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“AVES SIN NIDO”

Fue en la ciudad imperial del Cuzco donde nació Clorinda Matto Túrner, después
de su matrimonio con el comerciante inglés José Túmer en 1871, Desde su
nacimiento, el 11 de noviembre de 1854, la vida de esto mujer se constituyó en
una indetenible lucha contra un sistema social adverso que culminaría con su auto
destierro, alude en su título a un mozo y a una modesta doncella quienes se
profesan tierno afecto y, sin embargo no pueden contraer matrimonio, por que
oportunamente se les revela que ambos son hijos de un cura; Son "aves sin nido",
por que su investidura religiosa de su progenitor obligó a mantener en secreto su
verdadero origen y los privó dé conocer el calor del hogar propio; y al mantener lo
presagiosa tensión de los sentimientos que enlazaban los destinos de tales
personajes, Clorinda Matto de Túrner ha querido someterla debate el matrimonio
de los clérigos. No obstante, ese conflicto es secundario, En la acción novelesca
interesan principalmente los modos de vida predominantes en los pueblos
andinos; en este caso los hechos acontecen en el pueblo de Kíllac, donde
gobernador, cura, juez de paz y adiáteres, están confabulados, para explotar a los
indios. Entremos al resumen de lo novela. Pues bien, la obra como mencionado
acontece en el pueblo de Killac, cuya única plaza mide trescientos catorce metros
cuadrados y desde donde se pueden divisar los dos tipos de construcciones que
distinguen la casa para los notables y las chozas para los naturales: Las primeras
con techos de tejas colorados cocidas al horno, y la segunda simplemente de paja
con y palo sin costumbre lo vendiesen o los mójenos y se lo llevan a Arequipa, don
Fernando en compañía de Juan, fueron hasta la oficina del gobernador donde
encontraron a la niña. Don Fernando hubo de firmar un documento que
garantizara ell pago de la deuda, por que de lo contrario la muchacha seguiría
consignada. Mientras tanto Marcela y Margarita fueron a casa del Párroco
(llevando los cuarenta soles de plata que les había dado doña Lucía para que
cancelen al cura Pascual la deuda contraída por el entierro de doña Natividad, la
que había motivado los continuos embargos a la cosecha de papas que la familia
Yupanqui lograba con tanto sacrificio, El lujurioso y abominable cura puso sus ojos
en Margarita a quien desde ya quiso disponer al servicio de lo iglesia. Extrañado
del dinero que Marcela ponía ante sus ojos, el cura interrogó a la mujer de dónde
provenían aquellas monedas; Marcela, que había prometido o la esposa de don
Fernando no dar a conocer su nombre, hubo de hacerlo al fin ante los constantes
insinuaciones que le lanzaba el cura sobre el hecho de que algún amante
bondadoso se lo había entregado a cambio de favores, Doña Lucía se enfadó
mucho al enterarse del atrevimiento del cura Pascual, pero el hecho de que seria
la madrina de Margarita lo puso de buen humor, Don Pascual quedó preocupado
por la intervención de doña Lucía, así que de inmediato convocó a una reunión
con sus demás compinches. Después de beber algunas botellas de licor con
escorzonera y anís, los facinerosos llegaron a la conclusión que lo único que
quedaba por hacer era darle muerte a aquella pareja de entrometidos. Todo se
planificó maquiavélicamente: el campanero estaría listo para redoblar, como señal
de que la iglesia estaba siendo asaltado; inmediatamente se correría la voz entre
lo gente que los delincuentes estaban refugiados en casa de los Marín y, con ese
pretexto, algunos sicarios confundidos entre la masa enardecida, darían muerte a
los esposos, Minutos antes del cobarde ataque, los Marín habían ido o visitar a
Petronila Hinojoso, serrano de provincia con un corazón bondadoso, esposa del
gobernador Sebastián Poncorbo. Allí conocieron a Manuel, hijo de doña Petronila
quien después de ocho años de ausencia, había vuelto a Killac convertido en todo
un hombre y cursando el segundo año de Derecho, El plan de dar muerte o los
