en razón de


su calidad de propietario, tiene la posibilidad de esgrimir una causal
eximente proveniente de la mentada comunicación de venta y entrega
de la posesión del rodado, que cumplidos cierto plazo provocará la
revocación de la autorización para circular. Así, la presunción legal
según la cual, formulada tal comunicación ante el registro, cabe reputar
al adquirente o a quienes de este último hubiesen recibido el uso, la
tenencia o la posesión de aquél, como terceros ajenos por quienes no
debe responder y que el automotor ha sido usado en contra de la
voluntad del titular registral, viene a quedar enmarcada -por imperio de
la ley- dentro de las causales de eximición previstas por el art. 1113 del
Código Civil.

No sucede lo mismo con el titular registral que no denuncia la venta


ante el Registro. Mientras ésta trae aparejada la revocación de la
autorización para circular, la mera enajenación del rodado y con más
su tradición a un tercero, no conlleva esa consecuencia legal.

La eximente contemplada por el art. 1113, 2° párrafo del Código Civil,


fundada en el hecho de un tercero extraño por quien el dueño no debe
responder, exige distinguir dos hipótesis diversas: la primera, cuando
aquél, a quien se imputan las consecuencias dañosas, no usa la cosa
del dueño o guardián -supuesto que no interesa ahora analizar- y, la
segunda, cuando el tercero usa la cosa del dueño o guardián, en donde
éste sólo podrá ser concebido como un sujeto ajeno, a los fines
exoneratorios de la responsabilidad, si emplea la cosa contra la
voluntad expresa o presunta del propietario (arg. art. 1113, cit.).

En el caso bajo examen, parece indudable que cuando el titular


registral enajena el vehículo inscripto a su nombre en el registro
dominial y lo entrega al adquirente está otorgando en forma expresa o
tácita una autorización al adquirente para su utilización. O dicho de
otro modo, bajo tal contexto, mal puede sostenerse que el adquirente
usa la cosa contra la voluntad del enajenante, dado que el destino
natural del automóvil es la circulación y quien vende un rodado no
puede esgrimir verosímilmente que la transmisión de la posesión tiene
por finalidad que la cosa permanezca guardada o depositada mientras
no se realiza la transferencia registral (ver Kemelmajer de Carlucci, ob.
cit., p. 465).

v] Para más, no es posible soslayar que el sistema de responsabilidad


consagrado por el art. 1113 del Código Civil descansa en la necesidad
de protección de la víctima del hecho dañoso, finalidad que también
anima las previsiones contenidas en el art. 27 del decreto ley
6582/1958, ley 22.977 y que la solución adoptada por la doctrina
tradicional de esta Corte "... no es opuesta a la equidad puesto que, si
debe optarse entre el damnificado y el titular registral, la elección no
ofrece dudas. Al propietario algún reproche le cabe, al menos el que
resulta de haber omitido cumplimentar el trámite de transferencia o en
su defecto la comunicación de venta prevista por el citado artículo 27,
en cambio la víctima, ha sido totalmente ajena" (conf. voto del doctor de
Lázzari en precedentes anteriores a Ac. 81.641, sent. de 16/II/2005: ver
Ac. 73.594 y Ac. 78.032, sents. de 19/II/2002).

En efecto, una solución contraria importaría priorizar la protección del


vendedor por sobre las perspectivas resarcitorias de la víctima del
siniestro, tercero ajeno al negocio entre el "dueño" y el "guardián" del
vehículo quienes, frente al primero, son obligados "concurrentes" o in
solidum. Tal criterio difícilmente pueda conciliarse con el sistema
consagrado en el art. 1113 del Código Civil preordenado a fin de tutelar
a la víctima (v. Saux, Edgardo I., Responsabilidad civil del titular
registral de un automotor: un fallo novedoso en la doctrina judicial de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, RCyS 2003-67 y sus citas en
nota 20, cit. por Mayo, Jorge A., Apostilla a un fallo de la Corte
Suprema: ¿es alternativa o acumulativa la responsabilidad del dueño o
guardián que regula el art. 1113, 2° parte, 2° párrafo del Código Civil?,
La Ley, 2003-D, 959).

vi] Mayor fuerza cobra la interpretación que vengo sosteniendo si se


advierte que, admitida la responsabilidad concurrente del dueño y
guardián de la cosa frente al damnificado, al primero le queda abierta la
posibilidad de accionar por reintegro contra el guardián que se servía de
ella o la tenía a su cuidado en el momento del hecho dañoso. Con tal
objeto, deberá acreditar que el hecho le es imputable al guardián y la
entidad del perjuicio experimentado que estará representado por el
monto desembolsado a favor de la víctima y los restantes daños que ello
pudo haberle generado (ver Rúa-Silvestre-Wierbza, Obligaciones
concurrentes o indistintas (con especial referencia a las acciones de
regreso), Jurisprudencia Argentina del 1/VII/1998, p. 2; Kemelmajer de
Carlucci, Aída, ob. cit., p. 480; Pizarro, en Bueres-Highton, ob. cit.,
págs. 531 y 583).

De este modo, es posible neutralizar la injusticia que se denuncia al


hacer caer sobre las espaldas del vendedor la reparación de los daños
producidos por el adquirente del automotor, sin desamparar a la
víctima del evento dañoso cuya tutela inspira el régimen establecido en
el art. 1113 del Código Civil.

d. No ignoro, desde luego, el criterio adoptado por la Corte Suprema de


Justicia de la Nación, con su anterior integración, en las causas
"Seoane, Jorge O. c. Entre Ríos, Provincia de y otros s/Daños y
perjuicios", sent. de 19/V/1997 y "Camargo, Martina y otros c.
Provincia de San Luis y otra", sent. de 21/V/2002 (Jurisprudencia
Argentina, 2003-II-275 y ss.).

Sin embargo, en los dos casos concurrieron presupuestos fácticos muy


particulares, diversos a los ventilados en el sub lite, que es preciso
poner de manifiesto.

En el fallo "Seoane" (causa S. 637.XXVI), el titular registral del rodado


protagonista del siniestro era la Provincia de Entre Ríos, y no un
particular. A su vez, dicho vehículo había sido subastado y adquirido
por un tercero a quien se entregó la posesión del automotor tal como se
documentara en el acta respectiva, todo ello con anterioridad a que
acaeciera el evento generador de la responsabilidad. Para más, la venta
en subasta había sido dispuesta por medio de un decreto dictado por el
Poder Ejecutivo provincial y, una vez llevada a cabo, aquélla fue
aprobada por un acto administrativo posterior de igual rango. En esa
contienda, entonces, el vehículo había sido objeto de una serie de actos
de la Administración Pública, cuya autenticidad y regularidad no fueron
objetados por el demandante, tal como la propia Corte federal pusiera
de relieve en su decisión (v. consid. VIII ap. 7°).
Similar plataforma fáctica concurre en la causa "Camargo" en la cual la
Provincia de San Luis arguyó la inexistencia de responsabilidad de su
parte por no ser, al tiempo del accidente, propietaria del vehículo que
participara en el mismo. También allí el bien cuya titularidad obraba en
cabeza del Estado provincial había sido subastado. No obstante, en ese
caso, la defensa de falta de legitimación fue desestimada al juzgarse
insuficiente la prueba aportada vinculada a la subasta de un lote de
vehículos de propiedad del Gobierno provincial y que se limitaba a un
acta en donde la notaria del gobierno daba cuenta de que se había
efectuado la venta del rodado, sin arrimar constancia alguna que
acreditara el cumplimiento de la obligación que la Administración
provincial se impusiera en el art. 6° del decreto 545/1989 y la
oportunidad en que se había desprendido de la guarda del vehículo (v.
considerando VI ap. 6°).

En síntesis, los dos precedentes reseñados, dictados en el ámbito de


competencia originaria de la Corte Suprema nacional, presentan los
siguientes datos: i] el titular registral del automotor era una Provincia;
ii] la venta había sido ordenada o aprobada por actos de la
Administración Pública; iii] mediante el procedimiento de subasta; iv]
para cuya realización se aplicaron normas sobre la compraventa junto
con otras reglas provinciales exorbitantes del derecho privado; v] que
imponían -estas últimas- ciertos trámites y aseguraban un grado de
publicidad diferencial, inaplicables o inusuales en el tráfico jurídico
privado, o, por lo menos, muy difíciles de pregonar o verificarse en
cualquier enajenación automotor celebrada entre particulares.

