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RAZONAMIENTO
JURÍDICO-PRÁCTICO
Elementos para una teoría objetiva
de la argumentación jurídica
ÓSCAR BUENAGA CEBALLOS
METODOLOGÍA DEL
RAZONAMIENTO
JURÍDICO-PRÁCTICO
Elementos para una teoría objetiva
de la argumentación jurídica
978-84-9085-679-6
“Todo lo que, en definitiva, puede pensarse,
puede pensarse claramente.
Todo lo que puede expresarse,
puede expresarse claramente”.
Tractatus logico-philosophicus
4.116
L. Wittgenstein
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 19
PRIMERA PARTE
DELIMITACIÓN DEL RAZONAMIENTO JURÍDICO-PRÁCTICO
SEGUNDA PARTE
PERSPECTIVAS EPISTEMOLÓGICAS DEL RAZONAMIENTO JURÍDICO
TERCERA PARTE
ELEMENTOS DEL RAZONAMIENTO JURÍDICO-PRÁCTICO
CUARTA PARTE
LA ESTRUCTURA DISCURSIVA DEL RAZONAMIENTO JURÍDICO-
PRÁCTICO
1. LA TEORÍA DE LA PRÁCTICA
El objeto de este estudio es, como su título indica, el método del razonamiento jurídico-
práctico, es decir, el método que se utiliza por los juristas para resolver los casos concretos,
reales o hipotéticos, y llegar a una solución de los mismos. Más concretamente, pretendemos
abordar los que consideramos rasgos fundamentales que caracterizan (o debieran caracterizar,
en los términos que consideramos ideales o tendenciales) el razonamiento jurídico-práctico.
No se trata, pues, de un análisis puramente descriptivo, sino más bien descriptivo-crítico, en
el sentido de esclarecer el funcionamiento de dicho razonamiento estableciendo al mismo
tiempo cómo debería de ser para alcanzar su pretensión esencial, que no es otra que la de
solucionar las controversias de la manera más justa posible.
La misma denominación utilizada implica de suyo la delimitación con el razonamiento
jurídico-teórico, que, consecuentemente, no es objeto de este trabajo y que abarca aquellos
razonamientos o pensamientos sobre el Derecho que no tienen como finalidad la resolución
de un caso concreto. Se trata de todas aquellas actividades –tan importantes como resolver
un caso– que, operando sobre las normas jurídicas, contribuyen a un mejor entendimiento
y justificación del Derecho, tales como la sistematización del mismo, la formulación de
principios y categorías, o en fin, la averiguación del propio ser del Derecho y su función en
la realidad social.
El análisis del método que utiliza el razonamiento jurídico-práctico es no sólo un tema
interesante en su tratamiento por la importancia de la dimensión práctica del Derecho, sino
también por la necesidad de precisión conceptual y de delimitación de dicha noción, que,
pese a lo que a primera vista pudiera parecer, se encuentra notablemente difuminada.
Efectivamente, grosso modo, puede decirse que el pasado siglo ha dado lugar a varias
corrientes de pensamiento jurídico que, a mi juicio, han socavado de forma importante lo
que constituye la esencia del razonamiento jurídico-práctico y, lo que es más relevante, su
20 Óscar Buenaga Ceballos
el Ordenamiento jurídico cuenta con todas las herramientas precisas para lograrlo. Desplazar
la aplicación de una norma jurídica a un caso concreto con base en argumentos de otro tipo
ajenos al Derecho (retóricos, morales, de “justicia social”, etc.) es vulnerar flagrantemente
el principio de legalidad que rige e inspira nuestro sistema democrático. La obligación de
motivación de la sentencias a la que se refiere nuestro texto constitucional es una motivación
o justificación jurídica de la decisión, y esta justificación –como se verá– se extiende no sólo
a los fundamentos jurídicos sino también a la fijación de los hechos, y, en definitiva, a toda
la decisión jurídica que se adopte, en su integridad.
Por otra parte, junto a la necesidad de las tareas de precisión y delimitación apuntadas,
la metodología del razonamiento jurídico-práctico implica sobre todo analizar el modo
de funcionamiento del mismo en su campo de juego que, obviamente, no es otro que la
praxis jurídica, de la cual el ámbito judicial es el paradigma por excelencia. Además, en su
aplicación en los juzgados y tribunales, el razonamiento jurídico-práctico alcanza su mayor
complejidad, con lo que ésta es la sede idónea para estudiar el funcionamiento del mismo en
toda su extensión y desarrollo. De este modo, el esquema conceptual y de delimitación del
razonamiento que se trace en este trabajo será totalmente inútil si no se adecúa o demuestra
su operatividad funcional en la práctica aplicativa real del Derecho, especialmente en el
ámbito forense.
En línea con lo expuesto, la sentencia judicial se erige, pues, en modelo de plasmación
del razonamiento jurídico-práctico. Otros supuestos de razonamiento jurídico-práctico, como
los que realizan otros operadores jurídicos (funcionarios técnicos de la Administración,
registradores, notarios, abogados, árbitros, etc.) coinciden esencialmente en su contenido
y desarrollo con los razonamientos de la sentencia, presentando matices que a los efectos
del razonamiento jurídico-práctico no ostentan la relevancia suficiente como para ser abor-
dados en este estudio. Además, la sentencia (también es el caso del laudo arbitral, pero en
menor medida lógicamente) presenta una serie de circunstancias que contribuyen a que el
razonamiento jurídico-práctico se emplee a fondo en estos casos, y me refiero a que en el
ámbito judicial el razonamiento discurre a través del cauce rígido marcado por las normas
procesales y en el marco de una situación de posiciones contradictorias (de razonamientos
jurídicos alternativos, en definitiva). Es así que, previo a su propio raciocinio jurídico, el
juez se encuentra con dos (o más) razonamientos jurídicos que le ofrecen las partes con
pretensión de convertirse en decisiones jurídicas, y tal situación obliga al juez no sólo a
fundamentar jurídicamente su decisión, sino también a justificar por qué rechaza o acepta
las pretensiones jurídicas de las partes.
Por otra parte, el estudio de la metodología del razonamiento jurídico-práctico debe
atender fundamentalmente a su modo de actuación práctica, pero no debe descuidar las
herramientas básicas con las que funciona: las normas jurídicas, y consecuentemente, la
trascendental aportación de la Ciencia jurídica, que hace posible su labor. El práctico del
Derecho que no es consciente –o, sencillamente, que no utiliza o conoce– los fundamentos
teóricos y la urdimbre del Ordenamiento jurídico que aplica, es, sin duda, un mal práctico
con recursos técnicos limitados.
Pero, indudablemente también, un estudio sobre el razonamiento jurídico de la praxis
implica en el que lo escribe haber ejercido alguna profesión jurídica práctica durante algún
22 Óscar Buenaga Ceballos
tiempo, y especialmente, ante los tribunales, por la riqueza y complejidad apuntadas que
alcanza el razonamiento en los estrados. La teoría jurídica perfila y da sentido a los cono-
cimientos prácticos, pero el día a día en los tribunales permite vislumbrar que el conjunto
de circunstancias y matices que rodean a cada caso lo convierte en único; y uno no deja de
asombrarse de cómo la maquinaria del Ordenamiento jurídico se pone en marcha en cada
asunto y lo resuelve encontrando una solución que, poco antes, era incapaz de entreverse,
cumpliendo así fielmente su verdadera función.
En relación con lo dicho, este trabajo viene a constituir un intento de teoría de la práctica,
de aportar clarificación al funcionamiento (a la metodología) del razonamiento jurídico en
la praxis jurídica, con un enfoque general que nos permita su contemplación de conjunto,
debiendo insistir en que no se trata de estudio descriptivo solamente, sino también crítico, con
pretensión de aportar los que consideramos elementos fundamentales de lo que sería un razo-
namiento práctico ideal. En este sentido, somos conscientes de que las múltiples cuestiones
que aquí se abordan han sido tratadas monográficamente de forma mucho más exhaustiva,
y a las mismas nos remitimos, reseñando las consultadas en el apartado bibliográfico.
creación vital que ha ido creciendo lentamente a lo largo de la historia, como un producto
decisional de la voluntad, más que de la razón.
c) El razonamiento jurídico-práctico es esencialmente un razonamiento dogmático. El
razonamiento jurídico es esencialmente un razonamiento dogmático, no es un razonamiento
tópico, ni retórico ni dialéctico, ni forma parte del discurso práctico racional, como un caso
especial de éste. Y es dogmático porque opera mediante categorías dogmáticas extraídas
de las normas jurídicas vigentes. Se razona con conceptos e instituciones primariamente.
Los operadores jurídicos razonan aplicando normas jurídicas, y la aparición de argumentos
no jurídicos objetivamente es considerablemente de escasa importancia y no constituyen la
ratio decidendi de la controversia. En cualquier caso, dado que el razonamiento jurídico se
realiza con el lenguaje ordinario además del técnico-jurídico, es imposible que no aparezcan
entremezclados razonamientos pertenecientes al ámbito general del sentido común. Sin
embargo, el sentido común no decide las controversias, las resuelven las normas, y tampoco
la apelación al mismo puede servir para justificar la toma de decisiones jurídicas. Por ello, el
razonamiento jurídico-práctico (y el teórico, desde luego) es esencialmente dogmático, y por
tanto, es importante reconocer a la dogmática su trascendental aportación al funcionamiento
del razonamiento jurídico-práctico.
d) El razonamiento jurídico-práctico opera, además de con normas jurídicas entendidas
éstas en sentido estricto (cuando nosotros hablamos de razonamiento normativo, estamos
entendiendo las normas en sentido amplio, comprensivo de cualquier criterio extraído de
las mismas), con principios generales del Ordenamiento jurídico que, en muchas ocasio-
nes, se contradicen o se limitan entre sí (en relación dialéctica). Es, por tanto, también un
razonamiento principial.
Los principios generales del Ordenamiento jurídico se contradicen o se limitan entre sí
en muchas ocasiones, como se ha puesto reiteradamente de manifiesto desde la doctrina. Los
grandes principios o valores del Ordenamiento inspiran a éste pero son entre sí contradicto-
rios por el mero dato de que su formulación tan abierta y universal (formulación absoluta)
les lleva a chocar entre sí. Tal es el caso, por citar algunos ejemplos de tensión entre grandes
principios (muchos de ellos expresamente reconocidos como valores superiores y derechos
fundamentales hoy en día), de la libertad y la igualdad, la justicia y la seguridad jurídica,
la seguridad y la libertad, la intimidad y la libertad de expresión, el derecho de huelga y la
libertad de empresa, etc. En general, todos los derechos fundamentales o constitucionales,
así como los principios rectores, recogidos en una Constitución, así como otros grandes
principios del Ordenamiento recogidos en otras normas relevantes en el correspondiente
sector del Ordenamiento jurídico (buena fe, abuso de derecho, protección de la confianza
legítima, etc.), tienen una vocación expansiva que les lleva a chocar unos contra otros. Ello
demuestra que la gran estructura fundamental del Ordenamiento jurídico es dialéctica, al estar
conformada por aquéllos, y que las normas jurídicas que se edifican sobre tales cimientos
no son sino formulaciones de equilibrio o consenso entre los mismos; son formulaciones de
equilibrio que establece el legislador democráticamente elegido en atención a los valores o
sensibilidades sociales imperantes en el momento histórico. La eliminación de un principio
por su contrario no suele acontecer en el Ordenamiento (inderogabilidad de los principios
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 25
por el propio Ordenamiento), para ser tenido en cuenta. De este modo, el primer ámbito de
actuación del razonamiento jurídico en esta fase es el de la comparación y análisis de casos
análogos. De no encontrar un precedente judicial, acudirá a las normas jurídicas de aplicación
al asunto y la doctrina judicial general sobre la institución en que se encaje el caso (por ejem-
plo, si es un contrato, realizará actos secundarios de institucionalización como determinar si
es un supuesto de incumplimiento, indemnización de daños y perjuicios, etc.). Finalmente,
en ausencia de las anteriores normas, el razonamiento operará con principios jurídicos, que
constituyen la cláusula de cierre del Ordenamiento, dado que con su aplicación el operador
jurídico siempre puede justificar jurídicamente su decisión.
En este estadio del razonamiento jurídico se plantean los problemas de: 1) ausencia
normativa (lagunas), 2) concurrencia normativa entre sentencias judiciales contradictorias
o contradicción de normas jurídicas entre sí (o con las sentencias), y que se resolverán de
acuerdo con el principio de jerarquía y competencia, fundamentalmente, y 3) problemas
de interpretación de las normas debidos a la existencia de distintos criterios o cánones de
interpretación, y sobre todo, al problema de la jerarquización entre estos criterios a la hora
de aplicarlos. Sobre este punto, ya adelanto que, en mi opinión, es el criterio sistemático el
que debe primar sobre los demás, pues la voluntad del legislador o el criterio teleológico
(la finalidad de la norma) no pueden trastocar el sistema de valores y principios del Orde-
namiento jurídico considerado en su conjunto en un momento histórico dado. Es más, la
voluntad concreta del legislador en una norma dada (o la finalidad de esta, que coincide con
la voluntad del legislador, y que suele aparecer en la Exposición de motivos) siempre debe
incardinarse en los valores y principios más generales del Ordenamiento jurídico, lo que
conlleva que se cumpla con el criterio sistemático.
h) El razonamiento jurídico-práctico culmina en un acto decisional (decisión jurídica),
siendo por ello un razonamiento esencialmente conclusivo. Este acto decisional debe reunir
tres características esenciales: debe ser racionalmente adoptado, debe ser aceptable social-
mente y debe ser equitativamente justo.
El acto decisional de la cuestión jurídica es el paso final del razonamiento jurídico, donde
el operador realiza la operación lógica (en el sentido amplio de racionalmente justificada) de
aplicar la norma seleccionada a los hechos determinados y extraer del Ordenamiento jurídico
la consecuencia jurídica establecida en la norma.
La decisión jurídica debe ser, en primer lugar, racionalmente adoptada en el sentido
de que la misma debe ser adoptada tras un proceso de razonamiento jurídico, que como
tal debe efectuarse con criterios normativos que justifiquen todos los pasos que preceden a
la decisión. En segundo lugar, la decisión debe ser aceptable socialmente, es decir, que la
decisión no sólo debe haberse elaborado y obtenido con criterios jurídicos (una especie de
aceptabilidad formal interna de conformidad con el Ordenamiento jurídico vigente), sino
que además debe ser aceptable socialmente, esto es, que no debe contradecir los valores y
creencias sociales de la sociedad en la que se insertará dicha decisión (justicia o justificación
social de la misma). En tercer lugar, la decisión debe ser equitativamente justa, es decir, que
siendo aceptable formal y socialmente, debe ser aceptable materialmente en el sentido de
que la solución al caso debe superar los criterios mínimos de justicia formal que inspiran el
Ordenamiento jurídico.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 27
Toda persona, en cuanto ser racional, realiza un razonamiento evidente y directo sobre
la realidad que no implica una especial reflexión sobre los objetos o la construcción de con-
ceptos abstractos de aprehensión de la misma. Esta razón común o racionalidad general que
tiene todo ser humano en relación con la realidad (conjunto de cosas u objetos del mundo)
que percibe de forma inmediata y directa a través de los distintos sentidos exteriores, sin
mediación de conceptos o cualquier otro acto de razonamiento previo, suele denominarse
sentido común. De este modo, cuando se afirma que algo es de sentido común, es que se
desprende natural o normalmente de las relaciones entre los objetos del mundo, y así lo
percibe la generalidad de las personas.
En cambio, cuando la razón humana general emprende una actitud reflexiva sobre la
realidad y construye conceptos que le permitan una más exacta comprensión de la misma (su
conocimiento, en definitiva), se entra en el ámbito de los distintos saberes racionales, que se
dirigen al conocimiento de la totalidad de la realidad (filosofía) o bien a partes diferenciadas
de la misma.
Los saberes racionales pueden ser dirigidos a cuatro grandes finalidades: la científica,
la práctica, la artística y la técnica.
La científica comprende aquellos saberes que se dirigen al conocimiento de la verdad.
Son las ciencias en sentido estricto. Comprende las ciencias naturales que tienen por objeto
el estudio de la naturaleza en su realidad, de lo que son las cosas en su esencia y sus rela-
ciones tal y como se manifiestan en el mundo. De ahí que, desde esta perspectiva, el saber
racional científico ha de apoyarse en datos positivos susceptibles de comprobación, y en
caso contrario, queda descartado como tal.
32 Óscar Buenaga Ceballos
1
WITTGENSTEIN, L., Tractatus lógico-philosophicus, trad. L. M. Valdés Villanueva, Tecnos, 4ª ed.,
Madrid, 2013, traza a través de una serie de proposiciones una comprensión elemental de la realidad, señalando,
en lo que ahora interesa, que “el mundo es todo lo que es el caso” (1), “el mundo se divide en hechos” (1.2), “lo
que es el caso, un hecho, es la existencia de estados de cosas” (2) y “un estado de cosas es una combinación de
objetos (cosas)” (2.01) (págs. 107-108).
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 33
Uno de esos saberes racionales es el Derecho, caracterizado por adoptar una reflexión
racional en torno a la noción de justicia, sobre la cual se han construido y desarrollado histó-
ricamente distintos sistemas normativos para su consecución social, los cuales han devenido
progresivamente en una mayor complejidad al tiempo que la sociedad ha ido evolucionando
en la misma dirección.
Existe, sin duda, un planteamiento científico del Derecho, que no es otra cosa que
considerar al mismo como un conjunto normativo determinado que puede ser objeto de
conocimiento, aplicando los métodos correspondientes a tal finalidad, y proceder a su
racionalización. De este modo, el científico del Derecho trabaja con unos datos, las normas
jurídicas, que son para él indiscutidos (en el sentido de existentes válidamente), actuando
sobre los mismos con pretensiones de elaboración sistemática. La cuestión en este punto
es si este planteamiento científico del Derecho puede permanecer en el plano teórico, des-
conectado de su aplicación práctica, cuando el Derecho (y cualquier elaboración científica
del mismo) está vinculado a la vida social desde su propio nacimiento, al ser su vocación y
finalidad esencial la de resolver los conflictos que surjan en el devenir de aquélla.
Pero junto al planteamiento científico, existe también, en el otro extremo, un plantea-
miento meramente técnico o tecnológico del Derecho, en el cual se considera a éste desde un
punto de vista instrumental, de utilidad o eficacia, es decir, como un instrumento de regula-
ción de la convivencia social y de solución de los conflictos que se plantean en la sociedad,
cuya aplicación requiere el dominio de una serie de procedimientos de actuación específicos.
Este planteamiento técnico del Derecho es un planteamiento consecuentemente aséptico
axiológicamente, que convierte al jurista en un órgano que soluciona los conflictos usando
las normas jurídicas de forma mecánica, sin preocupación por la realización valorativa del
Derecho, en un “técnico de la pacificación social”2.
Por otra parte, y aún situándose en los extremos del saber jurídico, la conexión entre
ciencia y técnica jurídica es evidente, pues, tal y como acontece en otros campos del saber,
las ciencias han nacido en muchos casos de la racionalización de lo que hasta ese momento
era una mero conjunto de conocimientos o destrezas técnicas.
Sin embargo, cuando se afirma el carácter de saber práctico o ciencia práctica que tiene
el Derecho, no puede confundirse tal aseveración con la de ser un mero saber técnico. La
aplicación del Derecho para la resolución de los casos problemáticos que se planteen no es
sólo una tarea mecánica o técnica guiada por criterios de pura eficacia, sino que el jurista
práctico se encuentra guiado o dirigido por lograr una decisión justa, una decisión que sa-
tisfaga –como se verá– unos criterios mínimos de justicia. Y es precisamente esta directriz
axiológica fundamental la que lo aleja de su planteamiento técnico.
Por otro lado, el Derecho puede ser contemplado desde un plano científico teórico,
pero su conocimiento desde este punto de vista sería incompleto y estaría privado de su
finalidad fundamental, que es la de encontrar la solución justa de los problemas concretos
que acontecen en la realidad social. El conocimiento teórico del Derecho puede tener una
finalidad didáctica, pero teóricamente no puede conocerse el Derecho, porque incluso
2
OLLERO TASSARA, A., Derecho y sociedad, Editora Nacional, Madrid, 1973, pág. 55.
34 Óscar Buenaga Ceballos
3
Ibidem, pág. 42.
4
Ibidem, págs. 54-56.
5
VALLET DE GOYTISOLO, J., Metodología jurídica, Civitas, Madrid, 1988, pág. 118.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 35
En esta línea también, decía ya Kant que “el concepto de derecho como un concepto puro
está, sin embargo, enfocado hacia la praxis (a la aplicación a los casos que se presentan en la
experiencia)”6, y esta puede considerarse la justificación última del Derecho, en el sentido de
que las normas jurídicas nacen para ser aplicadas, para resolver las controversias que surjan
entre los ciudadanos. Desde el ámbito sociológico, Carbonnier ha señalado asimismo que
la ciencia jurídica “está enteramente volcada hacia la acción”7. Si una norma jurídica no se
aplica, es una norma inútil, una norma que espera el digno entierro de la derogación, y no
hay más que atender a cualquier sistema jurídico para encontrarse con normas inútiles que
esperan hace largo tiempo su derogación (caso, por ejemplo, de la regulación en nuestro
Código Civil del servicio de criados y trabajadores asalariados en sus arts. 1583-1587, cuando
esta cuestión es regulada por el Derecho del trabajo hace ya bastantes años).
Perelman ha incidido también en este punto, señalando que “la superioridad del pensamiento
jurídico sobre el pensamiento filosófico consiste en que así como este último puede contentarse
con fórmulas generales y abstractas, el derecho está obligado a contemplar la solución de las
dificultades que surgen cuando se trata de aplicar las fórmulas generales a la solución de proble-
mas concretos. (...) La búsqueda de soluciones concretas obliga con frecuencia a reinterpretar
los principios, a contraponer el espíritu a la letra de la ley o lo que es lo mismo, el punto de vista
práctico, esto es, el que toma en consideración las consecuencias que resultan de la aplicación
de una regla, frente al punto de vista formalista, que es el de la aplicación literal del texto”8.
Como hace tiempo afirmara Duverger, “no hay duda de que las sociedades humanas
no se sujetan por completo al análisis científico. Hay con toda probabilidad un misterio del
hombre que no podrá jamás ser enteramente penetrado, y sobre el cual los poetas proyectan
más luz que los técnicos”9, y una de esas parcelas sociales es, sin duda, el Derecho.
Quizá por motivos relacionados con el prestigio intelectual de la expresión, es usual
referirnos al estudio del Derecho como “Ciencia del Derecho”. Sin embargo, sólo usando el
término ciencia en su acepción amplia –equivalente a conjunto de conocimientos sobre una
materia–, puede aceptarse su uso en el Derecho, pues es claro que el conocimiento del Dere-
cho, por su mismo objeto, no puede lograrse con un riguroso análisis científico del mismo. En
este sentido, han quedado ya definitivamente superadas aquellas tendencias decimonónicas
de acercamiento del Derecho a las ciencias naturales y a la matemática, con construcciones y
derivaciones lógicas de conceptos jurídicos abstractos al margen de cualquier consideración
práctica, como ocurrió con la denominada por Heck Jurisprudencia de conceptos10.
6
KANT, I, La Metafísica de las Costumbres, trad. A. Cortina Orts y J. Conill Tecnos, Madrid, 1989, pág. 5.
7
CARBONNIER, J., Sociología jurídica, trad. L. Díez-Picazo, Tecnos, 2ª ed., Madrid, 1982, pág. 218.
8
PERELMAN, CH., La lógica jurídica y la nueva retórica, trad. L. Díez-Picazo, Civitas, 1ª reimp, Madrid,
1988, págs. 159-160.
9
DUVERGER, M., Métodos de las ciencias sociales, trad. A. Sureda, Ariel, 4ª ed., Barcelona, 1971, pág. 14.
10
Expresión con la que Heck calificó el modo de pensar metodológico de Puchta, Ihering en sus inicios y
Windscheid (LARENZ, K. Metodología de la ciencia del Derecho, trad. M. Rodríguez Molinero, Ariel, Barcelona,
1980, pág. 71). Sobre la Jurisprudencia de conceptos en detalle, puede verse esta obra, págs. 39-56.
36 Óscar Buenaga Ceballos
El Derecho ha sido considerado tradicionalmente una ciencia, y como tal, han sido los
métodos de conocimiento de éstas los que se han empleado para indagar en el fenómeno de lo
jurídico. Sin embargo, el Derecho no es realmente una noción abstracta o teórica con la que
puedan establecerse razonamientos análogos a los de las matemáticas, sino que el Derecho
nace de la realidad concreta y a ésta se destina. En este sentido, la aplicación del Derecho no
es un acto secundario en la vida del mismo, es el Derecho mismo en movimiento, pues una
norma dictada nace para ser aplicada y de no ser así, no justifica su existencia. La aplicación
del Derecho se produce cuando el Ordenamiento Jurídico (ese conjunto interrelacionado de
normas, principios y valores que constituye el Derecho en su máxima expresión) se pone en
marcha para resolver un problema jurídico concreto, para encontrar la solución más justa
posible.
Al margen de posiciones doctrinales que adoptan perspectivas sesgadas, parece claro que
el común de los expertos –e incluso de los profanos– conciben el Derecho como conjunto
de normas dictadas o aceptadas por el Poder público dirigidas a regular la sociedad. Sin
embargo, en esta concepción se ha incidido tradicionalmente más en el elemento norma-
tivo (conjunto de normas) que en el elemento finalístico (la regulación social), cuando, en
nuestra opinión, es este segundo elemento el fundamental para la comprensión del Derecho.
La sempiterna pregunta de qué es el Derecho, cuál es su idea (en la acepción hegeliana de
este término, de unión del concepto y su realidad11, de lo teórico y lo práctico), sólo puede
contestarse atendiendo a su finalidad, pues un Derecho inútil o disfuncional que no regula la
sociedad, es decir, que no resuelve conflictos o no preserva la paz social (en definitiva, que
no colma las aspiraciones de justicia en una sociedad concreta), no puede ser tenido como
tal, sino como mero adorno con apariencia de Derecho. De ahí que la ciencia del Derecho
sea esencialmente una ciencia de carácter práctico, porque en la misma deben ir unidos de
modo inescindible la comprensión teórica del Derecho y el método técnico de actuación de
éste sobre la realidad jurídica para la realización de la justicia, midiendo así su eficacia real.
En tal sentido, como dijera Carnelutti, el Derecho ha de ser un Derecho vivo, un Derecho
en funcionamiento12. El ingente conglomerado normativo que constituye el Ordenamiento
jurídico de nuestros días, en el cual los poderes públicos con competencia normativa se han
11
HEGEL, G. W. F., trad. J. L. Vermal, Principios de la Filosofía del Derecho, Edhasa, Barcelona, 1988,
pág. 55.
12
CARNELUTTI, F., Teoría General del Derecho. Metodología del Derecho, trad. C. G. Posada, Comares,
Granada, 2003. El autor utilizó la expresión Derecho vivo en contraposición a la del cadáver del Derecho para
explicar que los científicos del Derecho cuando estudiaban su disciplina estudiaban el Derecho a trozos, lo des-
componían, y que esa descomposición es un procedimiento necesario para la ciencia jurídica. Sin embargo, esta
descomposición, este estudio del cadáver del Derecho podía conducir a gravísimos errores, porque el Derecho
vivo es el todo, la unidad que opera en la realidad (págs. 454-455). Carnelutti incide en esta idea de que el Derecho
opera en la vida real en otros pasajes de su obra. Así, en la pág. 438 señala que “el estudioso del Derecho civil o
del Derecho penal cuya experiencia está constituida solamente por el Código sin que haya visto nunca un contrato
ni un delito, se parece a quien para estudiar la medicina no tenga ante sus ojos más que catálogos de farmacia
o de enfermedades. Por desgracia, la historia de la ciencia del Derecho, está sembrada de esas caricaturas. Pero
las reglas del Derecho no están recluidas en los códigos como en una vitrina; están operando en la vida, esto es,
gobernando la vida de los hombres donde para conocerlos no basta conocer la fórmula ni aprender la historia.
Hay que verlos operar, es decir, ver cómo se comportan los hombres respecto a esa regla, no sólo aquellos a
quienes toca mandar sino también aquellos a quienes corresponde obedecer. Solamente así las leyes muestran
no tanto su apariencia como su sustancia, es decir, su verdadero valor”.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 37
13
DIEZ-PICAZO, L., Experiencias jurídicas y teoría del derecho, Ariel, Barcelona, 1983, pág. 213.
14
DE CASTRO, F., Derecho civil de España, Civitas, Madrid, 1984, pág. 60.
15
Ibidem, pág. 61.
