You are on page 1of 352

CÓMO CAMBIAR EL MUNDO

MEMORIA CRÍTICA
ERIC HOBSBAWM

CÓMO CAMBIARELMUNDO

Marxy el marxismo 1840-2011

Traduccióncastellanade
SilviaFurió

C R ÍT IC A
BARCELONA
Primera edición: mayo de 2011

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni suincorporación aun sistema informático,
ni su transmisión en cualquier forma opor cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia,
por grabación u otros métodos, sin el permiso previoypor escrito del editor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270ysiguientes del
Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de lawebwww.conlicencia,
como por teléfono en el 91 702 19 70/ 93 272 04 47.

Título original:
LIowto Change the World
Diseño de la cubierta: Jaime Fernández
Ilustración de la cubierta: ©The Bridgeinan Art Gallery
Composición: Papyro

©2011, Eric Hobsbawm


©2011 de la traducción, SilviaFurió
©2011 de la presente edición para España yAmérica:
CRÍTICA, S.L., Diagonal 662-664, 08034 Barcelona
editorial@ed-critica.es
www.ed-critica.es

ISBN: 978-84-9892-211-0
Depósito legal: B. 14422 - 2011
2011. Impreso yencuadernado en España por Cayfosa
A lamemoriade GeorgeLichtheim
Prólogo

El presentelibro, recopilacióndemuchas demis obras relativas aeste


campo entre 1956 y2009, es básicamente un estudio del desarrollo
e impacto postumo del pensamiento de Karl Marx (yel inseparable
Frederick Engels). No es una historia del marxismo en el sentido
tradicional, aunque su núcleo incluye seis capítulos que escribí para
un multivolumen muyambicioso, StoriadelMarxismo, publicado en
italiano por la editorial Einaudi (1978-1982), del que fui coplanifi-
cador ycoeditor. Dichos capítulos, revisados, aveces exhaustivamen­
te reescritos ycomplementados con un capítulo sobre el período de la
recesión marxista a partir de 1983, constituyen más de la mitad del
contenido de este libro. Además, contiene otros estudios de lo que
lajerga erudita denomina «larecepción» deMarxyel marxismo; un
ensayosobre el marxismoylos movimientos obreros desdeladécada
de 1890, cuya versión inicial fue originalmente una conferencia en
alemán para el International Conference ofLabour Historians cele­
brado en Linz; ytres introducciones a obras concretas: Lasituación
delaclaseobreraenInglaterrade Engels, el Manifiestocomunistaylas
opiniones deMarxsobrelas formaciones sociales precapitalistas enel
importante conjunto de manuscritos de 1850 conocidos en suforma
publicada como Grundrisse. El único marxista posterior a Marx y
Engels debatido específicamente en este libro es Antonio Gramsci.
IO Cómo cambiar el mundo

Unas dos terceras partes de estos textos no se han publicado en


inglés opermanecen inéditos. El capítulo 1es una contribucióncon­
siderablemente ampliadayreescrita auna charlapública sobre Marx
celebrada bajo los auspicios de la Semana del LibroJudío en 2007.
Lomismo sucede conel capítulo 13. El capítulo 15nohasidopubli­
cado con anterioridad.
¿Quiénes eran los lectores que yo tenía en mente cuando escribí
estos estudios, ahora recopilados? En algunos casos (los capítulos 1,
4, 5, 16y, quizá el 12), simplemente hombres ymujeres interesados
en saber más acercade este tema. Sinembargo, lamayoríade capítu­
los van dirigidos alectores con un interés más específicoenMarx, el
marxismoylainteracción entre el contexto históricoyel desarrolloy
lainfluenciadelas ideas. Lo que he tratado deproporcionar aambos
tipos de lectores es la idea de que el debate sobre Marxyel marxis­
mo no puede limitarse a una polémica a favor o en contra, territorio
político e ideológico ocupado por las distintas y cambiantes señas de
los maixistasysus antagonistas. Durantelos últimos 130años ha sido
el tema fundamental de la música intelectual del mundo moderno, y
a través de su capacidad de movilizar fuerzas sociales, una presencia
crucial, en determinados períodos decisiva, de lahistoria del sigloxx.
Espero que mi libroayude alos lectores areflexionar sobrelacuestión
de cuál serásufuturoyel delahumanidadenel sigloxxi.
Er ic Hobsbawn
Londres, enero de 2011
I

MARXYENGELS
1

Marxhoy

i
En 2007, menos de dos semanas antes del aniversario de la muerte
de Karl Marx (14 de marzo) y a pocos pasos de distancia del lugar
con el que está más estrechamente asociado en Londres, la Round
Reading Roomdel Museo Británico, secelebróla Semana del Libro
Judío. Dos socialistas muydiferentes, Jacques Attali yyo, estábamos
allí para presentarle nuestro respeto postumo. Sin embargo, si tene­
mos en cuenta la ocasión yla fecha, aquello era doblemente inespe­
rado. No podemos decir que Marx muriera habiendo fracasado en
1883, porque sus obras habían empezado ahacer mella enAlemania
y especialmente entre los intelectuales de Rusia, y un movimiento
dirigido por sus discípulos estabaya captando al movimiento obrero
alemán. Peroen 1883, aunquepoco, habíayasuficienteparamostrar
la obra de suvida. Había escrito algunos panfletos extraordinarios y
el tronco de un importante volumen incompleto, Das Kapital, obra
enla que apenas avanzó durante la última década de suvida. «¿Qué
obras?», inquiría amargamente cuando un visitante le preguntaba
acerca de sus obras. Su principal esfuerzo político desde el fracaso
de larevolución de 1848, lallamada Primera Internacional de 1864-
1873, se había ido apique. No ocupó ningún lugar destacado en la
políticani enlavidaintelectual de Gran Bretaña, dondevivióduran­
te más de la mitad de suvida en calidadde exiliado.
14 Cómo cambiar el mundo

Ysin embargo, ¡qué extraordinario éxito postumo! Al cabo de


veinticinco años de sumuerte, los partidos políticos delaclaseobrera
europea fundados en su nombre, o que reconocían estar inspirados
en él, tenían entre el 15 y el 47 %del voto en los países con elec
ciones democráticas; Gran Bretaña era la única excepción. Después
de 1918 muchos de ellos fueron partidos de gobierno, no sólo de ís
oposición, y siguieron siéndolo hasta el final del fascismo, pero en
tonces la mayoría de ellos se apresuraron a desdeñar su inspiración
original. Todos ellos existen todavía. Entretanto, los discípulos de
Marx crearon grupos revolucionarios en países no democráticos y
del tercer mundo. Setenta años después de la muerte de Marx, una
terceraparte de laraza humana vivíabajo regímenes gobernados por
partidos comunistas que presumían de representar sus ideas yde ha
cer realidad sus aspiraciones. Bastante más de un 20 %aún siguen
en el poder a pesar de que sus partidos en el gobierno, con pocas
excepciones, han cambiado drásticamente sus políticas. Resumien­
do, si algún pensador dejó una importante e indeleble huella en el
siglo xx, ése fue él. Entremos en el cementerio de Highgate, donde
están enterrados los decimonónicos Marx y Spencer —Karl Marx y
Herbert Spencer—, cuyas tumbas están curiosamente una a la vista
dela otra. Cuando ambos vivían, Herbert estabareconocido comoel
Aristóteles de la época, y Karl era un tipo que vivía en la parte baja
de la ladera de Hampstead del dinero de su amigo. Hoy nadie sabe
siquiera que Spencer está allí, mientras que ancianos peregrinos de
JapónylaIndia visitanlatumba de Karl Marx, ylos comunistas ira­
níes eiraquíes exiliados insisten en ser enterrados asusombra.
La era de los regímenes comunistas y partidos comunistas de
masas tocó a su fin con la caída de la URSS, y allí donde aún so­
breviven, como en China yla India, en la práctica han abandonado
el viejo proyecto del marxismo leninista. Cuando esto ocurrió, Karl
Marxvolvió aencontrarse entierra denadie. El comunismo sehabía
jactado de ser su verdadero y único heredero, y sus ideas se habían
identificado ampliamente con él. Incluso las tendencias marxistas o
marxistas-leninistas disidentes que establecieron unos cuantos pun­
tos deapoyoaquí yallí después deque KhrushchevdenunciaseaSta-
lin en 1956 eran casi con toda certeza excomunistas escindidos. Por
M arx hoy 15

consiguiente, durante granparte delos primeros veinte años después


desumuerte, seconvirtióestrictamente enunhombre del pasadodel
que no valía la pena ocuparse. Algún que otro periodista ha llegado
inclusoasugerir que el debate de estanoche trata derescatarlode«la
papelera de lahistoria». Sinembargo, hoyendíaMarx es, otravezy
más que nunca, un pensador para el sigloxxi.
No creoquedebahacerse demasiadocasodeunsondeorealizado
por la BBC en el que, según los votos de los radioyentes británicos,
Marx fue el más grande de todos los filósofos, pero si escribimos su
nombre en Google, comprobamos que sigue siendo la mayor de las
grandes presencias intelectuales, superado sólo por Darwin y Eins-
tein, pero muypor encima de AdamSmithyFreud.
En mi opinión, hay dos razones para ello. La primera es que el
fin del marxismo oficial de la URSS liberó aMarx de la identifica- /
ciónpública con el leninismo en teoríayconlos regímenes leninistas
en la práctica. Quedó muy claro que todavía había muchas ybuenas
razones para tener en cuenta lo que Marx tenía que decir acerca del
mundo. Sobre todo porque, yésta es la segunda razón, el mundo ca­
pitalista globalizado que surgió en la década de 1990 era en aspectos
cruciales asombrosamenteparecidoal mundoanticipadoporMarxen
el Manifiesto comunista. Esto quedó patente con la reacción pública
en el 150 aniversario de este extraordinariopanfleto en 1998, año de
intensa agitación de la economía global. Paradójicamente, esta vez
fueronloscapitalistas, nolos socialistas, quienesloredescubrieron: los
socialistas estaban demasiado desalentados para conceder demasiada
importancia a este aniversario. Recuerdo mi asombro cuando se me
acercó el editor de larevista devuelode UnitedAirlines, de laque el
80 %de lectores debían de ser americanos en viaje de negocios. Yo
había escritoun artículo sobre el Manifiesto, yél pensaba que sus lec­
tores podían estar interesados enun debate acercadel mismo; ¿podía
utilizar fragmentos de mi artículo? Todavía quedé más sorprendido
cuando, en una comida, a finales de siglo o a principios del nuevo,
George SorosmepreguntóquépensabayodeMarx. Sabiendolomu­
cho que divergían nuestras opiniones, quise evitar una discusiónyle
di una respuesta ambigua. «Hace 150 años este hombre», dijo Soros,
«descubrió algo sobre el capitalismo que hemos de tener en cuenta».
IÓ Cómo cambiar el mundo

Yeracierto. Poco después, escritores que nunca, por loqueyosé, ha­


bían sido comunistas, empezaron a considerarlo con seriedad, como
enlanuevabiografíayestudio deMarxdeJacquesAttali. Estepiensa
también que Karl Marxtiene muchoque decir aaquellos quequieren
que el mundo sea una sociedad diferente ymejor de la que tenemos
hoyen día. Es bueno que nos recuerdenque inclusodesde estepunto
devistahemos de tener en cuenta aMarxenlaactualidad.
En octubre de2008, cuandoel FinancialTimeslondinensepubli­
cóel titular «Capitalismo enconvulsión», yanopodía haber ninguna
duda de que había vuelto a la escena pública. Mientras el capitalis­
mo global siga experimentando su mayor conmoción y crisis desde
comienzos de los años treinta, no es probable que abandone dicho
escenario. Además, el Marx del sigloxxi sinlugar adudas será muy
distinto del Marx del sigloxx.
Lo quelagentepensaba deMarxel siglopasadoestabadominado
por tres hechos. El primero eraladivisiónentre países encuyaagenda
se encontraba la revolución, y los que no, es decir, a grandes rasgos,
los países de capitalismo desarrollado del Atlántico Norte yregiones
del Pacíficoyel resto. El segundohecho se desprende del primero: la
herenciadeMarxsebifurcódeformanatural enunaherenciasocialde-
mócratayreformistayunaherenciarevolucionaria, dominadaabruma­
doramente por larevoluciónmsa. Esto sepuso de manifiesto después
de 1917acausadel tercer hecho: el dermmbe del capitalismodecimo­
nónicoydelasociedadburguesadel sigloxixenloquehedenominado
la«eradelacatástrofe», entre, aproximadamente, 1914yfinales delos
años cuarenta. Aquella crisis iba a servir para que muchos dudasende
si el capitalismo podría recuperarse. ¿Acaso no estaba destinado a ser
reemplazadopor una economíasocialistatal comopredijoel paranada
marxistaJoseph Schumpeter enladécada de 1940?De hecho, el capi­
talismoserecuperó, peronoensuantiguaforma. Al mismotiempo, en
la URSS la alternativa socialista parecía ser inmune al colapso. Entre
1929y1960noparecíadescabellado, ni siquieraparalos numerosos no
socialistas quenoestabande acuerdoconlapartepolíticadeestosregí­
menes, creer que el capitalismoestabaperdiendofuelleyquelaURSS
estabademostrandoquepodíasuperarlo. En el añodel Sputnikestono
sonaba absurdo. Que sí loera, sehizoharto evidente después de 1960.
M a rx hoy *7

Estos acontecimientos y sus implicaciones enlapolíticaylateo­


ría pertenecen al período posterior alamuerte de MarxyEngels. Se
encuentran más allá del alcance de lapropia experienciayvaloracio­
nes de Marx. Nuestrojuicio del marxismo del sigloxx nose susten­
ta en el pensamiento de Marx, sino en interpretaciones orevisiones
postumas de sus obras. Como mucho, podemos alegar que afinales
de la década de 1890, durante lo que constituyó la primera crisis
intelectual del marxismo, la primera generación de marxistas, aque­
llos que habían tenido contacto personal conMarx, omás probable­
mente con Frederick Engels, empezabanya adebatir algunos de los
temas que serían relevantes en el siglo xx, especialmente el revisio­
nismo, el imperialismo yel nacionalismo. Gran parte de los debates
marxistas posteriores son específicos del sigloxx yno seencuentran
en Karl Marx, en particular la disputa sobre cómo podía o debería
ser enrealidaduna economía socialista, que surgióengranmedidade
la experiencia de las economías de guerra de 1914-1918yde las casi
revolucionarias orevolucionarias crisis de posguerra.
Así pues, la afirmación de que el socialismo era superior al ca­
pitalismo como modo de asegurar el rápido desarrollo de las fuerzas
de producción nopudohaber sidopronunciadapor Marx. Pertenece
a la era en que la crisis capitalista de entreguerras se encaraba a la
URSS de los planes quinquenales. En realidad, lo que decía Karl
Marx no era que el capitalismo hubiera alcanzado los límites de su
capacidad para aumentar las fuerzas de producción, sino que el rit­
mo irregular del crecimiento capitalista provocaba crisis periódicas
desuperpoblaciónque, tarde otemprano, serevelaríanincompatibles
con el modo capitalista de llevar la economía ygeneraría conflictos
sociales alos que no sobreviviría. El capitalismo era, por naturaleza,
incapaz de conformar laeconomíaresultante delaproducciónsocial.
Esta, suponía, sería necesariamente socialista.
Por consiguiente, no es de extrañar que el «socialismo»estuviera
enel centrodelos debatesylasvaloraciones deKarl Marxdel sigloxx.
La razón de ello no era porque el proyecto de una economía socia­
lista seaespecíficamente marxista, que noloes, sinoporque todos los
partidos inspirados enel marxismo compartíanesteproyectoylos co­
munistas incluso se arrogaban el haberlo instituido. Dicho proyecto,
i8 Cómo cambiar el mundo

en su forma del siglo xx, está muerto. El «socialismo», tal como se


aplicóenlaURSSylas otras «economías centralmente planificadas»,
es decir, economías dirigidas teóricamente sin mercado, propiedad
del Estado y controladas por el mismo, han desaparecido y no re­
surgirán. Las aspiraciones socialdemócratas de construir economías
socialistas habían sido siempre ideales de futuro, pero incluso como
aspiraciones formales fueron abandonadas afinales de siglo.
¿Hasta qué punto era marxiano el modelo de socialismo que te­
nían en mente los socialdemócratas y el socialismo establecido por
los regímenes comunistas? En este aspecto, es fundamental destacar
que el propio Marx se abstuvo deliberadamente de hacer declaracio­
nes específicas acerca de las economías e instituciones económicas
del socialismoyno dijo nada sobre la forma concreta de la sociedad
comunista, excepto que no podía ser construida ni programada, sino
que evolucionaría apartir de una sociedad socialista. Estas observa­
ciones generales que hizo sobre el tema, como las de la Críticadel
programadeGothade los socialdemócratas alemanes, apenas propor­
cionaron una guía específica a sus sucesores, y éstos no se tomaron
en serio lo que consideraron que era un problema académico o un
ejercicio utópico hasta después de la revolución. Bastaba con saber
que estaría basada, para citar la famosa «cláusulaIV» de la constitu­
cióndel Partido Laborista, «enlapropiedadcomún delos medios de
producción», alcanzable, según interpretación general, mediante la
nacionalización de las industrias del país.
Curiosamente, la primera teoría de una economía socialista
centralizada nofueelaboradapor socialistas, sinopor un economis­
ta italiano no socialista, Enrico Barone, en 1908. Nadie más pensó
en ella antes de que la cuestión de nacionalizar las industrias priva­
das saltara a la agenda de la política práctica al final de la primera
guerra mundial. En aquel momento, los socialistas seenfrentarona
sus problemas sin estar preparados y sin guía alguna del pasado ni
de ningún tipo.
La «planificación» está implícita en cualquier clase de economía
socialmentegestionada, peroMarxnodijonadaconcretoal respecto,
ycuando sepusoenpráctica enlaRusiasoviéticadespués delarevo­
lución, tuvoque ser engranparte improvisada. Teóricamente sehizo
y
M arx hoy 19

ideando conceptos (como el análisis de entrada-salida de Leontiev)*


y proporcionando estadísticas relevantes. Estos mecanismos serían
más tarde ampliamente asumidos por economías no socialistas. En
lapráctica sellevóacaboimitandolas igualmente improvisadas eco­
nomías de guerra de la primera guerra mundial, especialmente la
alemana, quizá prestando especial atención a la industria eléctrica
sobre la que Lenin fue informado por simpatizantes políticos entre
los ejecutivos de las empresas eléctricas alemanas y americanas. La
economía de guerra constituyó el modelo básico de la economía so­
viética planificada, es decir, una economía que se propone a priori
ciertos objetivos —industrialización ultrarrápida, ganar una guerra,
fabricar una bomba atómica o llevar al hombre a la luna—y des­
pués planificacómo alcanzarlos destinandorecursos seacual fuere el
coste a corto plazo. No hay nada exclusivamente socialista en ello.
Trabajar para objetivos establecidos apriori puede hacerse con más
omenos sofisticación, pero laeconomía soviéticanunca fuemás allá
de esto. Ya pesar de que lo intentó a partir de 1960, nunca pudo
salir del círculovicioso implícito de tratar de ajustar los mercados a
una estructura burocrática dirigida.
La socialdemocracia modificó el marxismo de modo distinto,
bien posponiendo la construcción de una economía socialista, bien,
de modo más positivo, concibiendo diferentes formas de una econo­
míamixta. El hechodequelospartidos socialdemócratas secompro­
metieran acrear una economía totalmente socialistaimplicaba cierta
reflexión sobre el tema. El pensamiento más interesante provino de
pensadores nomarxianos comolosfabianos SidneyyBeatriceWebb,
que pronosticaron una transformación gradual del capitalismo hacia
el socialismo através de una serie de reformas irreversiblesyacumu­
lativas, dotando así de pensamiento político ala forma institucional
del socialismo, aunque no asus operaciones económicas. El principal
«revisionista» marxiano, Eduard Bernstein, afinó el problema insis­
tiendo en que el movimiento reformista lo eratodoy.que el objetivo
final notenía realidadpráctica. De hecho, la mayoría de los partidos
socialdemócratas que se convirtieron en partidos de gobierno des­
* Análisis input-output. (N. de la t.)
20 Cómo cambiar el mundo

pués de la primera guerra mundial se conformaron con la política


revisionista, dejando que la economía capitalista operase para satis­
facer las exigencias del trabajo. El lociisclasicusde esta actitud fue El
futuro del socialismode Anthony Crosland (1956), que esgrimía que
yaque el capitalismo posterior a 1945había solucionadoel problema
deproducir una sociedaddela abundancia, laempresapública (enla
forma clásica de nacionalización o de otro modo) no era necesaria y
la única tarea de los socialistas era la de garantizar una distribución
equitativa de la riqueza nacional. Todo esto estaba muy alejado de
Marx, ypor supuesto de los objetivos tradicionales de los socialistas
hacia un socialismo como sociedad básicamente no mercantil, que
probablemente también Karl Marx compartía.
Permítanme añadir solamente que el reciente debate entre neo­
liberales económicos ysus críticos sobre el papel delas empresas pú­
blicas y del Estado, en principio, no es un debate específicamente
marxista yni siquiera socialista. Descansa en el intento desde la dé­
cada de 1970 de trasladar una degeneración patológica del principio
de laissez-faire a la realidad económica mediante el repliegue siste­
mático de los estados ante cualquier regulación ocontrol delas acti­
vidades de empresas lucrativas. Este intento de transferir lasociedad
humana al mercado (supuestamente) autocontrolado que maximiza
lariquezaeinclusoel bienestar, poblado (supuestamente) por actores
en busca de sus propios intereses, no tenía precedente en ninguna
fase anterior del desarrollo capitalista en ninguna economía desarro­
llada, ni siquiera en EE.UU. Era una reductioadabsurdumde lo que
susideólogos leyeronenAdamSmith, igual queloeralaequivalente
economía dirigida extremistade laURSSplanificadaal cienpor cien
por el Estado de lo que los bolcheviques leyeron enMarx. No es de
sorprender que este «fundamentalismo de mercado», más cercano a
laideología que alarealidad económica, también fracasase.
La desaparición de las economías estatales de planificación
centralizada yla práctica desaparición de una sociedad fundamen­
talmente transformada de las aspiraciones de los desmoralizados
partidos socialdemócratas han eliminado muchos de los debates
del sigloxx sobre el socialismo. Estaban en cierto modo alejados del
nensamiento del propio Karl Marx, aunque en gran medida inspi­
\V
M a rx hoy 21

rados en él y llevados a cabo en su nombre. Por otro lado, a tra­


vés de sus obras Marx continuó siendo una enorme fuerza en tres
aspectos: como pensador económico, como historiador y analista, y
como el reconocido padre fundador (con DurkheimyMaxWeber)
del pensamiento moderno sobre la sociedad. No estoy cualificado
para expresar una opinión acerca de suduradera, pero sinduda seria,
trascendencia como filósofo. Indudablemente, lo que nunca perdió
importancia contemporánea es la visión de Marx del capitalismo
como una modalidad históricamente temporal de la economía hu­
manaysuanálisis del modus operandi de éste, siempre enexpansión
yconcentración, generando crisis yautotransformándose.
' ■ , A. A / * ' \ . ■-

, A II .
¿Cuál es la trascendencia de Marx en el siglo xxi? El modelo tipo
soviéticode socialismo, hastaahora el únicointento de construir una
economía socialista, ya no existe. Por otro lado, ha habido un enor­
me y acelerado proceso de globalización yla mera capacidad de los
humanos de generar riqueza. Esto ha reducido el poder yel alcance
de la acción económica ysocial de los Estados-nación y, por consi­
guiente, las políticas clásicas de los movimientos socialdemócratas,
que dependían fundamentalmente de forzar reformas a los gobier­
nos nacionales. Dada laprominencia del fundamentalismo de mer­
cado, éste ha generado también desigualdades económicas extremas
dentro de los países yentre regiones yha traído denuevoel elemen­
to de catástrofe al ritmo cíclico básico de la economía capitalista,
incluyendo lo que se convirtió en la crisis global más grave desde la
década de 1930.
Nuestra capacidadproductiva ha hecho posible, al menos poten­
cialmente, que la mayoría de los humanos pase del reino de la nece­
sidad al reino delaopulencia, educación einimaginables opciones de
vida, aunque gran parte de lapoblación mundial todavía no haya in­
gresado enél. No obstante, durante granparte del sigloxx los movi­
mientos yregímenes socialistas operaban todavíafundamentalmente
enestereinodelanecesidad, inclusoenlospaíses ricosdeOccidente,
''
22 Cómo cambiar el mundo

donde emergió una sociedad de holgura popular en los veinte años


posteriores a 1945. Sin embargo, en el reino de la opulencia el ob­
jetivo de una adecuada alimentación, ropa, vivienda, empleos que
proporcionen un salarioyun sistema de bienestar para la protección
de las personas frente alos avatares de lavida, aunque necesario, ya
noes un programa suficiente para los socialistas.
Un tercer acontecimiento resulta negativo. Puesto que la espec­
tacular expansión de la economía global ha minado el entorno, la
necesidad de controlar el crecimiento económico ilimitado se hace
cada vez más acuciante. Hay un conflicto patente entre la necesi­
dad de dar marcha atrás o por lo menos de controlar el impacto de
nuestra economía sobre la biosfera ylos imperativos de un mercado
capitalista: máximo crecimiento continuado en busca de beneficios.
Este es el talóndeAquiles del capitalismo. Actualmente nopodemos
saber cuál serálaflecha mortal.
Así pues, ¿cómo hemos de ver a Karl Marx hoyen día? ¿Como
unpensador paratodalahumanidadyno sóloparaunaparte de ella?
Evidentemente. ¿Como un filósofo? ¿Como un analista económico?
¿Como padre fundador de la moderna ciencia social y guía para la
comprensión de la historia humana? Sí, pero lo importante de él, y
queAttali ha subrayado con toda razón, es la magnitud universal de
supensamiento. No es «interdisciplinar» enel sentido convencional,
sino que integra todas las disciplinas. Como escribe Attali, «los filó­
sofos anteriores a él pensaron en el hombre en su totalidad, pero él
fueel primeroenaprehender el mundo ensuconjunto, queesalavez
político, económico, científicoyfilosófico».
Es perfectamente obvio que mucho de lo que escribió está ob­
soleto, yparte de ello no es, oya no es, aceptable. También es evi­
dente que sus obras no forman un corpus acabado, sino que son,
como todo pensamiento que merece este nombre, un interminable
trabajo en curso. Nadie va ya a convertirlo en dogma, y menos en
una ortodoxia institucionalmente apuntalada. Esto sin duda habría
sorprendido al propio Marx. Pero deberíamos rechazar también la
idea de que hayuna aguda diferencia entre un marxismo «correcto»
yun marxismo «incorrecto». Su forma de investigar podía producir
diferentes resultados y perspectivas políticas. De hecho así sucedió
M a rx hoy 23

conel propioMarx, que imaginabaunaposible transiciónpacíficaal


poder en Gran Bretaña ylos Países Bajos, ylaposible evolución de
la comunidad rural rusa al socialismo. Kautsky e incluso Bernstein
fueron herederos de Marx tanto (o, si se prefiere, tan poco) como
PlekhanovyLenin. Por este motivo soyescéptico respecto ala dis­
tinción deAttali entre unverdaderoMarxyuna serie de posteriores
simplificadores ofalsificadores de supensamiento: Engels, Kautsky
yLenin. Fue tanlegítimo para los rusos, los primeros lectores aten­
tos de El capital, interpretar su teoría como un modo de empujar
países como el suyo desde el atraso hacia la modernidad a través
de un desarrollo económico de tipo occidental como lo era para el
propio Marx especular acerca de si una transición directa al socia­
lismo nopodíaproducirse sobre labase de la comuna rural msa. En
todo caso, probablemente estaba más acorde con la trayectoria
general del pensamiento del propio Karl Marx. El argumento encon­
tra del experimento soviético no era que el socialismo sólo podía
construirse después de que el mundo enterohubierapasadoprimero
por el capitalismo, que no es lo que dijo Marx, ni puede afirmarse
con seguridad que lo creyera. Era empírico. Rusia estaba demasiado
atrasada como para producir otra cosa que una caricatura de una
sociedad socialista, «un imperio chino de rojo» como según dicen
advirtió Plekhanov. En 1917 éste habría sido el abrumador consen­
so de todos los marxistas, incluyendo también ala mayoría de mar-
xistas rusos. Por otro lado, el argumento en contra de los llamados
«marxistas legales» de la década de 1890, que adoptaron el criterio
de Attali de quelatarea principal de los marxistas era desarrollar un
floreciente capitalismo industrial en Rusia, también era empírico.
Una Rusia capitalista liberal tampoco surgiría bajo el zarismo.
Sin embargo, hayuna serie de características esenciales del aná­
lisis de Marx que siguen siendo válidas y relevantes. La primera,
obviamente, es el análisis de la irresistible dinámica global del desa­
rrollo económico capitalista ysu capacidad de destruir todo lo ante­
rior, incluyendo también aquellos aspectos de laherencia del pasado
humano delos que sebenefició el capitalismo, comopor ejemplo las
estructuras familiares. La segunda es el análisis del mecanismo de
crecimiento capitalista mediante la generación de «contradicciones»
24 Cómo cambiar el mundo

internas: interminables arrebatos de tensiones yresoluciones tempo­


rales, crecimiento abocado alacrisis yal cambio, todos produciendo
concentración económica en una economía cada vez más globaliza-
da. Mao soñaba conuna sociedad constantemente renovada através
de una incesante revolución; el capitalismo ha hecho realidad este
proyecto mediante el cambio histórico a través de lo que Schumpe-
ter (siguiendo aMarx) denominó la interminable «destrucción crea­
tiva». Marx creía que este proceso conduciría finalmente —tendría
que conducir—auna economía enormemente concentrada, que es
exactamente a lo que Attali se refería cuando en una entrevista re­
ciente dijo que el número de personas que deciden lo que sucede
en ellaes del orden de 1.000, ocomo mucho de 10.000. Marx creía
que esto conduciría a la sustitución del capitalismo, una predic­
ciónque todavía me suena plausible, aunque de modo distinto al que
Marx anticipó.
Por otro lado, su predicción de que tendría lugar mediante la
«expropiación de los expropiadores» a través de un vasto proleta­
riado que conduciría al socialismo no estaba basada en su análisis
del mecanismo del capitalismo, sino en diferentes suposiciones a
priori. Como mucho se basaba en la predicción de que la indus­
trialización produciría poblaciones empleadas en su mayoría como
asalariados manuales, tal como estaba sucediendo en Inglaterra en
aquella época. Esto era bastante correcto como predicción amedio
plazo, pero no, como bien sabemos, a largo plazo. Después de la
década de 1840, tampoco esperaban Marx ni Engels que el capi­
talismo provocase el empobrecimiento políticamente radicalizador
que anhelaban. Como era obvio para ambos, grandes sectores del
proletariado no se estaban empobreciendo en absoluto. De hecho,
un observador americano de los congresos sólidamente proletarios
del Partido SocialdemócrataAlemánenla décadade 1900reparó en
que los camaradas tenían el aspectode estar «unabarra de panodos
por encima de lapobreza». Por otrolado, el evidente crecimiento de
la desigualdad económica entre diferentes partes del mundoyentre
clases no produce necesariamente la «expropiación de los expropia­
dores»deMarx. Enpocas palabras, ensuanálisis seleíanesperanzas
enel futuro, pero no derivaban del mismo.
M arx hoy 25

La tercera característica es mejor ponerla en palabras de sir John


Hieles, galardonado con el premio Nobel de Economía. «La mayoría
de aquellos que desean establecer un curso general de lahistoria», es­
cribió, «utilizaríanlascategorías marxistas ounaversiónmodificadade
las mismas, puesto que haypocas versiones alternativas disponibles».
No podemos prever las soluciones de los problemas alos que se
enfrenta el mundo en el sigloxxi, peropara que haya algunaposibi­
lidad de éxito deben plantearse las preguntas de Marx, aunque no se
quieran aceptar las diferentes respuestas de sus discípulos.
2

Marx, Engels yel socialismo


premarxiano

i
MarxyEngels llegaronrelativamente tarde al comunismo. Engels se
declaró comunista afinales de 1842; Marx nolo hizoprobablemen­
te hasta los últimos meses de 1843, tras un prolongado y complejo
ajuste de cuentas conel liberalismoylafilosofíadeHegel. Nofueron
losprimeros ni siquieraenAlemania, queeraunremansopolítico. Los
obreros especializados alemanes (Handwerksgesellen) que trabajaban
en el extranjero ya se habían puesto en contacto con movimientos
comunistas organizados yaportaron el primer teórico comunista na­
tivo alemán, el sastreWilhelmWeitling, cuyaprimera obra sehabía
publicado en 1838 (DieMenschheit, wie sieist undwiesieseinsollte).
Entre los intelectuales Moses Hess precedió, eincluso afirmaba ha­
ber convertido, al joven Frederick Engels. No obstante, la cuestión
de prioridad en el comunismo alemán carece de importancia. Aco­
mienzos de la década de 1840 hacía ya algún tiempo que existía en
Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos un floreciente movi­
miento socialistaycomunista, tanto teórico comopráctico. ¿Cuánto
sabíanlosjóvenes MarxyEngels acerca de estos movimientos? ¿Qué
les debían? ¿Qué postura mantenía supropio socialismo respecto al
de suspredecesores ycontemporáneos?En el presente capítulo abor­
daremos estas cuestiones.
28 Cómo cambiar el mundo

Antes de hacerlo descartaremos brevemente las figuras prehis­


tóricas de lateoría comunista, aunque los historiadores del socialis­
mo suelenpresentarles sus respetos, puesto que inclusoalos revolu­
cionarios les gustatener ancestros. El socialismomodernonoderiva
de Platón ni de Tomás Moro, ni siquiera de Campanella, aunque
el joven Marx estaba bastante impresionado con su Ciudaddel So¿
comoparaplanificar suinclusiónenuna frustrada«Bibliotecadelos
mejores escritores socialistas extranjeros» que proyectó con Enge!,
y Hess en 1845.1Estas obras tenían cierto interés para los lectores
decimonónicos, puesto que para los intelectuales urbanos una delas
principales dificultades de la teoría comunista era que el funciona­
miento real de la sociedad comunista parecía no tener precedente
y resultaba difícil hacerlo plausible. Efectivamente, el nombre deí
libro de Moro se convirtió en el término utilizado para describir
cualquier intento de esbozar la sociedad ideal del futuro, que en el
siglo xix era esencialmente una sociedad comunista: utopía. En la
medida enquepor lomenos uncomunistautópico, E. Cabet (1788-
1856), era admirador deMoro, el nombre nofueunamalaelección.
Sin embargo, el procedimiento normal de los socialistas y comu­
nistas pioneros de comienzos del siglo xix, si sehubierandedicado
más al estudio, no debería haber sido el de derivar sus ideas de un
autor remoto, sino centrar suatención en, o descubrir, larelevancia
de algún arquitecto teórico anterior de las mancomunidades ideales
cuando sedisponíanaelaborar supropia críticadelasociedadouto­
pía- y luego utilizarlo y elogiarlo. La moda de laliteraturautópica,
que no necesariamente comunista, en el siglo xvmcontribuyó ala
divulgación de tales obras.
A pesar de los distintos grados de familiaridad conlos nume­
rosos ejemplos históricos de las fundaciones comunistas cristianas,
tampoco éstas figuran entre las inspiradoras de las modernas ideas
socialistas y comunistas. No está clarohasta quépuntoseconocían
las más antiguas (como los descendientes de los anabaptistas del
siglo xvi). Sin duda, el joven Engels, que citó avanas de estas co­
munidades como prueba de que el comunismo eraviable, selimitó
a ejemplos relativamente recientes: los shakers (alosqueconsidera­
ba «los primeros en erigir una sociedad basada enlacomunidadde
M arx, Engels, y el socialismo premar xiano 29

bienes... de todo el mundo»),2los rápitas ylos separatistas. Desde el


momento en que se supo de ellos, más que inspirar el comunismo,
confirmaron ante todo un deseoya existente de alcanzarlo.
No esposible descartar tan sucintamente las antiguas tradiciones
religiosas yfilosóficas que, con el auge del moderno capitalismo, ad­
quirieron orevelaronun nuevopotencial paralacrítica social, ocon­
firmaron el ya establecido, porque el modelo revolucionario de una
sociedad económico-liberal de individualismo desenfrenado entraba
en conflicto con los valores sociales de prácticamente toda comuni­
dadde hombresymujeres hasta ahoraconocida. Paralaminoríacul­
ta, a la que pertenecía prácticamente todo socialista, así como todo
teórico social, aquellos estabanrepresentados enuna cadenaoredde
pensadores filosóficos, y en particular en una tradición de derecho
natural que se remontaba a la antigüedad clásica. A pesar de que
algunos filósofos del sigloxvm estaban comprometidos en lamodi­
ficación de estas tradiciones para acomodar las nuevas aspiraciones
deuna sociedadindividualista-liberal, lafilosofíacargabaconsigodel
pasado una sólida herencia de comunalismo, o incluso, en algunos
casos, la creencia de que una sociedad sin propiedad privada era en
cierto modo más «natural» o en cualquier casohistóricamente ante­
rior aotra conpropiedadprivada. Esto eratodavía más acusadoenla
ideología cristiana. Nada más fácil que ver al Cristo del Sermón de
laMontaña como «el primer socialista» o comunista, yaunque gran
parte de los primeros teóricos socialistas no eran cristianos, muchos
miembros posteriores de los movimientos socialistas han encontra­
do útil esta reflexión. Desde el momento en que estas ideas fueron
plasmadas en sucesivos textos, que las comentaban, ampliándolas y
criticando a sus predecesores, que constituían parte de la educación
formal o informal de los teóricos sociales, la idea de una «buena so­
ciedad», yenparticular una sociedad no basada en lapropiedadpri­
vada, quedócomounaparte marginal desuherenciacultural. Es fácil
burlarse de Cabet, que enumera una amplia selecciónde pensadores
desde Confucio hasta Sismondi, pasando por Licurgo, Pitágoras,
Sócrates, Platón, Plutarco, Bossuet, Locke, Helvetio, Raynal yBen­
jamín Franklin, reconociendo en sucomunismo larealizaciónde las
ideas fimdamentales de aquéllos; evidentemente, Marx y Engels se
30 Cómo cambiar el mundo

mofaronde semejantegenealogíaintelectual enlaIdeologíaalemanu


No obstante, representa un elemento genuino de continuidad cntm
la crítica tradicional de lo que estaba mal en la sociedad yla nueva
crítica de lo que estaba mal en la sociedad burguesa; por lo mono;
para los alfabetizados.
En la medida en que estas tradiciones y textos antiguos encar
naban conceptos comunales, reflejaban en realidad algo de los po­
derosos elementos de las sociedades preindustriales, básicamente
rurales, europeas, ylos elementos comunales todavía más obvios de
las sociedades exóticas conlas quelos europeos entraron encontacto
a partir del siglo xvi. El estudio estas sociedades exóticas y«primi­
tivas» desempeñó un importante papel en la formación de la crítica
social occidental, especialmente en el sigloxvm, como testimonia la
tendencia a idealizarlas contra la sociedad «civilizada», ya en forma
del «noble salvaje», el suizolibre oel campesinocorso, uotras. Como
mínimo, igual que en Rousseau y otros pensadores del siglo xvm,
apuntaba que la civilización implicaba también la corrupción de un
estadohumano anterioryenciertomodomásjusto, igual ybenévolo.
Incluso podía llegar a insinuar que estas sociedades anteriores a la
propiedad privada («comunismo primitivo») proporcionaban mode­
los de aquello alo que las futuras sociedades debían aspirar otravez,
y demostraban que no era impracticable. Esta línea de pensamiento
estásindudapresente en el socialismodecimonónico, ynomenos en
el marxismo, pero, paradójicamente, emerge con mucha más fuerza
haciafinales de siglo que en las primeras décadas, probablemente en
relación con el creciente conocimiento y preocupación de Marx y
Engels por las instituciones comunales primitivas.4
A excepción de Fourier, los primeros socialistas y comunistas
no muestran inclinación avolver lavista atrás, ni tan siquierapor el
rabillo del ojo, hacia una «felicidad primitiva» que en cierto modo
podría servir de modelo ala futura felicidad delahumanidad; yello
a pesar de que el modelo más conocido para la construcción espe­
culativa de sociedades perfectas, alolargo de los siglos xvi al xvm,
fue la novela utópica, que pretendía relatar lo que el viajero había
visto en el curso de algún viaje a lugares remotos de la tierra. En el
conflicto entre latradiciónyel progreso, loprimitivoylocivilizado,
M arx , Engels, y el socialismo premarxiano 31

se decantaron firmemente hacia una de las partes. Incluso Fourier,


que identificó el estado primitivo del hombre con el Edén, creía en
loineluctable del progreso.
La palabra «progreso» nos conduce alo que constituía sin lugar
adudas la matrizprincipal de las críticas que los primeros socialistas
y comunistas modernos dirigían a la sociedad, es decir, la Ilustra­
ción(especialmentefrancesa) del sigloxvm. Por lomenos éstaerala
opinión de FrederickEngels.5Ante todo hacíahincapié en suracio­
nalismo sistemático. La razón proporcionaba la base de toda acción
humana y de la formación de la sociedad, y el principio por el cual
«todas las formas de sociedad y gobierno anteriores, todas las vie­
jas ideas transmitidas por tradición» habían de ser rechazadas. «Por
consiguiente, la superstición, la injusticia, el privilegio yla opresión
habían de ser reemplazadas por la verdad eterna, lajusticia eterna,
la igualdad basada en la naturaleza y los derechos inalienables del
hombre.»6El racionalismo de la Ilustración implicaba un enfoque
fundamentalmente crítico de la sociedad, incluyendo lógicamente a
la sociedadburguesa. Sin embargo, las distintas escuelas ycorrientes
delaIlustraciónfacilitaronalgomás queun simple repertoriode crí­
tica social ycambio revolucionario. Proporcionaron la creencia enla
capacidaddel hombre para mejorar sus condiciones, incluso—como
con Turgot y Condorcet—en su perfectibilidad, la creencia en la
historia humana como progreso humano hacia lo que finalmente ha
de ser la mejor sociedadposible, ylos criterios sociales, más concre­
tos que la razón en general, con los quejuzgar alas sociedades. Los
derechos naturales del hombre no eran simplemente vidaylibertad,
sino también «la búsqueda de la felicidad», que los revolucionarios,
reconociendo con razón su novedad histórica (Saint-Just), transfor­
maron en la convicción de que «la felicidad es el único objeto de la
sociedad».7Incluso en su forma más burguesa e individualista, es­
tos enfoques revolucionarios contribuyeron a fomentar una crítica
socialista de la sociedad cuando llegó el momento propicio. Jeremy
Bentham no puede ser considerado socialista bajo ningún prisma.
Sin embargo, los jóvenes Marx y Engels (quizá más el último que
el primero) vieron en Benthamun vínculo entre el materialismo de
Helvetius y Robert Owen que «partió del sistema de Benthampara
32 Cómo cambiar el mundo

fundar el comunismoinglés», mientras «sóloel proletariadoylos so­


cialistas... han conseguido avanzar unpaso más ensus enseñanzas».8
Efectivamente, ambos llegaron al extremo de proponer la inclusión
de Benthamen suproyecto de «Biblioteca de los mejores escritores
socialistas extranjeros»,9aunque sólo a consecuencia de la introduc­
cióndeJusticiaPolíticadeWilliamGodwin.
No es necesario tratar aquí la deuda específica de Marx con las
escuelas de pensamiento creadas en el seno de la Ilustración, corno
por ejemplo las del campo de la economía política yla filosofía. El
hecho es que consideraron, con razón, que sus predecesores, los so­
cialistas y comunistas «utópicos», pertenecían al iluminismo. Desde
el momento enque seremontaron más alládelaRevoluciónFrance­
saparahallar los orígenes de latradición socialista, miraronhacia los
filósofos materialistas Holbach y Helvetius ylos comunistas ilumi-
nistas MorellyyMably, los únicos nombres deesteprimer período(a
excepción de Campanella) que figuran en suproyecto de Biblioteca.
Sinembargo, aunque noparecehaber ejercidograninfluencia di­
recta enMarxyEngels, hayque destacar brevemente el papel desem­
peñadoenlaformacióndelaposteriorteoríasocialistaporunpensador:
J.-J. Rousseau. Rousseau apenas puede ser considerado un socialista,
porque aunque desarrollase lo que sería la versión más conocida del
argumento de que lapropiedadprivada es el origendetoda desigual­
dad social, no defendió que una buena sociedad debía socializar la
propiedad, ysolamente insistió en que debía garantizar una distribu­
ción equitativa. Aunque lo aceptaba, nunca desarrolló siquiera el más
mínimo detalle del concepto teórico de que «la propiedad es robo»,
que más tarde popularizóProudhon, pero, como atestigualacreación
de dicho concepto por parte de Girondin Brissot, tampoco éste en sí
mismo implicaba socialismo.10Aun así, hay que hacer sobre él dos
observaciones. En primer lugar, laideade que laigualdadsocial debe
descansar enlapropiedadcomúndelariquezayenlaregulacióncen­
tral de todotrabajoproductivo esuna extensiónnatural del argumen- '
to de Rousseau. En segundo lugar, y más importante, la influencia
política del igualitarismo de Rousseau en la izquierdajacobina, de la
que emergieron los primeros movimientos comunistas modernos, es
innegable. En su defensa, Babeuf apeló a Rousseau.11El primer co­
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 33

munismo que conocieronMarxyEngels hacíadelaigualdadsuprin­


cipal eslogan;12yRousseau era suteórico más influyente. Puesto que
el socialismo y el comunismo de comienzos de 1840 eran franceses,
yloeran ampliamente, el igualitarismorousseauniano fueuno de sus
componentes originales. La influencia rousseauniana en la filosofía
clásicaalemana tampoco debería olvidarse.

II
Como ya hemos avanzado, la ininterrumpida historia del comunis­
mocomo movimiento social empieza enel alaizquierda de la Revo­
lución Francesa. Una línea directa de descendenciaune la Conspira­
cióndelosIgualesde Babeufatravés de Buonarroti conlas sociedades
revolucionarias de Blanqui de la década de 1830; yéstas a suvez, a
través de la «Liga de losJustos» —después, la «Liga Comunista»—
fundada por los alemanes exiliados, con Marx y Engels, que redac­
taron el Manifiesto comunista en su nombre. Es natural que la «Bi­
blioteca» de 1845 proyectada por MarxyEngels hubiese empezado
con dos ramas de la literatura «socialista»: con BabeufyBuonarroti
(siguiendoaMorellyyMably) querepresentanel alamanifiestamen­
tecomunista, yconlos críticos deizquierdas delaigualdadformal de
laRevolución Francesayde los Enragés (el «Cercle Social», Hébert,
Jacques Roux, Leclerc). Sinembargo, el interés teóricodeloque En­
gels llamaría «un comunismo ascético, derivado de Esparta» (Werke
20, p. 18) noeramuyacentuado. Ni siquieralos escritores comunistas
deladécadade 1830y1840parecenhaber impresionadoaMarxni a
Engels como teóricos. De hecho, Marx argumentaba que latosque­
dadyparcialidad de este comunismo temprano «permitieronlaapa­
rición de otras doctrinas socialistas como las de Fourier, Proudhon,
etc. encontraste conaquéllas, nopor accidente sinopor necesidad».13
AunqueMarxleyósusobras, inclusolas defiguras relativamente me­
nores comoLahautiére (1813-1882) yPillot (1809-1877), muypoco
les debía a su análisis social, que era importante principalmente en
laformulación de lalucha de clases comolalucha entre los «proleta­
rios»ysus explotadores.
34 Cómo cambiar el mundo

Sinembargo, el comunismobabouvistayneobabouvistafuetras­
cendental endos aspectos. Enprimer lugar, adiferenciadegranpar­
te delateoría socialista utópica, aquél estabaprofundamente incrus­
tadoenlapolítica, ypor consiguiente expresabanosólounateoríade
la revolución, sino una doctrina de praxis política, de organización,
estrategia y táctica, aunque limitadas. Sus principales representan­
tes en la década de 1830 —Laponneraye (1808-1849), Lahautiére,
Dézamy, Pillot ysobre todo Blanqui—eranrevolucionarios activos.
Esto, junto con surelación orgánica con lahistoria de la Revolución
Francesa, que Marx estudió en profundidad, hizo que fueran suma­
mente relevantes para el desarrollo de su pensamiento. En segundo
lugar, a pesar de que los escritores comunistas eran generalmente
intelectuales marginales, el movimiento comunista de la década de
1830 atrajovisiblemente alos obreros. Esta circunstancia, destacada
por Lorenz von Stein, indudablemente impresionó a Marx y a En-
gels, que más tarde recordarían el carácter proletario del movimiento
comunistadeladécadade 1840, distinguiéndolodel carácter de clase
media de gran parte del socialismoutópico.14Además, los comunis­
tas alemanes, incluyendo a Marx y a Engels, extrajeron el nombre
de sus doctrinas de este movimiento francés, que adoptó el término
«comunista» en torno a 1840.15
El comunismo que emergió en la década de 1830 apartir de la
tradición neobabouvista yesencialmente políticayrevolucionariade
Francia se fusionó con la nueva experiencia del proletariado en la
sociedad capitalista de comienzos delarevoluciónindustrial. Estoes
lo que lo convirtió enun movimiento «proletario», aunque pequeño.
En la medida en que las ideas comunistas descansaban directamente
en semejante experiencia, era muyprobable querecibieseninfluencia
del país enel queyaexistíauna clase obreraindustrial comofenóme­
no de masas: Gran Bretaña. Por lo tanto, no es ninguna casualidad
que el más prominente de los teóricos comunistas franceses de la
época, Etienne Cabet (1788-1856), encontrase su fuente de inspi­
ración no en el neobabouvismo, sino en sus experiencias obtenidas
en Inglaterra durante la década de 1830 y especialmente en Robert
Owen, por lo que, lógicamente, pertenece más bien a la corriente
socialista utópica. Sin embargo, desde el momento en que la nueva
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 35

sociedadindustrial yburguesapodía ser analizadapor cualquier pen­


sador en el senode las regiones directamente transformadas por uno
uotro aspectodela«revolucióndual»delaburguesía—laRevolución
Francesa yla revolución industrial (británica)—, semejante análisis
no estaba tan directamente vinculado con la experiencia real de la
industrialización. De hecho, fue emprendido simultánea e indepen­
dientemente en Gran BretañayFrancia. Este análisis constituyeuna
basefundamental para el consiguiente desarrollodel pensamientode
Marx yEngels. Apropósito, hay que tener en cuenta que, gracias a
laconexiónbritánica de Engels, el comunismo marxiano estuvodes­
de el principio bajo la influencia británica yfrancesa, mientas que el
resto de la izquierda socialista y comunista alemana tan sólo estaba
familiarizada con los progresos de los franceses.16
Adiferencia de la palabra «comunista», que siempre significaba
un programa, el término «socialista» era básicamente analíticoycrí­
tico. Se utilizaba para describir a aquellos que mantenían una idea
particular delanaturaleza humana (por ejemplo, laimportancia fun­
damental de la «sociabilidad» ode los «instintos sociales»inherentes
a ella), que implicaba una particular visión de la sociedad humana,
oa aquellos que creían en la posibilidad onecesidad de una determi­
nada forma de acción social, especialmente en los asuntos públicos
(por ejemplo, la intervención en las operaciones del libre mercado).
Prontoresultóevidente que semejantes ideas eran susceptibles de ser
desarrolladas por atraer a quienes apoyaban la igualdad, como los
discípulos de Rousseau, y de provocar la interferencia con los dere­
chos de lapropiedad—la cuestiónya fueplanteada por los italianos
del sigloxvmque seoponían alaIlustraciónyalos «socialistas»—17
pero no se identificó totalmente con una sociedadbasada por com­
pleto en lapropiedad colectiva yla administración de los medios de
producción. De hecho, no se identificó con ella de forma general
hasta el surgimiento de los partidos políticos socialistas a finales del
sigloxix, yalguien incluso podría argüir que ni siquiera hoylo está
por completo. Por consiguiente, los no socialistas mañifiestos (en el
sentidomoderno) podían, inclusoafinales del sigloxix, definirseasí
mismos o ser definidos como «socialistas», igual que los Kathederso-
zialistendeAlemaniaoelpolíticoliberal británicoquedeclaró«ahora
36 Cómo cambiar el mundo

somos todos socialistas». Esta ambigüedadprogramática seextendió


inclusoamovimientos considerados socialistas por los socialistas. No
hayque olvidar que una de las principales escuelas de loque Marxy
Engels denominaron «socialismo utópico», los sansimonianos, esta­
ba «más interesada enlaregulacióncolectivadelaindustria que enla
propiedad cooperativa de la riqueza».18Los owenitas que utilizaron
por primera vezlapalabra en Inglaterra (1826), pero que tan sólo se
definieron «socialistas»varios años después, describieronla sociedad
ala que aspiraban como una sociedad de «cooperación».
Sinembargo, enuna sociedadenlaqueel antónimo de«socialis­
mo», «individualismo»19, implicaba un modelo específicoliberal-ca­
pitalistadeeconomía demercadocompetitivaeilimitada, eranatural
que el «socialismo» tuviese también una connotación programática
comonombregeneral paratodas las aspiraciones aorganizar lasocie­
dadsegúnunmodeloasociacionistaocooperativo, basado, por ejem­
plo, enlapropiedad cooperativa envezdeprivada. Lapalabra seguía
siendo imprecisa, aunque apartir deladécadade 1830seasocióante
todo con la más o menos fundamental remodelación de la sociedad
enestesentido. Suspartidarios incluíandesdelosreformistas sociales
hastalos fanáticos.
Por consiguiente, hay que distinguir dos aspectos del socialis­
mo primitivo: el críticoyel programático. El crítico secomponía de
dos elementos: una teoría de la naturaleza humana y la sociedad,
derivada principalmente de varias corrientes de pensamiento del
siglo xvm, yun análisis de la sociedad aportado por la «revolución
dual», aveces en el marco de una visión del desarrollo o«progreso»
histórico. El primero de ellos no tenía gran interés para Marx ni
para Engels, excepto en la medida en que conducía (en el pensa­
miento británico más que en el francés) a la economía política. Ya
reflexionaremos sobre ello más adelante. El segundo, evidentemen­
te, ejerciógraninfluencia enellos. El aspectoprogramático consistía
también en dos elementos: una variedad de propuestas para crear
una nuevaeconomíabasada enlacooperación, en*casos extremos en
la fundación de comunidades comunistas; yun intento de reflexio- j
nar acerca de la naturaleza y las características de la sociedad ideal ¡
que había que crear. También aquí, Marx y Engels se mostraron 1
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 37

desinteresados por el primero. Consideraban conrazón que lacons­


truccióndeuna comunidadutópica erapolíticamente insignificante,
como en realidad lo era. Nunca se convirtió en un movimiento de
envergadura práctica ninguna fuera de EE.UU., donde fue bastan­
te popular tanto en su forma secular como religiosa. Como mucho
sirvió como ilustración de laviabilidad del comunismo. Las formas
políticamente más influyentes de asociacionismo y cooperación,
que ejercieronconsiderable atracción enlos artesanos yobreros cua­
lificados británicos y franceses, o se sabía poco de ellas en aquel
momento (por ejemplo, los «intercambios de mano de obra» de los
owenitas enladécada de 1830) ono ofrecíanconfianza. Retrospec­
tivamente, Engels comparó los «bazares obreros» de Owen con las
propuestas de Proudhon.20En la obra de Louis Blanc, Organisation
du Travail, de notable éxito (diez ediciones 1839-1848), a todas
luces no se consideran importantes, ypor lo que respecta aMarx y
Engels, eran contrarios a ellas.
Por otrolado, lasreflexiones utópicas acercadelanaturalezadela
sociedad comunista influyeron enMarxyEngels de manera sustan­
cial, aunque suhostilidad ante el redactadode semejantes prospectos
para el futuro comunista ha hecho que muchos comentaristas poste­
riores hayan subestimado dicha influencia. Casi todo lo que Marxy
Engels dijeron sobre la forma concreta de la sociedad comunista se
basa en obras utópicas anteriores, como por ejemplo la abolición de
la distinción entre la ciudadyel campo (que deriva, según Engels,
de Fourier yOwen)21ylaabolicióndel Estado (de Saint-Simon),22o
en un debate críticode temas utópicos.
El socialismopremarxianoestápor lotanto incrustadoenlapos­
terior obra de Marx y Engels, pero en una forma doblemente dis­
torsionada. Hicieron un uso altamente selectivo de sus predecesores
y, por otro lado, sus obras maduras posteriores no reflejan necesa­
riamente el impacto que los primeros socialistas tuvieron en ellos
durante su período formativo. Así pues, el joven Engels estaba cla­
ramente mucho menos impresionado con los sansimónianos que el
Engels posterior, mientras que Cabet, que no figura en absoluto en
el Anti-Dühring, es frecuentemente mencionado en los escritos
anteriores a 1846.23
38 Cómo cambiar el mundo

Sin embargo, casi desde el principio Marx y Engels destaca­


ron a tres pensadores «utópicos» como especialmente significativos:
Saint-Simon, Fourier y Robert Owen. El Engels maduro mantiene
al respecto la opinión que manifestaba cuando tenía cuarenta ypo­
cos años.24Owen se sitúa un poco aparte de los otros dos, yno sólo
porque Engels, que estaba en estrecho contacto con el movimien­
to owenita de Inglaterra, se lo presentó a Marx (que difícilmente
podía conocerlo porque sus obras todavía no habían sido traduci­
das). Adiferenciade Saint-SimonyFourier, Owen suele ser descrito
por los MarxyEngels de comienzos de la década de 1840 como un
«comunista». En aquel entonces, y también después, Engels estaba
particularmente impresionadopor el práctico sentidocomúnylas efi­
cientes maneras con que diseñaba sus comunidades utópicas («desde
el punto de vista de un experto, poco se puede decir en contra de
las detalladas disposiciones reales», Werke20, p. 245). La decidida
hostilidad de Owen frente alos tres grandes obstáculos ala reforma
social, «propiedad privada, religión y matrimonio en su forma pre­
sente» (ibid.) también le atraían. Además, el hecho de que Owen, él
mismo capitalistaemprendedorypropietario deunafábrica, criticase
a la misma sociedad burguesa de la revolución industrial, daba a su
crítica una especificidad de la que carecían los socialistas franceses.
(El hecho de que también, en la década de 1820y 1830, se hubiera
granjeado el importante apoyo de la clase obrera noparece que fuera
apreciadopor Engels, que solamente conocía alos socialistas oweni-
tas de ladécada de 1840.)25No obstante, Marx notenía duda alguna
de que teóricamente Owen era bastante inferior alos franceses.26El
principal interés teórico de sus obras, como en las de los otros so­
cialistas británicos alos que después estudió, radicaba en su análisis
económicodel capitalismo, asaber, enlamaneraenqueobteníacon­
clusiones socialistas de las premisasylos argumentos de laeconomía
políticaburguesa.
En Saint-Simon encontramos la amplitud de miras de ungenio,
gracias al cual casi todas las ideas delos posteriores*socialistas, queno
sonestrictamente económicas, están contenidas en suobra de forma
embrionaria.27No hay duda de que el posterior criterio de Engels
reflejalaconsiderabledeudaque el marxismotieneconSaint-Simon,
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 39

aunque, curiosamente, no hay demasiadas referencias a la escuela


sansimoniana (Bazard, Enfantin, etc.), que en realidad convirtió las
ambiguas aunque brillantes intuiciones de su maestro en algo pare­
cido a un sistema socialista. La extraordinaria influencia de Saint-
Simon (1759-1825) enunagranvariedad de talentos significativos y
amenudobrillantes, no sóloenFrancia sinotambién enel extranjero
(Carlyle, J. S. Mili, Heine, Liszt), es un hecho de lahistoria cultural
europea de la era del romanticismo que aquellos que leen sus ver­
daderas obras hoy en día no siempre pueden apreciar con facilidad.
Si éstas contienen una doctrina coherente, es la de la importancia
capital de la industria productiva que debe transformar los elemen­
tos genuinamente productivos de la sociedad en sus controladores
sociales y políticos y dar forma al futuro de la sociedad: una teoría
de revolución industrial. Los «industrialistas» (término acuñado por
Saint-Simon) constituyenlamayoría delapoblacióneincluyenalos
emprendedores productivos, entre ellosespecialmentelosbanqueros,
los científicos, los innovadores tecnológicos y otros intelectuales, y
la gente trabajadora. En la medida en que están contenidos estos
últimos, que funcionan a propósito como la reserva de la que son
reclutados los primeros, las doctrinas de Saint-Simon atacan la po­
brezayla desigualdad social, apesar deque él rechaza totalmente los
principios de libertad e igualdad de la Revolución Francesa por in­
dividualistas ypor conducir ala competenciayanarquía económica.
El objetivo de las instituciones sociales es «faire concourirlesprinci­
pales institutions aFaceroissement du bienétre desprolétaires», defini­
dos simplemente como «la classe laplus nómbrense» (Organisation
Sociale, 1825). Por otrolado, enlamedidaenquesonemprendedores
yplanificadores tecnocráticos, los «industrialistas»seoponennosólo
alasclasesgobernantes ociosasyparásitas, sinotambiénalaanarquía
del capitalismo burgués-liberal, del que hace un primera crítica. En
él estáimplícito el reconocimiento dequelaindustrializaciónesfun­
damentalmente incompatible con una sociedadnoplanificada.
El surgimiento de la «clase industrial» es el resultado de la his­
toria. No debemos preocuparnos por saber hasta qué punto son
suyas propias las ideas de Saint-Simon, ni hasta qué punto están
influidas por su secretario (1814-1817), el historiador Augustin
40 Cómo cambiar el mundo

Thierry. De cualquier modo, los sistemas sociales están determinados


porlaformadeorganizacióndelapropiedad, laevoluciónhistóricapor
el desarrollo del sistemaproductivoyel poder de laburguesíapor su
posesión de los medios de producción. Saint-Simon parece soste­
ner una idea más bien simple de la historia francesa como lucha de
clase, remontándose ala conquista de los galos por los francos, que
sus seguidores elaboraron convirtiéndola en una historia más con­
creta de las clases explotadas que anticipa aMarx: los esclavos son
sucedidos por los siervos, yéstos por los nominalmente libres, pero
desposeídos proletarios. No obstante, para la historia de su propia
época, Saint-Simon fue más preciso. Como más tarde señaló En-
gels con admiración, aquél veía la Revolución Francesa como una
luchade clases entre lanobleza, laburguesíaylas masas desposeídas.
(Suspartidarios ampliaronestoesgrimiendoquelaRevoluciónhabía
liberado alos burgueses, pero ahora habíallegadolahora deliberar
alos proletarios.)
Aparte de lahistoria, Engels destacó otras dos importantes per­
cepciones: la subordinación, y finalmente la absorción, de la polí­
tica en la economía y por consiguiente la abolición del Estado en
la sociedad del futuro: la «administración de las cosas» sustituyendo
al «gobierno de los hombres». Tanto si se encuentra esta expresión
sansimoniana enlas obras del fundador comosi no, el concepto está
claramentepresente. Por otrolado, podemos tambiénrastrear retros­
pectivamente hasta la escuela sansimoniana, aunque quizá no explí­
citamentehastael propio Saint-Simon, unaseriedeconceptos quese
han convertido en parte integrante del marxismo, así como de todo
el socialismo posterior. «La explotación del hombre por el hombre»
esuna expresiónsansimoniana, comotambiénloeslafórmulaligera­
mente modificadapor Marxparadescribir el principio distributivode
laprimera fase del comunismo: «De cadauno segúnsus capacidades,
a cada capacidad según su trabajo»; y también la frase destacada
por Marx en la Ideologíaalemana, que dice que «todos los hombres
deben tener garantizado el libre desarrollo de sus capacidades natu­
rales». Resumiendo, el marxismoestaba evidentemente muyendeu­
da con Saint-Simon, aunque no es fácil definir la naturaleza exacta
de esta deuda, puesto que la contribución sansimoniana no siempre
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 4i

puede distinguirse de otras aportaciones contemporáneas. Así pues,


el descubrimiento de la lucha de clases en la historia podía haberlo
hechocualquieraque estudiaselaRevoluciónFrancesa, oinclusoque
lahubiesevivido. De hecho, Marxlaatribuyóaloshistoriadores bur­
gueses de la Restauraciónfrancesa. Al mismotiempo, el más impor­
tante de ellos (desde el punto de vista de Marx), Augustin Thierry,
había estado, como ya hemos visto, estrechamente relacionado con
Saint-Simon enuna época de suvida. No obstante, comoquiera que
definamos la influencia, no laponemos en duda. El trato uniforme­
mente favorable dispensado a Saint-Simon por parte de Engels, que
señalóque«sufríasinduda deunaplétoradeideas»yal que comparó
con Hegel como «la mente más enciclopédica de su tiempo», habla
por si mismo/8
El Engels más maduro elogiaba a Charles Fourier (1772-1837)
principalmente en tres aspectos: como crítico brillante, sagaz y fe­
roz de la sociedad burguesa, o mejor dicho del comportamiento
burgués;29por su defensa de la liberación de las mujeres; y por su
concepción esencialmente dialéctica de la historia. (El último punto
parece pertenecer más a Engels que a Fourier.) Sin embargo, el pri­
mer impacto que el pensamiento de Fourier tuvoenél, yel quequizá
ha dejado la huella más profunda en el socialismo marxiano, fue su
análisis del trabajo. LacontribucióndeFourier alatradiciónsocialis­
ta file idiosincrásica. Adiferencia de otros socialistas, él desconfiaba
del progreso, ycompartía la creenciarousseauniana de que lahuma­
nidad había tomado el camino equivocado al adoptar la civilización.
Desconfiaba delaindustriaydelos avances técnicos, aunque estaba
dispuesto a servirse de ellos, y estaba convencido de que la meda
dela historia nopodía dar marcha atrás. También recelaba, eneste
sentido como muchos otros utópicos, de la soberanía popular yde­
mocraciajacobinas. Filosóficamente era un ultraindividualista cuyo
objetivo supremo para la humanidad era la satisfacción de todos los
impulsos psicológicos de los individuos yel logro del máximoplacer
por parte del individuo. Puesto que —para citar las primeras impre­
siones documentadas de Engels sobre él—30«cada individuo tiene
una inclinación o preferencia por un determinado tipo de trabajo,
la suma de todas las inclinaciones individuales ha de constituir, en
42 Cómo cambiar el mundo

general, una fuerza suficiente como para satisfacer las necesidades


de todos. De este principio se desprende: si se permite a todos los
individuos que haganyque no hagan lo que corresponde asus incli­
naciones personales, las necesidades de todos quedarán satisfechas»,
ydemostró «que ...la absolutainactividades un absurdo, ynunca ha
existidoni puede existir ... Demuestra además que el trabajoyelpla­
cer sonidénticos, yque loque separa aambos eslairracionalidaddel
orden social existente». La insistencia de Fourier enlaemancipación
de las mujeres, con el corolario explícito de liberación sexual radical,
es una extensión lógica, quizá incluso el meollo, de su utopía de la
liberación de todos los instintos e impulsos personales. Fourier no
fue, evidentemente, el único feminista entre los primeros socialistas,
pero suapasionadocompromisoleconvirtióquizáenel más activo, y
suinfluenciapuede detectarse enel radical girodelos sansimonianos
en esta dirección.
El propio Marx fue quizá más consciente que Engels del posi­
ble conflicto entre la visión del trabajo que sostenía Fourier como
satisfacción esencial de un instinto humano, idéntico al juego, yel
completo desarrollo de todas las capacidades humanas que tanto
él como Engels creían que garantizaría el comunismo, aunque la
abolición de la división del trabajo (por ejemplo, de la permanente
especialización funcional) podría perfectamente producir resultados
que podrían ser interpretados desde un punto de vista fourierista
(«cazar por la mañana, pescar por latarde, criar ganadopor lanoche
y criticar después de cenar»).31En efecto, más tarde rechazó con­
cretamente la concepción de Fourier acerca del trabajo como «mera
diversión, mero divertimiento»,32y al hacerlo rechazaba implícita­
mente laecuaciónfourierista entre laautorrealizaciónylaliberación
de los instintos. Los humanos comunistas de Fourier eran hombres
ymujeres tal como la naturaleza los había creado, liberados de toda
represión; loshombresylasmujeres comunistasdeMarxeranmás que
esto. Sinembargo, el hecho de que el Marxmás maduro reconsidere
concretamente a Fourier en su debate más serio-acerca del trabajo
como actividadhumana indica la importancia que para él tiene este
escritor. En cuanto a Engels, sus constantes referencias laudatorias •
a Fourier (por ejemplo, en El origen de lafamilia) son muestra de
Marx, Engels, y el socialismo premarxiano 43

unainfluenciapermanente yde supermanente simpatíapor el único


escritor socialistautópico que todavíapuede leersehoyconlamisma
sensación de placer, iluminación —yexasperación—que acomien­
zos de la década de 1840.
Los socialistas utópicos proporcionaron así una crítica de la so­
ciedad burguesa, el esbozo de una teoría histórica, la confianza en
que el socialismo no sólo era realizable, sino necesario en este mo­
mento histórico, ymucha reflexión acerca de cómo habían de ser en
semejante sociedad los acuerdos humanos (incluyendo la conducta
humana individual). No obstante, presentaban llamativas deficien­
cias teóricas yprácticas. Tenían una flaqueza práctica importante y
otra de menor relevancia. Estaban involucrados, por decirlo suave­
mente, con distintos tipos de excentricidades románticas desde el
visionario sagaz hasta el psíquicamente desquiciado, desde la con­
fusión mental, no siempre excusable por el exceso de ideas, hasta
cultos curiosos y exaltadas sectas casirreligiosas. En pocas palabras,
suspartidarios tendían aponerse enridículoy, comoeljovenEngels
observó de los sansimonianos, «una vez seha ridiculizado algo, está
irremediablemente perdido en Francia».33Marx y Engels, a pesar
de que consideraban que los elementos fantásticos de los grandes
utópicos eranel precionecesariode sugeniouoriginalidadsocialista
práctica, apenas podíanconcebir unpapel prácticoenlatransforma­
ciónsocialistadel mundoparalos cadavezmás extraños yamenudo
aislados grupos de excéntricos.
En segundo lugar, ymás al caso, eran esencialmente apolíticos,
ypor ello, incluso en teoría, noproporcionaron medios efectivos con
los que alcanzar esta transformación. El éxodo hacia las comunidades
comunistas ya no parecía probable que produjese los resultados
deseados, como tampoco los produjeron los primeros llamamien­
tos de un Saint-Simon aNapoleón, al zar Alejandro oalos grandes
banqueros de París. Los utópicos (a excepcióndelos sansimonianos,
cuyo instrumento elegido, los dinámicos emprendedores capitalis­
tas, los alejó del socialismo) no reconocían a ninguna clase ogrupo
en especial como vehículo para sus ideas, e incluso cuando (como
más tarde reconoció Engels en el caso de Owen) apelaban alos tra­
bajadores, el movimiento proletario no desempeñaba ningún papel
44 Cómo cambiar el mundo

específicoen sus planes, que iban dirigidos atodos los que habíande
reconocer, pero que engeneral nolo conseguían, laverdadtan obvia
que sólo ellos habían descubierto. Sin embargo, la educación ypro­
paganda doctrinal, especialmente en la forma abstracta que eljoven
Engels criticaba en los owenitas británicos, nunca triunfarían por sí
solas. Resumiendo, como claramente veía apartir de su experiencia
británica, «el socialismo, que va mucho más lejos que el comunismo
francés ensubase, ensudesarrollo sequeda atrás. Tendrá quevolver
por un momento al punto de vista francés para después llegar más
lejos.»34El punto de vista francés era el de la lucha de clases revolu­
cionaria, ypolítica, del proletariado. Como veremos, MarxyEngels
fueron todavía más críticos con los planteamientos no utópicos del
primer socialismo que evolucionaba hacia distintas clases de coope­
raciónymutualismo.
Entre las numerosas debilidades teóricas del socialismo utópi­
co, una destacaba de forma espectacular: la ausencia de un análisis
económico de la propiedad privada que «los socialistas y comunis­
tas franceses ... no sólo habían criticado de diversas maneras sino
también«trascendido» [aufgehoben] deformautópica»,35peroque no
habían analizado sistemáticamente comobase del sistema capitalista
yde la explotación. El propio Marx, estimuladopor el Esbozodeuna
críticadelaeconomíapolíticade Engels (1843-1844),36habíallegado a
la conclusión de que semejante análisis había de constituir el núcleo
de la teoría comunista. Como él mismo lo expresó más tarde, cuan­
do describía supropio proceso de desarrollo intelectual, la economía
política era «la anatomía de la sociedad civil» (prefacio a la Critica
de la economíapolítica). No se encontraba en los socialistas «utópi­
cos»franceses. De ahí suadmiracióny(enLasagradafamilia, 1845)
amplia defensa de P-J. Proudhon (1809-1865), cuya obra ¿Quéesla
propiedad?(1840) leyó afinales de 1842, einmediatamente sedesvi­
viópor elogiarle como «el escritor socialista más coherente yperspi­
caz».37Decir que Proudhon «influyó» enMarx oque contribuyó ala
formación de supensamiento es una exageración. Inclusoen 1844lo
comparó enalgunos aspectos desfavorablemente comoteóricoconel
sastre comunista alemánWilhelmWeitling,38cuya única importan­
ciareal consistíaen que (como el propio Proudhon) eraun auténtico
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 45

obrero. No obstante, a pesar de que consideraba a Proudhon una


mente inferior aSaint-SimonyFourier, apreciabadetodos modos el
progreso que hizo respecto aéstos, yque posteriormente comparó al
deFeuerbach sobre Hegel. Apesar de suposterior ycreciente hosti­
lidadhacia Proudhonysuspartidarios, nunca modificó suopinión.39
Larazónno eratanto por los méritos económicos de suobra, porque
«en una historia estrictamente científica de la economía política el
trabajo apenas merecería ser mencionado». En efecto, Proudhon no
era y nunca llegó a ser un economista serio. Elogiaba a Proudhon
no porque tuviera algo que aprender de él, sino porque le conside­
raba un pionero de «lacrítica de la economía política» que él mismo
reconocíacomolaprincipal tareateórica, ylohizodeformagenerosa
porque Proudhon era ambas cosas, un auténtico obreroyuna mente
incuestionablemente original. Marx no tuvo que avanzar demasiado
en sus estudios económicos para que las deficiencias de la teoría de
Proudhonleimpresionasenmás profundamente que sus méritos: to­
dos están expuestos enlaPobrezadelafilosofía(1847).
Ningunodelos demás socialistasfranceses ejercióinfluenciades-
tacable alguna enlaformación del pensamiento marxiano.

III
El triple origen del socialismo marxiano en el socialismo francés, en
lafilosofía alemanayenla economía política británica es biencono­
cido: ya en 1844, Marx observó algo semejante a esta divisióninter­
nacional del trabajo intelectual en «el proletariado europeo».40Este
capítulo se ocupa de los orígenes del pensamiento marxiano sólo en
lamedida en que pueda ser rastreado en el pensamiento socialista u
obreropremarxiano, ypor consiguiente trata delas ideas económicas
marxianas sóloenlamedidaenqueéstas sederivaronoriginariamen­
te de dicho pensamiento, o mediaron através de él, o en la medida
en que Marx descubrió anticipos de su análisis en él: De hecho, el
socialismobritánicoderivabaintelectualmente delaeconomíapolíti­
cabritánica clásicapor dos vías: através de Owen desde el utilitaris­
mo benthamita, pero sobre todo através de los llamados «socialistas
46 Cómo cambiar el mundo

ricardianos» (algunos de ellos originalmente utilitaristas), especial­


mente William Thompson (1775-1833), John Gray (1799-1883),
John Francis Bray (1809-1897) yThomas Hodgskin (1787-1869).
Estos escritores son importantes, no sólo por utilizar la teoría del
valor trabajo de Ricardo para concebir una teoría de la explotación
económicade los obreros, sinotambiénpor suactivarelaciónconlos
movimientos socialistas (owenitas) ydelaclaseobrera. De hecho, no
hay evidencia de que ni siquiera Engels conociera muchas de estas
obras a comienzos de la década de 1840, yMarx evidentemente no
leyó a Hodgskin, «el socialista más convincente de entre los escri­
tores premarxianos»,41hasta 1851, y después de hacerlo expresó su
agradecimiento con suhabitual escrupulosidaderudita.42Se conoce
quizá mejor la contribución que finalmente hicieron estos escrito­
res alos estudios económicos deMarxque lacontribuciónbritánica
—más radical que socialista—a la teoría marxiana de crisis econó­
mica. Ya en 1843-1844, Engels adquirió, al parecer de laHistoriade
las clases mediasy obreras de John Wade (1835),43la idea de que las
crisis con una periodicidad regular eran un aspecto integrante de
las operaciones de la economía capitalista, utilizando el hecho para
criticar la Leyde Say.
Comparada con estos vínculos con los economistas británi­
cos de izquierdas, la deuda de Marx con los continentales es me­
nor. En la medida en que el socialismo francés tenía una teoría
económica, éste se desarrolló en conexión con los sansimonianos,
posiblemente bajo la influencia del heterodoxo economista suizo
Sismondi (1773-1842), especialmente a través de Constantin Pec-
queur (1801-1887), al que se ha descrito como «un vínculo en­
tre el sansimonismo y el marxismo» (Lichtheim). Ambos figuran
entre los primeros economistas que Marx estudió en profundidad
(1844). Sismondi aparece citado con frecuencia, Pecqueur es trata­
do en El capital III. No obstante, ninguno de los dos figura en las
Teorías sobrelaplusvalía, a pesar de que Marx, en un determinado
momento, se preguntó si debía incluir a Sismondi. Por otro lado,
los socialistas ricardianos británicos sí lo están: después de todo, el
propioMarxfue el últimoyel más abrumadoramente grande delos
socialistas ricardianos.
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 47

Si hemos mencionado brevemente loque aceptó odesarrolló en


la economía de izquierdas de su tiempo, también hemos de consi­
derar brevemente lo que rechazó. Desdeñaba todo aquello que con­
sideraba equivocados intentos «burgueses» {Manifiestocomunista), y
más tarde «pequeñoburgueses», de tratar los problemas del capita­
lismopor medios tales comolareforma del crédito, lamanipulación
de la moneda, la reforma de la renta, medidas para inhibir la con­
centración capitalista mediante la abolición de la herencia u otros
medios, aunque fuesen encaminados abeneficiar no alos pequeños
propietarios individuales sino alas asociaciones de trabajadores que
operaban en el seno del capitalismo con el propósito final de reem­
plazarlo. Estas propuestas estaban extendidas en la izquierda, que
incluía partes del movimiento socialista. La hostilidad de Marx ha­
cia Sismondi, aquien respetaba como economista, hacia Proudhon,
aquien no respetaba, ytambién su crítica deJohn Gray, derivan de
estaidea. En la época en que Engels yél conformaron sus ideas co­
munistas, estas debilidades de la teoría de laizquierda contemporá­
neanoles detuvieron demasiado. Sinembargo, apartir demediados
dela década de 1840, se sintieron cada vezmás obligados aprestar­
les más atención crítica en su práctica política, ypor consiguiente,
enla teoría.

IV
¿Qué hay de la contribución alemana a la formación de su pensa­
miento? Económica y políticamente retrasada, la Alemania de la
juventud de Marx no tenía socialistas de quienes pudiera aprender
nada importante. En efecto, hasta casi el momento de la conver­
sión de Marx y Engels al comunismo, y en algunos aspectos hasta
después de 1848, es erróneo hablar de una izquierda socialista oco­
munista diferenciada delas tendencias democráticas yjacobinas que
formaron la oposición radical ala reacción y al absolutismo princi­
pescodel país. Como señalaba el ManifiestocomunistayznAlemania
(a diferencia de Francia y Gran Bretaña) los comunistas no tenían
más opción que caminar juntos con la burguesía en contra de la
48 Cómo cambiar el mundo

monarquíaabsoluta, lapropiedadfeudal delas tierras ylas condicio­


nes pequeñoburguesas (dieKleinbürgereí),44mientras animabanalos
obreros a ser claramente conscientes de su oposición a los burgue­
ses. Política eideológicamente, la izquierda radical alemana miraba
hacia el oeste. Desde los jacobinos alemanes de la década de 1790,
Francia proporcionó el modelo, el lugar de asilopara los refugiados
políticos eintelectuales, la fuente de información acerca de las ten­
dencias progresistas: a comienzos de la década de 1840, incluso el
estudio de Lorenz von Stein sobre socialismo y comunismo sirvió
básicamente como tal, a pesar de la intención del autor, que era la
de criticar estas doctrinas. Entretanto un grupo, compuesto princi­
palmentepor oficiales artesanos alemanes itinerantes quetrabajaban
en París, se había separado de los refugiados liberales posteriores
a 1830 en Francia para adaptar el comunismo de la clase obrera
francesa a sus propios propósitos. La primera versión alemana de
comunismo fue por consiguiente revolucionaria y proletaria de un
modo primitivo.45Tanto si los jóvenes intelectuales radicales de la
izquierda hegeliana querían detenerse en la democracia o seguir
avanzando política ysocialmente, Francia proporcionó los modelos
intelectuales yel catalizador para sus ideas.
Entre estos oficiales artesanos destacaba Moses Hess (1812-
1875), no tanto por sus méritos intelectuales, ya que distaba mucho
de ser un pensador lúcido, sino porque se hizo socialista antes que
los demás y logró convertir a toda una generación de jóvenes inte­
lectuales rebeldes. Su influencia sobre Marx y Engels fue crucial en
1842-1845, aunque ambos pronto dejaron de tomarlo en serio. Su
propia marca de «verdadero socialismo» (básicamenteuna especie de
sansimonismo traducido alajerga feuerbachiana) no estaba destina­
da a ser demasiado significativa. Se recuerda principalmente porque
ha quedado embalsamado en las polémicas de Marx y Engels en su
contra (en el Manifiesto comunista), que iban dirigidas básicamen­
te contra el, de no ser por esto, olvidado y olvidable Karl Grün
(1817-1887). Hess, cuya evolución intelectual convergió durante un
tiempo conlade Marx, hasta el punto de que en 1848pudoperfecta­
mentehabersedeclaradopartidariodeMarx, adolecíadeinsuficiencias
tanto en calidad de pensador como en calidad de político, y ha de
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 49

contentarse con el papel de eterno precursor: del marxismo, del mo­


vimiento obrero alemány finalmente del sionismo.
Sinembargo, apesar de que el socialismopremarxiano alemánno
esdemasiadoimportante enlagénesis delasideas marxianas—excep­
to, por así decirlo, biográficamente—, debemos hacer mencióndela
crítica no socialista del liberalismo, que manifestaba matices poten­
cialmente clasificables como «socialistas» en el ambiguo sentido de­
cimonónico de la palabra. La tradición intelectual alemana encerra­
ba un poderoso componente de hostilidad hacia cualquier forma de
«Ilustración» del siglo xvm (ypor consiguiente hacia el liberalismo,
individualismo, racionalismoyabstracción, es decir, cualquier forma
de argumento benthamita oricardiano), unido auna concepción de
lahistoria yla sociedad, que encontró expresión en el romanticismo
alemán, en un principio un movimiento militantemente reacciona­
rio, aunque en algunos aspectos la filosofía hegeliana proporcionó
una especie de síntesis de la Ilustración y la visión romántica. La
práctica política alemana, ypor consiguiente la teoría social aplicada
alemana, estaba dominada por las actividades de una administración
estatal que lo abarcaba todo. La burguesía alemana, que como clase
empresarial tardó en desarrollarse, en general no exigía ni una su­
premacía política ni un liberalismo económico sin restricciones, y
gran parte de sus miembros, que leprestabanvoz, eran, deun modo
u otro, funcionarios del Estado. Ni como funcionarios (incluidos los
profesores) ni como empresarios, los liberales alemanes nocreíanin­
condicionalmente en el libre mercado sin restricciones. Adiferencia
de Francia y Gran Bretaña, el país gestó a escritores que esperaban
que el completo desarrollo de una economía capitalista, comola que
ya se intuía en Gran Bretaña, pudiera evitarse, y con ella los pro­
blemas de la pobreza de las masas, mediante una combinación de
planificaciónestatal yreforma social. En realidad, las teorías de estos
hombrespodíanacercarsebastante aunaespeciedesocialismo, como
enJ. K. Rodbertus-Jagetzow(1805-1875), unmonárquico conserva­
dor (fue ministro prusiano en 1848 por un breve período) que enla
década de 1840 elaboró una crítica no-consumista del capitalismoy
una doctrina del «socialismo de estado» basada en la teoría del valor
trabajo. Esta sería utilizada en la era Bismarck con fines propagan­
5° Cómo cambiar el mundo

dísticos comopruebade quelaAlemaniaimperial eratan «socialista»


como cualquier socialdemócrata, y como prueba, además, de que el
propio Marx había plagiado a un destacado pensador conservador.
La acusacióneraabsurda, puesto que MarxleyóaRodbertus entor­
no a 1860, cuando sus opiniones estaban ya completamente forma­
das, y Rodbertus «como mucho pudo haber enseñado aMarx cómo
no abordar sutareaycómo evitar los más burdos errores».46La con­
troversia hace tiempo que está olvidada. Por otro lado, bien puede
argüirse que la actitudyel argumento ejemplificados por Rodbertus
influyeronenlaformación delaclase de socialismoestatal de Lassa-
lle (durante un tiempo ambos estuvieronrelacionados).
Huelga decir que estas versiones no socialistas de anticapita­
lismo no sólo no desempeñaron ningún papel en la formación del
socialismo marxiano47, sino que fueron activamente combatidas por
lajovenizquierdaalemanapor sus obvias asociaciones conservadoras.
Lo que podría llamarse teoría «romántica»pertenece ala prehistoria
del marxismo sólo en sumínima formapolítica, es decir, ladela «fi­
losofía natural» por la que Engels siempre mostró una ligera afición
(cfr. suprefacio al Anti-Dühring, 1885), y enla medida en que ésta
quedó absorbida en la filosofía clásica alemana en suforma hegelia-
na. La tradición conservadorayliberal de laintervención del Estado
enlaeconomía, incluyendolapropiedadylaadministraciónestatal de
las industrias, simplemente las confirmó en la idea de que la nacio­
nalizaciónde laindustria ensí misma no era socialista.
Así pues, ni la experiencia económica, social o política alema­
na ni las obras destinadas específicamente a tratar de sus problemas
aportaron nada importante al pensamiento marxiano. De hecho, no
podía ser de otromodo. Como amenudo seha subrayadoytambién
lohicieronMarxyEngels, los temas que enFranciaeInglaterra sur­
gieronconcretamente enformapolíticayeconómica, enlaAlemania
de sujuventud surgieron solamente bajo la apariencia de investiga­
ción filosófica abstracta. En cambio, y sin duda por esta razón, el
desarrollo delafilosofíaalemana enesteperíodofuemuchomás im­
presionante que el delafilosofía de otros países. Si estacircunstancia
la privaba del contacto con las realidades concretas de la sociedad
—no hay ninguna referencia en Marx a la «clase desposeída» cuyos
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 5*

problemas «claman al cielo en Manchester, París y Lyon» antes del


otoño de 1842—,48leproporcionabaal mismotiempounagrancapa­
cidadparageneralizar, parapenetrar más alládelos hechos inmedia­
tos. No obstante, para ejercer todo supotencial, lareflexiónfilosófica
tenía que transformarse en un medio de actuación sobre el mundo,
y la generalización filosófica especulativa tenía que ir emparejada al
estudio yanálisis concretos del mundo real de la sociedadburguesa.
Sin este emparejamiento el socialismo alemán surgido de una radi-
calizaciónpolítica del desarrollo filosófico, especialmente hegeliano,
como mucho podía producir aquel socialismo alemán o«verdadero»
queMarxyEngels satirizaron enel Manifiestocomunista.
Los pasos iniciales de esta radicaüzación filosófica adoptaron la
forma deuna crítica de lareligiónymás tarde (puestoque el tema era
políticamentemássensible) del Estado, siendoéstoslosdosprincipales
asuntos «políticos» en los que la filosofía estaba directamente intere­
sada como tal. Los dos grandes hitos premarxianos de estaradicaliza-
ciónfueron VidadeJesús, de Strauss (1835), yespecialmente Wesendes
Christenthums (1841), de Feuerbach, que ahora era manifiestamente
materialista. La importancia crucial de Feuerbach como etapa entre
Hegel yMarx es conocida, aunque el papel fundamental continuado
delacríticadelareligiónenelpensamientomadurodeMarxyEngels
nosiempreseapreciatanclaramente. Sinembargo, enesteestadiovital
desuradicalización, losjóvenes rebeldes político-filosóficos alemanes
podían recurrir directamente ala tradición radical eincluso sociaüsta,
puestoquelaescueladel materiaÜsmofilosóficomás conocidaycohe­
rente, ladelaFrancia del sigloxviii, nosóloestabarelacionadaconla
RevoluciónFrancesa, sino tambiénconel primer comunismofrancés:
HolbachyHelvetius, MorellyyMably. Hasta estepunto el desarrollo
filosóficofrancés favoreció, opor lo menos fomentó, el desarrollo del
pensamiento marxista, igual que hizo la tradición filosófica británica
a través de sus pensadores de los siglos xvn y xviii, directamente o
por medio de la economía política. Sin embargo, fundamentalmente
el procesopor el cual eljovenMarx «puso a Hegel del derecho» tuvo
lugar en el seno dela filosofíaclásica, ypocole debía alas tradiciones
revolucionariasysociaüstas premarxianas exceptoun ciertosentidode
ladirecciónenque debía moverse.
52 Cómo cambiar el mando

v
Durante la década de 1840, la política, la economía yla filosofía, la
experiencia francesa, británica yalemana, yel socialismoyel comu­
nismo «utópicos»sefusionaron, setransformaronytrascendieron en
la síntesis marxiana. Sin duda no es casualidad que esta transforma­
ción seprodujese en aquel momento histórico.
En algúnmomento en torno a 1840, lahistoria europea adquirió
una nuevadimensión: el «problema social», o(vistodesde otropunto
de vista) la potencial revolución social, ambos expresados normal­
mente enel fenómeno del «proletariado». Los escritores burgueses se
hicieron sistemáticamente conscientes del proletariado como de un
problema empírico y político, una clase, un movimiento; en última
instanciaunpoder capazde darlelavueltaalasociedad. Por unlado,
estaconcienciahallóexpresióneninvestigaciones sistemáticas, ame­
nudo comparativas, acerca de las condiciones de esta clase (Villermé
enFrancia en 1840, Buret enFranciayGran Bretaña en 1840, Duc-
pétiaux en varios países en 1843), ypor el otro, en generalizaciones
históricas que yarecuerdan el argumento marxiano:
Peroéste es el contenido delahistoria: ningúnantagonismohis­
tóricoimportantedesapareceoseextingueamenosquesurjaunnuevo
antagonismo. Así el antagonismogeneral entrelosricosylospobresse
hapolarizado recientemente enlatensiónentre capitalistas yquienes
contratanmanodeobrapor unladoylos obreros industriales detodo
tipopor el otro; deestatensiónsurgeunaoposicióncuyasdimensiones
sehacencadavezmás amenazadoras conel crecimientoproporcional
de la población industrial, (art. «Revolution» en RotteckyWelcker,
LexicónderStaatswissenschaftenXIII, 1842).49
Ya hemos visto que en esta época surgió un movimiento comu­
nista revolucionario y conscientemente proletario en Francia, y que
precisamente las palabras «comunista»y«comunismo» sedifundieron
entorno a 1840 para describirlo. Al mismo tiempo, un masivomovi­
miento de clase proletaria alcanzó su punto álgido en Gran Bretaña:
el cartismo. Antes de suaparición, lasprimitivas formas de socialismo
«utópico»enlaEuropa Occidental sereplegaronalos márgenes dela
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 53

vidapública, aexcepción del fourierismo, que floreciómodesta, pero


persistentemente, en sueloproletario.50
La nuevay formidable fusiónde laexperienciayteoríasjacobina-
revolucionaria-comunistaysocialista-asociacionistafueposiblegracias
al visible crecimientoymovilizacióndelaclaseobrera. Marx, el hege-
liano, buscandolafuerzacapazdetransformar lasociedadmediante la
negación de la sociedad existente, la encontró en el proletariado, y a
pesar dequenoteníaningúnconocimientoconcretodeaquél (excepto
através de Engels) y de que no había prestado demasiada atención a
las operaciones de la economía política y capitalista, inmediatamente
sepusoaestudiarambas cosas. Es unerror suponer quenoconcentrase
sumente seriamente enla economía antes de comienzos de ladécada
de 1850. Empezó sus estudios enseriono más tarde de 1844.
Lo queprecipitó esta fusión de teoría social ymovimiento social
fue la combinación de triunfo y crisis en las sociedades burguesas
desarrolladas, y aparentemente paradigmáticas, de Francia y Gran
Bretaña durante dicho período. Políticamente, las revoluciones de
1830 y las correspondientes reformas británicas de 1832-1835 es­
tablecieron regímenes que evidentemente servían a los intereses del
sector predominante delaburguesía liberal, pero sequedaron apara­
tosamente cortas en cuanto ademocraciapolítica. Económicamente,
la industrialización, ya dominante en Gran Bretaña, avanzaba visi­
blemente en algunos lugares del continente, pero enun ambiente de
crisis e incertidumbre que a muchos les parecía que ponía en tela
dejuicio todo el futuro del capitalismo como sistema. Como el pro­
pio Lorenzvon Stein, el primer analista sistemático del socialismoy
del comunismo (1842), afirma:
Ya no hay duda alguna de que para la parte más importante de
Europalareformaylarevoluciónpolíticashantocadoasufin; larevo­
luciónsocial ha ocupadosupuestoyseyerguepor encimadetodos los
movimientos de los pueblos consuterriblepoder yserias dudas. Hace
tansólounospocosaños, estoaloqueahoranosenfrentamosnoparecía
másque una sombra hueca. Ahora seopone atoda Leycomosi fuera
unenemigo, ytodoslos esfuerzospor devolverlaasuanterior insignifi­
canciasonvanos.51
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 55

generar al final una sociedad socialista. (Apropósito, adiferencia de


los primeros socialistas, para quienes la nueva sociedad era una cosa
terminada que tan sólo tenía que ser instituida en una forma final,
dependiendo de cuál fuera el modelopreferido, en el momento ade­
cuado, lasociedadfutura deMarxcontinúa evolucionando histórica­
mente, demanera quesólopuedenpredecirse, por nodecir diseñarse,
susprincipios yesquemas generales.) Tercero, clarificaba el modo de
la transición de la vieja sociedad a la nueva: el proletariado sería su
vehículo, através de un movimiento de clase comprometido en una
lucha de clase que alcanzaría suobjetivo solamente através de la re­
volución: «laexpropiacióndelos expropiadores». El socialismohabía
dejadode ser «utópico»ysehabía convertido en «científico».
De hecho, la transformación marxiana no sólo había reempla­
zado a sus predecesores, sino que los había absorbido. En términos
hegelianos, los había«abolido» {aufgehoben). Paracualquier otropro­
pósito, a excepción de la redacción de tesis académicas, o bien fue­
ronolvidados, oforman parte de laprehistoria del marxismo, obien
(comoenel casode algunas tensiones sansimonianas) evolucionaron
hacia direcciones ideológicas que nada tienen que ver con el socia­
lismo. Como mucho, como ocurre con Owen y Fourier, sobreviven
entrelosteóricos delaenseñanza. El únicoautor socialistadel perío­
do premarxista que todavía conserva cierta relevancia como teórico
enel ámbitogeneral delos movimientos socialistas es Proudhon, que
sigue siendo citadopor los anarquistas (por no mencionar, devez en
cuando, la ultraderecha francesayotros antimarxistas). Esto no deja
deser, enciertomodo, injustoconhombres que, inclusobajolaluzde
los mejores utópicos, eran pensadores originales con ideas que, si se
propusiesen hoy, muchas veces se tomarían muy en serio. De todos
modos, lo cierto es que, como socialistas, hoyen día interesan bási­
camente alos historiadores.
Esto no debería llevarnos a engaño suponiendo que el socialis­
mopremarxiano se extinguió inmediatamente después de que Marx
desarrollase sus características ideas. Incluso nominalfnente, el mar­
xismo no se convirtió en un movimiento obrero influyente hasta la
década de 1880, o como muy pronto en la de 1870. La historia del
pensamiento de Marx y sus controversias políticas e ideológicas no
M arx, Engels, y el socialismo premarxiano 55

generar al final una sociedadsocialista. (Apropósito, adiferencia de


los primeros socialistas, para quienes la nueva sociedad era una cosa
terminada que tan sólo tenía que ser instituida en una forma final,
dependiendo de cuál fuera el modelo preferido, enel momento ade­
cuado, la sociedadfutura deMarxcontinúa evolucionandohistórica­
mente, demaneraque sólopuedenpredecirse, por nodecir diseñarse,
susprincipios yesquemas generales.) Tercero, clarificabael modo de
la transición de la vieja sociedad a la nueva: el proletariado sería su
vehículo, a través de un movimiento de clase comprometido en una
lucha de clase que alcanzaría su objetivo solamente através de la re­
volución: «laexpropiacióndelos expropiadores». El socialismohabía
dejado de ser «utópico»ysehabía convertido en «científico».
De hecho, la transformación marxiana no sólo había reempla­
zado a sus predecesores, sino que los había absorbido. En términos
hegelianos, los había «abolido»(aufgehoben). Paracualquier otropro­
pósito, a excepción de la redacción de tesis académicas, o bien fue­
ron olvidados, oforman parte de laprehistoria del marxismo, obien
(como en el casode algunas tensiones sansimonianas) evolucionaron
hacia direcciones ideológicas que nada tienen que ver con el socia­
lismo. Como mucho, como ocurre con Owen yFourier, sobreviven
entrelos teóricos delaenseñanza. El único autor socialistadel perío­
do premarxista que todavía conserva cierta relevancia como teórico
enel ámbitogeneral delos movimientos socialistas esProudhon, que
sigue siendo citado por los anarquistas (por no mencionar, devezen
cuando, la ultraderecha francesayotros antimarxistas). Esto no deja
deser, enciertomodo, injustoconhombres que, inclusobajolaluzde
los mejores utópicos, eran pensadores originales con ideas que, si se
propusiesen hoy, muchas veces se tomarían muy en serio. De todos
modos, lo cierto es que, como socialistas, hoyen día interesan bási­
camente alos historiadores.
Esto no debería llevarnos a engaño suponiendo que el socialis­
mo premarxiano se extinguió inmediatamente después de que Marx
desarrollase sus características ideas. Incluso nominalfnente, el mar­
xismo no se convirtió en un movimiento obrero influyente hasta la
década de 1880, o como muy pronto en la de 1870. La historia del
pensamiento de Marx y sus controversias políticas e ideológicas no
56 Cómo cambiar el mundo

puede entenderse a menos que recordemos que, durante el resto de


suvida, las tendencias que él criticó, combatióocónlas quetuvoque
alcanzar un acuerdo en el seno del movimiento obrero fueron prin­
cipalmente las de la izquierda radical premarxiana, o las derivadas
de ella. Pertenecían a la progenie de la Revolución Francesa, ya en
formadedemocraciaradical, derepublicanismojacobino ode comu­
nismo proletario revolucionario neobabouvista que sobrevivía bajo
el liderazgo de Blanqui. (Esta última era una tendencia con la que,
en términos políticos, Marx se vio envuelto de vez en cuando.) En
ocasiones surgíande, opor lomenos eranprovocados por, aquel mis­
mo hegelianismo ofeuerbachismo de izquierdas por el que el propio
Marx había pasado, como en el casode varios revolucionarios rusos,
especialmente Bakunin. Pero por lo general eran los herederos, es
decir, lacontinuación, del socialismopremarxiano.
Cierto es que los utópicos originales nosobrevivieronaladécada
de 1840; pero como doctrinas ymovimientos yaestabanmoribundos
a comienzos de los años cuarenta, a excepción del fourierismo, que,
aunque de manera modesta, florecióhasta larevolución de 1848, en
la que su líder, Víctor Considérant, se encontró desempeñando un
papel inesperadoyfallido. Por otro lado, diversos tipos de asociacio-
nismo yteorías cooperativas, derivadas en parte de fuentes utópicas
(Owen, Buchez), en parte desarrolladas apartir de una base menos
mesiánica enla década de 1840 (Louis Blanc, Proudhon), continua­
ron floreciendo. Incluso mantuvieron, de manera cada vez más im­
precisa, la aspiración de transformar la sociedad entera en términos
cooperativos, de los que originariamente procedían. Si esto fue así
incluso en Gran Bretaña, donde el sueño de una utopía cooperativa
que emancipase el trabajo de manos de la explotación capitalista se
diluyó enun comercio cooperativo, todavía tuvo más fuerza en otros
países, donde la cooperación de los productores seguía dominando.
Para la mayoría de los trabajadores de la época de Marx esto erael
socialismo; o más bien el socialismo que obtuvo el apoyo de la clase
trabajadora, inclusoenladécadade 1860, fueunsocialismoqueima­
ginaba grupos independientes de productores sin capitalistas, pero
con capital suficiente proporcionado por la sociedad para hacerlos
viables, protegidos yalentados por laautoridadpública, peroasuvez
' M a rx , Engels, y el socialismopremarxia.no 57

condeberes colectivos hacialoestatal. De ahí laimportanciapolítica


del proudhonismoy del lassalleanismo. Esto eranormal enuna clase
obrera cuyos miembros políticamente conscientes eranensumayoría
artesanos ocercanos ala experiencia artesanal. Además, el sueño de
launidadproductiva independiente que controlase suspropios asun­
tos simplemente no pertenecía a hombres (y muy raramente a mu­
jeres) que no eran todavía plenamente proletarios. En cierto modo,
estavisión«sindicalista»primitivareflejabatambiénlaexperienciade
los proletarios en los talleres de mediados del sigloxvm.
Por consiguiente, sería un error decir que el socialismo premar-
xiano se extinguió en la época de Marx. Sobrevivió entre los proud-
honianos, anarquistas bakunianos, entre sindicalistas revolucionarios
posteriores y otros, incluso cuando éstos aprendieron después, por
falta de una teoría propia adecuada, aadoptar parte del análisis mar-
xianopara suspropios propósitos. Sinembargo, apartir demediados
deladécada de 1840yanopuede decirse queMarxderivase ninguna
ideadelatradiciónpremarxista del socialismo. Después de suexten­
sadisección de Proudhon {Lapobrezadelafilosofía, 1847), tampoco
puede decirse que lacrítica del socialismopremarxiano desempeñase
unpapel significativo en laformaciónde supropiopensamiento. En
conjunto, formaba parte de sus polémicas políticas más que de su
desarrollo teórico. Quizá la única excepción importante es la Crítica
delprogramade Gotha(1875), en la que sus atónitas protestas contra
las injustificadas concesiones del Partido SocialdemócrataAlemán a
los lassalleanos le condujeron a una declaración teórica que, si bien
no era nueva, en todo caso él no la había formulado públicamente
antes. También esposible que el desarrollo de sus ideas sobre crédito
y finanzas estuviese en cierto modo en deuda con la necesidad de
criticar lacreencia en distintas recetas monetarias yde crédito que se
hicieronpopulares enlos movimientos obreros detipoproudhonista.
Sin embargo, a mediados de la década de 1840, Marx yEngels ha­
bíanaprendido, engeneral, todo cuantopudierondel socialismopre-
maixiano. Sehabíanpuestolos cimientos del «socialismocientífico».
3
Marx, Engels ylapolítica

El presente capítulo trata de las ideas yopiniones políticas de Marx


yEngels, es decir, de sus opiniones acerca del Estado ysus institu­
ciones, y acerca del aspecto político de la transición del capitalismo
al socialismo: la lucha de clases, la revolución, el modo de organi­
zación, la estrategia y táctica del movimiento socialista, y asuntos
similares. Analíticamente eran, en cierto sentido, problemas secun­
darios. «Tanto las relacionesjurídicas comolas formas de Estado no
podían comprendersepor sí mismas ... sinoqueradicanenlas condi­
ciones materiales de vida», en aquella «sociedad civil» cuya anatomía
erala economía política (Prefacio, Críticadelaeconomíapolítica). Lo
que determinó la transición del capitalismo al socialismo fueron las
contradicciones internas del desarrollo capitalista, y en particular el
hecho de que el capitalismo generaba inevitablemente supropio se­
pulturero, el proletariado, «una clase cuyonúmero aumenta constan­
temente, disciplinada, unida, organizadapor el proceso mismo de la
propia producción capitalista» {El capital I: capítulo XXXII). Ade­
más, mientras que el poder del Estado eracrucial parael gobierno de
clase, laautoridaddelos capitalistas sobrelos trabajadores comotales
«recae en sus titulares sólo comopersonificación de los'requisitos de
trabajo que seimponen al trabajador. No recae en ellos ensu condi­
ción de gobernantes políticos o teocráticos, tal como solíaocurrir en
los antiguos modos deproducción» {Werke1, m, p. 888). Por lotan­
6o Cómocambiar el mundo

to, la política y el Estado no necesitan estar integrados en el análisis


básico, pero pueden ser introducidos en un estadio posterior.1
En la práctica, claro está, los problemas de la política no eran
secundarios para los revolucionarios activos, sino fundamentales. Así
pues, una ingente cantidad de obras de Marx tratan de ellos. No
obstante, estas obras difieren en carácter de su principal obra teórica.
Aunque nunca terminó su exhaustivo análisis económico del capi
talismo, la obra inacabada existe en diversos y extensos manuscritos
destinados a la publicación o realmente publicados. Marx también de
dicó atención sistemática a la crítica de la filosofía social y lo que se
puede denominar el análisis filosófico de la naturaleza de la sociedad
burguesa y el comunismo en la década de 1840. Sobre política no
hay ningún esfuerzo teórico sistemático análogo. Sus obras en este
campo adoptan, casi por completo, la forma periodística, investiga
ciones sobre el pasado político inmediato, contribuciones al debate
en el seno del movimiento, y cartas privadas. Sin embargo, aunque
sus escritos al respecto tienen básicamente la naturaleza de comen
tarios sobre la política vigente, Engels abordó un tratamiento más
sistemático de estos temas en el Anti-Dühring, pero principalmente
en varias obras posteriores a la muerte de Marx.
Por lo tanto, la naturaleza exacta de las opiniones de Marx y en
menor medida de las de Engels es a menudo confusa, sobre todo
acerca de temas que no les preocupaban especialmente; que posi
blemente deseasen evitar, porque «lo que más ciega a las personas es
sobre todo la ilusión de una historia autónoma de las constituciones
estatales, sistemas legales y representaciones ideológicas en todos los
campos especiales» (Engels a Mehring, Werke 39, p. 96 y ss.). El pro
pio Engels admitió, al final de su vida, que aunque él y Marx tenían
razón al hacer hincapié, ante todo, en «la derivación de nociones
políticas, jurídicas e ideológicas de los hechos económicos básicos»,
habían descuidado de alguna manera el lado formal de este proceso
en aras del contenido. Esto se aplica no sólo al análisis de las ins
tituciones políticas, legales y demás como ideología, sino también
— como bien señaló en las conocidas cartas que glosaban la concep
ción materialista de la historia— a la relativa autonomía de estos
elementos superestructurales. Hay considerables lagunas en las ideas
Marx, Engelsy lapolítica 61

conocidas de Marx y Engels sobre estos temas y, por consiguiente,


hay incertidumbres acerca de cuáles eran, o podían haber sido.
Es evidente que estas lagunas no preocupaban a Marx ni a Engels,
puesto que con toda seguridad las habrían llenado si semejante análisis
se hubiera revelado necesario en el curso de su praxis política concreta.
Así pues, apenas hay referencia específica alguna al derecho en las
obras de Marx; pero Engels no tuvo dificultad en improvisar un debate
sobre jurisprudencia (en colaboración con Kautsky) cuando le pare
ció oportuno (1887).2 Tampoco resulta demasiado difícil compren
der por qué Marx y Engels no se molestaron en llenar algunos vacíos
teóricos que a nosotros nos parecen obvios. La época histórica en y
sobre la que escribieron no era sólo muy diferente de la nuestra, sino
también (a excepción de alguna coincidencia en los últimos años de la
vida de Engels) muy diferente de aquélla en la que los partidos mar-
xistas se transformaron en organizaciones de masas o bien en fuerzas
políticas significativas. En efecto, la verdadera situación de Marx y
Engels como comunistas activos sólo era ocasionalmente comparable
a la de sus partidarios marxistas que lideraron o fueron políticamente
activos en estos movimientos posteriores. Pues aunque Marx, quizá
más que Engels, desempeñó un importante papel en la política prác
tica, especialmente durante la revolución de 1848 como editor de la
Neue Rheinische Zeitung*y en la Primera Internacional, nunca lideró
o perteneció a partidos políticos como los que caracterizaron al mo
vimiento en el período de la Segunda Internacional. Como mucho
aconsejaron a aquellos que los lideraban; y sus dirigentes (por ejem
plo, Bebel), a pesar de la enorme admiración y respeto que sentían por
Marx y Engels, no siempre aceptaron su consejo. La única experiencia
política de Marx y Engels que podría compararse con la de algunas
organizaciones marxistas posteriores fue su liderazgo de la Liga Co
munista (1847-1852) a la que, por este motivo, los leninistas solían
referirse desde 1917. El pensamiento político específico de Marx y
Engels estaba inevitablemente marcado por las situaciones históricas
específicas a las que se enfrentaron, aunque perfectamente capaz de
ser extendido y desarrollado para enfrentarse a otras. .