De otro lado, no se conocen precedentes en que el alto Tribunal haya


sustentado la misma solución frente a una venta de automotor que no
presentara las específicas notas señaladas.
A lo que debe añadirse que, en un caso posterior a los precedentes
arriba mencionados, la causa "Pereyra Rodríguez, Gustavo R. M., Morel
de Pereyra, Gloria R. c. Cruz Medardo Idanor y Gilardi, Luis E.", la
Corte Suprema de Justicia de la Nación desestimó, en los términos del
art. 280 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, un recurso
extraordinario planteado contra la decisión del Superior Tribunal de la
Provincia de Jujuy que había afirmado la responsabilidad conjunta del
dueño o guardián si el dominio continuaba inscripto a nombre del
primero y no se había efectuado la denuncia de venta (sent. de
10/IV/2003, La Ley, de 10/VI/2003, p. 4, Fallo 105:614, D.J.B.A.,
2003-2-453).

De tal modo, existen motivos suficientes para establecer un distingo


objetivo entre las circunstancias comprobadas de autos y aquéllas
ponderadas en los precedentes "Seoane" y "Camargo", que justifican
apartarse en el sub lite de la solución a que éstos arribaron. Esas
mismas razones tornan innecesario pronunciarme sobre la autoridad
que cabría asignar a los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación en casos en que se interpretan normas como las aplicadas en la
especie.

Por ello, y por interpretar que el criterio expuesto en el precedente


"Oliva" (Ac. 81.641, sent. de 16/II/2005) no se ajusta al régimen de
responsabilidad objetiva estatuido en el art. 1113 del Código Civil y en
las reglas establecidas en los arts. 1° y 27 del decreto ley 6582/1958,
t.o. ley 22.977 que siguen ordenando esta disciplina, propicio hace
lugar a la impugnación articulada en esta vía extraordinaria.

Por los fundamentos expuestos, voto por la afirmativa. Con costas en el


orden causado, en atención a las peculiaridades y complejidad de la
cuestión jurídica debatida (art. 68 su doct. del C.P.C.C.).

El doctor Negri dijo:


Comparto la opinión del distinguido colega que abrió el acuerdo en el
sentido de que el recurso debe ser rechazado.

Con relación al tema de la titularidad registral, en numerosos


precedentes, y aún con anterioridad al dictado de la causa C. 81.641
(sent. del 16/II/2005), sostuve que no compartía la doctrina establecida
hasta ese momento por este Tribunal en lo referente al alcance dado a
la interpretación de la atribución de responsabilidad civil que efectúa el
art. 27 del dec. ley 6582/1958, según ley 22.977.

Mantengo ese criterio.

Me permito reproducir así conceptos ya volcados en las causas Ac.


55.947 y Ac. 51.760, sents. del 12/III/1996, toda vez que estimo que la
reforma efectuada por la ley 22.977 al art. 27 del mencionado decreto
que atribuye la responsabilidad civil al dueño del automotor hasta tanto
el comprador efectúe la transferencia, permitiéndole eximirse de ella
mediante un trámite que no sólo se cumple con la inscripción de la
venta sino que habilita al secuestro del automotor si no cumple el
adquirente en el plazo estipulado, no alcanza a conmover la posibilidad
de probar lo contrario teniendo en cuenta el sistema de presunciones
generado por el art. 1113 del Código Civil, ante las particulares
características que paso a exponer.

La omisión de un trámite administrativo en cumplimiento de preceptos


registrales no puede contraponerse a la acabada probanza por parte del
titular de dominio de su situación frente al siniestro, pues ello no sólo
vulnera los principios sobre los que se asientan los criterios
desarrollados por la teoría de la responsabilidad civil en la
jurisprudencia y doctrina más caracterizadas, conforme al art. 1113 y
concs. del Código Civil, sino también al principio de la realidad, que la
tarea judicativa debe tener siempre presente en la interpretación de las
normas.
Es cierto que al respecto lo dispuesto por el art. 27 del decreto ley
citado conforme a la ley 22.977 resulta en principio claro en cuanto
soluciona en lo inmediato y trámite mediante, la forma de eximirse
preventivamente de responsabilidad y en ello radica su plausible
eficacia para quien tiene la previsión de efectuarlo. Pero también es
cierto que en la vida cotidiana no es tan simple esa inmediatez en la
concreción de tales extremos. En tales situaciones resulta excesivo
imputar la responsabilidad civil a quien puede probar -ante el
acaecimiento de un hecho dañoso- que no disponía para sí del uso del
automotor habiéndose desprendido fehacientemente de la guarda, como
en el caso de autos. La sola titularidad de dominio pasa a ser una
ficción legal en razón del carácter constitutivo de la inscripción (arts. 1°
y 2° del dec. ley 6582/1958) y dicha inscripción tiene enorme relevancia
en el campo de los derechos reales, en cuanto consagra fines registrales
tales como el de publicidad y de seguridad jurídica en las transacciones
y aún en la protección de terceros con referencia al resarcimiento de los
daños pero en este último campo estoy convencido que ha de primar
sólo cuando no se pueda probar "por ningún medio", que el titular de
dominio se desprendió de la guarda con la intención de enajenarlo,
pasando la posesión al adquirente "antes de producirse el siniestro".
Considero que queda así incólume el citado principio de la realidad y
resulta más justa y equitativa la interpretación de la ley registral si se
mantiene el sistema de presunciones iuris tantum elaborado en torno al
art. 1113 del Código Civil y si se estima que aun cuando haya sido
establecido en el art. 27 un mecanismo para eximirse de
responsabilidad, haya posibilidad de probar, ante su omisión, que no se
dan las notas que dicho sistema requiere para evadir tan grave
consecuencia, que lleva a una sanción totalmente desproporcionada y
por lo tanto irrita a los principios generales del derecho que deben regir
toda interpretación.
Propongo mantener la doctrina de esta Corte que emana de la causa Ac.
27.012, "Tofalo", en la que se decidió que en el caso de encontrarse
probado que el dueño originario de un vehículo lo dio en venta sin
inscribir la transferencia en el Registro correspondiente, no se lo exime
de responsabilidad por daños y perjuicios producidos en un accidente
de tránsito por no ser propietario del rodado -lo que a la luz de las
constancias del registro no resulta- sino porque queda
incuestionablemente demostrado que se desprendió de la guarda
jurídica del vehículo, y no de una manera transitoria o circunstancial,
sino con el propósito de que se pasara la posesión del mismo a quien lo
adquiriera (Acuerdos y Sentencias, 1979-II-342).

En las presentes actuaciones, ha quedado fehacientemente comprobado


tal extremo. En consecuencia, debe considerarse causante del daño, a
quien tenía a la sazón la guarda del mismo (señor Villarreal).

En el caso de los automotores, como cosas muebles, si bien la posesión


no equivale a propiedad (excepción que surge de los arts. 1° y 2° del
dec. ley 6582/1958), resulta impensable que ante la transmisión de la
posesión del tradens al accipiens ambos puedan ejercerla en forma
conjunta (art. 2401 del Cód. Civ. que prescribe que dos posesiones
iguales y de la misma naturaleza no pueden concurrir sobre la misma
cosa). El enajenante ha perdido el ius possessionis y con él el poder de
disponer y servirse de la cosa (inherente al dominio de la misma, art.
2513, C.C.). El dominio es, pues, aparente y resulta una ficción legal,
que, como ya llevo expresado, es de gran valor para el derecho registral
en punto a los principios que lo informan. No obstante, el uso, control,
guarda, dirección, en definitiva, todo aquello que signifique disposición
de la cosa riesgosa ha pasado a la órbita de voluntad y acción del
poseedor adquirente y es por ello que propongo mantener a ultranza la
posibilidad del dueño registral de probar que ha transmitido la posesión
del vehículo -real situación de hecho- con intenciones de enajenarlo y
por consiguiente no ejerce sobre la cosa riesgosa un poder efectivo y
autónomo, debiendo sólo responder cuando no alcanza a probar tales
circunstancias.

Por lo dicho, corresponde rechazar el recurso (conf. art. 279 del


C.P.C.C.).

Voto por la negativa.

El doctor Pettigiani dijo:

Coincido con el voto del doctor Genoud. Sin perjuicio de ello, he de


agregar algunas consideraciones:

a) En oportunidad de adherir al voto del doctor Hitters en la causa Ac.


55.338 sent. del 29/IV/1997, sostuve que en mi concepto el art. 27 del
dec. ley 6582/1958 (t.o.) consagra como presunción iuris tantum la
falta de responsabilidad de quien cumplimenta la denuncia allí
viabilizada, en tanto la omisión de realizarla permite presumir con el
mismo alcance la responsabilidad de quien ha incurrido en ella,
siempre que no pruebe acabadamente el desprendimiento de la
posesión y custodia del vehículo, es decir que su animus domini existió
en la realidad de los hechos.

