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Antropología 0015

Fecha: Lunes, 31 Marzo 1997 20:32:10 +0100


De: Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es
Título: El bosquimano disecado

Amigos de la lista,

Soy abogado jubilado, he vivido más de cuarenta años fuera de España, y encuentro en
internet un gran entretenimiento.

Quería introducir en esta lista de antropología el asunto del bosquimano disecado de Bañolas,
de actualidad desde hace un tiempo en la prensa española. Para los amigos de fuera de España
resumiré brevemente la historia reciente del asunto.

En el Museo Darder de Bañolas (Gerona) se conserva desde hace décadas el cuerpo disecado
de un guerrero bosquimano, vestido con calzón blanco y lanza en ristre, dentro de una vitrina,
que al parecer fue comprado por el coleccionista Darder en el París del siglo XIX, y que se
muestra en un contexto de historia natural del hombre, junto con otros animales disecados.

Hace unos cinco años algunos espíritus puros comenzaron su protesta: acusaron al museo de
racismo, de falta de respeto por un ser humano, etcétera. Los protestantes hicieron llegar su
sensibilidad a las autoridades de algunos países africanos, que exigieron, vía diplomática, al
Gobierno de España, la retirada del bosquimano disecado de su vitrina. El alcalde de Bañolas,
que hasta entonces había ignorado las críticas, presionado por el Ministro de Asuntos
Exteriores, Abel Matutes, decidió hace un mes retirar al bosquimano del circuito que podía ser
visitado por el público.

Pero al parecer no fue suficiente. No bastaba recluir en el almacén una reliquia que la
Asociación de Museólogos de Cataluña considera «de gran valor patrimonial y museístico».
Federico Mayor Zaragoza, jerarca máximo de la Unesco, ha propuesto trasladar al guerrero «a
su país de origen, Botswana», para que reciba allí sepultura (obsérvese cómo Botswana,
república nacida hace treinta años de la ex colonia británica Bechuanalandia, se ha convertido
de la mano del jefe de la Unesco en nación de un guerrero bosquimano, que más que a
Botswana pertenecería al Kalahari).

Joan Solana, alcalde de Bañolas, propone ahora incinerar el cuerpo del bosquimano disecado y
enterrar sus cenizas en el cementerio de la ciudad, sin que se celebre ningún tipo de
ceremonia (como si la incineración no fuera ya una ceremonia) ni se ponga en su tumba
ninguna lápida conmemorativa (con lo cual no será tumba, sino vertedero de cenizas) para,
dice, «no alimentar futuras polémicas».

En muchos museos de historia natural, de historia de la ciencia, de historia del hombre, existen
maniquíes que representan australopitecos, hombres de las cavernas, soldados, guerreros...
¿Qué diferencia tienen esos maniquíes con el bosquimano disecado de Bañolas? Pues que el
serrín, la madera o la paja están cubiertos de cartón, tela o plástico en lugar de piel humana
apergaminada. Al querer incinerar al bosquimano se pretende que desaparezca la prueba,
pero al proponer enterrar las cenizas en el cementerio, ¿no se busca quizá permitir «que
descanse en paz» mientras espera a que su alma se reencuentre con su cuerpo?
Estos días se discute también sobre la momia de Lenin, que no está disecada como el
bosquimano, sino momificada con una técnica de embalsamamiento especial que exige
grandes gastos de mantenimiento: Ho Chi Minh, Agostino Neto o Kim Il Sung están también
momificados, a disposición de los fieles y turistas, y nadie reclama por tal exhibición.

Y qué decir de las momias egipcias. ¿Deberán incinerarse y enterrarse en un jardincillo del
Museo Británico? Jeremías Bentham, sentado en su sillón, bien disecado, sigue dentro de un
armario en la sala de profesores de la Universidad de Londres, y cada vez que hay reunión el
armario debe ser abierto para que la momia pueda seguir ejerciendo la particular obsesión
panóptica expresada en el testamento de Bentham.

¿Le tocará el turno, después del bosquimano de Bañolas, al cuerpo de Santa Teresa o a tantas
reliquias que la cristiandad sigue admirando (porque en su momento no fueron incineradas o
enterradas)?

El siguiente paso, una vez que por respeto hayan sido discretamente retiradas de la circulación
todas las reliquias, momias, cuerpos embalsamados o disecados, se producirá cuando los
defensores de los derechos de los animales (no humanos) protesten por la exhibición de
tantos animales (no humanos) disecados en tantas vitrinas y museos. Al fin y al cabo Juan
Pablo II ya ha reconocido que los animales (no humanos) tienen, aunque imperfecta, su alma
particular.

Aunque sólo fuera como prueba de que durante décadas se mantuvo un guerrero bosquimano
disecado en un museo de historia natural, debería ser conservada tal reliquia. Y si se calcula
que la sensibilidad de los turistas puede verse lastimada, podrá retirarse del circuito público,
como suelen colocarse en lugar apartado las colecciones de frascos con fetos deformes
bañados en formol.

Tiene gracia que quienes quieren destruir las pruebas, como si no hubiera pasado nada,
buscando restaurar la sensibilidad humana para siempre con tal reparación neurótica, no
tienen empacho en hacer la vista gorda mientras se explota a docenas de trabajadores ilegales
africanos en la agricultura catalana del presente.

Por supuesto: las láminas, dibujos y fotografías de los libros de etnología y antropología tienen
sus días contados: en cuanto los de Botswana se enteren de que en tantas obras clásicas
aparecen sus antepasados sin la camisa y la corbata, que, a pesar de la independencia, les han
dejado allí los ingleses.

