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El hogar, nuestro punto de partida

Ensayos de un psicoanalista
Donald W. Winnicott
Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1993

INTRODUCCION

Donald Winnicott nació en Plymouth a finales del siglo XIX, en el seno de una
familia acomodada, y concurrió a la Escuela de Leys de Cambridge. Comenzó
sus estudios de medicina en la Universidad de Cambridge, y tras servir en la
marina durante la guerra, los completó en el Hospital St. Bartholomew. A edad
muy temprana obtuvo renombre como médico de niños y desempeñó cargos
honorarios en el Hospital Queen Elizabeth y en el Hospital de Niños de
Paddington Green; hacia la misma época su creciente interés y preocupación
por los problemas emocionales de sus pacientes lo llevó a unirse al grupo de
psicoanalistas que se estaba organizando en Londres bajo la influencia de
Sigmund Freud. Durante la Segunda Guerra Mundial se desempeñó como
asesor psiquiátrico del Proyecto de Albergues para niños evacuados que
funcionó en Oxtordshire. Después de la guerra tomó una participación cada vez
mayor en las actividades de la Sociedad Británica de Psicoanálisis, cuya
presidencia ejerció en dos oportunidades.
En el período de posguerra comenzó a difundir en una serie de libros y
artículos, tanto científicos como de divulgación, sus propias ideas sobre el
desarrollo emocional y la influencia ambiental temprana en la personalidad,
ideas que, sumadas a las de sus contemporáneos, llevaron a que se
identificara dentro del psicoanálisis una escuela de "relaciones objetales"
característicamente británica. Las cualidades más destacadas de Winnicott
fueron su extraordinaria empatía respecto de los niños, su comprensión de las
realidades psicosomáticas basada en la práctica de la pediatría, el don de
comunicar ideas complejas y originales en límpida prosa, y sus vastos y
profundos intereses culturales. Murió en 1971 dejando tras de sí una enorme
cantidad de escritos que aún están siendo asimilados y evaluados por sus
seguidores de todo el mundo.

PREFACIO

Cuando Donald Winnicott murió, en 1971, dejó tras de sí unos ochenta trabajos
inéditos. Muchos otros, que fueron publicados en libros y revistas, son hay
difíciles de conseguir. De ambos conjuntos precede la mayor parte de los
reunidos en este volumen, si bien, a medida que las distintas secciones iban
tomando forma, fuimos añadiendo, para completarlas, unos pocos artículos
tomados de libros del propio Winnicott (los detalles de la publicación original se
hallarán en la sección "Agradecimientos", que viene a continuación de este
prefacio).
Winnicott proyectaba realizar varias compilaciones de sus trabajos con el fin de
publicarlas; de haberlo hecho, probablemente no hubiera elegido y ordenado el
material como lo hicimos nosotros. Somos, pues, responsables por la
selección, y nos complace agradecer a Robert Tod por su ayuda en las etapas
iniciales de esa labor. Deliberadamente redujimos al mínimo la corrección de
los trabajos inéditos, pese a que creemos que probablemente Winnicott los
hubiera pulido antes de entregarlos a la imprenta.
El principio que nos guió en la selección de los trabajos fue la vastedad del
público al que podían incumbir o interesar. Casi todos comenzaron por ser
charlas o conferencias, ya que Winnicott aceptaba con agrado las invitaciones
a hablar ante públicos muy diversos. El resultado es un libro en el que las ideas
y temas se repiten a veces, pero que -así lo esperamos—pone de manifiesto
tanto la profunda convicción de su autor de que la estructura de la sociedad
refleja la naturaleza del individuo y la familia, como su agudo sentimiento de
responsabilidad respecto de la sociedad en que vivía. Esperamos también que,
como el lo hubiera deseado especialmente, su lectura resulte placentera.

Clare Winnicott
Ray Shepherd
Madeleine Davis
Londres, febrero de 1983

1. PSICOANALISIS Y CIENCIA: ¿AMIGOS O PARIENTES?

(Conferencia pronunciada en la Sociedad Científica de la Universidad de


Oxford, 19 de mayo de 1961)

El psicoanálisis es un método para tratar a personas aquejadas de


enfermedades psiquiátricas utilizando medios psicológicos, es decir, sin recurrir
a aparatos, fármacos ni hipnotismo. Fue creado por Freud a fines del siglo
pasado, cuando se empleaba el hipnotismo para eliminar síntomas. Freud no
estaba satisfecho de los resultados que obtenían tanto él como sus colegas;
además, comprobó que eliminar un síntoma mediante el hipnotismo no lo
ayudaba a profundizar su comprensión del paciente. Por lo tanto, adaptó el
encuadre del hipnotismo a otro en el cual él trabajaba con el paciente en pie de
igualdad y dejaba que el tiempo hiciera su obra. El paciente se presentaba
todos los días a la hora convenida y no había ninguna prisa por eliminar
síntomas, ya que había surgido una tarea más importante: la de capacitar al
paciente para que se revelara todo lo concerniente a sí mismo. De este modo,
también Freud se enteraba y usaba la información para formular
interpretaciones al paciente y, al mismo tiempo, para ir construyendo
gradualmente una nueva ciencia, la ciencia que hay llamamos psicoanálisis (y
que podríamos muy bien llamar psicología dinámica).
De modo que psicoanálisis es un término que designa específicamente un
método y un cuerpo creciente de teoría, teoría que concierne al desarrollo
emocional del individuo humano. Es una ciencia aplicada basada en una
ciencia.
Habrán notado que introduje el término "ciencia", hacienda pública mi opinión
de que Freud echó realmente los cimientos de una nueva ciencia, de una
extensión de la fisiología, que se ocupa de la personalidad, el carácter, la
emoción y el esfuerzo humanos. Tal es mi tesis.
Pero, ¿qué significa ciencia? Se trata de una pregunta que ha sido formulada y
contestada muchas veces.
Sobre los científicos yo diría lo siguiente: cuando aparece una brecha en el
conocimiento, el científico no se precipita hacia una explicación sobrenatural.
Una actitud semejante supondría pánico, temor a lo desconocido; no tendría
nada de científica. Para el científico, cada brecha en la comprensión constituye
un estimulante desafío. Se admite la ignorancia y se proyecta un programa de
investigación. El estímulo para el trabajo que se realiza es la existencia de la
brecha. El científico puede permitirse esperar y ser ignorante. Lo que significa
que tiene alguna clase de fe: no fe en esto o en aquello, sino fe, o capacidad
para la fe. "No lo sé. ¡Bien! Tal vez algún día lo sabré. Tal vez no. Pero
entonces, quizás otro lo sabrá."
Para el científico, formular preguntas es casi lo único que importa. Las
respuestas, cuando se encuentran, sólo suscitan nuevas preguntas. La
pesadilla del científico es la idea del conocimiento total. Tiembla sólo de
pensarlo. Compárese esto con la certidumbre propia de la religión y se verá
qué distinta es la ciencia de la religión. La religión sustituye la dada por la
certidumbre. La ciencia alberga dudes infinitas e implica una fe. ¿Fe en qué?
Quizás en nada; sólo la capacidad de tener fe. O, si es necesario que esa fe
recaiga en alga, será entonces una fe en las leyes inexorables que gobiernan
los fenómenos.
El psicoanálisis avanza mas allá del punto en que se detiene la fisiología.
Extiende el territorio científico abarcando los fenómenos de la personalidad
humana, los sentimientos y los conflictos humanos. Proclama, por lo tanto, que
la naturaleza humana puede ser examinada; y allí donde la ignorancia es
patente, puede permitirse esperar y no necesita refugiarse en formulaciones
supersticiosas. Una de las principales contribuciones de la ciencia es que
termina con la prisa, el alboroto y la agitación; nos concede tiempo para
descansar. Podemos jugar nuestra partida de bolos e incluso ganarles a los
españoles.
Los invite a no mezclar en sus mentes la ciencia con la ciencia aplicada. Todos
los días, como profesionales que aplicamos una ciencia, nos enfrentamos con
las necesidades de nuestros pacientes o de gente normal que acude al
análisis; a menudo tenemos éxito, y a menudo fracasamos. Que fracasemos no
puede evitarse más de lo que puede evitarse que el metal del que está hecho
un avión cristalice y el avión se desintegre. Ciencia aplicada no es lo mismo
que ciencia. Cuando hago un análisis, no estoy realizando una labor científica.
Pero dependo de la ciencia cuando realizo una tarea que no podría haberse
intentado antes de Freud.
En el curso de su vida Freud logró dar un desarrollo bastante completo a la
teoría en que se basa el psicoanálisis, y esa teoría se denomina habitualmente
metapsicología (por analogía con la metafísica). Estudió la psiconeurosis, pero
gradualmente fue ampliando sus investigaciones hasta incluir a pacientes con
perturbaciones más profundas, como los esquizofrénicos y los maníaco-
depresivos. Gran parte de lo que se conoce sobre la psicología de la
esquizofrenia y de la psicosis maníaco-depresiva es el resultado de la labor
realizada por Freud y por quienes siguieron utilizando el método de
investigación y tratamiento que él inventó.
Frente a ustedes me encuentro en desventaja porque no los conozco, no sé
qué es lo que saben, no sé si están de acuerdo con lo que acabo de decir o
tienen ideas muy distintas y piensan que las he pasado por alto.
Probablemente deseen que yo describa el psicoanálisis y eso es lo que voy a
intentar. Por supuesto, habría muchísimo que decir para dar siquiera una idea
del tema.
Primero deben tener una idea del esquema general del desarrollo emocional de
los seres humanos. Luego, deben conocer las tensiones que son inherentes a
la vida y Los medios que se emplean para hacerles frente. Además, deben
tener conocimientos sobre el derrumbe de las defensas normales y el
establecimiento de una segunda y una tercera línea de defensa, es decir, en
otras palabras, sobre la organización de la enfermedad como un medio de
seguir adelante ante el fracaso de las defensas ordinarias. En la base de las
tensiones se encuentran los instintos, las funciones corporales que actúan
orgiásticamente.
Por supuesto, una parte de la defensa del individuo contra la angustia
intolerable es siempre la provisión ambiental. Normalmente el entorno
evoluciona junta con el individuo, de modo tal que la dependencia del bebé se
transforma poco a poco en la independencia del niño mayor y la autonomía del
adulto. Todo esto es muy complejo y ha sido estudiado con gran detalle.
Es posible clasificar las enfermedades en función del fracaso del ambiente. Sin
embargo, mayor interés ofrece el estudio de la enfermedad en función de la
organización de las defensas en el individuo. Cada uno de estos enfoques nos
deja una enseñanza acerca de las personas normales corrientes: el primero
nos enseña sobre la sociedad, y el segundo sobre Las tensiones personales
humanas que preocupan a filósofos y artistas y también a la religión. En otros
términos, el psicoanálisis ha afectado profundamente nuestro modo de
considerar la vida, y puede brindar aún mucho más de lo que hasta ahora ha
aportado al estudio de la sociedad y de la gente común. Mientras tanto, sigue
siendo un método de investigación que no tiene paralelo ni rival. Pero a mucha
gente no le agrada el psicoanálisis, o no le agrada la idea del psicoanálisis, de
modo que en Gran Bretaña hay relativamente pocos analistas que ejerzan su
profesión, y casi todos ellos viven en Londres.
¿Qué es lo más importante de cuanto nos dice el psicoanálisis sobre la gente?
Nos habla del inconsciente, de la vida profunda y oculta de cada individuo
humane, que tiene sus raíces en la vida real e imaginaria de la más temprana
infancia. Al comienzo ambas, la vida real y la imaginaria, son una sola, porque
el bebé no percibe objetivamente sino que vive en un estado subjetivo, siendo
el creador de todas las cosas. Gradualmente el bebé sano va adquiriendo la
capacidad de percibir un mundo que es un mundo "no-yo", y para que alcance
tal estado debe ser cuidado suficientemente bien en el período en que su
dependencia es absoluto.
A través de los sueños y del soñar la gente puede conocer su propio
inconsciente; los sueños constituyen un puente entre la vida consciente y los
fenómenos inconscientes. La interpretación de los sueños (1900) sigue siendo
la piedra angular de la obra freudiana.
Por supuesto que a menudo los sueños sólo se presentan a causa de las
circunstancias especiales de la consulta. El psicoanálisis proporciona
circunstancias muy especiales, y en él los sueños más importantes se refieren
directa o indirectamente al analista. En la "transferencia" surge el material para
la interpretación, en una serie de muestras del inconsciente reprimido que
revelan defensas contra la angustia.
El psicoanálisis tiene una relación especial con la ciencia, por cuanto comienza
a mostrar la índole de la ciencia en estos aspectos:
1. El origen de un científico.
2. El modo como la investigación científica afronta la angustia relativa a la
fantasía y la realidad (subjetiva-objetiva).
3. El método científico del impulso creativo, que se manifiesta como una
pregunta nueva, es decir, dependiente del conocimiento de lo que ya se sabe.
La pregunta nueva aparece a causa de una idea respecto de su solución. La
secuencia del método científico puede describirse de este modo: a) creación de
expectativas; b) aceptación de pruebas o pruebas relativas; c) nuevas
preguntas que se plantean a raíz del fracaso relativo.
¿Qué decir de la estadística? ¿Es una ciencia? La estadística puede emplearse
para probar que una respuesta a una pregunta es correcta, pero ¿quién
formuló la pregunta?, ¿y quién dio la respuesta?
A veces se afirma que el psicoanalista es un psiquiatra a quien su propio
análisis ha predispuesto a favor del método. Si así ocurre en algunos casos, no
hay modo de evitarlo; pero ello no prueba que la teoría psicoanalítica sea
errónea. A menos que tenga el genio de Freud, un analista no puede practicar
el psicoanálisis si no lo ha experimentado él mismo.
En el psicoanálisis ocurren cosas sorprendentes, como en el hipnotismo, pero
no de modo sorprendente. Ocurren poco a poco, y lo que sucede, sucede
porque es aceptable para el paciente. No puedo ofrecerles un material
psicoanalítico espectacular. Sería más fácil hallar ejemplos de un cambio
dramático en psiquiatría infantil; pero en el psicoanálisis paciente y analista
avanzan laboriosamente día tras día hasta el fin del tratamiento.
Por ejemplo, un hombre recurre al análisis porque es incapaz de casarse.
Gradualmente va revelando cosas sobre sí mismo y comprueba que a) tiene
inclinaciones heterosexuales saludables, obstaculizadas por b) su identificación
con las mujeres como modo de huir de la homosexualidad y c) una aceptación
demasiado plena del tabú del incesto. Por lo tanto, puede poseer a cualquier
muchacha porque ninguna de ellas ocupa el lugar de la madre del complejo
edípico. Poco a poco esto se va resolviendo, el hombre se casa, y ahora tiene
que comenzar a formar una familia. El problema siguiente es decidir qué clase
de relación va a tener con su hermano, cuya existencia siempre ha negado.
Mientras tanto, descubre cuán profundo era el amor que en su niñez sentía por
su padre.
Encuentra entonces más manejable el odio a su figura paterna y se siente más
cómodo en su trabajo. Surge un nuevo objetivo: explorar aspectos más
profundos o más tempranos del amor a su madre, incluyendo las raíces del self
en el impulso primitivo. El resultado no es simplemente la curación de algunos
síntomas: el paciente ha desarrollado un a personalidad de base más amplia,
más rica en sentimientos y más tolerante con los demás, porque se siente más
seguro de sí mismo. Esto se advierte ya en la forma como manipula a sus
bebés y en su capacidad de apreciar los méritos de su esposa, a la que ha
elegido con acierto. También su trabajo ha progresado, adquiriendo más ímpetu
y originalidad. La estadística no podría reflejar estos cambios.
Parte I

Salud y enfermedad

2. EL CONCEPTO DE INDIVIDUO SANO

(Conferencia pronunciada en la División de Psicoterapia y Psiquiatría Social de


la Real Asociación Médico-Psicológica, 8 de marzo de 1967)

CONSIDERACIONES PRELIMINARES

"Normal" y "sano" son palabras que usamos al hablar de la gente, y es


probable que sepamos lo que queremos decir. De vez en cuando puede ser útil
que tratemos de explicar lo que queremos decir, a riesgo de decir cosas obvias
y de descubrir que no conocemos la respuesta. De cualquier modo, nuestro
punto de vista cambia con el paso de las décadas, y una explicación que nos
parecía correcta en los años cuarenta puede no convenirnos en los años
sesenta.
No me propongo comenzar citando lo que han dicho otros autores que se
ocuparon del tema. Permítaseme aclarar sin más preámbulo que la mayor
parte de mis conceptos se basan en los de Freud.
Espero no caer en el error de suponer que un individuo puede ser evaluado sin
tomar en consideración el lugar que ocupa en la sociedad. La madurez del
individuo implica un movimiento hacia la independencia, pero la independencia
no existe. No sería saludable que un individuo fuera tan retraído como para
sentirse independiente e invulnerable. Si hay alguien con esas características,
sin duda es dependiente. Dependiente de una enfermera psiquiátrica o de su
familia.
Sin embargo, me ocuparé del concepto de la salud del individuo porque la
salud social depende de la salud individual, dado que la sociedad no es sino
una multiplicación masiva de personas. La sociedad no puede ir más allá del
común denominador de la salud individual, y en realidad ni siquiera puede
alcanzarlo, ya que debe soportar la carga de sus miembros enfermos.

MADUREZ CORRESPONDIENTE A LA EDAD

Desde el punto de vista del desarrollo puede decirse que salud significa una
madurez acorde con la que corresponde a la edad del individuo. El desarrollo
prematuro del yo o la conciencia prematura de sí no es más saludable que la
conciencia tardía. La tendencia a la maduración forma parte de lo que se
hereda. De una manera compleja (que ha sido objeto de muchos estudios), el
desarrollo especialmente al comienzo, depende de una previsión ambiental
suficientemente buena. Un ambiente suficientemente bueno es, podría decirse,
el que favorece las diversas tendencias individuales heredadas de modo tal
que el desarrollo se produce conforme a esas tendencias. Tanto la herencia
como el ambiente son factores externos si se los considera desde el punto de
vista del desarrollo emocional del individuo, es decir, desde el punto de vista de
la psicomorfología. (Más de una vez me he preguntado si con este término
podría evitarse el empleo desmañado de la palabra psicología seguida de la
palabra dinámica).
Resulta útil postular que el ambiente suficientemente bueno comienza con un
alto grado de adaptación a las necesidades individuales del bebé. Por lo
general, la madre puede proveer esa adaptación a causa de que se encuentra
en un estado especial, que yo he denominado de preocupación maternal
primaria. A ese estado se lo conoce también por otros nombres, pero aquí
estoy utilizando mi propio término descriptivo. La adaptación disminuye en
consonancia con la creciente necesidad del bebé de experimentar reacciones a
la frustración. Una madre sana es capaz de diferir su función de fracasar en
adaptarse hasta que el bebé ha adquirido la capacidad de reaccionar con rabia
a sus fracasos en lugar de ser traumatizado por ellos. Un trauma representa la
ruptura de la continuidad de la línea de la existencia del individuo. Sólo en una
continuidad de existir puede el sentido del self, de la propia realidad, el sentido
de ser, llegar a establecerse como rasgo de la personalidad individual.

RELACIONES ENTRE EL BEBÉ Y LA MADRE

En el comienzo, cuando el bebé está viviendo en un mundo subjetivo, la salud


no puede describirse en relación con el individuo solamente. Más tarde
podremos pensar en un niño sano que se encuentra en un ambiente malsano,
pero estas palabras no tienen sentido en el comienzo; lo tienen cuando el bebé
se ha vuelto capaz de evaluar objetivamente la realidad, de distinguir
claramente el yo del no-yo y lo real compartido de los fenómenos de la realidad
psíquica personal, y posee en alguna medida un ambiente interno.
A lo que me refiero es al proceso que opera en ambas direcciones y se
caracteriza porque el bebé vive en un mundo subjetivo y la madre se adapta
para proporcionar a cada bebé una reacción básica de la experiencia de
omnipotencia. Lo cual implica, en esencia, una relación vital.

EL AMBIENTE FACILITADOR

El ambiente facilitador y las progresivas modificaciones con las que se tiende a


adaptarlo a las necesidades individuales podrían ser objeto de un capítulo
separado dentro del estudio de la salud. En él se examinarían las funciones del
padre complementarias de las de la madre, así como la función de la familia y
su manera cada vez más compleja (a medida que el niño se va hacienda
mayor) de introducir el principio de realidad, al mismo tiempo que fomenta la
autonomía del niño. Pero no es mi propósito estudiar aquí la evolución del
ambiente.

ZONAS EROGENAS

En el primer medio siglo de Freud, cualquier consideración sobre la salud tenía


que hacerse en función de la etapa de instalación del ello conforme al
predominio sucesivo de las zonas erógenas. Esto aún sigue siendo válido. La
jerarquía es bien conocida: comienza con la primacía oral, siguen las primacías
anal y uretral, luego la etapa fálica o "de la jactancia" (que es tan difícil para las
niñas), y por último la fase genital (de tres a cinco años), en la que la fantasía
abarca todo lo que corresponde al sexo adulto. Nos sentimos muy satisfechos
cuando un niño se ajusta a este esquema de desarrollo.
A continuación, el niño sano presenta las características del período de
latencia, en el que las posiciones del ello no avanzan y los impulsos del ello
encuentran escaso respaldo en el sistema endocrino. El concepto de salud se
asocia aquí a la existencia de un período de educabilidad, y en este período
Los sexos tienden con bastante naturalidad a segregarse. Estas cuestiones
deben mencionarse porque es saludable tener seis años a los seis, y diez a los
diez.
Después llega la pubertad, casi siempre anunciada por una fase prepuberal en
la que a veces se manifiesta una tendencia homosexual. A los 14 años el niño o
la niña, incluso sanos, que no han entrado apaciblemente en la pubertad,
pueden verse sumidos en un estado de confusión y duda. La palabra
"abatimiento" suele emplearse en estos casos. Pero debe destacarse que estos
tropiezos del niño o la niña púber no son signo de enfermedad.
La pubertad llega como un alivio y al mismo tiempo como un fenómeno
inmensamente perturbador que sólo ahora estamos comenzando a
comprender. En la actualidad los púberes de ambos sexos pueden
experimentar la adolescencia como un período de maduración, en compañía de
quienes están pasando por el mismo trance; y la difícil tarea de discriminar lo
que corresponde a la salud de lo que corresponde a la enfermedad en la
adolescencia ha debido enfrentarse esencialmente en el período de posguerra.
Los problemas, por supuesto, no son nuevos.
Sólo pedimos que quienes llevan a cabo esa tarea pongan énfasis en la
solución de los problemas teóricos más bien que en la de los problemas reales
de los adolescentes, los cuales, pese a lo molesta que resulta su
sintomatología, son quizá los más capacitados para descubrir el modo de
salvarse a sí mismos. El paso del tiempo es importante. El adolescente no
debe ser curado como si estuviera enfermo. Creo que ésta es una parte
fundamental de la caracterización de la salud. Lo cual no significa negar que
pueda haber enfermedad durante la adolescencia.
Algunos adolescentes sufren muchísimo, de modo que sería cruel no ofrecerles
ayuda. A los 14 años es común que piensen en el suicidio, y la tarea a su cargo
es la de tolerar la interacción de varios fenómenos dispares: su propia
inmadurez, los cambios que trae la pubertad, su idea del sentido de la vida, sus
ideales y aspiraciones, a lo que se añade la desilusión personal respecto del
mundo de los adultos, que para ellos es esencialmente un mundo de
componendas, de valores falsos y de desatención de lo que realmente importa.
Cuando abandonan esta etapa, los adolescentes de ambos sexos comienzan a
sentirse reales, adquieren un sentido del self y un sentido de ser. Esto es salud.
Del ser deriva el hacer, pero no puede haber un hago antes de un soy, y éste
es el mensaje que nos transmiten.
No es necesario alentar a los adolescentes que experimentan problemas
personales y tienden a asumir una actitud de desafío aunque sigan siendo
dependientes; ciertamente, no lo necesitan. Recordemos que el período final
de la adolescencia es la edad de los estimulantes logros en la aventura, y por
lo tanto el paso de un muchacho o una muchacha de la adolescencia a los
comienzos de una identificación con la paternidad y con la sociedad
responsable es algo que vale la pena observar. Nadie puede pretender que
"salud" es sinónimo de “comodidad''. Esto es verdad sobre todo en la zona de
conflicto entre la sociedad y su sector de adolescentes.
Al avanzar, comenzamos a utilizar un lenguaje distinto. Esta sección se inició
en relación con los impulsos del ello y finaliza en relación con la psicología del
yo. Es muy útil para el individuo que la pubertad le aporte una posibilidad de
potencia viril, o de su equivalente en el caso de las muchachas, es decir,
cuando la genitalidad plena es ya un rasgo, habiendo sido alcanzada en la
realidad del juego a la edad que precede al período de latencia. Sin embargo,
en la pubertad muchachos y muchachas no caen en el engaño de pensar que
los impulsos instintuales son lo único que importa; esencialmente lo que les
interesa es ser, ser en algún lugar, sentirse reales y alcanzar cierto grado de
constancia objetal. Necesitan ser capaces de dominar sus instintos en lugar de
ser destruidos por ellos.
La madurez o la salud en función del acceso a la genitalidad plena asume una
forma especial cuando el adolescente se convierte en un adulto que puede
llegar a ser padre. Es adecuado que un muchacho que desea ser como su
padre sea capaz de tener ensueños heterosexuales y de utilizar plenamente su
potencia genital; también lo es que una muchacha que desea ser como su
madre sea capaz de tener ensueños heterosexuales y de experimentar el
orgasmo genital durante el coito. La piedra de toque es: ¿puede la experiencia
sexual ir unida al afecto y al más amplio significado de la palabra "amor"?
La mala salud en estos aspectos es un fastidio, y las inhibiciones pueden obrar
de un modo destructivo y cruel. La impotencia puede dañar más que la
violación. Sin embargo, una caracterización de la salud basada en las
posiciones del ello no se considera hay satisfactoria. Aunque es más fácil
describir el proceso evolutivo a partir de la función del ello que a partir de la
compleja evolución del yo, este último método no puede ser omitido. Debemos
intentar hacerlo de ese modo.
Cuando no hay madurez en la vida instintual, la consecuencia puede ser la
mala salud en el ámbito de la personalidad, el carácter o la conducta. Pero
debemos ser cuidadosos y comprender que el sexo puede obrar como una
función parcial, de tal modo que, aunque en apariencia esté funcionando bien,
es posible constatar que la potencia y su equivalente femenino agotan en vez
de enriquecer al individuo. No nos dejemos engañar fácilmente al respecto,
puesto que no observamos al individuo ateniéndonos a su conducta ni a Los
fenómenos superficiales: estamos dispuestos a examinar la estructura de su
personalidad y su relación con la sociedad y los ideales.
Quizás en cierta época los psicoanalistas tendían a relacionar la salud con la
ausencia de trastornos psiconeuróticos, pero en la actualidad no es así. Ahora
necesitamos criterios más sutiles. Sin embargo, no es preciso desechar lo
anterior cuando la relacionamos—como lo hacemos hay—con la libertad dentro
de la personalidad, la capacidad de experimentar confianza y fe, la formalidad y
la constancia objetal, la liberación del autoengaño, y también con algo que no
tiene que ver con la pobreza sino con la riqueza como cualidad de la realidad
psíquica personal.

EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

Si damos por supuesto un éxito razonable en materia de capacidad instintual,


vemos que la persona relativamente sana tiene que enfrentar nuevas tareas.
Por ejemplo, su relación con la sociedad, que es una extensión de la familia.
Digamos que el hombre o la mujer sanos son capaces de alcanzar una
identificación con la sociedad sin perder demasiado de su impulso individual o
personal. Por supuesto que habrá pérdida, en el sentido de que habrá control
del impulso personal, pero el caso extremo de una identificación con la
sociedad que implique la pérdida total del sentido del self y de la propia
importancia no es normal en absoluto.
Si ha quedado en claro que no estamos de acuerdo con la idea de que la salud
sea simplemente la ausencia de trastornos psiconeuróticos—es decir, de
perturbaciones relacionadas tanto con el avance de las posiciones del ello
hacia la genitalidad plena como con la organización de la defensa respecto de
la ansiedad en las relaciones interpersonales—, podemos afirmar, en este
contexto, que salud no es comodidad. Los temores, los sentimientos
conflictivos, las dudas y las frustraciones son tan característicos en la vida de
una persona sana como los rasgos positivos. Lo importante es que esa
persona siente que está viviendo su propia vida y asumiendo la responsabilidad
de sus actos y omisiones y es capaz de atribuirse el mérito cuando triunfa y la
culpa cuando fracasa. Una manera de expresarlo es decir que el individuo ha
pasado de la dependencia a la independencia o a la autonomía.
Lo que tenía de insatisfactorio la caracterización de la salud basada en las
posiciones del ello era la ausencia de la psicología del yo. La consideración del
yo nos hace retroceder a las etapas pregenitales y preverbales del desarrollo
individual, y a la provisión ambiental (es decir, la adaptación específica a las
necesidades primitivas propias de la más temprana infancia).
En este punto tiendo a pensar en términos de sostén. El vocablo se refiere al
sostén físico de la vida intrauterina, y gradualmente va ampliando su campo de
aplicación para designar la totalidad del cuidado adaptativo del bebé, incluida
su manipulación. Finalmente, el concepto puede extenderse hasta abarcar la
función de la familia, y lleva a la idea de la asistencia individualizada que es la
base de la asistencia social. El sostén lo puede proporcionar satisfactoriamente
una persona que no tenga el conocimiento intelectual de lo que está
sucediendo en el individuo; lo que se necesita es la capacidad de identificarse,
de saber qué es lo que siente el bebé.
En un ambiente que lo sostiene suficientemente bien, el bebé puede
desarrollarse de acuerdo con las tendencias heredadas. El resultado es una
continuidad de existencia que se convierte en un sentido de existir, en un
sentido del self, y a su debido tiempo conduce a la autonomía.

EL DESARROLLO EN LAS ETAPAS TEMPRANAS

Desearía referirme ahora a lo que sucede en las etapas tempranas del


desarrollo de la personalidad. Aquí la palabra clave es integración, aplicable a
casi todas las tareas evolutivas. La integración conduce al bebé al estado de
unidad, al pronombre personal "yo", al número uno; esto hace posible el yo soy,
que confiere sentido al yo hago.
Como podrá apreciarse en lo que sigue, tengo en mente tres cosas a la vez.
Pienso en el cuidado del bebé. También en la enfermedad esquizoide. Además,
estoy buscando un modo de expresar en qué puede consistir la vida para los
niños y los adultos saludables. Entre paréntesis, diría que una característica de
la salud es que el adulto nunca deja de desarrollarse emocionalmente.
Daré tres ejemplos. En el caso del bebé, la integración es un proceso de
complejidad creciente que se desarrolla con su propio ritmo. En el trastorno
esquizoide, el fenómeno de la desintegración es un rasgo distintivo, en especial
el temor a la desintegración y la organización patológica de defensas con una
función de alarma contra la desintegración. (La demencia por lo general no es
una regresión, ya que carece del elemento de confianza que es propio de ésta,
sino un complejo plan de defensas destinado a impedir que se repita la
desintegración.) La integración como proceso similar al que se da en el bebé
reaparece en el análisis del paciente fronterizo.
En el adulto, la integración amplía su significado hasta incluir la integridad. Una
persona sana puede admitir la desintegración en los períodos de descanso,
distensión y ensoñación, así como aceptar el malestar que la acompaña, sobre
todo porque la distensión está vinculada con la creatividad, y por lo tanto el
impulso creativo surge y resurge a partir del estado de no integración. La
defensa organizada contra la desintegración despoja al individuo de lo que
constituye una precondición del impulso creativo, y en consecuencia le impide
llevar una vida creativa. (1)

Nota:

1) Algunos piensan, como lo expresa Balint en su trabajo sobre Khan


(incluido en Problems of Human Pleasure and Behaviour, 1952), que
gran parte del placer que procura el arte en sus diversas formas
obedece a que la creación del artista permite al oyente o al espectador
aproximarse a la no integración sin correr riesgos. Por lo tanto, cuando
el logro del artista es potencialmente grande, el fracaso en un punto
cercano al logro puede causar gran sufrimiento al público porque lo
conduce muy cerca de la desintegración o del recuerdo de la
desintegración y lo deja allí. De este modo, la apreciación del arte
mantiene a la gente en el filo de la navaja, ya que el logro está muy
cerca del fracaso penoso. Esta experiencia debe considerarse parte de
la salud.

La asociación psicosomática

Una tarea subsidiaria en el desarrollo del bebé es la coexistencia


psicosomática (dejando de lado el intelecto por el momento). Gran parte del
cuidado físico que se prodiga al bebé—sostén, manipulación, baño,
alimentación y demás—apunta a facilitarle la obtención de un psique-soma que
viva y funcione en armonía consigo mismo.
Volviendo a la psiquiatría, una característica de la esquizofrenia es la tenue
conexión que existe entre la psique (o como quiera que se la llama) y el cuerpo
y sus funciones. La psique puede ausentarse del cuerpo durante largos
períodos, y también proyectarse.
En el estado de salud, el empleo del cuerpo y todas las funciones corporales
son fuente de placer, especialmente en el caso de los niños y los adolescentes.
También aquí hay una relación entre el trastorno esquizoide y la salud. Es triste
que personas sanas tengan que vivir en cuerpos deformes, enfermos o
gastados, o que pasen hambre o sufran fuertes dolores. (2)
Nota:

2) Se presenta aquí otra complicación: el intelecto, o sea la parte de la


mente que puede escindirse y ser utilizada a un alto costo en términos
de una vida saludable. Un buen intelecto es sin duda algo maravilloso,
específicamente humane, pero no hay razón para que lo asociemos
estrechamente con la idea de salud. El estudio del lugar que ocupa el
intelecto en relación con el área que estoy analizando es un tema
importante, pero no corresponde tratarlo aquí.

Relaciones objetales

El establecimiento de relaciones con objetos es algo que puede considerarse


bajo el mismo ángulo que la coexistencia de la psique y el soma y el vasto
tema de la integración. El proceso de maduración impulso al bebé a
relacionarse con objetos, pero sólo lo logrará si el mundo le es presentado de
manera adecuada. La madre, poniendo en juego su capacidad de adaptación,
presenta el mundo al bebé de tal modo que éste recibe al comienzo una ración
de la experiencia de omnipotencia, lo cual constituye una base apropiada para
su posterior avenimiento con el principio de realidad. Se da aquí una paradoja,
por cuanto en esta fase inicial el bebé crea el objeto, que sin embargo ya
estaba allí, pares de lo contrario el bebé no lo hubiera creado. Es una paradoja
que se debe aceptar, no resolver.
Ahora apliquemos todo esto al campo de la enfermedad mental y a la salud en
la edad adulta. En la enfermedad esquizoide, la formación de relaciones
objetales fracasa; el paciente se relaciona con un mundo subjetivo o es incapaz
de relacionarse con objetos ajenos al self. Ideas delirantes confirman la
omnipotencia. El paciente se muestra retraído, desconectado, confundido,
aislado, irreal, sordo, inaccesible, invulnerable y demás.
En la salud, gran parte de la vida tiene que ver con diversas clases de
relaciones objetales y con una alternancia entre la formación de relaciones con
objetos externos y con objetos internos. Cuando ha alcanzado la plenitud, este
proceso concierne a las relaciones interpersonales, pero el residuo de la
formación creativa de relaciones no se pierde, y en consecuencia cada aspecto
del relacionarse con objetos resulta estimulante.
En este ámbito la salud incluye la idea de una vida excitante y la magia de la
intimidad. Todas estas cosas se complementan y contribuyen a que el individuo
se sienta real, sienta que es y que las experiencias realimentan su realidad
psíquica personal, enriqueciéndola y confiriéndole posibilidades. Como
consecuencia, el mundo interno de la persona sana, aunque relacionado con el
mundo externo o real, es personal y posee una vivacidad que le es propia. Las
identificaciones introyectivas y proyectivas son incesantes. De ello se deduce
que la pérdida y la mala suerte (y también la enfermedad, como ya lo he
mencionado) pueden ser más terribles para las personas sanas que para las
psicológicamente inmaduras o deformadas. La salud, debemos admitirlo,
encierra sus propios riesgos.

RECAPITULACION
Llegados a este punto en el desarrollo del tema, tenemos que asumir la carga
de examinar nuestros términos de referencia. Tenemos que decidir si hemos de
limitar nuestro examen del significado de la salud a las personas que son
saludables desde el comienzo, o ir más allá e incluir también a aquellas que,
portadoras de un germen de mala salud, han sido capaces de salir adelante, en
el sentido de alcanzar finalmente un estado de salud al que no les era posible
acceder fácil y naturalmente. Creo que debemos incluir esta última categoría.
Explicaré brevemente lo que quiero decir.

Dos clases de personas

Considero útil dividir el universo de personas en dos clases. Están aquellas que
nunca fueron "abandonadas" cuando eran bebés y que, en este sentido, tienen
buenas probabilidades de disfrutar de la vida y del vivir. También están aquellas
que tuvieron una experiencia traumática del tipo que resulta del abandono
ambiental y que deben cargar durante toda su vida con el recuerdo (o el
material para el recuerdo) del estado en que se encontraban en los momentos
del desastre. Probablemente se enfrentarán con tensiones y ansiedad, y quizá
también con la enfermedad.
Reconocemos que existen otras que no mantienen la tendencia hacia el
desarrollo saludable y cuyas defensas están rígidamente organizadas; esa
rigidez garantiza por sí sola que no progresarán. No podemos ampliar el
significado de la palabra salud de modo que abarque también esa situación.
Hay, sin embargo, un grupo intermedio. En una exposición más completo de la
psicomorfología de la salud incluiríamos a aquellos que han tenido experiencias
de angustia impensable o arcaica y cuyas defensas los protegen más o menos
exitosamente contra el recuerdo de esa angustia, pero que no obstante
aprovechan cualquier oportunidad que se presente para enfermar y sufrir un
colapso a fin de aproximarse a aquello que era impensablemente terrorífico. No
es frecuente que el colapso produzca un efecto terapéutico, pero debemos
reconocer que hay en él un elemento positivo. A veces lleva a una especie de
cura, y entonces la palabra "saIud" vuelve a ser pertinente.
Parece haber una tendencia al desarrollo saludable que subsiste aun en estos
cases, y si las personas que he incluido en la segunda categoría se las
ingenian para dejarla obrar, aunque lo hagan tardíamente, todavía pueden
mejorar. Pueden, entonces, ser incluidas entre las personas sanas.

La huida a la cordura

Debemos recordar que la huida a la cordura no equivale a la salud. La salud es


tolerante con la mala salud; de hecho, le resulta provechoso estar en contacto
con la mala salud en todos sus aspectos, especialmente con la enfermedad
llamada esquizoide, y también con la dependencia.
A mitad de camino entre los dos extremos constituidos por el primer grupo o
grupo afortunado y el segundo grupo o grupo desafortunado (en lo que se
refiere a la provisión ambiental temprana) se encuentra una elevada proporción
de personas que ocultan exitosamente una relativa necesidad de sufrir un
colapso, pero que en realidad no lo sufren a menos que intervenga como factor
desencadenante alguna circunstancia del ambiente. Puede tratarse de una
nueva versión del trauma, o de que un ser humano digno de confianza haya
suscitado esperanzas.
De modo que debemos preguntarnos: ¿a quiénes de entre todas estas
personas que se desempeñan satisfactoriamente a pesar de lo que llevan
consigo (genes, fallas ambientales tempranas y experiencias desdichadas)
incluiremos entre los sanos? Debemos tener en cuenta que de este grupo
forman parte muchas personas desagradables que, impulsadas por la angustia,
alcanzan logros excepcionales. Tal vez sea difícil convivir con ellas, pero lo
cierto es que hacen avanzar al mundo en diversas áreas de la ciencia, el arte,
la filosofía, la religión o la política. No me corresponde dar la respuesta, pero
debo estar preparado para esta legítima pregunta: ¿que decir de los genios de
este mundo?

Verdadero y falso

En esta difícil categoría en la que el colapso potencial domino la escena hay un


caso especial que probablemente no nos causa tanta inquietud. (Pero en los
asuntos humanos nada es incuestionablemente definido y ¿quién puede decir
dónde termina la salud y dónde comienza la enfermedad?) Me refiero a las
personas que, para enfrentar al mundo, inconscientemente han sentido la
necesidad de organizar una fachada, un falso self, cuya finalidad es la de
proteger al self verdadero. ¡El self verdadero ha sido traumatizado y nunca
debe ser hallado y herido nuevamente.) La sociedad se deja engañar
fácilmente por el falso self y debe pagar por ello un precio elevado. Desde
nuestro punto de vista el falso self, aunque eficaz como defensa, no es un
aspecto de la salud. Responde al concepto kleiniano de defensa maníaca: hay
depresión pero ésta se niega a través de un proceso inconsciente, de modo
que los síntomas de la depresión son reemplazados por lo opuesto (lo bajo por
lo elevado, lo pesado por lo ligero, lo oscuro por lo blanco o lo luminoso, lo
muerto por lo viva, la indiferencia por el entusiasmo y así sucesivamente).
Esto no es salud pero incluye un aspecto saludable en lo que se refiere a los
días festivos, y tiene también una vinculación afortunada con la salud, por
cuanto para las personas que están envejeciendo y para los ancianos la
actividad y vivacidad juveniles son un medio permanente, y sin duda legítimo,
de contrarrestar la depresión. En la salud el talante grave se relaciona con las
pesadas responsabilidades que llegan con la edad, responsabilidades que
habitualmente los jóvenes no conocen.
Debo mencionar asimismo el tema de la depresión, un precio que pagamos por
la integración. No me es posible repetir aquí lo que he escrito sobre el valor de
la depresión, o más bien sobre la salud que es inherente a la capacidad de
deprimirse, dada que el humor depresivo está muy próximo a la capacidad de
sentirse responsable, culpable, afligido, y de alegrarse plenamente cuando las
cosas marchan bien. La depresión, por terrible que sea, debe respetarse como
prueba de integración personal.
En la mala salud hay fuerzas destructoras que, cuando actúan dentro del
individuo, fomentan el suicidio, y cuando actúan fuera, provocan ideas
delirantes de persecución. No estoy sugiriendo que esos elementos sean parte
de la salud. No obstante, en un estudio de la salud es preciso incluir la seriedad
o gravedad—afín con la depresión—propia de los individuos que han
madurado, en el sentido de que han logrado la integración. Esos son los
individuos en los que podemos encontrar una personalidad rica y llena de
posibilidades.

Omisiones

Debo omitir el tema puntual de la tendencia antisocial. Es algo que se relaciona


con la deprivación, es decir, con una época buena que llegó a su fin durante
una fase de crecimiento en la que el niño podía advertir los resultados de ese
cambio pero no hacerles frente.
No es éste el lugar adecuado para hablar de la agresión. Permítaseme decir,
sin embargo, que son los miembros enfermos de la comunidad los que se ven
forzados por motivaciones inconscientes a hacer la guerra y a lanzarse al
ataque como defensa contra ideas delirantes de persecución, o bien a destruir
el mundo, un mundo que, uno por uno y separadamente, los aniquiló en su
infancia.

LA FINALIDAD DE LA VIDA

Por último me referiré a la vida que la persona sana está en condiciones de


vivir. ¿Cuál es la finalidad de la vida? No necesito conocer la respuesta, pero
podemos convenir en que se relaciona más con el hecho de ser que con el
sexo. Como dijo Lorelei, "besarse está muy bien, pero un brazalete de
diamantes dura para siempre". Ser y sentirse real tienen que ver
fundamentalmente con la salud, y sólo si podemos dar por sentado el ser
estaremos en condiciones de ir más allá, en pos de las cosas más positivos.
Sostengo que no se trata sólo de un juicio de valor, que hay un vínculo entre la
salud emocional del individuo y el sentirse real. La mayoría da por sentado el
hecho de sentirse real, pero, ¿cuál es el precio que deben pagar por ello? ¿En
qué medida no están negando una realidad, a saber, que quizá corren el riesgo
de sentirse irreales, de sentirse poseídos, de sentir que no son ellos mismos,
de sufrir una caída interminable, de estar privados de toda orientación, de estar
desligados de su cuerpo, de ser aniquilados, de no ser nada ni estar en ningún
lugar? La salud y la negación son incompatibles.

Las tres vidas

Mis últimas palabras serán para referirme a las tres vidas que viven las
personas sanas.
1. La vida en el mundo, en la que las relaciones interpersonales son la clave,
incluso en lo que se refiere a la utilización del ambiente no humano.
2. La vida de la realidad psíquica personal (o interior, según se la llama a
veces). Es aquí donde una persona es más rica que otra, más profunda y más
interesante cuando es creativo. Incluye los sueños (o aquello de lo que surge el
material de los sueños).
Ambas son conocidas por ustedes, y es sabido que tanto una como la otra
pueden utilizarse como defensa: el extravertido necesita encontrar fantasía en
la vida, y el introvertido puede volverse independiente, invulnerable, aislado y
socialmente inútil. Pero hay otra área de que la salud humana puede disfrutar,
que es difícil de clasificar para la teoría psicoanalítica:
3. El área de la experiencia cultural.
La experiencia cultural comienza como un juego y conduce al campo total de la
herencia humana, incluyendo las artes, los mitos de la historia, la lenta marcha
del pensamiento filosófico y los misterios de la matemática, del manejo de
grupos y de la religión.
¿Dónde se localiza esta tercera vida de la experiencia cultural? No en la
realidad psíquica personal o interna, ya que no es un sueño sino una parte de
la realidad compartida. Tampoco puede asimilársela a las relaciones externas,
porque está dominada por sueños. Además, es la más variable de las tres
vidas; en algunas personas ansiosas e inquietas casi no está representada,
mientras que para otras es el aspecto importante de la existencia humana, del
que no hay siquiera vestigios en los animales. Porque a esta área
corresponden no sólo el juego y el sentido del humor, sino también toda la
cultura acumulada a lo largo de los últimos cinco o diez mil años. En ella puede
actuar el buen intelecto. Es, sin excepción, un subproducto de la salud.
En mi intento de establecer dónde está localizada la experiencia cultural, he
llegado a esta conclusión provisional: comienza en el espacio potencial entre
un niño y su madre cuando la experiencia le ha enseñado al niño a confiar
profundamente en la madre, en que ella no dejará de estar a su lado cuando de
pronto la necesite.
En esto coincide con Fred Plaut, quien afirma que la confianza es la clave para
que se establezca esta área de experiencia saludable.

Cultura y separación

De este modo puede demostrarse que la salud tiene relación con el vivir, con la
riqueza interior y, aunque de manera diferente, con la capacidad de tener
experiencia cultural.
En otras palabras, en la salud no hay separación, porque en el área de
espacio-tiempo que existe entre el niño y la madre, el niño (y también el adulto)
vive creativamente, recurriendo a los materiales a su alcance, se trate de un
pedazo de madera o de un cuarteto de Beethoven.
Esto es un desarrollo del concepto de fenómenos transicionales.
Aunque podrían decirse muchas otras cosas sobre la salud, espero haber
transmitido la idea de que, para mí, el ser humano es único. La etología no es
suficiente. Los seres humanos tienen instintos y funciones animales, y a veces
se asemejan mucho a los animales. Quizá los leones sean más nobles, más
ágiles los monos, más airosas las gacelas, más sinuosas las serpientes, más
prolíficos los peces y más afortunados los pájaros, ya que pueden volar, pero
los seres humanos en sí mismos no son nada desdeñables, y cuando son lo
bastante sanos tienen experiencias culturales que superan las de cualquier
animal (excepto tal vez las de las ballenas y otras especies afines).
Son los seres humanos los que tienen la posibilidad de destruir el mundo. Si lo
hacen, tal vez muramos en la última explosión atómica sabiendo que todo fue a
causa, no de la salud, sino del miedo; que fue parte del fracaso de la gente
sana y de la sociedad sana en hacerse cargo de sus miembros enfermos.

RESUMEN

Lo que espero haber hecho es:


1. Utilizar el concepto de salud como ausencia de enfermedad psiconeurótica.
2. Vincular la salud con la maduración que culmina en madurez.
3. Subrayar la importancia de los procesos de maduración que conciernen al yo
frente a Los que tienen que ver con las posiciones del ello en la jerarquía de las
zonas erógenas.
4. Vincular esos procesos del yo con el cuidado del bebé, la enfermedad
esquizoide y la salud del adulto, empleando al pasar los conceptos de a)
integración, b) asociación psicosomática, y c) relación objetal como ejemplos
de lo que prevalece en la escena global.
5. Destacar que debemos decidir en qué medida incluir, y si corresponde o no
incluir, a quienes alcanzan la salud a pesar de sus desventajas.
6. Nombrar las tres áreas en que viven los seres humanos y señalar que es por
razones de salud que algunas vidas son valiosas y eficaces, que algunas
personalidades son ricas y creativas, y que para algunos la experiencia en el
ámbito cultural es el mayor beneficio adicional que la salud les procure.
7. Por último, indicar que no sólo la salud de la sociedad depende de la salud
de sus miembros, sino también que sus normas reproducen las de sus
miembros. De este modo la democracia (en una de sus acepciones) es señal
de salud porque derive naturalmente de la familia, que es en sí misma obra de
individuos sanos.
3. VIVIR CREATIVAMENTE

(Fusión de dos borradores de una conferencia preparada por la Liga


Progresista, 1970)

DEFINICION DE LA CREATIVIDAD

Cualquiera que sea la definición a que lleguemos, deberá incluir la idea de que
la vida sólo es digna de vivirse cuando la creatividad forma parte de la
experiencia vital del individuo.
Para ser creativo, una persona tiene que existir y sentir que existe, no en forma
de percatamiento consciente, sino como base de su obrar.
La creatividad es, pues, el hacer que surge del ser. Indica que aquel que es,
está viva. El impulso puede estar adormecido, pero cuando la palabra "hacer"
se torna apropiada, entonces ya hay creatividad.
Es posible demostrar que en algunos individuos, en ciertos momentos, las
actividades que indican que están vivos son simples reacciones a un estímulo.
Toda una vida puede ajustarse al modelo de reacciones ante estímulos.
Retírense los estímulos y el individuo no vivirá. Pero en un caso tan extremo, la
palabra "vida" está fuera de lugar.
Para que uno sea y sienta que es, es precise que la actividad motivada
predomine sobre la actividad reactiva.
Esto no depende de la voluntad ni del cambio reiterado del tipo de vida que se
lleva. Las pautas básicas se establecen durante el proceso de maduración
emocional, y los factores más influyentes son los que actúan al comienzo.
Debemos presumir que la mayoría de las personas se encuentran en un punto
más o menos equidistante de los extremos, y que es en esta zona intermedia
donde tenemos la oportunidad de influir en nuestras pautas; y es esa
oportunidad que creemos tener lo que hace que esta especie de análisis tenga
interés y no sea sólo un ejercicio académico. (También pensamos en lo que
podemos hacer como padres y educadores.)
La creatividad es, pues, la conservación durante toda la vida de algo que en
rigor pertenece a la experiencia infantil: la capacidad de crear el mundo. Para el
bebé no es difícil, ya que si la madre es capaz de adaptarse a sus
necesidades, el bebé no comprende al principio que el mundo ya estaba allí
antes de que él fuera concebido. El principio de realidad es el hecho de la
existencia del mundo independientemente de que el bebé lo cree o no.
El principio de realidad es lamentable, pero hacia la época en que se le pide al
niño pequeño que diga "gracias" ya han tenido lugar grandes progresos y el
niño ha adquirido mecanismos mentales genéticamente determinados que le
permiten hacer frente al insulto. Porque el principio de realidad es un insulto.
Describiré algunos de esos mecanismos mentales. En condiciones ambientales
suficientemente buenas, el niño individual (que se convirtió en usted y en mí)
encontró modos de asimilar el insulto. La sumisión, en un extremo, simplifica la
relación con otras personas que, por supuesto, tienen necesidades propias que
atender y una omnipotencia propia que preservar. En el otro extremo, el niño
conserve algo de omnipotencia a través del recurso de ser creativo y de
formarse su propia opinión sobre todas las cosas.
Veamos un ejemplo algo tosco: si una madre tuvo ocho hijos, hubo en realidad
ocho madres. Y no sólo porque su actitud hacia cada uno de sus hijos fue
diferente. Si se hubiera conducido de manera idéntica con todos ellos (y sé que
esto es absurdo, porque no estamos hablando de una máquina), cada hijo la
hubiese visto a través de sus propios ojos individuales.
Gracias a un proceso muy complejo de maduración genéticamente
determinado y a la interacción de la maduración individual con factores
externos que tienden a ser o bien facilitadores o bien desadaptativos e
inductores de reacciones, el niño que se convirtió en usted o en mí adquirió
cierta capacidad de ver todas las cosas de un modo nuevo, de ser creativo en
cada detalle del vivir.
Podría buscar la palabra "creatividad" en el Oxpord English Dictionary e
investigar lo que se ha escrito sobre el tema en filosofía y psicología, y a
continuación servir todo eso en una bandeja. Podría incluso aderezarlo de tal
modo que ustedes exclamaran: "¡Qué original!". Personalmente soy incapaz de
seguir ese plan. Necesito hablar del tema como si nadie antes se hubiera
ocupado de él, con lo que, por supuesto, mis palabras pueden parecer
ridículas. Pero creo que ustedes verán en ello la necesidad que tengo de
asegurarme de que mi tema no terminará por eclipsarme. Establecer las
concordancias entre todo lo que se ha dicho sobre la creatividad me mataría.
Es evidente que para sentirme creativo debo luchar sin pausa, y esto tiene la
desventaja de que para describir una simple palabra como "amor" tengo que
partir de cero. (Tal vez partir de cero sea lo adecuado.) Volveré sobre el tema al
hablar de la diferencia entre la vida creativa y el arte creativo.
Busco la palabra "crear" en un diccionario y encuentro: "traer a la existencia".
Una creación puede ser "un producto de la mente humana". No es seguro que
"creatividad" sea un término aceptable para un erudito. Para mí, vivir
creativamente significa no ser muerto o aniquilado todo el tiempo por la
sumisión o la reacción a lo que nos llega del mundo; significa ver todas las
cosas de un modo nuevo todo el tiempo. Me refiero a la apercepción, que es lo
contrario de la percepción.

