You are on page 1of 8

Estamos en la Era del conocimiento, que hace posible la sustitución de la fuerza física por la mental en

los procesos de creación de riqueza, lo cual incide en la generación de seres humanos y equipos
tecnológicos que reducen el tiempo necesario en la producción y en una misma magnitud de tiempo se
multiplica la riqueza, expresada en la cantidad de bienes materiales y simbólicos.

Es imperativa ─por esos motivos─ la investigación para la innovación científica y tecnológica, con el
respaldo financiero del Estado y el aporte del personal calificado de las universidades. El compromiso
del estado debe expresarse invirtiendo cuando menos el promedio de lo que invierten los estados de la
región que estén mentalizados en reconocer que la riqueza de los pueblos más que depender de la
depredación de los recursos naturales se sustenta en la generación de intangibles.

Para lograr estos objetivos, las universidades que dependen económicamente del Estado deben evitar
que la investigación sea un simulacro, garantizar que los vicerrectores de investigación sean
investigadores calificados, que los escasos recursos de las universidades sirvan para financiar ensayos o
libros que justifiquen la inversión, que quienes en representación de las universidades den charlas sobre
investigación escriban y publiquen libros que avalen sus criterios, porque en Perú existe la costumbre
fetichista de juzgar la competencia de las personas por los cargos que ocupan o por su militancia política,
propiciando exposiciones incompatibles con el mundo académico ─activando el sistema límbico, la
fantasía, la emotividad─, en detrimento de la razón, confundiendo escenarios y públicos.

El sistema educativo está asociado al conocimiento como transvase de una mente a otras, con todas
exquisiteces imaginables, pero en el nivel terciario, en el ámbito universitario, el profesor no debe ser
simplemente divulgador, idea que en nuestras universidades no está ni incipientemente clara.

El mundo de la era de la globalización exige innovación, originalidad. De acuerdo a estos criterios se


establece el ranking de las universidades, tales como las de Scimago en el ámbito iberoamericano y el de
la Universidad de Shangai y The Times para el contexto universal.

Las universidades peruanas en ambos rankings ofrecen una imagen deprimente. Vivíamos de
glorificarnos por tener la universidad más antigua de las tres américas. La antigüedad de acuerdo a
ciertas leyes del marketing logra el posicionamiento, que es la ubicación del objeto en alguno de los
escalones privilegiados de la mente y San Marcos, con siglos de existencia está en la mente de la gente
culta del mundo.

Pero esos mismos seres humanos cultos saben que si bien la antigüedad deja huella en la mente, se
requiere evaluación permanente para medir el estándar real de cada universidad. De ahí la importancia
de los actuales rankings.
Perú cuya economía ─en la actualidad─ es la que más crece en Latinoamérica tiene universidades
competitivas más que en la producción científica en la formación de técnicos calificados, mediante el
transvase de conocimientos, no por la innovación. ESAN recién convertida en universidad, nació como
entidad para formar técnicos calificados en gerencia, la Pontificia Universidad Católica del Perú tiene en
CENTRUM también un privilegiado espacio para formar técnicos altamente calificados en Gerencia. La
Universidad Ricardo Palma descuella en la formación de arquitectos ─en este caso sí con mucha
creatividad─, cuyos egresados laboran en los proyectos arquitectónicos más importantes del mundo. La
Universidad Nacional Mayor de San Marcos forma buenos médicos y también destacados abogados. Los
médicos formados por la Universidad Nacional mayor de San Marcos tienen aceptación no solamente en
Perú, sino también en Norteamérica y Europa, de los cuales el Dr. Elmer Huerta es uno de los más
representativos. En cambio en la investigación científica, al parecer existe una sola institución, la
Universidad Peruana Cayetano Heredia (ubicación, puesto 95 en Iberoamérica), pero solamente en el
campo de la medicina. Por ese motivo, esta institución aparece muy delante de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos (ubicación, puesto 138 en Iberoamérica), la segunda universidad peruana mejor
posicionada según el ranking de Scimago: http://www.scimagoir.com/pdf/sir_2012_world_report.pdf

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos es la más antigua de las Américas, su origen se remonta al
siglo XVI, en tanto que la Universidad Peruana Cayetano Heredia es producto de una fragmentación de la
Universidad de Decana de América, de la cual se desprendió en la Década de 1960, cuando se empezó a
poner en vigencia el Cogobierno, como se le denomina a la participación de los estudiantes en todos los
órganos de gobierno y toma de decisiones de las universidades, en la proporción de un tercio del total
de sus miembros. Médicos de gran prestigio dejaron la Facultad de Medicina de San Marcos, previendo
que la institución mermaría su estatus académico fomentando la politización.

