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La Evolución del Pensamiento Agroecológico


Susanna B. Hecht - Universidad de California, Los Angeles

ANTECEDENTES HISTORICOS

El uso contemporáneo del término agroecología data de los años 70, pero la ciencia y la
práctica de la agroecología son tan antiguos como los orígenes de la agricultura. A medida
que los investigadores exploran las agriculturas indígenas, las que son reliquias modificadas
de formas agronómicas más antiguas, se hace más notorio que muchos sistemas agrícolas
desarrollados a nivel local, incorporan rutinariamente mecanismos para acomodar los
cultivos a las variables del medio ambiente natural, y para proteger los de la predación y la
competencia. Estos mecanismos utilizan insumos
renovables existentes en las regiones, así como los
rasgos ecológicos y estructurales propios de los campos,
los barbechos y la vegetación circundante.

En estas condiciones la agricultura involucra la


administración de otros recursos además del cultivo
propio. Estos sistemas de producción fueron
desarrollados para disminuir riesgos ambientales y
económicos y mantienen la base productiva de la
agricultura a través del tiempo. Si bien estos
agroecosistemas pueden abarcar infraestructuras tales
como trabajos en terrazas, zanjas e irrigación, el
conocimiento agronómico descentralizado y
desarrollado localmente es de importancia fundamental
para el desarrollo continuado de estos sistemas de
producción.

El por qué esta herencia agrícola ha tenido relativamente poca importancia en las ciencias
agronómica formales refleja prejuicios que algunos investigadores contemporáneos están
tratando de eliminar. Tres procesos históricos han contribuido en un alto grado a oscurecer
y restar importancia al conocimiento agronómico que fue desarrollado por grupos étnicos
locales y sociedades no occidentales: (1) la destrucción de los medios de codificación,
regulación y trasmisión de las prácticas agrícolas; (2) la dramática transformación de
muchas sociedades indígenas no occidentales y los sistemas de producción en que se
basaban como resultado de un colapso demográfico, de la esclavitud y del colonialismo y
de procesos de mercado, y (3) el surgimiento de la ciencia positivista. Como resultado, han
existido pocas oportunidades para que las intuiciones desarrolladas en una agricultura más
holística se infiltraran en la comunidad científica formal. Más aún, esta dificulta está
compuesta de prejuicios, no reconocidos, de los investigadores en agronomía, prejuicios
relacionados con factores sociales tales como clase social, etnicidad, cultura y sexo.

Históricamente, el manejo de la agricultura incluía sistemas ricos en símbolos y rituales,


que a menudo servían para regular las prácticas del uso de la tierra y para codificar el
conocimiento agrario de pueblos analfabetos (Ellen 1982, Conklin 1972). La existencia de
cultos y rituales agrícolas está documentada en muchas sociedades, incluso las de Europea
Occidental. De hecho, estos cultos eran un foco de especial atención para la Inquisición
Católica. Escritores sociales de la época medieval tales como Ginzburg (1983) han
demostrado cómo las ceremonias rurales eran tildadas de brujería y cómo dichas
actividades se convirtieron en focos de intensa persecución. Y no es sorprendente que
cuando los exploradores españoles y portugueses de la post-inquisición emprendieron sus
viajes y la conquista europea se extendió por el globo bajo el lema de "Dios, Oro y Gloria",
como parte de un proyecto más amplio, existieran actividades evangelizadoras, las que a
menudo alteraron las bases simbólicas y rituales de la agricultura en sociedades no
occidentales. Estas modificaciones transformaron, y a menudo interfirieron con la
trasferencia generacional y lateral del conocimiento agronómico local. Este proceso, junto
con las enfermedades, la esclavitud y la frecuente reestructuración de la base agrícola de las
comunidades rurales con fines coloniales y de mercado, a menudo contribuyó ala
destrucción o abandono de las tecnologías "duras" tales como los sistemas de riego, y
especialmente al empobrecimiento de las tecnologías "blandas" (formas de cultivo, mezclas
de cultivos, técnicas de control biológico y manejo de suelos) de la agricultura local, la que
depende mucho más de la transmisión de tipo cultural.

La literatura histórica documenta cómo las enfermedades transmitidas por los exploradores
afectaron a las poblaciones nativas. Especialmente en el nuevo mundo se dieron colapsos
de poblaciones muy rápidamente y de una forma tan devastadora que es difícil de imaginar.
En algunas áreas hasta un 90% de la población murió en menos de 100 años (Denevan
1976). Con ellos murieron culturas y sistemas de conocimiento. Los efectos desastrosos de
las epidemias caracterizaron las primeras etapas del contacto, pero otras actividades,
especialmente la esclavitud asociada con las plantaciones del nuevo mundo, también
ejercieron impactos drásticos en la población y, por lo tanto, en el conocimiento agrícola,
hasta bien entrado el siglo XIX.

En los comienzos, las poblaciones locales eran el blanco de las incursiones para obtener
esclavos, pero estos grupos a menudo podían escapar de la servidumbre. Los problemas de
enfermedad en los indios del nuevo mundo hicieron que no fueran una fuerza ideal de
trabajo. Por otro lado, las poblaciones africanas estaban acostumbradas a las condiciones
climáticas tropicales y tenían una resistencia relativa a las enfermedades "europeas", por lo
tanto ellos podían satisfacer las pujantes necesidades de mano de obra para las plantaciones
de azúcar y algodón. Durante dos siglos, más de veinte millones de esclavos fueron
transportados desde Africa a varias plantaciones de esclavos en el nuevo mundo (Wolf,
1982).

La esclavitud se impuso a la mejor fuerza laboral (jóvenes adultos, tanto hombres como
mujeres) y tuvo como resultado la pérdida de esta importante fuerza de trabajo para la
agricultura local y el abandono de los trabajos agrícolas a medida que los pueblos trataron
de evitar el convertirse en esclavos, retirándose a lugares distantes de los traficantes de
esclavos. La ruptura de sistemas de conocimientos, ocasionada por la exportación de mano
de obra, la erosión de las bases culturales de la agricultura local y la mortalidad asociada a
las guerras que eran estimuladas por las incursiones en busca de esclavos, fue aumentada
más adelante por la integración de estos sistemas residuales a las redes mercantiles y
coloniales.

El contacto europeo con gran parte del mundo no occidental no fue benéfico, y a menudo
involucró la transformación de los sistemas de producción para satisfacer las necesidades
de los centros burocráticos locales, los enclaves mineros y de recursos, y del comercio
internacional. En algunos casos ésto se logró por medio de la coerción directa, reorientando
y manipulando las economías a través de la unión de grupos elíticos locales, y en otros caos
de hombres claves, y por intermedio de intercambios. Estos procesos cambian
fundamentalmente la base de la economía agrícola. Con el surgimiento de las cosechas
pagadas y la mayor presión ejercida por ítemes específicos de exportación, las estrategias
para el uso de predios rurales, que habían sido desarrolladas a través de milenios con el fin
de reducir los riegos agrícolas y de mantener la base de recursos, fueron desestabilizadas.
Muchos son los estudios que han documentado estos efectos (Watts 1983, Wolf 1982,
Palmer y Parson 1977, Wasserstrom 1982, Browkenshaw et al. 1979, Geertz 1962).

Finalmente, aún cuando los cronistas y los exploradores mencionan positivamente el uso
que los nativos daban a las tierras, fue difícil traducir estas observaciones a una forma
coherente, no folklórica y socialmente aceptable. El surgimiento del método positivista en
las ciencias y el movimiento del pensamiento occidental hacia perspectivas atomistas y
mecanicistas, las que se asocian con el iluminismo del siglo XVIII, alteraron
dramáticamente el diálogo sobre el mundo natural (Merchat 1980).

Esta transición de las epistemologías cambió el enfoque de la naturaleza, de una entidad


orgánica, viviente, se convirtió en una máquina. De manera creciente este enfoque hizo
hincapié en el lenguaje científico, una forma de referirse al mundo natural que
esencialmente rechazaba toda otra forma de conocimiento científico como superstición. En
efecto, desde los tiempos de Concorcet y Comte, el desarrollo de las ciencias se identifica
con el triunfo de la razón sobre la superstición. Esta posición, unida a un punto de vista
muchas veces despectivo sobre las habilidades de los pueblos rurales en su generalidad, y
en especial las de los pueblos colonizados, contribuyó más aún a oscurecer la riqueza de
muchos sistemas de conocimiento rural cuyo contenido era expresado en una forma
discursiva y simbólica. A causa de un mal entendido del contexto ecológico, de la
complejidad espacial y de la forma de cultivar propia de los agricultores no formales, fue
frecuentemente tildada despectivamente de desordenada.

Dado este contexto histórico cabe preguntarse cómo la agroecología logró emerger
nuevamente. El "redescubrimiento" de la agroecología es un ejemplo poco común del
impacto que tienen las tecnologías pre-existentes sobre las ciencias, donde, adelantos que
tuvieron una importancia crítica en la comprensión de la naturales, fueron el resultado de
una decisión de los científicos de estudiar lo que los campesinos ya habían aprendido a
hacer (Kuhn 1979). Kuhn señala que en muchos casos, los científicos lograron "meramente
validar y explicitar, en ningún caso mejorar, las técnicas desarrolladas con anterioridad".
Cómo emergió nuevamente la idea de la agroecología también requiere de un análisis de la
influencia de un número de corrientes intelectuales que tuvieron relativamente poca
relación con la agronomía formal. El estudio de sistemas de clasificación indígena, de la
teoría del desarrollo rural, de los ciclos y sucesión de los nutrientes no está muy
directamente relacionado con la ciencia de los cultivos, la patología de las plantas y el
manejo de las plagas en su práctica habitual. Las siguientes secciones de este capítulo
reseñan brevemente cómo disciplinas tan diversas como la antropología, la economía y la
ecología se encuentran reflejadas en el pedigrí intelectual de la agroecología.

¿QUE ES LA AGROECOLOGIA?

El término agroecología ha llegado a


significar muchas cosas. Definidas a groso
modo, la agroecología a menudo incorpora
ideas sobre un enfoque de la agricultura más
ligado al medio ambiente y más sensible
socialmente; centrada no sólo en la
producción sino también en la sostenibilidad
ecológica del sistema de producción. A esto
podría llamarse el uso "normativo" o
"prescriptivo" del término agroecología,
porque implica un número de características
sobre la sociedad y la producción que van mucho más allá de los límites del predio
agrícola. En un sentido más restringido, la agroecología se refiere al estudio de fenómenos
netamente ecológicos dentro del campo de cultivos, tales como relaciones predador/presa, o
competencia de cultivo/maleza.

Visión Ecológica

En el corazón de la agroecología está la idea que un campo de cultivos es un ecosistema


dentro del cual los procesos ecológicos que ocurren en otras formaciones vegetales, tales
como ciclos de nutrientes, interacción depredador/presa, competencia, comensalía y
cambios sucesionales, también se dan. La agroecología se centra en las relaciones
ecológicas en el campo y su propósito es iluminar la forma, la dinámica y las funciones de
estas relaciones. En algunos trabajos sobre agroecología está implícita la idea que por
medio del conocimiento de estos procesos y relaciones los sistemas agroecológicos pueden
ser administrados mejor, con menores impactos negativos en el medio ambiente y la
sociedad, más sostenidamente y con menor uso de insumos externos. Como resultados, un
número de investigadores de las ciencias agrícolas y de áreas afines, han comenzado a
considerar el predio agrícola como un tipo especial de ecosistema -un agroecosistema- y a
formalizar el análisis del conjunto de procesos e interacciones que intervienen en un
sistema de cultivos. El marco analítico subyacente le debe mucho a la teoría de sistemas y a
los intentos teóricos y prácticos hechos para integrar los numerosos factores que afectan la
agricultura (Spedding 1975, Gliessman 1982, Conway 1985, Chambers 1983, Ellen 1982,
Altieri 1983, Lowrance et. al. 1984).

La Perspectiva Social
Los agroecosistemas tienen varios grados de resiliencia y de estabilidad, pero estos no están
estrictamente determinados por factores de origen biótico o ambiental. Factores sociales,
tales como el colapso en los precios del mercado o cambios en la tenencia de las tierras,
pueden destruir los sistemas agrícolas tan decisivamente como una sequía, explosiones de
plagas o la disminución de los nutrientes en el suelo. Por otra parte, las decisiones que
asignan energía y recursos materiales pueden aumentar la resiliencia y recuperación de un
ecosistema dañado. Aunque la administración humana de los ecosistemas con fines de
producción agrícola a menudo ha alterado en forma dramática la estructura, la diversidad,
los patrones de flujo de energía y de nutrientes, y los mecanismos de control de poblaciones
bióticas en los predios agrícolas, estos procesos todavía funcionan y pueden ser explorados
experimentalmente. La magnitud de las diferencias de la función ecológica entre un
ecosistema natural y uno agrícola depende en gran medida de la intensidad y frecuencia de
las perturbaciones naturales y humanas que se hacen sentir en el ecosistema. El resultado de
la interacción entre características endógenas, tanto biológicas como ambientales en el
predio agrícola y de factores exógenos tanto sociales como económicos, generan la
estructura particular del agroecosistema. Por esta razón, a menudo es necesaria una
perspectiva más amplia para explicar un sistema de producción que está en observación.

Un sistema agrícola difiere en varios aspectos fundamentales de un sistema ecológico


"natural" tanto en su estructura como en su función. Los agroecosistemas son ecosistemas
semi-domesticados que se ubican en un gradiente entre una serie de ecosistemas que han
sufrido un mínimo de impacto humano, como es el caso de las ciudades. Odum (1984)
describe 4 características principales de los agroecosistemas:

1. Los agroecosistemas requieren fuentes auxiliares de energía, que pueden ser


humana, animal y a combustible para aumentar la productividad de organismos
específicos.

1. La diversidad puede ser muy reducida en comparación con la de otros ecosistemas.


2. Los animales y plantas que dominan son seleccionados artificialmente y no por
selección natural.
3. Los controles del sistema son, en su mayoría, externos y no internos ya que se
ejercen por medio de retroalimentación del subsistema.

El modelo de Odum se basa principalmente en la agricultura modernizada del tipo que se


encuentra en los Estados Unidos. Hay, sin embargo, muchos tipos de sistemas agrícolas,
especialmente en los trópicos, que no corresponden a esta definición. Son especialmente
sospechosas la cuestión de diversidad y la naturaleza de la selección utilizada en
agriculturas complejas donde un sinnúmero de plantas y animales semi-domesticados y
silvestres figuran en el sistema de producción. Conklin (1956), por ejemplo, describió
agroecosistemas tradicionales en Filipinas que incluían más de 600 especies de plantas que
eran cultivadas y manejadas. Aunque esta agricultura no era tan diversa como la de algunos
bosques tropicales, era definitivamente más multiforme que muchos otros ecosistemas
locales.

Los sistemas agrícolas son un interacción compleja entre procesos sociales externos e
internos, y entre procesos biológicos y ambientales. Estos pueden entenderse espacialmente
a nivel de terreno agrícola, pero a menudo también incluyen una dimensión temporal. El
grado de control externo versus control interno puede reflejar intensidad de administración
a lo largo del tiempo, el que puede ser mucho más variable que el supuesto de Odum. En
sistemas de roza, tumba y quema, por ejemplo, los controles externos tienden a disminuir
en los períodos posteriores de barbecho. El modelo de agroecosistema de Odum marca un
punto de partida interesante para la comprensión de la agricultura desde una perspectiva de
los sistemas ecológicos, pero no puede abarcar la diversidad y complejidad de muchos
agroecosistemas que se desarrollaron en las sociedades no occidentales, especialmente en
los trópicos húmedos. Más aún, la falta de atención que el modelo pone en las
determinantes sociales de la agricultura tiene como resultado un modelo con un poder
explicativo limitado.

Los sistemas agrícolas son artefactos humanos y las determinantes de la agricultura no


terminan en los límites de los campos. Las estrategias agrícolas no sólo responden a
presiones del medio ambiente, presiones bióticas y del proceso de cultivo, sino que también
reflejan estrategias humanas de subsistencia y condiciones económicas (Ellen 1982).
Factores tales como disponibilidad de mano de obra, acceso y condiciones de los créditos,
subsidios, riesgos percibidos, información sobre precios, obligaciones de parentesco, el
tamaño de la familia y el acceso a otro t6ipo de sustento, son a menudo críticas para la
comprensión de la lógica de un sistema de agricultura. En especial cuando se analizan las
situaciones de los pequeños campesinos fuera de los Estados Unidos y Europa, el análisis
de la simple maximización de las cosechas en sistemas de monocultivo se hace menos útil
para la comprensión del comportamiento del campesino y de sus opciones agronómicas
(Scott 1978 y 1986, Barlett 1984, Chambers 1983).

El Desafío Agroecológico

Los científicos agrícolas convencionales han estado preocupados principalmente con el


efecto de las prácticas de uso de la tierra y de manejo de los animales o la vegetación en la
productividad de un cultivo dado, usando una perspectiva que enfatiza un problema
objetivo, como es el de los nutrientes del suelo o los brotes de plagas. Esta forma de
enfocar sistemas agrícolas ha sido determinada en parte por un diálogo limitado entre
diferentes disciplinas, por la estructura de la investigación científica, la que tiende a
atomizar problemas de investigación, y por un enfoque de la agricultura orientado a lograr
un producto. No cabe duda que la investigación agrícola basada en este enfoque ha tenido
éxito e incrementar el rendimiento en situaciones agroecológicamente favorables.