ORIGENES DE LA CREATIVIDAD

Tal vez he dejado traslucir lo que pienso acerca del origen de la creatividad. Se
requiere una doble caracterización. La creatividad se relaciona con el estar
viva, de modo que, salvo en períodos de repose, el individuo se proyecta, y si
encuentra un objeto en su camino, puede relacionarse con él. Pero esto es sólo
el cincuenta por ciento. El otro cincuenta por ciento tiene que ver con la idea de
que proyectarse física o mentalmente sólo tiene sentido para alguien que está
allí para ser. Un bebé nacido casi sin cerebro puede tender la mano, hallar un
objeto y usarlo sin que eso constituya una experiencia de vida creativa. Por otra
parte, un bebé normal necesita aumentar su complejidad y convertirse en un
probado "existidor" para experimentar el acto de tender la mano y encontrar un
objeto como un acto creativo.
Vuelvo así a la máxima: el ser precede al hacer. Tiene que haber un desarrollo
del ser detrás del hacer. En tal caso el niño, a su debido tiempo, dominará
incluso sus instintos sin perder el sentido del self. El origen de la creatividad,
por lo tanto, es la tendencia genéticamente determinada del individuo a estar
viva, permanecer viva y relacionarse con los objetos que se interponen en su
camino cuando llega para él el momento de esforzarse por conseguir cosas,
incluso por alcanzar la luna.
CONSERVACION DE LA CREATIVIDAD

El individuo que no ha sido demasido deformado por un deficiente contacto


inicial con el mundo tiene amplias posibilidades de desarrollar este deseable
atributo. Es verdad, como sin duda no dejarán ustedes de señalármelo, que
pasamos gran parte de nuestra vida realizando tareas rutinarias, carentes de
interés. Alguien tiene que realizarlas. Es difícil ver claro en esto, porque hay
quienes incluso las encuentran útiles; quizás el hecho de que no se necesita
mucha inteligencia para fregar un piso es lo que hace posible la existencia de
una zona separada de experiencia imaginativa. Pero está también la cuestión
de las identificaciones cruzadas, a la que me referiré más adelante. Una mujer
puede fregar un piso sin aburrirse porque de algún modo comparte el placer de
embarrarlo, al identificarse con su insoportable niñito que, en un momento de
creatividad, llevó dentro de la casa el barro del jardín y se dedicó a pisotearlo.
El niño supone que a las madres les encanta limpiar los pisos y eso constituye
su fuerza, apropiada para su insoportable edad. (Se suele hablar en estos
casos de conducta "adecuada a la fase". Siempre he pensado que de esa
forma suena muy bien.)
O bien un hombre puede encontrarse tan cerca del aburrimiento como es
posible mientras trabaja junto a una cinta transportadora, pero cuando piensa
en el dinero está pensando también en las mejoras que se propone introducir
en la pileta de la cocina o está ya presenciando, en la pantalla de su televisor
en colores cuyas notas aun no ha terminado de pagar, cómo su equipo favorito
derrota inesperadamente a su eterno rival.
El hecho es que la gente no debería desempeñar empleos que les resulten
sofocantes, y si no pueden evitarlo, deberían organizar sus fines de semana de
manera tal que proporcionen alimento a su imaginación incluso en los peores
momentos de aburridora rutina. Se ha dicho que es más fácil mantener activa
la imaginación cuando la tarea es verdaderamente aburrida que cuando ofrece
algún interés. Debe recordarse también que el trabajo puede ser muy
interesante para algún otro que lo utiliza para llevar una vida creativa pero que
no permite que nadie más actúe según su parecer.
El plan del universo ofrece a todos la posibilidad de vivir creativamente. Vivir
creativamente implica conservar algo personal, quizá secreto, que sea
incuestionablemente uno mismo. A falta de otra cosa, pruebe con la
respiración, algo que nadie puede hacer en su lagar. O tal vez usted es usted
mismo cuando le escribe a su amiga o cuando manda cartas a The Times o a
New Society, presumiblemente para que alguien las lea antes de tirarlas.

VIDA CREATIVA Y CREACION ARTISTICA

Al mencionar la actividad epistolar he rozado otro tema que no debo omitir.


Tengo que aclarar la diferencia entre vivir creativamente y ser creativo en la
ejecución de obras artísticas.
Cuando vivimos creativamente, usted y yo descubrimos que todo lo que
hacemos refuerza el sentimiento de que estamos vivos, de que somos nosotros
mismos. Podemos mirar un árbol (no necesariamente una fotografía) y hacerlo
creativamente. Si usted ha pasado alguna vez por una fase depresiva de tipo
esquizoide (les ha ocurrido a la mayoría de las personas), entonces conoce la
sensación que es exactamente inversa a la anterior. Cuántas veces no me
habrán dicho: "Hay un citiso frente a mi ventana, y ha salido el sol, y sé
intelectualmente que debe ser un bello espectáculo. Pero esta mañana (lunes)
no significa nada para mí. No puedo sentirlo. Me provoca una aguda sensación
de que no soy real".
Aunque relacionados con la vida creativa, los actos creativos de quienes
escriben cartas, de los literatos, poetas, artistas, escultores, arquitectos o
músicos son diferentes. Convendrán ustedes en que si alguien se dedica a la
creación artística, esperamos de él que ponga en juego algún talento especial.
Para vivir creativamente, en cambio, no se necesita ningún talento especial.
Vivir creativamente es una necesidad universal y una experiencia universal, e
incluso un esquizofrénico encerrado en sí mismo y confinado al lecho puede
estar viviendo creativamente en una actividad mental secreta, y por lo tanto en
cierto sentido puede ser feliz. Desdichado es el que, durante una fase, advierte
que le falta algo que es esencial para el ser humano, mucho más importante
que la comida o la supervivencia física. Si dispusiéramos de tiempo podríamos
decir algo sobre la angustia como energía subyacente a la creatividad propia
del artista.

VIDA CREATIVA EN EL MATRIMONIO

Creo necesario analizar aquí el hecho de que en el matrimonio los cónyuges, o


al menos uno de ellos; experimentan a menudo la sensación de estar
perdiendo su capacidad de iniciativa. Se trata de una experiencia corriente,
aunque la importancia de esa sensación, si se la compara con todas las otras
cosas que podrían decirse sobre la vida, es sin duda muy variable. Aquí y
ahora debo suponer que no todas las parejas creen que pueden estar casadas
ser creativas al mismo tiempo. Uno u otro de sus miembros descubre que está
participando en un proceso que puede conducir a que uno de ellos viva en un
mundo creado por el otro. En los casos extremos debe ser muy molesto, pero
supongo que por lo general no se llega a esa situación, que sin embargo
permanece en estado latente y puede manifestarse de vez en cuando en forma
aguda. Por ejemplo, el problema puede quedar oculto durante dos décadas
consagradas al cuidado de los hijos y manifestarse luego como una crisis de la
mediana edad.
Hay quizás una manera bastante sencilla de referirse al problema si se
comienza por describir los hechos. Conozco a dos personas que han estado
casadas durante largo tiempo y han criado a una numerosa prole. Su primer
veraneo conyugal lo compartieron durante una semana, y después el marido
dijo: "Ahora me iré a navegar por una semana". Su mujer le contestó: "Bien, a
mí me gusta viajar; por lo tanto prepararé mi valija". Sus amigos se alarmaron y
dijeron: "Este matrimonio no tiene mucho futuro". Sin embargo, el pronóstico
resultó demasiado pesimista: esas dos personas tuvieron un matrimonio muy
exitoso, y una de las cosas más importantes es que el marido dedica una
semana a navegar, con lo cual perfecciona sus habilidades y disfruta de su
pasatiempo, y la mujer ha paseado su valija por toda Europa. Tienen mucho
que contarse en las restantes 50 semanas y pico, y el hecho de que no estén
juntos durante la mitad de sus vacaciones de verano es beneficioso para su
relación.
A muchas personas un arreglo semejante no les agradaría. No hay regla sobre
los seres humanos que sea de aplicación universal. No obstante, este ejemplo
puede servir para mostrar que cuando dos personas no temen separarse tienen
mucho que ganar, y que cuando temen separarse están expuestas a aburrirse
la una de la otra. El aburrimiento puede obedecer a la restricción de la vida
creativa, que es inherente al individuo y no a la sociedad, aunque un socio o
pareja puede inspirar creatividad.
En casi cualquier familia en la que las cosas marchan bien es posible observar
el equivalente del arreglo que hemos descrito al referirnos a esas dos
personas. No es necesario abundar en detalles; explicar, por ejemplo, que la
mujer toca el violín y el marido pasa una tarde por semana en el bar, bebiendo
cerveza con unos amigos. En los seres humanos la normalidad o salud admite
infinitas variaciones. Si decidimos ahora hablar de dificultades, tendremos que
mencionar ciertos patrones en que la gente participa, que la gente reitera hasta
el aburrimiento y que indican que algo anda mal en alguna parte. Hay en todo
esto un elemento compulsivo, y detrás de ese elemento está el miedo. Muchas
personas no pueden ser creativas porque están atrapadas en compulsiones
relacionadas con algo que deberían hacer con su propio pasado. Hablar de las
trabas que impone el matrimonio sólo me resulta fácil cuando me dirijo a
quienes son relativamente afortunados en lo que se refiere a las compulsiones,
es decir, a quienes no están dominados por ellas. A las personas que se
sienten sofocadas por una relación, es muy poco lo que puedo decirles. No hay
ningún consejo útil que se les pueda dar y uno no puede ser terapeuta de todo
el mundo.
Entre ambos extremos—el de los que creen que su vida sigue siendo creativa
en el matrimonio y el de los que piensan que el matrimonio es un obstáculo en
ese sentido—hay sin duda una zona intermedia, y en esa zona nos
encontramos muchos de nosotros. Somos bastante felices y podemos ser
creativos, pero nos damos cuenta de que inevitablemente hay cierta clase de
antagonismo entre el impulso personal y los compromisos propios de cualquier
relación confiable. En otras palabras, estamos hablando nuevamente del
principio de realidad, y al seguir desarrollando el tema terminaremos por
analizar una vez más algún aspecto del intento que realiza el individuo de
aceptar la realidad externa sin perder demasido de su impulso personal. Este
es uno de los varios trastornos básicos característicos de la naturaleza
humana, y es en las primeras etapas de nuestro desarrollo emocional cuando
se echan las bases de nuestra capacidad en ese sentido.
Al hablar del matrimonio exitoso, a menudo nos referimos a la cantidad de hijos
o a la amistad que se ha desarrollado entre los cónyuges. Es fácil hablar y
hablar sobre estas cuestiones, pero sé que ustedes no desean que me limite a
lo fácil y superficial. Si hablamos de sexo—al que, después de todo, debe
concederse un lugar importante en toda discusión sobre el matrimonio—,
encontraremos desdicha por doquier. Podría tomarse como un axioma que son
pocas las personas casadas que piensan que en su vida sexual viven
creativamente. Se ha escrito mucho al respecto, y probablemente los
psicoanalistas, para su desgracia, saben más que la mayoría de las personas
acerca de estos problemas y de la aflicción que causan. Al psicoanalista no le
es posible mantener la ilusión de que la gente se casa y vive feliz por siempre
jamás, al menos en lo que se refiere a su vida sexual. Cuando dos personas se
aman y son jóvenes, puede haber una época, incluso prolongada, en la que su
relación sexual es una experiencia creativa para ambas. Esto es salud, y nos
alegramos cuando los jóvenes lo experimentan directamente y sin inhibiciones.
Creo que es incorrecto difundir entre ellos la idea de que es común que tal
estado de cosas persista largo tiempo después de la boda. Alguien dijo (me
temo que sólo es una broma: "Hay dos clases de matrimonio: aquel en que la
joven sabe que ha elegido al hombre equivocado en su camino de ida al altar, y
aquel en que lo sabe en su camino de vuelta". Pero no hay razón para hacer
bromas al respecto. El problema surge cuando nos empeñamos en hacer creer
a los jóvenes que el matrimonio es una prolongada aventura sentimental. Sin
embargo, me desagradaría hacer lo contrario y difundir la desilusión entre los
jóvenes, asumir la tarea de cuidar de que lo sepan todo y no tengan ilusiones.
Si uno ha sido feliz, entonces puede soportar la desdicha. Del mismo modo, un
bebé no puede ser destetado si no ha recibido el pecho o un equivalente. La
desilusión (aceptación del principio de realidad) sólo puede basarse en la
ilusión. La gente tiene una terrible sensación de fracaso cuando comprueba
que algo tan importante como la experiencia sexual se está convirtiendo cada
vez más en una experiencia creativa para uno solo de los miembros de la
pareja. Las cosas pueden funcionar bien cuando la relación sexual comienza
mal y gradualmente las dos personas llegan a alguna clase de transacción, de
toma y daca, de tal modo que finalmente ambas tienen una experiencia
creativa.
La relación sexual es saludable y una gran ayuda, pero sería un error suponer
que constituye la única solución a los problemas de la vida. Debemos prestar
atención a lo que hay bajo la superficie cuando el sexo, además de ser un
fenómeno enriquecedor, es también una reiterada forma de terapia.
En este punto deseo recordarles Los mecanismos mentales de proyección e
introyección: me refiero a las funciones de identificarse con otros y de
identificar a otros con uno. Como cabría esperar, hay personas que no pueden
utilizar estos mecanismos, otras que pueden hacerlo cuando lo desean, y
finalmente las que los utilizan de manera compulsiva, lo deseen o no. Para
decirlo en la forma más simple, a lo que me refiero es a la capacidad de
ponerse en el lugar del otro y a cuestiones de simpatía y empatía.
Es obvio que cuando dos personas viven juntas y están unidas por un vínculo
íntimo públicamente anunciado, como ocurre en el matrimonio, tienen amplias
posibilidades de vivir cada una a través de la otra. En la salud esto puede
concretarse o no, según las circunstancias. Pero mientras que a algunos
cónyuges les resulta difícil cederse roles recíprocamente, en otros casos se
observan todos los grados posibles de fluidez y flexibilidad. Sin duda es
adecuado que una mujer sea capaz de ceder al hombre la parte masculina del
acto sexual, y a la inversa en el caso del hombre. Pero además de la actuación
está la imaginación, y es seguro que imaginativamente no hay parte alguna de
la vida que no pueda ser cedida o tomada.
Teniendo esto en cuenta, podemos considerar el caso especial de la
creatividad. En relación con la función sexual, ¿quién es más creativo?, ¿el
padre o la madre? No desearía opinar. Es una cuestión que podemos dejar de
lado. Pero justamente en relación con el funcionamiento real debemos recordar
que los padres pueden concebir un bebé en forma no creativa, es decir, sin
haberse formado una idea de él. Por otro lado, un bebé puede comenzar su
existencia precisamente en el momento adecuado, cuando ambas partes lo
desean. En ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Edward Albee estudia el destino
de un bebé que ha sido concebido en la imaginación pero que no llega a
encarnarse. Es un estudio notable, tanto en la obra teatral como en la película.
Pero no seguiré con el tema del sexo real y los bebés reales, porque todo lo
que hacemos puede hacerse de manera creativa o no creativa. Volveré a
ocuparme de los orígenes de la capacidad de vivir creativamente.

ALGO MAS SOBRE LOS ORIGENES DE LA VIDA CREATIVA

Es la vieja y remanida historia. Nuestra manera de ser depende en gran


medida del punto que hayamos alcanzado en nuestro desarrollo emocional o
del grado en que tuvo oportunidad de cumplirse la parte de nuestro desarrollo
que tiene que ver con las primeras etapas del relacionarse con objetos. De eso
me propongo hablarles.
Sé lo que diré: feliz es la persona que actúa creativamente todo el tiempo, tanto
en su vida personal como a través de su pareja, sus hijos, amigos, etcétera.
Nada que fuera de este territorio filosófico.
Puedo mirar un reloj y ver sólo la hora; quizá ni siquiera eso, sólo las formas en
el cuadrante; incluso es posible que no vea nada. Por otra parte, puedo estar
viendo relojes en potencia; entonces me permito alucinar un reloj, y lo hago
porque me resulta evidente que hay un reloj real que puede verse, de modo
que cuando percibo el reloj real ya he pasado por un complejo proceso que se
originó en mí. Por lo tanto, cuando veo el reloj lo estoy creando y cuando veo la
hora también la estoy creando. Cada vez tengo mi pequeña experiencia de
omnipotencia, antes de transferir esa incómoda función a Dios.
Hay aquí algo contrario a la lógica. La lógica se configura en un punto de lo
ilógico. No puedo impedir esto: es real. Desearía profundizar este tema.
Cuando el bebé está preparado para descubrir un mundo de objetos e ideas, la
madre, ajustándose al ritmo con que se desarrolla esta capacidad del bebé, le
presenta el mundo. De esta manera, gracias a su excelente adaptación inicial,
la madre le permite experimentar la omnipotencia, descubrir realmente lo que
crea, crear y vincular lo creado con lo real. El resultado neto es que todos los
bebés vuelven a crear el mundo. Y en el séptimo día, suponemos, se sienten
complacidos y descansan. Así ocurre cuando las cosas marchan
razonablemente bien, como, de hecho, suele suceder; pero alguien tiene que
estar allí para que lo creado sea real. Si no hay nadie allí para cumplir esa
misión, el niño, en los casos extremos, será autista —creativa en el espacio—y
tediosamente sumiso en las relaciones (esquizofrenia infantil).
A continuación puede introducirse gradualmente el principio de realidad, y el
niño, que ha conocido la omnipotencia, experimenta las limitaciones que
impone el mundo. Pero para entonces es capaz de vivir a través de otra
persona, de emplear los mecanismos de proyección e introyección, de dejar
que de vez en cuando sea la otra persona quien dirija, y de ceder la
omnipotencia.
Finalmente, el individuo renuncia a ser la rueda dentada o la caja de
engranajes completo y adopta la posición más cómoda de ser un diente de la
rueda. Ayúdenme a componer un himno humanista:

¡Oh! ser un diente


¡Oh! ser parte de un grupo
¡Oh! trabajar en armonía con otros
¡Oh! estar casado sin abandonar la idea
de ser el creador del mundo.

El individuo que no comienza por experimentar la omnipotencia no tiene la


oportunidad de ser un diente del engranaje y debe continuar insistiendo en la
omnipotencia, la creatividad y el control, como si estuviera tratando de vender
las poco atractivas acciones de una compañía fraudulenta.
En mis escritos he concedido mucha importancia al concepto de objeto
transicional: algo que su hijo puede estar apretando en su mano en este mismo
momento, quizás un pedazo de tela que alguna vez fue parte de la colcha de
su cuna, o de una manta, o una cinta con la que su mamá se sujetaba el
cabello. Es un primer símbolo y representa la confianza en la unión del bebé
con la madre, basada en la experiencia de la confiabilidad de la madre y de su
capacidad de saber lo que el bebé necesita, gracias a su identificación con él.
He dicho que el bebé crea ese objeto; es algo que nunca cuestionaremos,
aunque también sabemos que el objeto ya estaba allí antes de que el bebé lo
creara. (Es posible incluso que también alguno de sus hermanos lo haya
creado del mismo modo.)
No se trata tanto de "Pedid y os será dada" como de "Tended la mano y estará
allí para que lo toméis, lo uséis y lo gastéis". Este es el comienzo y debe
perderse en el proceso de presentación del mundo real, del principio de
realidad; pero en la salud hallamos el modo de vivir creativamente y recobrar
así el sentimiento de que las cosas tienen sentido. El síntoma de una vida no
creativa es el sentimiento de que nada tiene sentido, de futilidad, de "A mí qué
me importa".
Estamos ahora en condiciones de examinar la vida creativa y de utilizar, al
hacerlo, una teoría coherente. La teoría nos permite comprender algunas de las
razones por las que el tema de la vida creativa presenta dificultades que le son
inherentes. Podemos adoptar un enfoque global u ocuparnos de los detalles
que componen la vida creativa.
Debe quedar en claro que estoy tratando de alcanzar un estrato profundo, si no
fundamental. Sé que una manera de cocinar salchichas consiste en seguir las
instrucciones precisas que figuran en el libro de cocina de la señora Beeton (o
en los artículos dominicales de Clement Freud), y otra manera es tomar
algunas salchichas y cocinarlas de uno u otro modo, por primera vez en la vida.
El resultado puede ser el mismo en ambos casos, pero es más agradable
convivir con el cocinero o la cocinera creativos, aunque a veces ocurra un
desastre o las salchichas tengan un gusto raro y uno sospeche lo peor. Lo que
estoy tratando de decir es que para el cocinero esas dos experiencias son
distintas: el servil que se ajusta a las instrucciones no obtiene nada de la
experiencia, sólo aumenta su sensación de que depende de la autoridad; el
original, en cambio, se siente más real y se sorprende de los pensamientos que
acuden a su mente mientras cocina. Cuando nos sorprendemos a nosotros
mismos estamos siendo creativos y descubrimos que podemos confiar en
nuestra inesperada originalidad. No nos importa si los que comen las
salchichas no advierten lo que su cocción tuvo de sorprendente o si no
aprecian su sabor.
Creo que cualquier cosa que tenga que hacerse puede hacerse creativamente
si el que la ejecuta es creativo o tiene capacidad para serlo. Pero si alguien
está constantemente amenazado por la extinción de su creatividad, tendrá que
soportar la tediosa sumisión o bien exagerar la creatividad hasta que las
salchichas luzcan como algo de otro mundo o resulten incomibles.
Para mí es exacto, como ya lo he mencionado, que por muy escasamente
dotado que esté un individuo, sus experiencias pueden ser creativas y
estimulantes, en el sentido de que siempre hay algo nuevo e inesperado en el
aire. Por supuesto que si la persona es muy original y talentosa sus dibujos
valdrán 20.000 libras, pero dibujar como Picasso no siendo Picasso implica
imitación servil y falta de creatividad. Para dibujar como Picasso uno tiene
que ser Picasso; de lo contrario no hay creatividad. Los seguidores son por
definición sumisos y aburridos, salvo cuando están buscando algo y necesitan
que el coraje de Picasso los ayude a ser originales.
El hecho es que lo que creamos ya estaba allí, pero la creatividad consiste en
el modo como llegamos a la percepción a través de la concepción y la
apercepción. Por lo tanto, cuando miro el reloj, como tengo que hacerlo ahora,
creo el reloj, pero tomo la precaución de no ver un reloj sino en el lugar preciso
en que sé que hay uno. Les ruego que no rechacen esta muestra de absurda
falta de lógica: reflexionen sobre ella y utilícenla.
Si está oscureciendo y me siento muy cansado, o un tanto esquizoide, tal vez
vea relojes donde no los hay. Puedo ver algo en aquella pared e incluso ver la
hora, y quizás ustedes me dirán que es sólo la sombra de una cabeza
proyectada en la pared.
A algunas personas, la posibilidad de que se las considere locas o alucinadas
las lleva a aferrarse a la cordura y a la clase de objetividad que podríamos
denominar realidad compartida. Otras fingen a la perfección que lo que
imaginan es real y puede ser compartido.
Podemos admitir que toda clase de personas vivan en el mundo con nosotros,
pero necesitamos que los demás sean objetivos para poder disfrutar de nuestra
creatividad, asumir riesgos y seguir nuestros impulsos con las ideas creativas
que los acompañan.
Algunos niños crecen en una atmósfera de gloriosa vida creativa, pero no
creativa para ellos sino para un progenitor o una niñera. Eso los asfixia y dejan
de ser. O bien desarrollan una técnica de retraimiento.
Un tema muy amplio es el de la provisión de oportunidades a los niños para
que vive n su propia vida, tanto en el hogar como en la escuela, y es un axioma
que los niños que arriban con facilidad al sentimiento de que existen son los
más fáciles de manejar. Son los menos vulnerables frente al embate del
principio de realidad.
Si tenemos un vínculo normal con nuestra pareja, podemos intentar, como ya
he mencionado, todos los modos y grados de proyección e introyección. Una
esposa puede disfrutar con el goce que su marido encuentra en su trabajo, y un
marido puede disfrutar con las experiencias de su mujer con la sartén. De esta
forma el matrimonio —la unión formal—aumenta nuestras posibilidades de
llevar una vida creativa. Se puede ser creativo por delegación, como cuando
estamos realizando una tarea rutinaria y la concluimos más rápidamente al
seguir las instrucciones que figuran en la etiqueta del frasco.
Me pregunto qué opinan ustedes de estas ideas que he puesto sobre el papel y
que les he leído. Lo primero que debo señalar es que no puedo convertirlos en
seres creativos hablándoles. A esos fines más me valdría escucharlos que
hablarles. Si ustedes nunca tuvieron—o han perdido—la capacidad de
sorprenderse a sí mismos en su experiencia del vivir, mis palabras no los
ayudarán y sólo con dificultad lo haría la psicoterapia. Pero es importante
saber, por cuanto atañe a otras personas (especialmente a niños de quienes
podríamos ser responsables), que vivir creativamente es más importante para
el individuo que tener éxito.
Lo que deseo poner en claro es que la experiencia de vivir creativamente
implica, en cada uno de sus detalles, un dilema filosófico, ya que, en realidad, a
fuera de cuerdos sólo creamos lo que encontramos. Incluso en el arte no
podemos ser creativos en la depresión, a menos que nos encontremos en un
hospital psiquiátrico haciendo la experiencia solitaria de nuestro propio autismo.
Ser creativo en el arte o la filosofía depende en alto grado del estudio de todo
lo que ya existe, y el estudio del ambiente proporciona un indicio para la
comprensión y apreciación de cada artista. Pero el enfoque creativo hace que
el artista se sienta real e importante, incluso si su obra es un fracaso desde el
punto de vista del público. Con todo, el público sigue siendo para él tan
necesario como su talento, su aprendizaje y sus herramientas.
Sostengo, por lo tanto, que si somos lo bastante sanos, no es ineludible que
vivamos en un mundo creado por nuestro cónyuge, ni éste en un mundo
creado por nosotros. Cada uno tiene su propio mundo privado, y además
aprendemos a compartir experiencias recurriendo en diverso grado a las
identificaciones cruzadas. Cuando criamos niños o iniciamos a un bebé en la
senda que lo llevará a convertirse en un individuo creativo en un mundo de
hechos reales, tenemos que ser no creativos, sumisos y capaces de
adaptarnos; pero en general superamos el trance y descubrimos que no acaba
con nosotros porque nos identificamos con esas nuevas personas que nos
necesitan para poder llegar a disfrutar, también ellas, de una vida creativa.
4. SUM, YO SOY

