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JUGUEMOS?...

POSIBILIDADES TERAPÉUTICAS DEL USO DEL


JUEGO EN TERAPIA FAMILIAR CON NIÑOS Carmen Paz Puentes
Belmar Psicóloga Clínica Universidad Católica Terapeuta Familiar Unidad
de Niños y Adolescentes ICHTF Eduardo Carrasco Bertrand Psiquiatra
infantil y del adolescente. Terapeuta familiar. Docente del Instituto Chileno
de Terapia Familiar Resumen: Este artículo destaca la importancia del uso
del juego en terapia familiar con niños, tanto como contexto necesario para
que se desarrolle el proceso terapéutico, como en tanto herramienta
específica para intervenir en las pautas relacionales en la familia. También
pretende contribuir a consolidar entre los terapeutas una mirada a los niños
que participan en terapia familiar, como sujetos activos de esta,
independiente de su edad y modos particulares de comunicación, asunto
que es o no reforzado dependiendo de las formas en que se interactúa con
ellos. Al promover esta mirada se descubre el amplio número de
posibilidades terapéuticas que la presencia de los niños permite en
sesiones. 1

2 Si bien en los últimos años ha habido consenso respecto a la necesidad de


incorporar a los niños en la terapia familiar, escasean aportes respecto al
uso del juego en sesiones desde el punto de vista relacional. El juego se
considera como facilitador del trabajo con niños en terapia familiar, y como
una actitud y capacidad básica, tanto del terapeuta como de la familia, de
ubicarse en el como si, para desde esa posición introducir el cambio.
También surge como cualidad de comunicación que favorece la capacidad
reflexiva y el desarrollo de la intersubjetividad. El uso del juego debiera
tener siempre un sentido relacional y estar organizado en el aquí y ahora,
de manera que desde el momento emergente adquiera un sentido para la
familia y cumpla un rol comunicador. El niño como sujeto en terapia:
Cómo un niño se hace partícipe o lo hacemos partícipe de un proceso
terapéutico?. Un niño es siempre un sujeto activo en terapia, independiente
de su edad y modos particulares de comunicación. Ello no siempre se ha
reflejado en las experiencias en que estos participan o son invitados a
participar en terapia. Por ello el tema de cómo incluir a los niños en terapia
familiar ha ido cobrando relevancia en las últimas décadas, sino en las
prácticas, al menos en la teoría (Carpenter 1993; Dowling, 1994; Andolfi
1984; Carrasco, 2002; Wachtel, 1997; Gil, 1994 ). Algunos terapeutas
(Cooklin 2001, Martínez 2003) se han referido a esta necesidad aludiendo a
los derechos de los niños en terapia. Francoise Dolto (1994), desde el
psicoanálisis, hizo un notable esfuerzo por hacer ver a la comunidad la
importancia de concebir a los niños como sujetos con voz y deseo propio,
dignos de respeto y con capacidad de decir y comunicar desde su
nacimiento: al nacer el hombre es ya el mismo enteramente, pero bajo una
forma donde todo está por advenir todo está ahí y merece pues, ser
respetado al mismo título que tuviera 50 años más. Dolto plantea el valor
estructurante de la verdad dicha en palabras a los niños, 2

3 incluso a los más pequeños, concerniente a los acontecimientos en los


que estos se ven involucrados. Desde la perspectiva sistémica, podemos
considerar a Withaker (en Schaefer y Carey 1994) como el precursor de la
consideración de los niños en terapia. El fue activo en incluirlos como
participantes y en facilitar su participación incluyendo juguetes en las
sesiones de terapia familiar, así como dando especial importancia al uso del
lenguaje no verbal. Andolfi (1997) comentó en forma más específica la
consideración a los niños en terapia: al trabajar con una familia,.el
terapeuta debe considerar al niño como una persona que tiene pleno
derecho a manifestar y comunicar sus pensamientos, sentimientos y
opiniones de modo personal y ciertamente no subordinado ni
cualitativamente inferior a los otros. Cooklin (2001) habla de niños
pensantes y menciona la necesidad del terapeuta de propiciar la
participación activa de éstos en sesión, lo que requiere no solo que a un
niño se le invite a hablar, sino más bien a darle razones para creer que sus
opiniones importan. Este autor invita a los niños a participar de
conversaciones dialécticas, donde busca implicarlos en la sesión, y a
activar su pensamiento participativo, para así combatir las expectativas
tradicionales del niño de actuar en forma complaciente con los adultos y el
terapeuta. A propósito de los derechos del niño en terapia, menciona su
derecho a expresarse libremente en materias que les afecten, de acuerdo a
su edad y madurez. Al respecto, cerca de todos los temas que se desarrollan
en contextos terapéuticos son materias que les afectan. Por su parte,
Wachtel (1997) desarrolló el concepto de pensamiento sistémico inverso
refiriéndose a la tendencia de clínicos y terapeutas familiares a ver en
exceso la influencia del sistema familiar o conyugal sobre el niño, y
olvidando la influencia inversa del niño 3

