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LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
BÉNÉDICTE TORRES
(CRES-LECEMO, Université de Lille III)
y
MICHÈLE ESTELA-GUILLEMONT
(CRES-LECEMO, Université de Lille III)
1
Augustin Redondo, “Don Quijote, gracioso”, Los rostros de don Quijote. IV Centenario de la pu-
blicación de su Primera Parte, dir. Aurora Egido, Zaragoza, IberCaja, 2004, pp. 119-134.
2
La paronomasia del nombre con todos los que significan “golpe de” (patada, guantada, bofetada
[…]) parece apoyar ese carácter de violencia implícita.
3
Véase Dominique Reyre, Dictionnaire des noms des personnages du Don Quijote de Cervantès.
Suivi d’une analyse structurale et linguistique, París, Editions Hispaniques, 1980; Augustin Redondo,
“El personaje de don Quijote”, Otra manera de leer “El Quijote”. Historia, tradiciones culturales y
literatura, Madrid, editorial Castalia, 1997, pp. 205-230; José Manuel Martín Morán, “Autocreación de
Don Quijote. Tres modelos narrativos para un protagonista”, El Quijote en Buenos Aires. Lecturas
cervantinas en el cuarto centenario, eds. Alicia Parodi, Julia d’Onofrio, Juan Diego Vila, Buenos Aires,
Universidad de Buenos Aires-Asociación de Hispanistas, 2006, pp. 187-198.
719
720 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
4
Acerca de la blasfemia en El Quijote: Kurt Reichenberger, Cervantes, ¿un gran satírico?, Kassel,
edic. Reichenberger, 2005, pp. 64-70 más específicamente.
5
Jacques Cheyronnaud, Gérard Lenclud, “Le blasphème. D’un mot”, Paroles d’outrage, Revue
Ethnologie française, t. 22, julio-septiembre 1992, París, Armand Colin, pp. 261-270.
6
Carla Casagrande y Silvana Vecchio, Les Péchés de la langue. Discipline et éthique de la parole
dans la culture médiévale, París, Cerf, 1991.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 721
7
Las referencias corresponden a la edición de Luis Andrés Murillo, Madrid, Castalia, 1978.
Acerca de la ‘resurrección’ de la caballería, véase I, 7, p. 125 y I, 28, p. 344.
8
Wolfgang Sofsky, Traité de la violence, París, Gallimard ‘Essais’, 1996.
9
María Teresa Morabito, “El tema de la caída en el Siglo de Oro”, Memoria de la palabra, Actas
del VI Congreso de la Asociación Internacional del Siglo de Oro, T. 2, Universidad de Navarra, Iberoa-
mericana Vervuert, 2004, pp. 1355-1366.
10
Sobre la prueba por las armas de la belleza superior de la amada, Sylvia Roubaud subraya la ori-
ginalidad del tratamiento cervantino de este tema y recuerda que El Quijote de 1615 ofrece otras dos
versiones del motivo en los capítulos 59 y 64 en su artículo “Cervantes y el Caballero de la Cruz”,
Nueva Revista de Filología Hispánica, XXXVIII n° 2, 1990, pp. 525-547, y especialmente pp. 545-547.
722 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
Advierta vuestra merced, señor don Quijote, que si el caballero cumplió lo que
se le dejó ordenado de irse a presentar ante mi señora Dulcinea del Toboso, ya
habrá cumplido con lo que debía y no merece otra pena si no comete nuevo delito.
Has hablado y apuntado muy bien –respondió don Quijote– y así anulo el ju-
ramento en cuanto lo que toca a tomar dél nueva venganza […] (I, 10, p. 150).
Fragilidad interna e íntima pues del sistema quijotesco cuyo principal –y sobre
todo único– impulsor se ve, por otra parte, inmediatamente obligado a reconocer el
orden real, imperante, que se le impone. El diálogo con Vivaldo, luego del famoso
discurso sobre la Edad de Oro, coloca a don Quijote ante la obligación de elegir
entre la superioridad de Dios y la de la dama. Urgido a confesar su verdadera reli-
gión, el manchego hace pasar el servicio debido a Dulcinea del estatuto de “ley” al
de “uso y costumbre en la caballería andantesca”. A partir de la advertencia de
Vivaldo del riesgo de que aparezca como un ‘gentil’ (I, 13, p. 174), don Quijote
dará sistemática prioridad a Dios sobre su dama en sus invocaciones.
Este cambio fundamental de “confesión” entraña el reconocimiento de otra jus-
ticia. A partir del error de la liberación de los galeotes, el caballero evolucionará
hasta terminar proclamando a Cristo como “legislador nuestro” (II, 27, p. 254) y
11
I, 10, p. 150: “Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los santos cuatro Evangelios,
donde más largamente están escritos, de hacer la vida que hizo el grande marqués de Mantua cuando
juró de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue no comer pan a manteles, ni con su mujer
folgar, y otras cosas que, aunque dellas no me acuerdo, las doy aquí por expresadas, hasta tomar entera
venganza del que tal desaguidado me fizo”.
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confesando la superioridad de los caballeros santos12 (II, 58, p. 473). Entre estos
episodios claves de la Primera y Segunda Parte, media una larga serie de episodios
en los que el loco manchego pasa de una “profesión”13 –que hay que entender en su
acepción religiosa, o sea perseverar en una orden hasta la muerte– a un mero “ejer-
cicio” (II, 32, p. 288). En cuanto a Sancho Panza, su papel consiste en marcarle a
don Quijote las obligaciones de la orden caballeresca dentro del marco de la ley
católica. Así, el escudero recuerda la obligación de cumplir un juramento –aunque
sea el del yelmo de Mambrino– y, a pesar de su modo cómico, apunta a una falta de
su amo –no cumplir un voto– señalando la “pertinacia” de don Quijote, circunstan-
cia agravante dentro de un “delito de herejía” –y no deja de ser significativo que el
mismo capítulo que empieza con el repaso de las obligaciones del jurar termine con
la descomunión de don Quijote por el sacrilegio que cometió agrediendo a un reli-
gioso (I, 31). Sancho Panza marca reiteradamente la superioridad del amor de Dios
sobre el de la dama, señala el peligro de blasfemia. Restituye, pues, a la divinidad
lo que don Quijote atribuye, en su entusiasmo retórico, a Dulcinea:
–Con esta manera de amor –dijo Sancho– he oído yo predicar que se ha de amar a
Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena,
aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese (I, 31, p. 388).