(Conferencia pronunciada durante el Congreso de Pascua de la Asociación de


Maestros de Matemática, en Whitelands, Putney, Londres, 17 de abril de 1968)

Sin duda sería bueno para mí atenerme en esta ocasión a mi especialidad, que
es la psiquiatría infantil y la teoría del desarrollo emocional del niño,
perteneciente esta última al psicoanálisis, y así, en última instancia, a Freud.
En mi propio trabajo sé algunas cosas, tengo idoneidad y he acumulado
experiencia. En el ámbito de la matemática y la enseñanza soy un novato. El
más inexperto de los alumnos a quienes ustedes enseñan sabe más que yo.
Por supuesto que no hubiera aceptado la invitación de ustedes y del señor
Tahta de no ser porque en la primera carta que él me envió parecía estar
enterado de que me dedico a una especialidad distinta y de que sólo podía
esperar de mí que hiciera algunos comentarios sobre la ecología del jardín
particular que me ocupo en cultivar.
Incluso me atemoriza el título "Sum, yo soy" porque podría sugerir que soy
erudito en lenguas clásicas o experto en etimología. Hace unos mesas,
acuciado por la necesidad de encontrar un título, pensé: "Bien, voy a hablar
sobre la etapa del yo soy en el desarrollo individual, y sería legítimo
relacionarla con la palabra latina sum". "¿Advierten el juego de palabras?"*
(Cito a Claverley, pero esto tampoco me convierte en erudito.)

 El autor relaciona la palabra latina sum (soy) con la inglesa sum (suma;
problema de aritmética). (T)

Decididamente, mi trabajo es ser yo mismo. ¿Qué partícula de mí puedo


darles, y cómo puedo darles una partícula sin que parezca que carezco de
totalidad? Debo suponer que me concederán una totalidad y algún grado de la
forma de maduración que llamamos integración, y debo optar por mostrarles
sólo uno o dos de los elementos que constituyen la unidad que soy yo.
Lo que me alienta es saber que estas cuestiones que preocupan al estudioso
de la personalidad humana también preocupan al matemático, y que en
realidad la matemática es una versión incorpórea de la personalidad humana.
En síntesis, cuando digo que la característica principal del desarrollo humano
es el advenimiento y la firme permanencia de la etapa del yo soy, sé que ésta
es también una formulación aplicable al hecho principal dé la aritmética o,
como podría decirse, a las sumas.
Ya se habrán dado cuenta de que por naturaleza, y también por mis estudios y
mi profesión, soy una persona que piensa en términos de desarrollo. Cuando
veo a un muchacho o una chica sentados ante un pupitre hacienda sumas y
restas y luchando con la tabla de multiplicar, veo a alguien que tiene ya una
largo historia desde el punto de vista del proceso evolutivo, y sé que pueden
existir deficiencias del desarrollo, deformaciones del desarrollo o
deformaciones organizadas para hacer frente a deficiencias que deben ser
aceptadas, o que el desarrollo al parecer logrado puede ser de algún modo
precario. Veo la evolución hacia la independencia y significados siempre
nuevos del concepto de totalidad, que puede o no convertirse en realidad en el
futuro de ese niño, si el niño viva. También soy consciente todo el tiempo de la
dependencia y de que el ambiente, importantísimo al principio, sigue siendo
importante, y lo seguirá siendo incluso una vez que el individuo se haya
esforzado por alcanzar la independencia identificándose con las características
de ese ambiente, como, por ejemplo, cuando un niño crece, se casa y cría una
nueva generación de niños, o comienza a tomar parte en la vida social y en el
mantenimiento de la estructura social.
Este es el aspecto de mí que pueden utilizar, ya que si cada uno se atiene a su
especialidad, no cabe esperar que ustedes se interesen por los procesos
evolutivos del modo como yo tengo que hacerlo para poder realizar mi trabajo
(no hablemos ya de realizarlo eficazmente).
Resulta difícil recordar hasta qué punto es moderno el concepto de individuo
humane. El primitivo nombre hebreo de Dios refleja probablemente la lucha por
arribar a ese concepto. El monoteísmo parece estar estrechamente vinculado
con el nombre yo soy. "Yo soy el que soy". (Cogito, ergo sum, es diferente. En
esta frase, sum significa: siento que existo como persona, en mi mente
considero probada mi existencia.) Pero lo que nos interesa aquí es un estado
no consciente de ser, ajeno a los ejercicios intelectuales de autoconocimiento.
Este nombre (yo soy) dada a Dios, ¿no refleja la sensación de hallarse en
peligro que el individuo experimenta al alcanzar el estado de ser individual? Si
soy, significa que he reunido esto y aquello y he proclamado que eso soy yo,
desechando todo lo demás; al desechar lo que no es yo, he, por así decirlo,
insultado al mundo y debo esperar que me ataquen. De modo que cuando la
gente arribó por vez primera al concepto de individualidad, se apresuró a
instalarlo en el cielo y a dotarlo de una voz que sólo Moisés pudiera escuchar.
Esto describe con exactitud la angustia que siente todo ser humano cuando
logra alcanzar la etapa del yo soy. Se advierte la presencia de esa angustia en
el juego "Soy el rey del castillo", que sin duda ustedes practicaban en la
playa. A esa frase sigue inmediatamente la defensa contra el ataque esperado:
"¡Tú eres el sucio bribón!" o "¡Bájate, sucio bribón!". Horacio escribió una
versión de este juego infantil:

Rex erit qui recta faciet;


Qui non faciet, non erit.

Por supuesto, se trata de una versión refinada de la etapa del yo soy, en la que
el yo soy es prerrogativa del rey.
Uno se pregunta cómo puede haber habido sumas antes del monoteísmo. Lo
que quiero decir es que la palabra 'unidad' sólo tiene significado en la medida
en que el ser humano es una unidad. En otro contexto analizaría el empleo del
pronombre de primera persona “yo" que, según creo, es en general (en sus
formas mi o yo) el primero que aparece en el habla del niño. La cuestión no es
sin embargo clara, porque la comprensión del lenguaje suele anticiparse
bastante al habla, y en la época que precede a la verbalización se desarrollan
procesos mentales muy complejos.
No les será difícil comprender adónde quiero llegar: a la idea de que la
aritmética comienza con el concepto de unidad, el cual, en todo niño en
desarrollo, deriva, y tiene que derivar, del self unitario, un estado que
representa un logro de maduración y que en verdad no siempre se alcanza.
Debo ahora cambiar de tema para ocuparme de una enorme complicación.
¿Qué debe hacerse con el proceso intelectual escindido? La matemática
superior puede funcionar con independencia de que el individuo haya
alcanzado o no el estado de unidad. El mismo problema se advierte también en
otros campos. Piénsese, por ejemplo, en un juez de testamentarías que muere
sin haber hecho (¿sin estar capacitado para hacer?) su testamento, o en un
filósofo que no sabe en qué fecha o en qué día de la semana viva, o en un
médico famoso, como el difunto director del Trinity College de Cambridge, a
quien se solía ver caminar con un pie en la acera y el otro en el arroyo (y ésa
era la razón de que existiera el arroyo Hobson entre la acera y la calzada de la
calle Trumpington: al menos era lo que yo creía inocentemente cuando
concurría a la Escuela Leys de Cambridge).
Veamos esto en relación con el desarrollo individual. (Dicho sea de peso, me
he referido extensamente al tema, y me resulta difícil resumirlo, excepto a
modo de caricatura.) Pensemos en un bebé que está comenzando a sentir
hambre y se prepare para alga. Si el alimento llega, todo está bien. Pero si se
retrasa más de x minutos, cuando finalmente llega ya no tiene sentido para el
bebé. Surge aquí la pregunta: ¿cuán súbitamente se presenta el momento a
partir del cual el alimento carece de sentido?
Pensemos ahora en dos bebés: uno tiene dotes que con el tiempo le permitirán
alcanzar un CI elevado en un test, mientras que el otro tiene dotes inferiores al
promedio. El bebé bien dotado pronto llega a saber, guiándose por sonidos
distantes, que alguien está preparando su comida. Sin verbalizar, se dice a sí
mismo: "Esos ruidos me permiten predecir que seré alimentado; por lo tanto
esperemos y probablemente todo andará bien". El bebé escasamente dotado
depende en mayor medida de la capacidad de adaptación de su madre, y para
él el símbolo x equivale a una cifra más precisa.
¿Advierten ustedes, a partir de este ejemplo, cómo ayuda el intelecto a tolerar
la frustración? De aquí se deduce que una madre puede aprovechar las
funciones intelectuales de su bebé para liberarse de la carga que significa la
condición dependiente de éste. Se trata de algo normal, pero si asignamos al
bebé una dotación intelectual muy por encima del promedio, él y su madre
pueden confabularse para explotar ese intelecto, que queda entonces
escindido de la existencia y la vida psicosomáticas.
Añadamos a esto un elemento de dificultad en el ámbito psicosomático y el
bebé comenzará a desarrollar un falso self en función de una vida en la mente
escindida, mientras que el self verdadero será psicosomático y oculto, y tal vez
se pierda. De este modo mientras la matemática superior recibe un gran
impulso, el niño no sabe qué hacer con una moneda.
Una paciente que contribuyó a enseñarme todo esto aprendió con facilidad "EI
flautista de Hamelín" a los cinco o seis años, pero se sentía cada vez más
insegura de sí misma y finalmente se sometió a un tratamiento para perder su
capacidad intelectual escindida (de la que sus padres estaban orgullosos) y
descubrir su self verdadero. A los seis o siete años dictó a su niñera, para que
fuera incluida en la revista de la familia, la historia de una niña (evidentemente
ella misma) a quien le iba muy bien en la escuela pero que gradualmente fue
convirtiéndose en una deficiente mental. Tenía ya más de cincuenta años
cuando logró liberarse gracias al análisis.
Comprenderán ustedes que para mí el intelecto es algo excelente, pero en mi
trabajo veo cómo puede ser explotado, y en un informe descriptivo de la
personalidad tengo que tomar en cuenta los asombrosos logros del intelecto
escindido sin perder de vista la existencia psicosomática del individuo.
En otros tiempos—hace cien años—la gente hablaba de la mente y el cuerpo.
Para eludir la dominación del intelecto escindido tuvieron que postular la
existencia del alma. Hoy es posible comenzar por la psique del psiquesoma y, a
partir de esta base para la estructura de la personalidad, avanzar hacia el
concepto de intelecto escindido, que en los casos extremos y en una persona
muy bien dotada en lo que se refiere a materia gris, puede funcionar
brillantemente sin relacionarse mucho con el ser humano. Pero es el ser
humano quien, gracias a la acumulación de experiencias debidamente
asimiladas, puede alcanzar la sabiduría. El intelecto sólo sabe hablar de la
sabiduría. Viene al caso esta cita: "¿Cómo se hará sabio el que no sabe hablar
más que de novillos?" (Eclesiástico 38:25).
Por lo tanto, desde el punto de vista que adopto en esta exposición, en el
intelecto escindido no hay límite para sumas y restas o divisiones y
multiplicaciones, excepto el que puede establecer la computadora, que aquí
resulta ser el cerebro humano, el cual sin duda se parece mucho a las
computadoras que ustedes inventan y usan como parte de su especialidad.
Pero hay un límite para las sumas con las que un individuo puede sentirse
identificado, límite que corresponde a la etapa del desarrollo de la personalidad
que ese individuo ha alcanzado y puede mantener.
(Hemos abordado un tema muy vasto. El problema es que no sé dónde debo
detenerme. ¡Hay tanto para decir!)
Veamos ahora la división.
Para el intelecto escindido, la división no presenta dificultades. En realidad no
hay dificultades en esta área, salvo en lo que se refiere a computadoras y
programación. Esto no es vida, es algo escindido de la vida. Pero, ¿cómo llega
el individuo a la división? Basándose en el estado de unidad (logro fundamental
para la salud en el desarrollo emocional de todo ser humano), la personalidad
unitaria está en condiciones de identificarse con unidades más grandes, como
por ejemplo la familia, el hogar o la casa. Entonces la personalidad unitaria
pasa a ser parte de un concepto más amplio de totalidad. Y muy pronto será
parte de una vida social que se amplía constantemente, y de cuestiones
políticas, y (en el caso de unas pocas personas aquí y allá) de algo que puede
llamarse cosmopolitismo.
La base de esa divisibilidad es el self unitario, tal vez transferido (por temor a
un ataque) a Dios. De modo que volvemos al monoteísmo y a la asignación de
un significado a términos como "uno", "solo" y "únicamente". ¡Cuán pronto el
uno se divide en tres, la trinidad! Tres, el número más simple posible para una
familia.
Cuando ustedes enseñan aritmética, deben enseñar a los niños conforme se
presentan. Sin duda reconocerán tres tipos:
1. Los que comienzan fácilmente por uno.
2. Los que, al no haber alcanzado el estado de unidad, no comprenden el
significado de la palabra uno.
3. Los que manipulan conceptos y son refrenados por consideraciones triviales
sobre Libras, chelines y peniques.
Sin duda ustedes desearán iniciar a estos últimos en el uso de la regla de
cálculo y en el cálculo diferencial. ¿Por qué no pedirles que conjeturen en lugar
de emplear su computadora personal para calcular? No comprendo la razón de
que en aritmética se dé tanta importancia a la respuesta exacta. ¿Y el placer de
conjeturar?, ¿o de entretenerse con métodos ingeniosos? Supongo que
ustedes ya han tomado en consideración todas estas cosas en su teoría sobre
los métodos de enseñanza.
Lo que a mi juicio no deben esperar es que un niño que no ha alcanzado el
estado de unidad pueda disfrutar con pedazos y partes. Para él son aterradores
y representan el caos. ¿Qué hacer, entonces? En esos casos hay que dejar de
lado la aritmética y tratar de proporcionar el ambiente estable que quizás
(aunque de manera tardía y fatigosa) posibilita que en ese niño inmaduro se
produzca algún grado de integración personal. Tal vez el niño esté encariñado
con un ratón. Bien, ésta es buena aritmética, aunque un poco maloliente. A
través del ratón, el niño quizá llegue a la totalidad que no puede lograrse en el
self. También puede ocurrir que el ratón muera, lo cual es muy importante. Sólo
una totalidad puede morir. Dicho de otro modo, la totalidad de la integración
personal trae consigo la posibilidad y, por cierto, la certeza de la muerte; y con
la aceptación de la muerte puede sobrevenir un gran alivio, alivio del temor a
alternativas tales como la desintegración o los fantasmas, que implican la
persistencia de fenómenos espirituales cuando ya ha muerto la mitad somática
de la sociedad psicosomática. La actitud de los niños sanos ante la muerte es
mejor que la de los adultos.
Quizá sea útil hacer referencia a otro aspecto del desarrollo: la interacción de
los procesos personales con la provisión ambiental, que a veces se denomina
equilibrio entre naturaleza y crianza. Al reflexionar sobre este problema, la
mayoría de las personas tienden a tomar partido, pero no es necesario
inclinarse por la primera ni por la segunda.
El bebé humano hereda tendencias al crecimiento y el desarrollo, incluidos los
aspectos cualitativos de este último. Puede decirse que al año empleará tres
palabras, a los dieciséis meses comenzará a caminar y a los dos años hablará.
Se trata de nodos evolutivos (Greenacre), y es muy conveniente que el niño
alcance cada etapa evolutiva en el momento natural, dentro del lapso que
corresponde a cada nodo.
Esto es fácil de decir, pero omite un hecho importante, que es la dependencia.
La dependencia de la provisión ambiental es al principio casi absoluto; muy
pronto se convierte en relativo, y hay una tendencia general a la
independencia. La palabra clave en lo que se refiere al ambiente (y que
corresponde a la palabra "dependencia") es "confiabilidad": confiabilidad
humana, no mecánica.
El estudio de la adaptación de la madre a las necesidades del bebé es
fascinante y muestra que ella tiene al comienzo una gran capacidad de saber lo
que el bebé necesita gracias a que puede identificarse con él. Gradualmente se
des-adapta, podríamos decir, y lucha por liberarse de esta gravosa
preocupación por su bebé y por las necesidades de su bebé. Sin esta provisión
ambiental humana, al bebé le sería imposible concretar los progresos
evolutivos que ha heredado como tendencias. Todo esto que decimos de los
bebés puede aplicarse, con las modificaciones pertinentes, a la edad escolar.
De este campo de estudio tan complejo precede una cuestión que tiene que ver
con algo básico: el concepto de unidad.
Para el bebé hay primero una unidad que incluye a la madre. Si todo marcha
bien, llegará a percibir a la madre y a todos los demás objetos y a considerarlos
como no-yo, y habrá entonces yo y no-yo. (Yo puedo incorporar y contener
elementos no-yo, etc.) Esta etapa de los comienzos del yo soy sólo puede
concretarse en el autoafianzamiento del bebé en la medida en que la conducta
de la figura materna sea lo suficientemente buena (respecto de la adaptación y
la des-adaptación). En este sentido la madre es al principio un engaño que el
bebé tiene que ser capaz de rechazar, y debe ser reemplazada por la incómoda
unidad yo soy, que implica la pérdida de la unidad original fusionada, que es
segura. El yo del bebé es fuerte si el apoyo del yo de la madre lo ha hecho
fuerte; de lo contrario es débil.
¿Cómo afectan los trastornos en esta área el aprendizaje y la enseñanza de la
aritmética? Sin duda pueden afectar la relación entre el alumno y el maestro.
Todos los maestros deben ser capaces de reconocer las situaciones en las que
lo que les incumbe no es la enseñanza de su asignatura sino la psicoterapia, es
decir el completamiento de tareas incompletas que representan una falla de los
padres u otros familiares. La tarea a la que me refiero es la de apoyar al yo
cuando éste lo necesita. Lo contrario es reírse de los fracasos de un niño,
especialmente cuando son consecuencia del temor a progresar y triunfar.
Como bien sabemos, la relación entre el alumno y el maestro es siempre de
vital importancia. Es lo primero que mencionan los psiquiatras cuando hablan
de los problemas de la enseñanza. La falta de confiabilidad del maestro lleva a
la desintegración a casi todos los niños. Cuando un niño dice que la aritmética
(o la historia o la gramática) es difícil, lo primero que pensamos es que quizás
el maestro no sea adecuado. El sarcasmo de un maestro ha limitado el
aprendizaje de muchos niños. Sin embargo, no me apresuro a culpar al
maestro. A menudo el niño es inseguro o hipersensible y se vuelve suspicaz
por muy cuidadoso que sea el maestro. Cada caso debe ser examinado
cuidadosamente, porque nunca dos niños son iguales, aunque tengan ambos
dificultad para la matemática.
Desearía ahora ocuparme de la teoría de la enseñanza en relación con la
teoría del desarrollo individual, pero no me es posible. Diré, sin embargo, que
debe ser fascinante comprobar cómo, al enseñar matemática, uno puede
captar el impulso creativo, quizás el gesto lúdico, de un niño y a continuación
servirse de ese impulso y de la disposición del niño para proporcionarle todo lo
que puede obtener de la enseñanza, hasta que se agote momentáneamente su
disposición creativa. A veces esta tarea puede cumplirse mejor en la
enseñanza individual, sobre todo cuando es necesario reparar algo porque el
niño ha tenido experiencias desdichadas, incluso la experiencia de una mala
enseñanza, que es una forma de adoctrinamiento.
La creatividad es inherente al juego, y quizá se la encuentre sólo allí. El juego
de un niño puede consistir en mover ligeramente la cabeza de modo tal que, a
causa de la interacción de la cortina con una línea que hay en la pared del otro
lado de la ventana, por momentos ve una solo línea y por momentos ve dos.
Esto puede mantener ocupado a un niño (o a un adulto) durante horas.
¿Podrían decirme si un bebé al que se alimenta alternativamente con ambos
pechos tiene la noción de dos o se trata al comienzo de la repetición de uno?
Tal vez sean capaces de captar esas actividades lúdicas, pero no puedo
decirles cómo. Supongo que conocen las respuestas a estos problemas. En
cuanto a mí, creo que debo volver a mi especialidad, que es simplemente el
tratamiento psiquiátrico de niños y la elaboración de una teoría mejor, más
exacta y más útil del desarrollo emocional del individuo humano.
Finalmente me pregunto: ¿por qué la matemática es el mejor ejemplo de una
materia que sólo se puede enseñar sin saltear etapas? Si se omite alguna, el
resto no tiene sentido. La varicela, según creo, es responsable de muchos
fracasos en matemática (en el período lectivo de primavera), y si uno tiene
tiempo enseña al niño la parte que no podo aprender mientras permanecía en
su casa o en cuarentena.
Todo esto les parecerá a ustedes un embrollo. Pero a mí me satisface el simple
hecho de tomar parte en un ejercicio de fertilización cruzada. ¿Quién sabe qué
clase de híbrido puede resultar de ese mestizaje?