De San Marcos no han egresado eminencias después de la década de 1950 acorde al crecimiento
exponencial del número de alumnos, sino todo lo contrario. Hasta entonces los mejores se orientaron a
la literatura: César Vallejo, José María Arguedas, Enrique Bryce Echenique, logrando la cúspide de la
excelencia Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010. En filosofía no tenemos sucesores de
Mariano Iberico, Francisco Miro Quesada y Augusto Salazar Bondy, anteriores a la reforma universitaria.
Exponentes ilustres de las ciencias sociales como Jorge Basadre, Luis E. Valcárcel, Raúl Porras
Barrenechea, José Matos Mar, Aníbal Quijano, Fernando Silva Santisteban, Pablo Macera, Waldemar
Espinoza Soriano, Luis Guillermo Lumbreras, no han tenido equivalentes después de la década de los 50,
salvo una o dos excepciones; y no es que en Perú no haya tenido ilustres científicos sociales desde que se
implantó el denominado Gobierno correspondiente a la Reforma Universitaria. Basta mencionar al
historiador Alberto Flores Galindo, con estudios de pregrado en la Pontificia Universidad Católica del
Perú, y al economista Hernando de Soto Polar, candidato al Premio Nobel de Economía 2011, quien
estudió en la Universidad de Ginebra.
Javier Arias Stella, exponente sanmarquino de las ciencias médicas, anterior a la Reforma Universitaria,
inscribió su nombre en la investigación médica mundial con su aporte conocido como Reacción o
fenómeno Arias Stella. Nada semejante viene sucediendo a partir de la década de 1960 en que se
institucionaliza el cogobierno y la politización. Politización que tampoco ha producido un gran líder
político, porque Alan García Pérez ─del período Reforma Universitaria─, el único sanmarquino y
presidente del Perú (por dos períodos), no es obra de la universidad sino de su líder partidario y maestro
personal Víctor Raúl Haya de la Torre.

Los políticos que gobernaron el Perú, desde la Era Velasco Alvarado, tratan de asfixiar a las
universidades públicas, con la sola excepción de Alejandro Toledo que dio inicio a la puesta en vigencia
del artículo 53 de la ley Universitaria vigente 23733, firmada por el presidente Fernando Belaunde Terry,
quien gobernó de 1980 a 1985 y calificó a su gobierno como el quinquenio de la educación. La aplicación
de esa norma no se ha completado aún, propiciando la vigencia de catedráticos que darían la vida por
trabajar en San marcos, aunque sea gratis ─como algunos de ellos así pregonan─, pero sin la presencia
de eminentes académicas como José León Barandiarán, Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez y Raúl
Porras Barrenechea, historiador que aún se proyecta a través de discípulos como Pablo Macera y
Waldemar Espinoza Soriano, profesores de la Facultad de Ciencias Sociales de San Marcos.

A falta de las viejas glorias, no solamente en San Marcos, sino en casi todas universidades del país, en su
lugar abundan los profesores del denominado curso de Metodología de investigación científica, quienes
tratan de reemplazar el talento, la inteligencia, sabiduría y pericia de los grandes catedráticos
investigadores, por recetarios que ni ellos entienden, ni lo aplican, ni les sirve para generar un buen
producto.

Todas las excelencias han sido investigadores calificados y han enseñado a investigar con el ejemplo. En
cambio es muy raro encontrar algún profesor universitario que tenga como curso establecido el de
Metodología de investigación científica que exhiba algún buen libro o ensayo que sea de su producción.
Y no podría ser de otro modo porque a través de ese curso fomentan el dogmatismo. Se trata de una
modalidad de recetarios. Nunca olvidaré a un catedrático admirado por sus alumnos por la facilidad con
que construía “Proyectos de investigación científica”. Para sus discípulos era algo así como un mago o
virtuoso, pero lo que nunca pudo hacer fue un trabajo de investigación y así murió.