38 Óscar Buenaga Ceballos
16
Ibidem, pág. 63.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 39
las distintas situaciones sociales concretas con trascendencia jurídica que se planteen (pers-
pectiva dinámica). Como se ha dicho ya, es esta la finalidad o utilidad del Derecho, la que
legitima su existencia o razón de ser, pero en lo que ahora nos interesa, estas dos perspectivas
del Derecho conducen a la coexistencia de una doble metodología de conocimiento: una
metodología científica tradicional que investiga el Derecho con los procedimientos gene-
rales aplicables a todas las ciencias, y una metodología específica que atiende a los rasgos
peculiares del Derecho, que se manifiestan fundamentalmente en la vertiente aplicativa del
mismo como mecanismo de solución de conflictos jurídicos. Este sería el campo de actuación
de la metodología de la aplicación del Derecho.
Cuando hablamos de la aplicación de las normas jurídicas estamos haciendo referencia a
la actividad consistente en trasladar el contenido abstracto e hipotético de una norma jurídica
a una situación concreta que acontece en la realidad social. Las normas jurídicas aparecen
formuladas, por su propia naturaleza, con un contenido general, pero, evidentemente, tratan
de resolver o aclarar una situación que se puede producir en la realidad concreta. Puede
decirse que una norma jurídica inaplicable es una norma inútil, una norma muerta, con lo
que parece claro que la aplicación de las normas es una actividad fundamental para afirmar
el carácter “saludable” de una norma.
Desde este punto de vista, lo que convierte a una norma en saludable es la cantidad de
veces que se aplica a casos concretos, lo que indica que la norma en cuestión está incidiendo
en un problema que se repite en la realidad. Esta situación de reiteración de la aplicación
de una norma genera una repetición de sentencias que resuelven dicho problema y que, a
un tiempo, van generando en su fundamentación jurídica una serie de precisiones judiciales
que interpretan completando progresivamente la norma y que tienden igualmente a superar
–a eliminar– la causa por la que dicho asunto se repite ante los Tribunales, y que genera la
reiterada aplicación de la norma en cuestión.
Este fenómeno, sin embargo, no siempre es así, dado que si la controversia es fáctica, la
reiteración de asuntos análogos lo que indica es que un problema es frecuente en la realidad
social, a pesar de que las normas jurídicas que lo disciplinen sean perfectamente claras y
no necesitadas de interpretación añadida (como acontece, por ejemplo, en los casos del
incumplimiento de contratos de ejecución de obra en el orden civil o los procedimientos por
despido en la Jurisdicción social).
Según lo expuesto hasta ahora, puede colegirse que la indagación sobre el funciona-
miento de la aplicación del Derecho conlleva la averiguación de la propia naturaleza de
éste. De ahí que una investigación como ésta sobre la actividad desplegada por el jurista
cuando aplica el Derecho para resolver casos concretos (y que denominaremos razonamiento
jurídico-práctico) pone siempre al descubierto la verdadera justificación legitimadora del
Derecho en su conjunto. Desde este punto de vista, este trabajo constituye un intento de lo que
Viehweg, en la introducción a su Tópica y jurisprudencia denominó “Teoría de la práctica”17,
un estudio teórico del método que utiliza el jurista para encontrar la norma jurídica aplicable
al caso concreto a resolver, una metodología de la aplicación del Derecho, en definitiva.
17
VIEHWEG, T., Tópica y jurisprudencia, trad. L. Díez-Picazo, Taurus, Madrid, 1964, pág. 25.
40 Óscar Buenaga Ceballos
de servicio trabajado y no 45, es esta la solución justa que prevé el Ordenamiento, por mucho
que el operador jurídico entienda que la indemnización debiera haber sido mayor o menor).
De este modo, la referencia a una solución justa lo es siempre a una solución jurídicamente
fundamentada en normas o principios jurídicos extraídos del Ordenamiento jurídico vigente.
El devenir de la historia universal, y más concretamente, el de la historia jurídica, ha
demostrado que el concepto de justicia es esencialmente formal e histórico, y desde luego,
es un concepto metafísico previo al del Derecho. Es formal, porque adopta distintas mate-
rializaciones en los distintos casos que concretamente se resuelven; histórico, por cuanto
varía según las distintas etapas históricas y las distintas culturas o mentalidades sociales.
Ejemplos como la esclavitud, el divorcio, la pena de muerte o el aborto, explican por sí solos
esta verdad tan rotunda; y es previo al del Derecho, en cuanto fundamenta a éste, promueve
su creación y constituye su objetivo último.
Ahora bien, la justicia inspiradora del Derecho se manifiesta e impregna a éste. Así, en
cada época histórica, los valores que integran la justicia (lo que se entiende en un periodo
histórico y cultural concreto por la justicia) tienden a recogerse en las distintas normas
jurídicas que integran el Derecho. Cuanto más rango normativo en la escala de fuentes del
Derecho tenga la norma, más valores o principios de justicia aparecerán recogidos, como
acontece con las normas constitucionales actualmente.
En consecuencia, la finalidad de obtener soluciones justas a los problemas jurídicos
planteados (la justicia como fin último de todo acto aplicativo del Derecho), junto con la
necesidad de que dicha solución justa se justifique y fundamente con razones o argumentos
provenientes del Ordenamiento jurídico (esto es, dando cumplimiento, entre otros principios
relevantes, al principio de legalidad y de seguridad jurídica), son los dos pilares básicos en
los que se asienta la racionalidad jurídica, es decir, el modo de actuación propio y distintivo
del razonamiento jurídico-práctico. De esta manera, puede afirmarse que un razonamiento o
discurso jurídico es correcto (corrección jurídica) si reúne ambas características: conduce a
una solución justa (puede haber varias, como sostendremos, pero en todo caso deben respetar
unos criterios mínimos de justicia) y se compone de una cadena, más o menos compleja, de
inferencias que acaten las normas o principios jurídicos del Ordenamiento.
Obviamente, un estudio sobre la metodología del razonamiento jurídico-práctico debe
tener en cuenta los datos empíricos proporcionados por la experiencia práctica de resolución
de casos concretos y reales que se plantean en la vida cotidiana. Además, es conveniente
atender a la resolución de casos concretos en las distintas ramas del Derecho, que presentan
determinadas peculiaridades de actuación que enriquecen –complementan– la perspectiva
general de lo que es el Derecho en acción. También es altamente efectivo que la resolución
–o intervención en la resolución de cuestiones jurídicas– se haya realizado en un proceso
judicial o, al menos contradictorio (arbitraje, mediación, conciliación), dado que en este
ámbito se observan varios puntos de vista o razonamientos jurídicos diferentes para resolver
un caso. Además, en este ámbito puede observarse con total claridad la utilización por los
juristas de argumentos jurídicos junto con otros que pertenecen a la argumentación general
(argumentos dialécticos, retóricos, de carácter persuasivo) que, en nuestra opinión –como se
verá en el próximo capítulo– deben considerarse ajenos al razonamiento jurídico, entendido
éste en sentido objetivo o material, esto es, fundado en normas o principios jurídicos. En
42 Óscar Buenaga Ceballos
esta línea, como hemos dicho más arriba, el razonamiento jurídico en su proceso inferencial
debe utilizar o justificarse en normas o principios jurídicos extraídos del Ordenamiento si
quiere ser correcto y respetar el principio de seguridad jurídica y de legalidad. Ciertamente, el
razonamiento jurídico ante determinados casos puede tomar distintos caminos de resolución
de los mismos, pero en todo caso debe justificar su elección con argumentos jurídicos. La
seguridad jurídica o el principio de legalidad no significan que el Ordenamiento proporcione
una única solución al caso, sino que la solución que se adopte se justifique normativamente.
Sin embargo, la práctica jurídica no basta para el análisis de la metodología del razona-
miento jurídico-práctico. El empirismo es necesario para observar las conductas o mecánicas,
los métodos, que usan los distintos operadores jurídicos en los distintos ámbitos de aplicación
del Derecho para así determinar estadísticamente qué técnicas se repiten más a menudo, aun-
que es también necesario establecer también una trabazón teórica que sistematice y explique
de una forma abstracta o genérica lo que los distintos casos arrojan. Cualquier pretensión de
carácter científico en este campo requiere de un esfuerzo inductivo que permita mostrar cómo
actúa el razonamiento cuando utiliza normas jurídicas para resolver un caso problemático.
En el lado contrario, no debemos caer en el ámbito jurídico en esa enfermedad a que son
tan proclives los teóricos de las distintas ciencias; me refiero al conceptualismo. Cualquier
teorización o fundamentación del razonamiento jurídico-práctico no puede establecerse
desconectada de su función última, que es la de contribuir a una clarificación y mejor
utilización de los recursos o herramientas que proporciona el Ordenamiento jurídico para
la resolución de un caso concreto. De este modo, en nuestra opinión, y sobre todo desde el
ámbito de los estudios de teoría de la argumentación jurídica, se ha incurrido en excesos
desde el lado teórico y desde el lado práctico. Desde el lado teórico, se formulan teorías e
hipótesis explicativas de los rasgos y funcionamiento del razonamiento jurídico que están
totalmente desconectadas de la aplicación efectiva del Derecho en la realidad. Desde el
lado práctico, el tecnicismo –entendido como la tendencia del pensamiento a convertir en
mera técnica mecánica la práctica de una ciencia o ámbito del saber– en la aplicación del
Derecho ha llevado a despojar al Derecho de su contenido inmanente, que no es otro que el
ideal de justicia que se encuentra latente en cada una de las normas que integran el Orde-
namiento jurídico. Así, la norma se aplica de una forma mecánica a una situación dada, sin
que el operador jurídico realice ninguna conexión mental entre el contenido de la norma y
su vinculación sistemática con los principios directores del Ordenamiento jurídico, que son
los que reconducen el planteamiento aplicativo de una norma a los criterios de justicia que
fundamentan el Derecho. El jurista práctico debe plantearse en cada aplicación del Derecho
que realiza si la solución adoptada satisface unos criterios mínimos de justicia, pues, como
analizaremos, cada acto aplicativo del Derecho por insignificante o nimio que parezca,
siempre lleva consigo unas pretensiones de permanencia y universalidad, una normatividad
intrínseca. Desde este punto de vista, si algo distingue el a veces denominado arte del Dere-
cho de la técnica jurídica es precisamente esta perspectiva de la justicia que adopta el jurista
a la hora de aplicar una norma. El Derecho vivo es, por tanto, el Derecho que se aplica y
cumple con su finalidad de resolver casos concretos, pero esta resolución de los conflictos
ha de realizarse de la forma más justa posible.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 43
Un uso con el mayor grado de precisión del lenguaje es siempre condicionamiento previo
para cualquier análisis científico que pretenda ser riguroso. En tal sentido, como paso previo
a adentrarnos en el objeto del presente trabajo, entendemos que se impone la clarificación
de los conceptos empleados, lo cual debería facilitar el entendimiento de lo que se expone,
a la vez que permite su distinción con el uso, más o menos extenso, que se da a alguno de
los mismos por parte de otros autores.
En este sentido, la primera acotación básica es, desde luego, el propio término de razo-
namiento o pensamiento, que hace referencia tanto a la actividad como al resultado de un
proceso psíquico en los cuales el sujeto persigue el conocimiento de un objeto dado. Así,
utilizamos la expresión pensamiento en un sentido estricto como equivalente a razonamiento,
frente a una noción extensa que lo concibe como cualquier actividad mental, se dirija o no al
conocimiento. El razonamiento tiene como meta el conocimiento y para ello, básicamente,
actúa sobre un objeto determinado, formando conceptos sobre el mismo y formulando pro-
posiciones o enunciados de relación entre los conceptos elaborados, tendiendo a construir
un lenguaje específico que represente lo más adecuadamente posible dichos conceptos y
proposiciones18.
El objeto sobre el que actúa el razonamiento denominado jurídico es, obviamente, el
Derecho, entendido éste como un conjunto de normas que rigen una sociedad dada en un
momento determinado, siendo ésta la concepción del razonamiento jurídico en sentido
amplio, es decir, cualquier razonamiento que se realice en relación con las normas jurídicas.
18
Véase, en este sentido, BOCHENSKI, I. M., trad. R. Drudis Baldrich, Los métodos actuales del pensa-
miento, RIALP, 16ª ed., Madrid, 1988, págs. 16-21.
46 Óscar Buenaga Ceballos
En general, puede decirse que la mente humana conoce la realidad de dos modos básicos:
de un modo intuitivo, en el cual el entendimiento capta directa e inmediatamente las cosas,
sin necesidad de razonar por pasos (así es como se intuyen los primeros principios, como
ocurre con el principio de identidad, es decir, que toda cosa es igual a sí misma); y de un
modo discursivo, en el cual la razón humana avanza progresivamente a través de una serie
de inferencias hacia la verdad, hacia una conclusión.
Para conocer de un modo intuitivo, el entendimiento no necesita la lógica, ya que ob-
tiene una verdad de forma inmediata, pero la lógica sí es necesaria para conocer de modo
discursivo, porque mediante una serie de reglas, la lógica ayuda a la razón a proceder con
un orden seguro hacia la consecución de la verdad o conclusión, que no es evidente por sí
misma. La lógica, pues, nos da una serie de reglas para pensar correctamente, y de ahí la
estrecha relación de la misma con la actividad de razonar.
El razonamiento en cuanto proceso mental se caracteriza por ser un discurso racional,
esto es, una actividad en la que se produce un paso de unas cosas a otras hasta llegar a una
conclusión. De ahí que el proceso del razonamiento exija la formulación de dos premisas
iniciales para ponerse en funcionamiento. Hay, pues, una secuencia o cadena de enunciados,
que se denominan premisas (también argumentos o razones) hasta llegar a una tesis o con-
clusión. El paso de una premisa a otra hasta llegar a la conclusión es designado usualmente
como inferencia o argumentación, que consiste básicamente en obtener una consecuencia o
deducir una cosa de otra y conducir a un resultado.
Este esquema del razonamiento sirve para explicar el funcionamiento esencial de la
mente racional cuando actúa, pero, obviamente, el razonamiento sobre una cuestión planteada
puede ser más complejo, y estar a su vez formado por cadenas de razonamientos, aunque
el esquema elemental de funcionamiento es el mismo. El razonamiento complejo es un
razonamiento compuesto de otras razonamientos más simples, y se caracteriza porque las
premisas son a su vez conclusiones de otros razonamientos anteriores en el transcurso del
proceso mental.
Según los tipos de enunciados o proposiciones que componen un razonamiento, es decir,
sus premisas y conclusiones, pueden distinguirse aquellos razonamientos en los que todas sus
proposiciones (esto es, enunciados del discurso cognoscitivo o descriptivo) son verdaderas
o falsas, y que se denominan razonamientos teóricos, de aquéllos otros razonamientos de-
nominados prácticos o normativos, cuya conclusión es una norma, esto es, un enunciado del
discurso prescriptivo o directivo, que no es ni verdadero ni falso. El razonamiento jurídico
pertenece a los razonamientos prácticos o normativos, siendo su conclusión una norma que
revista la especialidad de ser jurídica. Además, es característico del razonamiento jurídico
el que entre sus premisas deba haber al menos otra norma jurídica.
Atendiendo a la estructura lógica de los razonamientos, estos pueden ser deductivos
(estructura deductiva) si la conclusión se sigue lógicamente de las premisas (está implíci-
tamente, pues, en ellas). A estos razonamientos se les suele denominar silogismos. En el
razonamiento deductivo se parte de un enunciado más general para llegar uno más particular
o individual. De ahí que en el ámbito de la aplicación del Derecho, como se trata de aplicar
una norma general a un caso particular, se encauce o se conciba esta operación como un
razonamiento deductivo o silogismo.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 47
El elemento esencial del razonamiento jurídico es el actuar con normas jurídicas, que,
al menos, deben estar presentes en una de las premisas y en la conclusión, pudiendo este
esquema básico encadenarse en una serie de razonamientos más complejos. Ahora bien, cabe
preguntarse si además de este dato, existen otros rasgos fundamentales que determinen una
especificidad más acusada del razonamiento jurídico.
En nuestra opinión, así es. El razonamiento jurídico presenta una serie de rasgos diferen-
ciales que lo separan de cualquier otro tipo de razonamiento, configurándolo y determinando
su movimiento o proceso mental. Estos rasgos fundamentales son: 1) la existencia de una
metodología propia que implica un uso peculiar del lenguaje, 2) un sistematismo o pretensión
de integridad que funciona con arreglo a reglas específicas, 3) un uso de categorías específicas
del pensamiento como son las instituciones jurídicas, 4) una finalidad específica de lograr de-
cisiones o conclusiones justas, y no verdaderas, demostrables o correctas necesariamente, lo
que enfatiza la consideración finalística o flexible de las normas jurídicas como instrumentos
resolutivos de los conflictos. Además, en el caso del razonamiento jurídico-práctico, 5) su
48 Óscar Buenaga Ceballos
que emplea el Derecho, y que comienza siendo un término del lenguaje ordinario, acaba
por configurarse, por obra de los juristas, en una institución jurídica. Muchos conceptos
jurídicos o principios se extraen deductiva o inductivamente de las normas jurídicas, fruto
del razonamiento jurídico-teórico (que actúa lógicamente en estos casos), pero la institución
jurídica –aún siendo perfilada desde el ámbito teórico– tiene su anclaje en la realidad social,
es un concepto jurídico con una raíz descriptiva. En este sentido, el razonamiento jurídico
actúa institucionalmente en cuanto encaja siempre el problema a resolver en un grupo típico
de casos y sus soluciones, los cuales presentan entre sí relaciones y principios directores
comunes, y que conforman lo que denominamos una institución jurídica.
El cuarto elemento que configura el razonamiento jurídico es la consideración de las
normas jurídicas como instrumentos de resolución de casos. Las normas nacen para ser
aplicadas y para ser funcionales y útiles para encontrar una solución. El razonamiento
jurídico parte de esa consideración, que es la contraria a analizar o concebir la norma como
una formulación abstracta desprovista de contenido real. De esta manera, cualquier análisis
abstracto de las normas y de las relaciones entre las mismas está abocado al fracaso si pres-
cinde de su finalidad práctica. Los análisis teóricos puros de las normas contemplan a éstas
como proposiciones rígidas, y esta rigidez dificulta su aplicación práctica. El razonamiento
jurídico-teórico, construyendo categorías jurídicas y extrayendo principios jurídicos, es de
suma utilidad, por cuanto precisa y crea un lenguaje jurídico que contribuye a una mejor y
más segura comprensión del Derecho y a su sistematicidad, pero debe vincularse siempre
a la vertiente práctica, lo que conlleva que cualquier teoría jurídica tiene que tener una
utilidad práctica. Las discusiones teóricas en el Derecho que no tienen relevancia práctica
o la creación de conceptos jurídicos sin conexión con su aplicación, son un mero producto
de literatura jurídica.
El quinto rasgo fundamental hace referencia a la estructura discursiva del razonamiento
jurídico-práctico. En este sentido, el razonamiento jurídico-práctico presenta los rasgos
anteriores, comunes a todo razonamiento jurídico, pero además su finalidad específica de
resolver los casos concretos mediante la actividad aplicativa de las normas jurídicas revela
una estructura propia no presente en otros ámbitos racionales, pues presenta un conjunto de
interacciones entre norma y realidad que lo distingue de otros discursos racionales, aunque,
obviamente, presente algunos rasgos compartidos.
Hemos visto que el razonamiento jurídico puede concebirse de un modo general como
aquel razonamiento que se realiza utilizando normas jurídicas (entendidas éstas en sentido
amplio), el cual presenta una serie de rasgos distintivos, y hemos hecho mención de pasada
a sus dos vertientes fundamentales, que conviene ahora precisar más detenidamente.
La utilización racional de las normas jurídicas para obtener conclusiones fundamentadas
en las mismas puede hacerse con una doble finalidad: la teórica y la práctica. Sobre este
punto, ya hemos visto que la peculiaridad de la cientificidad del Derecho es que ni siquiera a
un nivel teórico puede prescindir de su justificación práctica, pero evidentemente las normas
50 Óscar Buenaga Ceballos
planteado, y para ello actúa con las premisas que el Ordenamiento le facilita para dicho pro-
pósito. Veremos que estas premisas están constituidas, evidentemente, por normas jurídicas,
pero también por principios jurídicos, precedentes judiciales, y en general por conceptos
jurídicos extraídos o elaborados con aquéllos, formando un cuerpo argumentativo que, a su
vez, presenta una serie de reglas o normas jurídicas que rigen las relaciones dentro de dicho
cuerpo argumentativo. Estas reglas de coordinación presentan gran variedad y en el caso de
los principios, incluso justifican la presencia de contradicciones (que exigen formulaciones
de equilibrio), y por lo tanto, puede utilizarse una u otra en función de la finalidad perseguida,
que es la obtener una resolución justa del problema. Esto también explica por qué en muchos
casos estas reglas de coordinación se utilizan para finalidades espúreas que pretenden no
la resolución justa de un caso, sino favorecer los intereses de una persona, entidad o grupo
social determinado. Desde un punto de vista hipotético y simplista, puede pensarse que la
solución de un caso (y partimos de un caso típico sencillo sin complicaciones) viene por
la aplicación de una norma dada, pero lo cierto es que el operador jurídico cuenta con una
serie de mecanismos de elusión o mitigación de la aplicación de dicha norma, y los usará si
entiende (si valora) que la aplicación estricta de la norma lleva a una solución que considera
injusta.
Por ello, cuando hablamos de razonamiento jurídico-práctico, estamos haciendo refe-
rencia al método o técnica que utilizan los operadores o aplicadores jurídicos para razonar
o argumentar las decisiones que adoptan para la resolución de un caso concreto planteado
aplicando el Ordenamiento vigente (razonamiento legal), siendo el razonamiento jurídico
empleado legítimo si la decisión adoptada del caso concreto es justa.
Desgranando dicha definición, diremos, en primer lugar, que el razonamiento jurídico
es, ante todo, un procedimiento o técnica de resolución de unos específicos problemas o
conflictos que son los conflictos jurídicos, (y se llaman jurídicos, por cuanto son conflictos
que son regulados por alguna norma jurídica vigente o bien por su propia naturaleza pueden
resultan afectados por alguna norma jurídica). Debe haber un incumplimiento de alguna
norma jurídica, aunque sea un principio general del Derecho. No puede buscarse una solución
jurídica a un problema extrajurídico, por definición.
En segundo lugar, el razonamiento jurídico sólo lo utilizan, por definición, los que hemos
denominado operadores jurídicos, esto es, las personas que conocen el Derecho y deben –o
quieren– aplicarlo. Se trata de las personas que aplican el Derecho: jueces, fiscales, aboga-
dos, funcionarios, notarios, registradores, profesores, investigadores, etc. No cabe hablar,
propiamente, de razonamiento jurídico, de alguien que no conozca el Derecho vigente.
En tercer lugar, la finalidad del razonamiento jurídico es llegar u obtener una solución
justa o aceptable (defendible o justificada, si se prefiere) a un problema concreto dado. Esta
distinción es importante, porque, si bien, lo más normal es que el razonamiento jurídico
pretenda obtener una solución lo más justa posible, también es preciso señalar que muchas
veces el razonamiento jurídico lo que persigue es defender una determinada solución ajustada
a la ley y que no es la más justa, sino simplemente la más conveniente o favorable a los
intereses de una persona o grupo de personas. Se trata en estos casos de encontrar una solu-
ción aceptable y defendible con el Derecho vigente en la mano. A estas soluciones podemos
llamarlas defendibles o interesadas. Tal es el caso de los abogados o los investigadores en
52 Óscar Buenaga Ceballos
el ámbito teórico (la doctrina científica) que pretenden con el razonamiento jurídico llegar
a una conclusión que sea la más favorable a los intereses de su cliente o bien a las ideas que
defienda o sostenga el investigador. No puede hablarse de una única solución justa, sino de
varias posibles, por cuanto con la normativa vigente es posible llegar a distintas soluciones, y
estas, como veremos, pueden ser más o menos justas, siempre que se respeten unos criterios
mínimos de justicia por el aplicador del Derecho. Podría decirse que cuando el Derecho busca
la concreción de la justicia a un supuesto concreto, utiliza un camino que es el razonamiento
jurídico, y si éste tiene como resultado una solución injusta, el razonamiento ha de tacharse
de incorrecto, por muy lógico que resulte. Por ejemplo, la posición del juez es la posición del
aplicador típico que persigue la solución más justa, aunque más adelante veremos cómo el
Juez no siempre busca la solución más justa solamente, sino la solución más razonablemente
justa. Dicho esto, conviene apuntar que la tarea de un investigador del Derecho no busca
solucionar un caso concreto la más de las veces (salvo que comente una sentencia y haga la
función de juez alternativo), sino razonar sobre las normas jurídicas vigentes para elaborar su
propia teoría. Sólo los funcionarios técnicos, abogados, los jueces, los notarios o los registra-
dores son los auténticos operadores del Derecho, dado que lo aplican a supuestos concretos.
En cuarto lugar, el razonamiento jurídico aplica, por definición, el Derecho vigente, y
ello sin perjuicio de que acuda en apoyo de sus argumentos al Derecho derogado o histórico.
Sencillamente, no pueden obtenerse conclusiones o soluciones basadas en Derecho derogado,
porque precisamente los operadores jurídicos deben basar su actuación en normas vigentes.
19
KALINOWSKI, G., Introducción a la lógica jurídica, trad. J. A. Casaubón , Eudeba, Buenos Aires, 1973,
pág. 148.
20
Ibidem, págs. 148-149.
54 Óscar Buenaga Ceballos
debe ajustarse siempre a “las reglas de la lógica y de la razón”, en clara referencia con tales
expresiones al sentido común.
Sin embargo, debe precisarse la presencia y la importancia del sentido común en el
razonamiento jurídico. Cuando se argumenta jurídicamente se alude con relativa frecuencia
al sentido común, pero éste, en nuestro ámbito, no deja de ser un argumento retórico que
refuerza razonamientos apoyados en normas jurídicas (las normas jurídicas tienen una indu-
dable pretensión intrínseca de racionalidad, es decir, tienden a responder al sentido común).
Sobre este punto, debe decirse que el operador jurídico no puede fundamentar jurídicamente
sus decisiones únicamente en el sentido común en ningún supuesto, ni siquiera en la hipótesis
teórica de falta de norma aplicable para resolver un caso, pues el Ordenamiento jurídico
dispone siempre de una solución fundada en Derecho, acudiendo a los principios jurídicos,
que permiten al juzgador elaborar razonamientos normativos a partir de aquéllos.
Que el sentido común o racionalidad general de las cosas rija el razonamiento no puede
legitimar que el razonamiento jurídico fundamente sus pasos hacia la decisión jurídica en
argumentos que no sean normativos. El sentido común puede actuar como técnica retórica
o persuasiva de apoyo en un discurso jurídico o en un litigio, pero solamente si corrobora
la conclusión obtenida de una inferencia obtenida sobre la consideración de una norma o
principio jurídico, no para desplazar la aplicación de una norma previsiblemente aplicable
al asunto a resolver. Estos supuestos de desplazamiento normativo que realiza el operador
jurídico constituyen lo que se denomina una laguna axiológica, y aquí estamos ante una
valoración subjetiva del operador que considera que la solución normativa es injusta. Cuando
esta valoración no se justifica o fundamenta en una norma jurídica o principio, estamos
ante una comprensión prejurídica de la justicia que entra dentro de lo que elusivamente se
denomina el sentido común jurídico y que conduce claramente a posiciones iusnaturalistas.
CAPÍTULO III.
EL RAZONAMIENTO JURÍDICO COMO
RAZONAMIENTO NORMATIVO
Más allá de esta consideración, nos adentramos en el complejo mundo de los argumentos
extrajurídicos (retóricos, persuasivos, de sentido común, emotivos, argumentos generales)
que se utilizan por el jurista en sus razonamientos, y que tienen su máxima expresión en el
proceso judicial, especialmente de la mano de las intervenciones de los abogados. En tal
sentido, el hecho de que se usen por éstos en sus defensas judiciales (junto con argumentos
jurídicos estrictos u objetivos) no puede llevarnos a considerarlos elementos del razonamien-
to jurídico-práctico, como tampoco pueden considerarse parte integrante del razonamiento
jurídico los recursos de la oratoria forense, la técnica de gestos y, en general, la técnica con-
ductual ante el juez o la capacidad de síntesis de un abogado, que son elementos indiscutibles
de la técnica jurídico-forense e, incluso, que pueden ser determinantes a la hora de ganar un
litigio, pero que no forman parte del razonamiento jurídico igualmente.
