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ANDRÉS GONZÁLEZ JR.

AVENTOORAS
"Cómics y caricaturas, colores y caramelos, clowns y caleidoscopios"

Steven Millhauser, Edwin Mullhouse: vida de un escritor americano

"Los niños aquí son halos ni jóvenes ni viejos ni individuos ni acontecimientos"

Yaxkin Melchy, El Nuevo Mundo

"El delirio es pura inocencia reprimida por el Estado"

Enrique Verástegui, Partitura Peruana

"To what depths of untouched nature one must dive along with the bubbles, and the little
babies that resemble bubbles, in order to reach such an absolute freedom from all categories,
from all conventions. In order to become like children"

Sergei Eisenstein, Disney

"And here, as we can see, it's as if that very game of 'becoming something else' is now
'becoming the impossible'"

Sergei Eisenstein, Disney


no una fuga sino el origen simultáneo de diez mil sendas
aprender a caminar, a correr, a gatear, a nadar, a correr en cuatro patas, a volar
espiralando y estirando, desbordando e irradiando, borbor iluminándose del
propotoplasma
nuevos gerundios
nuevas formas de caminar-leer en el planeta
más vasto
que cualquier jaula
que cualquier fuga
meses
interminables estuvimos en un hospital
(un hospital simultáneamente en ruinas, en construcción, una maqueta de
hospital, un hospital en expansión incesante, incontenible, devorador, un
hospital sin límites)
(aunque en los hospitales no existan ni el día ni la noche ni su resonancia: un
hospital donde sonaban día y noche los derechos del niño)
tal que desconocedores de nuestro estado y situación: como sitiados,
tal que atendidos por ciempiés con caras de niños que se retorcían y enroscaban por los
pasillos

por las ventanas se veía un paisaje imprecisable


algo, tal vez, como una ciudad, pero más cerrado, más
cercado

presentíamos lejanías, feroces lejanías, seres descomunales

escuchábamos crujires de ríos y lagos

nuestros cuerpos rutinariamente auscultados

en todo momento escuchábamos por los altoparlantes


la voz de un adulto imitando a un niño
declarando, declamando
—aplastando las llamaradas, los llamamientos,
las protoplasmáticas apelaciones—
“el niño debe gozar de…”
“el niño debe jugar a…”
“el niño debe ser tal que un niño que debe ser tal”

por todas partes había espejos


—en el cielorraso, en el velador, en las paredes, en los pasillos, en el piso, los cuerpos todos de
los funcionarios estaban compuestos de espejos—
los espejos indicaban que éramos presencia, sólo presencia,
idénticos a nosotros mismos

clausurados, sin posibilidades de construcción

a todas horas debíamos hacer


tareas,
tests de inteligencia,
cuestionarios de consumidor,

decían que no podíamos quejarnos


“el hospital está lleno de máquinas de entretención
máquinas de disipación”
decían
“la ciencia-ficción es la forma última del escapismo”

nosotros, aún —siempre— feroces, sentíamos lejanías, seres descomunales


intemperie era el nombre que creamos para lo que se íbamos trazando, tramando

sujetaban nuestros cuerpos con útiles escolares


corchetes, colafría, scotch, stic fix,
sujetaban nuestras conciencias entre los
ectoplasmas del mercado
nos decían: “es lo nuevo”, “es lo último”, “es lo que quieren”

cambiaban nuestros cuerpos por sillas y bancos


sometían las cimas de nuestro soma a la educación sexual
nos inoculaban fantasías de un tiempo lineal y de un espacio homogéneo y replicable

nos revelaban que mente y cuerpo eran sujetos de crédito


“están en banca rota”, nos decían
a través de ventanas que por fuerza imaginábamos, veíamos los paisajes de la nieve o una
hoja en blanco plagándose de puntuaciones, de pueblos, de pululaciones, latidos y
pulsaciones de los posibles, poemas de los imposibles, parasoles, dimensiones paralelas,
partos, divinos partos a ras de hierba

en el cretácico superior aparecieron las flores, las hierbas, los insectos polinizadores