Debo ser más explícito. No niego que los profesores que dan el curso Metodología de la investigación
científica hayan elaborado una tesis de magíster y otra de doctor. No solamente tienen esos logros, sino
toda una constelación de ex alumnos que en conjunto pueden sumar miles.
¿Y por qué entonces la comunidad científica internacional no valora esos aportes? Porque realmente son
impublicables. Se trata del transvase mediocre de información presentada en una especie de moldes,
con divisiones estancos, para vaciar textos y gráficos insubstanciales. O para decirlo de otro modo, a
través del curso Metodología de la investigación científica se propicia una modalidad de clonación de
tesis, con ligeras variantes.

Se trata de cumplir con la formalidad, armando un texto yuxtapuesto, sin coherencia, con rupturas de
una parcela a otra. Rinden culto al formato pero al contenido no le conceden importancia. La idea es
llenar esa especia de plano, fomentando la uniformidad y en consecuencia rompiendo totalmente con la
idea de la novedad, de la originalidad y con la buena redacción. Si se elige una de estas “tesis” al azar, se
verá una contante: 90% consiste en escribir algo en cada uno de los parágrafos que presento ─obtenido
de una página web─ en mi artículo La universidad peruana y sus dinosaurios─ El 10% restante es un texto
que parece ofrecer el contenido de la tesis.

Esas miles de miles de tesis sirven para ganar estatus y también puestos en la burocracia o en la cátedra.
Lo primero que quiere enseñar un recién graduado en maestría es el curso Metodología de la
investigación científica, porque recibió el texto completo de su profesor en una memoria USB, el mismo
que con aparentes variantes lo volverá a presentan a sus alumnos mediante el PowerPoint. Sus alumnos
grabarán también en la USB y se expandirá el círculo vicioso.

Tales tesis son como puentes que nunca se usan, casas que jamás se habitan. Son como si no existieran y
para la comunidad científica no existen.

Pero alguna autoridad universitaria podrá ponderar: “Nuestra universidad tiene este año 600 proyectos
de investigación”. Al término del año académico cada autor del proyecto presentará un par de carillas
escritas, mediantes texto discontinuo, característica de quien no piensa fluidamente ni tiene recursos
básicos para presentar un texto decente. O bien, algunos vicerrectores de investigación pedirán que cada
“investigador” diserte. El expositor empezará a repetir el esquema o también denominado proyecto de
investigación, con tanta candidez y tanta paciencia de la autoridad, felicitando a cada uno de los
“investigadores”. ¿Cuánto vale cada uno de estos manojos de hojitas cándidamente escritas?

Scimago, la Universidad de Shangai o The Times ¿darían algún centavo por estas denominadas
“investigaciones”?

Pero este problema no solamente se advierte en la masa anónima de catedráticos, sino en presuntas
excelencias. Quien, en Perú, haya tenido la oportunidad de leer el libro de Luis Piscoya Hermoza titulado
Cuanto saben nuestros maestros, verán que casi en el cien por ciento se limita a describir el
procedimiento, como si su propósito fuera decir: “Miren qué bien manejo la metodología y cómo
construyo cuadros estadísticos mediante el procesador” que podría ser el SPSS. Eso es casi todo el
corpus del librito que tiene como sub título “Una entrada a los diez problemas cardinales de la educación
peruana”, lo cual despierta interés, pero luego viene la frustración. Todo se reduce a setenta y cuatro
líneas (74) que aparece entre las páginas 101 y 103. Solamente dedica 74 líneas como resultado de su
maravillosa buena intención y de su gran esfuerzo por decir algo. A Piscoya como a otros profesores de
metodología de la investigación científica le encandila ver un cúmulo de cuadros estadísticos, que ahora
con procesadores estadísticos como el SPSS fácilmente se pueden obtener. La solución al problema
planteado no es solamente ofrecer cifras, sino descifrar el sentido, para lo cual se requiere del dominio
teórico y una vasta información concomitante.

