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Las monografías de

Biografías y Vidas
WILLIAM SHAKESPEARE

Biografía Cronología Su obra Fotos Vídeos En torno a 1860, al tiempo que


culminaba su obra Los miserables, Victor Hugo escribió desde el destierro:
"Shakespeare no tiene el monumento que Inglaterra le debe". A esas alturas del siglo
XIX, la obra del que hoy es considerado el autor dramático más grande de todos los
tiempos era ignorada por la mayoría y despreciada por los exquisitos. Las palabras
del patriarca francés cayeron como una maza sobre las conciencias patrióticas
inglesas; decenas de monumentos a Shakespeare fueron erigidos inmediatamente.

En la actualidad, el volumen de sus obras completas es tan indispensable como la


Biblia en los hogares anglosajones; Hamlet, Otelo o Macbeth se han convertido en
símbolos y su autor es un clásico sobre el que corren ríos de tinta. A pesar de ello,
William Shakespeare sigue siendo, como hombre, una incógnita.

William Shakespeare

Grandes lagunas, un ramillete de relatos apócrifos y algunos datos dispersos


conforman su biografía. Ni siquiera se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento.
Esto daría pie en el siglo pasado a una extraña labor de aparente erudición,
protagonizada por los "antiestratfordianos", tendente a difundir la maligna sospecha
de que las obras de Shakespeare no habían sido escritas por el personaje histórico
del mismo nombre, sino por otros a los que sirvió de pantalla. Francis Bacon, Edward
de Vere, Walter Raleigh, la reina Isabel I e incluso la misma esposa del bardo, Anne
Hathaway, fueron los candidatos propuestos por los especuladores estudiosos a ese
ficticio Shakespeare. Según otra teoría, su amigo el dramaturgo Christopher Marlowe
habría sido el verdadero autor: no habría muerto a los veintinueve años, en una
pelea de taberna como se creía, sino que logró huir al extranjero y desde allí enviaba
sus escritos a Shakespeare.

Ciertos aficionados a la criptografía creyeron encontrar, en sus obras, claves que


revelaban el nombre de los verdaderos autores. En consonancia con las carátulas
teatrales, Shakespeare fue dividido en el Seudo-Shakespeare y en Shakespeare el
Bribón. Bajo esta labor de mero entretenimiento alentaba un curioso esnobismo: un
hombre de cuna humilde y pocos estudios no podía haber escrito obras de tal
grandeza.

Afortunadamente, con el transcurrir de los años, ningún crítico serio, menos dedicado
a injuriar que a discernir, más preocupado por el brillo ajeno que por el propio, ha
suscrito estas anécdotas ingeniosas. Pero de las muchas refutaciones con que han
sido invalidadas, ninguna tan concluyente, aparte de los escasos pero
incontrovertibles datos históricos, como el testimonio de la obra misma; porque a
través de su estilo y de su talento inconfundibles podemos descubrir al hombre.

Los orígenes

En el sexto año del reinado de Isabel I de Inglaterra, el 26 de abril de 1564, fue


bautizado William Shakespeare en Stratford-upon-Avon, un pueblecito del condado
de Warwick que no sobrepasaba los dos mil habitantes, orgullosos todos ellos de su
iglesia, su escuela y su puente sobre el río. Uno de éstos era John Shakespeare,
comerciante en lana, carnicero y arrendatario que llegó a ser concejal, tesorero y
alcalde. De su unión con Mary Arden, señorita de distinguida familia, nacieron cinco
hijos, el tercero de los cuales recibió el nombre de William. No se tiene constancia
del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su cumpleaños se festeja el 23 de
abril, tal vez para encontrar algún designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte
le llegó, cincuenta y dos años más tarde, en ese mismo día.

Así, pues, no fue su cuna tan humilde como asegura la crítica adversa, ni sus
estudios tan escasos como se supone. A pesar de que Ben Johnson, comediógrafo y
amigo del dramaturgo, afirmase exageradamente que "sabía poco latín y menos
griego", lo cierto es que Shakespeare aprendió la lengua de Virgilio en la escuela de
Stratford, aunque fuera como alumno poco entusiasta, extremos ambos que sus
obras confirman. La madre provenía de una vieja y acomodada familia católica, y es
muy posible que el poeta, junto con sus dos hermanos y una hermana, fuese
educado en la fe de su madre.