A la propia convicción sobre el acierto de este criterio se suma la


interpretación que respecto de la citada norma ha realizado -en sentido
concordante- el Máximo Tribunal federal en la causa "Camargo c. San
Luis" (sent. del 21/V/2002).

b) Sentado lo expuesto, entiendo que en el caso de autos medió la


prueba -valorada por el tribunal a quo a fs. 478/479- que permite
eximir de responsabilidad al titular registral señora Prack,
circunstancia que sella la suerte adversa del recurso impetrado (art.
279 del C.P.C.C.).

Por ello, voto por la negativa.


La doctora Kogan dijo:

Coincido con voto del doctor Genoud con las siguientes


consideraciones:

1. La cuestión debatida se centra en determinar si producida la venta y


consiguiente entrega de un automotor sin que se haya efectuado la
transferencia de dominio o la denuncia de haber hecho la tradición del
vehículo ante el Registro de la Propiedad Automotor (art. 27 de la ley
22.977), el titular registral del automóvil continúa siendo responsable
por los daños y perjuicios que pudieren ocasionar quienes utilicen el
rodado.

2. Entiendo que la recta interpretación que debe hacerse del art. 27 de


la norma en cuestión, es aquélla que "atiende al propósito que la inspira
y -a la vez- preserva y asegura su finalidad" (Fallos 310:149, 203;
311:193, 401, entre otros). En ese sentido, cabe poner de resalto que el
art. 27, lejos de establecer una presunción absoluta de responsabilidad
de quien aparezca registralmente como titular, creó un mecanismo para
-precisamente- evitar que el vendedor de un automotor que había
perdido la disponibilidad material del mismo con motivo de su venta,
fuera responsable de los daños y perjuicios que ocasionara el
adquirente que había sido negligente en la realización de los trámites de
transferencia.

Tal conclusión se desprende del propio texto de la ley que habilita la


denuncia de venta como un mecanismo al que puede recurrir el
vendedor para probar que "el adquirente o quienes de este ultimo
hubiesen recibido el uso, la tenencia o posesión de aquél, revisten con
relación al trasmitente el carácter de terceros por quienes él no debe
responder y que el automotor fue usado en contra de su voluntad". De
modo que si la propia ley habilita una mera declaración unilateral para
eximir de responsabilidad al titular, y no ha establecido una presunción
iuris et de iure de que el dueño que no denunció la venta y la entrega
del vehículo conserva su guarda, debe aceptarse que el transmitente
tiene la posibilidad de acreditar en el proceso de modo fehaciente que
ha perdido la guarda del rodado con anterioridad al acaecimiento del
evento que genera el deber de reparar.

Por otra parte, el sentido y alcance de la norma que propicio es


coincidente con la doctrina emanada de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación en las causas "Seoane, Jorge O. c. Entre Ríos, Prov. de y
otro s/Daños y perjuicios", sent. del 19/V/1997 y "Camargo, Martina y
otros c. San Luis, Prov. de y otra s/Daños y perjuicios", sent. del
21/V/2002).

Por lo expuesto, habiéndose acreditado la transferencia de la guarda del


automotor a la época del siniestro, el recurso debe rechazarse (conf. art.
279, C.P.C.C.). Por ello, doy mi voto por la negativa.

El doctor de Lázzari dijo:

Coincido con la propuesta decisoria (y los alcances de la misma)


manifestada por el doctor Soria, permitiéndome algunas aclaraciones y
argumentos que creo corroborantes.

I. En relación a la responsabilidad del titular registral que ha omitido la


denuncia de venta contemplada en el art. 27 de la ley 22.977, y en
torno a la influencia que sobre nuestra decisión deben tener los
pronunciamientos dictados por la Corte Suprema nacional en los casos
"Seoane" y "Camargo" considero necesario formular las siguientes
precisiones.

Participo de la idea según la cual, en principio, la Corte Suprema de


Justicia de la Nación solo decide en los procesos concretos que son
sometidos a su conocimiento, al igual que admito que las razones por
las cuales dicta una sentencia en un caso no pueden, sin más trámite,
ser usadas para resolver casos análogos.
Esta aseveración contiene una seria amonestación que tiene que ver
con la realidad: no ignoro que, de hecho, una multiplicidad de
argumentos que van desde la simple alusión a economía procesal,
pasan por la búsqueda de equilibrio entre los poderes del Estado, y
llegan a altas razones de política constitucional, hacen que la doctrina
que emana del Máximo Tribunal sea sentida, experimentada o vivida
por los tribunales inferiores como si fuese obligatoria, aunque
inmediatamente deba agregarse que el grado de esa sensación de
constreñimiento puede variar con los tiempos, con las circunstancias
sociales o políticas, y aún con la personalidad de los hombres.

No pudiendo excluirme de las categorías recién anotadas, debo señalar


que, tal cual hoy la vivo, la cuestión se presenta de esta manera: hay
una significativa fuerza vinculante que fluye de las sentencias dictadas
por la Corte Suprema; esta fuerza, siendo importante, no se equipara a
la obligatoriedad jurídica a la que quedamos supeditados por la
legislación. A pesar de ello, desde otro punto de vista (sea moral,
pragmático o prudencial), los jueces nos vemos en mayor o menor grado
impelidos a seguir los criterios rectores del máximo Tribunal de la
Nación, porque es la forma en que se manifiesta nuestro reconocimiento
a su autoridad y prestigio, y es también nuestra contribución a la
seguridad del tráfico jurídico y a la coherencia del sistema normativo.
Pero todo ello ocurre bajo ciertas condiciones y circunstancias que creo
dignas de señalar.

En un apresurado resumen podemos anotar que la fuerza vinculante de


la jurisprudencia del Máximo Tribunal aumentará en la medida en que
exista semejanza entre los elementos relevantes tenidos en mira al
resolver la cuestión que se transforma en precedente y aquéllos que se
presentan en el caso que ahora debe ser fallado. En similar medida
contribuirá a tonificar tal compromiso la seriedad de las posiciones
sustentadas, el número de miembros que adhieren a las mismas, o el
que se trate de una cuestión federal (esto último porque la Corte se ha
reservado desde antiguo su papel de última intérprete y definitiva
defensora de las cláusulas constitucionales o de aquéllas directamente
involucradas).

Inversamente: cuando el número de precedentes es escaso y esporádico,


cuando ha habido importantes disidencias, cuando aparecen nuevos
argumentos no tenidos en cuenta en su momento, cuando los
elementos relevantes a considerar difieren, o cuando la conformación
misma del Máximo Tribunal es diversa de aquélla que produjo el
holding en cuestión, etc., entonces tal fuerza vinculante se debilita y, a
la ausencia de obligatoriedad jurídica, se agregan además una
languidez convictiva y un enervamiento del grado de exigencia que pudo
haber tenido la doctrina de que se trate, posibilitando todo ello que los
tribunales inferiores se aparten de esos precedentes, aún cuando ellos
se originaran en la Corte Suprema de la Nación (Nuestro colega, el
doctor Hitters, ya ha dicho estas cosas en votos como el que vertiera en
la causa Ac. 57.048, "Alvarez de Etcheverry Boneo", sentencia del
18/III/1997).