Supongo que este asunto dará que hablar.


Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es
Antropología 0020
Fecha: Miércoles, 02 Abril 1997 19:01:26 +0100
De: Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es
Título: Ni soldado ni militar el bosquimano

Amigos de la lista,

Xavier Allué envía una primera (supongo) contestación al comentario sobre el bosquimano
bañolense, el documento o reliquia histórico-antropológica que las autoridades quieren
transformar de objeto conservado en una vitrina del Museo Darder en cenizas enterradas
discretamente en el cementerio de la hermosa villa gerundense.

Sugiero, antes de seguir adelante, precisar conceptos.

En primer lugar: dice Allué que no se trata de un guerrero, sino de un «soldado bosquimano»,
de «un profesional de la guerra»: asegura que «era un militar».

Por favor, un respeto a los conceptos: ¿llamaría Allué clérigo o presbítero a un chamán o un
brujo? Soldado y militar son oficios que exigen una organización que sólo se da en la ciudad, en
la civitas, en la sociedad estatal, en la civilización. Guerrero vale utilizarlo en sociedades
tribales o preestatales, aunque sólo por abuso de los términos podríamos llamar «guerra» a lo
que hiciera el bosquimano: los yankis se quedan tan contentos mencionando en su historia las
Guerras Seminolas, como si fueran las Guerras Púnicas, pero lo hacen para elevar en las
conciencias lo que no pasó de ser una carnicería.

El bosquimano, en cuanto tal, es decir, no en tanto que soldado al servicio de su Graciosa


Majestad (y no es el caso, pues el de Bañolas no va de uniforme británico sino de taparrabos
tribal), podrá ser cazador, pero nunca militar. Podría ser curandero, pero no médico; como
tampoco podríamos llamar turismo a sus paseos por el Kalahari.

En segundo lugar: dice Allué que nos encontramos no ante un «negro disecado» (ojo: yo
siempre le he llamado bosquimano, y sólo una vez menciono entre comillas el apelativo racista
despectivo popular) ni ante un «guerrero», sino frente a unos «restos mortales», frente a «un
cadáver».

«Restos mortales» y «cadáver».

Pues tampoco. Tengo entre mis manos un magnífico tomo del siglo XIX, encuadernado en
plena piel: ¿podré decir que mi libro está rodeado de los «restos mortales» de una vaca, que
está encuadernado entre un «cadáver»?

Tampoco son «restos mortales» ni «cadáver» el animal disecado o la momia (las


transformaciones que realiza el taxidermista o el embalsamador hacen desaparecer
precisamente el cadáver: un jamón patanegra bien curado tampoco es cadáver o resto mortal
del bendito cerdo del que procede).

Le sugiero al amigo Allué que lleve la argumentación a otro terreno.


El bosquimano no está conservado en el Museo del Ejército (donde a lo sumo se conservan
disecados los caballos que tiraban la carroza en la que Alfonso XIII sufrió un atentado), ni en un
Museo Diocesano (aunque tal como va el asunto quizá pueda lograr algún mosen que se inicie
un proceso de beatificación), ni en el Museo Nacional de Ciencias (donde tienen animales mil
disecados y, cuando se tercia, incluso algún cazador primitivo que conservó congelado el
glaciar). Ni el Ejército, ni la Iglesia ni el Estado tienen nada que ver. No es por tanto ni botín de
guerra, ni santo ni material científico.

El bosquimano de Bañolas está en Bañolas, es decir en una villa pequeña, en un Museo que
procede de lo que fue colección particular del peculiar personaje que fue Darder, un
anticuario, un curioso antropólogo humanista entusiasmado por la historia natural del
hombre, el cual se limitó a comprarlo en París (y si lo compró fue porque allí y entonces lo
vendían).

Quienes lo disecaron, quien lo compró y trasladó a Gerona, lo hacían movidos por lo raro y lo
curioso del asunto, con esa curiosidad precientífica del coleccionista, del aficionado a la
naturaleza: junto a plumas del ave del Paraíso, colmillos de elefante, y con suerte un valioso
cuerno de unicornio o de narval.

Hoy esa pieza es prehistoria de la ciencia, es arqueología museológica (a un museólogo del fin
del milenio le parecerá una escena muy sosa y fría, preferirá la holografía del bosquimano o
incluso la realidad virtual interactiva y mediática). Pero por eso mismo debe conservarse y es
pura confusión de ideas esconderlo en un almacén, incinerarlo o dotarle de un pasaporte que
nunca tuvo para «devolverlo» a una Botswana de la que nunca salió.

La flojera ideológica krausista que padecemos llevará probablemente a la reducción del


pergamino del bosquimano a cenizas (el ecologismo igual llega al reciclado del relleno de serrín
o de madera). ¿Que harán con la lanza? Pero es probable que, de hacerlo, dentro de unos
pocos años más se reconstruirá la vitrina de marras con un bosquimano disecado virtual, como
representación amorfa del que durante un siglo se conservó, al final del milenio pasado, y así
sucesivamente.

No se si la vitrina del bosquimano tiene rótulo alguno. En el siglo XIX la cartela habría dicho,
por ejemplo, «Cazador aborigen del Kalahari». Al final del siglo XX podría decir sin espanto:
«Ejemplo de documento antropológico del siglo XIX». Pero no «Militar botswana trofeo de
guerra del colonialismo europeo», ni «Cadáver incorrupto de africano», ni «Soldado
desconocido», ni tampoco «Muestra de la sensibilidad por los derechos humanos en la Francia
postrevolucionaria» o «Naturaleza muerta».