Marín falló, pero la casa que, habitaban quedó semidestruido a causa de la lluvia
de balas y piedras que la turba enardecido lanzó contra ella, Juan Yupanqui, que
junto con su mujer había acudido a defender la casa de quienes consideraban su
protectores, recibió una bala en el pulmón que lo dejó tendido frente a la caso de
los Marín; su mujer, herido, fue conducida a la casa de Lucía. Manuel se ofreció a
realizar las investigaciones pertinentes al atentado y grande fue la sorpresa
cuando estas la condujeron a tres personajes muy conocidos en Killac: don
Sebastián, el cura Pascual y Estéfano Benítez. Manuel habló con su madre y lo
puso al tanto de la situación, le aconsejó que hablara con don Sebastián, El
muchacho se sentía un poco corto de hablar con el gobernador sobre un tema tan
delicado, pues, don Sebastián no era en realidad su padre, Con entereza, Manuel
trató el tema y propuso a don Sebastián que renunciara a su cargo para así poder
buscar uno solución que lo pusiera a salvo antes que la justicia reclamara a los
delincuentes; "Pero tendría usted que hacerlo antes que lo destituyan, y yo se lo
pido, se lo aconsejo: usted ha sido llevado por la corriente, el principal autor es el
cura. Yo me entenderé con él y usted firma su renuncia, don Sebastián. Desde
niño le he dado el nombre de padre, todos me creen su hijo. Y usted no puede
dudar de mí interés, ni despreciar mis consejos; todo lo hago por amor a mi
madre, por gratitud a usted, dijo Manuel agotando su arsenal persuasivo y
secando su frente, por donde corría el sudor de la discusión en que tuvo que
mencionar nuevamente su paternidad desconocido para la sociedad".Don
Sebastián, conmovido ante tales palabras, accedió de buena gana con don
Pascual el muchacho no tuvo lo mismo suerte, pues, éste se mostró de lo mas
pedante y grosero. Marcela, después de agonizar durante dos días, muere
dejando o sus hijas al cuidado de los Marín: antes de morir dijo algo oídos de
Lucía quien sólo atinó a lanzar una promesa, Ante el cadáver de la pobre india, el
cura Pascual. Da muestras de un sincero arrepentimiento. Todos quienes lo vieron
caer de hinojos frente al cuerpo que yacía inerte pensaron que se había vuelto
loco; a los pocos días una fiebre tifoidea lo postró en cama. El Juez de Paz, don
Hilarión Verdejo, hombre ya entrado en años, viudo de tres mujeres, era el
encargado del juicio que seguía don Fernando Marín contra sus atacantes.
Estéfano Benítez, que hacía de escribano en el coso, tenía ya un plan
preconcebido para librarse de cualquier implicancia que pudiera hacerse contra él.
Una de sus primeras maquinaciones consistió en construir a Verdejo para decretar
el embargo del ganado del campañero de Killac, Isidro Champí, hasta ahora único
comprometido en el Atentado. Isidro ignoraba, en el momento del atentado, él por
qué tenía que tocar a rebato; él sólo se limitó a obedecer la orden que le dieron.
La situación de Manuel era lo más complicado, pues el nombre de don Sebastián
estaba unido o un juicio en que don Femando Marín estaba en el banquillo de los
acusadores por otro lado, él se había enamorado de Margarita, y ésta estaba bajo
la protección del Señor Marín. Dejan de lado el "que dirán de la gente", el
muchacho visitó a los Marín justificando su notoria ausencia debido a los asuntos
judiciales que se habían suscitado, El cura Pascual salvó milagrosamente del
ataque de tifoidea que lo tuvo siete días postrado en el lecho y que lo obligó a
dejar por algunos días el uso del licor y la "amistad" de las mujeres, que, como
doña Melitona, le ayudaban a combatir el frío bajo las sábanas. Como huyendo del
teatro del crimen, don Pascual se dirigió al convento de una ciudad vecina, donde
morirá a las pocas horas de llegar. En tanto a Killac llega la nueva autoridad
nombrado por el Supremo Gobierno para regir la provincia: un hombre de
cincuenta y ocho años llamado Bruno de Paredes, antiguo camarada de don
