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1. Psicoanálisis relacional
El centro del pensamiento relacional es que las personas están incluidas en una
matriz relacional, la experiencia de las relaciones tempranas y su repercusión en la
realidad presente, que da forma continuamente al desarrollo y expresión de la
personalidad.
Evolución
Las teorías de la Escuela Inglesa de las Relaciones de Objeto llegaron a tener una
especial relevancia en los años setenta. La principal innovación de la
conceptualización teórico-clínica de la escuela inglesa consistió en la importancia
del estadio pre-edípico y especialmente de la temprana relación madre-bebé.
Importancia reconocida en la conflictiva internalizada. Además, son también
centrales fenómenos no verbales, estados regresivos presentes en la relación entre
analista y paciente. Melanie Klein teorizando sobre la envidia, la agresividad y la
identificación proyectiva también ocupó un influyente lugar y postkleinianos como
W. R. Bion, con un destacable papel por su consideración de los afectos como
hechos clínicos. Representada por Michael Balint, W.R.D. Fairbairn, D.W:Winnicott,
y Harry Guntrip, la Escuela Inglesa de las Relaciones de Objeto contribuyó
decisivamente a desplazar la centralidad del complejo de Edipo en la explicación de
la patología, teoría dominante hasta ese momento.
Hans Loewald, un destacado psicólogo del yo en los años 70, redefinió ello, yo y
super-yo en términos de experiencia interpersonal, dando a las pulsiones un
carácter relacional. Discutió, además la idea freudiana de que la mente humana
puede ser entendida como una “unidad independiente” sin tener en cuenta la
participación del analista. El trabajo de John Bowlby con su teoría del apego en los
años 60 y su muy interesante investigación tuvo también un importante papel en la
actual teoría relacional. Bowlby y sus discípulos propusieron el apego como el
centro alrededor del que gira toda la vida de la persona. En 1983, Jay R. Greenberg
y Stephen A. Mitchell publicaron su importante obra, Las relaciones de objeto en la
teoría psicoanalítica, en la que distinguían dos abordajes teóricos psicoanalíticos
distintos: el modelo pulsional y el modelo relacional. Los autores argumentaban que
las teorías psicoanalíticas están inevitablemente relacionadas con lo social, la
política y la moral contextual. Usaron el término relacional tanto para integrar
conceptos del Psicoanálisis Interpersonal, de la teoría de las Relaciones de Objeto,
así como los últimos desarrollos de la psicología del self. Se podría decir que S. A.
Mitchell fue el padre del Psicoanálisis Relacional por la importancia de su obra y su
intención de integrar los diferentes puntos de vista psicoanalíticos que pueden
incluirse dentro del término relacional.
A principios de los 80, Merton Gill, publicó varios artículos reconociendo las
contribuciones de la teoría interpersonal. Contrastó el modelo pulsional con un
modelo más humanístico en el que las relaciones estaban primordialmente
consideradas. Estudió a fondo el proceso clínico y exploró la transferencia-
contratransferencia, como la característica distintiva del psicoanálisis clínico.
Diez años más tarde, aparece la traducción inglesa de El diario clínico de Sandor
Ferenczi, que fue publicada treinta años después, tras haber sido rechazada en los
años 50. La aportación de Ferenczi consistió en cuestionar la jerárquica forma de la
tradicional relación terapéutica entre el analista que interpreta y el paciente que
recibe la interpretación, para proponer la mutualidad analítica, desde la que la
comprensión se co-construye en la relación analítica.
Finalmente, en las dos últimas décadas del siglo XX y en los inicios del XXl la crítica
social al psicoanálisis, el pensamiento feminista y el constructivismo, contribuyeron
al desarrollo del psicoanálisis relacional. Desde la década de los setenta los
movimientos de reforma psiquiátrica cuestionaron el modelo de salud mental, y de
paso el conservadurismo ideológico del psicoanálisis clásico, planteando
alternativas psicosociales y grupales, que fueron calando desde la práctica a la. A
la par, el feminismo, lanzó la mayor crítica a las ideas freudianas, desplazando la
falocentricidad de la teoría y de la práctica. La sexualidad se desligó de la
constitución física y de la función reproductora y la homosexualidad dejó de ser
considerada como patológica. Desde el constructivismo, la comprensión
transferencial pasó de ser una simple distorsión del paciente a considerarse como
un proceso de co-creación entre paciente y analista. Judith Butler, una de las
filósofas contemporáneas más relevantes, definiría en Barcelona, al yo como un
conjunto de relaciones.