12
La confesión de don Quijote parecería sin ambiguedad: “[…] la diferencia que hay entre mí y
ellos [estos santos y caballeros] es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino y yo soy pecador y
peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de sus brazos, porque el cielo padece fuerza, y yo
hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos […]”. (II, 58, p. 473). Al salir del encuentro
con las imágenes de los “caballeros santos”, que señalaría en una primera lectura la aceptación por don
Quijote del orden católico y de la pax christi, Sancho realza y celebra la ausencia de violencia en esta
aventura: “della habemos salido sin palos ni sobresalto alguno, ni hemos echado manos a las espadas, ni
hemos batido la tierra con los cuerpos, ni quedamos hambrientos. Bendito sea Dios, que tal me ha
dejado ver con los ojos” (II, 53, p. 473-474). Véanse las interrogaciones que plantea este espisodio, en
particular en Michel Monner, “Le prix de la sainteté. Hypocrisie héroïque ou honnête dissimulation?”,
‘Por discreto y por amigo’. Mélanges offerts à Jean Canavaggio, eds. Christophe Couderc y Benoît
Pellistrandi, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (88), 2005, pp. 121-129.
13
I, 12, p. 173. Vivaldo subraya con ironía la similitud entre orden caballeresca y orden religiosa:
“Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesio-
nes que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha”.
14
Véase en particular: Martin McCash, June Hall, Love’s Fools: Aucassin, Troilus, Calisto and the
Parody of the Courtly Lover, Londres, Tamesis Books Ltd, 1972, pp. 71-134; Emilio José Sales Dasí,
“ Feliciano de Silva, aventajado ‘continuador’ de Amadises y Celestinas”, La Celestina V Centenario
(1499-1999). Actas del Congreso Internacional Salamanca, Talavera de la Reina, Toledo, La Puebla de
Montalbán, 27 de septiembre a I de octubre de 1999, ed. Felipe B. Pedraza Jiménez, Rafael González
Cañal, Gema Gómez Rubio, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2001, pp. 403-
724 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
quien la recorre y la enfrenta– que va a materializarse para don Quijote en una larga
serie de sufrimientos físicos, verdaderas “disciplinas” que vienen a castigar la loca
pretensión de haber querido cambiar el mundo y sus leyes. También, y sobre todo,
implica la transformación radical de la intimidad del héroe, de su deseo amoroso. A
partir del momento en que don Quijote confiesa la superioridad del Dios, cristiano
y afirma su fidelidad a las leyes de la Iglesia católica, el protagonista reconoce el
riesgo de la blasfemia de amor. El amor, el eros15, se desacraliza, proceso que se
metaforiza en la mente del manchego bajo la forma de un “encantamiento” de Dul-
cinea del Toboso. En cuanto a los vestigios de las leys d’amor –constancia, fideli-
dad y sobre todo castidad–, las defenderá el manchego, particularmente pagando
con su cuerpo las embestidas de las violencias femeninas.
414; Rafael Beltrán, “Entre la parodia de la oración y el equívoco religioso: nuevas intertextualidades de
La Celestina con la novela catalana”, El mundo social y cultural de la Celestina. Actas del Congreso
Internacional, Universidad de Navarra, junio, 2001, eds. Ignacio Arellano, Jesús M. Usunáriz, Madrid,
Iberoamericana-Vervuert, 2003, pp. 27-44; Fernando Cantalapiedra Erostarbe, “Risa, religiosidad y
erotismo en La Celestina”, El mundo social [...], pp. 45-69.
15
Véase Augustin Redondo, “Las dos caras del erotismo en la Primera Parte del Quijote”, Otra ma-
nera de leer el Quijote, pp. 147-169.
16
“Il est un thème et une forme de peur chevaleresque que les romans espagnols ont exploités pro-
fusément, et c’est de tolérer l’appréhension ou la crainte, chez le chevalier, lorsqu’elle est inspirée par
une figure féminine [...]. Brave face aux monstres mais timide en présence de sa maîtresse, le chevalier
espagnol n’est autorisé à trembler que devant une femme, autre paradoxe qui a trouvé sa place au sein
des contradictions de l’existence chevaleresque”. Sylvia Roubaud, “Espantos de hombres flacos son
deleites de hombres fuertes: la peur dans les romans de chevalerie”, L’individu face à la société: quel-
ques aspects des peurs sociales dans l’Espagne du Siècle d’Or, Toulouse, PUM, 1994, p. 124.
17
Véase el estudio de Ernesto Veres d’Ocón, “Los retratos de Dulcinea y Maritornes”, Anales Cer-
vantinos, I, 1951, pp. 249-271, en particular p. 259.
18
Pierre Heugas afirma a este respecto: “On ne saurait séparer sur le plan de la création littéraire la
parodie de l’enchantement de Maritornes par don Quichotte de la parodie de l’enchantement de Dulcinée
par Sancho. Seul le mouvement diffère, ici du plus laid au plus beau, là du plus beau au plus laid: va-et-
vient de la démarche burlesque”, “Variation sur un portrait: de Mélibée à Dulcinée”, Bulletin Hispani-
que, LCCI, 1969, pp. 5-30, esp. p. 21.
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tulo de Amadís de Gaula. Creyendo que la hija del castellano se había enamorado
de él, don Quijote tendió los brazos hacia ella, “la asió fuertemente de una muñeca”
y, tomándola por la diosa de la hermosura, “teniéndola bien asida, con voz amorosa
y baja” empezó a hablarle. El contraste entre el ademán sugerido a través del verbo
‘asir’ repetido varias veces19, el registro paraverbal y verbal, empaña la afirmación
de una inquebrantable fidelidad a Dulcinea con atisbos de una impotencia no sólo
debida a los golpes recibidos20. Pero el celoso arriero que no entiende de caballería
no tarda en ensañarse con su rival, dándole una terrible puñada y paseándose sobre
sus costillas:
[...] enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas
quijadas del enamorado caballero que le bañó toda la boca en sangre; y, no conten-
to con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies más que de trote, se
las paseó todas de cabo a cabo (I, 16, p. 204).
19
I, 16, p. 203: “[...] la asió fuertemente de una muñeca [...]”; p. 204: “[...] teniéndola bien asida,
con voz amorosa y baja le comenzó a decir: [...]”, “ Maritornes estaba congojadísima y trasudando, de
verse tan asida de don Quijote [...], la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella
[...]”.
20
Augustin Redondo sugiere a este propósito: “¿No se tratará entonces de una imposibilidad más
profunda, que le impide corresponder a los supuestos deseos de la “doncella” y hace de él un impoten-
te?” en “Del personaje de Aldonza Lorenzo al de Dulcinea del Toboso”, Otra manera de leer el “Quijo-
te”, p. 247.