corazón duro, corazón de hielo, te escuchamos transformándote en meteorito

este día, esta noche, en este ámbito de irradiación sentimos


el cielo creciendo con las cometas de Sumpango

en el cretácico superior las escamas de algunos dinosaurios devinieron plumas

por más que la fijeza, por más que la rutina, por más que el control
estamos contagiándonos de multitudes

nuestros pies son alas y vibran


nuestros manos son aletas y vibran
nuestros cuerpos son la espuma

nuestros cuerpos son modos de recorrer los prismas, lo desatado, el monzón

en las paredes aparecían cada vez con


mayor frecuencia
graffittis de los iguanodontes
de Waterhouse Hawkins
sus miradas cada vez más abundantes

nuestras pieles se llenaron de escamas


nos paseábamos
como el brontosaurus o el diplodocus o el apatosaurus
las escamas pasaron a ser plumón, pluma,
de la pluma, de su velocidad viviente,
crecieron las flores a chorros,
de relámpago cactáceo rompieron esporas, miríadas
y atravesaron profusas las paredes del hospital,
sus copias, sus espejos, sus lenguas de límites y referencias, sus lenguas de necesidad
como algo incalculable las esporas cruzaron,
júbilo surcando el cristal
circunnavegaciones
cumpleaños de las orillas
dinosaurio emplumado que salta de una era a otra, por los helechos a las cactáceas,
en una noche de multiplicación lunar y murmuraciones de estorninos,

vimos el hospital
desde donde el hospital no era
lo vimos y era una construcción fuera de cualquier mundo
en el colapso o deuda infinita de los mundos
en una eterna, recursiva referencia
crédito y cáncer de las representaciones