La formación del analista no tiene nada que ver con la reproducción de un modelo
previo al mismo. Es decir, que no se puede acceder a la eficacia en una actividad
solo porque el progenitor haya ejercido la misma tarea, siendo así la formación del
analista no tiene nada que ver con la transmisión de un saber. Así que ¿De dónde
sale un psicoanalista? Como diría Safouan (1979) “un analista sale del diván de otro
analista”.
Se ha intentado encontrar que es lo que forma verdaderamente al psicoanalista, y
en un principio, lo cual aún sigue vigente, se intentó dar al psicoanálisis y que por
ende a los psicoanalistas, un marco institucional que avale su profesionalidad, su
seriedad y su cordura. Se han intentado establecer normas rigurosas e
intercambiables, como también mandamientos que hay que cumplir al pie de la letra
para poder acceder a la profesión del psicoanalista. Por ello se ha buscado la
manera en que los individuos a través de pasar el papel del Otro, logren aprender y
así convertirse en el guía en cuestión. Claro que al intentar dar a la práctica
psicoanalista una categoría profesional o científica se intenta cerrar las preguntas
permanentes, inherentes a la práctica, y así terminar con las contradicciones que
son constitutivas de su esencia misma.
Suele confundirse el deseo del analista con la persona, con la ética y el lugar. Por
lo cual el psicoanálisis debe verse con una seriedad profesional para así verlo como
una ciencia del hombre, es al mismo tiempo una ideología que posee un sistema de
juicios de valor y pautas de conducta que le son propias. Esto determina su
identidad psicoanalítica. La identidad psicoanalítica comprende aspectos
personales, éticos, científicos e institucionales.
El deseo del analista, no tiene nada que ver con la persona del analista, es el
nombre con el que Lacan designa un lugar en la experiencia analítica. Es una
función, un lugar en la estructura de la transferencia. Lo que se juega en la escucha
no tiene nada que ver con la persona, ni con sus creencias, preferencias, valores
éticos o morales, ideología, religión o raza. Todo esto tiene que quedar fuera en la
dirección de la cura, de lo contrario, el analista, atrapado en su propio narcisismo
quedaría a merced de sus afectos cariñosos u hostiles, de sus deseos de curar, de
investigar, de creerse bueno, útil, necesario; y esto no tendría nada que ver con el
deseo del analista que es una función, una incógnita. Es el deseo de ocupar el
enigma del deseo del Otro. Es un lugar de semblante, que permitirá tanto el
desplazamiento significante, como las proyecciones fantasmáticas en el análisis.
Es en el deseo del analista de llevar un análisis a su fin y hacer que emerja el deseo
del paciente, borrándose como persona, donde radica la ética del psicoanálisis. Si
se institucionaliza, se corre el riesgo de ahogarlo, de transformarlo en una
especialidad que históricamente se ha intentado sea un anexo de la medicina. Freud
unos meses antes de su muerte menciona: "Nunca he repudiado mis puntos de vista
y los mantengo con más fuerza aún que antes, frente a la evidente tendencia de los
norteamericanos de transformar el psicoanálisis en la criada de la psiquiatría". Si se
institucionaliza el psicoanálisis, se corre el riesgo de transformarlo en una especie
de religión que, con una verdad de secta, forme sacerdotes cortados por el mismo
patrón y que a su vez difundirán una especie de catecismo psicoanalítico,
supuestamente único y verdadero.
Es indudable que lo esencial para alguien que desea ser psicoanalista es llevar su
análisis hasta el final. Claro que el análisis personal no es una garantía de
formación, pero aun así es un pilar fundamental, mientras que el lugar de formación,
un lugar donde el deseo pueda circular, un lugar de intercambios clínicos y teóricos,
donde se pueda discutir, confrontar y cuestionar permanentemente la práctica y la
teoría, donde se pueda en definitiva dejar que el psicoanálisis siga manteniendo ese
cierto aire de marginalidad del que depende y ha dependido en gran medida su
supervivencia.