Con mayor motivo, debemos rechazar la afirmación o creencia de que las decisiones
judiciales se adoptan atendiendo a criterios extrajurídicos. La fundamentación de las mismas
es siempre jurídica, aunque se diga que el juez obtenga en su fuero interno el fallo antes
de efectuar el razonamiento, lo cual, como sostendremos en este trabajo, es rotundamente
falso, puesto que el juez siempre realiza un razonamiento fáctico y jurídico estricto antes
de llegar al fallo. En estos casos, hay asuntos considerados fáciles o que son reiteración de
otros ya vistos que permiten al juez con un simple vistazo a la demanda determinar cuál
va a ser su fallo. Lo que ocurre en estos casos es que se confunde el razonamiento jurídico
con el escrito donde suele estar contenido. Así, el juez, en ocasiones, hace el razonamiento
jurídico básico en su mente antes de plasmarlo en un escrito; y piénsese que también existen
las sentencias in voce.
Algunas corrientes jurídicas han querido llevar o han llevado la explicación del razo-
namiento jurídico-práctico en el proceso hacia factores extrajurídicos, adentrándose dentro
del mundo de la psicología y de la sociología. Obviamente, cualquier actividad humana –y
también la del juez cuando aplica el Derecho– es observable a través de estos puntos de
vista, pero otra cosa muy distinta es llegar a afirmar que el juez cuando aplica el Derecho se
basa en factores extrajurídicos. En este punto, creo que es conveniente trazar una serie de
límites a lo que consideramos debe ser el estudio del razonamiento jurídico-práctico en el
ámbito jurisdiccional, pues, en su doble acepción de proceso mental y de resultado de dicho
proceso, debe ser estudiado desde un punto de vista aséptico ideológicamente, esto es, con
independencia de los móviles concretos que tenga el sujeto que lo realiza. Resulta evidente
que el operador jurídico cuando razona persigue distintas finalidades conformadas por sus
valores, por su ideología, por la influencia del entorno social, cultural, político y, en definitiva,
por su concepción vital, pero con independencia de estas motivaciones subjetivas, resulta
evidente que desde un punto de vista objetivo es la noción de justicia, y más en concreto,
el cumplimiento de unos criterios mínimos de justicia los que deben guiar su actuación
razonadora. Esta noción, evidentemente, es objetiva y se plasma en las distintas normas que
integran el Ordenamiento jurídico; no se trata de un mero sentimiento subjetivo de justicia,
pues nos adentraríamos de nuevo en el ámbito ideológico personal del sujeto decisor.
En suma, el juez siempre razona jurídicamente (tanto el aspecto fáctico como el estric-
tamente jurídico) todos sus asuntos, antes de decidir su fallo. El razonamiento jurídico está
presente incluso en situaciones tan aparentemente “fácticas” como aquellas en las que un
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 59
juez sabe que un testigo miente por el tiempo que tarda en contestar a las preguntas o porque
se ruboriza o se pone nervioso, y luego lo desecha como prueba. El razonamiento jurídico en
este caso es una actividad de valoración de la prueba, lo cual realiza con base en las normas
procesales respectivas que regulan la prueba.
22
En este sentido, cfr. CASTAN TOBEÑAS, J, Derecho Civil español, común y foral, Tomo I, Volumen I,
Reus, Madrid, 1962, pág. 397.
60 Óscar Buenaga Ceballos
caso concreto. Estos “mecanismos” o herramientas del razonamiento jurídico deben estar
previstos en el Ordenamiento jurídico, en el sentido de que estén expresamente previstos o,
al menos, que no estén prohibidos, pues no puede sostenerse, por definición, que el razona-
miento jurídico emplee ninguna técnica prohibida por el Ordenamiento jurídico.
Asimismo, al razonamiento jurídico le resulta de interés las aportaciones efectuadas
por la Axiología jurídica, por cuanto la búsqueda de la solución justa implica de suyo que
el jurista tenga en cuenta los criterios de justicia imperantes en el momento de establecer la
solución concreta. Dichos criterios son una guía necesaria en su labor, pero, como se verá
en la parte dedicada a la estructura del razonamiento jurídico, operan fundamentalmente en
el momento final de búsqueda de la solución, ya que ésta debe ser suministrada primera y
principalmente por las normas jurídicas que resulten de aplicación. Es más, adelantamos
que el recurso del jurista a criterios de justicia para “valorar” la solución que ha obtenido
de las normas jurídicas vigentes, debe realizarse a través de técnicas que proporciona el
mismo Ordenamiento jurídico, relacionadas con la equidad, que funcionan como “criterios
correctores” que perfilan la solución “bruta” que ha proporcionado el Ordenamiento.
tos extrajurídicos, tales como los persuasivos, retóricos, de sentido común, o en general,
provenientes de la argumentación práctica general. Sobre este punto, puede decirse que el
recurso a la equidad nunca puede ser una forma de justificar la introducción de criterios no
jurídicos para llegar a una decisión jurídica en un caso concreto. Como veremos, la equidad
sirve como criterio flexibilizador de una eventual aplicación rigurosa de las normas jurídicas,
pero esta flexibilización ha de justificarse en su utilización acudiendo a principios jurídicos.
Otra cuestión, relacionada con la anterior, es que hay que resaltar que el razonamiento
jurídico opera con normas jurídicas, partiendo de éstas como algo dado (consideradas como
proposiciones normativas, como enunciados dados o reales, y por tanto dotados de verdad).
Las normas jurídicas en sí pertenecen al mundo del deber ser (expresan una idea de lo que
valorativamente desde el punto de vista de la justicia sería deseable que ocurriese, que es lo
que denominamos consecuencia jurídica), y en ese sentido no son verdaderas ni falsas, pero
otra perspectiva permite contemplar las normas jurídicas como reales y existentes (válidas) en
un Ordenamiento jurídico dado, y desde este punto de vista el razonamiento jurídico cuando
las utiliza las usa como datos verdaderos para alcanzar sus conclusiones.
En este sentido, cuando las normas jurídicas se crean por el legislador (o por la con-
ciencia social reiterada con intencionalidad jurídica, como es el caso de la costumbre), estas
normas pertenecen al mundo del deber ser, dado que expresan una realidad fáctica dada o
conducta valorada como injusta (juicio valorativo) y a su lado una situación ideal imaginaria
que se valora como la respuesta más justa en caso de que acontezca aquélla. Pero una vez
creada la norma y aprobada, es decir, que ha seguido los trámites para ser considerada válida,
pasa a formar parte del Ordenamiento jurídico. Desde este momento, la norma jurídica es
verdadera, en cuanto existe en el mundo del Derecho vigente.
A partir de ese momento, el razonamiento jurídico utiliza esa norma jurídica para realizar
elaboraciones racionales de carácter teórico con ella, como elaborar principios, conceptos o
cualquier otro tipo de categoría jurídica con fines dogmáticos, didácticos o de otro tipo. Junto
a estas finalidades teóricas, el razonamiento jurídico usa la norma para resolver cuestiones
prácticas, esto es, para resolver un caso planteado. En ambos supuestos, el razonamiento
jurídico no realiza operaciones valorativas (aunque en el plano teórico, evidentemente, es
posible) sobre dicha norma acerca de si le parece justa o injusta en el sentido de si está de
acuerdo con el criterio del legislador o no (obviamente, el jurista que usa la norma tendrá
su opinión valorativa acerca de si la norma le parece justa o no, pero tendrá que aplicarla
porque es Derecho vigente). La resolución del caso ha de hacerse con el criterio que establece
la norma, y el jurista no puede elegir arbitrariamente si aplica o no la norma. Todo lo más
que podría hacer en el supuesto de que en su fuero interno la considerase injusta (lo que se
denomina laguna axiológica) o no conveniente a sus pretensiones (en el caso del abogado)
es intentar inaplicarla acudiendo a razonamiento normativos que justifiquen esa inaplicación,
que en muchos casos será imposible de sostener si el caso es claro y no da pie a la aplicación
de varias normas jurídicas distintas.
62 Óscar Buenaga Ceballos
Sobre el particular, Guastini ha afirmado que “se puede sostener que los componentes
de los razonamientos llamados normativos (aparentemente normativos) son, bien visto, no
ya normas, sino proposiciones incorporadas en normas: no se razona con las normas en su
conjunto, si se puede decir así, sino con la parte referencial de las normas (...). Por tanto la
lógica no se aplica a las normas, sino que se aplica a las proposiciones incorporadas en las
normas”23.
23
GUASTINI, R., Interpretar y argumentar, trad. S. Álvarez Medina, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Madrid, 2014, pág. 246. Para este autor es importante distinguir cuidadosamente entre normas
y proposiciones normativas. Según opina, “la diferencia fundamental entre normas y proposiciones normativas
está en esto: las proposiciones normativas (al igual que cualquier otra proposición) pueden ser verdaderas o falsas,
las normas no, las normas carecen de valor de verdad” (pág. 235).
CAPÍTULO IV.
EL RAZONAMIENTO JURÍDICO Y LA METODOLOGÍA
DEL DERECHO
24
Digesto, Libro I, Título I, Ley 1ª.
25
En este sentido, cfr. COUTURE, E. J., El arte del Derecho y otras meditaciones, Fundación de Cultura
Universitaria, Uruguay, 2004, págs. 243-277.
64 Óscar Buenaga Ceballos
26
VALLET DE GOYTISOLO, J., Metodología jurídica, cit., págs. 70-73.
27
Ibidem, págs. 73-75.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 65
norma jurídica y la aplica para resolver un caso o problema concreto que se plantea. Y esto
sigue siendo hoy, en su reducción más pura. Desde el mismo nacimiento del Derecho como
institución social reguladora de los conflictos sociales, la aplicación del mismo forma parte
de su núcleo esencial, por cuanto lo justifica.
El posterior desarrollo histórico del Derecho y, especialmente, el intento de abordar
su conocimiento con planteamientos científicos, llevó a la existencia de un razonamiento
teórico sobre el mismo, con la consecuente creación de una ciencia del Derecho formada por
un conjunto de categorías, conceptos y principios obtenidos inductivamente de las distintas
normas jurídicas que formaban el Derecho, y que a su vez eran meras abstracciones de las
soluciones de casos concretos previamente resueltos. Posteriormente, los científicos (teóri-
cos) del Derecho no sólo elaboraron categorías, conceptos o principios sobre la base de las
normas jurídicas existentes, sino que, además, razonaron teóricamente sobre estas categorías,
conceptos o principios para llegar a crear otras categorías más abstractas aún hasta llegar
al nivel axiomático de establecimiento de un conjunto de dogmas de la Ciencia jurídica.
Es decir, que puede decirse que el Derecho en su desarrollo histórico, y fruto sin duda del
avance de la propia metodología general de las ciencias, ha experimentado un progresivo
proceso de continua abstracción.
Paralelamente a este continuo proceso histórico de abstracción, el Derecho no puede
dejar de ser lo que es en su esencia: un conjunto de normas que pretende resolver los con-
flictos que surgen diariamente en la vida social, sea a un nivel político o económico. Desde
un conflicto constitucional de competencias hasta la reclamación judicial del impago de
una factura, el Derecho se pone en marcha por igual y pretende solucionar estos problemas
jurídicos. Su herramienta son, evidentemente, las normas jurídicas.
De este modo, el progreso teórico y la aplicación práctica del Derecho caminan juntos
desde hace tiempo, y es claro que ambos se necesitan, como es claro también que la relación
entre ambos es de carácter dialéctico (en el sentido hegeliano del término), pues se encuentran
asimismo en un permanente estadio de tendencia a considerarse independientes uno de la
otra.
La elevación teórica del conocimiento del Derecho (al estilo del cielo de los conceptos
jurídicos de Ihering) tiende a alejarlo de la realidad social que disciplina, creándose un mundo
teórico de conceptos abstractos y vacíos, con desconexión de los problemas jurídicos reales,
que se retroalimenta permanentemente de forma endogámica. A medio camino entre la heu-
rística y el más puro arte literario, se formulan teorías jurídicas que no conducen a esclarecer
o a conocer el Derecho, sino a crear la falsa imagen de que no podemos conocer qué es el
Derecho, cuando es evidente que lo conocemos, pues si no, no estaríamos hablando de él.
En el terreno más elevado de la reflexión jurídica se halla evidentemente la Filosofía del
Derecho, y como a toda filosofía, entendemos que a la del Derecho le son aplicables las notas
esenciales de toda filosofía que Wittgenstein trazó en forma breve y aforística, pero magis-
tralmente, en su Tractatus lógico-philosophicus hace un siglo. Así, indicó que “el objetivo
de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos. La filosofía no es una teoría,
sino una actividad. Una obra filosófica consta esencialmente de elucidaciones. El resultado
de la filosofía no son “proposiciones filosóficas” sino la clarificación de las proposiciones.
66 Óscar Buenaga Ceballos
La filosofía debe clarificar y delimitar de manera nítida los pensamientos que, de otro modo,
se presentan, por así decirlo, turbios y envueltos en brumas”28.
Por otro lado, desde el ámbito práctico del Derecho se tiende con frecuencia a pensar que
la Filosofía del Derecho y la Ciencia jurídica se encuentran desconectadas de la aplicación
práctica del Derecho, de la vida jurídica real, cuando ello no es en absoluto cierto. El jurista
práctico, frecuentemente, no se da cuenta de que su técnica jurídica de resolución de casos
no actúa de un modo mecánico, extrayendo normas jurídicas de los distintos textos legales.
El jurista práctico razona usando un auténtico armazón jurídico lleno de conceptos jurídicos
elaborados dogmáticamente por la Ciencia jurídica y la Filosofía del Derecho, y cuanto
mayores son sus conocimientos teóricos sobre el Derecho, mejor será su técnica aplicativa
del mismo. La utilización de las normas jurídicas siempre se hace en un marco institucional
y conceptual teóricos que centran y ubican la discusión del problema jurídico, contribuyendo
a aportar nuevas perspectivas de solución del mismo.
En este sentido, una de las tesis fundamentales que pretendemos defender en este trabajo
es precisamente que el razonamiento jurídico-práctico debe ser –como aspiración ideal– un
razonamiento sistemático, lo que implica proyectar sobre el Derecho objetivo (que es com-
plejo, fragmentado y heterogéneo) unas estructuras de pensamiento que son típicamente
científicas, pero también axiológicas, contribuyendo a clarificar las relaciones internas entre
las normas jurídicas y a facilitar, en definitiva, su aplicación. De este modo, creemos que
esta actividad teórica de fundamentación metodológica del razonamiento jurídico-práctico
constituye una actividad filosófico-jurídica en el sentido wittgensteiniano del término.
Al hilo de esta composición dialéctica del Derecho en torno a sus aspectos teóricos y
prácticos, es evidente que esta tensión teórico-práctica se ha planteado también en el ám-
bito del razonamiento jurídico-práctico. Precisamente, esta confluencia de perspectivas en
el estudio del mismo ha contribuido a difuminar los límites en los que discurre el mismo.
Esto es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con el auge doctrinal del campo jurídico específico
denominado argumentación jurídica, que podemos situar cronológicamente en torno a la
mitad del siglo XX, el cual ha llevado, en mi opinión, a un desbordamiento de la noción del
razonamiento jurídico.
Así, la comunidad jurídica ha utilizado varias expresiones para referirse al razonamiento
jurídico, pero sin duda, la expresión favorita en nuestro entorno europeo continental ha sido
la de “argumentación jurídica”. La argumentación jurídica, como especialidad dentro del
ámbito teórico del Derecho, ha experimentado un enorme éxito desde su surgimiento allá por
la mitad del s. XX, de la mano de teóricos como Viehweg, Perelman, Alexy, MacCormick
o Aarnio, por citar algunos de los más relevantes.
La actividad argumentativa –en cualquier disciplina o discusión sobre un tema– es una
actividad consustancial a la razón humana, y de ahí que argumentar es un término equivalente
a razonar. De este modo, es natural que razonamiento jurídico y argumentación jurídica se
tiendan a convertir en términos equivalentes.
Sin embargo, en Derecho es bien sabido que el uso del lenguaje es una cuestión muy im-
portante. La tendencia a la precisión lingüística es una característica de cualquier ciencia, y en
28
WITTGENSTEIN, L., Tractatus lógico-philosophicus, cit., par. 4.112, pág. 161.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 67
el Derecho esta precisión no sólo está motivada por esta pretensión científica sino también, y
especialmente, porque es necesario delimitar el ámbito de aplicación de las normas jurídicas,
que se formulan en términos abstractos y utilizando el lenguaje común (vago y ambiguo per
se). En este sentido, nuestra preferencia por el uso de la expresión “razonamiento jurídico”
no es casual, pues pretendemos denominar razonamiento jurídico sólo a una parte de lo que
se denomina argumentación jurídica. Por otra parte, la expresión “razonamiento jurídico”
no se usa aquí en el sentido en que es usada por la doctrina americana o anglosajona (legal
reasoning), donde se prefiere su uso al de “argumentación jurídica”, equivaliendo a ésta.
Como se ha visto, nosotros entendemos que el razonamiento jurídico es sólo el razona-
miento jurídico en sentido objetivo, es decir, el razonamiento del jurista en cuanto opera o se
justifica con normas o principios jurídicos del Ordenamiento jurídico, excluyendo cualquier
otro tipo de razonamiento que no se fundamente en consideraciones o razones jurídicas. En
cambio, la argumentación jurídica (o el razonamiento jurídico en sentido amplio) se refieren
al razonamiento jurídico en sentido subjetivo, esto es, desde la perspectiva del jurista que
aplica el Derecho, sea juez, abogado o funcionario. Desde esta perspectiva más amplia,
cualquier argumento que aduzca un jurista para fundamentar su pretensión o decisión es
jurídico, aunque no se ampare en normas jurídicas (argumentación jurídica subjetiva).
Volviendo a la presencia de la dialéctica teoría-práctica en el ámbito de la argumentación
jurídica, como decíamos, tal dialéctica se ha manifestado en este campo.
Dentro de la argumentación jurídica, se han abierto dos grandes líneas que pueden des-
cribirse como las de la teoría de la argumentación jurídica y la técnica de la argumentación
jurídica. Ambas han llevado, si bien por caminos distintos, a difuminar y deslegitimar lo
que consideramos que debiera ser el razonamiento jurídico, porque han permitido la entrada
de argumentos de persuasión, convicción o justificación que han perdido su anclaje en el
Ordenamiento jurídico, y que han dado entrada a que se pueda pensar que pueden justificarse
y adoptarse decisiones jurídicas (sentencias, paradigmáticamente) sin haberse seguido un
razonamiento jurídico normativo en todas las fases del proceso de adopción de tal decisión.
Esto es insostenible bajo nuestro punto de vista, y conduce al establecimiento de un ámbito
de discrecionalidad judicial que no es defendible en un Estado de Derecho, en el que el
juez actúa bajo el principio de legalidad y en el que sus decisiones deben dar el más estricto
cumplimiento al principio de justicia bajo los auspicios del principio de seguridad y certeza
del Derecho y de igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.
De este modo, debe quedar claro que no es lo mismo, en nuestra opinión, argumentar
jurídicamente (noción objetiva) que referirnos a la argumentación jurídica como actividad
propia del jurista (noción subjetiva).
Tanto el punto de vista teórico de la argumentación jurídica (cuyo principal exponente
puede considerarse Alexy), como la vertiente técnica de la argumentación jurídica enfocada
especialmente al aprendizaje de los abogados y su destreza en la gestión de asuntos jurídicos,
adoptan en común una perspectiva argumentativa general, donde tienen cabida cualesquiera
procedimientos y reglas que tiendan a persuadir o convencer al órgano decisor (normalmente,
un juez) de que emita una determinada decisión en un sentido interesado. Obviamente, entre
estas reglas están las normas jurídicas, pero no sólo las normas jurídicas, sino también un
conglomerado de argumentos no normativos, que pertenecen al campo de la argumentación
68 Óscar Buenaga Ceballos
perjudiciales para su cliente para dar más verosimilitud a su versión). Asimismo, en esta
línea, el abogado seleccionará las pruebas a presentar o a practicar en el futuro, para acreditar
sólo los hechos que le interesen.
Es así que el Juez va a recibir ya una versión de los hechos bastante depurada, y estable-
cida de conformidad con la estrategia de parte y seleccionada con las directrices marcadas
por los supuestos de hecho de las normas a aplicar.
Todas la ciencias cuentan entre su haber con una disciplina especializada que ha desarro-
llado una metodología de las mismas, esto es, una exposición del conjunto de procedimientos
de los que se sirve para conocer la materia de conocimiento que les es propia y transmitir
dicho conocimiento hallado a los demás. Como toda ciencia trata de comprender, explicar y
predecir los fenómenos, el método científico persigue precisamente estos fines y encontrar
la mejor y más segura forma de hallarlos, tratando de descubrir nuevas verdades, esto es,
de investigar sobre el sector de realidad que constituye su ámbito (método heurístico), así
como transmitiendo a los demás las verdades ya encontradas, esto es, enseñarlas o explicarlas
(método didáctico).
Cada disciplina cuenta con su metodología propia, la cual se elabora atendiendo a los
fines u objetivos concretos de dicha disciplina y atendiendo a los sucesivos problemas
que van surgiendo con la propia evolución en el tiempo de la disciplina. Ciertamente, las
ciencias que son susceptibles de matematización (matemáticas, física, etc.) presentan una
serie de elementos comunes que permiten realizar una generalización del proceso de su
conocimiento. En cambio, en el campo de las ciencias sociales tal generalización no es
posible, pues la Economía, la Sociología, el Derecho, etc., presentan muy distintos grados
de aplicación de criterios estrictamente científicos para su conocimiento. Estas diferencias
aplicativas se deben, seguramente, a la complejidad del fenómeno humano. El conocimiento
matemático actúa sobre el razonamiento demostrativo, pero cuando se opera con conjeturas
como hace el historiador, el jurista, o el economista, en definitiva, las ciencias sociales, el
razonamiento pasa a ser simplemente razonable, admisible, plausible e incluso dotado de
una alta probabilidad, pero no ostenta una evidencia científica.
En el ámbito jurídico, el razonamiento responde a estos criterios de admisibilidad, ra-
zonabilidad o probabilidad, pero nuestra especificidad reside en otro rasgo que lo convierte
en único, y es que el razonamiento jurídico se realiza con normas jurídicas, ya que en sus
premisas siempre hay alguna de ellas que son estrictamente premisas normativas, pero
es que, además, en las premisas empíricas con las que opera el razonamiento jurídico en
ocasiones, también intervienen normas jurídicas que influyen, delimitan o guían la fijación
y construcción de tales premisas fácticas.
Las ciencias sociales no pueden llegar al nivel riguroso de conocimiento de una ciencia
propiamente dicha, pero, en cuanto se esfuerzan por responder a criterios científicos, deben
tender a una actitud teórica y sistemática respecto de su objeto de conocimiento. Deben
admitir que ninguna teoría formulada será verificable en sentido científico-estricto, y que
72 Óscar Buenaga Ceballos
por mucho que se generalice, las disciplinas sociales siempre tendrán un marcado carácter
casuístico (lo que es especialmente predicable del Derecho).
La que hemos denominado metodología del razonamiento jurídico-práctico (y respecto
de la cual, este trabajo pretende ser una especie de esbozo fundamentador) no es otra cosa
que la descripción y explicación de los procesos mentales que sigue el razonamiento para
aplicar el Derecho a la resolución de un caso concreto y obtener así una resolución justa del
mismo. En tal sentido, forma parte del campo más extenso que conforma la Metodología
del Derecho, que hace referencia al conjunto de métodos que sigue la Ciencia jurídica para
obtener el conocimiento del Derecho, tanto en su vertiente aplicativa, como desde un punto
de vista teórico de investigación y análisis de los conjuntos normativos que integran el
Ordenamiento jurídico.
Puede concebirse la Metodología jurídica como circunscrita al razonamiento jurídico-
teórico del Derecho, esto es, a un análisis puramente teórico de las normas jurídicas abstractas
en sus aspectos de creación y relación de las mismas, así como de la construcción de concep-
tos fundamentales y principios jurídicos con base en aquéllas, pero el carácter práctico de la
Ciencia del Derecho es, como ya hemos dicho, no una dimensión del mismo junto a la teórica,
sino un aspecto esencial que lo conecta con su finalidad esencial de pacificación social y de
lograr, en definitiva, una resolución justa para cualquier conflicto que se plantee. De este
modo, ningún análisis del Derecho, por teórico que resulte, puede prescindir de su vertiente
práctica de obtención del ideal de la justicia. La falta de aplicación o utilidad práctica de una
teoría jurídica formulada la convierte en inútil y en un puro ejercicio de invención literaria.
De hecho, las grandes parcelas del razonamiento jurídico-teórico se encaminan de forma
inexorable hacia su aspecto práctico, del que no pueden huir para no caer en la inutilidad
de sus planteamientos y poder justificar su propia existencia. Así, la Filosofía del Derecho
pretende indagar sobre la justificación de la existencia del Derecho, que no es otra que la de
conseguir la realización del ideal de justicia; la Ciencia o teoría jurídica en sentido estricto
pretende la construcción y aportación de conceptos jurídicos teóricos que expliquen y faci-
liten la comprensión del Derecho para su mejor y más exacta aplicación a la resolución de
casos; la Lógica jurídica no es más que el análisis de los procesos formales o justificativos
que sigue el razonamiento jurídico para aplicar las normas a supuestos prácticos, y lo mismo
cabe decir de la Metodología jurídica, en la cual el estudio de los aspectos interpretativos de
las normas es un aspecto fundamental; finalmente, la Sociología jurídica es, por definición,
una ciencia empírica o de hechos jurídicos, que requiere igualmente el conocimiento de la
aplicación del Derecho a la realidad social.
En definitiva, que un razonamiento jurídico-teórico de carácter filosófico, científico,
metodológico o sociológico, por muy teórico que sea, siempre tendrá que analizar las normas
jurídicas en funcionamiento, es decir, siendo aplicadas para solucionar problemas concretos
que se plantean en la sociedad. La formulación abstracta de las normas siempre aparece
referida, por su propia construcción, a un ámbito de la realidad del que parten (supuesto
de hecho) y otro ideal, perteneciente al mundo del deber-ser, que crean o construyen por
entender que es el más justo (consecuencia jurídica).
La metodología del razonamiento jurídico-práctico tiene, pues, como finalidad la de ana-
lizar el método o la técnica que utilizan los juristas para llegar a encontrar una solución justa
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 73
actitud científica ante un objeto de la realidad (en este caso, el Derecho), implica una reflexión
categorizada y sistemática de tipo científico, esto es, un razonamiento teórico sobre el mismo.
Cuando hablamos de metodología del razonamiento jurídico-práctico estamos haciendo
referencia a una cuestión concreta –pero sin duda la más importante– dentro del ámbito
jurídico, cual es la de la aplicación de las normas jurídicas como enunciados abstractos y
generales a la solución de un caso concreto que se plantee. El paralelismo con otras ciencias
puede llevar a la confusión de que la cuestión de la aplicación de las normas es una cuestión
meramente técnica, es decir, que el ámbito de la metodología del razonamiento jurídico-
práctico es el ámbito de la técnica o tecnología jurídica, pero nada más lejos de la realidad.
Precisamente, la gran peculiaridad del razonamiento jurídico reside en que la aplicación de
las normas jurídicas para resolver conflictos sociales es su justificación última a nivel teórico.
Frente a otras ciencias, sean formales (Matemática, Lógica), experimentales (naturales) o
incluso sociales (Economía, Sociología, Historia), el Derecho tiene su fundamentación en la
solución (y por tanto en la pacificación) de conflictos sociales, siendo las normas jurídicas los
instrumentos de resolución que ha creado la sociedad, directamente o a través de los poderes
públicos, para solventar los mismos.
Además, la solución jurídica de cualquier conflicto está guiada en su legitimación y
justificación por un valor esencial –y prejurídico– del ser humano como es la justicia. La
evolución histórica del Derecho, y su progresivo desarrollo y acomodación a la sociedad
que regula, determina que las normas jurídicas que se han ido creando se puedan contemplar
como un objeto de conocimiento científico, pero la especificidad del Derecho está en que su
aspecto teórico no puede ser contemplado o desarrollado sin una vinculación a su vertiente
práctica o real. En caso contrario, cualquier teoría del Derecho no pasa de ser un mero
ejercicio académico o didáctico.
De igual modo, el practicismo jurídico, esto es, la actitud de considerar la aplicación de
las normas como una mera técnica desprovista de una reflexión categorizada y sistemática
que explique la conexión de cualquier aplicación normativa con el principio superior de
la justicia, está condenada también al fracaso, pues la resolución justa de cualquier caso
determina que el jurista práctico debe adoptar no sólo un conocimiento del contenido de las
normas que aplica, sino también de la trabazón intrínseca de las mismas y su sometimiento
a una serie de principios superiores del Ordenamiento jurídico, a cuyas relaciones sólo se
llega desde una reflexión sistemática que proporciona o aporta la ciencia jurídica, como
ciencia teórica del Derecho.
