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Universidad de San Carlos de Guatemala

Centro Universitario Metropolitano


Escuela de Ciencias Psicológicas
Licenciatura en Psicología
Sistemas de Psicoterapia I
Licda. Ninnette Mejía

PRIMER EXAMEN PARCIAL

201315869 Herberth Giovanni Arias García

201400989 Angel David Choc Herrera

201500870 Diego José Ochoa Siliézar

201500908 Paola Carolina Vargas Morales

201501280 Francisco Samuel Josué Choc Ayala

201512338 Mercedes Carolina Torres Fernández

201512791 Jordy Snayder Feliciano Figueroa Solis

201512812 Evelyn Daniela del Valle Medrano

Guatemala, 26 de febrero del 2108


SEGUNDO EXAMEN PARCIAL

1. Psicoanálisis relacional

En realidad, el término Psicoanálisis Relacional se ha empezado a usar


recientemente, y el cual integra a una gran variedad de teorías psicoanalíticas que
han evolucionado desde las ideas originales de Freud. Este abordaje
contemporáneo, ecléctico y abierto, ha crecido y se ha desarrollado principalmente
en los EEUU durante los últimos 20 años y desde donde, actualmente, se expande
mundialmente. Esta nueva perspectiva incluye aportaciones del Psicoanálisis
Interpersonal, de la Escuela Inglesa de las Relaciones de Objeto, de la psicología
del Self y sus continuadores, de teóricos considerados “independientes”, están
también incluidas las perspectivas psicosociales psicoanalíticas latinoamericanas,
así como las recientes aportaciones de psicoanalistas contemporáneos.

El centro del pensamiento relacional es que las personas están incluidas en una
matriz relacional, la experiencia de las relaciones tempranas y su repercusión en la
realidad presente, que da forma continuamente al desarrollo y expresión de la
personalidad.

La obra que pone en marcha la reciente articulación de esta perspectiva es Las


Relaciones de Objeto en la Teoría Psicoanalítica, pues esta misma plantea la
problemática de integración de los dos distintos e incompatibles puntos de vista
psicoanalíticos sobre la naturaleza humana. Por un lado estaría la teoría pulsional
clásica que deriva de la tradición filosófica que considera a la persona en su
individualidad y a las metas y deseos humanos como esencialmente personales e
individuales. En contraste, la teoría relacional mantiene la posición filosófica de que
la persona es primordialmente social y que las satisfacciones humanas son
realizables únicamente dentro del contexto social. Consecuentemente desde la
perspectiva relacional el centro de interés no está en la mente aislada como unidad
de estudio, sino que está en la relación en sí misma, es decir, en la psicología de
dos personas.

En el modelo relacional, la clásica noción de conflicto se mantiene, pero éste es


entendido enmarcado dentro del conflicto de fidelidad hacia los padres, una idea
atribuible a Fairbairn en su teoría de la relación de objeto. Así, el conflicto no se
localiza en la persona, sino que éste debe ser explorado tanto en su expresión
intrapersonal como interpersonal.
Desde la perspectiva psicoanalítica relacional, la empatía es central en el proceso
terapéutico. El analista, privilegia la empatía sobre cualquier otro concepto para
entender los modos de relación de su paciente. Considerando lo que sucede en el
plano consciente, pero sobre todo la recreación inconsciente de las matrices
relacionales que determinan tanto a analista como a paciente en la compleja
relación que ambos experimentan.

Otro concepto importante del psicoanálisis relacional es la intersubjetividad, es


decir, la consideración del intercambio intersubjetivo como determinante para el
desarrollo del self. Robert Stolorow y sus colegas usan el término intersubjetivo
cuando dos subjetividades constituyen el campo, incluso si uno no reconoce la del
otro como una subjetividad separada. Los afectos amor, rabia, vergüenza, culpa,
etc, surgen del intercambio de subjetividades.

El afecto de vergüenza, considerado como el afecto central de self, ocupará un lugar


relevante en esta perspectiva. Para un desarrollo saludable del self es necesaria
una relación que incluya el reconocimiento del estado mental subjetivo del otro, así
como el de uno mismo. Las investigaciones en primera infancia llevadas a cabo por
Daniel Stern, Beatrice Bebee, E. Tronick y Lyons-Ruth sobre el desarrollo del self
evidencian la necesidad de relación intersubjetiva. Stern y los componentes del
Grupo de Estudio para el Cambio Psíquico, aportan al psicoanálisis relacional el
concepto de Conocimiento Relacional Implícito, de gran utilidad para la
comprensión de las dinámicas preverbales, en “el aquí y ahora” de la relación
terapéutica. Este concepto deriva de los resultados de la investigación en primera
infancia llevada a cabo por el grupo de Boston, y define aquellos conocimientos
emocionales que hemos adquirido de manera inconsciente en la relación con los
otros, especialmente con los adultos que nos acompañaron significativamente en la
infancia

Un principio fundamental del modelo relacional es el de mutualidad. Mutualidad es


un proceso psicodinámico, que aporta S. Ferenczi, en el que paciente y analista
están mutuamente regulados o mutuamente influidos cada uno con el otro,
consciente e inconscientemente. Esta regulación mutua, origina sentimientos,
pensamientos, y acciones. El análisis es una interacción entre dos personalidades,
cada una con su propio gradiente saludable y con su propia dinámica patológica.
Así la clásica autoridad del analista se transforma en una respetuosa exploración
de una realidad conjunta, dando lugar a significados mutuos que el analista y el
paciente van co-construyendo. Aunque no son iguales, ya que el analista contribuye
predominantemente con una actitud empática y el analizado con una disposición a
ser empáticamente comprendido. En la práctica psicoanalítica relacional, la
subjetividad del analista y su implicación personal juega un destacado papel en el
tratamiento. El analista relacional no funciona como una pantalla blanca en la que
se proyectan los contenidos mentales del paciente sino como un atento observador
intensamente comprometido emocionalmente con su paciente. Actualmente estos
desarrollos teóricos junto a las correspondientes innovaciones clínicas son ya un
auténtico cambio que ha empezado a revolucionar la práctica psicoanalítica.

Evolución

La práctica psicoanalítica ha evolucionado considerablemente desde las


contribuciones originales de Freud. El modelo instintivista o pulsional de la teoría
freudiana enfatiza el conflicto entre el ello, yo y superyó en los estadios
psicosexuales por los que atraviesa el niño en su desarrollo. La interpretación,
principal forma de intervención clínica del análisis freudiano, va dirigida al contenido
inconsciente, con la finalidad de hacerlos conscientes. Para el modelo freudiano el
relato es un derivado de los instintos sexuales y agresivos primarios, modelado por
las defensas.

