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ANAWIN.

En arameo, ANAWIN quiere decir: “Hombre pobre, cuya riqueza es tener a Dios. Cree radicalmente en El, y
teniéndolo en su ser, le basta para sobrevivir”. Históricamente se decía de los ‘Anawin’ que formaban un grupo,
como un resto, cuya existencia se fundamentaba en la esperanza en Yahvé, en la misericordia y compasión que
tendría con su pueblo. Esos eran los pobres de espíritu. Por supuesto carecían de condecoraciones, influencias o
prestigio sociales ni honores de clase alguna. Pero sí tenían algo infinitamente superior: su fe y esperanza
inquebrantables en su Dios. Y eso no tenía ni tiene precio. Está por encima de todo y de todos.

La palabra pobre en la lengua aramea en la que se pronunciaron estas palabras de Cristo, reseña a un afligido,
miserable, pobre. Esto ha de contextualizarse en los términos de humildad, de no dejar nunca de ser “mendigos
ante Dios”, reconociendo humildemente la necesidad de ayuda divina. Aparte de la bendición del Señor, la promesa
del reino celestial no se otorga por la condición externa actual de tal pobreza. Los bienaventurados son pobres “de
espíritu”, que por su propia voluntad están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde
condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices.

Este término Anawin proviene del hebreo cuyo significado es los Pobres del Señor. Esta palabra además de
pobre puede ser traducida como los humildes del Señor. ¿Quiénes fueron los Anawin en la Biblia? El Antiguo
Testamento usa el sustantivo singular 'ani’ o 'anaw’ para nombrar al pobre. Anawin viene a ser el plural de estos
sustantivos antes indicados. Los Anawin fueron los pobres en cosas materiales, los marginados, los
desamparados, y así podríamos continuar la lista. Los pastores quienes estaban en este grupo de pobres eran
también considerados como Anawin.

Estos no sabían leer y al no saber leer no podían estar en las sinagogas para estudiar la Toráh (la ley y los profetas) y
por ende no podían entrar al Templo de Jerusalén para realizar la liturgia (sacrificios). Esta situación añadía un enorme
peso al trauma psicológico de no tener esperanzas de ser partes de las promesas hechas por Dios a su Pueblo Elegido.

La definición de este concepto va más allá de estas descripciones antes mencionadas. Los profetas (AT y NT) suelen
ser considerados como Anawin. Más aun fueron los profetas los que comenzaron a darle un sentido teológico a la
pobreza. Sobre estos el Papa Francisco nos ha dicho que “si se quita la pobreza del Evangelio no se puede entender el
mensaje de Jesús” (Santa Marta junio 16, 2015).

También se consideran Anawin a todos aquellos que eran considerados como justos y que esperaban
fervorosamente la llegada del Mesías. Justos aquí se refiere a aquellos que vivían en santidad y que eran
temerosos de Dios. O sea que cumplían la ley no solo como mera ley sino por amor y fidelidad al mismo
Dios. Entre estos podemos encontrar a Simeón y a Ana (Lc. 2, 22-40).

Podríamos decir que es Jesús quien amplía y le da pleno sentido al concepto teológico de esta palabra Anawin
(Lc 1, 53; Mt. 5, 3). Con Jesús y desde Jesús el ser un Anawin entra en un plano más espiritual.

San Lucas nos presenta a Zacarías e Isabel de los cuales nace Juan el Bautista. En firma similar Lucas nos muestra
a María la Madre del Mesías. José quien asumió la responsabilidad de ser padre adoptivo de Jesús es presentado
por San Mateo. Estos fueron sin duda alguna fueron parte los Anawin incluyendo a Juan el Bautista y Jesús quien
es el Anawin por excelencia.

El Salmo 22 nos muestra ese cuadro pintado en el interior del salmista que sin duda alguna retrata a Jesucristo
que se compadece constantemente de su pueblo Anawin: “Alaben al Señor sus servidores, todo el linaje de Jacob
lo aclame, toda la raza de Israel lo tema; porque no ha despreciado ni ha desdeñado al pobre en su miseria, no le
ha vuelto la cara y a sus invocaciones le hizo caso. Para ti mi alabanza en la asamblea, mis votos cumpliré ante
su vista. Los pobres comerán hasta saciarse, alabarán a Dios los que lo buscan: ¡vivan sus corazones para
siempre!” (Sal 22[21], 24-27).