21
Dominique Reyre descompone el nombre en “Mari” y “Torno”, y recuerda que en el lenguaje de
germanía “Torno” es sinónimo de “potro”, instrumento de tortura. Dictionnaire des noms des personna-
ges du Don Quichotte de Cervantès, p. 92.
22
Este verbo así como moler suele utilizarse en metáforas eróticas. Véase Pierre Alzieu, Yvan Lis-
sorgues y Robert Jammes, Poesía erótica del Siglo de Oro, Toulouse, France-Ibérie Recherche, Univer-
sité de Toulouse le Mirail, 1975. Moverse: poesía nº 14, v. 8,9 - Movimiento: poesía nº 115, v. 2 - Mo-
ler: poesía nº 133, v. 19,25.
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y rameras23; unas sirvientas van a ser por lo tanto las actrices de una serie de burlas
en el palacio ducal.
Los duques convierten, en efecto, a sus huéspedes en bufones a expensas de los
cuales se divierten24. Las burlas ideadas pueden ser crueles y generadoras de un
intenso sufrimiento moral y físico. Primero el desencantamiento de Antonomasia y
de las dueñas barbudas se resuelve tras el viaje sobre Clavileño en una estrepitosa
caída (II, 41, p. 351). Luego el asalto de los gatos es sin duda el episodio más vio-
lento del que sale el caballero “acribado el rostro y no muy sanas las narices” (II,
46, 383). Sus gritos son esta vez expresión de un dolor agudo. Estos animales aso-
ciados, según una creencia medieval, al carnaval, al diablo y también al erotismo
por su lubricidad25 castigan al impasible caballero que permanece fiel a su dama
frente a la enamoradiza Altisidora, aunque en su comportamiento se trasluce cierta
ambigüedad y vulnerabilidad26. Ésta se manifiesta en el temor que confiesa al pen-
sar que ha vuelto a seducir a una de las doncellas del palacio, nueva versión del
tema desarrollado en El Quijote de 1605 en torno a Maritornes:
Dejamos al gran don Quijote envuelto en los pensamientos que le habían causado
la música de la enamorada doncella Altisidora. Acostóse con ellos y, como si fue-
ran pulgas, no le dejaron dormir ni sosegar un punto, [...] (II, 46, p. 382)27.
23
Augustin Redondo, “Don Quijote es armado caballero”, en Otra manera de leer el “Quijote”, pp.
303-304.
24
Véase Augustin Redondo, “Fiestas burlescas en el palacio ducal: el episodio de Altisidora”, Actas
del III Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas 20-25 de octubre de 1997, Palma:
Universitat de les Illes Balears, 1999, pp. 49-62, p. 51.
25
Véase Anson C. Piper, “A possible source of the Clawing-Cat episode in Don Quijote II”, Revista
de Estudios Hispánicos, XIV, 3, 1980, pp. 3-11, p. 10.
26
Véase Helmut Hatzfeld, “¿Don Quijote asceta?”, N. R. F. H. II, 1948, pp. 57-70, pp. 63-65.
27
La alusión a las pulgas pierde, en efecto, su aparente inocencia si recordamos las palabras irreve-
rentes pronunciadas por Sancho en el capítulo 30 de la primera parte a propósito de la princesa Micomi-
cona. Es ambiguo también el suspiro al final del canto (II, 44, p. 374).
28
Véase también mi análisis de las dos visitas nocturnas, la de la dueña Rodríguez y la de Altisidora
en Cuerpo y Gesto en el Quijote de Cervantes, Alcalá de Henares, Biblioteca de Estudios Cervantinos,
2002, pp. 102-105.
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dolo (II, 48, p. 403) con la ayuda de la misma duquesa en medio de un “silencio
admirable”. No sin ironía la actuación de los “callados verdugos”, cuya identidad
sólo se desvelará más adelante, se califica de “batalla” pues se trata de un acoso
erótico29.
El combate amoroso no se vive en la intimidad sino al nivel de las relaciones
con unas mujeres que se convierten en unas verdaderas enemigas, parcas en pala-
bras30, pero muy activas, siendo una excepción Altisidora por su gran soltura en el
terreno verbal. Aparte del romance burlesco de su declaración de amor (II, 44, p.
373-374) que es una variación sobre el viejo tema del mundo al revés31, en el mo-
mento de la despedida tras su resurrección, espeta unos insultantes apodos:
–Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro
que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, [...] (II, 70, p. 567).
29
Según Monique Joly que recoge un refrán valenciano traducido por Hernán Núñez “Higo verde y
moça de mesón pellizcando maduran”, La bourle et son interprétation: Recherches sur le passage de la
facétie au roman (Espagne XVI - XVII siècles), Lille, Atelier national de reproduction des Thèses, 1982,
T. 2, p. 410.
30
Recordemos en particular a Maritornes que habla muy poco pero obra con diligencia. (I, 43, pp.
528-531)
31
Monique Joly, “El erotismo en El Quijote: la voz femenina”, Etudes sur “Don Quichotte”, París,
Publications de la Sorbonne, 1996, pp. 165-180, p. 177.
32
Sobre el arte de encontrar comparaciones festivas, actividad propia de los apodadores, véase el
trabajo de Monique Joly que cita en particular un fragmento de la Crónica burlesca del emperador
Carlos V de Francés de Zúñiga en que aparece el apodo siguiente: “de Valladolid el comendador Santis-
teban parlador in magna cantitate parecía mortero de barro por cocer”, “El truhán y sus apodos “, N. R.
F. H. XXXIV, nº 2, 1985-1986, pp. 723-740. p. 728.
Para Francisco Márquez Villanueva, “el uso del cuesco de dátil como dureza antonomástica recuer-
da un famoso juicio del Comendador Hernán Nuñez en su comentario a Las trescientas de Juan de
Mena”, Trabajos y días cervantinos, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, p. 331.
El bacalao era un pescado típico del tiempo de Cuaresma que incluso había llegado a ser un verda-
dero símbolo de ella como lo precisa Augustin Redondo en Otra manera de leer el “Quijote”, p. 208.
Según el Diccionario de Autoridades, “Es un bacallao o está como un bacallao. Phrases con que
metaphoricamente se da a entender la suma flaqueza y extenuación de alguna persona”.
33
Carroll B. Johnson, “La sexualidad en El Quijote”, en Edad de Oro, T. X, Madrid, 1990, pp. 125-
136.