* Nueva Gaceta Renana . (TV. de la t.)


Ó2 Cómo cambiar el mundo

No obstante, deberíamos distinguir entre esta parte de su pen


samiento que era simplemente ad hoc y aquella parte que era acu
mulativa, en la medida en que subyacía un análisis coherente, que se
conformaba gradualmente, se modificaba y elaboraba a la luz de las
sucesivas experiencias históricas. Este fue el caso, sobre todo, de los
dos problemas de Estado y Revolución, que Lenin vinculó correcta
mente en su intento de presentar sistemáticamente este análisis.
El propio pensamiento de Marx sobre el Estado empezó con el
intento de ajustar cuentas con la teoría hegeliana al respecto en la
Crítica de lafilosofía del derecho de Hegel (1843). En esta etapa Marx
era demócrata, pero todavía no era comunista, por lo tanto su enfo
que tiene cierta similitud con el de Rousseau, aunque los estudiantes que
han tratado de establecer vínculos directos entre los dos pensado
res han sido derrotados por el hecho indudable de que «Marx nunca dio
indicación alguna de ser remotamente consciente de [esta supuesta
deuda a Rousseau]»,3y en realidad parece malinterpretar a aquel pen
sador. Esta prueba anticipaba algunos aspectos de las posteriores ideas
políticas de Marx; especialmente, de manera imprecisa, la identifica
ción del Estado con una forma específica de relaciones de producción
(«propiedad privada»), el Estado como creación histórica, y su final
disolución (Auflósung), junto con la de la «sociedad civil» cuando la
democracia termine la separación del Estado y el pueblo. Sin embar
go, es altamente destacable como crítica de la teoría política ortodoxa,
y por consiguiente constituye la primera y última ocasión en la que
el análisis de Marx opera sistemáticamente en términos de constitu
ciones, problemas de representación, etc. Subrayemos su conclusión
de que las formas constitucionales eran secundarias al contenido so
cial — tanto EE.ETU. como Prusia se basaban ambos en el orden
social de la propiedad privada— y su crítica del gobierno mediante,
por ejemplo, representantes parlamentarios, es decir, introduciendo la
democracia como part t formaldel Estado en vez de reconoc
su esencia.4Marx imaginaba un sistema de democracia en el que la
participación y la representación no se distinguieran, «un cuerpo tra
bajador, no un cuerpo parlamentario» según las palabras que él mismo
aplicó después a la Comuna de París,5 aunque sus detalles formales,
tanto en 1843 como en 1871, no quedaron claros.
Marx, Enge/sylapolítica 63

La primitiva forma comunista de la teoría de Marx del Estado


esbozaba cuatro punios principales: la esencia del Estado era el poder
político, que «es la expi están oficial de la oposición de clases en el
seno de la sociedad burguesa»; por consiguiente cesaría de existir en
una sociedad comunista; en el sistema actual no representaba un inte
rés general de la sociedad sino el interés de la(s) clase(s) dirigente(s);
pero con la victoria revolucionaria del proletariado, durante el espe
rado período de transición, no desaparecería inmediatamente, sino
que adoptaría la forma temporal del «proletariado organizado como
una clase dirigente» o de la «dictadura del proletariado» (aunque esta
expresión no fue utilizada por Marx hasta después de 1848).
Estas ideas, aunque mantenidas con coherencia durante el resto
dé“ ías vidas de Marx y Engels, estaban considerablemente elabo
radas, sobre todo en dos aspectos. Primero, el concepto del Estado
como poder de dase fue modificado, particularmente a la luz del
bonapartismo de Napoleón III en Francia y de los otros regímenes
posteriores a 1848 que no podían describirse simplemente como el
gobierno de una burguesía revolucionaria (véase más abajo). Segun
do, principalmente después de 1870, Marx, pero sobre todo Engels,
esbozó un modelo más general de la génesis y"2I desarrollo histórico
del Estado como consecuencia del desarrollo de la sociedad de clases,
formulado de manera más completa en £Y origen liéíayañntta (1884),
que constituye, dicho sea de paso, el punto de partida del posterior
debate de Lenin. Con el crecimiento de los irreconciliables e in
domables antagonismos de clase en la sociedad «se hizo necesario
un poder que aparentemente prevaleciese por encima de la sociedad
con el objetivo de moderar este conflicto y- mantenerlo dentro de los
límites del «orden», es decir, evitar que el conflicto de clases consu
miera tanto a las clases como a la sociedad «en una lucha estéril».6
Aunque simplemente «como norma» el Estado representa los inte
reses de la clase más poderosa y económicamente dominante, que
mediante su control adquirió nuevos medios de retener a los opri
midos, hay que tener en cuenta que Engels acepta la'función social
general del Estado, por lo menos negativamente, como mecanismo
para evitar la desintegración social, y también acepta el elemento de
ocultación de poder o gobierno mediante mistificación o consenti
64 Cómocambiarel mundo

miento ostensible implícito en el hecho de que el Estado esté por


encima de la sociedad. La teoría marxiana madura del Estado era
pues mucho más sofisticada que la simple ecuación: Estado = poder
coercitivo = gobierno de clase.
Puesto que Marx y Engels creían ambos en la disolución final del
Estado y en la necesidad de un Estado (proletario) transicional, así
como en la necesidad de planificación y administración social hasta,
por lo menos, el primer estadio del comunismo («socialismo»), el fu
turo de la autoridad política planteaba complejos problemas, que sus
sucesores no han solucionado ni en la teoría ni en la práctica. Dado
que el «Estado» como tal fue definido como el aparato para gobernar
a los hombres, el aparato de administración que le sobreviviría podía
ser aceptado si se confinaba a «la administración de las cosas», y por
lo tanto dejaría de ser Estado.7 La distinción entre el gobierno de los
hombres y la administración de las cosas probablemente fue absorbida
del pensamiento socialista anterior. Fue dado a conocer especialmen
te por Saint-Simon. La distinción se convierte en algo más que un
mecanismo semántico sólo en determinados supuestos utópicos o en
todo caso muy optimistas como, por ejemplo, la creencia en que la
«administración de las cosas» sería técnicamente más simple y me
nos especializada de lo que hasta ahora ha sido, y así al alcance de
ciudadanos no especialistas: el ideal de Lenin de que todo cocinero
fuera capaz de gobernar el Estado. Parece que no hay duda de que
Marx compartía este punto de vista optimista.8 Sin embargo, durante
el período transicional el gobierno de los hombres, o utilizando la
expresión más exacta de Engels la «intervención del poder del Estado
en las relaciones sociales» ( ührg,loe. cit.), sólo desaparec
nti-D
A
gradualmente. Cuándo empezaría a desaparecer en la práctica, y cómo
desaparecería, no quedaba claro. El famoso fragmento de Engels en
el Anti-Dühring simplemente afirma que esto se produciría «por sí
mismo» «marchitándose». A efectos prácticos, poco podemos leer en
la puramente tautológica declaración formal de que este proceso em
pezaría con «el primer acto en el que el Estado' aparecerá como el
representante real de toda la sociedad», la conversión de los medios de
producción en propiedad social, porque simplemente dice que ál re
presentar a toda la sociedad ya no puede ser clasificado como Estado.
Marx,Engelsy lapolítica 65

La preocupación de Marx y Engels por la desaparición del Estado


es interesante no por los pronósticos que puedan leerse en ella, sino
principalmente como poderosa evidencia de sus esperanzas y concep
ción de una futura sociedad comunista: tanto más poderosa porque sus
predicciones al respecto contrastan con su habitual reticencia a especu
lar acerca de un futuro impredecible. El legado que dejaron a sus suce
sores respecto a este problema permaneció desconcertante e incierto.
Hay que mencionar brevemente otra complicación de su teoría
del Estado. En la medida en que no era simplemente un aparato de
gobierno, sino que estaba basado en el territorio {El origen dela ,
Werke2 1, p. 165), el Estado tenía también una función en el desarrollo
económico burgués como la «nación», la unidad de este desarrollo; por
lo menos en forma de una serie de extensas unidades territoriales de
este tipo (véase más abajo). Ni Marx ni Engels discuten el futuro
de estas unidades, pero su insistencia en el mantenimiento de la
unidad nacional en una forma centralizada después de la revolución,
aunque suscitara los problemas observados por Bernstein y afrontados
por Lenin,9no se pone en duda. Marx siempre negó el federalismo.
Las ideas de Marx acerca de la revolución, igualmente naturales,
empezaban con el análisis de la experiencia revolucionaria más impor
tante de su era, la de Francia a partir de 1789.10 Francia sería para el
resto de su vida la ejemplificación «clásica» de la lucha de clases en su
forma revolucionaria y el principal laboratorio de experiencias his
tóricas en el que se formaron la estrategia revolucionaria y la táctica.
Sin embargo, desde el momento en que entró en contacto con En
gels, la experiencia francesa fue complementada con la experiencia del
movimiento proletario de masas, del que Gran Bretaña era entonces
y siguió siendo durante varias décadas el único ejemplo significativo.
El episodio crucial de la Revolución Francesa desde los dos pun
tos de vista fue el período jacobino. Tenía una relación ambigua con
el Estado burgués,11 puesto que la naturaleza de aquel Estado era la
de proporcionar campo libre para las operaciones anárquicas de
la sociedad civil/burguesa, mientras que en sus diferentes maneras
tanto el Terror como Napoleón trataban de encajarlas en un marco
de comunidad/nación dirigido por el Estado, el uno mediante la su
bordinación a la «revolución permanente» — expresión utilizada por
66 Cómo cambiar el mundo

primera vez al respecto por Marx {La sagrada , p. 130) — el


otro con la conquista y guerra permanentes. La verdadera sociedad
burguesa surgió por primera vez después de Termidor, y finalmente
la burguesía descubrió su forma efectiva, «la expresión oficial de su
poder exclusivo, y el reconocimiento político de sus intereses
cos», en el Estado parlamentario constitucional {Reprásentativsmat)
en la revolución de 1830 {ibid. p. 132).
Pero en 1848 se puso de manifiesto otro aspecto del jacobin ismo.
El solo logró la total destrucción de las reliquias del feudalismo, que
de lo contrario se habrían prolongado durante décadas. Paradójica
mente, ello se debió a la intervención en la revolución de un «prole
tariado» todavía demasiado inmaduro como para poder alcanzar sus
propios objetivos.12 El argumento sigue siendo pertinente, aunque
hoy en día no calificaríamos el movimiento de los sansculottes de
«proletario», porque suscita el problema crucial del papel de las cla
ses populares en una revolución burguesa y de las relaciones entre la
revolución burguesa y proletaria. Estos serían los temas principales
del Manifiesto ,c
unistade las obras de 1848 y de los debates poste
om
riores a 1848. Constituirían un tema fundamental en el pensamiento
político de Marx y Engels y del marxismo del siglo xx. Además, en
la medida en que el advenimiento de la revolución burguesa propor
cionó una posibilidad, siguiendo el precedente jacobino, de llegar a
regímenes que iban más allá del gobierno burgués, el jacobinismo
aportó también algunas características políticas de tales regímenes,
por ejemplo, el centralismo y el papel del poder legislativo.
Así pues, la experiencia del jacobinismo arrojó luz al problema del
Estado revolucionario transicional, incluyendo la «dictadura del pro
letariado», un concepto extensamente debatido en posteriores discu
siones marxistas. Este término, poco importa si provenía de Blanqui,
entró por primera vez en el análisis marxiano en los años posteriores a
la derrota de 1848-1849, es decir, en el escenario de una posible nue
va edición de algo parecido a las revoluciones de 1848. Las posteri
ores referencias a dicho término se producen principalmente después
de la Comuna de París y en relación con las perspectivas del Partido
Socialdemócrata alemán en la década de 1890. A pesar de que nunca
dejó de ser un elemento crucial en el análisis de Marx,13 el contexto
Marx,Engelsy lapolítica 67

político en el que se discutió cambió, pues, profundamente. De ahí


algunas de las ambigüedades de los debates posteriores.
Al parecer el propio Marx nunca utilizó el término «dictadura»
para describir una forma específica de gobierno institucional, sino
que siempre lo hizo para describir el contenido más que la forma de
gobierno de grupo o clase. Por lo tanto, para él la «dictadura» de la
burguesía podía existir con o sin sufragio universal.14 Sin embargo,
es probable que en una situación revolucionaria, cuando el objetivo
principal del nuevo régimen proletario ha de ser el de ganar tiempo
adoptando inmediatamente «las medidas necesarias para intimidar
suficientemente a la masa de la burguesía,15 dicho gobierno tendiese
a ser más abiertamente dictatorial. El único régimen realmente des
crito por Marx como una dictadura del proletariado fue la Comuna
de París, y las características políticas del mismo en las que hizo hin
capié eran, en sentido literal, lo opuesto a dictatorial. Engels citó la
«república democrática» como su forma política específica, «tal como
ya había demostrado la Revolución Francesa»,16 y la Comuna de
París. No obstante, puesto que ni Marx ni Engels se pusieron a ela
borar un modelo universalmente aplicable de laforma de la dictadura
del proletariado, ni a predecir todos los tipos de situaciones en los
que podría aplicarse, no podemos concluir nada más a partir de sus
observaciones aparte de que debería combinar la transformación de
mocrática de la vida política de las masas con medidas para prevenir
una contrarrevolución de manos de la derrotada clase dirigente. No
tenemos autoridad textual alguna para hacer especulaciones acerca
de cuál habría sido su actitud ante los regímenes posrevolucio
narios del siglo xx, excepto que casi con toda probabilidad le habría
dado la mayor prioridad inicial al mantenimiento del poder proleta
rio revolucionario contra los peligros del derrocamiento. Un ejército
del proletariado era la precondición de su dictadura.17
Como es bien sabido, la experiencia de la Comuna de París aportó
importantes amplificaciones al pensamiento de Marx y Engels sobre
el Estado y la dictadura proletaria. La maquinaria del viejo Estado
no podía ser simplemente derrocada, sino que tenía que ser elimi
nada; aquí parece que Marx pensaba básicamente en la burocracia
centralizada de Napoleón III, así como en el ejército y la policía. La
68 Cómocambiar el mundo

clase obrera «tenía que protegerse contra sus propios represvu 'antes
y funcionarios» para evitar «la transformación del Estado v de: "5 ór-
ganos del Estado de siervos de la sociedad en sus dueños» co 'mbía
sucedido en todos los Estados anteriores.18Aunque este cana :1 ha
interpretado principalmente en posteriores debates marxisr -■niio
la necesidad de salvaguardar la revolución contra los pelu; la
maquinaria del viejo Estado superviviente, el peligro previ-- upin
ca a cualquier maquinaria de Estado a la que se permite c uer
autoridad autónoma, incluida la de la propia revolución ; una
resultante, discutido por Marx en relación con la Comuna de Euru, ha
sido objeto de intensos debates desde entonces. Poco hay e u que
no sea ambiguo a excepción de que ha de estar compuesto p»u oier-
vos responsables (electos) de la sociedad» y no por una «con; "áción
que se alce por encima de la sociedad».19
Sea cual fuere su forma exacta, el gobierno del proletaria.; ¡ sobre
la derrotada burguesía ha de mantenerse durante un período •: txan-
sición de duración incierta y sin duda variable, mientras la od
capitalista se transforma gradualmente en una sociedad come unta.
Parece evidente que Marx esperaba que el gobierno, o más bu V ; .-.US
costes sociales, «se marchitase» durante este período.20Aun. e dis
tinguía entre «la primera fase de la sociedad comunista, tal co ni o
surge de la sociedad capitalista tras un largo y doloroso peno do * y
una «fase más elevada», en la que puede aplicarse el princ-o; o «de
cada uno según su capacidad, a cada uno según la necesidad», p
las viejas motivaciones y limitaciones de la capacidad y pro CllK íad
humanas habrán quedado atrás,21 no parece que plantease ni
marcada separación cronológica entre las dos fases. Puesto que
y Engels rechazaban de forma inflexible esbozar el retrato de h
ra sociedad comunista, cualquier intento de reconstruir sus ot
ciones fragmentarias o generales al respecto para obtener uno
evitarse por engañoso. Los propios comentarios de Marx sobn
puntos, que le fueron sugeridos por un documento poco convu
(el Programa de )th
aG
o, evidentemente no son-exhaustivos, bu
tan básicamente a reafirmar principios generales.
En general la posibilidad posrevolucionaria se presenta c ,V;
largo y complejo proceso de desarrollo, no necesariamente l’m.f
Marx, Engelsy lapolítica 69

esencialmente impredecible en estos momentos. «Las exigencias ge


nerales de la burguesía francesa antes de 1789 estaban más o menos
establecidas, como —mutatis mutandis— lo están las exigencias in
mediatas del proletariado hoy en día. Eran más o menos las mismas
para todos los países de producción capitalista. Sin embargo, ningún
francés posrevolucionario del siglo xvm tenía la menor idea, a prio-
ri, del modo en que en realidad habían de llevarse a cabo estas exi
gencias de la burguesía francesa.»22 Incluso después de la revolución,
como él bien observó en relación con la Comuna, «la sustitución de las
condiciones económicas del esclavismo de trabajo por las del trabajo
libre y asociado tan sólo puede ser resultado de la obra progresiva del
tiempo», que «la actual «operación espontánea de las leyes naturales
del capital y de la propiedad de tierras» sólo puede reemplazarse por
«la operación espontánea de las leyes de la economía social del tra
bajo libre y asociado» en el curso de un largo proceso de desarrollo
de nuevas condiciones»,23 tal como había ocurrido en el pasado con
las economías feudales y esclavistas. La revolución tan sólo podía
iniciar este proceso.
Esta prudencia respecto a la predicción del futuro se debía en
gran medida al hecho de que el principal hacedor y líder de la revo
lución, el proletariado, era en realidad una clase en proceso de de
sarrollo. A grandes rasgos, las ideas de Marx y Engels sobre este
desarrollo, basadas evidentemente por lo general en la experiencia
británica de Engels en la década de 1840, se presentan en el Mani­
fiesto com
unista: un progreso a partir de la rebelión individual a través
de luchas económicas localizadas y por secciones, primero informa
les, después cada vez más organizadas por medio de sindicatos, hasta
convertirse en «una lucha nacional entre clases», que tiene que ser
también una lucha política por el poder. «La organización de los tra
bajadores como clase» ha de llevarse a cabo «consecuentemente en un
partido político». Este análisis se mantuvo sustancialmente durante
el resto de la vida de Marx, aunque ligeramente modificado teniendo
en cuenta la estabilidad y expansión capitalista después de 1848, así
como la de la experiencia real de los movimientos obreros organi
zados. Como la perspectiva de crisis económica que precipitara la
inmediata revuelta de los trabajadores disminuyó, Marx y Engels se
7° Cómo cambiarel mundo

volvieron algo más optimistas acerca de la posibilidad de éxito de la


lucha de los obreros en el marcodel capitalismo, através delaa eí0n
de los sindicatos o de la consecución de una legislación favortri- -1
aunque el argumento de que el salario de los trabajadores dep . {(a
hasta cierto punto del nivel de vida habitual o adquirido, así romo
de las fuerzas del mercado, quedó yaesbozadopor Engels en i :ó
De ello se desprende que el desarrollo prerrevoiucionario de la uase
obrera seríamás prolongado deloqueMarx: yEngels habían sin om-
to oesperado antes de 1848.
Al debatir estos problemas resulta difícil, aunque esencial, evi­
tar lalectura de un siglo de posteriores controversias marxistas enel
texto de los escritos de clases. En la época deMarx, latarea esencial,
tal como él yEngels loveían, consistía engeneralizar el movimiento
obrero convirtiéndolo en un movimiento de ciases, sacar a la luz el
objetivoimplícitoensuexistencia, que erael dereemplazar el capita­
lismopor el comunismo, einmediatamente transformarlo enunmo­
vimiento político, un partido de clase obrera diferente de todos los
partidos de las clases conpropiedades yapuntando alaconquista del
poder político. Por lo tanto, eravital para los trabajadores no ab z-
nerse de laacciónpolítica, ni permitir que seseparase su«movimien­
to económico de suactividadpolítica».26Por otro lado, la naturaleza
de ese partido era secundaria, siempre ycuando fuera un partido de
clase.27No hay que confundirlo con posteriores conceptos de «par­
tido», ni hay que buscar en sus textos ninguna doctrina coherente
acerca de los mismos. La propia palabra seutilizó inicialmente en el
sentido general habitual de mediados del sigloxix, que incluía canto
alos partidarios de un determinado conjunto de ideas ocausas polí­
ticas como alos miembros organizados de ungrupo formal. Aunque
Marx y Engels en la década de 1850 utilizaron frecuentemente esta
palabra para describir a la Liga Comunista, al antiguo grupo Nene
RheinischeZeitungo alas reliquias deambos, Marxexplicódetallada­
mente que la Liga, al igual que anteriores organizaciones revolucio­
narias, «era simplemente un episodio en la historia del partido, que
se forma espontáneamente y en todas partes en el suelo fértil de la
sociedad»-, es decir, «el partido enel sentido histórico más amplio».-'
En este sentido, Engels podía hablar del partido de los trabajadores
M arx, Engels y la política 7l

c0modeunpartido político «queyaexistíaenlamayoríadepaíses»29


(1871)- Evidentemente, apartir deladécadade 1870, MarxyEngels
favorecieron, allá donde era posible, la constitución de algunaforma
departido político organizado, siempre que no setratase de una sec­
ta; yenlos partidos creados por sus seguidores obajo su influencia,
los problemas de organización interna, de estructura de partido y
disciplina, etc., naturalmente requerían adecuadas manifestaciones de
opiniónprocedentes de Londres. Allí donde no existían estos parti­
dos, Engels seguíautilizando el término «partido»para lasuma total
delos cuerpos políticos (es decir, electorales) que expresabanlainde­
pendenciadelaclaseobrera, sintener encuenta suorganización; «no
importa cómo, mientras sea un partido separado de trabajadores».30
Mostraronpocointerés, tan sólodeformaincidental, por los proble­
mas de la estructura, la organización o la sociología de partido,
que más tarde preocuparían alos teóricos.
En cambio, «hayque evitar «etiquetas» sectarias... Los objetivos
ylastendencias generales de laclase obrera surgendelas condiciones
generales en las que se encuentra inmersa. Por consiguiente, dichos
objetivos ytendencias se encuentran en toda la clase, aunque el mo­
vimiento se refleja en sus cabezas de las formas más variadas, más o
menos imaginarias, más omenos relacionadas conestas condiciones.
Aquellos que mejor entienden el significado oculto de la lucha de
clases que se desarrolla ante nuestros ojos, los comunistas, son los
últimos que deben cometer el error de aceptar oestimular el sectaris­
mo»(1870).31El partido debe aspirar aser la claseorganizada. Marx
yEngels nunca se desviaron de la declaración del Manifiesto de que
los comunistas noformasenunpartido separadoopuesto alos demás
partidos de la clase obrera, ni estableciesen principios sectarios con
los que formar omoldear el movimiento proletario.
Todas las controversias políticas de Marx de sus últimos años
eran en defensa del concepto triple de (a) un movimientopolíticode
clasedel proletariado; (b) unarevoluciónvistanosimplemente como
una transferencia de poder de una vez por todas que iría seguida de
alguna utopía sectaria, sino como un momento crucial que iniciaba
uncomplejoperíodo de transmisión no fácilmente predecible; y(c) el
consecuentemente necesario mantenimiento de un sistema de auto­
72 Cómo cambiar el mundo

ridad política, una «forma revolucionaria ytransitoria del Estado»/'2


De ahí la particular acritud de su oposición a los anarquistas, que
rechazaban estos tres conceptos.
Por lotanto, resultavanobuscar enMarxlaanticipacióndeestas
posteriores controversias como las que se produjeron entre «refor­
mistas»y«revolucionarios», oleer sus escritos bajo laluz de los pos­
teriores debates entre la izquierda y la derecha en los movimientos
marxistas. Que así fueronleídos esparte de lahistoria del marxismo»
pero esto debe estar en un volumen tardío de suhistoria. Para Marx
la cuestión no era si los partidos obreros eran reformistas orevolu­
cionarios, ni siquieraloque estos términos implicaban. Noreconocía
conflicto alguno enprincipio entre lalucha diaria delos obreros para
la mejora de sus condiciones bajo el capitalismo y la formación de
una conciencia política que presagiabala sustitucióndeuna sociedad
capitalista por una socialista, o las acciones políticas que conducían
a este fin. Para él la cuestión era cómo vencer los diversos tipos de
inmadurez que retrasaban el desarrollo de los partidos proletarios
de clase, por ejemplo, manteniéndolos bajola influencia de distintos
tipos deradicalismo democrático (ypor lotanto delaburguesíaope­
queñaburguesía), otratando de identificarlo conlas distintas formas
de utopías o fórmulas patentadas para alcanzar el socialismo, pero
sobre todo desviándolo de la necesaria unidad de lucha económicajv
política. Es un anacronismo identificar aMarx con una «derecha» o
«izquierda», una tendencia «moderada»o«radical»enel movimiento
obrero internacional o de cualquier índole. De ahí la relevancia, así
como el absurdo, de los argumentos acerca de si Marx en algún mo­
mento dejó de ser revolucionariopara convertirse engradualista.
La forma que adoptaría la auténtica transferencia de poder y
por supuesto la posterior transformación de la sociedad dependería
del grado de desarrollo del proletariado y de su movimiento, que
reflejabanel estadio alcanzadoenel desarrollocapitalistaysupropio
proceso de aprendizaje y maduración mediante la praxis. Eviden­
temente, dependería de la situación política y socioeconómica del
momento. Dado que Marx nopropuso de modo manifiesto esperar
hasta que el proletariado alcanzase una mayoría numéricamente im­
portante ni que la polarización de clases hubiese alcanzado un es­
M arx, Engelsy 73

tadio avanzado, sin duda concebía la lucha de clases como algo que
debíacontinuar después de larevolución, aunque «delamanera más
racional yhumana».33Antes ydurante un período indefinido poste­
rior ala revolución, el proletariado debe, pues, actuar políticamente
como núcleo ylíder de una coalición de clase, puesto que gracias a
suposición histórica tenía laventaja de poder ser «reconocida como
la única clase capaz de iniciativa social», aun siendo todavía una
minoría. No es mucho decir que Marx consideraba que la única
«dictadura del proletariado» que realmente analizó, la Comuna de
París, estaba destinada idealmente a avanzar formando una especie
de frente popular de «todas las clases de sociedad que no viven a
costa del trabajo de los otros»bajo el liderazgoylahegemoníadelos
trabajadores.34No obstante, éstas eran cuestiones de evaluación es­
pecífica. Tan sólo confirman que MarxyEngels no confiaban en la
intervención espontánea de las fuerzas históricas, sino en la acción
política dentro de los límites de lo que la historia permitiera. En
todas las etapas de sus vidas, analizaron con coherencia las situacio­
nes conla acción en mente. Por consiguiente, lavaloraciónde estas
situaciones cambiantes debe ser tomada en cuenta.
Hemos de distinguir tres fases en el desarrollo de su análisis: desde
mediados deladécada de 1840hasta mediados de ladécada de 1850,
lossiguientesveinticincoaños, cuandounavictoriaduraderadelaclase
obrera no parecía estar en su agenda inmediata, ylos últimos años de
Engels, cuando el auge de los partidos de masas proletarias parecían
dar paso a nuevas perspectivas de transición en los países capitalistas
avanzados. Por lo que respecta a otros lugares, seguía siendolegítima
una modificación de los primeros análisis. Más abajo trataremos por
separadolos aspectos internacionales de suestrategia.
La perspectiva de «1848» descansaba en el supuesto, que resul­
tó correcto, de que una crisis de los antiguos regímenes conduciría
a una revolución social generalizada, y en el supuesto, que resul­
tó incorrecto, de que el desarrollo de la economía capitalista ha­
bíaprosperadolo suficiente como para posibilitar el triunfo final del
proletariadocomo resultado de dicha revolución. Laverdaderaclase
obrera, sela defina como sela defina, era en aquella época una clara
74 Cómo cambiar el mundo

minoría de la población, excepto en Gran Bretaña, donde. .


tra de los pronósticos de Engels, no se produjo revolución
Además, era inmadura yapenas estaba organizada. Las pet>n
de la revolución proletaria descansaban, pues, en dos posr e
O bien (como previo Marx, anticipando en cierto modo a '
la burguesía alemana se revelaría incapaz o no estaría un
hacer su propia revolución, yun proletariado embrionaria,
dado por intelectuales comunistas, asumiría el liderazgo,'
en Francia) la radicalización de la revolución burguesa br­
íos jacobinos podría seguir adelante.
La primera posibilidad resultó a todas luces irreal. La ;
todavíaparecíaposible incluso tras la derrota de 1848-1849. t
letariado había participado en la revolución como miembro
temo, pero importante, de una alianza de clase decantada I
izquierda desde sectores de la burguesía liberal. En semejante
lución surgieronposibilidades de radicalización en diversos ri­
tos, cuando los moderados decidieron que la revolución li.se
demasiado lejos, mientras que los radicales deseaban seguir j
nando con exigencias «que eran, oparecían, por lo menos c¡
decantarse eninterés delagran masadel pueblo».36EnlaReve-
Francesa estaradicalización sólohabía servidopara reforzar ia
ria de laburguesía moderada. No obstante, lapotencial polar:
de los antagonismos de clase durante laera capitalista, lomisu
enlaFranciade 1848-1849, entre una clasedirigenteburguesa
unidayreaccionariayunfrente de todas lasdemás clases, agrup,
torno al proletariado, podría por primeravezhacer que la den
la burguesía convirtiese «al proletariado, espabilado por la dt.
enel factor decisivo». Esta referenciahistórica alaRevolución
cesa perdió parte de su sentido con el triunfo de Luis Ñapoi
Por supuesto, mucho dependía —en este caso demasiado—
dinámica específica del desarrollo político de la revolución, i
que las clases obreras del continente, incluidas las parisinas,
detrás desí undesarrollomuyinsuficiente delaeconomía capn
La principal tarea del proletariado era, por lo tanto, la r
lización de la siguiente revolución a partir de la cual, una
burguesía liberal se hubiera pasado al «partido del orden», en
M arx , Engels y la política 75

ai- ría contoda probabilidad como vencedor un «partido democrático»


más radical. Este era el «mantenimiento de la revolución perma­
as nente» que constituye el principal eslogan de la Liga Comunista
es. de 185038y que sería la base de una breve alianza entre marxianos
yblanquistas. Entre los demócratas, la «pequeña burguesía republi­
a cana» fue la más radical, y como tal la más dependiente del apoyo
proletario. Era el estrato que al mismo tiempo tenía que presionar
TU) al proletariado yser combatido por él. Sin embargo, el proletariado
continuó siendo una pequeña minoríaypor lotanto necesitaba alia­
dos, ala vez que trataba de reemplazar a los demócratas pequeño-
burgueses en el liderazgo de la alianza revolucionaria. Señalemos de
i pasoque durante 1848y1849MarxyEngels, comogranparte dela
elI ~ izquierda, subestimaron el potencial revolucionariooinclusoradical
la del campo, por el que apenas se interesaron. Sólo después de la de­
'o­ rrota, quizá bajo el ímpetu de Engels (cuya obra Guerra ,
.i i -
de 1850, ya mostraba un profundo interés por el tema), llegóMarx
do aimaginar, por lo menos paraAlemania, «unasegunda edicióndela
A) ~
guerra campesina»para respaldar larevoluciónproletaria (1856). El
te, desarrollorevolucionario así planteado eracomplejoyquizáprolon­
on gado. Pero tampoco era posible predecir en qué estadio del mismo
:o- podríasurgirla«dictadura del proletariado». Noobstante, el modelo
ón básico era evidentemente una transición más omenos rápida desde
ue unafaseinicial liberal pasandopor otraradical-democrática hasta la
>ra faseliderada por el proletariado.
en Hasta quelacrisis capitalistamundial de 1857semostró incapaz
i
ue de dirigir la revolución en ningún país, Marx yEngels continuaron
fa, anhelando, es decir esperando, una nueva edición revisada de 1848.
.n- Apartir de entonces, durante unas dos décadas, perdieron toda es­
u’ peranza en una inminente yfructuosa revoluciónproletaria, aunque
la Engels conservó superenne optimismojuvenil mejor que Marx. Sin
•!v) duda no esperaban demasiado de la Comuna de París y tuvieron la
an cautela de evitar declaraciones optimistas sobre elladurante subreve
ta. existencia. Por otro lado, el rápido desarrollo mundial de la econo­
míacapitalista, yespecialmente de laindustrialización delaEuropa
la Occidental yEE.UU., estabagenerandoproletariados masivosenva­
rios países. Ahora depositaban sus esperanzas enla creciente fuerza,
76 Cómo cambiar el mundo

la conciencia yorganización de clase de estos movimientos obreros.


No hay que suponer que esto cambiase de manera fundamenta! sus
perspectivaspolíticas. Como hemosvisto, laverdaderarevolución, en
el sentido de la (presumiblemente violenta) transferencia de poder,
podía producirse endiversas etapas del largoprocesodedesarrollo de
laclase obrera, yasuveziniciar un prolongadoprocesode tranbaón
posrevolucionaria. El aplazamiento de la verdadera transiere!n..-a de
poder aunestadio tardío del desarrollocapitalistaydelaclaseobrera
afectaría sinduda ala naturaleza del posterior período de trancaba,
pero aunque podía decepcionar alos revolucionarios ansiosos de ac­
ción, apenas podía cambiar el carácter esencial del proceso pronos­
ticado. Sin embargo, la cuestión acerca de este período de estrategia
política deMarxyEngels es que, apesar de estar dispuestos aplani­
ficar cualquier eventualidad, no consideraron inminente ni probable
un satisfactorio traspaso de poder al proletariado.
El avance de partidos socialistas de masas, especialmente des­
pués de 1890, creó por primera vez la posibilidad, en algunos países
económicamente desarrollados, de una transición directa al socialis­
mo bajo gobiernos proletarios que habían accedido al poder direc­
tamente. Este acontecimiento se produjo después de la muerte de
Marx, ypor lotanto nosabemos cómolohabríaafrontadoél, aunque
hay ciertos indicios de que lo habría hecho de manera más flexible
y menos «ortodoxa» que Engels.39Sin embargo, puesto que Marx
murió antes de que la tentación de identificarse con un floreciente
partido marxista de masas del proletariado alemán fuera demasiado
grande, toda estacuestión es pura especulación. Haycierta evidencia
de que fue Bebel quien persuadió aEngels de que una transición di­
recta al poder era ahora posible, eludiendo «la fase radical-burguesa
intermedia»40que anteriormente se había considerado necesaria en
países enlos que no sehabíaproducidounarevoluciónburguesa. En
todo caso, parecía que apartir de entonces la clase obrera ya no iba
a ser una minoría, con suerte ala cabeza de una amplia alianza re­
volucionaria, sino un creciente yvasto estratcvcamino de la mayoría,
organizado como unpartido de masas y reuniendo aliados de otros
estratos entornoaaquelpartido. En esto radicaba la diferencia entre
la nueva situaciónyla (todavía única) de Gran Bretaña, enla que el
Marx, Engels y la política 77

proletariado constituía la mayoría en una economía decididamente


capitalista y había alcanzado «un cierto grado de madurez yuniver­
salidad», pero, por razones que Marx apenas semolestó endilucidar,
nohabíalogradodesarrollar uncorrespondiente movimientopolítico
de clase.41A esta perspectiva de una «revolución de la mayoría» al-
canzable através de partidos socialistas de masas, Engels dedicó sus
últimos escritos, aunque éstos deben leerse hasta cierto punto como
reacciones auna situación (alemana) específica de esteperíodo.
Tres peculiaridades caracterizaban la nueva situación histórica
que Engels intentaba ahora aceptar. Prácticamente no había prece­
dentes de partidos obreros socialistas de masas de este nuevo tipo y
ninguno de los partidos nacionales «socialdemócratas» cadavez más
comunes y virtualmente sin competencia en la izquierda, como en
Alemania. Las condiciones que les permitieron desarrollarse, y que
después de 1890sehicieroncadavezmás habituales, fueronlalegali­
dad, lapolítica constitucional yla extensióndel derecho devoto. Por
el contrario, las perspectivas de revolución, tal como se la concebía
tradicionalmente, habían cambiado ahora sustancialmente (los cam­
bios internacionales se analizarán más abajo). Los debates ylas con­
troversias de los socialistas de la época de la Segunda Internacional
reflejan los problemas que surgieron de dichos cambios. Engels tan
sóloseinvolucróenparte enlos primeros estadios, ysólo después de
sumuerte seagudizaronlas dificultades. En efecto, puede argumen­
tarse que él nunca elaboró por completo las posibles implicaciones
de la nueva situación. Sin embargo, sus opiniones eran obviamente
importantes para ellos, les ayudaban aformarseyeranobjeto de mu­
chosdebates textuales, debidoalaimposibilidaddeidentificarlas con
ninguna de las tendencias divergentes.
Lo que daría pie a especial controversia fue suinsistencia en las
nuevas posibilidades implícitas en el sufragiouniversal, ysuabando­
no de las viejas perspectivas de insurrección, ambas claramente for­
muladas en una de sus últimas obras, el aggiornamentode Las luchas
declasesenFrancia (1895) de Marx. Lo que resultó polémico fue la
combinación de ambas: la declaración de que la burguesía y el go­
bierno alemanes «temen mucho más la acción legal del partido de
los trabajadores que la ilegal, el éxito electoral que la rebelión».42Sin
78 Cómocambiar el mundo

embargo, apesar decierta ambigüedadenlos últimos escritos deEn-


gels, de ninguna manera puede ser leído como dando suaprobación
oinsinuando las ilusiones legalistas yelectoralistas de los posteriores
alemanes yotros demócratas sociales.
Abandonólasviejas esperanzas deinsurrección, nosóloporrazo­
nes técnicas, sino también porque la clara emergencia de antagonis­
mos de clase que hacíanposible los partidos de masas tambiénhacía
más difícil lasviejasinsurrecciones conlasquesimpatizabantodas las
capas de la población. De este modo, la reacción obtendría ahora el
apoyodesectores muchomás numerosos delosestratos medios: ««El
pueblo»aparecerápues siempre dividido, desapareciendoasí lapode­
rosapalancaqueresultótanefectivaen 1848».43No obstante, senegó
aabandonar, inclusoparaAlemania, laideadeunaconfrontaciónar­
madaycon suhabitual yexcesivooptimismopredijo una revolución
alemana para 1898-1904.44Efectivamente, suargumento inmediato
en1895tratabapocomás quedemostrar que, enlasituacióndel mo­
mento, partidos como el SPD* tenían mucho que ganar utilizando
las posibilidades legales. Así pues, era probable que la confrontación
violenta y armada fuese iniciada no por los insurrectos, sino por la
derecha contra los socialistas. Esta era la continuación del razona­
miento ya esbozado por Marx en la década de 187045en relación
con países en los que no había obstáculo constitucional ala elec­
ción de ungobierno nacional socialista. La idea aquí eraquelalucha
revolucionaria adoptase (como enla RevoluciónFrancesaylaguerra
civil americana) laforma de una batallaentre ungobierno «legítimo»
y los «rebeldes» contrarrevolucionarios. No hay razón para suponer
que Engels discreparadelanocióndeMarxenaquel entonces deque
«ningún gran movimiento se ha producido sin derramamiento de
sangre».46Engels seveía a sí mismo no abandonando la revolución,
sino simplemente adaptando la estrategia ytáctica revolucionarias a
una situacióndistinta, tal como él yMarxhabíanhechodurante toda
la vida. Lo que arrojó dudas sobre su análisis fue el descubrimiento
de que el crecimiento de los partidos socialdemócratas de masas no
conducía a una cierta forma de confrontación, sino a una forma de
SPD: Partido Socialdemócrata de Alemania. ( N de la ti)
M arx, Engels y la política 79

integracióndel movimiento al sistemaexistente. Si hayquecriticarle,


espor subestimar estaposibilidad.
Por otro lado, era muyconsciente de los peligros del oportunis­
mo —«el sacrificio del futuro del movimiento por el bien de su
presente»—47ehizo cuantopudopor salvaguardar alos partidos con­
tra estas tentaciones recordando y sistematizando en gran parte las
principales doctrinas y experiencias de lo que ahora se denominaba
«marxismo», enfatizando la necesidad de una «ciencia socialista»,48
insistiendo en la base esencialmente proletaria del avance socialis­
ta,49ysobre todo estableciendo los límites más allá de los cuales las
alianzas políticas, los compromisos ylas concesiones programáticas
en aras de conseguir apoyo electoral no eran permisibles.50No obs­
tante, ycontra la intención de Engels, esto contribuyó de hecho, es­
pecialmente en el partido alemán, aensanchar labrecha entre teoría
y doctrina por un lado, y la verdadera práctica política por el otro.
La tragedia de los últimos años de Engels, como podemos ver hoy,
fueque sus comentarios lúcidos, realistas yamenudo inmensamente
perspicaces acerca de la situación concreta de los movimientos no
sirvieron para influir en su práctica, sino para reforzar una doctrina
general cadavez más alejada de ellos. Supredicción sereveló dema­
siadocertera: «¿Cuál puede ser laconsecuenciadetodoesto, sinoque
derepente el partido, enel momento dedecisión, no sepaqué hacer,
que hay confusión e incertidumbre acerca de los puntos más decisi­
vos, porque estos puntos nunca sehan debatido?».51
Seancuales fuerenlasperspectivas del movimientodelaclaseobrera,
las condiciones políticas para la conquista del poder se complicaron
conlainesperadatransformacióndelapolíticaburguesatras laderro­
tade 1848. Enlos países que habían sufridolarevolución, el régimen
político «ideal»de laburguesía, el Estado parlamentario constitucio­
nal, obienno se consiguió o(como en Francia) fue abandonadopor
un nuevo bonapartismo. En pocas palabras, la revolución burguesa
había fracasado en 1848 ohabía conducido aregímenes inesperados
cuyanaturalezapreocupaba aMarxmás que cualquier otroproblema
relativoal Estadoburgués: aEstados sencillamenteal serviciodel inte­
rés delaburguesía, pero sinrepresentarla directamente como clase.52
8o Cómo cambiar el mundo

Esto suscitó la cuestión más amplia, que todavía no ha agotado sv


interés, de las relaciones entre unaclase dirigenteyel aparatodel Es­
tado centralizado, originariamente desarrollada por las monarquía:
absolutistas, reforzada por la revolución burguesa para alcanzar «h
unidad burguesa de la nación» que era la coalición del desarrollo ca­
pitalista, pero constantemente tendiendo a establecer su autonomú
frente a todas las clases, incluida la burguesía.'’"(Este es el punto d(
partida para el argumento de que el proletariado victorioso no pue­
de simplemente asumir el poder de la maquinaria del Estado, sinc
que debe romperlo.) EstavisióndelaconvergenciadeclaseyEstado
economíay«élitedepoder», anticipa claramentegranparte del desa­
rrollodel sigloxx. Lomismoque el intentodeMarxdeproporciona:
al bonapartismo francés una base social específica, en este caso e
campesinado pequeñoburgués posrevolucionario, es decir, una clasi
«incapaz de imponer sus intereses de clase en su propio nombre ..
No pueden representarse a sí mismos, sino que tienen que estar re­
presentados. Su representante debe aparecer al mismo tiempo comí
sumaestro, como una autoridad por encima de ellos, comounpode:
gubernamental sin restricciones que les proteja de otras clases yqu<
les envíe lluviaysol desde las alturas.»54Aquí seanticipanvarias for­
mas del posterior populismo demagógico, fascismo, etc.
Ni Marx ni Engels analizaron con claridad por qué deberíar
prevalecer semejantes formas de gobierno. El argumento de Man
de que el gobierno burgués democrático había agotado sus posi­
bilidades y que un sistema bonapartista, último baluarte contra e
proletariado, sería por consiguiente la última forma de gobierne
antes delarevoluciónproletaria,5i evidentemente serevelóerróneo
De una forma más general, Engels formuló finalmente una teorí:
de «equilibrio de clases» de estos regímenes bonapartistas oabsolu­
tistas (principalmente enEl origendelafamilia), basada endiversa:
formulaciones de Marx derivadas de la experiencia francesa. Es­
tas iban desde el sofisticado análisis enEl dieciochodeBrumario d<
cómo los temores y las divisiones internas*del «partido del orden;
en 1849-1851 habían «destruido todas las condiciones de supropk
régimen, el régimen parlamentario, en el curso de su lucha contr;
las otras clases de sociedad», hasta declaraciones simplificadas di
M arx, Engels y la política 81

que aquél se apoyaba «en la fatiga e impotencia de las dos clases


antagonistas de sociedad».56Por otro lado, Engels, que a menudo
era teóricamente más modesto pero también más empírico, seguía
con la idea de que el bonapartismo era aceptable para la burgue­
sía porque ésta no quería molestarse en gobernar directamente o
bien porque no «tiene la capacidad para» hacerlo.57Apropósito de
Bismarck, bromeando acerca del bonapartismo como «la religión
de la burguesía», argumentó que esta clase podía (como en Gran
Bretaña) llevar a una oligarquía aristocrática a dirigir el gobierno
en su propio interés, o en ausencia de esta oligarquía adoptar una
«semidictadura bonapartista» como forma «normal» de gobierno.
Estavaliosa sospecha no fue elaborada hasta más tarde, en relación
con las peculiaridades de la coexistencia burguesa-aristocrática en
Gran Bretaña,68pero más bien como una observación casual. Al
mismo tiempo, Marx y Engels después de 1870 retornaron a, o
mantuvieron, el énfasis en el carácter constitucional-parlamentario
del típico régimen burgués.
¿Pero qué iba a ocurrir con la vieja perspectiva de una revo­
lución burguesa, que había de radicalizarse y trascender mediante
la «revolución permanente», en los Estados donde en 1848 había
sido sencillamente derrotada ylos viejos regímenes restaurados? En
un sentido, el hecho de que la revolución hubiera tenido lugar de­
mostraba que los problemas que suscitó habían de ser resueltos: «las
tareas reales [es decir, históricas] de una revolución, distintas de
las ilusorias, seresuelven siempre como resultado de ésta».59En este
caso se resolvieron «a través de sus ejecutores testamentarios, Bo-
naparte, Cavour y Bismarck». Pero a pesar de que Marx y Engels
admitían este hecho, e incluso lo veían con buenos ojos, aunque
con sentimientos encontrados, en el caso del logro «históricamente
progresista» de la unidad de Alemania de Bismarck, no desarrolla­
ron por completo sus implicaciones. Así pues, el apoyo de un paso
«históricamente progresista» dado por una fuerza reaccionaria po­
dría entrar en conflicto con el apoyo de los aliados políticos de la
izquierda que se opusieran a él. De hecho, esto mismo ocurrió con
la guerra franco-alemana, a la que Liebnecht y Bebel se opusieron
por motivos antibismarckianos (apoyados por la mayoría de la ex
82 Cómo cambiar el mundo

izquierda de 1848), mientras que Marx y Engels decidieron priva­


damente apoyarla hasta cierto punto.60Hay un peligro ala hora de
apoyar «loslogros históricamenteprogresistas»independientemente
de quién los lleve a cabo, a excepción por supuesto expostofacto.
(El desagrado y desprecio de Marx por Napoleón III le salvó de
dilemas similares sobre la unificación italiana.)
Sin embargo, ymás seriamente, estabala cuestión de cómo eva­
luar las indudables concesiones hechas desde arriba a la burguesía
(por ejemplo, por Bismarck), aveces descritas inclusocomo «revolu­
ciones desde arriba».61Aun considerándolas históricamente inevita­
bles, a Engels —Marx escribió poco acerca de este tema—le costó
abandonar laideadequeerantransitorias. ObienBismarckseríaobli­
gado a adoptar una solución más burguesa, obien la burguesía ale­
mana «severía forzada una vez más acumplir con sudeber político,
a oponerse al sistema actual, para que finalmente hubiera de nuevo
ciertoprogreso».62Históricamente teníarazón, porque enel cursode
los siguientes setenta ycinco años el compromiso bismarckiano yel
poder delosjunkersfueronbarridos, aunque demanera impredecible
para él. No obstante, acortoplazo, yensuteoríageneral del Estado,
MarxyEngels no acabaronde aceptar el hecho de quelas soluciones
de compromiso de 1849-1871 fueran, para la mayoría de las cla­
ses burguesas europeas, sustancialmente el equivalente de otro 1848
y no un pobre sustituto del mismo. Dieron pocas señas de querer o
necesitar más poder o un Estado más completa e inequívocamente
burgués, como el propio Engels sugirió.
Bajo estas circunstancias, la lucha por una «democracia burgue­
sa»continuó, pero sin su antiguo contenido de revolución burguesa.
Apesar de que esta lucha, liderada cadavez más por la clase obrera,
ganó derechos que facilitaron enormemente la movilizaciónyorga­
nizaciónde los partidos de claseobrera de masas, no había evidencia
real en opinión del Engels de los últimos años de que la república
democrática, «la lógica \konsequente\ forma de gobierno burgués»,
fuese también la forma en que el conflicto entre la burguesía y el
proletariado se polarizase yfinalmente se dirimiese.63El carácter de
lalucha declasesydelasrelaciones burguesía-proletariadoenel seno
de la república democrática, o su equivalente, no estaba claro. En
% M a r x , E nge ls y la política 9
3
O,

resumen, hay que admitir que la cuestión de la estructura yfunción


políticas del Estado burgués enun capitalismo desarrolladoyestable
norecibió una atención sistemática enlas obras deMarxyEngels, a
la luz de la experiencia histórica de los países desarrollados después
de 1849. Esto no empaña labrillantez, en muchos casoslaprofundi­
dad, de sujuicioysus observaciones.
Sin embargo, tratar el análisis político de Marx y Engels sin su di­
mensión internacional es lo mismo que representar Otelo como si
no se desarrollase en Venecia. Para ellos la revolución era esencial­
mente un fenómeno internacional, no un simple conglomerado de
transformaciones nacionales. Su estrategia era básicamente interna­
cional. Por algo concluye Marx el discurso inaugural de la Primera
Internacional con un llamamiento a las clases obreras para que se
adentren en los secretos de las políticas internacionales yparticipen
activamente en ellas.
Una política y estrategia internacionales eran esenciales no sólo
porque existíaun sistema estatal internacional, que afectabaalas po­
sibilidades de supervivencia de cualquier revolución, sinoporque, de
modo más general, el desarrollo del capitalismo mundial necesaria­
mentepasabapor laformación de diferentes unidades sociopolíticas,
como se desprende del uso casi intercambiable de Marx de los tér­
minos «sociedad»y«nación».64El mundo creado por el capitalismo,
aunque cada vez más unificado, era «una interdependencia univer­
sal de naciones» {Manifiesto comunista). El destino de la revolución,
además, dependía del sistema de relaciones internacionales, porque
lahistoria, lageografía, la fuerza desigual yel desarrollo desigual si­
tuabanla evolución de cada país amerced de lo que ocurría enotros
lugares, ole prestaban resonanciainternacional.
No hay que confundir la creencia de Marx y Engels en el de­
sarrollo capitalista a través de una serie de unidades («nacionales»)
diferentes conlacreencia enloque entonces sellamaba«el principio
de nacionalidad» yhoy «nacionalismo». Aunque al principio se vie­
ronunidos auna izquierda republicana-democrática profundamente
nacionalista, puesto que aquélla era la única izquierda efectiva, na­
cional e internacionalmente, antes de 1848ydurante, rechazaban el
84 Cómo cambiar el mundo

nacionalismoyla autodeterminación de las naciones comounfin en


sí mismo, igual que rechazaban la república democrática como u
fin en sí misma.65Muchos de sus partidarios serían menos cautelo­
sos al trazar la línea entre los socialistas proletarios ylos demócratas
(nacionalistas) pequeñoburgueses. Es de todos conocido que Engefi
nunca perdió del todo el nacionalismo alemán de sujuventud y lo
prejuicios nacionales asociados, especialmente contra los eslavos.:
(Marxnoestabatanafectadopor estos sentimientos.) Sinembargo, su
creencia enel carácter progresista de launidad alemana, oel apoyo .
lavictoria alemana enlasguerras, nosefundamentaba enel naciona­
lismo alemán, aunque sindudaleproducía satisfaccióncomoalemán
que era. Durante gran parte de sus vidas, tanto Marx como Engels
consideraron que Francia, más que su propio país, era decisiva para
la revolución. Su actitud respecto a Rusia, durante mucho tiempo el
principal objetivo de suataque ydesdén, cambió tanpronto como se
vislumbrólaposibilidad de una revolución rusa.
Así pues, ambos pueden ser criticados por subestimar la fuerza
política del nacionalismo en supaís ypor noproporcionar un análi­
sis adecuado de este fenómeno, pero no por incoherencia política o
teórica. No sedeclarabanafavor delas naciones ensí mismas, ymu­
cho menos de la autodeterminación de alguna ode todas las nacio­
nalidades como tales. Como bien observó Engels con su habitual
realismo: «No hayningún país en Europa en el que nohaya distin­
tas nacionalidades bajo el mismo gobierno... Ycon toda probabili­
dad siempre será así».67Como analistas, reconocían quela sociedad
capitalista se desarrollaba através dela subordinación delos intere­
ses locales y regionales a unidades más grandes; probablemente, a
partir del Manifiesto esperaban que fuera finalmente enuna genui-
na sociedad mundial. Reconocían, yen laperspectiva de la historia
aceptaron, la formación de una serie de «naciones» a través de las
cuales operase este proceso y progreso histórico, y por esta razón
rechazaban las propuestas federalistas «para reemplazar esta unidad
de grandes pueblos que, si en un origen fueron aglutinados por la
fuerza, hoy se ha convertido sin embargo en un poderoso factor de
producción social».68Inicialmente reconocían y aceptaban la con­
quista dezonas atrasadas deAsiayLatinoaméricapor naciones bur­
M arx, Engels y la política 85

guesas avanzadas por razones similares. Por consiguiente, aceptaban


que muchas naciones pequeñas no tenían justificación alguna para
una existencia independiente, y algunas de ellas podrían realmente
dejar de existir como nacionalidades; aunque en estepunto hicieron
caso omiso a procesos contrarios visibles en aquella época, como
el de los checos. Los sentimientos personales, explicaba Engels a
Bernstein,hl)eran secundarios, aunque cuando coincidían con el cri­
terio político (como en el caso de Engels con los checos) dejaban
excesivo lugar para la expresión de prejuicios nacionales y —como
más tarde sucedería—para loque Lenin denominaría «chauvinismo
degran nación».
Por otro lado, como políticos revolucionarios Marx y Engels
apoyaban a aquellas naciones ynacionalidades, grandes opequeñas,
cuyos movimientos contribuían objetivamente a la revolución, y se
oponían a aquellas que se encontraban, objetivamente, en el bando
delareacción. Enprincipioadoptaronlamismaactitudrespectoalas
políticas delos Estados. Por lotanto, el principal legadoque dejaron
asus sucesores fue el firme principio de que las naciones ylos movi­
mientos de liberación nacional no tenían que entenderse como fines
en sí mismos, sino tan sólo en relación con el proceso, los intereses
y las estrategias de la revolución mundial. En casi todos los demás
aspectos dejaron una herencia de problemas, por no mencionar
una serie de juicios despectivos que tuvieron que ser explicados y
aclarados por los socialistas que trataban de crear movimientos entre
pueblos descartados por los padres fundadores como no históricos,
atrasados o condenados. Aexcepción del principio básico, los mar-
xistas posteriores tuvieron que elaborar una teoría de «la cuestión
nacional»conpoca ayudadelos clásicos. Hayqueseñalarqueellofue
debidonosóloalas circunstancias históricas sumamentecambiadas de
la era imperialista, sino también a que ni Marxyni Engels desarro­
llaronmás que un análisis muyparcial del fenómeno nacional.
La historia definió tres fases importantes ensuestrategiarevolu­
cionariainternacional: hasta 1848inclusive, 1848-1871ydesde 1871
hastala muerte de Engels.
La etapa decisiva de la futura revolución proletaria fue la región
de la revolución burguesa yel desarrollo capitalista avanzado, es de­
86 Cómo cambiar el mundo

cir, en algún lugar de lazona de Francia, Gran Bretaña, el tei


alemán yposiblemente EE.UU. Marx y Engels mostraron (¡o
terés, accidental si cabe, por los países «avanzados» menores v
líticamente no decisivos hasta que el desarrollo de los movim
socialistas en ellos exigieron comentarios sobre sus asuntos i-
décadade 1840podía esperarse razonablemente larevolución f
zona, yen efectoseprodujo, aunque, comoMarxreconoció, "re­
condenadapor la noparticipación de Gran Bretaña en ella. Por
lado, excepto en Gran Bretaña, todavía no existíaunverdadm..
letariado ni un movimiento de claseproletaria.
En la generación posterior a 1848, la rápida industrializa
produjo crecientes clases obreras y movimientos proletarios, peo
perspectiva de revolución social en la zona «avanzada» se hizo e
vez más improbable. El capitalismo era estable. Durante este ;
ríodo, Marx y Engels tan sólo podían esperar que una co m b in ad
entre tensión política internayconflicto internacional produjese e
situación de la que pudiese surgir la revolución, como efectiva tu.
sucedió en Francia en 1870-1871. Sin embargo, en el período fi­
que fue otravezde crisis capitalista aescalaglobal, lasituación c;
bió. En primer lugar, los partidos obreros de masas, en gran p> :
bajoinfluencia marxista, transformaronlas perspectivas de desamó
interno enlos países «avanzados». Ensegundolugar, enlos márge .
de la sociedad capitalista desarrollada surgió un nuevo elemento- -
revolución social en Irlanda y Rusia. El propio Marx se dio cm
por primeravezde ambos afinales dela década de 1860. (La prime­
ra referencia específica a las posibilidades de una revolución rasa m
produce en 1870.)71Aunque Irlanda dejó de tener un papel prepon­
derante enlos cálculos de Marx después del desmorone del fenimns
mo,72Rusiacobróimportancia: surevoluciónpodía«darlaseñal para
unarevolución obrera enoccidente, de maneraque secomplementa-
sen el uno al otro» (1882).73La gran importancia de una revolum :
rusa radicaría, por supuesto, en sutransformación de la situación :
los países desarrollados.
Estos cambios en las perspectivas de la revolución provocaron
un importante cambio en la actitud de Marx yEngels respecto a la
guerra. Ya noeranpacifistas enprincipio comotampocoeran den
Marx, Engels y la política 87

cratas republicanos o nacionalistas en principio. Ycomo sabían que


la guerra sería la «continuación por otros medios de la política» de
Clausewitz, tampoco creían en una motivación exclusivamente eco­
nómicapara la guerra, por lo menos durante suvida. No hayningún
indicio de esto en sus obras.'4En resumen, enlas dos primeras fases,
esperaban que la guerra propiciase su causa directamente, yel deseo
deunaguerra desempeñó un importante, yaveces decisivo, papel en
sus cálculos. A partir de finales de la década de 1870, el momento
decisivoseprodujo en 1879-1880,empezaron aconsiderar queuna
guerra general sería un obstáculo a corto plazo para el avance del
movimiento. Además, en sus últimos años Engels cada vez estaba
más convencido de la terrible naturaleza de la nueva guerra, proba­
blementeglobal, que él pronosticaba. Tendría, afirmóproféticamen-
te, «un solo resultado cierto: una carnicería masiva a escala nunca
antes vista, el agotamiento de Europa hasta un extremo nunca antes
visto, yfinalmente el desmoronamiento de todo el antiguo sistema»
(1886). 6Esperaba que semejante guerraterminase conlavictoriadel
partido proletario, pero puesto que «ya no era necesaria» una guerra
para hacer realidad la revolución, esperaba naturalmente que «evitá­
semos toda esta carnicería» (1885).n
Había dos razones principales por las que una guerra era en un
principio una parte integral ynecesaria de la estrategia revoluciona­
ria, incluyendo las de Marx y Engels. Primero, era necesario ven­
cer a Rusia, el principal baluarte de la reacción europea, la garante
yrestauradora del statu quo conservador. En esta fase la propia
Rusia era inmune ala subversión interna, excepto en su flanco oc­
cidental en Polonia, cuyo movimiento revolucionario, por lo tanto,
hacíatiempo que desempeñaba un importante papel enlaestrategia
internacional de Marx yEngels. La revolución seperdería a menos
que se convirtiese enuna guerra europea deliberación contra Rusia,
aunquepor otroladoestaguerraampliaríael alcancedelarevolución
a través de la desintegración de los imperios europeos orientales.
En 1848 la había extendido hasta Varsovia, Debreczen yBucarest,
escribió Engels en 1851; la próxima revolución ha de extenderse
hasta San Petersburgo y Constantinopla.'8Lina guerra semejante
inevitablemente tiene que involucrar a Inglaterra, la constante ad­
Cómo cambiar el mundo

versaría de Rusia en el este, que debe enfrentarse aun predominio


ruso en Europa, y esto tendría la ventaja adicional y crucial de so
cavar el otro gran pilar del statu quo, una Gran Bretaña capitalista
estable dominando el mercado mundial, quizá incluso llevando a
los cartistas al poder.79La derrota de Rusia era la condición inter
nacional esencial de progreso. Es posible que la campaña en imo
modo obsesiva de Marx contra el ministro de Exteriores británico
Palmerstonestuvierateñidapor sudecepciónantelanegativade viran
Bretaña acorrer el riesgode unagranruptura del equilibriod..
res europeo con una guerra general. Porque, en ausencia de una
revolución europea, y quizá incluso en presencia de ella, una guerra
europea contra Rusia eraimposible sinInglaterra. En cambio, cuan
do una revolución rusa parecía probable, semejante guerraya no era
una condiciónindispensable delarevoluciónenlospaíses avanzados,
aunque al noproducirse éstadurante suvida, el Engels delos últimos
años se vio tentado a considerar de nuevo a Rusia como el último
baluarte de lareacción.
En segundolugar, estaguerra era el único modo de unificar y ra­
dicalizar las revoluciones europeas; un proceso para el que las guerras
revolucionarias de Francia de la década de 1790 proporcionaban un
precedente. Una Francia revolucionaria, retornando a las tradiciones
internas y externas del jacobinismo, era el líder obvio de semejante
alianza de guerra contra el zarismo, porque Francia inició larevolu­
cióneuropeayporquetendríaelejércitorevolucionariomásformidable.
También esta esperanza se esfumó en 1848, yaunque Francia siguió
desempeñando unpapel crucial enlos cálculos de MarxyEngels —y
en efecto ambos subestimaron sistemáticamente la estabilidad y los
logros del SegundoImperioyesperabansuinminente caída—apartir
deladécadade 1860Franciayanopodíarepresentar enlarevolución
europea el papel principal que se le había asignado anteriormente.
Pero si, en el período de 1848, la guerra parecía el resultado ló
gico y la extensión de la revolución europea, así como la condición
para el éxito, durante los veinte años siguientes-tuvo que verse como
la mayor esperanza para desestabilizar el statu quo y liberar, así, las
tensiones internas enel senodelospaíses. Laesperanzadequeesto se
lograse a través de una crisis económica se esfumó en 1857.80A par
M arx, Engelsy la política 89

tir de entonces ni Marx ni Engels volvieron a depositar semejantes


esperanzas acorto plazo en ninguna crisis económica, ni siquiera en
1891.81Sus cálculos eran correctos: las guerras de este período sur­
tieron el efecto pronosticado, aunque no de la manera que Marx y
Engels habían deseado, puesto que no provocaronrevolución alguna
enningúnpaís europeoexceptoenFrancia, cuyopapel internacional,
como ya hemos visto, había cambiado. Por consiguiente, como ya
se ha sugerido, Marx y Engels se veían ahora más impelidos hacia
lanuevaposición de decidir entre las políticas internacionales de las
potencias existentes, todas ellas burguesas oreaccionarias.
Evidentemente, todo esto era bastante académico en la medida
en que ni Marx ni Engels fueron capaces de influir en las políticas
de Napoleón III, Bismarck o cualquier otro hombre de Estado, ni
habíamovimientos socialistas uobreros cuya actitudfuesetenida en
cuenta por los gobiernos. Además, aunque aveces la política «his­
tóricamenteprogresista» estababastante clara—había queoponerse
a Rusia, había que apoyar al norte contra el sur en la guerra civil
americana—, las complejidades de Europa abrieron un espacio in­
terminable para la especulación y el debate no concluyentes. No es
en absoluto evidente que Marx y Engels tuvieran más razón que
Lassalle en la actitud que adoptaron respecto a la guerra de Italia
de 1859,82aunque en la práctica la actitud de ninguna de las partes
importaba demasiado en aquel momento. Cuando había partidos
socialistas de masas que pudieransentirse obligados adar suapoyoa
un Estado burgués en conflicto con otro, las implicaciones políticas
de estos debates eran mucho más graves. Sin duda, un motivo por
el que el Engels de los últimos años (e incluso el último Marx) em­
pezó a alejarse de las estimaciones de que una guerra internacional
podría ser un instrumento de revolución fue el descubrimiento de
que conduciría al «recrudecimiento del chauvinismo en todos los
países»83queaprovecharíaalasclasesdirigentesydebilitaríaalosahora
crecientes movimientos.
Si lasperspectivas derevoluciónenel períodoposterior a1848no
eran buenas, fue en gran medida porque Gran Bretaña erael último
bastión de la estabilidad capitalista, como Rusia lo era de la reac­
ción. «Rusia e Inglaterra son las dos grandes piedras angulares del
9° Cómo cambiar el mundo

verdadero sistema europeo.»84A largo plazo, los británicos sólo se


pondrían en marcha cuando el monopolio mundial del país tocase a
sufin, yesto empezó asuceder enla década de 1880yfue analizado
ycelebradoendiversas ocasiones por Engels. Así comolaperspectiva
de larevoluciónrusa socavóunapiedra angular del sistema, el findel
monopolio mundial de Gran Bretaña socavó la otra, apesar de que
en la década de 1890 las expectativas de Engels de un movimiento
británico eran más bien modestas.85A corto plazo, Marx esperaba
«acelerar larevolución social en Inglaterra», tarea que considerabala
más importante de la Primera Internacional —yno algo totalmente
irreal, puesto que «es el único país en el que las condiciones mate­
riales para la revolución (de la clase obrera) han progresado hacia
un cierto grado de madurez»—86a través de Irlanda. Irlanda dividió
a los obreros británicos en grupos raciales, les dotó de un aparente
interés conjuntopor explotar aotropueblo, yles proporcionólabase
económicaparalaoligarquíabritánicaterrateniente, cuyadestitución
ha de ser el primer pasoen el avance de Gran Bretaña.87El descubri­
miento de que un movimiento de liberación nacional enuna colonia
agraria podía convertirse en un elemento crucial para revolucionar
un imperio avanzado anticipaba los acontecimientos maixistas de la
era de Lenin. Tampoco es casual que en el pensamiento de Marx
estuvieraasociadoaaquel otro nuevodescubrimiento, el potencial de
revolución enla Rusia agraria.88
Enlafasefinal delaestrategiadeMarx, omás exactamente dela
de Engels, lasituacióninternacional quedótransformadafundamen­
talmente por laprolongadadepresióncapitalistaglobal, el declivedel
monopolio mundial de Gran Bretaña, el continuado avance indus­
trial deAlemaniayEE.UU., ylaprobabilidadderevoluciónenRusia.
Además, por primeravez desde 1815 sehizo evidente laproximidad
deunaguerramundial, observadayanalizadaconnotableyprofética
sagacidadypericia militar por Engels. Sinembargo, comoyahemos
visto, lapolíticainternacional delaspotencias desempeñabaahoraun
papel mucho menor, o más bien negativo, en Sus cálculos. Ahora se
consideraba principalmente alaluz de sus repercusiones enlos des­
tinos de los crecientes partidos socialistas ycomo un obstáculo mas
que como una posible contribución asuavance.
M arx, E ngels y la política 91

En cierto sentido, el interés de Engels por lapolítica internacio­


nal estabacadavezmás concentradoenel senodel movimientoobre­
ro, que, en sus últimos años, volvió aorganizarse comouna Interna­
cional, puesto que las acciones de cada movimiento podían reforzar,
hacer avanzar o inhibir a los demás. Esto se pone de manifiesto en
sus obras, aunque, no hemos de sacar demasiadas conclusiones de su
comparación ocasional de la situación de la década de 1890 con la
anterior a1848.89Asimismo, eralógicoasumir que el destino del so­
cialismosedecidiría enEuropa (enausenciadeunmovimientofuer­
te en EE.UU.) y de acuerdo con los movimientos enlas principales
potencias continentales, que ahora incluían a Rusia (en ausencia de
unmovimiento fuerte enGran Bretaña). Aunque fueronbienacogi­
dos, Engels no concedió demasiada importancia a los movimientos
deEscandinaviani de los Países Bajos, prácticamente ningunaalos de
los Balcanes, y tendía a considerar cualquier movimiento de los
países coloniales como simples espectáculos secundarios irrelevantes
o como consecuencia de los acontecimientos metropolitanos. Más
allá de ratificar el firme principio de que «el proletariadovictorioso
nopuede forzar ninguna clasede«felicidad»aningúnpuebloextran­
jero sin socavar supropia victoria» {ibid., p. 358), apenas reflexionó
seriamente sobre el problemadelaliberacióncolonial.90Enefecto, es
sorprendente lapoca atención que prestó a estos problemas que, una
vez diseminadas sus cenizas, se abrieron paso en la izquierda inter­
nacional enformadel grandebate sobre el imperialismo. «Hemos de
trabajar», dijo Bernsteinen 1882, «paralaliberacióndel proletariado
de la Europa Occidental, y subordinar todos los demás objetivos a
estepropósito».91
En el interior de esta zona central de avance proletario el movi­
miento internacional seconvirtió ahora en un movimiento departi­
dos nacionales, y tenía que ser así, a diferencia de lo ocurrido en el
período anterior a 1848.92Esto creó el problema de la coordinación
desusoperacionesyde quéhacer conlos conflictos surgidos araízde
lasreivindicaciones ypresunciones particulares nacionales enlosmo­
vimientos individuales. Algunas de ellas podían ser aplazadas diplo­
máticamente a un futuro indefinido mediante fórmulas adecuadas,
por ejemplo, sobre una eventual autodeterminación,93aunque los
92 Cómo cambiar el mundo

socialistas de RusiayAustria-Hungría eranmás conscientes queEn-


gels de que otros problemas no podían postergarse. Apenas un año
después delamuerte de Engels, Kautskyadmitiócontodafranqueza
que «la vieja postura de Marx» respecto a los polacos, la Cuestión
Oriental ylos checos ya no podía mantenerse.94Además, la desigual
fuerza e importancia estratégica de los distintos movimientos pro­
vocó dificultades menores, pero problemáticas. Así pues, los france­
ses habían asumido tradicionalmente «una misión de liberadores del
mundo y con ello el derecho a situarse a la cabeza» del movimiento
internacional.95No obstante, Francia ya no estaba en condiciones
de mantener este papel, y el movimiento francés, dividido, confuso
y con abundantes infiltraciones de republicanismo radical pequeño-
burgués u otros elementos molestos, era decepcionante, yno estaba
dispuesto a escuchar aMarx ni a Engels.96En un determinado mo­
mento Engels sugirió incluso que el movimiento austríaco podría
reemplazar al francés en supapel de «vanguardia».
En cambio, el espectacular crecimiento del movimiento alemán,
por no mencionar su estrecha relación con Marx y Engels, lo con­
vertía ahora claramente en la principal fuerza del avance socialista
internacional.97Aunque Engels nocreíaenlasubordinacióndeotros
movimientos a un partido importante, excepto posiblemente en
el momento de la acción inmediata,98era evidente que los intereses
del socialismo mundial estarían mejor atendidos con el progreso del
movimientoalemán. Esta opiniónnoselimitabasóloalossocialistas
alemanes. Seguía aún muypresente enlos primeros años delahisto­
ria de laTercera Internacional. Por otro lado, la opinión, expresada
tambiénpor Engels acomienzos deladécadade 1890, dequeenuna
guerra europea la victoria de Alemania contra una alianza franco-
rusaseríadeseable99noeracompartidaenotros países, apesar dequela
perspectiva de que la revolución surgiese araíz de la derrota, que él
adjudicaba a los franceses y a los rusos, sin duda sería aceptada por
Lenin. Es inútil especular acercadelo quehabríapensado Engels en
1914, si hubiera vivido hasta entonces, ydel todo ilegítimo suponer
quehabría sostenidolas mismas opiniones que enladécadade 1890.
Es probable también que la mayoría de partidos socialistas decidiera
apoyar asugobierno, apesar de que el partido alemánhabía sidoin­
M arx, Engels y la política 93

capazde apelar ala autoridad de Engels. Sinembargo, el legadoque


dejó ala Internacional sobre asuntos de relaciones internacionales y
especialmente sobre laguerraylapaz era ambiguo.
¿Cómo podemos resumir el legado general de ideas sobre política
que Marx y Engels dejaron a sus sucesores? En primer lugar, hacía
hincapié enla subordinación de lapolítica al desarrollohistórico. La
victoriadel socialismoera históricamente inevitable debido al proce­
soresumidopor Marxenel famoso fragmento acercadelatendencia
histórica de la acumulación capitalista enEl capitalI, que culminaba
conlaprofecíadela«expropiacióndelosexpropiadores».100El esfuer­
zopolítico socialista no creó «larevuelta de laclase obrera, una clase
siempre creciente en número, disciplinada, unida, organizada, por
el propio mecanismo de producción capitalista», sino que descansa­
ba en ella. Fundamentalmente, las perspectivas del esfuerzopolítico
socialista dependían de lafase alcanzadapor el desarrollo capitalista,
tanto globalmente como en países concretos, ypor consiguiente un
análisis marxista de lasituaciónvista de este modo constituía la base
necesaria para la estrategia política socialista. La política estaba in­
mersa en la historia, yel análisis marxiano mostraba lo ineficaz que
eraparaalcanzar susfines al estar taninmersa; yencambio, loinven­
cible del movimiento dela clase obrera, por estarlo.
En segundo lugar, lapolítica era noobstante cmcial, enlamedi­
da en que la clase obrera inevitablemente triunfadora había de estar
y estaría organizada políticamente (es decir, como un «partido») y
apuntaría ala transferencia de poder político, sucedidapor un siste­
ma transicional de autoridad estatal bajoel proletariado. Así pues, la
acciónpolítica eralaesenciadel papel proletario enlahistoria. Ope­
rabaatravésdelapolítica, es decir, dentro delos límites establecidos
por lahistoria: elección, decisiónyacciónconsciente. Probablemen­
te, durante lavida deMarxyde Engels ytambién durantela Segun­
da Internacional, el principal criterio que distinguía alos mámanos
delamayoría de socialistas, comunistasyanarquistas (excepto los de
tradiciónjacobina) yde «puros» sindicatos o movimientos coopera­
tivos, erala creencia en el papel esencial de lapolítica antes, durante
y después de la revolución. Es posible que se enfatizase excesiva­
94 Cómo cambiar el mundo

mente en ella a causa de la controversia de Marx conlos anarquistas


proudhonianos ybakuninistas, pero no hayduda de sufundamental
importancia. Durante el períodoposrevolucionario, lasimplicaciones
de esta actitud eran todavía teóricas. Durante el períodoprerrevolu-
cionario implicabannecesariamente laparticipación del partido pro­
letario en todo tipo de actividad política bajo el capitalismo.
En tercer lugar, veían semejante política esencialmente como
una lucha de clases en el seno de los Estados que representaban ala
clase oclases dirigentes, aexcepción de ciertas coyunturas históricas
especiales como la del equilibrio de clases. Lo mismo que Marx y
Engels defendían el materialismo contra el idealismo en filosofía,
también criticaban, por consiguiente, la visión de que el Estado es­
tuviera por encima de las clases, de que representase el interés co­
mún de toda la sociedad (excepto negativamente, como salvaguarda
contra su derrumbe), o que fuese neutral entre las clases. El Estado
era un fenómeno histórico de la sociedad de clases, pero mientras
existiesecomoEstado, ésterepresentaba elgobiernodeclase, aunque
no necesariamente enla forma inquietantemente simplificada de un
«comité ejecutivo de la clase dirigente». Esto imponía límites tanto
en la implicación de los partidos proletarios en la vida política del
Estado burgués como en las expectativas de lo que seles podía con­
ceder. Así pues, el movimientoproletariooperabatanto enel interior
de los límites delapolíticaburguesa comofuera de ellos. Puesto que
el poder sedefinía como el principal contenido del Estado, seríafácil
suponer (aunque Marx y Engels no lo hicieron) que el poder era la
única cuestión importante en política y en el debate del Estado en
todo momento.
En cuarto lugar, el Estado proletario transicional, fueran cua­
les fueren sus funciones, ha de eliminar la separación entre pueblo y
gobierno como un conjunto especial de gobernantes. Podría decirse
que tenía que ser «democrático», si estapalabra no seidentificase en
el habla corriente con un determinado tipo de gobierno institucio­
nal mediante asambleas de representantes parlamentarios elegidos
periódicamente, que Marx rechazaba. No obstante, sin identificarse
con instituciones específicas, y con reminiscencias de ciertos aspec­
tos rousseaunianos, era «democracia». Esta es laparte más difícil del
M arx, Engels y la política 95

legado de Marx para sus sucesores, puesto que, por razones quevan
másalládel presente debate, todos los auténticos intentos deimplan­
tar el socialismo según las líneas marxianas hasta ahora se han en­
contrado reforzando un aparato estatal independiente (como hacen
losregímenes no socialistas), mientras quelos marxistas sonreacios a
abandonar la aspiración que Marx consideraba firmemente como un
aspectoesencial del desarrollo de la nueva sociedad.
Porúltimo, yhastaciertopunto deliberadamente, MarxyEngels
legaron a sus sucesores una serie de espacios vacíos o rellenados de
formaambiguaensupensamientopolítico. Puestoquelasverdaderasfor­
mas de estructura política yconstitucional anteriores ala revolución
eran importantes para ellos sólo en la medida en que facilitaban o
inhibíanel desarrollodel movimiento, les concedieronpocaatención
sistemática, aunque comentaron libremente una variedad de casos y
situaciones concretas. Al negarse a especular acerca de los detalles
delafutura sociedad socialistaysus preparativos, oincluso acercade
los detalles del período transicional posterior alarevolución, dejaron
a sus sucesores tan sólo unos pocos principios generales con los que
hacerle frente. Así pues, no facilitaron ninguna guía concreta deuso
práctico sobre problemas tales como la naturaleza dela socialización
de la economía o las disposiciones para planificarla. Además, había
algunos temas sobre los que no proporcionaron orientación alguna,
ni general, ni ambigua, ni siquiera desfasada, porque nunca sintieron
la necesidadde reflexionar sobre ellos.
Sinembargo, lo que hayque destacar no es tanto lo que los pos­
teriores marxistas podían o no podían extraer en detalle del legado
de los fundadores, ni lo que tendrían que averiguar por sí mismos,
sino suextrema originalidad. Lo que Marx yEngels rechazaban in­
sistentemente, militante ypolémicamente, erael enfoque tradicional
de la izquierda revolucionaria de su tiempo, incluidos los primeros
socialistas,101un enfoque que todavía no ha perdido sus tentaciones.
Rechazaban las simples dicotomías de aquellos que se disponían a
sustituir la sociedad mala por la buena, la sinrazón por la r^zón, lo
negropor loblanco. Rechazaban los modelos programáticos apriori
de las diferentes tendencias de laizquierda, nosinseñalar que mien­
tras cadatendencia teníaunmodelodeéstos, yavecesincluyendolos
96 Cómo cambiar el mundo

más elaborados programas utópicos, pocos de ellos coincidían unos


conotros. Rechazabantambiénlatendenciaaconcebir modelos ope­
rativos fijos; por ejemplo, a determinar la forma exacta del cambio i
revolucionario, declarando ilegítimos a todos los demás; a rechazar
o a confiar exclusivamente en la acción política, etc. Rechazaban el
voluntarismo ahistórico.
En su lugar, colocaron la acción del movimiento en el contexto i
del desarrollo histórico. La forma del futuroylas tareas de la acción
sólo podían discernirse descubriendo el proceso de desarrollo social !'
que conduciría aellas, yeste descubrimiento sólo era posible en una j
cierta fase del desarrollo. Si esto limitaba lavisión del futuro aunos i
pocos principios estructurales aproximados, excluyendopredicciones
especulativas, dabaalas esperanzas socialistas lacertezadelainevita- i
bilidad histórica. En términos de acciónpolítica concreta, decidir lo
que era necesarioyposible (globalmente yen determinadas regiones i
ypaíses) requería un análisis tanto del desarrollo histórico como de
situaciones concretas. De este modo, la decisión política quedó in­
sertada enun marco de cambio histórico, que no dependía de la de­
cisiónpolítica. Era inevitable, pues, que las tareas de los comunistas
enpolítica resultasenambiguas ycomplejas.
Eran ambiguas porque los principios generales de la política de
análisis marxiano eran demasiado amplios para facilitar una orien­
tación de política específica en caso de necesitarla. Esto es especial­
mente aplicable a los problemas de la revolución y la consiguiente
transiciónal socialismo. Generaciones de comentaristas hanescruta­
do los textos en busca de una declaración manifiesta de lo que sería ;
la «dictadura del proletariado» yno han encontrado nada porque los
fundadores estaban interesados fundamentalmente en establecer la
necesidad histórica de dicho período. Era complejo, porque la acti­
tuddeMarxyde Engels respectoalasformasdelaacciónyorganiza­
ciónpolítica, diferentes de sucontenido, yrespecto alas instituciones
formales entrelas cuales operaban, estabadeterminadadetal manera
por la situación concreta enla que ellos mismos se encontraban que
nopodíanquedarreducidas aunconjuntodenormaspermanentes. En
cualquier momentodadoyencualquierpaísoregióndeterminada, el
análisis político marxianopodía ser formulado comoun conjunto de
M arx, Engels y la política 97

recomendaciones políticas (como, por ejemplo, en las Alocuciones


del Consejo General de 1850), pero, por definición, no se aplicaban
asituaciones diferentes de aquéllas para las que sehabían redactado,
comoseñalóEngels ensus últimas reflexiones acercadeLasluchasde
clasesenFrancia de Marx. Pero las situaciones posmarxianas fueron
inevitablemente diferentes de las que había envida de Marx, yen el
caso de que contuvieran similitudes, éstas sólo podían descubrirse
mediante un análisis histórico tanto de la situación ala que sehabía
enfrentado Marx como de aquella para la que los marxistas poste­
riores habían buscado orientación. Todo esto hacía prácticamente
imposible extraer de las obras clásicas nada parecido aun manual de
instrucciones tácticasyestratégicas, siendopeligrosoutilizarlas como
conjunto de precedentes, aunque a pesar de todo se han utilizado
así. Lo que se podía aprender de Marx era su método de afrontar
las tareas de análisis y acción más que lecciones preparadas para ser
extraídas de los textos clásicos.
Yestoes sindudalo que Marxhubiera deseadoque aprendiesen
sus seguidores. Sin embargo, la traducción de las ideas marxianas
en inspiración de los movimientos de masas, partidos ygrupos po­
líticos organizados llevaría consigo inevitablemente lo que E. Lede-
rer denominó «la famosa estilización abreviada y simplificada que
embrutece el pensamiento, y a la que toda gran idea es y debe ser
sometida, si hay que poner las masas en movimiento».102Una guía
parala acción tenía la constante tentación de convertirse en dogma.
Enningúnotro aspectodelateoríamarxiana hasidoestotan nocivo
paralateoríayparael movimiento comoenel campodel pensamien­
to político de Marx y Engels. Pero representa aquello en lo que se
convirtió el marxismo, quizá inevitablemente, quizá no. Represen­
ta una derivación de Marx y Engels, máxime cuando los textos de
losfundadores adquirieronunestatus clásicooinclusocanónico. No
representa lo que Marx y Engels pensaron y escribieron, sino sólo
cómo actuaronalgunas veces.
4
Sobre Engels, La situación
de la clase obrera en Inglaterra

Frederick Engels, es difícil de recordar, tenía veinticuatro años


cuando escribió La situación de la clase obrera en Inglaterra. Estaba
excepcionalmente capacitado para la tarea. Procedía de una adine­
rada familia de fabricantes de algodón en Barmen, en Renania, que,
además, había sido lo suficientemente astuta como para establecer
unasucursal (Ermen&Engels) enel mismo corazóndelaeconomía
del capitalismoindustrial, enel propioManchester. EljovenEngels,
rodeadopor los horrores del primer capitalismo industrial yreaccio­
nando contra el estrechoymoralista pietismo de sufamilia, tomó el
camino habitual de los jóvenes intelectuales alemanes de finales de
la década de 1830. Como su contemporáneo Karl Marx, un poco
mayor que él, sehizo «hegeliano de izquierdas»—lafilosofíade He-
gel dominaba entonces la educación superior en la capital prusiana,
Berlín—yse decantó gradualmente hacia el comunismo. Empezó a
colaborar en diversas revistas ypublicaciones enlas que la izquierda
alemana trataba de formular sus críticas de la sociedad. No tardó
en considerarse comunista. No está clarosi la decisiónde instalarse en
Inglaterra durante una temporada fue suya o de su padre. Proba­
blemente ambos lojuzgaron conveniente por diferentes razones: el
viejo Engels para alejar a su revolucionario hijo de la agitación de
Alemania y convertirlo en un sólido empresario, y el joven Engels
TOO Cómo cambiar el mundo

paraestar enel centrodel capitalismomodernoycercade los grandes I


movimientos del proletariado británico, al que yareconocía comola
fuerza revolucionaria crucial del mundo moderno. 3
Engels partió hacia Inglaterra en otoño de 1842, estableciendo ¡
de camino suprimer contacto personal con Marx, ypermaneció allí j
casi dos años, observando, estudiando y formulando sus ideas.1En\
los primeros meses de 1844 estaba ya sin duda trabajando en d ii- j
bro, aunque gran parte de la redacción la llevó a cabo en el invierno i
de 1844-1845. El libro apareció en suforma final en Leipzig enel
verano de 1845, conun prefacioydedicatoria (eninglés) «alas clases i
obreras de Gran Bretaña».2Fue publicado en inglés, con ligeras re- ;
visiones por parte del autor pero con sustanciosos prefacios en 1887 3
(edición americana) y 1892 (edición británica). Así pues, transcurrió
casi medio siglo antes de que suobra maestra acerca de la Inglaterra
industrial llegase al país del cual era objeto. No obstante, desde en­
tonces es conocido por todo estudiante de la revolución industrial,
aunque sóloseade nombre.
La idea de escribir unlibro sobre lasituacióndelas clases obre- <
ras no era original. En la década de 1830 eraya evidente para cual­
quier observador inteligente que los lugares de Europa económica-
mente avanzados seenfrentaban aun problema social queyanoera
simplemente el de «los pobres», sino el de una clase históricamente
sin precedentes: el proletariado. Las décadas de 1830 y 1840, un
período decisivo en la evolución del capitalismo y el movimiento j
obrero, vieron por consiguiente cómo se multiplicaban por toda la \
Europa Occidental libros, panfletos e investigaciones acerca de ¡
la situación de las clases obreras. El libro de Engels es la obra más i
eminente de este género, aunque TableaudeFEtat Physique et Mo­
ral des Ouvriers dans lesManufactures de Coton, deLaine et de Soie
(1849), de L. Villermé, merece ser mencionado como destacada
obra de investigación social. Era también evidente que el problema
del proletariado no era simplemente local onacional, sino interna­
cional. Buret comparó las situaciones inglesa yfrancesa {La misére
des clases laborieuses enFrance et enAngleterre, 1840) y Ducpétiaux
reunió datos sobre las condiciones de los jóvenes obreros de toda
Europa en 1843. Por lo tanto, el libro de Engels no fue un fenó-
S o b re E n g e ls, L a situación de la clase obrera en Inglaterra io i

pierio literario aislado, hecho que ha llevado a los antimarxistas a


aCusarle periódicamente de plagio cuando no eran capaces de pen­
sar nada mejor.3
Sin embargo, difería de las aparentemente similares obras con­
temporáneas en varios aspectos. En primer lugar, como el propio
gngels alegaba con razón, era el primer libro en Gran Bretaña o
en cualquier otro país que trataba de la clase obrera en conjunto y
nosimplemente en secciones particulares e industrias. En segundo
lugar, ymás importante, no era sencillamente un estudio delas con­
dicionesdelaclaseobrera, sinounanálisisgeneral delaevolucióndel
capitalismoindustrial, del impacto social delaindustrializaciónysus
consecuencias políticas y sociales, incluido el auge del movimiento
obrero. De hecho, era el primer intento a gran escala de aplicar el
método marxista al estudio concreto de la sociedadyprobablemente
laprimera obra ya sea de Marx o de Engels que los fundadores del
marxismo consideraron lo suficientemente valiosa como para mere­
cerserconservadapermanentemente.4Noobstante, comoaclaraEn­
gelsenel prefacio de 1892, sulibrotodavíanodescribe unmarxismo
maduro sino más bien «una de las fases de su desarrollo embriona­
rio». Para una interpretación madura ytotalmente formulada hemos
deacudir aEl capitalde Marx.