Un saludo,
Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es
Antropología 0032
Fecha: Lunes, 07 Abril 1997 19:16:56 +0200
De: Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es
Título: Relativismo militar

Amigos de la lista,

Xavier Allué nos regala con una hermosa relación que pretende explicar los motivos por los
cuales, según él, puede llamarse «militar» al bosquimano de Bañolas. Su exquisito relativismo
cultural le hace dudar de los nombres de las otras culturas, pero sus incursiones filológico
etimológico semánticas, más o menos conocidas y trilladas, no hacen más que cortejar cierto
escepticismo nominalista que, la verdad, no me ha convencido sobre la pertinencia de llamar
«militar» a la persona más ilustre de Bañolas, el bosquimano disecado que conserva el Museo
Darder y que algunos redentores de la injusticia universal no saben si devolver a Botswana
(¡otro africano deportado de Europa!), dar cristiana sepultura o incinerar de forma
vergonzante.

Conste que a mi lo que hagan con el bosquimano me trae sin cuidado. Que pase lo que tenga
que pasar. Lo que ya no me trae sin cuidado son los argumentos de que se sirven quienes
quieren cercenar la gloriosa existencia de esa reliquia documental, eliminarla como si nunca
hubiera sido... o darle reposo en tanto se produce la reencarnación con su blanca alma en
pena, para que pueda gozar la vida eterna a la diestra del Padre, que sin duda le tendrá
reservado lugar de honor en el paraíso que compensará su agitado paso por este valle de
lágrimas.

Y me interesan los argumentos para, dada su pobreza, poder por ejemplo devolvérselos a los
de Bañolas reclamando ahora la paz eterna para la no menos famosa mandíbula encontrada
allí en 1887, hace un siglo y una década.

¿Qué clase de demagogia es esta de enarbolar la bandera del bosquimano y olvidarse del
drama que supone la mandíbula de Bañolas? ¿Qué triste vida eterna cabe augurar al
propietario de aquella mandíbula, quizá el representante más auténtico de la genuina
identidad bañolense, el único de sus habitantes que desde el paleolítico inferior sufre en
silencio la incompletud de su ser? Es urgente incinerar la mandíbula de Bañolas, por lo menos
antes de que Federico Mayor Zaragoza proponga devolverla a Neandertal.

¿O acaso no tenía alma el de Bañolas (el de la mandíbula), o es que no merecía todavía


llamarse hombre?

Pero volvamos a la hermosa epístola de Allué. Podría ser comentada párrafo a párrafo, pero
sería algo cansado y aburrido, por lo que pellizcaré algunos asuntos para terminar exponiendo
la que parece ser divergencia fundamental entre nuestros planteamientos.

Recuerda Xavier la conocida «exclusividad» de los inuit del Artico, que solo tienen un término
para nombrarse a ellos, pues no conocen extranjero alguno.

Ahora bien, Allué asume la interpretación tradicional: que con esa única palabra con que se
llaman a sí mismos los inuit quieren decir «hombre», «ser humano». Esto se ha repetido
muchas veces. Ahora bien, ¿de verdad alguien cree que un inuit está diciendo no sólo
«hombre», por respecto a animales no humanos por ejemplo, sino nada menos que «ser
humano»?

¿Acaso el propietario de la mandíbula de Bañolas podía dejar de pensar que era un «ser
humano»? Con todos los respetos, ni siquiera el bosquimano.

Hay que tener despiste o mala fe para suponer tanto. Como el inuit, el pobre, sabe que es un
«ser humano», aunque ignore, ¡que inocente candidez!, que hay otros «seres humanos», que
además son malvados, sabe también que ese «ser» no existe porque sí, sino que ese ser viene
de algún sitio y, ¡bingo!, un ejemplo más de la encantadora presencia de la idea de Dios en
todos los pueblos de la tierra, pues al fin y al cabo somos todos hijos de Adán y Eva, y todas
esas cosas.

Suponer que el inuit conoce que es un «ser humano» es creerse que Hayy en efecto, en su isla
desierta, llega solo por observación de la naturaleza a deducir la existencia de un motor
exterior a él e incorpóreo, como narra la novela apologética de Abentofail, un andaluz de
Guadix del siglo XII, «El filósofo autodidacto».

Es obvio que no es Allué responsable de estas «ingenuidades interpretativas» pro domo


Vaticana, pero no conviene olvidar que, precisamente porque unas culturas son más potentes
que otras, en el sentido de que la cultura no-inuit que descubrió a los inuit sabía que no eran el
único pueblo de la tierra (y no a la viceversa), son estas culturas más potentes las que
contaminan enseguida lo que tocan, aprenden o escuchan, reinterpretándolo a sus categorías.
¿Será alguien tan ingenuo de seguir creyendo que la sorprendente presencia de la trinidad en
el Popol Vuh no se debe a la mano del dominico «que se limitó a copiar» lo que le decían unos
indios que nunca habían subido a un carabela (es decir, que no podrían haber descubierto ellos
Europa)? Pero, ¿cualquiera les dice nada a quienes blandiendo tal manipulación, iluminados
por el poema que da identidad y sentido a su ser cultural propio, buscan liberarse del yugo
europeo, y encima hablando español?

Pero concretemos para facilitar el debate posterior, evitando caer en el confusionismo propio
del bondadoso relativismo neo krausista y armónico.