728 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
34
Mamona: “vulgarmente se toma por una postura de los cinco dedos de la mano en el rostro de
otro, y por menosprecio solemos dezir que le hizo la mamona. Diéronle este nombre porque el ama,
cuando da la teta al niño, suele con los dedos apartados uno de otro recogerla, para ayudar a que salga la
leche”, Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua española.
Tras la imagen del niño que mama, surge la visión de las relaciones amorosas; los alfileres que se
usan para el aderezo de las mujeres podrían sustituir aquí la lanza o la espada en su dimensión simbóli-
ca.
35
Véase Michel Moner, “La catabase de don Quichotte”, Enfers et damnations, París, Publications
de la Sorbonne, 1996, pp. 327-340, pp. 337-340.
36
“Los hombres les pusieron las lanças a los pechos y a las espaldas y a los rostros y Amadís estava
tan sañudo, que la sangre le salía por las narizes y por los ojos, y dixo contra los cavalleros:
–¡Ay, traidores!, vos vedes bien cómo es; que si nos armas tuviéssemos, de otra guisa se partiría el
pleito” T. I, L. 1, cap. XXXII, p. 549.
37
Véase el artículo de Nilda Blanco, “El proceso de la creación estética del Quijote” en Anthropos,
nº 100, 1989, p. XVI – XVIII.
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38
El recuerdo de los traumatismos es tan vivo que contribuye a acrecentar la impresión de violencia
permanente: I, 18, p. 217 “[...] después acá, todo ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas,
llevando yo de ventaja el manteamiento”; I, 25, p. 300: “[...] que es recia cosa, y que no se puede llevar
en paciencia, andar buscando aventuras toda la vida, y no hallar sino coces y manteamientos, ladrilllazos
y puñadas [...]”; I, 52, p. 603: ”[...] de algunas [aventuras] he salido manteado, y de otras molido [...]”.
39
Augustin Redondo, “De vapulamientos y azotes en El Quijote”, Otra manera de leer el Quijote,
pp. 172-174.
40
Augustin Redondo precisa en el artículo citado en la nota anterior, p. 178: “No es pues extraño
que en los libros de caballerías el héroe tenga que sufrir en alguna ocasión una pena de azotes. Se trata
de una de las pruebas que ha de aguantar en el largo recorrido iniciático de acendramiento, de trasfondo
crístico, que le conduce a ser un perfecto caballero”.
41
Hacia el final de su larga confrontación con la realidad, don Quijote termina presentando su elec-
ción de la orden caballeresca como un servicio a Dios, II, 48, p. 397: “[…] que soy católico cristiano y
amigo de hacer bien a todo el mundo, que para esto tomé la orden de la caballería andante que profeso,
cuyo ejercicio aun hasta hacer bien a las ánimas del purgatorio se estiende […]”.
42
Fabián Alejandro Campagne, ‘Homo catholicus. Homo superstitiosus’. El discurso antisupersti-
cioso en la España de los siglos XV a XVIII, Madrid-Buenos Aires, Miño y Dávila eds.-Universidad de
Buenos Aires, 2002.
730 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
para explicar y afrentar los sufrimientos que padece continuamente, una magia que
satura su mundo desde los bálsamos hasta el encantamiento de la dama.
Antes de darse por vencido ante la violencia del mundo, don Quijote posterga
su sometimiento a la realidad entregándose a la superstición. Entra en una especie
de brecha entre el núcleo duro de la realidad y sus deseos, brecha señalada por las
numerosas comparaciones entre él y el diablo o el demonio que Sancho Panza no
deja de establecer. Al cabo de la lenta degradación del eros, una última señal espera
al caballero ya derrotado por el de la Luna Blanca, ya incapaz de transformar una
venta en castillo: la liebre.
Todos tenemos en mente el episodio de la llegada del caballero vencido y su fiel
escudero a su aldea. Don Quijote exclama:
No será inútil recordar que Sancho Panza había anunciado en otros momentos
de la novela la correspondencia entre el animal y la dama del Toboso43, en particu-
lar y muy significativamente en la escena del encuentro con la bella cazadora44, o
sea con los duques. El escudero había intervenido cuando el diálogo entre su amo y
los aristócratas tocaba el tema de Dulcinea para sentenciar:
–No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del To-
boso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre45 […].
43
Conviene recordar aquí los versos de Marcial a una dama fea que remiten a la liebre y a los que
cita Covarrubias: “Si quando leporem mittis mihi, Gellia, dicis:/Formosus septem, Marce, diebus eris./
Si non derides, si verum, lux mea, narras, / Edisti nunquam, Gellia, tu leporem”.
44
Para un estudio acerca de la relación entre la duquesa y Dulcinea, “la bella cazadora” y la presa
cazada, véase Juan Diego Vila, “Domina Anonima: De Sancho, sus posaderas y el frío deseo de la
duquesa”, El Quijote en Buenos Aires, pp. 227-237.
45
Aparece por primera vez la liebre, y este refrán, cuando Sancho Panza propone a su amo entrar
solo en el Toboso a buscar a Dulcinea, II, 10, p. 105: “Yo iré y volveré presto […] y ensanche vuestra
merced, señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una avellana, y considere
que se suele decir que buen corazón quebranta mala ventura, y que donde no hay tocinos, no hay esta-
cas; y también se dice: ‘Donde no piensa, salta la liebre’”.
46
Véase en particular: E. C. Riley, “Symbolism in Don Quixote, Part. II, Chapter 73”, Journal of
Hispanic Philology, Tallahassee, Florida, 3, 1979, pp. 161-174; Pedro López Lara, “En torno al desen-
gaño de don Quijote”, Anales Cervantinos, XXV-XXVI, 1987-1988, pp. 249-252.
47
Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, art. “Liebre”.
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–He aquí, señor, rompidos y desbaratados estos agueros, que no tienen que ver más
con nuestros sucesos, según que yo imagino, aunque tonto, que con las nubes de
antaño. Y, si no me acuerdo mal, he oído decir al cura de nuestro pueblo que no es
de personas cristianas ni discretas mirar en estas niñerías, y aun vuesa merced me
lo dijo los días pasados, dándome a entender que eran tontos todos aquellos cristia-
nos que miraban en agüeros. Y no es menester hacer hincapié en esto, sino pase-
mos adelante y entremos en nuestra aldea (II, 73, p. 582);
48
I, 46, p. 555: “[…] la [aventura] se acabará cuando el furibundo león manchado con la blanca pa-
loma tobosina yoguieren en uno, ya después de humilladas las altas cervices al blando yugo matrimo-
ñesco, de cuyo inaudito consorcio saldrán a la luz del orbe los bravos cachorros que imitarán las ram-
pantes garras de su valeroso padre […]”. Acerca de la profecía en el Quijote, véase Augustin Redondo,
“El profeta y el caballero. El juego con la profecía en la elaboración del Quijote”, El Quijote en Buenos
Aires […], pp. 83-102.