Sumo a todo esto un aporte más, que considero corroborante: en un


reciente pronunciamiento de la Corte Suprema de la Nación (causa F
1116 XXXIX, "Ferreira, Víctor c. V.I.C.O.V. S.A. s/Daños y perjuicios",
sentencia del 21 de marzo de 2006), la doctora Elena I. Highton de
Nolasco ha señalado que "el apartamiento de las sentencias de la Corte
Suprema sólo suscita cuestión federal si se trata de la dictada en la
misma causa (Fallos: 302:748), y la tacha de arbitrariedad no se
configura por la circunstancia de haberse apartado el a quo de la
doctrina establecida en otros casos y por vía distinta a la intentada
(Fallos: 306:1452)" (ver punto 6° de su voto, al que se remite luego en la
causa C. 745. XXXVII, "Caja de Seguros S.A. c. Caminos del Atlántico",
sentencia también dictada el 21 de marzo de 2006).
Teniendo en cuenta estas consideraciones, y más allá de la excepcional
postura que asumiera en la causa Ac. 81.614, "Oliva" (sentencia del
16/II/2005), he renovado el análisis de los antecedentes y de su
influencia sobre esta cuestión, llegando a advertir que aquella línea
jurisprudencial -según la cual el titular dominial puede probar de
diversas formas que se ha desprendido de la guarda de su vehículo con
anterioridad a la época del hecho generador del daño- no provoca la
convicción, ni ostenta la certeza, que impulsarían a su acatamiento. En
otras palabras: todavía estamos lejos de hallarnos ante una doctrina de
la Corte federal tan consumada que, aún forzando algunos conceptos,
pudiera considerarse de aplicación generalizada. Véase: a las
diferencias sobre las circunstancias fácticas que se consideran
relevantes para la analogía, habría que agregar que se trata de dos
causas ("Seoane" y "Camargo") bastante separadas en el tiempo, en las
cuales se produjeron tres claras disidencias (ver votos de los doctores
Nazareno, Belluscio y Petracchi). Y sumar a ello que -según es notorio-
la composición del tribunal ha cambiado y que han aparecido casos
como "Pereyra Rodríguez", que no contribuyen (menos no puede decirse)
a reafirmar la doctrina en cuestión. Todo ello me lleva a reiterar que no
advierto que se haya consolidado como doctrina legal de la Corte
nacional la postura bajo análisis, y que cualquier grado de vinculación
o forma de obligatoriedad que pudiera reconocerse a sus fallos, para el
caso -sin desmedro ni de la autoridad ni del prestigio de dicho Tribunal
o de sus miembros- ha quedado definitivamente perjudicada.

II. Aclarados esos extremos reitero con especial énfasis la tesitura que
propuse en anteriores casos: El sistema de responsabilidad consagrado
en el art. 1113 del Código Civil descansa no tanto en la necesidad de
encontrar a un culpable como en la de proteger a la víctima. Esa misma
finalidad es la que anima y preside el régimen consagrado en el art. 27
del dec. ley 6582/1958 (texto según ley 22.977), haciendo que su
contenido sobrepase lo meramente registral y avance sobre temas de
derecho de fondo.

Obsérvese que, aun cuando se aceptara que ese decreto aborda


esencialmente la implementación del registro automotor, de su texto
emergen normas que disciplinan otras cuestiones distintas -aunque
estrechamente vinculadas- como ocurre precisamente con el art. 27: allí
se regula la responsabilidad civil del titular registral por el lapso que
transcurre hasta tanto la transferencia del automotor enajenado sea
inscripta, particularizando cómo los principios genéricos del derecho de
fondo han de operar en estas situaciones concretas. Es decir: el texto en
estudio, en lo formal, y en la medida de su consistencia con la previsión
contenida en el art. 1113 de la ley de fondo, resulta ser tan derecho
sustantivo como el del propio Código; y luego, en lo sustancial, también
resulta ser aceptable y debe considerarse justificado puesto que
consagra una solución sin duda valiosa a la luz de los principios
rectores en la materia.

Por otra parte, no me resulta convincente que la disyunción "o" que


separa a los sustantivos "dueño" y "guardián", implique una alternancia
exclusiva. Por el contrario, del texto de la norma (y del contexto formado
por el subsistema de responsabilidades establecido por la ley de fondo)
es posible extraer que tal disyunción es inclusiva, lo que equivale a
decir que, para casos como el presente, se ha previsto una
responsabilidad concurrente (o in solidum).

Por último: no creo que esta interpretación permita llegar a resultados


injustos ni que sea opuesta a la equidad que debe regular el caso
concreto. Ello porque, si debe elegirse entre los implicados quién resulta
acreedor a mayor protección en función de sus conductas previas, tal
elección no provoca dudas: a quien aparece como propietario registral le
cabe el reproche de haber omitido cumplimentar el trámite de
transferencia, o el no haber efectuado la comunicación (aviso de venta)
que el propio art. 27 contempla; esto es, no se trata de un inocente
absoluto sino de quien ha incumplido una conducta que era debida. La
víctima, en cambio, sí ha sido totalmente ajena (conf. Zavala de
González, "La responsabilidad del dueño de un automotor",
Jurisprudencia Argentina, 1982-II-730 y sgts.; Moisset de Espanés, "La
responsabilidad del titular inscripto por los daños que causa un
automotor", El Derecho, t. 48, p. 324 y sgts.) En otras palabras: el
vendedor es responsable por su desidia o torpeza en el cumplimiento de
normas específicas; la víctima para nada ha intervenido en la operación
de venta, ni puede imputársele antijuridicidad a su comportamiento.

Voto pues por la afirmativa.

Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, por mayoría, se rechaza el


recurso extraordinario interpuesto; con costas a la vencida (arts. 84 y
289, C.P.C.C.).

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Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala A

Pameli Sociedad Anónima c. Mazzarella, José Luis

11/03/2010

Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala A


Fecha: 11/03/2010
Partes: Pameli Sociedad Anónima c. Mazzarella, José Luis
Cita online: AR/JUR/6084/2010

Hechos

El propietario de un automóvil inició una demanda de daños y


perjuicios contra el titular registral del vehículo que lo embistió en la vía
pública. El accionado opuso excepción de falta de legitimación pasiva y
alegó haber realizado la denuncia de venta del vehículo en el Registro
Nacional de la Propiedad del Automotor con anterioridad al siniestro. El
juez de primera instancia admitió la excepción y —por ello—, rechazó la
demanda. La sentencia fue apelada y la Cámara la revocó.

2ª Instancia.— Buenos Aires, marzo 11 de 2010.

¿Es justa la sentencia apelada?

El doctor Li Rosi dijo:

I. La sentencia recaída a fs. 120/124 admitió la falta de legitimación


pasiva opuesta por el accionado José Luis Mazzarella, rechazando, en
consecuencia, la demanda promovida por “Pameli Sociedad Anónima”,
con costas.

La accionante fundó su recurso a fs. 153 sin obtener réplica de la


contraria.

II. Dada la índole de la cuestión sometida al conocimiento de esta


Alzada, creo oportuno, de modo previo al tratamiento de los agravios
formulados por la parte actora, efectuar un breve resumen de los
hechos que motivaron el presente pleito.

Relata el apoderado de la actora en su libelo de inicio, que el día 22 de


febrero de 2006 a las 08:00 aproximadamente, el vehículo marca
Peugeot 306 dominio AWW 676, de propiedad de su mandante,
conducido por el Sr. Lucas Lico, que circulaba por Autopista Dellepiane
en dirección al centro de la Ciudad de Buenos Aires, al llegar a la altura
de la Avda. General Paz, y detener la marcha, por encontrase detenidos
los automotores que lo precedían, resultó violentamente embestido, en
su parte trasera, por la delantera del automóvil Peugeot 504, patente
WQT-101. El Sr. Lica bajó del vehículo para dirigirse a recabar los datos
del embistente cuando su conductor, en una maniobra, fugó
rápidamente del lugar del siniestro.

El demandado niega los hechos expuestos por la actora y opone


excepción de falta de legitimación pasiva, esgrimiendo que no resulta
ser el sujeto legitimado para ser demandado, debido a que fue titular
del automóvil Peugeot 504, dominio WQT-101, hasta el día 18 de julio
de 2002, fecha en que realizó la correspondiente denuncia de venta en
el Registro de la Propiedad Automotor, Seccional Baradero, Provincia de
Buenos Aires, en los términos de la ley 22.977. A su vez, informó que el
último poseedor conocido fue Juan Carlos Obrador, quien jamás realizó
la transferencia, motivo por el cual se vio obligado a realizar la mentada
denuncia de venta.

La actora, al contestar la excepción en cuestión, argumentó que no


resulta aplicable la normativa invocada por la demandada, debido a que
en la denuncia de venta no se individualizó al supuesto adquirente del
vehículo.

El juez de grado entendió que la denuncia de venta formulada por el


demandado, ante el Registro de la Propiedad del Automotor, Seccional
Baradero, con anterioridad al accidente, lo exime de la eventual
responsabilidad que pudiera imputársele, aún cuando no hubiera
consignado los datos del comprador, y, en consecuencia, siendo
aplicable al caso la doctrina plenaria sentada en el Fallo “in-re”“ Morris
de Sotham, Nora c/Besuzzo”, Osvaldo P. “ de fecha 9/9/93 (púb. en LA
LEY, 1993-E, 586 y s.s.) obligatoria para el Fuero de conformidad con lo
dispuesto por el art. 303 del Código Procesal, hizo lugar a la excepción
de falta de legitimación opuesta por el demandado.