5. EL CONCEPTO DE FALSO SELF

(Borrador inconcluso de una conferencia pronunciada ante "El delito: un


desafío", grupo de la Universidad de Oxpord, en el All Souls College, Oxford,
29 de enero de 1964)

Como ya he tenido el honor de hablar en otra ocasión ante "El delito: un


desafío", sé que los oradores pueden elegir un tema no necesariamente
relacionado con el delito. Esto, sin embargo, me plantea un problema, ya que si
puedo hablar de cualquier cosa en absoluto, ¿cómo haré para elegir?
Hace seis meses, cuando me invitaron a presentarme como orador en el curso
del semestre, concebí la idea de referirme al concepto de self verdadero y
falso, y ahora debo convertirla en una contribución que consideren digna de ser
analizada.
Para mí es fácil hablarles sobre el delito porque sé que ustedes no son
delincuentes. Pero, ¿cómo haré para hablar del tema que he escogido sin que
parezca que estoy predicando un sermón, habida cuenta de que de un modo u
otro o en cierto grado todos estamos divididos en un self verdadero y un self
falso? De hecho, tendré que vincular lo normal con lo anormal, y debo pedirles
que me escuchen con paciencia si en el proceso parezco sugerir que todos
nosotros estamos enfermos o que las personas mentalmente enfermas son
cuerdas.
Convendrán ustedes en que la idea central no tiene nada de nuevo. A los
poetas, filósofos y profetas siempre les ha preocupado la idea de un self
verdadero, y traicionar el propio self ha sido un ejemplo típico de lo inaceptable.
Shakespeare, tal vez para evitar que se lo acusara de presumido, reunió un
conjunto de verdades y nos las transmitió por boca de un pelmazo llamado
Polonio. Podemos seguir su consejo: "Sobre todo sé franco contigo mismo, y
así no podrás ser falso con los demás; consecuencia tan indispensable como
que al día suceda la noche".
Ustedes podrían mostrar, citando a casi cualquier poeta destacado, que se
trata de un tema predilecto de las personas que sienten intensamente. También
podrían señalarme que las obras teatrales de nuestros días investigan la
verdadera esencia de lo que se presenta como formal, sentimental, exitoso o
zalamero.
Permítaseme suponer que el tema obsesiona a todos los adolescentes y que
incluso encuentra eco en los vastos recintos de los institutos de Oxford y
Cambridge. Tal vez a algunos de los presentes les preocupa su experiencia
personal del problema, como me ocurre a mí, pero les prometo que no ofreceré
soluciones. Si tenemos estos problemas personales debemos vivir con ellos y
esperar que el tiempo aporte algún tipo de evolución más bien que una
solución.
Ustedes saben que dedico mi tiempo a tratar pacientes (psicoanálisis y
psiquiatría infantil), y cuando mire a los que tengo a mi cargo actualmente, veo
el problema en todos ellos. Tal vez haya un vínculo entre el concepto de
madurez o salud personal adulta y la solución de este problema de
personalidad. Sólo después de muchos años de estar atrapados entre los
cuernos de un dilema,* súbitamente despertamos y descubrimos que el animal
era un unicornio.
En cierto modo lo que estoy diciendo es que cada cual tiene un self cortés y
socializado, y también un self privado

* Traducción literal, requerida aquí por el contexto, de un modismo inglés que


elude a la necesidad de elegir entre alternativas igualmente indeseables. [T.]

sólo accesible en la intimidad. Es lo que sucede habitualmente y podemos


considerarlo normal.
Si miran a su alrededor, verán que en la salud esta división del self es un logro
de la maduración personal; en la enfermedad es un cisma de la mente que
puede llegar a ser muy profundo: en el punto de máxima profundidad se
denomina esquizofrenia.
Estoy hablando, en consecuencia, de cuestiones corrientes que son también
cuestiones de enorme importancia y gravedad.
Mientras escribía estas líneas, tuve que hacer una pausa para atender a un
niño.
Es un varón de diez años, hijo de un colega, y tiene un problema apremiante.
Vive en un buen hogar, lo cual no impide que para él, como para otros, la vida
sea difícil. Su problema actual es que se ha producido un cambio en su
desempeño escolar, habitualmente poco exitoso. Ha comenzado a aprender y a
hacer las cosas bien. Todo el mundo está encantado y lo califican de "milagro
del siglo veinte” Pero hay una complicación. A ese cambio se suma otro que ya
no es tan bueno: no puede dormir. "El problema", les explicó a sus padres, que
son muy comprensivos, "es lo bien que me va en la escuela. Es terrible. Es
propio de nenas". Mientras yace con los ojos abiertos lo asaltan toda clase de
preocupaciones, incluso le preocupa la idea de que él y su padre van a morir.
Piensa mucho en un personaje de ficción que trabajó muy duro y murió a los 16
años. El muchacho fue muy claro en cuanto a la conexión entre sus
preocupaciones y el cambio operado en su carácter. Ocurrió cuando obtuvo por
primera vez un "bueno" en la escuela. Al bajar del ómnibus sintió de pronto una
nueva clase de miedo: miedo de que un hombre que vio se le acercara y lo
matara. Habla además una complicación: la idea de que lo mataran le resultaba
placentera. "No puedo dormir, explicó, porque si cierro los ojos me clavan un
puñal."
He omitido muchos detalles a fin de presentar este caso de modo que pueda
ser utilizado en este contexto. En una entrevista que transcurrió fluidamente, el
muchacho me contó sus sueños. Uno de ellos era especialmente importante.
Hizo un dibujo en el que él aparecía acostado en una coma junta a un asesino
y una espada; en otro se lo veía sentado, con mucho miedo, cubriendo su boca
con la mano, mientras el asesino se disponía a clavarle la espada. Se advierte
en estas escenas una mezcla de asesinato con ataque sexual simbólico, un
sueño que no es infrecuente en muchachos de esa edad. Lo importante es que
al hablarme de todo eso, este muchacho de diez años fue capaz de explicarme
que si se porta bien, él y su padre se llevan bien, pero después de algún tiempo
él comienza a perder su identidad. Cuando las cosas llegan a este punto se
vuelve provocativo y se niega tontamente a hacer lo que le ordenan. No le
agrada reñir con su padre y generalmente se las arregla para transferir el
problema a la escuela e irritar a sus maestros. Al obrar de esta manera se
siente real. Si se porta bien reaparece el sueño del asesino y él siente terror, no
tanto de que lo maten como de desear que lo maten, lo cual le hace sentir que
se identifica con las chicas y no con los varones.
Como ven, el muchacho tiene un problema, muy común por otra parte, pero
quizás a causa de que sus relaciones con sus padres son satisfactorias es
capaz de expresarse claramente.
Para decirlo del modo más simple, puede utilizar un self que agrada a todo el
mundo, pero esto lo hace sentirse terriblemente mal. Algunas personas se
sentirían irreales; el problema de este muchacho, en cambio, es que se siente
amenazado, como si fuera a convertirse en mujer o en la parte pasiva en un
ataque. Por lo tanto, siente una gran tentación de reafirmar algo que esté más
de acuerdo con un self verdadero y de ser siempre provocativo e
insatisfactorio, a pesar de que tampoco esto constituye una respuesta
adecuada a su problema.
Me he referido a este caso porque pienso que el muchacho es bastante normal
y porque ilustra la idea que ya he mencionado: que solucionar estos problemas
es una de las cosas que hacen los adolescentes. Tal vez ustedes adviertan el
mismo problema en personas que conocen y que podrían desempeñarse bien,
obtener buenas notas y cosas por el estilo, pero que de algún modo se sienten
irreales si lo hacen, de manera que para lograr sentirse reales se convierten en
miembros incómodos de la sociedad; se los puede ver obrando mal y
desilusionando a todo el mundo de forma casi deliberada.
Es lo que tienen de malo los exámenes, que, en cierto sentido, son siempre
ritos de iniciación. Los de ingreso en la escuela secundaria, para comenzar,
luego los de ingreso en la universidad y finalmente los que llevan a la obtención
de un título universitario. Pareciera que lo que se evalúa no es sólo la
capacidad intelectual del individuo —lo cual podría hacerse mejor con un test
de CI—sino también su capacidad de someterse y de soportar ser falso en
alguna medida a fin de conseguir, en relación con la sociedad, algo que pueda
usarse mientras se desarrolla la vida, una vez agotada la fase en que los
privilegios y obligaciones de un estudiante le proporcionan un lugar muy
especial, que lamentablemente no dura para siempre.
Probablemente adviertan ustedes que hay en el mundo algunas personas para
quienes es fácil ser sumisas en un grado limitado a fin de obtener ventajas
limitadas, mientras que a otras ese mismo problema les altera el ánimo.
Naturalmente, si alguien que se siente confuso ante estas cuestiones pide que
lo asesoren, el asesor debe tomar partido por el self verdadero, o como quieran
ustedes llamarlo. En todos los casos en que esta cuestión plantea un problema
insoluble, el observador debe respetar la integridad del individuo. No obstante,
si uno es el padre de un muchacho o una chica, espera que la batalla entre el
self verdadero y el falso no tenga que librarse en el territorio que definen las
palabras "enseñanza" y "aprendizaje". Hay tanto para ganar y tanto de qué
disfrutar en este ámbito, que es trágico para un progenitor presenciar cómo un
muchacho o una chica deben ser antisociales, o al menos lo contrario de
prosociales, en un período en que el individuo tiene la oportunidad de
enriquecerse culturalmente.
Tal vez entiendan mejor lo que estoy diciendo si ubico el problema en la
temprana infancia. Enseñamos a nuestros hijos pequeños a decir "gracias". En
realidad les enseñamos a decir "gracias" por cortesía y no porque lo sientan.
En otras palabras, les enseñamos buenos modales y esperamos que sean
capaces de decir mentiras, esto es, de ajustarse a las convenciones en la
medida necesaria para lograr que la vida sea manejable. Sabemos
perfectamente que un niño que dice "gracias" no siempre se siente agradecido.
La mayor parte de los niños son capaces de aceptar esta deshonestidad como
precio que debe pagarse por la socialización. Algunos nunca lo logran. Quizá
porque alguien trató de enseñarles a decir “gracias" demasiado pronto, o
porque ellos mismos quedaron fuertemente atrapados en este problema de
integridad. Sin duda hay niños que preferirían ser excluidos de la sociedad a
tener que decir mentiras.
Hasta ahora me he referido a los niños normales. Algo más allá están los que
tendrán una vida difícil a causa de la necesidad en que se encuentran de
establecer y restablecer la importancia del self verdadero en relación con todo
lo que sea falso. Creo que en general es exacto decir que aunque
habitualmente es posible transigir en la vida cotidiana, no ocurre lo mismo en
relación con algún ámbito al que se ha elegido dar un trato especial. Puede
tratarse de la ciencia, la religión, la poesía o los juegos. En el ámbito elegido no
hay posibilidad de transigir.
6. EL VALOR DE LA DEPRESION

(Trabajo presentado en la Asamblea General de la Asociación de Trabajadores


Sociales Psiquiátricos, septiembre de 1963)

El término "depresión" tiene un significado popular y otro psiquiátrico;


curiosamente, ambos son muy semejantes. Tal vez, si esto es así, haya una
razón que pueda enunciarse. El estado o trastorno afectivo que llamamos
depresión se acompaña de hipocondría e introspección; por lo tanto, la persona
deprimida es consciente de que se siente mal y también está demasiado
pendiente de su corazón, sus pulmones y su hígado, así como de sus dolores
reumáticos. En cambio, el término psiquiátrico "hipomanía", que quizás
equivalga a lo que los psicoanalistas llaman "defensa maníaca", implica que el
humor depresivo está siendo negado, y al parecer no tiene equivalente alguno
en el lenguaje popular. (El término griego hubris podría servir, pero parece
referirse más a la elación que a la hipomanía.)
La opinión que aquí sostengo es que la depresión tiene valor; sin embargo,
también es evidente que quienes están deprimidos sufren, pueden dañarse a sí
mismos o poner fin a su vida, y algunos de ellos son enfermos psiquiátricos.
Hay en todo esto una paradoja que me propongo examinar.
Los psicoanalistas y los trabajadores sociales psiquiátricos se ven llevados a
hacerse cargo de casos graves y a administrar psicoterapia pese a que ellos
mismos no están a salvo de la depresión. Y puesto que el trabajo constructivo
es uno de los mejores medios para librarse de ese estado, a menudo ocurre
que utilizamos nuestro trabajo con las personas deprimidas (y con otros
pacientes) para hacer frente a nuestra propia depresión.
Cuando estudiaba medicina me enseñaron que la depresión encierra en sí el
germen de la recuperación. Este es el punto luminoso en psicopatología, y
vincula la depresión con el sentimiento de culpa (la capacidad de sentir culpa
es señal de un desarrollo saludable) y con el proceso de duelo. También el
duelo tiende a la largo a completar su cometido. La tendencia innata a la
recuperación enlaza asimismo la depresión con el proceso madurativo que se
cumple durante la primera infancia y la niñez del individuo, proceso que (en un
ambiente facilitador) lleva a la madurez personal, que equivale a la salud.

DESARROLLO EMOCIONAL DEL INDIVIDUO

En un comienzo el bebé es el ambiente y el ambiente es el bebé. Mediante un


proceso complejo (que comprendemos sólo en parte y sobre el que tanto yo
como otros autores hemos escrito extensamente), el bebé excluye algunos
objetos, y luego el ambiente en su totalidad, de su self. Hay un estado
intermedio en el que los objetos con que se relaciona son objetos subjetivos.
Entonces el bebé se convierte en una unidad, al principio por momentos y más
tarde casi todo el tiempo una de las múltiples consecuencias de este nuevo
desarrollo es que el bebé llega a tener un interior. Entre lo que está adentro y lo
que está afuera comienza entonces un complejo intercambio que ha de
proseguir durante toda la vida y que constituye la principal relación del individuo
con el mundo. Esta relación es más importante incluso que la relación con
objetos y la gratificación de los instintos. El intercambio en ambas direcciones
incluye los mecanismos mentales llamados "proyección" e "introyección".
Posteriormente ocurren muchas cosas, muchísimas en realidad, pero sería
inadecuado tratarlas con mayor detalle en este contexto.
La fuente de estos desarrollos es el proceso madurativo innato del individuo,
facilitado por el ambiente. El ambiente facilitador es necesario, y si no es
suficientemente bueno, el proceso madurativo se debilita o decae (Me he
referido a menudo a estas cuestiones complejas)
De este modo surgen la estructura y la fortaleza yoicas, y progresivamente la
dependencia del nuevo individuo respecto del ambiente deja de ser absoluto y
cede su lugar a la independencia, que nunca llega a ser absoluto.
El desarrollo y consolidación de la fortaleza yoica es el indicio básico de la
salud. Naturalmente, el término "fortaleza yoica" va adquiriendo un significado
cada vez más amplio a medida que madura el niño, y al principio el yo solo es
fuerte porque recibe el apoyo del yo de la madre, quien durante cierto tiempo
es capaz de identificarse estrechamente con su bebé.
Se llega así a una etapa en la que el niño es ya una unidad, puede expresar yo
soy, tiene un interior, es capaz de dominar sus tempestades instintuales y de
contener las presiones y tensiones que surgen en su realidad psíquica interna.
El niño ha adquirido la capacidad de sentirse deprimido. Se trata de un logro
del desarrollo emocional.
Mi opinión sobre la depresión, por lo tanto, está estrechamente relacionada con
mi concepto de la fortaleza yoica, el afianzamiento del self y el descubrimiento
de la identidad personal, y es por eso que podemos examinar la idea de que la
depresión es valiosa.
En psiquiatría clínica la depresión puede presentar características que la
definen claramente como enfermedad, pero siempre, incluso en Los trastornos
afectivos graves, la presencia del humor depresivo proporciona cierta base a la
creencia de que el yo no está desorganizado y tal vez pueda mantener sus
posiciones, cuando no hallar algún tipo de solución a la guerra interna.

PSICOLOGIA DE LA DEPRESION

No todos admiten que exista una psicología de la depresión. Muchas personas


(entre ellas algunos psiquiatras) alientan una creencia casi religiosa en que la
depresión tiene una base bioquímica, o sea en el equivalente moderno de la
teoría de la bilis negra, que permitió que un genio del Medioevo acuñara el
término "melancolía". La idea de que hay una organización mental positiva
inconsciente que confiere un sentido psicológico al humor depresivo es muy
resistida. Pero en mi opinión, tanto el humor depresivo como sus diversas
impurezas, que originan rasgos patológicos, tienen un significado, y trataré de
exponer una parte de lo que sé al respecto. (Lo que sé se basa en lo que he
descubierto en mi trabajo aplicando mis propias teorías, inspiradas en la obra
de Freud, Klein y varios otros pioneros.)
Naturalmente, detrás de todo esto se oculta el odio. Tal vez lo difícil sea aceptar
ese odio, aunque el humor depresivo implica que el odio está bajo control. Lo
que vemos es el esfuerzo clínico por controlar.

Un caso simple de depresión asociada con psiconeurosis

Una muchacha de catorce años fue llevada al Hospital de Niños de Paddington


Green a causa de una depresión lo bastante intensa como para perjudicar
seriamente su desempeño escolar. En una entrevista psicoterapéutica que se
extendió por espacio de una hora, la muchacha describió e ilustró con dibujos
una pesadilla en la que su madre era atropellada por un auto. El conductor del
auto tenía puesta una gorra como la que usaba su padre.
Como explicación de que se le hubiera ocurrido la idea de la muerte de su
madre, le interpreté su intenso amor por su padre, y también que lo que
aparecía representado con características de violencia era el coito. Ella
comprendió que el amor y la tensión sexual habían determinado la pesadilla.
Aceptó entonces el hecho de que odiaba a su madre, a quien estaba muy
apegada. Su estado de ánimo mejoró. Volvió a su casa libre de depresión y
pudo disfrutar otra vez de Las actividades escolares. La mejoría se mantuvo.

Este caso pertenece al tipo más simple. Cuando una persona tiene un sueño,
lo recuerda y lo relata en forma adecuada, está demostrando su capacidad de
hacer frente a las tensiones internas que se manifestaron en el sueño. El sueño
de esa muchacha, que ella no sólo relató sino también dibujó, da cuenta de su
fortaleza yoica y, a través de su contenido, proporciona una muestra de la
dinámica de su realidad psíquica interna.
Con referencia a este caso podríamos decir que el odio reprimido y el deseo de
muerte en la posición heterosexual determinaron la inhibición de los impulsos
instintuales. Pero al expresarnos de ese modo omitiríamos lo más
característico, es decir la depresión, la renuncia a vivir de la muchacha. De
cobrar ella vida, su madre hubiera resultado dañada. Vemos aquí un
sentimiento de culpa que se anticipa a los hechos.

EL SELF COMO UNIDAD

Si no se oponen al empleo de diagramas, les diré que es útil representar al


individuo como una esfera o un círculo. Dentro del círculo se produce la
interacción de fuerzas y objetos que constituye la realidad interna del individuo
en este momento. Los detalles de ese mundo interior hacen que se asemeje a
un mapa de Berlin, en el que el Muro simboliza un lugar para las tensiones del
mundo.
En el diagrama, la niebla que cubre la ciudad—si es que hay niebla en Berlin—
representa la depresión. Todo se hace más lento y se aproxima a un estado de
no-vida. Ese estado de inercia relativa controla todas las cosas y, en los seres
humanos, desdibuja los instintos y debilita la capacidad de relacionarse con
objetos externos. Gradualmente la niebla se hace menos espesa en algunos
lugares, o incluso comienza a desvanecerse. Entonces pueden producirse
fenómenos sorprendentes y provechosos, como el resquicio en el Muro durante
la Navidad. La intensidad de la depresión disminuye y la vida recomienza aquí
y allá, donde la tensión es menor. Se producen nuevos arreglos, un alemán del
Este huye a Alemania occidental y quizás un alemán occidental se traslada al
Este. De un modo u otro hay intercambios y llega un momento en que la
depresión puede cesar sin riesgo. En el ejemplo humano, el equivalente del
Muro se habrá corrido un tanto hacia el Oeste o hacia el Este, cosa que no
puede suceder en Berlin.
La depresión y su término dependen de la disposición de los elementos
internos buenos y malos; es la estructuración de una guerra. Es como la mesa
del comedor en la que un niño ha dispuesto su fortín y sus soldaditos.
Las niñas tienden a preservar el carácter subjetivo —no específico—de esos
elementos porque son capaces de pensar en posibles embarazos y bebés. Los
bebés contrarrestan naturalmente la idea de un interior sin vida. Ese potencial
de las niñas provoca la envidia de los varones.
Lo que aquí tomamos en cuenta no es tanto la angustia y su contenido como la
estructura yoica y la economía interna del individuo. Una depresión que
sobreviene, se prolonga por un tiempo y finalmente cesa indica que la
estructura yoica no ha cedido durante una fase crítica. Es un triunfo de la
integración.

NATURALEZA DE LA CRISIS

Sólo podemos referirnos brevemente al modo como comienzan las crisis y a lo


que puede aliviarlas.
La causa principal de la depresión es una experiencia inédita de la
destructividad y de las ideas destructivas que acompañan al amor. Estas
experiencias requieren una reevaluación interna, y lo que percibimos como
depresión es esa reevaluación.
En cuanto a las cosas que pueden servir para aliviarla, esforzarse por levantar
el ánimo de la persona deprimida no es una de ellas. No es útil tratar de
alegrarla ni hacer saltar sobre las rodillas a un niño deprimido, ofrecerle dulces
o señalar un árbol y decir: "¡Mire qué hermosas se ven esas trémulas hojas
verdes!". La persona deprimida sólo ve un árbol mustio y hojas inmóviles. O no
ve hojas sino apenas un brezal marchito y ennegrecido y un árido paisaje. Nos
pondremos en ridículo si tratamos de alegrarla.
Lo que da resultado es una buena persecución: la amenaza de una guerra, por
ejemplo, o una enfermera rencorosa en el hospital psiquiátrico, o una traición.
En estos casos el fenómeno malo externo puede utilizarse como lugar para una
parte de la maldad interna y producir alivio mediante la proyección de Las
tensiones internas; la niebla puede empezar a desvanecerse. Pero sería difícil
prescribir el mal. (Tal vez el electroshock sea el mal deliberadamente prescrito
y dé a veces por eso mismo un buen resultado clínico, sin dejar de ser, no
obstante, un engaño si pensamos en función del dilema humano.)
Pero podemos ayudar a una persona deprimida adoptando el principio de que
debe tolerarse la depresión hasta que ceda espontáneamente y reconociendo
el hecho de que sólo la recuperación espontánea resulta satisfactoria para el
individuo. Ciertas condiciones apresuran o retardan el proceso o influyen en
Los resultados. La más importante es el estado de la economía interna del
individuo. Ese estado, ¿es precario?, ¿o hay una reserve de elementos
benignos en las fuerzas que se enfrentan en la perpetua neutralidad armada de
la economía interna?
Para nuestra sorpresa, puede ocurrir que al salir de una depresión una persona
sea más fuerte, más sabia y más estable de lo que era anteriormente. En gran
parte esto depende de que la depresión haya estado libre de lo que podríamos
denominar "impurezas". Trataré de explicar en qué consisten esas impurezas.

IMPUREZAS DE LA DEPRESION

1. En esta categoría incluiré todas las fallas de la organización del yo que


indican una tendencia del paciente a un tipo más primitivo de enfermedad: la
esquizofrenia. En estos casos existe una amenaza de desintegración, y son
Las defensas psicóticas (escisión, etc.) Las que determinan el cuadro clínico,
en el que se observan escisión, despersonalización, sentimientos de irrealidad
y falta de contacto con la realidad interna. La depresión puede complicarse con
un elemento esquizoide difuso, lo que justifica que se hable de "depresión
esquizoide". El término implica que se mantiene cierto grado de organización
general del yo (depresión) a pesar de la amenaza de desintegración
(esquizoide).
2. En esta segunda categoría incluiré a Los pacientes que, aunque conservan
la estructura yoica que posibilita la existencia de la depresión, tienen ideas
delirantes de persecución. La presencia de ideas delirantes indica que el
paciente está utilizando factores externos adversos o bien el recuerdo de
ciertos traumas para obtener alivio ante la intense actividad de las
persecuciones internas, cuya amortiguación provoca el humor depresivo.
3. En esta tercera categoría me refiero a los pacientes que obtienen alivio al
permitir que sus tensiones internas se manifiesten como síntomas
hipocondríacos. Pueden aprovechar la existencia de una enfermedad somática,
o bien, como en el caso de las ideas delirantes de persecución (categoría 2), la
enfermedad puede ser imaginada o producida por alteración de los procesos
fisiológicos.
4. En esta categoría me refiero a un tipo distinto de impureza, que en
psiquiatría se llama hipomanía y al cual elude el término psicoanalítico defensa
maníaca. En este caso la depresión existe pero es negada o anulada. Todos
los aspectos de la depresión (inercia, pesadez, oscuridad, seriedad) se
reemplazan con los opuestos (actividad, liviandad, luminosidad, ligereza). Es
una defensa útil, pero que tiene su precio: el retorno de la inevitable depresión,
que deberá soportarse en privado.
5. En esta categoría me refiero a la psicosis maníaco-depresiva, que presenta
alguna semejanza con el paso de la depresión a la defensa maníaca, pero en
realidad es muy diferente a causa de un rasgo particular: la disociación entre
ambos estados. En la psicosis maníaco-depresiva el paciente está o bien
deprimido, porque se esfuerza por controlar una tensión interior, o bien
maníaco, porque se encuentra poseído y activado por algún aspecto de la
tense situación interior. En cada uno de estos estados, no está en contacto con
la condición que corresponde al estado opuesto.
6. Aquí me refiero a la exageración de las fronteras del yo, producto del temor a
caer en mecanismos esquizoides de escisión. Clínicamente el resultado es una
rígida organización de la personalidad según una pauta depresiva; ésta puede
persistir sin cambios durante largo tiempo e incorporarse a la personalidad del
paciente.
7. En el mal humor y la melancolía hay una especie de "retorno de lo
reprimido". Aunque el odio y la destrucción están controlados, el estado clínico
que resulta del ejercicio de ese control es en sí mismo insoportable para
quienes están en contacto con el paciente. El estado de ánimo es antisocial y
destructivo, pese a que el odio del paciente es indisponible y estable.
No me es posible desarrollar más extensamente estos temas aquí y ahora. Lo
que deseo destacar es que la "pureza" del humor depresivo pone de manifiesto
la fortaleza del yo y la madurez del individuo.