caminamos
jauriamos
deambulando

nos encontramos con las ruinas del cosmódromo de Baikonur


las atravesamos
íbamos al Asia Central

sentíamos seres descomunales, incalculables,

en el cretácico superior, con las plumas, las flores y las hierbas,


nació el canto

incalculables son nuestros corazones bandadas de dinosaurios


proyectándose en la nave intraplanetaria del lenguaje
Somos Ikkyu
arrojamos nuestros rosarios por los aires
escojemos un camino cualquiera
para entrar y salir
por la nube de mis vidas
Vi mis vidas
y eran el barco volador de Teddy Ruxpin
Tengo ocho años
y a través de los agujeros que hacen los videojuegos en la tele
puedo verte en tu país
(que todavía no sé dónde está)
dibujando animales que no conozco,
caricaturas que aquí aún no llegan
Dibujamos las letras como si fueran animales endémicos de un lugar aún no descubierto en la
Tierra, un continente como Oceanía, todo islas y corrientes, pero en el cielo, entre nubes y
animales voladores no perceptibles,
dibujamos las letras, no las escribimos, porque nuestra relación con ellas no se mueve en el
plano del desciframiento, sino en una relación de mutuas itinerancias,
las letras que dibujamos son animadas, gozan en el tiempo, están en él como templos de
gelatina, frágiles y fluctuantes, consistentes en miríadas de filamentos hialinos, carbunclos,
organelos tartamudeantes,
nada exagera ni ornamenta en las letras que germinamos, hay gestos que sin ser afilados son
precisos, abren paso a ímpetus impensados, gestos como portales, hirsutas cascadas de tinta,
himalayamientos, tundramientos, junglescencias, estepancias, fiordaciones,
archipielagosidades,
los pequeños seres que pululan entre las letras exhiben órganos sensoriales de los que no
sabemos nada aún,
las nubes entre las letras dicen la imposibilidad de codificar la creación en literatura —escribir
es siempre un no saber del todo aún —un no saber nunca— las letras, el cómo de las letras —
no qué son las letras, sino sus vidas, cómo viven, qué hacían antes de vivir dentro de los
alfabetos, sus trayectorias en diversas superficies, a distintas velocidades, sus modos de habla
al anochecer y al salir el sol, el ritmo con que crecen y se diversifican faunitas entre sus pieles,
la humedad de sus membranas, a qué velocidad fluyen sus sangres, en qué colores cambian
—sobre todo, nos interesa conocer los medios de transporte de las letras, sus formas
tradicionales de confeccionar vehículos, sus modos de nomadear,
¿se acuerdan qué pensaban que podían ser las letras cuando aún no los habían ejercitado en el
poder de descifrarlas?
— un grito relampagueando a través de la boca de un mudo, el sonido que hace un cuervo sin
voz—
dibujándolas queremos bailar otra vez y siempre por primera vez esos instantes en que
hierven los barbarismos y florecen miríadas de estrategias de extranjería,
dibujándolas queremos nebularlas, jugar y junglar entre sus halos, retomar la ternura de sus
serpenteos, el júbilo de sus cascabeleos, verlas otra vez lanzarse como canoas o pétalos a la
transmigración, a la aventura,
cuando las letras no eran aún letras, se dispusieron como puentes para que cruzaran a través
de ellas el buda Dipankara y sus discípulos
Bailaremos con todos los peluches muertos, con todas
las caricaturas resucitadas, con todas las niñas reencarnaciones,
cambiaremos a cada momento de colores, se asomarán
testas de tucanes, cacatúas y guacamayas por los ríos dorsales de nuestros brazos
y habrá tamandúas y pangolines electrizando nuestras piernas,
nuestros pies serán gaviales, yacarés,
nuestros ojos carpas de circo que giran sin límites en un ámbito que no se llama terror ni
división sino milagro
y así, de milagro en milagro, de pista de baile en pista de baile, como quien peregrina una
floración, seguiremos un mapa del tesoro sin tesoro ni lugares, un mapa lleno de stickers
disolviéndose,
bailaremos a la luz de lunas creciendo a ras de piso,
todos nuevos cielos, nuevas tierras,
el mundo mudará divinamente sus colores y sus mudras,
nuestros somas, que se salen y se lanzan, serán salones trazados por Freddy Mamani,
será dulce y nevada esta euforia
con patas almohadilladas de conejo haremos increíbles pasos de baile, asombrosos
deslizamientos,
ya no será asunto de pasado, presente o futuro, no será tema de profecía,
no será cosa de Casandra ni masa de mesianismos,