No es sólo cuestión de nombres. No cabe equiparar médico, curandero, sanador, brujo o


hechicero porque todos ellos sean «responsables de la salud». La cuestión no tiene que ver
con los resultados en la salud del paciente, ni con los éxitos ni con los exitus: un algebrista
puede reducir una descomposición ósea mucho mejor que un médico recién licenciado, un
curandero podrá saber mucho más de plantas y remedios que un boticario adocenado, un
chamán podrá ejercer mucho más influjo psicosomática que la misma Virgen de Lourdes y de
Fátima, sanadoras ellas, juntas. No es ese el asunto. Lo que le da superioridad infinita a un
médico que efectivamente lo sea respecto de un hechicero sabio en drogas y remedios
prácticos, lo que hace que la cultura del médico sea más potente que la del hechicero, es la
capacidad que puede tener el médico para comprender racionalmente los mecanismos que
provocan las curaciones del hechicero, pero nunca la viceversa (a no ser que nuestro hechicero
haya estudiado medicina, que los hay, pero entonces habrá dejado de ser ya hechicero: se
aproximará al dominico que adaptó el Popol Vuh).
La peculiar justicia histórica reinterpretativa de Allué le lleva a decir nada menos que Ta-
Sunko-Witko fue «un militar victorioso que doblegó a invasores mil veces más poderosos y
mejor armados», comparando su hazaña con Cannas, Calatañazor o Austerlitz. Hombre,
tampoco hay que pasarse: el general George Armstrong Custer era un poco cutre, todos lo
hemos visto en las edulcoradas películas yankis (me parece que ni sioux ni cheyenes han hecho
películas sobre el asunto), y el cepillarse a 264 yankis no fue para tanto (por cierto cuando más
murieron no fue la mañana de 25 sino la noche del 25 al 26 de junio de 1876). Para los gringos
aquello fue un revulsivo, que les sirvió para asesinar sin piedad a los que se habían
aprovechado de la superioridad coyuntural, y en su proceso de magnificar el asunto han
declarado nada menos aquel lugar como Little Bighorn National Battlefield (donde por lo
menos hay seis mentiras: ni pequeño, ni grande, ni horn, ni nacional, ni batalla; pase lo de
field, o sea, un prado donde el jefe indio y los suyos escorrieron a los del séptimo de
caballería).

Por favor, no confundamos las cosas: los sioux y los cheyenes coaligados no «doblegaron a
invasores mil veces mas poderosos y mejor armados»: los sioux y los cheyenes hablan hoy
inglés y conservan en las reservas algunos tipismos muy entretenidos que les permiten vivir del
turismo y a los antropólogos jugar un poco, una vez que los salvajes ya han desaparecido y sólo
les queda o hacer antropología de los grupos marginales del entorno, en competencia con
sociólogos y demás ralea, o reducir su saber al que se puede alcanzar desde un cómodo
despacho. No fueron ni militares victoriosos ni militares vencidos.

Respecto a lo de levantar una estatua ecuestre en bronce en la reserva sioux le diré a Allué
que, cuando esos hijos de los Estados Unidos recuperen su identidad cultural perdida, que
quizá acaben haciéndolo con la colaboración de varios antropólogos y teólogos de la
liberación, tampoco levantarán estatua ecuestre alguna, porque habrán descubierto que el
caballo no pertenece a su cultura, y nunca faltará algún teórico sioux formado en la
Universidad de Dakota, que con el espíritu de Wounded Knee y algún afrancesamiento
vergonzante, sostenga que el principio del fin comenzó cuando se adoptó el caballo, artículo
exótico, inicio de todos los males.

Aunque ese teórico supuesto, militante del AIM, American Indian Movement, no dudará en
tomar un jet para desplazarse a conversaciones internacionales en Ginebra y lograr que se
revisen los tratados (equivalentes a las baratijas y cuentas de cristal del XVI) que firmaron con
el gobierno norteamericano.

¡¡¡ Y todo esto nuestro bosquimano sin saberlo !!!

Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es


Antropología 0054
Fecha: Sábado, 12 Abril 1997 08:27:42 +0200
De: Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es
Título: Culturas y Naciones

Tertulianos, amigos,

La polémica sobre el bosquimano ha servido para provocar una agitada tormenta de mensajes,
todos muy interesantes, que muestran una susceptibilidad notable, resultado quizá más de
pasiones individuales enfrentadas que fruto de la razón argumentada.

Sucede que ideas como «Cultura», «Nación», «Pueblo», «Etnia» o «Estado» se utilizan a
conveniencia de forma diferente, provocando un caos ideológico que sólo sirve para beneficiar
a quienes pretenden estar por encima de esas temporalidades, a quienes se colocan en una
posición «católica», pretendidamente «universal» (aunque numéricamente por ejemplo
existan ya mas musulmanes que católicos), dirigida a «todos los hombres», a la «humanidad»
en su conjunto.

Históricamente la aparición de los Estados modernos, por los siglos del «descubrimiento» (por
casualidad, que Colón andaba despistado, y murió creyendo haber llegado al Paraíso),
«conquista», «colonización» y «emancipación» de las repúblicas americanas (proceso histórico
incuestionable en el que las culturas habladas en español, en portugués y en inglés quedaron
consolidadas a escala universal), supuso paralelamente un declinar del poder temporal de la
Iglesia de Roma (reducida ahora a un simulacro de Estado llamado Vaticano), de la cultura
hablada en latín (durante siglos supuestamente «universal»).