Sebastián, logra convencer a éste para que retire su renuncia y prosiga como
Gobernador, embriagados de licor y ambición, ambos malandrines se reúnen con
Benítez y planifican la mejor manera de sacarle al cargo. Manuel y don Femando
se entrevistan y discuten la situación en que se encuentra Killac teniendo como
autoridad máxima a un sinvergüenza de gran trayectoria como Paredes. De
regreso a su casa Manuel se topa con un espectáculo nauseabundo: Don
Sebastián, totalmente embriagado, insultaba a doña Petronila a quien trataba de
agredir; la oportuna intervención del muchacho evitó el agravio. Una de las
primeras disposiciones de Paredes fue encarcelar a Isidro Champi, orden que
Benítez en persona, se apresuró a llevar acabo. Después de meditarlo mucho, don
Fernando decide marcharse a Lima llevándose o su mujer y a las hijas de Marcela
con él. Su mujer espera un hijo y considera que Killac no es el sitio más adecuado
para el nacimiento del niño, Manuel, herido por las escenas humillantes que
habían ocurrido en su casa, planea llevar consigo a doña Petronila a Lima y no
regresar. Piensa continuar sus estudios de Derecho y no quiere arriesgarse a
dejar a su madre en sus manos de don Sebastián. Teodora, la hija de Gaspar
Sierra, un humilde campesino que se había visto obligado a dar hospedaje al
coronel Bruno de Paredes, es pretendida por el lujurioso funcionario; De ahí que la
muchacha tiene que huir refugiándose en casa de doña Petronila, provocando la
ira del viejo coronel. Mientras tanto, el ganado de Isidro Champi es embargado por
Benítez y su compinche Escobedo, Ante tanto abuso, don Fernando y Manuel
intervienen a favor del pobre recluso; antes de partir, los Marín darán un banquete
de despedida. "Creo que éstos te han encarcelado sólo para que aparezca un
culpable y sincerarse ellos, Una vez que nos vayamos desaparece todo motivo
para continuar ese juicio, y la libertad de Isidro será como resuelta", le dice don
Femando a Manuel, quien se muestra de acuerdo. Tal como Fernando Marín lo
había planeado, los concurrentes, nobles del Jugar casi todos, aceptan de buena
gana liberar al pobre indio. Cuando entre despedidas todos los presentes
abandonan la casa, ésta fue rodeada rápidamente por un grupo de hombres
armados, al mando de un teniente de la caballería llamado José López quien
ordenó el encarcelamiento de don Sebastián, Benítez, Escobedo e Hilarión
Verdejo, Los detenidos pensaron que aquella invitación era tan sólo una trampa
para capturarlos a todos juntos. Don Fernando sabía para sí que aquello no era
cierto y mientras aquel grupo iba camino a lo cárcel, él y los suyos lo hacían
rumbo a Lima. Ninguno de los que viajaban en el ferrocarril rumbo a la capital
imaginó que a cuatro horas de camino, un hato de vacas sería la causa de que lo
máquina se descarrilara y fuera a encallar en las arenas húmedas de la ribera de
un río; para dicha de todos no hubo víctimas y los escasos heridos fueron
trasladados con los otros al pueblo más cercano, Mientras tanto en Killac, Manuel
había logrado que don Sebastián saliera bajo fianza y que Isidro Champi
recuperara su libertad. Como una de las condiciones de la Libertad del ex
gobernador era de que no abandonara el pueblo, doña Petronila decidió quedarse
para acompañar a su hombre que había sido su compañero desde hacia veinte
años, Manuel arregló todos sus asuntos pendientes y safio al encuentro de los
Marín y de su amada. Los encontró hospedados en el "Hotel Imperial", donde
después de informar a don Fernando lo sucedido en Killac, el muchacho pidió la
mano de la bella Margarita, Manuel le contó a don Fernando que él no era hijo de
don Sebastián, uno de los causantes de la muerte de Juan Yupanqui. Por lo cual
no había un impedimento moral al noviazgo. La felicidad de aquella declaración se
desvaneció en un instante cuando Manuel dijo que su padre había sido el obispo
Miranda y Claro, por lo tanto los jóvenes enamorados resultaban siendo hermanos
RESUMEN:

Una mañana, cuando recién se levantaba el sol de su tenebroso lecho, se presentó


en casa de Lucia, esposa de don Fernando Marín, una mujer de unos treinta años
llamada Marcela. Era la mujer de Juan Yupanqui. Un indio labrador que se
hallaba sumido en la desesperación, pues, aquel día vendría a su casa el cobrador,
que era oí mismo que hacía el reparto. Marcela explicó detalladamente a Lucia
cómo se abusaba impunemente del indio de aquella zona: los comerciantes
potentados, gentes de las más acomodadas del lugar, daban un adelanto a los
indios que criaban alpacas para luego de un tiempo cobrarles el adelanto en lana,
poniéndole ellos mismos un precio ínfimo al quintal, con lo cual dejaban así
pobre indio cu la miseria. El indio que no quería recibir los ignominiosos
adelantos, era forzado a hacerlo, aun cuando muchos de ellos emigraban de sus
chozas en las épocas de reparto, creyendo que así se libraban de recibir aquel
dinero adelantado. El cobrador, que era el mismo que hacia el reparto. Allanaba
la choza, cuya cerradura endeble no ofrecía la más mínima resistencia y dejaba
sobre el batán el dinero, y se marchaba en seguida para volver al año siguiente
con su séquito de diez o doce mestizos y cargar con toda la lana que encontraba.
Si algún indio se atrevía a esconder la lana o a protestar, era sometido a torturas
que lo convertían en un ser sumiso a los pocos minutos. Después de escuchara
Marcela, la mujer de don Fernando le prometió que hablaría con el cura y con el
gobernador quienes también eran partícipes de estos abusos aunque de manera
más eufemística. Establecida desde un año atrás con su esposo, en Killac.
Habitaba Lucia, la llamada "Casablanca", donde se había implantado una oficina
para administrar la explotación de plata que hacía la compañía de la cual don
Fernando Marín era gerente y accionista principal. Lucia se entrevistó con el cura
Pascual a quien pidió condonara la deuda que Juan Yupanqui tenía con la iglesia,
a raíz de la muerte de su madre, doña Natividad. Cuando ésta murió, el cura les
embargó la cosecha de papasen pago por el entierro y los rezos y. no satisfecho
con eso hacia trabajar en la iglesia desde hacía mucho tiempo a Marcela la cual
ya ni tenía tiempo para atender a sus hijas. El cura y el gobernador concluyeron
la entrevista coincidiendo en "que la costumbre es ley. y que nadie nos sacará de
nuestras costumbres. Don Sebastián, el gobernador, no tuvo recato alguno en
ocultar las represalias que habría de tomar contra aquel indio que se había
atrevido aquejarse y más aún a buscar intercesor. Lucíase quedó pensando en
aquel hombre que insultaba al sacerdocio católico y en aquel otro, el gobernador,
fundido en el molde estrecho del avaro. Juan se mostró escéptico cuando Marcela
le contó su conversación con doña Lucía: "Pobre (lo del desierto. Marluca dijo el
indio moviendo la cabeza y tomando a la chiquilla Rosalía que iba a abrazar sus
rodillas tu corazón, es como los frutos de la penca; se arranca uno. Brota otro sin
necesidad de cultivo. ¡Yo soy más viejo que tú y yo he llorado sin esperanzas (...)
Anda pues Marcela anda, porque hoy de todos modos vendrá el cobrador, yo lo
he soñado, y no nos queda otro recurso contestó el indio en cuyo ánimo parecía
haberse operado una transición notable, bajo el influjo de las palabras de su
mujer y la superstición avivada por su sueño".

Cuando el cura y el gobernador salieron" de casa de la señora de Marín, se


dirigieron a la oficina del gobernador. Durante el camino ambos coincidieron en
la necesidad imperiosa de botarlos del pueblo por pretender defender a los indios
y querer poner reglas, modificando costumbres que les permitían vivir
plácidamente a costa del trabajo y las pertenencias de la indiada. Llegados a la
Casa de Gobierno encontraron allí reunidos a varios vecinos notables quienes
comentaban la intromisión de los esposos Marín, pues, la noticia ya se sabia en
lodo el pueblo.