Uno de los primeros intentos sistemáticos por delimitar el lugar del analista
como persona real en la situación analítica fue desarrollado por Greenson y Wexler
(1969). Mientras que Kirshner se detiene analizando su contribución, situándola
como un punto de inflexión clave para el surgimiento del debate generado a
posteriori. Según explica el autor, Greenson y Wexler caracterizaron la situación
analítica como una combinación de tres elementos: la transferencia, la alianza de
trabajo y la relación real. La alianza de trabajo es definida como “la relación no
neurótica, razonable y racional que el paciente establece con el analista y que le
capacita para trabajar productivamente en la relación analítica a pesar de la fuerza
de los elementos transferenciales”. La relación real, por otra parte, aparece aquí
asociada a “la correcta percepción por parte del paciente de las características de
la personalidad del analista” y a la idea de Menaker (1942) que caracteriza
la relación real como “una relación humana directa entre paciente y analista de
forma independiente de la transferencia”.
Kirshner admite en este punto que, a pesar de las agudas observaciones de muchos
clínicos experimentados, la investigación empírica acerca de estas cuestiones es
aún muy escasa. No obstante, dentro de dicha escasez son relativamente
frecuentes los estudios acerca de la variable alianza terapéutica. Las
investigaciones realizadas hasta la fecha parecen coincidir, según la revisión de
Martin, Garske y Davis (2000), en la existencia de tres elementos clave en relación
a dicha variable: “la naturaleza colaborativa de la relación, el vínculo afectivo entre
paciente y terapeuta y la habilidad de paciente y terapeuta para acordar objetivos y
tareas” a realizar en el marco del proceso terapéutico. Entonces dichos elementos
parecen en cualquier caso estar muy ligados a las vicisitudes de la transferencia y
la contratransferencia y por tanto formarían igualmente parte del proceso analítico.
Siendo así no se trataría tanto de delimitar las fronteras entre unos elementos y
otros como de fomentar la conciencia de su existencia y de cómo contribuir a crear
a partir de ellos la mezcla más adecuada para el establecimiento de un comienzo
óptimo del proceso analítico. Es que los tres elementos considerados incluyen
necesariamente una dimensión interpersonal, bidireccional, es decir, la
participación conjunta de paciente y terapeuta en cada uno de ellos, lo que parece
ir en la dirección de la consideración de la relación terapéutica como algo co-
construido.
Entonces considerando lo anterior relacionado a la relación analítica Baranger y
Baranger (2008) consideran la estructura de dicha relación como algo creado entre
los dos participantes dentro de la situación de análisis, formando una unidad que es
radicalmente diferente de lo que cada uno de ellos es por separado. A partir de esta
concepción, Kirshner se sitúa en la línea de la intersubjetividad y se adentra en los
aportes de esta corriente en relación al óptimo establecimiento de la relación
analítica. Pero si cada diada analítica va ser diferente de las otras debido a la
emergencia de un componente intersubjetivo producto de la interacción entre dos
personas reales, con su individualidad inherente; si cada par va a presentar
irremediablemente una combinación única de ingredientes relativos a la relación
real, la alianza terapéutica y la transferencia-contratransferencia, y si las fronteras
entre dichas variables parecen muy complicadas de delimitar en la práctica, ¿qué
consecuencias se desprenden de esto de cara a favorecer la instauración de una
situación analítica óptima para cada diada terapéutica? ¿Cómo encaja en todo ello
la cuestión que nos ocupa, la de la inevitable participación del analista como
persona real, de su subjetividad, y al mismo tiempo la preservación de un grado
óptimo de objetividad por parte del terapeuta en el proceso analítico?
En relación siempre a como debe ser el psicoanalista, Coderch (2011) dice “la
neutralidad es algo que debe residir dentro del analista y no en la matriz relacional
creada por paciente y terapeuta. Y esta neutralidad consiste en un sentimiento de
implicación con el paciente y con el proceso psicoanalítico. La neutralidad no es
posible desde el exterior. Aquel que ve a otro desde afuera no es nunca neutral,
dado que la neutralidad en una díada se da cuando cada uno de los componentes
es capaz de ver, sentir y comprender al otro como el otro se ve, se siente y se
comprende a sí mismo, sin que ello presuponga una pérdida de su propia historia y
experiencia”.
Entonces, desde posiciones más relacionales, la objetividad tendría que ver no tanto
con que el analista sea “un objeto de la transferencia objetivo y mínimamente
autorevelador”, sino con que el terapeuta, partiendo de la situación analítica como
algo co-construido, no se quede atrapado en dicha interacción de forma no-reflexiva,
sino que pueda situarse “como un tercero” que observa al paciente, a sí mismo y al
producto de esa interacción en aras de poder hace un uso terapéutico de dicha
observación.