El actual cambio de paradigma desde el clásico modelo pulsional hasta el modelo


relacional tuvo sus orígenes en dos pioneros psicoanalistas: los europeos Sandor
Ferenczi y Otto Rank. Los dos fueron discípulos de Freud y en 1924 colaboraban
explorando la primacía de la experiencia en el aquí y ahora de la transferencia. Rank
elaboró su teoría del nacimiento, subrayando la importancia de las relaciones
tempranas y su influencia en la interacción terapéutica. Ferenczi teorizó sobre la
mutualidad de las relaciones en el desarrollo humano y en el proceso clínico.

Trabajando en los EEUU y después de la segunda guerra mundial, Harry Stack


Sullivan revisó las ideas psicoanalíticas freudianas en su teoría de una Psiquiatría
Interpersonal. En una informal colaboración con Erich Fromm, Karen Horney, Frida
Fromm-Reichman, y Clara Thompson, Sullivan discrepará del punto de vista
prevaleciente de la psicopatología centrada en lo individual. Consideró que las
necesidades humanas son inseparables del campo interpersonal y que centrarse
en lo individual sin considerar el pasado y el presente relacional no era ir en una
buena dirección. Sullivan enfatizó que las relaciones humanas son un prerrequisito
para un buen desarrollo psicológico y constituyen una buena protección frente a la
ansiedad. En el tratamiento, consideraba central el aquí y ahora de la interacción
paciente-terapeuta. Posteriormente, Thompson organizó los conceptos
constituyentes del Psicoanálisis Interpersonal y contribuyó a su institucionalización
a través de la Escuela de Psiquiatría de Washington y del Instituto Psicoanalítico
William Alanson White. Entonces, dos diferentes abordajes clínicos derivaron de la
clásica teoría interpersonal: Sullivan enfatizó la empatía y Fromm la autenticidad y
la confrontación. Ambos coincidieron en subrayar el específico y significativo papel
de la relación interpersonal en el desarrollo de la personalidad, así como su
contribución en la etiología de la psicopatología.

Las teorías de la Escuela Inglesa de las Relaciones de Objeto llegaron a tener una
especial relevancia en los años setenta. La principal innovación de la
conceptualización teórico-clínica de la escuela inglesa consistió en la importancia
del estadio pre-edípico y especialmente de la temprana relación madre-bebé.
Importancia reconocida en la conflictiva internalizada. Además, son también
centrales fenómenos no verbales, estados regresivos presentes en la relación entre
analista y paciente. Melanie Klein teorizando sobre la envidia, la agresividad y la
identificación proyectiva también ocupó un influyente lugar y postkleinianos como
W. R. Bion, con un destacable papel por su consideración de los afectos como
hechos clínicos. Representada por Michael Balint, W.R.D. Fairbairn, D.W:Winnicott,
y Harry Guntrip, la Escuela Inglesa de las Relaciones de Objeto contribuyó
decisivamente a desplazar la centralidad del complejo de Edipo en la explicación de
la patología, teoría dominante hasta ese momento.

Otro paradigma psicoanalítico que contribuyó notablemente al abordaje terapéutico


relacional proviene de la psicología del self. En los años 70, Kohut reformuló las
ideas freudianas centrándose en el estudio del narcisismo. Enfatizó el entorno
traumatizante de las experiencias tempranas de los pacientes en lugar de la tensión
sexual y agresiva que Freud definió como la base de la motivación humana. Se
consideró a la agresividad, no como una expresión de un instinto sino como el
resultado de una extrema vulnerabilidad. Kohut, fundador de la Escuela de la
Psicología del Self, contribuyó al desarrollo del psicoanálisis relacional,
especialmente, destacando la importancia de la empatía en el proceso terapéutico.

Actualmente, estas tres escuelas psicoanalíticas parecen moverse en una misma


dirección, considerando al self y a las relaciones como el foco a tratar, con el centro
de interés en los afectos y en la experiencia relacional, en lugar de en las pulsiones,
y con una actitud menos autoritaria del analista. La relación paciente-analista
constituye el foco clínico, con interacciones dominando la situación clínica.

Hans Loewald, un destacado psicólogo del yo en los años 70, redefinió ello, yo y
super-yo en términos de experiencia interpersonal, dando a las pulsiones un
carácter relacional. Discutió, además la idea freudiana de que la mente humana
puede ser entendida como una “unidad independiente” sin tener en cuenta la
participación del analista. El trabajo de John Bowlby con su teoría del apego en los
años 60 y su muy interesante investigación tuvo también un importante papel en la
actual teoría relacional. Bowlby y sus discípulos propusieron el apego como el
centro alrededor del que gira toda la vida de la persona. En 1983, Jay R. Greenberg
y Stephen A. Mitchell publicaron su importante obra, Las relaciones de objeto en la
teoría psicoanalítica, en la que distinguían dos abordajes teóricos psicoanalíticos
distintos: el modelo pulsional y el modelo relacional. Los autores argumentaban que
las teorías psicoanalíticas están inevitablemente relacionadas con lo social, la
política y la moral contextual. Usaron el término relacional tanto para integrar
conceptos del Psicoanálisis Interpersonal, de la teoría de las Relaciones de Objeto,
así como los últimos desarrollos de la psicología del self. Se podría decir que S. A.
Mitchell fue el padre del Psicoanálisis Relacional por la importancia de su obra y su
intención de integrar los diferentes puntos de vista psicoanalíticos que pueden
incluirse dentro del término relacional.

A principios de los 80, Merton Gill, publicó varios artículos reconociendo las
contribuciones de la teoría interpersonal. Contrastó el modelo pulsional con un
modelo más humanístico en el que las relaciones estaban primordialmente
consideradas. Estudió a fondo el proceso clínico y exploró la transferencia-
contratransferencia, como la característica distintiva del psicoanálisis clínico.

Diez años más tarde, aparece la traducción inglesa de El diario clínico de Sandor
Ferenczi, que fue publicada treinta años después, tras haber sido rechazada en los
años 50. La aportación de Ferenczi consistió en cuestionar la jerárquica forma de la
tradicional relación terapéutica entre el analista que interpreta y el paciente que
recibe la interpretación, para proponer la mutualidad analítica, desde la que la
comprensión se co-construye en la relación analítica.

Finalmente, en las dos últimas décadas del siglo XX y en los inicios del XXl la crítica
social al psicoanálisis, el pensamiento feminista y el constructivismo, contribuyeron
al desarrollo del psicoanálisis relacional. Desde la década de los setenta los
movimientos de reforma psiquiátrica cuestionaron el modelo de salud mental, y de
paso el conservadurismo ideológico del psicoanálisis clásico, planteando
alternativas psicosociales y grupales, que fueron calando desde la práctica a la. A
la par, el feminismo, lanzó la mayor crítica a las ideas freudianas, desplazando la
falocentricidad de la teoría y de la práctica. La sexualidad se desligó de la
constitución física y de la función reproductora y la homosexualidad dejó de ser
considerada como patológica. Desde el constructivismo, la comprensión
transferencial pasó de ser una simple distorsión del paciente a considerarse como
un proceso de co-creación entre paciente y analista. Judith Butler, una de las
filósofas contemporáneas más relevantes, definiría en Barcelona, al yo como un
conjunto de relaciones.

