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Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933 – Manhattan, Nueva York, 2018) lo logró desde su

enfoque mordaz, visceral, sin concesiones ni medias tintas. Con una perspectiva propia
de hijo de inmigrantes judíos nacido en Estados Unidos, nunca toleró que le dijeran
escritor judío: ‘Soy un escritor estadounidense’, aclaraba. Pero la religión de sus padres
y los chocantes efectos en su niñez y juventud fueron desgarradoramente exorcizados,
ridiculizados, transgredidos hasta la obscenidad en la novela que le abrió las puertas no
solo a las ventas explosivas, sino al reconocimiento de la crítica: ‘El mal de
Portnoy’ (1969).

Cuenta la leyenda que invitó a sus padres a almorzar justamente para advertirles sobre la
inminente publicación de esta, su tercera obra, pues iba a causar un escándalo nacional.
En el taxi de regreso, su madre llorando le dijo a su marido: ‘Pobrecito, sufre delirios de
grandeza’. Pero el escritor no se equivocó. La vida del personaje, Alexander Portnoy, nos
lleva por un viaje donde un abogado judío libidinoso con grabaciones sexuales explícitas
de masturbaciones, de relaciones disfuncionales y traumáticas con las mujeres, así como
la reafirmación de la sexualidad como derecho a la individualidad y hasta la destrucción
de la imagen de su padre y madre, puso a la novela de Roth en el ojo de la tormenta, no
solo por las explosivas ventas (250 mil ejemplares en 48 horas), sino que derribaba las
estatuas de la imagen del ‘buen hijo judío’.

Iniciaba su estilo provocador a ultranza del que ya no tendría retorno. No claudicó ni con
la religión, la familia, la política ni ideologías. Para él solo valían los aspectos puramente
literarios, por más crudos y políticamente incorrectos que estos fueran. Por eso, la
millonaria comunidad hebrea, las feministas radicales y -cuándo no- algunos ‘colectivos’
lo acusaron hasta de misógino.

Así, se celebraban fiestas públicas cada año porque en Estocolmo la academia le


entregaba el Nobel a algún escritor menor africano, asiático y no al setentón
norteamericano que, con una obra de más de treinta libros, merecía largamente el premio.

Dentro de su monumental producción no se puede dejar de mencionar ‘Pastoral


americana’ (1997), para la gran mayoría, su obra maestra. Ya había obtenido en esa
época los más prestigiosos premios literarios en Estados Unidos, pero cerró el siglo con
un novelón y de paso destruía ‘el gran sueño americano’. El protagonista es Seymour
Levov, el ‘Sueco’. Es el prototipo del triunfador. Desde la escuela, el mejor atleta, el
guapo con jale con las chicas, que se enrola en la Marina y al regresar, en los años
cincuenta, trabaja con su padre en un lucrativo negocio y se casa con una reina de belleza
de su estado. Viven en una gran mansión y tienen una hija linda. El ‘Sueco’ se adelanta a
la frase del siniestro promotor de boxeo ‘Don King’: ‘Only in America’ (Solo en Estados
Unidos). Pero la guerra de Vietnam polariza al país. Los universitarios se oponen al
conflicto y hay grupos radicalizados que van más allá de las protestas pacíficas. La hija
del ‘Sueco’ milita en uno de estos grupos extremistas, que al poner una bomba matan a
una persona. La chica huye y el sueño americano de Levov se destruye. Recurre a un viejo
amigo de escuela, Nathan Zuckerman, recurrente ‘alter ego’ de Roth en varias novelas,
para contarle la terrible historia. Ahora el ‘Sueco’ escarmentará cómo trata Estados
Unidos a ‘sus enemigos’, a los padres de una terrorista. La metáfora del escritor es que
ese gran país no solo ha sido construido de sueños, sino más bien está armado con las más
espantosas pesadillas, como la del ‘Sueco’.

Con justa razón le otorgaron el último y mejor premio que le faltaba en su país, el Pulitzer.
Libro por libro presentó una visión feroz, crítica, sarcástica y alucinada no solo de la vida
de los ‘judíos norteamericanos’, sino de toda Norteamérica. En ‘La mancha humana’
(2000) presenta la historia de Coleman Silk, un profesor despedido injustamente de su
cátedra universitaria, acusado de racismo. Es el pretexto para fustigar ‘la mojigatería’ de
su país en momentos en que el presidente Clinton enfrenta el escándalo con la becaria
Monica Lewinsky. Allí sostiene: ‘Esa muchacha (Lewinsky) ha revelado más de Estados
Unidos que nadie desde John Dos Passos’.

Una mañana del 2012 ingresó a su estudio y escribió en su computadora ‘La lucha con
la escritura ha terminado’ , lo imprimió en un papel amarillo y lo pegó en la pantalla.
Posteriormente confesaría: ‘Cada mañana miro ese papel. Eso me da mucha fuerza’. Dejó
de escribir para dedicarse a leer libros de historia. Este año, en su última entrevista, reveló
los motivos de su retiro literario: ‘Todos los talentos tienen sus límites: su naturaleza, su
alcance, su fuerza y también su final. No todos pueden ser fructíferos para siempre’.

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