III. A fin de examinar la admisibilidad del agravio impetrado por la


actora, resulta necesario analizar el término “legitimación”. Conforme
Alvarado Velloso la “Legitimatio ad processum” es el presupuesto para
la existencia de una relación jurídica procesal válida, y se encuentra
vinculada con la capacidad civil para ser parte en un proceso o, en su
caso, con la validez y justificación de la representación de quienes
actúan por la parte. La llamada “legitimatio ad causam” exige la
concurrencia de una necesaria identidad entre el pretensor y el titular
del derecho cuyo reconocimiento se pretende, como también entre el
sujeto obligado frente al derecho pretendido (CNCom. Sala C, 13-2-98
“Federación Argentina de Comunidades Terapéuticas A.C.
C/Organización Coordinadora Argentina”, J.A. 2001-II. sínt. Conf.
Falcón, Enrique M. Tratado de Derecho Procesal Civil y Comercial, T. I,
pág. 307 pto 13. Ed. Rubinzal Culzoni). En consecuencia, la falta de
legitimación para obrar existe cuando no media coincidencia entre los
sujetos que efectivamente actúan en el proceso y aquéllos a los cuales
la ley habilita especialmente para contradecir respecto de la materia
sobre la que versa el litigio (esta Sala, 21.09.89, JA, 1990-III-626 y LA
LEY, 1990-B, 203. Conf. Lino Enrique Palacio. Adolfo A. Velloso “Código
procesal Civil y Comercial de la Nación explicado y anotado
jurisprudencial y bibliográficamente Tomo séptimo, pág. 353, Ed.
Rubinzal Culzoni).

Sentado ello, corresponde preguntarse si José Luis Mazzarella es el


legítimo contradictor pasivo de la relación jurídica sustancial.

En primer lugar, cabe mencionar el artículo 1° del Decreto-Ley 6582/58


(Régimen Jurídico del Automotor), que en su artículo 1° dispone: “la
transmisión del dominio de los automotores deberá formalizarse por
instrumento público o privado y sólo producirá efectos entre las partes
y con relación a terceros, desde la fecha de su inscripción en el Registro
Nacional de la Propiedad del Automotor”. De esta forma la inscripción
registral es un elemento constitutivo del derecho de dominio, lo que
implica que aunque haya mediado entrega de la posesión, no hay
transmisión del dominio si previamente no se inscribe el respectivo
acuerdo en el Registro Nacional de la Propiedad Automotor.

A su vez, el artículo 27 del citado cuerpo legal (ratificado por la ley


14.467 y modificado por la ley 22.977), establece que “hasta tanto se
inscriba la transferencia el transmitente será civilmente responsable por
los daños y perjuicios que se produzcan con el automotor, en su
carácter de dueño de la cosa. No obstante, si con anterioridad al hecho
que motive su responsabilidad, el transmitente hubiere comunicado al
registro que hizo tradición del automotor, se reputará que el adquirente
o quienes de este último hubiesen recibido el uso, la tenencia o la
posesión de aquel, revisten con relación al transmitente el carácter de
terceros por quienes el no debe responder, y que el automotor, fue
usado en contra de su voluntad”.

El citado artículo, modificado por la ley 22.977, fue receptado por la


doctrina del Plenario recaído en autos “Morris de Sotham, Nora
c/Besuzzo Osvaldo P. y otra” del 9/9/93 (púb. en LA LEY, 1993-E, 586
y s.s.), con lo cual el titular registral del automotor sólo puede liberarse
de responsabilidad cuando ha cumplido los recaudos previstos por
dicha norma, vale decir, cuando comunicó al correspondiente registro la
tradición de su rodado, mediante la denuncia de venta.

La regla general es la responsabilidad atribuida objetivamente al dueño


(titular registral) del automotor y las excepciones —denuncia de venta—
deben interpretarse restrictivamente, en beneficio tanto de la viabilidad
del sistema registral constitutivo como el derecho de las víctimas a un
adecuado resarcimiento.

Así, se ha decidido que “el titular registral del vehículo causante del
daño no puede eximirse de la responsabilidad objetiva que se atribuye
con fundamento en el art. 1113 del Código Civil, toda vez que denunció
deficientemente ante el registro Nacional de la Propiedad Automotor que
había transmitido la posesión del rodado a un tercero con anterioridad
al siniestro, ya que no identificó a quien hizo tradición de la cosa ni la
fecha en la que la hizo” (CNCiv., Sala B, 30/09/2004, “Llovore Hnos.
S.R.L. c/Vera, Juan C.”, LA LEY, 18/02/2005).

En la especie, de la copia certificada de la Denuncia de Venta


Formulario 11 N° 00945010 (v. fs. 98), se desprende que el vendedor
José Luis Mazzarella no consignó los datos del comprador o adquirente,
sino que sólo indicó “no recuerda”.

Así, no corresponde que la actora soporte las consecuencias gravosas


por la omisión que hiciera el demandado, al no individualizar al
adquirente en la denuncia de venta, siendo que resulta ser una carga de
aquél, aun cuando las normas técnico registrales admitan la no
individualización de la persona que ha recibido la posesión o tenencia
del automotor (v. digesto de normas Técnico Registrales, Título II, cap.
IV, secc. 1ª).

En este entendimiento, sabido es que “la identificación del adquirente


es una carga para el dueño si desea liberarse de responsabilidad
objetiva del art. 1113 Código Civil; y por ende, deben acreditarse los
datos que se brindan, pues si sólo se admitiera la simple denuncia,
implicaría una mayor desnaturalización de la que ya existen y llevaría a
letra muerta la normativa civil” (CNCiv., Sala B, 30/09/2004, “Llovore
Hnos. S.R.L. c/Vera, Juan C”, LA LEY, 18/02/2005).

Por ello, si bien es cierto que la denuncia de venta exime de


responsabilidad al propietario porque se ha hecho tradición del vehículo
a un tercero por el que no debe responder, no lo es menos que para que
dicha denuncia funcione como eximente de responsabilidad, ésta debe
ser trasladada a quien se denuncia, lo que requiere necesariamente que
se individualice al adquirente.
No obstante lo expuesto, cabe señalar que queda a salvo la eventual
acción de regreso que pueda ejercer el demandado respecto a la persona
que refiere haberle vendido su vehículo (v. fs. 28 vta.).

Teniendo en cuenta las consideracines precedentes, no resulta aplicable


al caso la doctrina plenaria sentada en el Fallo “in-re” “Morris de
Sotham, Nora c/Besuzzo”, Osvaldo P.” de fecha 9/9/93 (púb. en LA
LEY, 1993-E, 586 y s.s.) y en consecuencia, corresponde rechazar la
excepción de falta de legitimación pasiva opuesta por el codemandado
José Luis Mazzarella.

IV. Responsabilidad.

Puesto que se trata de un accidente protagonizado por vehículos en


movimiento, el encuadre jurídico debe ser examinado a la luz del art.
1113, párrafo 2º “in fine” del Código Civil, tal como lo ha decidido esta
Sala en reiterados precedentes (conf. entre otras, causas nº 150.853 del
25-4-96, nº 203.012 del 13-2-97, nº 227.012 del 27-2-98, nº 236.106
del 28-8-98, nº 252.552 del 17-12-98 y n? 499.652 del 21-8-08).
Empero, por ser aplicable la doctrina plenaria sentada in re: “Valdéz,
Estanislao Francisco c/El Puente S.A.T. y otro”, del 10-11-94,
publicada en LA LEY, 1995-A-136, en El Derecho 161-402 y en
Jurisprudencia Argentina 1995-I-280, la misma presunción de
responsabilidad del dueño o guardián comprometía el obrar de ambos
conductores y ponía también a cargo de todos la necesidad de acreditar
similares eximentes, o sea, la culpa de la víctima, la de un tercero por la
que no se debe responder o el caso fortuito ajeno que fracture la
relación de causalidad. En tales condiciones, no era sólo a cargo del
demandado probar la culpa de la contraparte, sino que ambas partes
debían arrimar a la causa elementos de convicción a fin de descargar la
presunción adversa de responsabilidad que recaía igualmente sobre
ambos conductores.
La actora ha logrado desvirtuar la mentada presunción adversa en su
contra, no así el demandado, quien no aportó elemento de convicción
alguno que permita descargarle la responsabilidad que le incumbe.

En efecto, la accionante ha arrimado el testimonio de Matías Luis


Padín, único testigo presencial que ha venido a echar luz sobre la
realidad del accidente, quien manifestó que “veo un accidente que
ocurre adelante mío, un Peugeot 504 blanco que choca al de adelante,
que creo que era un Peugeot 306 gris, y esto produce un choque en
cadena, porque el 306 gris, choca a una camioneta que estaba
adelante”. Agregó que “cuando se produce el accidente, sale el chico del
306, medio mareado, para hablar con el del 504 y entonces el conductor
del 504, da marcha atrás y se va, se da a la fuga”. Por último, declaró
que “el chico este viene hasta mi auto y me pregunta a mí si lo llegué a
ver y si me acordaba de la patente, y yo le dije que si, y le di los
números de la patente”.