Por eso, hemos afirmado en este trabajo que el Derecho es una ciencia práctica, una
ciencia volcada a la praxis, donde los aspectos teóricos y prácticos van de la mano en el
tratamiento y desarrollo de cualquier categoría o aspecto jurídico, y no sucesivamente.
De ahí que la metodología del razonamiento jurídico-práctico no se refiera a la técnica de
aplicación del Derecho tan sólo, sino al establecimiento de una fundamentación científica de
dicha aplicación, es decir, a una reflexión sobre los cimientos teóricos de dicha aplicación, y
sin los cuales, carecería de justificación para encontrar la solución más justa a los problemas
jurídicos. La técnica jurídica se encuentra desprovista de este sentido último de justicia que
persigue cualquier aplicación de las normas del Derecho, y en cuanto tal, suele revestir la
apariencia de constituir una actividad fría y mecánica.
76 Óscar Buenaga Ceballos
PERSPECTIVAS EPISTEMOLÓGICAS
DEL RAZONAMIENTO JURÍDICO
CAPÍTULO V.
RAZONAMIENTO Y LÓGICA JURÍDICA
La relación del razonamiento jurídico con la lógica formal es evidente, desde la misma
consideración de partida de que la lógica es una ciencia que trata de la forma o proceso
en que el razonamiento general discurre (realiza inferencias encadenando proposiciones)
válidamente, determinando las reglas que debe seguir, con independencia de la materia
sobre la que se aplique. En tal sentido, la lógica formal establece las reglas para que las
inferencias racionales sean formalmente válidas (correctas), y no atiende a si tales inferencias
sean verdaderas o falsas (esto es, si el significado que se atribuye a los símbolos lógicos es
acorde a la realidad significada), sino tan sólo a que el razonamiento respete dichas reglas
de la inferencia formalmente válida. De ahí, que la lógica formal en cuanto regula las reglas
generales del razonamiento correcto sea susceptible de aplicarse a cualquier razonamiento
específico, y entre ellos, al jurídico.
En el ámbito lógico, junto a la lógica formal, es preciso referirnos a la lógica material,
que atiende a las reglas del razonamiento en cuanto proceso para el logro de un conocimiento
verdadero (no solamente formalmente válido). En cuanto se trata de una lógica material,
sus reglas no se determinan universalmente, sino que están relacionadas y moduladas por
la materia particular respecto de la que se predican. De este modo, junto a la validez formal
de las inferencias racionales, importa también la verdad lógica de las mismas, es decir, que
exista una correspondencia entre lo que pensamos y las cosas que forman parte de la realidad
empírica. Ahora bien, conviene resaltar que en multitud de disciplinas (y el Derecho es una de
ellas), con relación a la verdad (la realidad de una proposición), el pensamiento se encuentra
a menudo en distintos grados de verdad respecto al objeto. Así, la ignorancia, la duda, la
sospecha, la probabilidad (u opinión) y la certeza (o evidencia). En este sentido, en el ámbito
jurídico, podríamos hablar en muchos casos de una seguridad razonable o probable, no de
80 Óscar Buenaga Ceballos
certezas absolutas (que también las hay), pero lo cierto es que el razonamiento jurídico se
suele mover en terrenos de mayor o menor grado de incertidumbre y tener que decidir. Por
ello, estas decisiones son, en muchas ocasiones, tan sólo razonablemente seguras.
De este modo, la lógica entendida en sentido estricto (como ciencia, diferente de
la acepción amplia de lógica entendida como “sentido común”) constituye un conjunto
de reglas que debe observar el razonamiento para ser considerado válido o correcto y
verdadero.
La aplicación de la lógica al razonamiento jurídico conlleva, pues, analizar, si los
procesos del razonamiento jurídico se atienen a las reglas de la ciencia lógica, o bien, si el
razonamiento sigue unas reglas lógicas específicas en el devenir hacia la conclusión; reglas
que, en este último caso, no serían las generales derivadas del sentido común, pues entonces
el Derecho sería lógico de la misma manera que cualquier otro pensamiento racional, por
el hecho de ser racional.
A este respecto, si entendemos el Derecho como una ciencia práctica que, en cualquier
consideración científico-teórica que efectúe, no puede abstraerse de la realidad social y
cuya finalidad es la resolución justa de conflictos jurídicos concretos, el primer escollo con
el que se encuentra cualquier intento de aplicación de la lógica al razonamiento jurídico es
que éste no puede funcionar nunca con razonamientos abstractos o formales. Por su misma
definición, éstos se alejan de las situaciones reales, las cuales, incluso, les incomodan por su
carácter cambiante y mudable. Parece, pues, que el término lógica solamente su puede utilizar
en Derecho desde un punto de vista más amplio, referido a describir cómo el razonamiento
jurídico opera cuando aplica las normas jurídicas para resolver un caso concreto, o incluso,
teóricamente, cuando formula una teoría concreta.
Es así que la primera y más importante precisión que debe hacerse es la del propio
término “lógica”, que en el ámbito del Derecho se utiliza en el sentido más amplio que cabe
dar a dicho término, como expresión equivalente a la del propio acto de razonar o al sentido
común. Buena muestra de ello en nuestro Ordenamiento es el art. 218.2 LEC, que establece
que las sentencias han de motivarse ajustándose a las “reglas de la lógica y de la razón”. En
esta tesitura, el razonamiento jurídico es siempre lógico por su misma racionalidad.
A partir de esta evidencia, cuando el término “lógica” se utiliza más estrictamente, es
decir, como disciplina autónoma formal que trata de los procesos del razonamiento válido y
que se aplica al conocimiento de las distintas ciencias, la cuestión varía. Es en este contexto
cuando los juristas utilizan el término lógica jurídica, el cual tiende a confundir la propia
relación entre el Derecho y la lógica, pues cabe entender por tal, o bien la aplicación de la
lógica general al ámbito jurídico, o bien la existencia de una lógica jurídica especial que no
se ajusta a la general. El problema estriba en determinar si existe esa tal lógica jurídica y
en qué consiste.
Este sería el punto de arranque de la búsqueda de una lógica jurídica específica, la cual
atendería y observaría el funcionamiento específico de las normas jurídicas cuando se utilizan
por el razonamiento, sea con fines teóricos o prácticos.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 81
31
Sin ánimo exhaustivo, pueden citarse las obras clásicas de KALINOWSKI, G., Introducción a la lógica
jurídica, cit.; GARCIA MAYNEZ, E., Introducción a la Lógica jurídica, Fondo de Cultura Económica, México,
1951; PERELMAN, CH., La lógica jurídica y la nueva retórica, cit.; LOEVINGER, L. J., trad. J. Puig Brutau,
Una introducción a lo lógica jurídica, Bosch, Barcelona, 1954; KLUG, U., Lógica jurídica, trad. D. García
Bacca, Facultad de Derecho de la Universidad de Venezuela, Caracas, 1961.
82 Óscar Buenaga Ceballos
3. EL SILOGISMO JURÍDICO
32
Sobre la noción de silogismo en Aristóteles, véase FERRATER MORA, J. Diccionario de Filosofía de
bolsillo, Tomo II, Alianza Editorial, 2ª reimp., Madrid, 1987, pág. 687, de quien tomamos la definición.
33
Cfr. ibidem, págs. 687-689.
84 Óscar Buenaga Ceballos
la noción global de silogismo del filósofo griego reviste un carácter más general que permite
un mejor ajuste al ámbito jurídico, dado que junto a los silogismos demostrativos, están
los dialécticos que permiten que la conclusión tenga sólo un cierto grado de probabilidad
respecto de las premisas.
Las premisas en Derecho están conformadas por las normas jurídicas (premisas jurídicas)
y por los hechos de la realidad que se toman en cuenta (premisas fácticas o empíricas). Sobre
esa situación y la relación entre ambas, se llega a una conclusión o decisión jurídica. De ahí,
que el silogismo jurídico en cuanto proceso que sigue el razonamiento jurídico para llegar
a la decisión presenta un esquema propio.
La conformación de las premisas en el silogismo jurídico no es lineal o sucesiva, sino
circular. La premisa fáctica se forma inicialmente sobre la narración de un suceso de la rea-
lidad, pero esta premisa se va construyendo sucesivamente según determinaciones jurídicas
que seleccionan los hechos a considerar, los moldean para su ajuste a la norma e incluso
se completan con hechos ficticios que se desprenden de normas jurídicas. Estas continuas
transformaciones de los hechos vienen dadas a su vez por el proceso de determinación de las
premisas normativas, de tal forma que ambas premisas se van conformando sucesivamente
en una progresiva interacción entre ambas en un recorrido mentalmente circular entre ambas,
y no lineal.
La conformación de estas dos premisas implica a su vez un razonamiento complejo
que implica la utilización de distintos mecanismos o instrumentos jurídicos que permiten al
jurista en ocasiones una elección entre varios mecanismos aplicables y que implica el uso
de distintos argumentos jurídicos, incluso en la fijación de los hechos. De tal modo, que las
premisas fácticas y normativas fijadas son a su vez conclusiones de subpremisas fácticas
y jurídicas, y por lo tanto tienen la consideración de probables, pues aunque la conclusión
resulte necesariamente de las subpremisas, cabe la posibilidad de que existan varias op-
ciones justificables argumentativamente. Es precisamente esta probabilidad la que permite
“reajustes” del discurso si el razonamiento va comprobando que la conclusión a la que está
llegando no resulta justa.
De ahí, que la conclusión general del caso sea siempre probable, pues las premisas fáctica
y jurídica ya tienen, a su vez, la consideración de subconclusiones probables. En este sentido,
el silogismo jurídico, aunque pueda presentarse en algún caso como silogismo demostrativo,
presenta un claro carácter de silogismo dialéctico, porque sus conclusiones tienen un cierto
grado de probabilidad respecto de las premisas, que a su vez son probables.
En el ámbito jurídico, la probabilidad lógica de premisas y conclusiones se transforma
en la noción de justificabilidad normativa, es decir, que el proceso mental seguido por el
razonamiento jurídico sea avalado por criterios jurídicos extraídos del Ordenamiento jurí-
dico. Incluso el jurista, cuando fija los hechos de un caso, debe seguir un cauce marcado
por las normas jurídicas, no puede fijar o seleccionar los hechos que le son narrados sin
más. No es una actuación meramente empírica, dado que no se limita a recoger hechos de la
realidad. Desde un comienzo, el jurista realiza una operación jurídica de institucionalización
básica del caso (lo cual analizaremos más detalladamente más adelante), y esta institución
despliega en su pensamiento un conjunto de normas, principios y precedentes aplicables que
le determinan en la posterior fijación de los hechos, pues le indican cómo seleccionarlos,
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 85
cómo fijarlos, cómo adaptarlos e incluso como completarlos para conseguir una mejor y
más certera aplicación de la norma jurídica que tiene pensada desde un principio. Es más,
si durante este iter mental decide cambiar la norma a aplicar por encontrar otra que más se
ajuste al caso, las directrices del proceso de fijación de los hechos posiblemente cambiarán.
Este es un ejemplo del “reajuste” indicado más arriba.
De esta manera, el intento de encaje del razonamiento jurídico en esquemas lógicos
estrictos no puede llegar a captar en ningún caso la complejidad de matices del mismo. El
continuo cambio que experimentan sus premisas y subpremisas en el devenir mental de dicho
razonamiento cuando se encuentra en el proceso de hallazgo de la solución de un problema
jurídico, caracterizado por un continuo reajuste de premisas y subconclusiones para lograr
la solución justa del caso, imposibilita la estabilidad requerida por las reglas que rigen los
procesos lógicos generales. El silogismo jurídico es, por tanto, un silogismo peculiar del
razonamiento jurídico, y es la más palpable evidencia de que la lógica jurídica es una lógica
específica con reglas propias.
Según nuestra concepción del razonamiento jurídico como el razonamiento que opera
con normas y principios extraídos del Ordenamiento jurídico, la lógica jurídica debe limitarse
a concretar las operaciones mentales que el razonamiento jurídico realiza para aplicar estas
normas a la resolución de un caso concreto, excluyendo la utilización de argumentaciones
extrajurídicas, por muy racionales que éstas sean.
En este sentido, este concepto objetivo de razonamiento que sostenemos nos lleva a
distinguir entre la lógica jurídica y la lógica del jurista, puesto que el uso de argumentos no
jurídicos por parte del jurista no se encontraría regido por criterios normativos, sino por reglas
pertenecientes al discurso general. La lógica jurídica sería, pues, una lógica normativa, una
lógica extraída de la aplicación, de la puesta en movimiento, de las normas jurídicas cuando
pretenden resolver un problema jurídico.
Si de alguna forma hay que calificar a la lógica jurídica, es como la lógica de lo justo.
Es una lógica volcada a su finalidad de encontrar una conclusión o solución justa a un
problema planteado, hasta el punto de que las cadenas de razonamientos realizadas con las
distintas premisas y subconclusiones (que actúan a su vez como premisas) no encuentran
su justificación en haber sido enlazadas con una validez lógico formal o en llegar a una
conclusión verdadera, o ni tan siquiera razonable, sino razonablemente justa y acorde al
Ordenamiento jurídico. En esta dirección, el proceso lógico del razonamiento jurídico debe
estar presidido por la razonabilidad de sus pasos, pero también porque dicha razonabilidad
sea una razonabilidad jurídica, es decir, que dichos pasos adoptados se justifiquen y se
desprendan de norma o principios jurídicos en todos los lugares de la cadena, excluyendo
cualquier valoración o elección del jurista práctico que implique una decisión arbitraria
no fundada en Derecho.
En muchas ocasiones, el razonamiento del jurista implica en su iter discursivo realizar
elecciones, pero estas elecciones han de estar justificadas normativamente. No es un proceso
deductivo mecánico que sólo permite una cadena de deducciones, sino que permite varios
86 Óscar Buenaga Ceballos
caminos, pero la elección de uno u otro debe justificarse con una norma jurídica o principio
que permita tomar tal camino. Ese es el motivo por el que nosotros prefiramos utilizar la
expresión “razonamiento jurídico” en vez de lógica jurídica, pues la posibilidad de elegir
u optar por varios caminos discursivos o alterar sobrevenidamente las premisas aceptadas
lleva el término “lógica” hacia un significado muy amplio.
Hemos dejado dicho que el razonamiento jurídico-práctico es esencialmente un razona-
miento normativo, esto es, un razonamiento con normas jurídicas. El uso o argumentación
jurídica conlleva el uso encadenado de las mismas para llegar a una conclusión, y el análisis
de este uso es el cometido de la lógica jurídica, pero también las normas jurídicas pueden
ser observadas desde un punto de vista lógico interno-estructural. Desde esta perspectiva,
las normas presentan normalmente una forma condicional en su estructura (la forma lógica
de las normas), de tal manera que suelen aparecer formuladas en el sentido de que si se da
un supuesto de hecho determinado (enunciado de forma abstracta en la norma) se produce la
consecuencia jurídica prevista en la norma (Si S, entonces C). Hay, pues, un antecedente u
supuesto de hecho que se refiere a una serie de hechos que se producen en la realidad, y hay
un consecuente que es la previsión ideal que establece la norma como consecuencia jurídica
y que se actualizará (se debe actualizar) si se produce el supuesto de hecho.
De este modo, las normas jurídicas –a pesar de su concreta formulación lingüística en
cada caso– pueden ser casi siempre transformadas en un enunciado condicional con formato
lógico según el cual si se producen determinadas circunstancias (un suceso de la vida real),
se realizará la consecuencia jurídica prevista por el Ordenamiento jurídico, y que consiste
en atribuir o reconocer derechos o establecer obligaciones, distribuidas entre uno o varios
sujetos.
En este punto, también es preciso referirnos al campo de aplicación de la norma. Esta
noción se refiere a la clase de hechos comprendidos en el supuesto de hecho de la norma (cuya
determinación es a veces dificultosa), y en tal sentido, conduce en muchas ocasiones a una
abstracción efectuada (una categorización o conceptualización, en definitiva) sobre varios
supuestos de hecho de distintas normas que presentan rasgos comunes. Así, por ejemplo,
ocurre cuando nos referimos a un grupo de normas que regulan los “vicios constructivos”.
Esta abstracción inductiva que se realiza tomando en consideración varios supuestos de
hecho abstractos de varias normas lleva a la configuración de casos-tipo del Ordenamiento,
que es el estadio intelectual previo a la creación de una institución jurídica, formada por
un grupo de casos típico que gira en torno a una serie de normas que usualmente operan de
forma conjunta y sistemática en la resolución de aquéllos.
Respecto a la estructura lógica del razonamiento jurídico, es necesario indicar que como
condición necesaria de validez lógico-jurídica de un razonamiento normativo está el que su
conclusión sea una norma jurídica y que entre sus premisas aparezca también al menos una
norma jurídica. De este modo, concurren en el razonamiento jurídico premisas normativas
y cognoscitivas (o descriptivas), y una conclusión que es siempre normativa.
De esta manera, cuando se habla de lógica jurídica en relación con el razonamiento jurí-
dico, se quiere hacer referencia a esta peculiar lógica que se da cuando se razona en Derecho
con normas; es una lógica que no funciona con proposiciones verdaderas, probables o falsas,
por cuanto las normas jurídicas no ostentan tal cualidad. Sin embargo, sí debe precisarse
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 87
que el razonamiento jurídico cuando argumenta con normas, considera a éstas como propo-
siciones normativas, es decir, como enunciados verdaderos en cuanto existentes (válidos).
En este sentido, Kalinowski, al abordar la noción de raciocinio jurídico, al que califica
como “un proceso cognoscitivo que es esencialmente un acto de la razón”, señala que al
lógico lo que le interesa es el “estudio del raciocinio reducido al acto discursivo, puramente
intelectual, de inferencia”. La inferencia se presenta como un “acto por el cual se considera
que una proposición, con condiciones bien definidas, tiene un valor lógico determinado
porque anteriormente se ha atribuido a otra proposición (o a varias otras proposiciones), de
carácter igualmente estrictamente definido, también un valor lógico determinado”. El autor
señala que este valor lógico se identifica en muchos casos con tesis verdaderas, probables
o falsas, pero existen raciocinios con proposiciones, tanto en las premisas como en las con-
clusiones, que no son verdaderas, probables o falsas, que se desarrollan dentro de sistemas
formalizados, y “a nadie se le ocurre poner en duda el carácter de raciocinio auténtico inhe-
rente a las operaciones discursivas formalizadas, las cuales son por el contrario consideradas
por su rigor como modelos de raciocinio”.34 Este sería el caso del razonamiento jurídico.
En definitiva, y pese a nuestra preferencia por el término “razonamiento jurídico”, puede
hablarse de lógica jurídica en un sentido muy amplio para referirnos a todos los procesos
mentales de carácter racional que sigue el razonamiento jurídico-práctico para resolver un
caso. En este caso, lógica jurídica y razonamiento jurídico serían términos equivalentes.
34
KALINOWSKI, G., Introducción a la lógica jurídica, cit., pág. 146, también nota 1.
CAPÍTULO VI.
RAZONAMIENTO Y TÓPICA JURÍDICA
La tópica puede concebirse como un método del pensamiento, y en tal sentido, podemos
hablar de la existencia de un razonamiento tópico.
El razonamiento tópico es el que opera con tópicos, que no son otra cosa que opiniones
probables de carácter común sobre una determinada materia, existiendo, si bien, tópicos más
generales que pueden utilizarse en cualquier materia. El elemento esencial de un tópico es el
de constituir una afirmación u opinión probable, cuyo solo sustento es el de ser comúnmente
aceptada por un grupo de personas (que puede estar constituido desde por una persona a una
sociedad o ámbito determinado). Característica fundamental del método tópico es también el
uso de los denominados lugares comunes, que constituyen elementos configuradores o líneas
del razonamiento, y que aportan a éste distintos puntos de vista sobre la materia razonada
(por ejemplo, las dualidades género-especie, causa-efecto, etc.).
La utilización de la tópica por el razonamiento hunde sus raíces en la filosofía griega de
la antigüedad. Resulta clave en este sentido la figura de Aristóteles, que utilizó los tópicos y
los lugares comunes tanto en la dialéctica como en la retórica. La dialéctica era concebida
por el filósofo como el método de “razonar sobre todo problema que se nos proponga a
partir de cosas plausibles”35, mientras que la retórica era conceptuada como “la facultad
de considerar en cada caso lo que puede ser convincente”36, aunque “ambas se refieren a
determinadas cuestiones cuyo conocimiento es en cierto sentido común a todos y no propio
de una ciencia definida. Por tal motivo todos participan también en cierto sentido de ambas.
Y es que todos en alguna medida procuran poner a prueba y sostener un aserto, así como
35
ARISTÓTELES, Tratados de Lógica (Órganon) I, trad. M. Candel Sanmartín, Gredos, Madrid, 1982,
pág. 89, (Tópicos 100a).
36
ARISTÓTELES, Retórica, trad. A. Bernabé, Alianza Editorial, 2ª reimp. Madrid, 2000, pág. 52.
90 Óscar Buenaga Ceballos
defenderse y acusar”37. La tópica aristotélica fue utilizada por multitud de filósofos, desta-
cando las figuras de Cicerón en la antigua Roma, Santo Tomás en el medievo y Vico en los
siglos XVII y XVIII.
En lo que respecta a su utilización en el ámbito del Derecho, Vallet de Goytisolo ha
destacado que, históricamente, la tópica (salvo que entendiéramos a ésta en un sentido
latísimo) no fue usada por los jurisconsultos romanos para la determinación de lo justo, sino
que procuraron captarlo directamente de la realidad, ayudados por su propia experiencia y la
de sus antecesores. Posteriormente, en cambio, las leyes romano-bárbaras recogieron como
principios muchas reglas romanas, y los glosadores convirtieron esas reglas en máximas o
brocardos, dotándolas así de carácter general y abstracto, y utilizando estas reglas como pre-
misas del razonamiento a pesar de su carácter dudoso, acercándose así a un método tópico38.
El intento moderno de aplicar el método tópico a la Ciencia del Derecho vino de la mano
de Theodor Viehweg, con su obra Tópica y jurisprudencia, publicada en 1963. El autor
publicó varios estudios posteriores en los que abordó nuevamente cuestiones relativas a la
Tópica, y más en general, sobre el razonamiento jurídico y la argumentación39.
En su obra Tópica y jurisprudencia, Viehweg, después de efectuar un recorrido histórico
precisando la noción de Tópica y su utilización aplicada a la Ciencia del Derecho, sienta su
teoría acerca de la misma. Quizá la idea central y más novedosa del autor es la de establecer
el método tópico en contraposición a lo que él denomina el “espíritu deductivo sistemático”40,
en clara alusión al método lógico-formal o axiomático. Para Viehweg la tópica se encuentra
presente en el Derecho, y consiste en una “técnica del pensamiento problemático”41. De
este modo, concibe la Ciencia del Derecho “como una permanente discusión de problemas
y que, por lo tanto, su estructura total ha de ser determinada desde el problema, buscando
puntos de vista para su solución” y así “resulta que sus conceptos y proposiciones tienen
que estar ligados de modo especial con el problema”42. Por el contrario, según el autor, los
intentos de sistematización deductiva de la Ciencia del Derecho pretenden la desconexión
de la tópica del ámbito jurídico y se dirigen contra ella. Pretenden una cientifización de la
Ciencia jurídica y “sustituir la tópica por el sistema”43.
No cabe desconocer las importantes aportaciones de Viehweg a la Ciencia jurídica, y
especialmente al razonamiento jurídico-práctico que es objeto de nuestro interés. Desde
luego, una de ellas es la inadecuación de aplicar métodos lógico-deductivos o axiomáticos
para la construcción y explicación de la Ciencia jurídica. Otra sería articular el centro de
37
Ibidem, pág. 45.
38
VALLET DE GOYTISOLO, J., Metodología jurídica, cit., págs. 155-157.
39
VIEHWEG, T., Tópica y Jurisprudencia, cit.,; VIEHWEG. T., Tópica y filosofía del Derecho, trad. J. M.
Seña, Gedisa, Barcelona, 1991, donde se reúnen los artículos posteriores del autor sobre la materia.
40
VIEHWEG, T., Tópica y jurisprudencia, cit., pág. 24.
41
Ibidem, pág. 24.
42
Ibidem, pág. 146. En la pág. 142 establece como presupuestos esenciales de la tópica los tres siguientes:
“1. La estructura total de la jurisprudencia solamente se puede determinar desde el problema.
2. Las partes integrantes de la jurisprudencia, sus conceptos y sus proposiciones, tienen que quedar ligadas
de un modo específico con el problema y sólo pueden ser comprendidas desde él.
3. Los conceptos y las proposiciones de la jurisprudencia sólo pueden ser utilizados en una implicación que
conserve su vinculación con el problema. Cualquiera otra es preciso evitarla”.
43
Ibidem, pág. 122.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 91
ésta en torno a la cuestión de la búsqueda de lo justo aquí y ahora44, esto es, la resolución del
problema jurídico, categoría desde la cual debe determinarse la estructura total de la Ciencia
del Derecho. También es destacable la idea de la presencia del razonamiento tópico en el
Derecho, en cuanto Viehweg quiere expresar que existe una parte del razonamiento jurídico
que se escapa a los patrones de la lógica deductiva.
Sin embargo, no podemos compartir otras tesis del autor. Ciertamente, el razonamiento
jurídico (y por extensión la Ciencia jurídica) no responde al método de la lógica formal en
muchos de sus aspectos y eso le convierte en un razonamiento específico, pero Viehweg va
demasiado lejos en negar el carácter sistemático del Derecho. De su obra se desprende que
el autor equipara el carácter sistemático con la aplicación de esquemas lógicos al Derecho45,
pero ello no es en modo alguno así. Que el Derecho no se construya deductivamente por
el método axiomático es algo claro, como lo es que su misión fundamental es resolver los
problemas jurídicos y que debe girar en torno a esta misión, pero el Derecho debe tener
necesariamente un funcionamiento sistemático. Las partes integrantes del Derecho deben
funcionar sistemáticamente conectadas entre sí y estas conexiones son establecidas por nor-
mas jurídicas que estructuran las relaciones de las demás normas. Este conjunto normativo
que denominamos Ordenamiento jurídico es el que determina la solución del problema y no
al revés, como sostiene Viehweg. Y esta es otra crítica fundamental que debemos efectuar a
su teoría en relación con el razonamiento jurídico-práctico.
Para este autor, la cuestión jurídica fundamental es la resolución del problema y en
tal sentido concibe la tópica como una técnica resolutiva de dicho problema, para lo cual
puede acudirse a la invención del tópico (el ars inveniendi ciceroniano) cuando la lógica
falla46, concibiendo a la Ciencia del Derecho como una Ciencia “móvil”, en el sentido de que
pueda adoptar distintas posiciones en su tarea de la búsqueda de lo justo, afirmando que la
“primacía del problema influye sobre la técnica a adoptar”. Así –concluye Viehweg la obra
que venimos comentando–, “a causa de lo inabarcable de su problemática, una jurispruden-
cia así concebida tiene un interés mucho mayor en una variedad asistemática de puntos de
vista. No es enteramente exacto calificarlos como principios o reglas fundamentales. Se les
tendría que llamar más exactamente reglas directivas o tópicos, según el criterio de nuestra
investigación, puesto que no pertenecen al espíritu deductivo-sistemático, sino al tópico”47.
Nuestro desacuerdo con tal afirmación es absoluto, porque de la afirmación de Vie-
hweg se desprende que el jurista para resolver un problema jurídico determinado puede
acudir a la invención de tópicos jurídicos o acudir a alguno de los existentes, cuando ello
es sencillamente imposible –y ni siquiera deseable para la resolución del problema–, dado
que el razonamiento jurídico resolutivo de la cuestión debe acudir inexcusablemente al Or-
denamiento jurídico a buscar la norma o principio aplicable. Aún en los supuestos de casos
difíciles donde se tenga que acudir a razonamientos usando principios o recursos analógicos
(y nos aproximemos así al mundo tópico), el jurista no tiene la facultad de elegirlos y mucho
44
Ibidem, págs. 135 y 141.
45
Ibidem, págs. 124, 128, 132, 141, 156, pero también en muchos otros lugares de su obra se detecta esta
insistematizabilidad del Derecho.
46
Ibidem, págs. 133, 150.
47
Ibidem, págs. 155-156.
92 Óscar Buenaga Ceballos
menos inventarlos para resolver el problema, incluso en el caso de que la solución a la que
se llegue sea muy justa, valorativamente hablando.
