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El espacio, el tiempo, el poder y las sociedades.

En Argentina, la llamada “Conquista del Desierto” marca un umbral que, además de


condensar el avance y anexión militar de los territorios indígenas de Pampa y Patagonia,
opera como expresión y condición necesaria del lema “Orden y Progreso”. Dicho avance
constituye un punto de inflexión en la concepción que se posee del territorio y su relación
con el poder.
En 1979, en ocasión del centenario de la campaña, la más cruenta dictadura militar
argentina declaró feriado el día 11 de Junio, día en que las tropas comandadas por el General
Julio Argentino Roca habían llegado al Río Negro. Al inaugurarse en noviembre de ese año
un congreso histórico para conmemorar el evento, el entonces Ministro del Interior, Albano
Harguindeguy, pronunció el discurso de bienvenida ante la audiencia académica convocada
en la ciudad patagónica de Gral. Roca para presentar sus investigaciones sobre “la epopeya”.
Además de aprovechar la ocasión para sostener la “tradición” del ejército como guardián y
promotor del orden nacional frente a “la barbarie” del pasado -los indígenas- y del presente
-los “subversivos”-, el General Ministro condensó y fijó las claves de las lecturas oficiales
del acontecimiento:
“La Conquista del Desierto fue la respuesta de la nación a un desafío geopolítico,
económico y social. La campaña de 1879 logró expulsar al indio extranjero que invadía
nuestras Pampas, dominar política y económicamente el territorio, multiplicar las empresas
y los rendimientos del trabajo, asegurar la frontera sur y poblar el interior” (Academia
Nacional de la Historia, 1980).
Así, los efectos de la campaña habrían representado, en el corto plazo, la solución a un
“problema” de varios siglos, sentando las bases de un proyecto político y económico que ha
sido y es presentado por la mayoría de los discursos públicos como modelo de la
consolidación del Estado moderno.
De esta manera, atendiendo a las palabras de Harguindeguy, podemos observar como
la dominación del territorio, es decir la territorialidad, pasa no solo por el plano de la ‘tierra’
como tal, sino que también por el aspecto de intereses que afectan a sociedades enteras en
su libertad, su cultura, su economía, su política, etc.
De alguna manera, podríamos decir que la idea en la campaña de “fronteras interiores”
consagra una idea de frontera como límite discreto entre territorios estatales y, por ende,
entre ciudadanías distintivas y homogéneas que se naturalizan y se pueden extender hacia
atrás y adelante en el tiempo.
Los orígenes de la argentinidad se narran a partir de un territorio que desde un pasado
remoto se percibe como “argentino”. Este territorio es pensado como contenido por los
límites del Virreinato del Río de la Plata, creado en 1776 a partir del rediseño de la política
colonial española en América. Esta geografía es pensada como la herencia recibida por los
criollos que en 1810 promueven la Primera Junta de Gobierno, esto es, como un legado de
los “patriotas”. Como resultado, se buscó conservar y eventualmente ampliar los territorios
virreinales como parte inherente a la nueva república. De ahí las guerras por la pérdida de
algunas provincias del virreinato. Más aún, tierras indígenas nunca incorporadas al control
español efectivo también fueron vistas como parte de esa herencia colonial. Frente a este
panorama, lo relevante aquí es que los sucesivos bloques hegemónicos que buscaron

1
imponerse durante distintas coyunturas políticas se posicionaron ante los extensos territorios
por entonces considerados “tierra de indios” como necesitados de un acto de recuperación
más que de expansión.
En lo que a prácticas e intereses económicos se refiere, está íntimamente ligada la idea
de que el territorio de indios se viese como “herencia”, habilitando en lo inmediato a que los
costos de la campaña pudiesen ser solventados con la venta anticipada de tierras a
“recuperar”. Con el tiempo, ello dio además pie a prácticas de enajenación contradictorias
con el proyecto de instalar pequeños propietarios y propició la formación de latifundios. De
esta manera, puede verse como un bloque de poder es el que va dominando la situación a
gran escala.
De alguna manera, podemos ver como ya en la época estaba perfectamente formada
una concepción del territorio que implica el colonialismo y el capitalismo conjuntamente.
Como Sousa Santos lo aclara: “ambos se unirán de alguna manera [colonialismo y
capitalismo], porque la pulsión colonialista inicial fue después complementada por la
pulsión capitalista en la creación de una agricultura industrial de gran dimensión, que
continuará creando una gran desigualdad de estos países”1 Además, como el mismo autor
diferencia, la tierra para los pueblos originarios constituye esencialmente su raíz cultural, no
solo un factor económico. En el caso del territorio para el capitalista es simplemente un
agente —cabe decir, muy importante— que cumple cierta función estatuida y que a toda
costa debe ser dominado y explotado, sin atender, por supuesto, a los grupos culturales que
habiten en dicho terriorio.
Cabe mencionar un caso especial en relación a la territorialidad y a la forma en la que
se concibe el poder por sobre el territorio que son las tolderías. Estas eran centros de
integración y mestización donde los “indios” convivieron con “blancos” (los winka, los
cristianos, los criollos) afrodescendientes, gauchos, cautivos, aventureros y viajeros
europeos y hasta militares exilados que fueron a vivir con ellos a Tierra Adentro, al corazón
de la llanura. Los indígenas proponían allí un sistema de vida con eje en sus culturas pero
coexistiendo con otras cosmovisiones, religiones, creencias. Los grandes jefes lideraron a
miles de hombres y mujeres y paradójicamente, los que eran perseguidos demostraban una
capacidad para incorporar a gente muy distinta -mientras que del otro lado -de los “blancos”
y los gobiernos centrales sucedía exactamente lo contrario, salvo excepciones.
Este sistema de vida tan peculiar, los indígenas lo extendieron hasta “la frontera”, que
dividió durante siglos a sus territorios del de los “blancos”. Esa frontera mostraba otra cara
de la sociedad argentina en formación: un mundo de tonalidades grises, un espacio de gran
movilidad y fluidez, un mundo en donde convivían todas aquellas gentes provenientes de
clases sociales y grupos étnicos disímiles a los que se sumaban pulperos, comerciantes, y
hasta estancieros amigos. Esa otra cara de la frontera, demostraba que era posible construir
otra sociedad, fundada en una concepción distinta del poder y del territorio.
La prisión, por ejemplo, fue una práctica también sistemática, utilizada
fundamentalmente con los guerreros; se disponía para ello de verdaderos “campos de
detención” como Retiro o la isla Martín García, lugar este último que llenaba de terror a los

1
CALÓ, Susana; “Democratizar el territorio, democratizar el espacio. Entrevista a
Boaventura Sousa Santos”, publicado el 11 de Octubre de 2017.

2
indígenas, por las características geográficas que jamás habían visto. De esta manera,
también aquí la concepción del espacio hace una limitación en el plano de grupos de
personas. Los confinamientos en colonias además, tenían mucho de prisión: los indígenas
debían ceñirse a un terreno sumamente limitado, bajo las órdenes de un intendente militar,
generalmente con la presencia de un sacerdote residente dedicado a la conversión al
catolicismo de los “colonos” y con la incorporación forzada de distintos elementos para la
subsistencia, tales como útiles de labranza, semillas, etcétera, con el consiguiente abandono
de las economías tradicionales. Los traslados a lugares extraños y distantes de su tierra natal
fueron uno de los motivos de mayor desintegración de su cultura, al abandonarse
compulsivamente —la mayoría de las veces en forma definitiva— el lugar de nacimiento y
arraigo; lo que implica una desinencia a nivel político y económico además.

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