Sin embargo, es cada vez mayor el número de científicos que reconoce que este enfoque
reduccionista limita las opciones agrícolas para las poblaciones rurales y en que el "enfoque
objetivo" a menudo involucra consecuencias secundarias no intencionadas que
frecuentemente han producido daños ecológicos y han tenido altos costos sociales. La
investigación agroecológica se concentra en asuntos puntuales del área de la agricultura,
pero dentro de un contexto más amplio que incluye variables ecológica y sociales. En
muchos casos, las premisas sobre el propósito de un sistema agrícola difieren del enfoque
que enfatiza la maximización del rendimiento y la producción, expuesto por la mayoría de
los científicos agrícolas.
Como mejor puede describirse la agroecología es como un enfoque que integra ideas y
métodos de varios sub-campos, más que como una disciplina específica. La agroecología
puede ser un desafío normativo a las maneras en que varias disciplinas enfocan los
problemas agrícolas. Tiene sus raíces en la ciencias agrícolas, en el movimiento del medio
ambiente, en la ecología (en particular en la explosión de investigaciones sobre los
ecosistemas tropicales), en el análisis de agroecosistemas indígenas y en los estudios sobre
el desarrollo rural. Cada una de estas áreas de investigación tiene objetivos y metodologías
muy diferentes, sin embargo, tomadas en un conjunto todas han sido influencias legítimas e
importantes en el pensamiento agroecológico.

INFLUENCIAS DEL PENSAMIENTO AGROECOLOGICO

Ciencias Agrícolas

Como Altieri (1987) lo ha señalado, el crédito de gran parte del desarrollo inicial de la
agricultura ecológica en las ciencias formales le pertenece a Klages (1928), quien sugirió
que se tomaran en cuenta los factores fisiológicos y agronómicos que influían en la
distribución y adaptación de especies específicas de cultivos, para comprender la compleja
relación existente entre una planta de cultivo y su medio ambiente. Más adelante, Klages
(1942) expandió su definición e incluyó en ella factores históricos, tecnológicos y
socioeconómicos que determinaban qué cultivos podían producirse en una región dada y en
qué cantidad. Papadakis (1938) recalcó que el manejo de cultivos debería basarse en la
respuesta del cultivo al medio ambiente. La ecología agrícola fue aún más desarrollada en
los años 60 por Tischler (1965) e integrada al curriculum de la agronomía en cursos
orientados al desarrollo de una base ecológica a la adaptación ambiental de los cultivos. La
agronomía y la ecología de cultivos están convergiendo cada vez más, pero la red entre la
agronomía y las otras ciencias (incluyendo las ciencias sociales) necesarias para el trabajo
agroeocológico, están recién emergiendo.

Las obras de Azzi (1956), Wilsie (1962), Tischler (1965), Chang (1968) y Loucks (1977)
representan un cambio de enfoque gradual hacia un enfoque ecosistémico de la agricultura.
En particular fue Azzi (1956) quien acentuó que mientras la meteorología, la ciencia del
suelo y la entomología son disciplinas diferentes, su estudio en relación con la respuesta
potencial de plantas de cultivo converge en una ciencia agroecológica que debería iluminar
la relación entre las plantas cultivadas y su medio ambiente. Wilsie (1962),analizó los
principios de adaptación de cultivos y su distribución en relación a factores del hábitat, e
hizo un intento para formalizar el cuerpo de relaciones implícitas en sistemas de cultivos.
Chang (1968) prosiguió con la línea propuesta por Wilsie, pero se centró en un grado aún
mayor en los aspectos ecofisiológicos.

Desde comienzos de los años 70, ha habido una expansión enorme en la literatura
agronómica con un enfoque agroecológico, incluyendo obras tales como las de Dalton
(1975), Netting (1974) van Dyne (1969), Spedding (1975), Cox y Atkins (1979), Richards
P. (1984), Vandermeer (1981), Edens y Koenig (1981), Edens y Haynes (1982), Altieri y
Letourneau (1982), Gliessman et al. (1981), Conway (1985), Hart (1979), Lowrance et al.
(1984) y Bayliss-Smith (1982).
A fines de la década del 70 y a comienzos de la del 80 un componente social cada vez
mayor comenzó a aparecer en la literatura agrícola, en gran parte como resultado del
estudio sobre el desarrollo rural en los Estados Unidos (Buttel, 1980). La contextualización
social unida al análisis agronómico ha generado evaluaciones complejas de la agricultura,
especialmente en el caso del desarrollo regional (Altieri y Anderson 1986, Brush 1977,
Richards P. 1984 y 1986, Kurin 1983, Bartlett 1984, Hecht 1985, Blaikie 1984).

Los entomólogos en sus intentos de desarrollar sistemas de manejo integrado de plagas, han
hecho contribuciones valiosas al desarrollo de una perspectiva ecológica para la protección
de las plantas. La teoría y la práctica del control biológico de plagas se basa exclusivamente
en principios ecológicos (Huffaker y Messenger 1976). El manejo ecológico de plagas se
centra en primer lugar en enfoques que contrastan la estructura y el funcionamiento de los
sistemas agrícolas con aquellas de sistemas naturales relativamente no perturbados, o
sistemas agrícolas más complejos (Southwood y Way 1970, Price y Waldbauer 1975,
Levins y Wilson 1979, Risch 1981 y Risch et al. 1983). Browning y Frey (1969) han
argumentado que los enfoques de manejo de plagas deberían hacer hincapié en el desarrollo
de agroecosistemas que emularan la sucesión natural lo más posible, debido a que estos
sistemas más maduros son a menudo más estables que los sistemas consistentes en una
estructura sencilla de monocultivos.

Enfoque Metodológico

Una gran cantidad de métodos de análisis agroecológico se están desarrollando en la


actualidad en todo el mundo. Se podría considerar que se utilizan principalmente cuatro
enfoques metodológicos:

1. Descripción Analítica. Se están realizando muchos estudios que miden y describen


cuidadosamente los sistemas agrícolas y miden propiedades específicas tales como
la diversidad de plantas, la acumulación de biomasa, la retención de nutrientes y el
rendimiento. Por ejemplo, el Centro Internacional de Agroforestería (ICRAF) ha
estado desarrollando una base internacional de datos de los diferentes tipos de
sistemas de agroforestería y los está correlacionando con una variedad de
parámetros medio ambientales para desarrollar modelos regionales de cultivos
mixtos (Nair 1984, Huxley 1983). Este tipo de información es valiosa para ampliar
nuestra comprensión de los tipos de sistemas existentes, de los componentes que
habitualmente se encuentran ensamblados y en qué contexto ambiental. Este es el
primer paso necesario. Los estudios representativos de este tipo de pensamiento son
numerosos e incluyen a Ewel 1986, Alcorn 1984, Marten 1986, Denevent et al.
1984 y Posey 1985.

1. El análisis Comparativo. La investigación comparativa generalmente involucra la


comparación de un monocultivo u otro sistema de cultivo con un agroecosistema
tradicional de mayor complejidad. Los estudios comparativos de este tipo
involucran un análisis de la productividad de cultivos específicos, de la dinámica de
las plagas o del estatus de los nutrientes en cuanto están relacionados con factores
tales como la diversidad de los campos de cultivo, la frecuencia de las malezas, la
población de insectos y los patrones de reciclaje de nutrientes. Varios estudios de
este tipo se han llevado a cabo en América Latina, Africa y Asia (Uhl y Murphy
1981, Marten 1986 y Woodmansee 1984). Dichos proyectos usan metodologías
científicas de tipo estándar para iluminar la dinámica de sistemas locales de cultivos
mixtos específicos, comparándolos con los monocultivos. Estos datos a menudo son
útiles pero la heterogeneidad de los sistemas locales puede oscurecer la
comprensión de cómo éstos funcionan.
2. Comparación Experimental. Para establecer la dinámica y para reducir el número
de variables, muchos investigadores desarrollan una versión simplificada del
sistema nativo en el cual las variables pueden ser controladas más de cerca. Por
ejemplo, el rendimiento de un cultivo mixto de maíz, poroto y calabaza puede ser
comparado al del cultivo simple de cada una de estas especies.
3. Sistemas Agrícolas Normativos. Estos se construyen a menudo con modelos
teóricos específicos en mente. Un ecosistema natural puede ser ilimitado, o un
sistema agrícola nativo podría ser reconstituido con mucho esfuerzo. Este enfoque
está siendo evaluado en forma experimental por varios investigadores en Costa rica.
Ellos están desarrollando sistemas de cultivos que emulan las secuencias
sucesionales por medio del uso de cultivos que son botánica y morfológicamente
semejante a las plantas que naturalmente ocurren en varias etapas sucesionales (Hart
1979, Ewel 1986).

Aún cuando la agronomía ha sido sin lugar a dudas la disciplina materna de la


agroecología, ésta recibió una fuerte influencia del surgimiento del ambientalismo y de la
expansión de los estudios ecológicos. El estudio del medio ambiente fue necesario para
proporcionar el marco filosófico en el cual el valor de las tecnologías alternativas y el
proyecto normativo de la agroecología pudieran apoyarse. Los estudios ecológicos fueron
críticos en la expansión de los paradigmas por medio de los cuales cuestiones agrícolas
pudieran desarrollarse, y de las destrezas técnicas para analizarlos.

AMBIENTALISMO

Importancia de este movimiento. El movimiento ambiental de los años 60 - 70 ha hecho


una gran contribución intelectual a la agroecología. Debido a que los asuntos del
ambientalismo coincidían con la agroecología, ellos infundieron al discurso agroecológico
una actitud crítica de la agronomía orientada hacia la producción, e hicieron crecer la
sensibilidad hacia un gran número de asuntos relacionados con los recursos.

La versión de los años 60 del movimiento ambiental se originó como consecuencia de una
preocupación con los problemas de contaminación. Estos eran analizados en función tanto
de los fracasos tecnológicos como de las presiones de la población. La perspectiva
Maltusiana ganó una fuerza especial a mediados de la década del 60 por medio de obras
tales como "La Bomba Poblacional" de Paul Ehrlich (1966) y "La Tragedia de los
Comunes" de Garret Hardin (1968). Estos autores dieron como principal causa de la
degradación ambiental y del agotamiento de recursos al crecimiento de la población. Este
punto de vista fue técnicamente ampliado por la publicación de "Los Límites del
Crecimiento" del Club de Roma, el que utilizó simulaciones computarizadas de las
tendencias globales dela población, del uso de recursos y la contaminación, para generar
argumentos para el futuro, los que generalmente eran desastrosos. Esta posición ha sido
criticada desde perspectivas metodológicas y epistemológicas (Simon y Kahn 1985).

Mientras que "Los Límites del Crecimiento" desarrolló un modelo generalizado de la


"crisis ambiental", dos volúmenes seminales posteriores contenían una relación especial al
pensamiento agroecológico, porque en ellos se perfilaban visiones de una sociedad
alternativa. Estos fueron "Ante-proyecto de la Supervivencia" (El ecologista, 1972) y "Lo
Pequeño es Hermoso" (Schumacher, 1973). Estos trabajos incorporaban ideas sobre la
organización social, la estructura económica y valores culturales y las convertían en una
visión exhaustiva más o menos utópica. "Ante-proyecto de la Supervivencia" argumentaba
a favor de la descentralización de empresas de pequeña envergadura y acentuaba las
actividades humanas que involucrarían un mínimo de disrupción ecológica y un máximo de
conservación de energía y materiales. El santo y seña era autosuficiencia y sustentabilidad.
El libro de Schumacher acentuaba una evaluación radical de la racionalidad económica
("Economía Budista"), un modelo descentralizado de la sociedad humana ("dos millones de
aldeas") y una tecnología apropiada. El significado especial de "Lo Pequeño es Hermoso"
era que estas ideas se ampliaron para alcanzar el Tercer Mundo.

Problemas Agrícolas. Los asuntos ambientales en su relación con la agricultura fueron


claramente señalados por Carson en su libro "Primavera Silenciosa" (1964), el que
planteaba interrogantes sobre los impactos secundarios de las substancias tóxicas,
especialmente de los insecticidas, en el ambiente. Parte de la respuesta a estos problemas
fue el desarrollo de enfoques de manejo de plagas para la protección de los cultivos,
basados enteramente en su teoría y práctica en los principios ecológicos (Huffaker y
Messenger 1976). El impacto tóxico de los productos agro-químicos era sólo una de las
interrogantes ambientales, debido a que el uso excesivo de los recursos energéticos también
se estaba convirtiendo en un asunto cada vez más importante. Era necesario evaluar los
costos energéticos de sistemas de producción específicos: especialmente a comienzos de la
década del 70 cuando los precios del petróleo se fueron a las nubes. El clásico de Pimentel
y Pimentel (1979) demostró que en la agricultura americana cada kilo-caloría derivado del
maíz se "obtenía" a un enorme costo energético de energía externa. Los sistemas de
producción norteamericanos fueron por lo tanto comparados con otros varios tipos de
agricultura, los que eran de menor producción por área de unidad (en términos de kilo-
calorías por cada hectárea) pero mucho más eficientes en términos de rendimiento por
unidad de energía invertida. El alto rendimiento de la agricultura moderna se obtiene a
costa de numerosos gastos, los que incluyen insumos no renovables tales como el
combustible de fósiles.

En el Tercer Mundo esta energía a menudo es importante, y cargada a la balanza


internacional de pagos, empeorando la situación de endeudamiento de muchos países en
desarrollo. Más aún, debido a que la mayor parte de la energía no se utiliza para el cultivo
de alimentos, la ganancia en la producción no se traduce necesariamente en un mejor
abastecimiento de alimentos (Crouch y de Janvry 1980, Graham 1984 y Dewey 1981).
Finalmente, las consecuencias sociales de este modelo tienen impactos complejos y a
menudo extremadamente negativos en la población local, en especial en aquellos que tienen
un acceso limitado a tierras y a créditos. Estos problemas se discuten en detalle más
adelante en este capítulo.
Los problemas de la toxicidad y recursos de la agricultura ensamblaron con los problemas
mayores de la transferencia tecnológica en contextos del Tercer Mundo. "La Tecnología
Descuidada" (editada por Milton y Farvar en 1968) fue una de las primeras publicaciones
que intentó, en gran medida, documentar los efectos de proyectos de desarrollo y
transferencia de tecnologías de zonas templadas, sobre las ecologías y las sociedades de los
países en desarrollo. Cada vez en mayor número, investigadores de diferentes áreas
comenzaron a hacer comentarios sobre la pobre "adecuación" entre los enfoques que se dan
al uso de la tierra en el Primer Mundo y la realidad del Tercer Mundo. El artículo de Janzen
(1973), sobre agroecosistemas tropicales, fue la primera evaluación ampliamente difundida
de por qué los sistemas agrícolas tropicales podrían comportarse de una forma diferentes a
los de las zonas templadas. Este trabajo y el de Levins (1973) plantearon un desafío a los
investigadores agrícolas, que los llevó a repensar la ecología de la agricultura tropical.

Al mismo tiempo, el problema filosófico más amplio planteado por el movimiento


ambiental tuvo resonancia en la re-evaluación de las metas del desarrollo agrícola en los
Estados Unidos y en el Tercer Mundo, y en las bases tecnológicas sobre las que serían
llevadas a cabo. En el mundo desarrollado estas ideas sólo tuvieron un impacto moderado
en la estructura de la agricultura, porque la confiabilidad y disponibilidad de productos
agroquímicos y energéticos aplicados a la agricultura tenía como resultado
transformaciones pequeñas en el patrón de uso de recursos en la agricultura. En situaciones
en las que tanto los campesinos como la nación estaban presionando por los recursos,
donde prevalecían estructuras distributivas regresivas y donde el enfoque de las zonas
templadas no era apropiado a las condiciones ambientales locales, el enfoque agroecológico
parecía de especial relevancia.

La integración de la agronomía y el ambientalismo ensambló con la agroecología, pero los


fundamentos intelectuales para una asociación académica de este tipo eran aún
relativamente débiles. Era necesario un enfoque teórico y técnico más claro, especialmente
en relación con los sistemas tropicales. El desarrollo de la teoría ecológica tendría una
relevancia especial en el desarrollo del pensamiento agroecológico.

ECOLOGIA

Por varias razones los ecológos han tenido una importancia singular en la evolución del
pensamiento agroecológico. En primer lugar, el marco conceptual de la agroecología y su
lenguaje son esencialmente ecológicos. En segundo lugar, los sistemas agrícolas son en sí
mismos interesantes sujetos de investigación, en los cuales los investigadores tienen mucho
mayor habilidad para controlar, probar y manipular los componentes del sistema, en
comparación con los ecosistemas rurales. Estos pueden proporcionar condiciones de
pruebas para un patrón amplio de hipótesis ecológicas, y de hecho ya han contribuido
substancialmente al cuerpo de conocimiento ecológico (Levins 1973, Risch et al. 1983,
Altieri 1987, Uhl et al. 1987). En tercer lugar, la explosión de investigaciones sobre los
sistemas tropicales ha dirigido la atención al impacto ecológico de la expansión de sistemas
de monocultivos en zonas que se caracterizan por su diversidad y extraordinaria
complejidad (Janzen 1973, Uhl 1983, Uhl y Jordan 1984, Hecht 1985). En cuarto lugar,
varios ecólogos han comenzado a dirigir su atención a las dinámicas ecológicas de los
sistemas agrícolas tradicionales (Gliessmann 1982, Altieri y Farrell 1984, Anderson et al.
1987, Marten 1986, Richards 1984 y 1986).