Allí, mientras discutían, fueron destapándose botellas de aguardiente que don


Sebastián Pancorbo hizo traer, y que Estéfano Seniles, un muchacho de veintidós
años que por su buena letra había entrado a formar parte de aquella mafia, se
encargaba de vaciar en las copas. El cura, ya en estado de ebriedad, denunció
ante los concurrentes las pretensiones de doña Lucía de abogar por unos indios
"taimados, tramposos, que no quieren pagar lo que deben: y para esto ha
empleado palabras que, francamente, como dice Don Sebastián, entendidas por
los indios destruyen de hecho nuestras costumbres de reparto, mitas, pongos y
demás...".

Todos vivaron al cura y al gobernador y aquella misma tarde se pactó en la sala


de la autoridad civil, en presencia de la autoridad eclesiástica, el odio que iba a
envolver a don Fernando y a su mujer. Marcela tenia una bella hija de catorce
años y otra de cuatro; la primera se llamaba Margarita y la mas pequeña Rosalía,
Cierto día Juan Yupanqui apareció en casa de los Marín para denunciar que su
hija menor había sido llevada en prenda por la deuda que tenía. Temerosos de
que como de costumbre la vendiesen a los mañosos y se la llevasen a Arequipa
don Femando en compañía de Juan, fueron con la noticia del gobernador donde
encontraron a la niña. Don Femando hubo de firmar un documento que
garantizara el pago de la deuda porque de lo contrarío la muchacha seguiría
consignada. Mientras tanto Marcela y Margarita fueron a casa del párroco
llevando los cuarenta soles de plata que les había dado doña Lucía para que
cancelen al cura Pascual la deuda contraída por el entierro de doña Natividad, la
que había motivado los continuos embargos a la cosecha de papas que la familia
Yupanqui lograba con tanto sacrificio. El lujurioso y abominable cura puso sus
ojos en Margarita a quien desde ya quiso disponer al servicio de la iglesia.
Extrañado del dinero que Marcela ponía ante sus ojos, el cura interrogó a la
mujer de dónde provenían aquellas monedas: Marcela, que había prometido a la
esposa de don Fernando no dar a conocer su nombre, hubo de hacerlo al fin ante
las constantes insinuaciones que le lanzaba el cura sobre el hecho de que algún
amante bondadoso se lo había entregado a cambio de sus favores. Doña Lucía se
enfadó mucho al enterarse del atrevimiento del cura Pascual, pero el hecho de
que sería la madrina de la bella Margarita la puso de buen humor.

Don Pascual quedó preocupado por la intervención de doña Lucía, así que de
inmediato convocó a una reunión con sus demás compinches. Después de beber
algunas botellas de licor con escorzonera y anís, los facinerosos llegaron a la
conclusión que lo único que quedaba por hacer era darle muerte a aquella pareja
de entrometidos. Todo se planificó maquiavélicamente: el campanero estaría listo
para tocar a rebato, como señal de que la iglesia estaba siendo asaltada;
inmediatamente se correría la voz entre la gente que los delincuentes estaban
refugiados en casa de los Marín y. con ese pretexto, algunos sicarios confundidos
entre la masa enardecida, darían muerte a los esposos. Minutos antes del cobarde
ataque, los Marín habían ido a visitar a Petronila Hinojosa serrana de la provincia
con un corazón bondadoso, esposa del gobernador Sebastián Pancorbo. Allí
conocieron a Manuel, hijo de doña Petronila quien después de ocho años de
ausencia había vuelto a Killac convertido en todo un hombre y cursando el
segundo año de derecho.

El plan de dar muerte a los Marín falló, pero la casa que habitaban quedó semi
destruida a causa de la lluvia de balas y piedras que, la turba enardecida lanzó
contra Clara. Juan Yupanqui que junto con su mujer había acudido a defender la
casa de quienes consideraban sus protectores, recibió una bala en el pulmón que
lo dejó tendido frente a la casa de los Marín; su mujer, herida, fue conducida a
casa de Lucia. Manuel se ofreció a realizar las investigaciones pertinentes al
atentado y grande fue su sorpresa cuando estas lo condujeron a tres personajes
muy conocidos en Killac: don Sebastián, el cura Pascual y Estéfano Benítez.
Manuel habló con su madre y la puso al tanto de la situación; ésta le aconsejó que
hablara con don Sebastián. El muchacho se sentía un poco corto de hablar con el
gobernador sobre un tema tan delicado, pues, don Sebastián no era en realidad su
padre.