Parece, en definitiva, que Viehweg parte de la visión de un Ordenamiento jurídico arcaico
o poco desarrollado, asistemático, incapaz de otorgar no sólo normas que solucionen los pro-
blemas jurídicos planteados, sino también de establecer un conjunto de normas que resuelvan
cómo actuar en caso de falta de normas resolutivas directas. Ciertamente, para la resolución
de un problema jurídico (y sobremanera en el ámbito forense) se aportan distintos puntos
de vista y se debate sobre los mismos, pero el peso y la fundamentación de estos puntos
de vista son, inequívocamente, normativos y no tópicos. Incluso la alegación de principios
jurídicos requiere un anclaje definido en una norma jurídica o doctrina judicial consolidada.
No cabe duda que la pequeña obra de Viehweg abrió una enorme brecha en el campo
de la metodología jurídica, pues la tópica jurídica fue abordada por multitud de autores,
fundamentalmente alemanes. En este sentido, es importante destacar el profundo estudio que
en nuestro país realizó García Amado sobre la materia, analizando los múltiples problemas
que genera el método tópico aplicado al Derecho, tomando en cuenta no sólo las tesis de
Viehweg, sino también los distintos derroteros que ha seguido posteriormente la tópica
jurídica en la doctrina48.
Obviamente, no podemos detenernos a realizar un examen riguroso de la tópica jurídica,
pero sí a destacar los que consideramos aspectos más relevantes en relación con el objeto de
nuestro trabajo. En este sentido, en nuestra opinión, la tópica jurídica plantea tres cuestiones
fundamentales: la propia definición o concreción de en qué consiste el método tópico y frente
a qué otra metodología jurídica se contrapone; qué son los tópicos jurídicos y si es posible su
clasificación y enumeración; qué relación o qué encaje tienen los tópicos en el Ordenamiento
jurídico, es decir, qué relación tienen con las normas jurídicas.
La primera cuestión que plantea la tópica jurídica es la de averiguar en qué consiste
exactamente, pues Viehweg no realizó una exposición lo suficientemente rigurosa y con-
sistente del funcionamiento del método tópico, dejando señalados en distintos puntos de
su obra algunos rasgos del mismo. La doctrina posterior que partió de la obra de Viehweg
tampoco parece que contribuyó a perfilar la cuestión, pues, como señala García Amado
en su obra, citando a un autor alemán (Lüderssen), “a pesar de la cantidad de trabajos que
se le han dedicado, nadie sabe aún a ciencia cierta qué es exactamente la tópica jurídica”,
recogiendo varias concepciones de la misma: “teoría de la praxis; doctrina de la argumen-
tación, estilo argumentativo; orientación a la acción o decisión, pensamiento orientado al
problema; la forma del pensamiento de la naturaleza de la cosa; manejo de opiniones frente
a deducción a partir de axiomas; doctrina de los ‘lugares comunes’, es decir, experiencias y
valoraciones que pretenden una amplia plausibilidad; ‘garantía de consenso’; instrumento
de innovación”49.
48
GARCIA AMADO, J. A., Teorías de la tópica jurídica, Civitas, Madrid, 1988.
49
Ibidem, pág. 85.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 93
parte elegirá los más convenientes a sus pretensiones, y el juez hará lo mismo (ya que los
tópicos invocados por las partes no le vinculan en absoluto).
Como puede verse, esta aplicación del método tópico conlleva importantes vulneraciones
de los principios de legalidad y seguridad jurídica, que imposibilitan su consideración como
método jurídico de aplicación del Derecho, en nuestra opinión. Su utilización se ciñe más
bien al ámbito de la técnica forense de la argumentación jurídica, donde las partes del proceso
pueden usar los tópicos como estrategias de convicción o persuasión, junto al razonamiento
normativo, el cual también pueden apoyar, pero nunca desplazar.
La segunda cuestión en relación con la tópica jurídica es que son exactamente los tópicos
jurídicos y si es posible establecer una lista o catálogo de ellos.
Nuevamente, Viehweg no estableció una definición clara de los mismos, y mucho menos
un catálogo o relación de tópicos, limitándose a enunciar alguno de ellos a modo de ejemplo
(así, el interés, protección de la confianza, etc.). Acudiendo a su obra, los tópicos jurídicos
aparecen referidos en diversas ocasiones como puntos de vista (lo que también suele deno-
minarse en tópica como lugares jurídicos), y quizá la mayor explicación sobre este punto que
abordamos la aporta cuando distingue la tópica de primer grado y la de segundo grado. Así,
señala que “cuando se choca, dondequiera que sea, con un problema, se puede proceder de un
modo simple tomando por vía de ensayo, en arbitraria selección, una serie de puntos de vista
más o menos ocasionales y buscando de este modo unas premisas que sean objetivamente
adecuadas y fecundas y que nos puedan llevar a unas consecuencias que nos iluminen. La
observación enseña que en la vida diaria casi siempre se procede así. En estos casos, una
investigación ulterior más precisa hace que la orientación conduzca a determinados puntos
de vista directivos. Sin embargo, esto no se hace de una manera explícita. A un procedimiento
semejante nosotros le llamamos, resumidamente, tópica de primer grado. Su inseguridad
salta a la vista y hace explicable que se trate de buscar un auxilio, que se presenta a través
de sencillos repertorios de puntos de vista ya preparados de antemano. De esta manera se
producen catálogos de tópicos. A un procedimiento que se sirve de estos catálogos nosotros
lo llamamos tópica de segundo grado”50.
De este modo, Viehweg hace referencia a la doble posibilidad de acudir a tópicos ya
existentes o bien a la invención de otros nuevos que contribuyan a la resolución del problema.
Estos tópicos elegidos o creados actúan a modo de premisas (la tópica para el autor es un
procedimiento de búsqueda y encuentro de premisas), con las que posteriormente trabajará
la lógica, siendo así la tópica una “meditación prelógica”51.
En cuanto a la construcción de un catálogo de tópicos jurídicos, quizá el intento más
loable fue el realizado por Struck en su obra Topische Jurisprudenz, en el cual estableció un
total de sesenta y cuatro tópicos, sin pretensión de exhaustividad. Dentro de dichos tópicos
se recogen multitud de aforismos clásicos expresados en latín (como, por ejemplo, Lex
posterior derogat legi priori, de minimis non curat praetor, in dubio pro reo, nemo plus iuris
transferre potest quam ipso haberet, venire contra factum proprium), principios del Derecho
(así protección de la confianza, responsabilidad por culpa, prohibición del enriquecimiento
sin causa, autonomía de la voluntad etc.), puntos de vista jurídicos a la hora de abordar una
50
VIEHWEG, T., Tópica y jurisprudencia, cit., págs. 57-58.
51
Ibidem, pág. 63.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 95
52
Cfr. STRUCK, G., Topische Jurisprudenz, Athenaüm Verlag, 1971, Frankfurt, págs. 20-34.
96 Óscar Buenaga Ceballos
ido acumulando históricamente y su enunciado general invita a que puedan invocarse para
la resolución de un problema jurídico.
Sin embargo, la solución jurídica de un problema debe hacerse desde los instrumentos
que proporciona el Derecho vigente, y en tal sentido, a falta de normas jurídicas específicas,
los principios generales del Derecho son los auténticos y únicos tópicos jurídicos admisibles
que pueden justificar una decisión jurídica del caso. En este sentido, la resolución justa
de un problema concreto, cuestión fundamental y central para la tópica, solamente puede
ser efectuada con las herramientas que proporciona el Ordenamiento jurídico y no con un
repertorio de tópicos, y ello es así porque el logro de la justicia pone en funcionamiento dos
grandes principios del Ordenamiento como son el de legalidad y el de seguridad jurídica,
que tienden a expulsar cualquier tópico del ámbito jurídico que no se apoye en una norma o
principio jurídico que se derive de dicho Ordenamiento.
El principio de legalidad supone que el problema concreto a resolver debe solucionarse
con las normas jurídicas vigentes, o bien con los principios y directrices jurídicas que estable-
ce el Ordenamiento cuando el problema es complejo o no presenta una norma directamente
aplicable. El razonamiento jurídico-práctico con principios jurídicos generales siempre
encuentra una solución que puede justificarse normativamente ante cualquier situación com-
pleja, y tales principios son los únicos puntos de vista permitidos en el establecimiento de las
premisas normativas del caso. Incluso tales premisas actúan e influyen en la determinación de
las premisas empíricas del caso. El uso de tópicos para establecer dichas premisas lleva a un
planteamiento erróneo desde el inicio, pues lleva a una fijación inadecuada de las premisas
fácticas (que carecen de norma que indique cómo ha de establecerse el supuesto de hecho),
pero sobre todo, supone el desplazamiento de la norma aplicable (si el tópico supusiera la
aplicación de una norma, no estaríamos hablando de un tópico) por la consideración como
premisa normativa de un tópico, que formaría parte de la cadena deductiva posterior y de
justificación de la decisión jurídica del problema. El método tópico se olvida de que el jurista
que razona jurídicamente no puede decidir la inaplicación de la norma jurídica aplicable al
caso, y si, por hipótesis, está le pareciese injusta (laguna axiológica), su inaplicación deberá
justificarla acudiendo a razones igualmente normativas. Lo mismo cabe decir de los supues-
tos de lagunas normativas, en los que el caso debe resolverse acudiendo a los mecanismos
de búsqueda normativa que proporciona el Ordenamiento jurídico (analogía legis o iuris).
Los tópicos jurídicos admisibles son los derivados de los principios generales del Derecho,
porque cualesquiera otros puntos de vista vulneran el principio de legalidad.
El método tópico supone también una grave quiebra del principio de seguridad jurídica,
pues no contribuye al logro de la previsibilidad del Derecho. En este sentido, la regla tópica
de acudir a repertorios de tópicos existentes o poder inventar un tópico ante un problema jurí-
dico concreto a resolver es, sin duda, la afirmación más contraria que puede hacerse respecto
de la seguridad que pretende el Derecho, que no es otra que pretender que todas las personas
puedan saber o prever en sus conductas cuál será la respuesta del Ordenamiento jurídico en
su caso. Si un Ordenamiento jurídico con pretensión de sistematicidad tiene dificultades para
lograrlo en muchos supuestos, la perspectiva tópica de solución a la carta de cada problema
jurídico supone el arrumbamiento definitivo del principio de seguridad jurídica.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 97
Una de las pretensiones básicas que perseguimos en el presente trabajo es diferenciar las
nociones de razonamiento jurídico y argumentación jurídica, siempre partiendo, claro está,
del concepto objetivo que mantenemos del razonamiento jurídico (razonamiento jurídico
normativo).
Ciertamente, puede partirse de una perspectiva subjetiva del razonamiento jurídico, en-
tendido éste como cualquier razonamiento que efectúe un jurista para justificar una posición
o decisión (especialmente en el ámbito forense),en cuyo caso la argumentación jurídica y el
razonamiento jurídico serían términos equivalentes, pero aquí entendemos el razonamiento
jurídico en sentido estricto u objetivo, con pretensión de configurar un concepto técnico y
diferenciado, distinto de la expresión argumentación jurídica, que suele emplearse en sentido
amplio o subjetivo. Se trata en definitiva de objetivar la noción de argumentación jurídica.
La expresión “argumentación jurídica” es, pues, en nuestra opinión, más amplia que
la de “razonamiento jurídico”, y plantea, a su vez, el problema de la delimitación con la
dialéctica y la retórica cuando éstas se emplean en el discurso jurídico. La cuestión de fondo
se encuentra en que el razonamiento jurídico –tal y como nosotros lo entendemos– es aquel
razonamiento que solamente emplea criterios normativos de solución de conflictos (normas,
principios, sentencias, conceptos, instituciones), esto es, argumentos jurídicos de carácter
objetivo o material, en tanto que la argumentación jurídica comprende cualquier criterio que
se utilice en el debate jurídico para persuadir o convencer, esto es, argumentos generales de
la comunicación o discusión, dialécticos o retóricos.
En este sentido, resulta evidente que el razonamiento jurídico estricto es más utilizado
por jueces o funcionarios públicos que pretenden una aplicación imparcial del Derecho, en
tanto que la argumentación jurídica es más utilizada por juristas que persiguen una solución
100 Óscar Buenaga Ceballos
53
VIEHWEG expuso su teoría en la obra Tópica y jurisprudencia (1963), según ya hemos visto.
54
PERELMAN, junto a OLBRECHTS-TYTECA, trazó su teoría argumentativa inicialmente en 1958, en
su obra La nueva retórica. Tratado de la argumentación, continuándola en trabajos posteriores, destacando su
obra La lógica jurídica y la nueva retórica (1976) en lo que respecta al ámbito jurídico.
55
RECASENS SICHES estableció su teoría en su obra Nueva filosofía de la interpretación del Derecho
(1956), la cual fue perfilando en sus obras posteriores.
56
La obra fundamental de ALEXY es su Teoría de la argumentación jurídica. La teoría del discurso racional
como teoría de la fundamentación jurídica (1978).
57
MACCORMICK expuso su teoría en su obra Razonamiento jurídico y teoría jurídica (1978).
58
Cfr. ATIENZA, M., El Derecho como argumentación, Ariel, Barcelona, 2006, pág. 15.
59
Pudiendo destacarse entre sus numerosas obras sobre la materia, Las razones del Derecho. Teorías de
argumentación jurídica (1991) y El Derecho como argumentación (2006).
102 Óscar Buenaga Ceballos
60
Utiliza la expresión en su obra Tópica y jurisprudencia, cit., págs. 25 y 135, aunque no referida, lógica-
mente, a las teorías de la argumentación jurídica.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 103
61
PERELMAN, CH., La lógica jurídica y la nueva retórica, cit., pág. 139.
62
Ibidem, pág. 141.
63
Ibidem, pág. 141.
64
Ibidem, pág. 143.
65
Ibidem, pág. 144.
104 Óscar Buenaga Ceballos
más o menos fuertes y hacen variar la intensidad de la adhesión del auditorio. Partiendo de
lo que está admitido, todas las técnicas de argumentación tratan de reforzar o de debilitar
la adhesión a otras tesis o de suscitar la adhesión a tesis nuevas, que pueden, por otra parte,
resultar de la reinterpretación o adaptación de las tesis primitivas”66.
Para Perelman “la argumentación no contempla exclusivamente la adhesión a una tesis
porque sea verdadera. Podemos preferir una tesis a otra porque nos parezca más equitativa,
más oportuna, más actual, más razonable o mejor adaptada a la situación. En algunos casos,
en verdad excepcionales, se concederá preferencia a valores distintos de la verdad”67. En
todo caso, señala, “toda argumentación debe partir de tesis a las que se adhieran aquellos a
quienes queremos persuadir o convencer”68, y por ello, el orador debe conocer a su auditorio
o, al menos, sus posiciones, opiniones o convicciones sobre el tema abordado, lo cual es más
sencillo “si existe un cuerpo de conocimientos, un código, un programa político, un conjunto
de hechos y de métodos, de valores y de normas, que los oyentes parecen obligados a admitir
dada su especialidad, su función o su adscripción política o confesional”69. Si no existe lo
que Perelman denomina cuerpo de doctrina preconstituido o cuando el orador se dirige a un
público heterogéneo, aquél deberá fundarse en tesis derivadas del sentido común. En este
sentido, afirma que “la idea de razón, sobre todo en sus aplicaciones prácticas, liga con lo
que es razonable creer y tiene indiscutibles lazos con la idea de sentido común”70.
Otra noción clave en la teoría de la argumentación perelmaniana es la de lugar común,
que enlaza claramente con los planteamientos de la tópica. El lugar común es “un punto
de vista, un valor que hay que tener en cuenta en toda discusión y cuya elaboración ade-
cuada desembocará en una regla o en una máxima que el orador utilizará en su esfuerzo de
persuasión. Los lugares comunes son, en relación con el pensamiento no especializado, lo
que los lugares específicos son en relación con una disciplina particular” y “juegan en la
argumentación un papel análogo al de los axiomas en un sistema formal”, pero difieren de
éstos en que “la adhesión que se les concede no está fundada sobre su evidencia, sino, al
contrario, sobre su ambigüedad y sobre la posibilidad de interpretarlos y de aplicarlos de
maneras diferentes”71.
Los hechos, los valores y los lugares comunes que se toman como tesis de partida por
parte del orador “no constituyen nunca otra cosa que una opción efectuada en una masa de
datos igualmente disponibles. Eligiendo esos hechos, valores o lugares con preferencia a
otros y subrayando su importancia, merced a diversas técnicas de presentación, el orador
busca otorgarles una presencia y los coloca en un primer plano de la conciencia de los
oyentes”72. Para Perelman la noción de presencia es también central en la argumentación, ya
que el empleo de distintas técnicas de presentación de los argumentos (a través de diversas
figuras retóricas) va a suponer distintas orientaciones del pensamiento y de jerarquización
de los distintos argumentos, acentuando algunos aspectos de las tesis expuestas al auditorio.
66
Ibidem, págs. 144-145.
67
Ibidem, pág. 153.
68
Ibidem, pág. 153.
69
Ibidem, pág. 155.
70
Ibidem, pág. 155.
71
Ibidem, págs. 155-156.
72
Ibidem, pág. 157.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 105
73
Ibidem, pág. 151.
74
Cfr. ibidem, pág. 138.
75
Ibidem, pág. 201.
76
Ibidem, pág. 177.
77
Ibidem, pág. 212.
78
Ibidem, pág. 213.
79
Ibidem, págs. 213-214.
80
Ibidem, pág. 214.
106 Óscar Buenaga Ceballos
no dejarán de suministrar”81. La función del juez en el litigio es para Perelman una función
valorativa de los argumentos esgrimidos por las partes y que llevan a soluciones contra-
puestas, debiéndose alejar de posiciones puramente subjetivas “cuyo peligro se aminora
mediante la instauración de la colegialidad, que sería inconcebible si la lógica jurídica fuera
una lógica formal aplicada al derecho y se propusiera demostrar una conclusión a partir de
premisas supuestamente verdaderas”82. A la vista de las posiciones de las partes, el juez debe
adoptar la “decisión que le parezca a la vez más equitativa y más conforme con el derecho
en vigor”83, por lo que para Perelman el juez ostenta un papel conciliador del Derecho con la
equidad, si bien otorgará a la ley un puesto central para guiar su pensamiento, disponiendo
según los casos de más o menos poder para flexibilizarla, extenderla o restringir su alcance
para conciliar el respeto de los textos con la solución más equitativa o más razonable del
caso concreto84.
Para el autor “nada se opone a que el razonamiento judicial se presente, a fin de cuentas,
bajo la forma de un silogismo, pero esta forma no garantiza en absoluto el valor de la conclu-
sión. Si ésta es socialmente inaceptable, es que las premisas han sido aceptadas a la ligera”85.
En este sentido, el autor insiste en que la lógica jurídica (y el debate judicial) se refieren a la
elección de las premisas mejor motivadas y que susciten menos objeciones, contraponiendo
expresamente la lógica formal con la jurídica, ya que “el papel de la lógica formal es hacer
que la conclusión sea solidaria con las premisas, pero el de la lógica jurídica es mostrar la
aceptabilidad de las premisas”86. En tal sentido, es destacable cómo este autor hace girar
la aceptabilidad de las premisas en torno a su idoneidad para motivar la decisión del juez,
dado que “cabe que la imposibilidad de motivar de manera satisfactoria la decisión que le
hubiera gustado tomar en un primer momento obligue al juez a repensar los elementos del
problema y a revisar el anterior juicio. La dialéctica así instaurada entre los motivos y el fallo,
en la medida en que parecen difíciles de conciliar, conducirá a veces cuando los elementos
sistemáticos ganan la partida, a revisar la solución primitiva para hacerla conforme con las
exigencias del derecho, y otras veces, al contrario, resultará modificada la interpretación
de las reglas y asistiremos a un cambio de jurisprudencia, con frecuencia anunciado por
construcciones doctrinales previas. Hay casos en verdad excepcionales, en que el juez sólo
puede mantener la decisión que le parece que se impone, recurriendo a una ficción en la
calificación de los hechos o en la motivación del juicio”87.
En conclusión, para Perelman “la lógica jurídica, especialmente la judicial, (...) se
presenta, en conclusión, no como una lógica formal, sino como una argumentación, que
depende de la manera en que los legisladores y los jueces conciben su misión y de la idea
que se hacen del Derecho y de su funcionamiento en la sociedad”88.
81
Ibidem, pág. 228.
82
Ibidem, pág. 229.
83
Ibidem, pág. 230.
84
Cfr. ibidem., págs. 230-231.
85
Ibidem, pág. 232.
86
Ibidem, pág. 232.
87
Ibidem, pág. 232.
88
Ibidem, pág. 233.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 107
89
ALEXY, R., Teoría de la argumentación jurídica. La teoría del discurso racional como teoría de la
fundamentación jurídica, trad. M. Atienza e I. Espejo, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2ª ed.,
Madrid, 2008, pág. 34.
110 Óscar Buenaga Ceballos
Alexy establece una serie de reglas que rigen el discurso práctico racional y una serie
de formas de argumento (si bien aclara que estas formas pueden formularse como reglas,
es decir, “como reglas que exigen que en determinadas situaciones argumentativas hay que
usar ciertas formas y sólo ciertas formas de argumentos”, por lo que “con frecuencia se
habla únicamente de reglas”94), que conformarían un código de la razón práctica95. Estas
reglas se desarrollan por Alexy en su obra y se recogen también resumidas en el Apéndice
de la misma96, clasificándolas en reglas fundamentales, reglas de razón, reglas de carga de
la argumentación, formas de argumentos, reglas de fundamentación y reglas de transición.
Evidentemente, en un trabajo como éste no podemos detenernos en el análisis detallado
de dichas reglas, las cuales el propio Alexy indica que presentan defectos en su contenido,
90
ALEXY, R., cit., págs. 35-36. Desarrolla su teoría especialmente en las págs. 205 y ss.
91
Ibidem, págs. 38-39.
92
Ibidem, pág. 39.
93
Ibidem, pág. 39.
94
Ibidem, pág. 184, nota 29.
95
Cfr. ibidem, pág. 185. También pág. 36.
96
Cfr. ibidem, págs. 184-201. Apéndice, págs. 283-285.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 111
97
Cfr. ibidem, pág. 185.
98
Ibidem, pág. 201.
99
Ibidem, pág. 202.
100
Las citas siguientes relativas a las reglas se contienen en las págs. 184-201 y en el Apéndice, págs. 283-
285 de la obra citada de Alexy. Optamos puntualmente por este sistema a fin de no sobrecargar en exceso el texto
con continuas referencias numéricas.
112 Óscar Buenaga Ceballos
tos”, tampoco es evidente, pues aducir un argumento puede ser insuficiente para justificar una
posición jurídica, debiéndose aportar otros, sin necesidad de contraargumentación.
Referente a las formas de argumento del discurso práctico, señala Alexy que “quien apela
a una regla en una fundamentación presupone al menos que se cumplen las condiciones de
aplicación de esa regla. Estas condiciones de aplicación pueden ser las características de una
persona, de una acción o de un objeto, la existencia de un determinado estado de cosas o el
que suceda un determinado acontecimiento. Esto significa que quien aduce una regla como
razón presupone como verdadero un enunciado (T) que describe tales características, estados
de cosas o acontecimientos”. Sin embargo, el propio autor señala que si bien “la aplicación
de una regla lleva en cada caso a un resultado”, “reglas distintas pueden llevar a resultados
incompatibles entre sí en fundamentaciones de la misma forma o en fundamentaciones de
formas diferentes. En estos casos hay que decidir qué fundamentación tiene prioridad”. Para
ello se utilizan a su vez reglas de prioridad que solventen estos casos, y si hay conflictos
entre reglas de prioridad hay que aplicar reglas de prioridad de segundo nivel. Respecto de las
distintas formas de argumentos, Alexy concluye su análisis diciendo que dichas formas “son
combinables y transitables a voluntad” y que “todas las reglas no pueden nunca ser justifica-
das, pues algunas deben siempre aceptadas para que sea posible la acción de justificación”.
Alexy contempla también una serie de reglas de fundamentación, la mayoría de las
cuales vienen a recoger un principio denominado de generalidad, y de las cuales puede
destacarse la de que “quien afirma una proposición normativa que presupone una regla para
la satisfacción de los intereses de otras personas, debe poder aceptar las consecuencias de
dicha regla también para el caso hipotético de que él se encontrara en la situación de aquellas
personas”, lo cual nuevamente es no indicar nada nuevo en el ámbito jurídico, si tenemos en
cuenta el principio general de igualdad ante la ley.
Finalmente, el autor establece una serie de reglas de transición, que pretenden resolver
los problemas que surgen en los discursos prácticos que no pueden ser resueltos con los
medios de argumentación práctica. Estos problemas pueden tratarse de cuestiones de hecho,
de problemas lingüísticos o cuestiones que se refieren a la misma discusión práctica, y para
su resolución Alexy establece reglas (más bien, una especie de permisos) que permiten
al hablante en cualquier momento pasar a un discurso teórico-empírico, a un discurso de
análisis del lenguaje o a un discurso de teoría del discurso, según el problema concreto de
los expuestos que se plantee. En este sentido, el autor abre la puerta incluso a otros discursos
diferentes de las reglas del discurso práctico, si éste no resuelva la cuestión, con lo que el
campo de la argumentación práctica que defiende viene a ser ilimitado.
Este cuadro de reglas nos parece inadecuado para el razonamiento jurídico que nosotros
defendemos, el cual, en mi opinión, no es un caso especial del discurso práctico general, sino
que es un razonamiento específico que tiene unas características propias y definidas que lo
separan de cualquier otro tipo de razonamiento. Es evidente que, dado que el razonamiento
jurídico utiliza el lenguaje ordinario (aunque parcialmente tecnificado) para expresar las
normas o principios jurídicos (que revisten la forma de deber ser y contienen o expresan
valores jurídicos) con los que opera, pueden surgir debates sobre cuestiones no jurídicas,
pero éstas se resuelven con criterios o argumentos que sí son jurídicos, no con argumentos
prácticos generales.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 113
En cuanto a la teoría de la argumentación jurídica de Alexy, éste, tras trazar la teoría del
discurso práctico general, pasa a exponer en la tercera parte de su obra los rasgos de dicha
teoría.
Para el autor, en cualquier discusión jurídica, sea esta de del tipo que sea, se argumenta
jurídicamente, y la primera cuestión que se plantea es “cómo se distingue la argumentación
jurídica de la argumentación práctica general”, que señala como una de las cuestiones
centrales del discurso general. En este sentido, señala que “la argumentación jurídica se
caracteriza por la vinculatoriedad, como quiera que deba determinarse, al Derecho vigente”.
Esta una de las principales diferencias entre ambos tipos de argumentación porque “en las
disputas jurídicas no se someten todas las cuestiones a discusión. Dichas disputas tienen
lugar bajo ciertas limitaciones”101. Estas limitaciones varían en función del tipo de discusión
jurídica de que se trate (la más libre es la discusión de la ciencia jurídica; la más limitada es
la discusión en un proceso judicial).
Para Alexy el discurso jurídico es un caso especial del discurso práctico general por tres
razones fundamentales:
1) Las discusiones jurídicas se refieren a cuestiones prácticas, es decir, a cuestiones
sobre lo que hay que hacer u omitir, o sobre lo que puede ser hecho u omitido.
2) Estas cuestiones son discutidas desde el punto de vista de la pretensión de corrección.
3) Se trata de un caso especial, porque la discusión jurídica tiene lugar bajo condiciones
de limitación establecidas por el Derecho vigente.
Las dos primeras razones serían por las que Alexy entiende que el discurso jurídico es
también un discurso práctico general, al ser compartidas por ambos, y la tercera sería la que
determina su auténtico carácter especial.
Sobre la primera razón, es evidente que el discurso jurídico opera con normas jurídicas
(enunciados normativos) y en tal sentido siempre se puede considerar que trata con cuestiones
de lo que se debe o puede hacer, pero dichos deberes o facultades se contienen en normas
jurídicas (o principios jurídicos derivados de éstas), y el razonamiento (discurso) jurídico no
opera mentalmente con dichas normas como si éstas fueran argumentos generales, sino que
implican unas relaciones y procesos mentales específicos que no existen fuera del campo
normativo. El propio Alexy se autoobjeta al señalar que muchas discusiones jurídicas versan
sobre el establecimiento de hechos y no sobre enunciados normativos, pero, como se verá,
en nuestra opinión, el establecimiento de los hechos en una disputa jurídica tiene mucho más
de cuestión jurídica de lo que parece a primera vista.
Sobre la segunda razón, Alexy señala que “la pretensión de corrección que se plantea
en los discursos jurídicos se distingue claramente de la del discurso práctico general. No se
pretende que el enunciado jurídico normativo afirmado, propuesto o dictado como sentencia
sea sin más racional, sino sólo de que en el contexto de un Ordenamiento jurídico vigente
101
Ibidem, pág. 206.