Razonamientoy análisis
La obra comienza con un breve esbozo de aquella revolución in­
dustrial que transformó la sociedadbritánica ycreó, como producto
principal, el proletariado (capítulos I-II). Se trata del primero de los
logros pioneros de Engels, puesto que la Situaciónes probablemen­
te la primera obra importante cuyo análisis se basa sistemáticamente
enel concepto de revolución industrial que entonces era novedosoy
tentador, inventado solamente en los debates socialistas británicos
yfranceses deladécada de 1820. El relatohistóricodeEngels deesta
transformación no reivindica originalidad histórica alguna. Aunque
todavía resultaútil, ha sido reemplazada por obras posteriores ymás
completas.
102 Cómocambiar el mundo

Socialmente, Engels ve las transformaciones acarreada• por ia


revolución industrial como un proceso gigantesco de concentracióny
polarización, cuya tendencia es la de crear un creciente proletar¿U(j0
unaburguesía cadavezmás pequeña de capitalistas cadavez más nu­
merosos, ambos en una sociedad cada vez más urbanizada, id auge
del industrialismo capitalista destmye alos productores de peoceños
artículos, al campesinado y a la pequeña burguesía, y el decn.u de
estos estratos intermedios, despojando al obrero de la posibilidad
de convertirse enunpequeño maestro, loconfinan alas filas , .¡ro-
letariado que seconvierte así en «unaclase definida delapoblación»
cuando sólo había sido un etapa transicional hacia la .integraciónen
las clases medias. Los obreros desarrollanpor consiguiente una con­
ciencia de clase, término que Engels no utiliza, y un movimiento
obrero. Este es otro de los grandes logros de Engels, En palabras de
Lenin, «fuedelosprimeros que dijoque el proletariado no soloesuna
clase que sufre; es precisamente suvergonzosa situación económica
que de manera irresistible lo empuja yobliga aluchar por su eman­
cipaciónfinal».5
Sin embargo, este proceso de concentración, polarización yur­
banización no es fortuito. La industria mecanizada a gran escala
requiere crecientes inversiones de capital, mientras que la división
del trabajo requiere la acumulación de ingentes cantidades de pro­
letarios. Estas grandes unidades de producción, incluso cuando se
construyen en el campo, atraen a su alrededor a comunidades, que
produciránunexcedente demanodeobra, demaneraquelos salarios
caen y atraen a otros industrialistas. Así crecen pueblos industriales
que seconviertenenciudades que siguenexpandiéndose debido alas
ventajas económicas que proporcionan alos industrialistas. Aunque
laindustriatienda aemigrar delos altos salarios urbanos alos salarios
rurales más bajos, estoplantará a suvezlas simientes para laurbani­
zación del campo.
Para Engels las grandes ciudades son, pues, las ubicaciones más
típicas del capitalismo, ylojustifica en el capítulo III. Allí la explo­
tación sinlímites yla competencia aparecen en suforma más cruda:
«Bárbara indiferencia en todas partes, férreo egoísmo de una parte,
indecible sufrimiento de la otra, guerra social en todas partes, cada
S o b re E n g els, La situación de la dase obrera en Inglaterra 103

casauna fortaleza, merodeadores por doquier quesaqueanal amparo


delaley»- En esta anarquía, aquellos que no poseen medios devida
ni de producción son derrotados y reducidos a trabajar por una pi­
tanza oamorir de inanición si carecen de empleo. Yloque es peor,
aunavida deprofunda inseguridad, enlaqueel futurodel trabajador
estotalmente desconocido e inquietante. De hecho, está gobernado
por las leyes de la competencia capitalista que Engels explica en el
capítulo IV.
El salariodelos obreros fluctúa entre unatasamínimadesubsis­
tencia, aunque éste noesun concepto rígidoparaEngels, establecida
porlacompetencia delos obreros los unos conlosotros, perolimita­
dapor suincapacidaddetrabajar por debajodel nivel desubsistencia,
yun máximo, establecido por la competencia de los capitalistas los
unos conlos otros entiempos de escasezdemanodeobra. El salario
mediotiende aestar ligeramente por encima del mínimo: cuántode­
pende de la costumbre odel nivel de vida adquiridopor los obreros.
Perociertos tipos detrabajo, especialmenteenlaindustria, requieren
obreros mejor cualificados, y su nivel salarial medio es por lo tanto
superior al del resto, aunqueparte de estenivel másaltoreflejael ma­
yor costedevidaenlas ciudades. (Este elevadonivel salarial urbanoe
industrial contribuye también aincrementar laclase obrera atrayen­
do a inmigrantes rurales y extranjeros: irlandeses.) Sin embargo, la
competencia entre obreros creaun «excedentedepoblación»perma­
nente, queposteriormenteMarxdenominaríael ejércitoindustrial de
reserva, que rebaja el nivel de todos.
Esto es así apesar de la expansión del conjunto de la economía
que surge del abaratamiento de las mercancías através del progreso
tecnológico, que incrementa la demanda y reabsorbe en las nuevas
industrias amuchos de los obreros que desplaza, ydel monopolioin­
dustrial mundial de Gran Bretaña. Por consiguiente, la población
crece, laproducciónaumentayconellalademandademanodeobra.
Sinembargo, el «excedente depoblación»sigueexistiendoacausade
laintervencióndel cicloperiódico deprosperidadycrisis, queEngels
fueunodelosprimeros enreconocer comoparteintegrante del capi­
talismo, yparael cual fueunodelos primeros ensugerirunaperiodi­
cidadexacta.6El reconocimientodeunejércitodereservacomoparte
104 Cómocambiar el mundo

permanentemente esencial del capitalismo y del ciclo del comercio


sonotros dos elementos importantes delateoríapionera. Puestoque
el capitalismoopera através defluctuaciones, ha detener unareserva
permanente de obreros, excepto enlos momentos álgidos deprospe­
ridad. La reserva está formada en parte por proletarios, en parte por
proletarios potenciales: campesinos, inmigrantes irlandeses, gente de
ocupaciones económicamente menos dinámicas.
¿Qué tipo de clase trabajadora produce el capitalismo? ¿Cuáles
sonsus condiciones devida, qué clase de comportamiento indr»idual
ycolectivo crean estas condiciones materiales? Engels dedica lama­
yor parte de sulibro (capítulos III, V-XI) aladescripciónyel análisis
de estas cuestiones, yal hacerlo elabora su contribución más madura
a la ciencia social, un análisis del impacto social de la industrializa­
ciónyurbanización capitalista que en muchos aspectos todavía no ha
sidoigualado. Ha de ser leídoyestudiado endetalle. El razonamiento
puede ser brevemente resumido como sigue. El capitalismo confina
al nuevo proletariado, amenudo compuestopor inmigrantes depro­
cedencia preindustrial, en un infierno social donde son destruidos,
mal pagados omuertos de hambre, donde sepudrenenlos arrabales,
olvidados, despreciados ycoaccionados, no sólopor lafuerza imper­
sonal de la competencia sino por la burguesía como clase, que los
considera objetos yno hombres, «mano de obra» o«manos»yno se­
res humanos (capítuloXII). El capitalista, respaldadopor laleybur­
guesa, impone sudisciplina de fábrica, los multa, loshace encarcelar,
les impone sus deseos a voluntad. La burguesía como clase los dis­
crimina, desarrolla la teoría maltusiana de la población contra ellos
yles impone las crueldades de la «Nueva leyde los pobres» de 1834.
Sin embargo, esta deshumanización sistemática mantiene tambiéna
los obreros fuera del alcance de la ideología e ilusión burguesa; por
ejemplo, del egoísmo, lareligiónyla moralidad burguesa. La indus­
trialización progresiva y la urbanización les obligan a aprender las
lecciones de su situación social y a ceñirse a ellas, les hace conscien­
tes de su poder. «Cuanto más estrechamente*relacionados están los
obreros conlaindustria más avanzados están.» (Sinembargo, Engels
también observa el efecto radicalizador de la inmigración de masas,
como entre los irlandeses.)
S o b re E n gels, L a situación de la clase obrera en Inglaterra

•rcio Losobreros seenfrentanasusituacióndediversasmaneras. Algu­


que nossucumbenaelladejándosellevarpor el desaliento: peroel aumento
erva delaembriaguez, elvicio, el delitoyelgastoirracional esunfenómeno
spe- social, lacreacióndel capitalismo, ynoseexplicapor ladebilidadyhol­
por gazaneríadelos individuos. Otros sesometenpasivamente asusinoy
ede subsistenlomejorquepuedencomohonrados ciudadanos respetuosos
conlaley, nomuestranningún interés por los asuntos públicosycon­
áles tribuyen así a tensar las cadenas con las que la clase media atenaza a
dual los obreros. Pero la verdadera humanidad y dignidad sólo se pueden
ma- encontrarenlaluchacontralaburguesía, enel movimientoobreroque
lisis inevitablementeproducenlas condiciones delos obreros.
lura Este movimiento atraviesa varias etapas. La revuelta individual,
iza- el delito, puede ser una; el destrozo de máquinas otra, aunque nin­
.1 ha guna de las dos es universal. El sindicalismo y las huelgas son las
:nto primeras formas generales adoptadas por el movimiento. Suimpor­
fina tanciaradica no enla efectividad sino enlas lecciones de solidaridad
>ro- yconciencia de clase que imparten. El movimiento político del car-
ios, tismo marca un nivel de desarrollo todavía mayor. Junto con estos
des, movimientos, pensadores de clase media que, como esgrime Engels,
mer­ habíanpermanecidoengranparte fueradel movimientoobrerohasta
los 1844, aunque captando auna pequeña minoría delos mejores traba­
se- jadores, desarrollaron teorías socialistas. Pero mientras la crisis del
iur- capitalismoavanza, el movimientohademarchar haciael socialismo.
dar, Tal como Engels lo veía, en 1844 esta crisis evolucionaría ine­
lis- vitablemente de dos maneras. O bien la competencia americana (o
llos posiblemente alemana) pondría final monopolioindustrial británico
34. yprecipitaría una situación revolucionaria o bien la polarización de
:na la sociedad continuaría hasta que los obreros, para entonces la gran
por mayoríade la nación, se percatasen de sufuerzaytomasen el poder.
us­ (Es interesante observar que el razonamiento de Engels nohacehin­
ías capiéenel absoluto empobrecimientoalargoplazodel proletariado.)
sn- Sin embargo, dadas las intolerables condiciones de los obreros y la
los crisis de la economía, era probable que se originase una revolución
¡;els antes de que estas tendencias se desarrollasen. Engels esperaba que
;as, ocurriese entre las dos siguientes depresiones económicas, es decir,
entre 1846-1847ymediados de la década de 1850.
io 6 Cómo cambiar el mundo

Apesar de lainmadurez de la obra, los logros científicos de En-


gels son no obstante destacables. Sus defectos eran principalmente
el de lajuventud y hasta cierto punto el de la abreviación histórica.
Para algunos delos errores hayuna sólidaexplicaciónhistórica. Enfi
épocaenque Engels escribía, el capitalismobritánicoestaba en ¡afase
más aguda del primero de sus grandes períodos de crisis secular-.,vél
llegó a Inglaterra casi en el peor momento de lo que sin duda era la
depresióneconómica más catastróficadel sigloxix, lade 1841-1842,
No era del todo idealista ver en el período de la crisis de Li u nida
de 1840la agonía final del capitalismoyel preludio delarevolución.
Engels no fue el único observador que loviode este modo.
Ahora sabemos que aquello no era la crisis final del capitalismo,
sinoel preludiodeunaimportante expansiónbasadaenparteenel de­
sarrollomasivodelas industrias debienes deproducción—ferrocarril,
hierroyacero, adiferenciadelastextiles delaprimera fase—enpar­
te en la conquista de esferas más amplias de actividad capitalista en
países hasta entonces subdesarrollados, en parte enla derrota de los
intereses creados en el ámbito agrario, enparte en el descubrimien­
to de nuevos y efectivos métodos de explotación de la clase obrera
mediante los cuales, dicho sea de paso, se conseguía finalmente un
sustancial incremento de los ingresos reales. Sabemos también que
lacrisis revolucionariade 1848, que Engels predijo conconsiderable
exactitud, no afectó a Gran Bretaña. Esto fue debido en gran me­
dida a un fenómeno de desarrollo desigual que apenas pudo haber
previsto. Durante un tiempo, en el continente la correspondiente
etapa de desarrollo económico alcanzó sucrisis más aguda en 1846-
1848, y en Gran Bretaña el punto equivalente se alcanzó en 1841-
1842. En 1848 el nuevoperíodo de expansión, cuyoprimer síntoma
fue el gran «boomdel ferrocarril» de 1844, estaba ya en marcha. El
equivalente británico de la revolución de 1848 fue la huelga general
chartista de 1842. La crisis queprecipitólasrevoluciones continenta­
les, en Gran Bretaña no hizo más que interrumpir unperíodo de rá­
pida recuperación. Engels tuvola desgracia de escribir enuna época
en que esto no estaba tan claro. Incluso hoyen día, los estadísticos
todavíadiscuten acerca de dónde situar, entre 1842y1848, el límite
que separa los «años sombríos» de la dorada prosperidadvictoriana
S o b re E n g els, La situación de la clase obrera en Inglaterra 10 7

del capitalismobritánico. No podemos culpar a Engels por noverlo


más claramente.
Sin embargo, el lector imparcial sólo puede considerar inciden­
tales las deficiencias de la obra de Engels, yquedarse impresionado
c0n sus logros. Estos fueron debidos no sólo al evidente talentoper­
sonal deEngels, sinotambién asucomunismo. Estefueel queledotó
de una perspicacia económica, social e histórica tan señaladamente
superior a la de los contemporáneos defensores del capitalismo. El
buencientíficosocial, comomostró Engels, nopodíaserunapersona
libredelas ilusiones dela sociedadburguesa.

Descripción deEngels delaInglaterrade1844

¿Hasta qué punto es fiableyexhaustiva ladescripciónde Engels


delaclaseobrerabritánicade 1844?¿Hastaquépuntohanconfirma­
dolas posteriores investigaciones sus declaraciones? Nuestro criterio
sobre el valor histórico del libro ha de basarse en gran medida en
larespuesta aestas preguntas. Amenudo sele ha criticado, desde la
décadade 1840, cuando V. A. Huber yB. Hildebrand, coincidiendo
con los hechos que presentaba, pensaron que su interpretación era
demasiado sombría, hasta 1958 cuando sus editores más recientes
argumentaron que «los historiadores ya no deben considerar el libro
deEngels como obra autorizada que proporcionaunvaliosoretratode
la Inglaterra social de la década de 1840».7La primera opinión es
defendible, la segunda es un sinsentido.
La explicación de Engels está basada en observaciónde primera
mano yen otras fuentes disponibles. Evidentemente conocía afon­
do el Lancashire industrial, especialmente la zona de Manchester,
yvisitó las principales ciudades industriales de Yorkshire —Leeds
Bradford y Sheffield—además de pasar algunas semanas en Lon­
dres. Nadie duda de que malinterpretase loquevio. De los capítulos
descriptivos se desprende que una buena parte de los capítulos III,
V, VII, IXyXII se basan en observación de primera mano, y este
conocimientoiluminatambiénel resto. NohayqueolvidarqueEngels
noera(adiferenciademuchos otrosvisitantes extranjeros) unsimple
io 8 Cómo cambiar el mundo

turista, sino un empresario de Manchester que conocía a i í;' U4-mas j


empresarios entrelos quevivía, uncomunista que conocía y -:'Oba
con cartistas y con los primeros socialistas, y—también a ’ --Ade <3
sus relaciones con la operaría irlandesa Mary Burns y sus ' atientes F
V
yamigos—un hombre con considerable conocimiento din - V-la a
vida de la clase obrera. Por consiguiente, sulibro es una ir- ;aite «
fuente primariapara nuestro conocimiento delaInglaterrai ' >trial e
de laépoca.
Porloqueal restodel librorespecta, yparalaconfirmar. 'USUS r<
o; como n
mmafi- e
nes al capitalismo. (Véase el último párrafo de suprefacio..- umque n
no exhaustiva, su documentación es buena y completa. A pesar de e
quehayuna serie de errores de transcripción(algunos correg más
tarde por Engels) yuna tendencia aresumir alas autoridadvx- envez
de citarlas al pie de laletra, la acusación de que selecciona yconmal
sus testimonios es insostenible. Sus editores hostiles no hm ca- g
paces de encontrar más que un puñado de ejemplos de lo <míe ellos
consideran «mala interpretación» en un extenso volumen, , h rna- n
-ore, hay
escutan, k
s iospa- ai
tc ciocu- o
mentada, manejada conunprofundoconocimientodelas evueacias. o
En cuanto a las acusaciones de que pintó las condicioríes del s<
proletariado con colores innecesariamente oscuros o que no supo n
apreciar la benevolencia de la burguesía británica, pueden demos- n
trarse equivocadas. El lector minucioso no encontrará motivo para P;
la controversia acerca de que Engels describiera a todos los obreros o
depura te
adepo- S
e le han ei
atribuido los críticos que no siempre han leído su texto. Él no negó
que no hubiera habido mejoras en las condiciones de la clase obrera
(véaseel resumenal final del capítuloIII). Nopresentó alaburguesía
como una única masa malvada (véase la extensa nota al pie al final
S o b re E n g e ls, L a situación de la clase obrera en Inglaterra 109

omás del capítuloXII). Su odio por lo que representaba la burguesía ylo


•q;iba que la hacía comportarse de aquel modo no era un odio ingenuo
bs de porlos hombres de malavoluntad en comparación conlos de buena
entes voluntad. Era parte de la crítica de la crueldad del capitalismo que
de la automáticamente convertía alos explotadores colectivamente enuna
Unte «clase totalmente carente de moral, incurablemente corrupta por el
sin al egoísmo, corroída en sus mismas entrañas».
La objeción de los críticos a Engels a menudo no es más que la
esus reticencia de aquellos a aceptar sus hechos. Ningún hombre, comu­
orno nista ono, procedente del extranjero pudo haber visitado Inglaterra
>afi- enaquellos años sinexperimentar una honda consternación, que nu­
ique merosos liberales burgueses respetables expresaron en palabras tan
.r de encendidas comolas del propio Engels, pero sinsuanálisis.
más «La civilización obra sus milagros», escribió De Tocqueville de
t vez Manchester, «yel hombre civilizado se convierte casi enun salvaje».
mal «Cada día que pasa», escribióel americano HenryColman, «doy
>ca­ gracias al cielo por no ser un pobre con una familia enInglaterra».
llos Podemos encontrar numerosos comentarios sobrelacmdaindife­
rna- renciautilitariadelos industrialistas para alinearlos conlos de Engels.
hay Laverdadesquelaobrade Engels siguesiendohoyendía, como
tan, lo fue en 1845, con mucho el mejor libro sobre la clase obrera de
pa- aquellaépoca. Los historiadores posteriores loconsideraronysiguen
>cu- considerándolo como tal, a excepción de un grupo reciente de críti­
:ias. cos, motivados por una aversión ideológica. No es la última palabra
del sobre el tema, porque 125 años de investigación se han añadido a
apo nuestroconocimiento de las condiciones de la clase obrera, especial­
.os­ mente en las zonas en las que Engels no tenía estrechos contactos
lara personales. Es un libro de su tiempo. Pero no hay nada que pueda
:ros ocupar sulugar enlabiblioteca de todo historiador del sigloxixyde
lira todo aquel que esté interesado en el movimiento de la clase obrera.
no­ Sigue siendo una obra indispensable y un hito en la lucha por la
tan emancipaciónde la humanidad.
ígó
era
:sía
nal
5
Sobre el Manifiesto comunista

i
Introducción
En la primavera de 1847, Karl Marx y Frederick Engels aceptaron
afiliarse a la llamada Liga de los Justos (Bund der Gerechten), una
fdial de la anterior Liga de los Proscritos (Bund des Geáchteten),
unasociedadsecretarevolucionariaformada enParís enladécada de
1830 bajo influencia revolucionaria francesa por oficiales artesanos
alemanes, ensumayoríasastresycarpinteros, ycompuestaprincipal­
mente por dichos artesanos radicales expatriados. La Liga, conven­
cidapor su«comunismo crítico», se ofreció apublicar un manifiesto
esbozado por Marxy Engels como ideario de supolítica, ytambién
amodernizar suorganización siguiendo sus directrices. Así pues, en
el verano de 1847 se reorganizó, adoptó el nombre de Liga de los
Comunistas (Bund der Kommunisten), yse comprometió atrabajar
por «el derrocamiento de la burguesía, el gobierno del proletariado,
el fin de lavieja sociedad que descansa enla contradicción de clases
(.Klassengegensatzen) y el establecimiento de una nueva sociedad sin
clases ni propiedad privada».1Un segundo congreso delaLiga, cele-*
* El presente capítulo fue escrito como introducción a una edición del Manifies
en su 150 aniversario, en 1998.
to comunista

ÉÉK
112 Cómo cambiar el mundo

brado también el Londres en noviembre-diciembre de 1847, aceptó


formalmente los objetivos ynuevos estatutos einvitó aMarxyaEn-
gels aque redactasenun nuevomanifiesto exponiendolospropósitos
ylapolítica de la Liga.
Aunque Marx y Engels prepararan los dos el borrador, yel do­
cumento represente claramente las opiniones conjuntas de ambos, el
texto final fue escrito casi sinninguna duda por Marx, tras un severo
recordatorio por parte de la Ejecutiva, porque a Marx, entonces y
después, le resultaba difícil completar sus textos a no ser bajo pre­
sión de una estricta fecha límite. La práctica ausencia de primeros
borradores sugiere que fue escrito apresuradamente.2El documento
resultante de veintitrés páginas, titulado Manifiestodelpartidocomu­
nista (conocido desde 1872 de forma general como el Manifiestoco­
munista) fue «publicado en febrero de 1848» eimpreso en la oficina
delaAsociación Educativa de losTrabajadores (más conocida como
la Kommunistischer Arbeiterbildungsverein, que sobrevivió hasta
1914) en el número 46 de Liverpool Street enla Cityde Londres.
Este pequeño panfleto fue casi seguro, y con mucho, el texto
político unitario más influyente desde la revolucionaria Declaración
delosDerechosdelHombrey del Ciudadanopor parte delos franceses.
Por suerte salió a la calle sólo una semana o dos antes del estallido
de las revoluciones de 1848, que se propagaron como un incendio
forestal desde París por todo el continente europeo. Aunque suho­
rizonte era decididamente internacional —laprimera edición anun­
ció con optimismo, pero erróneamente, la inminente publicación
del Manifiesto en inglés, francés, italiano, flamenco y danés—, su
impacto inicial fue exclusivamente alemán. Apesar de que la Liga
Comunista era pequeña, el papel que desempeñó en la revolución
alemana nofueinsignificante, sobretodo através del periódicoNeue
Rheinische Zeitung (1848-1849), que editó Karl Marx. La primera
edición del Manifiesto llegó a reimprimirse tres veces en pocos me­
ses, publicada por entregas en la Deutsche Londoner Zeitung, arre­
glada y corregida en abril o mayo de 1848 en treinta páginas, pero
quedó fuera de circulación a raíz del fracaso de las revoluciones de
1848. Cuando Marx se instaló en su exilio de por vida en Inglate­
rra en 1849, la divulgación era tan escasa que Marx pensó que no
Sobre el M a n ifie s to co m u n ista

valía la pena reeditar la sección III del Manifiesto («Sozialistische


und kommunistische Literatur») en el último número de su revis­
ta londinense Neue Rheinische Zeitung, politisch-ókonomische Revue
(noviembre de 1850), que apenas tenía lectores.
Nadie habría podido predecir su esplendoroso futuro en la dé­
cadade 1850yacomienzos delade 1860. En Londres, unimpresor
alemán emigrado publicó en privado una pequeña nueva edición,
probablemente en 1864, y en Berlín salió otra pequeña edición en
1866, en realidad la primera que se publicó en Alemania. Al pare­
cer, entre 1848 y 1868 no hubo traducciones, aparte de la versión
sueca, publicada probablemente a finales de 1848, y una inglesa
en 1850, importante en la historia bibliográfica del Manifiesto sólo
porque la traductora parece que consultó aMarx, o (puesto que vi­
vía en Lancashire) más probablemente a Engels. Ambas versiones
se hundieron sin dejar rastro. A mediados de la década de 1860
prácticamente ya nada de lo que Marx había escrito en el pasado
estaba en catálogo.
La trascendencia de Marx enlaAsociaciónInternacional de los
Trabajadores (la llamada «Primera Internacional», 1864-1872) yla
aparición, enAlemania, de dos importantes partidos de claseobrera,
ambos fundados por antiguos miembros de la Liga Comunista, que
letenían en muy alta estima, reavivaron el interés por el Manifiesto,
y también por sus otras obras. En especial, su elocuente defensa
de la Comuna de París de 1871 (conocida popularmente como La
guerracivil enFrancia) le dio considerable notoriedad en la prensa
como peligroso líder de la subversión internacional, temida por los
gobiernos. Concretamente, el juicio por traición de los líderes del
Partido SocialdemócrataAlemán, WilhelmLiebknecht, August Be-
bel yAdolf Hepner, en marzo de 1872, dotó al documento de una
inesperada publicidad. La acusación leyó el texto del Manifiesto en
los registros judiciales, dando así a los socialdemócratas la prime­
ra oportunidad de publicarlo legalmente, en una gran tirada, como
parte de los procedimientos judiciales. Como era evidente que un
documento publicado antes de la revolución de 1848 podíaprecisar
unapuesta al díayalgunos comentarios explicativos, MarxyEngels
elaboraron el primero de una serie de prefacios que desde entonces
114 Cómo cambiar el mundo

han acompañado a las nuevas ediciones del Manifiesto? Por moti­


vos legales el prefacio no pudo ser difundido ampliamente en aquel
momento, pero la edición de 1872 (basada en la edición de 1866)
se convirtió en el fundamento de todas las ediciones posteriores.
Mientras tanto, entre 1871 y 1873, aparecieronpor lomenos nueve
ediciones del Manifiesto en seis lenguas.
Durante los siguientes cuarenta años el Manifiesto conquistó el
mundo, impulsado por el auge de los nuevos partidos obreros (so­
cialistas), en los que la influencia de Marx creció rápidamente en la
década de 1880. Ninguno de dichos partidos quiso darse a conocer
como un Partido Comunista hasta que los bolcheviques rusos recu­
peraronel título original tras laRevolucióndeOctubre, peroel título
de Manifiesto delpartido comunistano se modificó. Incluso antes de
larevoluciónrusa de 1917sehabíanpublicadovarios cientos de edi­
ciones en unas treinta lenguas, incluyendo tres ediciones enjaponés
yuna en chino. Sin embargo, su principal área de influencia fue el
cinturón central de Europa, que seextendíadesde Francia enel oeste
hasta Rusia en el este. No es de sorprender que el mayor número de
ediciones estuvieran enlengua rusa (setenta), más otras treintaycin­
coenlaslenguas del imperiozarista: onceenpolaco, sieteenyiddish,
seis en finlandés, cinco en ucraniano, cuatro en georgiano y dos en
armenio. Hubo cincuenta y cinco ediciones en alemán más (para el
imperio Habsburgo), otras nueve en húngaro yocho en checo (pero
sólo tres en croatayuna en eslovacoyesloveno); treinta ycuatro en
inglés (también para EE.UU., donde laprimera traducción apareció
en 1871); veintiséis en francés; yonce en italiano, cuyaprimera edi­
ción no apareció hasta 1889.4En el suroeste de Europa el impacto
fue menor: seis ediciones en español (incluyendo las ediciones de
Latinoamérica) yuna en portugués. Lo mismo ocurrió en el sureste
de Europa: siete ediciones enbúlgaro, cuatroenserbio, cuatroenru­
mano, yuna solaenladino, presumiblemente publicada en Salónica.
El norte de Europa estaba moderadamente bien representado con
seis ediciones en danés, cinco en suecoydos eñnoruego.5
Esta distribucióngeográficadesigual reflejabanosóloel desarro­
llodesigual del movimiento socialista, ydelainfluenciadeMarx, tan
distinta de las otras ideologías revolucionarias como el anarquismo,
Sobre el M a n ifie s to co m u n ista «5

sino también que no había una fuerte correlación entre el tamaño y


iel el poder de los partidos socialdemócratas y obreros yla circulación
6) del Manifiesto. Así pues, hasta 1905 el Partido Socialdemócrata
is. Alemán (SPD), consus cientos de miles demiembros ymillones de
ve votantes, publicó nuevas ediciones del Manifiesto en tiradas de no
más de 2.000 o3.000 ejemplares. El ProgramadeErfurt del partido
eí de 1891 se publicó en 120.000 copias, mientras que al parecer no se
o- publicaron más de 16.000 copias del Manifiestoenlos once años que
la vande 1895 a 1905, año enquelacirculaciónde superiódicoteórico
:er DieNeue Zeit erade 6.400 ejemplares.6No seexigía que el militante
li­ medio de un partido de masas socialdemócrata y marxista aproba­
tio se exámenes de teoría. En cambio, las setenta ediciones rusas pre-
de rrevolucionarias representaban una combinación de organizaciones,
li~ ilegales la mayoría de las veces, cuyos miembros no debían ser más
tés de unos pocos miles. Del mismo modo, las treinta ycuatro ediciones
el inglesas fueron publicadas por y para las dispersas sectas marxistas
$te del mundo anglosajón, que operaban en el flanco izquierdo de estos
de partidos obreros ysocialistas existentes. En esteentorno«latransparen­
n- ciade un camaradapodía serjuzgada invariablementepor el número
íh, depáginas señaladas ensuManifiesto».7En pocas palabras, los lecto­
en res del Manifiesto, aunque formaban parte de los nuevos ycrecientes
el movimientos ypartidos obreros socialistas, no eran en absoluto una
iro muestra representativa de sus integrantes. Eran hombres ymujeres
en conun interés especial enlateoría que sustentaba dichos movimien­
:ió tos. Es probable que esto siga siendo así.
li- Esta situación cambió después de la revolución de octubre, en
:to todo caso en los partidos comunistas. A diferencia de los partidos
de demasas delaSegundaInternacional (1889-1914), los delaTerce­
ste ra (1919-1943) esperaban que todos sus miembros comprendiesen,
al­ oporlomenos mostrasen cierto conocimientodelateoríamarxista.
ca. La dicotomía entre los líderes políticos eficaces no interesados en
on escribir libros ylos «teóricos» como Karl Kautsky, conocido yres­
petado como tal pero no como responsable política de la toma de
*o- decisiones prácticas, se desvaneció. Siguiendo a Lenin, se suponía
an quetodos los líderes habían de ser importantes teóricos, puesto que
10, todas las decisiones políticas sejustificaban en términos de análisis
n6 Cómo cambiar el mundo

marxista, o, más probablemente, mediante referencias a la autori­


dad textual de «los clásicos»: Marx, Engels, Lenin y, a su debido
tiempo, Stalin. La publicación y distribución popular de los textos
deMarxyEngels cobró, pues, más importanciapara el movimiento
que en tiempos de la Segunda Internacional. Estos abarcaban des­
de series de pequeños escritos, probablemente encabezados por el
alemán ElementarbiicherdesKommunismus durante la República de
Weimar, y compendios de lecturas adecuadamente seleccionadas,
como la inestimable CorrespondenciaescogidadeMarxy Engels, basta
Obras escogidasdeMarxy Engels en dos yposteriormente tres volú­
menes, ylapreparación de sus Obras Completas (Gesamtausgabe), to­
das respaldadas por los ilimitados recursos (para estos menesteres)
del Partido Comunista Soviético, yamenudo impresas enlaUnión
Soviética en una variedad de lenguas extranjeras.
El Manifiesto comunista se benefició de esta nueva situación de
tres maneras. Indudablemente su circulación aumentó. La edición
barata publicada en 1932 por las editoriales oficiales de los Partidos
Comunistas Americano y Británico en «cientos de miles» de copias
hasidodescritacomo«probablementelamayor ediciónmasivajamás
publicada en inglés».8Su título ya no era un superviviente histórico,
sino que ahora se vinculaba directamente a la política actual. Dado
queunimportante Estado searrogabalarepresentacióndelaideolo­
gíamarxista, laposicióndel Manifiestocomotextodecienciapolítica
quedóreforzada, ypor consiguiente entróenelprograma deestudios
de las universidades, destinado aextenderse rápidamente después de
la segunda guerra mundial, y donde el marxismo de los lectores in­
telectuales encontraría su público más entusiasta en las décadas de
1960y1970.
LaURSSsurgióapartir delasegundaguerramundial comouna
delasdos superpotencias del mundo, encabezandounavastaregiónde
los Estados ylas dependencias comunistas. Los partidos comunistas
occidentales (conla notable excepción del alemán) emergieron de la
guerra más fuertes de lo que habían sidojamás o'de lopodrían llegar
aser. Apesar de que laguerra fría,había comenzado, en el año de su
centenario el Manifiestoya no fue publicado por comunistas u otros
editores marxistas, sinoengrandes tiradas por editores apolíticos con
Sobre el M a n ifie s to co m u n ista 117

introducciones de prominentes académicos. En síntesis, ya no era


solamente un documento marxista clásico, sehabíaconvertido enun
clásicopolítico tout court.
Ysigue siéndolo, incluso después del fin del comunismo sovié­
ticoyel declive de los partidos ymovimientos marxistas en muchos
lugares del mundo. En los Estados sincensura, casi cualquier perso­
na que tenga al alcance una buena librería, ysin dudarlo una buena
biblioteca, puede tener acceso aél. El objetivo de una nueva edición
ensu 150 aniversario no es, por consiguiente, poner el texto de esta
sorprendente obra maestra a disposición del público, ni mucho me­
nos revisar un siglode debates doctrinales acerca dela «correcta»in­
terpretación de este documento fundamental del marxismo. Se trata
derecordarnos anosotros mismos que el Manifiestotiene aúnmucho
que decir al mundo enel sigloxxi.

II
¿Qué es loque tiene que decir?
Indudablemente, se trata de un documento escrito para un de­
terminado momento de la historia. Parte de él se hizo obsoleto casi
inmediatamente, como por ejemplo las tácticas recomendadas para
los comunistas de Alemania, que no eran las que ellos aplicarondu­
rantelarevoluciónde 1848 ni enlaépocainmediatamente posterior.
Otra parte sehizo obsoleta a medida que se fue alargando el tiempo
que separaba a los lectores de la fecha en que fue escrito. Hace ya
tiempo que Guizot yMetternich se retiraron de los gobiernos para
engrosar loslibros de historia, el zar (aunque noel Papa) yanoexiste.
Por lo que respecta al debate de «Literatura socialistaycomunista»,
lospropios MarxyEngels admitieron en 1872 que incluso entonces
estaba desfasado.
Más concretamente, conel paso del tiempo el lenguaje del Ma­
nifiestodejó de ser el de sus lectores. Por ejemplo, se*ha exagerado
mucho la frase de que el avance de la sociedad burguesa ha res­
catado a «una buena parte de la población de la idiotez de la vida
rural». Pero aunque no hayduda de queMarxcompartía el habitual
1x8 Cómo cambiar el mundo

desprecio del ciudadano por el medio rural, así como por su igno­
rancia, la auténtica frase alemana, analíticamente más interesante
(«demIdiotismus des Landlebens entrissen») hace referencia no a la
«estupidez»sino a«laestrechez de miras», o«al aislamiento del res
to de lasociedad» enel que vivíalagente del campo. El término re -
mite al significado original del vocablo griego idiotes del que deriva
el significado actual de «idiota» o «idiotez», a saber, «una persona
preocupada sólo por sus asuntos privados y no por los del resto
de la comunidad». Con el transcurso de los años desde la década de
1840, yen los movimientos cuyos miembros, adiferencia de Marx,
carecían de cultura clásica, el sentido original se fue evaporando y
se malinterpretó.
Esto es todavía más evidente en el vocabulario político del Ma­
nifiesto. Términos como «Stand» («Estado»), «Demokratie» («de­
mocracia») y «Nation/national» («nación/nacional») o bien tienen
poca aplicación en la política actual o bien ya no tienen el signifi­
cado que tenían en el discurso político o filosófico de la década rio
1840. Para poner un ejemplo obvio, el «Partido Comunista» cuyo
manifiesto pretendía ser nuestro texto no tiene nada que ver con los
partidos delapolítica democrática modernaolos «partidos vanguar­
distas» del comunismo leninista, por no hablar de los partidos esta­
tales como el chino oel soviético. Ninguno de ellos existíaentonces.
«Partido» todavía significaba esencialmente una tendencia o co­
rriente de opinión o política, aunque Marx y Engels reconocieron
que unavezhallaba expresiónenlos movimientos de clases, desarro­
llaba algún tipo de organización {«diese Organisation derProletarier
zur Klasse, und damit zurpolitischen Partei»). De ahí la distinción
en la parte IVentre «los partidos obreros ya constituidos... los car-
tistas de Inglaterra y los reformistas agrarios de Norteamérica» y
los otros, no del todo constituidos.9Como bien evidencia el texto,
el Partido Comunista de Marx y Engels en esta etapa no era una
forma de organización, ni trataba de establecerla, y mucho menos
una organización con un programa específico distinto del de otras
organizaciones.10Apropósito, en el Manifiesto no se menciona en
ningún lugar el auténtico organismo para el que fue escrito, la I-iga
Comunista.
Sobre el M a n ifie s to co m u n ista 119

Además, es evidente que el Manifiesto no sólo fue redactado en


ypara una determinada situación histórica, sino que representaba
también una fase, relativamente inmadura, del desarrollo del pensa­
mientomarxiano. Esto sepone de manifiesto enlos aspectos econó­
micos del mismo. Aunque Marxhabíaempezado aestudiar economía
política a fondo desde 1843, no se puso a desarrollar seriamente el
análisis económico expuesto en El capital hasta su exilio inglés tras
larevolución de 1848, cuando obtuvo acceso a los tesoros de la Bi­
bliotecadel Museo Británico, enel verano de 1850. Así, ladistinción
entre laventa del trabajo del proletario al capitalista ylaventa de su
fuerza detrabajo, esencial para la teoría marxista de la plusvalía yla
explotación, todavía no estaba expresada en el Manifiesto. Por otro
lado, el Marx maduro no sostenía el punto de vista de que el precio
del «trabajo» mercancía era su coste de producción, es decir, el
coste del mínimo fisiológicopara mantener vivoal obrero. En pocas
palabras, Marxescribióel Manifiestomás comocomunistaricardiano
quecomo economista marxiano.
Sin embargo, aunque Marx y Engels recordaran a los lectores
que el Manifiesto era un documento histórico, desfasado en muchos
aspectos, fomentaron y colaboraron en la publicación del texto de
1848, con enmiendas yaclaraciones de poca importancia.11Recono­
cíanque el Manifiestoseguíasiendounasólidaexposicióndel análisis
que distinguía su comunismo de todos los demás proyectos para la
creaciónde una sociedad mejor. En esencia, se trataba deun análisis
histórico. Su núcleo era la demostración del desarrollo histórico de
las sociedades, y específicamente de la sociedad burguesa, que ha­
bíareemplazado a sus predecesoras, revolucionado el mundo y, a su
vez, creado las condiciones necesarias para su inevitable supresión.
Adiferencia de la economía marxiana, la «concepción materialista
de la historia» que sustentaba este análisis había encontrado ya su
formulación madura a mediados de la década de 1840ypermaneció
sustancialmente sin cambios en los años posteriores.12En este sen­
tido, el Manifiesto era ya un documento definitorio del marxismo.
Encarnaba la visión histórica, aunque su esquema general había de
ser rellenado conun análisis más completo.
> 120 Cómo cambiar el mundo

m
¿Cómo impactará el Manifiestoal lector que se acercaaél por prime­
ravez? El nuevolector difícilmente podrá evitar ser arrastrado por !a
ferviente convicción, lasumaconcisión, lafuerza intelectual yestilís­
tica de este sorprendente panfleto. Está escrito en un único arn-i-f>
creativo, enfrases lapidarias quesetransformancasi deformanafuá
en memorables aforismos conocidos más allá del mundo del debate
político: desde el inicio «Un fantasma recorre Europa: el rao•. a
del Comunismo» hasta el final «Los proletarios no tienen nada qué
perder salvo sus cadenas. Tienen un mundo que ganar».13
Pococomúntambiénenlaliteraturaalemanadecimonónica, está
escrito en párrafos cortos y apodícticos, la mayoría de una a cinco
líneas, y solamente en cinco casos de más de doscientos, de quin- •
ce líneas omás. Sea como fuere, el Manifiestocomunistacomoretórica
política tiene una fuerza casi bíblica. En síntesis, como literatura es
imposible negar suirresistible poder.14 ,
Sinembargo, loque indudablemente impresionará al lector con- '
temporáneoes el extraordinariodiagnóstico del carácterrevoluciona- (
rioydel impacto de «lasociedadburguesa»que exhibe el Manifiesto. j
No se trata simplemente de que Marx reconociese yproclamase los j
extraordinarios logros y el dinamismo de una sociedad que detesta- ]
ba, para sorpresa de más de uno de los que más tarde defenderían al l
capitalismo de la amenaza roja. La cuestión es que el mundo trans- x
formado por el capitalismo que él describió en 1848, en fragmentos ]
deoscuraylacónicaelocuencia, es atodas luces el mundodeconiien- c
zos del sigloxxi. Curiosamente, el optimismo harto irreal, política- c
mente hablando, de dos revolucionarios deveintiochoytreinta años, c
ha resultado ser la fuerza más perdurable del Manifiesto. Aunque el j
«fantasma del comunismo» realmente acobardase a los políticos, y g
aunque Europa estuviera experimentando un período de grave crisis e
económica y social, y estuviera a punto de estallar la mayor revolu- c
ción continental de su historia, sencillamente no había base alguna
para la creencia expresada en el Manifiesto de que el momento de c
derrocar al capitalismo se estaba acercando («la revolución burguesa I
enAlemania sólopuede ser el preludio de una inmediata revolución s
120 Cómo cambiar el mundo

III
Pr
¿Cómo impactaráel Manifiestoal lector que seacercaaél -^ prime­ es
ravez? El nuevolector difícilmente podrá evitar ser arras?rado porla
ferviente convicción, lasuma concisión, lafuerzaintelectual vestilís­ vis
tica de este sorprendente panfleto. Está escrito enun únl <vrehato es'
creativo, enfrases lapidarias que setransforman casi deforma natural hi:
en memorables aforismos conocidos más allá del mundo del debate co
político: desde el inicio «Un fantasma recorre Europa: ^ hasma cíe
del Comunismo» hasta el final «Los proletarios no tienen nada qué hu
perder salvosus cadenas. Tienen un mundo que ganar».15 es
Pococomúntambiénenlaliteratura alemanadecimonónica, está de
escrito en párrafos cortos y apodícticos, la mayoría de una a cinco El
líneas, y solamente en cinco casos de más de doscientos, de quin­ t6?
la
ce líneas omás. Sea como fuere, el Manifiestocomunistacomoretórica ter
política tiene una fuerza casi bíblica. En síntesis, como literatura es «pi
imposible negar suirresistible poder.14 yeí
Sinembargo, loque indudablemente impresionará al lector con­ nai
temporáneoesel extraordinariodiagnósticodel carácter revoluciona­ cía
rioydel impacto de «lasociedadburguesa»que exhibe el Manifiesto. fin
No se trata simplemente de que Marx reconociese yproclamase los me
extraordinarios logros y el dinamismo de una sociedad que detesta­ De
ba, para sorpresa de más de uno de los que más tarde defenderíanal nel
capitalismo de la amenaza roja. La cuestión es que el mundo trans­ me
formado por el capitalismo que él describió en 1848, en fragmentos Br<
deoscuraylacónicaelocuencia, esatodasluces el mundodecomien­ cul
zos del sigloxxi. Curiosamente, el optimismo harto irreal, política­ ció
mente hablando, de dos revolucionarios deveintiochoytreinta años, de
ha resultado ser la fuerza más perdurable del Manifiesto. Aunque el pre
«fantasma del comunismo» realmente acobardase a los políticos, y gel:
aunque Europa estuviera experimentando un período de grave crisis elc
económica y social, y estuviera a punto de estallar la mayor revolu­ des
ción continental de su historia, sencillamente no había base alguna
para la creencia expresada en el Manifiesto de que el momento de ció;
derrocar al capitalismo se estaba acercando («la revolución burguesa Ma
en Alemania sólopuede ser el preludio de una inmediata revolución sen
&'obre el M a n ifie s to co m u n ista 121

proletaria»). Por el contrario, como bien sabemos hoy, el capitalismo


estabapreparadopara suprimera era devictorioso avance global.
Hay dos cosas que dan fuerza al Manifiesto. La primera es su
visión, inclusoal comienzodelamarchatriunfal del capitalismo, deque
este modo de producción no era permanente, estable, «el fin de la
historia», sino una fase temporal en la historia de la humanidad, y,
como sus predecesoras, había de ser suplantada por otro tipo de so­
ciedad (amenos que—lafrase del Manifiestonoes muycélebre—se
hunda «enla mina común de las clases contendientes»). La segunda
es el reconocimiento de que las tendencias históricas necesarias del
desarrollodel capitalismohabíandeser necesariamentealargoplazo.
El potencial revolucionario de la economía capitalistaya era eviden­
te; MarxyEngels nopretendíanserlos únicos enreconocerlo. Desde
la Revolución Francesa algunas de las tendencias que observaronya
tenían claramente un efecto sustancial —por ejemplo, el declive de
«provincias independientes, o poco conectadas, con intereses, le­
yes, gobiernos ysistemas tributarios diferentes» frente a Estados-
nación «con un gobierno, un código legal, un interés nacional de
clase, una frontera y una tarifa arancelaria»—. Sin embargo, a
finales de la década de 1840, lo que había logrado «laburguesía» era
mucho más modesto que los milagros adscritos aellaenel Manifiesto.
Después de todo, en 1850 el mundo produjo no más de 71.000 to­
neladas de acero (casi el 70 %en Gran Bretaña) yhabía constmido
menos de 24.000 millas de vías férreas (dos tercios de ellas en Gran
Bretañaylos Estados Unidos). Los historiadores nohantenidodifi­
cultadalgunapara demostrar que incluso en GranBretañalarevolu­
ciónindustrial (términoespecíficamenteutilizadopor Engels apartir
de 1844)15apenas había conseguido crear un país industrial oincluso
predominantemente urbano antes de la década de 1850. MarxyEn­
gels no describieron el mundo tal como había sidotransformadopor
el capitalismo en 1848, sinoquepredijeron cómoestabalógicamente
destinado aser transformado por éste.
Hoy en día vivimos en un mundo en el que está transforma­
ción ya se ha producido en gran medida, aunque los lectores del
Manifiestodel tercer milenio del calendario occidental sin duda ob­
servarán la continuada aceleración de este avance. En cierto modo
122 Cómo cambiar el mundo

podemos ver inclusolafuerza delas predicciones del Manifiestorn;;


claramente que las generaciones intermedias entre nosotros ysupu­
blicación. Hasta la revolución del transporte y las comunicadoa*.>
desde la segunda guerra mundial, habíalímites alaglobalización de
la producción, a «dar un carácter cosmopolita a la producción \ <I
consumo de cadapaís». Hasta ladécada de 1970laindustrializ, ' ¡
permaneció abrumadoramente confinada a sus regiones de origen.
Algunas escuelas marxistas podían incluso esgrimir que el capita­
lismo, por lo menos en su forma imperialista, lejos de «obliga: a
todas las naciones, sopena de extinción, aadoptar el modo burgués
de producción», estaba, por su naturaleza, perpetuando, o incluso
creando, «subdesarrollo» en el llamadoTercer Mundo. Mientras un
tercio de la raza humana vivía en economías de tipo comunista so­
viético, parecía que el capitalismo nunca lograría obligar atodas las
naciones «a convertirse ellas mismas en naciones burguesas». No
«crearía un mundo a su imagen». Una vez más, antes de los años
sesenta, el anuncio del Manifiesto de que el capitalismo acarrearía
la destrucción de lafamilia noparecía haberse cumplido, ni siquiera
en los países occidentales avanzados donde hoy aproximadamente
la mitad de los niños nacen o son criados por madres solteras, yla
mitad de los hogares de las grandes ciudades están compuestos por
personas solas.
En resumen, loque en 1848 podría parecerle retórica revolucio­
naria o, como mucho, una predicciónplausible al lector no compro­
metido, puede ser ahora leído como una concisa caracterización del
capitalismo al inicio del nuevo milenio. ¿De qué otro documento
de la década de 1840puede decirselo mismo?

IV
Sin embargo, si hoy en día hemos de sorprendernos por la aguda
visión del Manifiesto del entonces remoto futuro'de un capitalismo
masivamente globalizado, el fracaso de otra de suspredicciones debe
sorprendernos por igual. Hoy es evidente que la burguesía no ha
creado«sobre todo, sus propios sepultureros»en el proletariado. «Su
Sobre el M a n ifie s to c o m u n ista 123

caída yla victoria del proletariado» no se han revelado «igualmente


inevitables». El contraste entre las dos mitades del análisis del Ma­
nifiestoen su sección sobre «Burgueses y Proletarios» exige, después
de 150años, más explicaciones que en el momento de sucentenario.
El problema no reside en la visión de Marx y Engels de un ca­
pitalismo que necesariamente transformaba ala mayoría de lagente
que se ganaba la vida en esta economía en hombres y mujeres que
dependían para subsistir de alquilarse a sí mismos por jornales osa­
larios. Sin duda, el capitalismo tiende a provocar esto, aunque hoy
los ingresos de quienes son técnicamente empleados por un salario,
comolos ejecutivos de compañías, nopuedencomputarse comopro­
letarios. Ni tampoco reside esencialmente en sucreenciade quegran
partedeestapoblacióntrabajadora conformaríaunafuerzadetrabajo
industrial. Gran Bretaña constituía un caso excepcional comopaís en
el que los obreros manuales asalariados formabanuna mayoría abso­
lutadelapoblación, puesto que el desarrollo delaproducciónindus­
trial requirióentradas masivasycrecientes detrabajomanual durante
más de un siglo después del Manifiesto. Sin lugar a dudas, ya no es
éste el caso de la producción capitalista intensiva de alta tecnolo­
gía, desarrollo que el Manifiestono tuvo en cuenta, aunque dehecho
en sus estudios económicos más maduros el propio Marx imaginó
el posible desarrollo de una economía desprovista de trabajo, por lo
menos en una era poscapitalista.16Incluso en las viejas economías
industriales del capitalismo, el porcentaje depersonas empleadas en
la industria manufacturera permaneció estable hasta la década de
1970, a excepción de EE.UU., donde el declive comenzó un poco
antes. En efecto, con muypocas excepciones como Gran Bretaña,
BélgicayEE.UU., en 1970los obreros industriales constituían una
mayor proporción del total de la población ocupada en el mundo
industrializado y en vías de industrialización que la que había ha­
bido antes.
En cualquier caso, la caída del capitalismo prevista en el Ma­
nifiestono dependía de la transformación previa de la mayoría de la
poblaciónocupadaenproletarios, sinoenel supuestode quelasitua­
ción del proletariado en la economía capitalista era tal que,-una vez
organizado necesariamente como un movimiento político de clase,
124 Cómo cambiar el mundo

podía aglutinar yliderar el descontento de otras clases, adquiriendo


así poder político como «movimiento independiente de la inmensa
mayoría por los intereses de la inmensa mayoría». De este modo el
proletariado «llegaría a convertirse enla clase dirigente de la nación,
... constituiría en sí la nación»}'
Dado queel capitalismonohasidoderrocado, estamos encondi­
ciones dedescartar estapredicción. Noobstante, por más improbable
que pareciese en 1848, lapolítica de la mayoría depaíses capitalistas
de Europa se transformaría por el auge de los movimientos políti­
cos organizados, basados en la conciencia de clase de los trabajado­
res, que apenas había hecho aparición fuera de Gran Bretaña. Los
partidos obreros y socialistas emergieron en gran parte del mundo
«desarrollado» enla década de 1880yse convirtieron enpartidos de
masas en estados con derechos democráticos que con tanto esfuerzo
habían conseguido. Durante y después de la primera guerra mun­
dial, mientras que una rama de «partidos proletarios» siguió el ca­
mino revolucionario de los bolcheviques, otra seconvirtió en el pilar
que sustentaba un capitalismo democratizado. La rama bolchevique
ya no es significativa en Europa, y los partidos de esta índole han
quedado asimilados en la socialdemocracia. La socialdemocracia, tal
como sela entendía en tiempos de Bebel oincluso de Clement Att-
lee, ha estado combatiendo en la retaguardia en la década de 1990.
No obstante, a finales de siglo, los descendientes de los partidos so-
cialdemócratas de la Segunda Internacional, a veces con sus nom­
bres originales, eran los partidos gobernantes en todos excepto dos
Estados europeos occidentales (España y Alemania), en los que ya
gobernaronyes probable quevuelvanahacerlo.
En pocas palabras, lo erróneo no es lapredicción del Manifiesto
del papel fundamental de los movimientos políticos basados en la
clase trabajadora (que todavía llevanel nombre de clase como enlos
Partidos Laboristas Británico, Holandés, Noruego y Australiano).
Lo erróneo es la afirmación de que «de todas las clases que se en­
frentan hoy a la burguesía, sólo el proletariado es una clase verda­
deramente revolucionaria», cuyo inevitable destino, implícito en la
naturaleza yel desarrollo del capitalismo, es derrocar alaburguesía:
«Sucaídaylavictoria del proletariado sonigualmente inevitables».
Sobre el M a n ifie s to co m u n ista K5

Incluso en los conocidos «hambrientos cuarenta», el mecanis­


moque aseguraría esto, a saber, el inevitable empobrecimiento de los
obreros,18no era del todo convincente; a menos que se asumiera,
pocoplausible incluso entonces, que el capitalismoestabaensucrisis
final y a punto de ser inmediatamente derrocado. Era un mecanis­
mo doble. Además del efecto de empobrecimiento del movimiento
fe los trabajadores, demostraba que la burguesía «no [era] apta para
gobernar porque no es capaz de asegurar una existencia a su esclavo
en su esclavitud, porque no puede evitar dejar que se hunda en se­
mejante estado, que tiene que alimentarlo en vez de ser alimentada
por él». Lejos de proporcionar el beneficio que alimentaba el motor
del capitalismo, el trabajo lo secaba. Pero, dado el enorme potencial
económico del capitalismo expuesto de forma tan espectacular en
el Manifiesto, ¿por qué era inevitable que el capitalismo no pudiese
proporcionar un sustento, aunque miserable, agranparte de suclase
trabajadora, o como alternativa, que no pudiese permitirse un siste­
madebienestar?¿Acasoeste «empobrecimiento [ensentido estricto]
sedesarrolla más rápidamente que la población ylariqueza»?19Si el
capitalismoteníaunalargavida ante sí, comoresultóobviopocodes­
pués de 1848, esto no tenía por qué suceder, yde hecho no sucedió.
La visión del Manifiesto del desarrollo histórico de «la sociedad
burguesa», incluyendo la clase obrera que ésta generaba, no condu­
cía necesariamente a la conclusión de que el proletariado derroca­
ría al capitalismo y, al hacerlo, allanaría el camino para el desarrollo
del comunismo, porque visiónyconclusiónno derivaban del mismo
análisis. El objetivo del comunismo, adoptado antes de que Marx se
hiciera«marxista», noprocedía del análisis dela naturalezayel desa­
rrollodel capitalismo, sino de un argumento filosófico, escatológico,
acerca de la naturaleza y el destino humanos. La idea, fundamental
para Marx apartir de entonces, de que el proletariado era una clase
que nopodíaliberarse así misma sinliberar al mismotiempoalaso­
ciedadensuconjunto, aparecepor primeravezcomo«unadeducción
filosóficamás que como un producto de observación».20Tal comolo
planteó George Lichtheim: «El proletariadoaparecepor primeravez
enlos escritos deMarxcomolafuerza social necesariaparalograr los
objetivos de la filosofía alemana», como éste laveía en 1843-1844.21
I 2Ó Cómo cambiar d mundo

En aquel momento Marx sabía poco más sobre el proletaria;!


que el hecho de que «había nacido enAlemania sólocomoresuíi iri-
del auge del desarrollo industrial» yéste era precisamente supotar-
cial como fuerza liberadora, puesto que, a diferencia de las masa
pobres de la sociedad tradicional, era el retoño de una «drásticadiso
Iliciónde la sociedad» ypor lotanto con suexistencia «proclama! i 1
la disolución del hasta ahora existente orden mundial». Todavía sabia
menos sobre los movimientos obreros, aunque c'onocía muybien :.=
historia de la Revolución Francesa. Con Engels ganó un socio o
aportó a la sociedad el concepto de la «revolución industrial», imu
formadecomprenderladinámicadelaeconomíacapitalistatal eosn<>
en realidad existía en Gran Bretaña, ylos rudimentos de un análisis
económico,22que le llevarían apredecir una futura revolución soda!,
llevada acabopor unaverdadera clase obrera, sobre laque él, vivien
doytrabajando en Gran Bretaña acomienzos de la década de 1840,
sabíamucho. Las aproximaciones deMarxyEngels al «proletariado»
y al comunismo eran complementarias. Lo mismo ocurría con su
concepción de lalucha de clases como motor delahistoria, derivada
enel casodeMarxdel estudiodel períododelaRevoluciónFrancesa,
yen el de Engels de la experiencia de los movimientos sociales en ia
Gran Bretaña posnapoleónica. No es de sorprender que estuvieran
(enpalabras de Engels) «de acuerdo entodos los campos teóricos».2’
Engels aportó aMarxlos elementos deunmodeloque demostrabala
naturaleza fluctuante y autodesestabilizadora de las operaciones de
la economía capitalista —especialmente las líneas generales de una
teoríadelacrisis económica—24ymaterial empírico acercadel incre­
mento del movimiento de la clase obrera ydel papel revolucionario
que podía desempeñar en Gran Bretaña.
En ladécada de 1840, la conclusión de que la sociedadestaba al
borde de la revolución no dejaba de ser plausible. Como también lo
era la predicción de que la clase obrera, aunque inmadura, pudiera
dirigirla. Después de todo, alas semanas de la publicación del Ma­
nifiestoun movimiento de obreros de París derrocó a la monarquía
francesa, y dio la señal de partida para la revolución a media Eu­
ropa. Sin embargo, la tendencia del desarrollo capitalista a generar
un proletariado esencialmente revolucionarionopodía deducirse del
Sobre el M a n ifie s to co m u n ista 127

análisis de la naturaleza del desarrollo capitalista. Era una conse­


cuenciaposible de este desarrollo, pero no podía considerarse como
laúnica posible. Ymenos aún afirmar que el derrocamiento del ca­
pitalismo por parte del proletariado abriría necesariamente el cami­
noal avance comunista. (El Manifiesto tan sólo indica que después
seiniciaríaunproceso de cambio muygradual.)2"Lavisión de Marx
de un proletariado cuya íntima esencia lo destinaba a emancipar a
la todalahumanidadyaterminar conlasociedaddeclasesderrocando
al capitalismo representa una esperanza que puede interpretarse en
va suanálisis del capitalismo, pero no una conclusión necesariamente
M) impuesta por dicho análisis.
as Aloque el análisis del capitalismo del Manifiestopodía sin duda
conducir, especialmente si se aplica al análisis de la concentración
económica de Marx, apenas esbozado en 1848, es a una conclu­
0, siónmás general ymenos específicasobrelas fuerzas autodestructi-
vasinherentes al desarrollo capitalista. Sellegará aunpunto—yhoy
su endía no sólo los marxistas lo aceptarán—en el que «las relaciones
oa burguesas de producción e intercambio, las relaciones de propie­
su, dadburguesa, lamoderna sociedadburguesa, que ha conjurado estos
iA gigantescos medios deproduccióneintercambio, seráncomo el bru­
un jo que ya no es capaz de controlar los poderes del inframundo que
ha invocado... Las relaciones burguesas se han vuelto demasiado
estrechas para abarcar lariqueza creadapor ellas».
No es descabellado concluir que las «contradicciones» inheren­
HA tes aun sistema de mercado basado en «ningún otro nexo entre los
seres humanos que el despiadado interés, que el insensible «pago
TiO en efectivo», un sistema de explotación y de infinita acumulación,
nunca podrá ser derrotado»; que en algún momento en una serie de
al transformaciones y reestructuraciones el desarrollo de este sistema
esencialmente autodesestabilizador conducirá a un estado de cosas
que ya no podrá ser denominado capitalismo. O, citando al Marx
,1- tardío, cuando «la centralización de los medios de producción y la
cui socializacióndel trabajo alcancenal finunpunto enel quese*vuelvan
,U' incompatibles con su tegumento capitalista» yque este «tegumento
a- estalleenpedazos».26El nombrequerecibalasubsiguientesituaciónes
¡01 irrelevante. No obstante, comolos efectos de laexplosióneconómica
J
128 Cómo cambiar el mundo

global en el medio ambiente mundial ponen de manifiesto, habrá


necesariamente que dar un giro sustancial de la apropiación privada
alagestión social aescalaglobal.
Es harto improbable que esta «sociedad poscapitalista» corres­
ponda a los modelos tradicionales de socialismo, yaún menos a los
socialismos «realmente existentes»delaerasoviética. Las formas que
adopte y hasta qué punto represente los valores humanistas del co­
munismo de MarxyEngels, dependerá de la acciónpolítica através
de la cual seproduzca este cambio. Porque ésta, tal como sostiene el
Manifiestoyes fundamental para conformar el cambio histórico.

V
Desde el punto de vista maixiano, comoquiera que describamos este
momento histórico en el que «el tegumento estalla en pedazos», la
política será un elemento esencial en él. El Manifiestose ha leído en
primera instancia como un documento de inevitabilidad histórica, y
efectivamente su fuerza deriva en gran medida de la confianza que
proporcionaba a sus lectores el hecho de que el capitalismo estaba
inevitablemente destinado a ser enterrado por sus propios sepultu­
reros, y que ahora y en ningún momento anterior de la historia se
estaban creando las condiciones para la emancipación. No obstante,
al contrario de lo que generalmente se supone, enla medida en que
el Manifiestocree que el cambio histórico opera através de hombres
que escriben su propia historia, no es un documento determinista.
Las tumbas han ser cavadas por o a través de las acciones humanas.
En realidad, es posible una lectura determinista del argumento.
Se ha sugerido que Engels tendía a ella con mayor naturalidad que
Marx, con importantes consecuencias para el desarrollo de la teoría
marxista y el movimiento obrero marxista tras la muerte de Marx.
Sinembargo, aunque los primeros borradores de Engels sehan cita­
docomoevidencia,27de hecho enelManifiestonopuedeleersedicha
tendencia. Cuandoabandonael campodel análisis históricoyaborda
el presente, se convierte en un documento de opciones, de posibili­
dades políticas más que de probabilidades, yno digamos decertezas.
Sobre ¿/ M a n ifie sto co m u n ista 129

£ntre «ahora»yel tiempo impredecible en el que, «en el transcurso


fiel desarrollo», se produciría una asociación en la que el libre desa-
olio de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos» se
encuentrael terreno de la acciónpolítica.
£1cambio histórico a través de la praxis social, de la acción co­
lectiva, se encuentra en el núcleo del documento. El Manifiestocon­
templa el desarrollo del proletariado como la «organización de ios
oletarios en una clase y por consiguiente en un partido político».
La«conquista del poder político por el proletariado» («el triunfo de
la democracia») es «el primer paso hacia larevoluciónde los trabaja­
dores», yel futuro de la sociedaddepende delas posteriores acciones
políticas del nuevorégimen(cómo«utilizaráelproletariado susupre­
macíapolítica»). El compromiso con lapolítica es lo que distinguió
históricamente al socialismo marxiano delos anarquistas ydelos su­
cesores de aquellos socialistas cuyo rechazo de toda acción política
condena específicamente el Manifiesto. Incluso antes de Lenin, la
teoríamarxiananosólotrataba «deloquelahistorianos muestra que
sucederá», sino de «lo que se tiene que hacer». Hay que reconocer
quela experiencia soviética del sigloxx nos ha enseñado que puede
ser preferible no hacer «lo que se tiene que hacer» bajo condiciones
históricas que prácticamente ponen el éxito fuera del alcance. Pero
estalecciónpodríahaberseaprendido considerandolasimplicaciones
delManifiestocomunista.
Entonces, el Manifiesto—no es la menor de sus extraordinarias
cualidades—es un documento que preveía el fracaso. Esperaba que
el resultado del desarrollo capitalista fuera «unareconstituciónrevo­
lucionariade la sociedadengeneral», pero, comoyahemos visto, no
excluíala alternativa: «Ruina común».
Muchos años después, otro marxiano lo replanteó como la elec­
ciónentre socialismoybarbarie. Cuál de ellas acabaráprevaleciendo
esunapregunta que el sigloxx tendrá que responder.
6
Descubriendolos Grundrissé

El lugar de los Grundrisséen la obrade Marx y su suerte son pecu­


liares en muchos aspectos. En primer lugar, son el único ejemplo de
unimportante conjunto de escritos maduros de Marx, que, aefectos
prácticos, fuerontotalmente desconocidos paralos marxistas durante
más de medio siglotras la muerte de Karl Marx; ydehecho casi im­
posibles de encontrar hasta casi un siglo después de la composición
delos manuscritos que sehanreunidobajoeste nombre. Al margende
los debates acerca de su trascendencia, los escritos de 1857-1858,
sinduda parte del esfuerzo intelectual que desembocaría enEl Capi­
tal, representan a Marx en su madurez, ytambién como economis­
ta. Esto distingue los Grundrissé de los otros añadidos postumos al
corpus marxiano, los Fruehschriftende 1932. El lugar exactode estos
escritos, redactados cuando estaba entorno alacuarentena, enel de­
sarrolloteórico de Marx se ha debatido considerablemente, correcta
oincorrectamente, pero no puede haber tal desacuerdo acerca de la
madurezde los escritos de 1857-1858.
En segundo lugar, y en cierto modo sorprendentemente, la pu­
blicación entera de los Grundrissé se realizó bajo lo que sin temor a
equivocarnos podría considerarse la menos favorable de las condi-*

* El presente capítulo fue escrito como introducción a la primera traducción in


glesa de este texto de Marx. Las referencias de las páginas son las de la edición original
(Lawrence &Wishart, 1964).
132 Cómo cambiar el mundo

dones para el desarrollo original de los estudios deMarxyel pensa­


miento marxista, asaber, enlaURSSyenla RepúblicaDemocrática
Alemana, en plena era de Stalin. La publicación de los textos de
Marx y Engels continuó sujeta al imprimátur de autoridad políti­
ca incluso más tarde, como descubrieron los editores implicados en
las ediciones extranjeras de sus obras. Se desconoce todavía cómo
se salvaron los obstáculos a la publicación, incluyendo la purga del
Instituto Marx-Engels y la eliminación y posterior asesinato de su
fundador ydirector, o cómo Paul Weller, responsable del trabajo en
el manuscrito desde 1925 hasta 1939, sobrevivió al terror de 1936-
1938 para realizar su tarea. Es posible que ayudara el hecho de que
las autoridades no sabían exactamente qué hacer con este texto tan
extenso ydifícil. Sin embargo, tenían sencillamente sus dudas sobre
suestatus exacto, noporque el criteriode Stalinde que los manuscri­
tos de borradores tenían menos importancia que los tres volúmenes
deEl capital, quereflejabaunaposturayunas opiniones maduras. De
hecho, los Grundrisse no se publicaron íntegramente en una traduc­
ción rusahasta 1968-1969, yni la ediciónoriginal (Moscú) alemana
de 1939-1941 ni su reedición de 1953 (Berlín) se publicaron como
parte del MEGA* (sino solamente «en el formato del MEGA») o
comoparte delas WerkedeMarxyEngels. No obstante, adiferencia
de las Fruehschriften de 1844, que desaparecieron del corpus ofi­
cial de Marx después de su inclusión original en el MEGA (1932),
los Grundrissefueronpublicados enlaURSS, inclusoenel momento
álgido de la eraestalinista.
La tercera peculiaridad es lapersistente incertidumbre acercadel
estatus de los manuscritos de 1857-1858 que serefleja en el nombre
fluctuante de los papeles del Instituto Marx-Engels-Lenin de la dé­
cada de 1930hasta que adoptaron el título de Grundrisse, poco antes
de ser impresos. En efecto, sigue siendo motivodepolémicala natu­
raleza exacta de surelación conlos textos publicados deDasKapital,
tal comoMaix los escribióyEngels los reconstruyó, yel volumenIV
de las Teorías sobre laplusvalía, compilado por Kautsky a partir de
las notas de Marx de 1861-1863. Kautsky, que los revisó, parece que
Marx-Engels-Gesamt-Ausgabe (Obras Completas de Marx y Engels). (N. de la t.)
Descubriendo los G ru n d ris s e 133

0 sabía qué hacer con ellos. Publicó dos extractos de aquéllos ensu
revista Die Neue Zeit, pero nada más. Se trataba de Bastiaty Carey
(1904), que tuvo poca repercusión, yde lallamada introducción ala
Crítica delaEconomíaPolítica(1903), nunca terminada ypor consi­
guiente nopublicada con el libro del mismo nombre en 1859, que se
convertiría enun texto temprano para aquellos que querían extender
la interpretación marxista más allá de las ortodoxias imperantes, a
saber, las austro-marxistas. Hasta la fecha es probablemente laparte
más generalmente debatida de los Grundrisse, aunque por lo menos
uncomentarista citado en el capítulo deMohl cuestiona que formen
parte del mismo. El resto de los manuscritos quedó sin publicar, y
por lo tanto desconocido para los comentaristas, hasta que Ryaza-
novysus colaboradores de Moscú adquirieron fotocopias de dichos
manuscritos en 1923, los ordenaron y planearon publicarlos en el
MEGA. Es interesanteespecular sobreel impactoquehabríanpodido
tener si se hubieran publicado en 1931, tal como seplanificó en un
principio. La fecha de suverdadera publicación —a finales de 1939
yunasemana después de la invasión de la URSSpor parte de Hitler
en1941—significa que permanecieron casi totalmente ignorados en
Occidente hasta sureedición de 1953 en el Berlín Oriental, aunque
unas pocas copias llegaron a EE.UU. y apartir de 1948 la obra fue
analizada, peronopublicadaantes de 1967-1968, por el granpionero
enla explicación de los Grundrisse, Román Rosdolsky (1898-1965),
reciénllegado aEE.UU. víaAuschwitz yotros campos de concen­
tración. Resulta difícil creer que el grueso de la edición alemana
original, «enviada al frente como material de agitación contra los
soldados alemanes ydespués alos campos comomaterial de estudio
paralos prisioneros de guerra (p. xx), alcanzara sus objetivos teóri­
cos oprácticos.
Desconocemos por qué lareedicióncompleta de 1939-1941, que
se convirtió en la editioprinceps para la recepción internacional de
los Grundrisse, fuepublicada enAlemania Oriental en 1953, algunos
años antes de la publicación de las Werke de Marx-Engels, y deli­
beradamente al margen de éstas, aunque el capítulo de Mohl ofrece
algunas sugerencias plausibles. Con una sola excepción, la obra no
empezó a dejar una huella significativa en los estudios sobre Marx
T34 Cómo cambiar el mundo

hasta la década de 1960. Dicha excepción es la sección sobre «For­


mas que preceden a la producción capitalista», que primero fue pu­
blicadapor separado enrusoen 1938 (lomismo queocurrió, un poco
antes, con el capítulo sobre el dinero), traducido aljaponés en 1947
al alemán en 1952, un texto traducido inmediatamente al húngaro,
japonés e italiano (1953-1954), ysin duda debatido entre ios histo­
riadores marxistas del mundo anglófono. La traducción inglesa, con
una introducción explicativa (1964), no tardó en ser publicada en
versiones españolas en Argentina y en la España de Franco (1966-
1967). Presumiblemente su especial interés para los historiadores
marxistas yantropólogos contribuye aexplicar la amplia distribución
de este texto, mucho antes de disponer de laversión completa de los
Grundrisse, ytambién su relevancia específica para el muy discutido
análisis marxista de las sociedades del Tercer Mundo. Arrojóluz so­
bre el debate acerca del «modo asiático de producción», controversia
reavivadaenOccidente por obras comoelDespotismooriental(1957),
deWittfogel.
La Rezeptionsgeschichtedelos manuscritos de 1857-1858 empie­
zaconel principal esfuerzo, después delacrisis de 1956, porliberar al
marxismodelacamisadefuerzadelaortodoxiasoviética, tantodentro
comofueradelos yanomonolíticos partidos comunistas. Puestoque
no pertenecían al corpus canónico de «los clásicos», pero eran in­
cuestionablemente deMarx, tantolos escritos de 1844comolos ma­
nuscritos de 1857-1858 podían considerarse dentro de los partidos
comunistas comolabasedeunalegítimaaperturadelasposturas hasta
entonces cerradas. El descubrimiento internacional casi simultáneo
de las obras de Gramsci —la primera publicación de sus escritos en
la URSS fue en 1957-1959—tuvo la misma función. La creencia
de que los Grundrissetenían potencial para la heterodoxia sepone de
manifiesto con la aparición de traducciones independientes no ofi­
ciales como las de los reformistas de la Editorial Antropos francesa
(1968) y, bajolos auspicios de laNewLeft Review, Martin Nicolaus
(1971). Fueradelos partidos comunistas, los Grundrisseteníanlafun­
cióndejustificar un marxismo no comunista pero incuestionable; no
obstante, estonofuepolíticamenteimportantehastalaeradelasrebelio­
nes estudiantiles de la década de 1960, aunque surelevanciaya había
Descubriendo los G ru n d ris s e J35

sidoreconocida en los años cincuenta por los intelectuales alemanes


pin cercanos a la tradición de Frankfurt, pero no en el ambiente de
í poco activismopolítico, como Lichtheimyel joven Habermas. La radi-
i'07, caiización estudiantil en las universidades, que se expandía con ra­
: i'Oj pidez también proporcionó un cuerpo de lectores más mayoritario
G.)" de lo que podía esperarse en el pasado para textos tan sumamen­
=n te difíciles como éste. Sin embargo, editoriales comerciales como
en penguin Books no estaban preparadas para publicar los Grundrisse,
ni siquieracomoparte de su«PelicanMarx Library». Entretanto, el
- res textohabíasido aceptado, con más omenos reticencias, como parte
integrante del corpus de las obras de Marx enlaURSS, yañadido a
ñ ios laanterior edición delas obras deMarx-Engels de 1968-1969, aun­
“ id o que en una edición más pequeña que la de El capital. No tardaron
Z SO' enaparecer ediciones en Hungría y Checoslovaquia, y, después del
ersia findeMao, en China.
957), Por consiguiente, no es fácil separar los debates sobre los Grun­
drissedel escenario político en el que se produjeron, y que los esti­
muló. Enladécadade 1970, cuando estabanensupunto más álgido,
m-il sufrieron también un hándicap generacional o cultural, a saber, la
"ii.ilo pérdida de gran parte de la generación pionera (mayoritariamente
■ que delcentroyestedeEuropa) deintelectuales delostextos marxianos de
l in- monumental devoción y conocimiento, hombres como David Rya-
raa- zanovyRomán Rosdolsky. Jóvenes intelectuales trotskistas hicieron
serios esfuerzos por elaborar los primeros análisis del lugar que ocu­
asta pabanlos manuscritos de 1857-1858 enel desarrollodel pensamien­
.neo todeMarx, ymás específicamente de sulugar enel proyectogeneral
s en deloque se convirtió la columna vertebral de El capital. Sin embar­
ida go, escritores como Louis Althusser enFrancia yAntonio Negri en
; de Italia, con una formación francamente insuficiente en lo relativo a
od­ literatura marxiana, lanzaron una importante polémica teórica mar-
iesa xistaque fue recibida por hombres ymujeres jóvenes que carecían a
aus suveztodavíadeunprofundo conocimientodelos textos, ode capa­
an cidad parajuzgar los pasados debates acerca de los mismos, aunque
uo sólofuerapor razones lingüísticas.
io­ El presentevolumencolectivoapareceenunmomento enquelos
taíu partidos ymovimientos comunistas apenas son actores significativos
136 Cómo cambiar el mundo

en laescena del mundo global ycuandolos debates sobre sus doctri­


nas, estrategias, métodos yobjetivos yanosonel inevitable marco de
los debates acerca de los escritos de Marx, Engels y sus seguidores.
No obstante, surge también enun momento enque el mundoparece
demostrar la perspicacia de la visión de Marx del modus operandi
económico del sistema capitalista. Quizá sea éste el momento opor­
tuno para regresar al estudio de los Grundrisse menos coartados por
las consideraciones temporales de la política de izquierdas entre la
denuncia de Stalinpor parte de KhrushchevylacaídadeGorbachev.
Se trata de un texto enormemente difícil en todos ycada uno de los
aspectos, pero también enormemente gratificante, aunque sólo sea
porque proporciona la única guía a todos los tratados de los que El
capitales solamente unafracción, yunaintroducciónúnicaalameto­
dología del Marx más maduro. Contiene análisis ydiscernimientos,
por ejemplo sobre tecnología, que llevan el tratamiento deMarx del
capitalismo mucho más allá del sigloxix, ala era de una sociedaden
laque laproducciónya norequiere trabajode masas, de automatiza­
ción, depotencial de ocioytransformaciones delaalienaciónentales
circunstancias. Es el único texto que traspasa las propias prediccio­
nes de Marx del futuro comunista en laIdeologíaalemana. En pocas
palabras, ha sido calificado acertadamente como «el pensamiento de
Marx en suapogeo».
7
Marxylas formaciones precapitalistas

i
En1857-1858, Karl Marxestabaescribiendounvoluminosomanus­
critopara su CríticadelaeconomíapolíticayEl capital. Sepublicócon
el título de GnmdrissederKritik derPolitischen Okonomieen Moscú,
1939-1941, aunque algunos pequeños extractos habían aparecido en
NeueZeit en 1903. El momentoyel lugar de lapublicación hicieron
quelaobrapasaraprácticamente inadvertidahasta 1952, cuandouna
parte de la misma fue publicada como panfleto en Berlín, y 1953,
cuando los Grundrisse íntegros se reeditaron en la misma ciudad.
Esta edición alemana de 1953 es laúnica accesible hoyen día. Salvo
la italiana, no conozco otras traducciones en lenguas de la Europa
Occidental (1956). Así pues, los Grundrisse pertenecen al extenso
gmpodemanuscritos deMarxyEngels que nuncafueronpublicados
envida en sus autores, ytan sólodesde 1930 están al alcance para su
adecuado estudio.* La mayoría de dichos escritos, como los Manus­
critoseconómico-filosóficosde1844, que han aparecidofrecuentemente
en recientes debates, pertenecen a lajuventud de Marx y del mar­
xismo. Sin embargo, los Grundrissepertenecen a suplena madurez.

* Este capítulo fue escrito como introducción a la primera traducción inglesa de


los Grundrisse (Lawrence & Wishart, Londres, 1964). Las referencias que se dan en
este capítulo son de esta edición.
i 38 Cómo cambiar el mundo

Son el resultado de una década de estudio intensivo en Inglaterra, y


a todas luces representan su etapa de pensamiento que precede in­
mediatamente al borrador de El capitaldurante los primeros afu>sde
la década de 1860, al que, comoya hemos señalado, proporcionan el
trabajo preliminar. Los Grundrisse son, por lo tanto, los últimos es­
critos importantes delamadurezdeMarxquehanllegadoalperuco.
Bajo estas circunstancias su descuido es harto sorprendenn, Ls-
pecialmente enloque serefiere alas secciones, tituladas «Formendie
der Kapitalistischen Produktion vorgehen», en las que Marx; intenta
lidiar con el problema de la evolución histórica precapitalista. Por­
quenosetratadeobservaciones superficiales opocoimportantes. Las
Formennorepresentansimplemente—comoel propioMarxorgullo-
sámente escribióaLassalle(12denoviembrede 1858)—«el resultado
de quince años de investigación, es decir, de los mejores años de mi
vida», sinoque muestran al Marx más brillanteymásprofundo, yson
también en muchos aspectos el apéndice indispensable del soberbio
prefacioala Críticadelaeconomíapolítica, quefueescritapocodespués
yque presenta al materialismo histórico en su forma más elocuente.
Puede decirsesinlugar adudas quecualquier argumentaciónhistórica
marxista que no tome en consideraciónlos Grundrisse, es decir, prác­
ticamente todos los estudios anteriores a 1941, y(desgraciadamente)
muchos posteriores, deben ser reconsiderados alaluz de aquéllos.
Sin embargo, hay razones obvias para este descuido. Los Grun­
drisseeran, tal como escribióMarx aLassalle, «monografías, escritas
en períodos muy diversos, para mi propia aclaración y no para ser
publicadas». Estos textos requieren por parte del lector no sólo una
ampliafamiliarizaciónconel lenguaje del pensamientodeMarx—es
decir, con su completa evolución intelectual y especialmente con el
hegelianismo—, sino que están también escritos en una especie de
taquigrafía intelectual privada que a veces resulta impenetrable, en
forma de notas en sucio intercaladas con apartes que, por más claros
que fueran para Marx, a nosotros a menudo nos resultan ambiguos.
Cualquiera que haya intentado traducir el manuscrito o incluso es­
tudiarlo e interpretarlo, sabrá que aveces es completamente impo­
sible dilucidar el significado de algún fragmento sibilino más alláde
toda duda razonable.
M arx y lasformaciones precapitalistas 139

l, y Aunque Marx sehubiera tomado lamolestia de aclarar el signifi­


in­ cado, aúnseguiría siendo difícil, porque lleva suanálisis aun nivel de
de generalizaciónmuyelevado, estoes, entérminos altamente abstractos.
1el Enprimer lugar, Marx está interesado —como en el prefacio de la
es- Crítica—en establecer el mecanismo general de todo cambio social:
co. la formación de las relaciones sociales de producción que correspon­
ds~ den aun estadio concreto del desarrollo de las fuerzas materiales de
die producción; el desarrolloperiódico de conflictos entrelas fuerzasyre­
uta laciones deproducción; las «épocas de revoluciónsocial»enlas quelas
or- relaciones vuelven a ajustarse al nivel de las fuerzas. Este análisis ge­
_^as neral noimplicaninguna declaraciónacercadeperíodos históricos es­
lo- pecíficos, fuerzasyrelaciones de produccióncualesquiera. Así pues, la
ido palabra«clase»ni siquierasemencionaenel prefacio, porquelasclases
mi sonsimplemente casos especiales de relaciones sociales deproducción
son endeterminados, aunque aveces muylargos, períodos de la historia.
bio Laúnica auténtica declaración acerca de las formaciones históricas y
ués períodos es la breve lista no corroborada ni explicada de las «épocas
ite. enel progreso de la formación económica de la sociedad, asaber, «el
rica antiguofeudal asiáticoyel burgués moderno», delas cuales lafinal es
ác- laúltimaforma «antagonista»del progreso social deproducción.
ite) Las Formen son más generales ymás específicas que el prefacio,
aunque tampoco éstas —es importante aclarar esto al inicio—son
un- «historia» en sentido estricto. En un aspecto, el borrador intenta
itas descubrir en el análisis de la evolución social las características de
ser cualquierteoría dialectal, o satisfactoria, sobre cualquier tema. Busca
ina poseer, y de hecho posee, esas cualidades de economía intelectual,
-es generalidadylógicainterna ininterrumpida, que los científicos tien­
1 el dena denominar «belleza» o «elegancia», ylas persigue mediante el
de usodel método dialécticode Hegel, aunque conuna base materialis­
en ta, noidealista.
ros Esto nos conduce inmediatamente al segundo aspecto. Las
ios. Formen tratan de formular el contenido de la historia en su forma
es- más general. Este contenido es el progreso. Ni aquellos que niegan
30 -
laexistencia del progreso histórico ni los que (a menudo basándose
.de enlas obras inmaduras del joven Marx) ven en el pensamiento de
Marxsimplemente una exigencia ética de la liberación del hombre,
140 Cómo cambiar el mundo

encontrarán aquíjustificación alguna. ParaMarx el progreso es algo


objetivamente definible, que al mismo tiempo indica lo que es de­
seable. La fuerza de lacreencia marxista enel triunfo del libre desa­
rrollo de todos los hombres no depende delafuerza de la esperanza
de Marx de que así sea, sino enla supuesta correccióndel análisis de
que esto es a lo que el desarrollo histórico conduce finalmente a la
humanidad.
La base objetiva del humanismo deMarx, aunque también, ysi­
multáneamente, de suteoríadelaevoluciónsocial yeconómica, l ;su
análisis del hombre como animal social. El hombre, o mejor dicho,
los hombres ejecutantrabajo, es decir, creanyreproducensuexisten­
ciaconlaprácticadiaria, respirando, buscandocomida, cobijo, amor,
etc. Lo hacen actuando en la naturaleza, cogiendo de la naturaleza
(y finalmente cambiando la naturaleza conscientemente) para este
propósito. Esta interacción entre hombre ynaturaleza es, yproduce,
la evolución social. Coger de la naturaleza, o determinar el uso
de algunaparte delanaturaleza (incluyendoel propiocuerpo), puede
ser visto, yde hecho es de uso común, como apropiación, que es por
consiguiente, en un principio, simplemente un aspecto del trabajo.
Está expresado en el concepto depropiedad(que no es de ninguna
manera lo mismo que el caso histórico especial de propiedadpriva­
da). Al comienzo, Marxdice: «Larelacióndel trabajador conlas con­
diciones objetivas de sutrabajoesladeposesión; eslaunidadnatural
del trabajo consus prerrequisitos materiales [sachlicheJ»(p. 67). Al ser
un animal social, el hombre desarrolla la cooperaciónyuna división
social del trabajo (es decir, una especialización de funciones) que no
sólo es posible mediante una producción de un excedente superior y
por encima deloque senecesitaparamantener al individuoyalaco­
munidad alaque éstepertenece, sinoqueaumenta susposibilidades.
La existencia del excedenteytambién deladivisiónsocial del trabajo
posibilita el intercambio. No obstante, en un principio tanto la pro­
duccióncomo el intercambio tienenpor objetivo simplemente el uso,
es decir, el mantenimiento del productor yde su comunidad. Estos
sonlosprincipales fundamentos analíticos conlos queseconstruyela
teoría, ytodos son de hecho ampliaciones ocorolarios del concepto
original del hombre como animal social deun tipo especial.1
M arx y lasformaciones precapitahstas 141

por supuesto, el progreso es observable en la creciente emanci­


pacióndel hombre conrespecto alanaturalezay sucreciente control
sobre ella. Esta emancipación —es decir, con respecto a la situación
existentecuandoel hombreprimitivovagaenbuscadesustento, yalas
relaciones originales y espontáneas (o como dice Marx, naturwüch-
s¡gf «tal como crecen en la naturaleza») que emergen del proceso
delaevolución de los animales en grupos humanos—afecta no sólo
alas fuerzas, sino también a las relaciones de producción. Yes pre­
cisamente de este último aspecto de lo que tratan las Formen. Por
un lado, las relaciones que entabla el hombre como resultado de
la especialización del trabajo, y en especial del intercambio, se van
clarificando y sofisticando progresivamente, hasta la invención del
dineroyconéste de laproduccióndeartícidoseintercambio, que pro­
porcionan una base para procedimientos antes inimaginables, entre
ellos la acumulación de capital. (Este proceso, aunque se menciona
al inicio (p. 67), no es su tema principal.) Por otro lado, la doble
relación de trabajo-propiedad se va rompiendo progresivamente a
medida que el hombre se aparta de la primitiva relación naturwüch-
sigo espontáneamente evolucionada con la naturaleza. Adopta la
forma de una progresiva «separación del trabajo libre con respecto
alas condiciones objetivas de surealización, alos medios de trabajo
[.Arbeitsmittel] y al material de trabajo... De ahí, sobre todo, la se­
paración del trabajador con respecto a la tierra como su laboratorio
natural» (p. 67). Su clarificación final se alcanza bajo el capitalismo,
cuando el obrero queda reducido anada salvofuerza de trabajo, yen
cambio, podemos añadir, la propiedad se alza con el control de los
medios deproducción completamente divorciados del trabajo, mien­
tras que en el proceso de producción hay una total separación entre
uso (que no tiene relevancia directa) e intercambio y acumulación
(que es el objetivo directo de laproducción). Este es el proceso que,
en sus posibles variaciones, Marx intenta analizar aquí. Apesar de
que determinadas formaciones socioeconómicas, que expresan fases
concretas de esta evolución, sonmuyimportantes, loqueMarxtiene
enmente es el proceso entero, que abarca siglos ycontinentes. Por
lotanto, sumarco sóloes cronológico enel sentido más amplio, ylos
problemas de, digamos, la transición de una fase a la otra no cons-
l 42 Cómocambiar el mundo

tituyen suprincipal interés, excepto enla medida en que aro


sobre la transformación alargo plazo.
Pero al mismotiempo, esteprocesodelaemancipador lá­
bre conrespecto asus condiciones naturales originales depro;
es el de la individualización humana. «El hombre se indi'
[vereinzelt sich] solamente a través del proceso de la historr.
nalmente aparece como un ser genérico, una animal gregan
propio intercambio es un importante agente de esta indivi-,
ción. Hace superfluo al animal gregario y lo disuelve» (p. r
automáticamente implica una transformación en las relacio
individuo con lo que originalmente era la comunidad enla q
cionaba. Laprimera comunidad seha convertido, en el caso e
del capitalismo, en mecanismo social deshumanizado que, m
verdaderamente hace posible laindividualización, es exterior
al individuo. Sin embargo, este proceso tiene inmensas posibi
para lahumanidad. Como bien observaMarxenunfragmem
de esperanzayesplendor (pp. 84-85):
La antigua concepción, en laque el hombre aparece sien
una definiciónnacional, religiosa opolítica por más ajustada i
comoel objetivodelaproducción, parecemuchomás exaltad;,
mundo moderno, enel que laproducciónes el objetivodel ¡a
lariqueza el objetivo delaproducción. De hecho, cuando la;
formaburguesa seha eliminado, ¿qué es lariqueza, si nola
lidad de las necesidades, capacidades, placeres, poderes prod
etc., de los individuos, producidos en el intercambio universa'
es si no el completo desarrollo del control humano sobre i,v
delanaturaleza, las desupropianaturaleza así comolasde iai
«naturaleza»? ¿Qué si no la absoluta elaboración de sus dispe.
creativas, sinmásprecondicionesquelaevoluciónhistóricauní-:
teque conviertelatotalidaddeestaevolución—esdecir, lace­
de todas las potencias humanas como tales, sinque estén aju-
ningunanormapreviamenteestablecida—enunfinensí misma
essi nounasituaciónenlaqueel hombrenosereproducede?
forma determinada, sino que produce sutotalidad? ¿Dónde r
deser algoformadopor el pasado, sinoqueestáenel movimie
solutodetransformación? Enlaeconomíapolíticaburguesa -
M arx y lasformaciones precapitalistas I43

épocadeproducciónalaquecorresponde—estacompletaelaboración
deloqueyace enel interior del hombre aparece comolatotal aliena­
ción, yladestrucción de todos los objetivos parciales fijados como el
sacrificiodel finensí mismoauna coaccióntotalmente externa.
Inclusoenestasumamente deshumanizadayaparentemente con­
tradictoria forma, el ideal humanista del libre desarrollo individual
estámás cercano de lo que lo estuvo en todas las fases previas de la
historia. Sólo aguarda el pasode lo que Marx denomina, enuna frase
lapidaria, el estadioprehistóricodelasociedadhumana—laeradelas
sociedades de clases de la que el capitalismo es la última fase—a la
eraenqueel hombre controlará sudestino, laeradel comunismo. Así
pues, lavisión de Marx es una fuerza maravillosamente unificadora.
Sumodelo de desarrollo social y económico puede (a diferencia del
de Hegel) aplicarse a la historia para producir resultados fructíferos
yoriginales en lugar de una tautología; pero al mismo tiempo puede
presentarsecomoel despliegue delas posibilidades lógicas latentes en
unas pocas declaraciones elementales y casi axiomáticas acerca de la
naturaleza del hombre: un desarrollo dialéctico de las contradiccio­
nes trabajo/propiedad y de la división del trabajo.2Es un modelo de
hechos, pero vistos desde un ángulo ligeramente distinto, el mismo
modelonos proporcionajuicios devalor. Este carácter multidimen-
sional delateoríadeMarxhace queinclusoaquellos que tienenpocas
lucesoque estánllenos de prejuicios casi respetenyadmiren aMarx,
aunestandoendesacuerdoconél. Al mismo tiempo, el hecho de que
el propio Marx no haga concesiones a las necesidades de un lector
ajenoal tema, indudablemente se añade ala dificultadde este texto.
Hay que mencionar especialmente un ejemplo de esta comple­
jidad: la negativa de Marx a separar las diferentes disciplinas acadé­
micas. Pero es posible hacerlo en su lugar. Así pues, J. Schumpeter,
uno de los críticos de Marx más inteligentes, intentó distinguir al
Marxsociólogo del Marx economista, de modo que podía separarse
fácilmente al Marx historiador. Pero estas divisiones mecánicas son
engañosas, ytotalmente contrarias al método de Marx. Los econo­
mistasacadémicos burgueses intentaron trazar unamarcadalíneaen­
treel análisis estático ydinámico, conla esperanza de transformar el
144 Cómo cambiar el mundo

uno en otro inyectando algún elemento «dinamizador» en el sistema


estático, del mismo modo que los economistas académicos elaboran
un modelo ordenado de «crecimiento económico», preferiblemente
expresable en ecuaciones, y relegan todo aquello que no encuja al
terreno de los «sociólogos». Los sociólogos académicos hacendhna­
ciones similares aun nivel de bajointerés científico, mientra0o -
historiadores se sitúan a un nivel aún más humilde. Pero éste ¡ir. es
el estilo de Marx. Las relaciones sociales de producción (es decir, la
organización social en el sentido más amplio) ylas fuerzas ma•: _\s
de producción, a cuyo nivel corresponden, no pueden ser divididas.
«La estructura económica de la sociedad está formada por la totali­
dad de estas relaciones de producción» (prefacio, Werke, 13, p. 8),
El desarrollo económico no puede quedar reducido a «crecimien­
to económico», y mucho menos a la variación de factores aislados
tales como la productividad o el índice de acumulación de capital,
como hacía el vulgar economista moderno que solía argumentar que
el crecimiento se produce cuando más de, digamos, el 5 %del in­
greso nacional se invierte.3No puede debatirse salvo entérminos de
determinadas épocas históricas y determinadas estructuras sociales.
La argumentación de varios modos de producción precapitalista en
este ensayo es un brillante ejemplo de ello, eilustra, de paso, lo muy
erróneo que es pensar en el materialismo histórico como una inter­
pretación económica(opara el casosociológica) de lahistoria.4
Sinembargo, aunqueseamostotalmenteconscientesdequeMarx
nodebe dividirse en segmentos deacuerdoconlas distintas especiali­
dades académicas de nuestros días, seguirá siendodifícil comprender
la unidad de su pensamiento, en parte porque el simple esfuerzo de
una exposición sistemática ylúcida nos lleva a debatir sus diferentes
aspectos seriatim en vez de simultáneamente, y en parte porque la
tarea dela investigaciónyverificacióncientíficas han de llevarnos en
algún momento ahacer lo mismo. Esta es una de las razones por las
que algunos de los escritos de Engels, que tienen por objeto la clara
exposición, dan la impresión de que en cierto modo simplifican de­
masiado o merman la densidad del pensamiento de Marx. Algunos
•planteamientos marxistas posteriores, comoEl materialismodialéctico
y el materialismohistóricode Stalin, han ido mucho más lejos en esta
M arx y lasformaciones precapitalistas r45

dirección; probablemente demasiado lejos. En cambio, el deseo de


hacer hincapié en la unidad dialéctica e interdependencia de Marx
puede producir simples y vagas generalizaciones sobre la dialéctica
uobservaciones tales como que la superestructura no está mecáni­
camente oacorto plazo determinada por labase, sino que reacciona
sobre ella yde vez en cuando puede llegar a dominarla. Semejantes
afirmaciones pueden tener valor pedagógico y servir de advertencia
contra visiones extremadamente simplificadas del marxismo (cosa
que hizo Engels en su conocida carta a Bloch), pero no van mu­
chomás lejos. Hayuna manera satisfactoria, como Engels observó a
Bloch,5deevitar estas dificultades: «Estudiar estateoríaapartir de sus
fuentes originalesynode segunda mano». Por estarazón, el presente
ensayo, enel que el lector puede seguir aMarx mientrasestárealmente
pensando, merece un estudio tan minuciosoyelogioso.
Lamayoríadelectores seinteresarán enun aspectoharto impor­
tante. El razonamiento de Marx de las épocas del desarrollo históri­
co, queconstituye labase de labreve lista que aparece en el prefacio
ala Crítica dela economíapolítica. Este es en sí un tema complejo,
quenos exigeun cierto conocimiento del desarrollo del pensamien­
to de Marx y Engels sobre la historia y la evolución histórica, y
sobre el destino de sus periodizaciones o divisiones históricas en el
posterior debate marxista.
Laformulaciónclásicadeestas épocas del progresohumano apa­
rece en el prefacio a la Crítica delaeconomíapolítica, que compone
el borrador preliminar de los Grundrisse. En él, Marx sugirió que
«agrandes rasgos podríamos considerar a los modos de producción
asiático, antiguo, feudal yal burgués moderno comoépocas enel pro­
gresode la formación económica de la sociedad». El análisis que les
condujo aesta opinión, yel modelo teórico de evolución económica
que implica, no se discute en el prefacio, aunque varios fragmentos
dela Crítica, yen El capital (especialmente vol. III), formanparte de
él o son difíciles de comprender sin él. Por otro lado, las Formen
tratancasi enteramente de esteproblema. Son, por consiguiente lec­
tura fundamental para quien desee comprender la forma de pensar
engeneral de Marx, o su aproximación al problema de la evolución
históricayclasificación en particular.
146 Cómo cambiar el mundo