4 sobre el sistema. Por ejemplo, no considerando muchas veces las


características de un niño que generan o derivan en problemas de
convivencia familiar. Desde la perspectiva de esta autora, la tendencia a ver
a los niños como voceros, aliados, etc. ha dificultado verlos como sujetos
en su propia individualidad y propia necesidad de decir. Al insistir en la
idea del niño como paciente índice, comunicador de la disfunción familiar,
se ha tendido a privilegiar la totalidad del sistema por sobre la totalidad del
individuo y más específicamente por sobre la subjetividad del niño
(Carrasco 2002). Ahora bien, sin duda que para comenzar a considerar a un
niño requerimos como terapeutas tener un mínimo de manejo de
conocimientos acerca del desarrollo y psicología infantil (Carrasco 2003).
Esto permitirá manejarnos con soltura en la comunicación verbal y no
verbal que se desarrolle, así como ser capaces de leer, comprender y
traducir determinadas actitudes, rasgos e interacciones. Por ejemplo, el tipo
de juegos o dibujos, que sabemos que tienen una evolución que cambia con
la edad, la necesidad de los niños pequeños de estar físicamente activos, su
labilidad atencional y motivacional, su concretismo en el lenguaje, las
dificultades de separación de un niño pequeño, etc. Aspectos como los
mencionados son básicos para facilitar la comunicación que se despliegue
en terapia con niños y adultos presentes. Desde otra perspectiva, Cooklin
(2001) alerta a los terapeutas que en su interés por incluir a los niños han
tendido a usar en forma indiscriminada métodos no verbales de
comunicación y juego. Este extremo también podría conllevar algunos
riesgos y terminar no considerando a los niños en la práctica. Ello podría
darse, por ejemplo, al no atender a la necesidad de lenguaje de los niños y
de tratar temas serios, supuesto de que no pueden comunicarse a través del
lenguaje verbal. Muchas veces vemos que un niño pequeño prefiere
conversar sobre un tema aunque se le haya ofrecido la alternativa de
dibujar sobre esa misma situación, por ejemplo. Por otra parte, lo poco
familiar de 4

5 algunas técnicas de juego podría implicar el supuesto de que el terapeuta


tiene una capacidad privilegiada de interpretar la comunicación de los
niños, llegando incluso a ser experimentado por estos como alguien que
invade su privacidad, o que tiene pensamientos antes que los otros. El
sistema terapéutico con niños: zona de juego. Cuando un niño entra a una
sesión de terapia junto con su familia, es frecuente que explore y que
busque algo que le sirva para jugar. No es mucho lo que necesita para
hacerlo: hojas y lápices por ejemplo, o un objeto que esté a mano. A veces
los niños pequeños traen un juguete propio. Su modo de estar en la escena,
su capacidad de comunicar y de hacerse parte del proceso terapéutico, se
desplegarán desde el inicio. Ahora bien, puede ocurrir que ese niño no solo
encuentre materiales de juego sino también a otros con quienes jugar. Y
resultará sumamente provechoso si esos otros, independiente de su edad,
participan también de su juego y se dejan llevar por él. O bien que esos
otros inviten al niño a participar en la escena con sus propios juegos. De
modo que, por una parte, el jugar constituye una oportunidad de
comunicación con el niño y por otra, la respuesta de los adultos presentes
aprovecha o abandona esa posibilidad de conexión. Por ejemplo, ante el
juego espontáneo puede suceder que uno de los padres sancione al niño y
lo llame al orden, quizás con la intención de que coopere con el terapeuta.
Puede ocurrir también que el niño siga su juego mientras se desarrolla un
diálogo entre los adultos. Así, la escena terapéutica se fragmenta: la
experiencia no es compartida. El terapeuta, con su actitud, puede actuar de
puente y favorecer la generación de un clima emocional propicio para
jugar, a la vez que facilita la comunicación del niño con sus padres. Para
este efecto es necesario que se sienta cómodo en la situación y que conozca
las características y la importancia del jugar en el desarrollo. 5