Tres áreas de interés académico han sido especialmente críticas en el desarrollo de los
análisis agroecológicos: el ciclaje de nutrientes, las interacciones de plagas/plantas y la
sucesión ecológica. A modo de ilustración esta sección se concentrará en el ciclaje de
nutrientes. A comienzos de los años 60 el análisis del ciclaje de nutrientes en los sistemas
tropicales se convirtió en un tópico de interés y fue considerado como un proceso vital del
ecosistema. Varios estudios, tales como el estudio de Puerto Rico de Odum (1976), la
investigación de Nye y Greenland en 1961 y más adelante la serie de artículos y
monografías que derivaron de trabajos realizados en San Carlos, Venezuela, Catci, Costa
Rica y otros lugares en Asia y Africa han sido la simiente que clarifica los mecanismos de
los ciclajes de nutrientes, tanto en bosques nativos como en áreas que han sido cultivadas
(Jordan 1985, Uhl y Jordan 1984, Buschbacker et al. 1987, Uhl et al. 1987).

Los hallazgos ecológicos de esta investigación sobre el ciclaje de nutrientes y que tuvieron
un mayor impacto en el análisis de la agricultura fueron:

 La relación entre la diversidad y las estrategias inter-especies para captar nutrientes.


 La importancia de los rasgos estructurales para aumentar la captación de nutrientes
tanto abajo como encima del suelo.
 La dinámica de los mecanismos fisiológicos en la retención de nutrientes.
 La importancia de relaciones asociativas de plantas con micro-organismos tales
como micorrizas y fijadores simbióticos de nitrógeno.
 La importancia de la biomasa como el lugar de almacenaje de los nutrientes.

Estos hallazgos sugerían que los modelos ecológicos de la agricultura tropical incluirían
una diversidad de especies (o al menos de cultivos) para aprovechar la variedad de
absorción de nutrientes, tanto en términos de diferentes nutrientes como en la absorción de
nutrientes de los diferentes niveles de profundidad del suelo. La información producida por
los estudios ecológicos sobre el ciclaje de nutrientes también sugería el uso de plantas tales
como las leguminosas que con facilidad forman asociaciones simbióticas, y el uso más
extendido de plantas perennes en el sistema de producción, como un medio para bombear
nutrientes de las diferentes capas del suelo y aumentar así la capacidad total de reciclaje y
almacenamiento de nutrientes en el ecosistema. No es sorprendente hallar que muchos de
estos principios ya estaban siendo aplicados en numerosos sistemas agrícolas desarrollados
por poblaciones locales en los trópicos.

La mayor parte de la literatura ecológica, la comparación entre ecosistemas naturales y


agroecosistemas se han basado en agroecosistemas desarrollados por ecologistas
posteriormente a cierta observación de un ecosistema local más bien que después de
observar sistemas locales verdaderamente desarrollados. Más aún, la investigación se
centró en parámetros tales como la diversidad de semillas, acumulación de biomasa y
almacenaje de nutrientes en sucesión. Esta investigación nos ha proporcionado cierta
comprensión de algunas dinámicas de los sistemas agrícolas considerados como entidades
biológicas, pero hasta qué punto el manejo (con excepción del llevado a cabo por algunos
alumnos relativamente inexpertos) influye en estos procesos sigue siendo un área casi
enteramente inexplorada (un caso excepcionalmente sobresaliente en este aspecto es el Uhl
et al. 1987).

Las limitaciones del enfoque puramente ecológico están siendo cada vez más superadas a
medida que los investigadores comienzan a analizar los sistemas campesinos y nativos en
equipos multi-disciplinarios y desde un perspectiva más holística (Anderson y Anderson
1983, Hecht et al. 1987, Anderson et al. 1987, Marten 1986, Denevan et al. 1984). Estos
esfuerzos tienen como intención el colocar a la agricultura en un contexto social: utilizan
modelos nativos locales y explicaciones nativas del por qué se realizan ciertas actividades
para el desarrollo de hipótesis que más adelante pueden ser probadas por medio de modelos
agronómicos y científicos. Esta es un área de investigación floreciente con implicancias
tanto teóricas como aplicadas de mucha importancia, y una gran inspiración para la teoría y
práctica de la agroecología.

SISTEMAS NATIVOS DE PRODUCCION

Otra influencia mayor en el pensamiento agroecológico es aquella que procede de los


esfuerzos de investigación de los antropólogos y los geógrafos dedicados a describir y
analizar las prácticas agrícolas y la lógica de los pueblos nativos y campesinos.
Típicamente, estos estudios se han preocupado del uso de recursos y del manejo de toda la
base de subsistencia, no solamente del predio agrícola, y se han concentrado en cómo los
pueblos locales explican esta base de subsistencia, y en cómo los cambios sociales y
económicos afectan los sistemas de producción. El análisis científico del conocimiento
local han sido un fuerza importante para reevaluar los supuestos de los modelos coloniales
y agrícolas de desarrollo. La obra pionera en este campo fue la de Audrey Richards (1939)
sobre las prácticas de roza, tumba y quema (sistema citamene) en el Africa Bemba. El
sistema citamene involucra el uso de desechos de árboles como compost en las prácticas
agrícolas de los terrenos montañosos en Africa Central. Este estudio, que acentúa los
resultados de las tecnologías agrícolas y de las explicaciones ecológicas de los pueblos
nativos, contrasta diametralmente con aquella percepción despreciativa de la agricultura
nativa que considera las prácticas locales como desordenadas y de inferior calidad.

Otra importante contribución al estudio de sistemas de cultivo nativos fue el trabajo de


Conklin (1956), el que sentó las bases para la re-evaluación de la agricultura itinerante,
basado en dados etnográficos y agronómicos sobre los Hnunoo de las Filipinas. Este trabajo
señala la complejidad ecológica y diversidad de los patrones de agricultura itinerante y la
importancia de los policultivos, la rotación de cultivos y sistemas de agroforestería, en el
marco total de la producción itinerante. Es uno de los estudios más tempranos y más
ampliamente conocidos sobre la estructura y complejidad del cultivo de roza, tumba y
quema, e incorpora mucha intuición ecológica.

Fue de especial importancia el énfasis que Conklin puso en el conocimiento ecológico


nativo y la importancia que le asignó a explotar esta rica fuente de comprensión
etnocientífica. Sin embargo, él hacía hincapié en que el acceso a esta información requería
habilidades tanto etnográficas como científicas.
Investigadores tales como Richards, P. 1984, Bremen y de Wit 1983, Watts 1983, Posey
1984, Denevan et al. 1984, Hecht y Posey 1987, Browkenshaw et al. 1979 y Conklin 1956,
entre muchos otros, han estudiado los sistemas nativos de producción y sus categorías de
conocimiento sobre las condiciones ambientales y prácticas agrícolas. Este cuerpo de
investigación se centra en el punto de vista nativo de los sistemas de producción y los
analiza con los métodos científicos occidentales. Todos estos autores han hecho hincapié en
que la organización social y las relaciones sociales de la producción deberían considerarse
tan de cerca como el medio ambiente y los cultivos. Este acento en la dimensión social de
la producción es una base importante para la comprensión de la lógica de producción de
sistemas agrícolas.

Otro resultado importante de gran parte del trabajo sobre los sistemas nativos de
producción es la idea que se necesitan diferentes nociones de eficiencia y racionabilidad
para comprender los sistemas nativos de campesinos. Por ejemplo, la eficiencia de
producción por unidad de labor invertida, más bien que una simple relación de rendimiento
por áreas es básica para la lógica de producción de muchos cultivadores del Tercer Mundo.
Las prácticas que se centran en evitar riesgos, puede que no sean tan rendidoras a corto
plazo, pero pueden ser preferibles a opciones de uso de tierras altamente productivas pero
que tienen mayores riesgos. La disponibilidad de trabajo, en especial en épocas importantes
como es la de las cosechas, puede también influir en los tipos de sistemas agrícolas
favorecidos.

Este tipo de investigación ha influido en el desarrollo de los argumentos contrarios a


aquellos que atribuían el fracaso de la transferencia de tecnología agrícola a ignorancia e
indolencia. Este enfoque, con el acento en los factores humanos de los sistemas agrícolas,
también ponía más atención en las estrategias de los campesinos de diferentes estratos
sociales, y cada vez más en el rol de la mujer en la agricultura y el manejo de recursos
(Deere 1982, Moock 1986).

El análisis etno-agrícola ha contribuido mucho a la expansión de las herramientas


conceptuales y prácticas de la agroecología. El enfoque (marco étnico) basado en la
explicación de una cultura dada ha sugerido relaciones que los marcos "étnicos" (es decir
marcos externos, generalmente referidos a modelos occidentales de expansión) no capturan
fácilmente, al basarse en los métodos de la ciencia occidental. Más aún, esta investigación
ha explayado el concepto de lo que puede con provecho ser llamado agricultura, debido a
que muchos grupos están involucrados en la manipulación de ecosistemas forestales a
través del manejo de la sucesión y la reforestación actual (Posey 1985, Anderson et al.
1987, Alcorn 1984). Aún más, la agricultura desarrollada localmente incorpora numerosos
cultivos cuyo germoplasma es esencial para el "desarrollo" de programas de mejoramiento
genético como el de la yuca y porotos, y también incluye numerosas plantas con un
potencial de uso más amplio en ambientes difíciles. Finalmente, dicho trabajo valora los
logros científicos de cientos de años de cultivo de plantas y trabajo agronómico llevado a
cabo por las poblaciones locales.

El estudio de sistemas agrícolas nativos ha proporcionado gran parte de la materia prima


para el desarrollo de hipótesis y sistemas de producción alternativos para la agroecología.
Cada vez es más amplio el estudio de la agricultura nativa realizado por equipos multi-
disciplinarios para documentar las prácticas y se han desarrollado categorías de
clasificación para analizar los procesos biológicos dentro de los sistemas agrícolas y para
evaluar aspectos de las fuerzas sociales que influyen en la agricultura. El estudio de
sistemas nativos ha sido seminal en el desarrollo del pensamiento agroecológico.

ESTUDIOS DEL DESARROLLO

El estudio del desarrollo rural del Tercer Mundo también ha sido una gran contribución a la
evolución del pensamiento agroecológico. El análisis rural ha ayudado a clasificar la lógica
de las estrategias locales de producción en comunidades que están sufriendo grandes
transformaciones, a medida que las áreas rurales se integran a economías regionales,
nacionales y globales. Los estudios sobre el desarrollo rural han documentado la relación
que existe entre los factores socioeconómicos y la estructura y organización social de la
agricultura. Existen varios temas de investigación sobre el desarrollo, que han sido de
especial importancia para la agroecología, incluyendo el impacto de las tecnologías
inducidas desde afuera, el cambio de cultivos, los efectos de la expansión de mercados, las
implicancias de los cambios de relaciones sociales y la transformación en las estructuras de
tenencia de tierras y de acceso a los recursos económicos. Todos estos procesos están
íntimamente ligados. Cómo ellos afectan los agroecosistemas regionales es el resultado de
complejos procesos históricos y políticos.

La investigación de la Revolución Verde fue importante para la evolución del pensamiento


agroecológico porque los estudios sobre el impacto de esta tecnología fueron un
instrumento que arrojó luz sobre los tipos de prejuicios que predominaban ene l
pensamiento agrícola y de desarrollo. Esta investigación también tuvo como resultado el
primer análisis verdaderamente interdisciplinario de cuestiones de tenencia de tierras y del
cambio tecnológico en la agricultura desde un punto de vista ecológico, social y
económico; todo esto realizado por un amplio espectro de analistas. La extraordinaria
aceleración del proceso de estratificación social del campesino que se asocia a la
Revolución Verde indicaba inmediatamente que ésta no era una tecnología neutra en sus
objetivos y resultados, sino más bien que podría transformar dramáticamente la base de la
vida rural de un gran número de personas.

Como lo hizo notar Perelman en 1977, los más beneficiados por dichas tecnologías fueron
los consumidores urbanos. La estrategia de la Revolución Verde se desarrolló cuando los
problemas de la pobreza y el hambre eran considerados principalmente como problemas de
producción. Este diagnóstico implicó varias estrategias que se centraban en áreas agrícolas
en las que rápidamente podrían llevarse a cabo aumentos de producción, suelos de mejor
calidad y tierras de riego entre granjeros con bienes materiales y de capital substanciales.
Tuvo éxito en términos de elevar la producción: en el fondo era parte de una política de
apostar conscientemente al más fuerte (Chambers y Ghildyal 1985, Pearce 1980). Es ahora
generalmente reconocido que solamente el aumento agregado de la producción de
alimentos no soluciona el problema del hambre y la pobreza rural, aunque sí puede reducir
los costos de alimentos para los sectores urbanos (Sen 1981, Watts 1983).

Las consecuencias de la Revolución Verde en las áreas rurales fueron tales que sirvieron
para marginalizar a gran parte de la población rural. En primer lugar, centró sus beneficios
en los grupos que eran ricos en recursos, acelerando así la diferencia entre ellos y los otros
habitantes rurales, por lo que la desigualdad rural a menudo aumentó. En segundo lugar,
socavó muchas formas de acceso a la tierra y a los recursos, tales como los cultivos de
mediería, el arriendo de mano de obra y el acceso a medios de riego y tierras de pastoreo.
Esto redujo la diversidad de estrategias de subsistencia disponibles a las familias rurales y,
por lo tanto, aumentó la dependencia del predio agrícola. El estrechamiento de la base
genética de la agricultura aumentó los riesgos porque los cultivos se hicieron más
vulnerables a plagas y enfermedades y a los caprichos del clima. En el caso de arrozales
inundados o regados, la contaminación generada por el uso de pesticidas y herbicidas a
menudo minó una importante fuente local de proteínas: el pescado.

El análisis de la Revolución Verde hecho desde el punto de vista de diferentes disciplinas,


contribuyó al primer análisis holístico de las estrategias de desarrollo agrícola/rurales. Fue
la primera evaluación ampliamente difundida que incorporó críticas ecológicas,
tecnológicas y sociales. Este tipo de enfoque y de análisis ha sido el prototipo de varios
estudios posteriores sobre la agroecología, y el progenitor de la investigación sobre
sistemas de labranza.

Es hoy ampliamente reconocido que las tecnologías de la Revolución Verde pueden ser
aplicadas en áreas limitadas y ha habido peticiones de varios analistas del desarrollo rural
en el sentido de re-dirigir la investigación agrícola en la dirección de campesinos de bajos
recursos. En el mundo existen por lo menos un billón de campesinos de recursos, ingresos y
flujos de producción muy limitados, quienes trabajan en un contexto agrícola de extrema
marginalidad. Los enfoques que hacen hincapié en paquetes de tecnologías generalmente
requieren de recursos a los cuales la mayoría de los campesinos del mundo no tienen acceso
(Tabla 2).

Muchos analistas del desarrollo rural reconocen hoy las limitaciones para la agricultura de
los enfoques tipo Revolución Verde que enfatizan agricultura a gran escala, pero estos
modelos agrícolas han dominado de una forma sorprendente los proyectos de desarrollo
agrícola del Tercer Mundo. Mientras los resultados de las estaciones experimentales de
investigación se veían extremadamente promisorios, el bajo grado de adopción por
campesinos y de reproducción exacta de los modelos en los campos, ha ocasionado grandes
dificultades en muchos proyectos. El enfoque de transferencia de tecnologías tendía a
acelerar las diferencias, exacerbando muchas situaciones políticas difíciles o las tecnologías
sólo eran parcialmente adoptadas y en muchos casos no adoptadas del todo (Scott 1978 y
1986).

Varias eran las explicaciones para la baja transferencia de tecnologías, incluyendo la idea
que los campesinos eran ignorantes y que era necesario enseñarles a cultivar. Otro set de
explicaciones se centró en las exigencias a nivel de granja, tales como la falta de créditos
que limitaban la posibilidad de los campesinos de adoptar estas tecnologías. En el primer
caso se considera que la falla está en el campesino; en el segundo se culpa a problemas de
infraestructura de diferentes tipos. Nunca se criticó a la tecnología misma.

Varios investigadores de terreno y practicantes del desarrollo se han sentido frustrados por
estas explicaciones y un número cada vez mayor han señalado que las tecnologías en si
requieren de una reevaluación sustancial. Ellos han argumentado que la decisión del
campesino de adoptar o no una tecnología es la verdadera prueba de su calidad. A menudo
a este enfoque se le ha llamado "el campesino primero y último" o "el campesino vuele al
campesino" o "la revolución agrícola nativa". Según dicen Rhoades y Booth (1982) "la
filosofía básica en la que se apoya este modelo es que la investigación y el desarrollo
agrícola deben comenzar y terminar en el campesino. La investigación agrícola aplicada no
puede comenzar aisladamente en un centro de experimentación o con un comité de
planificación que está lejos del contacto con la realidad campesina. En la práctica esto
significa obtener información acerca del campesino y comprensión de la percepción que el
campesino tiene del problema y la aceptación de la evaluación que el campesino hace de la
solución propuesta". Este enfoque requiere una participación mucho mayor de parte del
campesino en el diseño y la implementación de programas de desarrollo rural (Chambers
1984, Richards P. 1984, Gow y Van Sant 1983, Midgley 1986).