RESUMEN
La depresión corresponde a la psicopatología. Aunque puede ser grave e
invalidante y durar toda la vida, con frecuencia es un estado de ánimo pasajero
que afecta a personas relativamente saludables. En el extremo de la
normalidad la depresión, que es un fenómeno muy común, casi universal, se
relaciona con el duelo, con la capacidad de experimentar culpa y con el
proceso de maduración. En todos los casos implica fortaleza yoica, por lo que
tiende a disiparse, y la persona deprimida tiende a recuperarse en lo que
concierne a la salud mental.
7. AGRESION, CULPA Y REPARACION

(Conferencia pronunciada en la Liga Progresista, 8 de mayo de 1960)

Deseo valerme de mi experiencia como psicoanalista para exponer un tema


recurrente en el trabajo analítico que ha tenido siempre gran importancia.
Concierne a una de las raíces de la actividad constructiva: la relación entre
construcción y destrucción. Tal vez ustedes lo reconozcan al punto como un
tema desarrollado principalmente por Melanie Klein, quien reunió sus ideas al
respecto bajo el título de "La posición depresiva en el desarrollo emocional". No
viene al caso establecer si es o no un título acertado. Lo importante es que la
teoría psicoanalítica evoluciona en forma constante, que Melanie Klein fue
quien tomó la destructividad existente en la naturaleza humana y empezó a
explicarla y a encontrarle un sentido desde el punto de vista psicoanalítico. Fue
un adelanto importante, acaecido en la década siguiente a la Primera Guerra
Mundial; muchos de nosotros tenemos la impresión de que no podríamos haber
llevado a cabo nuestro trabajo sin este agregado importante a lo dicho por
Freud acerca del desarrollo emocional del ser humano. Melanie Klein amplió lo
enunciado por Freud sin alterar los métodos de trabajo del analista.
Podría suponerse que el tema atañe a la enseñanza de la técnica
psicoanalítica. Si no me equivoco, esto no les molestaría a ustedes. Empero,
creo sinceramente que es un tema de vital importancia para toda la gente
pensante, sobre todo porque enriquece nuestra comprensión del significado de
la expresión "sentimiento de culpa", asociando a éste, por un lado, con la
destructividad y, por el otro, con la actividad constructiva.
Todo esto parece bastante simple y obvio: surge la idea de destruir un objeto,
aparece un sentimiento de culpa y el resultado es un trabajo constructivo; pero
si ahondamos en la cuestión descubrimos que es mucho más compleja.
Cuando se intenta ofrecer una descripción completa del tema, se debe recordar
que el momento en que esta secuencia simple empieza a cobrar sentido, a ser
realidad o a tener importancia constituye un logro dentro del desarrollo
emocional del individuo.
Es típico de los psicoanalistas que, al tratar de abordar un tema como éste,
siempre piensen en función del individuo en proceso de desarrollo, lo cual
significa remontarse a una etapa muy temprana de su vida para ver si se puede
determinar el punto de origen. Por cierto que la más temprana infancia podría
concebirse como un estado en que el individuo es incapaz de sentirse culpable.
En consecuencia, y refiriéndonos siempre a una persona sane, cabe suponer
que más adelante podrá tener o experienciar un sentimiento de culpa quizá sin
registrarlo como tal en su conciencia. Entre estos dos puntos se extiende un
período en que la capacidad de experienciar un sentimiento de culpa está en
vías de establecerse. A él me referiré en esta disertación.
Aunque no es necesario dar edades y fechas, diría que a veces los
progenitores pueden detectar los inicios de un sentimiento de culpa antes que
su hijo cumpla un año, si bien nadie pensaría que la técnica de aceptación de
una responsabilidad plena por las ideas destructivas propias queda firmemente
establecida en el niño antes de los cinco años. Al ocuparnos de este desarrollo,
sabemos que hablamos de la niñez en su totalidad y, en particular, de la
adolescencia... y si hablamos de la adolescencia también nos referimos a los
adultos, porque ningún adulto lo es en todo momento. Las personas no se
limitan a tener su edad cronológica; hasta cierto punto, tienen todas las edades,
o no tienen ninguna.
Diré de paso que, a mi entender, nos resulta relativamente fácil llegar a la
destructividad que llevamos dentro cuando la vinculamos a la rabia por una
frustración o al odio contra algo que desaprobamos, o cuando es una reacción
ante el miedo. Lo difícil es que cada individuo asuma plena responsabilidad por
la destructividad personal que en forma inherente atañe a una relación con un
objeto percibido como bueno o, dicho de otro modo, con la destructividad que
se relaciona con el amor.
Aquí viene al caso hablar de integración, porque si es dable imaginar una
persona totalmente integrada, esa persona asumirá plena responsabilidad por
todos los sentimientos e ideas propios del estar vivo. En cambio, la integración
fallará si nos vemos obligados a encontrar los objetos que desaprobamos fuera
de nosotros y a un precio: la pérdida de aquella destructividad que en realidad
nos pertenece.
Por eso digo que todo individuo debe desarrollar la capacidad de
responsabilizarse por la totalidad de sus sentimientos e ideas. La palabra
"salud" (en el sentido de una buena salud) está estrechamente ligada al grado
de integración que posibilita asumir esta responsabilidad plena. La persona
sana se caracteriza, entre otras cosas, por no tener que aplicar en gran medida
la técnica de la proyección para hacer frente a sus propios impulsos y
pensamientos destructivos.
Comprenderán que paso por alto las etapas más tempranas, lo que podríamos
llamar los aspectos primitivos del desarrollo emocional. No hablo de las
primeras semanas o meses de vida, porque un derrumbe en esta área del
desarrollo emocional básico ocasionaría una enfermedad mental que requeriría
la internación del individuo; me refiero a la esquizofrenia, que no entra en el
tema de esta disertación. Aquí doy por sentado que en cada caso los padres
han provisto lo imprescindible para que el bebé inicie una existencia individual.
Lo que quiero decir podría aplicarse tanto al cuidado de un niño normal durante
una etapa determinada de su desarrollo como a una fase del tratamiento de un
niño o adulto, pues en psicoterapia nunca sucede nada verdaderamente nuevo.
En el mejor de los casos, alguna parte del desarrollo de un individuo que no
había sido completada originariamente se completa, hasta cierto punto, en el
curso del tratamiento.
A continuación citaré algunos ejemplos tomados de tratamientos
psicoanalíticos, en los que omitiré todo detalle ajeno a la idea que procuro
exponer.

Caso I

Este ejemplo ha sido extraído del análisis de un hombre que ejerce la


psicoterapia. Empezó una sesión contándome que había ido a ver el modo
como se desempeñaba en sus tareas un paciente suyo; en otras palabras,
había abandonado el rol del terapeuta que trata al paciente en el consultorio y
lo había visto en su logar de trabajo. El paciente tenía mucho éxito en su
trabajo, que era muy especializado y requería movimientos muy rápidos.
Durante las sesiones de terapia, el paciente también ejecutaba movimientos
rápidos (que en ese ámbito carecían de sentido) y se revolvía en el diván como
un poseso. Mi paciente dudaba de si había sido acertado o no visitar a su
paciente en el lugar de trabajo, aunque creía probable que tal acción lo había
beneficiado a él.
A continuación se refirió a sus propias actividades durante las vacaciones de
Pascua. Tiene una casa de campo, le gustan mucho los trabajos físicos,
cualquier actividad constructiva y los aparatos y herramientas, que sabe usar.
Me describió diversos sucesos de su vida doméstica que no creo necesario
relatar con todo su colorido emocional; diré tan sólo que volvió a referirse a un
tema que ha tenido importancia en la fase más reciente de su análisis, y en el
que desempeñan un gran papel varios tipos de herramientas mecánicas. En
camino hacia mi consultorio, suele detenerse a contemplar una máquina-
herramienta expuesta en una vidriera cercana a mi casa y provista de unos
dientes espléndidos. Este es el modo como mi paciente llega hasta su agresión
oral, al impulso de amor primitivo con toda su crueldad y destructividad.
Podríamos llamarlo "comer" [eating]. En su tratamiento tiende a esta crueldad
del amor primitivo y, como supondrán, la resistencia a enfrentarla era tremenda.
(Diré de paso que este hombre conoce la teoría y podría ofrecer una buena
explicación intelectual de todos estos procesos, pero hace psicoanálisis de
posgrado porque necesita ponerse verdaderamente en contacto con sus
impulsos primitivos, no como una cuestión mental, sino como una experiencia
instintiva y una sensación corporal.) En la hora de sesión pasaron muchas
otras cosas, incluido un examen de la pregunta: ¿podemos comer nuestra torta
y, al mismo tiempo, tenerla?*

Sólo deseo extraer de este caso la siguiente observación: cuando salió a la luz
este material nuevo, relacionado con el amor primitivo y la destrucción del
objeto ya se había hecho alguna referencia al trabajo constructivo. Cuando le
hice al paciente la interpretación de que necesitaba de mí y quería destruirme
"comiéndome", pude recordarle lo que él había dicho acerca de la construcción.
Le recordé que así como él había visto a su paciente desempeñando su
trabajo, advirtiendo entonces que sus movimientos espasmódicos tenían
sentido dentro de su oficio, yo podría haberlo visto a él trabajando en su jardín
y utilizando artefactos mecánicos para embellecerlo. Podía abrir brechas en las
paredes y talar árboles, disfrutando enormemente con ello, pero esta misma
actividad, aislada de su meta constructiva, habría sido un episodio maníaco
carente de sentido. Esta es una característica constante de nuestro trabajo y
constituye el tema de mi disertación de hoy.
Tal vez sea cierto que los seres humanos no pueden tolerar la meta destructiva
presente en su forma más temprana de amar. Sin embargo, el individuo que
trata de llegar hasta ella puede tolerar la idea de su existencia si comprueba
que ya tiene a mano una meta constructiva, que otra persona puede recordarle.
Al decir esto, pienso en el tratamiento de una paciente mía. En una etapa inicial
de su terapia cometí un error que estuvo a punto de arruinarlo todo: interpreté
el sadismo oral, o sea el acto de devorar cruelmente el objeto, como
perteneciente a una forma primitiva del amor. Poseía muchas evidencias de
ello y mi interpretación fue en verdad acertada... pero la di demasiado pronto:
tendría que haberla formulado diez años después. Aprendí la lección. En el
largo tratamiento siguiente la paciente se reorganizó y se convirtió en una
persona real e integrada, capaz de aceptar la verdad con respecto a sus
impulsos primitivos. Al cabo de diez o doce años de análisis diario, estuvo
preparada para recibir esa interpretación.
* Traducimos literalmente esta preglinta para que se note su nexo con la
referencia al acto de "comer". Es un dicho popular inglés cuyo equivalente en
español podría ser “no se puede oír misa y andar en la procesión". [T.]

Caso II

Al entrar en mi consultorio, un paciente vio un grabador que me habían


prestado. Esto le inspiró algunas ideas. Mientras se acostaba en el diván y
cobraba fuerzas para la hora de trabajo analítico que tenía por delante, me dijo:
"Me gustaría suponer que una vez terminado el tratamiento, lo que haya
ocurrido aquí conmigo tendrá valor para el mundo de un modo u otro". Anoté
mentalmente que este comentario podría indicar que el paciente estaba al
borde de otro de esos ataques de destructividad que yo había debido tratar,
una y otra vez, en sus dos años de terapia. Antes de que transcurriera la hora
de sesión, el paciente accedió en verdad a un nuevo conocimiento de la envidia
que me tenía por ser un analista relativamente bueno. Tuvo el impulso de
darme las gracias por ser bueno y capaz de hacer lo que él necesitaba que yo
hiciera. GA habíamos pasado por todo esto en otras ocasiones, pero ahora el
paciente estaba más en contacto con sus sentimientos destructivos hacia lo
que podría denominarse un objeto bueno. Una vez que quedó plenamente
establecido todo esto, le recordé su esperanza—expresada al entrar en el
consultorio y ver el grabador—de que su tratamiento en sí resultara valioso y
constituyera un aporte al acervo general de las necesidades humanas. (Por
supuesto no era necesario que yo se lo recordara, pues lo importante era lo
que había sucedido y no la discusión de lo que había sucedido)
Cuando relacioné estos dos puntos, mi paciente dijo que mi interpretación le
parecía correcta pero que habría sido horrible si yo la hubiese hecho
basándome en su primer comentario, o sea si le hubiese dicho que su deseo
de ser útil indicaba un deseo de destruir. Era preciso que él llegara
primeramente al afán destructivo pero, eso sí, que lo hiciera a su modo y en el
momento que le resultara oportuno. No cabe duda de que, si pudo acceder a
un contacto más íntimo con su destructividad, fue gracias a su capacidad de
pensar que en definitiva lo suyo seria una contribución. Pero el esfuerzo
constructivo es falso—y esta falsedad es peor que la falta de sentido a menos
que, como dijo mi paciente, el individuo llegue primero a establecer contacto
con su destructividad. Le pareció que cuanto había hecho hasta entonces en la
terapia carecía de bases adecuadas y, como él mismo me lo recordó, en
realidad venía a tratarse conmigo para sentar esas bases.
Diré de paso que este hombre ha hecho un trabajo muy bueno, pero siempre
que se acerca al éxito experimenta un sentimiento creciente de futilidad y
falsedad, una necesidad de demostrar que no vale. Esta pauta ha regido su
vida.

Caso III

Una colega comenta el caso de un paciente suyo, que accede a un material


que podría interpretarse correctamente como un impulso de robarle a su
analista. De hecho, tras haber pasado por la experiencia de un buen trabajo
analítico, le dijo: “Ahora he descubierto que la odio por su agudeza intelectual,
que es justamente lo que necesito que usted me dé. Siento el impulso de
robarle ese don, o lo que sea, que la capacita para hacer este trabajo". Ahora
bien, estas palabras habían sido precedidas por un comentario, dicho al pasar,
sobre lo agradable que sería ganar más dinero para poder pagar unos
honorarios más altos. Aquí vemos lo mismo que en el caso anterior: el individuo
alcanza una plataforma de generosidad y la usa de tal modo, que desde el la
se puede vislumbrar la envidia y el impulso de robar y de destruir al objeto
bueno, todos ellos subyacentes bajo esa generosidad y correspondientes a la
forma primitiva de amar.

Caso IV

He extraído la siguiente viñeta de la extensa descripción del caso de una


adolescente cuya terapeuta es a la vez su cuidadora: la muchacha se aloja en
el hogar de la terapeuta, quien cuida de ella como si fuera una hija más. Este
régimen de atención tiene sus ventajas y desventajas.
La adolescente había padecido una enfermedad grave y, en la época en que
ocurrió el incidente que relataré, salía de un largo período de regresión a la
dependencia y a un estado infantil. Podría decirse que ya no había regresión
en su relación con el hogar y la familia, pero todavía se encontraba en un
estado muy especial en el reducido ámbito de las sesiones vespertinas de
terapia que se efectuaban dentro de un horario fijo.
Llegó un momento en que la adolescente expresó el odio más profundo hacia
su terapeuta-cuidadora, la señora X. Todo iba bien durante el resto de las 24
horas, pero en la sesión de terapia la muchacha destruía total y reiteradamente
a la señora X. Resulta difícil dar una idea de hasta qué punto la odiaba como
terapeuta y, de hecho, la aniquilaba. Este caso no era similar al del terapeuta
que iba a ver al paciente en su lugar de trabajo, por cuanto la señora X. tenía a
la joven bajo su cuidado constante; ambas mantenían dos relaciones
independientes y simultáneas.
Durante el día comenzaron a suceder toda clase de incidentes novedosos. La
adolescente empezó a manifestar su deseo de ayudar a limpiar la casa, lustrar
los muebles y ser útil. Esta ayuda era algo absolutamente nuevo; nunca había
integrado la pauta personal de la muchacha cuando vivía en su propio hogar, ni
aun antes de contraer aquella enfermedad grave.
Creo que debe haber pocos adolescentes que hayan prestado tan escasa
ayuda efectiva en su hogar: ni siquiera ayudaba a lavar la vajilla. Esta
colaboración fue, pues, un rasgo muy novedoso en ella. Emergió calladamente,
por decirlo así, como un elemento paralelo a la destructividad total que la
adolescente empezaba a descubrir en los aspectos primitivos de su amor, a los
que accedía en su relación con la terapeuta durante las sesiones.
Como ven, aquí se repite la misma idea que afloró en los casos anteriores. Por
supuesto, la toma de conciencia de la destructividad por parte de la paciente
posibilitó la actividad constructiva manifestada durante el día, pero en este
momento quiero que ustedes vean el proceso a la inversa: las experiencias
constructivas y creativas posibilitaban el acceso de la adolescente a la
experiencia de su destructividad.
Observarán que de estos ejemplos se extrae un corolario: el paciente necesita
tener una oportunidad de contribuir, de cooperar en algo, y es aquí donde el
tema de mi disertación se enlaza con la vida cotidiana. La oportunidad de
practicar una actividad creativa, un juego imaginativo, un trabajo constructivo,
es precisamente lo que tratamos de proporcionar a todas las personas de
manera equitativa. Volveré sobre esto más adelante.
Ahora intentaré agrupar las ideas expuestas en forma de casos ilustrativos.
Estamos tratando un aspecto del sentimiento de culpa que nace de la
tolerancia de nuestros impulsos destructivos en la forma primitiva del amor.
Dicha tolerancia genera algo nuevo: la capacidad de disfrutar de las ideas, aun
cuando lleven en sí la destrucción, y de las excitaciones corporales
correspondientes. (Hay una correspondencia mutua entre estas excitaciones y
las ideas.) Tal avance proporciona espacio suficiente para la experiencia de
preocupación, base de todo lo constructivo.
Notarán que podemos utilizar varios pares de términos, según la etapa de
desarrollo emocional que describamos:

Aniquilación creación
Destrucción re-creación
Odio amor fortalecido
Crueldad ternura
Ensuciar limpiar
Dañar reparar
etcétera.

Permítanme formular mi tesis del siguiente modo. Si les agrada, pueden


observar cómo una persona hace una reparación y comentar con sagacidad:
"`Ajá! Eso indica una destrucción inconsciente". Empero, si proceden así no
prestarán gran ayuda al mundo. La alternativa es interpretar esa reparación
como un acto mediante el cual esa persona está fortaleciendo su self,
posibilitando así la tolerancia de su destructividad inherente. Supongamos que
ustedes bloquean la reparación de algún modo. Esa persona quedará
incapacitada, hasta cierto punto, para responsabilizarse de sus impulsos
destructivos y, desde el punto de vista clínico, el resultado será la depresión o
una búsqueda de alivio mediante el descubrimiento de la destructividad en otra
parte (o sea, utilizando el mecanismo de la proyección).
Concluiré esta breve exposición de un tema muy extenso enumerando algunas
aplicaciones cotidianas del trabajo en que se funda lo dicho hasta aquí:

1. La oportunidad de contribuir, de un modo u otro, ayuda a cada uno de


nosotros a aceptar esa destructividad básica, vinculada con el amor, que es
parte integral de nosotros mismos y que llamamos "comer".
2. Proporcionar esa oportunidad y ser perceptivo cuando alguien tiene
momentos constructivos no siempre da resultado; es comprensible que así sea.
3. Si le damos a alguien esa oportunidad de contribuir, podemos obtener tres
resultados:
a) Era exactamente lo que esa persona necesitaba.
b) El individuo da un uso falso a la oportunidad y sus actividades constructivas
cesan, porque él siente que son falsas.
c) Si le ofrecemos una oportunidad a un individuo incapaz de acceder a su
destructividad personal, lo sentirá como un reproche y el resultado será
desastroso desde el punto de vista clínico.
4. Podemos utilizar las ideas aquí tratadas para obtener cierta comprensión
intelectual acerca del modo como actúa un sentimiento de culpa cuando está a
punto de transformar la destructividad en constructividad. (Debo señalar que el
sentimiento de culpa al que me refiero suele ser silencioso y no consciente. Es
un sentimiento latente, anulado por las actividades constructivas. El sentimiento
de culpa patológico, que se percibe como una carga consciente, es harina de
otro costal.)
5. A partir de esto llegamos a comprender, en cierta medida, la destructividad
compulsiva que puede aparecer en cualquier parte, pero que es un problema
específico de la adolescencia y una característica constante de la tendencia
antisocial. La destructividad, aun siendo compulsiva y engañosa, es más
sincera que la constructividad, cuando ésta no se funda como corresponde en
un sentimiento de culpa derivado de la aceptación de los propios impulsos
destructivos, dirigidos hacia un objeto que se considera bueno.
6. Estas cuestiones se relacionan con los procesos importantísimos que se
desarrollan (de manera poco discernible) cuando una madre y un padre
proporcionan a su hijo recién nacido un buen punto de partida para su vida.
7. Por último, llegamos al fascinante y filosófico interrogante: ¿podemos comer
nuestra torta y, al mismo tiempo, tenerla?
8. LA DELINCUENCIA JUVENIL COMO SIGNO DE ESPERANZA

(Conferencia pronunciada en el Congreso de Subdirectores de Reformatorios,


reunidos en el Kina Alfred's College, Winchester, abril de 1967)