serán caricaturas bailando sin parar
llorando de júbilo hasta resucitar a la muerte y ponerla en el contrarritmo de los fractales
naturantes
y así, trashumando, ir trazando ese coral del que son anémonas las mentes
Corazón, que eres la primera flora, flora sin origen y toda
floración, cómo nos hacen bailar tus sismos y sotobosques,
como si nubes cruzando un cumpleaños infinito,
naciendo aquí y en todas partes, como el cielo, como
estromatolitos en trance de undisonar las espirales de las auras,
Zodiacas, estamos bailando, por fin los pulmones vuelan,
y ya no son lagrimitas sino tremendos plutos los que salen a chorros
de nuestros sendos ojos de bugs bunny,
así decimos: Yaxkin, volveremos, volveremos, no importa
cuántos aviones hagan falta,
volveremos a México,
como resurrecciones caminando en cuatro patas,
provenientes de ningún lado y de Göbekli Tepe,
o sea de las tormentas,
nacidas del juego de los relámpagos, el Aión,
y llegaremos con nuestros cuerpos
como tableros ondulatorios
para una dorada aventura, para plateadas jugarretas a la luz de la nueva luna
con bigotes de conejo y un tercer ojo por donde pasará el cordón umbilical del sol,
que es un huracán,
una nueva
ternura
Entonces escuchamos openings de anime
y ya no tuvimos miedo
porque nos transformamos en cristales
y las palabras salían como caricaturas
de nuestros vértices en llamas
Pensar en la infancia, desde la infancia, siempre pedirá un plural, una posesión plural
y no un posesivo que esté remitiendo constantemente a un sujeto único; una visión
multiplicante, policéntrica, no la propiedad privada.
No se trata de lo que era o hacía a los cinco, siete o diez años. Más bien tendría que ver
con algo que pasa aún entre nosotros, con la nitidez de un río, de infinitos ríos, centelleando
una configuración, construyendo un dodecaedro de Indra, una flor, en la que mi vida o tu
vida son un pétalo que es un río.
La imposibilidad de precisar ese nosotros (que pasa, que corre, que infinitamente se desliza)
es como la segunda pista en el nimbo de la infancia. ¿A qué podría referirse el nosotros de las
nubes sino a la imposibilidad de la referencia? —nubes resonándose intensa hospitalidad.
Los entrecruzamientos de las huellas de los tuaregs en el Sahara, de las estelas de las
canoas de los kaweshkar en el archipiélago de la Patagonia, de las visiones vegetales en la
selva del Petén…
Las huellas, los vapores que nacen entre la boca y el aire —lo que escribe sólo su
deambulando.
Pensamos en la infancia como una duna ardiendo sobre la que brillan los encuentros
del pie y la pezuña.
En la espuma, en la espuma de las páginas en blanco.
Algo que no tiene por qué ocurrir o no ocurrir para acontecer. Algo que acontece de
cualquier manera, evadiendo la posibilidad y la imposibilidad. Algo así como un dragón —o
la lluvia. Y la Novia que crece entremedio.
Sentimos esas parkas multicolores, esas tormentas fucsias, verdes y amarillas
fosforescentes.
Los niños, en el umbral de los sueños, se transforman en medusas.
Un niño, hace ya casi cien años, dijo que durante el día los sueños eran encerrados en
una cárcel.
En las praderas, en los bosques (de los que son un sueño las páginas en blanco, el
espacio: otra forma de fotosíntesis) —niños con plumas de pájaros, con cuernos de kudú.
Niños como terminales de conectividad, nodos donde lo humano es evaporado.
Niños son los días del corazón vasto, inconmensurable, en los que los vientos
planetarios remecen la hierba, abren flores, remecen el follaje de los abetos, de los peumos,
niña es la miel de las abejas y los escarabajos, los maples, los ulmos y las palmas, médanos de
miel, corazón panal, multiplicación & libación en los bordes de la horda, niños los alientos
que se electrifican, niños los asteroides, niños los estromatolitos, niñas son las sexualidades
cósmicas, niños los ecotonos, la cruza de velocidades, niñas las músicas de crospolinización,
niños los templos atravesados por nébulas de polen y esporas, niñas las tormentas que
dibujan en la atmósfera del planeta un poema que poco a poco tornamos a escuchar.
Los niños son una panspermia dirigida de este mundo a este mundo 1.
Nos ponemos en juego de una hospitalidad cósmica que construye sus mapas a través
de poemas, ecósferas.
El mundo de la infancia será aniquilado por la intemperie de la niñez, esa planicie
esplendente que los nórdicos llamaron Idavöllr.