114 Óscar Buenaga Ceballos
pueda ser racionalmente fundamentado”102, con lo que el propio autor distingue entre ambos
tipos de discursos (después de señalar que ambos comparten una misma “pretensión de
corrección”), pues mientras que en el discurso práctico general la pretensión de corrección
(de que una afirmación es correcta o acertada) consiste en que pueda ser racionalmente
fundamentada, en el discurso jurídico la pretensión de corrección es que debe fundamentarse
jurídicamente con un argumento extraído del Ordenamiento jurídico. Por tanto, ciertamente
ambos discursos tienen una pretensión de corrección, pero distinta, lo que separa, más bien
que une, al discurso jurídico del práctico general.
La tercera razón es la esencial para que Alexy considere que el discurso jurídico es un
caso especial del discurso práctico general, y hace referencia a las limitaciones derivadas
del Ordenamiento jurídico. En nuestra opinión, lo que el autor concibe como limitaciones
nosotros lo entendemos como rasgo fundamental del discurso jurídico, pues el Ordenamiento
jurídico proporciona al discurso jurídico todos los argumentos válidos para fundamentar
una decisión jurídica, y no sólo eso, le proporciona también las reglas que debe seguir para
utilizar esos argumentos. En suma, los rasgos que identifican al razonamiento jurídico como
un razonamiento propio (no especial) y que lo apartan del razonamiento práctico general.
102
Ibidem, pág. 208.
103
Cfr. ibidem, pág. 213.
104
Cfr. ibidem, pág. 220.
105
Ibidem, pág. 215.
106
Ibidem, pág. 215.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 115
nuevamente ante la formulación que admite una excepción que permite dejar sin efecto la
regla, por lo que no podemos entender su operatividad. Es más, Alexy señala más adelante
que el punto decisivo de las reglas y formas de la estructura formal de la fundamentación
jurídica (la justificación interna) es “el de la seguridad de la universabilidad”107, cuando ha
quedado expuesta precisamente su inseguridad ante la posibilidad de ser cambiada por una
cláusula de excepción. El propio Alexy indica que sus observaciones “pueden dar lugar a
algunos malentendidos”108.
Otro tanto puede decirse de las formas de justificación interna, en las cuales Alexy for-
mula una forma simple en la que, no obstante, se admiten varios predicados “tan complejos
como se quiera”, y más adelante señala que ese esquema de fundamentación es insuficiente
en todos los casos complicados, citando a su vez varios grupos de estos casos (sin ánimo
exhaustivo), como son los supuestos de normas que contienen diversas propiedades alter-
nativas en el supuesto de hecho, normas cuya aplicación exige un complemento a través
de normas jurídicas aclarativas, limitativas o extensivas, cuando son posibles diversas
consecuencias jurídicas, o normas cuya formulación usan expresiones que admiten diversas
interpretaciones109; es decir, prácticamente la mayoría de los casos que nos encontramos en
la aplicación del Derecho.
En definitiva, para Alexy con las reglas y formas de la justificación interna se asegura una
cierta medida de racionalidad de las premisas, y el hecho de “aducir reglas universales facilita
la consistencia de la decisión y contribuye, por ello, a la justicia y a la seguridad jurídica”110.
La justificación externa hace referencia a la corrección de las premisas. Su objeto es “la
fundamentación de las premisas usadas en la justificación interna”111. Alexy distingue tres
tipos de premisas: 1) reglas de Derecho positivo, 2) enunciados empíricos, y 3) premisas
que no son ni enunciados empíricos ni reglas de Derecho positivo, señalando que cada tipo
de premisas tiene distintos métodos de fundamentación.
Señala el autor que “la fundamentación de una regla en tanto regla de Derecho positivo
consiste en mostrar su conformidad con los criterios de validez del Ordenamiento jurídico. En
la fundamentación de premisas empíricas puede recurrirse a una escala completa de formas
de proceder que va desde los métodos de las ciencias empíricas, pasando por las máximas
de la presunción racional, hasta las reglas de la carga de la prueba en el proceso. Finalmente,
para la fundamentación de las premisas que no son ni enunciados empíricos ni reglas de
Derecho positivo sirve lo que puede designarse como argumentación jurídica”112. Alexy
indica que existen múltiples relaciones entre estos tres procedimientos de fundamentación.
El autor distingue seis grupos de reglas y formas de justificación externa de las premisas:
1) de interpretación, 2) de la argumentación dogmática, 3) del uso de precedentes, 4) de la
argumentación práctica general, 5) de la argumentación empírica, y 6) formas especiales de
argumentos jurídicos.
107
Ibidem, pág. 220.
108
Ibidem, pág. 220.
109
Cfr. ibidem, págs. 214-216.
110
Ibidem, pág. 222.
111
Ibidem, pág. 222.
112
Ibidem, pág. 222.
116 Óscar Buenaga Ceballos
En cuanto a las reglas o cánones de interpretación, Alexy los reúne en seis grupos: la
interpretación semántica, genética, histórica, comparativa, sistemática y teleológica113.
En el argumento semántico se trata de la justificación, crítica o admisibilidad de una
interpretación con referencia al uso del lenguaje natural o técnico, en particular el de la Ju-
risprudencia. El argumento genético se refiere a la voluntad del legislador y a los problemas
relacionados con la determinación de esta voluntad. Alexy considera que la argumentación
semántica y la genética “aparecen como casos especiales de la argumentación empírica”114.
El argumento histórico hace referencia a los argumentos derivados de la historia del problema
jurídico y presupone no sólo conocimiento histórico, sociológico y económico, sino que
incluye también una premisa normativa, que debe fundamentarse. El argumento comparativo
toma como referencia un estado de cosas que acontece en otra sociedad, e incluye no sólo
numerosas premisas empíricas sino también al menos una premisa normativa. El argumento
sistemático comprende, según el autor, “tanto la referencia a la situación de una norma en
el texto legal, como la referencia a la relación lógica o teleológica de una norma con otras
normas, fines y principios”115. El argumento teleológico presupone según Alexy un análisis
detallado de los conceptos de fin y de medio, y distingue los argumentos incluidos en la
argumentación genética (la voluntad del legislador, y que serían los argumentos teleológico-
subjetivos), de los argumentos propiamente teleológicos que denomina, siguiendo a Larenz,
teleológico-objetivos. Estos se caracterizan por ser argumentos referidos a fines racionales
o prescritos objetivamente en el marco del Ordenamiento jurídico vigente, y “no son por
ello fines que se determinen empíricamente, sino fines caracterizados normativamente”116.
Alexy aborda varios problemas típicos que plantean a la Ciencia jurídica las reglas
de interpretación expuestas, en los que no podemos detenernos ahora detalladamente por
la naturaleza de este trabajo. Podemos, no obstante, resaltar dos puntos importantes en
el tratamiento que efectúa de la cuestión. De un lado, los cánones de la interpretación se
configuran lógicamente no como reglas sino como esquemas de argumentos, siguiendo la
terminología perelmaniana, y “caracterizan a la estructura del ordenamiento jurídico”117.
De otro, está la cuestión esencial de la jerarquía entre los mismos, dado que puede ocurrir
que “argumentos de formas distintas puedan llevar, en el contexto de la discusión de un
problema, a soluciones completamente distintas”, respecto de lo cual Alexy fija como regla
de solución la de que “los argumentos que expresan una vinculación al tenor literal de la
ley o a la voluntad del legislador histórico prevalecen sobre otros argumentos, a no ser que
puedan aducirse motivos racionales que concedan prioridad a los otros argumentos”118. La
crítica a este punto la realiza el mismo autor, que, a renglón seguido, señala que “esta regla
deja abierta la cuestión de cuándo existen motivos racionales para asignar un menor peso a
los argumentos que expresan una vinculación. Esto queda librado a los participantes en el
discurso jurídico”, sin que ello signifique que “esta decisión sea arbitraria”119. Para solventar
113
Cfr. ibidem, págs. 226 y ss.
114
Ibidem, pág. 230.
115
Ibidem, pág. 231.
116
Ibidem, pág. 232.
117
Ibidem, pág. 235.
118
Ibidem, pág. 239.
119
Ibidem, pág. 239.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 117
esta cuestión Alexy formula una nueva regla: “la determinación del peso de argumentos de
distintas formas debe tener lugar según reglas de ponderación”. Para el autor “tales reglas
sólo pueden desarrollarse con referencia a determinados contextos de interpretación y de-
terminados sectores del Derecho. Además, puesto que los contextos de interpretación y los
sectores del Derecho cambian, nunca llega a tenerse una certeza definitiva”120. De este modo,
puede verse que Alexy, si bien utilizando un rodeo argumental que le es característico, está
admitiendo que los motivos racionales de asignación de peso a los cánones interpretativos
no son simplemente racionales, sino que han de ser motivos de racionalidad jurídica, esto es,
extraídos del Ordenamiento jurídico, que es el que lógicamente puede aportar una solución
a la cuestión de la jerarquía de los cánones.
En cuanto a la argumentación dogmática, esto es, a los argumentos que provienen de la
Ciencia del Derecho elaborada por los juristas, Alexy entiende que la tarea de la dogmática
jurídica es triple: análisis lógico de los conceptos jurídicos, la reconducción de este análisis
a un sistema y la aplicación de los resultados del análisis en la fundamentación de las deci-
siones jurídicas121. En relación con la argumentación jurídica, el autor entiende que el uso
de argumentos dogmáticos es necesario y racional, pero indica que “una de las tareas más
importantes, pero también más difíciles, de una teoría del discurso jurídico es la de señalar
tanto los límites como la legitimidad de la argumentación sistemático-conceptual”122. En
nuestra opinión, una de las grandes aportaciones de Alexy a la argumentación jurídica es
precisamente su teoría de la argumentación jurídica dogmática, que a nuestro parecer explica
no sólo cómo emplear esos específicos argumentos, sino también lo que consideramos la
esencia –y especificidad– del razonamiento jurídico, lo cual abordaremos más detalladamente
en este trabajo.
En relación con la argumentación dogmática, Alexy establece tres reglas fundamentales:
1) “todo enunciado dogmático, si es puesto en duda, debe ser fundamentado mediante el em-
pleo, al menos, de un argumento práctico de tipo general”123; 2) “todo enunciado dogmático
debe poder pasar una comprobación sistemática, tanto en sentido estricto como en sentido
amplio”124; y 3) “si son posibles argumentos dogmáticos, deben ser usados”125. Respecto
de estas reglas, resulta obvio que si la argumentación jurídica usa normas jurídicas y si las
categorías dogmáticas se construyen científicamente sobre dichas normas, es forzoso concluir
que cualquier enunciado dogmático debe incardinarse sistemáticamente en el Ordenamiento
jurídico (la Ciencia jurídica tiene una pretensión sistemática) y que no sólo puede, sino
que debe emplearse en el razonamiento jurídico, pues así lo exige la racionalidad jurídica.
En cuanto a que los enunciados dogmáticos, si son puestos en duda, deben fundamentarse
con un argumento práctico de carácter general, Alexy llega a esa conclusión porque los
enunciados que se emplean para la refutación de enunciados dogmáticos no pueden “seguir
siendo siempre enunciados dogmáticos”126. Para el autor la comprobación y fundamentación
120
Ibidem, pág. 239.
121
Cfr. ibidem, pág. 243.
122
Ibidem, pág. 244.
123
Ibidem, pág. 254.
124
Ibidem, pág. 254.
125
Ibidem, pág. 261
126
Ibidem, pág. 251.
118 Óscar Buenaga Ceballos
de enunciados dogmáticos lleva a enunciados prácticos de carácter general por dicha razón,
pero a continuación se refiere a que la comprobación de los enunciados dogmáticos se realiza
sistemáticamente, y dicha comprobación es estrictamente jurídica en atención a las normas
vigentes127. Por otro lado, hay cuestiones en las que el autor se contradice, pues entre las
funciones que asigna a la dogmática (estabilización, progreso, descarga, técnica, control y
heurística) se encuentra la de descarga que se refiere a la “posibilidad de poder adoptar en las
fundamentaciones dogmáticas enunciados ya comprobados y aceptados al menos de manera
provisional, [lo que] supone una descarga en la medida en que, sin una razón especial, no
es necesaria una nueva comprobación. Se puede renunciar a discutir de nuevo en cada caso
cada cuestión de valoración. Esta función de descarga no es sólo indispensable para el trabajo
de los tribunales, que tiene lugar bajo la presión del tiempo; también es importante para la
discusión científico-jurídica. También aquí –como en todos los lados– es imposible volver
a discutirlo todo”128. Si esto es así, resultaría contradictorio afirmar que el discurso jurídico
es un caso especial del discurso práctico general, pues las reglas de transición de éste nos
permiten pasar en cualquier momento a un discurso teórico o a un análisis del lenguaje, lo
que ocurre cuando se debate sobre categorías dogmáticas. Nuevamente, la conclusión no
puede ser otra que son las normas jurídicas (la que Alexy denomina comprobación sistemá-
tica) las únicas que pueden utilizarse para justificar o contradecir un argumento dogmático
empleado en la discusión.
En cuanto al uso de precedentes, Alexy establece dos reglas generales para su uso
argumentativo: 1) “cuando pueda citarse un precedente en favor o en contra de una de-
cisión debe hacerse”, y 2) “quien quiera apartarse de un precedente, asume la carga de la
argumentación”129. Para Alexy la argumentación jurídica a través de precedentes consti-
tuye uno de sus aspectos esenciales, y el fundamento de su uso, como bien señala, es “el
principio de universabilidad, la exigencia que subyace a toda concepción de la justicia, en
cuanto concepción formal, de tratar de igual manera a lo igual”130, contribuyendo también
a la seguridad jurídica y a la protección de la confianza en la aplicación del Derecho131. El
problema del uso del precedente es la cuestión de la igualdad o diferencia entre los dos casos,
que, según el autor, se traslada a la determinación de la relevancia de las diferencias, y que
Alexy resuelve con establecer la carga de la argumentación a quien quiera apartarse de un
precedente aducido.
En cuanto a la argumentación empírica, Alexy no la analiza en detalle, señalando que
casi todas las formas de argumentación jurídica, como todas las formas de argumentación
práctica general, incluyen enunciados empíricos, mencionando como tales los enunciados
sobre hechos singulares, sobre acciones concretas, motivos de los actores, sucesos o esta-
dos de cosas, enunciados relativos a la ciencias naturales o sociales, pudiendo distinguirse
además entre enunciados sobre acciones, sucesos o estados de cosas pasados, presentes o
futuros. Se trata de la introducción del discurso empírico en el discurso jurídico, al cual,
según el autor, se puede pasar en virtud de la regla de transición que estableció en el dis-
127
Cfr. sus razonamientos en Ibidem, págs. 251-252.
128
Ibidem, pág. 257.
129
Ibidem, pág. 265.
130
Ibidem, pág. 262.
131
Cfr. ibidem, pág. 264.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 119
curso práctico general (cualquier hablante puede en cualquier momento pasar a un discurso
teórico-empírico), que rige en el discurso jurídico también. De esta manera, los problemas
de conocimiento empírico en la argumentación jurídica sólo pueden resolverse mediante una
cooperación interdisciplinar132. Bajo la argumentación empírica, se refiere Alexy a la cuestión
de los hechos, configurando la argumentación sobre los mismos como una argumentación
que no es propiamente jurídica sino relativa a la experiencia o al ámbito de conocimiento
de las distintas ciencias. Sin embargo, en nuestra opinión, la cuestión de fijación de los
hechos en el ámbito jurídico –esto es, en la aplicación de las normas– dista mucho de ser
una mera discusión sobre lo ocurrido, sino que el jurista actúa sobre el ámbito fáctico de un
modo específico, seleccionando los hechos relevantes al hilo de la norma jurídica que prevé
aplicar, y actuando sólo sobre los hechos probados. Incluso la aplicación del Derecho prevé
la actuación sobre hechos que pueden no haber acaecido (y por tanto no verdaderos), como
puede ocurrir si los hechos no son controvertidos o se aplican las presunciones establecidas
legalmente. En el proceso, se construye una suerte de verdad procesal que no coincide
siempre con la real. En todos estos procesos argumentativos de fijación fáctica intervienen
razonamientos jurídicos, no sólo empíricos, como veremos más adelante.
En cuanto al uso de formas de argumentos jurídicos especiales, Alexy entiende por
tales “las formas de argumentos que se usan especialmente en la metodología jurídica,
como la analogía, el argumentum a contrario, el argumentum a fortiori y el argumentum ad
absurdum”133. Dichas formas de argumentos “pueden expresarse como formas de inferencia
lógicamente válidas”134, lo cual hace posible la comprensión de su forma lógica y aclara su
contenido no lógico. La forma más discutida es la analogía, la cual se basa en el principio de
universabilidad o el principio de igualdad, e implica una valoración, en cuya fundamentación
son admisibles todos los argumentos posibles en el discurso jurídico135.
Como último grupo hemos dejado las reglas y formas de justificación externa de las
premisas provenientes de la argumentación práctica general, que analizamos en el epígrafe
siguiente.
136
Cfr. ibidem, pág. 271.
137
Ibidem, pág. 272.
138
Ibidem, pág. 272.
139
Ibidem, pág. 273.
140
Ibidem, pág. 274.
141
Ibidem, pág. 275.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 121
142
Ibidem, pág. 277.
143
Ibidem, pág. 277.
122 Óscar Buenaga Ceballos
Constituye una creencia bastante extendida que la perspectiva o finalidad del razona-
miento jurídico cuando es usado por un abogado difiere de la del juez que va a resolver el
caso. Efectivamente, el papel institucional de ambos es distinto y ello viene determinado
por el principio fundamental de contradicción, consustancial a la naturaleza del proceso. Se
trata de que el juez tenga distintos puntos de vista (contrarios) sobre el caso a resolver y que
las partes en litigio le aporten el suyo particular que defienda los intereses de cada litigante.
En tal sentido, son coadyuvantes de la Administración de Justicia, y ésta no puede impartirse
adecuadamente sin oír a las partes. Ahora bien, la finalidad del razonamiento jurídico-practico
es la misma cuando el abogado y el juez lo utilizan.
Ciertamente, el abogado puede utilizar en el proceso argumentos de todo tipo y que
exceden del ámbito del razonamiento jurídico-práctico, que es, según hemos visto, un razo-
namiento esencialmente dogmático o normativo. Sin embargo, el juez, en la motivación de
su resolución, está mucho más limitado, debiendo exponer razonamientos normativos y sólo
mencionar en apoyo de éstos algún razonamiento extranormativo, poniéndolo en conexión
con los razonamientos normativos, que son los que, en último extremo, justifican la presencia
de elementos no jurídicos en la decisión. Ello viene exigido por la propia función institu-
cional del juez, que no defiende ningún interés particular, sino que aplica el Derecho para
obtener una resolución justa. De vez en cuando puede verse en alguna sentencia este tipo de
razonamientos extranormativos, los cuales, cuando carecen de relación con los argumentos
normativos, deberían rechazarse de plano por constituir una extralimitación de la función de
la resolución judicial y en todo caso por constituir una incorrección desde el punto de vista
de la justificación normativa. Al juez, a diferencia del abogado, no le está permitido hacer
literatura jurídica u otras actuaciones extra-judiciales (moralista, asesor jurídico de las partes,
etc.) en sus actuaciones procesales, a pesar, como se afirma, que en la realidad diaria forense
126 Óscar Buenaga Ceballos
pueda verse de vez en cuando este tipo de actuaciones (por ejemplo, cuando el juez indica
en su sentencia que el litigante tenía que haber pedido tal prueba y no lo hizo, o cuando hace
referencias puramente especulativas acerca de la intención psicológica de las partes, etc.).
Sin embargo, tanto el juez como el abogado, cuando usan el razonamiento jurídico en el
proceso buscan una idéntica finalidad: la de encontrar una resolución justa del caso, y esto
no parece entenderse a primera vista, porque rápidamente se objeta que el juez busca esa
resolución justa, pero el abogado –se dice comúnmente– busca una resolución que convenga
a los intereses de su cliente.
Si se profundiza un poco más en la cuestión, nos podemos dar cuenta de que, de un lado,
la resolución justa de un juez en un proceso va a ser siempre total o parcialmente coincidente
con los intereses de alguna de las partes en litigio, con lo que la resolución del juez y la pre-
tendida por alguno de los abogados de los litigantes van a coincidir. De otro lado, cada uno
de los abogados de las partes en litigio presenta una demanda o contestación a la demanda
defendiendo una pretensión justa razonada en Derecho, esto es, una especie de simulación o
pretensión de sentencia (el abogado actúa como un juez alternativo, dado que el operador se
pone en el lugar del juez). Presenta una solución del proceso que es defendible, pero justa.
De no ser así, el juez desestimará sus pretensiones por no ser fundadas en Derecho. En este
sentido, la defensa de los intereses de un cliente, si quiere ser consistente y con visos de
éxito forense, debe argumentarse con razonamientos normativos. Los argumentos retóricos
o de carácter práctico-general podrán reforzar los argumentos normativos, pero no pueden
suplir o desplazar a éstos. Es más, la práctica procesal impone reglas prácticas específicas al
razonamiento jurídico (como se verá más adelante). Me refiero a lo que denominamos en este
trabajo teoría de la inmediatez normativa, que establece que la norma más inmediatamente
aplicable a un caso es la que presenta mayor semejanza con el mismo, y que, evidentemen-
te, será un precedente judicial, en el supuesto de que exista. Así, de poco servirán grandes
argumentaciones jurídicas en contra cuando un caso anterior similar al caso objeto de litigio
se ha resuelto anteriormente en el mismo sentido por otra sentencia o sentencias judiciales
(especialmente de altas instancias judiciales).
En el fondo de esta cuestión que estamos analizando, late el problema de la llamada
tesis de la única resolución justa del litigio. En la resolución de un caso caben habitualmente
varias resoluciones justas del mismo y la mejor prueba de ello son las distintas posiciones
de las partes en el proceso. El pensamiento de la única resolución justa proviene con fre-
cuencia de ámbitos externos al Derecho, en donde se cree que las leyes son una especie de
libros que contemplan todos los problemas jurídicos y dan una solución para cada uno al
estilo matemático. Incluso en el ámbito teórico del Derecho se parte –equívocamente, en
mi opinión– de esta afirmación en muchas disquisiciones doctrinales. Lo cierto es que en la
resolución de un caso concreto entran a jugar varios factores o cuestiones jurídicas respecto
de las cuales la sentencia que se dicte constituye un equilibrio ponderado de todas ellas, en
virtud del principio procesal de congruencia.
En definitiva, que la solución perseguida por los abogados de las partes pretende ser
una sentencia favorable a los intereses de su cliente, pero siempre se trata de una solución
defendible en términos jurídicos y, por lo tanto, una de las posibles soluciones justas del
caso, por muy interesada que resulte.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 127
La figura del abogado en relación con el razonamiento jurídico es, con frecuencia, puesta
junto a los arquetipos del hombre malo de Holmes144 o del juez parcial (que no persigue
el cumplimiento de la ley, sino el de hacer política o plasmar sus personales convicciones
ideológicas en la sentencia). En este sentido, no cabe duda de que la obtención de un deter-
minado resultado en un litigio es fundamental para un abogado, y ello le lleva a contemplar
el razonamiento jurídico (esto es, el razonamiento con normas jurídicas) como un elemento
más de los utilizables en el proceso, hasta el punto –como hemos visto– que se incluya dentro
de la concepción amplia de argumentación jurídica, que engloba cualquier actividad que
realice el abogado para convencer al juez en el proceso, incluyendo, en el extremo de la
concepción técnica de la argumentación, hasta los gestos dramáticos o recitar unos versos
de un poema (como he podido escuchar personalmente en una vista). Quizá la influencia
televisiva de los procesos judiciales estadounidenses tenga algo que ver en esta concepción,
pero lo cierto es que la práctica seria y rigurosa de la abogacía tiene muy poco que ver con
esta situación, más cercana al mundo del espectáculo que al de la aplicación de la ley, que
es, desde luego infrecuente, por fortuna, en nuestro país.
La práctica cotidiana de los juzgados demuestra que los litigios son numerosos y que
los señalamientos se producen habitualmente en grupos la mayoría de las ocasiones. El juez
debe mostrar una gran dosis de atención y concentración ante la pluralidad de asuntos que
puede escuchar en una mañana a través de un conjunto de alegaciones y pruebas, que muchas
veces son complejas y contradictorias. La posición del abogado con una cierta experiencia
ante esta situación es siempre la misma: brevedad y concisión.
El juez en una vista busca ante todo clarificar la situación fáctica. Mientras no se aclare
respecto de esta cuestión no podrá realizar adecuadamente la subsunción en la norma a
aplicar. En este sentido, el lenguaje claro de las partes a la hora de fijar los hechos es de-
terminante, y el razonamiento jurídico en estos casos cumple la tarea clave de exponer con
claridad los hechos en los que fundamenta su pretensión u oposición y expresar las pruebas
de las que ha deducido la acreditación de tales hechos. La subsunción normativa es, tras esto,
una tarea usualmente más sencilla, pero si existe algún problema de selección normativa,
también deberá argumentarse de forma rápida y directa.
La acumulación de asuntos determina ineludiblemente en el juez una reacción tendente
a la máxima concreción y claridad, y es esa clase de intervenciones letradas precisamente
las que tienen un máximo efecto en él, incluso en aquéllos casos que, debido a las circuns-
tancias concretas del caso, ya tenga preconcebida una solución provisional al asunto antes
del inicio de la vista.
De ahí que el abogado, si quiere ser eficaz en su intervención en el juicio y obtener un
resultado favorable, debe regirse por la regla fundamental de facilitar en la mayor medida
el trabajo del juez. Acudir a argumentos no normativos (como se defiende desde la retórica
144
HOLMES, O. W., La senda del Derecho, trad. J. I. Solar Cayón, Marcial Pons, Madrid, 2012, pág. 58.
En concreto, dice el autor: “si quieres conocer lo que es el Derecho, y nada más que el Derecho, debes mirarlo
como lo haría un hombre malo, a quien sólo le importan las consecuencias materiales que tal conocimiento le
permite predecir, y no como lo hace un hombre bueno, quien encuentra las razones para su conducta –se hallen
o no en el Derecho– en las más vagas sanciones de su conciencia”. Sobre la figura del hombre malo holmesiano
y su influencia en el realismo jurídico norteamericano, véanse las págs. 32-36 del Estudio preliminar de SOLAR
CAYON, J. I., a la anterior obra citada.
128 Óscar Buenaga Ceballos
Decíamos en el apartado anterior, que el abogado, a diferencia del juez, utiliza un elenco
de argumentos que excede de los proporcionados por el razonamiento jurídico-práctico de
carácter normativo o dogmático. Ello es así, porque el abogado no solamente presenta ante
el juez una solución justa defendible en Derecho, sino que tiene que convencer o persuadir
al juez de que esa es la resolución justa del caso y no otras posibles, que también pueden
resultar justas. Pretende en definitiva ganar el litigio.
En tal sentido, el abogado se enfrenta a un pleito con una visión amplísima del mismo
(la más amplia de todos los sujetos intervinientes en el mismo), que engloba tres aspectos
fundamentales:
1. El razonamiento jurídico-práctico, esto es, el uso de argumentos normativos o dog-
máticos (la argumentación jurídica en sentido objetivo o estricto).
2. El uso de razonamientos retóricos, persuasivos o de convicción, de carácter general
(la argumentación jurídica en sentido subjetivo o amplio).
3. El control de las circunstancias concretas que rodean al litigio, y que, condicionan el
uso de la argumentación jurídica (objetiva y subjetiva). Estas circunstancias hacen
referencia básicamente al conocimiento de circunstancias personales del juez, de
las partes, sus abogados, peritos, testigos, etc.
Estos tres aspectos del litigio son los que permiten trazar una estrategia procesal ganadora
en cada proceso.
La estrategia forense del abogado comienza con bastante anterioridad al comienzo
del litigio, y en muchas ocasiones, las más variadas actuaciones extrajudiciales se realizan
pensando o teniendo en cuenta un hipotético litigio, que finalmente puede no producirse.
Lo cierto es que, con más frecuencia de lo que parece, los hechos de un litigio (el supuesto
fáctico de la norma) se han construido o forzado su acaecimiento con anterioridad a la
existencia de aquél, fruto del asesoramiento legal del jurista. Esta es una evidencia más
de que la determinación de los hechos no es tan aséptica jurídicamente como se cree, pues
son las normas jurídicas cuya futura aplicación se pretende las que dirigen la creación o
diseño de la situación fáctica en cada caso. Así, por ejemplo, el envío de comunicaciones o
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 129
gado contrario suele comenzar por contraatacar dicha posición con argumentos normativos de
tipo formal, esto es, que impiden de uno u otro modo que el juez dicte sentencia sobre el fondo.