Aunque el título de mi conferencia consignado en el programa es "La


delincuencia juvenil como signo de esperanza", preferiría hablarles de la
"tendencia antisocial". La razón es que este término puede aplicarse a ciertas
tendencias que de tanto en tanto se observan en el extremo normal de la
escala, en nuestros propios hijos o en niños que viven en buenos hogares, y es
aquí donde mejor se advierte la relación que a mi juicio existe entre la tenden-
cia antisocial y la esperanza. Cuando el muchacho o la niña ya se han
endurecido a causa de la falta de comunicación (al no reconocerse el pedido de
auxilio que encierra el acto antisocial), cuando los beneficios secundarios han
adquirido importancia y se ha alcanzado una gran destreza en alguna actividad
antisocial, es mucho más difícil advertir (pese a que aún está allí) el pedido de
auxilio revelador de la esperanza que alienta en el muchacho o la niña
antisociales.
Otra cosa que deseo aclarar es que sé que yo no podría hacer el trabajo que
ustedes hacen. Mi temperamento no es el adecuado y, de cualquier modo, no
tengo la estatura ni la corpulencia necesarias. Tengo ciertas habilidades y cierta
clase de experiencia, y está por verse si es posible tender un puente entre las
cosas de las que tengo algún conocimiento y la tarea que ustedes realizan. Tal
vez lo que tengo para decir no afecte en modo alguno lo que ustedes harán
cuando vuelvan a sus ocupaciones. O tal vez lo afecte de manera indirecta,
porque a veces debe parecerles un insulto a la naturaleza humane el hecho de
que la mayoría de los muchachos y chicas con quienes tratan tiendan a ser un
fastidio. Ustedes procuran relacionar la delincuencia que ven todos los días con
temas generales como la pobreza, la vivienda inadecuada, los hogares
deshechos y una falla de la provisión social. Desearía creer que como
resultado de lo que voy a exponer serán capaces de percibir un poco más
claramente que en cada uno de los casos que llegan hasta ustedes hubo un
comienzo, y que inicialmente hubo una enfermedad, y que el muchacho o la
chica se convirtió en un niño deprivado. En otras palabras, lo que ocurrió en
determinado momento tenía sentido, aunque para cuando el individuo es con-
fiado al cuidado de ustedes habitualmente ese sentido se ha desvanecido.
Una cosa más que quiero dejar en claro tiene que ver con el hecho de que soy
psicoanalista. No es mi intención afirmar categóricamente que el psicoanálisis
esté en condiciones de hacer un aporte directo al tema que nos ocupa.
Suponiendo que lo esté, corresponde atribuirlo a la labor desarrollada
recientemente, labor en la que he tomado parte formulando una teoría cuyo
valor reside en que es correcta y que en alguna medida deriva del fondo de
comprensión que ha aportado el psicoanálisis.
Llegamos así al principal enunciado que me propongo hacer, de ningún modo
complejo. En mi opinión, que se basa en la experiencia (pero, lo admito sin
reservas, en la experiencia con niños más pequeños, que se hallan más
próximos al comienzo de su problema y que no provienen de las peores
condiciones sociales), la tendencia antisocial está intrínsecamente vinculada a
la deprivación. En otras palabras, no se debe tanto a una falla general de la
sociedad como a una falla específica. En relación con los niños a los que me
estoy refiriendo, puede decirse que las cosas marcharon lo suficientemente
bien y después no marcharon lo suficientemente bien. Sobrevino un cambio
que alteró por completo la vida del niño, y ese cambio ambiental se produjo
cuando el niño tenía suficiente edad como para darse cuenta de lo que estaba
sucediendo. No se trata de que pueda venir aquí y darnos una conferencia
sobre sí mismo, sino de que, en condiciones adecuadas, es capaz de
reproducir lo que ocurrió, porque por entonces estaba lo suficientemente
desarrollado como para comprenderlo. Dicho de otro modo, en condiciones
especiales de psicoterapia es capaz de evocar, a través del material aportado
en sus juegos, sus sueños o su charla, los rasgos esenciales de la deprivación
original.
Quisiera establecer un contraste entre esto y los trastornos ambientales
ocurridos en una etapa más temprana del desarrollo emocional. Un bebé
deprivado de oxígeno no anda por ahí tratando de convencer a alguien de que
si hubiera habido suficiente oxígeno todo habría estado bien. Los trastornos
ambientales que alteran el desarrollo emocional de un bebé no dan origen a la
tendencia antisocial; producen alteraciones de la personalidad que desem-
bocan en una enfermedad de tipo psicótico, de modo que el niño será propenso
a la enfermedad mental o bien andará por la vida con ciertas distorsiones en la
prueba de realidad, tal vez con la clase de distorsiones que se consideran
aceptables. La tendencia antisocial no se relaciona con la privación sino con la
deprivación.
Lo que caracteriza a la tendencia antisocial es que impulso al muchacho o la
chica a retroceder a un tiempo o un estado anterior al de la deprivación. Un
niño que es deprivado experimenta primero una ansiedad impensable y luego
se reorganiza gradualmente, hasta alcanzar un estado completamente neutral;
obedece porque no es lo bastante fuerte como para hacer otra cosa. Ese
estado puede ser muy satisfactorio desde el punto de vista de los que lo tienen
a su cargo. Luego, por alguna razón, surge la esperanza, lo que significa que el
niño, sin tener conciencia de lo que ocurre, se siente impulsado a retroceder a
una época anterior a la de la deprivación, y a anular, por lo tanto, el temor a la
ansiedad o confusión impensable que experimentó antes de que se organizara
el estado neutral. Este es el engañoso fenómeno que deben conocer quienes
custodian a los niños antisociales para poder encontrar sentido a lo que sucede
a su alrededor. Cada vez que la situación permite a un niño alentar nuevas
esperanzas, la tendencia antisocial se constituye en un rasgo clínico y el niño
se vuelve difícil.
Llegados a este punto, es necesario que se entienda que estamos hablando de
dos aspectos de una misma cosa: la tendencia antisocial. Desearía vincular
uno de esos aspectos a la relación del niño pequeño con su madre, y el otro a
un desarrollo posterior: la relación del niño con su padre. El primero concierne
a todos los niños; el segundo concierne más especialmente a los varones. El
primero tiene que ver con el hecho de que la madre, al adaptarse a las
necesidades de su pequeño hijo, le permite descubrir objetos creativamente,
promoviendo así el uso creativo del mundo. Cuando esto no sucede, el niño
pierde contacto con los objetos, y por tanto la capacidad de descubrir
creativamente. En un momento de esperanza extiende la mano y roba un
objeto. Se trata de un acto compulsivo y el niño no sabe por qué lo ha hecho. A
menudo lo irrita sentirse compelido a hacer cosas sin saber por qué.
Naturalmente, la estilográfica robada en Woolworths no es satisfactoria: no es
el objeto que buscaba, y de cualquier modo lo que busca no es un objeto sino
la capacidad de descubrir. No obstante, puede sentir la satisfacción propia de lo
que se hace en un momento de esperanza. Robar una manzana en un huerto
está más en un punto límite. Puede estar madura y sabrosa y resultar divertido
escapar a la persecución del granjero. Pero también puede suceder que esté
verde y produzca dolor de estómago al comerla, o que el muchacho tire las
manzanas que ha robado en lugar de comerlas, o que organice el robo sin
correr el riesgo de escalar él mismo la pared. En esta secuencia es posible
observar la transición desde la travesura normal hasta el acto antisocial.
De modo que si examinamos esta primera expresión de la tendencia antisocial,
nos encontramos con algo lo bastante común como para ser considerado
normal. Nuestro propio hijo se siente con derecho a tomar un bollo de la
despensa, o nuestro pequeño de dos años revisa la cartera de su madre y saca
unas monedas. En un extremo de la gama descubriremos algo que está
tomando la forma de un acto compulsivo carente de sentido e incapaz de
brindar una satisfacción directa pero que se va transformando en una destreza,
mientras que en el otro extremo observaremos algo que sucede una y otra vez
en cada familia: un niño reacciona ante una privación relativa con un acto
antisocial y los padres responden con una indulgencia temporaria que puede
ayudar al niño a superar esa fase difícil.
Aunque el principio es el mismo, me referiré también a la deprivación en
relación con el niño y su padre. El niño —en este caso diré el varón, ya que,
incluso si se trata de una niña, estoy hablando del varón que hay en ella—
comprueba que tener sentimientos agresivos o ser agresivo no presenta
riesgos a causa del marco familiar, que es una representación localizada de la
sociedad. La confianza de la madre en su esposo o en la ayuda que recibiría, si
la pidiera, de la sociedad local, o quizá del policía, le permite al niño explorar
toscamente actividades destructivas relacionadas con el movimiento en
general, y también, más específicamente, la destrucción relacionada con la
fantasía que se acumula en torno del odio. De este modo (gracias a la
seguridad del medio, al apoyo que el padre presto a la madre, etc.), el niño
puede hacer algo muy complejo: integrar todos sus impulsos destructivos con
sus impulsos de amor. El resultado, cuando todo marcha bien, es que el niño
reconoce la realidad de las ideas destructivas inherentes a la vida, al hecho de
vivir y amar, y encuentra el modo de proteger de sí mismo a las personas y
objetos que valora. Organiza su vida constructivamente para poder tolerar la
destructividad tan real que persiste en su mente. Para poder lograrlo en el
curso de su desarrollo necesita indefectiblemente un medio que sea
indestructible en sus aspectos esenciales. Sin duda las alfombras se ensucian
y el empapelado de las paredes debe renovarse y de vez en cuando se rompe
un vidrio de una ventana, pero de algún modo el hogar se mantiene unido, y
detrás de todo esto está la confianza del niño en la relación entre sus padres; la
familia es una empresa en marcha. Cuando se produce una deprivación en
forma de una ruptura, sobre todo si los padres se separan, ocurre algo muy
grave en la organización mental del niño. De pronto sus ideas e impulsos
agresivos dejan de ser inocuos. Pienso que lo que sucede es que el niño
asume de inmediato el control que ha quedado vacante y se identifica con el
sistema, con lo que pierde su propia impulsividad y espontaneidad. El exceso
de ansiedad le impide entonces emprender una experimentación que le
permitiría aceptar su agresividad. Al igual que en el primer tipo de deprivación,
sigue un período, bastante satisfactorio desde el punto de vista de los que
están a cargo, en el que el niño se identifica más con ellos que con su propio
self inmaduro.
En este caso la tendencia antisocial lleva a que el niño, cada vez que despierta
en él la esperanza de que se restablezca la seguridad, se redescubra a sí
mismo, lo cual implica el redescubrimiento de su agresividad. Por supuesto, él
no sabe qué ocurre; simplemente comprueba que ha lastimado a alguien o que
ha destrozado una ventana. Por lo tanto, en este caso la esperanza no
determina un pedido de auxilio bajo la forma de un robo, sino bajo la forma de
una agresión repentina. La agresión suele ser absurda y carente de toda lógica,
y preguntarle al niño agresivo por qué rompió la ventana es tan inútil como
preguntarle al que ha robado por qué se apoderó del dinero.
Estas dos formas clínicas que puede asumir la tendencia antisocial están
vinculadas entre sí. En general el robo se relaciona con una deprivación más
temprana desde el punto de vista del desarrollo emocional que el acceso de
agresividad. La reacción de la sociedad ante estos dos tipos de conducta
antisocial provocada por la esperanza no difiere sustancialmente. Cuando un
niño roba o comete una agresión, la sociedad no sólo tiende a no percibir el
mensaje, sino que se siente movida (casi sin excepción) a actuar en forma
moralizadora. La reacción espontánea más común es castigar el robo y el
acceso maníaco, y se realizan todos los esfuerzos posibles para obligar al
joven delincuente a dar una explicación basada en la lógica, la cual, en
realidad, es ajena a la cuestión. Después de algunas horas de un insistente
interrogatorio, comprobación de huellas digitales, etc., los niños antisociales
producen algún tipo de confesión y explicación simplemente para poner fin a
una indagación interminable e intolerable. Esa confesión no tiene valor, sin
embargo, porque aunque es posible que incluya algunos dates verdaderos, no
dice nada sobre la verdadera causa, sobre la etiología del trastorno. En
realidad, el tiempo que se emplea en arrancar confesiones y en diligencias
probatorias es tiempo desperdiciado.
Aunque lo que se ha dicho hasta aquí quizá no influya en el manejo cotidiano
de un grupo de muchachos o de chicas, debemos examinar la situación para
ver si en ciertas circunstancias es posible hallar una aplicación práctica para la
teoría. ¿Le sería posible, por ejemplo, a una persona que tiene a su cargo a un
grupo de muchachos delincuentes promover contactos personales de índole
terapéutica? En cierto sentido todas las comunidades son terapéuticas,
siempre y cuando funcionen. Los niños no sacan ningún provecho de vivir en
un grupo caótico, y tarde o temprano, ante la falta de una dirección firme, uno
de ellos se convertirá en un dictador. Sin embargo, el término "terapéutico"
tiene aun otro significado, que se relaciona con el hecho de colocarse uno
mismo en una posición en la cual pueda recibir comunicaciones procedentes
de un nivel profundo.
Tal vez en la mayoría de los casos sea imposible para las personas que están
permanentemente a cargo, hacer en sí mismos los ajustes necesarios que les
darían la posibilidad de conceder a un muchacho un período de psicoterapia o
de contacto personal. Ciertamente, yo no aconsejaría a nadie a la ligera que
intente el empleo de estos métodos. Pero al mismo tiempo creo que algunas
personas pueden manejar estas cuestiones y que los muchachos (o las chicas)
obtendrían provecho de tales sesiones terapéuticas especializadas. Lo que
corresponde destacar, en todo caso, es que la actitud de una persona es muy
distinta según que tenga a su cargo la dirección general o que establezca una
relación personal con un niño. Para comenzar, la actitud hacia las
manifestaciones antisociales es muy diferente en uno y otro case. Para quien
tiene un grupo a su cargo, la actividad antisocial es simplemente inaceptable.
En la sesión terapéutica, en cambio, la moralidad no viene al case, salvo la que
pueda manifestarse en el niño. La sesión terapéutica no apunta a investigar los
hechos, y a quienquiera que practique la psicoterapia le interesa, no la verdad
objetiva, sino lo que es real para el paciente.
Hay en esto algo que puede trasponerse directamente del psicoanálisis, ya que
los psicoanalistas saben muy bien que en algunas sesiones se los acusa de
cosas que no han hecho. Un paciente acusará a su analista de haber cambiado
deliberadamente de lugar algún objeto con el propósito de desconcertarlo, o se
manifestará convencido de que el analista prefiere a otro paciente, etc. Me
estoy refiriendo a lo que se denomina "transferencia delirante". Un analista que
no sabe defenderse dirá espontáneamente que el objeto está en el mismo lugar
que el día anterior, o que ha sucedido por error, o que él se esfuerza al máximo
por tratar de igual modo a todos sus pacientes. Si así lo hace, estará
desaprovechando el material que le brinda el paciente. El paciente está
experimentando en el presente algo que era real en algún momento de su
pasado, y la aceptación por el analista del rol que se le asigna llevará a que el
paciente abandone sus ideas delirantes. Dada la necesidad en que se
encuentra el analista de aceptar el rol que se le asigna, debe ser muy difícil
pasar del rol de dirigir un grupo al de aceptar a un individuo, pero quien sea
capaz de hacerlo obtendrá una valiosa recompense. A quien desee intentarlo
es menester advertirle, sin embargo, que esa tarea debe asumirse con total
seriedad. Si se ha de ver a un muchacho todos los jueves a las tres de la tarde,
esa cita es sagrada y debe cumplirse a rajatabla. Si la cita no es confiable y en
consecuencia predecible, el muchacho no podrá servirse de allá. Por supuesto
que, cuando comience a creer que es confiable, lo primero que hará será
desperdiciarla. Cosas como ésta deben ser aceptadas y toleradas. Para
desempeñar este rol de terapeuta no se necesita ser listo. Todo lo que se
necesita es estar dispuesto a involucrarse, en el horario especial reservado
para ello, en lo que sea que esté presente en el niño en ese momento o en lo
que sea que surja de su cooperación inconsciente, lo cual pronto se
desarrollará y dará lugar a un poderoso proceso. Es este proceso que tiene
lugar en el niño lo que hace que las sesiones sean valiosas.

DEBATE

En el debate que siguió, uno de los presentes formuló esta pregunta: ¿cómo
saber a quién escoger, de un grupo de muchachos, para este tratamiento
especial? Mi respuesta, que debía ser breve, fue que uno elegiría
probablemente a un muchacho que poco antes se hubiera puesto
especialmente difícil. Este problema clínico especial, o bien acarrea la
aplicación de un castigo, con el consiguiente endurecimiento, o bien se
interpreta como una comunicación indicativa de una nueva esperanza. La
cuestión es, ¿esperanza de qué?, ¿de hacer qué? Es una pregunta difícil de
contestar. El niño, sin saberlo, espera encontrar a alguien que lo escuche
mientras retrocede hasta el momento de la deprivación o hasta la fase en que
la deprivación se afirmó como una realidad ineludible. Lo que nosotros
esperamos es que pueda volver a experimentar, en relación con la persona que
está actuando como psicoterapeuta, el intenso sufrimiento que siguió
inmediatamente a la reacción provocada por la deprivación. Tan pronto como el
niño ha utilizado el apoyo que puede brindarle el terapeuta para revivir el
intenso sufrimiento de ese momento o período fatídico, surge el recuerdo de la
época anterior a la deprivación. De este modo, el niño recupera la capacidad
de descubrir objetos o la seguridad ambiental que perdió. Recupera una
relación creativa con la realidad externa o con el período en que la
espontaneidad, incluso cuando contenía impulsos agresivos, no implicaba
riesgo. Esta vez logra la recuperación sin robar ni agredir; es algo que le ocurre
automáticamente al experimentar lo que antes le resultaba intolerable: el
sufrimiento provocado por la deprivación. Con la palabra sufrimiento quiero
expresar confusión aguda, desintegración de la personalidad, caída
interminable, pérdida de contacto con el cuerpo, desorientación total y otros
estados semejantes. Una vez que hemos llevado al niño a esta zona
y él ha sido capaz de recordarla y de recordar lo que sucedió antes, no nos
resulta difícil comprender por qué los niños antisociales deben pasar toda su
vida buscando este tipo de ayuda. No pueden vivir en armonía consigo mismos
hasta que alguien haya retrocedido en el tiempo con ellos y les haya permitido
volver a vivir el resultado inmediato de la deprivación y, en consecuencia,
recordar.

El doctor Winnicott trató de aclarar aún más su posición presentando como


ejemplo el comienzo de una entrevista con un muchacho que había cometido
un robe. El muchacho se arrellanó en una silla que había sido dispuesta en el
consultorio para su padre. El padre se desempeñaba bien, en consideración al
niño, mientras que éste se aprovechaba de la situación y la dominaba.
Cualquier intento de encarrilarlo hubiese anulado la posibilidad de utilizar la
sesión en forma constructiva. Gradualmente, el niño se dedicó a una especie
de juego. El padre aceptó salir de la habitación y a continuación se estableció
entre el niño y el terapeuta una comunicación de profundidad creciente. Al cabo
de una hora aquél había recordado y descrito con mucho sentimiento el
momento difícil que no había sido capaz de manejar años antes, cuando se
había sentido abandonado en un hospital.
Esta descripción se proporcionó para mostrar cómo la persona que brinda
psicoterapia tiene que dejar de lado, mientras lo hace, todo lo que debe aplicar
cuando maneja a un grupo, aunque, por supuesto, al término de la sesión debe
retomar la actitud que posibilita el control del grupo. El doctor Winnicott reiteró
que no estaba seguro de que en los grupos de los establecimientos
correccionales fuera posible combinar el manejo general con la atención
individual, ni siquiera con uno o dos muchachos por vez. Creía, sin embargo,
que no carecía de interés el intento de describir las dificultades inherentes a tal
empresa y sus posibles beneficios.
9. VARIEDADES DE PSICOTERAPIA

(Conferencia pronunciada en la Asociación para Los Aspectos Sociales y


Médicos de la Enfermedad Mental, Cambridge, 6 de marzo de 1961)

Ustedes habrán oído hablar con mayor frecuencia de variedades de


enfermedad que de variedades de terapia. Naturalmente, ambas están
relacionadas y tendré que referirme primero a la enfermedad y luego a la
terapia.
Soy psicoanalista y no se molestarán si les digo que la formación psicoanalítica
es la base de la psicoterapia. Ella incluye el análisis personal del analista en
formación. Aparte de esta capacitación, la teoría y la metapsicología
psicoanalíticas influyen en toda psicología dinámica, sea cual fuere su escuela.
Con todo, hay muchas variedades de psicoterapia. Su existencia no debería
depender de las opiniones del profesional, sino de los requerimientos del
paciente o del caso. Digamos que en lo posible aconsejamos el psicoanálisis,
pero cuando éste es imposible o hay razones para desaconsejarlo, puede
idearse una modificación adecuada.
Aunque trabajo en el centro mismo del mundo psicoanalítico, tan sólo un
porcentaje muy pequeño de los muchos pacientes que, de un modo u otro,
llegan hasta mí reciben tratamiento psicoanalítico.
Podría hablar de las modificaciones técnicas requeridas para los pacientes
psicóticos o fronterizos, pero éste no es el tema que deseo tratar ante ustedes.
Me interesa especialmente la forma como un analista profesional puede utilizar
con eficacia otra técnica que no sea el análisis. Esto es importante cuando se
dispone de un tiempo limitado para el tratamiento, como sucede tan a menudo.
Con frecuencia esas técnicas parecen ser mejores que los tratamientos que, en
mi opinión, causan un efecto más profundo (me refiero a los psicoanalíticos).
Ante todo, permítanme enunciarles una característica esencial de la
psicoterapia: no se la debe mezclar con ningún otro tratamiento. Por ejemplo, si
adquiere importancia la idea de una posible aplicación de la terapia por
electroshock o shock insulínico, será imposible trabajar con el paciente porque
se altera todo el cuadro clínico. El paciente teme y/o anhela secretamente el
tratamiento físico y el psicoterapeuta nunca llega a habérselas con su problema
personal real.
Por otro lado, debo dar por sentado que se suministra una adecuada atención
física al organismo del paciente.
El siguiente paso consiste en preguntarnos cuál es nuestra meta. ¿Queremos
hacer lo más o lo menos que se pueda? En el psicoanálisis nos preguntamos:
¿cuánto podemos hacer? En el hospital donde trabajo adoptamos la posición
opuesta, ya que nuestro lema es: ¿qué es lo mínimo que necesitamos hacer?
Nos induce a tener siempre presente el aspecto económico del case, a buscar
la enfermedad central o social de una familia para no malgastar nuestro tiempo
(y el dinero de alguien) tratando a los personajes secundarios del drama
familiar. Lo expresado hasta aquí nada tiene de original, pero quizá les guste
oírselo decir a un psicoanalista, ya que los analistas son especialmente
propensos a empantanarse en tratamientos prolongados, durante cuyo
transcurso pueden perder de vista un factor externo adverso.
Por lo demás, entre las dificultades que tiene un paciente, ¿cuántas se deben
al simple hecho de que nadie lo ha escuchado nunca de manera inteligente?
Descubrí muy pronto, hace ya cuarenta años, que la recepción de la historia
clínica de la boca de la madre es de por sí una forma de psicoterapia, si se
efectúa correctamente. Debemos adoptar con naturalidad una actitud no
moralista y darle tiempo a la madre para expresar lo que tiene en mente.
Cuando concluya su exposición, tal vez añadirá: "Ahora comprendo de qué
modo los síntomas actuales encajan en la pauta global de la vida familiar de mi
hijo. Ahora puedo manejarlo, simplemente porque usted me dejó relatar toda la
historia a mi modo y tomándome mi tiempo". Esta cuestión no atañe
únicamente a los padres que traen a sus hijos a la consulta. Los adultos
expresan otro tanto acerca de sí mismos, y podría decirse que el psicoanálisis
es una largo, larguísima recepción de una historia.
Por supuesto, ustedes están al tanto del tema de la transferencia en el
psicoanálisis. En el medio psicoanalítico los pacientes traen muestras de su
pasado y de su realidad interior, y las exponen en la fantasía correspondiente a
su relación siempre cambiante con el analista. Así, poco a poco, lo inconsciente
puede hacerse consciente. Una vez iniciado este proceso y obtenida la
cooperación inconsciente del paciente, siempre hay mucho por hacer, de ahí la
extensión de los tratamientos corrientes.
Es interesante examinar las primeras entrevistas. El analista se cuida de ser
demasiado "inteligente" al comienzo de un tratamiento, por una buena razón. El
paciente trae a las primeras entrevistas toda su fe y su recelo con respecto al
analista, quien debe posibilitar que estos sentimientos extremos encuentren su
expresión real. Si hace demasiadas cosas al principio del tratamiento, el
paciente huirá o, impelido por el miedo, adquirirá una estupenda fe en su
terapeuta y quedará casi hipnotizado.
Antes de seguir adelante debo mencionar algunas otras premisas. No puede
haber ninguna área reservada en el paciente. La psicoterapia no formula
prescripciones con respecto a la religión, intereses culturales o vida privada del
paciente, pero si éste mantiene bajo llave (por decirlo así) una parte de sí
mismo está evitando la dependencia inherente al proceso terapéutico. Como
verán, esta dependencia lleva implícita la correspondiente confiabilidad
profesional del terapeuta, aun más importante que la confiabilidad del
facultativo en la práctica médica corriente. Es interesante señalar que el
juramento hipocrático, que echó las bases del ejercicio de la medicina,
reconoció este hecho con brutal claridad.
Por otra parte, según la teoría en la que se funda todo nuestro trabajo, un
trastorno que no tiene causas físicas (y que, por ende, es psicológico)
representa una traba en el desarrollo emocional del individuo. La meta de la
psicoterapia es pura y exclusivamente deshacer esa traba para posibilitar el
desarrollo allí donde, hasta entonces, éste fue imposible.
En un lenguaje diferente, aunque paralelo, el trastorno psicológico es sinónimo
de inmadurez, específicamente de inmadurez en el crecimiento emocional del
individuo, que incluye la evolución de su capacidad para relacionarse con las
personas y con el ambiente en general.
Para ser más claro, debo presentarles un panorama del trastorno psicológico y
las categorías de inmadurez personal, aunque ello implique una burda
simplificación de un tema muy complejo. Establecer tres categorías. La primera
trae a la memoria el término psiconeurosis. Abarca todos los trastornos de los
individuos que en las etapas tempranas de su vida recibieron cuidados
suficientemente buenos como para hallarse, desde el punto de vista de su
desarrollo, en condiciones de afrontar las dificultades inherentes a una vida en
plenitud y de fracasar, hasta cierto punto, en sus intentos de contenerlas. (Por
vida en plenitud se entiende aquella en la que el individuo domina sus instintos,
en vez de ser dominado por ellos.) Debo incluir en esta categoría las
variedades más "normales" de la depresión.
La segunda categoría nos recuerda la palabra "psicosis". En este caso algo
anduvo mal en los detalles más tempranos de la asistencia del bebé,
provocando una perturbación en la estructuración básica de su personalidad.
Esta falta básica, como la denominó Balint, puede haber producido una
psicosis durante la infancia o la niñez; también es posible que dificultades
ulteriores pongan en evidencia una falta [fault] en la estructura yoica que hasta
entonces había pasado inadvertida. Los pacientes comprendidos en esta
categoría nunca fueron lo suficientemente sanos como para volverse
psiconeuróticos.
Reservo la tercera categoría para los casos intermedios. Son individuos que
empezaron bastante bien, pero cuyo ambiente les falló en un momento dado, o
en forma reiterada, o durante un período prolongado. Son niños, adolescentes
o adultos que podrían afirmar con razón: “Todo marchó bien hasta..., y mi vida
personal no puede desarrollarse, a menos que el ambiente reconozca que está
en deuda conmigo". Por supuesto, no es habitual que la deprivación y el
sufrimiento consiguiente sean accesibles a la conciencia; por lo tanto, en vez
de un reclamo verbal, encontramos clínicamente una actitud que manifiesta
una tendencia antisocial y que puede cristalizar en la delincuencia y la
reincidencia en el delito.
Así, pues, por ahora están observando las enfermedades psicológicas desde el
extremo equivocado de tres telescopios. A través del primero ven la depresión
reactiva, relacionada con los afanes destructivos que acompañan los impulsos
amorosos en las relaciones entre dos cuerpos (básicamente, entre el bebé y la
madre), y la psiconeurosis, relacionada con la ambivalencia, o sea con la
coexistencia del amor y el odio, propia de las relaciones triangulares
(básicamente, entre el niño y los padres). Desde el punto de vista experiencial,
estas relaciones son a la vez heterosexuales y homosexuales, en proporciones
variables.
A través del segundo telescopio ven cómo el cuidado defectuoso del bebé
deforma las etapas más tempranas del desarrollo emocional. Admito que
algunos bebés son más difíciles de asistir que otros, pero como nuestra
intención no es echar culpas, podemos atribuir la enfermedad a una falla en la
asistencia del bebé. Vemos una falla [failare] en la estructuración del self
personal y en la capacidad del self para relacionarse con objetos que forman
parte del ambiente. Me gustaría excavar más este rico filón, junto con ustedes,
pero no debo hacerlo.
Este segundo telescopio nos permite ver las diversas fallas que dan origen al
cuadro clínico de esquizofrenia, o a las ocultas corrientes psicóticas que
perturban el flujo parejo de la vida en muchos de nosotros, que nos ingeniamos
para conseguir que nos rotulen de personas normales, sanas y maduras.
Cuando observamos las enfermedades de esta manera, sólo vemos
exageraciones de elementos de nuestro propio self; no vemos nada que
justifique la segregación del enfermo psiquiátrico. De ahí el gran esfuerzo y
tensión que exige el tratamiento o atención psicológicos de los enfermos,
cuando se lo prefiere a las drogas y a los denominados "tratamientos físicos".
El tercer telescopio nos aparta de las dificultades inherentes a la vida y nos
encamina hacia perturbaciones de otra naturaleza, por cuanto la persona
deprivada no puede llegar hasta sus propios problemas inherentes a causa de
cierto rencor, de una exigencia justificada para que se remedie un agravio casi
recordado. Probablemente, los aquí presentes no entramos en absoluto en esta
categoría. La mayoría de nosotros podemos decir: "Nuestros padres
cometieron errores, nos frustraron constantemente y les tocó en suerte
introducirnos en el principio de realidad, archienemigo de la espontaneidad, la
creatividad y el sentido de lo real, pero nunca realmente nos dejaron caer". Es
este dejar caer el que constituye la base de la tendencia antisocial. Por mucho
que nos desagrado ser despojados de nuestras bicicletas o tener que recurrir a
la policía para prevenir la violencia, vemos y comprendemos por qué ese niño o
adolescente nos obliga a afrontar un desafío, ya sea mediante el robo o la
destructividad.
He hecho todo cuanto las circunstancias me permitían para erigir un
fundamento teórico que sirva de base a mi breve descripción de algunas
variedades de psicoterapia.

CATEGORIA I
(psiconeurosis)

Si las enfermedades comprendidas en esta categoría requiriesen tratamiento,


desearíamos suministrar una terapia psicoanalítica, un encuadre profesional
que brinde confiabilidad y en el que lo inconsciente reprimido pueda hacerse
consciente. Esta transformación se provoca mediante la aparición, en la
"transferencia", de innumerables muestras de los conflictos personales del
paciente. En un caso favorable, las defensas contra la angustia originada en la
vida instintiva y su elaboración imaginativa pierden gradualmente su rigidez, y
van sometiéndose cada vez más al sistema de control deliberado del paciente.

CATEGORIA II
(falla en la asistencia y cuidados tempranos)

En tanto estas enfermedades requieran tratamiento, es preciso darle al


paciente la oportunidad de tener las experiencias propias de la infancia en
condiciones de dependencia extremo. Advertimos que tales condiciones
pueden encontrarse fuera de la psicoterapia organizada; por ejemplo, en la
amistad, el cuidado que se preste al individuo a causa de una enfermedad
física y las experiencias culturales (qua, en opinión de algunos, incluyen Las
llamadas "experiencias religiosas"). La familia que continúa cuidando de un hijo
le da reiteradas oportunidades de regresar a un estado de dependencia, y aun
de gran dependencia. En verdad, este seguir estando disponibles para
restablecer y realzar los elementos de cuidado que inicialmente
correspondieron al cuidado del bebé constituye una característica común de la
vida familiar, cuando se halla bien inserta en el media social. Coincidirán
conmigo en que algunos niños disfrutan de su familia y de su independencia
creciente, en tanto que otros continúan usando a su familia como recurso
psicoterapéutico.
Aquí entra en juego la asistencia social a cargo de profesionales como una
tentativa de ofrecer, en forma profesional, la ayuda que los progenitores, las
familias y las unidades sociales suministrarían de forma no profesional. Los
asistentes sociales en general no son psicoterapeutas, en el sentido con que
describí a éstos al hablar de los pacientes comprendidos en la categoría I, pero
sí lo son cuando atienden las necesidades de los pacientes de la categoría II.
Mucho de lo que una madre hace con su bebé podría denominarse "sostén". El
sostén efectivo es muy importante; es una tarea delicada, que sólo puede ser
llevada a cabo con delicadeza y por las personas adecuadas. Es más: una
interpretación cada vez más amplia del término incluye gran parte del
nutrimiento del bebé. El concepto de sostén acaba por abarcar todo manejo
físico, en tanto se adapte a Las necesidades de un bebé. El niño aprecia que
de a poco se le permita desprenderse, por la época en que Los padres le
presentan el principio de realidad, que al comienzo choca con el principio del
placer (omnipotencia abrogada). La familia continúa este sostén, y la sociedad
sostiene a la familia.
La asistencia social de casos individuales podría describirse como un aspecto
profesionalizado de esta función normal de Los progenitores y Las unidades
sociales locales, un "sostén" de personas y situaciones, mientras se da una
oportunidad a las tendencias de crecimiento. Dichas tendencias están
presentes en todo individuo y en todo momento, salvo cuando la desesperanza
generada por una falla ambiental reiterada ha llevado al individuo a un
retraimiento organizado. Las tendencias han sido descritas en términos de
integración, de conciliación y enlace entre la psique y el cuerpo, de desarrollo
de la capacidad de relacionarse con objetos. Estos procesos siguen su curso a
menos que sean bloqueados por fallas en el sostén y en la respuesta a los
impulsos creativos del individuo.