Una consecuencia de esta posición ha sido reconocer el gran conocimiento que el


campesino tiene de la entomología, botánica, suelos y agronomía, los que pueden servir
como puntos de partida para la investigación. En este caso también, la agroecología ha sido
identificada como una valiosa herramienta analítica asimismo como un enfoque normativo
para la investigación.

La agroecología encaja bien con los asuntos tecnológicos que requieren prácticas agrícolas
más sensibles al medio ambiente y a menudo encuentra congruencias del desarrollo tanto
ambiental como participativo con perspectivas filosóficas. La diversidad de preocupaciones
y de cuerpos de pensamientos que han influido en el desarrollo de la agroecología son
verdaderamente amplios. Sin embargo, esta es la extensión de los asuntos que inciden en la
agricultura. Es por esta razón que ahora vemos agroecólogos con un entrenamiento mucho
más rico que el encontrado corrientemente entre los alumnos de ciencias agrarias centrados
en una disciplina, como asimismo muchos más equipos multidisciplinarios trabajando en
estos asuntos en el campo. Aunque es una disciplina en pañales, y hasta el momento ha
planteado más problemas que soluciones, la agroecología indudablemente ha ampliado el
discurso agrícola.

Tabla 1
El contraste en condiciones físicas y socioeconómicas de campesinos
ricos en recursos versus aquellos pobres en recursos
(Modificada de Chambers y Ghildyal 1985)

CAMPESINOS
ESTACIONES CAMPESINOS RICOS POBRES
EXPERIMENTALES EN RECURSOS EN RECURSOS
Topografía plana o terrazas plana o terrazas ondulada o laderas

profundos, pocas profundos, pocas delgados, no fértiles


Suelos dificultades dificultades serias dificultades

Deficiencas de
nutrientes rara, solucionable ocasional bastante común
Riesgos (fuego, des-
lizamientos, etc.) irrelevantes pocos y controlables comunes

frecuentemente, en generalmente disponible,


Irrigación completo control de fácil control rara, poco confiable

Tamaño de la grande o mediana- pequeña, irregular no


Unidad grande, adyacente mente adyacente adyacente

controladas con controladas con


Enfermedades, agroquímicos, mano de agroquímicos, mano de
plagas, maleza obra obra control cultural

Acceso a
fertilizantes,
semillas mejoradas ilimitado confiable alto, confiable bajo, no confiable
Semillas alta calidad alta calidad semillas propias

poco acceso con escasez


Créditos ilimitados buen acceso temporal

sin dificultad de familia, escasez en


Trabajo obtener mano de obra contratada temporadas críticas
Precios irrelevantes bajos altos

Prioridad para la
producción de
alimentos irrelevante baja alta

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¿Por que estudiar la agricultura tradicional?


Miguel A. Altieri
División de Control Biológico -Universidad de California,
Berkeley

El estudio de la agricultura tradicional no es algo nuevo. Los antropólogos han estudiado


las sociedades indígenas y sus sistemas agrícolas a lo largo de diversas regiones geográficas
por más de un siglo. En los últimos años, han emergido numerosas descripciones detalladas
de los distintos modelos tradicionales de subsistencia en diversas comunidades agrícolas
(Rappaport, 1968; Brokenshaw et al., 1980). Varias preguntas importantes han surgido en
torno a las relaciones sociales de la producción, las interacciones entre los seres humanos y
su medio ambiente (que resultan en patrones típicos de utilización de la tierra), y las
interacciones entre ciertos pueblos y el resto del mundo (Rhoades, 1984). Estos trabajos
han contribuido al desarrollo de una perspectiva de ecología humana muy necesaria en la
investigación de agroecosistemas (Rambo y Sajise, 1984). El objetivo de algunos cientistas
sociales ha sido el de convencer a planificadores y agentes del desarrollo a tomar en cuenta
los conocimientos acumulados, las habilidades tradicionales y las tecnologías locales.
Muchos de los administradores de recursos que han sido entrenados en el occidente
terminan aconsejando y a veces hasta manejando los recursos agrícolas de otras tierras y
culturas. Mucho daño se podría evitar si estas personas entendieran las bases culturales y
ecológicas del sistema donde trabajan (Klee, 1980).

Recientemente, varios agroecológicos se han interesado en estudiar los agroecosistemas


tradicionales. Dos tipos de beneficios se pueden derivar del estudio de estos sistemas.
Primero, en la medida que suceden cambios en el Tercer Mundo frente a la inevitable
modernización de la agricultura, el conocimiento de los sistemas tradicionales de
producción, las prácticas de manejo y la lógica ecológica detrás de éstas se está perdiendo.
Debido al desarrollo de la agricultura moderna, la cual se caracteriza por recomendaciones
tecnológicas que han ignorado la heterogeneidad ambiental, cultural y socioeconómica de
la agricultura tradicional, el desarrollo agrícola no ha empatizado con las necesidades delos
agricultores ni con los potenciales agrícolas locales (Alverson, 1984; Conway, 1985).
Entendiendo los rasgos de la agricultura tradicional, tales como la habilidad de evitar
riesgos, las taxonomías biológicas folklóricas y las eficiencias de producción de las mezclas
simbióticas de cultivos, es posible obtener información importante para desarrollar
estrategias agrícolas más apropiadas, más sensibles a las complejidades de los procesos
agroecólogicos y socioeconómicos y así diseña tecnologías que satisfagan las necesidades
específicas de grupos campesinos y agroecosistemas locales.

El segundo beneficio es que los principios ecológicos extraibles del estudio de


agroecosistemas tradicionales pueden ser utilizados para diseñar agroecosistemas
sustentables en los países industrializados y así corregir muchas de las deficiencias que
afectan a la agricultura moderna (Altieri, 1987). Los sistemas modernos de agricultura son
un producto de una evolución estructural que substituye interacciones ecológicas
estabilizadoras por insumos de alta energía. Muchas de las interacciones ecológicas
significativas presentes en ecosistemas naturales no existen en monocultivos altamente
perturbados, lo que precluye el desarrollo de sistemas de producción alternativos basados
en principios ecológicos (Edens y Haynes, 1982). Por el contrario, los sistemas de
agricultura tradicional han surgido a través de siglos de evolución biológica y cultural, y
representan experiencias acumuladas de interacción entre el ambiente y agricultores sin
acceso a insumos externos, capital o conocimiento científico. Estas experiencias han guiado
a los agricultores en muchas áreas del mundo en el desarrollo de agroecosistemas
sustentables, manejados con recursos locales y con energía humana y animal (Altieri y
Anderson, 1986). La mayoría de los agroecosistemas tradicionales están basados en una
diversidad de cultivos asociados en el tiempo y en el espacio, permitiendo a los agricultores
maximizar la seguridad de cosecha aún a niveles bajos de tecnología (Chang, 1977;
Clawson, 1985). Muchos de estos sistemas tradicionales aún utilizan insumos mínimos,
carecen de disturbancias continuas y exhiben interacciones complejas entre cultivos, suelos,
animales, etc.; por esto, muchos agroecólogos los consideran escenarios óptimos para
evaluar propiedades de estabilidad y sustentabilidad y para obtener criterios sobre el diseño
y manejo de agroecosistemas alternativos (Gliessman et al., 1981).

Es difícil separar el estudio de los sistemas agrícolas del estudio de las culturas que los
nutren. Por esta razón, aquí se trata simultáneamente la complejidad del sistema de
producción y la sofisticación del conocimiento de la gente que los maneja. También se
intenta integrar los argumentos propuestos por cientistas sociales y biólogos, para justificar
la necesidad de continuar estudiando agroecosistemas tradicionales. Se argumenta que el
rescate de este conocimiento tradicional debe ocurrir rápidamente, no sólo porque está
siendo perdido en forma irreversible, sino también porque es crítico para el avance de la
ecología agrícola.

LA NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO TRADICIONAL

Los términos conocimiento tradicional, conocimiento indígena técnico, conocimiento rural


y etnociencia (ciencia de la gente rural) han sido usados en forma intercambiable para
describir el sistema de conocimiento de un grupo étnico rural que se ha originado local y
naturalmente. Este conocimiento tiene muchas dimensiones incluyendo aspectos
lingüísticos, botánicos, zoológicos, artesanales y agrícolas, y se deriva de la interacción
entre los seres humanos y el medio ambiente. La información es extraída del medio
ambiente a través de sistemas especiales de cognición y percepción que seleccionan la
información más útil y adaptable, y después las adaptaciones exitosas son preservadas y
transmitidas de generación en generación por medios orales o experienciales. Sólo
recientemente algunos de estos conocimientos han sido descritos por investigadores. La
evidencia sugiere que la discriminación más fina evoluciona en comunidades donde el
medio ambiente tiene inmensa diversidad física y biológica y/o en comunidades que existen
al margen de la sobrevivencia (Chambers, 1983). También es común que los miembros más
viejos de estas comunidades posean conocimientos mejores y más detallados que los
jóvenes.
Varios aspectos de estos sistemas tradicionales de conocimiento son importantes para los
agroecólogos:

 El conocimiento sobre el medio ambiente físico


 Las taxonomías biológicas folklóricas (o sistemas nativos de clasificación)
 El conocimiento sobre prácticas de producción.
 La naturaleza experimental del conocimiento tradicional

Los conocimientos de grupos indígenas sobre suelos, clima, vegetación, animales y


ecosistemas, suelen traducirse en estrategias multidimensionales de producción (por
ejemplo ecosistemas diversificados con múltiples especies) y estas estrategias generan
(dentro de ciertas limitantes técnicas y ecológicas) la autosuficiencia alimentaria de las
familias rurales en una región (Toledo et al., 1985).

Conocimiento sobre el medio ambiente

El conocimiento indígena sobre el medio ambiente físico suelo ser muy detallado. Muchos
agricultores a lo largo de todo el mundo han desarrollado calendarios tradicionales para
controlar la programación de actividades agrícolas. En el este de Africa, por ejemplo,
muchos agricultores siembran de acuerdo con las fases de la luna, creyendo que hay fases
lunares de lluvia. Muchos agricultores predicen fluctuaciones climáticas basados en la
fenología de la vegetación local. Por ejemplo, en Java occidental el Gadung sp. es un
indicador climático porque se espera que la temporada lluviosa empiece poco tiempo
después que se inicie el crecimiento de sus hojas. En la misma región, el pomelo tiene una
función parecida; el inicio de la fructificación anuncia la temporada anual de labranza
(Christanty et al., 1986).

Tipos de suelo, sus grados de fertilidad y sus categorías de uso son también descritos en
detalle por muchos agricultores. Los tipos de suelos suelen ser distinguidos por su color,
textura y a veces hasta por su gusto. Los cultivadores itinerantes suelen clasificar sus suelos
de acuerdo con la cubierta vegetal. En general, los sistemas de clasificación dependen de la
naturaleza dela relación del campesinado con la tierra (Williams y Ortiz Solorio, 1981). Por
ejemplo, los sistemas aztecas de clasificación son muy complejos, ya que reconocen más de
dos docenas de tipos de suelos que son identificados por su fuente de origen, color, textura,
olor, consistencia y contenido orgánico. Estos suelos son también clasificados de acuerdo
con su potencial agrícola y tales rangos se utilizan en evaluaciones del valor de las tierras y
en censos rurales (Williams, 1980). Campesinos andinos en Coporaque, Perú, reconocen
cuatro tipos principales de suelos. Cada tipo de suelo posee características que definen el
cultivo más adecuado (McCamant, 1986). Más ejemplos de clasificaciones de suelos
desarrolladas por grupos rurales se encuentran en Chambers (1983).

Taxonomías biológicas folklóricas

Se han documentado muchos sistemas complejos utilizados por pueblos indígenas para
clasificar plantas y animales (Berlín et al., 1973). En general, el nombre tradicional de una
planta o animal revela el estatus taxonómico de este organismo. Varios investigadores han
encontrado que, en general, hay una buena correlación entre la taxa folklórica y la
científica.

La clasificación de animales, especialmente insectos y pájaros, es común entre agricultores


y grupos indígenas (Bulmer, 1965). Varios insectos y artrópodos relacionados además de
considerarse plagas de cultivos o agentes transmisores de enfermedades, pueden servir
como alimento, agentes medicinales y también como importantes figuras dentro del mito y
folklore local. En muchas regiones, ciertas plagas agrícolas son toleradas porque también
constituyen recursos, al ser consumidos como plantas y/o animales comestibles, aunque en
otros casos puedan ser considerados plagas. En Indonesia, una plaga de saltamontes del
arroz es capturada por la noche y consumida con sal, azúcar y cebollas, o vendida como
comida para pájaros. Un pájaro que es plaga en los campos de arroz de Indonesia es una
especie de Lonchura la cual es capturada en trampas para luego ser consumida. Las ardillas
y termitas también causan daños a cultivos, pero aún así son consumidas en Indonesia. Los
cultivadores itinerantes en Borneo capturan y comen cerdos salvajes que son atraídos a sus
cultivos. En el noreste de Tailandia, los habitantes comen en forma habitual ratas, termitas
y camarones que dañan los tallos del arroz (Brown y Marten, 1986).

Las hormigas, algunas de las cuales son plagas importantes, son una de las comidas de
insectos más populares en varias regiones tropicales. En su estudio de la etnoentomología
del Amazonas Brasilera, Posey (1986) describió el conocimiento detallado de los Kayapo
sobre los ciclos de vida de los insectos, sus usos y su manejo. El manejo complejo de abejas
sin aguijón (Meliponinae) para la producción de miel ilustra el profundo conocimiento
ecológico de los Kayapo sobre la biología de estas abejas. El papel de los insectos sociales
como "modelos naturales" para los indios Kayapo es especialmente interesante; el
comportamiento de estos insectos es reconocido simbólicamente en sus ritos y ceremonias
(Posey, 1986).

Las etnobotánicas son las taxonomías más frecuentemente documentadas (Alcorn, 1984).
El conocimiento etnobotánico de ciertos campesinos en México es tan elaborado que los
Mayas de Tzeltal y del Yucatán, y los Purepechas pueden reconocer más de 1200,900 y 500
especies de plantas respectivamente (Toledo et al., 1985). Igualmente, indígenas de
Botswana identificaron 206 de 211 plantas colectadas por investigadores (Chambers, 1983),
y agricultores Hanunoo en las Filipinas pueden distinguir más de 1600 especies de plantas
(Conklin, 1979).

Una característica importante de los sistemas tradicionales es su nivel de diversidad vegetal


en el tiempo y en el espacio en la forma de policultivos y/o sistemas agroforestales (Chang,
1977; Clawson, 1985). El desarrollo de estos agroecosistemas no es casual, sino que está
basado en un profundo entendimiento de los elementos y las interacciones de la vegetación,
guiada por sistemas complejos de clasificación etnobotánica. Esta clasificación ha
permitido a campesinos asignar a cada unidad de paisaje una práctica productiva,
obteniendo así una diversidad de productos vegetales mediante una estrategia de uso
múltiple (Toledo et al., 1985). En México, por ejemplo, los Huastecas manejan un cierto
número de campos agrícolas y otros en barbecho, huertos familiares complejos y predios
forestales que en total suman unas 300 especies de plantas. Areas pequeñas alrededor de las
casas tienen un promedio de 80 y 125 plantas útiles, la mayoría de las cuales son plantas
medicinales nativas (Alcorn, 1984). En forma semejante, el sistema tradicional de huerto
pekarangan de Java occidental suele contener 100 o más especies de plantas. De éstas, más
o menos el 42 por ciento contribuye con materiales de construcción y combustible, 18 por
ciento son árboles frutales, 14 por ciento son hortalizas, y el resto constituye plantas para
ornamentos, medicinas, especies y cultivos comerciales (Christanty et al., 1986).

Los agroecosistemas tradicionales también son diversos genéticamente, conteniendo


poblaciones de variedades criollas (Landraces) adaptadas, al igual que especies silvestres
botánicamente emparentadas con los cultivos. Las poblaciones de variedades criollas
consisten en mezclas de varias líneas genéticas, las cuales evolucionaron, pero que difieren
en sus reacciones a enfermedades y plagas de insectos. Algunas líneas son resistentes o
tolerantes a ciertas razas de patógenos y algunas a otros factores (Harlan, 1976). La
diversidad genética resultante confiere por lo menos resistencia parcial a enfermedades que
son específicas a variedades particulares del cultivo. La diversidad genética permite además
a los agricultores explorar distintos microclimas y derivar usos nutritivos múltiples y de
otros tipos, aprovechando las variaciones genéticas de cada especie.

En los Andes, los agricultores cultivan más de 50 variedades de papas en sus predios y
poseen sistemas taxonómicos especiales para clasificar las papas, los cuales juegan un
papel importante en la selección de distintas variedades de papa (Brush, 1982). En
Tailandia e Indonesia los agricultores mantienen en sus predios una diversidad de
variedades de arroz adaptadas a un rango amplio de condiciones ambientales. La evidencia
sugiere que las taxonomías folklóricas se hacen más relevantes en la medida que las áreas
se tornan más marginales. En Perú, por ejemplo, en la medida que se asciende en altitud, la
diversidad genética nativa se enriquece rápidamente. En el sudeste de Asia, los agricultores
siembran variedades modernas semi-enanas de arroz durante la temporada seca y siembran
variedades tradicionales durante la temporada de monzón, aprovechando así la
productividad de variedades modernas irrigadas durante meses secos y la estabilidad de
variedades nativas durante la temporada húmeda, cuando suelen ocurrir explosiones de
plagas (Grigg, 1974). Clawson (1985) describe varios sistemas tropicales en los cuales los
agricultores tradicionales siembran variedades múltiples de cada cultivo, aumentando la
diversidad interespecífica e intraespecífica, mejorando así la seguridad de la cosecha.