6 Si intentamos describir las características que definen a un niño sano


jugando, no dudaremos en señalar su espontaneidad, transparencia y su
flexibilidad, entre muchas otras. Llamaremos flexibilidad a su don para
cambiar de contexto y niveles de comunicación fácil y rápidamente y
además hacerlo en un estado emocional que, desde el punto de vista de
quien observa, transmite tranquilidad, confianza, y goce. Cuando
observamos con atención podemos darnos cuenta que cada vez que un niño
juega gana algo, un logro nuevo, un aprendizaje, un dominio de experiencia
más. Y todo ello sin saberlo, y menos aún proponiéndoselo, sino que
simplemente experimentando. Eso es fundamentalmente jugar, una forma
de experiencia y de creación de novedad, área de experticia de los niños.
Hay que tomar en cuenta que los niños, con su sola presencia en la terapia
nos hacen partícipes del fenómeno del desarrollo individual y junto a ello,
del desarrollo familiar (Falicov, 1991; Carrasco, 2002). Nos sitúan dentro
de un sistema relacional en desarrollo. La terapia se incorpora así a la
organización evolutiva de la familia que consulta, pudiendo potenciar
procesos de transformación (Carrasco 2002) Frente a una familia con niños
o adolescentes, el terapeuta es testigo de esas pautas de relación tal como se
despliegan en el momento presente, y puede acceder a la posibilidad de
acompañar a esa familia a crear formas de estar juntos nuevas, haciéndose
él mismo partícipe de esta novedad. En la relación con el terapeuta se
reeditarán estilos de interacción y modalidades vinculares específicas a
cada familia y a los individuos que la componen. La experiencia de jugar
cumple variadas funciones desde el punto de vista del desarrollo.
Constituye una forma de apropiarse del mundo externo, sometiéndolo a
prueba, aprendiendo de él. El juego facilita aprender a manejar el ambiente,
al desplazar hacia el exterior miedos, angustias y problemas internos, para
luego dominarlos mediante la acción. 6

7 El juego sano es una experiencia placentera y divertida. En un extremo


opuesto, sabemos que en la psicosis el jugar puede transformarse en una
realidad aterradora. El juego sano permite expresar emociones cargadas en
forma negativa como la agresión, expresar esta emoción sin volverla contra
sí mismo, favorece la catarsis emocional, y la elaboración de situaciones
traumáticas; favorece el aprender a expresar y manejar sentimientos y
conflictos, así como asimilar e integrar experiencias dolorosas. También
permite controlar la ansiedad. Más aún, se considera que el juego es
autoterapéutico, en tanto favorece el desarrollo sano, pues permite integrar
y asimilar la experiencia, a través de mecanismos como la proyección, el
desplazamiento, la simbolización, etc. Los aportes de Winnicott (2002)
permiten entender mejor este aspecto. Este autor estudió y describió el
fenómeno del juego incorporando el aspecto interaccional, esto es, el modo
de estar vinculado a la experiencia de juego. Distinguió el juego del jugar,
y a la capacidad de jugar la denominó fenómeno transicional, y la vinculó a
la posibilidad de un sujeto de ubicarse en el "como si". Este lugar
corresponde a un espacio potencial, a una nueva zona de experiencia - un
espacio intermedio entre lo subjetivo y lo objetivo - y como tal, lo concibió
como un lugar de descanso, puesto que allí no existe el cuestionamiento de
su realidad, la pregunta esto es real? no existe. Fundamentalmente lo
concibió como una experiencia, independientemente de dónde provenga.
Esta capacidad constituye un logro en el desarrollo, solo posible si ha
habido experiencias suficientes de confianza básica. En este sentido el
espacio transicional corresponde a una prolongación de un modo de estar
seguro y confiable, y por tanto a un tipo de vínculo dentro de un clima
emocional seguro que propicia la confianza para crear y para probar la
novedad, permitiendo así explorar y crecer. 7