Cabe decir, en torno a la declaración del testigo Padín, que si bien es el


único testimonio obrante en autos, es suficiente para acreditar la
existencia de los hechos, pues la prueba testimonial debe ser valorada
en función de diversos elementos, ponderando las condiciones
individuales y genéricas de los deponentes, seguridad del conocimiento
que manifiestan, coherencia del relato, razones de la convicción que
declaran y la confianza que inspiran, conforme a las reglas de la sana
crítica (conf. Libre de esta Sala, nº 256.311 del 16/4/99, entre otros
muchos). Desde esta perspectiva, el testigo Matías Luis Padín no
merece, a mi juicio, ningún reparo que lo descalifique como medio
probatorio idóneo de la existencia de la mecánica del evento. Es que
nuestro sistema procesal tiene excluida la máxima “testis unus, testis
nullus” (arg. art. 456 del Código Procesal) con lo cual este testimonio no
debe ser descalificado por el hecho de ser solitario, aunque deba ser
apreciado con mayor severidad, a tal punto que no deje duda alguna en
el ánimo del juzgador (conf. esta Sala, L. n° 260.350 del 28/4/99, n°
123.874 del 7/4/93, entre muchos otros), lo que ocurre en la especie,
en que el testigo ha sido claro en la exposición de los hechos.

Por su parte, el ingeniero R. G. B., a fs. 89/92, concluyó que “habiendo


considerado los elementos de juicio desde el punto de vista
accidentológico, los daños de los vehículos intervinientes, la dirección y
sentido de marcha del vehículo actor y demandado, versiones del
accidente, zona del accidente, características de los vehículos
intervinientes (masa, potencia, dimensiones, etc.), fotografías, y con
relación a la inspección realizada sobre el vehículo del actor y lugar del
accidente, conforme a lo ya expuesto en los puntos anteriores,
considera que la descripción de los hechos narrada en la demanda es
una alternativa válida y se corresponde con elementos hasta aquí
evaluados”.

Finalmente, a fs. 11 obra el acta de choque, cuya copia certificada fue


acompañada con el informe de la Policía Federal (v. fs. 53), donde
consta los datos del vehículo del accionado y el nombre del testigo
presencial.

Sentado lo expuesto, por entender que en el caso el demandado no


ofreció elementos que persuadieran eficazmente de la concurrencia de
alguna de las causales de eximición que prescribe el art. 1113, segundo
párrafo del Código Civil para desvirtuar la presunción de
responsabilidad que recaía en su contra, propondré endilgar al
demandado Mazzarella la responsabilidad que se atribuye en el
accidente de marras.

V. Daño material.

Para enjugar los gastos de reparación del rodado, la atenta compulsa de


las actuaciones revela que en cuanto a este reclamo, la actora se ha
esmerado en aportar prueba que avale cabalmente la extensión del
daño. En efecto, ha arrimado un presupuesto por la suma de $ 5.860
(ver fs.17) cuya autenticidad ha sido expresamente reconocida por el
titular o representante legal del taller Nino (ver fs. 77).

La prueba pericial mecánica, por su parte, ha logrado aportar mayores


elementos de convicción puesto que el experto pudo contar además de
las fotografías, con el vehículo dañado que le han permitido apreciar la
entidad de los desperfectos sufridos por la unidad y correlacionarlos
con los valores de las casas del ramo y el valor de la mano de obra de
talleres normalmente equipados.

El experto, a partir de la inspección del rodado después de la


reparación, pudo calcular que el valor de los arreglos efectuados a la
fecha de emisión del presupuesto ascendió a la suma de $ 2.403 (ver fs.
91.).

Ahora bien, si la actora no hubiera probado que hizo efectivo el pago de


las reparaciones, y sólo se hubiera contado con un presupuesto, la
indemnización debería haberse fijado en valores vigentes al tiempo de la
sentencia o al momento más próximo que sea posible. Empero, cuando
la erogación se ha efectuado y su importe resulta razonable conforme
con la apreciación del perito designado, más allá de la menguada
diferencia con el cálculo pericial, debe reconocerse el importe que
efectivamente se desembolsó, a menos que los demandados hubiesen
probado que los valores reclamados hacían antieconómica la reparación
(conf. Libres de esta Sala nº 225.390 del 19/11/97 y nº 230.253 del
28/11/97), lo que aquí no ha sucedido. Por consiguiente, en el caso en
que la erogación se ha concretado, en virtud del principio de la
reparación integral debería conferirse la suma Pesos Cinco Mil
Ochocientos Sesenta ($ 5.860) en concepto de “daño material”.

VI. Desvalorización del rodado.


En relación a esta partida, es sabido que no pueden darse reglas
generales con pretendida validez universal; todo depende de la índole
del rodado, su estado general, su antigüedad, valor de mercado y
afectación de partes esenciales. Se trata, en definitiva, de una cuestión
de hecho que depende de las circunstancias de cada caso.

Cabe aclarar que resulta indispensable la inspección del rodado por


parte del técnico, a fin de que su opinión sobre las secuelas del impacto
se funde en la directa verificación de ellas y no en inferencias o
generalidades que, si bien derivan de sus conocimientos en la materia,
no tienen respaldo en el examen de la cosa singular (conf.
CNEspCivCom., Sala II, “Minetti, C. c/Empresa de Transportes La
Cabaña S.R.L. s/Sumarísimo”, 28/8/84, en Daray, Hernán, “Accidentes
de Tránsito”; Tomo 2, pág. 126, punto 55).

Esta Sala ha sostenido reiteradamente que para la procedencia de esta


partida, los daños deben ser estructurales o afectar las partes vitales
del vehículo que aún luego de las reparaciones constituyan secuelas o
defectos que disminuyen el valor de la unidad (conf. L. nº 77.304 del
22/3/91, entre muchos otros), en la especie, el experto, en base a lo
calculado y observado en la inspección, estimó una desvalorización del
5% del valor de la unidad, considerando la suma de $ 1.214,23 acorde
para el concepto en tratamiento.

Así, pues, debería coincidirse que para apartarse del análisis efectuado
por el perito en una materia propia de su arte, se debe encontrar apoyo
en razones serias, es decir, en fundamentos objetivamente
demostrativos de que la opinión del experto se encuentra reñida con
principios lógicos o máximas de experiencia, o de que existen en el
proceso elementos probatorios provistos de mayor eficacia para
provocar la convicción acerca de la verdad de los hechos controvertidos.
Sin embargo, cuando el peritaje aparece fundado en principios técnicos
inobjetables y no existe otra prueba que lo desvirtúe, la sana crítica,
aconseja, frente a la imposibilidad de oponer argumentos científicos de
mayor valor, aceptar las conclusiones periciales de aquél (conf. Palacio,
Lino E., “Derecho Procesal Civil”, t. IV, pág. 720 y jurisprudencia allí
citada; Morello-Sosa-Berizonce, “Código Procesal Civil y Comercial,
comentado y anotado”, pág. 455 y sus citas; Falcón, “Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación, anotado, concordado y comentado”, pág.
416 y sus citas; esta Sala, voto del Dr. Hugo Molteni publicado en LA
LEY, 1991-A, 358 y L. n° 375.513 del 19/9/03).

En consecuencia, estimo que la suma de pesos mil doscientos ($ 1.200.)


es adecuada para enjugar el rubro en análisis.

VII. Privación de uso.

El perito ingeniero mecánico calculó en 15 días el tiempo total estimado


para reparar el vehículo acorde con la entidad de los daños del rodado
(v. fs. 92, pto. 4), vale decir, que el lapso que informó tuvo en
consideración el tiempo insumido en solicitar el presupuesto, la espera
de turnos para entrar al taller, las interrupciones del trabajo por parte
del tallista y los días de espera por inclemencia del tiempo. En tales
condiciones, debería reconocerse la razón que asiste a la accionante,
adecuándose a las particularidades de la especie, donde el rodado era
utilizado con fines comerciales. Por consiguiente, opino que debería
otorgarse la suma de pesos cuatrocientos ($ 400) en concepto de
“privación de uso”.