Varias plantas dentro y alrededor de los sistemas agrícolas tradicionales son parientes
silvestres de cultivos. Así, mediante la práctica del desmalezamiento selectivo, los
agricultores han inadvertidamente elevado el flujo de genes entre los cultivos y sus
parientes silvestres (Altieri y Merrick, 1987). Por ejemplo, en México, ciertos agricultores
permiten que el teosinte permanezca dentro o alrededor de los campos de maíz, de manera
que cuando el viento poliniza al maíz, ocurran cruzamientos naturales (Wilkes, 1977).
Mediante esta asociación continua se ha establecido un equilibrio relativo entre cultivos,
malezas, enfermedades, prácticas culturales y hábitos humanos (Barlett, 1980). Este
equilibrio es complejo y difícil de modificar sin interrumpir el balance y arriesgar la
pérdida de recursos genéticos. Por esta razón, Altieri y Merrick (1987) han apoyado el
concepto de conservación "in situ" de la diversidad nativa de cultivos es solamente posible
a través de la preservación de agroecosistemas bajo manejo tradicional y aún más, sólo si
este manejo es guiado por los conocimientos íntimos que tienen los agricultores locales
sobre las plantas y sus requisitos.
Otra dimensión importante del conocimiento etnobotánico local está relacionada con el
hecho que muchos campesinos utilizan, mantienen y preservan áreas de ecosistemas
naturalizados (bosques, praderas, lagos, laderas, arroyos, pantanos, etc.) dentro o adjunto a
sus propiedades, áreas de las cuales recogen suplementos alimenticios importantes,
materiales de construcción, medicinas, fertilizantes orgánicos, combustibles, objetos
religiosos, etc. (Toledo, 1980). Aunque la recolección de plantas ha sido normalmente
asociada con condiciones de pobreza (Wilken, 1969), evidencias recientes sugieren que esta
actividad está estrechamente asociada con la persistencia de una fuerte tradición cultural.
Inclusive la recolección de vegetación tiene una base económica y ecológica, ya que las
plantas silvestres contribuyen en forma importante a la economía de subsistencia del
campesino, especialmente durante períodos de baja producción agrícola debido a
calamidades naturales u otras circunstancias (Altieri et al., 1987). De hecho, en muchas
áreas semiáridas de Africa, campesinos y grupos tribales continúan siendo exitosos
nutritivamente aún cuando hay sequía, dada sus actividades de recolección (Grivetti, 1979).

La recolección es prominente entre cultivadores itinerantes cuyos campos cultivados son


espaciados en forma de mosaico a través del bosque. Al viajar de un campo a otro, muchos
agricultores coleccionan plantas silvestres y sus frutos, para agregar a las ollas de la unidad
familiar (Lentz, 1986). La recolección también es prevalente en biomasa desérticos. Por
ejemplo, los indios Pima y Papago del desierto Sonora, suplen muchas de sus necesidades
de subsistencia con no más de 15 especies de leguminosas silvestres y cultivadas (Nabhan,
1983). En condiciones tropicales húmedas el procuramiento de recursos vegetales de los
bosques primarios y secundarios es todavía más impresionante. Por ejemplo, en la región
de Uxpanapa de Veracruz, México, los campesinos locales explotan más o menos 435
especies de animales y plantas silvestres, de las cuales 229 son utilizadas como alimentos
(Toledo et al., 1985).

Prácticas agrícolas

En la medida que se hace más investigación, muchas de las prácticas agrícolas campesinas
que antes fueran consideradas mal guiadas o primitivas, están siendo reconocidas como
sofisticadas y apropiadas. Confrontados con problemas específicos de pendientes en
declive, inundación, sequía, plagas y enfermedades, baja fertilidad de suelos, etc., los
pequeños agricultores a lo largo del mundo han desarrollado sistemas originales de manejo
dirigidos a superar estas limitantes (Tabla 1).

Tabla 1
Algunos ejemplos de sistemas de manejo de suelos, agua y vegetación utilizados por
agricultores tradicionales en el Tercer Mundo

LIMITANTES
OBJETIVOS O PROCESOS SISTEMAS O PRACTICAS AGRICOLAS ESTABILIZADORAS
AMBIENTALES

Utilización máxima de recursos Policultivos, agroforestería, cultivos a distintos pisos, huertos familiares,
Espacio limitado
ambientales y tierra zonificaciones de cultivo según altitud, fragmentación de la finca, rotaciones, etc.

Pendiente Control de erosión, conservación Terrazas, agricultura en contorno, barreras vivas y muertas cubierta de barbecho
de agua y/o cultivo continuo, muros de piedra, arrope, etc.

Barbecho natural y/o mejorado, rotaciones de culti- vos y policultivos con


leguminosas, recaudación de litera, abonamiento, abonamiento verde, pastoreo
animal en campos en barbecho, desechos humanos y basura del hogar, restos de
Mantención de la fertilidad,
Fertilidad del suelo hormigueros que pueden ser usados como fertilizantes, uso de depósitos alu-
reciclaje de materia orgánica
viales,
uso de malezas y barro acuático, cultivo en hi- leras con leguminosas,
incorporación
de hojas, ramas y otros residuos, quema de vegetación, compost, etc.

Utilización de cuerpos de agua


Inundación o exceso Agricultura sobre camellones (ej. chinampas, tablo- nes, waru-warus), campos
en forma integra- da con la
de agua zanjados, diques, etc.
agricultura

Control de drenaje con canales y presas de freno, campos hundidos hasta nivel del
Manejo de agua a Uso óptimo del agua disponible agua, riego salpicado, riego de canal alimentado por agua de pozos o agua
través del riego subterránea,
de lagos o depósitos.

Uso de cultivos y variedades tolerantes a la sequía, uso de indicadores de clima,


Lluvia impredecible Optima utilización de la
cultivos múltiples que utilicen mejor la humedad residual al final de la tem porada
humedad disponible
lluviosa, uso de cultivos con períodos cortos de crecimiento, arrope (mulch)

Sombreamiento, espaciamiento de la siembra, uso de cultivos tolerantes a la


sombra,
Temperaturas Mejoramiento del micro- clima
manejo de viento con vallas, cercos vivos, rompevientos, control de malezas, arado
extremas
poco profundo, labranza mínima, policultivos, agroforestería, cultivo en callejones,
arrope.

Siembre densa, permitir algo de dano, uso de vallas y/o cercos, uso de variedades
Protección de cultivos,
Incidencia de plagas resistentes, policultivos, aumento de enemigos naturales, caza, colecta directa, uso
mantención de poblaciones bajas
de insecticidas y repelentes botánicos, siembra en épocas con bajo potencial de
de plagas
plagas, etc.
En general, los agricultores tradicionales han satisfecho los requisitos ambientales de sus
sistemas de producción concentrándose en algunos principios y procesos (Knight, 1980).

a. Mantención de la diversidad y la continuidad temporal y espacial. Diseños de


cultivos múltiples son adaptados para asegurar la producción constante de alimentos
y una cubierta vegetal para la protección del suelo. La provisión regular y variada
de alimento asegura una dieta diversa y nutricionalmente adecuada. La cosecha
continua de cultivos reduce la necesidad de almacenamiento, actividad difícil bajo
climas lluviosos. Una secuencia continua de sistemas de cultivos permite además la
mantención de una serie de interacciones bióticas (complejos predador-presa,
fijación de nitrógeno, etc.) que pueden beneficiar al agricultor.

b. Utilización óptima de recursos y espacio. El agrupamiento de plantas con


distintos hábitos de crecimiento, follajes, estructuras radiculares, etc., permiten una
mejor utilización de los factores ambientales tales como nutrientes, agua y radiación
solar. Las mezclas de cultivos hacen un uso más extenso de un ambiente particular.
En sistemas agroforestales complejos donde el follaje de los árboles deja pasar una
cantidad sustancial de luz, permite el crecimiento de cultivos en la estrata inferior.

c. Reciclaje de nutrientes. Los pequeños agricultores mantienen la fertilidad de los


suelos cerrando los ciclos de nutrientes, energía, agua y desechos. Así, muchos
agricultores enriquecen sus suelos juntando materiales y nutrientes (abonos
orgánicos, desperdicios forestales, etc.) en zonas adyacentes a sus predios o
adoptando sistemas de rotación o barbecho y/o incluyendo leguminosas en sus
policultivos.

d. Conservación y/o manejo de agua. En áreas de secano la distribución y cantidad


de las lluvias son los determinantes más importantes de los sistemas de cultivos, por
lo tanto los agricultores adoptan patrones de cultivos adaptados a la cantidad y
distribución de las lluvias. Así, donde las condiciones de humedad son
desfavorables, los cultivos tolerantes a la sequía son preferidos (por ejemplo,
Cajanus, batata, yuca, millet, sorgo), así como técnicas de manejo que enfatizan la
cobertura de suelo (por ejemplo arrope) para evitar la evaporación y escurrimiento.
En zonas donde la precipitación supera los 1500 mm/anual, la mayoría de los
sistemas de cultivos se basan en el arroz. Bajo condiciones de inundación continua,
en vez de desarrollar sistemas costosos de desagüe, los agricultores prefieren
desarrollar sistemas integrados de agricultura-acuacultura, tal como las chinampas
del centro de México.

e. Control de la sucesión y provisión de protección de cultivos. Los agricultores


han desarrollado un número considerable de estrategias para cautelar la invasión y
competencia de organismos no deseados. Ciertas mezclas de varias especies de
cultivos confieren protección contra insectos-plagas o ataques de enfermedades.
Ciertos policultivos con follajes complejos pueden suprimir efectivamente el
crecimiento de malezas y minimizar la necesidad de su control. Los agricultores han
desarrollado además un número de prácticas culturales que incluyen cambios en la
época y densidad de siembra, el uso de variedades resistentes, el uso de insecticidas
botánicos y/o repelentes para minimizar la incidencia de plagas.

Varios agroecosistemas tradicionales combinan elementos de todos los procesos y


principios descritos arriba, resultando en patrones únicos de utilización de suelos y de
vegetación en el tiempo y en el espacio. Algunos de estos sistemas, discutidos en detalles
por Beets (1982), Marten (1986) y Altieri (1987) incluyen los cultivos de arroz del sudeste
de Asia, los agroecosistemas Andinos basados en la papa, las chinampas de México, los
sistemas de cultivo itinerantes de Africa y un gran número de sistemas agroforestales que se
encuentran en el trópico bajo húmedo. Todos estos agroecosistemas tradicionales han
demostrado ser sustentables dentro de su contexto histórico y ecológico (Cox y Atkins,
1979). Aunque estos sistemas evolucionaron en tiempos y áreas geográficos distintas,
comparten sin embargo una serie de características estructurales y funcionales (Norman,
1979):

 Combinan un gran número de especies y poseen diversidad estructural en el tiempo


y en el espacio según la organización vertical y horizontal de los cultivos.

 Explotan la heterogeneidad microambiental dentro de un campo o región, resultante


de los gradientes de humedad, suelos, temperatura, altitud, pendiente, fertilidad, etc.
 Mantienen cerrados los ciclos de materiales y desperdicios mediante el uso de
prácticas efectivas de reciclaje.
 Dependen de una compleja interdependencia biológica, que condiciona estabilidad
al sistema contra plagas y otras limitantes biológicas.
 Dependen de recursos locales, de energía humana y animal, por lo que utilizan
niveles bajos de tecnología.
 Dependen de variedades locales de cultivos e incorporan el uso de plantas y
animales silvestres. La producción suele ser para consumo local. El nivel de ingreso
es bajo por lo que la influencia de factores no económicos es importante en la toma
de decisiones.

La naturaleza experimental del conocimiento tradicional

La fuerza del conocimiento tradicional de los agricultores deriva no sólo de observaciones


agudas sino también del aprendizaje experimental. La naturaleza experimental del
conocimiento es muy aparente en la selección de variedades de semilla para ambientes
específicos, pero también es implícita en la búsqueda y ensayo de nuevos métodos de
cultivos para sobrepasar limitantes biológicas o socioeconómicas particulares. De hecho,
Chambers (1983) argumenta que ciertos agricultores frecuentemente obtienen una riqueza
de observación y fineza de discriminación que sería accesible a científicos occidentales
solamente a través de largas y detalladas computaciones y mediciones.

En estudios del saltamontes (Zonocerus variegatus) en el sur de Nigeria, Richards (1985)


encontró que el conocimiento de los agricultores locales era equivalente al de un equipo
científico en lo que se refería a los hábitos alimenticios, ciclos de vida, factores de
mortalidad, grado de daño cometido por los saltamontes a la yuca y también en relación al
comportamiento de oviposición y de selección de sitios por la hembra para colocar los
huevos. Los agricultores contribuyeron con datos sobre las fechas, severidad y alcance
geográfico de algunas explosiones del saltamonte y con el hecho de que los saltamontes son
de importancia especial para mujeres, niños y gente pobre ya que los consumen como
alimentos. Así la recomendación final de los científicos de controlar los saltamontes
sacando los huevos de los sitios de oviposición en el campo no requirió que muchos de los
agricultores aprendieran conceptos nuevos, incluso para algunos la práctica no fue nada
nuevo.

CONCLUSIONES

En el último siglo han ocurrido cambios globales dramáticos en los ambientes rurales.
Recursos abundantes, energía barata, innovaciones tecnológicas y factores culturales han
fomentado el crecimiento agrícola en los países industrializados. El énfasis en el
incremento de la producción agrícola ha sido transferido a países subdesarrollados sin
considerar sus condiciones ecológicas y socioeconómicas. Esta visión ha sido justificada al
considerase el problema de la pobreza rural y el hambre como problemas ligados en gran
parte a la producción. Ejemplos de las consecuencias ambientales asociadas a cambios
tecnológicos dramáticos sobran en países en desarrollo y pueden ser ejemplificados por la
sustitución de la fuerza de tracción por bueyes por la de tractores en Sri Lanka
(Senanayake, 1984).

A primera vista, la sustitución de la fuerza de tracción por bueyes por la de tractores parecía
involucrar un intercambio entre una siembra más a tiempo y el ahorro en mano de obra por
un lado, y la provisión de leche y abono por el otro. Sin embargo, asociados a los búfalos
están las pozas de los búfalos, las cuales proporcionan un número insospechado de
beneficios. En la temporada seca sirven como refugio para los peces que después vuelven a
los campos de arroz en la época lluviosa. Algunos peces son atrapados y consumidos por
los agricultores constituyendo una fuente importante de proteína. Otros peces consumen las
larvas de mosquitos que portan malaria. Los arbustos que rodean las pozas refugian
culebras que comen ratones, plagas del arroz y lagartijas que a su vez consumen los
camarones que dañan las plantas de arroz. Las pozas también son usadas por los pobladores
para preparar las fondas de coco utilizadas para techos. Así, si se eliminan las pozas
también se eliminan estos beneficios. Por otra parte, las consecuencias adversas no
terminan ahí. Si se aplican pesticidas para eliminar a las ratas y las jaivas o las larvas delos
mosquitos, pueden surgir problemas de contaminación y/o resistencia a pesticidas. Al igual,
si se substituyen frondas por tejas se puede acelerar la deforestación, ya que se necesita leña
para cocer las tejas (Conway, 1986).

A pesar del avance por la modernización y de los cambios económicos, algunos sistemas de
conocimiento y de manejo agrícola tradicional aún permanecen. Estos sistemas exhiben
elementos importantes de sustentabilidad: son bien adaptados al ambiente local, dependen
de recursos locales, son de pequeña escala y descentralizados y suelen conservar la base de
recursos naturales. Por lo tanto, estos sistemas constituyen una herencia neolítica de
importancia considerable. Desgraciadamente, la agricultura moderna amenaza la estabilidad
de esta herencia.
El estudio de los agroecosistemas tradicionales puede proporcionar invaluables principios
agroecológicos, que son necesarios para desarrollar agroecosistemas más sustentables tanto
en países industrializados como en aquellos en vías de desarrollo.

Hoy en día, han surgido preguntas serias respecto a la sustentabilidad a largo plazo de la
agricultura mundial frente a la presión poblacional, escasez de recursos, empobrecimiento
económico y degradación ambiental. De hecho, los Centros Internacionales de
Investigación Agrícola miembros de la CGIAR y algunas universidades de EE.UU. han
empezado a reconocer la importancia de la sustentabilidad agrícola. El nuevo énfasis en el
manejo de los recursos va más allá de elevar el rendimiento de los cultivos para abarcar
aspectos de conservación de suelos y agua y tecnologías que ayuden a los agricultores a
reducir su dependencia de pesticidas y fertilizantes químicos (Wolf, 1986). Los países
industrializados tienen mucho más que aprender y probablemente se beneficiarán más del
estudio de la agricultura tradicional que los países subdesarrollados donde este
conocimiento todavía existe. Se espera que la investigación agrícola enfocada en la
sustentabilidad no sólo sea una "transferencia de tecnología" en una dirección, sino que las
innovaciones y perspectivas fluyan entre los países industrializados y los subdesarrollados.
Sin embargo, se debe asegurar que esta transferencia sea justa y equitativa, especialmente
en el área de la biotecnología, que depende en gran medida de la disponibilidad de
diversidad genética de cultivos, mucha de la cual es aún preservada en campos agrícolas
tradicionales. Es poco ético que genetistas y mejoradores de países industrializados
continúen teniendo acceso gratis al germoplasma nativo preservado en los países del Tercer
Mundo, para desarrollar a partir de este germoplasma nuevas variedades comerciales que
después venden a los países del Tercer Mundo a un precio considerable.