8 Winnicott (2002) afirma que en este espacio la creatividad se torna


posible y nos sentimos vivos como seres humanos, en contraposición a ser
únicamente seres que reaccionan por reflejos. La capacidad de los seres
humanos de jugar se mantendrá durante toda la vida vinculada a las
experiencias culturales, religiosas, artísticas, a los sueños, y se mantendrá
como un proceso abierto y relacional. Desde esta perspectiva, en una
psicoterapia estamos siempre jugando, pues el lugar relacional de la terapia
corresponde a una zona de juego, también intermedia, o que podríamos
llamar, de acuerdo a Winnicott, espacio potencial, compuesta por dos zonas
de juego: la del paciente y la del terapeuta. El psicoanálisis, en opinión de
este autor, corresponde a una forma refinada de juego. En psicoterapia,
para que se de este tipo de experiencia, tal como en el desarrollo, es
necesario una experiencia de confianza básica. Un terapeuta que se atreve a
jugar propicia este clima naturalmente y sabe sacar provecho de ello. Es
importante reconocer el valor relacional del juego y los significados
singulares que la familia le da en una sesión de terapia. El clima emocional
que favorece la creación de contextos de juego implica ir más allá de los
contenidos del juego mismo: es necesario proveer a la familia de un
contexto para que el juego se desarrolle (Whitaker, en Schaefer y Carey
1994). La experiencia de jugar en terapia es entendida más bien como una
manera de estar con otros, como una manera de decir y de escuchar, vale
decir, de comunicar. Entonces no se trata solo de apoyar que un niño o una
familia jueguen, sino de que el juego propicie nuevas y creativas maneras
de vincularse y de estar juntos en una familia. Enfocando su uso en terapia
familiar con niños, el juego también cumple variadas funciones, llegando a
ser considerado por varios autores como una fundamental herramienta
facilitadora. 8

9 Para Andolfi (1984) el juego es el lenguaje relacional propio de la edad


evolutiva y no debe ser considerado sólo como un modo de expresión de
emociones y conflictos intrapsíquicos, sino que debe ser analizado en
función de la interacción que promueve entre cada niño y adulto en
particular. Para Carpenter (1993) el juego puede ser útil como forma de
facilitar la alianza y comunicación, pero más que atender al contenido del
juego, es necesario su aporte en el sentido interaccional. El juego acompaña
las conversaciones, agregando información, redondeando las ideas,
haciendo énfasis, etc. El juego puede ser usado como estrategia específica
que brinda información al terapeuta sobre la familia: al asignar tareas
conjuntas o promover determinadas interacciones a un grupo familiar en un
contexto de juego, es posible conocer sus formas de organización, sus
estilos de comunicación verbal y no verbal, formas de negociar y resolver
conflictos, de construir límites, las pautas de apego, la capacidad reflexiva
de sus miembros, los estilos de liderazgo, coaliciones, nivel de desarrollo,
ansiedades, fortalezas, etc. El juego condensa y simboliza una enorme
cantidad de información que muchas veces nos costaría muchas sesiones
recoger en forma verbal. Por ejemplo, una sesión de genograma familiar
resultó especialmente facilitadora en una familia inhibida y poco verbal,
para dar cuenta del impacto emocional en todo el grupo de la muerte al
nacer de uno de los hijos. Al darles la consigna de construir el genograma,
ninguno dudó en incluir como miembro a este hermano, lo que posibilitó
posteriormente incorporar en la conversación esta experiencia significativa,
los recuerdos de los niños y emociones asociadas. En esta misma sesión la
elección que la madre hizo del padre: un niño, porque es como un niño y lo
considero como otro hijo más, abrió la posibilidad de tratar el conflicto
entre la pareja de padres. 9