VIII. De acuerdo a lo establecido por la doctrina plenaria sentada por


esta Cámara Civil en los autos “Samudio de Martínez, Ladislaa
c/Transportes Doscientos Setenta S.A. s/daños y perjuicios” del
11/11/08, sobre el capital de condena corresponde aplicar la tasa
activa cartera general (préstamos) nominal anual vencida a treinta días
del Banco de la Nación Argentina. Empero, toda vez que en la especie se
fijaron los valores indemnizatorios a valores actuales, la indicada tasa
debe regir recién a partir de este pronunciamiento, ya que de imponerse
esos intereses desde el origen de la mora, se consagraría una alteración
del capital establecido en la sentencia, configurando un enriquecimiento
indebido, tal como puntualmente prevé la parte final de la referida
doctrina plenaria, al contemplar una excepción a la vigencia de la tasa
moratoria legal. Ello así, en la medida de que uno de los factores que
consagran la entidad de la referida tasa, lo constituye la paulatina
pérdida de valor de la moneda, extremo que en la especie ya fuera
ponderado al definir el capital a los valores vigentes. Por ello,
corresponde que desde el momento de la mora y hasta este
pronunciamiento, se calculen los intereses a la tasa de interés del 8%
anual, que representan los réditos puros y, desde entonces y hasta el
efectivo pago, a la tasa activa cartera general (préstamos) nominal anual
vencida a treinta días del Banco de la Nación Argentina.

IX. Voto, en definitiva, para que se revoque la sentencia apelada,


rechazando la excepción de falta de legitimación pasiva opuesta por el
demandado y haciendo lugar a la demanda entablada por “Pameli S.A.”
contra José Luis Mazzarelli por la suma de pesos siete mil cuatrocientos
sesenta ($ 7.460.).

De conformidad con lo establecido por el art. 279 del. Código Procesal,


debería también adecuarse la imposición de costas dispuesta en
primera instancia, las que de acuerdo al principio objetivo de la derrota
deberían quedar a cargo del accionado vencido (art. 68 del Código
Procesal).

Por la misma razón antes apuntada las costas devengadas en esta


Alzada, se imponen al demandado vencido.

El doctor Molteni votó en el mismo sentido por razones análogas a las


expresadas en su voto por el Dr. Ricardo Li Rosi.
Disidencia parcial del doctor Alvarez Juliá:

Como vocal de la sala “C”, he sostenido que, en supuestos como el de


autos en que a determinación de su retribución se ha efectuado con
posterioridad a la vigencia del decreto 1465/07, resultan de aplicación
las pautas previstas por el art. 4 de dicha norma (Conf. Sala “C”,
H.509.662, del 24/6/08; íd. R.H. 498.873, del 21/8/08, íd. RH
524.787, del 19/2/09, entre muchos otros).

Con arreglo a ello, entiendo que corresponde modificar la regulación


practicada en favor de la mediadora.

Por lo que resulta del acuerdo que informa el acta que antecede, se
revoca la sentencia apelada, rechazando la excepción de falta de
legitimación pasiva opuesta por el demandado y haciendo lugar a la
demanda entablada por “Pameli S.A.” contra José Luis Mazzarelli por la
suma de pesos siete mil cuatrocientos sesenta ($ 7.460.). De
conformidad con lo establecido por el art. 279 del. Código Procesal,
corresponde adecuar la imposición de costas dispuesta en primera
instancia, las que de acuerdo al principio objetivo de la derrota deberán
quedar a cargo del accionado vencido (art. 68 del Código Procesal).

Por la misma razón antes apuntada las costas devengadas en esta


Alzada, se imponen al demandado vencido. Atento el modo como se
decidiera precedentemente, corresponde adecuar las regulaciones de
honorarios practicadas a fs. 124 vta., a tenor de lo preceptuado por el
artículo 279 del Código Procesal. Ello así, valorando la extensión e
importancia de los trabajos realizados dentro de las tres etapas en las
que se dividen los juicios ordinarios, monto por el cual prosperó la
acción incluidos los intereses conforme el actual criterio de la Sala, lo
dispuesto por el decreto ley 7887/55, lo establecido por los arts. 1, 6, 7,
19, 37 y 38 de la ley 21.839 y concordantes de la ley 24.432, fíjanse los
honorarios de los letrados apoderado de la parte actora, Dr. J. R. L., en
pesos dos mil ($ 2.000); los del letrado patrocinante de la parte
demandada, Dr. M. A. G., en pesos un mil trescientos ($ 1.300); los del
perito ingeniero mecánico, R. G. B., en pesos trescientos ($ 300).
Asimismo, por su labor en la Alzada que diera lugar al presente fallo,
fíjanse los emolumentos del letrado apoderado de la parte actora, Dr. J.
R. L., en pesos setecientos ($ 700) (arts. 1, 6, 7 y 14 de la ley 21.839 y
concordantes de la ley 24.432), importes estos que deberán ser
abonados en la forma establecida en la sentencia y en el plazo de diez
días.— Ricardo Li Rosi.— Luis Alvarez Juliá.— Hugo Molteni.

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Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala G

Delaney, Analía Nora c. Cataluña, Susana Alejandra y otros

20/11/2009

Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala G


Fecha: 20/11/2009
Partes: Delaney, Analía Nora c. Cataluña, Susana Alejandra y otros
Cita online: AR/JUR/57819/2009

Hechos

El juez de primera instancia admitió parcialmente la demanda


entablada contra el conductor y el titular registral del rodado
embistente, por los daños y perjuicios que le ocasionó al automotor del
actor que estaba estacionado. La sentencia fue apelada por las partes y
la Cámara la modificó.

2º Instancia. — Buenos Aires, 20 de 2009.

¿Es justa la sentencia apelada?

A la cuestión planteada el Señor Juez de Cámara Doctor Bellucci dijo:


I. En horas de la tarde del 4 de marzo de 2005, la actora estacionó su
vehículo VW Gol GL sobre la izquierda de la calle Azcuénaga, en la
localidad de Vicente López y desciende del mismo.

Instantes después, tal automotor es embestido por un Renault 9 al


mando de la coaccionada Sra. Cataluña que demandada por los
perjuicios materiales derivados de tal colisión, cae en rebeldía. (Conf. fs.
55, punto I).

Quien figuraba como titular dominial de ese locomóvil que también es


compelido, se presenta solicitando su rechazo basándolo en que con
anterioridad, había vendido el automóvil a un Sr. Noguera. Que ante la
renuencia de éste en hacer la transferencia de rigor, con fecha 11 de
marzo de 2005 denunció ante el registro pertinente tal enajenación.

Citó a su comprador quien se presentó admitiendo tal venta, pero


arguyó haberlo comercializado a la Sra. Cataluña con fecha 18 de
febrero de ese mismo año, dando noticia de tal traspaso al Sr. Blanco.

La damnificada solicitó el resarcimiento de las yacturas materiales que


enunció y cuantificó a fs. 37 vta., apartado VII "Liquidación",
requiriendo los accesorios pertinentes, tachó de inconstitucional todo el
bloque de la emergencia económica pública (ley 25.561; decreto
214/02) que no permite indexar deudas y costos; citó en garantía a la
aseguradora del Renault 9 pero la desistió a fs. 119; y pidió se hiciera
lugar a la demanda con costas.

II. Con fundamento en la rebeldía firme de la coaccionada, que


consideró complementada por prueba informativa policial y la testifical
rendida, con fundamento en la disposición del artículo 27 de la ley
22.977 (modificatoria del decreto 6582/58 y los plenarios que se
mencionan a fs. 336, el Sr. Juez " a-quo", a fs.333/338 vta. dictó
sentencia rechazando la defensa opuesta por el codemandado Sr.
Blanco a quien le cargó las costas, y admitió la demanda entablada,
condenándolos concurrentemente a abonarle a la peticionaria la suma
de pesos siete mil cuatrocientos sesenta ($ 7.460), dentro de décimo
día, con más los accesorios y las costas del proceso.

Rechazó el planteo de inconstitucionalidad, con costas a la accionante,


y reguló honorarios a los profesionales que dieron asistencia en la litis.
Fijó el plazo en que debían serles honrados. Intimó a los co condenados
a liquidar la condena, una vez firme, y a abonar la tasa judicial
pertinente, bajo apercibimiento de multa y la fijación de una "astreinte"
diaria de pesos diez por demora en el ingreso de tal gabela.

III. Rezonga la damnificada del "dies a-quo" del rédito mandando correr
sobre la suma estimada por arreglos y por privación de uso del vehículo
siniestrado; predica la rata plenaria dispuesta en "Samudio..."; se queja
del rechazamiento del rubro desvalorización de su automóvil y de la
inconstitucionalidad planteada y las costas que le fueran impuestas.
(Síntesis de su pieza recursiva de fs. 399/402, que trasladada a fs. 403,
mereció pedimento de deserción y subsidiaria repulsa, a fs. 415/418,
por parte del co condenado Sr. Blanco).