Psicoanálisis Relacional, concierne tanto a lo intrapsíquico como a lo interpersonal,


pero lo intrapsíquico es visto como constituido por la internalización de las
experiencias interpersonales. Estas experiencias interpersonales internalizadas
están mediatizadas biológicamente. La Neurociencia, a través de recientes
investigaciones aporta a la actual perspectiva psicoanalítica la importancia de la
unidad psique-soma: las emociones tienen un locus cerebral.

Desde la perspectiva psicoanalítica relacional los afectos constituyen el centro de la


motivación humana. Los afectos surgen del intercambio intersubjetivo. La
expectativa natural de llegar a ser alguien de valía para un otro significativo está en
la base de la motivación principal de la vida psíquica. En síntesis, y a modo de
conclusión, Psicoanálisis Relacional es una forma de psicoterapia centrada en la
relación, cuyo principal objetivo es el tratamiento del sufrimiento psíquico con el
consecuente desbloqueo de iniciativas necesarias para el desarrollo emocional.
2. La interacción en la relación analítica
3. La personalidad del analista psicoanalítico
Primeramente, con el psicoanálisis nos encontramos una práctica que se puede
llamar atípica debido a las particularidades que se encuentran en la implementación
de la misma. Así como no existe un título académico de forma específica que faculte
a una persona para ser denominada como psicoanalista, tampoco existe un manual
de enseñanza para la escucha del inconsciente, el cual es su terreno de trabajo.

La mayoría de psicoanalistas han tenido estudios que son provenientes de la


psicología o de la medicina, pero estas aun así estas dos no tienen una relación
directa con el psicoanálisis, por lo cual se vuelve al punto que de que no hay algo
específico que habilite a nada relacionado con la escucha psicoanalítica. Ni siquiera
los psicólogos que han sido formados mediante la estructuración de la enseñanza
girando al psicoanálisis.

La formación del analista no tiene nada que ver con la reproducción de un modelo
previo al mismo. Es decir, que no se puede acceder a la eficacia en una actividad
solo porque el progenitor haya ejercido la misma tarea, siendo así la formación del
analista no tiene nada que ver con la transmisión de un saber. Así que ¿De dónde
sale un psicoanalista? Como diría Safouan (1979) “un analista sale del diván de otro
analista”.
Se ha intentado encontrar que es lo que forma verdaderamente al psicoanalista, y
en un principio, lo cual aún sigue vigente, se intentó dar al psicoanálisis y que por
ende a los psicoanalistas, un marco institucional que avale su profesionalidad, su
seriedad y su cordura. Se han intentado establecer normas rigurosas e
intercambiables, como también mandamientos que hay que cumplir al pie de la letra
para poder acceder a la profesión del psicoanalista. Por ello se ha buscado la
manera en que los individuos a través de pasar el papel del Otro, logren aprender y
así convertirse en el guía en cuestión. Claro que al intentar dar a la práctica
psicoanalista una categoría profesional o científica se intenta cerrar las preguntas
permanentes, inherentes a la práctica, y así terminar con las contradicciones que
son constitutivas de su esencia misma.

Suele confundirse el deseo del analista con la persona, con la ética y el lugar. Por
lo cual el psicoanálisis debe verse con una seriedad profesional para así verlo como
una ciencia del hombre, es al mismo tiempo una ideología que posee un sistema de
juicios de valor y pautas de conducta que le son propias. Esto determina su
identidad psicoanalítica. La identidad psicoanalítica comprende aspectos
personales, éticos, científicos e institucionales.

La personalidad del analista es su instrumento de trabajo y la necesidad de la


integración de su personalidad un requisito esencial, es obviamente necesario que
las cualidades éticas de su conducta, citadas para la tarea analítica, que rijan
también las relaciones con colegas y su vida personal en general, con la adecuación
a cada contexto. Claro que no decimos que esto esté bien o mal, pero una cosa es
clara: no tiene nada que ver con el psicoanálisis. Porque si el psicoanalista trabaja
con su personalidad y para otros de esto depende la escucha y por ende la dirección
de la cura en la otra persona.

El deseo del analista, no tiene nada que ver con la persona del analista, es el
nombre con el que Lacan designa un lugar en la experiencia analítica. Es una
función, un lugar en la estructura de la transferencia. Lo que se juega en la escucha
no tiene nada que ver con la persona, ni con sus creencias, preferencias, valores
éticos o morales, ideología, religión o raza. Todo esto tiene que quedar fuera en la
dirección de la cura, de lo contrario, el analista, atrapado en su propio narcisismo
quedaría a merced de sus afectos cariñosos u hostiles, de sus deseos de curar, de
investigar, de creerse bueno, útil, necesario; y esto no tendría nada que ver con el
deseo del analista que es una función, una incógnita. Es el deseo de ocupar el
enigma del deseo del Otro. Es un lugar de semblante, que permitirá tanto el
desplazamiento significante, como las proyecciones fantasmáticas en el análisis.

Es en el deseo del analista de llevar un análisis a su fin y hacer que emerja el deseo
del paciente, borrándose como persona, donde radica la ética del psicoanálisis. Si
se institucionaliza, se corre el riesgo de ahogarlo, de transformarlo en una
especialidad que históricamente se ha intentado sea un anexo de la medicina. Freud
unos meses antes de su muerte menciona: "Nunca he repudiado mis puntos de vista
y los mantengo con más fuerza aún que antes, frente a la evidente tendencia de los
norteamericanos de transformar el psicoanálisis en la criada de la psiquiatría". Si se
institucionaliza el psicoanálisis, se corre el riesgo de transformarlo en una especie
de religión que, con una verdad de secta, forme sacerdotes cortados por el mismo
patrón y que a su vez difundirán una especie de catecismo psicoanalítico,
supuestamente único y verdadero.

Es indudable que lo esencial para alguien que desea ser psicoanalista es llevar su
análisis hasta el final. Claro que el análisis personal no es una garantía de
formación, pero aun así es un pilar fundamental, mientras que el lugar de formación,
un lugar donde el deseo pueda circular, un lugar de intercambios clínicos y teóricos,
donde se pueda discutir, confrontar y cuestionar permanentemente la práctica y la
teoría, donde se pueda en definitiva dejar que el psicoanálisis siga manteniendo ese
cierto aire de marginalidad del que depende y ha dependido en gran medida su
supervivencia.