Estonosignificaque estemos obligados aaceptarlalistadeMarx


de las épocas históricas tal como la plantea en el prefacio o en las
Formen. Como veremos, pocas partes del pensamiento de Marx han
sidomás revisadas por sus más devotos partidarios queestalista—no
necesariamente conigualjustificación—yni Marx ni Engels queda­
ron contentos con ellapara el resto de sus vidas. Lalistaygran parte
de la discusión subyacente en las Formen son resultado de la obser­
vación, no de la teoría. La teoría general del materialismo histórico
requiere solamente que haya una sucesión de modos de producción,
aunque no necesariamente un modo particular, y quizá tampoco en
ningúnordenpredeterminado.6Observandoel archivohistóricoreal,
Marx pensó que podía distinguir un cierto número de formaciones
socioeconómicasyunaciertasucesión. Perosi sehabíaequivocadoen
sus observaciones, osi éstas estabanbasadas eninformaciónparcial y
por consiguiente equívoca, la teoríageneral del materialismo históri­
conosevioafectada. Hoyendíaestágeneralmente consensuadoque
las observaciones de Marx y Engels sobre las épocas precapitalistas
no sebasan tanto en un estudio concienzudo comoladescripción de
Marxyel análisis del capitalismo. Marx concentró sus energías en el
estudio del capitalismo, yseocupó del restodelahistoria condistin­
tos grados de detalle, pero principalmente relacionados con los orí­
genes yel desarrollo del capitalismo. Tanto Engels comoél eran, por
loquerespectaalahistoria, legos excepcionalmentecultos, ytanto su
genio como su teoría les permitieron un uso inconmensurablemen­
te mejor de sus lecturas que cualquier otro de sus contemporáneos.
Pero se basaron en la literatura de que disponían entonces, y ésta
era mucho más escasa de lo que es hoy en día. Por lo tanto, es útil
analizar brevemente loqueMarxyEngels sabíandehistoriayloque
nopodían saber todavía. Esto nosignificaquesuconocimientofuera
insuficiente para la elaboración de sus teorías de las sociedades pre­
capitalistas. Puede que fuera perfectamente adecuado. Es una manía
profesional de los intelectuales el pensar que la simple acumulación
de volúmenes yartículos incrementa el entendimiento. Lo que hace
es únicamente llenar bibliotecas. Sin embargo, un conocimiento de
la base objetiva del análisis histórico de Marx es evidentemente de­
seable para la comprensión de sus teorías.
M arx y lasformaciones precapitalistas H7

por lo que respecta a la historia de la antigüedad clásica (gre­


corromana), Marxy Engels estaban tan bien surtidos como el estu­
diante moderno que sebasa en fuentes puramente literarias, aunque
el grueso del trabajo arqueológico yla recopilación de inscripciones,
que desde entonces han revolucionado el estudio de la antigüedad
clásica, noestabanasudisposicióncuando seescribieronlas Formen,
ni tampoco los papiros. (Schliemann no empezó sus excavaciones
enTroya hasta 1870, y el primer volumen del Corpuslnscriptionum
Latinarumde Mommsen no apareció hasta 1863.) Como hombres
educados enlacultura clásicano tenían dificultadalahora deleer en
latínygriego, y sabemos que estaban familiarizados con fuentes tan
recónditas comoJornandes, Amiano Marcelino, Casiodoro u Oro-
sio.7Por otrolado, ni una educación clásica ni lamaterial que enton­
ces estaban disponibles proporcionaban un respetable conocimiento
deEgipto ni de Oriente Medio. De hecho, ni Marx ni Engels men­
cionarondicha región en esteperíodo. Son relativamente escasas in­
clusolas referencias casuales al mismo, aunque eso no significa que
MarxyEngels8pasasenpor encima de sus problemas históricos.
En el campo de la historia oriental susituación era algo distinta.
No hay pruebas de que antes de 1848 Marx o Engels pensasen o
leyesendemasiadosobre este tema. Es probable que nosupiesenmás
sobre historia oriental que lo que incluyen las Conferencias sobrela
filosofía de la historia de Hegel (que no es ilustrativa) y alguna que
otrainformación similar conocidapor los alemanes cultos de laépo­
ca. El exilio en Inglaterra, los acontecimientos políticos de la década
de 1850ysobre todo los estudios económicos deMarx transforma­
ronrápidamente el conocimiento de ambos. El propio Marx obtuvo
cierto conocimiento de la India a partir de los economistas clásicos
alos que leía yreleía a comienzos de la década de 1850 (J. S. Mili,
Principios; AdamSmith, RichardJones, Conferenciaintroductoriaen
1851).9Empezó a publicar artículos sobre China (14 de junio) yla
India (25 dejunio) para el NewYorkDaily Tribuneen 1853. Es evi­
dente que aquel año tanto él como Engels estaban profundamente
preocupados por los problemas históricos de Oriente, hasta el puntode
queEngels intentóaprenderpersa.10Aprincipios del veranode 1853su
correspondencia hace referencia ala GeografíahistóricadeArabiadel
148 Cómo cambiar el inundo

Rev. C. Foster; a Viajesde Bernier; asir WilliamJones, el o;mmvi­


ta; a documentos parlamentarios sobre la India; yaHisteria . , ; ,/
de Stamford Raffles.11Es razonable suponer que las opinú ie
Marx sobre la sociedad asiática adquirieron su primera formri.uíún
madura en aquellos meses. Como sepondrá de manifiesto
ban en mucho más que en estudios superficiales.
Por otro lado, el estudio del feudalismo europeo ocaa- . je
Marx y Engels parece haber avanzado de manera diferente : rx
estaba al corriente de la investigación sobre la historia ag;.
dieval, esto es, de las obras principales de Hansen, Meitzen y¡a -u-
rer,12a quienes ya hacía referencia en El capital, vol. I, pero no ¡ay
muestras de que en aquella época estuviera seriamente interesado en
los problemas de la evolución de la agricultura y el vasallaje meche-
val. (Las referencias son en relación con el verdadero vasalla;e de la
Europa Oriental yespecialmente de Rumania.) No fue hasta dcsimés
de la publicación de El capital, vol. I (es decir, también después del
redactado sustancial deEl capital, vols. II yIII) cuando este prcLE-na
empezó apreocupar de manera evidente alos dos amigos, especial
mente desde 1868, cuando Marx comenzó a estudiar seriaimme a
Maurer, cuyas obras constituíanal parecer deambos los cimientos de
su conocimiento en este campo.13Sin embargo, el propio interés
de Marx parece radicar enla luz que Maurer yotros arrojaron sobre
la comunidad campesina original, más que en el vasallaje, aunque
Engels parece que desde el principio estuvo interesado también en
este aspecto, y lo elaboró en su texto La Marca (escrito en 1882),
basándose en Maurer. Algunas de las últimas cartas intercambiadas
entre los dos en 1882 tratan de la evolución histórica del vasallaje.14
Parece evidente que el interés deMarxpor el tema aumentó hacia el
final desuvida, cuandolosproblemas de Rusiales preocupabancada
vezmás. Las secciones de El capital, vol. III, que tratan de las trans­
formaciones de la renta, no muestran indicio alguno de un estudio
detallado de laliteratura sobre la agricultura feudal occidental.
El interés deMarxpor los orígenes medievales delaburguesíay
por el comercioylas finanzas feudales, comosepone derelieve enEl
capital, vo\. III, era mucho más intenso. Es evidente que no solo es­
tudió obras generales sobrela EdadMedia occidental, sinotambién,
M a rx y lasformaciones precapitalistas 149

enlamedida en que eran accesibles, la literatura especializada sobre


losprecios medievales (Thorold Rogers), labanca ymoneda medie­
valesyel comerciomedieval.13Nohaydudade queel estudiodeestos
temas estabaen sus comienzos enla época en que el trabajo de Marx
eramás intenso, enlas décadas de 1850y1860; por lotanto, algunas
desusfuentes sobrehistoria agrariaycomercial hande considerarsedel
todoobsoletas.16
En general, el interés de Engels por la Edad Media occidental,
yespecialmente la germánica, era mucho más vivo que el de Marx.
Leyó mucho, redactó esbozos de historia primitiva irlandesa y ale­
mana, yera profundamente consciente de la importancia no sólo de
laevidencia lingüística sino de la arqueología (especialmente de los
trabajos escandinavos que Marxya destacabacomo sobresalientes en
ladécadade 1860), tan conocedor como cualquier estudioso moder­
node la importancia crucial de documentos económicos de la Alta
Edad Media como el Políptico de Abad Irminón de St. Germain.
Sin embargo, uno no puede evitar la impresión de que, igual que
Marx, suverdaderointerés residíaenlaantigua comunidadcampesi­
namás que en la evolución de los señoríos.
Por lo que a la sociedad comunal primitiva respecta, los puntos
de vista históricos de Marx y Engels quedaron transformados casi
contoda seguridadpor el estudio de dos autores: GeorgvonMaurer,
que intentó demostrar la existencia de la propiedad comunal como
una etapa de la historia alemana, y sobre todo Lewis Morgan, cuya
Sociedadantigua (1877) proporcionó labase de su análisis del comu-
nalismoprimitivo. LaMarcade Engels (1882) sebasaenel primero,
ysuobraElorigendelafamilia, lapropiedadprivaday elEstado(1884)
estáprofunda y sinceramente en deuda con el último. Ambos con­
sideraban que la obra de Maurer (que, como hemos visto, empezó
ahacer mella en los dos amigos en 1868) era en cierto sentido una
liberación de la erudición respecto al medievalismo romántico que
reaccionó contra la Revolución Francesa. (Supropia falta de simpa­
tía por este romanticismo puede explicar su relativo descuido de la
historia feudal occidental.) Volver la vista atrás más allá de la Edad
Media, hacialas épocas primitivas delahistoria humana, comohacía
Maurer, estaba enconsonancia conlatendencia socialista, apesar de
!5° Cómo cambiar el mundo

que los eruditos alemanes que lo hacían no eran socialistas.1,Lewis


Morgan, evidentemente, se crió en un ambiente socialista utópico,
y trazaba claramente la relación entre el estudio de la sociedad pri­
mitiva y el futuro. Por consiguiente, era natural que Marx, que se
topó con su obra poco después de su publicación y que se percató
inmediatamente de la similitud de sus resultados con los suyos pro­
pios, la acogiese con agrado y la utilizase; reconociendo, como era
habitual, su deuda con la escrupulosa honestidad científica que le
caracterizaba como intelectual. Una tercera fuente que Marx utilizó
abundantemente en sus últimos años fue toda laliteratura completa
de los eruditos rusos, especialmente la obra deM. M. Kovalevsky.
EnlaépocaenqueseescribieronlasFormen, el conocimientoque
tenían MarxyEngels de la sociedadprimitiva era, pues, superficial.
No sesustentaba enningún conocimiento seriodelas sociedades tri­
bales, porque la antropología moderna estaba en sus comienzos, ya
pesar del trabajo de Prescott (queMarxleyóen 1851yevidentemen­
te utilizó en sus Formen) también era escaso nuestro conocimiento
de lacivilizaciónprecolombina enAmérica. Hasta Morgan, la ma­
yoría de las opiniones de MarxyEngels al respecto se apoyaban en
parte en autores clásicos, yenparte enmaterial oriental, pero sobre
todo enmaterial delaalta EdadMedia europeaodel estudiodeves­
tigios comunales en Europa. Entre éstos, los eslavos yde la Europa
oriental desempeñaron un importante papel, pues la fuerza de estos
vestigios en aquellos lugares hacía tiempo que atraía la atención de
los emditos. La división en cuatro tipos básicos —el oriental (indio),
el grecorromano, el germánicoyel eslavo(véasep. 95)—encajaconel
nivel de sus conocimientos enla década de 1850.
En lo relativo a la historia del desarrollo capitalista, Marx era
ya un buen experto a finales de la década de 1850, no tanto por la
literatura de la historia económica, que entonces apenas existía, sino
porlavoluminosaliteraturadelateoríaeconómica, delaqueteníaun
profundo conocimiento. En cualquier caso, lanaturaleza de sucono­
cimiento es suficientemente conocida. Una mirada alasbibliografías
anexas a la mayoría de ediciones de El capital servirá para ilustrarlo.
Hay que reconocer que, de acuerdo con los modernos parámetros,
la información disponible en las décadas de 1850 y 1860 era extre-
M arx y lasformaciones precapitalistas 151

‘Wls
^adámente escasa e incompleta, pero no por esta razón hemos de
ico,
descartarla, especialmente cuandolautilizóunhombre delaagudeza
pri-
frental de Marx. Así pues, puede argumentarse que nuestro conoci­
2 se
miento del aumento de precios del siglo xvi y el papel que en ellos
:ató
desempeñaronlos lingotes americanos sólo adquirió una sólidabase
>ro-
documental entorno a 1929, oinclusomás tarde. Es fácil olvidar que
era
existíapor lo menos una obra fundamental sobre este tema antes
c le
delamuerte deMarx,18ytodavíamás sencilloolvidar quemuchoan­
'izó
tesyasesabíaengeneral bastante al respectocomoparapermitir una
leta
inteligente argumentación, como la de Marx en la Críticadelaeco-
Y- nomíapolítica.19Huelga decir que tanto Marx como Engels se man­
que
tuvieronal corriente respecto alas obras posteriores de este campo.
:ial.
Todoestoencuantoal estadogeneral del conocimientohistórico
tri-
deMarxy Engels. Podemos resumirlo de la siguiente manera. Era
ya
(encualquier caso en el momento en que se redactaron las Formen)
e ti
escaso en lo que se refiere a prehistoria, sociedades comunales pri­
nto
mitivas yAmérica precolombina, y prácticamente inexistente en lo
11a-
relativoaÁfrica. No eraimpresionante enloque respectaal Oriente
1 en
Medioprimitivo omedieval, pero marcadamente mejor sobre ciertas
>bre
partes de Asia, sobre todo la India, aunque noJapón. Era bueno en
^es-
cuanto a la antigüedad clásica y la Edad Media europea, aunque el
opa
interés de Marx (yen menor medida el de Engels) por esteperíodo
;tos
erairregular. Teniendo en cuenta la época, era extraordinariamente
l de
buenoenlorelativo al período de creciente capitalismo. Por supues­
io),
to, ambos autores eran rigurosos estudiantes de historia. No obstan­
n el
te, es probable que hubiera dos períodos en la trayectoria de Marx
cuando se enfrascó específicamente en la historia de las sociedades
era
preindustriales ono europeas: la década de 1850, es decir, el período
r la
queprecede al redactado de la Críticadelaeconomíapolítica, yla dé­
ino cadade 1970, después de lapublicacióndeEl capitalI ydel redacta­
un dode una parte sustancial del borrador deEl capitalII yIII, cuando
no-
parecequeMarxretomó los estudios históricos, especialmente sobre
fías laEuropa oriental yla sociedad primitiva, quizá en relación con su
rio. interés por las posibilidades de una revoluciónen Rusia.
ros,
J52 Cómo cambiar el mundo

II
Acontinuaciónnos ocuparemos delaevolucióndelas ideas deMarx
y Engels sobre la periodización y evolución históricas. La primera
etapa está mejor estudiada en La ideología alemana de 1845-1846,
que ya acepta (lo que por supuesto no era nuevo) que los distintos
estadios de ladivisión social del trabajocorresponden adistintas for­
mas de propiedad. La primera de ellas era comunal, y correspondía
«al estadio no desarrollado de producción en el que un pueblo se
sustenta de la caza, la pesca, la ganadería o como mucho de la agri­
cultura».20En este estadiolaestructura social sebasaenel desarrollo
y la modificación del grupo de parentesco y su división interna del
trabajo. Este grupo de parentesco (la «familia») tiende a desarrollar
en su seno no sólo la distinción entrejefes y el resto, sino también
esclavitud, que se desarrolla a suvez con el incremento de la pobla­
ciónylas necesidades, yel crecimiento de las relaciones externas, ya
seandeguerra otrueque. El primer avance importante deladivisión
social del trabajo consiste enlaseparacióndel trabajoindustrial yco­
mercial respecto del trabajo agrícola, que conduce ala distincióny
oposición entre ciudadycampo. Esto asuvezllevaala segunda fase
histórica de relaciones de propiedad, la«propiedadcomunal yestatal
delaantigüedad». MarxyEngelsvensus orígenes enlaformaciónde
ciudades mediante launión (por acuerdo opor conquista) de gmpos
tribales, enlos que subsistelaesclavitud. Lapropiedadcomunal dela
ciudad (incluyendo la de los ciudadanos sobre los esclavos dela ciu­
dad) es la forma principal de propiedad, perojunto con esto emerge
la propiedad privada, aunque al principio subordinada alacomunal.
Con el surgimiento primero de la propiedad privada mueble, ydes­
pués especialmente de la propiedad inmueble, este orden social se
desmorona, yjunto conél laposicióndelos «ciudadanoslibres», cuya
situación frente a los esclavos se sustentaba en su estatus colectivo
comomiembros primitivos delatribu.
Llegados a este punto, la división social del trabajo ya está bas­
tante elaborada. No sóloexisteladivisiónentre ciudadycampo, ein­
clusocon el tiempo entre Estados que representan intereses urbanos
yrurales, sino en el interior de la ciudad, la división entre industria
M a rx y lasformaciones precapitalistas 153

vcomercio de ultramar; y, evidentemente entre hombres libres yes­


clavos. La sociedad romana constituye el máximo desarrollo de esta
fasedeevolución.21Subaseeralaciudad, ynuncaconsiguiótraspasar
suslimitaciones.
Cronlógicamente le sigue la tercera forma histórica de propie­
dad, «propiedad feudal o estamental»,22aunque de hecho La ideolo­
gíaalemana no sugiere ninguna relación lógica entre ellas, sino que
simplemente señala la sucesión y el efecto de la mezcla de institu­
ciones romanas desmembradas e instituciones tribales (germánicas)
conquistadoras. El feudalismo parece ser la evolución alternativa
surgidadel comunalismoprimitivobajocondiciones enlas que nose
desarrolla ninguna ciudad, porque la densidad de población en una
ampliaregión es baja. El tamaño de lazona parece tener una impor­
tancia decisiva, porque Marx y Engels sugieren que «el desarrollo
feudal empieza enun territorio mucho más extenso, ypreparadopor
lasconquistas romanas yladifusión de laagricultura enrelacióncon
éstas».23Bajo estas circunstancias el punto de partida de la organiza­
ciónsocial es el campo, no la ciudad. Una vez más la propiedad co­
munal —que efectivamente se transforma en propiedad colectiva de
los señores feudales como grupo, respaldadapor laorganizaciónmi­
litar de los conquistadores tribales germánicos—constituye la base.
Pero la clase explotada, contra la cual la nobleza feudal organizó su
jerarquía y reunió a sus fuerzas armadas, no era la de los esclavos,
sinola de los siervos. Al mismo tiempo existía una división parale­
la en las ciudades. Allí, la forma básica de propiedad era el trabajo
privado de los individuos, pero diversos factores —las necesidades
de defensa, lacompetenciayla influenciade laorganizaciónfeudal del
campo circundante—produjeron una organización social análoga:
los gremios de los maestros artesanos o mercaderes, que en aquella
épocaseenfrentabanalos oficiales yaprendices. Amboselementos, la
propiedadterrateniente trabajadapor manodeobraservil yel trabajo
artesanal apequeña escala con aprendices yoficiales sondescritos en
este estadio como la «principal forma de propiedad» bajo el feuda­
lismo {Haupteigentum). La división del trabajo estaba relativamente
poco desarrollada,-pero expresada principalmente através de laacu­
sada separación de los distintos «rangos»: príncipes, nobles, clero y
!54 Cómo cambiar el mundo

campesinos en el campo; maestros, oficiales, aprendices yfinalmente


unaplebe dejornaleros enlas ciudades. Este sistematerritorialmente
extenso requería unidades políticas relativamente grandes en aras de
los intereses de ambos, de la nobleza terrateniente yde las ciudades:
las monarquías feudales, que por ellosehicieronuniversales.
Sin embargo, la transición del feudalismo al capitalismo es un
producto dela evoluciónfeudal.24Empieza enlas ciudades, porquela
separaciónde ciudadycampo es fundamental y, desde el nacimiento
delacivilizaciónhasta el sigloxix, unconstanteelementoyexpresiónde
ladivisiónsocial del trabajo. Dentro delas ciudades, que unavezmás
volvieronasurgir enlaEdadMedia, sedesarrollóunadivisióndel tra­
bajo entre producción ycomercio que no provenía de la antigüedad.
Esto proporcionó labase del comercio alarga distancia, yuna consi­
guiente división del trabajo (especialización de la producción) entre
diferentes ciudades. La defensadelos habitantes delas ciudades con­
tra los feudalistas yla interacción entre ciudades produjo una dasede
burgueses (habitantes delosburgos) que surgióapartir delosgrupos-
burgueses decadaciudadindividual. «Lapropiaburguesíasedesarro­
lla gradualmente a medida que se van creando las condiciones para
su existencia, se divide nuevamente en diferentes facciones tras pro­
ducirse la división del trabajo, yfinalmente absorbe atodas las clases
conpropiedades existentes (mientras lamayoría de los desposeídos y
unaparte delas clases hasta entonces conposesiones seconviertenen
una nueva clase, el proletariado), hasta el extremode que todalapro­
piedadefectivaquedatransformadaencapital comercial oindustrial.»
Marx añade una observación: «Enprimera instancia absorbe aquellas
ramas de trabajo que pertenecen directamente al Estado, posterior­
mente atodos los estamentos más omenos ideológicos».25
Mientras el comercio no se hace universal, y no está basado en
una industria a gran escala, los avances tecnológicos fruto de estos
progresos son poco estables. Al tener una base local oregional pue­
den perderse a consecuencia de invasiones bárbaras o guerras; por
lo tanto, los avances locales no han de generalizarse. (Señalemos de
paso que la Ideología alemana incide en el importante problema
de decadenciayregresión histórica.) El desarrollo crucial del capita­
lismo es, pues, el del mercado mundial.
M arx y lasformaciones precapitalistas 155

La primera consecuencia de la división del trabajo entre ciuda-


jgg es el aumento de manufacturas independientes de ios gremios,
sustentadas (como en los centros pioneros de Italia yFlandes) en el
comercioextranjero, o (como enInglaterra yFrancia) en el mercado
interior. Estas se apoyan en la creciente densidad de la población,
sobre todo en el campo, y en la creciente concentración de capital
dentroyfuera de los gremios. Entre estas ocupaciones manufacture­
ras, latextil (porque dependía del uso de maquinaria, aunque burda)
resultó ser la más importante. El crecimiento de las manufacturas
proporcionó asuvezunavía de salida alos campesinos feudales, que
hastaentonces habían huido a las ciudades, pero que habían queda­
doexcluidos de ellas por la exclusividad de los gremios. El semillero
deeste trabajo estaba formado en parte por los antiguos sirvientes y
ejércitos feudales, enparte por lapoblacióndesplazadapor las mejo­
rasagrícolas yla sustitución de los pastos por cultivos.
Con el surgimiento de las manufacturas las naciones empiezan
acompetir como tales, y el mercantilismo (como sus guerras de co­
mercio, tarifas yprohibiciones) seinstaura aescalanacional. Con las
manufacturas se desarrolla la relación del capitalista y el trabajador.
Lagran expansión del comercio a consecuencia del descubrimiento
de América y de la conquista de la ruta marítima hacia la India y
laimportación masiva de productos ultramarinos, especialmente de
lingotes de oro, sacudieron tanto la posición de la propiedad feudal
terrateniente como la de la clase obrera. El consiguiente cambio en
las relaciones de clase, la conquista, la colonización «ysobre todo la
extensiónde los mercados aun mercado mundial que ahora se hacía
posible yque iba tomando cuerpo gradualmente»26abrió una nueva
faseenel desarrollo histórico.
Llegados a este punto, no es necesario continuar con el razo­
namiento salvo subrayar que la Ideología alemana recoge otros dos
períodos de desarrollo antes del triunfo de la industria, hasta me­
diados del siglo x v i i y desde entonces hasta el final del siglox v m ,
ysugiere también que el éxito de Gran Bretaña en el desarrollo in­
dustrial fue debido ala concentración del comercioylamanufactura
en aquel país durante el siglo x v i i , que gradualmente fue creando
«un mercado mundial relativo en beneficio de este país, que ya no
! 56 Cómo cambiar el mundo

podía satisfacerse conlas fuerzas deproducciónindustrial ir . ,¡-


tonces existentes».27
Este análisis constituye sin duda el fundamento de las s? .. es
históricas del Manifiesto comunista. Su base histórica es e.\. . ia
antigüedad clásica (principalmente romana) ylaEuropa Occ'unal
yCentral. Sóloreconoce tres formas de sociedadde clases: .se­
dad esclavista de la antigüedad, el feudalismoyla sociedad • m, le­
sa. Parece sugerir que las dos primeras son rutas alternativa ..„
das de la sociedad comunal primitiva, unidas sólo por el h le
que la segunda se instaló sobre las ruinas de laprimera. No >: ..sdo-
za mecanismo alguno quejustifique la caída de la anterior, aunque
probablemente esté implícito en el análisis. La sociedad burguesa
a su vez surge, por así decirlo, en los intersticios de la sociedad
feudal. Su crecimiento se dibuja enteramente —por lo menos al
comienzo—como el de las ciudades yen el interior de las mismas,
cuyarelación con el feudalismo agrario es básicamente el de obtener
supoblación original ysus refuerzos de los antiguos siervos. No juiv
hasta el momento ningún intento seriode descubrir las fueno^ ucía
población excedente que será la que proporcione la mano de a
las ciudades yfábricas, pues las observaciones al respecto son dema­
siado escuetas para que puedan aportar unpeso analítico. Ha de con­
siderarse una hipótesis provisional yagrandes rasgos del desarrollo,
aunque algunas de las observaciones adicionales que contiene son
sugerentes y.otras brillantes.
El estadio del pensamiento de Marx representado en las For­
men es bastante más sofisticado y sesudo, y por supuesto se basa en
estudios históricos más amplios y variados, esta vez no limitados a
Europa. Laprincipal innovaciónenla tabladeperíodos históricos es
el sistema «asiático» u «oriental», que está incorporado en el famoso
prefacio de la Críticadelaeconomíapolítica.
En términos generales, ahora hay tres o cuatro rutas alternati
vas que surgen del sistema comunal primitivo, representando cada
una de ellas una forma de la división social del trabajo yaexistente o
implícita en ella: la oriental, la antigua, lagermánica (aunque Marx
no la circunscribe a ningún pueblo) yuna forma eslava imprecisa
sobre la que no se dan demasiadas aclaraciones, pero que tiene afi
M arx y lasformaciones precapitalistas J57

nidades conla oriental (pp. 88, 97). Una importante distinciónentre


ellaseslahistóricamente crucial delos sistemas queresistenylosque
favorecen la evolución histórica. El modelo de 1845-1846 apenas
rozaesteproblema, aunque como hemos visto, laideadeMarxsobre
el desarrollo histórico nunca fue simplemente unilineal, ni loconsi­
deróun simple registro del progreso. No obstante, en 1857-1858
el debate es mucho más avanzado.
El hecho de ignorar las Formen ha propiciado que el debate del
sistemaoriental del pasado sefundamente principalmente enlaspri­
meras cartas de Marx y Engels y en los artículos de Marx sobre la
India (ambos de 1853),28donde queda caracterizado—coincidiendo
conlosprimeros observadores extranjeros—por «laausenciadepro­
piedadrelativaalatierra». Sepensaba que estosedebíaacondiciones
especiales que requerían una centralización excepcional, como por
ejemplo la necesidad de obras públicas yproyectos de irrigación en
zonas que de lo contrario no podían ser cultivadas demaneraefecti­
va. Sin embargo, reflexionando al respecto, Marx sosteníaevidente­
mente que la característica fundamental de este sistema era«launi­
dadautosostenible de la manufactura yla agricultura» enel senode
lacomunadel pueblo, quedeestemodo«contieneensímismatodaslas
condiciones para lareproducciónyproducción de excedentes»(pp. 70,
83, 91), y que por consiguiente resistía la desintegraciónyevolución
económicamás tenazmente que cualquier otrosistema(p. 83). Laau­
sencia teórica de propiedad en el «despotismo oriental» enmascara la
«propiedadtribal ocomunal»quelasustenta (pp. 69-71). Estos siste­
mas pueden ser centralizados o descentralizados, «más despóticos
omás democráticos» en suforma, yorganizados de diferente mane­
ra. Allí donde existen estas pequeñas unidades comunitarias como
parte de una unidad mayor, pueden dedicar parte de su producto
excedente apagar «los costes delacomunidad (másgrande), esdecir,
los relativos ala guerra, devoción religiosa, etc.», ypara operaciones
económicamente necesarias comolairrigaciónyel mantenimientode
las comunicaciones, que así parecerán realizadas por la comunidad
mayor, «el gobierno despótico suspendido por encima de las comu­
nidades pequeñas». No obstante, esta alienación del producto ex^
cedente contiene los gérmenes de la «propiedadseñorial en sentido
158 Cómo cambiar el mundo

estricto» y el feudalismo (servidumbre) puede desarrollarse a y afir


de él. La naturaleza «cerrada» de las unidades comunales siga n¡-a
que las ciudades apenas formanparte de laeconomía, porque
«sólo donde la ubicación resulta especialmente favorable para e: co­
mercio exterior, o donde el gobernante y sus sátrapas intercair fi >q
sus ingresos (productos excedentes) por trabajo, que después e: n-
den como fondo laboral» (p. 71). El sistema asiático no es toa .vía
una sociedad de clases, o si lo es, entonces lo es en su forma más
primitiva. Marx considera que las sociedades mexicanas y per ¡>
pertenecen al mismo género, lo mismo que ciertas ciudades ce¡ras,
aunque más complicadas —yquizá elaboradas—por la conquista de
algunas tribus ycomunidades por otras (pp. 70, 88). Hayque seo-alar
que esto no excluyeuna posterior evolución, pero sólo comoun lujo,
por así decirlo; sólo enla medida en que puede desarrollarse apartir
del excedente obtenido oexigido delas unidades económicas básicas
autosostenibles de latribu opueblo.
El segundosistema que surge delasociedadprimitiva—«el nm-
ducto de una vida histórica más dinámica» (p. 71)—crealaciudad,y
a través de ella, el modo antiguo, una sociedad expansionista, dará-
mica y cambiante (pp. 71-77 ypassini)\ «la ciudad con su territorio
adjunto \Landmark\ formaban el conjunto económico» (p. 79). En
suforma evolucionada —peroMarxprocura insistir en el largo pro­
cesoque leprecede, así como en sucomplejidad—secaracteriza por
la esclavitud. Pero ésta a suveztiene sus limitaciones económicas, y
tuvo que ser sustituida por una forma de explotación más flexible
yproductiva, la de los campesinos dependientes por sus señores, el
feudalismo, que asuvez dapaso al capitalismo.
El tercer tipo tiene como unidad básica no la comunidad del
puebloni laciudad, sino«cadahogar individual, queforma uncentro
de producción independiente (produce simplemente el trabajo do­
mésticocomplementario de las mujeres, etc.)»(p. 79). Estos hogares
independientes estánmás omenos estrechamentevinculados entre sí
(siempre que pertenezcan a la misma tribu) y en ocasiones se unen
«para la guerra, la religión, la resolución de disputas legales, etc.»
(p. 80), opara el uso, por parte de los hogares individualmente auto-
suficientes, de pastos comunales, territorio de caza, etc. Así pues, la
M arx y lasformaciones precapitalistas i 59

unidadbásicaesmás débil ypotencialmente más «individualista»que


|acomunidad del pueblo. Aeste tipo Marx lo denomina germánico,
aunque* repetimos, en absoluto lo circunscribe a ningún pueblo.29
puesto que los tipos antiguo ygermánico se distinguen del oriental,
podemos inferir que Marx consideraba al tipogermánico, asumane­
ra, potencialmente más dinámico que el oriental, yes bastante pro­
bable que así fuera.30Las observaciones de Marx acerca de este tipo
sonsorprendentemente esquemáticas, pero sabemos que él yEngels
dejaronla puerta abierta auna transición directa de la sociedad pri­
mitivaal feudalismo, como entre las tribus germánicas.
La división entre ciudad y campo (o producción agrícola y no
agrícola) que erafundamental para el análisis deMarxen 1845-1846
siguesiéndolo también enlas Formen, pero conunabase más amplia
ymás elegantemente formulada:
La historia antigua esla historia delas ciudades, perodelas ciu­
dadesbasadas enlaagriculturaylosbienesraíces; lahistoriaasiáticaes
unaespecie de unidadindiferenciada deciudadycampo(lagranciu­
dad, hablando conpropiedad, ha de considerarse simplemente como
un espléndido campamento superpuesto a la estmctura económica
real); laEdadMedia(períodogermánico) empiezaconelcampocomo
ubicación de la historia, cuyoposterior desarrollo prospera mediante
laoposición de laciudadyel campo; la historia moderna es laurba­
nizacióndel campo, no, comoconlos primitivos, laruralizacióndela
ciudad(pp. 77-78).
Sinembargo, apesar de que estas diferentes formas de la división
social del trabajo son claramente formas alternativas de ruptura de
lasociedadcomunal, sepresentan aparentemente —en el prefacio dela
Críticadelaeconomíapolítica, aunquenoespecíficamenteenlasFormen—
como estadios históricos sucesivos. En sentido literal esto es sencilla­
mente falso, porque el modo asiático de producción no sólo coexistía
conel resto, sino que ni en el argumento de las Formen, ni en ningún
otrositio, hayindicación alguna de que el modo antiguo evolucionara
deella. Por consiguiente, deberíamos interpretar queMarxnoserefiere
alasucesióncronológica, ni siquiera alaevolucióndeunsistema como
resultado del anterior (aunque éste es obviamente el caso del capita­
i6o Cómo cambiar el mundo

lismo yel feudalismo), sino ala evolución en un sentido más general.


Comoyahemosvistoantes, «El hombreseconvierteenindividuo\verein-
zelt sichselbst] a través del proceso histórico. En un principio aparece
comoun sergenérico, un ser tribal, unanimal gregario». Las diferentes
formas de esta individualización gradual del hombre, que significa la
ruptura de la unidad original, corresponden a los diferentes estadios
de la historia. Cada uno de ellos representa, por así decirlo, un paso
hacia el alejamiento de «la unidad original de una forma específica de
comunidad (tribal) ydelapropiedaddelanaturalezaligadaaella, o iela
relación con las condiciones objetivas de producción tal como existen
naturalmente \Naturdaseins\»(p. 94). Dichodeotromodo, representan
pasos enlaevolucióndelapropiedadprivada.
Marxdistingue cuatroestadios analíticos, aunque nocronológicos,
enestaevolución. El primeroeslapropiedadcomunal directa, comoen
el sistemaoriental, yel eslavodeformamodificada, yaque ningunode
los dos, al parecer, puede ser considerado comouna sociedadde ciases
completamente formada. El segundo es la propiedad comunal conti­
nuando como el sustrato de lo que es ya un sistema «contradictorio»,
es decir, de clase, como en las formas antiguas yenlas germánicas. El
tercer estadio surge, si seguimos el razonamiento de Marx, no tanto a
través del feudalismo como através del auge delamanufactura artesa-
nal, enla que el artesanoindependiente (organizadocorporativamente
engremios) representayauna formamuchomás individual del control
sobrelos medios deproducción, ytambiénde consumo, quelepermi­
tenvivir mientras produce. Parece queconelloMarxaludeaunacierta
autonomía del sector artesanal deproducción, porque deliberadamente
excluye a las manufacturas del antiguo oriente, aunque sin dar expli­
caciones. El cuarto estadio es aquel en el que surge el proletariado; es
decir, aquel en el que la explotación ya no se realiza mediante la ru­
dimentaria forma de la apropiación de los hombres —como esclavos o
siervos—,sino mediante la apropiacióndel «trabajo». «Parael Capital
el obrerono constituye una condiciónde producción, sinoúnicamente
trabajo. Si éste puede ser realizadopor maquinaria, oinclusopor agua
o aire, tanto mejor. Aquello de lo que el capital se apropia no es del
trabajador, sino de su trabajo; yno directamente, sino a través del in­
tercambio» (p. 99).
M arx y lasformaciones precapitalistas 161

Al parecer —aunque envistas deladificultadquepresentael pen-


safflient0 -^arx y ^ caracter elíptico de sus notas uno no puede
estar seguro—, este análisis encaja en el esquema de los estadios his­
tóricos de la siguiente manera. Las formas orientales (y eslava) están
históricamente más cerca de los orígenes del hombre, puesto que con­
servanla comunidad primitiva (pueblo) en funcionamiento en medio
de una superestructura social más elaborada, y tienen un sistema ue
clasesinsuficientemente desarrollado. (Por supuesto, podríamos añadir
queenlaépoca en que Marx escribía, observó que estos dos sistemas
seestabandesintegrandobajoel impactodel mercadomundial ysuca­
rácterespecial; por consiguiente, estaba desapareciendo.) Los sistemas
antiguoygermánico, aunque tambiénprimarios, es decir, noderivados
del oriental, representanuna forma algomás articuladade evolucióna
partir del primitivo comunalismo; pero el sistema «germánico» como
tal no constituye una formación socioeconómica especial. Constitu­
yeuna formación socioeconómica del feudalismojunto conla ciudad
medieval (el locus del que emerge la producción artesanal autónoma).
Después, esta combinación, que surge durante la Edad Media, con­
formala tercera fase. La sociedad burguesa, que nace del feudalismo,
constituyelacuarta. La afirmacióndequelas formaciones asiática, an­
tigua, feudal yburguesa son formaciones «progresivas» no implica en
absolutouna simplevisiónunilineal delahistoria, ni una simplevisión
dequetodalahistoriaesprogreso. Unicamenteafirmaquecadaunodeestos
sistemas está enaspectos harto cruciales cadavezmás alejado del esta­
doprimitivo del hombre.

III
El siguiente aspecto que hayque considerar es ladinámica interna de
estos sistemas: ¿qué les hace surgir y decaer? La respuesta resulta re­
lativamentesencillaencuantoal sistemaoriental, cuyas características
lohacenresistente aladesintegraciónyevolucióneconómica, hastaque
sucumbe a la destrucción por la fuerza externa del capitalismo. Marx
poco nos dice acerca del sistema eslavo en este punto como para
permitirnos demasiado comentario. Por otro lado, sus ideas sobre la
ID2 Cómo cambiar el mundo

contradiccióninterna delos sistemas antiguoyfeudal soncomplejas


ycrean algunos problemas difíciles.
La esclavitud es la principal característica del sistema antiguo
pero el criterio deMarx sobre sucontradicción interna básica es más
complejo que la simple visión de que la esclavitud impone límites
a la posterior evolución económica y, por consiguiente, provoca su
propia destrucción. Hay que señalar, a propósito, que la mse de
su análisis parece ser la mitad occidental romana del Mediterráneo
enlugar delagriega. Roma comienza comouna comunidad de cam­
pesinos, aunque su organización es urbana. La historia antigua es
«una historia de ciudades fundadas en la propiedad de tierras yla
agricultura» (p. 77). No es una comunidadenteramenteigual, puesto
que las transformaciones tribales combinadas con los matrimonios
mixtos y conquistas tiende ya a producir grupos de parentesco so­
cialmente altos ybajos, pero el ciudadano romano es esencialmente
terrateniente, y«la continuación de la comuna es la reproducciónde
todos sus miembros como campesinos autosuficientes, cuyo tiempo
excedente pertenece precisamente ala comuna, al trabajo (comunal)
de guerra, etc.» (p. 74). Porque la guerra es el negocio principal,
yaquelaúnica amenaza asuexistenciaprocede de otras comunidades
que anhelan sus tierras, yla única manera de asegurar tierra acada
ciudadano al expandirse la población es ocupándola por la fuerza
(p. 71). Pero precisamente las tendencias guerreras y expansivas de
estas comunidades campesinas han de conducir a la ruptura de las
cualidades campesinas que subyacen en sus cimientos. Hasta cierto
puntolaesclavitud, laconcentracióndebienes raíces, el intercambio,
la economía monetaria, la conquista, etc., son compatibles con las
bases de esta comunidad. Más allá de dicho punto conducen irre­
misiblemente a su destrucción yhacen imposible la evolución dela
sociedadodel individuo (pp. 83-84). Por consiguiente, antesincluso
del desarrollo de una economía esclavista, la forma antigua de or­
ganización social está esencialmente limitada, como pone de mani­
fiesto el hecho de que con ella el desarrollo de.la productividad no
es ni puede ser una preocupación fundamental. «Entre los antiguos
nunca encontramos una investigación acerca de qué formas de.pro­
piedades terratenientes, etc., son las más productivas, las que crean
M a rx y lasformaciones precapitalistas 163

iTiay0r riqueza... La investigación es siempre acerca de qué clase de


pf0piedadcreaal mejor ciudadano. La riqueza comofinensí mismo
aparecesólo entre unos pocos pueblos dedicados al comercio—mo-
n0polista del transporte de mercancías—que viven enlos poros del
mundo antiguo como losjudíos de la sociedad medieval» (p. 84).
Dos factores importantes tienden, por lo tanto, a socavar dicha
sociedad. El primeroesladiferenciaciónsocial enel senodelacomu­
nidad, contra la cual la antiguaypeculiar combinación depropiedad
terrateniente comunal yprivada no proporciona protección alguna.
Esposible que el ciudadano individualpierdasupropiedad, es decir,
labase de su ciudadanía. Cuanto más rápido es el desarrollo econó­
mico, más probable es que esto suceda: de ahí el antiguo recelo del
comercioyla manufactura, que se dejan en manos de los liberados,
usuarios oextranjeros, ylacreencia de los ciudadanos enlos peligros
del trato con extranjeros, del deseo de intercambiar los productos
excedentes, etc. En segundolugar, por supuesto, encontramos laes­
clavitud. La propia necesidad de restringir la ciudadanía (o lo que
equivale a lo mismo, la propiedad terrateniente) a miembros de la
comunidad conquistadora conduce naturalmente a la esclavización
yservidumbre de los conquistados. «La esclavitud yla servidumbre
son, por consiguiente, simples evoluciones posteriores de la propie­
dad basada en el tribalismo» (p. 91). Así pues, «la preservación de
la comunidad implica la destrucción de las condiciones en las que
se sustenta, y se convierte en su contrario» (p. 93). La «mancomu­
nidad», representada en un principio por todos los ciudadanos, está
ahora representada por los patricios aristócratas, que son los únicos
auténticos terratenientes enoposiciónalos hombres inferioresylos es­
clavos, y por los ciudadanos en oposición a los no ciudadanos
yesclavos. Marxnoexplicaenabsolutoenestecontextolasverdaderas
contradicciones económicas deuna economíaesclavista. Anivel muy
general de suanálisis enlasFormen, aquellas constituyensimplemen­
teunaspectoespecial delacontradicciónfundamental delasociedad
antigua. Tampoco razona por qué en la antigüedad se desarrolló la
esclavitudmás que laservidumbre. Uno puede conjeturar que fue así
debidoal nivel de fuerzas productivasylacomplejidaddelas relacio­
nessociales deproducciónyaalcanzados enel Mediterráneoantiguo.
164 Cómo cambiar el mímelo

El desmoronamiento del antiguo sistema está pues imr: r eil


su carácter socioeconómico. No parece haber razón lógie-' ■ p0r
qué ha de conducir inevitablementeal feudalismo, enlugar cu .uras
«formas nuevas, combinaciones de trabajo» (p. 93) que posib ; ríjn
una mayor productividad. Por otro lado, una transición din .: del
antiguo modo al capitalismo queda excluida.
Cuando analizamos el feudalismo, del quesísedesarrollo mpi-
talismo, el problemasehace muchomás desconcertante, aun-.; rolo
sea porque Marx nos cuenta muy poco del mismo. No en--1
enlas Formenningún esbozodelas contradicciones interna;- Cu feu­
dalismo, comparable al del antiguo modo. Tampoco hay ninguna
discusiónauténtica sobreel vasallaje (nomás quesobrelaesclavitud).
En efecto, estas dos relaciones de producción a menudo aparecen
unidas, aveces como«larelacióndedominioysubordinación», encon­
traste con la posición del trabajador libre.31El elemento en el seno
de la sociedad feudal del que deriva el capitalismo parece ser, tanto
en 1857-1858 como en 1845-1846, la ciudad., más cor.cn * ' r.te
los mercaderes y artesanos de la ciudad (véase pp. 97-98, iOü). Lo
que proporciona labase de la separación del «trabajo»respecm las
condiciones objetivas de producción» es la emancipación de la pro­
piedad en los medios de producción respecto a subase comunal, tal
como sucede entre los oficios artesanales medievales. Es el mismo
proceso—la formación del «propietario trabajador»paralelamentey
fuera de lapropiedad terrateniente—la evoluciónurbana yartesanal
del trabajo—que«noes ... unaspecto[Akzident] delapropiedadterra­
teniente ni está incluido en ella» (p. 100), el que proporciona labase
de la evolución del capitalista.
No se explica el papel del feudalismo agrícola en este proceso,
pero al parecer sería más bien negativo. A su debido momento ha
de facilitar la separación del campesino respecto a su tierra, del sir­
viente respecto a su señor, para convertirlo en trabajador asalariado.
Es irrelevante la forma que adopte, ya seala disolución del villanaje
(.Hórigkeit), de la propiedad privada oposesión de vasallos o aparce­
ros, o de las diversas formas de clientelismo. Lo fundamental es que
ninguna de estas formas interfiera enla transformación de los hom­
bres, al menos potencialmente, en mano de obralibre.
M arx y las formaciones precapitalistas i65

Sinembargo, aunque no se argumente enlas Formen (pero sí en


j?lcapitalIII), el vasallajeyotras relaciones análogas de dependencia
difierende laesclavitudde manera económicamente significativa. El
siervo, aunque bajo el control del señor, es de hecho un productor
económicamente independiente; el esclavono.32Separemos alos se­
ñoresdel vasallajeyloquequedaesuna pequeñaproduccióndemer­
cancías; separemos plantaciones y esclavos y (hasta que los esclavos
nohagan algomás) no queda ningún tipo de economía. «Por consi­
guiente, lo que serequiere soncondiciones de dependencia personal,
ausencia de libertad personal de cualquier tipo, vinculación de los
hombres como anexo ala tierra, villanaje en el sentido estricto dela
palabra»{ElcapitalWL, p. 841), Porque bajolas condiciones devasa­
llajeel siervoproduce nosolamente el excedente detrabajodel quesu
señor, de una forma uotra, se apropia, sino que tambiénpuede acu­
mular provecho para sí mismo. Puesto que, por diversas razones, en
los sistemas económicamente primitivos ysubdesarrollados como el
feudalismohayuna tendencia aque el excedente quede intacto como
medidaconvencional, ypuestoque «el usodelafuerzadetrabajo [del
siervo] no está de ninguna manera confinado a la agricultura, sino
queincluyelas manufacturas domesticas rurales, hayaquí laposibili­
daddeuna ciertaevolucióneconómica» {ElcapitalTW, pp. 844-845).
Marx no trata estos aspectos del vasallaje más de loque tratalas
contradicciones internas de la esclavitud, porque en las Formen su
intención no es la de esbozar una «historia económica» de ninguno
delos dos. De hecho, como en otras partes —aunque aquí de forma
más general—no está interesado en las dinámicas internas de los
sistemas precapitalistas excepto en la medida en que explican las
precondiciones del capitalismo.33Aquí, su interés se centra única­
mente en dos preguntas negativas: ¿por qué no pudieron surgir «el
trabajo» y «el capital» de formaciones socioeconómicas precapita­
listas distintas a la del feudalismo? ¿Ypor qué el feudalismo en su
forma agraria permitió su aparición yno impuso obstáculos funda­
mentales asusurgimiento?
Esto explica las evidentes lagunas en su tratamiento del tema.
Como en 1845-1846, no hay explicación del modus operandi es­
pecífico de la agricultura feudal. No hay explicación de larelación
i66 Cómo cambiar el mundo

específica entre la ciudad feudal yel campo, ni por qué ana c herí
dar lugar al otro. Por otro lado está la implicación de que el muda
lismo europeo es único, porque ninguna otra forma de este fv.rem:
creó la ciudad medieval, que es crucial para la teoría marciana d
la evolución del capitalismo. En la medida en que el feudalismo e
un modo general de producción existente fuera de Europa ío yí¡Z:
deJapón, que Marx no explica en detalle en ningún lugart * ; ba­
ñada enMarxque nos autorice abuscar una especie de «levgeneral
de desarrollo que pudierajustificar sutendencia aevoimio... . uci
el capitalismo.
Lo que sí se explica en las Formen es el «sistema gemíunido», e
decir, unaparticular subvariedad del comunalismoprimitivo, ornepo
consiguiente tiende a evolucionar hacia un determinado tipo de es
tructura social. El quid de la cuestión, comoya hemos visto, paree
ser el asentamiento disperso de unidades familiares económicament
autosuficientes, en oposición a la ciudad campesina de los antiguos
«Cada hogar individual contiene una economía completa, fonu-tndi
así un centro independiente deproducción(manufacturasimplernen
te el trabajo doméstico secundario de las mujeres, etc.). En el mandi
antiguo, la ciudad con su territorio adyacente [Landmark] ibrmab
el conjunto económico, en el mundo germánico es la hacienda indi
vidual» (p. 79). Su existencia queda garantizada por su vínculo coi
otras haciendas similares pertenecientes ala misma tribu, un víncul
expresado en la esporádica asamblea de todos los hacendados con t
objetivo deguerras, religión, resolucióndedisputas, yengeneral par
la mutua seguridad (p. 80). Al haber propiedad común, comopastos
cotos de caza, etc., ésta es usada por cada miembro como individúe
nocomoenlaantiguasociedad, enqueseutilizabacomorepresentant
de la mancomunidad. Podría compararse el ideal de la organizado]
social romana conunafacultaddeOxfordoCambridge, cuyos miem
bros son copropietarios de tierrayedificios sóloen la medida en qu
constituyenuncuerpodemiembros, peronosepuededecirque, comí
individuos, «posean»latotalidadoparte. Elsistemagermánicopodrí
pues ser comparable aunaviviendacooperativaenlaquelaocupado;
individual de un piso por parte de un hombre depende de suunión
cooperación continuada con otros miembros, pero enla que sinetn
Marx y lasformaciones precapitalistas 167

barg0ex^ste ^ormaidentificableunaposesiónindividual. Esta for-


a flexible de comunidad, que implica una mayor potencialidad de
individualización económica, convierte al «sistema germánico» (vía
feudalismo) enel antecesor directodelasociedadburguesa.
No se da explicación alguna de cómo evoluciona el feudalismo,
aunquesepresentanvarias posibilidades de diferenciación social in­
ternayexterna (por ejemplo, por efecto dela guerra yla conquista),
podríamos aventurarlasuposicióndequeMarxatribuíaconsiderable
importancia ala organizaciónmilitar (puesto que laguerra, tanto en
el sistema germánico como en el antiguo, es «una de las primeras
tareas de todas estas comunidades primitivas [naturwüchsig], tanto
paralapreservacióncomoparalaadquisicióndepropiedad») (p. 89).
Porestalíneasemuevesindudalaexplicacióntardía deEngels enEl
origen delafamilia, donde la realeza surge apartir de la transforma­
cióndel liderazgo gentil militar entre las tribus teutónicas. No hay
razónpara suponer queMarxpensase de manera diferente.
¿Cuáles eranlas contradicciones internas del feudalismo?¿Cómo
evolucionó hacia el capitalismo? Estos problemas preocupan cada
vez más a los historiadores marxistas, como se puso de manifiesto
enel enérgicodebate internacional quesurgióaraízdeEstudiossobre
eldesarrollodelcapitalismo, de M. H. Dobb, acomienzos dela déca­
dade 1950 yla ligeramente posterior polémica acerca del «derecho
económico fundamental del feudalismo» en la URSS. Cualesquiera
que sean los méritos de estas discusiones —y los de la primera pa­
recenmayores que los de la segunda—, ambos están evidentemente
mermados por la ausencia de indicaciones de las opiniones de Marx
al respecto. Es muyposible que Marxhubieraestado de acuerdo con
Dobb en que la causadela decadenciafeudal fue «laineficiencia del
feudalismo como sistema de producción, emparejada alas crecientes
necesidades de ingresos por parte de la clase dirigente» (Estudios,
p. 42), aunqueparece queMarxsubraya, si es quelohace, larelativa
inflexibilidaddelasexigenciasdelaclasedirigentefeudal, ysutenden­
cia a fijarlas convencionalmente.34También es posible qiie hubiera
aceptado el criterio de R. H. Hilton de que «lalucha por el arriendo
fue la «fuerza motriz» de la sociedad feudal»35(Transición, p. 70),
aunque casi sin dudarlo hubiera rechazado, por ser extremadamente
i68 Cómo cambiar el mundo

simplificada, lavisión de Porshnevde que estafuerzamotriz lacons­


tituía la simple lucha de las masas explotadas. Pero el asunto os que
Marx no parece anticipar en ningún lado ninguna de estas hoz, o, qe
pensamiento; enlas Formen, evidentemente no.
Si de alguno de los participantes en estos debates puede . .'irse
que sigue sus pasos de manera identificable es de P. M. Sv.c que
esgrime (siguiendo aMarx) que el feudalismo es un sistema dr pro­
ducción parauso,36yque ensemejantes formaciones económi- o;«no
surge de la naturaleza de laproducción misma ninguna sed o . oada
por el excedentedetrabajo»{Elcapital, p. 219, cap. X, sección11Por
lo tanto, el principal agente de la desintegración fue el crecimiento
del comercio, que operaba especialmente a través de los efectos del
conflictoylainteracción entre uncampo feudal ylas ciudades quese
desarrollaron ensus márgenes {Transición, pp. 2, 7-12). Estalíneade
argumentación es muysimilar alade las Formen.
Para Marx es necesaria la conjunción de tres fenómenos para
explicar el desarrollo del capitalismo a partir del feudalismo: número,
comoyahemos visto, una estructura social rural quepermita al cam­
pesinado ser «liberado» en un determinado momento; segundo, el
desarrollo de una artesanía urbana que genere una producción de ar­
tículos especializada, independiente yno agrícola en forma artesa-
nal; ytercero, acumulaciones deriquezamonetariaderivadadel comercio
yla usura (Marx es categórico en este último punto (pp. 107-108).
La formacióndesemejantes acumulaciones monetarias «pertenece ala
prehistoriadelaeconomíaburguesa»(p. 113); nosontodavíacapital.
Su mera existencia, o incluso su aparente predominio, no producen
automáticamente un desarrollo capitalista; de lo contrario, «la anti­
gua Roma, Bizancio, etc. habríanterminado suhistoria conmanode
obralibre ycapital» (p. 109). Pero son esenciales.
Igualmente esencial es el elemento artesanal urbano. Las obser­
vaciones de Marx al respecto son elípticas yalusivas, pero suimpor­
tancia en este análisis es evidente. Lo que subraya ante todo es el
elementodehabilidad artesanal, orgulloyorganización.37Laenorme
importancia de la formación de la artesanía medieval parece radicar
enque, al desarrollar «el trabajocomounahabilidaddeterminadapor
la artesanía [éste se convierte] en una propiedad en sí mismo, yno
M arx y lasformaciones precapitalistas i6g

simplemente enIafuente depropiedad» (p. 104), yde este modoin­


troduceuna potencial separación entre trabajoylas demás condicio­
nes de producción, que expresa un mayor grado de individualiza­
ción que el trabajo comunal yposibilita la formación de la categoría
¿etrabajolibre. Al mismo tiempo, desarrolla habilidades especiales y
sus instrumentos. Pero en el estadio del gremio di los artesanos «el
instrumentodetrabajotodavíaestátaníntimamente ligadoal trabajo
¿esubsistencia que no circula» (p. 108). Sin embargo, aunqueporsí
solonopuede producir el mercado de trabajo, el desarrollo del inter­
cambio de laproducciónyel dinero sólopuede crear un mercado de
trabajo «bajo la precondición de la actividadartesanal urbana, que
descansa noen el capital y el trabajo asalariado sino en la organiza­
cióndel trabajo engremios, etc.» (p. 112).
Pero todo esto requiere también la estructura rural potencial­
mente soluble, porque el capitalismo no puede desarrollarse sin «la
implicación de todo el campo en la producción no de uso, sino de
valor de cambio» (p. 116). Esta es otra de las razones por las que los
antiguos, que, apesar de ser desdeñosos y desconfiados con la arte­
sanía, habían creado una versión de «actividad artesanal urbana», no
pudieronproducir una industria agran escala (ibidNo se nos dice
enningún momento lo que hace precisamente tan soluble la estruc­
tura rural del feudalismo, aparte de las características del «sistema
germánico» que constituye su sustrato. De hecho, en el contexto de
laargumentación de Marx en este punto, no es necesario seguir in­
vestigando. Se mencionan de pasada unos cuantos efectos del creci­
mientodeunaeconomía de intercambio (por ejemplo, pp. 112-113).
También se constata que «en parte este proceso de separación [del
trabajo respecto a las condiciones objetivas de producción: comida,
materias primas, instrumentos] tuvo lugar sin [riqueza monetaria]»
(p. 113). Lomáspróximoaunaexplicacióngeneral (pp. 114yss.) im­
plicaqueel capital aparece primero esporádicamente olocalmente(la
cursivaes deItAdccx)junto con(lacursivaes deMarx) losviejos modos
deproducción, pero posteriormente los hace añicos entodas partes.
La manufactura para el mercado extranjero aparece primero ba­
sándose en el comercio alarga distancia yen los centros en los qué .
se realiza este comercio, no en los gremios artesanales, sino en co­
170 Cómo cambiar el mundo

mercios rurales suplementarios menos cualificados ymeno> contro­


lados por los gremios como la hilatura y el tejido, aunque también
por supuesto enlas filiales urbanas directamente relacionad.^ conla
navegación, como la construcción naval. Por otro lado, en el cam­
po aparece el campesino aparcero, a lavez que la población rural se
transforma enjornaleros libres. Todas estas manufacturas n-miic-ren
la existenciaprevia de un mercado de masas. La disolución u vasa­
llajeyel surgimiento de las manufacturas transforman gradualmente
todas las ramas de producción en capitalistas, mientras q fis
ciudades una clasedejornaleros, etc., al margen delos gremios, pro­
porciona un elemento para la creación de un verdadero proletariado
(pp. 114-117).38
La destrucción de los comercios rurales suplementarios crea un
mercado internopara el capital basado en la sustitución del antiguo
suministrorural de bienes de consumopor lamanufactura oproduc­
ción industrial. «Este proceso surge automáticamente \von selbst]a
partir de la separación de los trabajadores respecto a la tierra yasu
propiedad (aunque sólo sea propiedad de servidumbre) en las con­
diciones de producción» (p. 118). La transformación de la artesanía
urbana enindustria seproduce más tarde, porque requiere un consi­
derable avance de los métodos productivos para poder alcanzar una
producción de fábrica. El manuscrito de Marx, que trata específi­
camente de las formaciones precapitalistas, termina en este punto
exacto. Las fases del desarrollo capitalista no se explican.

IV
Acontinuación hemos de analizar hasta qué punto el posterior pen­
samiento y estudio de Marx y Engels les condujeron a modificar,
amplificar yseguir las ideas generales expresadas enlas Formen.
Este es el caso, sobre todo, en el campo del estudio del comuna-
lismo primitivo. Cierto es que los intereses históricos de Marx tras
lapublicacióndeEl capital (1867) estaban completamente centrados
enestafasedel desarrollo social, paralaqueMaurer, Morganylaex­
tensa literatura rusaque devoró apartir de 1873proporcionaron una
M arx y lasformaciones precapitalistas 171

kasede estudio mucho más sólida delaque había tenidoasualcance


en1857-1858. Aparte de la orientación agraria de su trabajo enEl
capital III, pueden apuntarse dos motivos para esta concentraciónde
intereses. El primero, el desarrollo deun movimientorevolucionario
j-usollevócadavezmás aMarxyaEngels adepositar sus esperanzas
deunarevolucióneuropea enRusia. (Ninguna malainterpretaciónde
Marx resulta más grotesca que aquella que sugiere que él anhelaba
una revolución exclusivamente de los países industriales avanzados
de Occidente.)39Puesto que la posición de la comunidad rural era
tema de desacuerdo teórico fundamental entre los revolucionarios
rusos, que consultaronaMarxal respecto, eranatural paraél investi­
garsobre el tema más profundamente.
Es interesante que, en cierto modo inesperadamente, sus ideas
sefueran decantando hacia las de los narodniks, que creían que la
comunidadrural rusapodía proporcionar labaseparaunatransición
alsocialismosinpreviadesintegración através del desarrollocapita­
lista. Esta idea no se desprende de la línea natural de pensamiento
histórico anterior de Marx, no fue aceptada por los marxistas rusos
(queestaban entre los adversarios de los narodniks en este punto) ni
por los marxistas posteriores, y en cualquier caso sereveló infunda­
da. QuizáladificultadquetuvoMarxpararedactar unajustificación
teórica de la misma40reflejaun cierto sentimiento de incomodidad.
Contrasta sorprendentemente con el lúcido y brillante retorno de
Engels ala principal tradición marxista, yal apoyo de los marxistas
rusos, cuando trata estos mismos temas algunos años después.41Sin
embargo, esto puede conducirnos al segundo motivo de la crecien­
te preocupación de Marx por el comunalismo primitivo: su odio
progresivo y desprecio por la sociedad capitalista. (La idea de que
el Marx ya mayor perdió parte del ardor revolucionario de cuando
erajoven suele ser popular entre los críticos que desean abandonar
lapráctica revolucionaria del marxismo mientras aún conservan el
gustopor suteoría.) Parece probable que Marx, que antes habíavis­
toconbuenos ojos el impacto del capitalismo occidental comofuer­
za inhumana pero históricamente progresista sobre las economías
precapitalistas estancadas, se sintiera cada vez más horrorizado por
estainhumanidad. Sabemos que siempre había admiradolosvalores
17 2 Cómo cambiar el mundo

sociales positivos encarnados, aunque fuera en una forma atrasad


en la comunidad primitiva. Yes cierto que después de 1857-185
tanto enEl capitalIII42como enlos posteriores debates rusos,43hac
hincapié cadavezmás enlaviabilidad delacomunaprimitiva, en¡
capacidad de resistencia ala desintegración histórica eincluso, aiu
que quizá sóloen el contexto de la discusión acerca delos narodnii
en su capacidad de evolucionar hacia una forma superior de ecorn
mía sin destrucción previa.44No daré aquí una explicacióndetalla*
del comentario de Marx acerca de la evoluciónprimitiva engencn
comolaque ofrece Engels enEl origendelafamilia4*ni delacomí
nidad agraria en particular. Sin embargo, son pertinentes aquí d*
observaciones generales sobre esta obra. Primero, la sociedad pr
clase constituye una época histórica propia amplia y compleja, cc
su propia historia yleyes de desarrollo, y sus propias variedades ¡
organización socioeconómica, que ahora Marx tiende a denomin
colectivamente «la Formación arcaica» o «Tipo».46Esta, al parece
incluye las cuatro variantes básicas de comunalismo primitivo, t
como se exponen en las Formen. Probablemente también inclir
el «modo asiático» (que como ya hemos visto es la más primitf
de las formaciones socioeconómicas desarrolladas), ypuede explic
por qué este modo desaparece aparentemente de los tratamienti
sistemáticos que hace Engels de este tema enAnti-Dühringy en .
origendelafamilia.41Es posible queMarxyEngels tuvierantambi*
en mente una especie de fase histórica intermedia de desintegracic
comunal, de la que podrían haber emergido clases dirigentes de d
ferentes tipos.
Segundo, el análisis de la evolución social «arcaica» conciten
en todos los aspectos con el análisis esbozado enlaIdeologíaalema)
ylas Formen. Lo que hace es simplemente elaborarlos, como cuai
do las breves referencias a la crucial importancia de la reprodúcele
(sexual) humanayalafamiliaenlaIdeología48seexpanden, de acue
do conMorgan, aEl origendelafamilia, ocuandoel escueto anális
de la propiedad comunal primitiva es ampliado y modificado (a
luz de eruditos como Kovalevsky, que, dicho sea de paso, él misn
estaba influenciado por Marx), en los estadios de desintegración (
lacomunidad agraria de lasversiones de Zasulich.
M arx y las formaciones precapitalistas 173

Un segundo campo en el que los fundadores del marxismo con­


tinuaron sus estudios especiales fue el del período feudal. Era el fa­
vorito de Engels más que de Marx.49Una parte considerable de su
obra, que trata de los orígenes del feudalismo, sesuperpone alos es­
tudiosdeMarxdelas formas comunales primitivas. Sinembargo, los
intereses de Engels al parecer eran ligeramente diferentes de los de
JVlatx. Probablemente estabamenospreocupadoporlasupervivenciao
desintegraciónde lacomunidad primitiva que por el surgimientoyel
declivedel feudalismo. Suinterés por ladinámica delaagriculturade
vasallaje era más acusado que el de Marx. Los análisis que tenemos
deestos problemas correspondientes alos últimos años de lavida de
Marxestán planteados según la formulación de Engels. Además, el
elementopolíticoymilitar desempeñaunpapel más bienprominen­
teenlaobradeEngels. Por último, se concentró casi exclusivamente
enlaAlemania medieval (con un excursus o dos sobre Irlanda, con
laque tenía lazos personales), yestaba indudablemente mucho más
preocupadoqueMarxconel surgimientodelanacionalidadysufun­
ciónenel desarrollohistórico. Algunas de estas diferencias enel én­
fasissedebensimplemente al hechodeque el análisis deEngels ope­
raaun nivel menos general que el deMarx, locual constituye una de
lasrazones por las que es amenudo más accesibleyestimulante para
aquellos que entablanunprimer contacto conel marxismo. Otras no
loson. Sin embargo, reconociendo que no eran gemelos siameses y
que (como Engels reconocía) Marx era un pensador más brillante,
deberíamos tener cuidado con la moderna tendencia a comparar a
MarxyEngels, generalmente con perjuicio de este último. Cuando
dos hombres colaboran tan estrechamente como lo hicieron Marx
yEngels durante cuarenta años, sin ningún desacuerdo teórico sus­
tancial, es de suponer que ambos sabían lo que había en la mente
del otro. Sinduda, si Marx hubiera escritoAnti-Diihring(publicado
mientras vivía), habría sido diferente, yquizá habría contenido algu­
nas sugerencias nuevas y profundas. Pero no hay razón alguna para
creer que discrepara con su contenido. Esto se aplica también alas
obras que escribió Engels después de la muerte de Marx.
El análisis de Engels del desarrollofeudal (contempladoexclusi­
vamente en términos europeos) trata de cubrir varias de las lagunas
1

174 Cornocambien~el ?nundo

dejadas en el análisis extremadamente global de 1857-185 •g


mer lugar, seestablece una conexiónlógicaentre el declive ¡ ,|0
antiguo y el surgimiento del modo feudal, apesar del hee:
uno fue establecido por invasores bárbaros extranjeros st-m-, -g
nas del otro. En laAntigüedad, laúnicaformaposible de c;v ra
a gran escala era la del latifundio esclavista, pero en un
do momento esto resultó antieconómico y dio lugar nuce.: . a
una agricultura apequeña escalacomo «únicaforma renta•n >-
de]»n Por consiguiente, la agricultura antigua estaba ya . g
camino hacia la medieval. El cultivo a pequeña escala era via
predominante delaagriculturafeudal, siendo«operativamei v :,e~
levante que parte del campesinado fuera libre, yotra debiera ;pa­
cionesalosseñores. El mismotipodeproducciónapequeñae-/ ; por
parte de pequeños propietarios de sus propios medios de prora;...lón
predominaba enlas ciudades.51Aunque éstaera, dadas las circerun­
das, una forma de producción más económica, el atraso ger . de
la vida económica a comienzos de período feudal —el pr ' io
de la autosuficiencia local, que da lugar a la venta o desviar:e; so­
lamente de un pequeño excedente marginal—impuso su. i ra­
ciones. Al mismo tiempo que garantizaba que cualquier ser. r v de
señorío (que estaba necesariamente basado enun sistema de : rcrol
de extensas propiedades o grupos de agricultores) tiene «nc- ... sí­
mente que producir grandes terratenientes dominantes v pequeños
campesinos dependientes», también favorecíala explotación ñ. estas
extensas propiedades bienmediantelos antiguos métodos de cM-tvi-
tud bien mediante la moderna agricultura de vasallaje agrao ..ala,
como quedó demostrado por el fracaso de las «villas» m- •. • 'es
de Carlomagno. La única excepción fueron los monaste.n - que
eran «grupos sociales anormales», puesto que se fundaban ee ence­
libato, y por consiguiente su rendimiento económico sigue - ¡nlo
excepcional.52
Mientras este análisis en cierto modo subestima clara.-..; u: el
papel de la agricultura a gran escala de las heredades i.uv : vi la
Alta Edad Media, es extremadamente agudo, especialmente en su
distinción entre la gran propiedad como unidad social, p •itie.i y
fiscal, ycomo unidad deproducción, yen suénfasis en el pred- ..wio
M arx y lasformaciones precapitalistas x75

delaagricultura campesina en lugar de la agricultura delas grandes


heredades enel feudalismo. Sin embargo, deja en cierto modo enel
aire el origen del villanaje y del señorío feudal. La explicación que
da Engels resulta más social, política y militar que económica. El
campesinado teutónico libre estaba empobrecido por las constantes
cruerras, y (dada la debilidad del poder real) tuvo que situarse bajo
fa proteccióndelanoblezaydel clero."3En el fondo estosedebe ala
incapacidad de establecer una forma de organización social basada
en la realeza para administrar o controlar las inmensas estructu-
ras políticas creadas por sus triunfales conquistas: éstas, por con­
siguiente, comportaron automáticamente el origen de clases y del
Estado.54Esta hipótesis en su simple formulación no es muy satis­
factoria, pero sí es importante la derivación de los orígenes de clase a
partirdelas contradicciones delaestructura social (ynosimplemente
apartir de un determinismo económico primitivo). Sigue la línea
depensamiento de los manuscritos de 1857-1858, por ejemplo, en
esclavitud.
El declive del feudalismo depende, una vez más, del auge de la
artesaníaydel comercio, yde ladivisiónyconflicto entre laciudady
elcampo. En términos de desarrollo agrariosetradujoenunaumen­
todelademandabienes deconsumopor partedelos señores feudales
(yarmas o equipamiento) disponibles solamente mediante la com­
pra.55Hasta ciertopunto, debido al estancamiento delas condiciones
técnicas de la agricultura, sólo podía conseguirse un incremento en
losexcedentes obtenidos delos campesinos extensivamente, es decir,
aportando nuevas tierras para sucultivoyfundando nuevos pueblos.
Pero esto implicaba «un acuerdo amistoso con los colonos, ya fue­
ran siervos u hombres libres». Así pues, ytambién porque la forma
primitiva de señorío no contenía incentivo alguno para intensificar
laexplotación, sinomás bienuna tendencia aque las cargas fijas delos
campesinos se aligerasen con el paso del tiempo —la libertad de
los campesinos aumentó de forma acusada, especialmente después
del siglo xm. (Aquí de nuevo la ignorancia natural de Engels sobre
el desarrollo de la agricultura de mercado de la heredad en la Alta
EdadMedia yla «crisis feudal» del sigloxiv simplifica en demasíay
distorsiona suvisión.)
176
/
Cómo cambiar el mundo

No obstante, a partir del siglo xv prevalece la tendencia con


traria, ylos señores reconvirtieron alos hombres libres al vasallaj
y transformaron las tierras campesinas en haciendas propias. Est
fue debido (por lomenos enAlemania) nosimplemente alacrecieni
demanda de los señores, que apartir de entonces sólopodía cubrir
mediante las crecientes ventas de sus propias haciendas, sino por 1

creciente poder delos príncipes, queprivabaalanoblezadeotras ar


tiguas fuentes de ingresos, como el bandolerismo yotras extorsions
similares.16Por consiguiente, el feudalismo termina con una recupc
racióndelaagriculturaagranescalabasadaenel vasallaje, ylaexprc
piación campesina correspondiente al crecimiento del capitalismo
yderivada de él. «La era capitalista en el campo va precedida de u
período de agricultura agranescala \landwirtschftlichenGrossbetrieb
basada en servicios de mano de obra servil.»
Este retrato del declive del feudalismo no es del todo satisface
rio, aunque marcaunimportante avance enel análisis marxista orig
nal del feudalismo; asaber, el intentodeestablecer, ytener encuent
las dinámicas de la agricultura feudal, yespecialmente las relación
entre señores y campesinos dependientes. Casi con toda segurid;
este análisis se debe a Engels, puesto que es él (en las cartas relat
vas a la redacción de La Marca) quien hace especial hincapié en 1
movimientos de servicios de trabajo, yseñala que antes Marx estal
equivocado en esta cuestión.67Introduce (basándose ampliamen
en Maurer) una línea de análisis en la historia agraria medieval qi
desde entonces se ha revelado excepcionalmente fructífera. Por ot
lado, cabe señalar que este campo deestudioparece ser marginal re
pecto a los principales intereses de Marx yEngels. Las obras en 1
que Engels trata de este problema son breves ysuperficiales corríp
radas con aquellas en las que trata del origen de la sociedad feudal
El razonamiento no está en absoluto desarrollado. No seda ningu
explicación adecuada odirecta de por qué la agricultura agran esc
la, que era antieconómica a comienzos de la Edad Media, volvió
ser económica basándose en la servidumbre (uotro elemento) en
época final. Lo que más sorprende (teniendo en cuenta el profun*
interés de Engels por los avances tecnológicos de la transición de
antigüedad ala Edad Media, documentados por la arqueología)16
M arx y lasformaciones precapitalistas 177

que no se debaten los cambios tecnológicos en la agricultura, yhay


otros muchos cabos sueltos. Ni siquiera se intenta aplicar el análisis
fueradelaEuropa Occidental yCentral, aexcepcióndeuna observa­
ciónharto sugerente acerca de la existencia de la comunidad agraria
primitiva bajo la forma de villanaje directo e indirecto (Hórigkeit),
comoen Rusia eIrlanda,60yuna observación—que parece encierto
modo un adelanto de la posterior discusión en La Marca—de que
enlaEuropa Oriental el segundo proceso devasallaje de los campe­
sinos fue debido al auge de un mercado de exportación deproductos
agrícolas ycreció enproporción a éste.61En conjunto no parece que
Engels tuviera intención alguna de alterar el cuadro general de la
transicióndel feudalismo al capitalismoque él yMarxhabíanformu­
ladomuchos años antes.
En los últimos años de Marx y Engels no se produce ninguna
otraincursión importante en la historia de «las formas que preceden
alacapitalista», aunque sí sellevó acaboun significativo trabajo so­
bre el período que abarca desde el siglo xvi, especialmente sobre la
historiacontemporánea. Por lotanto, sóloqueda debatir brevemente
dos aspectos de suposterior pensamiento acerca del problema de las
fases del desarrollo social. ¿Hasta qué punto mantuvieron lalista de
formaciones tal como se presenta en el prefacio de la Crítica dela
economíapolítica? ¿Qué otros factores generales sobre el desarrollo
socioeconómico tuvieron en cuenta oreconsideraron?
Como hemos visto, en sus últimos años Marx y Engels tenían
tendencia a distinguir o conjeturar subvariedades, subfases y formas
transicionales enel senode sus clasificaciones sociales más amplias, y
especialmente enel seno de lasociedadde preciases. Pero no sepro­
ducenimportantes cambios enlalista general de formaciones, a me­
nosdequeincluyamos lacasi formal transferenciadel «modoasiático»
al«tipoarcaico»desociedad. Nohay, porlomenosporparte deMarx,
inclinaciónalgunapor abandonar el modo asiático (ni siquieralaten­
dencia de rehabilitar el modo «eslavo»), y sí un deliberado rechazo a
reclasificarlo como feudal. Argumentando la opinión de Kovalevsky
deque tres de los cuatrocriterios principales del feudalismogermáni-
co-romanopodíanencontrarse enlaIndia, quepor consiguientehabía
deconsiderarsefeudal, Marxseñalaque«Kovalevskyolvidaentreotras
i 78 Cómo cambiar el mundo

cosas el vasallaje, que en la India no es de sustancial importanvi;


(Además, en cuanto alpapel individual de los señores feudales com
protectores no sólo de los campesinos no libres sino de los libres .
en la India no es importante a excepción del wakuf(tierras destín,;
das a propósitos religiosos). Tampoco encontramos aquella «poes
de latierra» tan característica del feudalismo romano-germánico ó:
Maurer) enlaIndia, no más que enRoma. En laIndia, latierra noi
nobleenningúnlugar enel sentidodeque es, por ejemplo, inalienab
a los que no pertenecen a la clase noble (plebeyos)».62Engels, na
interesado en las posibles combinaciones de señorío y sustrato de .
comunidad primitiva, parece menos categórico, aunque excluye cor
cretamente a Oriente del feudalismo63y, comohemos visto, no hac
ningún intento por extender su análisis del feudalismo agrario m;
allá de Europa. No hay nada que indique que Marx y Engels cons.
derasen que la especial combinación de feudalismo agrario y ciuda
medieval nofuese más que unapeculiaridad deEuropa.
Por otrolado, durante estos años posteriores, unbuennúmero<;
fragmentos de sus escritos sugieren una interesante elaboración di
concepto de relaciones sociales de producción. También aquí parce
que Engels tomó la iniciativa. Así pues, en relación con el vasalla
escribe (aMarx, 22-12-1882, posiblemente araíz de una sugerenc:
deMarx): «Sin duda el vasallajeyel villanaje no sonformas específ
camente medievales-feudales, se producen en todos los lugares oe
casi todos los lugares enquelos conquistadores hanobligadoalape
blación nativa acultivar la tierra para ellos». Ysigue, sobre el trabaj
asalariado: «Los primeros capitalistas yaseencontraron conel trabí
jo asalariado como forma. Pero setrataba dealgo secundario, excej:
cional o provisional, como algo transitorio».64Esta distinción enti
modos de producción caracterizada por determinadas relaciones,
las «formas» de estas relaciones que pueden existir en una gran v¿
riedaddeperíodos ocontextos socioeconómicos, estáyaimplícita e
los inicios del pensamiento marxiano. Aveces, comoenel debate di
dinero ylas actividades mercantiles, es explícita. Tiene considerabl
importancia, porque no sólo nos ayuda a descartar argumentadora
primitivas comolas que nieganlanovedaddel capitalismoporque k
comerciantesyaexistíanenel antiguo Egipto, oporque lasheredadí
M arx y lasformaciones precapitalistas 179

medievalespagabancondinero el trabajoderecolección, sinoporque


dirige la atención hacia el hecho de que las relaciones sociales bási-
cas, que sonnecesariamente limitadas ennúmero, son«inventadas»y
«reinventadas»por los hombres ennumerosas ocasiones, yque todos
josmodos monetarios de producción (excepto quizá el capitalismo)
sonconjuntos constituidos por todo tipo de combinaciones de éstos.

V
por último, merece la pena examinar brevemente la discusión en­
tremarxistas sobre la principal formación socioeconómica desde la
muerte de Marx y Engels. En muchos aspectos ha resultado insa­
tisfactoria, aunque tiene laventaja de que en ningún momento con­
sidera que los textos de Marx y Engels encierren la verdad última.
Dehecho, han sido ampliamente revisados. Sin embargo, el proceso
deesta revisión extrañamente no ha sido sistemático ni planificado,
el nivel teórico de gran parte del debate ha sido decepcionante, y el
tema, engeneral, ha quedado confuso más que clarificado.
Hay que señalar dos tendencias. La primera, que entraña una
considerablesimplificacióndel pensamientodeMarxyEngels, redu­
celasprincipales formaciones socioeconómicas auna simple escalera
por la que todas las sociedades humanas trepan peldaño a peldaño,
peroadiferentes velocidades, de manera que todas lleganalacima.66
Estotiene algunas ventajas desde el punto de vista de la políticayla
diplomacia, porque eliminaladistinciónentrelas sociedades quehan
mostradouna mayor tendencia intrínseca aun rápido desarrollo his­
tórico en el pasado, ylas que menos, yporque impide que determi­
nados países insistan en que son excepciones alas leyes históricas,66
perono tiene ventajas científicas evidentes, yse opone alas ideas de
Marx. Además, desde el punto de vista político es totalmente inne­
cesario, puesto que, seancuales fueren las diferencias enel desarrollo
histórico del pasado, el marxismo siempre ha sostenido con firmeza
laidea deque todos los pueblos, de cualquier razaopasadohistórico,
sonigualmente capaces detodos loslogros delacivilizaciónmoderna
unavezlibres para alcanzarlos.
i8o Cómo cambiar el mundo

La aproximación unilineal conduce también a la búsque;, de


«leyes fundamentales» de cadaformación, que expliquen supaso aig
siguiente forma superior. Estos mecanismos generales fueron ya en­
geridos por .MarxyEngels (especialmente enEl origendelafamilia)
para el paso del estadio comunal primitivo universal ala sociedad <I£
clases y para el considerablemente distinto desarrollo del capivhs-
mo. Recientemente se han iievado a cabo una serie de intento;- parí
descubrir análogas «leyes generales» del feudalismo67e inclusr de!
estadio del esclavismo.68Dichas leyes, por consenso general, ;; cr
convincentes, einclusolas fórmulas propuestas mediante acuerdo nc
parecen ser más que definiciones. Esta incapacidad de descubrir de­
yesfundamentales»generalmente aceptables aplicables al feudal!smc
yalasociedad esclavista no es de por sí insignificante.
La segunda tendencia se desprende en parte de la primera, perc
está también en parte en conflicto con ella. Ha conducido auna re­
visión formal de la lista de formaciones socioeconómicas de Marx,
omitiendo el «modo asiático», limitando el alcance del «antvru>».
pero al mismo tiempo extendiendo el «feudal». La omisión de!
«modo asiático»seprodujo, entérminos generales, entre finales de ir
década de 1920yfinales de lade 1930: yanosemenciona enEl ma­
terialismodialécticoy elmaterialismohistóricode Stalin (1938), aunque
continuósiendousadopor algunosmuchomás tarde, principalmente
por los marxistas anglófonos.69PuestoqueparaMarxlacaracterísticr
era la resistencia ala evolución histórica, sueliminación produce ur
esquema más simple que seprestamás fácilmente ainterpretaciones
universalesyunilineales. Pero eliminatambiénel error de considenu
esencialmente «inmutables» oahistóricas alas sociedades orientales,
Se ha señalado que «lo que el propio Marx dijo acerca de la Indis
no se puede tomar tal cual», aunque también que «la base teórica
(delahistoria delaIndia) sigue siendomarxista».70Larestricciónde!
modo «antiguo»no ha planteado importantes problemas políticos n¡
suscitado (al parecer) debates. Simplemente sedebe alaincapacidac
de los emditos de descubrir una fase esclavista en todas partes, yde
encontrar el modelo, más bien simple de la economía esclavista que
sehabíahechohabitual (muchomás simpleque el deMarx), adecua­
doinclusoparalas sociedades clásicas delaAntigüedad.71La ciencit
M arx y lasformaciones precapitalistas 181

goviética oficial ya no está comprometida con un estadio universal


Je sociedadesclavista.72
El «feudalismo» ha extendido su alcance en parte para llenar el
vacío dejado por estos cambios —ninguna de las sociedades afecta­
das podría ser reclasificada de capitalista ni de comunal-primitiva
ni de «arcaica» (como bien recordamos que Marx y Engels tendían
ahacer)—y en parte a expensas de sociedades hasta ahora clasifi­
cadas de primitivas comunales, y no de estadios tempranos de de­
sarrollo capitalista. Hoy en día está claro que la diferenciación de
clases enalgunas sociedades anteriormente llamadas libremente «tri­
bales» (por ejemplo, en muchos lugares de Africa) había progresado
considerablemente. En el otro extremo de la escala del tiempo, la
tendencia a clasificar de «feudales» a todas las sociedades hasta que
se produjo una «revolución burguesa» formal hizo ciertos avances,
especialmente en Gran Bretaña.73Pero el «feudalismo» no ha evo­
lucionado simplemente como una categoría residual. Desde las más
tempranas épocas posmarxistas se han llevado a cabo intentos de
ver una especie de feudalismo primitivo oprotofeudalismo como la
primera forma general —aunque no necesariamente universal—de
sociedad de clases surgiendo de la desintegración del comunalismo
primitivo.74(Evidentemente, esta transición directa del comunalis­
moprimitivo al feudalismo la proporcionan Marx y Engels.) Se ha
planteado que apartir de este protofeudalismo han evolucionadolas
distintas formaciones, inclusive el feudalismo desarrollado del tipo
europeo (yjaponés). Por otro lado, siempre hay que contar con una
vuelta al feudalismo a partir de formaciones que, aunquepotencial-
mentemenos progresistas, son enrealidad mucho más desarrolladas,
como el retorno desde el imperio romano alos reinos teutónicos tri­
bales. Owen Lattimore llega al extremo de «sugerir que pensamos,
experimentalmente, en términos de feudalismo evolutivo y reinci­
dente (oinvolutivo)», ytambién nos pide que tengamos encuentala
posibilidad de la feudalización temporal de sociedades tribales que
interaccionan con otras más desarrolladas.7i
El resultado neto de todas estas distintas tendencias ha sido el de
extender una ampliacategoría de «feudalismo»queenglobacontinen­
tesymilenios, yabarca desde, digamos, los emiratos del norte deNi­
182 Cómo cambiar el mundo

geriahastaFranciaen1788, desdelastendenciasvisiblesenlasociedad
aztecaenvísperas delaconquistaespañolahastalaRusiazaristadel si­
gloxix. En efecto, esposibleque todoellopueda englobarsebajoests
clasificación general, y que tenga valor analítico. Al mismo tiempo,
es evidente que sin numerosas subclasificaciones yel análisis de sub­
tiposyfaseshistóricas, el conceptogeneral correpeligrodeconvertirse
en algo demasiado rígido. Se han llevado a cabo diversas subclasi-
ficaciones, por ejemplo, «semifeudal», pero hasta el momento h
clarificaciónmarxistadefeudalismonohaprogresadoadecuadamente,
La combinación de las dos tendencias aquí señaladas ha dadc
lugar auna o dos dificultades imprevistas. Por lo tanto, el deseo de
querer clasificar a toda sociedad o período estrictamente en una i
otra de las casilla aceptadas ha provocado disputas de demarcación,
como es natural cuando insistimos en ajustar conceptos dinámicos
a conceptos estáticos. Ha habido gran polémica en China acerca de
la fecha de transición de la esclavitud al feudalismo, puesto que «b
lucha fue de naturaleza muyprolongada extendiéndose alolargo de
varios siglos... Diferentes modos de vida sociales y económicos
coexistieronenel vastoterritorio de China»/6En Occidente unadifi­
cultadsimilar hallevadoadebates acercadel carácter delos siglosxi\
al x v i i i .77 Estas polémicas tienen por lo menos el mérito de suscitai
problemas como el delamezclaycoexistenciadediferentes «formas»
de relaciones sociales de producción, a pesar de que el interés poi
éstos no seatan acusado como el de otros debates marxistas.78
Sin embargo, recientemente, y en parte bajo el estímulo de las
Formen, el debate marxista muestra una positiva tendencia a resur­
gir, y a cuestionar varias de las opiniones aceptadas a lo largo de la¡
últimas décadas. Este resurgimiento parece haber comenzado inde­
pendientemente en una serie de países, socialistas y no socialistas
Unrecienteestudioenumeracontribuciones deFrancia, laRepúblia
Democrática Alemana, Hungría, Gran Bretaña, la India, Japón )
Egipto.79Estas contribuciones tratan enparte de problemas genera­
les de periodización histórica, tal como se argumentan en el debatí
deMarxismToday, 1962; enparte delos problemas de determinadas
formaciones socioeconómicas precapitalistas; en parte de la contro­
vertidayahora reabierta cuestión del «modo asiático».80
M arx y lasformaciones precapitalistas 183

Todo ellomuestra los intentos por escapar alos acontecimientos


históricos del movimiento marxista internacional de la generación
Je antes de mediados de la década de 1950, que tuvo un efecto in­
cuestionablemente negativo en el nivel del debate marxista en este
y en otros muchos campos. La aproximación original de Marx al
problema de la evolución histórica se ha simplificado y modifica­
doen muchos aspectos, y recordatorios de la naturaleza profunda y
compleja de sus métodos como es lapublicación de las Formennose
hanutilizadoparacorregir estas tendencias. Lalistaoriginal deMarx
de las formaciones socioeconómicas ha sido alterada, pero todavía
no se facilitado ningún sustituto satisfactorio. Se han descubierto y
completado algunas de las lagunas de la brillante pero incompleta
yprovisional argumentación de MarxyEngels, pero seha consenti­
doque algunas de las partes más fructíferas del análisis de ambos se
hundieran enla oscuridad.
Razónmás que suficienteparaque seemprenda hoylaaltamente
necesaria clarificación de lavisión marxista de la evolución histórica,
yespecialmente de los principales estadios de desarrollo. Un minu­
ciosoestudio delasFormen—que no significalaaceptaciónautomá­
ticade todas las conclusiones deMarx—sólopuede contribuir aesta
tarea, yde hecho es una parte indispensable de lamisma.
8
Las vicisitudes delas obras
deMarxyEngels

Las obras de Marx y Engels ha adquirido el estatus de «clásicas»


enlos partidos socialistas y comunistas que se inspiran en ellas, in­
cluyendo, desde 1917, un creciente número de Estados en los que
constituyen la base de la ideología oficial, o incluso de un equiva­
lente laico de teología. Desde la muerte de Engels, una gran parte
delaargumentación marxista—probablemente lamayor parte—ha
adoptadolaforma de exégesis, especulación einterpretación textual,
ode debates acercadelaaceptabilidad, oconveniencia delarevisión,
delas opiniones deMarxyEngels contenidas enlos textos de sus es­
critos. Sin embargo, estos libros, enunprincipio, noformabanparte
deuncorpus completopublicado de las obras de los dos clásicos. De
hecho, no se llevó a cabo ningún intento por publicar una edición
completa de su obra antes de la década de 1920, cuando se inició
lacélebre Gesamtausgabe(conocida generalmente como MEGA) en
Moscúbajoladireccióneditorial deDavidRyazanov. Quedóincom­
pletaenel original alemán, aunque laobraprosiguióenruso, pero en
unaformamenos completadeloque enunprincipiosepretendió. Al
mismotiempo hubo, en otros lugares, especialmente en Franciapor
partedeAlfredCostes (.Editeur), intentos independientes depublicar
i86 Cómo cambiar el mundo

una ediciónpretendidamente completa. Una edición amplia


absoluto completa de las obras de Marxy Engels (conocida a da
generalmente como Werke) se publicó en la República Déme ó,i
Alemana apartir de 1956, yproporcionólabaseparavarias edkvmes
similares enotras lenguas. La más ambiciosa (ymás amplia) el, M
fue CollectedWorks {Obras escogidas) de Marx yEngels publl n
cincuentavolúmenes enlengua inglesa desde 1975 hasta 2004
Tras una larga preparación, empezó la publicación en L ce
una nueva Gesamtausgabe (conocida como la nueva MEO j.;
los auspicios de los Institutos de Marxismo-Leninismo de la <.; KS
y de la República Democrática Alemana. El fin de estos dos b¿fa­
dos transformó dicha publicación de un estilo ideológico a un estilo
académico: transfirió la responsabilidad general de la misma a una
fundación, la Internationale Marx-Engels Stiflung, en el Instituto
Internacional de Historia Social de Ámsterdam, que desde 1433
conserva los auténticos archivos deMarxyEngels; yel trabajo prác­
tico del proyecto fue trasladado alaAcademia de Ciencias de BMín
y Brandemburgo y a centros de investigación de diversos países. El
proyecto estaba previsto para más de 120 volúmenes, casi sin duda
una estimación insuficiente puesto que había de incluir extractes de
lecturas, borradores ynotas al margen. Acomienzos del nuevo siglo
sehabíanpublicadoyacincuentaycuatrovolúmenes. Seesperacom­
pletar lapublicación en2030.
Por consiguiente, durante la mayor parte de la historia del mar­
xismo, el debate seha centrado en una variadaselección de las obras
deMarxyEngels. Para comprender estahistoriaserequiereunbreve
y necesariamente somero examen de las vicisitudes de dichas obras.
Si omitimos una gran colección de obra periodística, principal­
mente de las décadas de 1840 y 1850, el conjunto real de escritos
publicados por Marx y Engels en vida de Marx era relativamen­
te modesto. Antes de la revolución de 1848 incluía, grosso modo,
varios ensayos importantes de Marx (y en menor medida los de
Engels) antes del inicio de su colaboración sistemática (por ejem­
plo, en el Deulsch-Franzosisc.beJahrbücher); La situación de la clase
obreraenInglaterra de Engels (1845), La sagradafamilia de Marx y
Engels (1845), lapolémica de MarxconProudhonLapobrezadelaf i
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels 187

losofía (1847), Manifiesto comunista (1848) y algunas conferencias


yartículos de finales de la década de 1840. Excepto el Manifiesto,
ninguna de ellas se reeditó en vida de Marx en formato accesible
al amplio público. Tras la derrota de 1848-1849 Marx publicó los
ahora célebres análisis de la revoluciónysus repercusiones en revis­
tas de emigrados de circulación restringida, es decir, las obras hoy
conocidas como Las luchas de clases en Francia y —bajo este título
original—El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Esta última
obra fue reeditada en 1869. El trabajo de Engels acerca de la Gue­
rracampesina alemana (1850), que también apareció en la prensa
emigrada —a diferencia de los artículos conocidos en la actualidad
como Revolucióny contrarrevolución en Alemania, que aparecieron
bajoel nombre de Marx en el NewYork Tribune—fue también ree­
ditado en vida de Marx. Las obras de Marx publicadas a partir de
entonces, prescindiendo del periodismo corriente ydelas polémicas
políticas, están prácticamente confinadas a la Críticadelaeconomía
política (1859), ampliamente reeditada; El capital (vol. 1, 1867), a
cuyahistoria haremos breve referencia; y una serie de obras escritas
paralaAsociaciónInternacional de Trabajadores, entre las que des­
tacanel Discursoinaugural (1864) yLaguerracivilenFrancia(1871)
por ser las más famosas. Esta última se reeditó en varias ocasiones.
Engels publicó diversos panfletos, principalmente sobre cuestiones
político-militares, pero en la década de 1870 empezó, con su Herr
Eugen Dührings Umwálzungder Wissenschaft (1878, Anti-Dühring),
laserie de escritos através de los cuales el movimiento socialista in­
ternacional se familiarizaría con el pensamiento de Marx en otras
cuestiones distintas de la economía política. No obstante, éstas per­
tenecen al período posterior ala muerte de Marx.
En, aproximadamente, 1875, el corpus de las obras de Marx
yEngels conocido y disponible era, pues, exiguo, puesto que gran
parte de los primeros escritos hacía tiempo que estaban agotados.
Consistía básicamente en el Manifiesto comunista, que empezó a
conocerse mejor a partir de comienzos de la década de 1870 (en
1871-1873 aparecieron por lo menos nueve ediciones en seis idio­
mas, tantas como en los veintidós años anteriores); El capital, que
fuetraducido al rusoyal francés; yLaguerracivilenFrancia, que dio
i88 Cómo cambiar el mundo

a Marx una buena dosis de publicidad. Sin embargo, entre •Hy


1875 podemos decir que por primera vez había uncorpus de .!bra
de Marx disponible.
El período entre la muerte de Marx y la de Engels íc ;fi-
go de una doble transformación. En primer lugar, el Ínter.:, ' la
obra de MarxyEngels se aceleró con el auge del movimier = ba­
lista internacional. En estos doce años, según Andréas, apar ron
hasta setenta y cinco ediciones del Manifiesto comunista ec ;ce
idiomas.1Cabe destacar que las ediciones en las lenguas cid ¡io
zarista superaron en número a las publicadas en el original ai-.-mán.
En segundo lugar, un extenso corpus de la obra de los clám se
publicaba ahora sistemáticamente en lengua original, princip, en­
te por parte de Engels. Esta incluía (a) reimpresiones (genera;merite
con nuevas introducciones) de obras que hacía tiempo que amaban
agotadas ycuyapermanente importancia quería así destacar Ei-.gels;
(b) nueva publicación de trabajos que habían quedado sin publicar
o incompletos por parte de Marx; y (c) nuevos escritos ríe l’ mis,
incorporando aveces textos importantes deMarxqueno habían :ido
publicados como las Tesis sobre Feuerbach, en las que tra, a de
ofrecer un retrato coherente y equilibrado de la doctrina mmaúna.
Así pues, bajo(a) Engelsvolvióapublicar comopanfletolosartículos
deMarx sobre Trabajoasalariadoy capital(1847-1884), Lapobrezade
lafilosofía (1847-1885), El dieciocho de Brumario (1885), La yuerra
civil en Francia (1891), y finalmente (1895) Las luchas de clases en
Francia, así comosupropiaLasituacióndelaclaseobrerayreimpresiones
dediversos escritos suyos deladécadade 1870. Las principales obras
que salieron a la luz bajo (b) fueron el segundo y el tercer volumen
deEl capitalyla CríticadelprogramadeGotha(1891). Las principales
obras del apartado (c) fueron, además del Anti-Dühring e incluso
Delsocialismoutópicoalsocialismocientífico, publicado con mayor fre­
cuenciay adaptado de una obra más extensa, El origendelafamilia,
lapropiedadprivaday elEstado(1884) yLudwigFeuerbach(1888), así
como numerosas contribuciones al debate político general. Dichas
obras nofueronpublicadas engrandes ediciones, quizáconla excep­
ción de Del socialismo utópico al socialismo científico. No obstante, a
partir de entonces estuvieronpermanentemente disponibles. Consti­
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels 189

tuyenel grueso deloque Engels consideraba el corpus de sus obras y


delasdeMarx, aunque, si hubieravivido, esposible quehubiera aña­
dido algunos textos más, por ejemplo, Teoríassobrelaplusvalía, que
finalmente apareció bajo la dirección editorial de Kautsky, y una
versiónrevisada de Guerracampesina, que él mismo deseabalanzar.
Con algunas excepciones, como libros publicados originalmente
eninglés (algunos reeditados por Eleanor Marx poco después de la
muerte de Engels), éste era el material adisposición del movimien­
tomarxista internacional a finales del siglo xix, y también para las
traducciones extranjeras. Consistía en una selección, y hasta cierto
punto una compilación, realizada por Engels. Por consiguiente, El
capital nos ha llegado no como Marx pretendía, sino como Engels
pensóque aquél hubiera querido. Los tres últimos volúmenes, como
esbiensabido, fueronreunidos por Engels —ymás tarde por Kauts­
ky—apartir de los borradores incompletos de Marx. Sin embargo,
el primer volumen es también un texto finalizado por Engels, no
por Marx, ya que la versión estándar fue modificada por Engels de
acuerdo con la última (segunda) edición revisada por Marx, con los
cambios realizados por Marxpara la edición francesa de 1872-1875,
con algunas notas manuscritas y algunas consideraciones técnicas
menores. (Efectivamente, la segunda edición de Marx de 1872 in­
cluíauna nuevaysustancial redacción de algunas secciones delapri­
mera edición de 1867.) Este era entonces el corpus principal de los
textos clásicos enlos que sehabríabasadoel marxismodela Segunda
Internacional si muchos de sus teóricos ylíderes, especialmente en
Alemania, no hubieran tenido contacto directo personal con el En­
gels de los últimos años, tanto a través de conversaciones como de
una nutrida correspondencia que no se publicó hasta después de la
primeraguerramundial. Hayque subrayar quesí erauncorpus dees­
critos teóricos «acabado», yasí loveía Engels, cuyos propios escritos
intentaban cubrir las lagunas dejadas por Marx yactualizar publica­
ciones anteriores. Así pues, el objetivo de sus trabajos editoriales en
Elcapitalno era(comoes natural) reconstruir el flujoydesarrollodel
pensamiento económico de Marx, todavía en curso en el momento
de su muerte. Semejante reconstrucción histórica de la génesis y
el desarrollo de El capital (incluyendo los cambios entre ediciones
19 0 Cómo cambiar el mundo

del volumen publicado) tan sólo se emprendió con rigor desp. de


la segunda guerra mundial, yni siquiera hoy está completa, ív ex­ 1

pósito de Engels eraredactar un texto «final»de la obra capita; . •v.;


amigo, cuyos primeros borradores serían superfluos.
Su propio y breve compendio del marxismo, y especialm el
exitoso libro Del socialismo utópicoal socialismocientífico, prei un
hacer accesible el contenido de este corpus de teoría alos mu ;¡s
de los nuevos partidos socialistas de masas. Yen efecto, dumnf .-stc
período buena parte de la atención de los teóricos yde los b. i le
los movimientos socialistas estabaenfrascadaenlacomposición ;u- es­
tos compendios populares de la doctrina de Marx. Así pues, Ewüle
en Francia, Cafiero en Italia yAveling en Gran Bretaña publicaron
sus Doctrinas económicasdeKarlMarx. Estas no son más que algunas
de las obras de este tipo. De hecho, el principal esfuerzo educativoy
propagandísticode los nuevos movimientos socialistas parece haber­
seconcentrado enlaproducciónydifusiónde obras de este tipo, más
que enlas de los propios MarxyEngels. En Alemania, por "í<- -. oío,
el promedio de copias impresas por edición del Manifiesto comunista
antes de 1905 era tan sólo de 2.000 o como mucho 3.000 , oras,
aunque a partir de entonces el tamaño de la tirada aumentó í datos
obtenidos del Parteitagedel SPD). Para establecer una comparación,
La revoluciónsocial de Kautsky (I parte) se imprimió en una edición
de 7.000 copias en 1903 yde 21.500 en 1905, Christenthumuncí So-
zialismus de Bebel había vendido 37.000 copias entre 1898 y 1902.
seguida de otra edición de 20.000 en 1903, yel ProgramaErfurt del
partido (1891) serepartió en 120.000 copias.
Esto no significa que los socialistas con inclinaciones teóricas nc
leyeran el corpus de obras clásicas ahora disponible. Sin duda se tra­
dujorápidamente adistintas lenguas. Así pues, en Italia, un país cor
un interés inusualmente acusado por el marxismo entre los intelec­
tuales de la década de 1890, prácticamente todo el corpus seleccio­
nado por Engels estaba disponible en 1900 (a excepción de los últi­
mos volúmenes deEl capital) ylos Scritti deMarx, Engels y Lassall
editados por Ciccotti (desde 1899) incluían también otras mucha
obras.2Hasta mediados de la década de 1930muypoco se añadió ei
lengua inglesa al corpus de las obras clásicas que se habían traducid'
190 Cómo cambiar el mundo

del volumen publicado) tan sólo se emprendió con rigor c óe


la segunda guerra mundial, y ni siquiera hoy está completa .
pósito de Engels eraredactar un texto«final»delaobracapa.' hu
amigo, cuyos primeros borradores seríansuperítaos.
Su propio ybreve compendio del marxismo, yespecia e!
exitoso libro Del socialismo utópico al socialismocientífico,
1

hacer accesible el contenido de este corpus de teoría alos m. í,s


de los nuevos partidos socialistas de masas. Yen efecto, dir. ' ec
período buena parte de la atención de los teóricos yde los . ie
los movimientos socialistas estabaenfrascadaenlacomposición r
tos compendios populares de la doctrina de Marx. Así pues, ?• -elle
en Francia, Cañero en Italia yAveling en Gran Bretaña pié- .. -on
sus DoctrinaseconómicasdeKarlMarx. Estas no sonmás que -imñas
de las obras de este tipo. De hecho, el principal esfuerzo educativoy
propagandísticode los nuevos movimientos socialistas parece h:i'-ir­
seconcentradoenlaproducciónydifusióndeobras de este rin -más
que enlas delos propios MarxyEngels. En Alemania, pe*- ’ A,
el promedio de copias impresas por edición del Manifiesto con::-lista
antes de 1905 era tan sólo de 2.000 o como mucho 3.000 , , •as,
aunque a partir de entonces el tamaño de la tirada aumente’. Gafos
obtenidos del Parteitagedel SPD). Para establecer una compar vún,
La revoluciónsocialde Kautsky (I parte) se imprimió enuna edición
de 7.000 copias en 1903 yde 21.500 en 1905, ChristenthumunclSo-
zialismus de Bebel había vendido 37.000 copias entre 1898 y i902,
seguida de otra edición de 20.000 en 1903, yel ProgramaEríun del
partido (1891) serepartió en 120.000 copias.
Esto no significaque los socialistas coninclinaciones teóricas no
leyeran el corpus de obras clásicas ahora disponible. Sinduda se tra­
dujorápidamente adistintas lenguas. Así pues, enItalia, un p.us con
un interés inusualmente acusado por el marxismo entre los intelec­
tuales de la década de 1890, prácticamente todo el corpus seleccio­
nado por Engels estaba disponible en 1900 (a excepción de fes últi­
mos volúmenes deEl capital) ylos Scritti deMarx, Engels y1-assalle
editados por Ciccotti (desde 1899) incluían también otras ¡mechas
obras.2Hasta mediados de la década de 1930muypocoseañadióen
lengua inglesa al corpus de las obras clásicas que sehabían traducido
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels 191

eI11913, aunque a menudo mal, principalmente por la editorial de


Charles H. Kerr, en Chicago.
Naturalmente, habíauna enérgicademanda del restodeescritosde
]Vlarxy de Engels entre aquellos que tenían intereses teóricos, es
decir, entre los intelectuales del centro y el este de Europa, y enparte
también en Italia, donde el marxismo ejercía un gran atractivo. El
Partido Socialdemócrata Alemán, que tenía en suhaber el Nachlass*
literario de los fundadores, no hizo amago alguno de publicar sus
obras completas, y de hecho debió de considerar inoportuno publicar o
reeditar algunas desus observaciones más ofensivasycarentes detac­
to, así como escritos políticos de interés puramente temporal. No
obstante, los estudiosos marxistas, especialmente Kautsky y Franz
Mehring en Alemania y D. Ryazanov en Rusia, emprendieron la
publicaciónde un cuerpo de los escritospublicadosdeMarxyEngels
más completo sin duda de lo que Engels había considerado inme­
diatamente necesario. Así pues, lapublicación de Mehring, Aus dem
literarischenNachlass vonMarx undEngels, reeditó escritos de la dé­
cada de 1840, mientras que Ryazanovpublicaba obras entre 1852 y
1862envarios volúmenes.
Antes de 1914por lomenos uno delos avances más importantes
encuantoal material inéditoselogróconlapublicacióndelacorrespon­
denciaentreMarxyEngels en 1913. Kautskyyahabía idopublican­
dodevezen cuando material manuscrito seleccionado enNeueZeit,
larevista teórica del SPD, en especial (en 1902) las cartas de Marx
alDr. Kugelmann y (en 1903-1904) unos pocos fragmentos de lo
que hoy se conoce con el nombre de Grundrisse, tales como la in­
completaintroducción ala Críticadelaeconomíapolítica. Tambiénse
publicaron de vez en cuando ylocalmente, aunque en aquella época
setraducíanmuypoco aotras lenguas, escritos de MarxyEngels di­
rigidos acorresponsales de determinados países, opublicados enlos
idiomas de dichos países, oque hacían especial referencia aéstos. La
disponibilidadde las obras clásicas en 1914está quizámejor referen-
ciada en la bibliografía adjuntada por Lenin a su artículo enciclopé­
dicosobre Karl Marx, escrito en aquel mismo añoyfrecuentemente
* Legado, herencia. (N. de la t .)
192 Cómo cambiar el mundo

reeditado bajo el título deEnseñanzas deKarlMarx. Si los ma.5vistas


rusos, los estudiosos más asiduos de las obras clásicas, desconocían
untextodeMarxyEngels, entonces hayquesuponer queverdadera­
mente no estaba al alcance del movimiento internacional.

