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Luis Galdames: Apacheta, La ofrenda de Piedra

El artículo de Galdames aborda el fenómeno de las apachetas, tradicionales


construcciones de piedra, que datan de la época prehispánica y que tienen una serie de fines y
objetivos que permiten dar cuenta de una experiencia de encuentro entre los viajeros y lo que el
autor define como el “espíritu del lugar”. Este diálogo, permitirá establecer una suerte de armonía
entre las partes, dada, por una parte, por un factor religioso y, por otra, por una suerte de
conciencia mutua del tiempo, en una relación compleja entre pasado, presente y futuro.

Galdames partirá señalando que el eje articulador de todo este entramado será, sin duda,
el factor espacial. En este sentido el entorno del hombre de los Andes (quechua o aymará)
constituye el pilar fundamental de su existencia, reflejada en una relación cósmica con su
alrededor: “La naturaleza toda constituye -para el poblador andino- un universo pleno de lugares
especiales y, por ende, sagrado”. (1990: 12). Lo anterior sugiere que la fe religiosa será el
articulador de la vida, siendo el viaje, en tanto experiencia y acto, parte de esa concepción.

Ahora bien, el valor de la apacheta como construcción y materialidad de la fe, surge y


cobra valor en la travesía del individuo. Es así que no será antojadiza la ubicación de estos
lugares; al contrario, su posicionamiento también tendrá una explicación desde estás lógicas: “Los
“espiritus del lugar” residen, pues, allí donde poderes apuestos (sic) se enfrentan y neutralizan,
como lo son las encrucijadas de caminos, las abras y las cumbres de los cerros, obligando a los
caminantes a entrar en relaciones de reciprocidad con ellos.” (1990: 21). En este sentido, y en
términos de los objetivos formales de su existencia y de su función, la apacheta cumplirá con los
siguientes objetivos:

 Recibir fuerzas para el camino


 Recibir protección contra los espíritus malignos.
 Dar agradecimiento
 Recobrar la salud (descanso, alivio de los males.)
 Solicitar un feliz regreso al hogar.

En este contexto, el “espíritu del lugar”, es una especie de alma universal de la comunidad, con
la que se establece una relación de mutuo beneficio. El viajante, debe dar una ofrenda para poder
obtener lo que solicita. De este modo, encontramos un evidente rasgo de integración, puesto que
el entregar alguna posesión en la apacheta, supone la aceptación de la naturaleza, hacia el sujeto.
De ahí que podamos señalar también, que la ofrenda se asume como una suerte de peaje.

El establecer este pacto de mutua retribución supone no sólo una transacción con el espacio
natural, sino también la conciencia de un pasado, de un hombre que habitó ese entorno y con el
que se debe dialogar, ya no solamente como acto mercantil, por así decirlo, sino además como
una construcción identitaria, de la cual el viajero es producto y proyección. La ofrenda entonces
será una declaración de voluntad: Sé de dónde vengo, te valoro, espíritu, por ser parte de mi
identidad y te solicito ayuda para el éxito de mi travesía.

Por otra parte, la ofrenda, lo que se ofrece, cobra un nivel muy trascendente a nivel
simbólico. Ya sea la hoja de coca masticada, los zapatos gastados del viajante, parte de sus
reservas alimentarias, etc. son elementos que le permiten una renovación de energías al individuo.
El ofrecer no sólo será un acto de veneración y una muestra de respeto, también supondrá una
retribución efectiva. El recobrar las fuerzas, el mejoramiento de la salud (en caso de enfermedad),
se convierten en el fundamento tanto del éxito de la empresa del viaje, como del crecimiento de la
experiencia del emprendedor.

Por todo lo anterior es que podemos pesquisar una conciencia amorosa en la apacheta
(como fenómeno cultural), ya sea por su valor ceremonial, por su carácter dialógico, o por la
presencia, de una voluntad de reservación identitaria, dada, como ya dijimos, por este encuentro,
entre extranjero y comunidad, así como por la armonía que se establece entre esferas temporales
heterogéneas: “A través de este ritual, el viajero de los Andes busca reparar el equilibrio ecológico,
roto por la acción humana o susceptible de quebrar por ello” (1990: 21).

La idea de comunidad, más aún, comunión es evidente.

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