Pero si de excelentes usuarios de la estadística no solamente descriptiva sino también inferencial se


quiere hablar, tenemos el ejemplo de las empresas que miden cómo se mueve la opinión de la gente en
los procesos electorales del Perú. Suelen ser muy acertadas con los obvios márgenes de error, pero verán
esas decenas o centenares de páginas que deben brotar en sus computadores lo resumen en una página
de periódico, incluyendo gráficos. Y jamás estas excelentes empresas se han jactado de hacer
investigaciones científicas, sino de utilizar técnicas estadísticas para medir opinión que lo expresan en
porcentajes.

La verdadera investigación científica lo hacen ─perdonando la tautología─ los científicos, quienes viven
resolviendo problemas de ese tipo, porque la clave de toda investigación científica ─como bien sostiene
Popper─ empieza detectando problemas, aspecto que suele ser muy difícil para el inexperto, pero muy
fácil para quienes viven dedicados a la ciencia. La base para hacer una investigación no está en perder el
tiempo en repetir manuales. Solamente lo consiguen quienes se identifican profundamente con la
materia que estudian. De tanto saber y estar enamorados de su carrera, cuando creen que están
aprendiendo tanto hasta abarcar el universo de los conocimientos, se encuentran con problemas, con
preguntas que exigen respuestas, que quizá no esté en ningún libro ni en la cabeza de ningún profesor.
Ese estudiante empieza realmente a investigar. Todo el bagaje de sus lecturas, acontecimientos y teorías
le pueden conducir a plantear hipótesis, a las que debe afrontar no como dicen los manuales, sino con el
arsenal de conocimientos que tienen en la mente y su propia lucidez le pueden aportar.

Además, las técnicas de investigación cambian valiéndose de novísimos equipos digitalizados, acorde a
las necesidades de cada ciencia, contrariando la cándida y peligrosa tendencia a la uniformización,
expresión de la visión estándar y sincrónica de la sociedad.

El estudiante que quiera romper barreras no debe encasillarse en camisas de fuerza como las que el
curso Metodología de la investigación científica prescribe, sino mirar como paradigma a los genios de la
humanidad.
En universidades importantes jamás da el curso de investigación el profesor que no tiene producción
científica califica y publicada. El director de tesis es, inevitablemente, un profesor que es autor, con
producción intelectual publicada por las editoriales más importantes del mundo. En las universidades
peruanas el esquema de investigación suele estar ya hecha y grabada en los discos de computadoras de
propiedad de quienes podrían manipular cifras mediante el procesador estadístico y simular una tesis.
Pero estas tesis solamente presentan procedimientos y esquemas prefabricados rellenos. No hay ideas
propias, no hay aporte alguno. No tienen reflexión, no existe la fundamentación del sentido de manera
amplia y extensa. Si en la universidad se procediera correctamente y se exigiera que lo que corresponde
al procesamiento se lo ubique como apéndice, no existirá la tesis, porque las denominadas tesis en las
universidades menos serias, que son casi todas, carecen de cuerpo; no tienen contenido.

Tampoco existe un método único para todo tipo de investigaciones. ¿Acaso Einstein utilizaría los
manuales que se han puesto de moda en el Perú? Me gustaría saber si para escribir su excelente libro
Parentesco, Reciprocidad y Jerarquía en los Andes, Juan Ossio, catedrático de La católica doctorado en la
Universidad de Oxford, o si Félix Quesada Castillo ─lingüista de San Marcos─ para escribir su tesis sobre
el pre proto quechua, con la que se doctoró en la Universidad de Búfalo, ¿se valieron de esos manuales?
¿Acaso Manuel Burga destacado historiador, doctorado en la Sorbona y ex rector de San Marcos, cuando
diariamente recorría hasta el Rímac tras el Archivo Agrario en busca de información sintió que sin esos
manuales su misión era imposible? Al ilustre Alberto Flores Galindo o a Gonzalo Portocarrero, uno de los
sociólogos más fecundos en producción bibliográfica en la actualidad, no necesitaría hacerles esa
pregunta. También resultaría innecesaria realizarla a Ruth Shady, la arqueóloga sanmarquina que
descubrió Caral, la ciudad más antigua de América.