II
La revolución rusa transformó lapublicaciónypopularización :: las
obras clásicas de diversas maneras. En primer lugar, trasladó el cen­
trode erudicióntextual marxianaaunageneracióndeeditores queya
nohabían tenido contactopersonal conMarxni conel viejoEngels;
hombres comoBernstein, KautskyyMehring. Por consiguiente, este
nuevogrupoyanoestabadirectamente influidoni por el criterioper­
sonal de Engels sobre las obras clásicas ni por las cuestiones de tacto
yconveniencia—tanto enrelaciónconpersonas comoenrelacióncon
lapolítica contemporánea—que tan manifiestamente habían influi­
doenlos albaceasliterarios inmediatos deMarxydeEngels. El hecho
de que el principal centro de publicación marxiana fuera ahora el
movimiento comunista agravó esta fractura, porque los editores co­
munistas (especialmentelos rusos) tendían, avecesconbastante tino,
a interpretar las omisiones y modificaciones de los primeros textos
por parte de la socialdemocracia alemana como «distorsiones» opor­
tunistas. En segundo lugar, yen parte por este motivo, el objetivo
delos marxistasbolcheviques (queahoracontabanconlosrecursos del
Estado soviético) era lapublicación del cuerpo enterode obras clási­
cas, es decir, una Gesamtausgabe.
Estoprovocóuna seriedeproblemas técnicos, delos quehayque
mencionar dos. Los escritos de Marxyenmenor medida los de En­
gels abarcabandesde obras acabadaspublicadas condistintogradode
esmero, pasandopor borradores condistintos grados deprovisionali-
dadyfaltade compleción, hasta meras anotaciones delecturaynotas
al margen. No era fácil trazar la línea divisoria entre «obras» y no­
tas preliminares yborradores. El recién constituido Instituto Marx-
Engels, bajola dirección de aquel formidable estudioso deMarx, D.
Ryazanov, excluyóalgunos escritos delas auténticas «obras», aunque
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels 193

selanzó aeditarlos enunapublicaciónperiódica misceláneaparalela,


j fdlarx-EngelsArchiv. Tampoco se incluirían en una colección de
todos los escritos hasta el nuevo MEGA de la década de 1970. Ade­
más, mientras el grueso de los auténticos borradores estaba dispo­
nibleen el Nachlass de Marx-Engels, en manos del SPD(ydespués
1933 trasferido al Instituto Internacional de Historia Social en
Ámsterdam), lacorrespondencia de los clásicos estaba muydispersa,
ypor consiguiente era imposible una edición completa, aunque sólo
fueraporque se desconocía el paradero de gran parte de ella. De he­
cho, una serie de cartas de MarxyEngels sepublicó por separado, a
veces por parte de los receptores o de sus albaceas literarios, apartir
dec. 1920, pero un corpus tan extenso e importante como la corres­
pondenciaconLafargue nosepublicóhastaladécadade 1950. Pues­
toqueel MEGAnuncallegó acompletarse, estos problemas pronto
perdieron su carácter de urgencia, pero deberían tenerse en cuenta.
Igual que debería hacerse con la continuada publicación de la obra
marxiana basada en los viejos centros de material marxiano todavía
existentes, especialmentelos archivos del SPD. Porque si el Instituto
deMoscú trató de adquirir todos los escritos posibles delos clásicos
parasucompleta edición—laúnica en preparación—de hecho sólo
pudo adquirir fotocopias de la abrumadoramente extensa colección
archivística, puesto que los originales permanecían enOccidente.
La década de 1920 fue testigo de un considerable esfuerzo en la
publicacióndelas obras clásicas. Por primeravezestuvieronal alcance
general dos clases de material: los manuscritos inéditos y la corres­
pondencia de Marx y Engels con terceras partes. Sin embargo, los
acontecimientos políticos no tardaron en poner obstáculos en el ca­
minotanto de lapublicación como de la interpretación, como nunca
sehabía llegado aimaginar antes de 1914. El triunfo de los nazis en
1933desbaratóel centrodeestudios marxianos occidental (alemán), y
aplazósobremanera la repercusión de las interpretaciones basadas en
ellos. Para poner simplemente un ejemplo, la monumental biografía
deEngels escrita por GustavMayer, una obra de encomiable erudi­
ción, tuvo que publicarse en 1934 en una edición holandesa exiliada
Ypermanecióprácticamente desconocidapor losjóvenes marxistas de
después de 1945 enlaAlemania Occidental hastabien entradaladé­
I94 Cómo cambiar el mundo

cada de 1970. Muchas de las nuevas publicaciones de los textos ma:


xianos no estaban simplemente reproduciendo «rarezas marxiste
(paracitar el título deuna serie publicadaenladécadade 1920),3sp
que ellas mismas inevitablementeseconvirtieronenrarezas. En Rusia
subida de Stalin al poder desbarató el Instituto Marx-Engels, espi
cialmente después de la destitución de su director Ryazanov, y pu<
fin ala publicación del MEGA en alemán, aunque no —a pesar d
trágico impacto de las purgas—a otros trabajos editoriales. Ademá
yen cierto modo fue mucho más grave, el crecimiento de lo quep<
dría denominarse una interpretación estalinista ortodoxa del marxi;
mo, oficialmente promulgada enlaHistoriadelPCUS(b): Cursobre\
de 1938, hizo parecer heterodoxos algunos de los escritos del prop
Marx, ypor lo tanto causó problemas con respecto a supublicado:
Este fiie concretamente el caso de las obras de comienzos de la déc;
da de 1840.4Finalmente laguerra llegó ala misma Rusia, con grav
consecuenciasparalasobrasdeMaix. Laespléndidaedicióndelos Gruí
drisse, publicada enMoscú en 1939-1941, permaneció prácticamen
desconocida (aunque llegaron una o dos copias a Estados Unido
hasta lareimpresión de 1953 enBerlínEste.
La tercera manera en que se transformaron las publicaciones (
los escritos clásicos después de 1917 hace referencia asupopulariz;
ción. Como se ha sugerido, los partidos socialdemócratas de mas:
anteriores a1914nollevaronacaboningúnintento serioparaquesi
miembros leyeranpor sucuenta aMarxyaEngels, conlaposiblee:
cepcióndeDelsocialismoutópicoalsocialismocientífico, yquizádelMi
nijiestocomunista. El capitalI fue reeditado con frecuencia—enAli
manía diezveces entre 1903y 1922—,pero es dudoso que sulectu
fuera ampliamente popular. Muchos de los que lo compraron pr<
bablemente se contentaran con tenerlo en suestantería como pruel
vivientedequeMarxhabía demostradocientíficamente lainevitabil
dad del socialismo. Los pequeños partidos, tanto si estabanformad
por intelectuales, por cuadros opor aquellos militantes inusualmen
devotos quegustandereunirse ensectasmarxistas, sindudaimponís
mayores exigencias a sus miembros. Así, entre 1848y 1918 se publ
caróneninglés treintaycuatro ediciones del Manifiestoparagrupos
partidos marxistas relativamente minúsculos del mundo anglosajó
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels J95

eacomparación con las veintiséis en francés ylas cincuenta y cinco


paralos enormes partidos delos países de habla alemana.
El movimiento comunista internacional, por otro lado, prestó
enorme atención a la educación marxista de sus miembros, yya no
confiaba en los compendios doctrinales para este propósito. De ahí
que la selección y popularización de los verdaderos textos clásicos
seconvirtiera en un asunto de mayor interés. La creciente tenden­
ciaarespaldar las argumentaciones políticas mediante la autoridad
textual, que hacía tiempo había marcado algunos segmentos de la
tradición marxista —especialmente en Rusia—fomentó la difusión
los textos clásicos, aunque naturalmente dentro del movimiento
comunista, con el paso del tiempo, los textos de Lenin y de Stalin
ejercieron mayor atracción que los deMarxyEngels. La amplia dis­
ponibilidad de estos textos indudablemente transformó la situación
deaquellos que deseaban estudiar el marxismoallí donde sepermitía
supublicación, aunque la zona en la que Marx yEngels podían ser
publicados se contrajo fuertemente entre 1933y1944.
Delos principales manuscritos inéditos hasta ahora, los deladé­
cada de 1840 empezaron a hacer impacto antes de 1939. Tanto la
Ideologíaalemana como los Manuscritospolítico-económicos de 1844
fueronpublicados en 1932, aunque sutraducción inextensofuelenta.
Noeséste el lugar para debatir suimportancia. Simplemente obser­
varemos de pasada que muchas de las argumentaciones marxistas a
partir de 1945 giran en torno a la interpretación de estos primeros
escritos, y al revés, gran parte de las discusiones marxistas anterio­
res a 1932 procedían de la ignorancia de estas obras. El segundo y
extenso cuerpo de manuscritos inéditos hacía referencia al trabajo
preliminar para la redacción de El capital. Un amplio conjunto de
escritos, los Grundrisse de 1857-1858, permaneció, como ya hemos
visto, desconocidodurante muchomás tiempoincluso, puestoquesu
primera publicación efectiva se llevó a cabo en 1953 y sus primeras
traducciones (no satisfactorias) a diversas lenguas extranjeras no se
publicaronhasta finales deladécadade 1960. No seconvirtióenuna
baseimportante para el debatemarxistainternacional hastaladécada
de 1960, e incluso entonces al principio no en su totalidad sino bá­
sicamente en lo relativo ala sección histórica del manuscrito, que se
194 Cómo cambiar el mundo

cada de 1970. Muchas de las nuevas publicaciones delos tu-i - nai


xianos no estaban simplemente reproduciendo «rarezas i;• : cas
(paracitar el título deuna seriepublicadaenladécadade 1920), sin
que ellas mismas inevitablementeseconvirtieronenrarezas. En Radai
subida de Stalin al poder desbarató el Instituto Marx-Engcis. espe
cialmente después de la destitución de su director Ryazanov, vpus
fin ala publicación del MEGA en alemán, aunque no—a .¡ d*
trágico impacto de las purgas—aotros trabajos editoriales. ::má:
y en cierto modo fue mucho más grave, el crecimiento de 1 • ; pe
dría denominarse una interpretación estalinista ortodoxa del marxis
mo, oficialmentepromulgada enlaHistoriadelPCUS(b): Cursobre%
de 1938, hizo parecer heterodoxos algunos de los escritos del propi
Marx, ypor lo tanto causó problemas con respecto a supublicaciór
Este fiie concretamente el caso de las obras de comienzos de la déca
da de 18407 Finalmente la guerrallegó ala misma Rusia, con grave
consecuenciasparalasobrasdeMarx. Laespléndidaedicióndelos Grun
drisse, publicada enMoscú en 1939-1941, permaneció prácticament
desconocida (aunque llegaron una o dos copias a Estados Unidos
hasta lareimpresión de 1953 enBerlín Este.
La tercera manera en que se transformaron las publicaciones d
los escritos clásicos después de 1917 hace referencia a supopulariza
ción. Como se ha sugerido, los partidos socialdemócratas de masa
anteriores a1914nollevaronacaboningúnintento serioparaquesu
miembros leyeranpor sucuenta aMarxyaEngels, conlaposibleex
cepcióndeDelsocialismoutópicoalsocialismocientífico, yquizádelMa
nijiestocomunista. El capitalI fue reeditado con frecuencia—enAle
manía diezveces entre 1903y 1922—,pero es dudoso que sulectur
fuera ampliamente popular. Muchos de los que lo compraron pro
bablemente se contentaran con tenerlo en suestantería como prueb:
vivientede queMarxhabíademostradocientíficamentelainevitabili
daddel socialismo. Los pequeños partidos, tanto si estabanformado
por intelectuales, por cuadros opor aquellos militantes inusualment
devotosquegustandereunirseensectasmarxistas, sindudaimponíai
mayores exigencias a sus miembros. Así, entre 1848y 1918 se publi
caróneninglés treintaycuatroediciones del Manifiestoparagrupos;
partidos marxistas relativamente minúsculos del mundo anglosajón
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels

encomparación con las veintiséis en francés ylas cincuenta y cinco


paralos enormes partidos delos países dehablaalemana.
El movimiento comunista internacional, por otro lado, prestó
enorme atención a la educación marxista de sus miembros, yya no
confiaba en los compendios doctrinales para este propósito. De ahí
queda selección y popularización de los verdaderos textos clásicos
seconvirtiera en un asunto de mayor interés. La creciente tenden­
ciaarespaldar las argumentaciones políticas mediante la autoridad
textual, que hacía tiempo había marcado algunos segmentos de la
tradición marxista —especialmente en Rusia—fomentó la difusión
delos textos clásicos, aunque naturalmente dentro del movimiento
comunista, con el paso del tiempo, los textos de Lenin yde Stalin
ejercieronmayor atracciónque los deMarxyEngels. La ampliadis­
ponibilidad de estos textos indudablemente transformó la situación
deaquellos que deseabanestudiar el marxismoallí dondesepermitía
supublicación, aunque la zona en la que Marxy Engels podían ser
publicados se contrajo fuertemente entre 1933y1944.
Delos principales manuscritos inéditos hastaahora, los deladé­
cada de 1840 empezaron a hacer impacto antes de 1939. Tanto la
Ideologíaalemana como los Manuscritospolítico-económicos de 1844
fueronpublicados en 1932, aunque sutraduccióninextensofuelenta.
Noes éste el lugar para debatir suimportancia. Simplemente obser­
varemos de pasada que muchas de las argumentaciones marxistas a
partir de 1945 giran en torno a la interpretación de estos primeros
escritos, y al revés, gran parte de las discusiones marxistas anterio­
res a 1932 procedían de la ignorancia de estas obras. El segundo y
extenso cuerpo de manuscritos inéditos hacía referencia al trabajo
preliminar para la redacción de El capital. Un amplio conjunto de
escritos, los Grundrisse de 1857-1858, permaneció, como ya hemos
visto, desconocidodurante muchomástiempoincluso, puestoquesu
primera publicación efectiva se llevó a cabo en 1953 ysus primeras
traducciones (no satisfactorias) a diversas lenguas extranjeras no se
publicaronhastafinales deladécadade 1960. Noseconvirtióenuna
baseimportante para el debate marxistainternacional hastaladécada
de 1960,.e incluso entonces al principio no en sutotalidad sino bá­
sicamente enlorelativo ala sección histórica del manuscrito, que se
196 Cómo cambiar el mundo

reeditó por separado con el título de Formen, die derkaplc.,: :l)en


Produktion vorhergehen (Berlín, 1952) y se tradujo al cabo pocos
años (al italianoen 1956, al inglés en 1964). Unavezmás, u. 1, ; aon
de este texto obligó alamayoría de marxistas que hasta en? _ , ha,
bían ignorado suexistencia arealizar una importante reflex:. . -obre
los escritos deMarx. En cuanto al cuerpo sustancial de borr • . ,<je
Marx en relación con el redactado deEl capital que no se .'. • ron
11

enlasversiones finales publicadas, gradualmente sehan ido f •ando


secciones ysehan puesto encirculación más tarde —por \r' -la
proyectada parte VII del vol. I (Residíate des unmittelbarca Pro-
duktionsprozesses) que, aunque publicada en el Arkhiv K, Mnrska
i F. Engelsa en 1933, no se debatió seriamente hasta finales de la
década de 1960 ni fue traducida, por lo menos al inglés, hasta 1976.
Parte de este material todavía sigue sinpublicar.
El tercer manuscrito importante inédito, Dialéctica de la natu­
ralezade Engels, salió ala luz por primera vez un poco antes, junto
con otros borradores de Engels, en el Arkhiv K. Marksa i F. Envel-
sa(1925). El hecho de que no se incluyese en la publicación de las
Gesamtausgabe ni estuviese destinado a ella fue debido proba­
blemente, según Ryazanov, aquegranparte de la argumentaciónde
Engels sobrelasciencias naturales, escritaenladécadade1870, había
quedado objetivamente obsoleta. Sinembargo, laobraencajaba enla
orientación «científica» del marxismo que, siendo popular en Rusia
desde hacía tiempo, fue reforzada enla era de Stalin. La Dialécticade
la naturaleza fue por lo tanto rápidamente difundida en la década
de 1930ycitada por Stalin en el Cursobrevede 1938.5El texto tuvo
cierta influencia entre el entonces constantemente creciente número
de científicos naturalistas marxistas.
De lacorrespondencia deMarxyEngels conterceras partes, que
constituía probablemente el cuerpo individual más extenso de mate­
rial marxiano inédito que nofueran notas, sehabíapublicado relati­
vamentepocoantes de 1914, parteenrevistasperiódicas, parteenco­
lecciones oselecciones de cartas acorresponsales individuales, como
las Briefe undAuszügeausBriefen vonJob. Phil. Becker, Jos. Dietzgen.
Friedrich Engels, Karl Marx u.A. undF.A. Sorge undAndere (Stutt-
gart, 1906). Una serie de colecciones similares sepublicaron después
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels 197

¿e1917, sobre todolas de Bernstein (enruso en 1924, enalemánen


1925) y las de Bebel, Liebknecht, Kautskyyotros (enruso en 1932,
enalemán, Leningrado en 1933), pero no sepublicó ninguna colec­
cióncompleta antes de la edición rusa (SochineniyaXXV-XXIX) de
1934-1946, ni enel original alemán, las Werkede 1956-1968. Como
yahemos señalado, algunas recopilaciones sumamente importantes
"n0estuvieron disponibles hasta finales de la década de 1950, y la
correspondencia todavía no puede considerarse completa. Sin em­
bargo, lacoleccióndisponible del Instituto deMoscúde 1933incluía
uncuerpo de cartas harto apreciable, que sehicieronpopulares prin­
cipalmente a través de traducciones y adaptaciones extranjeras de la
Correspondenciaescogidade comienzos de la década de 1930.
Sin embargo, es necesario aportar una observación sobre la pu­
blicación «oficial» de estas cartas. No se consideraron tanto como
correspondencia (excepto los intercambios entre Marx y Engels),
sinomás bienparte de los escritos clásicos. Por lotanto, las cartas de
loscorresponsales de Marxyde Engels normalmente no se incluían
enlas colecciones oficiales comunistas, aunque algunas ediciones de
recopilaciones especiales, sobre todolasrealizadas por corresponsales
deMarxy de Engels o sus albaceas (por ejemplo Kautsky o Victor
Adler), sí contenían ambas partes del intercambio. La correspon­
denciaEngels-Lafargue (1956-1959) fue quizála primerapublicada
bajo los auspicios comunistas que incluía a ambos corresponsales,
abriendo así una nueva fase en el estudio de este aspecto de los tex­
tos deMarx-Engels. Además, la práctica de conservar por separado
lascartas de Marx-Engels ysu correspondencia con terceros enva­
rias ediciones reunidas de sus obras hasta la década de 1970 seguía
dificultando sobremanera la realización de un estudio estrictamente
cronológicode las cartas.

III
Como hemos visto, la publicación y traducción del corpus de las
obras de Marx yde Engels en una forma mucho más completa que
antes avanzó sustancialmente después de la segundaguerra mundial,
19B Cómo cambiar ei mundo

y especialmente en la era posterior a Stalin. Acomienzos de la c


cada de 1970 podía decirse que, a menos que se produzcan nuei
descubrimientos de borradores yde cartas, el grueso de las obras (
nocidas estaba editadoenlenguaoriginal, aunque nonecesariarnei
al alcance de todos. Este incluía cada vez más el muy inconmf
material preparatorio —anotaciones de lectura, notas al marn
etc.—que gradualmente se fue tratando como «obras» y se pubis
como si lofueran. Lo que quizá es más relevante es que el intento
analizar einterpretar estos materiales conel objetivo de descubrir
líneas del pensamiento deMarx—sobre todo entemas sobre los q
nopublicó siquiera borradores de textos—sehacía cadavezmás p
tente, comoenlaedicióndelos CuadernosetnológicosdeMarx(ed.
Krader, Assen, 1972). Estacircunstanciapuede considerarse el ink
de una nueva y prometedora fase en la erudición textual mamar
Lo mismo es aplicable al estudio de los borradores y las varianl
mámanos, como los redactados preparatorios para La guerra cv
en Francia y la famosa carta a Vera Zasulich de 1881. De hech
estaevoluciónerainevitable, puestoque muchos delos nuevos text
más importantes, como los Grundrisse, eran de por sí borradores,
no estaban destinados a la publicación en la forma en que nos h;
llegado. Sin embargo, el estudio de las variantes textuales tambii
avanzósustancialmente conlareediciónenJapóndel primer capítu
original de El capital I (edición de 1867), que había sido redactar
esencialmente de nuevopor Marx paraposteriores ediciones.
Podría decirse que, particularmente desde la década de 1960,
investigación marxiana tiende cada vez más abuscar en Marxy Ei
gels nounconjuntodetextos definitivoy«final»queexponganlate<
ría marxista, sinounprocesodel desarrollo del pensamiento. Tambie
tiende aabandonar laideadequelas obras deMarxyEngels sonsu
tancialmente componentes indistinguibles del Corpus del marxismo,
ainvestigar las diferencias yaveces divergencias entre los dos soci<
detodalavida. Que estohayadadopieainterpretaciones avecesex;
geradas deestas diferencias nonos concierneahora. El declivegradu
del marxismo como sistema dogmático formal desde mediados de
década de 1950 naturalmente ha favorecido estas nuevas tendenci;
enlainvestigacióntextual marxiana, aunque ha conducido también
Las vicisitudes de las obras de M a rx y Engels 199

labúsquedadeuna autoridad textual alternativayaveces deversiones


dogmáticas del «marxismo» en los escritos marxianos recientemente
publicados opopularizados ymenos conocidos.

IV
£1declivedel marxismo dogmático después de 1956provocóuna cre­
ciente divergencia entre los países que se encontraban bajogobiernos
marxistas, con sus doctrinas marxistas oficiales más omenos mono­
líticas, y el resto del mundo, en el que coexistía una pluralidad de
partidos, grupos y tendencias marxistas. Una divergencia semejante
apenas había existido antes de 1956. Los partidos marxistas de la
SegundaInternacional anteriores a 1914, aunque tendían adesarro­
llar una interpretación ortodoxa de la doctrina opuesta a la de los
rivales «revisionistas» de la derecha y a la de los anarcosindicalistas
delaizquierda, aceptaron una pluralidad de interpretaciones, yaque
noestaban en condiciones de evitarlo aunque así lo hubieran queri­
do. En el SPD alemán a nadie le extrañó que el archirrevisionista
Eduard Bernstein editase la correspondencia de Marx y Engels en
1913, aunque Lenin detectó «oportunismo» ensus criterios editoria­
les. El marxismo socialdemócrata y el comunista coexistieron en la
décadade 1920, aunque conla fundación del Instituto Marx-Engels
el centro de publicación para los textos clásicos pasópaulatinamente
al bando comunista. Cabe señalar de paso que sigue allí. Apesar de
losintentos apartir de ladécada de 1960 de publicar ediciones riva­
les de las obras clásicas (por ejemplo, de M. Rubel en Francia yde
Benedict KautskyenAlemania), las ediciones estándar sinlas cuales
noseríanconcebibles las demás, incluyendo numerosas traducciones,
siguen siendo las de Moscú (y, desde 1945, del Berlín Este), el pri­
merysegundoMEGAylas Werke. Después de 1933, por cuestiones
prácticas, lainmensamayoríade marxistas dentroyfueradelaURSS
estabanasociados apartidos comunistas, pues los diversos cismáticos
yherejes del movimiento comunista no ganaron adeptos suficientes
como para formar un cuerpo numéricamente significativo. El mar­
xismode los partidos socialdemócratas —aunque dejando de lado la
200 Cómo cambiar el mundo

práctica destrucción de los partidos alemanes y austríacos despi


de 1933-1934—se fue atenuando cadavez más mostrándose mat
fiestamente crítico conla ortodoxiaclásica, si es que nolohabía si
ya. Después de 1945, con pocas excepciones, estos partidos ya
se consideraban marxistas, salvo quizá en un sentido histórico. Se
retrospectivamente, yalaluzdel pluralismomarxista de ladécada
1960 y 1970, se reconoció el carácter plural de la literatura marxi:
entre guerras, ysellevaron acabo esfuerzos sistemáticos, sobre to
enAlemania apartir de mediados de ladécadade 1960, por publix
oreeditar las obras de aquel período.
Por consiguiente, durante aproximadamente uncuartode siglo,
hubodiferenciassustancialesentrelospartidos marxistasycomunistas
el extranjero (loque significabala mayor parte del marxismo entérn
nos cuantitativos) y el de la URSS; por lo menos, no se permitió q
dichas diferencias emergieranalasuperficie. Estasituacióncambiógi
dualmente, pero con creciente rapidez, después de 1956. La ortodo:
doctrinal no fue simplemente sustituida como mínimo por dos, con
separaciónentrelaURSSyChina, sinoquelospartidos comunistas
gubernamentales se enfrentaron a la competencia cada vez mayor
losgrupos marxistas conapoyos más importantes, por lomenos entre
intelectuales—es decir, loslectores delostextos marxianos—,mient;
que en el seno de varios partidos comunistas occidentales sedesarro
una considerable libertad de debate teórico interno, como mínimo
temas de doctrina marxiana. Así pues, había una acusada divergen
entre los países en que el marxismo seguía siendo la doctrina ofici
íntimamente asociadaal gobierno, y, enunmomentodeterminado, c
una única versiónvinculante de «loque enseña el marxismo» sobre t
dosycadaunodelos temas, yaquellos enlos queyanoerael caso. U
medida oportuna de esta divergencia es el tratamiento de laverdadf
biografíadelos fundadores. En el primer grupodepaíses ésta era, si
totalmente hagiográfica, entonces atodas luces restringida por la re
cencia atratar aspectos de sus vidas yactividades que noles mostras
bajo una luz favorable. (Esta tradición no era nueva: es harto evider
enlaprimera fase de labiografía ortodoxa deMarxenAlemania an
de 1914, como queda ejemplificado enlavida casi oficial de Mehrir
publicada en 1918, yquizá aún más en las omisiones de la Correspe
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels 201

¿encíaoriginal entreMarxyEngels.) Enel segundogrupodepaíses, los


j^arxistasylosbiógrafosdeMarxsehanpuestodeacuerdopúblicamen­
teenlos acontecimientos de lavida de los fundadores, incluso cuando
nomuestranasusprotagonistas bajouna luzatractiva. Divergencias de
estetipo soncaracterísticas de lahistoria del marxismo, incluyendolos
textosmarxianos, desde 1956.
Queda por examinar brevemente la difusión de las obras de los
clásicos. De nuevo es importante señalar la gran importancia del pe­
ríodo de ortodoxia comunista «monolítica», que fue también el de la
sistemática popularización de los verdaderos textos de los fundadores.
Estapopularización adoptó cuatro formas: la publicación de obras in­
dependientes de MarxyEngels, generalmente en una serie de escritos
brevesyotra deescritos más extensos, lapublicacióndeobras escogidas
orecopiladas, lapublicación de antologías sobre temas especiales, yfi­
nalmente, lacompilación de compendios de teoríamarxistabasados en
los clásicos, y con citas de los mismos. Huelga decir que durante este
período«los clásicos»incluían aLeniny, más tarde, a Stalin, así como
aMarxyEngels. No obstante, aexcepción de Plekhanov, ningún otro
escritor marxista se mantuvo internacionalmente en compañía de los
«clásicos», por lomenos después deladécada de 1920.
Las obras publicadas por separado en series más modestas, bajo
títulos como «Les Eléments du Communisme» o «Piccola Bibliote­
caMarxista» (probablemente siguiendo el modelo de los «Elementar-
bücher des Kommunismus» promovido en Alemania antes de 1933),
incluían libros como el Manifiesto, Del socialismo utópicoal socialismo
científico, Valor, precioy beneficio, Trabajo asalariadoy capital, Lague­
rracivil enFrancia, yadecuadas selecciones de temas, por ejemplo, la
polémica de Marx yEngels conlos anarquistas en la década de 1930.
Las obras más extensas solíanpublicarse en un formato estándar, bajo
títulos como «La Biblioteca Marxista-Leninista» o«Classici del Mar­
xismo». El catálogo deestabiblioteca en GranBretañalavíspera dela
guerrapuede ilustrar el contenido de estas series. Omitiendo las obras
quenoerandeMarxyEngels, incluía: Anti-Dühring, Feuerbach, Carta
aKugelmann, LasluchasdeclasesenFrancia, LaguerracivilenFrancia,
Alemania, revolucióny contrarrevolución, Contribución alproblemadela
ViviendadeEngels, Lapobrezadelafiilosofía, la Correspondenciaescogida
202 Cómo cambiar el mundo

de Marx y Engels, la Crítica delprograma de Gotha, Ensayos sobre «£


capital» de Engels y una edición abreviada de la Ideología alemana
El capitall sepublicaba ahora in extenso, y no enlas formas abreviada:
yresumidas quehabíansidopopulares enlaerasocialdemócrata, Elast;
el final de ladécada de 1930parece que no sehizo ningún intentopoj
publicar unvolumen de Obras escogidas deMarxyEngels, peroMoscí
sí realizó una selecciónendos, ydespués tres, volúmenes que sedistri­
buyó envarias lenguas, principalmente después delaguerra. Tampocc
parece que sehiciera ningún esfuerzo comunista por producir un volu­
men de Obras completas en otras lenguas distintas de la rusa tras el fir
del MEGA, hasta la aparición de las Werke (1956-1968). La ediciór
francesanosepusoenmarchahastaladécadade1960, laediciónitalia­
nahasta 1972, laedicióninglesahasta 1975, sindudaporquelatareadi
latraducciónerainmensaydifícil. Laimportancia deladifusióndelos
textos marxistas viene indicada por el hecho de que el propio líder de
Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti, figura como traductoi
devarias de lasversiones italianas delas obras.
Por otrolado, parece que duranteladécadade 1930sehicieronpo­
pulares las antologías de textos marxistas sobre diversos temas, basadas
tanto enlas selecciones rusas comoenlas locales: MarxyEngels sobre
Gran Bretaña, Marx y Engels sobre arte y literatura, sobre la India
China, España, etc. Respectoalos compendios, el de mayor autoridad
con mucho, era la sección2 del capítulo 4de laHistoria del PCUS (b),
Curso breve, asociada a Stalin. Esta obra se hizo muyinfluyente, espe­
cialmente en países con pocas ediciones vernáculas de los clásicos, nc
sólopor lapresión ejercida sobre los comunistas paraque laestudiasen,
sino también porque su sencilla ylúcida presentación hacía de ella ur
manual de aprendizaje brillante y efectivo. El impacto que tuvo enb
generación de marxistas entre 1938 y1956, yquizá especialmente er
la Europa del Este después de 1945, fueenorme.
Enladécadade 1960, especialmenteconlaaparicióndeunnutrido
cuerpo de estudiantes yotros intelectuales interesados en el marxismo,
y de diversos movimientos marxistas o marxizantes fuera de los parti­
dos comunistas, la difusión delos textos clásicos dejóde ser una especie
de monopolio de la URSS y de los partidos comunistas asociados
a ella. Las editoriales comerciales fueron entrando paulatinamente er
Las vicisitudes de las obras de M arx y Engels 203

iJre «El estemercado, conosinlainsistencia delos marxistas osimpatizantes a


'mana, sUpersonal. Se multiplicó también el númeroy lavariedadde editores
'v'iadas deizquierdas o «progresistas». Hasta cierto punto, claro está, esto era
Plasta un reflejo de la aceptación general de Marx como «clásico»en sentido
to p0r general más que político; como alguien sobre el que el lector cultode­
^íoscu bería saber algo, independientemente de sus ideas políticas. Por esta
.Intri­ mismarazón fuepublicadoenlacolecciónPléiadedeclásicosfranceses,
goco comoEl capitalhabía sidopublicadoyahacía tiempo enlaEveryman’s
i'olu- Librarybritánica. El nuevointerés por el marxismoyanoestabaconfi­
Hfin nadoal corpus tradicional de las obras populares. Así, enla década de
lición 1960obras comola CríticadelafilosofíadelderechodeHegel, Lasagrada
talia- familia, latesis doctoral deMarx, los manuscritos de 1844ylaIdeología
eade alemanaestabandisponibles enpaíses quehastaentonces nohabíanes­
lelos tadoalavanguardiadelos estudios marxistas, comoEspaña. Algunasde
r del estasobras noyase traducíanfundamentalmente bajoauspicios comu­
ictor nistas, por ejemplo, las traducciones francesas, españolas einglesas de
losGrundrisse(1967-1968, 1973y1973, respectivamente; latraducción
Po- italianaapareció en 1968-1970).
adas Porúltimo, unbrevecomentariosobreladistribucióngeográficade
abre los clásicos mándanos. Algunos textos elementales se tradujeron am­
dia, pliamente incluso antes de la revolución de octubre. Así pues, entre
lad, 1848y 1918 el Manifiestocomunistaapareció en unos treinta idiomas,
(b): incluyendo incluso tres ediciones japonesas yuna china, aunque enla
pe­ prácticalas Doctrinas económicasdeKarlMarx de Kautskycontinuaron
no siendolabaseprincipal del marxismochino. Paraunanálisis más com­
en, pletodelas vicisitudes del Manifiestocomunista, véase el capítulo5. En
un elotroextremo, El capital1sehabía traducido alamayoríadelasprin­
1 la cipaleslenguas literarias deEuropa (alemán, ruso, francés, danés, italia­
en no, inglés, holandésypolaco) antes delamuerte deEngels, aunquesólo
de manera incompleta en español. Antes de la revolución de octubre
do setradujo también al búlgaro (1910), al checo (1913-1915), al estonio
10, (1910-1914), al finlandés (1913) yal yiddish(1917). EnlaEuropaOc­
ti- cidental unos pocos rezagados cerraron la marcha mucho más tarde: el
ie noruego (presumiblemente debido ala familiaridad conel danés como
os lengualiteraria) en 1930-1931, ylaprimera ediciónportuguesaincom­
in ‘ . pleta en 1962. En el período de entreguerras El capital penetró en la
204 Cómo cambiar el mundo

Europa suroriental, aunque de manera incompleta, con ediciones


húngaro (1921), engriego (1927) yen serbio (1933-1934). No pare
haberse abordado sutraducción alas lenguas de la URSS, a excepcr
del ucraniano (1925). Se publicó una versión local en la Letonia ind
pendiente (1920), un último eco del importante avance del marxisr
en el imperio zarista. No obstante, por primera vez en este período
capitalpenetró enel mundo noeuropeo(fuera de EE.UU.) con edici
nes en Argentina (1918), enjaponés (1920), en chino (1930-193
y en árabe (1939). Se puede decir sin temor aequivocaciones que e:
penetración estaba estrechamente relacionadaconlos efectos de la rev
luciónrusa.
Las décadas posteriores alaguerra desencadenaron la traducciór
gran escala de El capital alos idiomas de países bajo gobiernos com
nistas (rumanoen1947, macedonioen 1953, eslovacoen 1955, corea
en 1955-1956, esloveno en 1961, vietnamita en 1961-1962, espaf
—Cuba—en1962). Curiosamente, el esfuerzosistemáticopor tradir
esta obra alas lenguas de la URSS no se llevó a cabo hasta 1952 v
adelante (bielorruso, armenio, georgiano, uzbeco, azerí, lituano, úgric
turcomanoykazajo). La otraúnica extensiónlingüística importante
ElcapitalseprodujoenlaIndiaindependiente, conediciones en mara
hindi ybengalí enladécadade 1950y1960.
El amplio abanico de determinadas lenguas internacionales (el e
pañol en Latinoamérica, el árabe enel mundo islámico y el inglés o
francés) ocultalaverdaderadifusióngeográficadelos textos marxiam
No obstante, cabe decir que ni siquiera a finales de la década de 19
estaban disponibles las obras deMarxyEngels enlas lenguas hablac
engran parte del mundo no socialista fuera de Europa, a excepción
Latinoamérica. Hasta qué punto eran accesibles ose habían difundí'
los textos disponibles no puede investigarse aquí, aunque sí podem
señalar que allí donde no estabanprohibidos por los gobiernos, prob
blemente eran mucho más accesibles en las escuelas e universidades
para el público culto de lo que antes lohabían sido en todas las parí
del mundo. No es fácil saber hasta qué punto se leían o comprab
fuera de estos círculos. Pararesponder aestapregunta habría que lle\
acabounaprofunda investigación, que hastahoyno se ha emprendic
204 Cómo cambiar el mando

Europa suroriental, aunque de manera incompleta, con ed¡, : os en


húngaro (1921), engriego (1927) yen serbio (1933-1934). \ '-¡rece
haberse abordado su traducción alas lenguas de laURSS, pción
del ucraniano (1925). Sepublicó una versión local enla Leto. inde­
pendiente (1920), un último eco del importante avance del u .=cismo
en el imperio zarista. No obstante, por primera vez en este v io£/
capitalpenetró enel mundo noeuropeo (fuerade EE.UU.j cu., alcio­
nes enArgentina (1918), enjaponés (1920), en chino (lv5 1933)
yen árabe (1939). Se puede decir sin temor aequivocación-; esta
penetración estaba estrechamente relacionada conlos efectos de L revo­
luciónrusa.
Las décadas posteriores alaguerra desencadenaronlatradaccióna
gran escala de El capital alos idiomas de países bajo gobiernos comu­
nistas (rumanoen1947, macedonioen1953, eslovacoen1955, coreano
en 1955-1956, esloveno en 1961, vietnamita en 1961-1962, español
—Cuba—en1962). Curiosamente, el esfuerzosistemáticopor traducir
esta obra a las lenguas de la URSS no se llevó a cabo hasta 19Uven
adelante (bielorruso, armenio, georgiano, uzbeco, azerí, lituano, ugrico,
turcomano ykazajo). La otraúnica extensiónlingüística importante de
ElcapitalseprodujoenlaIndiaindependiente, conediciones enmaratí,
hindi ybengalí enladécadade 1950y1960.
El amplio abanico de determinadas lenguas internacionales (el es­
pañol en Latinoamérica, el árabe en el mundo islámico yel inglés oel
francés) ocultalaverdadera difusióngeográficadelos textos marxianos.
No obstante, cabe decir que ni siquiera afinales de la década de 1970
estaban disponibles las obras deMarxyEngels enlas lenguas habladas
engran parte del mundo no socialista fuera de Europa, aexcepciónde
Latinoamérica. Hasta qué punto eran accesibles ose habían difundido
los textos disponibles no puede investigarse aquí, aunque sí podemos
señalar que allí donde no estaban prohibidos por los gobiernos, proba­
blemente eran mucho más accesibles en las escuelas euniversidades y
para el público culto de lo que antes lohabían sido en todas las partes
del mundo. No es fácil saber hasta qué punto se leían o compraban
fuera deestos círculos. Pararesponder aestapreguntahabríaquellevar
acabounaprofunda investigación, quehastahoynosehaemprendido.
5en
rece
-ion
tde-
>mo
y El
eio-
33)
esta
:VO-
>na
ii
nu~
ano MARXISMO
ñol
icir
en
Ico,
:de
atí,
es-
>el
LOS.
>70
das
de
ido
IOS
ra-
sy
tes
»an
vrar
lo.
9

El Dr. Marx ylos críticos Victorianos

Desde la aparición del marasmo como fuerza intelectual apenas


transcurre un año—en el mundo anglosajón desde 1945 apenas una
semana—sinque surjaalgúnque otro intento de refutarla. Lalitera­
turaderefutaciónydefensaresultante es cadavezmenos interesante,
puesto que cada vez es más repetitiva. Las obras de Marx, aunque
voluminosas, tienen un tamaño limitado; es técnicamente imposible
quesehaga de ellas más de una cierta cantidad de críticas originales,
yla mayoría ya se hicieron hace mucho tiempo. Por el contrario,
el defensor de Marx se encuentra una y otra vez diciendo siempre
lomismo, ypor mucho que intente hacerlo en términos originales,
incluso esto resulta imposible. Un efecto novedoso sólo puede con­
seguirse de dos maneras: comentando, no sobre el propioMarx, sino
sobre los marxistas posteriores, yrevisando el pensamiento de Marx
frente alos hechos surgidos ala luz desde que escribió el último crí­
tico. Pero incluso aquí las posibilidades sonlimitadas.
¿Por quéentoncesprosigue el debateentrelos estudiosos, cuando
esnatural que así ocurra entre los propagandistas de ambos bandos,
queenprincipionoestáninteresados enlaoriginalidad? Las ideas no
se convierten en fuerzas hasta que se apoderan de las masas y esto,
como bien saben los publicistas, requiere muchas repeticiones ein­
2o 8 Cómo cambiar el mundo

clusoconjuros. Lo dicho seaplicatanto aaquellos quepensamos qu


Marx era un gran pensador y que sus enseñanzas son políticament
deseables, como a aquellos que adoptan el punto de vista contraríe
Sin embargo, otro motivo es el de lapura ignorancia. Es una ilusió
melancólica de quienes escriben libros y artículos pensar que la pa
labra escrita sobrevive. Por desgracia no es así. La gran mayoría d
obras escritas entran en un estado de animación suspendida al cab
de unas pocas semanas oaños de supublicación, del cual las despier
tan en ocasiones, por períodos igualmente cortos, los investigadores
Muchas de ellas aparecen enlenguas fuera del alcance de lamayorí
de comentaristas ingleses. Pero incluso cuando no es así, a menud
están tan olvidadas como los críticos burgueses originales de Mar
en Gran Bretaña. Yno obstante, su obra arroja luz no sólo sobre1
historia intelectual de nuestro país en el período Victoriano tardíc
sino sobre la evolucióngeneral dela crítica de Marx.
Nos sorprenden principalmente por su tono, que difiere con
siderablemente del que se ha hecho habitual desde entonces. Aí
pues, el profesor Trevor-Roper, que escribióun ensayo sobreMar
xismoy el estudio de la historial unos años atrás, no era atípico e:
cuanto al tono del antimarxismo utilizado en aquella descorazona
dora década. Llenó muchas páginas postulando la muyimprobabl
proposición de que Marx no realizó ninguna aportación original
la historia excepto «la de recoger las ideas ya expuestas por otro
pensadores yanexionarlas aun rudimentario dogmafilosófico», qu
su interpretación histórica no servía para el pasado y estaba total
mente desacreditada como base de predicción para el futuro, yqu
no había ejercido influencia significativa en los historiadores rigu
rosos, mientras que aquellos que se consideraban marxistas o bie;
escribían «loque MarxyLenin habrían calificado de historia socb
«burguesa»» o eran «un ejército de oscuros escoliastas enfrascado
en comentar los escolios de unos y de otros». En pocas palabras
se aceptó de forma general la argumentación de que la reputado;
intelectual de Marx sehabía magnificado extremadamente, porque
«refutada por todos los análisis intelectuales, lainterpretación mar
xista de la historia solamente la sostiene yjustifica irracionalment
el poder soviético».
E l Dr. M a rx y los críticos Victorianos 209

¡ue Los escritos de los críticos Victorianos están en sumayoríayjus­


Me tamente olvidados; una advertencia a todos aquellos que nos enzar­
'io. zamos en este debate. Pero cuando nos sumergimos en estas obras
ión encontramos un tono totalmente diferente. Hay que reconocer que
3a- alos escritores británicos les resultaba anormalmente fácil mante­
de ner la calma. Ningún movimiento anticapitalista les amenazaba, les
ibo asaltaban pocas dudas sobre la permanencia del capitalismo, yentre
er 1850y 1880 hubiera sido difícil encontrar aun ciudadano nacidoen
as. Gran Bretaña que se proclamase socialista en el sentido de hoy
Tía endía, ynodigamos marxista. Por consiguiente, latarea de censurar
ido aMarx no era urgente ni de gran importancia práctica. Afortunada­
arx mente, tal como lo expresó el Rev. Kaufmann, quizá nuestro primer
: la nomarxista«experto»enmarxismo, Marxeraunpuroteóricoqueno
lío, habíaintentadoponer enpráctica sus doctrinas.2De acuerdo conlos
parámetros revolucionarios parecía incluso menos peligroso que
>n- los anarquistas y por lo tanto a veces se le comparaba con aquellos
\sí beligerantes; en su beneficio por parte de Broderick,3en su contra
'tr­ porparte deW. Grahamde Queens College, Belfast, que señalóque
en los anarquistas tenían «un método yuna lógica... que no tenían los
ía- revolucionarios rivales de la escuela de Karl Marx y del Sr. Hynd-
ble , man».4Por consiguiente, los lectores burgueses se aproximaron a él
la conun espíritu de tranquilidad o—en el casodel Rev. Kaufmann—
ros detolerancia cristiana que nuestra generación ha perdido: «Marxes
[ue hegeliano en filosofía yun implacable contrincante de los ministros
al- ’ de la religión. Pero a la hora de formar una opinión de sus obras
[ue no debemos dejarnos llevar por los prejuicios contra el hombre».5
;u- Marx evidentemente devolvió el cumplido, porque revisóla explica­
,en ción que hacía Kaufmann de él en un libro posterior ainstancias de
:ial un«conocido mutuo».6
los Laliteraturainglesa sobre el marxismo, comoobservóBonar,7no
as, sinsatisfacción, exhibíapues un ánimojuiciosoydetranquilidadque
ón , notenían los debates alemanes sobre el tema. Había pocos ataques
je, alas motivaciones de Marx, su originalidad o integridad científica.
ir- El tratamiento de su vida y obras era básicamente expositorio, y si
íte unodiscrepa de suplanteamiento es porque los autores no hanleído
o comprendido lo suficiente, no porque confundan acusación con
210 Cómocambiar el mundo

exposición. Hay que reconocer que sus exposiciones eran a menudo


defectuosas. Dudo de que exista algo aproximado a un resumen no
socialista aprovechable de los principios fundamentales del m,umis­
mo, tal como se entenderían hoy, antes de la History ofSacian de
Kirkup (1900). Pero el lector podía encontrar, hasta ciertopune .un
relato factual acerca de quién eraMarxyde qué pensabael au“ - ,:uc
Marx estaba haciendo.
Sobre todo, podía esperar encontrar una aceptación casi uni­
versal de su talla. Milner, en sus conferencias de Whitechapuí en
1882, simplemente lo admiraba. Balfour en 1885 consideraba absur­
do comparar las ideas de Henry George con las suyas «ya fuera en
relación con [su] fuerza intelectual, [su] coherencia, [su] dominio de
la argumentación en general ocon [su] razonamiento económico en
particular».9John Rae, el más agudo de nuestros primeros «exper­
tos»,10lotrató conigual seriedad. RichardEly, unprofesor americano
con tendencias vagamente progresistas cuyo FrenchandGermán So-
cialismsepublicó aquí en 1883, observó que los entendidos sin..'.han
El capital «ala altura de Ricardo»yque «sobrela capacidaddeMarx
hay unanimidad de opinión» (p. 174). W.H. Dawson11resumió lo
que era casi con toda certeza la opinión de todos excepto, como él
mismo señala, la del miserable Dühring, al que recientes críticos
de Marx han intentado en vano rehabilitar: «Comoquiera que sean
consideradas sus enseñanzas, nadie se atreverá a discutir la magis­
tral ingenuidad, lasingular perspicacia, ladetalladaargumentacióny,
añadamos también, la incisiva polémica que exhiben ... las páginas
(de El capitalJ».*
Este coro de alabanzas es menos sorprendente cuando recorda­
mos que los primeros comentaristas no deseaban en absoluto recha­
zar aMarx intoto. En parte porque algunos deellos encontraban enél
a un valioso aliado en su lucha contra la teoría del laissex-faire, en
parte porque no apreciabanlas implicaciones revolucionarias de toda
suteoría, enparteporque, estandotranquilos, estabangenuinamente
* Loslectores pueden encontrar unas cuantas de estas opiniones en el apéndice
de Dona Torr a la reedición de 1938 de E l capital, vol. I; pero obviamente ella sólo
había consultado una pequeña fracción de la literatura disponible.
El Dr: Marx yloscríticos Victorianos 211

preparados para reconocer sus méritos; estaban incluso preparados,


enprincipio, para aprender de él. Con una excepción: la teoría del
valor-trabajo, o, para ser más exactos, los ataques de Marx alasjus­
tificaciones generales del beneficio y el interés. Quizá el fuego de
las críticas se concentró en elloporque la acusación moral implicada
enla expresión «el trabajo es la fuente de todo valor» afectaba a los
confiados creyentes en el capitalismo más que la predicción de la
decadencia y caída del capitalismo. En este caso, criticaban a Marx
precisamentepor unodelos elementos menos «marxistas»desupen­
samiento, un elemento que, aunque de forma más rudimentaria, ya
habían postulado los socialistas premarxianos, por no mencionar a
Ricardo. En todo caso, la teoría del valor fue considerada como «el
pilar central de todo el socialismo alemán y moderno»12y, una vez
derribada, laprincipal tarea crítica estaba hecha.
Sin embargo, superado esto parecía evidente que Marx tenía
mucho que aportar, especialmente una teoría del desempleo crítica
con el crudo maltusianismo que todavía estaba de moda. Sus ideas
acerca de la población y el «ejército industrial de reserva» no sólo
fueron presentadas con normalidad y sin críticas (como en Rae),
sinoincluso aveces citadas con aprobación, oincluso adoptadas en
parte, como hizo el arcediano Cunningham,13historiador económi­
copionero que había leído El capitalya en 1879,14yWilliamSmart
de Glasgow, otro economista cuya fama reside en su obra sobre la
historia económica {FactoryIndustryandSocialista, Glasgow, 1887).
Las ideas de Marx sobre la división del trabajo yla maquinaria en­
contraron igualmente la aprobación general, por ejemplo, por parte
del crítico de El capital en el Athenaeun, 1887. J. A. Hobson (Evo­
lucióndel capitalismo moderno, 1894) quedó muy impresionado con
ellas: todas sus referencias a Marx tratan de este tema. Incluso los
escritores más ortodoxos y hostiles, como J. Shield Nicholson de
Edimburgo15señalaron que su tratamiento de éste y otros temas
relacionados «es eruditoyexhaustivo, ybienmerece serleído». Ade­
más, sus opiniones sobre los salarios y la concentración económica
no podían ser descartadas. Es más, algunos comentaristas estaban
tanansiosos por evitar un total rechazo de Marx queWilliamSmart
escribió su crítica de El capital en 1887 precisamente para animar a
212 Cómo cambiarel mundo

los lectores que la crítica de la teoría del valor pudiera h;u , ur­
dido de estudiar el libro, que contenía un «gran valor tan. . e{-,.,1

historiador como para el economista».16


Enunlibrodetextoelemental diseñadoparaestudiann- univer­
sitarios indios M. Prothero resume razonablemente bien ' ios
no marxistas vieron en Marx, sobre todo por ser unpoco : . ; tes
yreflejar de este modo las ideas vigentes en vez de llevar , . - . un
estudio individual. Se destacaban tres cosas: la teoría do /, la
teoría del desempleo, ylos logros deMarxcomohistoriado.. .. ceel
primero en señalar que «la estructura económica de la sccioaud ca­
pitalista actual seha desarrolladoapartir dela estructura económica
de la sociedad feudal».17En efecto, Marx causó un mayor impacto
como historiador, yentre los economistas con un enfoque histórico
de sumateria. (Hasta entonces apenas había influidoenlos historia­
dores profesionales no económicos de Inglaterra, que estaban toda­
vía sumergidos enla rutina de la historia puramente constitucional,
política, diplomática y militar.) Apesar de los escritores v, ó. mes,
en realidad no había disputa entre aquellos que le leían por su in­
fluencia. Foxwell, un académico antimarxista de lo más implacable
que podía haber enla década de 1880, locitaba habitualmente entre
los economistas que «más han influenciado a los estudiantes serios
de este país»yentre los que habían hecho posible el acusado avance
en «el sentimiento histórico» de este período.18Incluso los que re­
chazabanla «peculiar, yen mi opinión errónea, teoría del valor pre­
sentada en El capital»sentían que los capítulos históricos habíande
serjuzgados demanera diferente.19Pocos dudaban de que, graciasal
estímulodeMarx, «estamos ahoraempezandoaver que amplias sec­
ciones de la historia tendrán que reescribirse bajo esta nueva luz»,20
ignorando al parecer la demostración del profesor Trevor-Roper
de que el estímulo no procedía de Marx, sino de Adam Smith, de
Hume, de Toqueville o de Fustel de Coulanges». Bosanquet21no
tiene duda alguna de que la «visión económica o materialista dela
historia» está «esencialmente relacionada con el nombre de Marx»,
aunque «también puede ilustrarse através de las numerosas discre­
pancias de BuckleyLe Play». Bonar, aunque niega específicamente
que Marx inventase el materialismo histórico—señala muy corree-
El Dr. Marxy los críticos Victorianos 213

tar aente comopioneroal pensador Harrington, del siglox v i i —,22 no


tiene conocimiento previo de las siguientes afirmaciones históricas
marxistas, que le asombran: que «la propia Reforma se adscriba a
una causa económica, que la duración de la Guerra de los Treinta
Años sedebiera acausas económicas, las cruzadas alaseddetierras,
la evolución de la familia a causas económicas, y que la visión de
Descartes de los animales como máquinas pudiera relacionarse con
el auge del sistema manufacturero.23
Naturalmente suinfluencia fue más acusada entre nuestros his­
toriadores económicos, de los que sólo Thorold Rogers puede ser
considerado de inspiracióncompletamente insular. Cunninghamen
Cambridge, como ya hemos visto, lo había leído con comprensión
y simpatía desde finales de la década de 1870. Los estudiosos de
Oxford —quizá debido a una tradición germánica más arraigada
entrelos hegelianos—loconocíanantes de quehubieragruposmar­
xistas ingleses, aunque lacríticadeToynbee, sóloderelativaimpor­
tancia, de su historia {La revolución industrial) resulta ser errónea.24
George Unwin, quizá el historiador económico inglés más impre­
sionante de sugeneración, seintrodujo enel tema através deMarx,
oentodo caso para refutar aMarx. De todas formas, no teníaduda
de que «Marx estaba intentando llegar al tipo correcto de historia.
Los historiadores ortodoxos ignoran los factores más significativos
del desarrollo humano».25
Tampoco hubo mucho desacuerdo acerca de sus logros como
historiador del capitalismo. (El comentarista delAtenaeumencontró
«insatisfactorias y bastante superficiales» sus ideas sobre los perío­
dos primitivos, pero fueron habitualmente olvidadas y, de hecho,
gran parte de sus estimaciones más brillantes y de las de Engels
no estaban todavía al alcance del amplio público.) Inclusola crítica
británica más extendida y hostil de su pensamiento —el Socialismo
deFlint (1895, escritobásicamente en 1890-1891)—admite: «Donde
Marxhizo un memorable trabajo comoteóricohistóricofue sóloen
su análisis e interpretación de la era capitalista, yen esto, aquellos
que piensan que suanálisis es más sutil que preciso, yquesus inter­
pretaciones son más ingeniosas que verdaderas, han admitir que
ha prestado un eminente servicio».26
214 Cómo cambiar el inundo

Flint tampoco estaba solo en su desconfianza británi,, una


tendencia al excesivo refinamiento en el razonamiento», •>-.Sll
aceptaciónde los méritos deMarxcomohistoriador del en- :-uno;
yespecialmente del capitalismo decimonónico. Es unapm .i0-
derna la de arrojar dudas sobre suerudiciónylade Engei- osu
integridadyel uso de las fuentes28, perolos contemperane -n;ls
exploraron esta senda de la crítica, puesto que les parecía : qUe
los males que Marx atacaba eran sobradamente reales, h. •.-mann
hablaba por boca de muchos cuando observó que «aunqn. -ru­
senta exclusivamente el lado sombrío de la vida social cmn •>ürá-
nea, no se le puede acusar de distorsión intencionada29. Licweltyn-
Smith sentía que «aunque Marx ha pintado un cuadro de;mtsiado
negro, ha prestado ungran servicio al dirigir la atención alo-, aspec­
tos más sombríos de nuestra industria moderna, ante los cedes es
inútil cerrar los ojos».30Shield Nicholson31pensaba que su enroque
eraexagerado en muchos aspectos, pero también que algunos delos
males «son tan grandes que la exageración parece imposible.-' 2Ni
siquera el ataque más feroz a su bonafides como erudito se arrevió
a sostener que Marx había pintado de negro un cuadro fonoo, o
incluso gris, sino como mucho, negras como estaban las cose-, que
aveces contenían «vetas plateadas» de evidencias alas que Marx no
había prestado atención.33
¿Estabael tonomodernode ansiedadhistéricatotalmente ausen­
te delasprimeras críticas burguesas deMarx? No. Desde el momen­
to en que apareció en Gran Bretaña un movimiento socialista inspi­
rado enMarx, empezó asurgir lacrítica de Marx de sello moderno,
tratando de desacreditar y refutar excluyendo todo entendió:liento.
Parte de ella apareció en obras continentales traducidas al ingles: es­
pecialmente a partir de mediados de la década de 1880. Ahora se
traducían obras continentales hostiles: Elsocialismocontemporáneode
Laveleye (1885) yLa quintaesenciadelsocialismode Scháíth (1889).
Pero también empezó a brotar un antimarxismo local, sobre todo
en Cambridge, centro destacado de economía académica. El primer
ataque serio a la emdición de Marx, como ya hemos visto, provino
dedos catedráticos de Cambridge en 1885(Tanner yCarey), aunque
Llewellyn-SmithdeOxford—unlugar muchomenos «antimarxista»
E l Dr. M arx y los críticos Victorianos 2I5

enaquellos tiempos—no setomó lacrítica demasiadotrágicamente,


señalando simplemente, unos años después, que las «citas [deMarx]
de los libros azules* son muy importantes e instructivas, aunque no
siempre fiables».34Lo que resulta interesante es el tono de denigra­
ciónmás que el contenido de esta obra: frases como «las expresiones
algebraicas de chucho mestizo» de El capital o «una temeridad casi
criminal en el uso de las autoridades que justifica que examinemos
otras partes delaobra deMarx conrecelo»3'’indican—por lomenos
entemas económicos—algo más que desaprobación académica. De
hecho, lo que enfureció aTanner y a Carey no fue simplemente su
tratamiento de la evidencia —evitaron «la acusación de falsificación
deliberada ... sobre todo cuando la falsificaciónparecía innecesaria»
(esdecir, puesto quelos hechos eranlobastante negros detodos mo­
dos)—, sino«lainjusticia de suactitudgeneral respectoal Capital».36
Los capitalistas sonmás amables de loqueMarxlos pinta; es injusto
con ellos; hemos de ser injustos con él. Esta parece ser, a grandes
rasgos, labase de la actitud de los críticos.
Aproximadamente en la misma época Foxwell de Cambridge
maquinó el hoy conocido planteamiento de que Marx era un ex­
céntrico con un pico de oro, que sólo podía atraer a los inmaduros,
especialmente entre los intelectuales; un hombre —apesar de la ad­
vertenciade Balfour—que había de ser catalogadoconHenryGeor-
ge: «El capital estaba bien calculado para atraer al en cierto modo
entusiasmo diletante de aquellos lobastante cultos para comprender,
ysentirse asqueados por las penosas condiciones de los pobres, pero
nolo suficientemente pacientes ni realistas para descubrir las causas
reales de esta miseria, ni suficientemente entrenados para percibir la
absoluta oquedad de los remedios de charlatán tan retórica yefecti­
vamente presentados».37Diletante, no paciente ni realista, absoluta
oquedad, charlatán, retórico: la carga emocional del vocabulario del
crítico se amontona. También debemos a Foxwell (a través del aus­
tríaco Menger) la popularización del juego de salón alemán consis­
tente en atacar laoriginalidad de Marxyen considerarle un expolia-
* Informe oficial encuadernado en azul y hecho público por el Parlamento en el
Reino Unido. (N. de la t .)
2IÓ Cómo cambiar el mundo

dor de Thompson, Hodgskin, Proudhon, Rodbertus o de ,¡;T


otro escritor que les viniera en mente. Los Principios de i\ .ueil
(1890) se sumaron a esto en una nota al pie, aunque la mor.;, re­
ferencia ala demostración de Menger acerca de la falta de o:l , ¡T
dad de Marx fue eliminada después de la cuarta edición {io, . ¡/fi
opinión de que Rodbertus yMarx —a quienes se solía emm
hacían «básicamente exageraciones, ointerferencias, de ckx.*. de
economistas anteriores»38o de que cualquier otro pensador a. oor
—Rodbertus39oComte—40yahabía dicho, antes ymuch. >: L
que Marx quería decir sobre la historia, nos conduce a un im. tsg
familiar. El propio Marshall, el más importante de los canv•mis­
tas de Cambridge, mostró suacostumbrada combinación de r: .ida
hostilidad emocional hacia Marx y de igualmente acusada remnea
que no conduce a nada.* Pero en general los antimarxistas C. raíz
eran una minoría en el siglo xix, y durante una generación tendie­
ron aseguirlalíneadeMarshall dedesdéntangencial más quedearique
a gran escala. El motivo es que el marxismo perdió rápidamente la
influencia que provoca semejantes debates.
Por extrañoque parezca, lacrítica de Marx que hacíagalad una
tendencia más serena resultó ser mucho más efectiva que la de tipo
histérico. Pocas críticas deMarxhansidomás efectivas quelade Phi­
lipWicksteed, «DasKapital—una crítica», que apareció en el socia­
lista To-Day en octubre de 1884. Estaba escrita con comprensión y
cortesía, ycon total reconocimiento de «aquella gran obra», «aquella
extraordinaria sección» en la que Marx explica el valor, «aquel gran
lógico» e incluso de las «contribuciones de enorme importancia» que
Wicksteed pensaba que Marxhabía hecho enlaúltima parte dci vo­
lumen I. No obstante, al margen de loque podamos pensar ahora de
su enfoque puramente marginalista de la teoría del valor, el articulo
de Wicksteed hizo más por crear entre los socialistas el sentimiento
erróneo de que lateoría del valor de Marx era en cierto modo mele­
vanteparalajustificacióndel socialismoquelas diatribas emocionales
de un Foxwell oun Flint («el mayor fracaso en la historia de ía eco-
* Sus criterios se explican con más detalle y extensión en una Nota ew- rnca
más abajo.
E l Dr. M arx y los críticos Victorianos 217

ornía»)- Granparte de los Ensayosfabianos maduraron en un grupo


debate de Hampstead en el que Wicksteed, Edgeworth* —otro
^(finalista que evitó el ataque emocional—Shaw, Webb, Wallas,
Oiiv°eryalgunos otros controvertían acerca de El capital. Ysi, unos
añosdespués, Sidgwickpodía hablar del «embrollo fundamental [de
jYlarx]..•al queel lector inglés, creo, apenas necesitaperder el tiempo
examinando, puesto que los socialistas ingleses más capaces e influ­
yentes se mantienen cautamente al margen»,41no era a causa de sus
"mofasque lo hacían sino a causa de la argumentación de Wicksteed
—yquizá, podríamos añadir, acausa delaincapacidaddelos marxis-
tasbritánicosparadefender laeconomíapolíticamarxianafrente asus
críticos—•Los trabajadores seguían insistiendo en el marxismo, yse
rebelaroncontra la antigua WEA** porque no selo enseñaban; pero
hastaquelos acontecimientos nodemostraronquelaconfianzadelos
críticosdeMarxensus propias teorías estabafuera delugar, oera ex­
cesiva, el marxismonoreviviócomofuerza académica. Es improbable
quevuelvaadesaparecer de la escena académica.

Not a
MarshallyMarx
Al parecer Marshall no tenía al principio ninguna opinión acusada
acerca de Marx. La única referencia en la Economía dela industria
(1879) es neutral, e incluso en la primera edición de los Principios
hayindicios (p. 138) de que en una época el enfrentamiento al ca­
pitalismo de Henry George le preocupaba más que el de Marx. Las
referencias aMarxenlos Principiossonlas siguientes: (1) Unacrítica

Edgeworth, que nunca se había molestado en estudiar a Marx con rigor, pare
ce haber compartido el rechazo total de los economistas de Cambridge y su desagrado
respecto a Marx (CollectedPapers, III, p. 273 y ss., en una crítica escrita en 1920). Sin
embargo, no hay constancia de que expresase su opinión públicamente en su época.
** Workers’ Educational Association (Asociación Educativa de los Trabajado
res), fondada en 1903. (N. de la t )
E l Dr. M arx y ¡os críticos Victorianos 217

r-úer nomía»). Gran parte de los Ensayosfabianos maduraron en un grupo


t i11 debate de Hampstead en el que Wicksteed, Edgeworth* —otro
7re~ niarginalista que evitó el ataque emocional—Shaw, Webb, Wallas,
"ali- Qpyier y algunos otros controvertían acerca de El capital. Ysi, unos
-^a anos después, Sidgvvickpodía hablar del «embrollo fundamental [de
7U Marx] ... al que el lector inglés, creo, apenas necesitaperder el tiempo
’Uc examinando, puesto que los socialistas ingleses más capaces e influ-
arior yentes se mantienen cautamente al margen»,41no era a causa de sus
lo mofas que lo hacían sino a causa de la argumentación de Wicksteed
erso —yquizá, podríamos añadir, acausa delaincapacidad delos marxis-
’mis_ tasbritánicos paradefenderlaeconomíapolíticamarxianafrenteasus
•.¡da críticos—. Los trabajadores seguían insistiendo en el marxismo, yse
-orica rebelaron contra la antigua WEA**porque no se lo enseñaban; pero
e raíz hastaquelos acontecimientos no demostraronquelaconfianzadelos
ndie- críticos deMarxen sus propias teorías estabafueradelugar, oeraex-
itaque cesiva, el marxismonoreviviócomofuerzaacadémica. Es improbable
nte la qUevuelva adesaparecer de laescena académica.
¡euna
e tipo Not a
: Phi-
socia- Marshally Marx
sióny
quella Al parecer Marshall no tenía al principio ninguna opinión acusada
1Oman acerca de Marx. La única referencia en la Economía de la industria
1»que (1879) es neutral, e incluso en la primera edición de los Principios
.el vo- hayindicios (p. 138) de que en una época el enfrentamiento al ca­
ora de pitalismo de Henry George le preocupaba más que el de Marx. Las
tículo referencias aMarxenlos Principiossonlas siguientes: (1) Linacrítica
niento
irreíe-
onales * Edgeworth, que nunca se había molestado en estudiar a Marx con rigor, pare
aeco- ce haber compartido el rechazo total de los economistas de Cambridge y su desagrado
respecto a Marx (Collected Papers, III, p. 273 y ss., en una crítica escrita en 1920). Sin
embargo, no hay constancia de que expresase su opinión públicamente en su época.
ilica ** Workers’ Educational Associatioh (Asociación Educativa de los Trabajado-
res), fundada en 1903. (N. de la t.)
2l8 Cómo cambiar el mundo

de su«doctrina arbitraria»de que el capital es únicamente el que *


asus propietarios la oportunidad de saquear yexplotara los deiru
(p. 138). (Apartir delatercera edición, 1895, estosereiteraysee
bora.) (2) Que los economistas deberían evitar el término «abstrae
cia», eligiendoencambioalgoasí como«esperando», porque—poi
menos así interpreto yoel añadido auna nota al pie eneste asunto
«Karl Marx ysus seguidores se han divertido mucho contemplan
las acumulaciones deriquezaque resultandelaabstinencia del Bar
Rothschild» (p. 290). (Esta referencia ha sido omitida del india
partir de la tercera edición, aunque no del texto.) (3) Que Rodber
yMarxnoeranoriginales ensusideas, quepretendenque«el pago
intereses es un robo del trabajo», ysoncriticadas porque constitu)
unrazonamientoviciado, aunque «envueltoconlas misteriosas fra
hegelianas quetanto gustaban aMarx» (pp. 619-620). Enlasegur
ediciónhayun intento de sustituir una anterior caricatura de lade
trina de Marx de la explotaciónpor un resumen dela misma (189
(4) Una defensa de Ricardo contra la acusación de ser unteóricoi
valor trabajo como falsamente proclamaban no sólo Marx sino
marxistas mal informados. (Esta defensa seva elaborando progre
vamente en posteriores ediciones.) Hay que recordar que Marsl
sentía gran admiración por Ricardo como para querer arrojarlo j
laborda como precursor de los teóricos socialistas, tal como muel
otros comunistas —Foxwell por ejemplo—estaban dispuestos a1
cer. Perolatarea de demostrar que Ricardono eraun teóricodel t
bajoes compleja, como él mismoparece haber reconocido. Así pu
observamos nosóloque todas las referencias deMarshall aMarxs
críticas o polémicas —el único mérito que le concede, puesto c
vivía en tiempos prefreudianos, es unbuen corazón—, sinotamb:
que su crítica parece basarse en un estudio mucho menos detalla
de las obras de Marx de loque cabría esperar, o del que emprend
ron los reputados economistas académicos contemporáneos.
10

La influencia del marxismo


1880-1914

i
Lashistorias del marxismo generalmente definen sutema por exclu­
sión. Su territorio está delimitado por aquellos que no son marxis-
tas, una categoría que los marxistas doctrinarios ylos antimarxistas
comprometidos tienden ambos aextender enloposible, por motivos
ideológicos y políticos. Incluso los historiadores más exhaustivos y
ecuménicos mantienenuna nítida separaciónentre «marxistas»y«no
marxistas», restringiendosuatenciónalosprimeros, aunquedispues­
tosaincluir una gamalomás amplia posible de éstos. Yasí debe ser,
porque si nohubiera semejante separación noseríanecesarioescribir,
onosepodría, una historiaespecial del marxismo. Sinembargo, tam­
biénha habido latentación de escribir lahistoria del marxismo exclu­
sivamentecomoladel desarrolloylos debates enel senodel cuerpode
lateoríaespecíficamentemarxista, ypor consiguientededescuidaruna
importante, aunque no fácilmente definible, zona de radiación mar­
xista. No obstante, el historiador del mundo moderno no debe olvi­
dar esto, pues es distinto de los movimientos marxistas. La historia
del«darwinismo»nopuede limitarse aladelos darvinianos ni alade
los biólogos en genéral. No puede dejar de tener en cuenta, aunque
sólo sea marginalmente, el uso de las ideas darvinianas, metáforas
220 Cómo cambiar el mundo

o incluso expresiones que se convirtieron en parte del univv ,;,jte- 0b


lectual de gente que nunca le prestó la menor atención ala r o qe aq
las islas Galápagos olas minuciosas modificaciones neceser'’ mla }a
teoría de la selección natural por parte de lagenética módem. ig-aaj m(
quelainfluencia de Freud se extiende muchomás alládelas ¡.-'Us c0,
de psicoanálisis opuestas ydivergentes, oincluso más allá o „,ue la
nunca leyeron una sola línea escrita por su fundador. Marx, - igual gn
que Darwin y Freud, pertenece a la reducida clase de pe .v:.>res Mí
cuyos nombres e ideas, de un modo u otro, han entrado en \ ‘ni- ncu
ra general del mundo moderno. Esta influencia del marxismo enla Ar>
cultura general empezó a dejarse sentir, en términos generales, enel
período dela SegundaInternacional. Esto esloqueintenta e; mmiar ros
el presente capítulo. la<
La espectacular expansión de los movimientos obreros y sucia- qui
listas asociados con el nombre de Karl Marx enla década de ló80y mi
1890 difundió inevitablemente la influencia de sus teorías (o lo que del
se consideraban sus teorías) tanto en el seno de dichos movimientos sal
como fuera de ellos. Dentro de ellos el «marxismo» —el origen y qui
desarrollo del término se argumenta en otro lugar—comp.hmcon má
otras ideologías de la izquierda, yenvarios países las reemplazó por y1
lo menos oficialmente. Fuera de ellos, el impacto del «problema so- —<
cial», y el creciente desafío de los movimientos socialistas atrajeron par
la atención hacia las ideas del pensador cuyo nombre seidentificaba la <
cadavez más con ellos, ycuya originalidad eimpresionante talla in- de
telectual eran obvias. Apesar de los polémicos intentos por demos- me
trar que Marx podía ser fácilmente desacreditado, yque poco había ma
añadido a lo que habían dicho los primeros socialistas ycríticos del cor
capitalismo —o incluso que los había plagiado enbuena parte—, era int
poco probable que los no marxistas serios cometiesen un error tan sen
elemental.1Hasta ciertopunto suanálisis seutilizóparacomplementar me
los análisis no marxistas, como cuando algunos economistas británi­
cos deladécada de 1880, conscientes delas insuficiencias de lateoría yor
maltusiana ortodoxa del desempleo, mostraron un interés general- obi
mente positivo por las opiniones de Marx sobre el «ejército indus- rob
trial dereserva».2Un enfoque tan desapasionado eramenos probable, poi
por supuesto, que seprodujera en países enlos que los movimientos ; ape
La influencia del marxismo 1880-1914 221

obreros de inspiración marxista eranmenos desdeñables deloqueen


aquellos tiempos loeran enGran Bretaña. La necesidadde movilizar
la artillería pesada del intelecto académico para refutarlo, o por lo
menos para comprender la naturaleza de su atracción, se hizo sentir
con mayor urgencia. De ahí, especialmente en Alemania yAustria,
la aparición a mediados y finales de la década de 1890 de obras de
gran erudición y solidez dedicadas a este propósito: Das Ende des
Marxschen Systems de Bóhm-Bawerk (1896), Wirtschaft und Recht
nach materialistischer Geschichtaujfassung de Rudolf Stammler y Die
Arbeiterj'ragede Heinrich Herkner (1896).3
Otra formadeinfluenciamarxistafueradelos movimientos obre­
rosysocialistas se ejercía a través de semimarxistas yexmarxistas de
laépoca de la «crisis del marxismo» de finales de la década de 1890,
que cadavez eran más numerosos. En este período asistimos al naci­
mientodel conocidofenómeno del marxismo comoetapaprovisional
deldesarrollopolíticoeintelectual dehombresymujeres; ycomobien
sabemos es raro que aquellos que han pasadopor estaetapa nohayan
quedado marcados en cierto modo por esta experiencia. No hay
másquemencionar nombres comoCroce enItalia, Struve, Berdyayev
yTugan-Baranowsky en Rusia, Sombart y Michels en Alemania o
—enun campo menos académico—Bernard Shawen Gran Bretaña
para apreciar el peso de esta primera generación de ex marxistas de
la década de 1880 y 1890 en la cultura general y la vida intelectual
de este período. Alos exmarxistas hemos de añadir el creciente nú­
mero de aquellos que, aun siendo reacios a romper sus lazos con el
marxismo, se iban apartando paulatinamente de lo que ahora se iba
convirtiendo en una ortodoxia claramente definida —como muchos
intelectuales «revisionistas»—yaquellos que, no siendo marxistas, se
sentían atraídos por algunos aspectos delas ideas deMarx, principal­
mente porque estaban enel bando delaizquierda socialista.
Estas formas de radiación del marxismo seencontraban, en ma­
yor o menor medida, allí donde se desarrollaron los movimientos
obreros ysocialistas de aquel período, es decir, en granparte de Eu­
ropayenalgunas zonas deultramar colonizadas básicayampliamente
por emigrantes europeos. Más allá del alcance de estos movimientos
apenas existía en dicho período, con la posible excepción, pero en
222 Cómo cambiar el mundo

cualquier caso marginal, de Japón. No hay evidencias cíe i , .:tlC[a


marxista enlos movimientos revolucionarios de laIndia an . resa
1914, aunque estaban abiertos no sólo (obviamente) alas u -yas
intelectuales británicas sino también alas rusas, yaunque u . ins­
cripción de la que, por ejemplo, los terroristas bengalíes atr ;Sa
1914procedíanserevelase después altamente receptiva ai mío.
Tampoco hayevidencia alguna en el mundo islámico, ni v. úri­
ca subsahariana ni, a excepción del «cono sur» densameim- ,udo
por inmigrantes, en Latinoamérica. Podemos descuidar, ¡o uas
estas zonas.
Por unlado, laradiacióndel marxismofue especialmente impor­
tanteygeneral enalgunos países de Europa enlosque prácfo: •;-unte
todo pensamiento social, independientemente de sus relaciones po­
líticas con movimientos obreros y socialistas, estaba marcad : por la
influencia de Marx, que no era tanto un opositor de las ortodoxias
burguesas establecidas (que apenas existían) comouno de los princi­
pales padres fundadores de cualquier tipo de análisis de la sociedadv
de sus transformaciones. Este erael casode algunas partes ue iaEu­
ropa Oriental yespecialmente de la Rusia zarista. En estos ni
siquiera entonces había manera de evitar aMarx, puesto que y?, for­
maba parte del tejidogeneral de lavidaintelectual. Esto nosignifica
que todos aquellos que experimentaronsuinfluenciaseconsiderasen,
opuedan ser considerados, marxistas en sentido estricto.