Freud inventa el psicoanálisis. Lacan lo saca del armario, lo despierta de la siesta,


ahuyenta las polillas y tira las naftalinas. Queda esperar que la era moderna no sea
la responsable de su asesinato, porque, parafraseando a Goethe: "Lo que hemos
heredado de nuestros padres, tenemos que ganarlo si queremos poseerlo" y para
que esto suceda, queda aún mucho camino por recorrer.

La figura del analista como “persona real”

Uno de los primeros intentos sistemáticos por delimitar el lugar del analista
como persona real en la situación analítica fue desarrollado por Greenson y Wexler
(1969). Mientras que Kirshner se detiene analizando su contribución, situándola
como un punto de inflexión clave para el surgimiento del debate generado a
posteriori. Según explica el autor, Greenson y Wexler caracterizaron la situación
analítica como una combinación de tres elementos: la transferencia, la alianza de
trabajo y la relación real. La alianza de trabajo es definida como “la relación no
neurótica, razonable y racional que el paciente establece con el analista y que le
capacita para trabajar productivamente en la relación analítica a pesar de la fuerza
de los elementos transferenciales”. La relación real, por otra parte, aparece aquí
asociada a “la correcta percepción por parte del paciente de las características de
la personalidad del analista” y a la idea de Menaker (1942) que caracteriza
la relación real como “una relación humana directa entre paciente y analista de
forma independiente de la transferencia”.

La introducción de los conceptos de alianza y relación real como elementos al


margen de la transferencia propiamente dicha suscitaron no pocas polémicas,
puesto que suponen asumir que en la situación analítica entran en juego influencias
que están también presentes en las relaciones de la vida real en general y en otras
escuelas de psicoterapia, tales como el proveer apoyo y ayuda, el uso de la
sugestión o el compartir experiencias personales; desdibujándose así las fronteras
entre el psicoanálisis y otros métodos “no científicos” o las relaciones ordinarias de
la vida cotidiana.

Según expone Kirshner, el miedo a la pérdida de la especificidad del psicoanálisis


como teoría y método y la intención de preservar una visión médico-científica de la
psicopatología y la técnica están en la base de las críticas y las controversias
respecto a los desarrollos que toman como punto de partida la introducción de la
subjetividad del analista y que posteriormente tienen en cuenta los aportes de las
teorías intersubjetivas. Para el autor, las discusiones acerca de los intentos por
delimitar qué elementos son reales, objetivos y racionales en la situación analítica,
cuáles forman parte de la transferencia, la neurosis transferencial o las fantasías
inconscientes y cuánto hay de cada uno en el proceso analítico son consideradas
una actividad más bien estéril. En este sentido, Kirshner defiende la aceptación de
que en la relación analítica puedan darse elementos comunes a otras relaciones
personales junto a los elementos transferenciales y contratransferenciales que le
son propios, y que “cada caso representará una amalgama única de todos esos
elementos”, proponiendo una definición “contemporánea” de la transferencia
enunciada por Baranger y Baranger (2008) como “la mezcla única de afectos y
expectativas que emergen en el campo de la interacción psicoanalítica”.

Kirshner admite en este punto que, a pesar de las agudas observaciones de muchos
clínicos experimentados, la investigación empírica acerca de estas cuestiones es
aún muy escasa. No obstante, dentro de dicha escasez son relativamente
frecuentes los estudios acerca de la variable alianza terapéutica. Las
investigaciones realizadas hasta la fecha parecen coincidir, según la revisión de
Martin, Garske y Davis (2000), en la existencia de tres elementos clave en relación
a dicha variable: “la naturaleza colaborativa de la relación, el vínculo afectivo entre
paciente y terapeuta y la habilidad de paciente y terapeuta para acordar objetivos y
tareas” a realizar en el marco del proceso terapéutico. Entonces dichos elementos
parecen en cualquier caso estar muy ligados a las vicisitudes de la transferencia y
la contratransferencia y por tanto formarían igualmente parte del proceso analítico.
Siendo así no se trataría tanto de delimitar las fronteras entre unos elementos y
otros como de fomentar la conciencia de su existencia y de cómo contribuir a crear
a partir de ellos la mezcla más adecuada para el establecimiento de un comienzo
óptimo del proceso analítico. Es que los tres elementos considerados incluyen
necesariamente una dimensión interpersonal, bidireccional, es decir, la
participación conjunta de paciente y terapeuta en cada uno de ellos, lo que parece
ir en la dirección de la consideración de la relación terapéutica como algo co-
construido.
Entonces considerando lo anterior relacionado a la relación analítica Baranger y
Baranger (2008) consideran la estructura de dicha relación como algo creado entre
los dos participantes dentro de la situación de análisis, formando una unidad que es
radicalmente diferente de lo que cada uno de ellos es por separado. A partir de esta
concepción, Kirshner se sitúa en la línea de la intersubjetividad y se adentra en los
aportes de esta corriente en relación al óptimo establecimiento de la relación
analítica. Pero si cada diada analítica va ser diferente de las otras debido a la
emergencia de un componente intersubjetivo producto de la interacción entre dos
personas reales, con su individualidad inherente; si cada par va a presentar
irremediablemente una combinación única de ingredientes relativos a la relación
real, la alianza terapéutica y la transferencia-contratransferencia, y si las fronteras
entre dichas variables parecen muy complicadas de delimitar en la práctica, ¿qué
consecuencias se desprenden de esto de cara a favorecer la instauración de una
situación analítica óptima para cada diada terapéutica? ¿Cómo encaja en todo ello
la cuestión que nos ocupa, la de la inevitable participación del analista como
persona real, de su subjetividad, y al mismo tiempo la preservación de un grado
óptimo de objetividad por parte del terapeuta en el proceso analítico?

Viederman (1991, 2000) subraya la importancia crucial de la presencia del analista,


en el establecimiento de una situación analítica óptima y dice “la presencia afectiva
del analista, su expresión personal con sentimiento y convicción… actúa como un
estímulo para el intercambio afectivo y el desarrollo de un tipo de transferencia
diferente al evocado por la figura de un analista que insiste en la abstinencia
absoluta y la interpretación como únicos vehículos de comunicación”. Kirshner en
cambio plantea la necesidad de un grado óptimo de intercambio afectivo y de
expresión personal por parte del analista y propugna dicha vertiente de la presencia
del analista frente a la abstinencia clásica en los inicios del tratamiento.