Casa natal de Shakespeare

Sin embargo, no debió de permanecer mucho tiempo en las aulas, pues cuando
contaba trece años la fortuna de su padre se esfumó y el joven hubo de ser colocado
como dependiente de carnicería. A los quince años, según se afirma, era ya un
diestro matarife que degollaba las terneras con pompa, esto es, pronunciando
fúnebres y floreados discursos. Se lo pinta también deambulando indolente por las
riberas del Avon, emborronando versos, entregado al estudio de nimiedades
botánicas o rivalizando con los más duros bebedores y sesteando después al pie de
las arboledas de Arden.

A los dieciocho años hubo de casarse con Anne Hathaway, una aldeana nueve años
mayor que él cuyo embarazo estaba muy adelantado. Cinco meses después de la
boda tuvo de ella una hija, Susan, y luego los gemelos Judith y Hamnet. Pero
Shakespeare no iba a resultar un marido ideal ni ella estaba tan sobrada de prendas
como para retenerlo a su lado por mucho tiempo. Los intereses del poeta lo
conducían por otros derroteros antes que camino del hogar. Seguía escribiendo
versos, asistía hipnotizado a las representaciones que las compañías de cómicos de
la legua ofrecían en la Sala de Gremios de Stratford y no se perdía las mascaradas,
fuegos artificiales, cabalgatas y funciones teatrales con que se celebraban las visitas
de la reina al castillo de Kenilworth, morada de uno de sus favoritos.

Según la leyenda, en 1586 fue sorprendido in fraganti cazando furtivamente.


Nicholas Rowe, su primer biógrafo, escribe: "Por desgracia demasiado frecuente en
los jóvenes, Shakespeare se dio a malas compañías, y algunos que robaban ciervos
lo indujeron más de una vez a robarlos en un parque perteneciente a sir Thomas
Lucy, de Charlecote, cerca de Stratford. En consecuencia, este caballero procesó a
Shakespeare, quien, para vengarse, escribió una sátira contra él. Este acaso primer
ensayo de su musa resultó tan agresivo que el caballero redobló su persecución, en
tales términos que obligó a Shakespeare a dejar sus negocios y su familia y a
refugiarse en Londres". Pero es más plausible que el virus del teatro lo impulsara a
unirse a alguna farándula de cómicos nómadas de paso por Stratford, abandonando
hijos y esposa y trocándolos por la a la vez sombría y espléndida capital del reino.

Shakespeare en la ciudad del teatro

A partir de ese momento hay una laguna en la vida de Shakespeare, un período al


que los biógrafos llaman "los años oscuros". No reaparece ante nuestros ojos hasta
1593, cuando es ya un famoso dramaturgo y uno de los personajes más populares
de Londres. Entretanto se le atribuyen los siguientes empleos: pasante de abogado,
maestro de escuela, soldado de fortuna, tutor de noble familia e incluso guardián de
caballos a la puerta de los teatros. Pasarían varios meses hasta que pudiera ingresar
en ellos y meterse entre bastidores, primero como traspunte o criado del apuntador,
luego como comparsa, más tarde como actor reconocido y, por fin, como autor de
gran y merecido prestigio.

Prohibidos por un ayuntamiento puritano que los consideraba semillero de vicios, los
teatros se habían instalado al otro lado del Támesis, fuera de la jurisdicción de la
ciudad y de la molestia de sus alguaciles. La Cortina, El Globo, El Cisne o Blackfriars
no eran muy distintos de los corrales hispanos donde se representaba a Lope de
Vega. La escenografía resultaba en extremo sencilla: dos espadas cruzadas al fondo
del proscenio significaban una batalla; un actor inmóvil empolvado con yeso era un
muro, y, si separaba los dedos, el muro tenía grietas; un hombre cargado de leña,
llevando una linterna y seguido por un perro, era la luna.

El vestuario se improvisaba en un rincón de la escena semioculto por cortinas hechas


jirones, a través de las que el público veía a los actores pintándose las mejillas con
ladrillo en polvo o tiznándose el bigote con corcho carbonizado. Mientras los actores
gesticulaban y declamaban, los hidalgos y los oficiales, acomodados a su mismo nivel
sobre la plataforma, les desconcertaban con sus risas, sus gritos y sus juegos de
cartas, prestos a lucir su ingenio improvisando réplicas y a echar a perder la
representación si la obra no les complacía. En torno al patio, las galerías acogían a
las damas de alcurnia y los caballeros. Y en el fondo de "la cazuela", envueltos en
sombras, sentados en el suelo entre jarras de cerveza y humo de pipas, se veía a
"los hediondos", el maloliente pueblo.