II
Aunque el período que abarca este capítulo no sobrepasa los treinta
años, nopuede ser tratado comouna solaunidad. Hayque distinguir
tres subperíodosprincipales. El primeroesel delaaparicióndeparti­
dos obreros ysocialistas de orientaciónmás omenos marxista endis­
tintas épocas deladécadade 1880ycomienzos deladécadade 1890,
y sobre todo el enorme avance de dichos movimientos durante los
cinco oseis años de la Internacional. Lo importante de este período
no es tanto lafuerza organizativa, electoral osindical de estos movi­
mientos, aunque ésta a menudo se reveló enorme, sino su repentina
La influencia del marxismo 1880-1914 223

irrupción en la escena política de sus países y (a través de iniciativas


como el 1 de Mayo) internacionalmente, y también la notable y a
veces utópica ola de esperanza de la clase trabajadora enla que pare­
cíanestar montados. El capitalismo estaba en crisis: su fin, aunque
n0 siempre imaginado de forma concreta, parecía estar a la vista.
Tanto la penetración del marxismo en el seno de los movimientos
obreros —el Partido Socialdemócrata Alemán se comprometió ofi­
cialmente con el marxismo en 1891—como su radiación positiva y
negativa más allá del alcance de estos movimientos experimentaron
unextraordinario avance en una serie de países.
El segundo subperíodo empieza a mediados de la década de
1890, cuando el resurgimiento de la expansión capitalista global se
hizoevidente. Apesar de las fluctuaciones, los movimientos obreros
socialistas demasas, allí dondelos había, continuaroncreciendorápi­
damente, yde hecho, en algunos países los movimientos de masas o
inclusomovimientos organizados más omenos permanentemente se
crearon durante esta fase; no obstante, cada vez era más evidente en
laszonas enlas que eranlegales quelarevoluciónolatransformación
social total no era su objetivo inmediato. La «crisis del marxismo»4
que los observadores externos advirtieron a partir de 1898 no era
solamenteun debate sobrelaimportancia, paralateoríamarxista, de
estademostración de que el capitalismo todavía florecía—el debate
«revisionista»—, sino que también se debía al surgimiento de gru­
pos con intereses muy diferentes dentro de lo que hasta hacía poco
parecía una única oleada de socialismo; por ejemplo, las divisiones
nacionales en el seno de movimientos como el austríaco, el polaco
yel ruso. Esto transformó claramente la naturaleza de los debates
dentro del marxismo y de los movimientos socialistas, y el impacto
del marxismo fuera de ellos.
La revolución rusa introduce el tercer subperíodo, que finali­
zaría en 1914. Estaba dominado por un lado por el resurgimiento
de importantes acciones de masas a raíz de la revolución de 1905
y, unos años después, de los disturbios obreros que dominaron los
últimos años antes de la primera guerra mundial; y por otro lado,
por el correspondiente resurgimiento deunaizquierdarevolucionaria
tanto en el seno de los movimientos marxistas como fuera de ellos
224 Cómo cambiar el mundo

(sindicalismo revolucionario). Al mismo tiempo, el tv •j0s


movimientos obreros de masas organizados siguió crecía ¡-ltr
1905 y 1913 los miembros de los sindicatos socialdemóc |0s
países cubiertos por el sindicato Internacional de Ámstcc ;ha­
bían duplicado desde poco menos de tres millones hasta ¡>. nos
de seisf mientras que los socialdemócratas eran el partid más
numeroso: tenían entre el 30 y el 40 %de los votos v. -.nía
Finlandia ySuecia.
La preocupación por el marxismo fuera de los na
cialistas naturalmente aumentó. Así, el Archivfür SozntJ-..
undSozialpolitik de Max Weber publicó solamente cuate • ;culos
sobre el tema entre 1900 y 1904, pero entre 1905 y 190 . :Micó
quince; por otro lado, el número de tesis académicas alem-.m.-., mbre
el socialismo, la clase obrera y temas similares aumentar ; : una
media de entre dos ytres por año en la década de 1890 a ov, media
anual de cuatro en 1900-1905, 10,2 en 1905-1909 y lv,7 i909-
1912.6Puesto que el movimiento revolucionario en aquel: • no
estaba identificado simplemente con el marxismo -— el su.. ,, ..mío
revolucionario y otras formas incluso menos definidas d dión
compitieron con él en los últimos años previos ala guerra- d im­
pacto del marxismo tanto en sus simpatizantes potenciales . -noen
sus críticos fue complejo y difícil de definir. Sin embarg ' roba-
blemente en esta época estaba más ampliamente difundió ; míe lo
que antes lo había estado, especialmente a través de las os •sieun
considerable número de exmarxistas, o de aquellos que so o; que
tenían que establecer suposición enrelación con el marxisi •

III
Si hemos derastrear lainfluencia del marxismoconmayo"; s, •.món,
hemos detener en cuenta dos importantes variables adema- o. puro
tamaño (ypor consiguiente presencia política) de los partió.: 'Obre­
ros ysocialistas: hasta qué punto eranmarxistas yhasta • uto el
marxismo atraía ál.estrato que probablemente estaba mas . -vado
que cualquier otro por las teorías: los intelectuales.
La influencia del marxismo 1880-1914 225

Los movimientos obreros o bien se identificaban oficialmente


conel marxismo oseasociaban conotras ideologías análogas orevo­
lucionarias de tipo socialista o de esencia no socialista. En términos
generales, la mayoría de partidos miembros de la Segunda Interna­
cional, liderados por el SPD alemán, eran del primer tipo, aunque
lahegemonía del marxismo en el interior de los mismos oscurecía la
presencia de otras numerosas influencias ideológicas. Sin embargo,
habíaalgunos, como el francés, que estabanpredominantemente im­
buidos por viejas tradiciones revolucionarias indígenas, algunas ape­
nas matizadas por la influencia de Marx. Mientras que había países
enlos que la izquierda socialista se encontraba en abrumadora ma­
yoría dentro de estos partidos, en otros movimientos e ideologías
rivales competían con él.
Sin embargo, entre las ideologías rivales de la izquierda, excep­
toalgunas que eran predominantemente nacionalistas, la influencia
marxistatenía posibilidades de penetración, enparte porque (a me­
nos que hubiera razones especiales para lo contrario) la asociación
conel mayor teórico del socialismo tenía un cierto valor simbólico,
peroprincipalmente porque su análisis teórico de lo que estaba mal
enla sociedad estaba deficientemente desarrollado en comparación
conlas ideas de Marx sobre la manera de alcanzar ala revolucióny,
por vagas que fueran, sobre el futuro posrevolucionario. Las princi­
pales ideologías que nos interesan aquí, además de las básicamen­
tenacionalistas (que a su vez se infiltraron en el marxismo), son el
anarquismo y su en parte manido sindicalismo revolucionario, las
tendencias narodniks y, por supuesto, la tradición radical jacobina,
especialmenteensuformarevolucionaria. Apartir demediados dela
década de 1890, hayque prestar también cierta atención aun refor-
mismo socialista deliberadamente no marxista cuyoprincipal centro
intelectual eralaSociedadFabianabritánica. Apesar deserpequeña,
ejercíaciertainfluenciainternacional, nosóloatravés deresidentesex­
tranjeros temporales que estaban influidos por ella —especialmente
Eduard Bernstein—, sino a través de vínculos culturales entre Gran
Bretaña y regiones como los Países Bajos y Escandinavia. Por más
interesante que resulte estaradiación del fabianismo, el fenómeno es
demasiadopequeño para que nos detengamos.7
22Ó Cómo cambiar el mundo

La tradición radical jacobina permaneció en gran •. ¡ida


permeable a la penetración del marxismo aun cuando - -o quj2<
simplemente porque—sus miembros más revoluciona o estaba^
demasiado dispuestos a presentar sus respetos aun gran nombrere­
volucionario y a identificarse con las causas asociadas a ¿i. Rl
xismo quedó excepcionalmente subdesarrollado en Francia. Hasta
década de 1930 no pueden ser calificados conrigor de marxistasteó­
ricos los numerosos intelectuales distinguidos del Partid» c••' nunista
francés, aunque en aquel entonces muchos de ellos, pero icotodos
empezaron a calificarse de tales. La revista intelectual dd partido
La Pejísée, fundada en 1938, todavía lleva por título «ure . -Istadel
racionalismo moderno». En cambio, el anarquismo, apesar delano­
toria hostilidad entre MarxyBakunin, adoptógranparte del análisis
marxista, a excepción de determinados puntos en disputa entre am­
bos movimientos. Esto no resulta especialmente sorprendente por­
que, hasta que los anarquistas fueron excluidos de la Internacional
en 1896 —y en algunos países incluso más tarde—a menudo era
difícil trazar la línea divisoria entre ellos y los marxistas en el seno
del movimientorevolucionario, que eranparte del mismo entornode
rebeliónyesperanza.
Las divergencias teóricas entre el marxismo ortodoxo vel sin­
dicalismo revolucionario eran enormes, aunque sólo fuera porquelo
que estos revolucionarios rechazaban en el marxismo no eran sim­
plemente sus criterios sobre la organizaciónyel Estado, sinotodoel
sistema de análisis histórico identificado conKautsky, que ellos con­
sideraban determinismo histórico —incluso fatalismo—en teoría, y
reformismo en la práctica. En efecto, el sindicalismo revolucionario
ejercía cierto atractivo en los intelectuales de la izquierda dados al
debate ideológico, pero no olvidemos que incluso aquellos que no
procedían de las filas del marxismo, especialmente los que erande­
masiado jóvenes en la década de 1890, respiraban un aire saturado
de argumentaciones marxistas. Así pues, G. D. H. Colé, unjoven
socialista británico rebelde pero poco continental, pensaba con toda
naturalidad que los escritos de Georges Sorel eran «neomarxistas».8
En realidad, los intelectuales revolucionarios sindicalistas protesta­
ron no tanto contra el análisis marxista per se, sino más bien contra
22 6 Cómo cambiar el mundo

La tradición radical jacobina permaneció en gran - ¿kia !n>


permeable a la penetración del marxismo aun cuand :i fi-dzá
simplemente porque—sus miembros más revoluciona c:ítaban
demasiado dispuestos a presentar sus respetos aun gran ■• re rg-
volucionario y a identificarse con las causas asociadas a fl mar­
xisrno quedó excepcionalmente subdesarrollado en Frac oma la
década de 1930 nopueden ser calificados conrigor de ir "r-s teó-
ricos los numerosos intelectuales distinguidos del Partid; - ^ ¡ m i s t a

Francés, aunque en aquel entonces muchos de ellos, re- : todos,


empezaron a calificarse de tales. La revista intelectual „ i partido,
La Pensée, fundada en 1938, todavía llevapor título «una revistadel
racionalismo moderno». En cambio, el anarquismo, ape. .- J e la no-
toria hostilidad entre MarxyBakunin, adoptó granparte del análisis
marxista, a excepción de determinados puntos en disputa entre am­
bos movimientos. Esto no resulta especialmente sorprendente por­
que, hasta que los anarquistas fueron excluidos de la Internacional
en 1896 —y en algunos países incluso más tarde—a :ncrudo era
difícil trazar la línea divisoria entre ellos y los marxistas en el seno
del movimientorevolucionario, que eranparte del mismoentornode
rebeliónyesperanza.
Las divergencias teóricas entre el marxismo ortodoxo yel sin­
dicalismo revolucionario eran enormes, aunque sólofuera porquelo
que estos revolucionarios rechazaban en el marxismo no eran sim­
plemente sus criterios sobre la organizaciónyel Estado, sinotodoel
sistema de análisis histórico identificado conKautsky, que elloscon­
sideraban determinismo histórico—incluso fatalismo—en teoría, y
reformismo en la práctica. En efecto, el sindicalismo revolucionario
ejercía cierto atractivo en los intelectuales de la izquierda dados al
debate ideológico, pero no olvidemos que incluso aquellos que no
procedían de las filas del marxismo, especialmente los que erande­
masiado jóvenes en la década de 1890, respiraban un aire saturado
de argumentaciones marxistas. Así pues, G. D. H. Colé, unjoven
socialista británico rebelde pero poco continental, pensaba contoda
naturalidad que los escritos de Georges Sorel eran «neomarxistas».1
En realidad, los intelectuales revolucionarios sindicalistas protesta­
ron no tanto contra el análisis marxista per se, sino más bien contra
L a influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 227

el evolucionismo automático de la socialdemocracia oficial ylo que el


joven Gramsci denominaba pensamiento revolucionario asfixiante
¡ajo «incrustaciones positivistas y científicas [naturalistische]»,9es
3

decir, contra la extraña mezcla de Marx y Darwin, Spencer y otros


pensadores positivistas que tan a menudo pasó por marxismo, sobre
todo en Italia. De hecho, en Occidente la primera generación con­
vertida al marasmo, engeneral los nacidos en torno a 1860, combi­
nabande formaharto natural aMarxconlas influencias intelectuales
predominantes de la época. Para muchos de ellos el marxismo, por
más que fuera una teoría original y novedosa, pertenecía a la esfera
general del pensamientoprogresista, aunquepolíticamente más radi­
cal, yconcretamente vinculada al proletariado.
En cambio, enlasocialmente explosivaEuropa oriental ninguna
otraexplicaciónde latransformación decimonónica alamodernidad
podía competir con el marxismo, y su influencia se hizo, por con­
siguiente, profunda, incluso antes de que aquellos países hubiesen
desarrolladouna clase obrera, yno digamos yamovimientos obreros,
ounas ideologías burguesas deimportancia distintas delos nacionalis­
moslocales. Por estamisma razón Rusia, hogar de un estrato que so­
cialmente no encajaba, la «intelectualidad» crítica, produjo apasiona­
doslectores de El capital antes que en cualquier otro país, ypor ello,
inclusomás tarde, la Europa oriental sería el nido esencial de erudi­
ciónyanálisis marxista. Desde el punto devistapolítico, losprimeros
admiradores rusos de Marx tendían a simpatizar con los narodniks
(hasta su conversión a grupos marxistas en la década de 1880), pero
también incluían en su seno una serie de economistas académicos
claramente noradicales que aceptabanel método de análisis marxista
eincluso su terminología.10Concretamente, Rusia fue conquistada
por una ideología que anunciaba que el progreso del capitalismo era
históricamente irreversible, yno podía ser derrotado por laresisten­
cia de fuerzas externas a él (como el campesinado), aunque fueran
hostiles, sinoúnicamente por las fuerzas que él mismo habíagenera­
doyque estaban destinadas asustituirlo. Esto significaba que Rusia
teníaque pasar por la etapa del capitalismo.
De ahí laparadoja del marxismoruso: eraalavezuna alternativa
al anticapitalismo revolucionario de base campesina de los narodniks
226 Cómocambiar el mundo

La tradición radical jacobina permaneció en gran medida im­


permeable a la penetración del marxismo aun cuando —o quizá
simplemente porque—sus miembros más revolucionarios estaban
demasiado dispuestos apresentar sus respetos aun gran nombre re­
volucionario y a identificarse con las causas asociadas a él. El mar­
xismo quedó excepcionalmente subdesarrollado enFrancia. Hastala
décadade 1930 nopueden ser calificados conrigor de marxistas teó­
ricos los numerosos intelectuales distinguidos del Partido Comunista
Francés, aunque en aquel entonces muchos de ellos, pero no todos,
empezaron a calificarse de tales. La revista intelectual del partido,
La Pensée, fundada en 1938, todavía llevapor título «una revista del
racionalismo moderno». En cambio, el anarquismo, apesar delano­
toria hostilidad entre MarxyBakunin, adoptógranparte del análisis
marxista, a excepción de determinados puntos en disputa entre am- :
bos movimientos. Esto no resulta especialmente sorprendente por­
que, hasta que los anarquistas fueron excluidos de la Internacional
en 1896 —y en algunos países incluso más tarde—a menudo era
difícil trazar la línea divisoria entre ellos ylos marxistas en el seno
del movimientorevolucionario, queeranparte del mismoentornode
rebeliónyesperanza. :
Las divergencias teóricas entre el marxismo ortodoxo y el sin­
dicalismo revolucionario eran enormes, aunque sólo fuera porquelo
que estos revolucionarios rechazaban en el marxismo no eran sim­
plemente sus criterios sobre laorganizaciónyel Estado, sino todoel
sistema de análisis histórico identificado conKautsky, que ellos con­
sideraban determinismo histórico —incluso fatalismo—en teoría, y!
reformismo en la práctica. En efecto, el sindicalismo revolucionario
ejercía cierto atractivo en los intelectuales de la izquierda dados al
debate ideológico, pero no olvidemos que incluso aquellos que no j
procedían de las filas del marxismo, especialmente los que eran de­
masiado jóvenes en la década de 1890, respiraban un aire saturado
de argumentaciones marxistas. Así pues, G. D. H. Colé, unjoven
socialista británico rebelde pero poco continental, pensaba con toda
naturalidad que los escritos de Georges Sorel eran «neomarxistas».8
En realidad, los intelectuales revolucionarios sindicalistas protesta­
ron no tanto contra el análisis marxista per se, sino más bien contra
i
La influencia del marxismo 18 8 0 -1914 227

¡da im. ¿ evolucionismo automático de la socialdemocracia oficial ylo que el


quizá joven Gramsci denominaba pensamiento revolucionario asfixiante
estaban jjgjo «incrustaciones positivistas y científicas [naturalistische]»,9es
ib re re- decir? contra la extraña mezcla de Marx y Darwin, Spencer yotros
-1mar> pensadores positivistas que tan a menudo pasó por marxismo, sobre
"i asta-la todoen Italia. De hecho, en Occidente la primera generación con­
ras teó- vertida al marxismo, en general los nacidos entorno a1860, combi­
'nunista nabandeformaharto natural aMarxconlasinfluenciasintelectuales
: t¡')dos, predominantes de la época. Para muchos de ellos el marxismo, por
partido, más que fuera una teoría original y novedosa, pertenecía a la esfera
fsta del general del pensamientoprogresista, aunquepolíticamentemás radi­
ela no- cal, yconcretamente vinculada al proletariado.
análisis En cambio, enlasocialmente explosivaEuropa oriental ninguna
tre am- otraexplicaciónde latransformación decimonónicaalamodernidad
ite por- podía competir con el marxismo, y su influencia se hizo, por con­
racional siguiente, profunda, incluso antes de que aquellos países hubiesen
udo era desarrolladouna clase obrera, ynodigamos yamovimientos obreros,
el seno ounasideologías burguesas deimportanciadistintas delosnacionalis-
orno de moslocales. Por esta misma razón Rusia, hogar deunestrato que so­
cialmente no encajaba, la «intelectualidad» crítica, produjo apasiona­
• el sin- doslectores de El capital antes que en cualquier otropaís, ypor ello,
>rque lo inclusomás tarde, la Europa oriental sería el nido esencial de erudi­
an sim- ciónyanálisis marxista. Desde el puntodevistapolítico, losprimeros
todo el admiradores rusos de Marx tendían a simpatizar con los narodniks
ios con (hasta su conversión agrupos marxistas enladécadade 1880), pero
moría, y también incluían en su seno una serie de economistas académicos
cionario claramentenoradicales que aceptabanel métododeanálisismarxista
lados al eincluso su terminología.10Concretamente, Rusia fue conquistada
que no por una ideología que anunciaba que el progreso del capitalismoera
;ran de históricamente irreversible, yno podía ser derrotadopor la resisten­
aturado cia de fuerzas externas a él (como el campesinado), aunque fueran
.n joven hostiles, sino únicamente por las fuerzas queél mismohabíagenera­
on toda doyque estaban destinadas asustituirlo. Esto significabaque Rusia
xistas» .3 teníaque pasar por la etapa del capitalismo.
rotesta- De ahí laparadoja del marxismoruso: eraalavezunaalternativa
1 contra al anticapitalismo revolucionario de base campesina delos narodniks
228 Cómo cambiar el mundo

(que en cualquier caso habían asumido partes del análisis man


del capitalismo), yunajustificacióndel desarrollo capitalistabuq
en un país profundamene reacio a él. Produjo al mismo tiempc
volucionarios y el curioso fenómeno de «marxistas legales», que
positaban su fe en el avance del crecimiento económico a través
capitalismo, pero que consideraban irrelevante la perspectiva d
derrocamiento. Semejante reconciliación entre Marx yla burgu
nofuenecesariaenlaEuropa Central yOccidental, dondeestos j:
sadores sin duda se habrían considerado en cierto modo liber;
Fueran cuales fueren las discrepancias entre todos estos sectore
laizquierda rusaculta, exceptoenunaperiferiamarginal (Tolstoi
influencia de Marx fue abrumadora.
En la década de 1890, los movimientos obreros no vincub
al socialismo eran tan comunes enlas regiones anglosajonas —C
Bretaña, Australia, Estados Unidos—como inusuales fuera de e
No obstante, también en aquellos países el marxismo tuvo cierta
levancia, aunque menos que enla Europa continental. Tampoco
heríamos subestimar, sobre todo en EE.UU., la importancia de
masa de inmigrantes procedentes de Alemania, de la Rusia zaj
y de otros lugares, que a menudo aportaban consigo ideología:
influencia marxista al nuevo mundo comoparte de subagaje inte
tual.11Tampoco deberíamos desdeñar el movimiento de resiste
al «grannegocio» durante este período de aguda tensión social y
tación en EE.UU., que hizo que una serie de pensadores radie
fueran receptivos a, opor lomenos seinteresasenpor, las críticas
cialistas del capitalismo. Cabría pensar nosólo enThorstein Vel
sino en economistas progresistas, pero de centro, como Richard
(1854-1943), que «probablemente ejercieron mayor influencia e
economía americana durante suvital período formativoque cualq
otro individuo».12Por estas razones EE.UU., aunque desarre
ron poco pensamiento marxista independiente, acabaron siei
sorprendentemente, un importante centro para la difusión de
obras e influencia marxistas. Esto no sólo afectó a los países
Pacífico (Australia, Nueva Zelanda, Japón) sino también a C
Bretaña, donde pequeños pero crecientes grupos de activistas ol
ros marxistas en la década de 1900 recibieron abundante litera
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 229

r-ista _incluyendo no sólo aMarx y Engels sino también aDietzgen—


rgués Jelaeditorial de Charles H. Kerr en Chicago.13
h.) re- No obstante, puesto que los movimientos obreros no socialistas
ede- noparecíanplantear amenaza alguna alahegemonía intelectual delos
~s del grupos dominantes, sus intelectuales no habían sentido hasta ahora
su ningunanecesidaddeafrontar el retoconurgencia. Durante ladécada
;üesía Je1880y1890debatieronaMarxyel socialismomucho más quedu­
1pen- ranteladécadade 1900. Así pues, entre el grupodeélitedeintelectua­
'-ües. lesdeCambridge relacionadoconel clubdedebate (secreto) conocido
de generalmente como «Los apóstoles» (H. Sidgwick, Bertrand Russell,
oí), la G.E. Moore, Lytton Strachey, E. M. Forster, J. M. Keynes, Rupert
Brooke, etc.), el iniciodel sigloxxfueunperíodoparticularmente no
Jados político. Mientras que Sidgwick había criticado aMarx, yBertrand
Gran Russell, cercano a los fabianos en la década de 1890, había escrito
ellas, unlibrosobre lasocialdemocracia alemana (1896), incluso cuandola
tare- últimageneración de estudiosos previa a 1914 empezó a decantarse
0 de- hacia el socialismo (aunque de manera no marxista), el economista
euna más eminente y, como se evidenció después, políticamente más ac­
-arista tivoque surgió de este círculo, J. M. Keynes, no muestra indicio de
tas de interés ni conocimiento alguno ni por Marx ni por ninguno de los
telec- debates económicos acerca de Marx.14
tencia
yagi-
icales IV
asso-
eblen Elsegundofactor quesupuestamentepodíacondicionar lainfluencia
dEly marxistaera el atractivo que el marxismo ejercíasobrelos intelectua­
.enla lesdelas clases medias comogrupo, independientemente del tamaño
:quier delmovimientodelaclaseobreralocal. Habíapotentes movimientos
rolla- obreros que enaquellaépoca noconteníanni atraíanprácticamente a
ando, ningúnintelectual, como en Australia (donde un gobierno laborista
de las ocupabael poder ya en 1904). Quizá sedebía al hecho de que había
es del pocos intelectuales en aquel continente. Asimismo, el potente mo­
Gran vimiento obrero, principalmente anarquista, de España recibió muy
obre- poca atención por parte los intelectuales españoles. En cambio, nos
-atura resultanfamiliares las organizaciones marxistas revolucionarias bási-
230 Cómo cambiar el múralo

camente limitadas a los estudiantes universitarios, aunque e , :?;enf


apogeo delaSegundaInternacional estefenómenodebióde ,;UCc
frecuente. Sin embargo, es evidente que algunos movimiento 50.
cialistas como el ruso estaban predominantemente compuestos no-
intelectuales, aunque sólofueraporque los obstáculos al surge'; -ente
legal de movimientos obreros de masas eran enormes. De ! orr,;
manera, había otros países donde, por lo menos durante un ;.;¡p0
el atractivoque el socialismoejercióenlos intelectuales yacanúnico
fue considerablemente grande, como enItalia.
No debemos ahondar demasiado en la sociología de los íntelec
tuales como grupo ni en la cuestión de si formaban o no un estrat
diferente («intelectualidad»), aunque esto en ocasiones prtocapab
mucho enlas discusiones marxistas. Todos los países tenían un con
junto dehombres, yenmuchamenor medidademujeres, que había,
recibidounacierta educaciónacadémicasuperior, yel tema dediscu
sión es precisamente el atractivo que el socialismo/marxismo ejerci
sobre ellos.15En los debates del SPD, lo que hoy denomín t-wn-
«intelectuales» recibían habitualmente el nombreAkademiker. gent
con títulos. Sin embargo, hay que hacer dos observaciones. En ;ru
chos países hay que distinguir claramente entre los profesionales c
lo que en alemán queda perfectamente expresado enlavoz de Kun
(todas las artes) y los profesionales de Wissenschaft (todo el mund
del conocimiento yla ciencia), apesar del amplio reclutamiento c
ambos procedentes de la clase media. Así pues, en Francia, el ana:
quismo, queatrajo alos «artistas»(enesteampliosentido) enelevac
númeroenladécada de 1890, noejerciódemasiadoatractivopara1<
universitaires. La diferencia sólo puede señalarse, pero no explicar
eneste contexto. Las relaciones entre el marxismoylas artes seesti
diaránpor separado más abajo. En segundolugar, hayque distinga
entre países en los que predominaba una minoría de intelectuales <
los partidos y movimientos socialistas mientras que la mayoría qu
daba fuera de ellos (como enAlemania yBélgica), yaquellos en 1
que los términos «intelectual» e «intelectual de izquierdas» eran, p
lomenos durante lajuventud, casi intercambiables (como en Rusi:
La mayoría de movimientos socialistas, evidentemente, ofrecían
los intelectuales un lugar destacado en el liderazgo (Victor Adl<
L a influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 231

qVoelstra, Turati, Jaurés, Branting, Vandervelde, Luxemburg, Ple-


l^anov, Lenin, etc.) yobtenían también asus teóricos casi exclusiva­
mente de este segmento.
No hayningún estudio comparativo adecuado de la actitud po­
lítica de los estudiantes y académicos europeos del período, y to­
davíamenos del amplio estrato profesional que habría incluido ala
mayoría de intelectuales adultos. Nuestra estimación del atractivo
que el socialismo/marxismo ejercía en ellos tendrá que ser, pues,
impresionista.16No obstante, engeneral podemos decir sintemor a
eludas que esta atracción era inusitadamente poderosa sólo en unos
pocos países, principalmente en la periferia de la zona desarrollada
del capitalismo.
En la península Ibérica el grueso de los intelectuales era liberal
anticlerical yradical. Quizá sea por esto que la «generación del 98»
que clamaba por una renovación de España tras las derrotas de la
guerra—Unamuno, Baroja, Maeztu, Ganivet, Valle-Inclán, Macha­
do, y otros—no era precisamente liberal, pero tampoco socialista.
En Gran Bretaña eran abmmadoramente liberales de una clase u
otra, yse sentían muypoco atraídos por el socialismo, aunque dicha
atraccióndebió de sentirse más en el sector más marginal delas mu­
jeresjóvenes instruidas de clase media, que constituíanunimportan­
tenúmero entre los miembros de la Sociedad Fabiana y el modelo
del estereotipo de «laNuevaMujer»para los periodistas enla déca­
dade 1880y1890. Un importante movimiento socialista estudiantil
empezó a surgir en los últimos años previos a 1914. Gran parte de
losintelectuales masculinos de la Sociedad Fabiana procedían prin­
cipalmente de un nuevo estrato de profesionales autodidactas de la
clasetrabajadoraydelaclasemediabaja (Shaw, Webb, H. G. Wells,
Arnold Bennett).17De hecho, el teórico de izquierdas más intere­
santede Inglaterra, yun hombre tan cercano alas tendencias conti­
nentales como para estar influenciado por Marx (en suEvolucióndel
capitalismo moderno) y a su vez influir en los marxistas (a través de
suImperialismo), no fue, típicamente, un fabiano socialista sino un
liberal progresista: J. A. Hobson. Los intelectuales marxistas nativos
declase media eran numéricamente eintelectualmente desdeñables,
aexcepcióndeWilliamMorris (véase más abajo).
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 231

'JYoelstra, Turati, Jaurés, Branting, Vandervelde, Luxemburg, Ple-


¡^anov, Lenin, etc.) yobtenían también asus teóricos casi exclusiva­
mente de este segmento.
No hayningún estudio comparativo adecuado de la actitud po­
lítica de los estudiantes y académicos europeos del período, y to­
davíamenos del amplio estrato profesional que habría incluido ala
mayoría de intelectuales adultos. Nuestra estimación del atractivo
que el socialismo/marxismo ejercía en ellos tendrá que ser, pues,
impresionista.16No obstante, engeneral podemos decir sintemor a
dudas que esta atracción era inusitadamente poderosa sólo en unos
pocos países, principalmente en la periferia de la zona desarrollada
del capitalismo.
En la península Ibérica el grueso de los intelectuales era liberal
anticlerical y radical. Quizá sea por esto que la «generación del 98»
que clamaba por una renovación de España tras las derrotas de la
guerra—Unamuno, Baroja, Maeztu, Ganivet, Valle-Inclán, Macha­
do, y otros—no era precisamente liberal, pero tampoco socialista.
En Gran Bretaña eran abrumadoramente liberales de una clase u
otra, yse sentían muypoco atraídos por el socialismo, aunque dicha
atraccióndebió de sentirse más en el sector más marginal de las mu­
jeresjóvenes instruidas de clase media, que constituíanunimportan­
tenúmero entre los miembros de la Sociedad Fabiana v el modelo
del estereotipo de «laNueva Mujer» paralos periodistas enla déca­
dade 1880y1890. Un importante movimiento socialista estudiantil
empezó a surgir en los últimos años previos a 1914. Gran parte de
los intelectuales masculinos de la Sociedad Fabiana procedían prin­
cipalmente de un nuevo estrato de profesionales autodidactas de la
clasetrabajadoraydelaclasemediabaja (Shaw, Webb, H. G. Wells,
Arnold Bennett).17De hecho, el teórico de izquierdas más intere­
sante de Inglaterra, yun hombre tan cercano alas tendencias conti­
nentales comopara estar influenciado por Marx (ensuEvolución del
capitalismo moderno) y a su vez influir en los marxistas (a través de
suImperialismo), no fue, típicamente, un fabiano socialista sino un
liberal progresista: J. A. Hobson. Los intelectuales marxistas nativos
declase media eran numéricamente e intelectualmente desdeñables,
aexcepción deWilliamMorris (véase más abajo).
232 Cómo cambiar el mundo

La tradiciónrevolucionaria francesa, como es natural, c: ;ó


gran influencia enlos intelectuales de aquel país y, puesto que incluía
un componente socialista nativo, lainfluenciadel socialismo también
se dejó sentir, aunque a menudo tan sólo como etiqueta teño, .ral de
opiniones deizquierdas. (Michels observa, encontraste con i;perma­
nencia de lealtades en otros países, que cinco de cada seis ¡v oídos
elegidos como socialistas en Francia en 1893, en 1907 ru ¡louo
eran socialistas sino antisocialistas.»)18De la misma maner a un ju­
venil ultrarradicalismo formaba parte de la tradición buró; . Por
consiguiente, noes difícil descubrir el socialismoentre los intelectua­
les franceses, yciertas instituciones prestigiosas como la Ecole Nór­
male Supérieure se convirtió apartir de 1890, especialmente durante
el período Dreyfus, en un auténticovivero de intelectuales socialistas
o en gestación. No obstante, puesto que la influencia de Marx —o
inclusolaatracciónhacia el partidosocialistaquereclamabalaalianza
conMarx, los guesdistas—era insignificante,19no haynada más que
añadir acerca del atractivo ejercido sobrelos intelectuales fram-mesde
esteperíodo. Enefecto, antes de 1914las obras deMarxyEngels dis­
ponibles en francés eran una selección claramente más modesta que
laque estabadisponible—si incluimos las ediciones americanas—en
inglés, no digamos yade la alemana, italiana orusa.20
La comunidad académica e intelectual alemana, sea cual fuere
su liberalismo en 1848, estaba en la década de 1890profundamente
comprometida con el imperio de Guillermo II y se oponía militar­
mente al socialismo en vez de sentirse atraída por él; con la posible
excepciónde losjudíos, entre los cuales, segúnlaestimación deMi­
chels nodocumentada de 1907, entreun20yun30%deintelectua­
les apoyaba la socialdemocracia.21Mientras que entre 1889 y 1909
las universidades francesas produjerontreintayuna tesis enel campo
general del socialismo, laeconomía social yMarx, lacomunidadaca­
démica alemana mucho más numerosa sóloprodujoonce tesis sobre
estos temas enel mismoperíodo.22El marxismoylasocialdemocracia
preocupaban alos intelectuales yacadémicos alemanes: no atrajeron
a muchos. Además, hay cierta evidencia de que aquellos que se sin­
tieron atraídos, por lo menos hasta' los últimos años previos a 1914,
era mucho más probable que se situasen en el bando moderado
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 233

>una yrevisionista que enla izquierda; sin duda la organización de Estu­


cliiía diante Socialistas deAlemania estaba entre los primeros defensores
ibién del revisionismo. El partido alemán era, por supuesto, abrumadora-
al de menteproletario ensucomposición; incluso más quizáque cualquier
mia­ Otrodelos partidos socialistas de masas.23Sinembargo, incluso den­
gados trode estos límites la relativamente modesta atracción ejercida por
0 no el marxismo sobre los intelectuales alemanes se intuye por el hecho
1 ju- de que el propio partido tuvo que importar a algunos de sus más
Por prominentes teóricos marxistas desde el extranjero: RosaLuxemburg
;tua- desde Polonia, Kautskyy Hilferding desde Austria-Hungría, «Par-
NTor­ vus»desde Rusia.
ante De los países más pequeños en el noroeste de Europa, Bélgica
listas ylos países escandinavos desarrollaron partidos obreros de masas
—o relativamente grandes oficialmente identificados con el marxismo,
anza aunque en Bélgica el masivo Parti Ouvrier encarnaba también ante­
ique riores tradiciones nativas de la izquierda. Entre los escandinavos, los
esde daneses parece que mostraron un interés algo más fuerte por Marx
;dis- quelos suecos ynoruegos. Aexcepciónde undoctor opastor ocasio­
.que nal, las figuras dirigentes en Nomega eran principalmente obreros.
—en El movimiento sueco, como el resto de los escandinavos (incluyendo
también a los bien organizados finlandeses), no creó teóricos de ta­
íuere llani tuvo parte relevante en los debates de la Internacional. En el
tente mundode las artes, la atracción del socialismo (oanarquismo) debió
itar- desermayor, peroenconjuntoparece probable queel socialismoque
sible habíaentrelos intelectuales escandinavos fueraunaespeciedeexten­
Mi- siónhacia la izquierda del radicalismo democráticoyprogresista tan
:tua- característico de aquella parte de Europa; quizá con especial énfasis
1909 enlareformacultural ymoral-sexual. Si algunafigurarepresenta ala
m po izquierda teórica de los intelectuales suecos de este período es pro­
aca- bablemente el economista Knut Wicksell, republicano radical, ateo,
obre feministayneomaltusiano: permaneció apartado del socialismo.
racia El papel de los Países Bajos en la cultura europea fue probable­
eron mentemayor enesteperíodoque encualquier otromomento apartir
sin- del siglo x v i i . En el mayoritariamente proletario Partido Laborista
914, Belgalos intelectuales yacadémicos, principalmente procedentes del
rado entorno académico racionalista de Bruselas, desempeñaron un pa-
234 Cómo cambiar el mundo

peí destacadamente prominente: Vandervelde, Huysman- ¡ néc,


Héctor Denis, Edmond Picard y, a la izquierda, De Broa* - . Sin
embargo, hayque señalar que el partidoysusportavoces intei:;eriales
tendían a situarse a la derecha del movimiento internacional, y po­
dían ser considerados, de acuerdo con los patrones inten; . ales,
sólo marxistas aproximados.24Es dudoso que Vanderveld: Pi­
case a sí mismo de marxista, a no ser por la épocayel lug,.- . m0
dice G. D. H. Colé: «Entró enel movimiento socialistaen -noca
en que el marxismo, en su forma socialdemócrata alemana, ha­
bía convertido en un factor tan fundamental del desarrollo socialista
en la Europa Occidental que no sólo era casi necesario sino natural
para cualquier socialista continental que aspirase al liderazgo políti­
co, especialmente aun nivel internacional, aceptar el marco marxista
imperante yadaptar aél supensamiento».25Sobre todo en un parti­
do obrero de masas de un pequeño país. Sin duda, la influencia del
marxismo enlos intelectuales belgas no fue destacable.
Holanda, donde no se había desarrollado ningún m^mE-nto
obrero nacional de comparable peso político, fue el único país dela
Europa Occidental enel quelainfluencia del socialismoentre losin­
telectuales parece haber sido culturalmente crucial, y, además, el pa­
pel de los intelectuales en el movimiento inusitadamente acusado.26
De hecho, el Partido Socialdemócrata fue aveces sarcásticamen­
te descrito como el partido de los estudiantes, pastores y abogados.
Finalmente se convirtió, como en otros lugares, en gran medida en
un partido de obreros manuales cualificados; pero la tradicional y
preponderante división del país en gmpos confesionales (calvinis­
tas, católicos yseculares), cadaunoformando unbloque políticoque
trascendía la separación de clases, ofrecía inicialmente menos po­
sibilidades que en otros lugares para la formación de un partido de
clases. Esto iba, al parecer, asociado al acusado aumento del sector
secular de la cultura. En un principio, el nuevo partido se basabaen
gran medida endos sectores enciertomodo atípicos: los granjerosde
Frisia (territorialmente marginales^ nacionalmente específicos) ylos
judíos talladores de diamantes deAmsterdam. En estepequeño mo­
vimiento, intelectuales comoTroelstra (1860-1930), unfrisónquese
convirtió enprincipal líder moderado del partido, yHermán Gorter,
La influencia del marxismo 18 8 0 -1914 235

TC't, unadestacada figura literaria que, con la poetisa Henriettá Roland-


Sin Rolst y el astrónomo A. Pannekoek, sería la principal figura de la
tales izquierdarevolucionaria, desempeñaronunpapel desmesuradamente
po- destacado. Sorprende no sólo por el papel de los intelectuales en el
ales, partidoyla aparición de algunos científicos sociales marxistas de in­
ilifi- terés, como el criminólogoW. Bonger, sino sobre todopor el presti­
omo giointernacional delaultraizquierda intelectual nacional. Apesar de
poca sUssimilitudes yvínculos con Rosa Luxemburg, no estaba sometido
ha- alainfluencia de la Europa Oriental. Los holandeses eran un caso
ilista anómaloenla Europa Occidental, aunque de tamaño reducido.
tural El poderoso Partido Socialdemócrata Austríaco militaba yesta­
3lítl- baparticularmente identificado con el marxismo, aunque sólo fuera
xista através de la estrecha relación personal entre sulíder, Victor Adler
-arti- (1852-1918), yel viejo Engels. De hecho, Austria fue el único país
adel quecreó una escuela de marxismo identificada específicamente con
lanación: austro-marxismo. Con la monarquía de los Habsburgo
ento entramos, por primera vez, en una región en la que la presencia del
dela marxismo en la cultura general es innegable, y el atractivo que la
isin- socialdemocracia ejerció en los intelectuales más que marginal. Sin
1pa- embargo, su ideología estaba inevitable y profundamente marcada
do.26 por aquella «cuestión nacional» que determinó el destino de la mo­
nen- narquía. En efecto, los marxistas austríacos fueron los primeros en
ados. analizarla sistemáticamente.27
laen Los intelectuales delas naciones que noteníanautonomía, como
nal y loschecos, estabanengranmedidainteresados ensupropionaciona­
ánis- lismolingüístico o, algunos irredentos, enel del Estado al que aspira­
3que banunirse (Rumania, Italia). Incluso estando influidos por los socia­
5 po­ listas, el elementonacional tendía aprevalecer, comoenel casodelos
lode socialistas-que se separaron del partido austríaco a finales
ector dela década de 1890 para convertirse esencialmente en un partido
baen checo radical pequeñoburgués. Aunque profundamente conscientes
osde del marxismo, semostrarongeneralmente inmunes aél: el intelectual
¡ylos checomás eminente, Thomás Masaryk, sedio aconocer internacio­
>mo- nalmente con un estudio de Rusia yuna crítica del marxismo. Que­
piese dabanlos intelectuales delas dos culturas dominantes, laalemanayla
orter, magiar, ylosjudíos. La influencia del marxismo enlaculturageneral
236 Cómo cambiar el mundo

de la monarquía dual nopuede entenderse sinalgunas considei


nes acerca de esta minoría anómala.
La tendencia común de las minorías judías de la clase mee
la Europa Occidental había sido la de integrarse cultural ypol
mente, tal como solían hacer engeneral: convertirse enjudío i
como Disraeli o en judío francés como Durkheim, en judíos i
nos y, sobre todo, en judíos alemanes. En Austria practicar
todos los judíos germanoparlantes durante las décadas de 1<
1870 seconsideraban alemanes, es decir, creíanenuna granAl
nialiberal unida. La exclusióndeAustria enrelaciónconAlen
el auge del antisemitismo político apartir de la década de 18
creciente ymasiva emigración hacia el oeste de judíos cultural
te no integrados y el simple tamaño de la comunidad judía
imposible esta posición. Adiferencia de lo que ocurría en Fn
Gran Bretaña, Italia y Alemania, los judíos no constituían u:
queño componente de la población, sino un inmenso sector
clase media: 8-10 %del total de la población de Viena, 20-25
lade Budapest (1890-1910). La situación de los intelectuales j
—yéstos eran sin duda los más entusiastas beneficiarios del sis
educativo—28erapues sui generis.
En Hungría la integración de los judíos continuó fomentái
activamente como parte de lapolítica de magiarización, ypor c
guiente aceptada con entusiasmo por los judíos. Ysin embarg
podíanintegrarse del todo. En ciertomodo, susituaciónerasin
la de losjudíos sudafricanos del sigloxx: aceptados comoparte
nación dirigente frente alos no magiares (onoblancos), pero f
misma concentración yespecialización social excluidos de una
pleta identificación. Es verdad que su papel en la socialdemot
húngara, que mostraba poco interés por asuntos teóricos y op
bajo condiciones de represión moderada, no era sobresalientt
obstante, enla década de 1900 fuertes corrientes social-revoluc
rías ejercieron influencia en el movimiento estudiantil, que con
ría al destacado papel de los judíos en la izquierda húngara de
de la revolución de 1917. Sinembargo, el casodel marxista húi
más ampliamente conocido en el extranjero es significativo. C
Lukacs (1885-1971), aun siendo socialista desde 1902 por lo n
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 237

cío- yen contacto con el destacado intelectual marxista/anarco-sindica-


jista del país, Erwin Szabo (1877-1918), no se mostró seriamente
a en interesadopor las teorías marxistas antes de 1914.
:ica~ La mitad austríaca de la monarquía marginó alosjudíos antes y
í-glés le manera más manifiesta. A diferencia de los magiares, tenía una
-li.ivi­ ampliareservadeintelectuales nojudíos, que hablabanalemán, conla
ente queproveer de altos cargos asuserviciopublicoyasuaparato acadé­
60v mico, dos ámbitos que sesolapaban. La «escuelaaustríaca»deecono­
ina­ mistas que surgiódespués de 1870estaba compuestabásicamente por
nia, ¡ estos hombres, entre los cuales (a excepción de los hermanos Mises)
0,1a i había muypocos judíos: Menger, Wieser, Bóhm-Bawerk, ylos algo
K'II- ; más jóvenes Schumpeter y Hayek. Además, el nacionalismo de la
h izo granAlemania al que muchosjudíos se unieron acabó estando espe­
acia, cialmente, aunque noexclusivamente,29vinculado conel antisemitis­
pe mo. Esto dejóalosjudíos sinun evidente focoenel quedepositar sus
le la lealtadesysus aspiracionespolíticas. El socialismoeraunaalternativa
0o de | posible, por la que optó Víctor Adler, aunque casi seguro que sólo
idíos una minoría de sus contemporáneos más jóvenes optaron por ella.
:ema La socialdemocracia austríaca permaneció fervientemente adherida
alaunidad de lagran Alemania hasta 1938. El sionismo (el invento
dose de un intelectual vienés ultraintegrado) sería después otra alterna­
>nsi- tiva, aunque entonces con mucho menos atractivo. El surgimiento
>, no de un movimiento obrero poderoso, unido ymilitante, básicamente
d a ra entrelos obreros dehablaalemana, sinduda ejercióciertoatractivoen
de la los intelectuales; y el hecho de que en Viena, como en otros lugares,
ar su fuera el único movimiento de masas que se oponía a los partidos
om- antisemitas dominantes no se debe pasar por alto. Sin embargo, la
racia mayoría de los intelectualesjudíos austríacos no estaban interesados
¡raba 1 en el socialism o, sino más bien en una intensavida de culturayrela­
. N o I ciones personales, enuna evasióngeneralm ente nopolíticaounanálisis
o n a - ¡ introspectivo de la crisis de su civilización. (El atractivo ejercido por
iu c i- el socialismo en los intelectuales cristianos fue naturalmente mucho
pués menor.) Los nombres que acuden ala mente cuando se mencionala
garó cultura austríaca (es decir, vienesa engranparte) de este período no
eorg son ante todo socialistas: Freud, Schnitzler, Karl Kraus, Schónberg,
enos Mahler, Rilke, Mach, Hofmannsthal, Loos yMusil.
238 Cómo cambiar el mundo

Por otrolado, enlas principales ciudades, especialmente '/le­


na yPraga, la socialdemocracia (es decir, en términos inte!--, .ales,
marxismo) se convirtió en una parte inevitable de la exper: - .. ade
losjóvenes intelectuales, como puede verse en el retrato roa . icio
del entorno de la clase media culta vienesa (predominantenv. cju­
día) que presenta la novela Der Wegins Freie de Arthur :xler
(1908). Por consiguiente, no es de extrañar que la socialckv -acia
austríaca se convirtiera en el vivero de los intelectuales mn ' . casy
creara un grupo «austro-marxista»: Karl Ranner, Otto IR. álax
Adler, Gustavo Eckstein, Rudolf Hilferding, así como el fundador
delaortodoxiamarxista, Karl Kautsky, yunfloridogrupodeacadémi­
cos marxistas. (Las universidades austríacas no les discriminaban de
modotan sistemáticocomolas alemanas.) Cabe destacar, entre ellos,
aCari Grünberg, Ludo M. Hartmann yStefan Bauer por fundar en
1893 el periódico que, bajo suúltimo nombre de Vierteljahrschriftfür
Sozial-und Wirtschaftsgeschichte, se convertiría en el principa] órgano
de historia económica y social del mundo de habla alema-pero
finalmente cesó de reflejar sus orígenes socialistas. Grünberg, desde
su cátedra en Viena, fundó el Archiv für die Geschichte des óozia-
lismus und der Arbeiterbewegung (conocido comúnmente corno el
Archiv de Grünberg) en 1910, que promovió el estudio académico
del movimiento socialista, y especialmente el marxista. En cambio,
la socialdemocracia austríaca se distinguía por una prensa particu­
larmente brillante yuna inusitada amplitud de interés cultural: si no
apreciaba a Schónberg, por lomenos erauna delas pocas institucio­
nes que ayudóal músicorevolucionario asobrevivir comodirector de
los coros de los obreros.
«Probablemente en ningún otro país haytantos socialistas entre
los científicos, eruditos y escritores eminentes», observó un escritor
americano refiriéndose a Italia.30A menudo se ha señalado el pa­
pel sorprendentemente amplio y destacado de los intelectuales en
el movimiento socialista italiano y—por lo menos en la década de
1890—laenormeytemporal atraccióndel marxismoentre ellos. No
formaban una sección numéricamente grande —menos del 4 %en
1904—31y no hay duda de que los socialistas no eran una mayoría
ni siquiera entre lajuventud (masculina) burguesa ylos estudiantes :
L a influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 239

¿ecomienzos de la década de 1890. Sin embargo, adiferenciade los


estudiantes yprofesores abrumadoramente conservadores delas uni­
versidades alemanas yaustríacas, el socialismo italiano sepropagaba
anienudo—como enTurín—desde entornos progresistas yalavez
académica ypolíticamente influyentes de las universidades italianas
(el socialismo académico francés siguió más que inició). Adiferen­
ciadel socialismo mayoritariamente no marxista de los universitaires
franceses de aquella época, los intelectuales académicos italianos se
sentíantan fuertemente atraídos por el marxismo que gran parte del
marxismoitaliano erapoco más que un aliñovertido sobre la ensala­
dabásicapositivista, evolucionistayanticlerical de la cultura mascu­
linade la clase media italiana. Además, no sólo era un movimiento
derevueltajuvenil. Los convertidos al socialismo/marxismo italiano
incluían hombres maduros y establecidos: Labriola nació en 1843,
Lombroso en 1836, el escritor De Amicis en 1846, aunque la típica
generación de los líderes de la Internacional fue la de c. 1856-1866.
Sealoque sea lo que podamos pensar de la clase de marxismo o so­
cialismo marxizante que se impuso entre los intelectuales italianos,
nohayduda de suintensa obsesión por el marxismo. Incluso los po­
lémicos antimarxistas (algunos, como Croce, exmarxistas) dantesti­
moniode ello: el propio Pareto presentó unvolumende extractos de
Elcapitalseleccionados por Lafargue (París, 1894).
Podemos hablar legítimamente de intelectuales italianos en con­
junto, puesto que, apesar del acusadolocalismo del país yde la dife­
renciaentre el Norte yel Sur, la comunidad intelectual era nacional,
incluso en su disposición general a aceptar influencias intelectuales
extranjeras (francesas y alemanas). Es menos legítimo pensar en las
relaciones entre el socialismo de los intelectuales y el movimiento
obrero en términos nacionales, puesto que las diferencias regionales
desempeñanun enorme papel al respecto. En algunos aspectos la in­
teracción entre los intelectuales y el movimiento obrero en el Norte
industrial —Milán y Turín—es comparable, por ejemplo, a la de
BélgicayAustria, pero no era así evidentemente enNápoles oSicilia.
Lapeculiaridad de Italia no encajaba ni en el modelo de la socialde-
tnocraciamarxistaoccidental ni enladelaEuropa Oriental. Sus inte­
lectuales no eran una intelectualidadrevolucionaria disidente. Mués-
240 Cómo cambiar el mundo

tra de ello es no tanto el hecho de que la oleada de ermm ¡ :Do


el marxismo, en su punto álgido a comienzos de la década de 1890
cediera rápidamente, sino por su ala reformista yrevisión;.-: ..¡-pues
de 1901, ypor laincapacidaddel partidodedesarrollaruna oy •món^
izquierda marxista de cualquier tamaño en el seno del parf * \,ríl0
enAlemaniayAustria.
Los intelectuales italianos como grupo se ajustaban ai moclelo
básico de la Europa Occidental de aquel período: eran a... a,loros
acreditados de suclase media nacional, ydespués de 18va .. ajos
como parte del sistema apesar de ser políticos socialistas. Sin duda
habíarazones por las que muchos deellos sehicieronsocialistas enla
década del898; probablemente debido al desarrollopolítico de Italia
desde el Risorgimento, la miserable pobreza de los trabajadores y
campesinos italianos ylas grandes rebeliones de masas de la década
de 1880y1890, razones más poderosas que las de Bélgica. La gene­
rosidad yrebeldía de lajuventud las reforzó. Al mismo tiempo, no
sólonosediscriminaba alos intelectuales socialistas delacbm- media
como tales, puesto que seaceptaba susocialismo, conunas pocas ex­
cepciones, comounaextensióncomprensible delasideas progresistas
yrepublicanas, sino que suforma devidaysus carreras profesionales
no eran sustancialmente distintas delas de los intelectuales no socia­
listas. Felice Momigliano (1866-1924) tuvo una trayectoria en cier­
to modo agitada como profesor de secundaria durante algunos años
después de sumilitante adhesiónal Partido Socialistaen1893, peroa
partir de entonces parece que hubo poco ensuvidaprofesional como
maestro yprofesor de universidad, ni siquiera (aparte del contenido)
en sus actividades literarias, que le distinguiera de los profesores no
socialistas de los licei con antecedentes mazzinianos yfuertes intere­
ses intelectuales. Como mucho podemos inferir que, si no hubiera
sido socialista, habría llegado antes ala universidad.
En resumen, la mayoría de los intelectuales socialistas gozaban
como mínimo deloqueMaxAdler describiócomo«inmunidadper­
sonal ylaposibilidad del libre desarrollo de sus intereses espirituales
(geistige)».32Nofueésteel casodelaintelectualidadrusa, que, aunque
en un principio ybásicamente surgida de «las clases acomodadas de
la población», se distinguía de ellas por su definición esencialmente
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 241

revolucionaria. Lapequeña noblezaylos funcionarios «ensumayoría


nopuedenclasificarse enlacategoríade intelectuales», comodeclaró
conrotundidad Pesehonov en 1906.33Supropia vocación yla reac­
cióndel régimenylasociedadalaque seoponían impedía el tipo de
integración occidental, tanto si la intelectualidad se definía subjetiva
eidealmente, comolos narodniks, ocomo un estrato social separado;
una cuestión muy debatida en la izquierda msa de comienzos de la
décadade 1900. Tal como sucedió, el crecimiento tanto deunprole­
tariadocomodeunaburguesía cadavezmás confiadaenladécadade
1900complicósusituación. Dado que unaparte cadavezmásvisible
delaintelectualidad parecía ahora pertenecer ala burguesía («Tam­
bién en Rusia, como en la Europa Occidental, la intelectualidad se
está descomponiendo, yuna de sus fracciones, la fracciónburguesa,
se coloca a disposición de la burguesía y se funde definitivamente
con ella», como argumentaba Trotsky),34la naturaleza, o incluso la
existencia independiente de su estrato, ya no parecía clara. Sin em­
bargo, la propia naturaleza de aquellos debates indica las profundas
diferencias entre la Europa Occidental ylos países enlos que Rusia
era entonces su principal ejemplo. En la Europa Occidental casi no
habría sido posible argumentar, como el revolucionario ruso-polaco
Machajski (1898-1906) yalgunos de sus comentaristas, quelos inte­
lectuales como tales eran un grupo social que, através de una ideo­
logíarevolucionaria, trataba de sustituir alaburguesía conayuda del
proletariado antes de explotar asuvez al proletariado.35
Dado el papel central deMarx como inspirador del análisis dela
sociedad moderna en Rusia, la imperante influencia marxista entre
la intelectualidad apenas necesita comentario. Todas las posiciones
de la izquierda, fuera cual fuese su naturaleza e inspiración, tenían
que ser definidas enrelación con aquélla. De hecho, eratanprimor­
dial que incluso los movimientos nacionalistas experimentaron su
influencia. En Georgia, los mencheviques se convertirían, efectiva­
mente, en el partido «nacional»local, el Bund—lo más próximo en
aquellaépocaauna organizaciónpolítica nacional delosjudíos—era
profundamente marxista, e incluso el entonces relativamente mo­
destomovimiento sionista muestra claramente dicha influencia. Los
padres fundadores de Israel, que en sumayoríafueron aPalestina en
242 Cómo cambiar el mundo

la «segunda Aliyá»procedentes de Rusia enlos años posteriores a la


revoluciónde 1905, llevaronconsigolasideologías revolucionarias de
Rusia, que inspiraríanla estructura e ideología de la comunidad sio­
nista en aquel lugar. Pero incluso pueblos menos susceptibles de ser
influidos por el marxismo que losjudíos muestran su influencia. Lo
que seconvirtióenel principal defensor del nacionalismopolaco fue,
nominalmente, el Partido Socialista Polaco de la Segunda Interna
cional —hasta ciertopunto un genuinopartido delos trabajadores—>
tanto que la vieja tradición marxista tuvo que reconstituirse como
rival, ymás auténticamente marxista: la Socialdemocracia del Reino
de Polonia y Lituania (Luxemburg, Jogiches). Una división similar
se produjo en Armenia, con el surgimiento de los dashnaks (que no
obstante se considerabanparte dela SegundaInternacional). Enpo­
cas palabras, en Rusia los intelectuales que rompieron con las viejas
tradiciones desupueblo nopudieronescapar deninguna manera ala
influencia del marxismo.
Esto no significa que fueran todos marxistas, o que siguieran
siéndolo, ni que, cuando se consideraban como tales, coincidiesen
unos con otros acerca de la correcta interpretación del marxismo
—sobretodoloúltimo—. En Rusia, comoenotraspartes, lagranola
de comienzos de la década de 1890, quefue testigo de un agudo de­
clivedel narodismoydelaprovisional convergencia delamayoríade
ideologías revolucionarias yprogresistas hacia un marxismo genéri­
co, la divergenciaylas divisiones sehicieron especialmente acusadas
en el siglosiguiente, y—quizápor primeravez—surgióuna intelec­
tualidad claramente antimarxista, quizá incluso en algunos aspectos
nopolítica. Perosurgiódeun crisol enel que, inevitablemente, había
tenido contacto conel marxismoyexperimentado suinfluencia.
El atractivo ejercido por el marxismo sobre los intelectuales de
laEuropa Suroriental fiielimitadoprincipalmente por laescasezdein­
telectuales de cualquier tipo en algunos de los países más atrasados
(como enpartes delos Balcanes): por suresistenciaainfluencias ale­
manas y rusas —como en Grecia y en cierta medida Rumania, que
tendía a mirar hacia París-—;36por la imposibilidad de que surgieran
movimientos obreros y campesinos significativos (como en Ruma­
nia, donde el socialismodeungmpoaisladodeintelectuales notardó
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 243

endesmoronarse después deladécada de 1890); ypor el atractivo de


ideologías nacionalistas rivales, comoquizá en Croacia. El marxismo
penetró en partes de esta zona siguiendo la estela de la influencia
narodnik (como sobre todo en Bulgaria), yatravés de las universida­
des suizas, focos de movilización revolucionaria, donde estudiantes
políticamente disidentes procedentes de la Europa Oriental se con­
centraronymezclaron. El capitalno sehabía traducido aninguna de
las lenguas europeas surorientales, a excepción del búlgaro, antes
de 1914. Quizá sea más significativa la penetración de cierto mar­
xismo en estas regiones atrasadas —incluso, en cierto modo, en los
remotos valles deMacedonia—queel hecho deque suimpacto (fuera
delaBulgaria influida por los rusos) fuera relativamente modesto.

V
¿Cuál fue entonces lainfluencia del marxismo enla cultura académi­
cadelaépoca, quepermitió estasvariaciones nacionalesyregionales?
Quizá sería útil recordarnos a nosotros mismos que la pregunta en
sí es tendenciosa. Lo que estamos analizando es una interacción
entre el marxismo yla cultura no marxista (o no socialista) más que
lamedida en que la segunda muestra la influencia de la primera. Es
imposible separarla de la correspondiente influencia de las ideas no
marxistas dentro del marxismo. Dichas ideas fueron rectificadas y
condenadas como corruptoras por los marxistas más rigurosos, como
atestiguanlas polémicas de Lenincontralakantianizacióndelafilo­
sofíamarxistaylapenetración dela«empirio-crítica»deMach. Pue­
dencomprenderse estas objeciones: después detodo, si Marxhubiera
deseado ser kantiano lehabría sidofácil serlo. Además, tampocohay
duda de que la tendencia a sustituir a Hegel por Kant enla filosofía
marxianaestaba aveces, aunque enabsoluto siempre, asociadaconel
revisionismo. Sinembargo, enprimer lugar, no es tarea del historia­
dor en este contextolade decidir entre marxismo «correcto»e«inco­
rrecto», puro ycorrupto, yen segundo lugar, ymás importante, esta
tendencia de entrelazar ideas marxistas y no marxistas es una de las
pruebas más evidentes de lapresencia del marxismo enlaculturage­
244 Cómo cambiar el mundo

neral de los instruidos. Precisamente cuando el marxismo está fuer


temente presente en la escena intelectual es más difícil de mantener
la rígida ymutuamente excluyente separación de las ideas rnarxistas
yno rnarxistas, puesto que rnarxistas yno rnarxistas funcionan en un
universocultural que los contiene aambos. Así pues, enladécada de
1960, latendencia ensectores de laizquierda acombinar a Marx con
el estructuralismo, con el psicoanálisis, econometrías académicas,
etc., proporciona, entre otras cosas, laprueba del fuerte atractivo del
marxismo enlos intelectuales de la universidad en aquellos tiempos.
En cambio, en Inglaterra, donde los economistas académicos de la
década de 1900 escribían como si Marx nunca hubiera existido, los
economistas rnarxistas, confinados apequeños grupos de militantes,
existíanentotal separación, ysin superposición, conlos economistas
no rnarxistas.
Es cierto, evidentemente, que los grandes partidos rnarxistas de
la Internacional, a pesar de su tendencia a formular una doctrina
marxista ortodoxa en oposición al revisionismoydemás herejías, te
nían cuidado de no excluir interpretaciones heterodoxas del legítimo
alcance del debate en el seno del movimiento socialista. No estaban
únicamente ansiosos, en tanto que cuerpos políticos prácticos, por
mantener la unidad del partido, que enlos partidos de masas impli­
caba aceptar una considerable variedad de opiniones teóricas, sino
que también se enfrentaban ala tarea de formular análisis rnarxistas
encampos ytemas paralos que los textos clásicos noproporcionaban
una guía adecuada, o ninguna en absoluto, como por ejemplo sobre
«la cuestión nacional», sobre el imperialismo, yotras muchas mate­
rias. No eraposibleemitir unjuicio apriori sobre«loqueel marxismo
enseñaba» acerca de aquellos temas, ymucho menos apelar atextos
autorizados. El alcance del debate marxista era, por consiguiente,
inusitadamente amplio. Sin embargo, una rígida ymutuamente ex­
cluyente separación entre marxismo yno marxismo sólo habría sido
posible mediante una draconiana restricción dela ortodoxia marxista,
y—comosedemostró—laprácticaprohibicióndelaheterodoxiapor
parte del poder del Estadoolaautoridaddel partido. Laprimeranoera
posible, lasegunda ono seaplicóoresultórelativamente ineficaz. La
creciente influencia de las ideas rnarxistas fuera del movimiento iba,
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 245

por lo tanto, acompañada de cierta influencia de ideas procedentes


delaculturanomarxistadentrodel movimiento. Eranlas dos caras de
una misma moneda.
¿Podemos, sinjuzgar su naturaleza o importancia política, eva­
luar la presencia del marxismo en la cultura académica del período
1880-1914? Sin duda era pequeña en el campo de las ciencias na­
turales, aunque el propio marxismo estaba fuertemente influencia­
dopor ellas, yespecialmente por la biología evolutiva (darwiniana).
Las obras de Marx apenas se ocuparon de las ciencias naturales y
los escritos de Engels sólo eran relevantes, si es que lo eran, para la
popularización científica yla educación de los trabajadores del mo­
vimiento obrero. SuDialécticadelanaturalezafue considerada muy
pocoatono conlos progresos científicos apartir de 1895yRyazanov
la excluyó de la edición de las obras completas de Marx y Engels,
publicándola más tarde (por primera vez) sólo en el marginal Marx-
Engels-Archiv. No haynada comparable en el período dela Segunda
Internacional al intensointerés delos doctos científicos naturalespor
el marxismo en la década de 1930. Por otro lado, no hay muestra
de gran radicalismo político entre los científicos naturales de este
período, como es sabido, fuera de la químicayla medicina (en gran
parte alemanes), entoncesungruponuméricamenteexiguo. Sinduda,
puede encontrarse algún que otro socialista entre ellos aquí yallí en
Occidente, como entre los productos de instituciones de izquierdas
comola Ecole Nórmale Supérieure (por ejemplo, eljoven Paul Lan-
gevin). El científico ocasional había estado en contacto con el mar­
xismo, como el bioestadístico Karl Pearson,37que se movía en una
direcciónideológica muydiferente. Los marxistas, ansiosos por des­
cubrir especialistas darwinianos, no lograron encontrar a muchos.38
La principal tendencia política entre los biólogos (engran parte an­
glosajones), eugenésicos neomaltusianos, era en aquellos tiempos
considerada por lo menos en parte de izquierdas, pero era más bien
independiente del socialismo marxista, si no hostil a él.
Lo máximo que sepuede decir es que los científicos educados en
la Europa Oriental como Marie Sklodkowska-Curie, yquizá aque­
llos que se prepararon o trabajaban en universidades suizas, densa­
mente colonizadas por la intelectualidad oriental radical, tenían co-
246 Cómo cambiar el mundo

nocimiento de Marx y de los debates sobre el marxismo. El joven


Einstein, que como es bien sabido se casó conuna compañera estu
diante yugoslava de Zúrich, estabapor lo tanto en contacto con este
entorno. Pero a efectos prácticos estos contactos entre las ciencias
naturalesyel marxismohandeconsiderarsebiográficosy marginales,
El tema puede descartarse.
Este no era en absoluto el caso conla filosofía, ytodavía menos
conlas ciencias sociales. El marxismonopodía más que suscitar pro
fundas cuestiones filosóficas que requerían cierto debate. Hunde la
influencia de Hegel era poderosa, como en Italia y Rusia, el debate
fue intenso. (En ausencia de un fuerte movimiento marxista, los fi­
lósofos británicos hegelianos, principalmente un grupo de Oxford,
mostraronmuypocointerés porMarx, aunque muchos tendían hacia
la reforma social.) Alemania, la cuna de los filósofos, era en aquella
épocanotablemente nohegeliana, ynosóloacausadelarelación fa­
miliar entre Hegel yMarx.39LaNeneZeit tenía que confiar en rusos
como Plekhanovpara sus debates sobre temas hegelianos, en ausen
ciade socialdemócratas alemanes conconocimientos filosóficos.
En cambio, lamuyinfluyente escuelaneokantianano sólo, como
ya se ha sugerido, influyó sustancialmente a algunos marxistas ale
manes (por ejemplo, entre los revisionistas yaustro-marxistas), sino
que también desarrolló cierto interés favorable por la socialdemo-
cracia; como por ejemplo, en Vorlánder, Kant unddes Sozialismus,
Berlín, 1900. Entre los filósofos, por lo tanto, la presencia marxista
es innegable.
En cuanto alas demás ciencias, la economía permaneció sólida
mente hostil aMarx, yel neoclasicismo marginalista de las escuelas
dominantes (la austríaca, la anglo-escandinavayla italo-suiza) tenía
claramente pocos puntos de contacto con sutipo de economía polí
tica. Mientras que los austríacos se pasaban mucho tiempo refután
dolo (Menger, Bóhm-Bawerk), los anglo-escandinavos ni siquiera se
molestaron en hacerlo después de la década de 1880, cuando varios
de ellos se habían dado por satisfechos de que la economía políti
ca marxiana estuviera equivocada.40Esto nosignificaque lapresencia
marxiana no se dejase sentir. El miembro másjovenybrillante de la
escuela austríaca, Josef Schumpeter (1883-1950), desde el comienzo
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 247

desucarreracientífica(1908) estabapreocupadopor el destinohistó­


ricodel capitalismoyel problemadeproporcionar unainterpretación
alternativa del desarrollo económico a la planteada por Marx (véase
TheoriederwirtschaftlichenEntwicklung, 1912). Sinembargo, ladeli­
berada restricción del campo dela economía por parte delos nuevos
ortodoxos dificultó su contribución a problemas macroeconómicos
tanimportantes como el crecimientoy las crisis económicas. Resulta
curioso que el interés de los italianos (desde un punto de vista es­
trictamente no marxista o antimarxista) por el socialismo condujera
a la demostración —en contra de los Mises austríacos, que habían
argumentadolocontrario—que una economía socialistaerateórica­
mente factible. Pareto ya había esgrimido que su impracticabilidad
no podía ser demostrada teóricamente, antes de que Barone (1908)
elaborara su disertación fundamental sobre «II ministro della pro-
duzione nellostato collettivo», que tendríagranimpactoenel debate
económico después de nuestro período. Quizá pueda detectarse una
cierta influencia, o estímulo, marxista enla escuela ocorriente «ins­
titucional» de economía americana, entonces popular en EE.UU.,
donde, como ya hemos mencionado, la fuerte simpatía de muchos
economistas por el «progresismo»ylareformasocial hacíaquevieran
con buenos ojos las teorías económicas críticas con el gran negocio
(R. T. Ely, la escuela de Wisconsin; sobre todo Thorstein Veblen).
La economía como disciplina separada del resto de las ciencias
sociales apenas existía en Alemania, donde predominaba la influen­
ciadela«escuelahistórica»yel concepto’de Staatwissenschaften(cuya
traducción es «ciencias políticas»). El impacto del marxismo, es de­
cir, del hecho masivo de la socialdemocracia alemana, en la econo­
mía no puede abordarse aisladamente. Huelga decir que las ciencias
sociales oficiales delaAlemania de Guillermo II eran acusadamente
antimarxistas, aunquelos viejos liberales, que sehabíanenzarzadoen
debates con el propio Marx (Lujo Brentano, Scháffle),41al parecer
estaban más ansiosos por sumergirse en la controversia que los de
la escuela más prusiana de Schmoller. El SchmollersJahrbuchse abs­
tuvodeeditar artículosacercaMarxantesde1898, mientrasqueel Zeit-
schriftfürdiegesamteStaatswissenschafí reaccionóal surgimientodela
socialdemocraciaconuna salvade artículos (siete entre 1890y1894)
248 Cómo cambiar el mundo

antes de permanecer en silencio sobre el tema. En general, •. mose


ha indicado antes, la preocupación de las ciencias sociales • ...mas
por el marxismo aumentó conlafuerza del SPD.
Si las ciencias sociales alemanas mantuvieron las distar A; ; con
una economía especializada, también desconfiaban de una sociolo
gía especializada, que seidentificaba con Franciay Gran n e y
—comoenotrospaíses—conuninterés demasiadocondescendiente
con las izquierdas.42De hecho, la sociología como campo indepen
diente tan sólo empezó a surgir en Alemania en los dio: • míos
antes delaprimeraguerramundial (1909). Aunasí, si examinamosel
pensamiento sociológico, fuera cual fuese el nombre que adoptase, la
influencia deMarx, entonces ydespués, sedejósentir profundamen­
te. Gothein {loe. cit.) no dudaba de que MarxyEngels, cuya aproxi
mación ala ciencia social era más convincente que la de Queteiet y
«mucho más lógicaycoherente» que la de Comte, habían facilitado
el ímpetumáspotente.43Afinales denuestroperíodouna cita de uno
de los sociólogos americanos más influentes puede dar la medida del
prestigiodel marxismo. «Marx», escribióAlbion Small en 1912, «fue
uno de los pocos pensadores verdaderamente grandes de la historia
de las ciencias sociales... No creo que Marx añadiera ala ciencia so­
cial una solafórmula que seaconcluyente enlos términos enqueél la
expresó. Apesar de ello, vaticino contoda seguridadque enel juicio
final de la historia Marx tendrá un lugar enla ciencia social análogo
al de Galileo enla ciencia física».44
La influencia del marxismo fue promovida evidentemente por
el radicalismo político de muchos sociólogos que, marxistas ono, se
encontrabanpróximos alos movimientos socialdemócratas, como en
Bélgica. Así pues, encontramos a León Winiarski, cuyas hoy olvi
dadas teorías apenas pueden ser denominadas marxistas en ningún
sentido, contribuyendo con un artículo sobre «Socialismo en la Po­
lonia rusa» en Neue Zeit (1, 1891). La influencia directa de Marx
sobrelosnomarxistas quedailustradapor los fundadores dela Socie­
dad SociológicaAlemana, entre los que seencontrabaMax Weber y
Ernst Troeltsch, Georg Simmel yFerdinand Tónnies, de los que se
ha dicho que «parecía claro que la decidida exposición de Marx del
lado más sórdido de la competencia ejerció una influencia.,. detrás
L a influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 249

sólodeladeThomas Hobbes».43El Archwfür Sozialwissenschaft und


Sozialpolitik de Weber fue quizá el único órgano de la ciencia social
alemana que se abrió ala colaboración de escritores próximos a, in­
fluenciados por oincluso identificados conel socialismo.
Poco hay que decir acerca de la mezcla de préstamos eclécticos
deMarx con el positivismo yla polémica antimarxista en la socio­
logía italiana, rusa, polaca e incluso austríaca, a excepción de que
también éstas exhiben la presencia de Marx; y mucho menos de
países remotos enlos que la sociologíayel marxismoestabanprácti­
camente identificados, como entre los pocos practicantes serbios de
estamateria. Sinembargo, la notable debilidaddelapresenciamar-
xista en Francia, aunque inesperada, debe ser destacada, como en
Durkheim. Apesar de que el entorno profundamente republicanoy
dreyfiisiano de la sociología francesa tendía hacia la izquierda, yde
quevarios delos miembros másjóvenes del grwpoAnnéeSociologique
sehicieronsocialistas, sóloseha detectado ciertainfluencia deMarx
enel casodeHalbwachs (1877-1945) y, encualquier caso, esdudosa
antes de 1914.
Tanto si leemos la historia intelectual hacia atrás, destacando a
los pensadores que desde entonces han sido aceptados como ante­
cesoresdelasociologíamoderna, comosi miramosloqueseconsideró
sociología influyente en las décadas de 1880 a 1900 (Glumplowicz,
Tatzenhofer, Loria, Wiuniarski, etc.), la presencia del marxismo es
poderosa e innegable. Lo mismo cabe decir del campo de lo que
hoysedenominaría cienciapolítica. La teoríapolíticatradicional del
«Estado», desarrollada en este período, quizá mayoritariamente por
filósofos yjuristas, era sin duda no marxista; no obstante, como ya
hemos visto, el desafío filosófico del materialismo histórico se dejó
sentir confuerzayfue contestado. Es muyprobable que lainvestiga­
ciónconcreta de cómo operaba la política enla práctica, incluyendo
temas de estudio tan nuevos como los movimientos sociales y los
partidos políticos, se viese directamente influenciada. No hace falta
decir que enuna épocaenque el surgimiento delapolíticademocrá­
ticayde partidos populares de masas hizo de la lucha de clases yde
ladirecciónpolítica delas masas (ode suresistencia aestadirección)
un asunto de gran preocupación práctica, los teóricos necesitaban a
250 Cómo cambiar el mundo

Marx para descubrirlo. Ostrogorski (1854-1921), excepcionalmente


paraunruso, nomuestra más signos deinfluenciadeMarxque Toe-
queville, Bagehot oBryce. Sin embargo, ladoctrina de Gumplowicz
dequeel Estadoes siempreuninstmmentodelaminoríasubyugando
alamayoría, que quizá tuvo algúnefectoincluso enParetoyMosca,
estaba sin duda en parte influida por Marx, y la influencia marxista
en Sorel yMichels es evidente. No hay mucho más que decir sobre
un campo que entonces estaba poco desarrollado en comparación
conperíodos más recientes.
Si lasociologíaestaba obviamente influidapor Marx, lafortaleza
de la historia académica oficial se defendía enconadamente contra
este tipo de incursiones, especialmente en Occidente. Era una de­
fensa no sólo contra la socialdemocraciayla revolución, sino contra
todas las ciencias sociales. Negaba las leyes históricas, la primacía
de otras fuerzas distintas de lapolíticaylas ideas, la evolución atra­
vés de una serie de estadios predeterminados; de hecho, dudaba de
la legitimidad de cualquier generalización histórica. «El tema fun­
damental», esgrimía el joven Otto Hintze, «es la vieja y polémica
cuestión acerca de si los fenómenos históricos tienen la regularidad
de una ley».46O, tal como lo expresó una crítica menos prudente de
Labriola, «lahistoria seráydebería ser una disciplina descriptiva».47
Así, el enemigo no eraúnicamente Marx sinocualquier invasión
de los científicos sociales en el campo de los historiadores. En los
cáusticos debates alemanes de mediados de la década de 1890, que
tuvieron cierta resonancia internacional, el principal adversario no
era Marx sino el polémico Karl Lamprecht; todos los historiadores
inspirados en Comte; o—el tono de la sospecha es evidente—cual­
quier historia económica que tendiese a derivar la historia política
de la evolución socioeconómica, o incluso cualquier historia econó­
mica.48Sin embargo, en Alemania por lo menos era evidente que el
marxismo estaba en la mente de aquellos que atacaban toda historia
«colectivista»por ser esencialmente una «concepción materialista de
lahistoria».49En cambio, Lamprecht (apoyadoporjóvenes historia­
dores como R. Ehrenberg, cuya ZeitalterderFuggersufrióun ataque
similar) asegurabaque seleacusabadematerialismoparaidentificarlo
conel marxismo. PuestoqueNeneZeit, mientraslecriticaba, también
{'

La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 251

pensaba que entre los historiadores burgueses él «era el que más se


había acercado al materialismo histórico», sus alegatos no resultaban
convincentes entrelaortodoxia, que insinuaba que «quizáha aprendi­
domás deMarxqueloque suescuelaestá dispuesta aadmitir».50
Por consiguiente, sería un error buscar la influencia del marxis­
mo sólo entre los historiadores francamente marxistas, de los que
había pocos; y algunos de ellos podrían ser descartados, con toda
impunidad, como propagandistas históricamente no cualificados.51
Igual que en el campo de la sociología, hay que buscar entre los es­
critores que intentaron responder cuestiones similares alas deMarx,
í tanto si llegaron a similares respuestas como si no. Es decir, se dejó
sentir entre los historiadores que trataban de integrar el campo de
la historia narrativa, política, institucional y cultural en un amplio
marco de transformaciones económicas y sociales. Pocos de ellos
eran historiadores académicos ortodoxos, aunque la influencia de
Lamprecht dominaba claramente en el belga Henri Pirenne, que
estabamuylejos de cualquier tipo de socialismo.1,2Escribió una de­
cidida defensa de Lamprecht en la Revue Historique (1897).53La
historia económica y social —generalmente separada de la historia
corriente—erael terreno más receptivo, ydehecholos historiadores
másjóvenes, repelidos por la aridezdel conservadurismo oficial, em­
pezaron a sentirse más a gusto en este campo especializado. Como
hemos visto, incluso en la propia Alemania el primer periódico de
historia económicaysocial erauna iniciativamarxista (engranparte
austríaca). El historiador económico más brillante de sugeneración
en Inglaterra, George Unwin, que abordó este tema para refutar a
Marx, está sin embargo convencido de que «Marx trataba de llegar
alaclase correcta de historia». Los historiadores ortodoxos ignoran
! losfactores más significativos del desarrollohumano.54Tampocohay
quesubestimar la influencia de los historiadores rusos saturados de
marxismonarodnik: KareievyLoutchiskyenFrancia, Vinogradoven
GranBretaña.
| Resumiendo, el marxismo era parte de una tendencia general a
j integrar la historia en las ciencias sociales, yen particular a destacar
elpapel fundamental delos factores socialesyeconómicos inclusoen
los acontecimientos políticos e intelectuales.55Puesto que desde el
I
252 Cómo cambiar el mundo

punto devistageneral erala teoría más exhaustiva, poderosa ycohe­


rente que trataba de aunar dichos campos, suinfluencia, aunque no
estrictamente separable de otras, fue considerable. Así como Marx
evidentemente proporcionó una base más rigurosa que Corríte para
una ciencia de la sociedad, aunque sólo fuera porque también inclu­
yó una sociología del conocimiento que ya ejercía «una <r:an in­
fluencia aunque subterránea» enlos nomarxistas comoMax Weber,
también había ya buenos observadores que sabían que el verdadero
desafíoalahistoria tradicional veníadeél más quedeunLamprecht.
Aun así, la verdadera influencia marxista en el pensamiento no
marxista no siempre resulta fácil de concretar ode definir. Hayuna
ampliazona gris enlaque estaba cadavezmás presente yde manera
obvia, aunquerechazadapor motivos políticos tantoporlos marxistas
comopor los no marxistas. ¿Convergíancon el marxismolos críticos i
deHistorischeZeitschriftcuandoproclamabanqueLabriola«seacerca
más alas concepciones de los historiadores burgueses que cualquier
otro delosjóvenes representantes delateoría socialista»o q u e «como
es sabido, representa aun materialismo moderado»?56Sencillamente ]
no, puesto que los rechazaban alos do-, a él yaMarx, í v . o ante, ¡
aaprecisamente enestazonagris en laquelos nomarxistas recono- ;
cían que no podían discrepar por completo con lo que los marxistas i
decían, que debemos buscar gran parte de la influencia marxista en (
ellos y en la cultura de los no marxistas en general. Marx era poco •
conocido y leído fuera de la intelectualidad de la Europa oriental. <
En 1914, ésta había aumentado considerablemente. Pocas personas i
cultas desconocíanahora, enamplias zonas de Europa, suexistencia, !
yalgunos aspectos de suteoríahabíanentradoenel dominiopúblico. i
! ]
vi ; (
Nos queda ahora el problema todavía más general de las relaciones 1
entre marxismo y las artes, y especialmente la vanguardia intelec­
tual que desempeñó un papel cada vez más importante en las artes i
durante este período. No hay ninguna relación lógica ni necesaria <
entre ambos fenómenos, dadoque el supuesto de queloque esrevo- <
L a influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 253

lucionario enlas artes también ha de ser revolucionario enlapolítica


sebasa en una confusión semántica. Por otro lado, a menudo hayo
había una relación existencial, puesto que los socialdemócratas yla
vanguardia artística y cultural eran ambos intrusos, opuestos a y
por la ortodoxia burguesa; por no mencionar lajuventud y, muy a
menudo, la relativa pobreza de muchos miembros de la vanguardia
ylabohemia. Ambos sevieronpresionados hasta cierto punto auna
coexistencia mutua no hostil y con otros disidentes de la moral y
sistemas devalores dela sociedadburguesa. Los movimientos mino­
ritariospolíticamente revolucionarios o«progresistas»atraíannosólo
alahabitual heterodoxia cultural marginal yal estilodevida alterna­
tivo—vegetarianos, espiritualistas, teosofistas, etc.—, sino también
alas mujeres independientes yemancipadas, alos que desafiabanla
ortodoxia sexual, y a los jóvenes de ambos sexos que todavía no se
habíaninstalado enlaburguesía, oque sehabíanrebeladocontraella
de la manera más manifiesta según su criterio, o que se sentían ex­
cluidos de ella. Las heterodoxias se solapaban. Estos ambientes son
bienconocidos detodohistoriador cultural. El reducidomovimiento
socialista británico de la década de 1880 proporciona varios ejem­
plos. Eleanor Marx no sóloerauna militante marxista, sinotambién
unaprofesional libre que rechazabael matrimonio oficial, traductora
deIbsen yactriz aficionada. Bernard Shaweraun activistasocialista
influenciado por Marx, un hombre de letras autodidacta, un azote
de la ortodoxia convencional como crítico de música y teatro, y
un defensor de lavanguardia en las artes yel pensamiento (Wagner,
Ibsen). El movimientovanguardista deArts &cCrafts (WilliamMo­
rris, Walter Grane) estaba mezclado con el socialismo (marxiano),
mientras que la vanguardia de la liberación sexual —el homosexual
Edward Carpenter yel defensor de laliberación sexual general Ha-
velockEllis—operabanenel mismo ambiente. OscarWilde, apesar
dequelaacciónpolíticanofigurabaensuterreno, estabafuertemen­
teatraído por el socialismoyescribióunlibro sobre este tema.
Afortunadamente para esta coexistencia de las vanguardias y el
marxismo, Marx y Engels habían escrito muy poco sobre las artes
en concreto, ypublicado mucho menos. Los primeros marxistas, por
consiguiente, no estaban seriamente limitados en sus gustos por una
254 Cómo cambiar el mando

doctrina clásica: Marx y Engels no habían mostrado aliaen aígu„


na por ninguna vanguardia contemporánea después de la décadade
1840. Al mismotiempo, la ausencia de una base de doctrina estética
en los clásicos les obligó a desarrollar una. Los criterios más obvios
de las artes contemporáneas aceptables para la socialdemocracia (no
hubo nunca ninguna duda sobre los clásicos) radicaban e . que de­
bían presentar las realidades de la sociedad capitalista sincera ycrí­
ticamente, aser posible conun especial énfasis enlos trabajadores, e
idealmente comprometidos con sus luchas. Ello no implu ,iUi ensí
mismo una preferencia por la vanguardia. Los escritores ypintores
tradicionales yconsolidados podían ampliar fácilmente sutemáticao
sus simpatías sociales, y de hecho, entre los pintores, el recurrir ala
representación de escenas industriales, obreros o campesinos yave­
ces inclusoaescenas deluchas obreras (comoel cuadro de Herkomer
En huelga) era muy habitual entre figuras ligeramente progresistas,
pero no entre los vanguardistas (Liebermann, Leibl). Sin embargo,
éstas no requieren especial atención.
Este tipo de estética socialista no planteaba demasiados proble­
mas en cuanto a las relaciones entre el marxismo y las vanguardias
en la década de 1880 y 1890, una era dominada, por lo menos enla
prosa literaria, por escritores realistas con fuertes intereses políticos
y sociales, o que por lo menos podían interpretarse de este modo.
Algunos estaban cadavez más influenciados por el auge del trabajo
comoparainteresarseespecíficamenteenlos obreros. Enestos térmi­
nos, los marxistas notuvieroninconvenienteenaceptar debuengrado
alos grandes novelistas rusos cuyo descubrimiento en Occidente se
debió engranparte alos «progresistas», al teatro de Ibsenytambién
aotraliteraturaescandinava (Hamsuny, sorprendentementeparalos
ojos modernos, Strindberg), pero sobre todo a los escritores de es­
cuelas calificadas de «naturalistas», que estaban tan manifiestamente
preocupados por aquellos aspectos de la realidad capitalista que los
artistas convencionales habíandejadodelado (ZolayMaupassant en
Francia, HauptmannySudermannenAlemania, VergaenItalia). El
hecho de que tantos naturalistas política ysocialmente defendiesen,
oincluso, comoHauptmann, sesintieranatraídos por lasocialdemo-
cracia,57hizo que el naturalismo fuera mejor aceptado. No obstante,
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 255

los ideólogos fueron minuciosos a la hora de distinguir entre con­


ciencia socialistayel simple hurgar en el lodo. Mehring, analizando
el naturalismo de 1892-1893, lo aceptó de buen grado como señal
deque «el arte empieza asentir el capitalismo en supropio cuerpo»,
estableciendo un paralelo, entonces menos inesperado de lo que lo
sería hoy, entre éste y el impresionismo: «En efecto, de esta mane­
ra podemos explicar fácilmente el placer de otro modo inexplicable
que los impresionistas ... ylos naturalistas ... muestran por los su­
cios despojos de la sociedad capitalista; viven y trabajan en medio
de esta basura, y, movidos por oscuros instintos, no pueden hallar
más atormentado reproche para arrojar a la cara de aquellos que les
atormentan».58Pero argumentaba que esto, en el mejor de los casos,
eraun primer paso hacia un arte «verdadero». Sin embargo, el Neue
Zeit, que abrió sus columnas alos «modernistas»,59criticabaopubli­
caba a Hauptmann, Maupassant, Korolenko, Dostoievski, Strind-
berg, Zola, Ibsen, Bjórnson, Tolstoi y Gorki. Yel propio Mehring
nonegó que el naturalismo alemán tendía haciala socialdemocracia,
apesar dequecreíaque«los naturalistas burgueses tienenmentalidad
socialista, como los socialistas feudales tenían mentalidad burguesa,
ni más ni menos».60
Un segundo punto de contacto importante entre el marxismo y
lasartes erael visual. Por unlado, una seriede artistas visuales social­
mente conscientes descubrió alaclase obrera como temay, por con­
siguiente, seinclinaronhacia el movimiento obrero. Alavanguardia
delaculturaallí yenotros lugares, el papel delos Países Bajos, situa­
dos enlaintersecciónde las influencias francesa, británicayencierta
medidaalemana, yconunapoblaciónlaboral especialmente explota­
dayembrutecida (en Bélgica), fue importante. En efecto, el papel
cultural internacional de estos países —especialmente de Bélgica—
en este período fue, como ya hemos mencionado, más importante
queel quehabíandesempeñadosiglos atrás: ni el simbolismoni el art
nouveauy después la arquitectura modernista y la pintura vanguar­
dista posterior alos impresionistas pueden entenderse sin sucontri­
bución. Concretamente en la década de 1880, el belga Constantin
Meunier (1831-1905), perteneciente aun grupo-de artistas próximo
al Partido Laborista Belga, promovió loque más tarde seconvertiría
256 Cómo cambiar el mundo

en la iconografía socialista estándar del «obrero»: el trabavv.or rnUs^


culoso conel pecho desnudo, la demacradaysufrida espo-'u vmadre
proletaria. (Las incursiones de Van Gogh en el mundo dr ' pobres
se dieron aconocer más tarde.) Los críticos marxistas coi; . i'iekha-
nov trataron esta extensión del tema de la pintura al mm ; de las
víctimas del capitalismo con la habitual reticencia, ir a ’ •-¡ncj0
iba más allá de la mera documentación o la expresión . -ornpa-
sión social. Sin embargo, para aquellos artistas interesado-ante todo
en sumateria, esto creóunpuente entre sumundoy ei co . cnej
que se debatía el marxismo.
Las artes aplicadasydecorativas establecieronunvínculomáspo­
derosoydirecto con el socialismo. Dichovínculo era directovcons­
ciente, especialmente en el movimiento británico de Arts &Crafts,
cuyogranmaestro, WilliamMorris (1834-1896), seconvirtióenuna
especiedemarxistaehizounapoderosa aportaciónteórica ytambién
una extraordinaria contribución práctica a la transformación social
de las artes. Estas ramas de las artes tomaron comopunto oe partida
no al artista individual yaislado, sino al artesano. Protestaron contra
la reducción del trabajador artesano creativo aun simple -..operado»
por parte delaindustria, ysuprincipal objetivo no eracrear obras de
arte individuales, idealmente destinadas a ser contempladas aislada­
mente, sino el marco de la vida humana cotidiana, como pueblos y
ciudades, casas y su mobiliario interior. Casualmente, por motivos
económicos, el principal mercado de sus productos se hallaba entre
laburguesía culturalmente atrevida ylas clases medias profesionales:
un destino también familiar entre los defensores de un «teatro del
pueblo» entonces y después.61De hecho, el movimiento de Arts &
Crafts y su evolución, el art nouveau, promovieron el primer estilo
devidaburgués genuinamente confortable del sigloxix, la«casitade
campo» o«villa»de las afueras osemirrurales, yeste estilo, en diver­
sasversiones, tuvoespecial buenaacogidaencomunidades burguesas
jóvenes oprovinciales ansiosas de expresar su identidad cultural: en
Bruselas y Barcelona, Glasgow, Helsinki yPraga. Sin embargo, las
ambiciones sociales del artista-artesanoylos arquitectos de estavan­
guardia no selimitaron asatisfacer las necesidades delaclase media-.
Promovieron la arquitectura modernista yel urbanismo en el que se
pone de manifiesto el elemento utópico social; yestos «pioneros del
’e
jnovimiento modernista» a menudo, como en el caso de W. R. Le-
~s
thaby(1857-1913), Patrick Geddes ylos defensores de las ciudades
i- jardín, procedían del entorno socialista-progresista británico. En el
1S continentelos defensores de estemovimientoestabanestrechamente
relacionados con la socialdemocracia. Victor Horta (1861-1947), el
gran arquitecto del art nouveau belga, diseñó la Maison du Peuple
-O

L~
-0
deBruselas (1897), en cuya «sección de arte» H. Van de Velde, más
el tarde una figura clave en el desarrollo del movimiento modernista
enAlemania, daba clases sobre WilliamMorris. El pionero socia­
>- listade la arquitectura modernista holandesa, H. T. Berlage (1856-
5" 1934), diseñó las oficinas del Sindicato deTalladores de Diamantes
S,
deÁmsterdam(1899).
La El hechocrucial esquelanuevapolíticaylas artes nuevas conver­
n gieronen estepunto. Ymucho más significativo es que el núcleo de
al los artistas originales (principalmente británicos) que promovieron
la estarevolución enlas artes aplicadas no estabasimplemente influido
:~a por el marxismo de manera directa, comoMorris, sino que también
»> —conWalter Crane—proporcionóbuenaparte del vocabularioico­
le nográfico común internacionalmente del movimiento socialdemó-
l- crata. De hecho, WilliamMorris desarrolló un poderoso análisis de
y lasrelaciones entre arteysociedadque sinduda consideraba marxis-
)S ta, aunquepodamos detectar anteriores influencias delosprerrafaeli-
:e tasyRuskin. Curiosamente, el pensamiento marxistaortodoxo sobre
s: las artes no quedó apenas afectado por estos acontecimientos. Las
el obras de WilliamMorris, hasta la actualidad, no han entrado en la
3c corriente principal de los debates estéticos marxistas, apesar de que
.0 recientemente seconocen mucho mejor yhan encontradopoderosos
le defensores marxistas.62
Vínculos no tan evidentes unían alos marxistas yal otro impor­
is tantegrupo devanguardistas de la décadade 1880y1890, aquienes
n podemos denominar entérminosgenerales simbolistas. Sinembargo,
is es un hecho que la mayoría de poetas simbolistas simpatizaban con
l~ los revolucionarios olos socialistas. En Francia, comola mayoría de
a. pintores más nuevos del período (los viejos impresionistas eran, con
>e raras excepciones comoPissarro, más bienapolíticos). Al parecer, no
258 Cómo cambiar el mundo

era en principio porque tuvieran objeciones contra Marx —«la ma,


yoría de losjóvenes poetas» que se convirtieron a las doctrinas dela
revuelta, tantoalas deBakunincomoalas de Karl Marx»,63probable­
mente habrían acogido con agrado cualquier bandera revolucionaria
—sino porque los líderes socialistas franceses (hasta la aparición de
Jaurés) noles inspiraban—. El filistinismo magistral de los guesdis-
tas enconcreto apenas les atraía, mientras quelos anarquistas nosólo
seinteresabanmuchomás por el arte, sinoqueentresus primeros mi­
litantes había importantes pintores ycríticos, comopor ejemplo, Fé­
lixFénéon.64En cambio, enBélgicafue el Parti Ouvrier Belge el que
atrajo a los simbolistas, no sólo porque incluía a los rebeldes anar­
quizantes, sino también porque sugrupo de líderes yportavoces que
procedían de la clase media instruida estaban visible y activamente
interesados en las artes. Jules Destrée escribió abundantemente so­
bre socialismo y arte ypublicó un catálogo de litografías de Odilon
Redon; Vandervelde frecuentaba a los poetas; Maeterlinck estuvo
asociadoal partido hasta casi 1914; Verhaeren casi seconvirtió ensu
poetaoficial; lospintores EekhoudyKhnopffdesarrollabanactivida­
des enlaMaison du Peuple. Es cierto que el simbolismo florecióen
países donde apenas había presencia de teóricos maixistas ansiosos
por condenarlo (como Plekhanov). Las relaciones entre la rebelión
artísticaylapolítica eranpues bastante amigables.
De ahí que hasta el final de sigloexistieraun amplio terreno co­
mún entre lasvanguardias culturales ylas artes admiradas por mino­
rías refinadas por unladoylasocialdemocraciacadavezmás influen­
ciada por los marxistas por el otro. Los intelectuales socialistas que
se convirtieron enlíderes de los nuevos partidos —normalmente na­
cidos en torno a 1860—eran todavía lo bastantejóvenes como para
nohaber perdido contacto conlos gustos delos «avanzados»: incluso
los más viejos, Victor Adler (1852) y Kautsky (1854), no llegaban
aún a los cuarenta en 1890. Adler, un asiduo del Café Griensteidl,
principal centro de los artistas e intelectuales vieneses, no sólo esta­
ba profundamente impregnado de la literatura y la música clásica,
sino que también era un apasionado wagneriano (como Plekhanov
y Shaw, destacaba las implicaciones revolucionarias y «socialistas»
de Wagner más de lo que es habitual hoy en día), un entusiasta de
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 259

amigo Gustav Mahler, un pionero defensor de Bruckner, un ad-


irador, igual que casi todas los socialistas de esta generación, de
,seny Dostoievski, y se emocionaba intensamente con Verhaeren,
iyospoemas tradujo.65Por el contrario, como ya hemos visto, una
tena parte delos naturalistas, simbolistasyotras escuelas «avanzadas»
1 laépoca sentían inclinaciónpor el movimiento obreroy(fuera de
rancia) lasocialdemocracia. Esta atracciónnosiempre eraduradera:
littérateuraustríaco Hermann Bahr, que pretendía ser el portavoz
:«los modernos», se apartó del marxismo a finales de la década de
180, yel gran naturalista Hauptmann sedesplazóhaciael ladosim-
dista, cosa que confirmó las reservas teóricas de los comentaristas
arxistas. La división entre socialistas y anarquistas tuvo también
s efectos, puesto que es obvio que algunos (especialmente en las
tesvisuales) siempre sehabíansentido atraídosporlapurarebelión
:estos últimos. Aun así, los «modernos» se sentían cómodos en el
cindario delos movimientos obreros, ylos marxistas, por lomenos
sintelectuales cultos, conlos «modernos».
Por motivos que no se han investigado adecuadamente, estos
nculos se rompieron durante un tiempo. Podemos proponer al­
mas razones. En primer lugar, como demostró la«crisis del mar-
smo» a finales de 1890, la creencia de que el capitalismo estaba
borde del colapsoyel movimiento socialista al borde del triunfo
volucionario ya no se podía mantener en la Europa Occidental,
asintelectuales yartistas que sehabían dejadollevar haciaun am-
ioyvagamente definido movimiento de obreros por el ambiente
:neral de esperanza, confianza, incluso de ilusión utópica que ge-
:rabaa sualrededor, se encontraban ahora frente aun movimien-
incierto respecto a sus perspectivas de futuro y desgarrado por
¡bates internos ycadavezmás sectarios. Esta fragmentaciónideo-
gicatambién estaba presente en la Europa Oriental: una cosa era
upatizar con un movimiento cuyas corrientes parecían converger
t una dirección generalmente marxista, como a comienzos de la
¡cadade 1890, o con el socialismo polaco antes de la división en-
2 nacionalistas y antinacionalistas, y otra muy distinta hacer una
lección entre cuerpos revolucionarios y exrevolucionarios rivales
mutuamente hostiles.
2ÓO Cómo cambiar el mundo

Sin embargo, en Occidente existía el hecho adicional de queJ0s


nuevos movimientos se institucionalizaban cada vez más y se i^,
plicaban en las políticas diarias que difícilmente podían incitar al0s a
artistas y escritores, mientras éstos en la práctica se convertían en o
reformistas, relegando la revolución futura auna especie de inevita- ¿
bilidad histórica. Además, los partidos de masas institucionalizados p
a menudo desarrollando supropio mundo cultural, no era probable
quefavoreciesenlas artes queunpúblicodeclaseobrerano compren- v
diera oaceptasefácilmente. Es ciertoque los abonados a ir: dolióte- c
cas obreras alemanas fueron abandonando paulatinamente ios libros e
políticos por la ficción, leyendo también menos poesía y literatura 1<
clásica; pero su escritor más popular, casi sin ninguna duda, Frie- e
drich Gerstaecker, un autor de relatos de aventura, no inspirabaa t
la vanguardia.66No es de extrañar que en Viena Karl Kraus, a pesar h
de sentir al principio unafuerte inclinaciónpor los socialdemócratas p
por su propia disidencia cultural ypolítica, se alejase de ellos enla b
década de 1900. Les acusaba de no fomentar un nivel cultural su- d
ficientemente serio entre los obreros, y no se sentía atraído por la e
principal campañadel partido—yfinalmentevictoriosa—afavor del
sufragio universal.67 r¡
La izquierda revolucionaria de la socialdemocracia, al principio b
en cierto modo marginal en Occidente, ylas tendencias revolucio- : c
narias sindicalistas oanarquistas tenían más probabilidades de atraer . g
a la cultura de vanguardia de mentalidad radical. Después de 1900, ? a
los anarquistas enparticular encontraban subasesocial cadavezmás, b
fuera de algunos países latinos, en un entorno compuesto por bohe- : n
mios y algunos obreros autodidactas, protectores del Lumpemprole- ;
tariat —en los distintos Montmartres del mundo occidental—,yse | 1
instalaron en una subcultura general de aquellos que rechazaban, o ^ r.
noeranasimiladospor, los estilos devida«burgueses»omovimientos 1
de masas organizados.68Esta rebelión esencialmente individualistay ; li
antinómica no era contraria a la revolución social. Amenudo sim- , t.
plemente esperaba un movimiento adecuado de revuelta y revolu- c
ción al que pudiera sumarse, yvolvióamovilizarse enmasa contrala : (
guerra yafavor de la revolución rusa. El Soviet de Múnich de 1919 c
le proporcionó quizá su gran momento de afirmación política. Sin ; t
1
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 261

ernbargo, tanto en la realidad como en la teoría se alejó del marxis­


mo. Nietzsche, unpensador quepor razones bastante obvias erapoco
atractivo para los marxistas y otros socialdemócratas, a pesar de su
odiopor los «burgueses», se convirtió en un típicogurú de los rebel­
desanarquistasyanarquizantes, así comodeladisidencia cultural no
políticade laclase media.
En cambio, el extremo radicalismo cultural de la evolución de la
vanguardia en el nuevo siglo los separó de los movimientos obreros
cuyos miembros siguieron siendo tradicionales en cuanto a gustos,
enlamedida en que permanecieron (ellos yel movimiento) fieles a
loslenguajes ycódigos de comunicación simbólicos que expresaban
el contenido de las obras de arte. Las vanguardias del último cuar­
tode siglo todavía no habían roto con estos lenguajes, aunque los
habían llevado al límite. Con un pequeño ajuste era perfectamente
posible discernir lo que Wagner y los impresionistas, o incluso un
buennúmero de simbolistas, «estaban haciendo». Desde comienzos
del sigloxx—quizá el Salónd’Automne de 1905 marque laruptura
enlas artes visuales—estoyano fue así.
Además, los líderes socialistas, incluso las jóvenes generaciones
nacidas después de 1870, ya no estaban «encontacto». Rosa Luxem-
burg se había defendido contra la acusación de no gustarle «los es­
critores modernos»; pero apesar de que había sido sensible alavan­
guardiade la década de 1890, comolos poetas naturalistas alemanes,
admitía que no entendía a Hofmannstahl y que nunca había oído
hablar de Stefan George.69Incluso Trotsky, que se enorgullecía de
mantener un contacto más estrecho con las nuevas modas culturales
—escribióun largo análisis de FrankWedekind para el Neue Zeit en
1908 y criticó las exposiciones de arte—, no parece mostrar ningu­
nafamiliaridad concreta conlo que la innovadorajuventud de 1905-
1914habríaconsideradolavanguardia—aexcepción, claroestá, dela
literaturarusa. Como Rosa Luxemburg, sehabíapercatado de suex­
tremado subjetivismo—de sucapacidad, enpalabras de Luxemburg,
deexpresar «unestado de ánimo»—pero nada más, ynolo aceptaba
(«uno no puede crear seres humanos con estados de ánimo»)—.70A
diferencia de ella, intentó una interpretación marxista de las nuevas-
tendencias de rebelión subjetivista y la «lógica puramente estética»
2Ó2 Cómo cambiar el mímelo

que «transformó naturalmente la revuelta contra el academicismo en


una revuelta de la forma artística autosuficiente contra el contenido
consideradocomounhechoindiferente»/1La adscribió ala novedad
delavida en el entrono de una moderna ygigantesca ciudad, ymás
concretamente a la expresión de esta experiencia por parte de l0s
intelectuales que vivían en aquellas modernas Babilonias. Hmduda,
tanto Luxemburg como Trotsky se hacían eco de las ideas ^ocíales
preconcebidas y particularmente sólidas de la teoría estética rusa,
peroenel fondoreflejabanuna actitudmuygeneral delos rnexistas,
orientales u occidentales. Alguien especialmente interesado enlas
artes y ansioso por mantener el contacto con las últimas tendencias
podría desarrollar un gusto por algunas de estas innovaciones como
individuo privado, pero ¿cómo vincularía exactamente este interés
con sus actividades yconvicciones socialistas?
No era simplemente una cuestión de edad, aunque pocos delos
nombres consolidados en la Internacional tenían menos de treinta
años en 1910, ylamayoría eranyade mediana edad. Loque losmar-
xistas comprensiblemente no lograron apreciar fuelo que ellosveían
como una retirada (más que, como lavanguardia lo consideraba, un
avance) al virtuosismo yexperimento formal, un abandono del con­
tenido delas artes, incluyendo sumanifiestoyreconocible contenido
políticoysocial. Lo que nopodían aceptar erasueleccióndeunpuro
subjetivismo, casi solipsismo, como el que Plekhanovdetectó enlos
cubistas.72Ya era lamentable, si es que se podía explicar, que «entre
los ideólogos burgueses que se han pasado al bando del proletariado ,
hay muy pocos profesionales de las artes» (Künstler); y en los años
anteriores a 1914parecía que había incluso menos con inclinaciones
haciael movimientodelos obreros que antes de 1900. Lavanguardia i
de los pintores franceses estaba «al’écart de toute agitation intellec-
tuelle et sociale, confinés dans les conflits de technique»(«apartados de i
toda agitación intelectual y social, confinados en los conflictos
de la técnica»).73Pero más que esto, en 1912-1913 Plekhanovpodía j
afirmar como algo evidente que «la mayoría de los artistas de hoy i
ocupan posiciones burguesas y son totalmente impermeables a las ]
. grandes ideas de libertad de nuestro tiempo.74No era fácil, entre la <
masa de artistas que seproclamaban «antiburgueses», encontrar más ¡ (
i
L a influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 263