La Iglesia Católica ha perdido su poder político directo, lo que no ha sucedido con el Islam, por
ejemplo, y de ahí la recuperación imparable de sus posiciones mas integristas, dogmáticas,
religiosas, en las que las matanzas de Argelia no son sino preludio y entrenamiento de lo que
sucederá con los infieles cuando se extienda la guerra santa. Una guerra santa de la parte de
un tercer mundo islamizado, que quizá puede unirse a pesar de las hábiles maniobras
fragmentadoras de Occidente, y que quizá lleve incluso en el siglo XXI a organizar un nuevo
Lepanto. Ya estuvo a punto de suceder cuando Gadafi matrimonió Islam y Marxismo, poniendo
en peligro las estrategias de los yankis, auspiciadas por el Vaticano y la socialdemocracia
alemana, tendentes a desactivar el bloque del llamado socialismo real.

La estrategia de la Iglesia católica (romana, mediterránea) y la estrategia de las iglesias


protestantes (anglosajonas, atlánticas) ha consistido, para frenar el poder de las culturas
enfrentadas (el español y el portugués del lado católico, el inglés del lado reformado) ha
consistido en dividir y dividir. Procurar dividir y fragmentar las grandes naciones culturales
oponentes (en nuestro caso la Madre Patria, la «raza» en el sentido no racista que tenía en el
«día de la raza» celebrado antes en América y en España) en naciones étnicas racistas
enfrentadas.

La sabiduría de la Iglesia, son varios siglos de experiencia, es que el pueblo esta dispuesto a
comulgar hasta con ruedas de molino. Es notable paradoja que quienes en el siglo XVI llegaron
incluso a negar a los indígenas americanos la condición de hombres, toda vez que no habían
recibido el evangelio, pues ningún apóstol había podido ir a América (no debe olvidarse que los
autores de la Biblia no podían saber que existiera ni América, ni Australia ni el Japón), y los
apóstoles se suponía que habían predicado a todos los hombres de la tierra, por lo que
aquellos indígenas, si eran hombres habían rechazado ya el cristianismo (por lo que podían ser
tratados como herejes) o simplemente no eran hombres; es notable, digo, que precisamente la
iglesia católica haya logrado confundir a tantos indigenistas que creen hoy con seguridad
absoluta que la virgen o la trinidad son algo precolombino, que enlazan directamente con un
remoto pasado que asegura la fragmentación interesada, pero no tan remoto como para
volver a discutir la lengua que se hablaba en el paraíso (¿el hebreo? ¿el árabe? ¿el vasco? ¿el
nahuatl? ¿el inglés?), lo que llevaría a la justificación de la primacía de una cultura, sino a la
época inmediatamente posterior a la famosa torre de Babel (en la que, al parecer, estarían
también representados los indígenas americanos). Que nadie se deje seducir por la meritoria y
desprendida entrega de algunos: búsquese en cualquier movimiento armado americano,
búsquese en cualquier movimiento de la extrema derecha, en un reducto de la burguesía
oligarca o en las cercanías de un cuartel, en un grupo de alucinados por los ovnis o de
atontados por extravagantes espíritus: siempre se encontrara un jesuita. Pase lo que pase
siempre un jesuita podrá salir airoso y triunfante.

Fruto de esta labor de zapa son buena parte de las discusiones habidas en días pasados. ¿Qué
sentido tiene que personas que nos entendemos en una misma lengua nos perdamos en
recriminaciones entre «nosotros», «vosotros» y «ellos»? ¿Qué absurdo cainita es éste, en el
que los sucesores directos de los conquistadores recriminan a los sucesores directos de los que
no fueron a las Américas su propia y común historia? Si hubiera que pedir reclamaciones: a sus
antepasados, oiga, que los míos se quedaron en Europa. Y llevando al absurdo los argumentos:
¿qué tiene nada que decir al mundo ningún americano, responsables ellos de que las patatas
permitieran crecer el proletariado europeo permitiendo la explotación capitalista e imperial
más cruel, y responsables de la contaminación de los pulmones de media humanidad gracias al
tabaco?

Hay que respetar a todas las culturas; pero respetar a una cultura no es mantenerla
cínicamente en situación de atraso histórico para mayor gloria de algunas iglesias, de algunos
estados o de algunos antropólogos. El respeto máximo, pero también la más refinada
crueldad, sería negar la penicilina, por ejemplo, a un (pueblo, cultura, etnia, lo que se quiera)
que se mantuviese, si lo hubiera, recluido en su feliz identidad, en algún apartado lugar de
Australia o de Africa (para no herir susceptibilidades), para procurar así no contaminarlo con
productos culturales de otros pueblos.

Ahora bien: si aceptamos «importar» la penicilina, por qué no las matemáticas, la filosofía, la
física nuclear y, por supuesto, la silla eléctrica, la bomba atómica, la televisión o internet.

Si un vecino mío esta convencido de que es la reencarnación de Napoleón o de Tupac Amaru,


de que dos y dos son cinco, de que el Sol nace y muere cada día, o de que tiene que sacrificar
ritualmente a su hija para saciar el apetito de no se qué ente mitológico, y yo le sigo la
corriente, o incluso le adulo y animo en perseverar con sus creencias más o menos ancestrales,
en absoluto estaré respetando su cultura, sino que de hecho le estaré despreciando de la
manera más cruel e intolerable. No le estaré considerando como a un semejante, como a un
hombre. El tipo de respeto del relativista cultural es el respeto racista del que, desde una
cultura históricamente más potente, desprecia de hecho a los que estudia: el relativismo
cultural sólo se ha dado históricamente en culturas triunfadoras, y sólo tendría alguna
justificación moral desde la óptica del «humanismo católico», del «todos hijos de Dios» al que
antes nos referíamos.