1 “Living on the earth, with a cosmic sense, but living on the earth”, Kenneth White, Elements of Geopoetics.
Te transformaste en un castillo inflable
pero no eras un castillo
sino un Bugs Bunny inmenso y deforme
y entramos en una de tus nueve bocas
y al fondo había un jardín
que se llamaba ADN
y era una piscina de pelotas plásticas de colores
que olía a vómito
Si nos crecen cuernitos es porque nuestra escritura es travesura
cuernitos de caracol
Un niño leyendo su primer libro sin ilustraciones
como mirando hacia la nieve
no hacia la nada, no hacia una ausencia,
no hacia un blanco que suspende, que
anula,
sino hacia
una velocidad más allá de la muerte, en esa
vibrancia o intemperie
en que la vida ya no hace letras o huellas
ni pacta con los silenciamientos,
una vida fuera del tiempo reticulado.
un niño en el que crece un lunar que es un terremoto
Más allá de las colinas de nieve está el colegio de los amigos imaginarios
una
Aurora
Boreal
“La infancia es siempre una forma de ponerse fuera de alcance, de subvertir la lógica adulta
mediante la rapidez de sus desplazamientos”

Hocquenghem & Schérer


LA NIEVE

Niños caminando en la nieve


con raquetas en los pies
gorritos rojos y negros en la cabeza
y largas bufandas
donde otros niños han ido tejiendo
olas y olas
de cantos de cuando los niños eran transparentes
de cuando eran esferas resplandecientes que nevaban
de cuando eran niñas o nubes de pájaros
y escribían diarios de vida en los cielos

soy una caja llena de perritos a punto de nacer


soy el paso de los cachorros en la hierba
sobre todo soy los tropezones

niños caminando en la nieve


patinando
resbalándose
deslizándose en el lisor

es divino en la nieve deslizarse


algo que no cabe
en ninguna historia
ni historia de historias
deslizarse en la nieve
divino & repleto de animales
a punto de florecer
salivando ya
una lengua primaveral
entre colmillos de hierba
y dientes de león

perritos deslizándose en la nieve


sin poder pararse
o niños haciendo sus primeras caligrafías
en una hoja en blanco
temblando metódicamente
los bordes de las letras

niños borrando billetes mientras caminan en la nieve


sobando con la singularidad de las yemas
de sus dedos
borroneando o borrasqueando en los dígitos
las firmas del presidente y vicepresidente del banco central privatizado
la efigie del soldado o prócer o artista nacional
el paisaje emblematizado
borrando, borrando
las dimensiones suplementarias
que derrochan los billetes
el vértigo de demonios de
valor y propiedad
y libre curso
borrando
meditando cada chispa de contacto
cada entre
entre la carne, la piel, sus surcos, y las cifras

algo, un lenguaje, un cumpleaños, da vueltas, derrapa en nuestros corazones

visiones de cascadas en una tormenta de nieve


de cascadas, de bahías,
de aguas que se abren,
de aperturas que no cesan,
y un hilo o un aliento
que enlaza gozoso los copos
tejiendo en un corazón que no existe
que vibra, que ondula,
resplandeciendo sin forma ni límites
en la nieve
pespuntando intemperie
2.

Los niños que caminan en la nieve presencian las migraciones de los animales: los caribús, los
lobos, los petreles, los págalos, los lemmings, los osos polares, los bueyes almizcleros, los
zorros y los pingüinos. Ven, creen ver, fabrican un ver manadas de mamuts a lo lejos. Mamuts
enormes, de varias decenas de metros de alto, avanzando entre la niebla de las lejanías. Las
lejanías que se multiplican por todas partes en la nieve. No indiferenciada, la nieve es
ondulante, musical, vibrante de atolones energéticos. Por su superficie escarcea un alba sin
principio ni final, un alba en la que alguien está escribiendo simultáneamente en todas las
flores del tiempo.
Los niños que arrastran su trineo de cristal por la nieve, los niños que van dejando huellas
cada vez más de pezuña en la nieve, cada vez más ritmos de trote, de bosque desplazándose,
esparciéndose, un centelleo cuadrúpedo e hirsuto, lanudo, un jadeo de crines escarchadas.
Iridiscentes velocidades, los niños que devienen animal y trineo en las lomas nevadas, que se
lanzan como chorros a rodar y a rodar hasta volverse bolas de nieve explotan blanco sobre
blanco, blanco floreciendo en el blanco, blanco gritando, blanco a carcajadas blancas, conejos
salpicando las lenguas, sus hexágonos, sus huracanes de copos y papilas.
3.

El gerundio es el tiempo de los dioses, o la nieve es el tiempo de los dioses. Templos nevados
donde resuenan voces de niños de diversas épocas o pétalos. Templos donde los niños crean
juegos. Templos abandonados en islas donde ya no hay humanos y prosperan los venados.
Islas, y venados haciendo reverencias al sol que brota del mar y sus libros de espuma. Islas, y
venados haciendo reverencias a la luna llena que dispara nubes de esporas de luz. Pastizales
bioluminiscentes, y una luna con cornamenta transparente, enorme, de varios miles de
kilómetros, un sueño de ópalos maduros abriéndose solos, repletos de azúcar.
Soy un niño que creía en dios pero se lo comió una casa de mil y un raíces. Hace poco, en la
entrada de un temazcal o un iglú, vi un ojo de dios, y pensé por primera vez en mucho
tiempo en el amor de dios. Por el nombre, “ojo de dios”, entró aquello en singular, pero ahí,
entre los humos y los aromas y esa oscuridad cálida que nutre un nacer, se intuían
pluralidades hilándose en enjambres, postulando bailes a las divinas direcciones.
4.