10 A través del uso del juego se permite a los padres observar, decodificar
y participar en el juego de sus hijos de manera de mejorar su comprensión
de la experiencia infantil, pudiendo profundizar el contacto emocional con
sus hijos, así como activando y fortaleciendo sus recursos parentales
(Carpenter 1993; Wachtel 1997)) de modo que se constituyan ellos en
agentes terapéuticos para el niño. El juego y la atención se centra en
mejorar estas relaciones, más que en dar a los niños experiencias
emocionales correctivas con el terapeuta, puesto que la idea es que esta
experiencia se obtenga al interior de su familia. Al crear encuentros lúdicos
conjuntos el terapeuta brinda la posibilidad a la familia de verse a si misma
con suficientes energías y recursos autoterapéuticos, así como poder
reconocer sus propios recursos y capacidad de transformación. El uso del
juego se convierte en terapéutico cuando a través de este tipo de
actividades la familia reflexiona sobre sí misma en un clima propicio, más
allá de la información que brinda al terapeuta. En relación a esto, muchas
veces resulta útil preguntar a la familia al término de la sesión: con qué se
van, o bien, al inicio de la sesión siguiente: con qué se fueron, qué
recuerdan, qué les pareció la actividad. Por ejemplo, un niño de 9 años
contestó después de una sesión de juego que le gustó la actividad porque
nos entretuvimos y nos conocimos más. Los padres muchas veces son
quienes ponen palabras a la experiencia y hacen su propio proceso de
reflexión al respecto: me di cuenta que me cuesta jugar y relajarme, me
pongo como observador. Estas observaciones muchas veces surgen en
forma instantánea durante la sesión permitiendo introducir los temas
relacionales. Cuando le preguntamos a la familia cómo se fue en una sesión
posterior, muchas veces nos encontramos con que el proceso reflexivo
continuó después de la sesión, generándose nuevas preguntas e
interacciones dentro de la misma familia. El hablar sobre ello permite que
la familia se vaya apropiando en el 10

11 lenguaje de su experiencia de desarrollo y que nosotros podamos


acompañar y conocer la síntesis que la misma familia va elaborando sobre
su proceso. Se ha señalado que el uso del juego constituye una estrategia
privilegiada para trabajar cuando hay niños y adultos juntos, al proveer de
un medio poco amenazante donde los niños se sienten cómodos y donde su
participación es reconocida como importante. Se dice que logra disminuir
la resistencia y facilitar la cooperación y participación en la terapia. Si
pensamos sobre ello, es más fácil que como adultos nos ubiquemos en una
posición de niños que viceversa. El terapeuta atiende a las interacciones
espontáneas y hace uso de recursos lúdicos cuando considera que puede ser
útil para crear puentes de comunicación entre adultos y niños. El juego
provee así un mecanismo de vincular y conectar ambos mundos,
constituyéndose de este modo en una experiencia integradora de lo
individual y lo relacional, así como de la integración de adultos y niños.
Formas de jugar en terapia familiar: Cómo jugar para que el uso del juego
sea terapéutico?. Más allá del uso de una determinada técnica de juego, es
central atender al proceso relacional en curso durante la sesión. En ese
contexto la posibilidad de jugar emerge como posibilidad de comunicación
que adquiere un sentido para quienes participan. Esto, como ya hemos
señalado, dependerá del clima emocional en sesión y de la actitud de un
terapeuta que se involucre en forma significativa y esté dispuesto a jugar.
Desde este punto de vista, el jugar se entiende como la capacidad del
terapeuta de establecer una relación lúdica, en donde la posibilidad de jugar
en sesión es considerada no solo un objetivo terapéutico, sino incluso un
valor en sí mismo, y una cualidad intrínseca del sistema terapéutico
(Andolfi, 1997). La finalidad del juego pasa a 11