Obviamente, no podemos detenernos en un análisis pormenorizado de todos estos tipos de
defensas (caducidad, prescripción, cosa juzgada, litispendencia, etc.), pero sí indicar que todas
ellas son de tipo formal y se derivan directamente del principio jurídico general de seguridad
jurídica. Se invocan precisamente por la parte que se ve perjudicada por la resolución sobre
el fondo del asunto, y aunque aparecen también en normas jurídicas sustantivas, es frecuente
encontrar estos argumentos normativo-formales en las normas procesales.
Piénsese por ejemplo en la clásica estrategia procesal en la que un abogado se encuentra
en la posición de defender una situación indefendible en cuanto al fondo. Por ejemplo, su
cliente ha causado un daño a una persona y ésta le demanda reclamando una indemnización
por dichos daños. El demandante demuestra que el cliente es responsable, los daños sufridos,
y que estos han sido a consecuencia de la actuación negligente del cliente demandado. Sin
embargo, el demandante por descuido o por cualquier otra razón (el factor que podemos
llamar de riesgo procesal, esto es, los riesgos de enfrentarse a esa especie de operación
quirúrgica que es lo que viene a ser un juicio, donde se contemplan las “entrañas” de las
relaciones sociales) no acredita ni aporta prueba alguna de la valoración de los daños que ha
sufrido (ni siquiera las bases para su cálculo), y así lo hace constar el abogado del demandado
en las conclusiones finales del juicio. En este momento, el demandante, por aplicación de
las normas sobre la prueba, no puede aportar ya dicha cuantificación y su demanda debe
ser forzosamente desestimada, aunque seguramente todos consideraremos que es injusta.
La invocación de argumentos normativos de tipo formal como impeditivos de una
resolución sobre el fondo del asunto (que sería evidentemente contraria al que invoca el
contraargumento formal) supone el enfrentamiento entre la resolución justa del fondo del
asunto y el principio de seguridad jurídica. A este respecto, existe un principio jurídico que
nos dice que los formalismos (los que establecen las normas formales o procedimentales)
no debe impedir que el problema de fondo sea resuelto de la forma más justa. Incluso este
criterio tiene su expresa formulación en una norma jurídica como es el art. 11.3 LOPJ y se
desprende, según tiene dicho el TC, del propio art. 24 CE. Sin embargo, la aplicación de este
precepto citado hasta sus últimas consecuencias convertiría en inútiles las normas procesales
u otras de tipo formal. Ciertamente, el principio antiformalista es un principio interpretativo
de las normas jurídico-formales ante situaciones dudosas, pero en modo alguno implica un
argumento normativo que determine la inaplicación de dichas normas formales o procesales.
El ejercicio de los derechos ante los tribunales debe discurrir por el cauce formal establecido
en las normas jurídicas, y no pueden considerarse injustas desde un punto de vista jurídico
las decisiones judiciales que aprecien un argumento formal e impidan la resolución sobre el
fondo de un asunto, por muy injustas que parezcan desde el punto de vista del sentido común,
que, en este caso, no coincide con el sentido jurídico de las normas.
Descartada la contraargumentación normativo-formal ante un caso claro normativa-
mente hablando, la línea estratégica del abogado perjudicado por la norma es la puramente
retórica, que hace referencia, como dijimos, a la cualidad y conducta de los intervinientes
en el proceso, especialmente las partes demandante y demandada, que serán las afectadas
por el contenido de la sentencia.
132 Óscar Buenaga Ceballos
En estos supuestos, el abogado perjudicado por los argumentos normativos (aunque nada
le impide tampoco al abogado contrario utilizar estos argumentos retóricos para reforzar sus
pretensiones normativamente ya claras), acude a valoraciones sobre la conducta y cualidad
de las partes que no tienen anclaje alguno en el Ordenamiento jurídico, y donde se engloba
todo tipo de reproche moral sobre su comportamiento para con el demandado o con otras
personas, como ocurre, por ejemplo, cuando el demandante tiene razón en el asunto, pero el
abogado contrario presenta en el juicio una sentencia donde se le condena por la comisión de
un delito en otro asunto, y viniendo a alegar que no puede beneficiarse del Derecho, quien lo
ha infringido (auténtico tópico jurídico que carece de sustento normativo expreso, pero que
retóricamente tiene poder persuasivo). Otro tanto ocurre con las referencias a la posición
económica o social de las partes, como por ejemplo la argumentación retórica dirigida a
mostrar al juez la desigualdad económica que existe entre los litigantes. Así, cuando una
de las partes es una compañía de seguros, una mutua patronal, una entidad financiera o una
gran empresa y la otra un particular (todavía más, si es un niño, una persona mayor de edad,
un minusválido, o un desempleado), es más sencillo convencer al juez para que condene a
aquellos, pues el importe de la condena es, con frecuencia, económicamente insignificante
para una gran entidad pero importante para un particular. Si el litigante poderoso está cla-
ramente beneficiado por la aplicación de la norma jurídica de que se trate, es evidente que
el abogado del particular hará el máximo esfuerzo retórico en mostrar al juez la debilidad
económica de su defendido para persuadirle en su favor.
Como último estadio en el diseño de una estrategia procesal ganadora está el control
de las circunstancias que rodean al litigio. Estas circunstancias son muy variadas y difíciles
de determinar, pero fundamentalmente hacen referencia al perfil psicológico o personal de
las partes intervinientes en el litigio, empezando por el sujeto fundamental que es el juez.
En la práctica forense, estas circunstancias no son secundarias del razonamiento jurídico-
práctico y de los argumentos retóricos o dialécticos, sino que están por encima de éstos, en
cuanto dirigen su utilización en el proceso. Cualquier abogado sabe que en atención a las
circunstancias concretas de un litigio, puede convenir no hacer un determinado razonamiento
jurídico o no acudir a determinados argumentos retóricos, porque perjudican el resultado del
pleito a nuestro favor, de la misma forma que, en algunas ocasiones, no conviene presentar
o realizar determinadas pruebas (documentos, testigos).
Aun siendo variadas, vamos a referir algunas de estas circunstancias que consideramos
más comunes en su acontecer en los distintos litigios, aunque su enumeración exhaustiva
resultaría prácticamente imposible por su casuismo y por el dato de que en cada litigio se
produce una combinación irrepetible entre las mismas.
La primera de estas circunstancias es la que podríamos denominar del juez cansado.
Todos los tratados de argumentación jurídica, se muevan en el ámbito de la teoría o en
el ámbito técnico-práctico de la elaboración del discurso ante los tribunales, parten de la
evidente consideración de que el juez es un ser racional, pero se olvidan que, también, el
juez es un ser cansado.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 133
es la perspectiva del abogado del demandado, el cual, ante un juez ignorante o inexperto,
suele adoptar la estrategia de sembrar aún más confusión en el asunto y enredarlo para
dificultar al máximo que el juez pueda obtener una comprensión clara del mismo, siempre
que ello le conduzca, claro es, a la desestimación de la demanda.
En estos casos, el abogado del demandante que pretenda el éxito de su demanda debe
emplearse a fondo en un papel didáctico y explicar al juez el problema, antes de pasar a
defender su pretensión. Ni que decir tiene que la sencillez es fundamental en estos asuntos,
pero también ha de controlarse la corrección en la exposición didáctica, de modo que el juez
no perciba que se le esté tachando de incompetente, lo cual podría tener efectos nefastos en
la elección de las premisas que conduzcan a la decisión del asunto.
Como tercera circunstancia del litigio, estaría la del juez político. Existen supuestos en
los que el juez actúa movido por resortes psicológicos que no son los de aplicación aséptica o
avalorativa del Derecho al caso concreto. Me refiero a aquellos casos en los que la demanda
se dirige contra la Administración Pública en cualquiera de sus ámbitos de gestión (otorga-
miento de prestaciones, subvenciones, indemnizaciones, etc.) solicitando su condena al pago
de una cantidad de dinero o el reconocimiento de un derecho o la anulación de un acto que
conlleven igualmente la contracción de obligaciones económicas con cargo al Presupuesto
público. Se trata fundamentalmente de prácticamente todos los litigios seguidos ante el
Orden contencioso-administrativo y los seguidos ante el Orden Social frente a las entidades
administrativas integrantes de la Seguridad Social y otros Organismos públicos análogos.
En estos casos, el juez no es sólo un juez y no se siente sólo como un juez, sino que, en
parte, se siente como un órgano que administra y gestiona el Presupuesto público. De este
modo, también, existe un móvil político evidente ya que el juez, al adoptar su decisión se
siente influido por la situación concreta del momento respecto del gasto público. Por ejemplo,
la situación coyuntural motivada por la crisis económica o el fuerte incremento del gasto en
pensiones públicas, influirá en el juez a la hora de enjuiciar un caso concreto de demanda
judicial solicitando la concesión de una pensión del Sistema de Seguridad Social. No afir-
mamos que sea así en todos los casos, pero es evidente que la intrínseca responsabilidad que
conlleva la judicatura determina que el juez tenga en mente las consecuencias políticas (en
el sentido de presupuestarias) de sus decisiones.
Como cuarta circunstancia relevante a considerar en un litigio estaría la de la figura del
juez social, que atiende a la capacidad económica de los litigantes, y se halla fuertemente
influido por el principio de igualdad, en su acepción material (principio jurídico, por otra
parte, de la máxima importancia por su directa conexión con el principio superior de justicia).
En principio, la capacidad económica del litigante o su carácter de persona física o
jurídica, su poder económico o actividad, etc. son circunstancias ajenas al Derecho. Con la
salvedad de que la capacidad económica del litigante pueda ser tenida en cuenta en ocasiones
para el acceso a la Justicia (tasas judiciales) o para la determinación de la cuantía de una multa
penal, es evidente que el ejercicio de los derechos y su reconocimiento por los tribunales no
se relacionan con la capacidad económica del sujeto que los impetra.
Sin embargo, resulta obvio que al juez que resuelve un caso no le pasa desapercibido
la capacidad económica de los litigantes (y, en general, la situación de poder de uno de
litigantes frente al otro). En la mayoría de las ocasiones se acude a la Justicia ejercitando
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 135
derechos cuya consecuencia jurídica es la condena al pago de una cantidad económica, bien
sea consecuencia del ejercicio de un derecho de crédito que se deriva de un contrato o bien de
un derecho a ser indemnizado por un incumplimiento contractual o derivado de la existencia
de responsabilidad extracontractual, por citar los casos más usuales. En estos supuestos, el
juez casi siempre realiza una valoración de la situación de equilibrio económico entre los
litigantes, de tal modo que va a influir en su decisión –en mayor o menor medida– un criterio
extrajurídico como es la situación económica de aquéllos. Así, si un particular demanda a un
banco, compañía aseguradora, mutua patronal, gran empresa, u otro sujeto con poder econó-
mico, el juez social tenderá a realizar una interpretación de las normas a favor del particular.
En estos casos, la decisión judicial aparece influida por móviles políticos o ideológicos, ya
que estará presidida por el logro del principio de igualdad con un espíritu de redistribución
de la renta. Además, el juez parte de que el reconocimiento del derecho del litigante parti-
cular (especialmente si es de pequeña cuantía) no va a suponer una merma importante para
el litigante poderoso económicamente. En el caso de las compañías aseguradoras esto es
todavía más evidente, puesto que junto a su poder económico se encuentra precisamente
también el dato de que su actividad es la cubrir los siniestros que asegura y por tanto otorgar
las indemnizaciones, con lo que en virtud de la matemática de los cálculos actuariales, la
condena no va a suponer ningún perjuicio para dichas compañías.
Junto a las circunstancias atinentes a la figura central del juez (que es, en definitiva, quién
va a decidir y a quién va dirigido todo el discurso argumentativo, normativo o retórico),
están también las circunstancias personales de los litigantes y de los terceros intervinientes
(abogados, testigos o peritos).
En estos casos, el control de las circunstancias del litigio hace referencia al conocimiento
de múltiples factores influyentes desde el punto de vista psicológico en el juez y que se diri-
gen generalmente a la tacha moral o profesional de las partes intervinientes en el pleito cuyas
intervenciones perjudican la propia posición o estrategia procesal. Así acontece cuando se
pretende desacreditar la figura del abogado contrario por haber intervenido éste, por ejemplo,
en la defensa de determinadas personas condenadas por delitos con un especial reproche
social; o los casos en que dicho profesional actúe a lo largo del litigio acudiendo a estrategias
legales que pretendan, acudiendo a la sorpresa, lograr la indefensión de la parte contraria. O
también, cuando la parte contraria o un testigo esencial en el proceso que testifica a favor de
ésta incurren en una mentira o responden con continuas evasivas, lo que se utilizará por el
abogado contrario para intentar destruir toda su declaración, incluyendo las manifestaciones
verdaderas. O cuando un perito interviniente incurre en manifiestas inexactitudes que evi-
dencian su falta de cualificación profesional para emitir y explicar el dictamen pericial que
ha realizado, lo que el abogado perjudicado utilizará para neutralizar todo el contenido del
informe y que la parte contraria se quede sin el sustento de la prueba pericial.
En fin, que en la práctica forense, todas estas circunstancias concretas de un litigio, lejos
de ser un aspecto secundario, constituyen el elemento director para el abogado experimen-
tado y le indican la dosificación concreta de argumentos normativos y retóricos que debe
utilizar en cada caso. Así, por ejemplo, puede ocurrir que la alta complejidad normativa que
existe hoy en día (y que supone una auténtica quiebra del principio iura novit curia) lleve
a la situación de que se celebra y desarrolla un litigio en su totalidad sin que ninguna de las
136 Óscar Buenaga Ceballos
partes alegue la norma jurídica que le beneficie (y que quizá el abogado perjudicado por la
misma sí conocía, pero ha ocultado su existencia), y el juez no lo haga tampoco, llegando a
una decisión contraria a Derecho vulnerando la norma oculta.
T
145
Como explicita la Exposición de Motivos del Decreto de 31 de mayo de 1974, que introdujo dicho
precepto, y que señala que “en ningún caso es recomendable una fórmula hermenéutica cerrada y rígida”.
142 Óscar Buenaga Ceballos
ficado queda delimitado por el resto del Ordenamiento en el que se integra. De este modo, el
Ordenamiento jurídico realiza en muchas ocasiones delimitaciones jurídicas (derivadas de
normas o principios jurídicos) al uso del lenguaje ordinario por el mismo, y no nos estamos
refiriendo a la creación de conceptos jurídicos.
Esta cuestión es especialmente problemática en relación con las palabras o expresiones
que adolecen de vaguedad o imprecisión extensiva de significado. Es usual distinguir en estos
términos entre un núcleo de certeza y una zona de penumbra146, lo cual sirve para delimitar
los supuestos que entran inequívocamente dentro del significado que se atribuye a la palabra
de aquéllos otros que son dudosos. Nuevamente aquí, parecería que la conclusión evidente
es la de afirmar que si una norma jurídica utiliza un término del lenguaje ordinario y que si el
caso concreto a resolver se refiere a un objeto o realidad que pertenezca al núcleo de certeza
del término correspondiente, la norma se aplica sin más, pero esto no es así siempre. Los
supuestos de normas derrotables demuestran que la interpretación de términos del lenguaje
ordinario se efectúa en ocasiones de forma distinta por el razonamiento jurídico, ya que
la aplicación sistemática de la normas en conjunto con sus principios institucionales y del
Ordenamiento jurídico determina excepciones implícitas que afectan incluso al núcleo de
certeza de la palabra.
Como ya hemos referido, las normas jurídicas utilizan en multitud de ocasiones términos
o conceptos que son préstamos de otras disciplinas y que en éstas se utilizan como lenguaje
técnico especializado. La cuestión esencial en este punto es si en el Derecho deben utilizarse
con ese sentido técnico, o bien, cabe su utilización con un sentido distinto. Otro problema
conexo sería el de qué ocurre cuando ese término técnico se usa por distintas normas jurídicas
en dos sentidos diferentes, por ejemplo, en un sentido técnico y otro sentido fijado por las
normas jurídicas. Pensemos por ejemplo en los conceptos de “promotor” o “constructor”
que utiliza la Ley de Ordenación de la Edificación (arts. 9 y 11) y en la utilización de esos
mismos términos cuando los utiliza la legislación laboral (por ej., el ET, arts. 42-44; la LPRL,
art. 24, o la LISOS, art. 2).
Sobre esta cuestión, García Amado se ha referido a la existencia de una presunción de
consistencia lingüística del legislador, esto es, que el legislador siempre que usa el mismo
término lo hace en el mismo sentido, a no ser que concurran razones de peso para atribuir
dos significados distintos al mismo término147. En este sentido, aunque la racionalidad nos
lleva inmediatamente a indicar que esto es así, es lo cierto que sostener esta presunción de
consistencia lingüística del legislador es bastante problemático. No se trata sólo ya de que
las normas jurídicas que integran el Derecho pueden tener edades muy diferentes en lo que
respecta a su incorporación y pervivencia en el Ordenamiento, sino que incluso normas
jurídicas pertenecientes a un mismo período de tiempo (acotemos este periodo cómo el
correspondiente a un mismo Gobierno al frente del Estado) presentan –como en el ejemplo
que hemos referido más arriba– distintas acepciones.
146
Según la clásica distinción hartiana. Véase HART, H. L. A., El concepto de Derecho, trad. G. Carrió,
Abeledo-Perriot, Buenos Aires, 1963, págs. 152-153.
147
GARCIA AMADO, J. A., Razonamiento jurídico y argumentación, EOLAS ediciones, León, 2013,
pág. 152.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 143
Mientras que si hablamos de términos jurídicos puede sostenerse la consistencia del con-
cepto empleado, no ocurre lo mismo con los términos o expresiones del lenguaje ordinario,
cuyo empleo en las normas jurídicas está sujeto a una interpretación casuística cuyo sentido
sólo puede determinarse desde el análisis del caso concreto. Ciertamente, el terreno puede
allanarse cuando el legislador, en ocasiones, realiza definiciones de determinados términos
que utiliza (el ejemplo señalado más arriba sirve, dado que la LOE define “contratista”,
“promotor” y también otros agentes intervinientes en el proceso edificador), pero no es esta
la realidad común. También puede acontecer que alguna sentencia pueda haber perfilado en
un grado mayor de concreción una determinada expresión del lenguaje ordinario utilizada
por una norma.
De este modo, el alcance de un término del lenguaje común en una norma jurídica no
puede establecerse de antemano sin tener delante el caso concreto que tenemos que resolver,
porque la delimitación interpretativa de ese término o expresión se produce por la interacción
de las normas o principios jurídicos concretos que se ponen en movimiento para encontrar
la solución justa a dicho caso. La institución jurídica en que se integra el problema jurídico
concreto despliega un conjunto de directrices normativas (principios, normas, construcciones
dogmáticas) que atribuyen una delimitación a la palabra o expresión que puede variar de
caso a caso, aunque sea ligeramente.
Hemos visto, pues, cómo el lenguaje jurídico, a pesar de ser parcialmente técnico, adole-
ce de los problemas de ambigüedad y vaguedad que aquejan al lenguaje común, presentando
además sus propias especialidades en relación con dichos problemas. Pero dicho esto, hay
que decir que dado que el Derecho persigue entre sus finalidades esenciales (derivadas direc-
tamente del principio o ideal fundamental de la justicia) las de seguridad jurídica y certeza,
el lenguaje jurídico es tendencialmente preciso. El tratamiento igualitario de las situaciones
semejantes que exige el principio de justicia como parte de su contenido mínimo o esencial
conlleva en este punto que la terminología jurídica tenga el mismo significado cuando se
usa en una norma jurídica, ya que en caso contrario no se estaría atendiendo al principio de
igualdad ante la ley que tenemos todos los ciudadanos.
En este sentido, el esfuerzo de la Ciencia jurídica, y más concretamente de la dogmática
jurídica, ha sido crucial a la hora de configurar los distintos conceptos jurídicos, agruparlos
en torno a otras nociones más generales como son las instituciones y sistematizarlos en torno
a una serie de principios que estructuran o vertebran el Ordenamiento jurídico. De este modo,
el lenguaje jurídico se ha tecnificado y precisado, contribuyendo a una mejor, más cierta y
segura, y por tanto más justa, aplicación del mismo para la resolución de los conflictos, y
también, por supuesto, a una mayor certeza y prevención de futuros conflictos.
Sin esta labor de la Ciencia jurídica –que expresa el grado de evolución y perfecciona-
miento del Derecho en una sociedad avanzada–, el razonamiento jurídico-práctico estaría
perdido y sin rumbo, quebrando el principio de certeza del Derecho y la seguridad jurídica,
pues cada operador jurídico tendría unos márgenes interpretativos de las normas jurídicas
que harían imposible predecir las resoluciones de los casos. Es más, el ingente crecimiento
de los Ordenamientos jurídicos de las sociedades modernas y su progresiva complejidad (al
convivir distintos Ordenamientos regidos por el principio de competencia normativa) aboga
por la realización de un esfuerzo dogmático y sistematizador aún mayor, so pena de caer en
casuismos sin criterios claros de resolución. La tendencia a la uniformidad y a la precisión
técnica del lenguaje jurídico es un requisito imprescindible para lograr un razonamiento
jurídico-práctico riguroso y predecible.
La tendencia a la precisión terminológica en el Derecho se produce también como
consecuencia de la actividad judicial, lo que muestra que la aplicación del Derecho juega un
importante papel en la construcción teórica del Derecho, aportando a la dogmática continuas
creaciones conceptuales. Estas creaciones judiciales, de carácter esencialmente inductivo,
presentan la indudable ventaja de que la construcción teórica se produce sobre los cimientos
de criterios prácticos de eficacia contrastada para resolver conflictos concretos, lo que asegura
que el concepto teórico resultante sea funcional y útil.
Con estas creaciones judiciales no me estoy refiriendo solamente a la elaboración de
principios jurídicos jurisprudenciales o al perfilamiento de instituciones jurídicas, sino
también a la creación de conceptos jurídicos.
La creación de un concepto jurídico proviene en muchas ocasiones de la realidad fáctica
de las cosas, que es, por ello, extrajurídica. En cualquier procedimiento, la determinación de
los hechos del proceso es una tarea ineludible del juez y tales hechos se relatan utilizando el
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 147
El Derecho como conjunto de normas puede ser considerado como un objeto susceptible
de conocimiento científico, y en tal sentido, se le aplican los métodos o procedimientos
científicos, estableciendo y definiendo sus conceptos, obtenidos por inducción y deducción,
realizando divisiones y clasificaciones de los mismos, formulando teorías y demostraciones
de las mismas, extrayendo y elaborando principios; todo ello de una forma sistemática y
coherente, según exige la lógica científica.
Por otra parte, el Derecho regula la realidad social, pero el objeto de conocimiento de
la Ciencia del Derecho es precisamente el conjunto de normas jurídicas que lo integran y
sus relaciones. Para ello, la Ciencia jurídica elabora una serie de categorías relacionadas
sistemáticamente entre sí con las que operar en el conglomerado de normas jurídicas que
conforma el Derecho, las cuales se han ido sucediendo en el tiempo (el Derecho presenta una
naturaleza evolutiva, como la realidad social que disciplina) y careciendo de la sistematicidad
que les confiere su tratamiento científico.
La Ciencia jurídica aparece así como una reflexión sistemática y categorizada sobre las
normas jurídicas existentes, contribuyendo dichas categorías elaboradas por la Ciencia del
Derecho a un mejor conocimiento del mismo y a clarificar las relaciones existentes entre
las normas jurídicas. Por su lado, la sistematización que conlleva todo conocimiento cien-
tífico conduce en el ámbito jurídico a la creación intelectual de un sistema jurídico, de un
Ordenamiento jurídico, que es la noción científica suprema del Derecho, y que lo concibe
idealmente como un todo sistemático único, pleno y coherente, inspirado, fundamentado y
dirigido por el principio superior de justicia.
La Ciencia del Derecho supone, pues, una sistematización categorizada de las normas
jurídicas que pretende su reconstrucción a través de una contemplación reflexiva de las mis-
150 Óscar Buenaga Ceballos
mas según una metodología determinada y ajustada a dicho objeto de conocimiento jurídico
(las normas jurídicas). Ahora bien, la sistematización y categorización de las normas jurídicas
no puede ser arbitraria para el científico, no se trata de elaborar construcciones estéticas, sino
funcionales, en el sentido de que la creación de conceptos jurídicos (la actividad de catego-
rización) debe contribuir a una clarificación del contenido de las normas y de las relaciones
existentes entre las mismas, que contribuya a un uso más certero y eficaz de dichas normas
para resolver conflictos de la forma más justa posible.
En este sentido, es conveniente indicar que las normas jurídicas pueden ser objeto de
conocimiento científico, pero también pueden ser consideradas como objeto de conocimiento
meramente técnico. La diferencia se halla en que el conocimiento científico de las normas
jurídicas conlleva una actitud reflexiva que las sistematiza, categoriza y las relaciona formu-
lando teorías explicativas de sus relaciones y extrayendo principios generales por los que se
rigen. Estas teorías científico-jurídicas contribuyen a facilitar la creación de nuevas normas
jurídicas más perfectas. En cambio, como objeto de conocimiento técnico, las normas jurí-
dicas se conciben de un modo inmediato –no reflexivo– como herramientas o instrumentos
útiles para resolver los problemas jurídicos que se planteen, sin atender a la posición de la
norma concreta que se necesite dentro del conjunto del Ordenamiento jurídico. Desde este
punto de vista, la norma es una mera solución legal a un conflicto planteado.
Precisamente, esa doble perspectiva científico-técnica constituye la esencia misma de la
Ciencia jurídica, y las categorías construidas siempre deben estar elaboradas con la concep-
ción de ciencia práctica del Derecho en mente, es decir, para ser utilizadas en su aplicación
práctica o que contribuyan a una mejor aplicación práctica del Derecho. Esta operatividad de
dichas categorías justifica su propia existencia, ya que en caso contrario su utilidad quedaría
reducida al ámbito didáctico o académico.
Partiendo de tales presupuestos de reflexión teórico-normativa con la finalidad práctica
de conseguir una mejor aplicación del Derecho para el logro de soluciones justas, es como
debe entenderse adecuadamente la dogmática jurídica y su función en el ámbito de la ciencia
jurídica. La dogmática jurídica debe en todo caso proporcionar herramientas que faciliten
la resolución justa de los problemas jurídicos que acontezcan en la realidad social. Esa es
su justificación.
Cuando la dogmática jurídica se predica respecto de la Ciencia del Derecho entendida
como ciencia práctica, adquiere su justificación en su efectiva contribución a la resolución
de problemas jurídicos. Esto determina que cualquier construcción dogmática al modo de la
Jurisprudencia alemana de conceptos del siglo XIX deba ser desechada de inmediato, pues
la sistematización de las normas y la creación de conceptos jurídicos no pueden permanecer
en un cielo conceptual sin conexión con la realidad jurídica y la resolución de los casos con-
cretos con arreglo a soluciones justas. La labor de la dogmática jurídica es, pues, necesaria
para la ciencia jurídica, pero cualquier atisbo de dogmatismo purificador debe descartarse
como método adecuado de conocimiento del Derecho.
Si el dogmatismo es rechazable como actitud de conocimiento en cualquier ciencia por
su carácter acrítico y fundamentalista, incluida la del Derecho, no puede afirmarse, como
venimos diciendo, lo mismo respecto de la dogmática jurídica. Cierto es que el término
“dogmática” viene arrastrando desde la filosofía kantiana un tinte peyorativo –que también
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 151
existe en el ámbito jurídico–, pero en nuestra opinión la dogmática jurídica no sólo es impor-
tante o un elemento más para el análisis del razonamiento jurídico, sino que es el elemento
esencial o estructural del mismo.
Hattenhauer ha definido la dogmática jurídica como “el empeño racional por conducir
críticamente el Derecho cotidiano, consolidar su praxis en normas, y someter éstas a un
constante juicio crítico sobre su adecuación a la justicia”148. De este modo, la dogmática
jurídica es una actividad científica de perfeccionamiento constante del Derecho en aras a
lograr el ideal de justicia que debe perseguir todo Ordenamiento jurídico legítimo. Es la
adopción de una actitud científica ante el Derecho, pero no considerando a éste como un
ente inmutable –lo que es propio del dogmatismo jurídico–, sino sometido a una continua
revisión crítica de sus instituciones para la consecución del ideal de justicia. La dogmática,
en palabras del autor citado, se encarga de “velar por la racionalidad y la continuidad del
Derecho”149, residiendo su importancia, como ha señalado E. Díaz, en “su faceta afirmativa
de investigación en profundidad y de reconstrucción del sistema normativo para su correcta
aplicación y realización en una sociedad”150.