Realísticamente, necesitamos modelos de agricultura sustentable que combinen elementos


de ambos conocimientos, el tradicional y el moderno científico. Complementando el uso de
variedades, con tecnologías ecológicamente correctas se puede asegurar una producción
agrícola más sustentable. En los Estados Unidos y otros países industrializados, la adopción
de estos nuevos enfoques tecnológicos requerirá reajustes considerables en la estructura
capitalista de la agricultura intensiva. En los países subdesarrollados también se requerirá
de cambios estructurales, pero dirigidos mayormente a corregir las desigualdades en la
distribución y acceso a recursos, aunque también se necesitará el reconocimiento por parte
de los gobiernos de que el conocimiento tradicional es un recurso natural de vital
importancia. El desafío entonces consiste en maximizar la utilización de este recurso en
estrategias autónomas de desarrollo agrícola. Algunos intentos en esta línea ya han sido
iniciados por ONGs latinoamericanas con resultados estimulantes (Altieri y Anderson,
1986).

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La agroecología y el desarrollo rural,


sostenible en America Latina
Miguel A. Altieri / División de Control Biológico -
Universidad de California, Berkeley
Andrés Yurjevic / Centro de Educación y Tecnología, Santiago, Chile

Trabajo comunal en el valle de Pocona, Bolivia, durante una cosecha de papas.


Foto: Peter Williams, World Council of Churches

INTRODUCCION

La escasez de alimentos, la malnutrición y la pobreza rural son problemas de consideración


en América Latina. Estos problemas han sido generalmente percibidos como el resultado de
un alto crecimiento demográfico y una baja productividad agrícola. Consecuentemente se
implementaron una serie de proyectos internacionales y nacionales de investigación y
desarrollo, destinados a mejorar la producción de alimentos y generar excedentes
económicos (Binstrup-Anderson 1982). Después de más de dos décadas de innovaciones
tecnológicas e institucionales en la agricultura, la pobreza rural y la baja productividad aún
persisten en América Latina. Aún más, la distribución de beneficios ha sido
extremadamente desigual, beneficiando a los agricultores que poseen más capital, tierras
óptimas y otros recursos. En muchas áreas, el resultado final ha sido un incremento en la
concentración de tierras, en la diferenciación y estratificación campesina y en el aumento
de campesinos sin tierra. La razón por qué las nuevas tecnologías beneficiaron a los
grandes propietarios, es porque estas acarreaban un sesgo hacia lo moderno y de alto
insumo. Además estas tecnologías son impulsadas por instituciones cuyas políticas
perpetúan las condiciones de tenencia de tierra, crédito, asistencia técnica, infraestructura,
etc. que favorecen a la gran propiedad.

Existe un consenso creciente de la necesidad de construir nuevas capacidades de


investigación y extensión que se traduzcan n acciones que mejoren la calidad de vida de la
población rural. En los últimos 10-15 años, un gran número de Organizaciones No
Gubernamentales (ONGs) han surgido como los nuevos actores del desarrollo rural en
América Latina, concentrándose en gente, tierras y cultivos "marginados". Su enfoque
consiste en buscar nuevas formas de desarrollo agrícola y de manejo de recursos, que
fomenten la organización social y la participación local y que resulten en mayor
producción, pero a la vez en la conservación y regeneración de los recursos naturales. El
"conocimiento campesino" sobre suelo, plantas y procesos ecológicos, cobra una
significancia sin precedentes en este nuevo paradigma agroecológico (Altieri y Anderson
1986).
Al centrar los esfuerzos en las causas de la pobreza rural y de la baja productividad
agrícola, las ONGs junto a las comunidades campesinas comienzan a comprender y
cambiar el ambiente institucional, socio-económico y político condicionante. En este
artículo describimos, después de un análisis histórico contemporáneo del desarrollo rural,
las líneas generales que orientan el trabajo de un número importante de ONGs en la línea de
la agroecología, como estrategia de innovación tecnológica ambientalmente sana,
económicamente viable y que sirve a las necesidades reales de la población rural pobre.

1. Impactos de la industrialización sobre los recursos naturales, la agricultura y


el campesina en América Latina

A comienzos de la década de 1950, la mayoría de los países de América Latina llegaron a


un consenso poco usual tanto sobre el método para analizar sus restricciones políticas y
económicas como sobre la estrategia de desarrollo que había que adoptar. El enfoque
estructuralista para el desarrollo económico, con todo lo que él implica en el ámbito social
y político, logró supremacía intelectual en toda la región y la estrategia de industrialización
basada en la sustitución de importaciones (ISI) fue aprobada como la vía de desarrollo más
adecuada para superar la dependencia periférica de América Latina.

Durante este período, en vez de orientar la base industrial hacia la producción de bienes-
salarios y a diversificar la estructura de exportación, las élites locales y los grupos de
mayores ingresos usaron su influencia para concentrar la economía en la producción de
bienes de consumo durables. Esta estrategia representó una importante pérdida de confianza
en los recursos locales, naturales y humanos, privilegiando en lugar de ellos un tipo de
desarrollo industrial altamente intensivo en capital y energía (petróleo). En los hechos, el
consumo de energía basada en el petróleo aumentó en la región 400% entre 1950 y 1976
(Twomey 1987).

La agricultura quedó subordinada al desarrollo industrial a través de la fijación de precios,


las políticas impositivas y las tasas de cambios sobrevaluadas. Todas las políticas
apuntaban a canalizar el excedente agrícola hacia las inversiones industriales, reduciendo
las posibilidades de un desarrollo más equilibrado. La estructura de poder dentro del sector
agrario y el rendimiento productivo de la agricultura fueron señalados como los dos cuellos
de botella más importantes que impedían el proceso de desarrollo industrial. El sistema
feudal de tenencia de la tierra y la baja productividad de la agricultura obstaculizaban la
expansión capitalista en los campos de América Latina. Por lo tanto, se proyectaron
reformas agrarias y se promovieron con energía las innovaciones tecnológicas basadas en el
paquete de la revolución verde (de Janvry 1981).

La estrategia de la ISI no era neutral en lo que respecta al medio ambiente. El proceso de


rápida urbanización y la concentración industrial cerca de los principales mercados urbanos
tuvieron por resultado una grave contaminación y otros problemas ambientales (García
1988). La estrategia de la ISI creó la imagen de que los recursos naturales de América
Latina eran tan abundantes que no se podrían agotar jamás, y que las actividades
económicas primarias, particularmente la agricultura, poco tenían que ver con el
crecimiento económico. Ambas ideas tuvieron una fuerte influencia en la forma como se
percibió y se utilizó el medio ambiente (Leonard 1987).
Las tecnologías ahorradoras de tierra, empleadas para
fomentar la producción agrícola, transformaron a los países
latinoamericanos en importadores netos de insumos
químicos muchos de los cuales tuvieron un grave impacto
en el medio ambiente. El consumo de fertilizantes químicos
creció a una tasa de 13% anual entre 1950 y 1972, hasta llegar a un punto de utilidades
decrecientes para muchos cultivos. El consumo por hectárea cultivada aumentó de 5.5. a
42.3 kg/ha entre 1949 y 1973. (Wilke 1985).

Entre 1980 y 1984 los países latinoamericanos importaron pesticidas por valor de unos 430
millones de dólares. Este uso masivo de pesticida contribuyó al desarrollo de una
resistencia a los pesticidas en varias plagas de insectos y al trastorno de los equilibrios
ecológicos naturales, lo que facilitó la reaparición y nuevos brotes de plagas de insectos y
enfermedades. Los envenenamientos humanos producidos por los pesticidas han llegado a
niveles inaceptables en muchos países, por ejemplo, en América Central se produjeron más
de 19.000 envenenamientos por pesticidas entre 1971 y 1976. Las tendencias actuales
indican que el costo del control químico de las plagas en América Latina ascenderá a 3,97
billones de dólares hacia el año 2000 (Burton y Philogene 1986).

Se incorporaron nuevas tierras agrícolas y ganaderas a expensas de una deforestación


extensiva del bosque tropical y semitropical. Entre 1950 y 1973, se desmontaron 91
millones de hectáreas de bosques, llegando a una tasa anual de deforestación que excedía
seis veces la reforestación anual en la región. Hoy en día las tasas de deforestación en la
Amazonia alcanzan entre 1.5 y 2 millones de has/año (Moran 1983). El uso excesivo de los
suelos aumentó su erosión en países tales como Colombia, Chile y México, en que el 30, el
62 y el 72 por ciento respectivamente de sus tierras agrícolas presentan niveles de erosión
entre moderados y graves (Baldwin 1954).

Si se considera que la agricultura comercial está fuertemente predispuesta favor de la


mecanización y que los cultivos de trabajo intensivo han sido reemplazados por la crianza
de ganado de trabajo extensivo, es evidente que el empleo agrícola ha disminuido. En
realidad, en la agricultura comercial la población económicamente activa (PEA) ha
aumentado en sólo el 19% desde 1950 a 1980 mientras que la población campesina
económicamente activa ha tenido un aumento de 44% en el mismo período. Dado que 2/3
de las familias campesinas obtienen más de la mitad de sus ingresos en actividades
realizadas fuera del predio agrícola, tal caída en el empleo ha tenido graves consecuencias.
Durante las últimas décadas, los predios sub-familiares se han transformado cada vez más
en un refugio que absorbe la pobreza que generan los fracasos en las políticas de desarrollo.

Varias estadísticas muestran que el 62% de las familias rurales de la región vivían bajo el
límete de pobreza, llegando a un 65% en Ecuador, 67% en Colombia, 68% en Perú y 73%
en Haití. Desde 1950, el tamaño promedio del predio sub-familiar ha disminuido a una tasa
anual de 0.4%.

Debido a la subdivisión de la propiedad, el número de predios ha aumentado a una tasa


anual de 2.7%, mientras el área total de tierras agrícolas a disposición de los campesinos ha
aumentado sólo un 2.3%. Si el tamaño promedio del predio subfamiliar fue de 2.1 ha en
1950, su tamaño hoy es más o menos de 1.9 ha. (UN-FAO 1986).

La aplicación de la estrategia ISI durante más de treinta años transformó radicalmente un


número significativo de sociedades rurales latinoamericanas en formaciones sociales
urbano-industriales. En este proceso de transformación económica el Estado ha
desempeñado un rol crucial. De hecho, los grandes programas de infraestructura fueron
financiados con recursos públicos para facilitar las comunicaciones y el comercio. En
varios sectores económicos se instalaron fábricas bajo un régimen de propiedad estatal y el
sector privado fue protegido de la competencia extranjera por políticas públicas. Para
producir los expertos profesionales y formar la fuerza laboral industrial, las universidades y
centros de formación subvencionados pro el Estado pusieron en práctica programas
educacionales, de esta manera, el Estado se convirtió a sí mismo en el empleador más
importante y el único agente capaz de influir en la distribución de la riqueza y los ingresos.
Bajo tales circunstancias se desarrolló en América Latina una mentalidad estatista.

Este proceso tuvo impactos serios en las sociedades civiles latinoamericanas. La mayoría
de los movimientos sociales y de los partidos políticos presentaron sus demandas al Estado,
sin tratar de abordar directamente sus problemas. En consecuencia, no se fomentó nunca la
participación popular debido al énfasis puesto en la representación del pueblo en los países
donde prevalecía la democracia. El resultado de este proceso económico, político y social
fue el establecimiento de sociedades industriales urbanas con graves desequilibrios
sectoriales, una preeminencia del Estado en la economía y la política, un relativo retraso de
la sociedad civil y una pobreza masiva tanto rural como urbana.

2. La deuda externa y la agricultura: problemas y oportunidades

La crisis de la deuda externa de los 80 ha hecho dudar seriamente de la viabilidad del


modelo de la ISI. Se comprendió rápidamente que las estrategias que miran al mercado
interno no producen las divisas extranjeras necesarias para servir la deuda y comprar bienes
y servicios en el extranjero.

Las opciones neoliberales aplicadas con diferentes niveles de consistencia y entusiasmo por
los gobiernos locales crearon condiciones nuevas en las economías regionales y cambiaron
el rol del sector agrícola al interior de ellas. Las devaluaciones han aumentado, para
algunos países, notablemente la rentabilidad del sector agrícola al despertar potenciales de
exportación y han creado un espacio para sustituir las importaciones que se han hecho más
caras. Esto ha sucedido a pesar del deterioro de los precios internacionales de los productos
agrícolas. En términos relativos, el sector agrícola ha sido menos afectado por la crisis.
Mientras la economía crecía un 1% entre 1980 y 1986, la agricultura creció 1.96% y el
sector de exportaciones agrícolas alcanzó un nivel de 3.1% de tasa de crecimiento (IICA
1988).

Desgraciadamente los 60 millones de campesinos pobres de la región no se han beneficiado


con este crecimiento, a pesar de su contribución a las exportaciones latinoamericana y al
abastecimiento interno de alimentos. En 1980 los 8 millones de pequeños predios de la
región produjeron el 40% del total de alimentos de origen agrícola y ganadero, el 41% del
café y el 33% del cacao. Por el contrario, los impactos de este crecimiento se tradujeron en
mayor pobreza y atomización social entre el campesinado. Tales condiciones sociales han
forzado a los pobres del campo a convertirse en agentes degradación ambiental provocando
una grave erosión y deforestación. Sus impactos ambientales son sin embargo pequeños si
se los compara con los efectos perjudiciales de los grandes terratenientes, ganaderos y
compañías multinacionales mineras y forestales.

En un continente donde el 20% de las familias más ricas se reparten entre el 50 y 65% de
los ingresos generados mientras que el 20% más pobre sólo obtiene entre el 2 y el 4%, y
donde el 10% de las haciendas concentran entre el 70 y 80% de las tierras agrícolas, la
crisis económica y las políticas para enfrentarla han tenido efectos desiguales sobre los
diferentes sectores sociales. En realidad, cuando la economía actúa bien los beneficios
tienden a acumularse en los sectores mejor organizados, y durante los períodos de recesión
económica los pobres se hacen aún más pobres porque no pueden defenderse a sí mismos
de los impactos de la crisis (Scott 1987).

Dado que a la agricultura le ha ido relativamente mejor que a los otros sectores
económicos, y que el campesinado es un sector social sumamente estratificado, el impacto
neto de la crisis sobre cada estrato social varía considerablemente. Los campesinos que son
compradores-netos de alimentos, se hallan frente a los aumentos de precios en una situación
muy difícil, mientras que los que son vendedores-netos pueden defenderse mejor de la
crisis económica.

Hablando en general, los campesinos se pueden clasificar en trabajadores si tierras,


minifundistas o agricultores de tamaño subfamiliar y familiar. Los campesinos sin tierras
son un fenómeno sociológico más bien nuevo en el sector rural. Representan menos del
20% de los hogares rurales. Viven en pequeños pueblos campesinos y, conforme a diversos
estudios, rara vez pueden conseguir del gobierno beneficios educacionales y de salud. El
desplazamiento de los trabajadores de las haciendas comerciales, debido a las tecnologías
ahorradoras de mano de obra, es claramente uno de los factores que mejor explica la
aparición de este estrato de campesinos sin tierras. El ingreso de estos trabajadores sin
tierras proviene de salarios, que han disminuido un 15,2% durante el período 1980-1985
(de Janvry 1988).

Por otra parte, el bienestar de los minifundistas depende de su acceso a suficiente tierra y a
aumentos en la productividad de la tierra. Sus pequeñas posesiones de tierra contribuyen
con un modesta cantidad a su ingreso, generalmente menos de un tercio de los ingresos
totales de la familia. Debido a su aislamiento geográfico, tradicionalmente este sector ha
sido pasado por alto por el gobierno en sus inversiones en obras públicas. Un colapso
potencial de la economía campesina podría tener un gran impacto social porque, como se
ha establecido antes, este sector constituye un refugio para los pobres durante los períodos
de crisis económica. El sector comprende 8 millones de predios que hacen una contribución
importante al abastecimiento agrícola interno de la región. Desgraciadamente esta
contribución a la auto-suficiencia alimentaria regional parece estar en declinación. Por
ejemplo, datos de censos agrícolas demuestran que en Brasil y Uruguay las granjas sub-
familiares perdieron el 25% de su participación en el abastecimiento interno durante el
período 1970-1980 (Ortega 1986).
Aunque los predios de tamaño familiar han podido mantener su acceso a la tierra en los
últimos treinta años, las mejoras en la productividad son cruciales para favorecer su
competitividad en el mercado. Las tendencias actuales en la rentabilidad agrícola ofrecen
nuevas oportunidades para este estrato campesino.

Cuadro 1
Distribución de la tierra agrícola y principales restricciones
productivas de la agricultura campesina latinoamericana

%
Area en % Tierra Area
Tierra Area % Area con
% predios <20 ha. arable en sujeta Suelos sujetos
Región arable Area cultivada problemas
% Area %Total Total # laderas a a inundación
(Km2) (Km2) de fertilidad
predios escarpadas sequía

MEXICO 232,200 12.1 151,900 - - 20

AMERICA
CENTRAL 121,200 99,154 11.8 69.2 33 32 16 10
18.9
Y EL CARIBE

SUDAMERICA 1,394,439 8.2 890,800 - - 25 17 47 10

TOTAL
AMERICA 1,747,839 8.5 1,141,854 7.3 75.4 - - - -
LATINA

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Caribe. UN/FAO, Roma.