Toda la Palabra de Dios (Tradición Apostólica y Palabra Escrita [=Biblia]) en especial el Antiguo Testamento hay que
entenderlo desde el Pacto o Alianza que el Señor hizo con sus Anawin (Antigua y Nueva Alianza). Comprendiendo
esto es fácil deducir que todo el Antiguo Testamento orienta todas sus sendas y rutas hacia Cristo Jesús.
Cristo estando con los suyos, sus familiares, sus parientes y sus allegados en Nazaret se auto-revela al proclamar su
misión como el cumplimiento de la profecía expresada por Isaías (ver Is. 61, 1-6). “Llegó a Nazaret, donde se había
criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el
rollo del profeta Isaías. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está
sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los
ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.’ Jesús
entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Y
empezó a decirles: ‘Hoy se cumplen estas palabras proféticas y a ustedes les llegan noticias de ello’” (Lc 4, 16-21).

El evangelio nos atestigua como Jesús vivió la pobreza durante su ministerio: “Entonces se le acercó un maestro
de la Ley y le dijo: ‘Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.’ Jesús le contestó: ‘Los zorros tienen cuevas y
las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza’ (Mt. 8, 19-20).

Este estilo de vida será un sello distintivo que seguirá tan real hasta nuestros propios días. Los discípulos y los
Apóstoles quienes eran de cuna humilde eran casi en su totalidad considerados como Anawin también. Hubo
muchos Anawin quienes desde el anonimato siguieron a Jesús y hasta dieron la máxima prueba de testimonio
(martirio) fidedigno al dar sus vidas por la fe en Jesús de Nazaret.

San Pablo siguiendo las huellas de los profetas y en especial las del mismo Jesús que defendían y hacían todo lo
posible para ayudar y socorrer a los más necesitados le da lección de la verdadera caridad fraterna que se
demuestra asistiendo a los más necesitados. Este exhorta y anima a los Corintios a que continúen con la colecta
que ellos habían comenzado a recaudar por su propia cuenta para asistir a los cristianos en Judea y Jerusalén de
una hambruna que pasaron en el año 48 d.C. (2Cor. 8, 1-15; Hch. 11, 28).

El Papa Francisco, decía que es una injusticia el querer tildar de comunista a un obispo, presbítero (sacerdote),
religiosa o cristiano porque hable de pobreza y motivar a socorrer a los más necesitados. Nos decía el Santo
Padre que “la pobreza está precisamente en el centro del Evangelio. Y si quitáramos la pobreza del Evangelio, no
se comprendería nada del mensaje de Jesús” (Santa Marta Junio 16, 2015).

La Iglesia desde los tiempos apostólicos ha sido el (en sentido figurado) “Ángel Guardián de los pobres”. Siempre
ha velado, socorrido y custodiado a los más necesitados y marginados que muchas veces por la misma sociedad
ha descartado.

Desde antes del Concilio Vaticano II el Papa León XIII Carta Encíclica Rerum Novarum (latín para las cosas nuevas
o de los cambios políticos) donde se enfatiza la situación deprimente por los cuales pasaban los obreros en
Europa. Esto es una realidad que ya se vivía desde antes del tiempo de Don Bosco.

La Rerum Novarum el inicio de lo que hoy en día llamamos la Doctrina Social de la Iglesia. Que precisamente busca
que hay un equilibrio en cuanto a Justicia Social se refieren donde lamentablemente todavía son los pobres y
marginados los que sufren las más fuertes y duras consecuencias.

La Virgen María, ella, “la Anawin que el Señor se escogió para sí mismo” nos da una de las más sublimes oración
e himno toda la Palabra de Dios. El Magníficat es quizás después del Padre Nuestro el himno más elocuente del
Nuevo Testamento: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque
ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel,
su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y
su descendencia por siempre” (Lc 1, 46-55).

Si nos fijamos muy bien podremos apreciar que el Magníficat es el himno de la Esclava Anawin para todos los
Anawin.

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