4. La empatía
El término empatía es la traducción del inglés empathy, que a su vez fue traducido
del alemán einfühlung por Titchener (1909). El término einfühlung, que significa
sentirse dentro de algo o alguien, comenzó a utilizarse en el campo de la Estética
alemana de fines del siglo XIX y fue traducido al inglés empathy para ser utilizado
en el campo de la psicología experimental de EE.UU en los comienzos del siglo XX.
Aunque los psicólogos suelen atribuir a Lipps la primera conceptualización de la
empatía, sería más apropiado decir que él fue quien tomó el concepto de la Estética,
lo organizó y desarrolló en el campo de la psicología. De acuerdo con esta
concepción original, ligada a los desarrollos del autor sobre la experiencia estética.
la empatía es la tendencia natural a sentirse dentro de lo que se percibe o imagina,
tendencia que permite, en primer lugar, reconocer la existencia de otro. La imitación,
que tiene lugar en distintos niveles, constituye el proceso básico que da lugar a la
autoconciencia en la experiencia, y a la conciencia del objeto.
Los modelos que ponen el acento en el componente cognitivo, por otro lado,
subrayan las diferencias entre la empatía humana y fenómenos similares
observados en otros animales. Cada una de estas corrientes teóricas ha encontrado
sustento en la moderna investigación en neurociencia. Las teorías que hacen
hincapié en la percepción más automática de las emociones de los demás han
encontrado apoyo empírico en las investigaciones sobre neuronas espejo. En esta
corriente se encuentra el modelo de Percepción/ Acción, consistente con la Teoría
de la Simulación que se describirá a continuación. Por otro lado, las teorías que
subrayan los aspectos cognitivos encuentran apoyo empírico en las investigaciones
que muestran la activación temporal y medial de las regiones prefrontales durante
la realización de tareas que implican lectura de mente. Este sustrato diferenciado
no implica, sin embargo, que ambas perspectivas sean mutuamente excluyentes;
por el contrario, es posible su integración por medio de la puntualización de las
relaciones entre estos procesos.
La empatía y las funciones cognitivas superiores
Frith y Frith (2006) denominan mentalización al proceso por medio del cual se
realizan esas inferencias respecto de los estados mentales propios o ajenos, es
decir, al proceso metacognitivo de pensar acerca de los contenidos de la mente de
otra persona. La comprensión de que los otros tienen un mundo mental propio que
difiere del nuestro es un paso crítico en el desarrollo de los seres humanos, que
generalmente tiene lugar alrededor de los 4 años, y que tiene carácter universal en
los seres humanos adultos. Aunque su desarrollo está ligado a la experiencia, no
requiere de una pedagogía explícita como las matemáticas o el lenguaje escrito,
sino que se adquiere de modo más espontáneo como el caminar o el lenguaje
hablado. La enseñanza directa solo puede capacitar para suprimir voluntariamente
estas inferencias al describir la conducta de otro. El ser humano es capaz de inferir
distintos tipos de estados mentales, desde la más básica inferencia de intención o
propósito hasta la de creencias, pensamientos, conocimiento, supuestos, mentira,
confianza, entre otros. Es decir, es capaz de inferir, al utilizar una serie de claves,
lo que otra persona cree, piensa, sabe o supone, si finge o si confía en tal o cual
cosa, etc.
Estar emocionalmente ligado a otros, es decir, afectado de modo innato por las
emociones de los demás, es un requerimiento de la vida en grupo y tiene una serie
de ventajas evolutivas (Preston & de Waal, 2002). En primer lugar, esos lazos
constituyen la base que mantiene unida a cualquier sociedad; en segundo lugar,
optimizan la seguridad del grupo. Gracias a la vinculación emocional, la alarma de
un individuo constituye una alarma para otros. Habiendo muchos ojos dedicados a
mantener la seguridad, los individuos pueden dedicar más tiempo a otras
actividades.
El impulso hacia el cuidado de las crías, presente en todos los mamíferos, así como
la temprana capacidad de los neonatos para distinguir entre el movimiento de otro
agente y el de un objeto cualquiera, al dirigir la atención preferentemente hacia el
primero, son probablemente condiciones necesarias para ese desarrollo. En el
apartado sobre el modelo de Percepción/ Acción se habló de otras condiciones que
posibilitan la relación con los demás desde el nacimiento. Se presentarán luego los
hallazgos respecto a las neuronas espejo, cuyo desarrollo parece también
remontarse a etapas muy tempranas. Además de un sustrato genético de base, el
desarrollo de la empatía requiere entonces de la interacción con otros. La
interacción con otros, sustentada en características y recursos innatos, permite la
construcción de lazos sociales sin los cuales es improbable que la empatía se
desarrolle. En la discusión nature y nurture respecto a la empatía, se podría dar, por
lo tanto, la misma respuesta que en lo referente a muchos otros procesos cognitivos.