La Coca-Cola pudo en algún momento pretender venderse como tal, como «Coke», en todo el
mundo. Pero aprendió de la iglesia católica y del portentoso don de lenguas del espíritu santo.
Hoy día todos los pueblos del mundo, todas las etnias, todas las culturas, beben el mismo
líquido, expendido en botellas donde «Coca-Cola» se escribe en mil lenguas, que respetan la
identidad cultural de cada hombre, pero que hacen comulgar a toda la humanidad a diario con
el brebaje nacido en Atlanta en 1886. La «Coca-Cola» es el símbolo de la posibilidad del
relativismo cultural: todo es igualmente respetable porque todos bebemos coca-cola (el agua
es universal y puede ser fácilmente consagrada con el jarabe que procede de Georgia). Con
alguna dificultad puede también ser universal la comunión: sucede que el harina no es
universal, pero qué más da, el Vaticano esta dispuesto a dar patente de transubstanciacion a
las formas elaboradas con maíz o con arroz, a las hostias fabricadas con los recursos de las
otras dos grandes culturas culinarias.

Pero sucede que no solo bebemos o practicamos el canibalismo del cuerpo de Cristo: también
hablamos. Y nosotros, en nuestra cultura común, querámoslo o no, pensamos y hablamos en
español. No hay una cultura universal integradora, pero tampoco se resuelve todo en culturas
étnicas racistas, particulares, individuales y aisladas. Existen unas pocas culturas universales
que integran hombres de no importa qué color o procedencia, muy pocas, y una de ellas, que
afecta a un ocho por ciento de la humanidad, es aquella en la que, querámoslo o no, estamos
inmersos, la cultura históricamente conformada que recibe su unidad de la mano de la lengua
española.

Esto seguro que continuara...


Pedro Belarmino, pbelarmino•arrakis.es
Antropología 0099
Fecha: Domingo, 20 Abril 1997 08:51:55 +0200
De: Pedro Belarmino <pbelarmino•arrakis.es>
Título: La cultura de Pulido

Amigo Javier Pulido,

Es muy bonito pretender acercarse a otras culturas con la superioridad que te da el pertenecer
precisamente a la cultura que denostas, porque tu, amigo Javier Pulido, lo quieras o no,
perteneces a la que tu dices «cultura europea», esa cultura de origen europeo (y asiático, y
africano), ahora universal, que habla español e inglés preferentemente, y que maneja
ordenadores, pudo inventar la antropología y demás partes de un «todo» que nunca hasta
entonces había sido tan «complejo».

El español en el que escribes, en el que piensas, desde el cual organizas el mundo que te
rodea, es el que te introduce precisamente en una de las pocas culturas triunfantes
históricamente de hecho, la que habla español, cultura que no es europea sino universal, es
decir, que es participada por muchos pueblos, naciones y millones de personas en tres
continentes.

Las culturas no permanecen aisladas (tu bosquimano idílico ya dejo hace tiempo de alucinar
con la lata de coca cola vacía caída del cielo, una vez consumida por el piloto de la avioneta
que le sobrevolaba: tu bosquimano idílico o se ha integrado a la estructura de Bostwana, o
Bostwana lo ha integrado en una reserva, a extinguir). La presunta «cultura europea» no fue la
misma antes y después de 1492. Por supuesto, el idioma que comenzó a hablarse hace once
siglos en La Rioja tampoco permaneció invariable, entre otras cosas porque se mezcló con
cientos de términos que le aportaron sus hablantes americanos.

Hoy, amigo Javier Pulido, tu eres tan europeo como yo, o yo soy tan americano como tu, como
prefieras. Nuestras diferencias son mínimas. Es probable que mis diferencias, como habitante
de Madrid, sean mayores respecto a las de un habitante de Barcelona o de Bilbao que las que
pueda tener respecto a ti. Así es la historia, cruda y real.

Lo verdaderamente interesante, pero sería objeto más de la psicología o de la psiquiatría,


incluso de la sociología, más que de la antropología, sería analizar las razones por las cuales te
empecinas en tus posiciones. Procura razonar y devolver los argumentos, combatir las razones,
no caer simplemente en el prejuicio, en la calificación, en el horror a reconocer la realidad.

Escribes desde Méjico, un país donde hay muchos millones más de hispanohablantes que en
España, un país que, por su potencial económico, científico y cultural (ligado definitivamente a
la cultura europea: habla y quiere seguir hablando el español, se relaciona comercialmente con
el inglés) está llamado a ocupar un protagonismo fundamental en el futuro de América.
Vuestro Museo Nacional de Antropología tiene una inscripción a su entrada «Todas las culturas
son iguales»... Pero la cruda realidad es que unas culturas son mas iguales que otras. La cultura
en español (que no es por supuesto la de los diez millones de españoles que había en el siglo
XVI, sino la de 400 millones de personas al final del milenio), la cultura en inglés (que hace
mucho tiempo supero el entorno de las islas británicas) son culturas más iguales que otras: las
dos quieren lo mismo, sobrevivir, mantenerse en la lucha darwiniana de la supervivencia de las
culturas. Las disputas entre el español y el inglés en los Estados Unidos o en Puerto Rico no son
curiosidad sociológica que dé lugar a entretenidos estudios: es la manifestación de la batalla
entre culturas y concepciones del mundo.