¿eunos pocos que estuvieranpróximos alos movimientos socialistas


organizados —incluso los anarquistas encontraron menos entusias­
tas devotos entre los pintores que los que habían encontrado en la
década de 1890—, pero era mucho más fácil descubrir a quienes
sequejaban del filistinismo de los trabajadores, sinceros elitistas
corno el círculo de Stefan George en Alemania olos rusos acmeís-
tas, enbuscade compañíaaristocrática (preferiblementefemenina),
eincluso —especialmente en literatura—verdaderos ypotenciales
reaccionarios. Además, nohayque olvidar quelasnuevas vanguardias
experimentales no se rebelaron tanto contra el academicismo como
contra precisamente aquellas vanguardias de las décadas de 1880 y
1890 que habían estado relativamente próximas a los movimientos
obreros ysocialistas dela época.
En resumen, ¿qué podían ver los marxistas en estas nuevas van­
guardias exceptootro síntoma dela crisis delaculturaburguesa, yen
lasvanguardias del marxismo excepto otra pmeba de que el pasado
nopodía comprender el futuro? Sin duda había algunos entrelaspo­
cas docenas de individuos, de cuyo mecenazgo (como coleccionistas
otratantes) dependían los nuevos pintores, que eran marxistas sim­
patizantes (por ejemplo, Morozovy Shchukin). No eraprobable que
los aficionados al arte rebelde fueran políticamente conservadores en
aquella época. El teórico marxista ocasional —Lunacharski y Bog-
danov—podía incluso racionalizar su simpatía por los innovadores,
pero era bastante probable que encontrase resistencia. No obstante,
en el mundo cultural de los movimientos obreros y socialistas no
había sitio para las nuevas vanguardias, ylos teóricos ortodoxos del
marxismo (de facto una especie europea central y oriental) los con­
denaban.
Sin embargo, si algunas de las vanguardias se mantuvieron in­
dudablemente alejadas del socialismo y de cualquier otra política
—y algunas acabarían siendo francamente reaccionarias o incluso
fascistas—, unagranparte delos rebeldes delas artes estabansimple­
mente esperando la coyuntura histórica en que la revuelta artísticay
políticapudieravolver afusionarse. La encontraron después de 1914
en el movimiento contra la guerra y la revolución rusa. Después
de 1917, laconfluenciaentre el marxismo (enformadel bolchevismo
264 Cómo cambiar el mando

de Lenin) ylavanguardiavolvió aproducirse nuevamente, al princi­


pio sobre todo en Rusia yAlemania. La era de lo que los nazis cali- t
ficaron (no incorrectamente) de Kulturbolschewismus notiene cabida u
en el ámbito de este capítulo: la historia del marxismo del período e
de la Segunda Internacional. Sin embargo, hay que mencionar l0s t(
acontecimientos posteriores a 1917, porque condujeron alabifurca' n
ción de lateoría estética marxista entre los «realistas»ylos «vanguar- J
distas», a los conflictos entre Lukacs y Brecht, los admiradores de
Tolstoi ylos deJamesJoyce. Ycomohemos visto, esta divisióntenía h:
sus raíces en el período anterior a 1914. ol
Si miramos atrás al período de la SegundaInternacional encon- ce
junto, hemos de concluir quelarelaciónentre el marxismoylas artes m
nunca fue cómoda, ni siquiera antes de 1900, cuando se hizo tan co
notoriamente difícil. Los teóricos marxistas nunca sehabían sentido las
del todo a gusto con ninguno de los movimientos «modernos» de de
las décadas de 1880 y 1890, que dejaban su entusiasta proclama en vic
manos de intelectuales que se movían en los límites del marxismo ca]
(como en Bélgica) oarevolucionarios ysocialistas no marxistas. Los vic
destacados críticos marxistas ortodoxos se veían a sí mismos como rm
comentaristas o árbitros antes que como aficionados ojugadores en coi
el partido de fútbol de la cultura. Esto no afectó negativamente a nal
su análisis histórico de los progresos artísticos como síntomas dela Cr;
decadencia de la sociedad burguesa —un análisis impresionante—. fue
No obstante, no podemos dejar de sorprendernos por la externali-
dad de sus observaciones. Todo intelectual marxista se consideraba ma.
partícipe de las tareas de la filosofía ylas ciencias, aunque sólo fuera lítk
aficionado; casi ninguno seveíapartícipe de las artes creativas. Ana- de1

lizaban la relación del arte con la sociedad yel movimiento ydaban Rus
buenas omalas notas alas escuelas, alos artistas yalas obras. Como lap
mucho apreciaban a los pocos artistas que se unían verdaderamente nía
a sus movimientos, y hacían concesiones a sus caprichos personales ded
eideológicos, igual que hacíalasociedadburguesa. La influencia del dise
marxismo enlas artes era, por lo tanto, periférica. Incluso el natura- res (
lismo y el simbolismo, que estaban próximos alos movimientos so- Tan.
cialistas de sutiempo, habrían evolucionadodel mismo modoenque lasa
lohicieron aunque el marxismo no sehubiera interesadopor ellos en insͣ
La influencia del marxismo 18 8 0 -19 14 265

absoluto. De hecho, los marxistas encontraban difícil que el artista


tuviera algún papel bajo el capitalismo excepto el de propagandista,
un síntoma sociológico oun «clásico». Nos atreveríamos adecir que
el marxismodelaSegundaInternacional enrealidadnotenía ninguna
teoría adecuada de las artes y, a diferencia del caso de la «cuestión
nacional», no estaba obligado por presiones políticas a descubrir su
deficiencia teórica.
Aun así, en el seno del marxismo de la Segunda Internacional
habíauna teoría genuina delas artes enlasociedad, aunque el Corpus
oficial de ladoctrina marxistano era consciente de ello: lateoría más
completa desarrollada por WilliamMorris. Si había una influencia
marxistaimportanteyduraderaenlas artes, éstaveníaatravésdeesta
corriente de pensamiento, que apuntaba más allá de la estructura de
las artes enla eraburguesa (el «artista»individual) hasta el elemento
de la creación artística en todo trabajo y artes (tradicionales) de la
vida popular, y más allá del equivalente de la producción de mer­
cancías en el arte (la«obra de arte»individual) hasta el entorno de la
vida cotidiana. Normalmente, era la única rama de la teoría estética
marxista que prestaba atención a la arquitectura yla consideraba la
corona de las artes.75Si la crítica marxista era insignificante para el
naturalismo o«realismo», erael motor parael movimiento deArts 6c
Crafts, cuyo impacto histórico en la moderna arquitectura y diseño
fueysigue siendo fundamental.
Quedó relegada porque Morris, que fue uno de los primeros
marxistas británicos,76eraconsideradounfamosoartista, perounpo­
lítico de pocopeso, ysinduda también porque la tradiciónbritánica
de teorizar sobre el arte yla sociedad (medievalismo neorromántico,
Ruskin), que él fusionaba con el marxismo, tenía poco contacto con
la principal corriente del pensamiento marxista. Ysin embargo, ve­
nía de dentro de las artes, era marxista —por lomenos Morris así lo
declaraba—y convirtió e influenció a los practicantes de las artes,
diseñadores, arquitectos yurbanistas, yno menos alos organizado­
res de museos yescuelas de arte, en un amplio territorio de Europa.
Tampoco fue accidental que esta importante influencia marxista en
lasartesvinieradeGranBretaña, aunqueenestepaís el marxismofuera
insignificante. Porque enesteperíodo GranBretañaerael únicopaís
206 Cómo cambiar el mundo

europeo lo suficientemente transformado por el capitalismo corno


paraquelaproducciónindustrial hubiesetransformadolaproducción
artesanal. Pensándolo bien, no es de extrañar que el «clásico»país de
desarrollo capitalista deMarx creaselaúnica críticaimportante delo
que el capitalismo hizo con las artes. Tampoco es sorprendente que
el elemento marxista de este significativo movimiento en el senode
las artes se haya olvidado. El propio Morris era lo bastante realista
como para saber que mientras el capitalismo durase, el arte no po­
dría ser socialista.77Cuando el capitalismo emergió de su crisis para
florecer y expandirse, se apropió las artes de los revolucionarios y
las absorbió. La acomodada e instruida clase media, los diseñadores
industriales, lo asumió. La obra más importante de H. P. Berlage,
el arquitecto socialista holandés, no es el edificio del Sindicato de
Talladores deDiamantes, sinolaBolsadeAmsterdam. Lomás cerca
que llegaron los urbanistas morrisianos a las ciudades de su pueblo
fueronlos «jardines de las afueras», ocupados finalmente por laclase
media, ylas «ciudadesjardín» alejadas delaindustria. De estemodo,
las artes reflejanlas esperanzas ylas decepciones del socialismo dela
Segunda Internacional.
11
Enlaeradel antifascismo
1929-1945

i
La década de 1930 es la década en la que el marxismo se convirtió
enuna fuerza considerable entre los intelectuales de la Europa Oc­
cidental y del mundo de habla inglesa. Ya hacía tiempo que era una
fuerzavigorosa enla Europa Oriental yzonas dela Europa Central y
larevolución msa había atraído naturalmente anumerosos socialistas
occidentalesyotrosrebeldesyrevolucionarios. Sinembargo, al contra­
riodelacreenciacomún, después dequelaolarevolucionariade1917-
1920cediese, el tipo de marxismo que acabópredominando abruma-
doramente —el de la Internacional Comunista—no ejerció mayor
atractivo en los intelectuales occidentales, especialmente en aquellos
deorigenburgués. Algunos gmpos marxistas disidentes les resultaban
más atractivos, sobre todo el trotskismo, pero estos gmpos eran nu­
méricamente tan pequeños comparados con los principales partidos
comunistas que resultan cuantitativamente despreciables. La mayoría
de partidos comunistas de Occidente eran predominantemente pro­
letarios, yla situacióndel intelectual «burgués»en ellos era amenudo
anómala y no demasiado cómoda.1,2Además, especialmente después
del período*de«bolchevización», elpapel delosobrerosenelliderazgode
estospartidos sehabíaacentuadodeliberadamente. Adiferenciadelos
208 Cómo cambiar el mando

partidos delaSegundaInternacional, pocos delos líderes prominentes


de los partidos comunistas eran intelectuales, excepto en algunos de
los países coloniales ysubdesarrollados, y dichos partidos no solían
enorgullecerse de tener intelectuales ala cabeza, aunque les gustaba
estar asociados con algunos de ellos enotros puestos. La afluenciade
intelectuales haciaestospartidos enladécadade1930fue, por iotanto,
un fenómeno nuevo: enGran Bretañacasi el 15%delos delegadosen
el Congreso del PCde 1938 eranestudiantes oprofesionales.;
La penetración del marxismointelectual enestos países no vúioera
nueva sino autóctona. La importancia de los refugiados políticos para
ladifusión del socialismo, yespecialmente del marxismo, enlaeradela
Segunda Internacional ha atraído cierta atención,4yla década de 1930
fue, lamentablemente, unperíodo de emigraciónpolítica masiva. Ade­
más, el impacto de estos emigrantes enlavida intelectual de los países
receptores fue profundo, en Gran Bretaña y mucho más en EE.UU.,
aunque probablemente notanto enFrancia. Noobstante, enel marxis­
mo de las generaciones nativas que ahora caminaban en esta dirección
en Occidente notuvomayor impacto.
Quizá sedebiera al hecho de que laversión que les atrajo mayori-
tariamente fue la asociada alos partidos comunistas yala URSS, que
estaba disponible através de lapublicación de «los clásicos» (ahora in­
cluyendo a Leninya Stalin, así como a Plekhanov) traducidos. Ahora
existía una versión internacional estandarizada del marxismo, sistemá­
ticamente ejemplificada por la secciónsobre «Materialismo históricoy
dialéctico» enlaHistoriadelPCUS(b): cursobrevede 1938. Los comu­
nistas ortodoxos refugiados nollevabanconsigo, pues, ni semolestaban
por difundir al público, nada de lo que ellos considerasen que se des­
viaba de laversión estándar. Los marxistas heterodoxos o marxizantes
estabanrelativamente aisladospor el hechoconocidodesuheterodoxia,
aunque el contacto con ellos en realidad no estaba prohibido por los
comunistas leales, como sí ocurríaconlos seguidores deTrotsky.
Otros dos factores disminuyeronlainfluenciadeladiásporamarxis-
ta. El primero era lingüístico. Las dos lenguas principales del discurso
marxista inicial, el alemányel ruso, no seconocíande maneragenera­
lizada en Occidente, o no se conocían en absoluto.5Fuera de EE.UU.
no había un público considerable de origen ruso o alemán capaz de
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 269

leer libros en aquellas lenguas einclinado ainteresarse por laliteratura


de la izquierda. Así pues, incluso escritores aceptables para los comu­
nistas ortodoxos eran inaccesibles a menos que estuvieran traducidos.
Yraramente lo estaban. La primera colección de estudios de Lukacs
publicada eninglés en forma de libro data de 1950, eincluso un texto
tanbásicocomolasFrühschriften, disponibledesde 1932, causóimpacto
enFranciasóloatravés delosdos otres individuos quepudieronleerloen
alemán, y desde luego no inmediatamente. En cambio, la traducción
fuedesproporcionadamente significativa, comoatestiguael impactore­
volucionarioenlos científicos británicos del artículodeB. Hessensobre
Newton (véase más abajo). El segundo factor era el creciente cierre de
las sociedades nativas contra la afluencia de inmigrantes. Los políticos
uotros emigrantes procedentes delaAlemaniadeHitler fueronacepta­
dos conreticencias enOccidente, yconlaexcepciónparcial deEE.UU.
nofueronni bienrecibidos ni, salvocasos excepcionales, seintegraron.
Permanecieronal margenyamenudodesconocidos.6Así pues, los mar-
xistas occidentales evolucionaronindependientemente delatradicióno
tradiciones marxistas centrales. Quizá no sea fortuito que el primer, y
todavíaenmuchos aspectos el mejor, relatodelateoríaeconómicamar-
xista en inglés que plasmaba los debates yacontecimientos del período
delaSegundaInternacional fuerapublicadoenEE.UU., esdecir, enun
país donde la separación entre marxismo (o conocimiento del marxis­
mo) de los emigrantes yde la «nueva izquierda» nativa del período era
menos acusada.7
La penetración del marxismo fue, pues, un fenómeno paradójico.
Era nacional y no importado en la medida en que seprodujo en cada
país independientemente delas influencias externas, exceptolas del co­
munismo oficial. Al mismo tiempoypor esta misma razón, adoptó de
manera abrumadoraunaformauniformeyestandarizada. Noobstante,
esta uniformidad no puede ocultar una clara tendencia hacia la segre­
gaciónintelectual nacional, que contrasta conel período delaSegunda
Internacional y con el carácter internacional del marxismo intelectual
desde aproximadamente 1960. Esto se debió en parte a la muy cen­
tralizada y disciplinada estructura de la Internacional Comunista y al
carácter cadavez más «oficial» de las obras que surgían de ellayde la
URSS, pero que—hasta aproximadamente 1948—operabandeforma
2JO Cómo cambiar el mundo

selectiva (véase más abajo). Los periódicos comunistas internacionales a


publicados en diversas lenguas, con algunas variaciones regionales en «'
cuantoal contenido, comolaInternationalPress CorrespondenceylaC0_ d
munistInternational, seocupabanbásicamentedelapolítica corrientey si
estabanescritos principalmentepor líderes políticos ypor loquepodría 1
denominarse escritores internacionales del movimiento. En ladéca­ a<
da de 1930nohabíaequivalente delaNeneZeitungen ningúnidioma.8 d
En cambio, los periódicos marxistas o marxizantes teóricos intelectua­ ai
les oculturales que empezaron aaparecer endiversos países oc>.i,;totales te
a finales de la década de 1930 quedaron generalmente en manos de ci
intelectuales que carecían de autoridad política y que no tenían reso­ es
nancia internacional significativa más allá de los nativos que hablaban m
laslenguas enlasqueestabanescritos, aunquealgunos establecieronco­ ce
nexiones internacionales. Así pues, paradójicamente, habíaposibilidad la
de variaciones yevoluciones locales enla medida en que no había una y
«línea»internacional sobre un tema, oenla medida en que esa «línea» in
no seanunciaba como obligatoria. Por consiguiente, había, comovere­ sil
mos, mucha teorizaciónmarxistaindependiente, por ejemplo, sobrelas
ciencias naturales y sobre literatura en Gran Bretaña, parte de la cual di
fue víctima de laimposición de una ortodoxia que todo lo abarcabaen cu
el período de Zhdanov. Sin embargo, básicamente, cada país o área se
cultural enlaque el marxismono estabaoficialmenteprohibidoadoptó la
unmodeloestándar internacional asumanerayalaluzdesuscondicio­ m
nes locales; posibilidadfacilitadapor el cambiode líneadel Comintern to
después de 1934. ai
Sóloen un campo podemos hablar de una genuina internacionali­ de
zación no centralizada de intelectuales de la izquierda. Como es habi­ o
tual setratabadel campodelaliteraturayel arte. Esteestabavinculadocon y«
lapolítica de laizquierda no tanto através delareflexiónteórica como br.
através deuncompromisoemocional desuspracticantesyadmiradores ai
con las luchas del período. El arte yla izquierda restablecieron fuer­ fas
tes vínculos en la primera guerra mundial, pero a través de la teoría pa
marxista ortodoxa. Sólo en el campo de la cultura encontramos una de
genuina resistencia, incluso entre los intelectuales comunistas, a la y<
imposición de laortodoxia. Pocos comunistas desafiaron abiertamente la
al «realismo socialista», que a partir de 1934 fue oficial en la URSS, ák
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 271

aunque es significativo que el debate sobre lo que podría denominarse


«modernismo» nunca cesó del todo y el bando no ortodoxo en reali­
dadnunca serindió. Brecht nunca serindió ante Lukacs. Serealizaron
sinceros esfuerzos por admirar loque salíade laURSS enladécada de
1930ypor ignorar ysilenciar aquellas producciones que nopodían ser
admiradas (especialmente en pintura yescultura), pero la mayor parte
de lagenuina admiración se dirigía hacia lo que todavía sobrevivía del
arteyliteraturasoviéticos deladécadade 1920. Pocos estabandispues­
tos adiscrepar públicamente conlacríticaoficial delas figuras interna­
cionales más célebres del movimiento «moderno»delas artes, pero aún
estabanmenos dispuestos, por lomenos enprivado, aabandonar suad­
miraciónporJoyce, Matisse oPicasso, inclusocuandopropagabansin­
ceramente estilos próximos al «realismo socialista».9Eljazznogozóde
laaprobación de la ortodoxia oficial, pero sus admiradores más activos
yentusiastas, defensores ypartidarios prácticos del mundo anglosajón
incluían un número desproporcionadamente elevado de comunistas y
simpatizantes de éstos.
Los intelectuales marxistas no aislados del resto del mundo ten­
dían, pues, independientemente de supaís de origen, acompartir una
culturainternacional deizquierdas. Esta incluíaescritores yartistas que
seidentificabanconel comunismo opor lomenos comprometidos con
lalucha antifascista, entre los que afortunadamente había un gran nú­
mero: Malraux, Silone, Brecht (en la medida en que era conocido en­
tonces), García Lorca, Dos Passos, Einstein, Picasso, etc.10En cuanto
alos miembros de los partidos comunistas se podría incluir el Corpus
de escritores más o menos oficialmente reconocidos como comunistas
o«progresistas»: Barbusse, Rolland, Gorki, Andersen Nexo, Dreiser
yotros. Casi con toda seguridad dicho corpus contaría con los nom­
bres queformabanpartedelospersonajes delaélitecultainternacional,
a menos que se conociese su identificación con los reaccionarios y el
fascismo: escritores comoJoyceyProust, los famosos pintores (princi­
palmente franceses) de comienzos del sigloxx, los célebres arquitectos
del «movimientomodernista»y, no menos, los famosos cineastas msos
yCharlie Chaplin. La novedad de la década de 1930 no radicaba en
la existencia de semejante cultura internacional cuyos nombres proce­
dían indistintamente de diferentes países —de hecho, principalmente
272 Cómo cambiar el mando

de Francia, América, las Islas Británicas, AlemaniayEspaña—,sinoen


su estrecha vinculación con el compromiso político de la izquierda.11
Evidentemente, no era una cultura específicamente marxista, pero el
papel de una minoría de marxistas comprometidos (es decir, a efectos
prácticos comunistas) ensucristalizaciónfue sinduda crucial.12

II
La radicalización de los intelectuales de la década de 1930 estaba
fundamentada enunarespuesta alacrisis traumática del capitalismo
de los primeros años de dicho decenio. Sus orígenes inmediatos, por
lomenos paralasjóvenes generaciones, hayquebuscarlos enlaGran
Depresión de 1929-1933. Así, en Gran Bretañalos primeros signos
serios de crecimiento de un interés por el marxismoyel Partido Co­
munista entre los intelectuales hay que buscarlos en 1931, cuando
el materialismo histórico y dialéctico se convirtió en tema de debate
entre un reducido número de académicos y un grupo comunista de
estudiantes establecidodeformadispersa—porejemplo, enlaUniver­
sidaddeCambridge—traslargosaños deausencia. Loqueimpresionó
no sólo aestos pequeños grupos de intelectuales potencial orealmente
comunistas sino a estratos mucho más amplios fue no únicamente la
catástrofe global de la economía capitalista, escenificada a través del
desempleo masivo yla destrucción de los excedentes de trigo ycafé
mientras hombres ymujeres clamabanpor ellos, sinola aparente in­
munidad de la Unión Soviética ala situación. Esta fase del proceso
queda ilustrada por la espectacular conversión de los más viejos de­
fensores del gradualismosocialdemócrata, lospadres del fabianismo,
Sidneyy Beatrice Webb, a «la teoría marxiana del desarrollo histó­
rico del capitalismo lucrativo».13Los Webb, aunque no se dejaron
impresionar por el Partido Comunista Británico, dedicaron el resto
de sus vidas al admirable planteamiento delaUnión Soviética.
Si el contraste entre el derrumbe del capitalismoylaplanificada
industrializaciónsocialistahizoque algunosintelectuales sedecanta­
senhacia el marxismo, el triunfo de Hitler, unaevidente consecuen­
cia política de la crisis, hizo que muchos de ellos se convirtiesen en
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 273

antifascistas. Con el establecimiento del régimen nacional socialista


el antifascismo se convirtió en la principal opción política por tres
razones básicas. Primero, el fascismo, hasta entonces consideradoun
movimiento identificado con Italia, se convirtió en el principal vehí­
culo internacional de la derecha política. Los movimientos políticos
fascistas, oaquellos deseosos de asociarse con el prestigioypoder de
los dos principales Estados europeos ahorabajogobiernos fascistas, se
multiplicaronycrecieron en una serie de países. Otros movimientos
dereacciónmilitante seencontraron asociados al fascismonacional o
extranjero, obuscando el apoyodel fascismoextranjero, opor lome­
nos considerandoel augedel fascismointernacional yconcretamente
el alemán un baluarte contra su izquierda nacional: como decía la
expresión, «Mejor Hitler que Léon Blum». La izquierda tendía na­
turalmente a asimilar todos estos movimientos al fascismo ofilofas-
cismo, yahacer hincapié en sus vínculos con BerlínyRoma. Como
el comunismoparaladerecha, el fascismoparalaizquierdaeraahora
encada país no solamente un problema para los extranjeros, sinoun
peligro doméstico tanto más ominosopor sucarácter internacional y
lasimpatíayel posible apoyo de las dos grandes potencias. Es impo­
siblecomprender laoleadainternacional de apoyo alaRepúblicaEs­
pañola en 1938 sin este sentido de que las batallas libradas en aquel
apenas conocido y marginal país de Europa eran, en el sentido más
específico, batallas por el futuro de Francia, Gran Bretaña, EE.UU.,
Italia, etc.
En segundo lugar, la amenaza del fascismo era mucho más que
simplemente política. Lo que estabaenjaque—ynadieeramás cons­
cientedeelloquelosintelectuales—erael futurodetodaunaciviliza­
ción. Si el fascismo acababa conMarx, también acabaríaconVoltaire
yJohn Stuart Mili. El fascismo rechazaba el liberalismo entodas sus
formas tan implacablemente como el socialismo y comunismo. Re­
chazabatodalaherenciacultural delaIlustracióndel sigloxvmjunto
con todos los regímenes surgidos a raíz de las revoluciones francesa
yamericana, así como los liberales ylos comunistas de larevolución
msa, enfrentados aun mismo enemigoyalamisma amenazade ani­
quilación; estaban inevitablemente presionados en el mismo bando.
Es imposible comprender la reticencia de los hombres ylas mujeres
274 Cómo cambiar el mundo

delaizquierda acriticar, oinclusoaadmitir para sus adentros, loque


estaba sucediendo enla URSS en aquellos años, o el aislamientode
aquellos de la izquierda que criticaban alaURSS, sinesta sensación
de que enlalucha contra el fascismo, el comunismoyel liberalismo
estaban, en un sentido profundo, luchando por la misma causa, por
no mencionar el hecho aún más obvio de que ambos se necesitaban
el uno al otro yque, en las condiciones de la década de 1930, loque
Stalin hacía era un problema ruso, por más estremecedor que fuera,
mientras queloquehacíaHitler erauna amenazageneral. Esta ame­
naza seplasmó inmediatamente através de la abolición del gobierno
democráticoyconstitucional, de los campos de concentración, dela
quema de libros yde la expulsión oemigración masiva de disidentes
políticos yjudíos, entre ellos la flor ynata de lavida intelectual ale­
mana. Lo que hastaentonces el fascismoitaliano sólohabía insinua­
doahora sehacíaexplícitoyvisibleinclusopara el más cortodevista.
Latrascendenciadeesteaspectodelaamenazadel fascismoviene
indicadapor laincapacidaddelaAlemania nazi deobtener uncapital
político significativo a partir de su indudable y rápido éxito econó­
mico. El hecho de haber liquidado el desempleo no fue tan eficazen
la propaganda de Hitler enla década de 1930 comolapretensiónde
haber «hechoquelos trenes fueranpuntuales»lofueenlapropaganda
deMussolini enladécadade 1920. EstabaclaroquelaAlemanianazi
era un régimen que había de serjuzgado por otros criterios distintos
al del éxitoenla recuperación de ladepresión económica.
En tercer lugar, ylo más importante, «fascismo significabague­
rra». Después de 1933, cadaaño que trascurríaestarealidad semani­
festaba de forma más palpable: cuando el golpe de estado enAustria
(1934) fue seguido por la guerra etíope (1935), por la reocupación
de Renania por parte de Hitler ylaguerra civil española (1936), por
la invasiónjaponesa de China (1937) ypor laocupación alemanade
Austria y el sometimiento de Checoslovaquia después de Múnich
(1938). Las generaciones posteriores a 1918vivíanbajolaamenazay
con el temor de otra guerra mundial. Después de 1933 pocos creían
quepudiera evitarsede manerapermanente, ysolamente los fascistas
ylos gobiernos fascistas considerabanesta posibilidad sinhorror. La
línea entre agresores ydefensores nunca estuvomás claraque eneste
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 275

período; pero también lo estaba cadavez más lalínea que separaba a


aquellos, en los países no fascistas, que estaban dispuestos aresistir,
conlas armas si eranecesario, yaaquellos que, por larazón que fue­
re, noloestaban. No dividía simplemente la derechade laizquierda:
habíaresistentes entre los conservadores tradicionales ylos patriotas,
yapaciguadores o pacifistas en la izquierda no comunista, especial­
mente en Francia y Gran Bretaña; incluso los resistentes no llama­
ban ala guerra sino que más bien creían (no sinverosimilitud hasta
después de Múnich) que había una buena oportunidad de evitar
la catástrofe construyendo un poderoso y amplio frente de Estados
ypueblos dispuestos aresistir alos agresoresycapaces deintimidarlos,
puesto que eran capaces de derrotarlos en casonecesario. Sinembar­
go, a medida que las agresiones avanzaban y prosperaban, la nece­
sidad de resistencia se hizo cada vez más obvia, y desvió la opinión
políticamente consciente hacia el campo antifascista. Finalmente, la
guerra y la resistencia clarificaron la cuestión más allá de cualquier
duda. Yal clarificarse, el antifascismo se acercaba cada vez más a
los comunistas, que no sólo habían preconizado la política de una
amplia alianza antifascistayde resistencia enlateoría, sinoque ha­
bíandesempeñado unpapel visiblemente destacado enlalucha enla
práctica. Mientras el peligro fascista, representado después de mayo
de 1940 por la conquista real de extensas zonas de Europa, seguía
acuciando, ni siquiera la absurda inversión temporal de la política
comunista internacional en 1939 fue capazdeparar estatendencia.14
Sinembargo, el procesopor el cual los intelectualesyotros sede­
cantaronhaciael antifascismoy, por consiguiente, hacialaizquierda,
y a menudo hacia la izquierda marxista, no fue ni lineal ni carente
de problemas como podría parecer a simple vista. Los zigzagueos y
recovecos del Cominternyde lapolítica soviéticayasehan mencio­
nado, yno hace falta detenernos: la tardanza enliquidar laestrategia
sectaria del «Tercer Período» y la media vuelta de 1939-1941. No
obstante, hayque explicar brevemente otros factores entorpecedores.
Entérminos globales, el más importante deelloshacíareferencia
a los países coloniales y dependientes. En ellos el antifascismo no
era una cuestión primordial, bien porque el fenómeno del fascismo
europeoestabalejosyteníapocarelaciónconsusituacióndoméstica,
276 Cóm o cam biar e l mundo

como en amplias zonas de Latinoamérica, obienporque el fascismo


no podía identificarse de manera realista con el principal enemigo o
peligro; o ambas cosas. Es cierto que en Latinoamérica la derecha
tradicional (especialmente allí donde dependía de laIglesia) tendía a
simpatizar conla derecha europea competente que sesentía cada vez
más inclinada a aliarse con el fascismo —como sucedió en tmcrra
civil española—. Algunos movimientos de ultraderecha acordes con
el modelofascistasedesarrollaronpor doquier, comolos sinarquistas
deMéxicoylos integralistas de Plinio SalgadoenBrasil. Por estara~ j
zónla izquierda se había identificado con el antifascismo aunque no J
sehubiera sentido tentada ahacerlo por otros motivos, comolasim- (
patíapor el antiimperialismo marxistaylapoderosainfluenciacultu- ]
ral europea sobrelos intelectuales latinoamericanos ysus experiencias (
personales. La guerra civil española desempeñó, sin lugar,a dudas, <
un papel crucial, especialmente en México, Chile y Cuba. Por otro ]
lado, en amplias partes de Latinoamérica la disposición enla década -j
de 1930 a adoptar ideas y fraseología del fascismo —un prestigioso (
ytriunfal movimiento de moda en Europa que Latinoamérica hacía (
tiempo que buscaba para sus tendencias ideológicas—no necesaria- j
mente tenía las connotaciones que tenía en sucontinente de origen. 1

Allí habría sido impensable que los políticos o los jóvenes oficiales 1
conmentalidadpolíticaque sesentíanatraídos por estas ideas causa- 1
sen impacto en la vida nacional movilizando ala clase obrera como (
fuerza sindicalistayelectoral (como enArgentina) ouniéndose alos 1
sindicatos parallevar acabouna revoluciónsocial (como enBolivia). c
Quizá esto no afectase demasiado al grueso de los intelectuales del £
continente, pero debería servir de advertencia contra una aplicación c
demasiado fácil de los alineamientos europeos en Latinoamérica. c
Además, aquel continente no estaba implicado de forma efectiva en 1
lasegunda guerra mundial. • c
La situación era más compleja en Asia y (en la medida en que s
estabapolíticamente movilizada) enÁfrica, donde nohabía fascismo 1
local15—aunqueJapón, unapotenciamilitante anticomunista, estaba 1
aliada conAlemania eItalia—ydonde Gran Bretaña, Francia y los
Países Bajos eran obviamente el principal adversario de los antiim- ;• r
penalistas. El grueso delos intelectuales estaban indudablemente en ; v
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 277

contradel fascismoeuropeo, dadalaactitudracistarespectoalospue­


blos de piel amarilla, morena y negra. Además, los movimientos en
estos países estaban amenudo muyinfluenciados por los de las me­
trópolis, es decir, por las tradiciones liberales ydemocráticas de la
Europa Occidental, comoel CongresoNacional Indio. Sinembargo,
eralógico que los antiimperialistas adoptasenlapostura que durante
mucho tiempo habían sostenido los rebeldes irlandeses, asaber, que
«ladificultad de Inglaterra es la oportunidad de Irlanda». En efecto,
la tradición de buscar el apoyo de los enemigos de los colonialistas
locales se remontaba a la primera guerra mundial, cuando los irlan­
desesylos revolucionarios indios (incluyendo algunos quedespués se
hicieronmarxistas) sehabían dirigido aAlemania enbusca de ayuda
contra Gran Bretaña. Por consiguiente, el antifascismo, basándose
enlaprioridad de derrotar aAlemania, Italia yJapón por encima de
la inmediata liberación colonial, entró en conflicto con los instintos
yel cálculo político del antiimperialismo local, salvo en casos espe­
ciales como EtiopíayChina. Con el estallidodelaguerralacuestión
dejó de ser académica, aunque había empezado a complicar la vida
política local unos años antes (por ejemplo, Indochina). Los comu­
nistas ortodoxos16que priorizaban el antifascismo global searriesga­
ron y en general quedaron políticamente aislados tan pronto como
la guerra se acercó lo suficiente —como sucedió en Oriente Medio
desde 1940, yenel Suryel SudesteAsiáticoen1942. Los intelectua­
les de laizquierda identificados con el antifascismo teórico oincluso
con una especie de marxismo podían, como Jawaharlal Nehru y el
grueso del Congreso Nacional Indio, lanzarse directamente a una
confrontación con el imperialismo británico o, como Subhas Bose
deBengala, organizar un auténtico EjércitoIndio de Liberaciónbajo
la égida de los japoneses. No hay duda de que la abrumadora masa
de antiimperialismo enel Oriente Medio musulmán, fuesecual fuese
suideología, erapro alemana. En resumen, larelaciónentrelos inte­
lectuales ylos antifascistas fuera de Europa no se ajustaba, ni podía
hacerlo, al modelo europeo.
El antifascismoeuropeotenía suspropias complejidades. Enpri­
mer lugar, a medida que avanzaba la década de 1930 se hacía cada
vez más evidente que la alianza antifascista tendría que abarcar no
278 Cómo cambiar el mundo

sólo al centroyala izquierda política, sino acualquier persona, ten- j


dencia, organizaciónyEstadoque, fuerapor larazónque fuere, estu- j
viera dispuesto aoponerse al fascismoyalas potencias fascistas. Los a
frentes populares inevitablemente tendieron aconvertirse en «frentes E
nacionales». El lógico reconocimiento de esta situaciónpor parte de I
los comunistas removió las tradicionales susceptibilidades de la iz_ e
quierda, incluyendo a sus intelectuales, cuando Thorez tendió la ¿
mano alos católicos, el partido francés apelóaJuana deArco (desde a
tiempos inmemoriales símbolo de la extrema derecha), yelbl!tiruco o
buscó la alianza conWinston Churchill, asimismo símbolo de todo c<
lo que era reaccionario y opuesto al movimiento obrero. Es proba- el
ble que esto causase relativamente pocas dificultades, por lo menos u:
hasta la liberación o la victoria. El peligro de la Alemania nazi era 1'
tal que una coalición con el enemigo de ayer yde mañana en contra vt
de un peligro mayor era lógica, especialmente cuando no implicaba p<
un acercamiento ideológico con éste. Los ultraizquierdistas que se d<
resistieron a apoyar a Etiopía en contra de Italia argumentando (y m
conrazón) que Haile Selassie eraun emperador feudal tuvieron muy la
poco apoyo. Por otro lado, para la izquierda socialistarevolucionaria m
la cuestión de si la amplia estrategia antifascista había de continuar er
aexpensas, por lomenos temporalmente, dela revolución socialista,
que erasuverdaderoobjetivo, suscitóincertidumbres másprofundas. iz<
¿Qué sacrificio tendrían que hacer los revolucionarios en la causa bá
necesaria de rechazar al fascismo? ¿Acaso no era imaginable que la se:
victoria se obtuviese a costa de posponer la revolución, oincluso de ca
reforzar al capitalismo no fascista? En la medida en que los revolu- un
cionarios seplanteaban estas consideraciones, tenían algoen común en
con el antifascismo en el mundo colonial ysemicolonial. ari
Pero la mayoría de intelectuales, aunque quizá más preocupa- ari
dos por estas cuestiones queotros militantes, notuvierondemasiados C0;
problemas conellas. Laderrota del fascismoera, después de todo, un rec
asunto de vida o muerte incluso para los revolucionarios compro- a^!
metidos. Ni los comunistas ni los disidentes marxistas plantearon Sir
ninguna incompatibilidad entre antifascismo y revolución. Dentro est
del ámbito del Comintern se debatía, aunque con cautela, intermi- C01
tentemente, yno de manerapública, que el ampliofrente antifascista ^a1

«>
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 279

podría proporcionar una estrategia para la transición al socialismo,


por supuesto, públicamente seenfatizaba sobre todo enloslimitados
aspectos democráticos ydefensivos del fascismo, para noasustar alos
no socialistas antifascistas, entre ellos algunos gobiernos burgueses.
Las ambigüedades resultantes se examinarán más abajo. En cambio,
el elemento radical tomóladerivautópica de negar cualquier contra­
dicción entre antifascismoyrevoluciónproletaria inmediata. Incluso
aquellos que norechazaban el amplio frente antifascista enconjunto
como una traición innecesaria a la revolución (como hacía Trotsky,
confundido por suhostilidad hacia el Comintern estalinista, que era
el principal defensor de dicho frente) abogaronpor suconversiónen
unainsurrecciónenel momento oportuno—1936enFrancia, 1944-
1945enFranciaeItalia—ylareclamaronenEspañaen1936. Como
veremos, en aquella época estos argumentos utópicos tenían poco
peso. Pueden incluso explicar el aislamiento yla falta de influencia
de aquellos que los sostenían, como los trotskistas y otros grupos
marxistas disidentes. Los pueblos que combatían acorralados contra
las fuerzas de ocupación del fascismo daban prioridad ala lucha in­
mediata. Si se perdía, entonces la revolución de mañana —incluso,
en España, larevolución de hoy—no tendríaposibilidad alguna.
La lógica de la lucha clarificó también otra complicación de la
izquierda antifascista: el pacifismo. Como ideología concreta estaba
básicamente confinada al mundo anglosajón, donde floreció en el
seno del movimiento obrero17y, aunque temporalmente en la dé­
cada de 1930, entre un cuerpo sustancial de intelectuales liberales y
un movimiento mucho más amplio a favor del desarme general, del
entendimiento internacional y de la Liga de Naciones. Se extendió
ampliamente en forma de una revulsión emocional profundamente
arraigada contra la guerra, de un temor a otro holocausto masivo
como la primera guerra mundial o—como en los EE.UU.—como
rechazo a implicarse en las guerras de Europa. El odio ala guerra y
al militarismo eraun fenómeno básicamente de laizquierdapolítica.
Sinembargo, el fascismoenfrentó ahombresymujeres quesostenían
estos criterios con un dilema que no podía ser superado salvopor la
convicción (generalmente respaldada por referencias a Gandhi y a
la resistencia no violenta en la India) de que en cierto modo la sola
28 o Cómo cambiar el mundo

no cooperación pasiva podía detener a Hitler. Había pocos, incluso


entre los intelectuales, que creían seriamente en esto. La negativaa
luchar implicaba, pues, la disposición a ver el triunfo del fascismo-
por consiguiente, varios de los más vehementes pacifistas de Francia
se convirtieron en colaboradores.18La alternativa era abandonar el
pacifismoyconcluir quelaresistencia al fascismojustificabael hecho
de tomar las armas. Esta era la opinión que adoptaba la mayoría de
los antifascistas amantes delapaz, además delade aquéllos compro­
metidos conel pacifismopor motivos religiosos, comolos cuáqueros.
Después de junio de 1940 muchos jóvenes intelectuales británicos
que se habían declarado «objetores de conciencia» al estallido de la
guerra se pusieron el uniforme. La negativa a entrar en guerra, in­
clusoenuna guerra contra el fascismo, siguió siendouna seriafuerza
política sólo en forma de «aislacionismo», es decir, en países como
EE.UU., que estabanlosuficientemente alejados delaAlemania nazi
como para no tomarse demasiado en serio la amenaza de conquista
por parte de Hitler.
En pocas palabras, el antifascismo prevaleció por encima de to­
das las demás consideraciones en la izquierda europea. Del mismo
modo que la lucha por la insurrección proletaria encontró su inme­
diata expresión práctica en las levas armadas de la República Espa­
ñola contra Franco, ylos partisanos armados de laresistencia contra
HitleryMussolini, tambiénlaluchacontralaguerraparadójicamen­
te condujo ala movilización de los intelectuales afavor de la guerra
antifascista. Los científicos británicos, muchos de ellos radicalizados ¡
enyatravés del Grupo de Científicos de Cambridge ContralaGue­
rra, y que se pasaron gran parte de la década de 1930 advirtiendo a ;
la gente de que no había protección efectiva contra los horrores de |
los ataques aéreos ygas venenoso que poblabanlaimaginación delas ;
generaciones posteriores a 1918, se convirtieron en los científicos !
artífices de la guerra. Destacados personajes radicales y comunistas |
—Bernal, HaldaneyBlackett—dehecho seimplicaronenel esfuer­
zodeguerraatravés de susinvestigaciones originales sobrelamanera j
en que podía protegerse a la población civil contra los bombardeos
aéreos. Esto fue lo que inicialmente los puso en contracto con los
planificadores del gobierno.19
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 281

III
Hemos hablado de los «intelectuales» en general. Y en efecto, la
movilización deloquepodría llamarse «intelectuales públicos» con­
tra el fascismo fue extremadamente sorprendente. En la mayoría de
países no fascistas unas pocas figuras bien conocidas en el mundo
de las artes creativas —especialmente en literatura—se sintieron
atraídas por laderechapolítica, aveces inclusopor el fascismo, aun­
que pocos pertenecían al campo de las artes visuales20yapenas nin­
guno al de las ciencias. Sin embargo, estas figuras constituían una
minoríapequeñayatípica. En efecto, enesta época incluso aquellos
cuyaideología tradicionalistapodríahaberlos decantadohacialade­
recha, como el más influyente de los críticos literarios británicos,
F.R. Leavis, no sólo se encontraron rodeados de discípulos anti­
fascistas e incluso algunos marxistas, sino que dudaron ala hora de
expresar una prudente y cualificada simpatía por su causa, antes
de abandonar la escenapolítica.21
En Gran Bretaña, Francia yEE.UU., aquellos que se moviliza­
ron a favor de la República Española y más generalmente del anti­
fascismo formaban una mayoría provista de talento e intelecto. Los
escritores americanos que declararon su apoyo a los republica­
nos españoles eran Sherwood Anderson, Stephen Vincent Benét,
Dos Passos, Dreiser, Faulkner, Hemingway, Archibald MacLeish,
Upton Sinclair, John Steinbeck y Thornton Wilder, para nombrar
sólo a unos pocos. En el mundo hispánico los poetas respaldaron
a la República casi sin excepción. Puesto que el valor publicitario
de aquellos nombres harto conocidos era obvio, yse explotó de di­
versas maneras enconcentraciones colectivas, declaraciones públicas
yotras manifestaciones, este aspecto del antifascismo de los intelec­
tuales está particularmente bien documentado. De hecho, algunos
informes sobre el tema selimitan prácticamente al debate delainte­
lectualidadpública, es decir, básicamente laliteraria.22
El antifascismo de personas de talento extraordinario, inteli­
gencia y logros intelectuales presentes o futuros es históricamente
importante, como también lo es su atracción en este período hacia
el marxismo, que eraparticularmente acusadoentre lasgeneraciones
282 Cómo cambiar el mundo

que alcanzaron la madurez adulta en las décadas de 1930 y 1940


Este fenómeno fue especialmente sorprendente en países donde el
marxismo no tenía ninguna tradición intelectual establecida corno
Gran Bretaña yEE.UU. (En este último país el marasmo disiden'
te, especialmente el trotskista, atrajo a un número mayor de inte-
lectuales que en otros lugares.) Este reclutamiento selectivo de los
extraordinariamente dotados en determinados períodos es difícil de
explicar hoyde manera satisfactoria, pero los hechos son indiscuti­
bles. Sin embargo, esto no agota la cuestión del antifascismo ylos
intelectuales, yen algunos aspectos dificulta el análisis complicando
el problema de la identidad social de los intelectuales antifascistas. h
Socialmente hablando, y prescindiendo de momento de las va- d
naciones nacionales, los intelectuales occidentales de la década de ii
1930 eran, principalmente, o hijos de la burguesía consolidada (que o
podíaonocontenerunreconocidoestratodelBildungsbürgerum,quede- n
bía su estatus ala tradición de una educación superior), o represen- se
taban una capa de personas ambiciosas procedente de las clases más u
humildes. En términos más simples, pertenecían a aquellas clases q'
para cuyos hijos se daba por sentada una educación superior al mar- a
gen de la formación profesional, o a aquellas en las que no se daba. a
Puesto que las instituciones establecidas desde hacía tiempo para la p<
educación pasada la edad, digamos, de quince odieciséis años toda- d<
víaestabanlimitadas engranparte alos hijos delas capas superiores, te
ambos tipos tenían a menudo una formación educativa distinta, así «f
como un origen social diferente. No había una distinción tan clara ¡ dt
entre las profesiones que finalmente elegían, aunque las profesiones ra
más antiguas y prestigiosas de los «intelectuales tradicionales» ylas fu
profesiones técnicas superiores de los «intelectuales orgánicos» de a 1

la burguesía tendían sobremanera areclutar partidarios entre labur- ca


guesía consolidada, cuyos miembros probablemente dominaban las 9L
viejas generaciones de dichas profesiones. Por otro lado, el grueso en
de los intelectuales procedentes de las capas más pobres yanoestaba Pc
confinado, aefectos prácticos, alas ramas secundarias delaenseñan- m;
za, la burocraciay el sacerdocio, aunque tanto la enseñanza como el de
empleo estatal probablemente seguíanproporcionando la salida secu- tr£
lar más ampliapara ellos. Se estaban ahora expandiendootras ocupa- de
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 283

ciones no manuales en las que intelectuales de primera generación


podían encontrar acomodo—por ejemplo, en el creciente campo de
las comunicaciones de masas, así como en general el empleo admi­
nistrativo, otrabajo técnico subalternoyde diseño.
Lo marcado de la línea entre ambos grupos dependía de las
condiciones nacionales. Las tradiciones nacionales determinaron
ampliamente las simpatías políticas tanto de los intelectuales enge­
neral como de determinadas profesiones: profesores de francés de
secundaria y académicos eran predominantemente de izquierdas,
mientras que sus equivalentes alemanes se inclinaban claramente
hacia la derecha. Hay que señalar otra distinción, en la mayoría
de países, entre los que se ocupaban de disciplinas estrictamente
intelectuales y aquellos que estaban dedicados a las artes creativas
oal espectáculo. Sucomportamiento político no era en absoluto el
mismo. Por último, hayque tener encuentalas diferencias de edad,
sexo y orígenes nacionales o históricos. Otros aspectos mostraban
una mayor homogeneidad: los jóvenes tendían más a ser radicales
que los mayores, aunque ello no les comprometía necesariamente
con el radicalismo de la izquierda. Las mujeres intelectuales eran
casi por definición mucho más proclives aser de izquierdas, no sólo
porque la derecha era casi uniformemente hostil ala emancipación
de las mujeres, sino porque las familias que daban una educación in­
telectual a sus hijas pertenecían generalmente al bando liberal o
«progresista» de lavieja burguesía. Los orígenes nacionales podían
determinar la elevada representación de los intelectuales en gene­
ral y de los de la izquierda entre grupos como los judíos (con una
fuerte tradición de amor al conocimiento y experiencia en cuanto
adiscriminación) olos galeses en Gran Bretaña (un pueblo prácti­
camente sin una burguesía nativa, pero con un sistema de valores
que estima enmucholos logros intelectuales yculturales: literatura,
enseñanza y sermones). En cambio, los intelectuales solían estar
poco representados en otros grupos concretos; por ejemplo, los in­
migrantes eslavos e italianos en EE.UU., mayoritariamente proce­
dentes de estratos subdesarrollados y confinados a la realización de
trabajos manuales subordinados, o los afroamericanos, distintos
de los afrocaribeños.
284 Cómo cambiar el mundo

Finalmente, la situación política específica nacional oregional y


la tradición podían ser decisivas. Así, los estudiantes universitarios
de la Europa Occidental y Central fueron en su mayoría inmunes
al antifascismo, y eran más proclives —como en Alemania, Austria
yFrancia—amovilizarse hacia la derecha, mientras que en algunos
países balcánicos (especialmente en Yugoslavia) su entusiasmo por
el comunismo fue proverbial. Los estudiantes británicos y america­
nos eranmuyprobablemente apolíticos, pero laderecha organizada rio
predominaba entre ellos, mientras que la izquierda organizada era
casi sin duda más fuerte de lo que nunca lo había sido, yen algunas
universidades inclusodominante. Los estudiantes indios eranpredo­
minantemente antiimperialistas, pero los intelectuales nacionalistas
de Bengalatendían aacercarsealaizquierdarevolucionaria (es decir,
enla década de 1930 al marxismo) más que acualquier otra tenden­
cia. Por consiguiente es imposible generalizar sobre los intelectuales
yel antifascismo en bloque.
La política de los intelectuales de la burguesía consolidada ha
atraído mayor atención, como eslegítimo, enpaíses dondeel ingreso
a las profesiones intelectuales estaba limitado principalmente a los
hijos de este estrato, y donde acceder de actividades subalternas a
actividades intelectuales más elevadas era difícil. Cuando el PC ile­
gal italiano empezó aatraer auna nuevageneración de intelectuales,
éstos procedían naturalmente de este entorno. Amendola, Serení y
Rossi-Doria, que entraron en el PCI afinales de la década de 1920
víalaUniversidaddeNápoles, esposible queprocediesendeorígenes
excepcionalmente distinguidos, pero es evidente que también había
simpatizantes entrejóvenes delaaltaburguesíamilanesa, yenel am­
plio entorno estudiantil burgués de otros lugares . 23

Del mismo modo, en Gran Bretaña los jóvenes miembros de


la alta burguesía, producto de las llamadas «escuelas privadas» y
de las antiguas universidades, han atraído una desproporcionada
atención pública, en parte debido a su elevada visibilidad cultural
(por ejemplo, el grupo de los poetas de izquierdas: W. H. Auden,
Stephen Spender, Cecil Day-Lewis, etc.), en parte porque varios
jóvenes intelectuales comunistas se comprometieron hasta el punto
de convertirse en agentes secretos soviéticos en la década de 1930
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 285

(Burgess, Maclean, Philby, Blunt). No es ésteel lugar para especular


acercadelas causas de estaconversiónal comunismodeunaminoría
significativa, aunque numéricamente pequeña, de hijos de una clase
dirigente tan segura de sí misma e impertérrita como la británica.
Tampoco se ha investigado sistemáticamente aún, salvo en el en
cierto modo atípico contexto de labúsqueda de agentes soviéticos . 24

Probablemente la mayoría dejóvenes rebeldes «procedían del libe­


ralismo» (para citar el título del libro de uno de ellos Hayvarios
) . 25

ejemplos de familias tradicionalmente liberales o «progresistas» de


laclase media altaenlas quelasgeneraciones delas décadas de 1920
y 1930 se hicieron comunistas durante períodos más largos o más
cortos Sin embargo, hubo también disidencias incluso en familias
. 26

tradicionalmente conservadoras eimperialistas (Philby Hubo in­ ) . 27

cluso signos de polarización política en el seno de parte de la aris­


tocracia tradicionalista: de los hijos de lord Redesdale, dos hijas y
probablemente un hijo se hicieron fascistas, y una hija se convirtió
al comunismo, casándose conun sobrino deWinston Churchill que
fue acombatir aEspaña.
En EE.UU. hay también evidencias de que algunos jóvenes
miembros de la élite de familias millonadas del este (por ejemplo,
Lamonts y Whitney Straights) fueron atraídos por el comunismo,
aunque casi con toda probabilidad apequeña escala. Es posible que
la investigación en este aspecto de la historia social de otros países
europeos revele—yayude aexplicar—fenómenos similares en otras
partes. Fuera de Europa, donde la educación occidental estaba en
gran medida limitada a una élite muy restringida, es quizá menos
sorprendente que el comunismo de ladécada de 1930, como el libe­
ralismoylos movimientos occidentales para modernizar las culturas
locales, estuviera confinado mayoritariamente a las capas, o incluso
familias, que también desempeñaban un papel destacado en el go­
bierno local yla alta sociedad como funcionarios del orden colonial
u otros cargos. Los cuadros de todo tipo procedían fácilmente de la
mismayreducidafuente. De los cuatro hijos de una deestas familias
indias —todos educados en Inglaterra, los hijos en Eton—, tres se
hicieron comunistas, posteriormente dos fueron ministros del go­
biernoyempresarios, yel cuarto comandante del ejércitoindio.
286 Cómo cambiar el mundo

Sin embargo, estas adquisiciones de la élite para el comunismo a


no deberían enmascarar la cantidadnuméricamente sustancial de re- j
clutamientos en Gran Bretaña y en EE.UU. de una mayoría de (;
estudiantes antifascistas y comunistas que no provenían de las «es- t.
cuelas privadas»británicas ni de las «escuelas preparatorias privadas» |
de la élite estadounidense ni de la «IvyLeague»,* y de aquellos in- p
telectuales que no procedían de ninguna universidad. En la historia ir
del marxismo de la década de 1930 en instituciones como la School el
ofEconomics de Londres yel CityCollege, NuevaYorkdesempeñó n
un papel tan importante o más que Oxford yYale. Entre los histo- B
riadores marxistas británicos delageneracióndelas décadas de 1930 la
y 1940, la mayoría de aquellos que después serían bien conocidos y
procedían de institutos públicos, yamenudo de orígenes provincia- m
les liberales no conformistas o laboristas, aunque muchos de ellos í cc
coincidieron con la élite en las antiguas universidades de Oxfordy es
Cambridge. En Francia, la estrecha escala de promoción meritocrá-
tica hizo ascender alos hijos de funcionarios republicanos inferiores te
y maestros de primaria a los puestos más altos del intelectualismo Ei
de izquierdas, así como a los hijos de familias de profesionales con aq
una larga tradición de educación académica superior En resumen,. 28 al
en los países con una democracia liberal bien consolidada, donde el br;
fascismo poco atrajo alas masas de las clases bajaymedia baja, el re- al
clutamiento de intelectuales antifascistas fuerelativamente amplio. tiz
Esto resulta particularmente evidente entre el gran número de
intelectuales no universitarios. Sabemos que el 75 %de los miem­
bros del Left Book Club británico (que en el momento álgido llegó
a tener 57.000 miembros y un cuarto de millón de lectores) eran
trabajadores administrativos, profesionales de bajo rango yotros in- Pu
telectuales no académicos Este público era sin duda similar al pú-
. 29 11' 4

blico de masas que consumía ediciones rústicas baratas eintelectual- l°s


mente exigentes descubierto también en Gran Bretaña a mediados ror
de la década de 1930 por Penguin Books, cuya principal colección ení
intelectual fue editada por hombres de izquierdas. Gran parte de los ant
sib]
ClcLl
* Asociación de ocho universidades privadas de élite de EE.UU: Brown, Co- j
lumbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pennsylvania, Princeton y Yale. (N. de la t)
jl
r
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 287

apasionados defensores de la música folk y del jazz tanto en Gran


Bretaña como enAmérica —había un desproporcionado porcentaje
dejóvenes comunistas en Gran Bretaña—se movían en los lími­
tes de la clase obrera cualificada, técnicos yprofesiones subalternas y
laclase media, así como entre estudiantes El creciente campo del
. 30

periodismo, la publicidad y el espectáculo proporcionaron empleo a


intelectuales no universitarios yalos intelectuales universitarios que
eligieron no hacer carrera en ninguna de las profesiones tradicio­
nales públicas o privadas —especialmente en países como Gran
BretañayEE.UU., donde el ingreso enestos nuevos ámbitos erare­
lativamentefácil. Nuevos centros de actividadorganizadaantifascista
yde izquierdas se desarrollaron en los ámbitos de la industria cine­
matográfica (que entonces era el principal medio de comunicación)
comoHollywood, yenel periodismo de masas de tipo apolíticoono
específicamente reaccionario . 31

Por consiguiente, el antifascismo no estaba confinado a la éli­


te intelectual. Incluía a aquellos libreros y trabajadores sociales de
EE.UU. a quienes el comunismo les atraía con fuerza. Incluía a
aquellos quelaélite despreciaba: «Al escritor derevistas descontento,
alguionista culpable deHollywood, al maestrode escuelaquenoco­
braba, al científico políticamente inexperto, al oficinista inteligente,
al dentista con aspiraciones culturales Reflejabapues lademocra­
» . 32

tizaciónde laintelectualidad.

IV
Puesto que el antifascismo era un movimiento mucho más amplio
queel comunismo, los partidos comunistas nointentaron convertir a
losintelectuales al marxismo enmasa, aunque los partidos encontra­
ronnaturalmente asus potenciales yauténticos reclutas intelectuales
entre el creciente número de movilizados políticamente a través del
antifascismo. La principal tarea era movilizar al mayor abanico po­
sible de intelectuales, y especialmente a los más destacados, y aso­
ciarlos a la causa del antifascismo y la paz en sus distintas formas.
Los criterios ideológicos apenas podían señalarse enunllamamiento
288 Cómo cambiar el mundo

firmado por figuras tan diversas como Aragón, Bernanos, Charn- 1


son, Colette, Guéhenno, Malraux, Maritain, Montherlant, Jules R0- 1
mains ySchlumberger tras la ocupación de Pragapor Hitler.33 c
En países con una larga tradición de compromiso de los inte­ c
lectuales con la izquierda, ni siquiera aquellos que efectivamente se
unieron al Partido Comunista estaban dispuestos a que se les exi­ p
giera un cambio drástico de ideología, sobre todo si sus nombres la
eran lo bastante prominentes como para dotar de lustro ai partido. al
Este fue precisamente el caso del Partido Comunista Francés, en el fa:
que latradicióndelarevolución era muyfuertepero el marxismoera af(
débil. No fue hasta los años del Frente Popular, la Resistencia yla zó
Liberaciónqueestos intelectuales académicos franceses tradicionales tra
delaizquierda, amenudo socialistas, creyentes «enlabondad, elpro­ ere
greso, lajusticia, el trabajo, la verdad»... «gradualmente y discreta­ cié:
mente adoptaronlalealtad afín (al comunismo), noporque hubieran mo
cambiado sus anteriores opiniones racionalistas positivistas, sino al evi(
contrario, porque habían permanecido fieles a sí mismos Incluso
» . 34
por
afinales deladécadade 1940habíaprofesores quenegabanser mar- losi
xistas tras haberseunido al Partido Comunistapor suimplicaciónen aish
el antifascismo ylaresistencia. Hay que distinguir a este tipo de in­ ción
telectuales de aquellos (en su mayoría de una generación másjoven) bian
que también se sintieron atraídos por el comunismo a causa de la eid(
teoría marxista, yque se educaron sistemáticamente en el marxismo laü
dentro oenlas márgenes del partido. No hayque olvidar que ladé­ cond
cada de 1930 fue testigo del esfuerzo internacional más sistemático ala^
llevadoacabohastaentonces depublicar, popularizar yestudiar alos expei
«clásicos»del marxismo. Esto fue obrade los comunistas. nítid;
Sin embargo, no había una línea divisoriaclaraentre «lavieja»y A
«la nueva» izquierda. Cuando los comunistas después de 1933 em­ co»qi
pezaron ainsistir en las tradiciones progresistas de las revoluciones linse
burguesas, así comoenel antifascismoque compartíanconlos socia­ lanec
listas yliberales, la«vieja»izquierda descubrió tambiénla necesidad bleme
de hallar un terreno común. ¿Acaso no estaba la propia burguesía dela í
abandonando lasviejas verdades del racionalismo, cienciayprogre­ asuve
so? ¿Cuáles eran sus más vehementes defensores en la actualidad? enseña
El influyente libro de Georges Friedmann La CriseduProgres, pu- tabala
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 289

picado en 1936 bajo los prestigiosos auspicios de laNouvelleRevue


¡ pran$aise, argumentaba de forma harto convincente que el terreno
j común era el materialismo dialéctico, durante mucho tiempo des­
cartado por sus oponentes como enemigo de todas las elevadas as-
I piraciones de la humanidad en virtud de su materialismo. Ahora
la URSS representaba tanto las tradiciones como las aspiraciones
abandonadas por la burguesía.
Todo esto no sólopropicióla atracción de los intelectuales anti­
fascistas que se movían en la órbita del marxismo, sino que también
afectó significativamente al desarrollo del propio marxismo. Refor­
zó aquellos elementos en su interior que estaban más próximos ala
tradición racionalista, positivista y científica de la Ilustración y su
creencia en la ilimitada capacidad de progreso del hombre. Cons­
cientemente o no, al acercarse unos a otros los marxistas tendían a
| modificar su teoría más sustancialmente que los no marxistas. Pero
evidentemente, no lo hacían sólo, o quizá no en primera instancia,
porque quisieran establecer un frente común contra el fascismo con
losintelectuales nomarxistas. Superar loque Dimitrovdenominó«el
aislamientodelavanguardiarevolucionaria»implicabalareconstruc­
ción«denuestras políticasytácticas de acuerdoconlasituacióncam­
biante», pero no significaba hacer ninguna modificación de lateoría
eideología marxistas. Paradójicamente, fue el desarrollo interno de
laURSS, más que los requerimientos de resistencia a Hitler, lo que
condujoareforzar las tendencias del marxismo, queloacercaronmás
alavieja ideología de progreso decimonónica. Efectivamente, en la
experiencia de la era antifascista no puede trazarse una separación
nítida entre el impacto de Hitler yel de laURSS.
Así pues, lainterpretación del «materialismohistóricoydialécti­
co»queprevalecióenaquel período—yque conlaautoridadde Sta-
linseconvirtió en canónicaparalos comunistas—noledebíanadaa
lanecesidad de construir un frente antifascista, aunque muyproba­
blemente la propició. Derivaba de la ortodoxia marxista del período
dela Segunda Internacional, cuyoportavoz fue Karl Kautsky, yque
asuvezsebasaba enla codificación que hizo el Engels tardío de sus
enseñanzas yde las de Marx: una versión del marxismo que lepres­
taba la autoridad de la ciencia, la certeza del método científico yde
290 Cómocambiar el mundo

lapredicción, ylapresunción de interpretar todos los fenómenos del


universo por medio del materialismo dialéctico—la dialéctica nece­
saria derivaba de Hegel, pero el materialismo estaba esencialmente
en la línea de los filósofos franceses del siglo xvm. Era una inter­
pretación que (como en el Feuerbachde Engels) casabalas triunfales
ciencias naturales decimonónicas conel marxismo, tras abandonar el
materialismo superficial, estáticoymecánicodel sigloxvm, comoen
efecto (en opinión de Engels) el progreso de dichas ciencias les obli­
gó aabandonar, aconsecuencia delos tres descubrimientos decisivos
de lacélula, la transformación de laenergíaylateoría darwinianade
la evolución. j i
No había nada de sorprendente en ello. El matrimonio entre í
«progreso» y «revolución», el materialismo y el marxismo del siglo j r C

xvm, combinando como lo hacía las certezas de las ciencias natu- * c


rales con la inevitabilidad histórica, ejercía desde hacía tiempo un e
profundo atractivo para los movimientos de la clase trabajadora. En t
esto el movimiento ruso no fue excepcional. Además, la situaciónde ¡ e
la Rusia posrevolucionaria tendía más a fomentar un cientificismo J v
todavíamás enfático. Al nohaber logradolaRevolución, loqueMarx j
y Lenin habían considerado su objetivo primordial, a saber, «dar a [
la señal para una revolución de los trabajadores en Occidente, con ¡
el fin de que ambas se complementasen las tareas principales y
» , 35

dominantes de los bolcheviques eran y habían de ser el desarrollo L


económico ycultural de un país atrasado yempobrecido, con el ob­ ex
jetivo de crear las condiciones tanto de supervivencia contra ataques qi
foráneos comoparalaconstruccióndel socialismoenunpaís aislado, la
aunque gigantesco. En términos materiales, la producción yla tec­ pe
nología (la «electrificación» de Lenin) habían de ser prioritarias. En les
términos culturales sedioprioridadalailustracióndelasmasas, desde mj
el punto de vista de educación de masas yde lucha contra lareligión do
yla superstición. La batalla contra el atraso ypor el «desarrollo» sin qu
duda sellevóacabode manera distinta aladebatallas similares enel dic
sigloxix. Sin embargo, los temas de ciencia, razónyprogreso como sea
fuerzas de liberación evidentemente eran en gran medida los mis­ vía
mos. «El materialismodialéctico»enuna sociedadcomoéstaobtenía lac
sufuerza nosimplemente delatradiciónylaautoridad, sinotambién de ^
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 291

de su utilidad como arma en esta batalla, y de su atractivo para los


militantes del partido y futuros cuadros, ellos mismos trabajadores
ycampesinos, a quienes proporcionaba confianza, seguridad e ins­
trucción en aquello que era científicamente verdadero y que estaba
destinado atriunfar.
Como ya se ha señalado, fue la combinación de la «crisis de
progreso» en la sociedad burguesa con una confiada reafirmación
de sus valores tradicionales en la URSS lo que atrajo a los intelec­
tuales al marxismo. Acudieron aél comoportador del estandarte de
larazón yla ciencia que la burguesía había arrojado, como defensor
de los valores de la Ilustración en contra del fascismo que estaba
empeñado en sudestrucción. Ycon ello, no sólo aceptaban sinoque
acogían con agrado y desarrollaban el «materialismo dialéctico» tal
como ahora se formulaba en la ortodoxia soviética e internacional,
especialmente si eranmarxistas nuevos; ylagranmayoríadeintelec­
tuales marxistas de esteperíodo eran marxistas nuevos, para quienes
el marxismo era una novedad como el jazz, el cine sonoro ylas no­
velas de detectives privados.

V
La lucha del marxismo a finales del siglo xx, ypor consiguiente la
experienciadelamayoríadelectores de estahistoria, es tandiferente
queha de subrayarse el carácter histórico específico del marxismode
laera antifascista si se quieren evitar interpretaciones anacrónicas y
por lotanto equivocadas. Desde la década de 1960, los intelectua­
lesmarxistas sehanvistoinmersos enunamareadeliteraturaydebate
marxista. Tienen accesoaalgoparecido aungigantesco supermerca­
dode marxismos yde autores marxistas, y el hecho de que en cual­
quier momento la eleccióndela mayoría en cualquier país pueda ser
dictadapor la historia, lasituaciónpolítica yla moda noimpide que
seanconscientes del abanico teórico de sus opciones. Yéste es toda­
vía más amplio desde que el marxismo, principalmente apartir de
ladécadade1960, sehaidointegrando cadavezmás enel contenido
dela educación superior formal, por lo menos enlas humanidades y
292 Cómo cambiar el mundo

en las ciencias sociales. Los nuevos marxistas de la década de I Q


93
it
engranparte delos países occidentales sóloteníanacceso aunarela­ c<
tivamente exigua literatura, excluida casi por completo de la cultura
yeducación oficiales, salvo como blanco de críticas hostiles. Incluso g
V
sus propias contribuciones alaliteratura marxistaeranpor añadidura ir
muyescasas encantidad. Así, antes de 1946lasumatotal de obrasde ei
historia en inglés que podían calificarse de «marxistas o cercanas al «1
marxismo»—omitiendolas obras delos «clásicos»—ascendíaaunos P«
treinta libros ycomo mucho un par de docenas de artículos. di
En la medida en que existían viejas tradiciones marxistas, los lo
nuevos marxistas fueronaislados deellaspor cuatrorazones. Ladivi­ cc
siónentre la socialdemocraciayel comunismoles hizo desconfiarde P(
granparte del marxismosocialdemócrataanterior a1914ydesuevo­ m
lución. La formación de unaversión comunista estándar del marxis­ dt
mo (leninismo) enterró en gran medida atodas aquellas tradiciones ! R
nativas del marxismo revolucionario que habían sobrevivido durante i a
los primeros años del comunismo (por ejemplo, en Gran Bretaña m
a los asociados a la «Liga de la Plebe Marginó también ciertas ;
» ) . 37

tendencias en el seno del marxismo, aun sin estar condenadas. La ; de


eliminación de los adversarios de Stalin yde otros «desviacionistas» tii
impidió la circulación efectiva de una sección de escritos marxistas ¡ in
bolcheviques (por ejemplo, Bogdanovyfinalmente Bukharin, por no í Pi
mencionar aTrotsky). Por lotanto, la«bolchevización» definales de : U:
ladécadade 1930nofue sólopolíticayorganizativa, sinointelectual. ; tá:
Por último, como ya se ha indicado, motivos técnicos —tanto lin- ¡ ni
güísticos como políticos (como, por ejemplo, los efectos del triunfo j ot
de Hitler)—simplemente hicieron de difícil accesogranparte delas fn
obras existentes. Así pues, lamonumental biografíadeEngels escrita a;
por GustavMayer, publicada en una edición en el extranjero enlos nu
Países Bajos en 1934, permaneció prácticamente desconocida enAle­ va
mania mucho tiempo después de la guerra, yen inglés era accesible el
tan sóloenuna traducción despiadadamente abreviada. qu
Como ya hemos sugerido anteriormente, la ignorancia —y es- j tic
pecialmente la ignorancia lingüística—no limitó necesariamente ; de
los horizontes de los marxistas contemporáneos. Incluso en las con- fo]
diciones de la monolítica ortodoxia teórica que progresivamente se Si
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 293

imponiendo en los movimientos comunistas, produjo el efecto


trario. Los marxistas occidentales contemporáneos ignoraban en
a parte la ortodoxia soviética que a comienzos de la década de
sehizo más definida, específicayvinculante en una seriedete-
0

;queabarcabandesdelaliteraturaylas artes, pasandopor lateoría


nómica, la historia y la filosofía, hasta llegar a la creación de un
iteriafismo dialéctico» que, como es ahora evidente, incluía imi­
tantes revisiones del propioMarx Sinembargo, comoyahemos
. 38

10 , esta ortodoxia todavía no se había impuesto formalmente en


comunistas de fuera de laURSS. En todo caso, mientras ningún
íunista ignoraba el deber de denunciar directamente las herejías
ticas estigmatizadas como tales (y especialmente el «trotskis-
>), laimposición de una nueva ortodoxia en asuntos más alejados
aprácticapolíticanosedioaconocer demaneraespecíficafuerade
lia, ylos principales debates (a excepción de los relativos al arte y
literatura) continuaron sin traducir ypor consiguiente práctica-
íte desconocidos.
Estas argumentaciones apenas afectaron a los comunistas occi-
tales. Los escritores británicos, americanos, chinos y otros con-
laron a lo largo de la década de 1930 —y en los países de habla
esa incluso más tarde—operando según el «Modo Asiático de
ducción», mientras que los rusos hacían esfuerzos por evitarlo . 39

libro soviético de texto filosófico adaptado para uso de los bri-


cos (y publicado por un editor no comunista) contenía las de­
cías hoy clásicas de Deborin y Luppol, pero por fortuna una
1 de este último aún fue publicada por la editorial oficial del PC
cés en 1936.40Los marxistas que sabían alemán ytenían acceso
s Frühschriften plasmaron con entusiasmo al Marx de los Ma-
:ritos de París en sus análisis, al parecer ignorantes de las reser-
soviéticas sobre estos primeros escritos. Efectivamente, incluso
imoso capítulo cuatro de la Historia del PCUS (b): Cursobreve,
encarnabalosnuevos dogmas del materialismohistóricoydialéc-
, seleía no como un llamamiento para criticar a aquellos que se
daban, sino simplemente, en la mayoría de los casos, como una
aulación lúcida ypotente de las creencias básicas del marxismo,
eles hubiera preguntado, los comunistas occidentales sin duda
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 293

ba imponiendo en los movimientos comunistas, produjo el efecto


:ontrario. Los marxistas occidentales contemporáneos ignoraban en
rran parte la ortodoxia soviética que a comienzos de la década de
[930sehizo más definida, específicayvinculante enuna serie de te­
nas que abarcabandesdelaliteraturaylas artes, pasandoporlateoría
¡conómica, la historia y la filosofía, hasta llegar a la creación de un
¡materialismo dialéctico» que, como es ahora evidente, incluía im-
jortantes revisiones del propioMarx Sinembargo, comoyahemos
. 38

iicho, esta ortodoxia todavía no se había impuesto formalmente en


os comunistas de fuera de laURSS. En todo caso, mientras ningún
:omunista ignoraba el deber de denunciar directamente las herejías
jolíticas estigmatizadas como tales (y especialmente el «trotskis-
no»), la imposición de una nueva ortodoxia en asuntos más alejados
lelaprácticapolíticanosedioaconocer demaneraespecíficafuerade
lusia, ylos principales debates (a excepción de los relativos al arte y
1 la literatura) continuaron sin traducir ypor consiguiente práctica-
nente desconocidos.
Estas argumentaciones apenas afectaron a los comunistas occi-
lentales. Los escritores británicos, americanos, chinos y otros con-
inuaron alo largo de la década de 1930 —y en los países de habla
nglesa incluso más tarde—operando según el «Modo Asiático de
}roducción», mientras que los msos hacían esfuerzos por evitarlo . 39

Jn libro soviético de texto filosófico adaptado para uso de los bri-


ánicos (y publicado por un editor no comunista) contenía las de-
luncias hoy clásicas de Deborin y Luppol, pero por fortuna una
>brade este último aún fiie publicada por la editorial oficial del PC
rancés en 1936.40Los marxistas que sabían alemán y tenían acceso
.las Frühschriften plasmaron con entusiasmo al Marx de los Ma-
luscritos de París en sus análisis, al parecer ignorantes de las reser­
as soviéticas sobre estos primeros escritos. Efectivamente, incluso
1famoso capítulo cuatro de la Historia del PCUS (b): Cursobreve,
[ueencarnabalos nuevos dogmas del materialismo históricoydialéc-
ico, se leía no como un llamamiento para criticar a aquellos que se
íesviaban, sino simplemente, en la mayoría de los casos, como una
ormulación lúcida ypotente de las creencias básicas del marxismo.
¡i se les hubiera preguntado, los comunistas occidentales sin duda
294 Cómo cambiar el mundo

habrían denunciado a aquellos cuyas opiniones estaban implícita o


explícitamente condenadas en los debates soviéticos con la misma
lealtadyconvicciónconlaquedenunciaronal trotskismo, perono seles
preguntó directamente en aquella época, ypocos eranconscientes de
que los comunistas rusos sí lo eran.
Hasta este punto los nuevos marxistas de la década de 1930ig­
noraban engran medida o no eran conscientes de las interpretacio­
nes alternativas de la teoría marxista —incluso las de lo que des­
de entonces se ha denominado «marxismo occidental»—,'+i que se
identificaba o se había identificado con el bolchevismo, o que sim­
patizaba con él. Además, adiferencia de los marxistas de finales del
siglo xx, no estaban especialmente interesados en polémicas entre
marxistas sobre teoría (excepto en la medida en que estuvieran re­
presentadas en el corpus autorizado de LeninyStalinofueran obli­
gatorias por decisiones soviéticas odel Comintern). Dichos debates
tienden aemerger enperíodos de incertidumbre acerca delavalidez
del análisis marxista del pasado como el de finales del siglo xix (la
«crisis del marxismo» revisionista) oen la era del triunfo capitalista
global ydel postestalinismo. Pero los nuevos marxistas de la década
de 1930 no veían razón para dudar de los pronósticos marxistas de
los años de la gran crisis capitalista, ni motivos para escudriñar los
textos clásicos en busca de significados alternativos. Consideraban
que el marxismo era más bien la clave para entender una amplia
gama de fenómenos que hasta entonces habían sido incompren­
sibles y desconcertantes. Como bien dijo un joven matemático y
militante marxista: «En medio de todo lo que todavía está siendo
investigado al detalle, un marxista no puede evitar la impresión de <
que vastos reinos de pensamiento aguardan una comprensión dia- J
láctica Veían que sutarea intelectual era la exploración de aquel ;
» . 42 t
vastoreino, yquelas obras delos clásicosydelosviejos marxistasno
eran tanto un enigma ala espera de la clarificación intelectual, sino í
más bien un almacén colectivo de ideas esclarecedoras. Las posibles f
lagunas e incoherencias internas parecían mucho menos importan- : 1

tes que los enormes avances que propiciaron. El más evidente de ¡ g


todos, para los intelectuales, era la crítica de las ideas no marxistas : g
que les rodeaban. Naturalmente se concentraron en esto antes que 1 t;
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 295

enlacríticade otros marxistas, amenos que sucompromisopolítico


llevase consigo dicha crítica. Cabe sospechar que, si de ellos hu­
biera dependido, habrían calificado de interesantes a los marxistas
conlos que discrepaban enlugar de considerarlos diabólicos. Henri
Lefebvre, en sus interesantes reflexiones sobre el problema nacional
(1937), opinaba que ladefinicióndelonacional de Otto Bauer dife­
ría de la de Stalin en que era menos precisa, yno por estar peligro­
samente equivocada . 43

No obstante, hayque señalar que los nuevos marxistas aceptaron


lainterpretación ortodoxa no sóloporque no conocían otrayporque
noles preocupaban demasiado las sutiles distinciones doctrinales en
el seno del marxismo, sino también porque se ajustaba a su propio
enfoque del marxismo. La obraKarlMarx de Karl Korsch (publica­
da en inglés en 1938) tuvo un impacto desdeñable no tanto porque
eraun reconocido disidente —pocos sabían quién era aexcepciónde
unos pocos emigrantes alemanes—, sino también porque en cierto
modoparecíatangencial aeste enfoque. El criterio oficial delos pri­
meros escritos filosóficos de Marx era que «contienen las obras de
juventud deMarx. Reflejan su evolución desde el idealismo hegelia-
no hasta un materialismo consecuente Pero a pesar de que había
» . 44

suficientes agregados de filosofía en el PC francés para reconocer,


como Henri Lefebvre señaló, que esto apenas agotaba el problema
delarelacióndeMarxconHegel, no hayecodel Marxhegeliano en
Principes elementaires delaPhilosophie de Georges Politzer (basado
enun curso de conferencias impartido en 1935-1936) ni, apesar de
su conocimiento y apreciación de los Cuadernos Filosóficos deLenin,
en el contemporáneo Textbook ofDialectical Materialismdel inglés
DavidGuest Ninguno de estos pensadores capaces eindependien­
. 45

tes puede ser considerado un simple divulgador.


El carácter concreto del marxismo occidental del período anti­
fascista queda quizá mejor ilustrado por el hecho de que ésta fue la
primera, y probablemente hasta la actualidad la única, era en que
los científicos naturalistas se sintieron atraídos por el marxismo en
gran número, yque semovilizaronpor propósitos antifascistas más
generales: En la década de 1960yde 1970 sepuso de moda descar­
tar la idea de que el marxismo era una visiónglobal del mundo que
296 Cómo cambiar el mundo

abarcaba el cosmos natural y al mismo tiempo la historia humana


siguiendo las pautas de crítica propuestas mucho antes por Korscf
y otros. Pero en la década de 1930 fue precisamente esta onini-
globalidad del marxismo loque atrajo alos nuevos marxistas yalos
viejos yjóvenes científicos naturalistas hacia la teoría tal como la
expuso Engels . 46

El fenómeno fue particularmente acusado en Gran Bretaña,


EE.UU. yFrancia, principales centros de investigación de las cien­
cias naturales tras la catástrofe alemana. En el nivel más alto, el
número de científicos de eminencia presente ofuturaque erancomu­
nistas, simpatizantes oque seidentificaban estrechamente conlaiz­
quierdaradical erasumamenteimpresionante. SóloenGranBretaña
habíapor lomenos cincofuturos galardonados conel premioNobel,
Aun nivel más bajo, el radicalismo delos científicos de Cambridge,
con mucho el centro científico más importante de Gran Bretaña,
fue proverbial. El Grupo de Científicos de Cambridge Contra la
Guerra se fundó con unos ochenta miembros entre los investigado­
res, un grupo restringido en aquellos días.4/ Ysi los activistas eran
una minoría, la mayoría por lo menos simpatizaba pasivamente con
la izquierda. Se ha calculado que de los mejores científicos bri­
20 0

tánicos demenos de cuarenta años, en 1936quince eranmiembroso


afines del Partido Comunista, cincuenta activamente delaizquierda
o centro, un centenar pasivamente simpatizantes de la izquierda, y
el resto neutrales, con quizá cinco o seis en el bando excéntrico de
la derecha . 48

El antifascismo de los científicos era natural, dada la expulsión


y emigración masiva de científicos procedentes de países fascistas.
Sin embargo, suatracción hacia el marxismo no era tan natural, debi­
do a la dificultad para reconciliar gran parte de la ciencia del sigloxx
con los modelos decimonónicos en los que Engels había basado sus
opiniones, ypor las que Lenin batallaba filosóficamente Tanto la
. 49

Dialéctica de la naturaleza de Engels como el Materialismoy empi­


riocriticismode Lenin estaban ambos disponibles. El manuscrito de
Engels, como observó Ryazanovconintegridad académica en suin­
troducción, fuepresentado en 1924aEinsteinpara que realizaseuna
evaluacióncientífica, yel grancientíficoafirmóque «el contenido no
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 297

tiene demasiado interés ni desde el punto de vista de la física actual


ni para la historia de la física», pero merece lapena publicarlo«enla
medida en que constituye una interesante contribución al proceso
de clarificación de la importancia intelectual de Engels Sin em­
» . 50

bargo, se leyó no como una contribución ala biografía intelectual


de Engels sino, al menos por algunosjóvenes científicos que fueron
contemporáneos al presente autor enCambridge, comouna estimu­
lante contribución alaformación de sus ideas sobre laciencia Hay . 51

que decir también que incluso entonces había científicos comunis­


tas que enprivado admitían que el materialismo dialécticonoparecía
directamente relevante para suinvestigación.
Dado que no es éste el lugar para investigar la historia de la in­
terpretación marxista de las ciencias naturales, poco puede decirse
acercadelos diversos intentos de aplicar ladialéctica alas mismas en
esteperíodo No obstante, pueden hacerse tres observaciones sobre
. 52

el atractivoque ejercióel marxismo enlos científicos naturalistas.


En primer lugar, reflejaba la insatisfacción de los científicos con
el materialismo mecanicista determinista decimonónico, que había
dadoresultados de muydifícil reconciliacióncon esteprincipio acla­
ratorio. Esto provocó no sólo considerables dificultades para cada
ciencia, sino una fragmentación general de la ciencia, yuna crecien­
te contradicción entre los avances revolucionarios del conocimiento
científicoyla imagen cada vez más caótica e incoherente de la rea­
lidad total que pretendía explicar. Tal como lo expresó un joven y
brillante marxista (quepronto moriría en España):
Sellega aunpunto enquelaprácticaconsuteoríaespecializada
contradicedetalmaneraencadaámbitolateoríageneralnoformuladade
lacienciaen conjunto que de hechotoda lafilosofíadel mecanicismo
estalla. Labiología, lafísica, lapsicología, laantropologíaylaquímica
seencuentranconquesusdescubrimientosempíricosejercenunagran
presiónsobrelateoríageneral inconscientedelaciencia, yéstasehace
añicos. Los científicos se lamentan por no tener una teoría general
de la ciencia yse refugian en el empirismo, en el que se renuncia a
todo intento de una visión general del mundo; o en el eclecticismo,
enel quetodaslas teorías especializadas seagmpanparaformularuna
298 Cómo cambiar el mundo

visión del mundo a retazos sin ningún intento de integrarlas; o en


la especialización, en la que el mundo entero se reduce a la teoría de la
ciencia particular especializada en la que el teórico está prácticamente
interesado. En cualquier caso, la ciencia queda disuelta en la anarquía;
y el hombre, por primera vez, pierde la esperanza de obtener de ella
cualquier conocimiento positivo de la realidad .53
Entérminosgenerales, el materialismodialécticoteníatres atrac­
tivos importantes para aquellos que sentían que lavisión del mundo
que teníala cienciaseestabadesmoronando acausaprecisamente de
los avances revolucionarios de las pasadas décadas, bienpor la«crisis
de la física», sobre la que escribió Christopher Caudwell, bien por
las dificultades que creaba la genética para la teoría de la evolución
darwiniana, queJ. B. S. Haldane trató de superar En primer lugar,
. 54

el materialismo dialécticopretendía unificar eintegrar todoslos cam­


pos del conocimiento, y así contrarrestar su fragmentación. Proba­
blemente noseaningunacasualidadquelos científicos marxistas más
prominentes, como Haldane, J. D. Bernal oJosephNeedham, fueran
especialmente enciclopédicos en el alcance de sus conocimientos e
intereses. El materialismo dialéctico sostenía también firmemente
la creencia en un único universo objetivamente existente yracional­
mente cognoscible frente a un universo indeterminado e incognos­
cible, frente al agnosticismo filosófico, el positivismo o los juegos
matemáticos. En este sentidoestabandel ladodel «materialismo»yen
contra del «idealismo», y dispuestos a pasar por alto las debilidades
filosóficasvotros defectos dedefensas del materialismo tales comoel
Empiriocriticismode Lenin.
En segundo lugar, el marxismo siempre había sido crítico conel
materialismo mecanicistaydeterminista, que eralabasedelaciencia
del siglo xix ypretendía, por consiguiente, proporcionar una alter­
nativa a aquél. De hecho, sus propias filiaciones científicas eran no
galileanas yno newtonianas, porque el propio Engels conservó toda
suvidaunainclinaciónporla«filosofíanatural»alemanaenlaquesin
lugar adudas habíansidoeducados los estudiantes alemanes desuju­
ventud. Simpatizaba más conKepler que conGalileo. Es posibleque
este aspecto de la tradición marxista contribuyese aatraer acientífi'
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 299

eos cuyocampo (biología) ocuyamentalidadhacíanquelos modelos


fliecanicista-reduccionista de una ciencia cuyogran triunfo eralafí­
sica, yel método analítico de aislarlamateriaexperimental desucon­
texto («mantener las demás cosas igual»), pareciesen particularmente
inapropiados. Estos hombres (JosephNeedham, C. H. Waddington)
estaban interesados en totalidades más que enpartes, enla teoría de
sistemas generales —la expresión en conjuntos todavía no era fami­
liar—que integran, en una realidad viva, fenómenos que el «méto­
do científico» convencional había separado; por ejemplo, «ciudades
bombardeadas aunque todavía enfuncionamiento» (parautilizar una
ilustración de Needhamadecuada alaera del antifascismo ) . 55

En tercer lugar, el materialismo dialéctico parecía proporcionar


unavíadesalidaalasinconsistencias delacienciaencarnandoel con­
cepto de contradicción en suenfoque. («Los descubrimientos de di­
ferentes trabajadores parecencontradecirse llanamente los unos alos
otros. Yaquí es esencial un enfoque dialéctico»—J. B. S. Haldane).
Lo que los científicos encontraron en el marxismo no era, por lo
tanto, una manera mejor de formular hipótesis de modo falseado, ni
siquiera una manera heurísticamente fértil de observar sus campos.
Tampocoestabannecesariamentepreocupadosporlos erroresylaob­
solescenciadelaDialécticadelanaturalezadeEngels. Encontraronen
éluna aproximaciónglobal eintegrada al universoyatodoloqueéste
conteníaenun momento enqueparecíahaberse desintegrado, ynada
parecía, por el momento, sustituirlo. Sin este sentido de la ciencia
en estado de confusión, a comienzos de la década de 1930, dividida
(comoenlafísica) entre la nueva generación (Heisenberg, Schródin-
ger, Dirac) que empujaba hacia adelante, hacia un nuevo territorio
sinpreocuparse acerca de su coherencia, y «Einstein y Planck... los
últimos físicos newtonianos dela«viejaguardia»»quellevabanacabo
una «especie de amurallado (defensa)... incapaces de liderar ningún
contraataque alas posiciones enemigas labúsqueda de una nueva
» , 56

víaatravés del materialismo dialéctico nopuede entenderse.


Sin embargo, el marxismo hizo otra importante contribución a
laciencia. Suaplicaciónalahistoria delacienciaimpresionóamuchos
científicos con la fuerza de una revelación: de ahí la gran relevancia
para el desarrollo del marxismo de los científicos deladisertaciónde
— *

y
3°° Cómo cambiar el mundo

B. Hessen sobre «Las raíces socialesyeconómicas delos Principia de


Newton», presentada por primera vez en una conferencia en Gran
Bretaña en 1931.57Integraba el proceso científico enlos movimien­
tos delasociedad, yalhacerloponíademanifiestoquelos«paradigmas»
de la explicación científica (para utilizar un término inventado más
tarde) no derivaban exclusivamente del progreso interno de la inves­
tigación intelectual. Aquí, una vez más, el tema principal no era la
verdadera validez de los análisis marxistas concretos. La disertación
de Hessen estaba, incluso entonces, abierta auna críticajustificada.
Lo que causó impacto fue la novedadyla fertilidad del enfoque.
Fue así en parte porque estabavinculado ala tercera importante
contribución, no tanto del marxismo como delos científicos marxis­
tas yde laURSS, al mundo de la ciencia: lainsistencia en laimpor­
tancia social de la ciencia, la necesidad de planificar su desarrollo, y
el papel del científico entodo ello. No es casualidadque el marxismo
entrase por primera vez en los debates del influyente club británico
de científicos yotros intelectuales, el «Tots and Quots», a comien­
zos de 1932, enforma deponenciapor parte del matemático marxis-
ta H. Levy(respaldado por Haldane, Hogben yBernal) acerca de la
necesidad de planificar la ciencia «de acuerdo con las tendencias del
desarrollo social Como tampoco es casualidad que, enuna socie­
» . 58

dad como Francia, donde lainvestigación científicacarecíade apoyo


sistemático, los científicos de izquierdas seerigieranendefensores de
aquélla yconvencieran al gobierno del Frente Popular de su necesi- ]
dad: el socialistaJeanPerrinyel simpatizante comunista (ymás tarde <
comunista) Paul Langevin fueron los principales promotores detrás c
de la Caisse Nationale de la Recherche Scientifique, que después se r
convirtióenel Centre National de la Recherche Scientifique, eIrene r
Joliot-Curie fue nombrada subsecretaria de Estado para la Ciencia. 1

En este sentido, quizá la publicación más importante y sin duda la p


más influyente de cienciamarxistafueLafunciónsocialdelacienciade d
J. D. Bernal (Londres, 1939), simplemente porque era un marxista . h
el que formulaba en ella sentimientos yopiniones que compartía un n
amplio número de científicos que, por lodemás, no sentíansimpatía fi
alguna por el marxismo: la pretensión de los científicos de ser trata- o
dos como un cuarto o quinto «Estado» yla crítica de los Estados y ci
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 301

las sociedades que no eran capaces de reconocer el papel fundamen­


tal de la ciencia en la producción (yguerra) y en la planificación de
los recursos de la sociedad con su ayuda. El llamamiento encontró
tan amplia respuesta en aquellos momentos porque los científicos
sentían que sólo ellos sabían cuáles eran las implicaciones teóricas
yprácticas de la nueva revolución científica (por ejemplo, la física
nuclear). Es una ironía de la historia que el primer y gran éxito de
los científicos al persuadir alosgobiernos deloindispensable que era
parala sociedadlamoderna teoría científicafuera enlaguerracontra
el fascismo. Todavía esuna ironíamayor ymás trágicaquefueranlos
científicos antifascistas los que convencieran al gobierno americano
delaviabilidadynecesidaddefabricar armas nucleares, queentonces
fueron construidas por un equipo internacional de científicos en su
mayoría antifascistas.
El atractivo del marxismo para una serie de importantes cien­
tíficos naturalistas resultó efímero. Probablemente tampoco habría
durado aunque los acontecimientos internos de la URSS (especial­
mente el asunto Lysenko) nohubieranenfrentado alos científicos en
general ni hubieran hecho casi insostenible laposición de los comu­
nistas después de 1948. Casi ha quedado olvidado en historiografía
yel debate marxista, por lo menos en el período en que se puso de
moda negar que Marx tuviera nada que decir —o que ni siquiera
intentase decir nada—sobre las ciencias naturales, ylos escritos de
Engels al respecto fueron rechazados como la obra simplemente
de otro evolucionista decimonónico y científico y filósofo aficiona­
do. Sin embargo, no es solamente un aviso de que las relaciones del
marxismo conlas ciencias naturales nopueden ser rechazadas deeste
modo, sinounelementoesencial del marxismodelosintelectuales en
laera del antifascismo. Refleja tanto la continuidad con la tradición
premarxista del racionalismo y el progreso como el reconocimiento
de que esta tradición sólopodía llevarse acabo através de una revo­
lución en la práctica yen la teoría. Contribuye aexplicar por qué el
materialismo histórico y dialéctico en la versión soviética ortodoxa
fuegenuina ysinceramente aclamado por los intelectuales marxistas
contemporáneos, y no simplemente aceptado (con más omenos ra­
cionalización) porque procedía de laURSS.
302 Cómo cambiar el mundo

Para los marxistas, el marxismo implicaba a la vez comímudad


conlaviejatradiciónburguesa(yproletaria) delarazón, lacienciavel
progreso ysutransformación revolucionaria tanto enla teorL mirto
enlapráctica. Paralos intelectuales nomarxistas que convergían con
los comunistas a cuyo lado luchaban contra el enemigo coirain no
tenía estas importantes implicaciones teóricas. Se encontraba, ai el t
mismo bando que los comunistas. Reconocían, opensaban que po­ e
díanreconocer, actitudes yaspiraciones familiares inclusocuando!os v
argumentos les resultabanextraños, opor lomenos admiraba..] yres­ le
petabanlaesperanza, laconfianza, el ímpetuylafuerzamoral, ymuy Zí
a menudo el heroísmo y el autosacrificio, de los jóvenes fanáticos, m
como hizoJ. M. Keynes, que no era en absoluto un simpatizante del P 1
marxismo ni siquiera del socialismo de ninguna clase. pe
bli
En política hoyen día no haynadie que valga nada fuera de las a(
filas de los liberales, exceptolageneración de comunistas intelectua­
les deposguerra de menos de treintaycincoaños. También :;!L- me títi
gustanylos respeto. Quizáensussentimientos einstintos seanlomás orí:
cercano que tenemos al típico caballero inglés inconformista que se per
marchóalas Cmzadas, quehizolaReforma, luchóenla Gran Rebe­ exc
lión, conquistónuestras libertades civilesyreligiosasyhumanizóalas se
clases obreras el siglopasado
. 59
1

liste
Los distintos simpatizantes o «compañeros de viaje» intelectua­ los
les cuya historia se ha escrito con escepticismo yescarnio retrospec­ eíev
sum
tivos pertenecían básicamente a este entorno. El término en sí es
60
Heii
ambiguo, puesto que a través de él la guerra fría anticomunista ha (con
tratado de combinar el extendido consensopolítico entre intelectua­ espej
lesliberalesycomunistas sobre el fascismoylas necesidades prácticas misn
del antifascismo, con el grupo mucho más reducido de aquellos en dela
quienes sepodía confiar paraadornar las «amplias»plataformas enlos
congresos organizados por los comunistas, para firmar sus manifies­ decu
tos, y el gmpo todavía más pequeño que se convirtió en habitual yArn
defensor o apólogo de las políticas soviéticas. La línea entre estos sivosi
grupos era vaga y cambiante, pero de todos modos ha de trazarse. Hitlei
Los imperativos del antifascismo desalentaban la crítica de sus ftier- solanii
E n la era del antifascismo 1929 -1945 303

zas más activas yefectivas, del mismo modo que los imperativos de
laguerra desalentarían cualquier cosaque pudiese debilitar launidad
delasfuerzas que combatían aHitler y al Eje. Peroestonoimplicaba
simpatizar ni ser afín.
Los avatares literarios de George Orwell en Gran Bretañaloilus­
tran perfectamente. Las dificultades de este escritor, crítico con el
estalinismo, la política comunista en la guerra civil española y di­
versas tendencias de la izquierda británica, no provinieron tanto de
los comunistas (con quienes tenía poco que ver) ni de sus simpati­
zantes, sino más bien de los editores y editoriales no comunistas y no
marxistas que eranfrancamente reacios apublicar obras que pudieran
proporcionar apoyo y confort «al otro bando De hecho, antes del
» . 61

períododeposguerra, queledioaOrwell unaaudienciamasiva, elpú­


blico no era demasiado receptivo a semejantes escritos. SuHomenaje
aCataluña(1938) novendiómás deunos pocos centenares decopias.
Los «compañeros de viaje» intelectuales que —con los debidos
títulos—merecen este nombre eran un grupo misceláneo por sus
orígenes ysimpatías intelectuales, aunque para casi todos ellos laex­
perienciadelaprimeraguerramundial, que habíandetestadocasi sin
excepción, había sido traumática y decisiva. Muchos de ellos eran o
se habían convertido en hombres de la izquierda liberal y raciona­
lista. En muypocas veces se sentían atraídos por el marxismo opor
los partidos comunistas. Es más, su propia imagen, generalmente
elevada, del papel del intelectual excluía el constante activismo yla
sumisiónaladisciplinadepartido. Hombres comoRomainRolland,
Heinrich Mann y Lion Feuchtwanger, a pesar de que en ocasiones
(como Zola) estaban dispuestos a intervenir en asuntos públicos y
esperaban siempre ser escuchados con atención, se consideraban así
mismos, en palabras de Rolland, «audessus delamélée», por encima
dela confusión delabatalla.
Tampoco sentíandemasiadaatracciónpor el dramadelos rusos o
de cualquier otra revolución, yefectivamente, como Rolland, Mann
yArnold Zweig, sehabían distanciado acausadelos aspectos repre­
sivosyterroristas delapolítica interna soviética. Antes del triunfo de
Hitler incluso habían protestado contra ello En la década de 1930
. 62

solamente el antifascismoles llevóasoportaryadefender alaURSS.