En todo caso, se trataba de un público con más imaginación que el actual o, al


menos, buen conocedor de las convenciones teatrales impuestas por la penuria o por
la ley. Inspirándose en el severo primitivismo del Deuteronomio, los legisladores
puritanos prohibían la presencia de mujeres en la escena. Las Julietas, Desdémonas
y Ofelias de Shakespeare fueron encarnadas por jovencitos bien parecidos de voz
atiplada, ascendidos a Hamlets, Macbeths y Otelos en cuanto les despuntaba la
barba y les cambiaba la voz. Tal era el teatro en que Shakespeare empezó su carrera
dramática.

La fecundidad

Hacia 1589, Shakespeare comenzó a escribir. Lo hacía en hojas sueltas, como la


mayoría de los poetas de entonces. Los actores aprendían y ensayaban sus papeles a
toda prisa y leyendo en el original, del que no se sacaban copias por falta de tiempo;
de ahí que ya no existan los manuscritos. Como cada tarde se ofrecía una obra
diferente, el repertorio había de ser muy variado. Si la obra fracasaba ya no se volvía
a escenificar. Si gustaba era repuesta a intervalos de dos o tres días. Una obra de
mucho éxito, como todas las de Shakespeare, podía representarse unas diez o doce
veces en un mes. Algunos actores eran capaces de improvisar a partir de un somero
argumento los diálogos de la obra conforme se iba desarrollando la acción.
Shakespeare nunca los necesitó.
Retrato y firma de Shakespeare

Acuciado por este ritmo vertiginoso y espoleado por su genio, Shakespeare empezó a
producir dos obras por año. En su primera etapa, Shakespeare siguió la línea de
estos dramas isabelinos de capa y espada. De estos años (entre 1589 y 1592) son
las obras con las que inaugura su crónica nacional, sus dramas históricos: las tres
primeras partes de Enrique VI y la historia de quien lo asesinó, Ricardo III. La
comedia de los errores, basada en un tema de Plauto, marca su faceta burlesca, y
Tito Andrónico, tragedia bárbara inspirada en Séneca, su primera obra de tema
romano.

Durante la peste de Londres de 1592 (que los puritanos aprovecharon para mantener
cerrados los teatros hasta 1594), Shakespeare se retiró a Stratford y desarrolló sus
dotes poéticas. En 1593 publicó Venus y Adonis y en 1594 La violación de Lucrecia,
dos poemas largos, dedicados a su joven protector, Henry Wriothesley, conde de
Southampton, a quien se suele asociar con uno de los protagonistas de los afamados
sonetos. Según figura en los documentos, en 1594 ya era miembro destacado de la
mejor compañía de la época, la Lord Chamberlain's Company of Players (Compañía
de Actores de lord Chamberlain), nombre tomado de su protector, y había escrito La
fierecilla domada, Los dos hidalgos de Verona, dos comedias de inspiración italiana y
una tercera, Trabajos de amor perdidos, ambientada en una Navarra imaginaria.

Shakespeare empezó de actor en la compañía y aunque siguió haciéndolo hasta


1603, nunca llegó a interpretar papeles principales. Sin embargo, la experiencia
debió serle útil. Como Molière, Brecht o Bulgákov, Shakespeare fue un verdadero
hombre de teatro: lo conocía desde dentro, participaba en los ensayos, presenciaba
los espectáculos y concebía sus personajes pensando en actores concretos.
Paralelamente a su éxito teatral, mejoró su economía. Llegó a ser uno de los
accionistas de su teatro, pudo ayudar económicamente a su padre e incluso en 1596
le compró un título nobiliario, cuyo escudo aparece en el monumento al poeta
construido poco después de su muerte en la iglesia de Stratford. Entre 1594 y 1597
escribió Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano, dos obras de amor y de
juventud, y los dramas históricos Ricardo II, El rey Juan y El mercader de Venecia.

En 1598 la compañía de Chamberlain se instaló en el nuevo teatro The Globe (El


Globo), cuyo nombre se uniría al de Shakespeare para siempre. Ésta parece que fue
la etapa más feliz del escritor, la época de las comedias Mucho ruido y pocas nueces,
Como gustéis, Las alegres comadres de Windsor (que según la leyenda fue escrita en
quince días por encargo urgente de la reina), Noche de Reyes y Bien está lo que bien
acaba, escritas todas entre 1598 y 1603. De estos años son también (como
anticipando su próxima etapa) Julio César, Troilo y Crésida y su obra más famosa y
perdurable, Hamlet.