Stephen William Hawking, el genial científico inglés, ese monumento de la ciencia física actual y autor
preferido de Bill Gates, obviamente se habría reído viendo esos manuales, al elaborar su tesis de doctor,
donde plantea por primera vez el tema de los agujeros negros. Como genio creador no se subordinó ante
ningún manual de investigación; creó su propio modelo matemático.

Stephen Hawking escribe como solo los genios lo pueden hacer. Sus libros y que son varios, en calidad de
best sellers, en ediciones pirateadas, están al alcance de todos los lectores peruanos. Así como el
lenguaje ordinario se puede convertir en lenguaje digital binario, Stephen Hawking convierte el lenguaje
de la matemática y de la física más abstractas en lenguaje natural. De ahí que todo el mundo lo puede
leer.
Dogmatizando a los estudiantes con los manuales performativamente se le dice: “no deben romper
moldes”, “rechacen ser originales”. Si son tan buenos esos manuales, ¿por qué no existe un solo profesor
de este curso que sea un ejemplo en la producción académica?

Si San Marcos no quiere innovar puede descender aún más en el ranking iberoamericano, que trata de lo
que acontece en la actualidad, por más que Mario Vargas Llosa ─con su nombre─ nos esté ayudando en
el rankings mundiales que elaboran The Times y la Universidad de Shangai.

Un sanmarquino y extraordinario paradigma en la investigaciones médicas del Perú, con trascendencia


universal, por haber aportado en el esclarecimiento de una patología en el endometrio y que terminó
abandonando a la Decana de América, para fundar la Universidad Peruana Cayetano Heredia es Javier
Arias Stella, quien ha realizado aportes a la medicina mundial como el descubrimiento “de la llamada
Reacción o Fenómeno Arias Stella”. Arias Stella no dejó registrado su nombre por haberse entretenido
revisando manuales sobre Metodología de la investigación científica, sino internalizando el saber
acumulado entonces sobre ginecología patológica y observando la realidad. Fue así que se dio cuenta
que había un síndrome que estaba descrito y explicado, con aceptación de la comunidad médica
internacional, pero que para él no era convincente. Ese desencuentro entre lo consensuado
mundialmente y su no aceptación se convirtió en un problema científico. Así surgen los auténticos
problemas científicos. Arias Stella se encontraba en el centro de un monumental problema. Era muy
joven pero no le convencían ni lo que decían los tratados, ni sus profesores más eminentes. Viajó a los
Estados Unidos de Norteamérica y también a Inglaterra, se contactó con el mejor patólogo del mundo,
quien tenía la misma convicción expuesta en los tratados, coincidiendo con sus profesores de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. ¿Entonces para qué había viajado a la catedral del mundo
científico? Ningún fundamento lo convencía. Eso es lo que sucede con quienes tienen perfil de
auténticos investigadores científicos. Encontrarse con un fenómeno médico que a su criterio no era lo
que la ciencia del momento decía, no saber exactamente de qué se trataba, es un ejemplo colosal de
planteamiento del problema científico y no los dogmas expuestas por los autores de manuales ni de su
diseminación por parte de los “metodólogos”.

No había viajado en vano a las universidades norteamericanas y anglosajonas. Sus profesores


reconocieron que Arias Stella estaba ante un auténtico problema científico y le proporcionaron la
confianza y la logística que le ayudara a encontrar la respuesta. Cuando lo logró, su aporte a la medicina
mundial quedó registrada como Reacción o fenómeno Arias Stella.

Algo muy grave ha sucedido en las últimas décadas en las que San Marcos se ha reducido a repetir
dogmas. Resulta irónico incluso ver y oír, cómo los epistemólogos están entre los dogmáticos extremos,
porque lo único que hacen es repetir lo consabido. Popper o cualquier gran epistemólogo escribieron
algo muy interesante, pero los epistemólogos peruanos, entre ellos los más reputados, son solamente
difusores, cero innovaciones.

San Marcos alguna vez, ¿volverá a ser algo más que promesa?

Lima, marzo de 2013

You might also like