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Galdames partirá señalando que el eje articulador de todo este entramado será, sin duda,
el factor espacial. En este sentido el entorno del hombre de los Andes (quechua o aymará)
constituye el pilar fundamental de su existencia, reflejada en una relación cósmica con su
alrededor: “La naturaleza toda constituye -para el poblador andino- un universo pleno de lugares
especiales y, por ende, sagrado”. (1990: 12). Lo anterior sugiere que la fe religiosa será el
articulador de la vida, siendo el viaje, en tanto experiencia y acto, parte de esa concepción.
En este contexto, el “espíritu del lugar”, es una especie de alma universal de la comunidad, con
la que se establece una relación de mutuo beneficio. El viajante, debe dar una ofrenda para poder
obtener lo que solicita. De este modo, encontramos un evidente rasgo de integración, puesto que
el entregar alguna posesión en la apacheta, supone la aceptación de la naturaleza, hacia el sujeto.
De ahí que podamos señalar también, que la ofrenda se asume como una suerte de peaje.
El establecer este pacto de mutua retribución supone no sólo una transacción con el espacio
natural, sino también la conciencia de un pasado, de un hombre que habitó ese entorno y con el
que se debe dialogar, ya no solamente como acto mercantil, por así decirlo, sino además como
una construcción identitaria, de la cual el viajero es producto y proyección. La ofrenda entonces
será una declaración de voluntad: Sé de dónde vengo, te valoro, espíritu, por ser parte de mi
identidad y te solicito ayuda para el éxito de mi travesía.
Por otra parte, la ofrenda, lo que se ofrece, cobra un nivel muy trascendente a nivel
simbólico. Ya sea la hoja de coca masticada, los zapatos gastados del viajante, parte de sus
reservas alimentarias, etc. son elementos que le permiten una renovación de energías al individuo.
El ofrecer no sólo será un acto de veneración y una muestra de respeto, también supondrá una
retribución efectiva. El recobrar las fuerzas, el mejoramiento de la salud (en caso de enfermedad),
se convierten en el fundamento tanto del éxito de la empresa del viaje, como del crecimiento de la
experiencia del emprendedor.
Por todo lo anterior es que podemos pesquisar una conciencia amorosa en la apacheta
(como fenómeno cultural), ya sea por su valor ceremonial, por su carácter dialógico, o por la
presencia, de una voluntad de reservación identitaria, dada, como ya dijimos, por este encuentro,
entre extranjero y comunidad, así como por la armonía que se establece entre esferas temporales
heterogéneas: “A través de este ritual, el viajero de los Andes busca reparar el equilibrio ecológico,
roto por la acción humana o susceptible de quebrar por ello” (1990: 21).