49
“Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de unos a otros innato en los hombres y aglutinador de
la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo de dos y curar la naturaleza humana”, Platón, El
Banquete, trad. Fernando García Romero, Madrid, Alianza, 1993, p. 68. Sobre el platonismo de los
amores quijotescos, véanse las palabras de Sansón Carrasco en II, 3, p. 60 “la honestidad y continencia
en los amores tan platónicos de vuestra merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso” o las del
mismo don Quijote en el palacio de los duques: “yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que
los caballeros lo sean, y, siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continen-
tes” (II, 32, p. 283).
50
Véase Jean Canavaggio “Tradición culta y experiencia viva: Don Quijote y los agoreros”, Edad
de Oro, XXV, 2006, pp. 129-139.
51
Acerca de las reminiscencias de la “cacería salvaje”, véase Augustin Redondo, “Las tradiciones
hispánicas de la ‘estantigua’ (‘Cacería salvaje’ o Mesnie Hellequin) y su resurgencia en el Quijote”,
Otra manera de leer el Quijote, pp. 101-119.
52
Véanse las referencias a “Darius y los persas” y “el prodigio de Xerxes” en Herodoto que hace
Michel Bouvier en Le Lièvre dans l’Antiquité, Lyon, ARPPAM-édition, 2000.
53
Es interesante notar las correspondencias entre la liebre y el asno, ambos simbólicos al fin y al
cabo de don Quijote y de Sancho Panza, ya que la liebre –temor, huida, inferioridad física– y el asno –
732 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
ro54. Dicha entrega cifra la renuncia definitiva de don Quijote al deseo amoroso y
por ende la victoria del cristianismo no sólo en todas las expresiones exteriores del
protagonista sino también hasta en su foro interno. Pero hay más: la escena de la
captura de la liebre-Dulcinea y su entrega a los cazadores no puede sino ofrecer a la
memoria, a través de un juego complejo de inversiones55, el recuerdo lejano de la
suerte funesta de Filomela en las Metamorfosis de Ovidio y sus reminiscencias en
la “caza infernal” del Decamerón de Boccaccio56 o en la serie famosa de Historia
de Nastaglio degli Onesti57 de Sandro Botticelli que representa la persecución de
una hermosa mujer desnuda, otra Venus, por el caballero Guido, otro San Jorge
pero éste aberrante que, en vez de matar al dragón, abre el cuerpo de la princesa
–cuyas entrañas luego son devoradas por los perros– como para extirpar definiti-
vamente de él todo deseo58. Sea lo que fuere, la persecución y la entrega de la lie-
bre-Dulcinea a los cazadores dejan a don Quijote, luego de la escena del sacrificio
de la belleza, en una especie de estupor que nos recuerda de cierto modo el estado
de Nastagio –el enamorado dolorido por la altanería y el desdén de su dama al
punto de caer en la melancolía y suicidarse. Tras esta última aparición cruel, emi-
nentemente violenta e infernal de la liebre-Dulcinea, el caballero manchego entra
en la región del tánatos59 –a pesar de la advertencia de Sancho Panza “tome mi
consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que pueda hacer un hombre en
esta vida es dejarse morir sin más ni más […]”. Ciertamente el buen cristiano Alon-
so Quijano confiesa su obediencia al Dios único poniendo fin a la soberbia del
héroe manchego –tanto a su rebeldía primera, eminentemente política e ideológica
inferioridad intelectual– se confunden en la religion judía, según afirmaba Plutarco, por su parecido
físico.
54
Véase Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Dictionnaire des symboles, París, Robert Laffont,
1982, artículo “Lièvre-lapin”. La liebre es un animal lunar. La coincidencia es evidente entre esta carac-
terística del animal y el vencedor de don Quijote, el caballero de la Blanca Luna.
55
También habría que reflexionar acerca de la inversión en este final del Quijote del esquema narra-
tivo de la mujer calumniada y perseguida (en numerosos milagros, exempla, canciones de gesta, novelas
[...], violentamente separada de su marido y que, al cabo de un largo exilio en que va afirmándose sus
valores, es reconocida como la esposa verdadera. Sobre este particular, véase Yasmina Foehr-Janssens,
“Connaître, reconnaître, méconnaître: retrouvailles différées et dénouements suspendus dans les récits
de femmes persécutées au Moyen Age”, Du Roman courtois au roman baroque, Actes du colloque des
2-5 juillet 2002, eds. Emmanuel Bury y Francine Mora, París, Les Belles Lettres, 2004, pp. 195-208.
56
Boccace, Le Décaméron, trad. De J. Bourciez, París, Classiques Garnier, 1967, “La chasse infer-
nale”, Cinquième journée, huitième nouvelle, pp. 379-384.
57
Del conjunto de los cuatro paneles que componen esta obra realizada entre 1483 y 1484, el Museo
del Prado conserva tres.
58
Georges Didi-Huberman, Ouvrir Vénus. Nudité, rêve, cruauté, “L’image ouvrante, 1”, París, Gal-
limard, 1999, y en particular el capítulo “Nudité cruelle: ‘La mort elle-même était de la fête […]”, pp.
64-85.
59
No será ocioso recordar que en la mitología egipcia la liebre desempeña el papel de intercesora
entre este mundo y el más allá.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 733
I. LA VIOLENCIA DE LA AVENTURA
60
Véase en particular la descripción de la “selva de los suicidas” en Dante, La Divine Comédie. En-
fer, XIII, 1-151, trad. J. Risser, París, Flammarion, 1985, pp. 122-131.
61
Carlos Fuentes destaca tal idea en su obra Cervantes o la crítica de la lectura, citada por Fernan-
do del Paso en un artículo titulado “El increíble caso del aposento desaparecido” publicado en Cuader-
nos americanos 61, enero-febrero, 1997, Año XI, vol. 1, México, Universidad Autónoma de Madrid.
62
Estas situaciones parodian las que ofrecen las novelas de caballerías donde se le corta a un caba-
llero el paso para obligarlo a librar combate: Amadís de Gaula, T. I, L. 1, cap. 18, p. 423; T. I, L. 2, cap.
50, p. 720; T. I, L. 1, cap. 11, p. 334, ed. de Juan Manuel Cacho Blecua, Madrid, Cátedra, 1987.
734 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debía de ser al-
gún hombre loco, y tomáronse a reír muy de gana; cuya risa fue poner pólvora a la
cólera de don Quijote [...] (I, 52, p. 600).