Con entereza Manuel trató el tema y propuso a don Sebastián que renunciara a su
cargo para así poder buscar una solución que lo pusiera a salvo antes que la
justicia reclamara a los delincuentes: "-Pero tendría usted que hacerlo antes que
lo destituyan, y yo se lo pido, se lo aconsejo; usted ha sido Nevado por la
corriente, el principal autores el cura, yo me entenderé con él y usted firma su
renuncia, don Sebastián. Desde niño le he dado el nombre de padre, todos me
creen su hijo, y usted no puede dudar de mi interés, ni despreciar mis consejos:
todo lo hago por amor a mi madre, por gratitud a usted, dijo Manuel agotando su
arsenal persuasivo y secando su frente, por donde corría el sudor de la discusión
en que tuvo que mencionar nuevamente su paternidad desconocida para la
sociedad".

Don Sebastián, conmovido ante tales palabras, accedió de buena gana. Con don
Pascual el muchacho no tuvo la misma suerte, pues éste se mostró lo más pedante
y grosero. Marcela después de agonizar durante dos días, muere dejando a sus
hijas al cuidado de los Marín: antes de morir dijo algo al oído de Lucia quien sólo
atinó a lanzar una promesa. Ante el cadáver de la pobre india, el cura Pascua! da
muestras de sincero arrepentimiento. Todos quienes lo vieron caer de hinojos
frente al cuerpo que vacía inerte pensaron que se había vuelto loco; a los pocos
días una fiebre tifoidea lo postró en cama. El Juez de Paz, don Hilarión Verdejo,
hombre ya entrado en años, viudo de tres mujeres, era el encargado del juicio que
seguía don Fernando Marín contra sus atacantes. Estéfano Benítez, que hacia de
escribano en el caso, tenía ya un plan preconcebido para librarse de cualquier
implicancia que pudiera hacerse contra él. Una de sus primeras maquinaciones
consistió en instruir a Verdejo para que decretara el embargo del ganado del
campanero de Kíllac, Isidro Champi, hasta ahora único comprometido en el
atentado. Isidro ignoraba, en el momento del atentado, el por qué tenía que locar
a rebato; él sólo se limitó a obedecer la orden que le dieron. La situación de
Manuel era de lo más complicada, pues el nombre de don Sebastián estaba unido
a un juicio en que don Fernando Marín estaba en el banquillo de los acusadores y
por otro lado, él se había enamorado de Margarita, y ésta estaba bajo la
protección del señor Marín. Dejando de lado "el que dirán de la gente", el
muchacho visitó a los Marín justificando su notoria ausencia debido a los asuntos
judiciales que se habían suscitado. El cura Pascual salvó milagrosamente del
ataque de tifoidea que lo tuvo siete días postrado en el lecho y que lo obligó a
dejar por algunos días el uso de! licor y la "amistad" de las mujeres, que como
doña Melitona, le ayudaban a combatir el frío bajo las sábanas. Como huyendo
del teatro del crimen, don Pascual se dirigió al convento de una ciudad vecina,
donde morirá a las pocas horas de llegar. En tanto a Killac llega la nueva
autoridad nombrada por el Supremo Gobierno para regir la provincia: un hombre
de cincuentaiocho años llamado Bruno de Paredes. Antiguo camarada de don
Sebastián, logra convencer a éste para que retire su renuncia y prosiga como
gobernador.

Embriagados de licor y ambición, ambos malandrines se reúnen con Benítez y


planifican la mejor manera de sacarle provecho al cargo. Manuel y don Fernando
se entrevistan y discuten la situación en que se encuentra Kíllac teniendo como
autoridad máxima a un sinvergüenza de gran trayectoria como Paredes. De
regreso a su casa Manuel se topa con un espectáculo nauseabundo: Don
Sebastián, totalmente embriagado, insultaba a doña Petronila a quien trataba de
agredir; la oportuna intervención» del muchacho evitó el agravio. Una de las
primeras disposiciones de Paredes fue encarcelar a Isidro Champi, orden que
Benítez en persona, se apresuró a llevar a cabo. Después de meditarlo mucho,
don Fernando decide marcharse a Lima llevándose a su mujer y a las hijas de
Marcela con él. Su mujer espera un hijo y considera que Kíllac no es el sitio más
adecuado para el nacimiento del niño. Manuel, herido por las escenas humillantes
que habían ocurrido en su casa, planea llevar consigo a doña Petronila a Lima
para ya no regresar.