En relación siempre a como debe ser el psicoanalista, Coderch (2011) dice “la
neutralidad es algo que debe residir dentro del analista y no en la matriz relacional
creada por paciente y terapeuta. Y esta neutralidad consiste en un sentimiento de
implicación con el paciente y con el proceso psicoanalítico. La neutralidad no es
posible desde el exterior. Aquel que ve a otro desde afuera no es nunca neutral,
dado que la neutralidad en una díada se da cuando cada uno de los componentes
es capaz de ver, sentir y comprender al otro como el otro se ve, se siente y se
comprende a sí mismo, sin que ello presuponga una pérdida de su propia historia y
experiencia”.

Entonces, desde posiciones más relacionales, la objetividad tendría que ver no tanto
con que el analista sea “un objeto de la transferencia objetivo y mínimamente
autorevelador”, sino con que el terapeuta, partiendo de la situación analítica como
algo co-construido, no se quede atrapado en dicha interacción de forma no-reflexiva,
sino que pueda situarse “como un tercero” que observa al paciente, a sí mismo y al
producto de esa interacción en aras de poder hace un uso terapéutico de dicha
observación.
4. La empatía

Al hablar de forma coloquial acerca de la empatía suele recurrirse a frases como


“ponerse en el lugar de los demás”, buscando una metáfora para la idea de
comprender o sentir lo que el otro siente en determinada situación. Desde el ámbito
científico no existe una definición unívoca de empatía. Se trata más bien de un
campo conceptual en construcción y discusión, en el que recientemente se han
realizado algunos intentos de integración. Al realizar una primera aproximación se
podría decir que la empatía es la capacidad de comprender los sentimientos y
emociones de los demás, basada en el reconocimiento del otro como similar. Es
una habilidad indispensable para los seres humanos, teniendo en cuenta que toda
la vida transcurre en contextos sociales complejos. La naturaleza social hace que el
reconocimiento y la comprensión de los estados mentales de los demás, así como
la capacidad de compartir esos estados mentales y responder a ellos de modo
adecuado, sean tanto o más importantes que la capacidad de comprender y
responder adecuadamente a los contextos naturales no sociales.

El término empatía es la traducción del inglés empathy, que a su vez fue traducido
del alemán einfühlung por Titchener (1909). El término einfühlung, que significa
sentirse dentro de algo o alguien, comenzó a utilizarse en el campo de la Estética
alemana de fines del siglo XIX y fue traducido al inglés empathy para ser utilizado
en el campo de la psicología experimental de EE.UU en los comienzos del siglo XX.
Aunque los psicólogos suelen atribuir a Lipps la primera conceptualización de la
empatía, sería más apropiado decir que él fue quien tomó el concepto de la Estética,
lo organizó y desarrolló en el campo de la psicología. De acuerdo con esta
concepción original, ligada a los desarrollos del autor sobre la experiencia estética.
la empatía es la tendencia natural a sentirse dentro de lo que se percibe o imagina,
tendencia que permite, en primer lugar, reconocer la existencia de otro. La imitación,
que tiene lugar en distintos niveles, constituye el proceso básico que da lugar a la
autoconciencia en la experiencia, y a la conciencia del objeto.

La empatía es, así, la unión entre un sujeto y un objeto artístico, la participación de


dos sujetos en la misma experiencia por medio de sus acciones (Morgade Salgado,
2000). A partir de esta primera utilización del término empatía en psicología de la
experiencia estética, su uso se ha ido extendiendo a numerosas ramas de esa
ciencia. Desde los teóricos de la personalidad hasta los psicoterapeutas se han
servido de él. Se ha empleado también dentro del campo de la psicología del
desarrollo, para la comprensión y explicación las conductas altruistas. Esta
expansión del uso del término empatía dentro del campo de la psicología y las
neurociencias, ha dado lugar a la proliferación de teorías y categorías para
describirlo y explicarlo. Como señalan Preston y de Waal (2002), en la investigación
sobre el tema aparecen una serie de términos que comparten aspectos
conceptuales y que muchas veces son usados de modo intercambiable.

A pesar de la considerable atención que el tema ha recibido por parte de los


investigadores, aun no se ha arribado aún a un consenso en cuanto a los procesos
básicos o componentes fundamentales de la empatía. Primeramente se
consideraba como un instinto innato. Y es que la percepción de una emoción en otro
por medio de su géstica activaba de manera directa esa misma emoción en quien
la percibía, sin ninguna intervención de funciones cognitivas al estilo de la toma de
perspectiva. A partir de esa primera descripción fueron constituyéndose dos
vertientes teóricas: la de los autores que sostuvieron la idea de Lipps de la
percepción directa, y la de quienes hicieron mayor hincapié en aspectos cognitivos
como la proyección y la imaginación, convirtiendo a la empatía en un sinónimo de
la toma de perspectiva y limitándola a aquellos individuos que poseen teoría de la
mente (Preston & de Waal, 2002). La mayor bondad de los modelos fundados en la
percepción directa, que reconocen al contagio emocional y a la imitación como la
base de la empatía, reside en que son capaces de dar cuenta de la continuidad del
fenómeno entre especies.

Los modelos que ponen el acento en el componente cognitivo, por otro lado,
subrayan las diferencias entre la empatía humana y fenómenos similares
observados en otros animales. Cada una de estas corrientes teóricas ha encontrado
sustento en la moderna investigación en neurociencia. Las teorías que hacen
hincapié en la percepción más automática de las emociones de los demás han
encontrado apoyo empírico en las investigaciones sobre neuronas espejo. En esta
corriente se encuentra el modelo de Percepción/ Acción, consistente con la Teoría
de la Simulación que se describirá a continuación. Por otro lado, las teorías que
subrayan los aspectos cognitivos encuentran apoyo empírico en las investigaciones
que muestran la activación temporal y medial de las regiones prefrontales durante
la realización de tareas que implican lectura de mente. Este sustrato diferenciado
no implica, sin embargo, que ambas perspectivas sean mutuamente excluyentes;
por el contrario, es posible su integración por medio de la puntualización de las
relaciones entre estos procesos.
La empatía y las funciones cognitivas superiores

Haciendo énfasis en los aspectos más cognitivos de la empatía, vinculados a las


funciones cognitivas superiores características de los seres humanos, suelen
aparecer términos como teoría de la mente, mentalización. Estos términos se
utilizan muchas veces de modo intercambiable, sin que se proponga una definición
que clarifique los alcances y los límites de cada uno. De acuerdo con Premack y
Woodruff (1978), cuando se dice que un individuo tiene teoría de la mente, se hace
referencia a que atribuye estados mentales a sí mismo y a otros. Se utiliza el término
teoría para referirse a ese sistema de inferencias, en primer lugar, porque los
estados mentales atribuidos no son observables directamente y, en segundo lugar,
porque este puede ser utilizado para realizar predicciones respecto del
comportamiento de otros, es decir, para realizar suposiciones teóricas respecto a
las consecuencias conductuales de los estados mentales atribuidos.