Si de la primera aventura, don Quijote sale ileso mientras a Sancho, por despo-
jar a uno de los frailes (acción más propia de un salteador de caminos que de un
escudero fiel), le muelen a coces, y en la segunda la huida de los encamisados,
“gente medrosa y sin armas”, le permite resultar también indemne, en la tercera un
disciplinante le da un golpe tal que se cae al suelo inerte. Este desenlace en que
puede verse el fracaso de todo intento de embestir contra las formas exteriores de la
religión cristiana en el contexto de la Contrarreforma65, evidencia la evolución que
se produce a lo largo de la primera parte de la obra en que don Quijote recibe un
sinnúmero de palos.
Estos son una respuesta a su actitud quisquillosa ante una afrenta verbal que
puede ofenderle personalmente o agraviar a un ser perteneciente a la ficción caba-
lleresca. Casi podríamos decir que es lo mismo, dada la total identificación del
personaje con los modelos literarios. Así, cuando Cardenio declara que “aquel
bellaconazo del maestro Elisabat estaba amancebado con la reina Madasima” (I, 24,
p. 298), don Quijote lo trata de “mentís y bellaco con otros denuestos semejantes66“
y suscita su agresividad:
[...] alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos tal golpe a don
Quijote, que le hizo caer de espaldas (I, 24, p. 298).
63
Dolores Romero López precisa a este respecto que “La melancolía del Quijote no es la melancolía
natural que se caracteriza por ser “fría y seca” sino la otra melancolía, de bilis caliente y originada por la
sangre que tiene por causa la combustión de los humores” en “Fisonomía y temperamento de don Quijo-
te de la Mancha”, Estado actual de los Estudios sobre el Siglo de Oro, M. García Martín ed., Ediciones
Universidad de Salamanca, 1993, pp. 879-885, y más precisamente p. 884. Esta melancolía adusta o por
adustión se debe, pues, al excesivo calentamiento o hervor de la bilis amarilla, como lo indica también
Javier García Gibert, Cervantes y la melancolía, Novatores, 1997, pp. 98-99.
64
Acerca de la risa en la obra cervantina, remitimos al estudio de Peter E. Russell, “Don Quijote y
la risa a carcajadas” en Temas de “La Celestina”, Barcelona, Ariel, 1978, pp. 409-440, p. 412.
De especial interés es la obra de Henri Bergson, La risa: ensayo sobre la significación de lo cómico,
Buenos Aires, Losada, 2004.
65
Véase Augustin Redondo, “De vapulamientos y azotes en el Quijote”, Otra manera de leer el
“Quijote”, pp. 171-197, p. 180.
66
Como ya vimos anteriormente, no se precisa cuáles eran las palabras injuriosas.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 735
siado a pecho la vida de los héroes librescos y por estar frente a su hermano melli-
zo, preso de la melancolía amorosa67. Los dos locos emplean un lenguaje más ven-
teril que caballeresco. Su disputa permite a Cervantes denunciar el exagerado códi-
go de honor a través de la indiferencia de Sancho sobre el asunto y de la referencia
a una reina que no existe, pues de las tres damas llamadas Madasima en Amadís de
Gaula, ninguna es reina68.
En cuanto a los agravios personales, podemos recordar la acusación de mentiro-
so en boca del vizcaíno que afirma su nobleza, lo cual hace sacar de quicio a don
Quijote. La violencia del encuentro69 patente en los cuatro cuadros sucesivos (I,
capítulos 8 y 9) cobra un valor paródico a la luz de los paralelismos posibles entre
el texto de Cervantes y el de Amadís de Gaula70; adquiere además una dimensión
emblemática de la lucha contra el vasco en los orígenes de la historia de Castilla71.
Algo parece jugarse en torno a la noción de alteridad y en particular en torno a
una de sus máximas expresiones, es decir la locura, como lo atestiguan dos escenas
situadas respectivamente en el capítulo 22 y 52 del Quijote de 1605. En la primera,
don Quijote acaba de rogar con “mansedumbre y sosiego” (I, 22, p. 274) a los
guardianes que suelten a los galeotes, no sin dejar de amenazarlos en caso de no
cumplimiento. He aquí la reacción del comisario:
67
Ambos son protagonistas de una locura literaria: don Quijote la de los libros de caballerías y Car-
denio la de las novelas sentimentales, según Nadine Ly, “Don Quichotte: livre d’aventures et aventures
de l’écriture” en Les langues néo-latines, 267, 1988, pp. 6-92, p. 56.
68
Kurt Reichenberger, Cervantes ¿un gran satírico?, pp. 53-58, p. 58.
69
Véase María Caterina Ruta, “Aspectos iconológicos del Quijote” en N. R. F. H., nº 38, 1990, pp.
575-586.
70
Véase nuestro trabajo Cuerpo y gesto en el Quijote de Cervantes, Alcalá de Henares, Centro de
Estudios Cervantinos, 2002, p. 73.
71
Véase E. C. Graf, “La “X” de agresividad, otredad e intencionalidad en capítulos 8-9 de El inge-
nioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra”, en Hispanic Review,
Spring, 2001, pp. 131-152, p. 139.
72
Augustin Redondo, “Parodia, lenguaje y verdad en El Quijote: el episodio del yelmo de Mambri-
no”, Otra manera de leer el “Quijote”, pp. 477-484, p. 478.
736 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
[...] este gentilhombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza (I, 52, p.
597).
73
I, 22, p. 274: “¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! –respondió don Quijote.”; I, 52, p. 597:
“Sois un grandísimo bellaco –dijo a esta razón don Quijote–, y vos sois el vacío y el menguado, que yo
estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió”.
74
I, 52, p. 597: “Reventaban de risa el canónigo y el cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban
los unos y los otros, como hacen a los perros cuando en pendencia están trabados [...]”.
Recordemos que “se da este nombre de perro por ignominia, afrenta y desprecio especialmente a los
moros o judíos” según Sebastián de Covarrubias.
75
Véase por ejemplo: I, cap. 4, p. 280; cap.17, p. 420; cap. 19, p. 446; cap. 21, p. 458; cap. 28, p.
513.
76
Nos referimos al libro I, capítulo 33, p. 549. Cabe mencionar además el capítulo 50, pp. 722-723
y 55, p. 777.