lisor & quienes nos deslizamos

monos de nieve derretidos o vitrales naciendo


del fondo sin fondo de la nieve

en los libros brotados en el camino blanco dice:


la nieve nace de borbores protoplásmicos, entre caricaturas moleculares, por aventuras,
palpitando una microespuma donde fluyen flores espaciotemporales

nuestras botas plásticas, nuestras patitas heladas,


todo eso y más
es musgo, murmullo,
centifolio crujir la nieve
o arrugar la página y arrojarla para que desaparezca en el aire como una
ventana

lisor & quienes nos deslizamos


con neumáticos y bolsas de plástico
en la extensión popular de la nieve,
en la extensión vibratoria y bellamente anárquica de la
nieve,

en ese masticar con las estrellas, y hacer crujir sueños entre las mejillas y las estrellas
o entre las nalgas y las estrellas

nuestras pieles de guanaco


nuestras pieles de cuatrocientos tucu-tucus
de cuatrocientos vientos
de cuatrocientos polos

nevazón de un innominal
borrasca

copos anomales ardiendo en el corazón peregrinal

peregrimaginar o itinerar el imaginario -que es un skate, una tabla de windsurf, un tiburón


transparente, los cantos de una foca de Wedell- crea pasos, se abre por los caminos, los
caminos saltan a través de su corazón multiplicacional como los peces voladores atraviesan
en pelog el aire de indonesia

los millones de oídos en el oído saltan por doquier cuando la nieve anega
libres para trazar en las direcciones cuales quieran sus nuevas vidas, sus ritmos,
sus velas, el sol azul que han visto nacer en sus sueños durante miles de años, ese sol azul que
ha devenido verde, oleajes, aromas que caminan en los bosques de las montañas, entre la
niebla, los helechos y la luz que brota
de las huellas de los venados
5.

Al principio del Final Fantasy VI


unos robots que pueden instrumentalizar la magia
marchan a través de la nieve
para capturar a un dios o un gran conglomerado de energía de otra dimensión

Hacia el final de La Mano Izquierda de la Oscuridad


de Úrsula K. LeGuin
un hombre de otro mundo y un ser nativo de género estacional
recorren una enorme extensión de nieve
entre dos masas continentales
enamorándose a medida que mastican paso a paso su camino

Lezama Lima dijo


que los conejos polares
están marcados por un lunar
para no desaparecer totalmente
en el sentido dictado por la nieve

"el lunar del conejo


es su vida en la nieve,
si no lo homogéneo lo destruiría,
como el nacimiento de una fuente de agua en el fondo marino
o la gota de agua rodando dentro del cristal de cuarzo"
6.

cuerpos que se pierden en la nieve

pingüinos que se pierden en la nieve

locura blanca, círculos blancos,

fronteras en la nieve

fronteras invisibles,

imperceptibles

imperceptibles máquinas de fronteras en la blancura del capital

la blanquísima locura al interior del interior del interior de los bancos

nieves que oponemos


ininmaculados, nieve enlodada

al pasarnos deslizando
en bolsas de basura, en neumáticos,

nieves que oponemos a la blancura higienética

páginas en blanco contra la palabra-informática

nieves para el fuego bursátil

nieve

amplios campos de nieve

y cuerpos amplios caminando

jugando

amando
7.

ZOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOM!!!!!!!!!

¡¡¡¡PAFFFF!!!!!

TAM TAM TAM

DAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

TOOOOOOOOING!!!!

TOING-TOING! TOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOING!

ZAM!!! ZUM!!!!! ZIIIIIIIIIM!!!!