12 ser el juego mismo y su emergencia un logro terapéutico en sí. Cuando


el uso de una técnica lúdica se utiliza como fin en sí mismo corremos el
riesgo de descuidar lo anterior, aspecto que las mismas familias se
encargarán de hacernos ver, por ejemplo, a través de muestras de
incomodidad o molestia manifiesta. El entusiasmo por probar y practicar
técnicas de juego no debiera estar por sobre las necesidades emergentes de
la familia en sesión. Más bien proponemos que el terapeuta conozca y
maneje diversas técnicas y las tenga siempre a mano de modo que pueda
recurrir a ellas cuando el momento le parezca propicio. Las intervenciones
en el campo del juego terapéutico han estado dirigidas fundamentalmente a
la interpretación de los contenidos así como a fines diagnósticos. Por
ejemplo, en la terapia de juego familiar de orientación psicoanalítica
(Scharff, en Schaefer y Carey 1994), se atiende al juego espontáneo y a la
expresión a través de este de significados y metáforas inconcientes, así
como de patrones de relaciones objetales, siendo la interpretación la forma
de intervención principal. Además de la necesidad de replantear este uso
interpretativo del juego (Dio Bleichmar 2000), se considera necesario
aprender a observar y propiciar el uso del juego desde el punto de vista
interaccional. Pocos autores (Andolfi, 1997 Cooklin, 2001; Carrasco,
2002), se han referido específicamente al valor relacional del juego en
terapia. Es una lástima que el psicoanálisis no haya logrado desplazarse del
juego de los niños al de los adultos, y aún mejor, al juego entre estos y
aquellos (Andolfi, 1997). Dentro de la perspectiva psicoanalítica,
Winnicott (2002) se acerca a esta perspectiva cuando describe en forma
muy bella sesiones donde el juego del niño acompaña las conversaciones
del terapeuta con su madre. Podemos pensar que eso sucede siempre, en
rigor, si se ha logrado instalar en la sesión un contexto de comunicación
con la familia. Pero más allá de comprender como terapeutas estos 12

13 significados, nuestra tarea es poder devolverlos a la familia de modo


que adquieran un sentido para esta. Desde esta perspectiva, atender a la
configuración relacional en la cual aparece el juego, implica poder
reconocer no solo su riqueza simbólica sino además poder ver e intervenir
en relación al saber procedimental y procesos intersubjetivos que las
familias exponen al terapeuta a través de sus interacciones. La observación
y análisis está centrada en el aquí y ahora, atendiendo a los sistemas
relacionales emergentes (Carrasco, 2002). Por ejemplo, en una sesión de
títeres con una familia ensamblada hacía poco tiempo, cuyo motivo de
consulta tenía que ver justamente con mejorar la convivencia, lo primero
que sucedió fue la elección del mismo títere y posterior pelea entre dos de
los niños. Más allá del contenido simbólico del títere elegido en cuestión,
recoger esa interacción en ese momento permitió hacer manifiesta la gran
necesidad de atención que tenían ambos niños, así como los conflictos de
rivalidad y competencia entre ambos. El humorismo y la risa son
considerados a su vez parte fundamental del juego relacional (Andolfi,
1997; Withaker, en Schaefer y Carey, 1994). El valor del humor es que
marca un contexto donde se da permiso para seguir jugando con los
problemas sin por ello sentirse disminuidos o juzgados. Por ello se le
considera una especie de regulador emocional del proceso terapéutico. La
risa, por su parte, puede representar una especie de momento de
relajamiento, o pausa, aunque sea corto, de todo el sistema terapéutico. Un
ejemplo del uso relacional del juego es la descripción del objeto metafórico
(Andolfi 1997). En el curso de la sesión el terapeuta puede extraer del
contexto de la sesión objetos-estímulos materiales que le parezcan
adecuados para representar comportamientos, relaciones, interacciones en
curso o reglas de la familia: el zapato, las llaves, etc. Estos son los objetos
metafóricos, o indicadores relacionales. Se trata de que el terapeuta inicie
un proceso de metaforización de la realidad terapéutica, 13

14 implicando al grupo familiar entero, favoreciendo el desplazamiento de


significados metafóricos, necesidades y expectativas, de modo que estos
adquieran un sentido relacional. Su éxito dependerá de la intensidad del
significado que puede ser atribuido a ese objeto. Así como con objetos,
Andolfi señala que es posible jugar con palabras (propias y ajenas),
construyendo un lenguaje metafórico o de imágenes. Dentro de las
propuestas de técnicas de juego posibles de ser utilizadas en sesiones de
terapia familiar con niños, existe una gran diversidad que incluye desde el
uso del juego en forma libre hasta juegos de reglas de tipo estructurado.
Muchas de estas técnicas nacen y se enmarcan en modelos teóricos
específicos (perspectiva sistémica, psicoanalítica, jungiana, terapia de arte,
terapias narrativas) (Larrondo y Puentes 2003). Desde la perspectiva
sistémica una de las autoras más prolíficas en diseñar técnicas de juego
familiar es Eliana Gil (1994). Esta autora propone, entre otras técnicas, la
entrevista de un típico día ( reproducir en una casa de muñecas con
miniaturas un día típico de la familia); el genograma familiar (en un
formato de genograma grande, cada miembro representa con un símbolo
concreto a cada miembro de su familia incluyéndose a sí mismo); los
acuarios familiares (cada miembro dibuja su propio pez y se configura un
espacio común donde se ubican todos los peces). Esta misma autora
también propone una técnica basada en el uso de títeres, similar a otra
propuesta por Irwin y Malloy ( en Schaefer yo Connor 1988). La terapia
narrativa, por su parte, promueve la generación de nuevas realidades a
través de la conversación, de preguntas, relatos e historias (Freeman, 2001).
En ella se invita a los niños y a las familias a compartir explicaciones sobre
hechos del pasado y a especular sobre el futuro en el contexto del curso de
una historia nueva. Se ocupa la exteriorización como práctica lingüística
que busca separar a las personas de los problemas de modo que en vez de
definir un problema como inherente a la persona o familia, se pueda tener
una 14