3. Las organizaciones no gubernamentales: actores nuevos en el desarrollo rural

La proliferación en América Latina de organizaciones no gubernamentales (ONGs) en los


últimos quince años puede asociarse con factores internos y externos a ella. Entre los
factores externos hay dos que tienen la mayor importancia. Uno es el surgimiento de
gobiernos autoritarios en todo el cono sur de la región que dejaron sin empleo a gran
número de profesionales, relacionados principalmente con las ciencias sociales y agrícolas.
Estos recursos humanos estaban concentrados en las universidades y en las agencias de
desarrollo gubernamentales. La crisis económica fue el segundo factor externo que impulsó
a la gente a buscar nuevas alternativas. Los programas sociales fueron suprimidos de las
agendas públicas aún en los países con regímenes democráticos. Por consiguiente los
factores externos estaban asociados a razones políticas y económicas.
Por otra parte, algunos factores internos fueron también de significativa importancia. La
mayoría de los programas de distribución de los ingresos a cargo de los gobiernos
fracasaron por el hecho de no haber llegado hasta las personas necesitadas. Sólo los
sectores bien organizados pudieron sacar provecho de las políticas distributivas en
comparación con los sectores pobres atomizados. Las experiencias de desarrollo de
organizaciones de base realizadas a nivel local por las ONGs abrieron nuevos caminos para
llegar directamente a los necesitados. Por otra parte, las ONGs ponen en tela de juicio la
noción e que el desarrollo social sólo se puede realiza de arriba hacia abajo a partir del
Estado. Las ONGs representan también un arreglo institucional que en sí mismo enriquece
la sociedad civil promoviendo la participación social y estrategias adecuadas de desarrollo.

Las ONGs promueven la idea de opciones alternativas de desarrollo. Como tales,


representan un paso adelante en la innovación tecnológica y nuevos estilos de desarrollo,
más relacionados con las tradiciones culturales y las dotaciones de recursos de las
sociedades dependientes. Sus esfuerzos dirigidos al desarrollo de una agricultura
regenerativa basada en el conocimiento popular y en los recursos locales es un buen
ejemplo. En un mundo dependiente caracterizado pro graves restricciones económicas, la
relevancia de los enfoques de desarrollo basados en los recursos locales está ganando
importancia creciente.

4. Programas de Desarrollo Rural de las ONGs

Los Programas de Desarrollo Rural (PDRs) se multiplicaron rápidamente en la región,


desde que los procesos de reforma agraria llegaron a su término en los años setenta (Altieri
y Anderson 1986). Los gobiernos de la región llevaron a cabo PDRs para compensar a los
pequeños productores por las pérdidas que sufrieron como resultado de los bajos precios
agrícolas y los bajos salarios pagados en la agricultura comercial. Los PDRs se usaron
también como vehículo para introducir nuevos insumos químicos y tecnologías modernas
en las comunidades campesinas, proyectados originalmente para ser usados en la
agricultura a gran escala (de Janvry et al. 1987).

Los recortes cada vez más grandes en los presupuestos públicos de la mayoría de los países
latinoamericanos y la transferencia tecnológica de insumos no apropiados para las
realidades económicas, físicas y ecológicas de los predios campesinos, produjeron el
fracaso de los PDRs. Estos programas sólo tuvieron un efecto limitado entre los sectores
más acomodados del campesinado. La desaparición progresiva de la ayuda pública en el
campo del desarrollo rural dejó a las ONGs como principales actores institucionales en la
lucha contra la pobreza rural (La Croix 1985).

Desde el comienzo de la década de los ochenta las estrategias de desarrollo rural llevadas a
cabo por las ONGs han sido guiadas por cinco preocupaciones principales: a) la carencia de
presencia social del campesinado al interior del sistema social nacional; b) la creciente
pérdida de identidad de los grupos campesinos; c) la creciente desesperación y los escasos
incentivos de los campesinos para mejorar su condición de pobreza; d) los factores
limitantes que impiden el proceso de acumulación campesina, y e) el precario nivel de
subsistencia de la familia campesina.
Aún cuando existe una gran variedad de programas de desarrollo rural promovidos por las
ONGs, existe consenso en que hay componentes específicos que no se pueden pasar por
alto si se espera combatir en forma efectiva la exclusión social y el empobrecimiento
experimentado por el campesinado. De este modo, la organización campesina surge como
un objetivo central de los PDRs. Estas organizaciones pueden ser en forma de sindicatos y
federaciones organizados alrededor del trabajo, o pueden ser de base comunitaria. Pueden
estar motivadas por cuestiones técnico-productivas o pueden estar asociados a actividades
específicas desarrolladas para un grupo específico de campesinos. En general, todos los
PDRs consideran que la eficacia social de las actividades campesinas es directamente
dependiente de la calidad de sus organizaciones y la creación de líderes.

La cuestión de la identidad campesina es otro aspecto que asumen los PDRs al enfrentar la
pobreza rural, especialmente al tratar con campesinos indígenas. En estas comunidades los
programas de formación ponen énfasis en el desarrollo de una conciencia social, una
educación política y la identidad étnica del campesinado. Aunque las ONGs difieren en sus
enfoques dentro de esta línea de trabajo, un rasgo común de las ONGs es el despertar una
voluntad por el cambio social dentro del campesinado.

La gran mayoría de las ONGs se dedica en sus PDRs a problemas relacionados con la
organización campesina, la educación popular, la organización social, el desarrollo
económico y la subsistencia familiar, y es de acuerdo con estas actividades que se puede
intentar una clasificación de tales programas, dependiendo de la importancia relativa
asignada por cada ONG a cada componente.

El primer grupo está compuesto por los PDRs que ponen énfasis en los procesos
productivos y técnicos así como en la comercialización. Estos programas tienden a actuar
como sustitutos para la falta de apoyo gubernativo expresado en la carencia de inversiones
en infraestructura, tecnología y líneas de crédito experimentada corrientemente por las
comunidades campesinas. Estos programas tratan también de dotar al pequeño productor
con la capacidad necesaria de negociación para sobrevivir en mercados que son imperfectos
y sesgados. Debido a la naturaleza de su enfoque, estos PDRs tienen a concentrar sus
esfuerzos entre los pequeños agricultores acomodados y actuar como transmisores de
innovaciones tecnológicas asociadas con la agricultura moderna.

Un segundo grupo lo constituyen los PDRs que ponen énfasis en el aspecto organizacional.
Estos programas han sido fuertemente influenciados por los métodos de educación popular
y tienen a ser proyectados como programas de formación específicamente confeccionados a
la medida de los grupos laborales. Debido a la naturaleza de estos programas, existe entre
sus beneficiarios un gran predominio de trabajadores asalariados.

El tercer tipo de PDRs lo componen los que ponen énfasis en el fortalecimiento de la


economía de subsistencia y en la defensa y rescate de la cultura y la lógica productiva
tradicional del campesino, especialmente entre los grupos indígenas. Son programas que se
realizan a nivel comunitario y procuran fortalecer las instituciones de la comunidad tales
como el trabajo colectivo y las jerarquías naturales de liderazgo.
Finalmente, un cuarto grupo de PDRs está constituido por
programas que dan importancia al desarrollo y uso de las
tecnologías apropiadas. Estos esfuerzos adquirieron gran
importancia con la crisis del petróleo y de la deuda externa y,
en general, representan una transferencia de tecnologías
simples que resultaron ser exitosas en otras partes del mundo.

Obviamente cada tipo de programa ha sido objeto de innumerables críticas. A los que le
dan importancia al uso de insumos modernos e les reprocha de ser funcionales a un estilo
de desarrollo que no incorpora los intereses campesinos. A los que han puesto énfasis en los
aspectos de organización de los grupos sociales se les ha considerado excesivamente
ideológicos y carentes de repuestas concretas a los problemas más apremiantes de las
comunidades campesinas. A los programas que procuran fortalecer la identidad de las
comunidades campesinas, especialmente las de carácter indígena, se las ha clasificado
como idealizadoras de un mundo pasado, y se les critica el no comprender la dinámica de la
modernización capitalista y del proceso de desarrollo. Finalmente, a los programas
dedicados a la búsqueda de tecnologías apropiadas se les critica el ser ineficientes y apoyar
proyectos tecnológicos que no toman en consideración los cambios en la disponibilidad de
fuerza laboral dentro de las comunidades.

Todos los enfoques recién mencionados presentan graves limitaciones para combatir la
pobreza rural, particularmente debido a la crisis económica general y al deterioro de la base
de recursos naturales de los campesinos. No obstante, PDRs que integran las contribuciones
más valiosas hechas en los programas descritos más arriba han comenzado a aparecer en los
años recientes. Estos PDRs han trascendido las concepciones convencionales integrando en
una estrategia única los aspectos técnicos y sociales involucrados en el desarrollo rural. El
punto de partida ha sido definir una nueva aproximación agrícola al proceso productivo
campesino basada en principios agroecológicos. De este modo, la idea básica de este nuevo
enfoque es que el campesino es un pequeño productor agrícola que se ha visto obligado a
cultivar zonas agroecológicas frágiles, para lo cual sus conocimientos técnicos son
insuficientes. Existe una conciencia explícita de que la ciencia agrícola puede hacer una
importante contribución. La segunda idea clave ha sido dar un enfoque realista a los
procesos de organización social poniendo de relieve la necesidad de satisfacer las
necesidades básicas en la lucha por la supervivencia de las comunidades campesinas. Aquí,
el desarrollo de la conciencia campesina, dirigido a la comprensión de las causas
estructurales que generan y mantienen la pobreza es de principal interés. El objetivo de
estos PDRs es desarrollar una lógica productiva campesina que pueda dar origen a un
proceso de reconstrucción de los valores autóctonos y de la cultura indígena. Aún cuando
las ONGs que han sido influencias por esta nueva perspectiva son minoría en América
Latina, son claramente las organizaciones que están proyectando una imagen creciente de
creatividad y realismo.

Cuadro 2
Tierra arable y Población estimada en laderas escarpadas de países Latinoamericanos
Seleccionados y su Contribución al Producto
Agrícola Total
(Modificado conforme a Posner
y McPherson 1982)

% del total de % contribución al total de la


% de la población % contribución al producto
País tierra arable producción de:
agrícola agrícola (excluído el café)
maíz papas

Ecuador 25 40 33 50 70
Colombia 25 50 26 50 70
Perú 25 50 21 20 50
Guatemala 75 65 25 50 75
El Salvador 75 50 18 50 50
Honduras 80 20 19 40 100
Haití 80 65 30 70 70

República
80 30 31 40 50
Dominicana

5. Algunas características de la agricultura campesina en América Latina

Los ocho millones de unidades campesinas de América Latina ocupan el 18% del total de la
tierra agrícola y sólo el 7% de la tierra arable. Sin embargo, es en este sector donde se
origina entre el 40 y 50% de la producción agrícola para consumo doméstico,
contribuyendo de este modo en gran medida al abastecimiento de alimentos en la región,
especialmente en lo que respecta a los cultivos básicos tales como el maíz, frijoles y papas
(Ortega 1986).

Alrededor del 60% del total de las familias campesinas lo conforman campesinos sin tierras
o campesinos que poseen insuficiente tierra. Este grupo de campesinos empobrecidos
dedica sus actividades agrícolas a su subsistencia y a la venta de su trabajo fuera del predio
para obtener ingresos. La falta de acceso a la tierra y la baja productividad son factores
importantes que explican la pobreza de este sector (de Janvry et al. 1987). Aunque los
campesinos labran generalmente zonas marginales que afrontan problemas asociados con
pendientes, sequías, fertilidad del suelo, plagas, etc. (Cuadro 1), muchos de ellos han
heredado y/o desarrollado complejos sistemas de cultivo consistentes en mezclas
simbióticas de especies que minimizan los riesgos bajo condiciones de estrés ambiental y
maximizan los rendimientos aún operando con bajos niveles de tecnología (Altieri 1987,
Francis, 1986). Cultivos básicos como el maíz, frijoles, mandioca, papas y el arroz son
todos mayormente cultivados por campesinos en mezclas de siembras espaciales y/o
temporales logrando un alto nivel de producción en condiciones ambientales difíciles, como
las imperantes en laderas de Mesoamérica y los Andes (Cuadro 2).

La nueva tecnología no ha llegado aún a este gran grupo de campesinos empobrecidos.


Muchos campesinos insisten en conservar los sistemas tradicionales aún cuando otras
alternativas, incluso nuevas variedades mejor adaptadas a la labranza del monocultivo,
llegan a estar a su disposición. Por ejemplo, en México, sólo entre el 10 y el 25% del total
de campesinos adoptaron semillas mejoradas, fertilizantes, pesticidas y maquinarias,
mientras que alrededor de 60-91% de los agricultores a gran escala adoptaron tales
insumos. En las laderas de algunas regiones de Colombia, el 15% de los campesinos
adoptaron nuevas variedades de maíz, mientras que en los valles de las tierras planas el
65% de los productores lo hicieron. Muchos campesinos tienen dificultades para adoptar
estas técnicas nuevas debido a que las variedades modernas y las recomendaciones
tecnológicas globales son con frecuencia muy inadecuadas para la tremenda heterogeneidad
ecológica y socioeconómica que caracteriza sus predios. Además muchos campesinos se
resisten a adoptar tecnologías que ellos perciben como riesgosas al no comportarse bien
bajo condiciones marginales y que tienen a monetariza aún más sus economías, haciéndolos
por consiguiente más dependientes del mercado (Lipton y Longhust 1985).

6. Las contribuciones de la agroecología al desarrollo rural

En América Latina, los enfoques simplemente tecnológicos del desarrollo agrícola no han
tomado en cuenta las enormes variaciones en la ecología, presiones de población,
relaciones económicas y organizaciones sociales que existen en la región, y
consiguientemente el desarrollo agrícola no ha estado puesto a la par con las necesidades y
potencialidades de los campesinos locales. Este desajuste se ha caracterizado por tres
aspectos:

a. El cambio tecnológico se ha concentrado principalmente en las zonas templadas y


subtropicales donde las condiciones físicas y socioeconómicas son semejantes a las
de los países industriales y/o a las de las estaciones experimentales.
b. El cambio tecnológico benefició principalmente la producción de bienes agrícolas
de exportación y/o comerciales producidos prioritariamente en el sector de grandes
predios, impactando marginalmente la productividad de los productos alimentarios,
que son cultivados en gran medida por el sector campesino, y
c. América Latina se ha convertido en un importador neto de insumos químicos y
maquinaria agrícola, aumentando los gastos del gobierno y agravando la
dependencia tecnológica.

La agroecología ha surgido como un enfoque nuevo al desarrollo agrícola más sensible a


las complejidades de las agriculturas locales, al ampliar los objetivos y criterios de
agrícolas para abarcar propiedades de sustentabilidad, seguridad alimentaria, estabilidad
biológica, conservación de los recursos y equidad junto con el objetivo de una mayor
producción (Altieri, 1987).

Debido a lo novedoso de su modo de ver la cuestión del desarrollo agrícola campesino, la


agroecología ha influenciado fuertemente la investigación agrícola y el trabajo de extensión
de muchas ONGs latinoamericanas. Varias características del enfoque agroecológico al
desarrollo de la tecnología y a su difusión lo hacen especialmente compatible con la
racionalidad de las ONGs:

a. La agroecología, con su énfasis en la reproducción de la familia y la regeneración


de la base de los recursos agrícolas, proporciona un sistema ágil para analizar y
comprender los diversos factores que afectan a los predios pequeños. Proporciona
también metodologías que permiten el desarrollo de tecnologías hechas
cuidadosamente a la medida de las necesidades y circunstancias de comunidades
campesinas específicas.
b. Las técnicas agrícolas regenerativas y de bajos insumos y los proyectos propuestos
por la agroecología son socialmente activadores puesto que requieren un alto nivel
de participación popular.
c. Las técnicas agroecológicas son culturalmente compatibles puesto que no
cuestionan la lógica de los campesinos, sino que en realidad construyen a partir del
conocimiento de tradicional, combinándolo con los elementos de la ciencia agrícola
moderna.
d. Las técnicas son ecológicamente sanas ya que no pretenden modificar o transformar
el ecosistema campesino, sino más bien identificar elementos de manejo que, una
vez incorporados, llevan a la optimización de la unidad de producción.
e. Los enfoques agroecológicos son económicamente viables puesto que minimizan
los costos de producción al aumentar la eficiencia de uso de los recursos localmente
disponibles.

En términos prácticos, la aplicación de los principios agroecológicos por las ONGs se ha


traducido en una variedad de programas de investigación y demostración sobre sistemas
alternativos de producción cuyos objetivos son:

1. Mejorar la producción de los alimentos básicos a nivel del predio agrícola para
aumentar el consumo nutricional familiar, incluyendo la valorización de productos
alimentarios tradicionales (Amaranthus, quinoa, lupino, etc.) y la conservación del
germoplasma de cultivos nativos;
2. Rescatar y re-evaluar el conocimiento y las tecnologías de los campesinos;
3. Promover la utilización eficiente de los recursos locales (por ejemplo tierras,
trabajo, sub-productos agrícolas, etc.);
4. Aumentar la diversidad y variedad de animales y cultivos para minimizar los
riesgos;
5. Mejorar la base de recursos naturales mediante la regeneración y conservación del
agua y suelo, poniendo énfasis en el control de la erosión, cosecha de agua,
reforestación, etc.
6. Disminuir el uso de insumos externos para reducir la dependencia, pero
manteniendo los rendimientos con tecnologías apropiadas incluyendo técnicas de
agricultura orgánica y otras técnicas de bajo-insumo;
7. Garantizar que los sistemas alternativos tengan efecto habilitador no sólo en las
familias individuales sino también en la comunidad total. Para lograrlo, el proceso
tecnológico se complementa a través de programas de educación popular que tienen
a preservar y fortalecer la "lógica productiva del campesino" al mismo tiempo que
apoyan a los campesinos en el proceso de adaptación tecnológica, enlace con los
mercados y organización social.