PAC! PLAF! PAF! SPLASH!


sismos o saltos o sutras voladores
lanzamos, sacudimos, mantramos
irradiamos, pelajeamos, jaraneamos los jadeos acá
sismamos, niñamos, rebotamos
TOING
TOOOOING
TOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOIIIIIING
estiramos nuestros brazos, nuestras piernas, FUUUUUUUUUUUM
burbujeamos, hervimos las superficies y los interiores
NOS MORIMOS DE LA RISA
de lado a lado & sin lados
polígonos preformales
cuadrúpedos
lanzándose en carrera
ya no a 24 cuadros por segundo
ya no sobre el celuloide
estamos corriendo por la nieve
en un ritmo infinito

las estrellas ya no son duras


ya no son puntos
ahora son ríos que cruzan el cielo
Territorios de la mente que tienen el color de los cumpleaños. Cuando un niño toma la mano
de su amigo como si fuera la mano de una reina y los perros no dejan de dar vueltas y ladrar
en el patio. Mientras los dos pequeños gatos aprovechan cada instante del día para proseguir
el poema que escriben en la casa.
Patas con almohadillas: el paraíso.
Jugar Supernintendo toda la noche:
multitud transdimensional
euforia
Escribimos sin un plan pero haciendo un plano de los juegos a los que deseamos
consagrarnos.
Amanece
Escribimos
un niño que por primera vez pasa toda la noche despierto
y ve el amanecer
el mundo
escribiendo divinamente en sí el sol
En las crestas, en los pliegues
de las olas de Trapar
una se siente
niña y más que niña
coralian
Pinocho o la máquina de niños

Son los niños los que inventan los juguetes. No se inventan juguetes para los niños. Mientras
que los hombres se transformaron en inventores de herramientas, los niños devienen cada vez
creadores de juguetes, porque a diferencia de las herramientas, los juguetes no están referidos
a un propósito ulterior que puedan cumplir de una vez por todas, sino que acontecen cada
vez singulares —toda partida, todo movimiento de juego es “único”. Todos los niños
inventan varios juegos en los que devienen juguetes: es a partir de ese éxtasis que pueden
crear juguetes, aliados de (su) devenir.

Para los adultos, los juguetes siempre serán solamente copias. Referidos automáticamente a
un orden trascendental, los supeditan al Modelo o primero de la serie, que funge de núcleo
del sistema de valores del mundo adulto. Por eso, la historia de Pinocho, tal y como nos es
contada por los adultos, dice que Pinocho es un artificio, un niño de madera, que desea
convertirse en un niño de verdad. Los niños sabemos que en Pinocho operan alianzas mucho
más finas que las relaciones de verdad o realidad. Sabemos, para partir, que Pinocho produce
niños deslizantes, niños que esquivan los regímenes de captura. Sabemos, también, que ese
corte automático que se opera sobre Pinocho y lo relega al artificio de la marioneta creada
para entretención de los hombres, no puede cortar esa vasta conciencia de madera que aflora
en Pinocho: recuerda la fotosíntesis como una vida “anterior” aconteciendo simultáneamente
a su vida “presente”, imagina en la diversas configuraciones de sus células la velocidad de
extensión de las hierbas, sus sueños aparecen como una divina anomalía de la savia o como la
aglomeración de los sonidos de los movimientos de la savia en los árboles de un bosque, un
zumbar casi un rugido de silencios.

Todos esquivamos el recuerdo del final de la película donde Pinocho aparece ya como un
niño real: lo esquivamos porque se nos dice que es Pinocho y vemos y sabemos claramente
que no lo es, que no puede ser él. ¿Por qué? Porque sabemos que Pinocho es un niño
cualquiera, y ese niño “real” que ahí nos presentan, en ese final que precipitan, es un niño
“genérico”: precisamente la clase de niño que sólo puede producir la conjunción de la escuela,
la familia, el Estado, etc. Pinocho, que era salvaje, un hervor de posibilidades, es pasado por
los filtros trascendentales del Hada Azul, y en un último instante de pesadilla nos
demuestran que nos quieren devorar en una imagen anodina de nosotros mismos: pero
nosotros somos en relación a la existencia un casi, y ninguna captura puede terminar de una
vez y para siempre con las intemperies que consistimos.