15 relación con el problema exteriorizado, lo que mitiga la culpa, la


vergüenza, la desconfianza, a la vez que permite un enfoque alegre y
desenvuelto para tratar los problemas. Esta terapia privilegia el uso de
preguntas más que afirmaciones, interpretaciones u opiniones del terapeuta.
El uso de preguntas proporciona recursos lingüísticos que permiten abrir
nuevos significados y formas posibles de hablar de una situación, así como
estimular la inventiva y la reflexión. Las historietas y relatos (contadas o
inventadas por el terapeuta o la familia) se incorporan también como
recurso en la terapia partiendo del supuesto de que las historias a la vez
describen y configuran la vida de las personas. (Freeman 2001; Gil,1994).
La técnica de la bandeja de arena (Schefer y Carey, 1994, Freeman, 2001)
nace desde la teoría jungiana, y consiste en términos muy generales en
pedir a los miembros de la familia representar en una bandeja rellena con
arena alguna situación, escena, sueño, historia, su problema, etc. haciendo
uso de diversas miniaturas (humanas y animales), objetos y estructuras. La
bandeja se considera un contenedor físico y emocional que permite
representar en forma simbólica el mundo interno, liberar la creatividad, y
favorecer la individuación y la integración de la personalidad. El terapeuta
no interpreta, sino que acompaña, refleja o comenta, intentando estar
completamente presente durante el proceso. Su papel es el de ser
coexplorador, junto al niño y la familia, de su creación y posibles
significados. La terapia de arte (Gil, 1994) apunta a movilizar la capacidad
de expresión y creación espontánea, dando importancia tanto al proceso
creativo como al producto final. En esto se diferencia del uso clásico que se
da al dibujo, por ejemplo, en las técnicas proyectivas, donde se enfatiza el
producto, el cual es analizado por el terapeuta. En la terapia de arte el
experto es quien trabaja, y el terapeuta, lejos de imponer interpretaciones,
asume más bien una posición de curiosidad frente al trabajo, usando
preguntas abiertas, acompañando y 15

16 conteniendo el proceso. También posee la ventaja de que a través del


producto es posible externalizar los problemas en forma concreta, de modo
que se facilita su abordaje posterior. Con material de arte se puede
proponer a la familia variadas alternativas: dibujar la familia, dibujo de la
familia como animales, dibujo quinético de la familia (dibujar a cada
miembro de la familia haciendo algo) (Gil, 1994), dibujar el relato de los
padres (Carrasco 2002), usar la técnica del garabateo conjunto, (cada
miembro hace un garabato o rallado hasta generar una figura común) (Gil,
1994), realizar collages familiares para representar algún tema o situación,
etc. También existen juegos de tipo estructurado como las tarjetas de
sentimientos, que representan distintas emociones y sentimientos en
expresiones faciales o corporales de humanos o animales (Gil,1994;
Schaefer y O Connor 1988), y están orientados a la identificación de
emociones y desarrollo de lenguaje emocional en general. De la
enumeración descrita se advierte la amplia gama de aportes que existen en
el campo del juego familiar terapéutico. Esta variedad parece invitarnos
que como terapeutas, y de acuerdo a nuestro propio estilo, comodidad
personal y convicciones teóricas, nos atrevamos a implementar y crear
nuevas técnicas. Porque más allá de los procedimientos que ocupemos,
nuestro desafío será favorecer un contexto lúdico donde el juego adquiera
verdaderamente un sentido relacional. 16

17 BIBLIOGRAFIA

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