¿Y por qué la cultura en español, mas pobre económicamente, sin embargo va ganando la
batalla a la cultura en inglés? ¿Por qué no se habla inglés en México, en Cuba, en Panamá?
Porque los mejicanos, los cubanos, la mayor parte de los americanos quieren hablar español,
porque quieren preservar su cultura. Una cultura más potente que la anglosajona,
precisamente porque históricamente ha sido mas tolerante (por mucho que diga la
propaganda liberal protestante sajona) e integradora, y de la mezcla de cientos de culturas ha
salido una mezcla mucho más rica y potente, mucho más alegre y menos fundamentalista,
triste, gris y conservadora. La música hispana (mezcla de músicas de mil sitios: de Europa, de
Africa, de América) es mucho más rica, potente y triunfadora que las monsergas irlandesas o
los tribales cantos de los aborígenes norteamericanos. La actitud ante la vida hispana es
radicalmente distinta a la actitud ante la vida del sajón, calvinista obsesionado por triunfar y
demostrar así que había sido elegido por Dios.

Ahora bien: ¿a quien beneficia debilitar nuestra cultura común? En esta guerra principalmente
a dos instituciones: a Washington y a Roma. El enemigo de Roma son los Estados laicos, donde
la iglesia nunca podrá recuperar su medieval protagonismo: pretenden disolver los Estados
nacionales en federaciones, en el límite universales, de pueblos y etnias enfrentadas pero
reunidas por el carisma redentor del Papa.

Washington representa al hombre blanco, protestante y anglosajón. Ha tenido que hacer


concesiones en su racismo antinegro, e incluso aceptar entre sus filas algunas elites «de
color», pero sabe que su principal enemigo no es el antiguo africano, sino el hispano. Por eso a
Washington tanto le preocupa el Estado (sobre todo cuando el marxismo anda por medio)
como la Iglesia (católica, por supuesto). Solución: inundar América con cientos y cientos de
antropólogos predicadores protestantes, que podrán dotar de nueva identidad propia a esos
pueblos, curiosamente con la Biblia traducida a mil lenguas como argumento, que divididos y
fragmentados no sólo dejaran de ser un peligro para el inglés, sino que incluso se convertirán
en entretenido solaz para turistas.

Pulido podría explicarnos mejor, porque lo vive más de cerca, el curioso fenómeno del
incremento de los grupos protestantes (a costa del predominio católico anterior) precisamente
entre los chiapatecos.

No sería mala cosa recopilar aquí información sobre el «Instituto Lingüístico de Verano», punta
de lanza de la CIA para dividir, fragmentar y desestabilizar la parte de América que, a pesar de
agentes del enemigo (y no digo que Pulido lo sea) es probable que, si sabe dotarse de un
armazón teórico adecuado, pueda mejor antes que más tarde, ocupar el lugar que le
corresponde en el concierto internacional de los pueblos, las naciones y las culturas.

Mientras nos mantengamos en esta ingenuidad, discutiendo si son galgos o podencos, no


estaremos sino haciendo el juego al enemigo... y además, sospecho, que gratuitamente.
!!!Washington debía levantar un monumento a Claudio Levi-Strauss, por los millones de
dólares que le ha ahorrado de intervención directa!!!

Un saludo a los ideólogos de Langley, colegas.

Pedro Belarmino, pbelarmino•arrakis.es


Antropología 0109
Fecha: Martes, 22 Abril 1997 10:29:13 +0200
De: Pedro Belarmino <pbelarmino•arrakis.es>
Título: Antropólogos que son etólogos

Amigos,

Felipe Sánchez, matemático chileno, pide criterios que puedan servir para discriminar unas
culturas de otras, según los cuales pueda sostenerse que una cultura es «más potente», «más
compleja», «superior» que otra.

El relativista absoluto negará incluso la posibilidad de aplicar criterio alguno, pero esa actitud
límite no deja de ser literario escepticismo que, además, no sirve siquiera para encubrir una
voluntad de fuga del análisis de la realidad.

Los criterios no pueden ser subjetivos, pasionales, relativos «emic» a las propias culturas. Son
criterios, además, que no se postulan desde ningún sitio, sino que se aplican, necesariamente,
desde dentro de una cultura. (De aquí ya surgiría un primer criterio: hay culturas que ignoran
incluso siquiera que existen otras culturas.)

La aplicación de los criterios tampoco puede hacerse en ucronía, sino aquí y ahora o, si se
aplican de forma histórica, en momentos absolutos del pasado (es decir, por ejemplo,
comparación de las culturas dadas a escala universal en el siglo XV de la cronología europea).
Lo contrario es, como mucho, puro idealismo: si los bosquimanos hubieran podido evolucionar
cuarenta siglos más por su cuenta... si los europeos no se hubieran encontrado por casualidad
con América... si la Inquisición no hubiera sido tan malvada... si los griegos hubieran tenido la
numeración arábiga... si Julio Cesar hubiera dispuesto de internet... o Hitler de la bomba de
neutrones.

Los criterios tienen que aproximarse lo más posible a la verdad, sea esta científica, sea esta
filosófica. Sucede que, por lo menos, hay algunas verdades, algunos cientos de verdades,
saberes que no son materia de opinión, de capricho o de relativismo cultural: «los tres ángulos
de un triángulo suman 180 grados» es una verdad geométrica, no revelada por nadie a los
hombres, que históricamente fue conocida y demostrada en una cultura determinada y
precisa, pero que una vez alcanzada pasó a ser considerada de manera benévola e hiperbólica
«patrimonio de la Humanidad», quedó disuelta potencialmente en todas las culturas (aunque,
veintitantos siglos después, muchas culturas todavía no se han enterado siquiera de lo que sea
un triángulo). Las leyes del triángulo, por tanto, no dependen del color de la piel del geómetra,
del meridiano donde viva, de si hace frío o calor, de si se es idealista o materialista, musulmán
o judío, presbiteriano o vaticanista, valiente o cobarde, oprimido en un tercer mundo
explotado o jerarca de la oligarquía opresora capitalista mundial.