A la muerte de Isabel l en 1603, Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia


desde 1567, se convirtió también en rey de Inglaterra y la compañía de Chamberlain
pasó bajo su protección con el nombre de King's Men (Hombres del Rey). A pesar del
cambio de nombre y de protector, el teatro mantuvo su carácter público: hicieron
representaciones para todo el mundo, incluso para la corte.

Ante tal éxito, la compañía inauguró una pequeña sala cubierta en 1608, la
Blackfriars, con una entrada más elevada y para un público más selecto.
Financieramente, la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que
Shakespeare fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena
administración, su posición económica se afirmó aun mas: compró varias
propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre ellas algunas
agrícolas, y en 1605 compró una participación de los diezmos de la parroquia de
Stratford, gracias a lo cual (y no a su gloria literaria) sería enterrado en el presbiterio
de la iglesia.

El último acto

Shakespeare tuvo siempre obras en escena, pero nunca aburrió. Entre 1600 y 1610
no dejó de estar en el candelero con sus príncipes impelidos a acometer lo imposible,
sus monarcas de ampuloso discurso, sus cortesanos vengativos y lúgubres, sus tipos
cuerdos que se fingen locos y sus tipos locos que pretenden llegar a lo más negro de
su locura, sus hadas y geniecillos vivaces, sus bufones, sus monstruos, sus usureros
y sus perfectos estúpidos. Esta pléyade de criaturas capaces de abarrotar cielo e
infierno le llenaron la bolsa.

A fines de siglo ya era bastante rico y compró o hizo edificar una casa en Stratford,
que llamó New-Place. En 1597 había muerto su hijo, dejando como única y escueta
señal de su paso por la tierra una línea en el registro mortuorio de la parroquia de su
pueblo. Susan y Judith se casaron, la primera con un médico y la segunda con un
comerciante. Susan tenía talento; Judith no sabía leer ni escribir y firmaba con una
cruz. En 1611, cuando Shakespeare se encontraba en la cúspide de su fama, se
despidió de la escena con La tempestad y, cansado y quizás enfermo, se retiró a su
casa de New-Place dispuesto a entregarse en cuerpo y alma a su jardín y resignado a
ver junto a él cada mañana el adusto rostro de su mujer. En el jardín plantó la
primera morera cultivada en Stratford. Murió el 23 de abril de 1616 a los cincuenta y
dos años, en una fecha que quedó marcada en negro en la historia de la literatura
universal por la luctuosa coincidencia con la muerte de Cervantes.
Los misterios de Shakespeare

Es cierto que la juventud del poeta ofrece los pasajes más desconocidos para el
biógrafo. Sin embargo, los verdaderos misterios de su vida pertenecen a aquellos
años en que su carrera puede ser reconstruida con bastante fidelidad. El más
conocido de estos enigmas está relacionado con sus Sonetos, publicados en 1609,
pero escritos, en su mayor parte, unos diez o quince años antes. Uno de los
protagonistas de los 154 sonetos es un apuesto joven a quien el poeta admira
mucho, y el otro es la famosa dark lady, "dama morena", que le fue infiel con el
anterior.

Muchos intentaron encontrar en estos poemas claves de la vida interior de


Shakespeare, pruebas de su presunta homosexualidad, afirmando que el joven galán
de los sonetos o, tal vez, la "dama morena" no era otro que el conde de
Southampton, mecenas del debutante autor, a quien le había dedicado sus dos
primeras obras poéticas. No se sabe con certeza quién era el objeto de la adoración
secreta del poeta. Sus únicas referencias personales comprensibles y claras son
menudencias: que sufría de insomnio, que le gustaba la música, que reprobaba las
mejillas pintadas y el uso de las pelucas.