77
Michael D. Hasbrouck, “Posesión demoníaca, locura y exorcismo en el Quijote”, Cervantes: Bu-
lletin of the Cervantes Society of America, Volume XII, number 2, Fall 1992, pp. 117-126, p. 120.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 737
molido por los golpes del cabrero, don Quijote se pone en pie casi milagrosamente
para vivir una nueva aventura, remedando a los héroes de las novelas de caballerías
cuya belleza innata se suele preservar78. Cervantes a quien esta contradicción cons-
titutiva del género caballeresco no escapó, se divirtió con ella. Parece producir los
traumatismos con su pluma y curarlos con ella también79. Estos no tienen nada que
ver con las heridas que afectan a los modelos literarios. Casi se niegan porque no se
permite a un caballero quejarse de un dolor, cualquiera que sea80, y porque los
golpes dados con estacas y no con espadas desdicen de la condición caballeresca81.
La violencia que irrumpe tan a menudo en la novela cervantina es el fruto de un
juego de escritura paródico que recurre a las hipérboles, al condicional y al léxico
característico de las novelas de caballerías, si bien empleado en un contexto antihe-
roico82. De ese modo la ilusión caballeresca se desenmascara. Contribuyen a ello
también los dos momentos en que una especie de frenesí colectivo se apodera de
los personajes como si la furia quijotesca fuera contagiosa. Nos referimos a las dos
peleas generales a las que asistimos en el capítulo 16 y 45 de la primera parte de la
obra. Ya evocamos cómo el seudo-discurso amoroso de don Quijote, mientras tiene
asida a Maritornes, provoca una reacción brutal del arriero. La violencia se propaga
78
Sylvia Roubaud, “Corps en beauté, corps à l’épreuve: le héros du roman de chevalerie”, Le corps
dans la société espagnole des XVI et XVII siècles, París, Publications de la Sorbonne, 1990, pp. 253-266,
p. 264.
79
Isaías Moraga Ramos, “El traumatismo, engaño literario (Don Quijote frente a Amadís)”, Actas
del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Alcalá de Henares, 12-16 noviembre
1990, Barcelona, Anthropos, 1993, pp. 281-288, p. 286.
En otro artículo, Isaías Moraga Ramos precisa: “los golpes, fracturas, heridas y traumatismos que
sufrirá el hidalgo son abundantísimos, irreales y paralizantes, y, a veces, avergonzantes y crueles como
si Miguel quisiera ensañarse y ridiculizar a su personaje por medio de palizas castigadoras, muchas de
las cuales necesitarían hoy del ingreso hospitalario y serían de pronóstico reservado cuando no grave”, “
Salud, enfermedad y muerte en el Quijote”, Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de
Cervantistas, Alcalá de Henares, 6-9 noviembre 1989, Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 335-352, p. 339.
80
I, 8, p. 131: “[...] y si no me quejo del dolor es porque no es dado a los caballeros andantes que-
jarse de herida alguna, aunque se les salgan las tripas por ella”.
81
Sobre este particular, véase María del Pilar Pueyo Casaus en “La dignidad del hombre en don
Quijote” en Anales Cervantinos, XXV-XXVI, 1987-1988, pp. 349-357, p. 352: “Igual que el sentido de
la justicia es “sui generis” acorde a las leyes de la caballería, también la dignidad del caballero andante
tiene sus propios cánones específicos. A don Quijote, los numerosos golpes que les propinan los galle-
gos a él, a Sancho y a Rocinante no le representan afrenta alguna, porque han sido dados con estacas y
no con espadas. Parece no importarle el fuerte dolor físico, porque el instrumento que lo ha producido
no era digno y no puede afrentar, como tampoco “semejante canalla”, hombres que no han sido armados
caballeros, y con los que decide no volver a pelear. Esto tiene algo de rito, donde las armas como todo
tienen su valor significativo. En cambio, Sancho, que no tiene en su mente el esquema de tales cánones,
no percibe más que la dura realidad: no me da pena alguna el pensar si fue afrenta o no lo de los estaca-
zos, como me la da el dolor de los golpes, que me han de quedar tan impresos en la memoria como en
las espaldas” (I, 15, p. 195).
82
Remitimos a nuestro estudio Cuerpo y Gesto en el “Quijote” antes citado, pp. 65-71.
738 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
Y así como suele decirse: ‘el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo’83,
daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y
todos menudeaban con tanta priesa, que no se daban punto de reposo, [...] dábanse
tan sin compasión todos a bulto, que a doquiera que ponían la mano no dejaban co-
sa sana (I, 16, p. 205).
[...] toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, des-
gracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre (I, 45, p. 544).
Así el lenguaje verbal que había engendrado la violencia le pone fin85. Es de no-
tar cómo en este episodio y en la mayoría de las escenas tumultuosas y conflictivas,
el narrador alude al registro paraverbal como si la intensidad de la voz y los gritos
fueran también una manifestación asociada a la violencia o una consecuencia de
83
Véase el análisis que propone Michel Moner de esa frase inspirada en un cuento folclórico infan-
til en Cervantès conteur: écrits et paroles, Madrid, Bibliothèque de La Casa de Velázquez, 1989, pp.
107-109.
84
Cesáreo Bandera interpreta así la escena: “La distinción entre la bacía y el yelmo resulta por
completo ilusoria, pues la discordia sólo se alimenta de sí misma; o sea, que la violencia de los unos es
una respuesta automática a la violencia de los otros. [...] La ficción se traslada a la realidad en la misma
medida en que la realidad se ficcionaliza por obra de la violencia, de las cuchilladas, mojicones, palos y
coces” en Mímesis conflictiva (Ficción literaria y violencia en Cervantes y Calderón), Madrid, Gredos,
1975, p. 51.
85
Hemos podido observar que eso ocurre también al final de la primera pelea general gracias a la
intervención de un cuadrillero de la Santa Hermandad (I, 16, p. 206). Además cabe añadir tres casos de
palabra apaciguadora atribuida a don Quijote, una en la primera parte de la obra para poner en paz a
Sancho y al cabrero (I, 24, p. 299), dos en la segunda parte para concluir la disputa entre Basilio y
Camacho (II, 21, p. 201) y para hacer entrar en razón a los rebuznadores (II, 27, p. 253). Estas tres
intervenciones son sugestivas de la evolución del personaje.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 739
ella, siendo entonces expresión de dolor. Además gritar es propio de locos como lo
sugiere Sebastián de Covarrubias86, lo que confirma las relaciones trabadas entre la
locura, las voces y la violencia.
Apenas sosegados todos, un cuadrillero identifica a don Quijote como culpable
de la liberación de los galeotes a quien la Santa Hermandad había mandado pren-
der. Esta vez la agresión física precede a la verbal:
86
Loco: “El hombre que ha perdido su juizio [...] o se dixo a loquendo porque los tales suelen, con
la sequedad del celebro, hablar mucho y dar muchas vozes”, Tesoro de la lengua castellana o española.