Es evidente que existen condiciones genéticas que vehiculan la empatía; sus
cimientos están en nuestro cerebro (Decety & Jackson, 2004), pero, como señalan
diversos estudios, en su desarrollo interviene la vida social. Los lazos sociales,
originados a partir de una conexión emocional rudimentaria, evolucionan por medio
de la experiencia hasta las complejas relaciones humanas adultas.
5. Empatía, simpatía e intersubjetividad
Cabe hacer una distinción entre empatía y simpatía, aunque también cabe
mencionar lo que es la compasión en todo caso, estas son tres emociones y
actitudes humano‐terapéuticas indiscutiblemente positivas y saludables, pese a
compartir la raíz griega ‘pathos’ con términos sesgados de enfermedad y sufrimiento
como ‘patología’ o ‘apatía’. Se estudian aquí los significados psicológicos de estos
términos de uso cotidiano y se vierten a la psicoterapia como espacio de interacción
transformadora, como lugar para la co‐creación de nuevas pautas de vida y relación
proyectadas hacia el futuro y la salud.
Empatía
No se puede hacer una igualdad entre lo que es la simpatía y la empatía, pues entre
estos dos términos aunque se basen en conceptos similares, se encuentran en
situaciones clave son de forma radical claramente diferenciados.
La empatía parte de la base de ‘ponerse en el lugar del otro‘. Para ello, se
necesita perspectiva, no emitir juicios, reconocer las emociones de esa otra
persona y hacerle ver que sabemos que está experimentando esas emociones, sin
juicios.
La empatía exige sensibilidad, porque entramos en el espacio de las emociones de
otro. En el momento en que atravesamos ese umbral, seremos empáticos si le
prestamos apoyo, si le hacemos ver que le comprendemos y le queremos y si le
escuchamos. Es simple. Pero, a la vez, extraordinariamente difícil en una sociedad
dada a emitir juicios, dar consejos gratuitos y opiniones que no se han pedido.
Ante una persona que descubre sus emociones, la simpatía quizás está de más. La
simpatía tiende a frivolizar, no conecta con la persona, no reconoce sus
emociones y (aunque lo pretenda) no le está sirviendo de ayuda. A veces, el
simpático intenta ayudar haciendo ver que lo que sucede ‘no es para
tanto’, quitándole importancia, añadiendo gracia a las expresiones.
La enorme diferencia entre ‘simpatía’ y ‘empatía’ estriba en la capacidad de
escucha y de comprensión. Ante una persona que está comenzando a descubrir
sus emociones, el simpático basa su acercamiento en la falta de escucha, en oirse
a sí mismo, en no comprender; sin embargo, la persona empática se acerca,
escucha, comprende y no juzga. Y todo eso, el acercamiento, la comprensión, la
escucha y evitar juzgar ayuda a ‘conectar’, que es la clave de la empatía.
El simpático es necesario en la vida. El humor es imprescindible. Pero, ante una
persona que está descubriendo sus emociones, la simpatía es una herramienta que
no sólo no es útil, sino que puede ser dañina. Es en ese momento cuando tenemos
que desterrar la simpatía para adoptar la empatía, para convertirnos en una persona
que escucha, comprende y, sobre todo, conecta.
La empatía puede ser primitiva e irreflexiva (“contagio emocional”) o reflexiva e
imaginativa, requiriendo esfuerzo de conocimiento por parte del otro porque si no
podemos presuponer cosas del otro que no sean ciertas. Debemos distinguir entre
resonar los sentimientos ajenos (vibración especular), la proyección imaginativa
(atribución de los sentimientos propios para luego conmovernos con lo que
suponemos que siente) y la meditación y reverie de los sentimientos ajenos. La
sorprendente y sugerente teoría de la “simulación encarnada” nos permite entender
el proceso que subyace a la empatía.
Intersubjetividad
Martin, D., Garske, J., & Davis, M. (2000). Relation of the therapeutic alliance with
outcome and other variables: A meta-analytic review. Jorunal of Consulting and
Clinical Psychology.
Premack, D., & Woodruff, G. (1978). Does the Chimpanzee Have a Theory of Mind
Behavioral and Brain Sciences, 4, 515-526.