3°4 Cómo cambiar el mundo

Como Thomas Mann lo expresaría en 1951, «si nada más me obli­


gase arespetar larevoluciónrusa, seríasuinmutable oposiciónal fas­
cismo No obstante, lo que ellos creíanreconocer en la URSSera
» . 63

básicamente la herencia cultural de la Ilustración, del racionalismo


la cienciayel progreso.
Yasí lo hicieron en el preciso momento en que la realidad dela
URSS supuestamente debía haber repelido a los intelectuales libe­
rales occidentales: en la época del terror estalinista y en medio del
avancedelos glaciares delaedaddehielodelaculturarusa. Peroera
tambiénlaépocadelos terremotos delas sociedades burguesas-libe­
rales de Occidente, del triple trauma de ladepresión, el triunfo fas­
cistaylainminente guerramundial. El atrasoylabarbarie asociados
a Rusia desde mucho tiempo atrás parecían menos importantes que
suapasionado compromiso público conlosvaloresylas aspiraciones
de la Ilustración en medio del ocaso del liberalismo en Occidente,
su planificada industrialización que contrastaba drásticamente con
la crisis de la economía liberal, por no mencionar su papel antifas­
cista. La «URSS en construcción» (para utilizar la expresión que se
convirtió enel título deuna revistaperiódica opulentamente ilustra­
da para propaganda extranjera) podía aparecer como una sociedad
fundada enlaimagen delarazón, lacienciayel progreso, ladescen­
diente directa de laIlustración yde lagran RevoluciónFrancesa. Se
convirtióenejemplodelaingeniería social conpropósitos humanos,
de la fuerza de la esperanza humana en una sociedad mejor. Fue
precisamente esta fase de la historia soviética la que atrajo alos es­
critores que no se habían inmutado con las esperanzas utópicas, el
estallido social de la revolución, con la mezcla de pobreza ygran­
des esperanzas, de ideales yde absurdos, ylaefervescencia cultural de
la década de 1920.
Además, apesar dequelaRusiasoviéticaensufaserevolucionaria
ylos primeros partidos comunistas habían rechazado su humanismo
liberal, ahora subrayaban lo que tenían en común con éste. George
Lukacs argumentaba, en contra de los vanguardistas, que eran preci­
samente los grandes clásicos burgueses ysus sucesores —Gorki, Ro-
llandylos dosMann—quienes producíannosólolamejorliteratura,
sino laliteratura políticamente más positiva. Este criterio seajustaba
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 3°5

nosolamente asugustoyasus principios críticos (por nomencionar


las inclinaciones políticas que él mismo ya no podía expresar libre­
mente desde las «Tesis de Blum» de 1928-1929), sino alos princi­
pios de un amplio frente antifascista que ahora se convertían en la
política oficial comunista. La Constitución de laURSS de 1936 fue
mucho más aceptable para los «demócratas burgueses» occidentales
que su(s) predecesora(s). Aunque quedó enteramente limitada al pa­
pel, aquel papel por lo menos representaba aspiraciones que podían
ser sinceramente bien acogidas por parte de aquellos.
Lo que unió a los marxistas y no marxistas fue, pues, mucho
más que la necesidad práctica de unirse contra un enemigo común.
Fue un profundo sentido, acentuado ycatalizado por la depresióny
el triunfo de Hitler, de que ambos pertenecían a lá tradición de la
RevoluciónFrancesa, de larazón, de laciencia, del progresoydelos
valores humanos. La identificación sevio facilitada en ambas partes
por laversióndelafilosofíamarxistaque sehizo oficial enesteperío­
doypor el traspaso delos centros del marxismo occidental aFrancia
yalos países anglosajones, enlos quelos intelectuales marxistasyno
marxistas sehabíanformado en el seno de una culturapenetradapor
estatradición.

VI
Sin embargo, el antifascismo no constituía básicamente la puerta de
entradaparalateoría académica. Era, enprimerainstancia, unasunto
de acciónpolítica, de políticas yestrategia. Como tal, planteabatan­
to alos marxistas que eranintelectualesyalos que no, comoalos que
semetieronenpolíticaenel períodoantifascistayalosqueteníanuna
memoria política más prolongada, problemas de análisis ydecisiones
políticas que nopueden omitirse enestecapítulo.
En el estado actual de la investigación es posible cuantificar la
movilizacióndelos intelectuales por lacausaantifascista, peropuede
decirse conseguridadque, comoel casoDreyfus, ejercióunatractivo
especial en ellos como grupo y movilizó a un gran número para la
acciónpolítica, ysobre todoproporcionó muchas más oportunidades
3°6 Cómo cambiar el mundo

para que sirvieran ala causa comointelectualesde las que habían teni
do en el pasado. No es de extrañar que algunos se fueran aluchar
a España, apesar de que no sehubiera hecho el menor esfuerzo para
animarlos a ello; es más, en Gran Bretaña se disuadió tácitamente a
los estudiantes para que no sepresentasenvoluntarios Sin embar
. 64

go, se unieron a la Brigadas Internacionales no como intelectuales


sino como soldados. Tampoco ha de extrañarnos que en tiempos de
guerra seunieran alos movimientos de resistencia, ni siquiera que se
comprometiesen, y a veces con actuaciones destacadas, en la lucha
armada partisana. Ninguna de estas actividades estabalimitada a los
intelectuales. Lo que era nuevo en este período —yprobablemente
reconocido antes por el movimiento comunista que por los demás—
era el alcance de las contribuciones específicas de los intelectuales al
movimiento antifascista: no sólo, aunque sí importante, como sím­
bolos propagandísticos, sinopor sutrabajoenlos medios decomuni­
cación (editoriales, prensa, cine, teatro, etc.), como científicos, oen
otros ámbitos en que serequiriesenpersonas con sus cualificaciones.
No hay precedentes, por ejemplo, de movilización voluntaria y es­
pontánea de científicos comotalescontralaguerra, ni por consiguien
te afavor de ella.
De hecho, la trayectoria de una figura comoJ. Robert Oppen-
heimer, científico principalmente responsable de la construcción de
las primeras bombas atómicas, secomprende sóloenel contextodelas
circunstancias históricas específicas que la determinaron. Natu­
ralmente, un intelectual de sucalibre se hizo antifascista, atraído por
el comunismo en la década de 1930. Pero los científicos antifascistas
eran los únicos que podían haber llamado la atención de sus gobier­
nos ante la posibilidad de las armas nucleares, puesto que sólo los
científicos podíanreconocer estaposibilidadysolamente los científi­
cos políticamente conscientes habrían sentidola necesidad dehacer­
se conestas armas antes de que los fascistas lohiciesen conlamisma
urgencia. Inevitablemente, estos hombres sehicieron indispensables
parasusgobiernos yteníanconocimientodelos secretos másvitales del
Estado: nadie más podría haber descubiertoyconstruido loque nece­
sariamente se convirtió en secreto. Igualmente inevitable fue que
su posición se complicase y se hiciera más compleja. Ellos mismos
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 3°7

sostenían posiciones políticas y morales opuestas a las del aparato


del Estado que les empleaba (aunque sólo fuera en asuntos de libre
comunicación científica), pero este aparato estatal cadavez confiaba
menos en ellos como intelectuales y, cuando Rusia se convirtió en
el principal enemigo después de la guerra, como personas con un
pasado antifascista y filocomunista. Inevitablemente, sus opiniones
sobre asuntos técnico-militares ysobre cuestiones morales ypolíticas
nopodíandelimitarse deforma clara. No obstante, mientras queesto
había causado pocas dificultades cuando la lucha contra el fascismo
dominabatodas las mentes, las cuestiones depolítica nuclear depos­
guerra—por ejemplo, si deberíanfabricarse bombas dehidrógeno—
dieronlugar amayores divergencias morales ypolíticas.
Oppenheimer se convirtió en la víctima más espectacular de la
guerra fría: los consejeros científicos oficiales más eminentes e in­
fluyentes del gobierno de EE.UU. fueron infundadamente acusados
de espionaje para Rusia y privados de acceso a la información por
constituir un «riesgopara la seguridad». El apuro de hombres como
él ydesugobiernonosehabíaproducido enningunaguerraanterior,
puesto que no existía ninguna arma que dependiera tan exclusiva­
mente de la iniciativa y pericia de puros científicos de universidad.
Tampoco era probable que se planteasen tales aprietos a los cientí­
ficos de posteriores generaciones, porque carecían del pasado políti­
camente equívoco de sus mayores, aunque no pertenecieran al hoy
importante regimiento de funcionarios científicos o personas que
servían profesionalmente ala causa de la destrucción como expertos
nopolíticos. Fue unaprietotípicodelos intelectuales del períododel
antifascismoyde los gobiernos que sevieronrelacionados con ellos.
Así pues, el antifascismo enfrentó alos intelectuales, entre ellos a
los marxistas, no sólo con nuevas tareas y posibilidades, sino tam­
bién con nuevos problemas de acción pública ypolítica. Estos fue­
ron especialmente agudos para los comunistas y los simpatizantes
comunistas. No es éste el lugar para analizar su reacción ante los
acontecimientos tras la derrota del fascismo. Tampoco debemos de­
dicar demasiado tiempo a los efectos de determinados cambios
políticos en el movimiento comunista durante el período del anti­
fascismo, aunque algunos de ellos —especialmente el vuelco de la
3°8 Cómo cambiar el mundo

política soviética en 1939-1941 yla disolución temporal de algunos


partidos comunistas enlasAméricas («browderismo»)—produjeron
importantes reacciones violentas entre los comunistas. En términos
generales, la línea internacional del movimiento comunista perma­
neció inmutable entre 1934 y 1947, yvolvió a su cauce después de
estas desviaciones temporales. Asimismo, nodebemos p r e r .a >mos
demasiado por determinadas fricciones en el seno de los parados
comunistas entre sus liderazgos y los intelectuales, aunque, como
ya hemos mencionado, existían. En el período antifascista estaban <
casi sinlugar adudas más que compensadas por laafluenciade inte- <
lectuales al movimiento, el reconocimiento del partido por suvalor i
político (indicado por la multiplicación de asociaciones y periódi- 1

eos más o menos «amplios» o en cualquier caso no específicamente <


identificados conel partido yel relativamentevasto alcance de sus
) 65 í
actividades autónomas. Los individuos tendíansindudaamarcharse j
oaser expulsados por diversas razones, ylos críticos más elocuentes c
de la política comunista y de la URSS pertenecían indudablemente \
al grupo de los intelectuales, pero puesto que, en general, en este pe- c
ríodo no hubo grandes escisiones en el movimiento comunista, ni c
secesiones significativas degrupos de intelectuales (salvo hasta cier- r
to punto en EE.UU.), y dado que los grupos marxistas disidentes e
eran por aquel entonces insignificantes, la tensión entre partidos L
que se consideraban a sí mismos esencialmente representantes de e
los proletarios «leales»ylos intelectuales considerados fundamental­
mente «pequeñoburgueses» y«poco fiables» estaba, engeneral, bajo n
control. ri
Las mayores dificultades surgieronaraízdelaadopcióndelapo- d
lítica antifascistapor parte del movimiento comunista internacional. f(
El impactodel cambiodelalíneade«clase-contra-clase»al apoyo del ti
antifascismoyde los frentes populares se ha debatido en otro lugar, p
pero apesar de ellovale la pena subrayar el cambio drástico que re- d<
presentó enloque lamayoría de comunistas había aprendido a creer rr
sobre política. Sus creencias habían sido formuladas precisamente el
en oposición al liberalismo y a la socialdemocracia, para proteger al c<
bolchevismo, dedicado alarevolución mundial, delacontaminación di
de cualquier tipo de reformismo ycompromiso conel statu qno. 0

--.-t-fi
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 3°9

Las dificultades que esto causó fueron psicológicas más que


teóricas. No fue difícil encontrarjustificaciones yprecedentes mar-
xistas para la línea del Séptimo Congreso Mundial del Comintern,
ytodas ellas parecían harto convincentes porque coincidíanvisible­
mente con el sentido común. Lo que sí fue difícil para los comu­
nistas educados en el período de la «bolchevización» yde la «clase-
contra-clase» fue imaginar la nueva línea en términos distintos a
los puramente tácticos, como una concesión temporal auna situa­
ción temporal, después de la cual las viejas luchas se reanudarían;
ocomo una especie de disfraz. El Séptimo Congreso Mundial del
Comintern da fe de la novedad (para los comunistas) de la nueva
línea mediante lainsistencia de que no era una ruptura conlavieja,
sinosimplemente la adaptación auna coyuntura política específica,
así como, por supuesto, la corrección de los «errores» evitables del
pasado. Al mismo tiempo, la novedad de las nuevas perspectivas
quedó ensombrecidapor lareticencia adebatirlas claraylibremente
por razones tácticas, ytambién —presumiblemente—para no eje­
cutar las opciones de la política estatal de la URSS. Tampoco está
del todo claro hasta qué punto reconocieron claramente o acepta­
ron sus implicaciones los comunistas, viejos y nuevos, que todavía
estaban oficialmente comprometidos con el poder soviético como
laúnica forma concluyente de derrocar «al gobierno de clase de los
explotadores » . 66

Sin embargo, por más cautelosa yprovisionalmente que se for­


mulase, lanuevalíneapretendía claramenteser algomás queunínte­
rin táctico. Concebía un modelo de transición al socialismo distinto
delatoma de poder mediante lainsurrección—incluso, segúnel in­
formede Ercoli, unaposibletransiciónpacífica—. Imaginabaformas
transicionales de régimen que no fueranidénticas ala«dictaduradel
proletariado», como en el concepto de una «nueva democracia» o
de «la democracia del pueblo». Además, implicaba una política co­
munista que no fuera sustancialmente una extensión de la lucha de
clases entre proletarios y capitalistas, con tantas «alianzas de clase»
como fueran necesarias yposibles, yque, por consiguiente, derivase
directamente de la estructura económica de capitalismo. Imaginaba
osuponía una política que fuera autónoma ydiseñada para alcanzar
3X0 Cómo cambiar el mundo

el liderazgo o la hegemonía de la clase trabajadora sobre la nación


entera. Sin duda el fascismo se presentó como la versión extrema y
lógica del capitalismo, aunque no seargumentaba que todos los ca­
pitalistas fueran fascistas. Una minoría de filofascistas podía identi
ficarse con los «capitalistas-monopolistas» (como las «200 familias»
de Francia) que podían ser representados como los explotadores de
«las masas de campesinos, artesanos ypequeñoburgueses», asi como
delos obreros. No obstante, laprueba del antifascismo no era la po­
sición de clase ni la ideología, sino exclusivamente la disposición a
unirse al frente antifascista, o, mejor dicho, a unirse en oposición
al fascismo alemán como principal instigador de la guerra. Tras la
victoria los capitalistas fueron expropiados, no por capitalistas, sino
por fascistas ytraidores.
Retrospectivamente, lasimplicaciones delanuevalíneaestánmás
claras de lo que entonces parecía. Si releemos un análisis comunista
oficial de la guerra civil española —escrito por Palmiro Togliatti al
iniciodelamismabajoel significativotítulodeLarevoluciónespañola
(diciembre de 1936)—sutono es indudable. Laluchadel puebloes­
pañol «es el mayor acontecimiento delaluchadelas masas del pueblo
en los países capitalistas por su emancipación, el segundo después
de la revolución socialista de octubre de 1917». Era una revolución.
Mientras «resolvíalas tareas de la revolución democrático-burguesa,
[las] resolvía... de una manera nueva acorde a los más profundos
intereses de la ingente masa del pueblo» —es decir, no era simple­
menteuna revolución democrático-burguesa (como también sugirió
Togliatti esgrimiendo que no era del todo comparable a la de 1905
ni ala de 1917). Sehizo en condiciones de lucha armada, provocada
por el alzamiento militar; fue forzada a confiscar la propiedad dela
seccióninsurgente de terratenientes ypatronos; podía inspirarse en
larevoluciónrusa; yfinalmente «laclaseobreraespañolaestáluchan­
do por asumir su papel dirigente en la revolución, dejando en ella
unahuellaproletariapor el amplioalcanceyformadesulucha». Aun
así, ésta no era una lucha clásica dirigida únicamente por obreros y
campesinos, porque el Frente Popular español tenía una base mu­
cho más amplia. Tampoco representaba simplemente el equivalente
de la «dictadura democrática del proletariadoyel campesinado» que
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 3n

Lenin imaginó en 1905, puesto que «bajo la presión de laguerra ci­


vil está adoptando una serie de medidas que van algo más lejos que
el programa de la dictadura democrático-revolucionaria». Se vería
obligada a avanzar más allá en la dirección «de la estricta regulación
de toda lavida económica del país»por las necesidades de la guerra.
Por consiguiente, «si el pueblo resulta victorioso, esta nueva demo­
cracia ha de ser ajena a todo conservadurismo, pues posee todas las
condiciones para su propio desarrollo posterior yproporciona todas
las garantías para alcanzar mayores logros económicos ypolíticos por
parte del pueblo obrero de España».
En resumen, lo que Togliatti —en calidad de portavoz del Co-
mintern—presentó erauna estrategiade transiciónal socialismoque
surgía de las condiciones específicas de la lucha antifascista, en este
caso en forma de guerra civil, ydiferente del proceso revolucionario
ruso de 1905-1917. Podía haber espaciopara el debate sobre las for­
mas de esta lucha, es decir, sobre las políticas del gobierno republi­
cano y la mejor manera de ganar la guerra. Lo hubo, yla discusión
todavía continúa. Pero no puede haber sitio para la polémica sobre
las perspectivas revolucionarias de este análisis, aunquehayque decir
que más tarde las declaraciones de los comunistas acerca de España
tendían arestar importancia al carácter revolucionario delos aconte­
cimientos de estepaís. No obstante, laestudiadavaguedadycarácter
alusivo de las formulaciones de Togliatti («de acuerdo con los más
profundos intereses de lagran masa del pueblo», «ir algomás lejos»,
«todas las condiciones para supropio desarrolloposterior», etc.), por
más claras que fueran sus implicaciones para los viejos bolcheviques,
contenían un elemento de deliberada ambigüedad. No era conve­
niente ni recordar alos antifascistas no socialistas que los comunis­
tas consideraban«lavictoriafinal del Frente Popular sobreel fascismo»
como una preparación para la victoria del proletariado, ni explicar
detalladayclaramente alos comunistas que la nuevalínea implicaba
una gran ruptura con sus pasadas suposiciones acercadelaestrategia
revolucionaria. Para ambos, era mejor concentrarse en las tareas in­
mediatas de lalucha antifascista.
Esto no afectó alagran masa de aquellos que apoyabanfervien­
temente alaRepública Españolaen 1936-1939. Laguerracivil espa­
312 Cómo cambiar el mundo

ñola provocólamayor movilizacióninternacional espontánea de an­


tifascismo, especialmente entre los intelectuales —una movilización
incluso mayor que la de los movimientos de resistencia en tiempos
de guerra, puesto que era independiente de los gobiernos, no venía
impuesta por la respuesta a la conquista del propio país, ni estaba
dividida acerca de la naturaleza del principal enemigo—. Dividió ala
derecha internacional, pues partes de la misma —incluso entre los
católicos—simpatizaban con la República o eran hostiles con sus
enemigos. Unió a la izquierda, desde los demócratas liberales hasta
los anarquistas, apesar de las mutuas hostilidades entre sus sectores.
Laizquierdadiscrepabaenmuchas cosas, inclusiveacercadelamejor
manera de derrotar aFranco, peronosobrelanecesidadde combatir
contra él. Se puede decir con toda seguridad que para muchos sim­
patizantes republicanos en el extranjeroloque contaba ante todoera
la derrota de Franco, más que la naturaleza del régimen español que
había de imponerse a continuación. Incluso es posible ir más lejos.
La mayoría de simpatizantes republicanos, como la mayoría de par­
tidarios delaresistencia durante laguerra, esperabanquelos regíme­
nes posfascistas fueran, en un sentido más omenos vago, «nuevos»,
incluso «revolucionarios»: sociedades más libres y más justas, o en
cualquier caso que no fueran simplemente una restauración del an­
terior statu quo.
Sin embargo, para los marxistas el problema de larelación entre
antifascismo y socialismo era más concreto y más agudo, ypara los
comunistas que había entre ellos la niebla que rodeaba el debate so­
bre dicha relación nunca se disipó. Como comunistas confiaban en
que el amplio frente antifascista los acercaría a una transferencia de
poder. Los partidos comunistas se vieron espectacularmente refor­
zados a consecuencia de su aplicación a esta tarea, los movimientos
de resistencia —productos lógicos del frente antifascista—trans­
formaron de verdad la lucha política en lucha armada, y en efecto,
los partidos comunistas no sólo salieron de este período antifascista
más reforzados de lo que nunca antes lohabían estado—excepto en
España y en zonas de Alemania—y siendo partícipes en muchos
gobiernos de unidad antifascista, sino que el poder efectivamente se
había transferido enuna serie de países.
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 3*3

Por consiguiente, pocos comunistas se vieron en serios aprietos


por las críticas de disidentes marxistas yotros queargumentaban que
al reforzar la unidad antifascista se traicionaba lalucha de clases yla
revolución, yquelaURSS noestabainteresada enrevoluciones enel
extranjero (salvoquizálas impuestas por el Ejército Rojo). Sinduda,
algunas de las aplicaciones más extremas de unidad nacional einter­
nacional contra el principal enemigo sorprendieron a los militantes,
porque estaban en conflicto con sus instintos, tradiciones e incluso
experiencia. Sin embargo, la línea comunista, en la medida en que
representaba lalógica del antifascismo, parecía convincente yrealis­
ta. ¿Qué otra alternativahabía alapolítica comunista de combatir en
laguerra civil española? Tanto ahora como entonces la respuesta ha
de ser: ninguna ¿Estaba Thorez equivocado en 1936 al proclamar
. 67

contraMarceauPivert: «El Frente Popular noeslaRevolución»?Los


historiadores eizquierdistas han debatido sobre esto, pero enaquella
época no parecía indignante sino más bien una declaración razona­
ble. Los partidos comunistas de Italia yFrancia han sido duramente
criticados por no lograr imponer una política más radical en 1943-
1954, oinclusopor nointentar hacerse conel poder, perolamasa de
sus miembros ysimpatizantes, reclutados básicamente en el período
deresistenciayliberación, pareceque aceptaronlalíneadel partidosin
mayores dificultades. Por lo que respecta ala URSS, la idea misma
de que nopodía estar a favor del socialismo en el extranjero les pa­
recía absurda alos comunistas cuyo análisis político se basaba en la
suposición de que, fueran cuales fueren las variaciones de la política
internacional de Estado de laURSS, los intereses del primer yúnico
Estado socialista del mundoylos de aquellos que deseabanconstruir
el socialismo en otro lugar apartir de su modelo habían de ser fun­
damentalmente idénticos.
Efectivamente, los debates sobre lavalidezdelalínea comunista
en su fase antifascista eran relativamente insignificantes en aquella
época, salvoenlasentonces aisladasmárgenes dedisidenciamarxista.
Alcanzaron una amplia audiencia no sólo con la desintegración del
movimiento comunista monolítico centrado en Moscú en el perío­
do inmediatamente posterior ala muerte de Stalin, sino sobre todo
con el descubrimiento de que la estrategia antifascista, con todos sus
3H Cómo cambiar el mundo

extraordinarios triunfos, no había resuelto el problema del continuo


avance del socialismo, excepto en aquellos países enlos que por una
u otra razón la guerra aupó alos partidos comunistas al poder.68 Sin
embargo, no hay duda de que la estudiada ambigüedad que rodeó
las ulteriores perspectivas de la línea antifascista aplazó y de hecho
desalentó el lúcido análisis de esteproblema.
Por este motivo es sumamente difícil, yquizá imposible, un de
bate acerca de la actitud de los intelectuales marxistas (o de cual­
quier marxistacomunista) ante dichoproblema. Apenas surgió como
problema hasta el momento en que la victoria sobre el fascismo se
vislumbró como segura, digamos en torno a 1943, aunque, comoya
hemos visto, se había concebido en el contexto de la revolución es­
pañola. Hasta que el fascismo se enfrentó a una evidente derrota,
el problema de qué forma de gobierno le sucedería parecía, y era,
totalmente académico. Cuando la victoria parecía segura, la nueva
perspectiva sepresentóparalos comunistas enforma de «democracia
del pueblo» o «nueva democracia», pero, dada la desaparición de la
Internacional Comunista y de las condiciones de guerra, no se pro­
mulgaronformalmente (como sehabía hecho con el antifascismoen
el Séptimo Congreso Mundial), ni se difundieron ni debatieron sis­
temáticamente enlos partidos comunistas. Aparecieron más bien en
forma de una serie de documentos procedentes de diversos sectores
soviéticos ocomunistas, oal parecer de decisiones departido adhoc,
algunas de ellas posteriormente revocadas . 69

La forma soslayada en que «lademocracia del pueblo»hizo apa­


rición en laescenapolítica no contribuyó adispersar la ambigüedad
que rodeaba al término. Podía considerarse puramente en térmi­
nos de corto plazo, como una concesión necesaria alos intereses de
mantener la máxima unidad internacionalmente y dentro de cada
nación entre las fuerzas que combatían por lavictoria en contra del
Eje. Cualquier sugerencia de que los comunistas se estaban pre­
parando para reanudar las hostilidades contra sus actuales aliados
nacionalesyextranjeros podía tentar aestos últimos asuvezaprepa­
rarse para combatir contra futuros enemigos envez de concentrarse
con todas sus fuerzas en derrotar a los presentes. Esto, yquizá tan
sólo esto, estaba claramente implícito en la «nueva línea» que fue
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 315

aceptada en el Comintern a partir de octubre de 1942.70Los regí­


menes de los países liberados serían «democracias», de tipo popular
o«nuevas» democracias, pero el proyecto para establecerlas «no era
unprograma socialista», como observaronlos comunistas austríacos
de manera realista, ysu tarea inmediata no era «ni la realización del
socialismo ni la introducción de un sistema soviético», como afir­
maba Dimitrov, sino «la consolidación del régimen democrático y
parlamentario La línea entre los gobiernos formalmente simila­
» . 71

res de unidad nacional antifascista con participación comunista en


laEuropa Oriental yOccidental posterior alaliberaciónquedópues
extremadamente difusa.
Pero también podía considerarse como el resultado lógico de la
clasede transición esbozada enlalínea del Séptimo CongresoMun­
dial. El «gobierno del frente antifascista unido» ampliado al frente
nacional antifascista podía ser concebido como una transformación
en órganos para la transición gradual y pacífica al socialismo, me­
diante el establecimiento de la hegemonía dela clasetrabajadora so­
bre la coalición de fuerzas antifascistas, hegemonía ésta debida a su
vezal reconocimiento del destacado papel de la clase trabajadora en
laluchacontrael fascismoylasposiciones adquiridas posteriormente
por los partidos comunistas. En este sentido eraunavíaal socialismo
alternativaalatomadapor Rusiaen 1917y, comoDimitrovysuen­
tonces portavoz Chervenkovloexpresaron enel encuentroinaugural
del Cominternenseptiembrede 1947, una alternativaala«dictaduradel
proletariado Sin embargo, puesto que se debatió públicamente
» . 72

muypoco al respecto, las condiciones políticas que hacían posible o


imposible estavíano estaban claras, igual que los problemas sinpre­
cedentes de política de pluripartidos durante este período de tran­
sición. No se plantearon públicamente en el movimiento comunista
hasta después de que esta perspectiva, tanto en el Este como en el
Oeste, se abandonó oficialmente de facto.
En tercer lugar, la nueva línea podía interpretarse también en
términos de relaciones internacionales de posguerra. Se preveía la
continuacióndelaalianzadeguerrajunto conlacoexistenciapacífica
alargo plazo de los'Estados capitalistas no fascistas y los Estados
socialistas implicados. Efectivamente, en la medida en que la sitúa-
3 i6 Cómo cambiar el mundo

ciónde posguerra era sistemáticamente debatida por los comunis­


tas que gozaban de una posición para poder hacerlo piibhcamen­
te, aquélla sediscutíabásicamente en estos términos, especialmente
a la luz de la Conferencia de Teherán entre Stalin, IW>sevelty
Churchill afinales de 1943. Esto creócierta inquietud por lomenos
entre algunos intelectuales comunistas. No obstante, momoos ja
perspectiva de Teherán no excluía la perspectiva de la ^-democra­
cia del pueblo» de una transición al socialismo al mismo tiempo
/ 3

implicaba que en algunos países la lucha por el socialismo debería


quedar deliberadamente subordinada a las mayores exigencias de
una coexistencia pacífica, y quizá a las posibilidades de un avan­
ce en otros lugares. Para decirlo sin tapujos, «los círculos diri- 1

gentes británicos y americanos tenían que convencerse de que su ;


guerra conjunta con la Unión Soviética ... no desembocaría en la ]
expansión del sistema socialista soviético a la Europa Occidental l
bajo el estímulo de los victoriosos Ejércitos Rojos En EE.UU.
» . 74 (
era razonable asumir que, puesto que allí no había oportunidad
realista para el socialismo, el mantenimiento del capitalismo (un t
capitalismo dispuesto a cooperar con la URSS) sería la base de la c
política comunista en aquel país, pero la ejecución de las opciones f
de la izquierda en otros lugares apenas podía ser bien acogida; por r
esto quizá se denunció el «browderismo» en Francia en 1945. No c
obstante, la «perspectiva de Teherán» implicaba que algunosparti- y
dos comunistas fuera de la supuesta zona de influencia de laURSS ' e
pudiesen aceptar un futuro capitalista prolongado para sus países, e
aunque no quedaba en absoluto claro de qué países se trataba, ni si a
habían de abandonar por un período breve olargo la lucha por una ti
transformación socialista, ni cuáles eran las futuras perspectivas de p
sus comunistas en aquellas circunstancias. Las preguntas quedaron o
sin respuesta porque, a excepción del efímero episodio Browder en ei
EE.UU, no sellegaron aformular. F
Estas fueron incertidumbres y dificultades de un período con- Y
creto yrelativamente breve, el momento en que la era del antifas-
cismo tocaba a sufin. No obstante, ilustran ambigüedades implíci- d
tas enla estrategia antifascista desde el comienzo. Pues, cornobien i sc
señalaron los trotskistas yotros izquierdistas, aquélla implicaba un ; Sl;
E n la era del antifascismo 19 2 9 -19 4 5 317

enfoque de la lucha por alcanzar el poder socialista difícil de re­


conciliar con la estrategia de la «revolución proletaria» tal como la
habían concebido hasta entonces los bolcheviques y otros revolu­
cionarios sociales. En esto tenían razón, aunque se condenaron al
aislamiento através del rechazo de las políticas que para la mayoría
deintelectuales, marxistas ono, erannecesarias si el fascismohabíade
ser derrotado, y porque ellos mismos no ofrecieron ninguna otra
alternativa plausible. Sin embargo, esta estrategia sólo se esbozó y
no llegó a explicitarse, nunca se formuló con claridad, y de hecho,
los debates sobre el futuro posfascista, además de expresarse entér­
minos sumamente vagos, se silenciaron y desalentaron a lo largo
de dicho período. Era perfectamente posible para los comunistas
igualmente leales —como por ejemploTogliatti yTito—leer enla
línea antifascista implicaciones muy diferentes para la acción polí­
tica a menos que se eliminase la posible elección por una decisión
delas altas autoridades.
La niebla teórica que de este modo planeaba en torno al fu­
turo preocupaba a la mayoría de intelectuales comunistas menos
de lo que debía o, quizá, debería, sobre todo porque las tareas del
presente estaban muyclaras y, hasta que lavictoria sobre el fascis­
mo pareciera segura, la estrategia comunista —omitiendo episo­
dios temporales como 1939-1941—proporcionaba una guía lúcida
yconvincente acerca de lo que había que hacer ahora. Porque, en
el análisis final, para la mayoría de ellos la lucha contra el fascismo
era lo primero. Si se perdía, los debates sobre el futuro sólo serían
académicos. Para los intelectuales marxistas, viejos yjóvenes, el an­
tifascismo no era evidentemente un fin en sí mismo. Sejustificaba
por sucontribución al final derrocamiento del capitalismomundial,
opor lo menos del capitalismo en una gran parte del mundo. Sin
embargo, en sentido estricto no necesitaba semejantejustificación.
Fuese lo que fuese lo que el futuro deparase, el fascismo era malo
y había de ser combatido. Una generación de intelectuales acudió
al marxismo en y principalmente a través de la depresión y la lu­
cha contra el fascismo entiempos de inminente oscuridad. Los que
sobrevivieron se han sentido a menudo decepcionados. Hurgan en
su pasado para descubrir si estaban equivocados, para saber qué
318 Cómo cambiar el mundo

errores pudieron cometer, oqué saliómal con sus esperanzas. Mu­


chos han dejado de ser marxistas. Pero se puede decir sin temor a
equivocarse que muy pocos, si es que hay alguno, se arrepienten
de su participación en la lucha contra el fascismo y su derrota. £s
difícil encontrar a un hombre o a una mujer que se arrepienta de
su apoyo a la República Española o de su aportación, por más pe­
queña que fuera, enlaguerra contra el fascismo, tanto como civiles
soldados uniformados oresistentes. Es una parte de supasado que
rememoran con modesto orgullo. Para algunos es la única i arte de
su pasado político que recuerdan, después de cincuenta años, con
incondicional satisfacción.
12

Gramsci

Antonio Gramsci murió en 1937. Durante los primeros diez años


de los setenta y cinco posteriores fue prácticamente un desconocido
excepto para sus viejos camaradas de la década de 1920, puesto que
sehabíanpublicado muypocas obras suyas ono estaban disponibles.
Estonosignificaque carecieradeinfluencia, porquepuededecirseque
Palmiro Togliatti dirigió el Partido Comunista Italiano siguiendo las
líneas de Gramsci, opor lomenos segúnsuinterpretacióndelaslíneas
gramscianas. Sin embargo, para lamayoría delagente de otros luga­
reshastaelfinal delasegundaguerramundial, inclusoparaloscomunis­
tas, Gramsci no era más que un nombre. Durante la segunda década
después de su muerte se hizo extremadamente conocido en Italia, y
era admirado más allá de los círculos comunistas. Sus obras fueron
extensamente publicadas por el PC, pero sobre todo por la editorial
Einaudi. A pesar de las críticas lanzadas, estas primeras ediciones
hicieron que Gramsci sedifundiera ampliamente ypermitieron alos
italianos juzgar su altura como importante pensador marxista, y en
unplano más general, comofigurarelevante delaculturaitaliana del
sigloxx.
Pero sólo los italianos. Pues durante esta década Gramsci si­
guió a efectos prácticos siendo desconocido fuera de supaís, puesto
que prácticamente no se había traducido. De hecho, los intentos
de publicar sus emotivas cartas desde la cárcel en Gran Bretaña y
32° Cómo cambiar el mundo

EE.UU. fracasaron. Aexcepcióndeunpuñadodepersonas con con­


tactos personales en Italiayque sabíanleer italiano —en sumayoría
comunistas—, Gramsci podría incluso nohaber existidoeneste lado
de los Alpes.
Durante la tercera década se produjeron los primeros indicios
serios de interés por Gramsci en el extranjero. Sin duda se vieron
estimuladospor laaesestalinizaciónyaúnmáspor laactitudindepen­
diente de laqueTogliatti sehizoportavoz después de 1956. En todo
caso, enesteperíodoencontramos lasprimeras selecciones inglesasde
su obra ylos primeros debates de sus ideas fuera de los partidos co­
munistas. FueradeItalia, lospaísesdehablainglesaparecequefueron
los primeros en manifestar un interés constante por Gramsci. Para­
dójicamente, enla propia Italia, durante esta misma década, la críti­
ca de Gramsci se hizo explícitay aveces estridente, y se desarrollaron
debates sobre la interpretación de suobra por parte del PC italiano.
Finalmente, en ladécada de 1970 Gramsci fue debidamente re­
conocido. En Italia la publicación de sus obras fue presentada por
primeravez conun nivel académico satisfactorio enlaedicióncom­
pleta de Cartas desdela cárcel (1965), en la publicación de diversos
escritos tempranos y políticos, y sobre todo en el monumento de
erudición de Gerratana, la edición cronológicamente ordenada
de los Cuadernos dela cárcel (1975). Tanto la biografía de Gramsci
como su papel en la historia del Partido Comunista estaban ahora
mucho más claras, gracias engran medidaal sistemáticotrabajohis­
tórico realizado con sus propios archivos promovido y fomentado
por el Partido Comunista. El debate continúa, pero no es éste el
lugar para analizar lapolémica italiana sobre Gramsci desde media­
dos de la década de 1960. En el extranjero, aparecieronpor primera
vez traducciones de las obras de Gramsci en selecciones aceptables,
especialmente enlos dos volúmenes de Lawrence &Wishart edita­
dos por HoareyNowell Smith. También sepublicarontraducciones
de importantes obras secundarias como Vida de Fiori (1970).1Sin
tratar de examinar la creciente literatura sobre su figura en lengua
inglesa —que representa puntos de vista diferentes pero umversal­
mente respetables—bastará con decir que en el cuadragésimo ani­
versariode sumuerteyanohabía excusaparanoconocer aGramsci.
Gramsci 321

Loque sí conviene decir es que hoyesconocido inclusopor aquellas


personas que en realidad no han leído sus obras. Términos tan tí­
picamente gramscianos como «hegemonía» aparecen en los deba­
tes marxistas, e incluso no marxistas, sobre política e historia tan
informalmente y a veces sin rigor como ocurrió con los términos
freudianos en el período de entreguerras. Gramsci se ha convertido
enparte de nuestro universo intelectual. Su estatura comopensador
marxistaoriginal —enmi opiniónel pensador más original de Occi­
dente desde 1917—está ampliamente reconocida. Sin embargo, lo
que dijoypor qué es importante, ytodavía hoyse atribuye al hecho
de que él esimportante. Acontinuación destacaré una razón de esa
importancia: suteoría de lapolítica.
Una observación elemental del marxismo es que los pensadores no
inventan sus ideas en abstracto, sino que sólopueden entenderse en
el contexto históricoypolítico de sutiempo. Si Marx siempre subra­
yabaquelos hombres hacían supropia historia—o, si sequiere, ela­
boran sus propias ideas—, también señaló que sólo pueden hacerlo
(para citar un conocido fragmento de El dieciochodeBrumario) bajo
las condiciones inmediatas en que se encuentran, bajo condiciones
determinadas yheredadas. El pensamiento de Gramsci es absoluta­
mente original. El es marxista, yleninista, yno propongo perder el
tiempo defendiéndole contralaacusaciones de diversos sectarios que
pretenden saber exactamente lo que es marxista ylo que no lo es y
que creen tener la exclusiva de su propia versión del marxismo. Sin
embargo, para aquellos de nosotros educados en la tradición clásica
del marxismo, previa a 1914 y a 1917, Gramsci a menudo resulta
un marxista sorprendente. Por ejemplo, escribió relativamente poco
sobre desarrollo económico, ymucho sobre política, incluyendo es­
critos sobre teóricos como Croce, Sorel yMaquiavelo, que nosuelen
aparecer demasiado o en absoluto en las obras clásicas. Por con­
siguiente, es importante descubrir hasta qué punto su pasado y su
experiencia histórica pueden explicar su originalidad. No hace falta
añadir que esto no disminuye ni un ápice suestatura intelectual.
Cuando Gramsci entró en la cárcel de Mussolini era el líder del
Partido Comunista Italiano. Ahora bien, la Italia de su tiempo te­
322 Cómo cambiar el mundo

nía una serie depeculiaridades históricas que fomentaban originales


desviaciones del pensamiento marxista. Mencionaré brevemente al­
gunas de ellas,
(1) Italia era, por así decirlo, un microcosmos del capitalismo
mundial en la medida en que contenía en un solo país metrópolis y
colonias, así comoregiones avanzadas yregiones atrasadas. Üerdeña,
de donde provenía Gramsci, ejemplificaba la parte atrasada, por
no decir arcaicaysemicolonial de Italia; Turín, consus fábricas Fiat,
donde se convirtió en líder de la clase obrera, tanto entonces como
ahora tipifica el estadio más avanzado del capitalismo industrial yde
la transformación de las masas de campesinos inmigrantes en obre­
ros. Enotraspalabras, unmarxistaitalianointeligentequeseencontraba
en una posición insólitamente buena para comprender la naturaleza
tanto del desarrollodel mundo capitalistacomodel «Tercer Mundo»
y de sus interacciones, a diferencia de los marxistas procedentes de
países pertenecientes por completo a uno u otro de estos mundos.
Por consiguiente, es un error considerar a Gramsci solamente como
teórico del «comunismo occidental». Supensamientonoibadestina­
do exclusivamente alos países industrialmente avanzados ni era sólo
aplicable aellos.
( ) Una consecuencia importante de la peculiaridad histórica de
2

Italia fue que incluso antes de 1914 el movimiento obrero italiano


era industrial y también agrario, con base proletaria y campesina.
En este aspecto fue más o menos única en Europa antes de 1914,
aunque no es éste el lugar para desarrollar dicho tema. No obstante,
bastarán dos simples ilustraciones para subrayar suimportancia. Las
regiones de mayor influencia comunista (Emilia, Toscana, Umbría)
nosonregiones industriales, yel líder más destacadodel movimiento
sindical italianodeposguerra, Di Vittorio, procedíadel suryeratra­
bajador agrícola. En cuanto al insólitamente destacado papel de los
intelectuales en el movimiento obrero —en su mayoría originarios
del sur atrasado y semicolonial—Italia no estaba tan sola. Sin em­
bargo, vale la pena mencionar el fenómeno, puesto que desempeña
un importante papel en el pensamiento de Gramsci.
.(3) Latercerapeculiaridades el especial carácter delahistoriade
Italia como naciónycomo sociedadburguesa. Tampoco aquí quiero
Gramsci 323

entrar en detalles. Permítanme simplemente recordarles tres cosas:


(a) queItalia encabezólacivilizaciónmodernayel capitalismovarios
siglosantes queotrospaíses, peronofuecapazdemantener suslogros
yquedóaladerivaenuna especiederemanso entre el Renacimientoy
el Risorgimento; (b) que a diferencia de Francia la burguesía no es­
tableciósusociedadatravés deuna triunfal revolución, yadiferencia
de Alemania no aceptó una solución de compromiso ofrecida desde
arribaporlaviejaclasedirigente. Llevóacabounarevoluciónparcial:
launidad italiana se alcanzó en parte desde arriba, por Cavour, yen
parte desde abajo, por Garibaldi; (c) por lo tanto, en cierto modo la
burguesía italiana fracasó —o fracasó en parte—en la consecución
de su misión histórica de crear la nación italiana. Su revolución fue
incompleta ylos socialistas italianos como Gramsci eran, por consi­
guiente, muy conscientes del posible papel de su movimiento como
líder potencial de la nación, como portador de lahistoria nacional.
(4) Italia era (yes) no sólounpaís católico, como muchos otros,
sino un país en el que la Iglesia era una institución específicamente
italiana, un modo de mantener el gobierno de las clases dirigen­
tes sin, yal margende, el aparato del Estado. Eratambiénunpaís en
el que lacultura delaélite nacional antecedía al Estado nacional. Así
pues, un marxista italiano sería más consciente que otros de lo que
Gramsci denominaba «hegemonía», es decir, las maneras mediante
las cuales semantiene la autoridad que no sebasansimplemente enla
fuerza coercitiva.
(5) Por una infinidad de razones —acabo de sugerir unas cuan­
tas—Italia era, pues, una especie de laboratorio de experiencias po­
líticas. No es casualidadque el país tenga unalargaypoderosatradi­
cióndepensamientopolítico, desdeMaquiaveloenel sigloxvi hasta
ParetoyMosca acomienzos del xx; incluso los pioneros extranjeros
de lo que ahora llamaríamos sociología política tendían también a
establecer relaciones conItalia oaextraer sus ideas de la experiencia
italiana; estoy pensando en personas como Sorel y Michels. Por lo
tanto, no es de extrañar que los marxistas italianos percibiesenespe­
cialmente la teoría política como un problema.
6 ( ) Finalmente, un hecho muysignificativo: Italiaeraunpaís en
el que, después de 1917, parecíanexistirvarias delas condiciones ob­
324 Cómo cambiar el mundo

jetivas eincluso subjetivas de larevoluciónsocial—más que enGran


Bretaña yFrancia eincluso, creo, que en Alemania—. No obstante,
estarevoluciónnoseprodujo. Por el contrario, el fascismo accedióal
poder. Era natural quelos marxistas italianos promovieran el análisis
depor quélarevoluciónmsadeoctubrenohabíaconseguidoextenderse
alos países occidentales, y cuáles habían de ser laestrategiay¡as tác­
ticas alternativas de la transición al socialismo en estos países. Esto
es, pues, loque Gramsci sedispuso ahacer.
Y esto me lleva a la cuestión principal, a saber, que la mayor
contribución de Gramsci al marxismoes la dehaber promovido una
teoría marxista de la política. Porque aunque Marx y Engels es-
bieron muchosobrepolítica, eranreacios adesarrollar una teoría .
neral en este campo, en gran medida porque —como señaló Engels
en las famosas últimas cartas explicando el concepto materialista de
lahistoria—pensabanque eramás importante destacar que «tantolas
relacionesjurídicas comolas formas de Estado nopodían compren­
derse por sí mismas, sino que radican en las condiciones mate­
riales de vida» (prefacio de Críticadelaeconomíapolítica), Asi pues,
hicieron hincapié sobre todo en «el origen de las nociones políticas,
jurídicas e ideológicas a partir de los hechos económicos básicos».
(Engels a Mehring). Por lo tanto, el debate de Marx y Engels de
asuntos como la naturaleza y la estructura del gobierno, la consti­
tución yla organización del Estado, yla naturaleza yorganización
de los movimientos políticos, está en gran parte en forma de ob­
servaciones que surgen del comentario del momento, generalmente
supeditado a otras argumentaciones —excepto quizá en su nueva
teoría del origen y carácter histórico del Estado—. Lenin sintió la
necesidad de una teoría más sistemática del Estado yla revolución,
lo cual resulta lógico en caso de acceder al poder, pero como todos
sabemos la revolución de octubre sobrevino antes de que pudiera
completarla. Yyoseñalaríaque el intenso debate acercade laestruc­
tura, la organización y el liderazgo de los movimientos socialistas
que se desarrollaron en la era de la Segunda Internacional era sobre
cuestiones prácticas. Las generalizaciones teóricas eran secundarias
y ad hoc, excepto quizá en el campo de la cuestión nacional, en el
que los sucesores de MarxyEngels prácticamente tuvieronque em­
pezar desde el principio. No estoy diciendo que esto no condujese
a importantes innovaciones teóricas, como evidentemente sucedió
con Lenin, pero éstas fueron, paradójicamente, más pragmáticas
que teóricas, aunque se sustentaban en el análisis marxista. Si lee­
mos las controversias sobre el nuevo concepto de partido de Lenin,
por ejemplo, resulta sorprendente lo poco que la teoríamarxista en­
tró en el debate, apesar de que marxistas tan célebres como Kauts-
ky, Luxemburg, Plekhanov, Trotsky, Martov y Ryazanov tomaron
parte en él. En las controversias estaba implícita una teoría de la
política, pero sólo emergió parcialmente.
Hay diversas razones que explican este vacío. En cualquier caso
noparecióimportar demasiadohastacomienzos deladécadade 1920.
Pero entonces, yodiría que sefue convirtiendo gradualmente enuna
seria debilidad. Fuera de Rusia, la revolución había fracasado o ni
siquiera había tenido lugar; por lo tanto, se hizo necesaria una re­
consideración sistemática, no sólodelaestrategia del movimientopara
alcanzar el poder, sinotambiéndelosproblemas técnicos deunatran­
siciónal socialismo, que nunca sehabía consideradoseriamente antes
de 1917comounproblema concretoeinmediato. Enel interior dela
URSSel problemadecómoseríaodeberíaseruna sociedadsocialista,
en términos de estructura política e instituciones, y como «sociedad
civil», surgió cuando el poder soviético emergió de sus desesperadas
luchas para mantenerse y ser permanente. Este es esencialmente el
problemaquevienepreocupandoalos marxistas recientemente, yque
es objeto de debate entre los comunistas soviéticos, los maoístasylos
«eurocomunistas», por no mencionar a quienes están fuera del movi­
miento comunista.
Hago hincapié en el hecho de que estamos aquí hablando de
dos grupos diferentes de problemas políticos: la estrategia yla natu­
raleza de las sociedades socialistas. Gramsci trató de lidiar con am­
bos problemas, aunque algunos comentaristas me parece que se han
concentrado excesivamente en uno de ellos, en el estratégico. Pero,
cualquiera que fuera la naturaleza de dichos problemas, enseguida
resultó imposible, ysiguió siéndolo durante largo tiempo, debatirlos
conel movimientocomunista. De-hecho, bienpodríamos decir quea
Gramsci sólole fue posible enfrentarse aellos ensus escritos porque
326 Cómo cambiar el mundo

estaba en la cárcel, aislado de la política del exterior, y escribía no


para el presente sino para el futuro.
Esto no significa que no estuviera escribiendo políticamente en
términos de la situación actual de la década de 1920yde comienzos
de la de 1930. De hecho, una de las dificultades de comprensión de
suobra esquediopor sentadauna ciertafamiliaridadcon situaciones
y discusiones que son desconocidas para la mayoría de nosotros o
que están olvidadas. Así, Perry Anderson nos ha recordado recien­
temente que parte de su pensamiento más característico deriva de
temas que aparecieron en los debates del Comintern de comienzos
deladécadade 1920ylos desarrolla. Entodocaso, llegóadesarrollar
los elementos de una teoría política completa dentro del marxismo,
yfue probablemente el primer marxista enhacerlo. No intentaré re­
sumir sus ideas: Roger Simons ha tratado recientemente algunas de
ellas largoytendido en Marxism Today. Lo que haré, sin embargo,
será escoger unas pocas hebras ysubrayar cuál es, en mi opinión, su
importancia.
Gramsci esun teórico político en la medida en que considera que la
política es «una actividad autónoma» (Cuadernos delacárcel) dentro
del contextoyloslímites impuestos por el desarrollohistórico, yporque
emprendeespecíficamentelainvestigación«dellugar queocupaode­
bería ocupar lacienciapolítica enuna concepción sistemática (cohe­
rente ylógica) del mundo» {ibid.). Sinembargo, esto significabamás
que el hecho de introducir en el marxismo la clase de debates que se
encontraban en las obras de suhéroe, Maquiavelo, un hombre que
noaparece amenudo enlos escritos deMarx ni de Engels. Para él la
política esel núcleo no sólo de la estrategia para alcanzar el socialis­
mo, sinodel propio socialismo. Es paraél, comobienseñalanHoare
yNowell Smith, «laactividad humana fundamental, el mediopor el
cual la concienciaindividual entra en contacto con el mundo social y
natural entodas sus formas» (Cuadernos delacárcel). En resumen, el
término esmás amplio de lo que comúnmente designa. Más amplio
incluso quela «cienciay el arte de la política» en el sentido más es­
trecho del propio Gramsci, que él define como «un cuerpo-de regías
prácticas parainvestigar yde detalladas observaciones para despertar
Gramsci 327

uninterés por una realidadefectivaypara estimular unentendimien­


to político más riguroso ymás enérgico». Está en parte implícito en
el concepto mismo depraxis: que comprender el mundoycambiarlo
sonuna misma cosa. Ypraxis es loque hacen, lahistoria que los pro­
pios hombres hacen, aunque en determinadas condiciones históricas
—yde desarrollo—yno simplemente las formas ideológicas por las
que los hombres se hacen conscientes de las contradicciones de la
sociedad. Es, para citar a Marx, el modo en que «lo resuelven». En
pocas palabras, es lo que puede llamarse acción política. Pero tam­
biénesenparte unreconocimientodel hechodequelapropiaacción
política es una actividadautónoma, aunque haya «nacido enel terre­
no «permanente»y«orgánico»de lavida económica».
Estoseaplicatantoalaconstruccióndel socialismocomo—oqui­
zámás que—acualquier otracosa. Sepodría argüir que para Grams­
ci lo que constituye la base del socialismo no es la socialización en
sentido económico —es decir, la economía socialmente poseída y
planificada (aunque éstaes obviamente subaseysumarco)—,sinola
socialización en sentido político y sociológico, es decir, lo que se ha
denominado proceso de formación de hábitos en el hombre colecti­
vo, queharáque el comportamiento social seaautomático, yelimina­
rála necesidadde un aparato externo que imponga normas; automá­
tico pero también consciente. Cuando Gramsci habla del papel de
la producción en el socialismo no es simplemente como medio para
crear la sociedad de abundancia material, aunque podemos señalar
de paso que él no tenía dudas acerca de laprioridad de maximizar la
producción. Porque el lugar del hombre en la producción era fun­
damental para su conciencia bajo el capitalismo; porque la escuela
natural de esta conciencia eraprecisamente la experiencia de los tra­
bajadores enlas grandes fábricas. Gramsci tendía aconsiderar, quizá
alaluzdesuexperienciaenTurín, quelasgrandes fábricas modernas
no erantanto un lugar de alienación, sino más bienuna escuelapara
el socialismo.
Pero el caso es que la producción en el socialismo no podía ser
tratadasimplemente comounproblema técnicoyeconómicosepara­
do, tenía que ser tratada simultáneamente, ydesde supunto devista
básicamente, comounproblema de educaciónpolíticaydeestructu-
328 Cómo cambiar el mundo

ra política. Incluso en la sociedad burguesa, que en este aspecto era


progresista, el conceptodetrabajoerafundamental desde el puntode
vista pedagógico, puesto que «el descubrimiento de que los órdenes
social ynatural están mediados por el trabajo, por laactividad teórica
ypráctica del hombre, crea los primeros elementos de una intuición
del mundo libre de toda magia ysuperstición. Proporciona unabase
para el posterior desarrollo de una concepción histórica y dialéctica
del mundo, que entiende el movimientoyel cambio... que concibeel
mundo contemporáneo como una síntesis del pasado, de todas las
generaciones pasadas, que se proyecta en el futuro. Esta era la ver­
dadera base de la escuelaprimaria». Podemos señalar apropósitoun
tema constante en Gramsci: el futuro.
Los temas principales de la teoría política de Gramsci están es­
bozados enlafamosa carta de septiembre de 1931:
Mi estudiodelosintelectuales esunambiciosoproyecto... Yam­
plío considerablemente el concepto de intelectuales más allá del sig­
nificado corriente de la palabra, que se refiere principalmente alos
grandes intelectuales. Este estudio también me lleva a ciertas deter­
minaciones del Estado. Normalmente ésteseentiende comosociedad
política (esdecir, ladictaduradel aparatocoercitivoparaconducir ala
masadel puebloalaconformidadconel tipodeproducciónyecono­
mía dominante enun momento dado) ynocomounequilibrioentre
sociedadpolíticaysociedadcivil (esdecir, lahegemoníadeungruposo­
cial sobre toda la sociedad nacional ejercida através de las llamadas
organizaciones privadas como la Iglesia, los sindicatos, las escuelas,
etc.). Lasociedadcivil esprecisamente el campoespecial deacciónde
losintelectuales
.2

Ahorabien, laconcepcióndel Estadocomounequilibrioentreins­


tituciones coercitivas y hegemónicas (o si se prefiere, una unidad de
ambas) no es nueva en sí misma, por lo menos para aquellos que ob­
servan el mundo de manera realista. Es obvio que una clase dirigente
no descansa solamente en el poder coercitivoyla autoridad, sinoenel
consenso que se deriva de la hegemonía —lo que Gramsci denomina
«el liderazgo intelectual y moral» ejercido-por el gmpo dirigente y«la
dirección general impuesta a la vida social por el gmpo fundamental
Gramsci 329

dominante»—. Lo que es nuevo en Gramsci es la observación de que


incluso la hegemonía burguesa no es automática sino lograda a través
de la acción y organización política conscientes. En la ciudad italiana
renacentista la burguesía podía haber sido nacionalmente hegemónica
sólo, como propuso Maquiavelo, a través de dicha acción: a través de
unaespecie dejacobinismo. Una claseha detrascender loque Gramsci
denominaorganización«económico-corporativa»parallegar aserpolí­
ticamentehegemónica; yéstaes, apropósito, larazónpor laqueincluso
el sindicalismo más militante sigue siendo una parte secundaria de la
sociedadcapitalista. De ello sedesprende que la distinciónentre clases
«dominantes»o«hegemónicas»y«secundarias»esfundamental. Setra­
tade otra innovación gramsciana cmcial para supensamiento. Porque
elprincipal problemadelarevoluciónescómoconvertir enhegemónica
una clase hasta entonces secundaria, que crea en sí misma como una
potencial clase dirigenteyseacreíblecomotal paralas demás clases.
Aquí radicapara Gramsci laimportanciadelpartido—el «Príncipe
moderno»—.Porque completamente aparte delaimportanciahistórica
del desarrollodel partido engeneral enel períodoburgués—yGramsci
tiene cosas brillantes que decir al respecto—él reconoce que la cla­
seobrera sólo desarrolla su conciencia y trasciende la fase espontánea
«económico-corporativa»osindicalistaatravés desumovimientoyor­
ganización, esdecir, ensuopiniónatravés del partido. Dehecho, como
yasabemos, allí donde el socialismoha resultadovictoriosohalogrado
yconducido a la transformación de partidos en Estados. Gramsci es
profundamente leninista en suideageneral del papel del partido, aun­
queno necesariamente en sus opiniones acerca delo que debería ser la
organizacióndel partido enunmomentodadooacercadelanaturaleza
delavida del partido. Sin embargo, en mi opinión, supropuesta de la
naturalezaylas funciones delos partidos vamás alláquelade Lenin.
Por supuesto, como ya sabemos, surgen considerables problemas
prácticos del hecho de que partido y clase, aunque históricamente
identificados, no son la misma cosa, ypueden divergir, especialmen­
te en sociedades socialistas. Gramsci era muy consciente de ello, así
como de los peligros de la burocratización, etc. Me gustaría poder
decir que propone soluciones adecuadas a estos problemas, pero no
estoysegurode quelohaga más que cualquier otrohasta el momento.
33° Cómo cambiar el mundo

Sin embargo, las observaciones de Gramsci sobre el centralismo bu­


rocrático, aunque concentradas y difíciles (en Cuadernos delacárcel)
merecenun estudio serio.
Lo que también es nuevo es la insistencia de Gramsci en que el
aparatodegobierno, tantoensuformahegemónicacomoenciertame­
dida en suforma autoritaria, está esencialmente constituido por «inte­
lectuales». Los define nocomounaéliteespecial ni comouna categoría
o categorías sociales especiales, sino como una especie de cspecializa-
ción funcional de la sociedad para estos propósitos. En otras a Libras,
paraGramsci todaslaspersonas sonintelectuales, peronotodas ejercen
la función social de intelectuales. Ahora bien, esto es importante enel
sentido de que hace hincapié en el papel autónomo de la superestruc­
tura en el proceso social, oincluso el simple hecho de que un político
de origen obrero no es necesariamente lo mismo que un obrero enel
escaño. No obstante, a pesar de que a menudo da lugar a brillantes
fragmentos históricos en Gramsci, yo particularmente no consigo ver
quelaobservaciónseatanimportanteparalateoríapolíticadeGramsci
como él mismo evidentemente consideró. En concreto, pienso que su
distinción entre los llamados intelectuales «tradicionales» y los inte­
lectuales «orgánicos» creados por una nueva clase es, por lo menos en
algunos países, menos significativa de lo que él sugiere. Por supuesto,
es posible que yo no haya comprendido del todo sudifícil ycomplejo
pensamiento en este punto, ysinduda debería recalcar que la cuestión
es degranimportanciapara el propioGramsci, ajuzgar por lacantidad
de espaciodedicado aeste asunto.
Por otro lado, el pensamiento estratégicode Gramsci no sólo está,
como siempre, lleno de introspecciones históricas brillantes, sino que
tienegranimportanciapráctica. Ahorabien, creoquedeberíamos man­
tener separadas tres cosas al respecto: el análisisgeneral deGramsci, sus
ideas sobrelaestrategiacomunistaendeterminadosperíodos históricos,
ypor último, las verdaderas ideas del Partido Comunista Italiano sobre
la estrategia en un determinado momento, que sinduda están inspira­
das enlalecturahechapor Togliatti delateoríadeGramsci, yporlade
los sucesoresdeTogliatti. Noquieroadentrarmeenestatercera, porque
estos debates son irrelévantes para los propósitos del presente ensayo.
Tampoco quierodiscutir el segundoextensamente, porque nuestraopi­
Gramsci 33i

nión de Gramsci no depende de suvaloración de situaciones particu­


lares delas décadas de 1920y1930. Es perfectamente posible sostener
que, porejemplo, EldieciochodeBrumariodeMarxesunaobraprofunda
yfundamental, aunque lapropia actitud de Marxrespecto aNapoleón
III en 1852-1870 ysu cálculo de la estabilidad política de surégimen
fueran amenudo poco realistas. No obstante, esto no implica ninguna
crítica ni de la estrategia de Gramsci ni de la de Togliatti. Ambas son
defendibles. Dejandodeladoestos temas, megustaríadestacar tres ele­
mentos delateoríaestratégica de Gramsci.
El primero noes queGramsci optasepor una estrategiadeguerra
prolongada o«posicional»en Occidente, en oposiciónaloque él de­
nominaba «ataque frontal» oguerra de maniobras, sino cómoanalizó
estas opciones. Sabiendo de sobra que ni en Italia ni en gran parte
deEuropaibaaproducirseningunarevolucióndeoctubreapartir deco­
mienzos de la década de 1920—ni había perspectiva realista de que
surgieseninguna—,obviamente tuvoque consideraruna estrategiade
largorecorrido. Pero no se comprometió enprincipio conningúnre­
sultado concreto de la prolongada «guerra de posición» que predijo
yrecomendó. Esta podría conducir directamente auna transición al
socialismo, oaotrafasedelaguerrademaniobrasyataque, oaalguna
otrafaseestratégica. Loquesucediesedependeríadeloscambios enla
situación concreta. No obstante, consideró unaposibilidadquepocos
marxistas han abordado con claridad, es decir, que el fracasodelare­
voluciónen Occidentepodríaproducir alargoplazoun debilitamien­
to mucho más peligroso de las fuerzas de progreso através de lo que
él denominó una «revoluciónpasiva». Por otrolado, laclasedirigente
podría conceder ciertas exigencias parapreveniryevitarlarevolución,
ypor el otro, el movimiento revolucionario podría encontrarse en la
práctica (aunque no necesariamente en teoría) aceptando su impo­
tenciayquedando desgastadoypolíticamente integradoenel sistema
(véase Cuadernos de la cárcel). En resumen, la «guerra de posición»
tenía que estar sistemáticamente concebida como una estrategia de
lucha más que simplemente como algoquelos revolucionarios tenían
que hacer cuando no había perspectivas de construcción de barrica­
das. Gramsci evidentemente había aprendido por laexperienciadela
socialdemocraciaanterior a1914que el marxismono eraundetermi-
332 Cómo cambiar el mundo

nismo histórico. No bastaba con esperar que la historia condujese de


alguna manera alos trabajadores al poder automáticamente.
El segundoeslainsistencia de Gramsci enquelalucha paracon­
vertir a la clase obrera en una potencial clase dirigente, la lucha por
la hegemonía, se tiene que librar antes de la transición del poder, así
comoduranteydespués de acceder aél. Peroestaluchanoes simple­
mente un aspecto de la«guerra deposición», es un aspecto crucial de
la estrategia de los revolucionarios en todas las circunstancias. Natu­
ralmente laconsecuciónde la hegemonía, enlamedida de loposible,
antes delatransferenciadepoder esespecialmenteimportante enpaí­
ses enlos que el núcleodela clasedirigente descansaenlasubordina­
cióndelasmasas enlugar dehacerloenlacoacción. Este es el casode
lamayoríadepaíses «occidentales», digaloquedigalaultraizquierda,
ypor más que noseponga en duda el hechode que enelúltimoanáli­
sis, lacoacciónestá ahí para ser usada. Comopodemos ver, por ejem­
plo en Chile y Uruguay, extralimitarse en el uso de la coacción para
mantener el gobiernoresultafrancamente incompatible conel usodel
consentimiento aparente o real, ylos gobernantes tienen que elegir
entre las alternativas delahegemoníaylafuerza, el guante de tercio­
pelo oel puño de hierro. Allí donde se elige la fuerza, los resultados
no suelenser favorables al movimiento delaclaseobrera.
Sinembargo, comopodemos comprobar incluso enpaíses enlos
que ha habido un derrocamiento revolucionario de los viejos gober­
nantes, como en Portugal, en ausencia de una fuerza hegemónicain­
cluso las revoluciones se desintegran. Deben conseguir el suficiente
apoyo y consentimiento de los estratos que todavía no se han des­
vinculado delos viejos regímenes. El problemabásicodelahegemo­
nía, considerado estratégicamente, no es cómoacceden al poder los
revolucionarios, aunque esta cuestión es muy importante. Se trata
de cómo consiguen ser aceptados, no sólo como gobernantes polí­
ticamente existentes e inevitables, sino como guías y líderes. Hay
obviamente dos aspectos: cómo conseguir el consentimiento, y si
los revolucionarios están preparados para ejercer el liderazgo. Está
también la situación política concreta, tanto nacional como interna­
cional, que puede hacer que sus esfuerzos sean más efectivos o más
difíciles. Los comunistas polacos de 1945 probablemente no fueron
Gramsci 333

aceptados comofuerzahegemónica, aunque estabanpreparados para


serlo, pero establecieronsupoder gracias alasituacióninternacional.
Los socialdemócratas alemanes de 1918probablemente habrían sido
aceptados como fuerza hegemónica, pero no quisieron actuar como
tal. En ello radica la tragedia de la revolución alemana. Los comu­
nistas checos podrían haber sido aceptados como fuerza hegemónica
tanto en 1945 comoen 1968, yestaban dispuestos adesempeñar este
papel, pero fueron incapaces de hacerlo. La lucha por la hegemonía
antes, durante ydespués de latransición (sea cual fuere sunaturaleza
yvelocidad) es crucial.
El tercero es que la estrategia de Gramsci tiene como núcleo un
movimiento de clase permanente y organizado. En este sentido, su
idea de «partido»vuelvealaconcepción del propioMarx, por lome­
nos enla etapaposterior de suvida, del partido como, digámosloasí,
clase organizada, aunque él mismo dedicó más atención que Marxy
Engels, eincluso que Lenin, no tanto ala organizaciónformal como
alas formas de liderazgo yestructura política, yala naturaleza de lo
que él denominó la relación «orgánica» entre clase ypartido. Ahora
bien, en la época de la revolución de octubre la mayoría de partidos
de masas de la clase obrera eran socialdemócratas. Gran parte delos
teóricos revolucionarios, entre ellos los bolcheviques antes de 1917,
estaban obligados apensar sólo en términos de partidos ogrupos de
cuadros de activistas movilizando el descontento delas masas como
ycuandopodían, porque los movimientos de masas obiennoestaban
permitidos oeran, amenudo, reformistas. Todavía nopodíanpensar
en términos de movimientos obreros de masas permanentes yarrai­
gados, pero al mismo tiempo revolucionarios que desempeñasen un
importante papel en la escenapolítica de sus países. El movimiento
deTurín, enel que Gramsci concibiósus ideas, eraunaexcepciónre­
lativamente rara. Yaunque uno de los principales logros de laInter­
nacional Comunista fuecrear algunos partidos comunistas de masas,
hayindicios, por ejemploenel sectarismodel llamado«Tercer Perío­
do», de que el liderazgo comunista internacional (a diferencia de los
comunistas de algunos países conmovimientos obreros demasas) no
estaba familiarizado con los problemas de los movimientos obreros
de masas que sehabían desarrollado ala antigua.
334 Cómo cambiar el mundo

Aquí lainsistenciadeGramsci enquelarelación«orgánica» de los


revolucionarios ylos movimientos de masas es importante. La expe
riencia histórica italiana le había familiarizado con minorías revolu
cionarias quenoteníanestarelación«orgánica», sinoqueerangrupos
de «voluntarios» movilizando comoycuando podían, «en absoluto a
partidos de masas... sino al equivalente político de bandas de gita
nos o nómadas» (Cuadernosdelacárcel). Gran parte de la política de
izquierdas incluso hoyen día—yquizá especialmente hoy—se basa
asimismo, ypor razones similares, no en la clase obrera rea; creí su
organizacióndemasas, sinoenunaclase trabajadoranominal, en una
especie devisiónexterna de laclase trabajadora ode cualquier grupo
susceptible de ser movilizado. La originalidad de Gramsci es que él
eraun revolucionario que nunca sucumbió aesta tentación. La clase
obrera organizada tal como es, ynocomo enteoría deberíaser, fue la
base de suanálisis yestrategia.
Pero, como ya he señalado repetidamente, el pensamiento po­
lítico de Gramsci no era solamente estratégico, instrumental u ope­
rativo. Suobjetivo no era simplemente lavictoria, después dela cual
comienzaunordenyuntipo de análisis diferentes. Es harto evidente
que de vez en cuando toma algún problema o incidente histórico
como punto de partida y a continuación generaliza apartir del mis­
mo, no solamente sobre lapolítica de la clase dirigente o de algunas
situaciones similares, sinosobrelapolítica engeneral. Esto es así por­
que es consciente en todo momento de que hayalgo encomún entre
las relaciones políticas de los hombres en todas las sociedades, opor
lo menos en una gama históricamente muy amplia de sociedades;
por ejemplo, como legustaba recordar, la diferencia entre dirigentes
ydirigidos. Nunca olvidóque las sociedades sonmás que estructuras
de dominio económicoydepoder político, que tienen una ciertaco­
hesión incluso cuando están desgarradas por las luchas de clases (un
argumentoqueyaapuntó Engels muchoantes), yquelaliberaciónde
laexplotaciónproporcionalaposibilidaddeconstituirlas enverdaderas
comunidades de hombres libres. Nunca olvidó que responsabili­
zarse de una sociedad—real opotencial—es más que cuidar de los
intereses inmediatos de clase o de sección oincluso de Estado: que,
por ejemplo, presupone continuidad «conel pasado, conla tradición
Gramsci 335

o con el futuro». Por lo tanto, Gramsci insiste en la revolución no


simplemente como la expropiación de los expropiadores, sino tam­
bién, en Italia, como la creación de un pueblo, la realización de una
nación; como la negación y el cumplimiento del pasado. En efecto,
las obras de Gramsci plantean el importante problema, que se ha
debatido muypoco, de qué es exactamente lo que serevoluciona del
pasado enuna revolución, yqué se conservaypor qué, ycómo, dela
dialéctica entre continuidadyrevolución.
Peropor supuestopara Gramsci esto es importante noen sí mis­
mo, sino como medio de movilizaciónpopular yautotransformación,
decambiointelectualymoral, deautodesarrollocolectivocomopartedel
proceso por el cual, en sus luchas, un pueblo cambia yse sitúa bajo
el liderazgode lanuevaclasehegemónicaysumovimiento. Yaunque
Gramsci compartelahabitual sospechamarxistadeespeculaciones so­
bre el futuro socialista, adiferencia de la mayoríade ellos, él nobusca
ninguna pista del mismo en la naturaleza del propio movimiento. Si
analiza sunaturalezayestructuraydesarrollo como movimientopolí­
tico, comopartido, tanminuciosaymicroscópicamente, si rastrea, por
ejemplo, el surgimiento de un movimiento organizadoypermanente,
en oposición a una rápida «explosión», hasta sus elementos capilares
ymoleculares más diminutos (comoél mismolos llama), lohace por­
que ve que la sociedad futura se sustenta en lo que él denomina «la
formación de una voluntad colectiva» a través de dicho movimiento,
ysolamenteatravés de dicho movimiento. Porque únicamente de este
modo puede convertirse una clase subalterna en una clase potencial­
mente hegemónica, o si se quiere, estar capacitada para constmir el
socialismo. Sólo de este modo puede, a través de supartido, conver­
tirse verdaderamente en el «Príncipe moderno», en el motor político
de la transformación. Yal construirse a sí misma, en cierto sentido
estableceráya alguna de las bases sobre las que se constmirá la nueva
sociedad, yalgunos de susperfiles apareceránenellayatravés de ella.
Permítaseme, comoconclusión, preguntar por qué heelegidoeneste
capítulo concentrarme en Gramsci como teórico político. No sim­
plemente porque es extraordinariamente interesante yfascinante. Y
sin duda tampoco porque tenga una receta de cómo deberían orga­
336 Cómo cambiar el mundo

nizarse los partidos o los Estados. Como Maquiavello, es también


un teóricodecómolas sociedades deberíanfundarseotransformarse,
no de detalles constitucionales, ni mucho menos de las trivialida­
des que preocupan alos lobbiescorrespondientes. El motivo radicaen
que, entre los teóricos marxistas, es el único quevaloró conlamayor
claridad la importancia de la política como dimensión especial de la
sociedad, y porque reconoció que en política hay implícito mucho
más que poder. Esto es de gran importancia práctica, en particular
para los socialistas.
La sociedad burguesa, por lo menos en los países desarrollados,
siempre ha prestado especial atención a su marco político y a sus
mecanismos, por razones históricas enlas que noviene acuento en­
trar. Por esta razón, los acuerdos políticos se han convertido en un
poderosomedioparareforzar lahegemoníaburguesa, de maneraque
eslóganes tales como la defensa de la república, la defensa de la de­
mocracia, oladefensa de las libertades ydelos derechos civiles unen
a los dirigentes con los dirigidos para beneficio primordial de los
dirigentes; pero esto no significa que no seanrelevantes para los di­
rigidos. Así pues, son mucho más que meros cosméticos en el rostro
de la coacción, oincluso que simples artimañas.
Las sociedades socialistas, también por comprensibles razones
históricas, se concentran en otras tareas, especialmente las de pla­
nificar la economía, y (a excepción de la crucial cuestión del poder,
yquizá, en países multinacionales, de la relación entre sus naciones
componentes) prestan mucha menos atención a sus auténticas ins­
tituciones políticas ylegales, y a sus procesos. Estas sociedades ope­
ran informalmente, lo mejor que pueden, aveces incluso en incum­
plimiento de constituciones aceptadas o estatutos de partido —por
ejemplo, la celebración regular de Congresos—ya menudo en una
especie de oscuridad. En casos extremos, como en China en años
recientes, las principales decisiones políticas que afectanal futurodel
país parecen surgir repentinamente delas luchas deunpequeñogru­
po de dirigentes en la cúspide, y su misma naturaleza no está clara,
puesto que nunca se han discutido en público. En estos casos, sin
duda algo va mal. Completamente aparte de las demás desventajas
de este descuido de la política, ¿cómo podemos esperar transformar
Gramsci 337

lavidahumana, crear unasociedadsocialista (opuesta auna economía


poseídayadministrada socialmente), cuandolamasa del pueblo está
excluida del proceso político, eincluso se le permite ir ala deriva en
la despolitización y apatía de los asuntos públicos? Está claro que el
descuidodelos planes políticos por parte de las sociedades socialistas
está conduciendo a serias debilidades, que deben ser remediadas. El
futuro del socialismo, tanto en países que todavía no son socialistas
como en los que sí lo son, puede depender de prestar mucha más
atención alapolítica.
Al insistir en la importancia crucial de la política, Gramsci di­
rigió la atención a un aspecto fundamental de la construcción del
socialismo y también de la victoria del mismo. Es un recordatorio
que deberíamos tomar en consideración. Yun gran pensador mar-
xista que hizo delapolítica el núcleo de suanálisis merece, por con­
siguiente, ser leído, subrayadoydigerido interiormente hoyendía.
13

La recepción de Gramsci’

Gr amsci en Eur opa y Amér ica


Probablemente todos aquellos que leyeron unlibro sobre el impacto
internacional de Gramsci en 1994estarán de acuerdo conladeclara­
ciónde suprimer defensor español, citadapor el Profesor Fernández
Buey: «Gramsci es un clásico, o sea, un autor que tiene derecho a
no estar de moda nunca ya ser leído siempre». Ysin embargo, cada
capítulode estelibro testificalaparadoja de que las vicisitudes inter­
nacionales de este clásicohan fluctuado conlos cambios de moda en
la izquierda intelectual, Así, en la década de 1960 la actualidad de
Althusser en Latinoamérica bloqueó el camino de Gramsci, mien­
tras que en Francia la importancia de Althusser dio también publi­
cidad alos hasta entonces desconocidos italianos, alos que elogiaba
ycriticaba. El elemento de moda fueparticularmente evidente enla
medida en que la recepción de Gramsci coincidió con el auge de las
«nuevas izquierdas» de las décadas de 1960 y 1970, cuya capacidad
de consumir lo que Carlos Nelson Coutinho denomina «zuppa
ecléctica»(«sopaecléctica») de ingredientes intelectuales mutuamente
incompatibles era considerable. El elemento de moda es inclusomás
* Este capítulo fue escrito originalmente como introducción a la obra colectiva
Gramsci in Europa e America, Antonio A. Santucci (ed.) Roma y Barí, 1996.
340 Cómo cambiar el mundo

evidente en la década de 1990, cuando a los antiguos izquierdistas


transformados en neoliberales ya no les interesaba que se íes recor
dasencosas que evocasenviejos entusiasmos. Como Irina (Jrigor’eva
observa apropósitodela Rusiaposterior a1991: «Hoyendía se con
dena todo aquello que tiene que ver con el patrimonio de ideas rela
cionadas conel marxismo». De ahí que Rusiafueseen 1993«onizáel
país menos «gramsciano» del mundo».
Resulta igualmente evidente que Gramsci no podría haberse
convertido en una figura principal de la escena intelectual ¡a ndial ;
de no ser por a una compleja concatenación de circunstancias a lo i
largo de los cuarenta años posteriores a su muerte. No habría sido <
en absoluto conocido de no ser por ladeterminación de su camarada (
yadmirador Palmiro Togliatti de conservar ypublicar sus escritos y (
darlesunlugar prominente enel comunismoitaliano. Bajolas condi- 1
ciones del estalinismoéstanofueenabsolutounaeleccióninevitable, a
especialmente dada la conocida heterodoxia de Gramsci, apesar de a
que la línea del Séptimo Congreso Mundial de la Internacional la y
hizo un poco menos arriesgada. A pesar de las posteriores críticas h
de las opiniones de Togliatti sobre Gramsci, su interés después de c
la muerte de Gramsci por «sottrarli alie traversie delpresente ega-
rantirliper «lavitaavvenire delpartito»» (excluirlode los problemas p
del presente ysalvaguardarlo para «lavida futura del partido»)1ysu te
insistencia en la centralidad de Gramsci desde el momento de sure- p<
greso a Italia fueron los fundamentos de las posteriores vicisitudes lo
de Gramsci. Las deficiencias editoriales yomisiones de los primeros ni
años de la posguerra fueron el precio pagado por dar a conocer a lo
Gramsci; enretrospectiva, unprecio quevalíalapena pagar. Gracias ¡ Ei
a la determinación de Togliatti, y del nuevo prestigio del PCI, por de
lo menos las Lettere sepublicaron enuna serie de países, incluyendo ! Si:
algunas «democracias del pueblo», antes de la muerte de Stalin. Allí ; en
donde los partidos comunistas locales noloconsiguieron, nadie más ! en
lo hizo. Apesar de que casi inmediatamente salieron excelentes tra- ; Al
ducciones al inglés, tuvieron que transcurrir décadas para encontrar cit
editores para lasLettereen Gran BretañayEE.UU. 19;
Aun así, aparte de unos pocos extranjeros con recuerdos perso- j rar
nales de la resistencia italiana yamistades personales enla izquierda j fer.
La recepción de Gramsci 34i

italiana de la posguerra, la Rezeptionsgeschichtede Gramsci comien­


za con el XXCongreso del PCUS. Durante dos décadas fue parte
del intento por parte del movimiento comunista internacional de
emanciparse de la herencia de Stalin y de la Internacional Comu­
nista. Dentro del «grupo socialista» esto quedó reflejado en el casi
inmediato agradecimiento oficial a Gramsci como pensador político
y como mártir, como atestigua la publicación de una selección en
tres volúmenes de sus obras en laURSS en 1957-1959, la presencia
soviética en el primer Convegno Gramsci en 1958 yla asistencia de
laimportante eimplícitamente reformista delegación soviética en el
segundo (1967). De hecho, muy pocos de los autores no italianos
que escribieron sobre Gramsci en los veinte años posteriores a 1956
carecían de pasado o de presente comprometido con el marxismo.
Efectivamente, es difícil pensar en un no marxista en este campo
antes de finales de la década de 1970, a excepción del historiador
americanoH. Stuart Hughes (que teníaun especial interés por Italia)
yel historiador británico James Joll (que estaba especializado en la
historia de la izquierda). Finalmente, claro está, Gramsci se abriría
camino enlaliteratura académica.
Más exactamente, Gramsci atrajo la atención fuera de Italia en
primer lugar como pensador comunista que proporcionó una estra­
tegia marxista aaquellos países para los que larevolución de octubre
podíahaber servidode inspiración, pero no de modelo; es decir, para
los movimientos socialistas en situaciones y entornos no revolucio­
narios. El prestigioyel éxitodel Partido Comunista Italianodurante
los años quevan desde el Memorándumde Yalta hasta lamuerte de
Enrico Berlinguer naturalmente difundió la influencia de un pensa­
dor considerado generalmente como el inspirador de sus estrategias.
Sin duda, Gramsci alcanzó el auge de su importancia internacional
enlos años del «eurocomunismo» de la década de 1970, yretrocedió
encierto modo enla de 1980, excepto quizá enla República Federal
Alemana, donde fue descubierto bastante tarde, yel interés que sus­
citó estaba en su punto álgido en la primera mitad de la década de
1980. Allí donde la izquierda todavía no había abandonado la espe­
ranza en estrategias clásicas de insurrección ylucha armada, se pre­
feríanotros gurús intelectuales. De ahí lacuriosahistoriaendos fases
342 Cómo cambiar el mundo

de la penetración de Gramsci en Latinoamérica: como parte de la


apertura del marxismo del PC después de 1956-1960, y después del
desplome delas estrategias de lalucha armada enla década de 1970.
Al parecer, el debate internacional sobre Gramsci quedó en gran
medida separado e independiente de la vigorosa polémica italiana
acerca del pensador marxista más grande del país. Los principales
libros italianos sobre Gramsci no se han traducido, por lo menos al
inglés —salvolabiografía de Fiori—, aunque existenintroducciones
a la literatura italiana, como en las obras de Showstack ; -vr,n v
Mouffe, editadas por ellos mismos. No es de extrañar. Los extranje
ros leían inevitablemente a los pensadores nacionales, por más uni
versales que fueran sus intereses, de manera diferente de los lectores
de su propia cultura, ycuando el pensador está, como Gramsci, tan
estrechamente vinculado asurealidadnacional, las lecturas extranje
ras ylas nacionales son más propensas adivergir. En cualquier caso,
varios delos temas más vehementemente debatidos enItalia no eran
tanto debates sobre Gramsci como debates afavor o (más a menudo)
encontrade algunafasedelapolíticadel PCI. Estos nosiempre eran
de gran interés para los no especialistas del exterior. Sin embargo,
hayque destacar que lo que ha influido enlos lectores extranjeros es
el texto de las obras de Gramsci más quelaliteratura delacrítica y la
interpretaciónquesehaacumuladoentorno aellas ensupropio país.
Es decir, el Gramsci de la era en que aparecieronlas primeras selec
ciones importantes de suobraenlos idiomas locales o, como mucho,
cuandoaparecieronlos primeros gramscianos locales enlaescena in
telectual para introducir al hasta entonces no traducido pensador.
Básicamente, podemos decir quelarecepciónnoitalianade Gramsci
fue la del Gramsci de 1960-1967.
La acogidainternacional de Gramsci estuvo, ysigue estando, su
jeta alas fluctuantesvicisitudes delaizquierdapolítica. Ycontinuará,
ydebe continuar, siendo así hasta cierto punto. Porque Gramsci era
el filósofo de la praxis política por excelencia. La mayoría de lum
breras de lo que se ha denominado «marxismo occidental» pueden
leerse, por así decirlo, como académicos, ya que muchos de ellos lo
eran o lo podían haber sido: Lukacs, Korsch, Benjamin, Althusser,
Marcuse yotros. Escribieron auno odos pasos de las realidades po-
La recepción de Gramsci 343

líticas concretas incluso estando, como Henri Lefebvre, en algún


momento u otro inmersos en ellas como organizadores políticos.
Gramsci no puede separarse de estas realidades, puesto que incluso
susgeneralizaciones más amplias están invariablemente relacionadas
conla investigación de las condiciones prácticas para transformar el
mundo mediante lapolítica enlas circunstancias específicasenlas que
escribía. Como Lenin, no estaba destinado alavida académica, aun­
que a diferencia de éste él era un intelectual nato, un hombre casi
físicamente entusiasmado por la pura atracción de las ideas. No en
vanofue el único teórico marxista genuino que también fue líder de
un partido marxista de masas (si dejamos de lado al mucho menos
original Otto Bauer). Una de las razones por las que los historiado­
res, marxistas e incluso no marxistas, lo encuentran tan gratificante
es precisamente su rechazo a abandonar el terreno de las realidades
históricas socialesyculturales concretas enaras delaabstracciónyde
modelos teóricos reduccionistas.
Por consiguiente, es probable que Gramsci continúe leyéndose
principalmente por la luz que sus escritos arrojan sobre la política,
dicho con sus propias palabras, el «cuerpo de reglas prácticas para la
investigación y de detalladas observaciones útiles para despertar
elinterés por larealidadefectivayparaestimular unentendimientopo­
líticomásrigurosoymásvigoroso». Yonocreoque aquellos quebus­
can tal entendimiento sólo lo encuentren en la izquierda, aunque
por razones evidentes aquellos que compartenlos objetivos de Gramsci
es muyprobable que acudan a él en calidad de guía. Como destaca
Joseph Buttigieg, los anticomunistas americanos están preocupados
porque Gramsci todavía puede inspirar a la izquierda postsoviética,
cuando Lenin, Stalin, TrotskyyMaoyanopueden hacerlo. Sinem­
bargo, mientras que se espera que Gramsci siga siendo guía de la
acciónpolítica triunfal para laizquierda, está claro que suinfluencia
internacional hapenetradomás alládelaizquierda, einclusomás allá
delaesfera delapolítica instrumental.2
Puedeparecer trivial queunaobradereferenciaanglosajonapueda
—citolaentrada entoda suextensión—reducirlo auna solapalabra:
«Antonio Gramsci (pensador político italiano, 1891-1937), véase en
HEGEMONIA».3Puede ser absurdo que un periodista americano
344 Cómo cambiar el mundo

citado por Buttigieg crea que el concepto de «sociedad civil»fuein­


troducidoenel discursopolítico modernopor Gramsci únicamente.4
Sin embargo, la aceptación de un pensador como un clásico perma­
nente viene a menudo indicada precisamente por estas referencias
superficiales hechas por personas que, atodas luces, sabende él poco
más que el hecho de que es «importante».
Cincuenta años después de sumuerte Gramsci se había conver­
tido así en una figura «importante» incluso fuera de Italia, donde
su estatura en la historia y cultura nacional fue reconocida casi
desde el principio. Hoy en día está reconocida en casi todas las par­
tes del globo. De hecho, la floreciente escuela histórica de «estudios
subalternos»ubicada en Calcuta indica que lainfluencia de Gramsci
sigueexpandiéndose. Ha sobrevividoalas coyunturas políticas quele ,
dieronprominenciainternacional por primeravez. Ha sobrevividoal i
propiomovimiento comunista europeo. Ha demostrado suindepen-
dencia respecto de las fluctuaciones de la moda ideológica. ¿Quién I
espera hoyuna nueva moda para Althusser oincluso para Spengler? ,
Ha sobrevividoalainclusiónenguetos académicos, que pareceserel (
sino de tantos otros pensadores del «marxismo occidental». Incluso t
ha evitado convertirse en un «ismo». ,
Nopodemos predecir lasuerte queel futurodepararáasusobras. j
No obstante, supermanencia es yalobastante palmaria yjustificael j
estudio histórico de surecepcióninternacional. (

Gramsci eninglés 1

i
La lista de los autores del mundo cuyas obras son citadas conmayor ,
frecuenciaenlaliteraturainternacional enel campodelashumanidades (
ylas artes5contiene pocos italianos, ysólocinco nacidos después del (
sigloxvi. No incluye, por ejemplo, ni aVico ni aMaquiavello. Pero ]
sí recoge el nombre de Antonio Gramsci. La cita no garantiza ni j
conocimeinto ni comprensión, pero indica que el autor citado tiene {
unapresencia intelectual. Lapresenciade Gramsci enel mundo cin- c
cuenta años después de su muerte es innegable, y es especialmente ]
notable entre los historiadores de regiones de hablainglesa. 1
L a recepción de Gramsci 345

Gramsci empezó aser conocido en esta zona poco después de la


guerra, que había llevado amuchos intelectuales antifascistas de ha­
blainglesa a Italia. Suobra se debatió con comprensión en el Times
LiterarySupplementyz. en 1948, es decir, poco después delapublica­
ción de II Materialismo Storico. Los historiadores desempeñaron un
importante papel ensudescubrimiento fuera deItalia. Unjovenhis­
toriador británico recopilóloque probablemente es laprimera selec­
ciónde sus obras enlengua noitaliana {TheModernPrince, Londres,
1956), yya en 1958 un historiador americano de renombre debatió
acerca de él bajo el título de «Gramsci y el humanismo marxista»,
enlo que sigue siendo la obra más conocida en esta lengua sobre la
historia intelectual general de la Europa de comienzos del siglo xx
(H. Stuart Hughes, Concienciay sociedad). Otro historiador británico,
GwynA. Williams, elaboró el primer estudionoitalianode«El con­
cepto de egemoniaen el pensamiento de Antonio Gramsci» en 1960
(enelJournaloftheHistoryofIdeas). Al mismo tiempo, otrohistoria­
dor terminó una tesis doctoral, que pocos años después se convirtió
en el primer libro sobre Gramsci fuera de Italia: Antonio Gramsciy
losorígenes del comunismo italiano deJohn M. Cammett (1967). En
resumen, en' 1960 se conocía más de Gramsci en el mundo de habla
inglesa que en cualquier otra parte fuera de Italia, aunque era bien
poco. Las ediciones excepcionalmente bien escogidas de las obras de
Gramsci editadas por Hoare yNowell Smith apartir de 1971 refor­
zaronlaventaja de quegozabanlos lectores ingleses.6
Gramsci ejerciósuprincipal influencia, naturalmente, enlos his­
toriadores marxistas, que en cierto modo han sido más influyentes
y activos en el mundo de habla inglesa que en cualquier otro lu­
gar de Occidente. Sinembargo, nohayninguna «escuelagramsciana»
de historia, ni la influencia de Gramsci en los historiadores puede
distinguirse claramente de su influencia en el marxismo en general.
Los escritos de Gramsci ysuejemplo han contribuido, sobre todo, a
partir en dos la dura cáscara de doctrina que se había ido formando
entorno al cuerpovivodel pensamiento marxista, ocultando incluso
estrategias y observaciones tan originales como los llamamientos de
Lenin a la ortodoxia textual. Gramsci ha ayudado a los marxistas a
liberarsedel marxismovulgar, yalavezlohizomás difícil, demanera
346 Cómo cambiar el mundo

que los adversarios de la izquierda no pueden descartar el marxismo


como una variante del positivismo determinista.
En este sentido, las principales lecciones de Gramsci no son
gramscianas sino marxianas. Sonun conjunto devariaciones sobreel
tema de Marx de que «los hombres hacen suhistoria, pero nolaha­
cen... bajo circunstancias elegidas por ellos, sino bajo circunstancias
directamente halladas, dadas y transmitidas por el pasado» {El die­
ciochodeBrumario) (o, como lo expresa Gwyn A. Williams, «Lavo­
luntad humana era fundamental para el marxismo de Gramsci, pero
era una voluntad histórica, dirigida hacia las realidades objetivas de
lahistoria»).7Incluso lainsistencia de Gramsci, pocofrecuente entre
sus contemporáneos marxistas, en la autonomía de las esferas de la
política yla cultura puede considerarse un recordatorio de Marx, tal
como un estudioso de Marx tan agudo como George Lichtheimno
dejó de observar.8
Por consiguiente, es natural que un examen autorizado de los
acontecimientos en historiografía considere a Gramsci exclusiva­
mente en este contexto.9Yque un historiador marxista afirme: «La
influencia gramsciana en la historia marxista no es particularmente
nueva. Yomismonocreoque Gramsci tenga otroenfoque específico
de la historia que no sea el enfoque marxista».10Esto no hace que
su influencia sea menos importante. Los historiadores ansiosos por
romper conlarigidezdelatradicióncomunistaheredada sesintieron
enormemente alentados, e inspirados, al descubrir que este «teórico
de insólita capacidad» (Lichtheim) estaba de suparte. Además, po­
cos de los teóricos marxistas que surgieron, oque seredescubrieron,
apartir de la década de 1950, estaban tan versados en historia como
él, ypor lotanto tan provechosos para estudiar otan susceptibles de
ser leídos por historiadores.
Sinembargo, tambiénhayuna influenciaespecíficamentegrams­
cianaenlos historiadores, yno simplemente un empuje gramsciano
a acudir (o regresar) aMarx. Porque no sólo hayciertos conceptos
extremadamente fértiles en la obra teórica de Gramsci, que añaden,
por así decirlo, nuevas dimensiones al análisis histórico, sino que él
mismo escribió largo y tendido sobre problemas que son esencial­
mente históricos ytambién políticos.
La recepción de Gramsci 347

Sus reflexiones sobre la historia italiana, aunque muy debatidas


en supropio país, nohan tenido mucha resonancia en otros lugares,
exceptoenlarestringida comunidad delos italianistas. Por otrolado,
en un campo específico, o conjunto de campos, de estudios históri­
cos, lainfluencia directa de Gramsci es intensa oincluso dominante.
Se trata de la historia de la ideología yla cultura, sobre todo cuando
afecta ala «gente corriente», especialmente enla sociedad preindus­
trial. La influencia de Gramsci en este campo seremonta muyatrás
enel tiempo. Ya en 1960, señalé que «una de las sugerencias más es­
timulantes delaobradeAntonio Gramsci es el llamamiento aprestar
mayor atención delaque enel pasado seprestóal estudiodel mundo
de las «clases subalternas»».11
La historia y el estudio del mundo de las clases subalternas se
han convertido desde entonces en uno de los campos más rápida­
mente florecientes ycrecientes de lahistoriografía. Es practicado no
sólo por marxistas y un considerable número de lo que puede des­
cribirse con acierto como populistas de izquierdas, sino también por
historiadores de otras ideologías. Dicho camponoha crecidoporque
Gramsci reclamase suestudio; pero cualquiera que seintroduzca se­
riamente en él no podrá dejar de percatarse de que uno de los raros
ymás completos pensadores (yel único del marxismo occidental, sin
excluir al propio Marx) ya se lo había tomado muyen serio. Porque
mientras que existe una larga tradición en la que pueden inspirarse
el historiador de gran cultura ylas ideas expresadas en los libros, los
historiadores del nuevocampodelaculturapopular estabanpráctica­
mente aoscuras. De ahí elvacíointelectual enel meollodeconceptos
tan insulsos como la «histoire des mentalités». Por consiguiente, es
natural que incluso los no marxistas que se introducen en este cam­
po, como el distinguido historiador de Cambridge Peter Burke, se
encuentren acudiendo, aunque sea accidentalmente, a las obras de
Gramsci, como en surompedora einnovadora obraLa culturapopu­
larenlaEuropamoderna(1978). De hecho, hoyendíapuede resultar
difícil o imposible debatir los problemas de la cultura popular, o de
cualquier cultura, sin acercarse a Gramsci, o sin hacer uso explícito
de sus ideas; como insinúa Burke que E. P. Thompson yRaymond
Williams tuvieron que hacer.12

You might also like