El conde Henry Wriothesley de


Southampton, protector de Shakespeare

Otra de las incógnitas es que sus años de más éxito social, económico y profesional,
entre 1603 y 1612, coinciden con la época de sus grandes tragedias, sus obras más
amargas y desilusionadas, como Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra,
Coriolano y Timón de Atenas. Incluso la última comedia de estos años, Medida por
medida, es más sombría que muchos de sus dramas. Además, sus últimas cuatro
obras, Pericles, Cimbelino, El cuento de invierno y La tempestad, su maravillosa
despedida del teatro y del mundo, muestran una curiosa incursión de elementos
novelescos y pastoriles en su teatro, sin duda bajo la Influencia de la nueva
generación de dramaturgos como Francis Beaumont o John Fletcher. Hay otras dos
obras, Enrique VIII y Los dos nobles parientes, ambas de 1612-1613, cuya autoría
parcial suelen atribuírsele, ya que según todos los indicios fueron escritas en
colaboración con el joven Fletcher, con las que el número de sus piezas teatrales
sumarían 38. Pero La tempestad es considerada universalmente como su última
obra.

Sea como fuere, lo cierto es que alrededor de 1613, es decir a los cuarenta y ocho
años de edad, en pleno poder de sus facultades mentales y en el cenit de su carrera,
Shakespeare rompió abruptamente con el teatro y se retiró a su ciudad natal como
podría hacerlo un pequeño burgués que después de una vida de trabajo quisiera
gozar de sus bienes en la quietud campestre. Sus últimos años transcurrieron como
los de un respetado hidalgo rural: participaba en la vida social de Stratford,
administraba sus propiedades y compartía sus días con sus familiares y vecinos.

Sus obras siguieron en cartelera hasta después de su muerte, y debió conservar


algún contacto, aunque sólo amistoso, con el teatro. Incluso se dijo, según una
leyenda registrada casi medio siglo después, que murió a consecuencia de un
banquete celebrado en compañía de su colega Ben Jonson. Contradice a esta historia
el hecho de que un mes antes de su muerte dictara su testamento rubricándolo con
una firma temblorosa que permite imaginar que ya se encontraba enfermo.

El testamento, extenso y minucioso, está relacionado con el último misterio de la


vida de Shakespeare, aunque sea sólo menor y de orden anecdótico: después de
nombrar como heredero principal al marido de su hija mayor, Susan, y de legar
valiosos objetos de oro y de plata a su otra hija, Judith, dejó a su mujer su «segunda
mejor cama». Nadie ha podido descifrar el significado verdadero de tan extraño
legado, que, a su vez, dice mucho del cariz del matrimonio del poeta.

La posteridad se ha ocupado de Shakespeare más que de cualquier otro autor, y no


sólo en el sentido positivo. Muchos querían negarle la autoría de su obra
atribuyéndosela a espíritus más elevados, preferiblemente de origen ilustre. A
Voltaire y a Tolstói, por ejemplo, les irritaba no la persona del poeta (o su origen
plebeyo), sino su obra, que es lo contrario a todo orden clásico, regla artística o
realismo formal. Es la misma libertad: verbal, dramática, emocional. Se expresa con
veloces imágenes, en una misma obra salta años, países y mares, cambia
azarosamente los hilos de la trama y alterna el tono cómico con el trágico. Su obra
es la perenne inquietud y su perspectiva, el infinito. Hace caso omiso de los cánones
de la composición porque obedece a unas leyes más importantes y atávicas que las
de la unidad de tiempo o de lugar. Nadie logró inmortalizar a tantos personajes como
ese dramaturgo que prácticamente no llegó a inventar ni una sola historia propia.

En una de esas metáforas asombrosamente plásticas que tanto abundan en su obra,


Shakespeare define la gloria como «un circulo en el agua / que nunca cesa de
agrandarse / hasta llegar a ser tan ancho / que se disipa en la nada...». Pero la suya
no fue así. No tendió a desvanecerse, ni siquiera a languidecer: después del relativo
desinterés por su obra en los tiempos de moral puritana y de gusto neoclásico, a
partir del prerromanticismo se le volvió a descubrir de modo universal. Desde
entonces todas las épocas y estilos tienen su propio Shakespeare, corroborando la
predicción de su amigo y rival, Ben Jonson: «Él no era de una época sino para todos
los tiempos».

Miguel de Cervantes Saavedra


(Alcalá de Henares, España, 1547-Madrid, 1616) Escritor español. Cuarto
hijo de un modesto médico, Rodrigo de Cervantes, y de Leonor de Cortinas,
vivió una infancia marcada por los acuciantes problemas económicos de su
familia, que en 1551 se trasladó a Valladolid, a la sazón sede de la corte, en
busca de mejor fortuna.