CATEGORIA III
(deprivación)

Cuando los pacientes se ven dominados por un área de deprivación de su


pasado, el tratamiento debe adaptarse por fuerza a este hecho. Como
personas pueden ser normales, neuróticas o psicóticas. Apenas si podemos
identificar la pauta personal porque, no bien empieza a revivir la esperanza, el
niño produce un síntoma (robar o ser robado, destruir o ser destruido) que
obliga al ambiente a reparar en él y actuar. La acción suele ser punitiva pero,
por supuesto, lo que necesita el paciente es un pleno reconocimiento y
resarcimiento de su deprivación. Como ya he dicho, muchas veces es
imposible hacer esto porque gran parte del proceso es inaccesible a la
conciencia; con todo, importa señalar que una investigación seria y profunda,
efectuada en las etapas tempranas de una trayectoria antisocial, brinda con
bastante frecuencia la pista y la solución del caso. Un estudio de la
delincuencia debería partir del estudio de los rasgos antisocial es de niños
relativamente normales, pertenecientes a hogares intactos. He notado que
muchas veces puede rastrearse la deprivación, así como el sufrimiento extremo
que causó y que alteró todo el curso del desarrollo del niño. (He publicado
casos y, si hay tiempo, citaré otros ejemplos.)
La cuestión es que todos los casos no tratados y los intratables quedan a cargo
de la sociedad. En ellos, la tendencia antisocial fue en aumento hasta
transformarse en una delincuencia estabilizada. En estos casos es preciso
suministrar ambientes especializados, que deben dividirse en dos clases:
1) Los que abrigan la esperanza de socializar a los menores a quienes
sostienen, y
2) aquellos cuyo único objeto es mantener en orden a sus menores para
proteger a la sociedad, hasta que esos muchachos y chicas sean demasiado
grandes para seguir internados y salgan al mundo convertidos en adultos que
se meterán en dificultades una y otra vez. Si se actúa con sumo rigor, estas
instituciones pueden funcionar a la perfección.
¿Se dan cuenta de que es muy peligroso basar un sistema de cuidado del
menor en la labor realizada en hogares para inadaptados y, especialmente, en
el manejo "exitoso" de los delincuentes en los centros de detención?
Fundándonos en lo antedicho, tal vez podamos comparar los tres tipos de
psicoterapia.
Se sobrentiende que el psiquiatra clínico tiene que ser capaz de pasar
fácilmente de un tipo de terapia a otro y, si es precise, de aplicarlos todos a la
vez.
En el caso de las enfermedades psicóticas (categoría II) debemos organizar un
"sostén" complejo que, de ser necesario, incluya la atención física. El terapeuta
o la enfermera profesional intervienen cuando el ambiente inmediato del
paciente no logra hacer frente a la situación. Como dijo un amigo mío ya
fallecido, John Rickman: "La locura es la incapacidad de encontrar a alguien
que nos aguante". Aquí entran en juego dos factores: el grado de enfermedad
del paciente y la capacidad de tolerancia de los síntomas que manifieste el
ambiente. Esto explica por qué andan sueltos por el mundo individuos más
enfermos que algunos de los internados en manicomios...
El tipo de psicoterapia al que me refiero puede parecerse a la amistad, pero no
lo es porque el terapeuta cobra honorarios y sólo ve al paciente por un tiempo
limitado, en sesiones concertadas de antemano. Además, lo trata por un lapso
limitado, por cuanto el objetivo de toda terapia es llegar a un punto en el que
acaba la relación, profesional: el paciente (en todos sus sentidos) toma el timón
de su vida y el terapeuta pasa a atender otro caso.
El terapeuta observa en su trabajo unas normas de conducta más elevadas
que en su vida privada (en esto se asemeja a otros profesionales). Es puntual,
se adapta a las necesidades de sus pacientes y, en su contacto con ellos, no
hurga en sus propias ansias frustradas.
Es obvio que los pacientes muy graves de esta categoría someten la integridad
del terapeuta a una gran tensión, por cuanto necesitan realmente el contacto
humane y la manifestación de sentimientos reales, pero también necesitan
confiar absolutamente en una relación que los coloca en una situación de
máxima dependencia. Las mayores dificultades surgen cuando el paciente ha
sido seducido en su infancia, pues en tal caso, durante el tratamiento,
experimentará por fuerza el delirio de que el terapeuta está repitiendo la
seducción. Su recuperación depende, por supuesto, de que se deshaga esta
seducción de la infancia que sacó prematuramente a ese niño de su vida
sexual imaginaria, para llevarlo a una vida sexual real, arruinando así el jugar
ilimitado, requisito primordial de todo niño.
En la terapia para enfermedades psiconeuróticas (categoría I) se puede
obtener con facilidad el medio psicoanalítico clásico ideado por Freud, pues el
paciente aporta al tratamiento cierto grado de fe y capacidad de confiar en su
analista. Cuando todo esto se da por sentado, el analista puede dejar que la
transferencia se desarrolle a su modo y, en vez de los delirios del paciente,
entrarán en el material de análisis sueños, ideas e imaginaciones expresados
de forma simbólica, que podrán ser interpretados conforme se vaya
desarrollando el proceso mediante la cooperación inconsciente del paciente.
Esto es todo cuanto puedo decir, por razonas de tiempo, acerca de la técnica
psicoanalítica. Se puede aprender y es bastante difícil, pero no es tan
agotadora como la terapia destinada a tratar los trastornos psicóticos.
Como ya he señalado, la psicoterapia para el tratamiento de una tendencia
antisocial sólo da resultado si el paciente está casi en los inicios de su
trayectoria antisocial, o sea, antes de que se hayan afianzado los beneficios
secundarios y las habilidades delictivas. Tan sólo en estas etapas iniciales el
individuo sabe que es un paciente y, de hecho, siente la necesidad de llegar
hasta las raíces de su perturbación. Cuando se puede aplicar este método de
trabajo, el terapeuta y su paciente emprenden una especie de investigación
policial valiéndose de cualquier pista disponible, incluido cuanto sepan acerca
de los antecedentes del caso. Trabajan en una delgada capa situada en un
nivel intermedio entre lo inconsciente profundamente enterrado, por un lado, y
la vida consciente y el sistema de la memoria del paciente, por el otro.
En las personas normales esta capa intermedia entre lo inconsciente y lo
consciente está ocupada por los intereses y aspiraciones culturales. La vida
cultural del delincuente es notoriamente escasa, porque sólo tiene libertad
cuando huye hacia el sueño no recordado o hacia la realidad. Cualquier intento
de explorar la zona intermedia no conducirá al arte, la religión o el juego, sino a
una conducta antisocial compulsiva, de por sí nada gratificante para el individuo
y dañina para la sociedad.
10. LA CURA

(Conferencia pronunciada ante médicos y enfermeras en la Iglesia de San


Lucas, Hatfield, el domingo de San Lucas, 18 de octubre de 1970)

Aprovechando la oportunidad que se me ha concedido, intentaré expresar


algunos de los pensamientos y sentimientos que, según creo, compartimos
todos nosotros.
Yo no me ocupo de la religión de la experiencia interna, que no es mi
especialidad, sino de la filosofía de nuestro trabajo como profesionales de la
medicina, una suerte de religión de la relación externa.
En el lenguaje que utilizamos, hay una buena palabra: cura. Si a esta palabra
se le permitiera hablar, sin duda nos contaría una historia. Las palabras son
valiosas en ese sentido; tienen raíces etimológicas, tienen una historia: como
los seres humanos, a veces deben luchar para establecer y mantener su
identidad.
En un nivel muy superficial, la palabra "cura" señala un común denominador de
la práctica religiosa y la práctica médica. Creo que, etimológicamente, significa
cuidado. A comienzos del siglo XVIII empezó a utilizarse para designar el
tratamiento médico, como en la expresión "cura hídrica". Un siglo más tarde
implicaba además un resultado favorable: la recuperación de la salud por el
paciente, la aniquilación de la enfermedad, la victoria sobre el espíritu del mal.

La frase
Que el agua y la sangre
Sean del pecado la doble cura

contiene ya algo más que una alusión al paso del cuidado al remedio, es decir,
a la transición a la que me estoy refiriendo aquí y ahora.
En el uso que se da al término en la práctica médica es posible advertir una
brecha entre las dos acepciones. El sentido de remedio, de erradicación de la
enfermedad y de su causa, tiende a prevalecer hay sobre el de cuidado. Los
médicos libran una constante batalla para lograr que el término siga
significando ambas cosas. El médico general cuida, podría decirse, pero debe
conocer remedies. El especialista, en cambio, se encuentra atrapado en
problemas de diagnóstico y erradicación de la enfermedad, y lo que debe
esforzarse por recordar es que también el cuidado forma parte de la práctica
médica. En la primera de estas posiciones extremos el médico es un trabajador
social y prácticamente pesca en los estanques que constituyen pesquerías
adecuadas para el sacerdote. En el otro extremo, el médico es un técnico, tanto
cuando diagnostica como cuando trata.
El campo es tan vasto que la especialización es inevitable. Sin embargo, en
nuestra calidad de sujetos pensantes no estamos eximidos de intentar un
enfoque holístico.
¿Qué es lo que necesita la gente de nosotros, médicos y enfermeras?, ¿qué es
lo que necesitamos de nuestros colegas cuando somos nosotros los
inmaduros, los enfermos, los ancianos? Estas condiciones—la falta de
madurez, la enfermedad, la vejez—provocan dependencia. Lo que se necesita,
por lo tanto, es confiabilidad. Como médicos, y también como enfermeras y
trabajadores sociales, estamos obligados a ser humanamente (no
mecánicamente) confiables, a llevar incorporada la confiabilidad en nuestra
actitud general. (Por el momento debo presumir que somos capaces de
reconocer la dependencia y de adaptarnos a lo que encontramos.)
Nadie discute el valor de los remedios eficaces. (Por ejemplo, la penicilina
salvó la vida de mi esposa y evitó que yo me convirtiera en un inválido.) La
ciencia aplicada en la práctica médica y quirúrgica debe darse por supuesta. Es
improbable que subestimemos el remedio específico. A partir de la aceptación
de este principio, sin embargo, el observador y el sujeto reflexivo pueden
avanzar hacia otras consideraciones.
El encuentro de la confiabilidad y la dependencia es el tema de esta charla.
Como pronto se verá, el tema presenta infinitas complejidades; por
consiguiente tendremos que fijar límites artificiales para definir áreas de
análisis.
Inmediatamente advertirán ustedes que este modo de hablar establece una
diferencia entre el médico que ejerce su profesión pura y simplemente y el que
lo hace en nombre de la sociedad.
Si bien es cierto que critico a la profesión médica, debo aclarar que me he
sentido orgulloso de formar parte de ella desde que me gradué, hace ya
cincuenta años, y que nunca guise ser otra cosa. Lo cual no me impide ver
defectos notorios en nuestras actitudes y reivindicaciones sociales, y puedo
asegurarles que veo también, y perfectamente, la viga en mi propio ojo.
Tal vez cuando somos pacientes advertimos con facilidad las faltas de nuestros
colegas, pero junta a esto corresponde señalar que cuando después de haber
estado enfermos recobramos la salud sabemos mejor que nadie lo que
debemos a médicos y enfermeras.
Por supuesto, no me estoy refiriendo a los errores. Personalmente he cometido
errores que me entristece recordar. Una vez, cuando aún no se había
descubierto la insulina, ahogué a un paciente diabético en un estúpido e
ignorante intento de seguir instrucciones de mis superiores. El hecho de que
esa persona hubiese muerto de todas maneras no me sirve de consuelo. E hice
cosas aún peores. Feliz del médico joven que no demuestra su ignorancia
antes de haberse labrado una posición entre los colegas que lo ayudarán a
enmendar sus errores. Pero éste es un tema que ha sido ya muy traído y
llevado. Aceptamos la falibilidad como parte de la naturaleza humana.
Desearía examinar el modo como ustedes y yo practicamos la medicina, la
cirugía y la enfermería cuando lo hacemos bien, no cuando acumulamos
material para el remordimiento.
¿Cómo haré para elegir? Me veo precisado a recurrir a la experiencia de tipo
especializado que he tenido, es decir, a la experiencia en el ejercicio del
psicoanálisis y de la psiquiatría de niños. Considero que la psiquiatría tiene la
posibilidad de brindar una realimentación may importante a la práctica médica.
El psicoanálisis no consiste tan sólo en interpretar el inconsciente reprimido;
consiste más bien en proporcionar un marco profesional a la confianza, en el
cual esa interpretación pueda llevarse a cabo.
Como médico comencé atendiendo a niños—y a sus padres—, y gradualmente
me convertí en psicoanalista. El psicoanálisis (como la psicología analítica)
está vinculado a una teoría y a la formación intensiva de un pequeño número
de individuos seleccionados y vocacionalmente motivados. El objetivo de la
formación es proporcionar una psicoterapia que cola en la motivación
inconsciente y que en lo esencial utiliza la llamada "transferencia". Etcétera.
A continuación enunciaré algunos principios que surgen de la clase de trabajo
que mis colegas y yo realizamos. He elegido seis categorías descriptivas:

1. Jerarquías.
2. ¿Quién es el enfermo? Dependencia.
3. Efecto en nosotros de la posición de cuidar-curar
4. Otros efectos.
5. Gratitud/propiciación.
6. Sostén. Facilitación. Maduración del individuo.

1. En primer lugar está la cuestión de las jerarquías. En nuestra especialidad


comprobamos que cuando estamos frente a un hombre, una mujer o un niño,
somos simplemente dos seres humanos de idéntico status. Las jerarquías se
desvanecen. Lo mismo da que yo sea un médico, un enfermero, un trabajador
social, un funcionario a cargo de un hogar para niños, o incluso un
psicoanalista o un sacerdote. Lo importante es la relación interpersonal con
todo su rico y complejo colorido humano.
Las jerarquías cumplen una función en la estructura social, pero no en la
confrontación clínica.
2. De aquí a la pregunta "¿cuál de los dos es el enfermo?" hay sólo un peso. A
veces es una cuestión de conveniencia. Es importante comprender que el
concepto de enfermedad y de estar enfermo proporciona un alivio inmediato
porque legitima la dependencia, y que quien consigue hacerse reconocer como
enfermo obtiene un beneficio específico. El hecho de decirle a otra persona
"Usted está enfermo" me pone en la posición de responder a una necesidad, es
decir, de adaptarme, preocuparme y ser confiable, de curar en el sentido de
cuidar. El médico, la enfermera o quien sea adopta con naturalidad una actitud
profesional ante el paciente, sin que ello implique un sentimiento de
superioridad.
¿Cuál de los dos es el enfermo? Casi podría decirse que el hecho de adoptar la
posición de curar es también una enfermedad, sólo que es la otra cara de la
moneda. Necesitamos a nuestros pacientes tanto como ellos nos necesitan a
nosotros. El rector de Derby citó hace poco a San Vicente de Paul, quien dijo a
sus seguidores: "Rogad para que los pobres nos perdonen por ayudarlos".
Podríamos rogar para que los enfermos nos perdonen por responder ante las
necesidades de su enfermedad. Estamos en un marco profesional, entonces el
sentido de la palabra debe ser explicado. En el presente siglo son los
psicoanalistas los que proporcionan esa explicación.
3. Podemos examinar ahora el efecto que asumir el rol de cuidador tiene en
nosotros, que nos preocupamos y cuidamos-curamos. Señalaré cinco aspectos
principales:
a) En el rol de cuidadores-curadores no somos moralistas. En nada
beneficiamos a un paciente si le decimos que su maldad le hizo enfermar,
como tampoco le sirve a un ladrón, un asmático o un esquizofrénico que lo
incluyamos en una categoría moral. El paciente sabe que nuestra misión no es
juzgarlo.
b) Somos absolutamente honestos, sinceros; cuando no sabemos alga,
reconocemos que no lo sabemos. Una persona enferma no podría soportar
nuestro miedo a la verdad. La profesión de médico no conviene a quien teme a
la verdad.
c) Nos volvemos confiables del único modo como podemos hacerlo dignamente
en nuestra tarea profesional. Lo importante es que siendo (profesionalmente)
confiables, protegemos a nuestros pacientes de lo impredecible. En muchos
casos el problema de los pacientes consiste precisamente en que, como parte
del patrón de su vida, han estado sometidos a lo impredecible. No podemos
ajustarnos a ese patrón. Detrás de la impredecibilidad acecha la confusión
mental, y detrás de ésta podemos encontrar el caos en lo que se refiere al
funcionamiento somático, es decir, una ansiedad impensable que es de orden
físico.
d) Aceptamos el amor y el odio del paciente, y nos sentimos afectados por
ellos, pero no los provocamos ni esperamos obtener de una relación
profesional satisfacciones emocionales (amor u odio) que deberían lograrse en
nuestra vida privada y en el dominio de lo personal, o bien en la realidad
psíquica interna cuando los sueños toman forma. (En el psicoanálisis esta
cuestión se considera esencial, y se da el nombre de "transferencia" a las
dependencias específicas que surgen entre el paciente y el analista. El médico
que practica la medicina física y la cirugía tiene mucho que aprender del
psicoanálisis, especialmente en este aspecto. Mencionaré algo muy simple: si
el médico se presenta a la hora convenida, percibe que la confianza del
paciente en él ha aumentado muchísimo, y esto no sólo es importante para
evitar la angustia del paciente, sino que también refuerza los procesos
somáticos favorables a la curación, incluso de los tejidos, y, por cierto, de las
funciones.)
e) Suponemos, y fácilmente concordamos en suponer, que el médico o la
enfermera no son crueles porque sí. La crueldad se introduce inevitablemente
en nuestro trabajo, pero la complacencia en la crueldad debemos buscarla en
la vida misma, al margen de nuestras relaciones profesionales. El deseo de
venganza no tiene cabida en nuestra labor profesional. Por supuesto que
podría referirme a actos de crueldad y de venganza realizados por médicos,
pero no nos sería difícil poner en su lugar esos casos de mala práctica.
4. Para percibir otros efectos que produce en nosotros el hecho de reconocer la
enfermedad y por lo tanto las necesidades de dependencia de nuestros
pacientes, debemos considerar cuestiones más complejas atinentes a la
estructura de la personalidad. Por ejemplo, un signo de salud mental es la
capacidad de un individuo de captor, imaginativamente pero también con
exactitud, los pensamientos, sentimientos, esperanzas y temores de otra
persona, así como de permitir que ésta haga lo mismo con él. Supongo que,
por autoselección, los religiosos y médicos que cuidan-curan tienen en alto
grado esta capacidad. En cambio, los exorcistas y los que curan con remedies
no la necesitan.
Una excepcional capacidad para hacer intervenir las identificaciones cruzadas
puede a veces constituir una carga. Sin embargo, sería importante que cuando
se seleccionan estudiantes de medicina se evaluara (de ser esto posible) su
aptitud para lo que he denominado identificaciones cruzadas, es decir, para
ponerse en el lugar del otro y permitir que éste haga lo mismo. Es indudable
que tales identificaciones enriquecen enormemente las experiencias humanas
de todo tipo, y que quienes tienen escasa capacidad en tal sentido con
frecuencia se aburren y aburren a los demás. Más aún, en el ejercicio de la me-
dicina no pueden ir mucho más allá del cumplimiento de funciones de tipo
técnico, y pueden causar mucho sufrimiento sin saberlo. En fecha reciente
James Baldwin, hablando por la BBC, se refirió al pecado que los cristianos
olvidaron mencionar: el pecado de inadvertencia. Podría hacer una acotación
respecto de las identificaciones cruzadas ilusorias: son causa de verdaderos
estragos.
5. A continuación volveré a ocuparme de la gratitud. Me referí a ella cuando cité
la frase de San Vicente de Paul. La gratitud está muy bien y nos agrada recibir
la botella de whisky y la caja de bombones con que nuestros pacientes nos
expresan su agradecimiento. Sin embargo, la gratitud no es así de simple. Si
Las cosas marchan bien, Los pacientes lo encuentran lógico; sólo cuando
alguien ha incurrido en una negligencia (cuando ha olvidado una torunda en el
peritoneo, por ejemplo) se sinceran consigo mismos y se quejan. En otras
palabras, en la mayor parte de los casos la gratitud, y sobre todo la gratitud
exagerada, cumple una función de propiciación; hay fuerzas vengativas al
acecho y es mejor apaciguarlas.
Las personas enfermas yacen en su lecho pensando en regales generosos o
en codicilos para sus testamentos, pero los médicos, enfermeras y otros
auxiliares se sienten complacidos cuando, después del alto, los afligidos
pacientes se apresuran a olvidar, aunque quizás ellos no los olviden. Diría que
son los médicos y enfermeras quienes experimentan un duelo reiterado; en
nuestra profesión corremos el riesgo de encallecernos, ya que Las pérdidas
repetidas de pacientes nos vuelven cautelosos en cuanto a cobrar afecto a los
nuevos pacientes. Así les ocurre especialmente a las enfermeras que cuidan a
bebés enfermos o bebés que han sido abandonados en cabinas telefónicas, o
que han sido hallados (como Ernest) en un bolso en la Oficina de Objetos
Perdidos de Victoria Station.
La práctica de la medicina general en un distrito rural es quizá la solución para
este problema, por cuanto el médico vive entre sus pacientes; es, sin duda, la
mejor modalidad del ejercicio de la profesión. El médico y el paciente están
siempre allí, pero sólo a veces como médico y paciente.
Es mucho lo que el médico practicante puede aprender de quienes se
especializan en cuidar-curar y no en curar para erradicar las causas de la
enfermedad.
6. Hay algo en especial que debe ser tenido en cuenta en la práctica médica, y
a ello me referiré para finalizar. Es el hecho de que cuidar-curar constituye una
extensión del concepto de sostén. Comienza con el bebé en el útero, luego con
el bebé en brazos, y su enriquecimiento derive del proceso de crecimiento del
niño, que la madre hace posible porque sabe exactamente cómo es ser ese
niño en particular que ella ha dada a luz.
El tema del ambiente facilitador que permite el crecimiento personal y el
proceso de maduración debe ser una descripción de Los cuidados paternos y
maternos y de la función de la familia, lo cual lleva a la creación de la
democracia como extensión política de la facilitación familiar, y finalmente a
que los individuos maduros tomen parte, de acuerdo con su edad y su
capacidad, en la política y en el mantenimiento y la reforma de la estructura
política.
A esto se une el sentimiento de identidad personal, esencial para todo ser
humane, que en cada caso individual sólo se logra cuando se ha contado con
un quehacer materno suficientemente bueno y una provisión ambiental de tipo
sostén en las etapas de inmadurez. Por sí solo, el proceso de maduración no
basta para producir un individuo.
De modo que cuando hablo de cura en el sentido de cuidado-cura, en general
hago alusión a la tendencia natural de médicos y enfermeras a adaptarse a la
dependencia de sus pacientes, pero en este momento la estoy analizando en
relación con la salud: en relación con la dependencia natural del individuo
inmaduro que suscita en las figuras parentales una tendencia a proporcionar
condiciones que favorecen el crecimiento individual. Aquí no se trata tanto de
cura en el sentido de remedio como de cuidado-cura, el tema de mi
conferencia, que bien podrá ser el lema de nuestra profesión.
En lo que respecta a los males de la sociedad, el cuidado-cura puede ser en el
mundo más importante incluso que el remedio-cura y que todo el diagnóstico y
la prevención que implica lo que se suele llamar el enfoque científico.
En esto estamos de acuerdo con Los trabajadores sociales, cuyo término
"trabajo asistencial individual" puede considerarse una extensión muy compleja
del uso de la palabra "sostén", así como una aplicación práctica del cuidado-
cura.
En un marco profesional y mediando una conducta profesional adecuada, el
paciente puede encontrar una solución personal a problemas complejos de la
vida emocional y las relaciones interpersonales; y lo que hacemos en ese caso
no es administrar un remedio sino facilitar el crecimiento.
¿Es mucho pedir que los médicos practiquen el cuidado cura? Este aspecto de
nuestro trabajo falla aparentemente en lo que se refiere a la pretensión de
percibir honorarios más altos y socava el sistema de status de las jerarquías
aceptadas. No obstante, puede ser aprendido fácilmente por las personas
adecuadas y aporta algo mucho más satisfactorio que la sensación de haber
sido inteligente.
Considero que el aspecto cuidado-cura de nuestra tarea profesional nos
proporciona un marco para la aplicación de principios que aprendimos en el
comienzo de nuestra vida, cuando como personas inmaduras recibíamos un
cuidado suficientemente bueno y una cura, por así decirlo, anticipada (el mejor
tipo de medicina preventiva), de nuestra madre "suficientemente buena” y de
nuestro padre.
Es siempre tranquilizador comprobar que nuestro trabajo se vincula a
fenómenos totalmente naturales, con patrones universales de la conducta
humane y con lo que esperamos hallar en las mejores expresiones de la
poesía, la filosofía y la religión.

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