Frith y Frith (2006) denominan mentalización al proceso por medio del cual se
realizan esas inferencias respecto de los estados mentales propios o ajenos, es
decir, al proceso metacognitivo de pensar acerca de los contenidos de la mente de
otra persona. La comprensión de que los otros tienen un mundo mental propio que
difiere del nuestro es un paso crítico en el desarrollo de los seres humanos, que
generalmente tiene lugar alrededor de los 4 años, y que tiene carácter universal en
los seres humanos adultos. Aunque su desarrollo está ligado a la experiencia, no
requiere de una pedagogía explícita como las matemáticas o el lenguaje escrito,
sino que se adquiere de modo más espontáneo como el caminar o el lenguaje
hablado. La enseñanza directa solo puede capacitar para suprimir voluntariamente
estas inferencias al describir la conducta de otro. El ser humano es capaz de inferir
distintos tipos de estados mentales, desde la más básica inferencia de intención o
propósito hasta la de creencias, pensamientos, conocimiento, supuestos, mentira,
confianza, entre otros. Es decir, es capaz de inferir, al utilizar una serie de claves,
lo que otra persona cree, piensa, sabe o supone, si finge o si confía en tal o cual
cosa, etc.

Un aspecto fundamental de la mentalización exitosa es la toma de perspectiva, es


decir, la capacidad de considerar una situación desde diferentes puntos de vista.
Una correcta atribución de creencias se basa en el reconocimiento de que el
conocimiento está fundado en la experiencia y, por lo tanto, un individuo que no ha
tenido nuestras mismas experiencias puede no saber lo mismo que nosotros. Esto
podría extrapolarse a otros estados mentales, como por ejemplo los deseos y las
emociones, una persona que ha tenido experiencias diferentes a nosotros puede
sentirse de modo diferente en una misma situación, o puede desear otras cosas en
la misma circunstancia. De hecho, esta habilidad es evaluada generalmente por
medio de pruebas en las que los participantes tienen que informar acerca de la falsa
creencia de otro individuo, cuyo conocimiento fáctico difiere del que posee el
participante, denominadas Pruebas de la Falsa Creencia. La realización con éxito
de esas pruebas demuestra la habilidad de una persona de distinguir entre los
contenidos de la propia mente y los de la mente del otro, basándose en el
conocimiento del que ella dispone.
Se ha intentado armar modelos que conjuguen los distintos modos de experiencia
afectiva automática o no consciente del estado emocional observado o inferido, con
el reconocimiento y la comprensión de los estados emocionales de los demás por
medio de procesos cognitivos controlados, para conformar esquemas
comprehensivos más amplios del fenómeno de la empatía. En su artículo “The
Functional Architecture of Human Empathy”, Decety y Jackson (2004) presentan un
modelo que integra el componente afectivo y el componente cognitivo de la empatía.
De acuerdo con estos autores, aunque es posible que el reconocimiento de
emociones básicas sea principalmente un proceso directo y automático, que no
requiere inferencias ni meta-representaciones, el reconocimiento de emociones
más complejas, como las llamadas emociones de autoconciencia, probablemente
requiera de un procesamiento cognitivo. Si bien, como se puntualizó anteriormente,
las teorías de la empatía basadas en el contagio emocional tienen la virtud de
reflejar la continuidad de su desarrollo entre especies (Preston & de Waal, 2002),
para Decety y Jackson (2004) la empatía humana se diferencia de la observada en
otras especies por procesos distintivos surgidos en el curso de la evolución, como
la toma de perspectiva y la autoconciencia que posibilitan la comprensión de
emociones y situaciones más complejas.

La empatía humana, a diferencia de la observada en otros animales en general e


incluso en otros primates, implica teoría de la mente y mentalización, es decir, la
capacidad de predecir la conducta de otros por medio de la atribución de estados
mentales independientes. Mientras que reflejar la emoción de otro es un proceso
básico que puede ocurrir sin intervención de la conciencia, los procesos que
caracterizan a la empatía humana, como la toma de perspectiva y la
autorregulación, requieren de un procesamiento controlado.

El procesamiento experiencial puede ser pensado como una experiencia fluida,


automática y afectiva, mientras que el proposicional es un proceso cognitivo
controlado. Para entender a otros, una y otra modalidad de procesamiento se
emplean alternativamente en función de diversos factores, entre los que se cuentan
los recursos cognitivos, la motivación, las diferencias individuales, la relación entre
el observador y el observado y el modo en que la situación se presenta –si se
observa directamente, o en una película, o se lee sobre ella en una novela–. Para
los autores, ambas son fundamentales para comprender el mundo social por medio
de la experiencia de la empatía. Las diferentes teorías sobre el modo en el que se
entiende a los demás y a nosotros mismos podrían ordenarse e integrarse entonces,
de acuerdo con estos autores, en función de dos parámetros: el Foco del
procesamiento y el Modo de Procesamiento.
Desarrollo de la empatía

Existen paralelos entre el desarrollo ontogénico de la empatía en seres humanos y


su emergencia filogenética. La inclinación a considerar la empatía humana como un
mecanismo complejo que requiere funciones cognitivas superiores, ha tendido a
borrar este paralelismo. Sin embargo, es posible considerar las diferencias entre
empatía humana y fenómenos similares observados en otros animales como
diferencias en el nivel de complejidad y no en la naturaleza del fenómeno en sí.
Preston y de Waal (2002) presentan una perspectiva evolucionista y hacen hincapié
en lo que la empatía humana tiene en común con la de otros animales sociales y en
las presiones evolutivas comunes que han derivado en su desarrollo. Vivir en
entornos sociales, característica común de los mamíferos, requiere las habilidades
necesarias para comprender y responder a otros de manera adecuada (Brothers,
1989). Según Preston y de Waal (2002) la complejidad social, que está en relación
con el tamaño del grupo, constituyó una importante presión evolutiva y, para
responder a las demandas que plantea, ha conducido al desarrollo del cerebro hacia
la hipertrofiada inteligencia social de los seres humanos.

Estar emocionalmente ligado a otros, es decir, afectado de modo innato por las
emociones de los demás, es un requerimiento de la vida en grupo y tiene una serie
de ventajas evolutivas (Preston & de Waal, 2002). En primer lugar, esos lazos
constituyen la base que mantiene unida a cualquier sociedad; en segundo lugar,
optimizan la seguridad del grupo. Gracias a la vinculación emocional, la alarma de
un individuo constituye una alarma para otros. Habiendo muchos ojos dedicados a
mantener la seguridad, los individuos pueden dedicar más tiempo a otras
actividades.