Piensa continuar sus estudios de derecho y no quiere arriesgarse a dejar a su


madre en manos de don Sebastián. Teodora, la hija de Gaspar Sierra, un humilde
campesino que se había visto obligado a dar hospedaje al coronel Bruno de
Paredes, es pretendida por el lujurioso funcionario; de allí que la muchacha tiene
que huir refugiándose en casa de doña Petronila, provocando la ira del viejo
coronel. Mientras tanto, el ganado de Isidro Champi es embargado por Benítez y
su compinche Escobedo. Ante tanto abuso, don Fernando y Manuel intervienen
en favor del pobre recluso: antes de partir, los Marín darán un banquete de
despedida. "Creo que éstos le han encarcelado sólo para que aparezca un culpable
y sincerarse ellos. Una vez que nos vayamos desaparece todo motivo para
continuar ese juicio, y la libertad de Isidro será cosa resuelta", le dice don
Fernando a Manuel quien se muestra de acuerdo. Tal como Fernando Marín lo
había planeado, los concurrentes, nobles del lugar casi todos, aceptan de buena
gana liberar al pobre indio. Cuando entre despedidas todos los presentes
abandonaban la casa, ésta fue rodeada rápidamente por una partida de hombres
armados, al mando de un teniente de caballería llamado José López quien ordenó
el encarcelamiento de don Sebastián. Benítez, Escobedo e Hilarión Verdejo. Los
detenidos pensaron que aquella invitación era tan solo una trampa para
capturarlos a todos juntos. Don Fernando sabía para sí que aquello no era cierto y
mientras aquel grupo iba camino a la cárcel, él y los suyos lo hacían rumbo a
Lima.

Ninguno de los que viajaban en el ferrocarril rumbo a la capital imaginó que a


cuatro horas de camino, un hato de vacas sería la causa de que la máquina se
descarrilara y fuera a encallar en las arenas húmedas de la ribera de un río: para
dicha de todos no hubo víctimas y los escasos heridos fueron trasladados con los
otros al pueblo más cercano. Mientras tanto en Killac, Manuel había logrado que
don Sebastián saliera bajo fianza y que Isidro Champi recuperara su libertad.
Como una de las condiciones de la libertad del ex gobernador era que no
abandonara el pueblo, doña Petronila decidió quedarse para acompañar al
hombre que había sido su compañero desde hacía veinte años. Manuel arregló
todos sus asuntos pendientes y salió al encuentro de los Marín y de su amada.
Los encontró hospedados en el Hotel Imperial", donde después de informar a don
Fernando lo sucedido en Kíllac, el muchacho pidió la mano de la bella Margarita.
Manuel le contó a don Fernando que él no era hijo de don Sebastián uno de los
causantes de la muerte de Juan Yupanqui, por lo cual no había un impedimento
moral que impidiera su noviazgo. La felicidad de aquella declaración se
desvaneció en un instante cuando Manuel dijo que su padre había sido el obispo
don Pedro Miranda y Claro, antiguo cura de Kíllac. Don Fernando, armándose de
valor, hubo de confesar a ambos muchachos, el secreto que Marcela al morir
había dado a doña Lucía: Margarita no era hija de Juan Yupanqui sino del obispo
Miranda y Claro, por lo tanto los jóvenes enamorados resultaban siendo
hermanos.

Así culmina la novela que Clorinda Matto dedicara a don Manuel Gonzáles Prada
y cuya continuación pareciera existir en su última novela "La Herencia", novela
cuya acción es protagonizada por los principales personajes de ésta; pero
realmente destinada a integrar el cuadro social del país, en cuanto sugiere el
contraste o la complementación entre las costumbres del campo y la ciudad, entre
las intrigas de la aldea andina y las ambiciones de la urbe costeña.

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