Allí inició el joven Miguel sus estudios, probablemente en un colegio de


jesuitas. Cuando en 1561 la corte regresó a Madrid, la familia Cervantes
hizo lo propio, siempre a la espera de un cargo lucrativo. La inestabilidad
familiar y los vaivenes azarosos de su padre (que en Valladolid fue
encarcelado por deudas) determinaron que su formación intelectual, aunque
extensa, fuera más bien improvisada. Aun así, parece probable que
frecuentara las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, puesto
que en sus textos aparecen copiosas descripciones de la picaresca
estudiantil de la época.

En 1569 salió de España, probablemente a causa de algún problema con la


justicia, y se instaló en Roma, donde ingresó en la milicia, en la compañía
de don Diego de Urbina, con la que participó en la batalla de Lepanto
(1571). En este combate naval contra los turcos fue herido de un
arcabuzazo en la mano izquierda, que le quedó anquilosada. Cuando, tras
varios años de vida de guarnición en Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia
(donde adquirió un gran conocimiento de la literatura italiana), regresaba
de vuelta a España, la nave en que viajaba fue abordada por piratas turcos
(1575), que lo apresaron y vendieron como esclavo, junto a su hermano
Rodrigo, en Argel. Allí permaneció hasta que, en 1580, un emisario de su
familia logró pagar el rescate exigido por sus captores.

Supuesto retrato de Cervantes, atribuido a Jáuregui

Ya en España, tras once años de ausencia, encontró a su familia en una


situación aún más penosa, por lo que se dedicó a realizar encargos para la
corte durante unos años. En 1584 casó con Catalina Salazar de Palacios, y
al año siguiente se publicó su novela pastoril La Galatea. En 1587 aceptó un
puesto de comisario real de abastos que, si bien le acarreó más de un
problema con los campesinos, le permitió entrar en contacto con el
abigarrado y pintoresco mundo del campo que tan bien reflejaría en su obra
maestra, el Quijote, que apareció en 1605. El éxito de este libro fue
inmediato y considerable, pero no le sirvió para salir de la miseria. Al año
siguiente la corte se trasladó de nuevo a Valladolid, y Cervantes con ella. El
éxito del Quijote le permitió publicar otras obras que ya tenía escritas: los
cuentos morales de las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso y
Comedias y entremeses.

En 1616, meses antes de su muerte, envió a la imprenta el segundo


tomo del Quijote, con lo que quedaba completa la obra que lo sitúa como
uno de los más grandes escritores de la historia y como el fundador de la
novela en el sentido moderno de la palabra. A partir de una sátira corrosiva
de las novelas de caballerías, el libro construye un cuadro tragicómico de la
vida y explora las profundidades del alma a través de las andanzas de dos
personajes arquetípicos y contrapuestos, el iluminado don Quijote y su
prosaico escudero Sancho Panza.

Las dos partes del Quijote ofrecen, en cuanto a técnica novelística, notables
diferencias. De ambas, la segunda (de la que se publicó en Tarragona una
versión apócrifa, conocida como el Quijote de Avellaneda, que Cervantes
tuvo tiempo de rechazar y criticar por escrito) es, por muchos motivos, más
perfecta que la primera, publicada diez años antes. Su estilo revela mayor
cuidado y el efecto cómico deja de buscarse en lo grotesco y se consigue
con recursos más depurados. Los dos personajes principales adquieren
también mayor complejidad, al emprender cada uno de ellos caminos
contradictorios, que conducen a don Quijote hacia la cordura y el
desengaño, mientras Sancho Panza siente nacer en sí nobles anhelos de
generosidad y justicia. Pero la grandeza del Quijote no debe ocultar el valor
del resto de la producción literaria de Cervantes, entre la que destaca la
novela itinerante Los trabajos de Persiles y Sigismunda, su auténtico
testamento poético.

La arteria vertebral despues de originarse de la subclavia, asciende por los primeros


6 agujeros transversos de la columna cervical, y entra al cráneo por el agujero
magno.
(En su trayecto intracraneal, la vertebral izquierda suele ser de mayor calibre que la
derecha)
Emite algunas ramas para las menínges de la fosa craneal posterior y en la porción
inferior del bulbo emite a la arteria cerebelosa posteroinferior (llamada PICA por
sus siglas en ingles)y a una raiz para la formación de la espinal anterior.
Despuès las arterias vertebrales se inclinan hacia la lìnea media para unirse a nivel
del surco bulboprotuberancial y formar el tronco basilar.

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