Como criterio límite, por tanto, para distinguir culturas, diremos que, en un momento
determinado de la edad de la tierra, hay culturas que son capaces de entender, incorporar y
reducir racionalmente a otras, pero no recíprocamente. Unas culturas disponen de
conocimientos científicos, técnicos, políticos y sociales, que en un momento determinado, y
por relación a los saberes equivalentes de otras culturas, son más potentes (desde el punto de
vista científico, técnico, práctico funcional) y por tanto acaban por convertirse en rutinas
triunfadoras, que son adoptadas necesariamente por las demás culturas, siquiera para intentar
sobrevivir en tal lucha darwiniana. Es puro sentimentalismo pararse a meditar si esta adopción
es pacífica o violenta, voluntaria o inducida, buena o mala, justa o injusta.

Como es un matemático quien pide criterios: la cultura que conoce el cero es más potente,
compleja y superior que la que no lo conoce; la cultura que conoce los números irracionales es
más potente, compleja y superior que la que ni sospecha qué pueda ser eso; la cultura que
utiliza una calculadora mecánica es superior a la que utiliza el ábaco y ésta superior a la que
sólo conoce el quipu; la notación numérica fenicio-arábiga es superior a la notación numérica
greco-romana (verdadero freno al desarrollo matemático y comercial de estas culturas, y una
de las causas determinantes de su decadencia); la mecánica celeste de la época de Newton es
más potente, compleja y superior que las observaciones astronómicas babilónicas o
precolombinas...

El relativista dirá que esos son saberes universales, «patrimonio de la Humanidad», que una
vez conocidos nadie tiene que ignorar, como ninguna cultura tiene por qué renunciar a la
penicilina, internet o el cóctel molotov, porque sean secreciones elevadas de culturas ajenas...
Pero, aunque da pereza repetirlo, no hay saberes revelados por nadie, sino construcciones
científicas y filosóficas a las que han llegado unos hombres y no otros (no «la humanidad» en
su conjunto), en unos momentos y lugares precisos (no en cualquier sitio) y no de la nada o por
puro azar (sino como consecuencia de una tradición histórica secular, que además tiene que
ser inteligible internamente).

Aplicado a nuestro caso: pertenece a una cultura más potente, compleja y superior el
antropólogo que, utilizando satélites espía, radares, micrófonos hiper sensibles, cámaras de
infrarrojos, registrase y observase con absoluto respeto y distancia al grupo de bosquimanos o
de amazónicos idílicos ya inexistentes, para poder así observar su respetable cultura sin
contaminarla. Un hombre observa desde sus categorías culturales; el otro hombre, desde sus
propias categorías culturales, ni siquiera puede saber que es observado.

Ante una situación como la descrita, me temo que debemos concluir que el antropólogo
observa a ese otro hombre, pero no como a una persona semejante suya (por muchas
respetuosas palabras con las que se llene la boca), sino más bien como lo haría el etólogo que
observa chimpancés, babuinos, orangutanes, hormigas, abejas o arañas.

Si el antropólogo viese a ese otro hombre como si fuera una persona, y no solo como hombre,
no podría permanecer impasible ante su semejante: procuraría quitarle falsas ideas, primero
sobre las cosas más inmediatas, terrores infantiles ante el rayo o el trueno, le enseñaría a leer
y escribir, le explicaría lo que es un triángulo y con el tiempo los números irracionales, el
intercambio desigual, el fusil kalachnikov, el golf, la opera y los cuadros en los que la burguesía
invierte los excedentes obtenidos por la explotación de sus semejantes, la revolución, el
ateísmo...

En fin, le instruiría para distinguir falsos antropólogos, ideólogos ingenuos y jesuitas


disfrazados, al servicio de un sistema universal que quiere perpetuar los privilegios de unos
pocos manteniendo, a la parte de la humanidad que no puede ser controlada, en su inocente,
ingenua y feliz estupidez, adormecida y atontada, sacando brillo a su propia identidad.

De lo contrario, por mucho respeto que diga tener al que dice pero no considera su semejante,
le estará despreciando profundamente, le estará viendo como a un animal. Por tanto, el que,
en virtud de esos supuestos respetos, busque de hecho condenar a muchos hombres a vivir en
la pretendidamente idílica y rusoniana felicidad prehistórica, no puede llamarse hoy, a estas
alturas de la vida, antropólogo. No pasa de ser un etólogo, ignorante, vergonzante o ingenuo,
si se quiere. Pero que no olvide nadie que la etología históricamente se desarrolló
principalmente en la Alemania pre y hitleriana, donde unos hombres que se autoconsideraban
racial y culturalmente superiores (de hecho inventaron la idea de cultura), estuvieron a punto
de eliminar a todos los judíos y los gitanos (luego venían los hispanos...) y demás especies y
culturas inferiores, como quien elimina una plaga de langosta o de pulgón.

Ahora bien, ¿acaso no es crueldad más sutil que la cámara de gas condenar al bosquimano o al
amazónico a ignorar los privilegios de que disfruta el antropólogo que esto lee vía internet?

Pedro Belarmino / pbelarmino•arrakis.es

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