La vinculación emocional innata con otros facilita también el desarrollo de la relación


diádica madre/padre-hijo: cada parte de la díada está conductual y fisiológicamente
afectada por la otra, y esta relación contribuye con ambas. El contacto físico y
emocional coordinado entre madre/padre hijo posibilita el desarrollo de las
habilidades de regulación emocional del hijo, que determinarán su competencia
emocional futura. El llanto o la sonrisa del niño modifican a su vez las respuestas
afectivas y emocionales de sus cuidadores, guiando la atención y acción de estos
últimos. El contagio emocional del estrés del niño a su cuidador actúa como un
estímulo incondicionado y motiva a los cuidadores para actuar antes de que se
provoque un evento estresante, genera la necesidad y la motivación para actuar.
Estos lazos emocionales son también la base de la empatía y la demanda exitosa
de ayuda fuera de la relación diádica madre/padre-hijo. Los gritos, el llanto, y otros
estímulos similares pueden servir para generar empatía en otros y conseguir ayuda
de individuos no familiares. Del mismo modo que al interior de las relaciones
familiares básicas, fuera de ellas dichos estímulos son capaces de generar estrés
en otros y motivarlos a actuar. Las señales aversivas se desarrollan porque, por su
naturaleza, todos desean darles fin. Pero no solo los estímulos aversivos se
generalizan más allá del núcleo familiar, sino también aquellos que han servido para
obtener contención, afecto y cuidado; esto puede observarse, por ejemplo, cuando
dos adultos en una relación de pareja se hablan con voz aniñada. Gracias a las
presiones evolutivas pasadas, los cimientos de la empatía están emplazados en
nuestro cerebro desde el nacimiento, esperando ser desarrollados por medio de la
interacción con otros (Decety & Jackson, 2004).

El impulso hacia el cuidado de las crías, presente en todos los mamíferos, así como
la temprana capacidad de los neonatos para distinguir entre el movimiento de otro
agente y el de un objeto cualquiera, al dirigir la atención preferentemente hacia el
primero, son probablemente condiciones necesarias para ese desarrollo. En el
apartado sobre el modelo de Percepción/ Acción se habló de otras condiciones que
posibilitan la relación con los demás desde el nacimiento. Se presentarán luego los
hallazgos respecto a las neuronas espejo, cuyo desarrollo parece también
remontarse a etapas muy tempranas. Además de un sustrato genético de base, el
desarrollo de la empatía requiere entonces de la interacción con otros. La
interacción con otros, sustentada en características y recursos innatos, permite la
construcción de lazos sociales sin los cuales es improbable que la empatía se
desarrolle. En la discusión nature y nurture respecto a la empatía, se podría dar, por
lo tanto, la misma respuesta que en lo referente a muchos otros procesos cognitivos.
Es evidente que existen condiciones genéticas que vehiculan la empatía; sus
cimientos están en nuestro cerebro (Decety & Jackson, 2004), pero, como señalan
diversos estudios, en su desarrollo interviene la vida social. Los lazos sociales,
originados a partir de una conexión emocional rudimentaria, evolucionan por medio
de la experiencia hasta las complejas relaciones humanas adultas.
5. Empatía, simpatía e intersubjetividad

Cabe hacer una distinción entre empatía y simpatía, aunque también cabe
mencionar lo que es la compasión en todo caso, estas son tres emociones y
actitudes humano‐terapéuticas indiscutiblemente positivas y saludables, pese a
compartir la raíz griega ‘pathos’ con términos sesgados de enfermedad y sufrimiento
como ‘patología’ o ‘apatía’. Se estudian aquí los significados psicológicos de estos
términos de uso cotidiano y se vierten a la psicoterapia como espacio de interacción
transformadora, como lugar para la co‐creación de nuevas pautas de vida y relación
proyectadas hacia el futuro y la salud.

Empatía

La empatía es la base del sentimiento y la elección moral, pues es basándonos en


nuestro juicio como intuimos el juicio de los otros. Los humanos somos animales
capaces de una verdadera imitación porque no es meramente operatoria, sino que
nace de dentro, de nuestra genuina vivencia profunda. Gracias a ello, puede surgir
un tipo de comunidad con los otros que no es meramente gregaria, sino fraterna,
que no es simplemente comunal, sino intersubjetiva, siendo así la empatía es una
actividad pre‐reflexiva, estrechamente ligada a las neuronas espejo que los
humanos alojamos en distintas partes de nuestro cerebro. Lacoboni, de la
Universidad de Parma, descubridor de las mismas distingue entre ‘Neuronas
congruentes’, las cuales reflejan la actividad del otro contemplado y ‘Neuronas
estrictamente congruentes’, que nos permiten comprender la acción del otro, el
contexto y la intención de sus actos): “Las neuronas espejo nos ayudan a simular
en el cerebro las intenciones de los demás, lo que nos brinda una amplia
comprensión de sus estados mentales”

El concepto de empatía se ha utilizado como marco para incluir un conjunto de


procesos que es posible diferenciar desde el punto de vista de su desarrollo, de su
localización neuronal y de sus implicancias y consecuencias comportamentales.
Algunos de estos procesos son nombrados habitualmente con términos como
contagio emocional, toma de perspectiva, teoría de la mente y mentalización. En
sus desarrollos teóricos acerca de la empatía, los autores han hecho hincapié
alternativamente sobre algunos de ellos.

Es particularmente extendida la diferenciación entre quienes han centrado sus


explicaciones en los procesos más emocionales, automáticos y no conscientes y
quienes se han focalizado en los procesos inferenciales dependientes de las
funciones cognitivas superiores, que distinguen a los seres humanos de otros
animales. Estos desarrollos, sin embargo, no son necesariamente contradictorios.
A pesar de que es posible individualizar cada uno de los procesos que se han
incluido conjunta o alternativamente dentro del concepto de empatía en función de
los criterios mencionados, en el funcionamiento normal están interrelacionados.
Todos ellos están implicados en la cognición social, es decir, forman parte de los
modos en que se percibe a los demás y se piensa sobre ellos.

Algunos autores han optado por entenderlos como componentes de la empatía


(Decety & Jackson, 2004), en lugar de analizarlos como mecanismos aislados. Los
intentos de integración buscan incluir desarrollos aparentemente contradictorios en
un esquema más amplio que permita comprenderlos como complementarios, como
componentes del complejo concepto de empatía. Así, es posible hablar de los
aspectos cognitivos y emocionales de la empatía (Decety & Jackson, 2004), de los
procesos Bottom-up y Top-down (Decety & Lamm, 2006), o del razonamiento
proposicional y experiencial (Rameson & Lieberman, 2009) sin que exista conflicto
o inconsistencia al interior de cada par de categorías, aunque nombren procesos
susceptibles de ser diferenciados. Se cree que los esfuerzos en la investigación
futura deberían centrarse en completar estos esquemas integradores. La
integración requiere, en primer lugar, la clarificación de las particularidades y de los
aspectos en común de las distintas categorías y procesos desarrollados en torno al
concepto de empatía. En segundo lugar, depende de la posibilidad de elucidar las
relaciones de interdependencia. Un medio de exploración de la relación entre los
componentes de la empatía que no ha sido abordado en este trabajo es el estudio
de la psicopatología.