87
La reacción del ventero al ver el aposento lleno de vino tras la supuesta batalla de don Quijote co-
ntra Pandafilando de la Fosca Vista podría ser otra ilustración en I, 35, pp. 438-439: “[...] tomó tanto
enojo, que arremetió con don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio
y el Cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante, [...]”.
740 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
[...] de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha de ser mal para el cántaro
(I, 20, p. 251).
88
Eduardo Urbina indica que Gandalín es, con todo, el más hablador de todos los escuderos de los
libros del cual deriva probablemente la idea de un escudero en confrontación verbal con su amo: El sin
par Sancho Panza: parodia y creación, Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 104-105.
89
Es una variación paródica de dos situaciones descritas en Amadís de Gaula, protagonizadas por
caballeros y no por un escudero. Véase: I, cap. 19, p. 446; cap. 50, p. 723.
90
Mijail Bajtin indica que “la orina (como materia fecal) es la alegre materia que rebaja y alivia,
transformando el miedo en risa [...]. La materia fecal y la orina personifican la materia, el mundo, los
elementos cósmicos, poseyendo algo íntimo, cercano, corporal, algo de comprensible (la materia y el
elemento engendrados y segregados por el cuerpo). Orina y materia fecal transformaban al temor cósmi-
co en un alegre espantajo de carnaval” en La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento,
Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 301.
91
I, 20, p. 248-249: “Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél [...] si no fuera a sus
herederos”.
92
I, 30, p. 378: Don Quijote tacha a Sancho de “bellaco descomulgado, de gañán, faquín, belitre, de
socarrón de lengua viperina, de hideputa bellaco”.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 741
93
I, 37, p. 460-I, 46, p. 552.
94
Se opera así una transformación del deber del escudero de entretener y aliviar la inactividad del
caballero, propenso a dejarse llevar por la melancolía inducida por la ausencia de su señora al que alude
Eduardo Urbina en El sin par Sancho Panza: parodia y creación, p. 103.
742 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
solía recibir una retribución al aceptar ciertas vejaciones95. Pero Sancho se contenta
con azotar los árboles (II, 71, p. 570), engañando así a su amo. Quizás sea para él
una manera de vengarse de todos los golpes recibidos y en particular de los marti-
rios sufridos en casa de los duques para el desencantamiento de Altisidora.
El escudero cervantino ha sido objeto no sólo de palos y fatigas a causa del inte-
rés aventurero de don Quijote sino también de otros ultrajes por su implicación en
el devenir amoroso de aquél. Su papel ha superado sobremanera al del tradicional
escudero, dando lugar a situaciones burlescas inéditas. Así en muchas ocasiones se
ha visto castigado por su codicia y su lengua desatada. El silencio es, por lo tanto,
otra forma de violencia que alimenta la conversación entre amo y escudero y per-
mite una reflexión sobre el valor terapéutico de la palabra y sobre la relación entre
callar, sufrir y morir.
–Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? Que
después que me puso aquel áspero mandamiento del silencio se me han podrido
más de cuatro cosas en el estómago, y una sola que ahora tengo en el pico de la
lengua no querría que se mal lograse.
–Dila […] y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo ”
(I, 21, p. 258).
95
Monique Joly, “Fragments d’un discours mythique sur le bouffon”, Visages de la folie 1500-
1650, París, Publications de la Sorbonne, études réunies et présentées par Augustin Redondo et André
Rochon, 1981, pp. 80-91, especialmente p. 86.
96
Augustin Redondo, “Tradición carnavalesca y creación literaria: el personaje de Sancho Panza”,
Otra manera de leer el Quijote, pp. 191-203.
97
Véase el capítulo “Taciturnitas” en C. Casagrande y S. Vecchio, Les Péchés de la langue, pp.
313-321.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 743
Sancho toma en cuenta la inquietud de don Quijote por el silencio en que podrían
quedar sepultadas sus hazañas, y le propone a continuación ponerse al servicio de
“algún emperador o a otro príncipe grande que tenga alguna guerra” porque “no
faltará quién ponga en escrito las hazañas de vuestra merced, para perpetua memo-
ria” (I, 21, p. 258).
En el capítulo 25, la violencia del callar es nuevamente motivo para que el es-
cudero rompa el silencio:
–Plega a Dios, Sancho –replicó don Quijote–, que yo te vea mudo antes que
me muera.
98
A modo de ejemplo, véase: I, 18, pp. 227-228 y I, 20, p. 241.
744 ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA VIOLENCIA EN EL QUIJOTE
–Al paso que llevamos –respondió Sancho–, antes que vuestra merced se mue-
ra estaré yo mascando barro, y entonces podrá ser que esté tan mudo, que no hable
palabra hasta la fin del mundo, o por lo menos hasta el día del juicio.
–Aunque eso así suceda, ¡oh Sancho! –respondió don Quijote–, nunca llegará
tu silencio a do ha llegado lo que has hablado, hablas y tienes de hablar en tu vida
[…] ” (II, 20, p. 194).
[…] la conversación de vuestra merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tie-
rra de mi seco ingenio ha caído (II, 12, p. 122),
–No estoy para responder –respondió Sancho–, porque me parece que yo hablo por
las espaldas. Subamos y apartémonos de aquí, que yo pondré silencio en mis re-
buznos […] (II, 28, p. 256).
–¡Voto a tal […] que este señor ha hablado como un bendito y sentenciado como
un canónigo ! (II, 66, p. 544).
Es en este final del itinerario que tanto modificó a ambos protagonistas, cuando
sucede la última burla de los duques, la captura del caballero y de su escudero en
un “maravilloso silencio”, episodio del que ya subrayamos la extrema violencia. No
puede sino llamar poderosamente la atención el hecho de que ociosos nobles hagan
callar –con una crueldad claramente matizada de colores inquisitoriales– el diálogo
fundamental del hidalgo y del labrador de la Mancha. En el teatro del palacio de los
duques, se crea una ficción cuyos juegos corporales y verbales tienen por objetivo
la diversión de los poderosos. En contraste, pues, con don Quijote que busca, po-
niendo el cuerpo, la verdad de su deseo en la ficción caballeresca, y encuentra, en
99
En este episodio, Sancho está cerca del equilibrio ejemplar descrito por san Agustín entre gau-
dium taciturnitatis y officium locutionis.
TUS OBRAS LOS RINCONES DE LA TIERRA DESCUBREN (VI CINDAC) 745
CONCLUSIÓN