Tal vez uno de los rasgos que ha caracterizado esta búsqueda de nuevos tipos de desarrollo
agrícola y estrategias de manejo de recursos es que el conocimiento de4 los agricultores
locales sobre el ambiente, las planta, suelos y los procesos ecológicos, recupera una
importancia sin precedentes dentro de este nuevo paradigma agroecológico. Varias ONGs
están convencidas que el comprender los rasgos culturales y ecológicos característicos de la
agricultura tradicional, tales como la capacidad de evitar riesgos, las taxonomías biológicas
populares, las eficiencias de producción de las mezclas de cultivos simbióticos, el uso de
plantas locales para el control de las plagas, etc., es de importancia crucial para obtener
información útil y pertinente que guíe el desarrollo de estrategias agrícolas apropiadas más
sensibles a las complejidades de la agricultura campesina y que también están hechas a la
medida de las necesidades de grupos campesinos específicos y agroecosistemas regionales.

La idea es que la investigación y el desarrollo agrícola debieran operar sobre la base de un


enfoque "desde abajo", comenzando con lo que ya está ahí: la ente del lugar, sus
necesidades y aspiraciones, sus conocimientos de agricultura y sus recursos naturales
autóctonos. En la práctica, el enfoque consiste en conservar y fortalecer la lógica
productiva de los campesinos mediante programas de educación y adiestramiento, usando
granjas demostrativas que incorporen tanto las técnicas campesinas tradicionales como
también nuevas alternativas viables. De esta manera, el conocimiento y las percepciones
ambientales de los agricultores están integrados a esquemas de innovación agrícola que
intentan vincular la conservación de recursos y el desarrollo rural. Para que una estrategia
de conservación de recursos compatible con una estrategia de producción tenga éxito entre
los pequeños agricultores, el proceso debe estar vinculado a esfuerzos de desarrollo rural
que den igual importancia a la conservación de los recursos locales y autosuficiencia
alimentaria y/o participación en los mercados locales. Cualquier intento de conservación
tanto genética, como del suelo, bosque o cultivo debe esforzarse por preservar los
agroecosistemas en que estos recursos se encuentran. Está claro que la preservación de
agroecosistemas tradicionales no se puede lograr aislada de la mantención de la etnociencia
y de la organización socio-cultural de la comunidad local. Es por esta razón que muchas
ONGs ponen énfasis en un enfoque agroecológico-etnoecológico como mecanismos
efectivo para relacionar el conocimiento de los agricultores con los enfoques científicos
occidentales en proyectos de desarrollo agrícola que enlacen las necesidades locales con la
base de recursos existentes (Figura 1).
Figura 1: El enfoque agroecológico y etnológico para sistematizar, validar y aplicar el conocimiento
agrícola tradicional en el desarrollo rural

7. Condiciones para la expansión y replicabilidad de la estrategia agroecológica

A pesar de los avances, los esfuerzos para aliviar las condiciones de pobreza rural han
tenido éxitos mixtos. Una razón clave es que operan en un ambiente en que sus
beneficiarios tienen poco acceso a recursos económicos y políticos, y en el que prevalecen
sesgos institucionales contra el campesinado. El desarrollo de base es difícil de
implementar cuando la distribución de la tierra es desigual o donde los arreglos
institucionales (crédito, asistencia técnica, etc.) y las fuerzas del mercado favorecen al
sector agrícola empresarial (de Janvry et al 1988).

Todas las ONGs involucradas en la implementación de propuestas agroecológicas están


enfrentadas a la necesidad de promover alternativas productivas que tengan sentido tanto
ecológico como económico. En otras palabras, la difusión de la agroecología será posible
sólo si sus propuestas "son un buen negocio" para el pequeños productor, y además si
toman en cuenta su racionalidad.

Es importante no olvidar que la rentabilidad a nivel de la familia no sólo depende de lo que


los campesinos y ONGs pueden hacer, sino principalmente de las macro-condiciones bajo
las cuales opera la agricultura campesina. Existen muchos obstáculos político-económicos
que impiden a los campesinos competir en forma justa en el mercado, por lo tanto limitando
las posibilidades de adopción de estrategias agroecológicas. Es crucial, por lo tanto,
destacar las condiciones que deberán existir para asegurar una replicabilidad masiva de las
propuestas agroecológicas.

En este sentido, se deberán remover restricciones político-económicas por lo menos a tres


niveles:
a. eliminación de sesgos institucionales anti-campesinos en lo que se refiere a acceso a
crédito, asistencia técnica, investigación, etc.
b. eliminación de la perenne baja inversión social en material de educación, salud,
infraestructura, etc.
c. eliminación de las políticas y subsidios que favorecen la agricultura comercial
intensiva y agroquímica.

Será importante además crear el clima necesario que mejore los términos de intercambio
para la producción campesina, mejorando su capacidad competitiva y la captura de los
beneficios y externalidades que una agricultura campesina sostenible pueda generar. Esto
requerirá definir políticas de impuestos que permitan cobrar a los "gree-riders" que se
benefician o aprovechan de los esfuerzos de los campesinos. Este tipo de políticas
económica podría ayudar a crear subsidios que incentiven a los campesinos a asumir una
agricultura más sostenible (de Janvry et al 1989).

Hasta el momento, las macro-perspectivas para una agricultura sostenible en la región son
inciertas. Por un lado es posible observar que las tasas reales de cambio empujan hacia una
agricultura basada en los recursos locales, dado que la mano de obra ha bajado de precio y
la importación de insumos y materiales se han encarecido. Por otro lado, la orientación
económica hacia la exportación impulsada fuertemente por compañías multinacionales,
previenen la emergencia de una opción tecnológica basada en los recursos regionales.

8. Conclusiones

Hay una gran preocupación hoy en día por el proceso de empobrecimiento sistemático a
que está sometida la agricultura campesina, con la población en aumento, predios agrícolas
que son cada vez más pequeños, medio ambientes que degradan y una producción per
cápita de alimentos que se mantiene estática o disminuye. En vista de esta crisis que se hace
cada día más profunda, debiera ser un objetivo de la mayor importancia para los PDRs
impedir al colapso de la agricultura campesina en la región, transformándola en una
actividad más sustentable y productiva. Tal transformación sólo se puede producir si somos
capaces de comprender las contribuciones potenciales de la agroecología y de incorporarlas
a las estrategias de desarrollo rural de modo que:

a. mejoren la calidad de vida de los campesinos que trabajan pequeñas parcelas de


tierra y/o tierras marginales mediante el desarrollo de estrategias de subsistencia
ecológicamente sensibles.
b. eleven la productividad de la tierra de los campesinos que compiten en el mercado
mediante la confección de proyectos y la promoción de tecnologías de bajo insumo
que disminuyan los costos de producción.
c. promuevan la generación de empleos e ingresos mediante el diseño de tecnologías
apropiadas orientadas a actividades de procesamiento de alimentos que aumenten el
valor agregado de lo que se produce en las unidades campesinas.

Es evidente que el mejorar el acceso de los campesinos a la tierra, agua y otros recursos
naturales, como también a crédito equitativo, mercados tecnologías apropiadas, etc., es
crucial para garantizar un desarrollo sostenido.
Asegurar el control y acceso a los recursos sólo puede ser garantizado por medio de
reformas políticas o acciones bien organizadas de base comunitaria. Dadas estas
limitaciones estructurales, la agroecología sólo puede esperar proporcionar la base
ecológica para manejar los recursos una vez que lleguen a estar a disposición de los
campesinos pobres. En otras palabras, como enfoque de desarrollo agrícola, la agroecología
no puede enfrentar los factores estructurales y económicos que condicionan la pobreza
rural. Esto va a requerir de un enfoque de desarrollo mucho más amplio que ponga gran
énfasis en la organización social del campesinado. A este respecto, los problemas
tecnológicos deben asumir su rol en estrategias de desarrollo que incorporen las
dimensiones sociales y económicas.

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Media Hectárea Orgánica: Un Modelo Agroecológico para la Producción


Campesina Chilena
(CET - Chile)

La Figura 1 muestra un diseño modelo de una granja pequeña (0.5 hectárea) en la cual se
satisfacen la mayor parte de los requerimientos alimenticios de una familia de escasos
recursos y escaso terreno. En este sistema, el factor crítico en el uso eficaz de los escasos
recursos es la diversidad. Así los cultivos, los animales y otros recursos agrícolas se
integran en el tiempo y en el espacio, para optimizar la eficiencia de la producción, el
reciclaje de los nutrientes y de la materia orgánica y la protección de las cosechas.
Figura 1: Diseño de un sistema modelo autosuficiente,
basado en una rotación de seis años

El diseño de la pequeña granja autosuficiente se basa en una granja experimental que existe
en Chile (CET 1983). Esta granja es el fruto del esfuerzo del Centro de Educación y
Tecnología (CET) para desarrollar tecnologías para la producción de alimentos adaptados a
las condiciones socio-económicas y a los recursos base de los campesinos chilenos. La idea
central es la de ayudar al campesino a ser autosuficiente, reduciendo así su dependencia en
la ayuda del gobierno, en la necesidad de créditos y de la industria agrícola. Grupos de
campesinos viven en la granja del CET por diferentes períodos de tiempo, aprendiendo
directamente todas las nuevas tecnologías de manejo orgánico. Después de su
entrenamiento, los campesinos vuelven a sus comunidades para enseñar a sus vecinos los
nuevos métodos y poner en práctica el nuevo modelo en sus propios terrenos.
Básicamente, la granja se compone de diferentes combinaciones de cultivos, árboles y
animales.

Los principales componentes son:

1. Hortalizas: espinacas, repollos, tomates, lechugas, etc.


2. Chacra: maíz, porotos, papas, arvejas, habas, etc.
3. Cereales: trigo, avena, cebada
4. Forraje: trébol, alfalfa, balllica
5. Frutas: uvas, naranjas, duraznos, manzanas
6. Arboles: algarrobo, acacia, sauces, etc.
7. Animales domésticos: una vaca lechera, 10 gallinas, 1 cerdo y abejas

Las hortalizas, frutas y los productos de la chacra se consumen directamente por la familia.
El forraje y algunos productos de la chacra sirven de alimento para los animales. El forraje
también puede utilizarse para crear abono verde, enterrándolo. Las habas proporcionan un
componente de alta calidad proteíca para el alimento de la familia. El trigo se utiliza para
hacer el pan. Todos los residuos de las plantas y los desechos orgánicos se utilizan para la
formación del compost. Los desechos orgánicos también pueden colocarse directamente
alrededor de la base de los árboles frutales como mulch. Los residuos de cultivos de grano
(por ejemplo la paja del trigo, los tallos del maíz) pueden utilizarse como alimento de los
animales, aunque pueden dejarse en la superficie del suelo como abono.

Los árboles no frutales se usan como forraje, madera, combustible, material de


construcción, etc. La especie Acacia (Robinia pseudoacacia) es fijadora de nitrógeno y
también produce una madera resistente, adecuada para estacas y cierres. El follaje de
Gleditsia triacanthus y las especies de Salix pueden utilizarse como forraje. El olivo
silvestre ruso es también un fijador de nitrógeno, y proporciona
un buen hábitat para la vida silvestre. Los almácigos se
comienzan en un invernadero solar el que consiste en un gran
hoyo en la tierra de 3x3 metros y alrededor de 1 y medio por 2
metros de profundidad, cubierto por un plástico transparente. La
mayor parte de las verduras se cultivan en camas altas con
mucho compost. El resto de las verduras, cereales, legumbres y
plantas de forraje se producen con el sistema de rotación de 6
años descrito en la Figura 1. Se obtiene una producción
relativamente constante por medio de la división del terreno en
la mayor cantidad posible de pequeños potreros de una
capacidad productiva similar. La rotación se creó para producir
la mayor variedad posible de cosechas básicas en seis potreros, aprovechando las
propiedades de restauración del terreno ofrecidas por la rotación. De esta forma, cada
potrero recibe el mismo tratamiento durante el período rotacional de seis años.

En cada terreno, los cultivos pueden manejarse en diferentes diseños temporales y


espaciales (por ejemplo, cultivo en hileras, cultivos mixtos, cultivos cobertura, abono verde,
etc.), optimizando así el uso de los limitados recursos, y mejorando los atributos de
autosustentación y conservación del terreno que posee el sistema.
Algunas características y posibilidades de la Rotación de Cultivos

Una consideración importante en el diseño del sistema rotacional es la estabilidad del


sistema de cultivos, tanto en términos de la mantención de la fertilidad del suelo como en la
regulación de plagas:

1. Fertilidad del suelo: es un hecho bien aceptado que la rotación de cultivos


gramíneos con leguminosas proporciona un aporte fuerte de nitrógeno resultando en
una cosecha de más alto rendimiento en el año siguiente que la que se obtiene con
un monocultivo continuo de gramíneas. La producción de grano dependerá de la
eficiencia con que las leguminosas proporcionan nitrógeno. Generalmente, cuando
se desea obtener una adición alta de nitrógeno, se debe incorporar al suelo una gran
cantidad de material vegetal. Los tejidos incorporados al suelo deben estar ya
maduros o senescentes. La incorporación de abonos verdes con una alta relación
C/N, al comienzo resulta en una inmovilización del N. soluble. Temporalmente,
esto se puede subsanar mediante adiciones de Nitrógeno. Estudios han demostrado
que leguminosas tales como el trébol rosado, la alfalfa y especies de Vicia pueden
producir entre 10 y 20 toneladas por hectárea de materia seca y fijar entre 76 a 367
kilos de nitrógeno por hectárea. Esto es suficiente para satisfacer los requisitos de N
de la mayoría de los cultivos agrícolas.
2. Regulación de Plagas: el esquema rotacional proporciona una cubierta vegetal casi
constante lo que ayuda en el control de malezas anuales. En los potreros de pradera,
la subsiembra de trébol dentro del trigo, ayuda a mantener las malezas bajo control
después que se ha cosechado el trigo. La asociación de leguminosas con cultivos
anuales como el maíz, repollo, tomate, etc. ha demostrado que reduce las malezas
en una forma sorprendente. Aunque estos sistemas a lo mejor no mejoran el
rendimiento de los cultivos si se les compara con cultivos sin cobertura, ellos
ofrecen un gran potencial a los campesinos que tienen sus terrenos en las laderas de
cerros, ya que reducen la erosión del terreno y conservan la humedad del mismo.

La rotación de cultivos también tiene un profundo impacto sobre la dinámica poblacional


de insectos. Por ejemplo, el gusano de la raíz del maíz (Diabrotica spp) continuamente
alcanza mayores niveles en monocultivos de maíz, que en campos de maíz sembrados
después de poroto de soya, trébol, alfalfa y otros cultivos. La plaga tiene una generación
anual y prefiere oviponer en los campos de maíz. El diseño correcto de rotaciones puede
también influenciar la sincronía entre insectos plaga y sus enemigos naturales. Un cultivo
de invierno compatible puede permitir a un gran número de parásitos invernar con éxito.
Las malezas alrededor o dentro de los campos pueden cumplir una función similar. Su
importancia no yace en que ellas pueden albergar poblaciones de plagas, sino más bien en
la mantención de un equilibrio natural entre la plaga y sus enemigos naturales, durante el
período en que el cultivo no está disponible. Es así como la limpieza anual indiscriminada
de algunas malezas a lo largo de los campos puede eliminar los lugares de invernación de
importantes enemigos naturales.
La presencia de alfalfa en el esquema rotacional puede aumentar la abundancia y diversidad
de predatores y parásitos en el campo. El corte de alfalfa obliga a los predatores a moverse
a otros cultivos. El cortar y repartir la paja de alfalfa que contiene un gran número de
insectos benéficos por todo el campo, también aumenta la población de enemigos naturales.
El uso de residuos de cereales como abono de paja en los cultivos siguientes, puede reducir
significativamente la población de moscas blancas, propagadoras de virus (Bemisia tabaci)
al afectar sus atracción y colonización (Palti 1982).

Las infestaciones del gusano cortador de otoño (Spodoptera frugiperda) en el maíz, de


Empoasca spp. Y la Diabrotica spp. En el poroto, pueden reducirse substancialmente si se
plantan ambos conjuntamente.

Se ha propuesto numerosos sistemas de rotaciones (3-6 años) para reducir la población de


patógenos del suelo; secuencias a corto plazo también pueden ser eficaces. La arveja, por
ejemplo, reduce la población de Gaeumannomyces solanacearum acumulada durante un
cultivo de trigo el año anterior. La incorporación de cebada puede reducir drásticamente la
población de Verticillium albo-atrum. La incorporación de leguminosas maduras o de heno
como abono verde reduce la población de Gaeumannomyces graminis en el trigo ya que
estimula sus antagonistas.

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