Por medio de la utilización de neuroimágenes es posible estudiar las diferencias en


las respuestas neuronales de personas en las que la empatía se encuentra
comprometida, como por ejemplo personas con autismo o psicopatía, durante
tareas diseñadas para evaluar empatía o cualquiera de los procesos implicados en
la empatía, profundizando así el reconocimiento de las funciones de las diferentes
áreas cerebrales y su interrelación. Por ejemplo, algunas investigaciones indican
que los niños con tendencias psicopáticas presentan teoría de la mente y
habilidades de mentalización normales, aunque tienen dificultades en el
reconocimiento de emociones específicas en otros, como la tristeza y el miedo. Esta
evidencia se ha utilizado a menudo para esgrimir que se trata de procesos
relativamente independientes, pero lo que está implícito en ella es que el
funcionamiento escindido de estos procesos, aunque posible, deriva en un
comportamiento socialmente desajustado. La profundización del estudio de los
moderadores de la empatía puede constituir asimismo un medio para alcanzar un
conocimiento más cabal de sus componentes. Preston y De Waal (2002) mencionan
a la similitud, la familiaridad, la experiencia previa y la notabilidad como importantes
moderadores de la empatía; Rameson y Lieberman (2009) proponen la motivación.
Simpatía

No se puede hacer una igualdad entre lo que es la simpatía y la empatía, pues entre
estos dos términos aunque se basen en conceptos similares, se encuentran en
situaciones clave son de forma radical claramente diferenciados.
La empatía parte de la base de ‘ponerse en el lugar del otro‘. Para ello, se
necesita perspectiva, no emitir juicios, reconocer las emociones de esa otra
persona y hacerle ver que sabemos que está experimentando esas emociones, sin
juicios.
La empatía exige sensibilidad, porque entramos en el espacio de las emociones de
otro. En el momento en que atravesamos ese umbral, seremos empáticos si le
prestamos apoyo, si le hacemos ver que le comprendemos y le queremos y si le
escuchamos. Es simple. Pero, a la vez, extraordinariamente difícil en una sociedad
dada a emitir juicios, dar consejos gratuitos y opiniones que no se han pedido.
Ante una persona que descubre sus emociones, la simpatía quizás está de más. La
simpatía tiende a frivolizar, no conecta con la persona, no reconoce sus
emociones y (aunque lo pretenda) no le está sirviendo de ayuda. A veces, el
simpático intenta ayudar haciendo ver que lo que sucede ‘no es para
tanto’, quitándole importancia, añadiendo gracia a las expresiones.
La enorme diferencia entre ‘simpatía’ y ‘empatía’ estriba en la capacidad de
escucha y de comprensión. Ante una persona que está comenzando a descubrir
sus emociones, el simpático basa su acercamiento en la falta de escucha, en oirse
a sí mismo, en no comprender; sin embargo, la persona empática se acerca,
escucha, comprende y no juzga. Y todo eso, el acercamiento, la comprensión, la
escucha y evitar juzgar ayuda a ‘conectar’, que es la clave de la empatía.
El simpático es necesario en la vida. El humor es imprescindible. Pero, ante una
persona que está descubriendo sus emociones, la simpatía es una herramienta que
no sólo no es útil, sino que puede ser dañina. Es en ese momento cuando tenemos
que desterrar la simpatía para adoptar la empatía, para convertirnos en una persona
que escucha, comprende y, sobre todo, conecta.
La empatía puede ser primitiva e irreflexiva (“contagio emocional”) o reflexiva e
imaginativa, requiriendo esfuerzo de conocimiento por parte del otro porque si no
podemos presuponer cosas del otro que no sean ciertas. Debemos distinguir entre
resonar los sentimientos ajenos (vibración especular), la proyección imaginativa
(atribución de los sentimientos propios para luego conmovernos con lo que
suponemos que siente) y la meditación y reverie de los sentimientos ajenos. La
sorprendente y sugerente teoría de la “simulación encarnada” nos permite entender
el proceso que subyace a la empatía.
Intersubjetividad

Hablando acerca del impacto en la técnica de las consideraciones intersubjetivistas


acerca de la influencia del analista como persona real. Más específicamente, se
puede hacer énfasis cuestiones acerca del rol que la posición de analista presente
puede jugar, concretamente, en el inicio de la situación analítica y en la creación de
un marco analítico óptimo, aunque hay que advertir que, pese al creciente número
de publicaciones relacionadas con la corriente intersubjetiva en la escena
psicoanalítica contemporánea, no se pueden sacar conclusiones de primera mano
por parte del analista en cuestión.

Kirshner pone de relieve, en primer lugar, que las referencias al término


intersubjetividad no son abordadas solamente por los teóricos afines a dicha
corriente, sino que el énfasis en la dimensión relacional del tratamiento es
compartido asimismo por autores más cercanos a otras corrientes más clásicas: la
psicología del Self, la teoría de las relaciones objétales y también entre los
investigadores del campo de la psicología infantil. Las consideraciones hechas por
diversos autores podrían ser condensadas, según Kirshner, en la conclusión de
Baranger (1993) de que “la actividad consciente e inconsciente del analista se
desarrolla en el seno de una relación intersubjetiva en la que cada participante es
definido por el otro”.

A nivel general, la influencia de la persona del analista tendría especial importancia


en relación a la construcción en la situación analítica del “aquí y ahora”, en el uso
más o menos flexible de los propios pensamientos y sentimientos y en su mayor o
menor receptividad a la transferencia.
En relación al tema señalado por Kirshner del impacto de la presencia del analista
en los inicios del tratamiento, el autor plantea dos núcleos de discusión
fundamentales. En primer lugar, hace referencia al papel de la atención prestada
desde el inicio por el analista a sus propias respuestas subjetivas en relación al
paciente. Si bien Kirshner afirma que la importancia acordada a dichas respuestas
ha de ser moderada conforme al conocimiento que muestra que dichas respuestas
no están libres de la influencia de la propia individualidad del analista; al mismo
tiempo conviene en que tal vez un examen más preciso de dichas reacciones
iniciales pueda aportar luz acerca de la existencia de conflictos específicos,
especialmente en lo que tiene que ver con las resistencias o “puntos ciegos” del
propio analista. Kirshner insiste aquí en la necesidad de la presencia real o simbólica
de un tercero.
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