Protesta quien figuró a la fecha del entuerto como titular registral del
locomóvil embestidor (Sr. Blanco) por el rechazo de su defensa de falta
de legitimación pasiva, ya que en substancia, sostiene que él demostró
haberse desprendido de la guarda de aquél, la que fuera entregada al
Sr. Noguera y éste, a la Sra. Cataluña, porque sostiene que tal hecho
quedó debidamente acreditado y echa mohín por las costas que se le
han impuesto.

Desgrana argumentos críticos en derredor de la acreditación del hecho


juzgado que para él no está probado, para por fin enhastiarse por la
procedencia y cuantificación de los renglones dañosos estimados y por
los réditos que se mandó liquidar sobre ellos. (Conf. expresión gravosa
de fs. 404/414 , replicada a fs. 420/22 vta. por la peticionaria víctima).
IV. Por obvia razón de método, analizaré las "cuitas" ensayadas en
contra de la admisión del evento dañoso, para luego hacer lo propio con
las demás que he sintetizado en uno y otro de los quejosos.

La rebeldía decretada y firme permite extraer sólo una presunción


favorable a la pretensión inaugural, pero sin duda, ha de ser ratificada
o robustecida por pruebas que la abonen. (Arts. 59, 60 y cc. de la ley de
forma).

En tal piso de marcha, advierto que el propio disidente (Sr. Blanco) a


fs.285/vta. admite que el automóvil de la actora estaba estacionado
sobre la mano izquierda de la calle Azcuénaga y realza la declaración
testifical del Sr. Auád (fs. 232/33) quien presenció el evento y dio
convincentes y suficientes datos que avalan la afirmación axial de la
demanda, que las críticas ensayadas no logran desmerecer. (Arts. 386,
456 y cc. del rito).

Se aduna a tal plexo lo declarado por Guillermo Jorge Pare a fs.


292/293 vta., quien ilustró convincentemente acerca de lo que vio, la
ubicación del automóvil estacionado sobre Azcuénaga, y el contacto que
sobre él realizó un Renault 9, que incluso dio luego marcha atrás y salió
delante del Gol. (Arts. 163, 386, 60, 456 y cc. de la ley de forma).

De tales premisas, fácil resulta concluir en el yerro del perito que a fs.
263 coloca al sitio de estacionamiento y postrer contacto en una calle
transversal (Melgar) que no fue la mencionada en el escrito de
postulación.

Tal error empero, en nada empaña la mecánica explicitada a fs. 264, ya


que el experto a fs. 301 admitió que el lugar de estacionamiento del
rodado resultó absolutamente intrascendente en relación con las
cuestiones suscitadas por la actora.

Ergo, los dardos críticos lanzados a fs. 409 vta./411, no darán en el


blanco esperado y apetecido por quien los lanzó.
El epiquerema de grado aparece sólidamente fundado en este punto.

En cuanto respecta a la defensa esgrimida por el Sr. Blanco (venta


anterior del automotor embestidor), coincido con el "iudex" en que el
fundamento jurídico dado (art. 27 de la ley que modificó al decreto que
menciona a fs. 336), y toda vez que la denuncia de venta (única forma
legal de eximirse) fue realizada en forma posterior (7 días ) a la del
entuerto juzgado, ni los precedentes del cimero tribunal federal ni los
del superior de la Provincia de Buenos Aires que se traen a la palestra
revisora sirven para echar abajo tal directriz legal a la que se le suma la
obligatoriedad de los plenarios que mencionó el sentenciador de mérito
a fs.336 último párrafo.- (Arts. 303 y cc. de la ley formal).

De allí que postulo confirmar también este tópico fallado.

V. La escueta exposición subjetiva —muy respetable por cierto— que


hace a fs. 401 (cuarto agravio) la damnificada apelante, no se adecua a
lo exigido por el artículo 265 del rito; consecuentemente la considero
desierta conforme prescripción del artículo 266 de aquella ley.

VI. Revisaré el aspecto crematístico traído a esta alzada tanto por la


accionante, como por su co contraria.

No asiste razón a la actora que impreca sea reconocida la minoración


venal, ya que si bien el experto a fs. 265 punto 6) habló de un valor de
reventa y de un monto aproximado de desvalorización, no es menos
cierto que tal mención la hizo en forma conjetural por no haber visto el
automóvil siniestrado reparado. A ello se le agrega que la desconforme
no arrimó constancia fehaciente respecto de la disminución que por tal
razón, se le produjo en la comercialización del locomóvil, lo que me
permite coincidir con el colega de grado y desestimar el agravio vertido a
fs. 400 vta. (tercero).

Soslaya la apelante a fs. 399 (primer agravio) rebatir el sólido sustento


dado a fs. 337 en el sentido que no se ha acreditado desembolso por
reparaciones, de modo que los accesorios correrán como lo dispone el
"a-quo" habida cuenta que es al tiempo de su fallo que se le han
reconocido pero no ha habido prueba que indique su desembolso, todo
lo que proyecta la "cuita" ensayada al plano de un enriquecimiento
carente de fundamento, ya que tales accesorios recién habrán de
devengarse por la admisión de esa partida y no antes, ya que no ha
habido erogación pecuniaria que los sustente. (Arts. 622 y cc. del
Código Civil).

En este aspecto cabe poner de resalto que la causa de deber sí es el


hecho ilícito cometido y juzgado, pero no todas sus consecuencias han
de retrotraerse a él, sólo los menoscabos inmediatos padecidos, y éste,
el de los arreglos, si bien se enlaza con el accidente, hasta que fue
reconocido y cuantificado, no erogado aún, no viabiliza el corrimiento de
accesorios sino a partir de su admisión. De lo contrario, se estaría
dando por desembolsada una suma que no ser probó lo fuera.

En cambio asiste razón en el segundo agravio (rédito sobre privación de


uso) porque tal yactura lesionó "in re ipsa loquitur" el patrimonio de la
afectada, desde el mismo instante en que se produjo el hecho lesivo.
(Arts. 499, 901, 906, 1068, 1069, 1113, 1084 y, 622 y cc. del Código
Civil).-

Ergo, los réditos sobre la monta estimada, que las tibias quejas
espetadas a fs. 412 acápite 2. no corroen, porque no desmienten lo
indicado por el experto a fs. 265/66, punto 8), han de correr desde el
día 4 de marzo de 2005 y no desde que lo decidió el Sr. Juez.

Por último, en tanto no se han fijado valores actuales al tiempo del


pronunciamiento recurrido, admito la última queja de la accionante y
desoigo la vacua contraria que se ha explicitado a fs. 412 vta./13 punto
5. Para así decidirlo, no sólo acompaño la opinión vertida por el
Ministerio Fiscal de alzada a fs. 426/428, sólo en lo pertinente, sino que
me atengo a la solución dada por el pleno de esta Excma. Cámara que a
continuación indico.

Toda vez que el reciente fallo plenario sentado en "Samudio de Martínez,


Ladislaa..." (publicado en el Suplemento especial de La ley, mayo 2009,
sección Jurisprudencia, págs. 79/140) dejó sin efecto la tasa pasiva y
dispuso la activa, cartera general (préstamos), nominal anual vencida a
treinta días del Banco de la Nación Argentina, a computarse desde la
mora hasta el cumplimiento de la sentencia, salvo que su aplicación, en
el período transcurrido desde aquélla hasta el pronunciamiento de
grado implique una alteración del significado económico del capital de
condena que configure un enriquecimiento indebido, acompaño esta
última "cuita" de la accionante y propongo al acuerdo modificar, en tal
sentido el "dictum" bajo lupa de examen.

"Breviloquens", voto porque la sentencia apelada sea confirmada en lo


principal que decidió, y sólo modificada parcialmente respecto del
arranque de los accesorios sobre la suma de capital diferido a condena
por "privación de uso", que postulo sea la del 4 de marzo de 2005; y con
relación a la rata que queda fijada, para todos los importes de condena,
y desde las fechas establecidas en ella, a la activa descripta más arriba,
con costas de alzada a cargo del co condenado apelante devino en todo
su intento revisor. (Arts. 68, 69 y cc. de la ley formal).-

Tal es mi ponencia concreta al acuerdo.

Los Señores Jueces de Cámara Doctores Beatriz Areán y Carlos A.


Carranza Casares, votaron en igual sentido y por análogas razones a las
expresadas en su voto por el Doctor Bellucci. —Carlos Alfredo Bellucci.
— Beatriz Areán. —Carlos A. Carranza Casares.

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