Si algo nos demuestra ese final atropellado de Pinocho del que hablamos, es el pavor a que las
aventuras de éste sean interminables, a que Pinocho se deslice una y otra vez de su supuesto
propósito de transformarse en un niño de verdad —incluso a que se deslice fuera de la misma
película. Por eso, decíamos, el ritmo vertiginoso y ya histéricamente pesadillezco con que la
trama desemboca en la transformación de Pinocho, refleja la dificultad de exterminar lo que
llamaremos las máquinas de creación de niños. Allí donde el Estado y sus instituciones, la
familia, el mercado, producen puerilidades codificadas, las máquinas de creación de niños
crean a partir de lo incalculable, de los posibles, los virtuales, de una infancia sin ulterioridad
sino inmanente a sus infinitos mundos. Es esa inmanencia a la creación de mundos la que
siempre se ha buscado domesticar: los niños excedemos la política que se restringe a la polis y
los humanos, nos aventuramos por las políticas de las estepas, de las praderas, de los
archipiélagos, deambulamos por los ecotonos donde los humanos umbralan como un animal
más.

Bataille se equivoca al tratar de comprender a los niños bajo conceptos como soberanía o
transgresión. Esos conceptos existirían sólo en relación a un orden adulto dado que, en
definitiva, presta oídos sordos a lo proteico y nómada que juega en los niños, eso en lo que se
juegan los niños. Las expresiones de libertad niñas no constituyen nunca una soberanía: son
demasiado anárquicas como para constituirse. Se inflan, se vuelven vastas, ondulan, llueven,
irradian, corren, jadean, perfuman, eclosionan, soplan, centellean. No se trata, como quería
Bataille, de los niños contra los padres, ni siquiera se trata de los niños contra el Estado o
contra el mercado, porque, en definitiva, no se trata de los niños determinados en relaciones
binarias. Con Pinocho nos deslizamos velozmente de esos horizontes en aras de un aquí que
las instituciones disimulan y saturan sistemáticamente: el mundo. Habría que escribir alguna
vez una segunda parte de Pinocho, que en realidad sería la primera: sería en verdad un libro
de aventuras en el que Pinocho recorrería el mundo, un mundo sin confines, lleno, a su vez,
de mundos.

Los niños estamos en una relación de juego con el mundo —en una alianza de juego.
Así como los poemas transcurren en la página en blanco, las aventuras de los juguetes y de
los niños que devienen juguetes transcurren en tiempos en blanco. Poemas y aventuras se
conectan en la cuarta dimensión. Con sus patas múltiples, iridiscentes, corren a través de los
sueños del tiempo.

Para los niños que devienen juguetes, los juguetes son olas que alcanza su expansión, su
euforia: personajes, como él mismo, de un devenir, de toda una dimensión en devenir. Como
los bodhisattvas de mil mundos se congregaban en una Sri Lanka voladora, espumeante,
compuesta de joyas, así los niños y los juguetes se congregan en la creación de
espaciotiempos. La revolución de las semillas es la revolución de los niños: el nacimiento de
un desde los nuevos mundos.

Pinocho navega entre innumerables islas: la isla de los juguetes, la isla de los jaguares, la isla
de los nautilos, la isla de los lotos, la isla de las libélulas, la isla de Idavöllr, la isla de los
maniraptores, la isla de los capibaras, la isla de los cavas, la isla de los grifos, la isla de los
soles, la isla de las ballenas, la isla de las abejas, la isla de los estorninos. Lejos de la escuela,
de Gepetto y el Hada Azul, Pinocho ha devenido kaweshkar, maorí. Su cuerpo tatuado de
yubartas y delfines, navega una canoa o un cristal donde afloran patrones haidas y escitas.
“Si uno fuera de verdad un indio, siempre alerta, y sobre el caballo galopante, sesgado en el
aire, vibrara una y otra vez sobre el suelo vibrante, hasta dejar las espuelas, pues no había
espuelas, hasta desechar las riendas, pues no había riendas, y por delante apenas veía el
terreno como un brezal segado al raso, ya sin cuello ni cabeza de caballo”

Franz Kafka, Deseo de convertirse en indio

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