Esta configuración de la dogmática jurídica debe alejarla de la perspectiva puramente
teórica de la misma, entendida como ciencia de la construcción del Derecho como un sistema
jurídico estructurado en principios, conceptos e instituciones desconectados de la práctica
jurídica y, más en general, de la aplicación del Derecho. Los principales elementos de la
dogmática son las normas jurídicas, pero no se olvide que el origen de muchas normas se
encuentra en la praxis reiterada y consolidada. La dogmática académica debe contribuir
a mejorar y racionalizar la práctica jurídica, y en tal sentido, cualquier concepto o teoría
jurídica que se construya debe tener virtualidad práctica, de tal modo que la interrelación
entre la práctica y la dogmática no sólo es deseable, sino necesaria.
Podríamos decir que la dogmática jurídica aporta una serie de criterios de racionali-
dad jurídica conformados como principios, conceptos e instituciones, los cuales, urdidos
sistemáticamente, aportan claridad y precisión al lenguaje jurídico, facilitando su manejo,
y contribuyendo a una mejor y más segura aplicación del Derecho a los casos concretos,
especialmente en aquellos supuestos en los que las normas jurídicas no aportan criterios
evidentes de aplicación y el jurista se ve abocado a valorar o elegir entre varias posibles
soluciones normativas.
En definitiva, la dogmática jurídica entendida como teoría de la ciencia jurídica adopta
una nueva perspectiva si partimos de la consideración del Derecho como ciencia práctica.
Si la conexión teoría-praxis es ineludible en el Derecho, la conexión de la dogmática jurí-
dica con la praxis implica que las funciones de la dogmática, como son la de elaboración y
determinación de conceptos jurídicos y su sistematización con base en las normas jurídicas,
adquiere una nueva dimensión y finalidad: la de construir una metodología práctica del
148
HATTENHAUER, H., Conceptos fundamentales del Derecho civil, trad. G. Hernández, Ariel, Barcelona,
1987, pág. 212.
149
Ibidem, pág. 213.
150
DIAZ, E., Sociología y Filosofía del Derecho, Taurus, 5ª reimp., Madrid, 1988, pág. 70. Señala también
este autor que “lo válido del pensamiento dogmático jurídico no es la sacralización de la norma, ni su aplicación
mecánica a la realidad, sino su constante reconstrucción y su efectiva realización en concretas situaciones sociales
siempre cambiantes e históricamente configuradas” (pág. 73).
152 Óscar Buenaga Ceballos
Derecho, una metodología de la aplicación del Derecho para la resolución de los casos
concretos que oriente al jurista en este sentido.
extensión, de resoluciones judiciales u otros actos aplicativos del Derecho) sino también de
conocimientos pertenecientes a otras disciplinas que aborden los fenómenos jurídicos desde
otra perspectiva (Filosofía, Sociología, Economía, etc.).
Como principales conceptos o dogmas jurídicos elaborados por la dogmática jurídica
hay que considerar tres grandes grupos: los principios jurídicos, las instituciones jurídicas y
los conceptos técnico-jurídicos. Estos tres tipos de conceptos jurídicos implican tres distintos
niveles de abstracción, y tienen unas características muy diferentes, lo que se comprueba
especialmente en su utilización práctica.
El nivel de abstracción mayor lo ostentan los principios jurídicos. Sin entrar en mayores
detalles en este momento, los principios jurídicos son grandes directrices o pautas que carac-
terizan los fines esenciales de un Ordenamiento jurídico, constituyendo, consecuentemente,
los elementos vertebradores del mismo. Los principios jurídicos pueden ser generales de
todo el Ordenamiento, pertenecer a uno de los sectores del mismo y actuar por tanto sólo
en alguno de estos, o pertenecer al ámbito concreto de una institución jurídica. Sin duda, la
característica fundamental de los principios es su convivencia normalmente dialéctica (en
sentido hegeliano) en el Ordenamiento jurídico, dado que sus formulaciones abiertas con
un alto grado de abstracción les conduce a constituirse en límites unos respecto de otros.
El segundo nivel lo ostentan las instituciones jurídicas. La institución jurídica es un
concepto jurídico diferente a cualesquiera otros, porque aunque su elaboración es científica,
su origen no es lógico-deductivo. La institución jurídica no proviene o se extrae de las normas
jurídicas, sino que preexiste a éstas, ya que las normas no crean una institución jurídica, sino
que se limitan a regularla; la institución es un fenómeno social que se convierte en jurídico
posteriormente y no a la inversa. Una institución jurídica no es más que la denominación
que se da a un grupo típico de casos o problemas que acontecen en la realidad social y que
se regulan por normas jurídicas, no siendo creación de la dogmática jurídica más que dicha
denominación o el perfilamiento a posteriori de la misma.
El tercer nivel lo ocupan los que hemos denominados conceptos jurídico-técnicos, que
son los conceptos jurídicos de elaboración dogmática (incluyendo los elaborados jurispru-
dencialmente) creados con el fin de contribuir a una mejor aclaración y sistematización de
las normas, facilitando su aplicación para la resolución de los casos que se planteen. Los
conceptos jurídicos se elaboran con el fin de dar consistencia científica a las instituciones
jurídicas, de explicar las relaciones existentes entre las normas y estructurar sistemáticamente
el Derecho.
En cuanto a la función de la dogmática, Alexy ha distinguido hasta seis funciones dife-
rentes de la dogmática jurídica, señalando las de estabilización, progreso, descarga, técnica,
control y heurística151. La función de estabilización la cumple aportando soluciones estables
en el tiempo a las mismas cuestiones jurídicas. La función de progreso se deriva del carácter
científico de la dogmática jurídica, en cuanto las construcciones dogmáticas suponen un
perfeccionamiento de las mismas en el tiempo. La función de descarga hace referencia a que
los conceptos elaborados por la dogmática (y con un consenso científico-jurídico suficiente)
son aceptados por los juristas como algo dado (dogmas) para posteriores debates jurídicos.
151
Cfr. ALEXY, R., Teoría de la argumentación jurídica. La teoría del discurso racional como teoría de la
fundamentación jurídica, cit., págs. 255-260.
154 Óscar Buenaga Ceballos
Por otro lado, la función técnica alude a la esencia misma de la dogmática que realiza una
sistematización y aclaración del contenido de las normas jurídicas y sus relaciones, contri-
buyendo a un mejor conocimiento del Derecho. La función de control se refiere también a
que la dogmática implica la existencia de una comprobación sistemática de existencia de
compatibilidad entre los distintos conceptos jurídicos. Finalmente, la función heurística hace
referencia a la aportación que efectúa la dogmática de “modelos de solución, distinciones
y puntos de vista que no aparecerían si hubiera que empezar siempre de nuevo”152, con lo
que Alexy la sitúa en este punto –aunque no lo diga expresamente– como un instrumento
de creación de tópicos jurídicos.
Estas funciones aludidas por Alexy pueden reducirse, en nuestra opinión, a una sola, que
es la contribución de la dogmática jurídica a la mejor comprensión del Derecho, facilitando
en consecuencia su aplicación. La creación de conceptos jurídicos (principios, instituciones
y conceptos técnico-jurídicos, según nuestra distinción) y el establecimiento de relaciones
entre los mismos con una concepción sistemática del Derecho (la noción de Ordenamiento
jurídico) es la gran aportación de la dogmática jurídica al Derecho. El Derecho se ha con-
vertido en ciencia precisamente debido a esta labor, que es la que, además, lo perfecciona
continuamente. Es más, la creciente complejidad de las normas unida a su desmedida pro-
ducción cuantitativa determinan que la función de la dogmática jurídica deba potenciarse.
La clarificación del Derecho que opera la dogmática no es sólo una función didáctica, sino
también una necesidad exigida para el logro efectivo de los principios de justicia y seguridad
jurídica en la aplicación del Derecho.
152
Ibidem, pág. 260.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 155
extraen de éstas, siendo en este último punto donde la dogmática hace su expresa aparición
(aunque en el manejo directo de normas también se detecta su presencia). Así, el razona-
miento jurídico propiamente dicho utiliza como argumentos:
1. Las normas jurídicas, tal y como aparecen formuladas en los textos normativos.
2. Argumentos lógicamente extraídos (deducidos o inducidos) de la consideración
conjunta de varias normas jurídicas, sin elaboración conceptual.
3. Argumentos dogmáticos, esto es, utilización de conceptos jurídicos, instituciones
o principios de construcción doctrinal o jurisprudencial, siempre amparados, o al
menos no contradichos, por las normas jurídicas vigentes.
Junto a estos razonamientos jurídicos, y siempre en apoyo de éstos, aparecen otra
serie de argumentos que no son jurídicos (formarían parte de la argumentación jurídica en
sentido subjetivo), porque el lenguaje jurídico forma parte del lenguaje ordinario y porque
la resolución de los casos concretos siempre parte de hechos de la realidad que tienen re-
levancia jurídica pero que no son jurídicos, por pertenecer a otras parcelas del saber (datos
científicos, técnicos, etc., que constituyen normalmente el objeto de las pruebas periciales)
o por pertenecer al sentido común (conocimientos generales).
Además, podemos detectar un tercer grupo de argumentos, que son los argumentos
retóricos o persuasivos, que no son jurídicos tampoco, sino que pretenden convencer al
operador jurídico que debe adoptar la decisión (el juez normalmente, pero también puede ser
una audiencia o auditorio determinado, cuando el que argumenta se dirige a un público, como
es el caso de un político ante la opinión pública, o de un profesor universitario que elabora
un trabajo doctrinal, cuyo público es el resto de la comunidad científica especializada). Aquí
cabe cualquier argumentación (que no es jurídica en sentido objetivo), pues lo importante
es el fin perseguido. Así, pueden citarse:
- Intuiciones.
- Apelaciones al sentido común, esto es, a criterios sociales derivados de la experiencia
vital.
- Uso de lenguaje sentimental o emotivo.
- Juicios de valor o estimativos (cuando se dice que algo es injusto, abusivo, etc., pero
no en el sentido técnico-jurídico, sino que se utiliza del mismo modo que cuando
alguien lego opina sobre un tema).
- Conveniencia de la decisión atendiendo a la bondad de sus consecuencias o, en sentido
contrario, a las graves consecuencias que se derivarían de no adoptarse dicha decisión.
En estos casos, el argumento se basa en que la decisión a adoptar va a afectar por
hipótesis a otros muchos casos. (argumentos que podríamos denominar políticos,
pues tratan de infundir en el órgano decisor la creencia de que es un legislador).
- El escaso o gran perjuicio económico que supone la decisión (argumentos que tam-
bién van en la línea anterior).
- Atención a cualidades personales de las partes afectadas por la decisión, a pesar de
que estas sean irrelevantes para la aplicación de la norma jurídica.
Por último, hay que hacer referencia al sentido común, al cual ya nos hemos referido an-
teriormente. El sentido común no es sino una expresión que hace referencia a la racionalidad
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 157
común que rige el pensamiento, cualquiera que sea su objeto concreto. A veces, cuando se
argumenta jurídicamente, se alude al sentido común, pero éste en nuestro ámbito, no deja
de ser un argumento retórico que refuerza razonamientos apoyados en normas jurídicas (las
normas jurídicas, al fin y al cabo, tienen una pretensión intrínseca de racionalidad, es decir,
responden al sentido común). El operador jurídico no puede fundamentar sus decisiones en el
sentido común en ningún caso, ni siquiera en la hipótesis teórica de falta de norma aplicable
para resolver un caso, pues el Ordenamiento jurídico dispone de los mecanismos necesarios
para aportar, al menos, una solución fundada en Derecho, acudiendo a los principios jurí-
dicos, que permiten al Juzgador elaborar razonamientos normativos a partir de aquéllos153.
En definitiva, pues, que conviene clarificar que es en los razonamientos jurídicos donde
la dogmática tiene su campo de aplicación, mientras que en el resto de los argumentos
referenciados, al no ser jurídicos (objetivamente), no tiene lugar la aplicación de normas,
conceptos o instituciones, pues se trata de argumentos utilizados solamente en apoyo de los
razonamientos propiamente jurídicos.
153
Cfr. en este sentido, DWORKIN, R., trad. M. Guastavino, Los derechos en serio, Ariel, Barcelona, 1984,
págs. 146-208.
154
TIERNO GALVAN, E., Conocimiento y ciencias sociales, Tecnos, 1ª reimp., Madrid, 1973, pág. 63.
155
Ibidem, págs. 64-65. El autor señala también que una institución es un modelo de soluciones para resolver
conflictos y que estos modelos tienen las notas de reiteración, seguridad, etc. (cfr. pág. 195), entendiendo por
modelo la “concreción suficiente para una serie homogénea e indefinida de casos” (pág. 42).
158 Óscar Buenaga Ceballos
un conjunto de normas que regulan un conjunto de hechos definidos por las propias normas
como jurídicos. Así, la compraventa es una institución. La otra tendencia ha tenido un carác-
ter preferentemente antropológico, y desde este punto de vista se ha entendido por institución
el conjunto coherente de usos, costumbres o prácticas que definen el comportamiento de un
grupo. En este sentido, la guerra es una institución”156.
Precisamente, utilizando estas categorías sociológicas, las instituciones jurídicas no son
otra cosa que modelos estandarizados de conflictos jurídicos, y esa ha sido la consideración
básica tomada en cuenta por la dogmática jurídica para la construcción de dicho concepto
jurídico, que ha contribuido, en mi opinión, más que ninguna otra a perfeccionar el Orde-
namiento jurídico, hasta el punto de que el funcionamiento elemental del razonamiento
jurídico-práctico parte de ser un pensamiento institucional, como hemos señalado.
Las instituciones jurídicas se erigen así en categoría fundamental del razonamiento
jurídico-práctico, y ello porque constituyen algo más que una categoría dogmático-
conceptual: son el reflejo jurídico de un conjunto de problemas típicos que acontecen en la
realidad social, cuya resolución ha obligado al Derecho a dictar normas que los solucionen.
De este modo, la progresiva evolución en el tiempo de las instituciones jurídicas supone el
perfeccionamiento de las mismas, en el sentido de que los distintos problemas y soluciones
que se han dado a éstas van perfilando sus características y contornos, dando lugar incluso
a la formulación por abstracción o deducción de los principios que las informan o inspiran.
La prueba de que la institución jurídica no es un mero concepto teórico, sino que es
un concepto cuya creación resulta obligada por una realidad social problemática que lo
demanda, es que las instituciones no surgen por ninguna operación lógico-deductiva de
conceptos jurídicos superiores o de otras instituciones157, sino que es la sociedad la que las
crea. Posteriormente, la ciencia jurídica las perfilará y razonará con ellas, pero no realiza
ningún acto creativo o fundacional de las mismas.
Cuando la institución jurídica ha sido creada por casos anteriores, pasa a ocupar un
lugar preeminente en el razonamiento jurídico-practico. En este sentido, no sólo es que la
resolución de un caso concreto comience siempre con un acto previo de institucionaliza-
ción, esto es, el encaje del supuesto concreto en una institución jurídica, sino que, además,
el razonamiento utiliza la institución jurídica como elemento aglutinante de los recursos
técnico-jurídicos que se van a utilizar en la resolución del caso. Es decir, la institución
elegida contiene una serie de principios directores de funcionamiento de la misma y un
elenco de problemas típicos y sus soluciones en los que el jurista práctico va a encajar men-
talmente el caso. Si el caso es sencillo, la respuesta aparecerá inmediatamente; si no lo es,
la configuración mental que tiene de la institución le aproximará al problema y le aportará
unos criterios con los que encontrar la solución, que irá perfilando progresivamente, según
el proceso que hemos denominado de la inmediatez normativa, de solución más cercana
hasta llegar al razonamiento basado en principios generales (razonamiento principial), que
le lleva a adoptar una posición cercana a la del legislador.
La categoría dogmática de la institución jurídica es, por tanto, en nuestra opinión, fun-
damental para el razonamiento jurídico-práctico. Mientras que en la Ciencia del Derecho
156
Ibidem, pág. 192.
157
En este sentido, DIEZ-PICAZO, L. Experiencias jurídicas y teoría del derecho, cit., págs. 177-178.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 159
en parte, y por tanto, el Ordenamiento jurídico real aparece como complejo y fragmentado
(frente a la unidad), incompleto (frente a la plenitud) y, en ocasiones, incoherente (pues ante
un caso pueden surgir distintas soluciones).
Sin embargo, el razonamiento jurídico-práctico, al operar racionalmente con el Derecho
vigente en la búsqueda de una solución justa para un caso concreto, tiende a transformar a
éste en un sistema presidido por los caracteres de unidad, plenitud y coherencia, resolviendo
los problemas aplicativos que pudieran surgir.
Esto supone que el Derecho real no ostenta estas características (aunque el razonamiento
jurídico-práctico, y el teórico, sí actúa como si las tuviere, lo que evidencia su carácter dog-
mático). Así, cuando muchas veces caracterizamos al Derecho con ellas, estamos partiendo,
sin darnos cuenta, de que éste es un Derecho ideal, un Derecho en tendencia, un Derecho
progresivamente perfeccionado por el razonamiento jurídico-práctico, al ser aplicado para
la resolución de problemas concretos, y por la continua labor depurativo-conceptual de la
dogmática jurídica.
Respecto a esta cuestión de si el Ordenamiento jurídico constituye o no un sistema,
parece evidente que si el Ordenamiento jurídico se contempla desde una perspectiva está-
tica como conjunto normativo la respuesta ha de ser evidentemente negativa, puesto que el
Ordenamiento jurídico de un país o comunidad ha ido configurándose a lo largo del tiempo
(y de siglos incluso respecto de algunos sectores del mismo) a base de conservar, modificar
o derogar las normas que lo integran. La consecuencia es la existencia de conglomerados
normativos con distintas finalidades y regulaciones parciales o incompletas por definición.
Puede hablarse de parcelas con mayor sistemática que otras, pero parece claro que el Orde-
namiento jurídico, como obra de lenta configuración a lo largo del tiempo, no aparece como
un todo sistemático.
Sin embargo, la perspectiva dinámica del Ordenamiento jurídico, esto es, la considera-
ción de las normas que lo integran configuradas como un todo que se pone en funcionamiento
para resolver los conflictos de los ciudadanos de manera justa (la aplicación del Derecho, en
definitiva), nos lleva a una conclusión muy distinta: la pretensión sistemática del Ordena-
miento jurídico. El Ordenamiento jurídico contiene –o aspirar a crear– mecanismos internos
que le permitan funcionar como un sistema, y en definitiva a tener un funcionamiento racional
cuando se pone en movimiento para resolver un caso concreto.
De este modo, tenemos una evidencia de que la aplicación del Derecho no es sólo una
faceta de este, sino una parte esencial que determina que el Ordenamiento jurídico aspire a
su racionalidad, y por tanto a su integridad sistemática o coherencia interna. Así, las normas
dispares y aluvionales que lo componen se ven obligadas a relacionarse entre sí, siendo
interpretadas y pulidas de forma que funcionen coordinadamente para encontrar la solución
a la cuestión jurídica que se plantee.
perfilando cada vez más como auténtico sistema, eliminando las normas contradictorias,
interpretando las normas de la forma que mejor encajen entre ellas y creando nuevas normas
o deducciones normativas que suplan las lagunas existentes. En definitiva, que el razona-
miento jurídico es el que dota de racionalidad y coherencia al Ordenamiento jurídico, a pesar
de que este crezca normativamente mediante el agregado constante –y en nuestra época, a
un ritmo trepidante– de nuevas normas. No cabe duda, que la presumible racionalidad del
legislador debería contribuir a lograr una mayor sistematicidad del Ordenamiento jurídico,
pero lo cierto es que la pluralidad de normas existente –y proveniente además de diferentes
Poderes creadores de normas– determina que sea el razonamiento jurídico-práctico el que
vele por la sistematicidad del Ordenamiento jurídico, junto, evidentemente, a la dogmática
jurídica, que actúa en un plano predominantemente teórico.
De este modo, constituye un fundamento del razonamiento jurídico-práctico, esto es,
una regla de su actuar, el de encontrar una solución justa al caso planteado partiendo o
realizando una consideración de las normas jurídicas aplicables dentro del Ordenamiento
jurídico global, y por tanto, realizando una interpretación sistemática de las mismas dentro
de éste. No es pensable, así, un razonamiento jurídico-práctico correcto según una norma
o normas determinadas que contradiga lo establecido en otras de aplicación, sean del nivel
normativo que sean (desde constitucionales hasta las reglamentarias).
En este punto de la construcción sistemática del Ordenamiento jurídico, debe destacarse
la labor realizada por el razonamiento jurídico-teórico, esto es, por la doctrina o Ciencia
jurídica. La contribución del razonamiento jurídico-práctico (por su misma esencia, racional)
a la construcción sistemática del Ordenamiento no debe ocultar que la sistematización del
Derecho vigente es una tarea fundamentalmente teórica. En este sentido, la dogmática ha
tomado las normas jurídicas que integran el Ordenamiento jurídico y, con base en las mismas,
ha extraído –o construido directamente– una serie de dogmas jurídicos que constituyen los
elementos que estructuran el Sistema jurídico. Estos dogmas son de distintas clases, según
ya apuntamos en el anterior capítulo:
1. Estarían los principios generales vertebradores del propio Sistema, conectados entre
sí, y que dotarían de sistematicidad al Ordenamiento.
2. Estarían las instituciones jurídicas, respecto de las cuales la dogmática establece su
denominación específica jurídica y sus notas características, aunque, como ya hemos
manifestado, conviene recordar que la institución es originariamente un fenómeno
social anterior al jurídico, dado que el Derecho representa respecto de la misma
una respuesta normativa reguladora del grupo de problemas sociales o económicos
típicos que acoge la institución.
3. A su vez, dentro de cada institución estarían los principios generales de la misma
(la función de la institución) y los conceptos jurídicos elaborados en torno a los
problemas que conforman la institución.
4. Finalmente, cada concepto jurídico estaría conformado por el conjunto de normas
jurídicas relativas a dicho concepto, que incluiría también las decisiones judiciales
o las opiniones doctrinales vertidas sobre la operatividad práctica de normas.
Con todas las tachas de dogmatismo que cabe efectuar a la corriente doctrinal que en
su día se denominó Jurisprudencia de conceptos, resulta evidente que realizó esenciales
164 Óscar Buenaga Ceballos
163
Cfr. PRIETO SANCHIS, L., Apuntes de teoría del Derecho, Trotta, 6ª ed., Madrid, 2011, pág. 106.
164
VIEHWEG, T., Tópica y jurisprudencia, cit., pág. 141.
165
Ibidem, pág. 141.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 165
166
En este sentido, puede verse CARBONNIER, J., Sociología jurídica, cit., págs. 115-116.
167
GUASTINI, R., Interpretar y argumentar, cit., pág. 288.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 167
168
Cfr. CARBONNIER, J., Derecho flexible. Para una sociología no rigurosa del Derecho, trad. L. Díez-
Picazo, Tecnos, Madrid, 1974, págs.33 y ss.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 171
determinen reglas concretas de actuación ante estas situaciones de vacío normativo, dado
que el Derecho real no es, en absoluto, pleno.
Si el Ordenamiento jurídico nace con la finalidad de dar una solución justa a cualquier
controversia que se plantee, es tanto más perfecto cuanto disponga de más eficaces me-
canismos configurados para encontrar dicha solución. Los Derechos arcaicos no habían
ideado tales mecanismos, que se deben al desarrollo de la Ciencia del Derecho a través de
la dogmática jurídica.
Los mecanismos ideados por el Ordenamiento para resolver los supuestos de lagunas o
vacíos normativos son dos: el recurso analógico y la creación normativa.
El recurso o método analógico es un procedimiento consistente en aplicar una norma
jurídica a un supuesto de hecho no contemplado en la misma, pero que guarda semejanza o
parecido con el supuesto de hecho de la norma (se trata de la denominada analogia legis).
En tal circunstancia, resulta claro que el operador jurídico debe efectuar una valoración
comparativa entre los dos casos y establecer los motivos por los que entiende que concurre
esa semejanza. En estos supuestos, es precisamente esta justificación de concurrencia de
semejanza la que constituye el aspecto fundamental del razonamiento jurídico-práctico. Nue-
vamente, esta justificación debe ser normativa y la valoración de por qué los dos supuestos
de hecho deben de tener una misma consecuencia normativa hace referencia sobre todo a
la pertenencia de ambos supuestos a un mismo ámbito institucional regido por principios
directores comunes, que son precisamente los que impulsan a la aplicación analógica del
supuesto. El impulso implícito que conduce al razonamiento jurídico en estos casos es el
principio de justicia, y más concretamente, el criterio formal de justicia del trato igualitario,
que conduce racionalmente a una aplicación de la misma consecuencia jurídica a ambos
casos porque el razonamiento entiende que son casos semejantes.
En cuanto a nuestro Ordenamiento, el recurso analógico aparece expresamente recogido
en el art. 4.1 CC, que establece que “procederá la aplicación analógica de las normas cuando
éstas no contemplen un supuesto específico, pero regulen otro semejante entre los que se
aprecie identidad de razón”, el cual, tomado conjuntamente con la obligación del juez de
atenerse al sistema de fuentes establecido recogida en el art. 1.7 CC, lleva a la conclusión de
que la libre creación del Derecho por el juez está proscrita en nuestro Sistema, no pudiendo
asumir la función o posición de un legislador ante el caso. En los casos de vacío normativo,
el juez debe obtener y justificar su decisión con razonamientos estrictamente normativos y
la aplicación analógica de otra norma jurídica (analogia legis) o el recurso a los principios
jurídicos generales (analogia iuris) debe justificarse con razones estrictamente jurídicas. En
ambos casos, el razonamiento no sigue un proceso lógico, pues el decisor jurídico no puede
realizar ninguna operación de deducción que le permita obtener la norma análoga aplicable al
caso o la obtención del principio jurídico en el que enmarcan la decisión del caso sin norma,
ya que el Ordenamiento jurídico no establece tal norma expresa. El razonamiento realiza en
estos casos una elección de la norma o principio aplicable que no es explicable desde el punto
de vista lógico estricto, pero sí jurídico, porque el razonamiento elige la norma efectuando
una operación mental sistemático-institucional tomando el Ordenamiento jurídico como
referencia, que es, como hemos repetido, la característica esencial del razonamiento jurídico.
172 Óscar Buenaga Ceballos
parece sugerir la formulación del principio, dado que ambas normas en conflicto se mantienen
vigentes, interpretándose la norma especial como una excepción o regulación distinta de la
general. Se trata más bien de un supuesto de aplicación preferencial de la norma específica
frente a la general, que de este modo resuelve el posible conflicto normativo. En este sentido,
es buen ejemplo de ello el art. 8.1 CP que establece que “el precepto especial se aplicará
con preferencia al general”, aunque este principio no recibe expreso reconocimiento legal
a nivel general de todo el Derecho.
Pero de no ser posible este acomodo, el principio de jerarquía normativa es el clásico
método de supresión de una de las normas en conflicto. Así, el art. 1.2 CC establece que “ca-
recerán de validez las disposiciones que contradigan otras de rango superior”, lo que supone
que si las normas jurídicas en conflicto son de distinto rango se elimina la de rango inferior.
Si las normas en conflicto son del mismo rango, el expediente a utilizar es el de la
derogación normativa. Así, el art. 2.2 CC establece que “las leyes sólo se derogan por otras
posteriores. La derogación tendrá el alcance que expresamente se disponga y se extenderá
siempre a todo aquello que en la ley nueva, sobre la misma materia, sea incompatible con
la anterior. Por la simple derogación de una ley no recobran vigencia las que ésta hubiere
derogado”. Es decir, se recoge el clásico principio de lex posterior derogat priori, de tal
modo que el conflicto normativo se resuelve a favor de la norma jurídica posterior, que ha
derogado tácitamente a la anterior (ya que si lo ha hecho expresamente, no se produciría el
conflicto normativo).
Como excepción a esta situación, el Ordenamiento laboral establece en su art. 3.3 ET que
“los conflictos originados entre los preceptos de dos o más normas laborales, tanto estatales
como pactadas, que deberán respetar en todo caso los mínimos de derecho necesario, se
resolverán mediante la aplicación de lo más favorable para el trabajador apreciado en su
conjunto, y en cómputo anual, respecto de los conceptos cuantificables”. Esta excepción
es derivación inmediata del principio jurídico pro operario que inspira y dirige toda la
aplicación del Derecho del Trabajo, y que se muestra en todas las instituciones laborales
(este es un claro supuesto de principio jurídico sectorial del Ordenamiento jurídico, a los que
nos referimos al tratar los contenidos de la dogmática jurídica). En este caso, las posibles
antinomias entre dos normas laborales vigentes se resuelven no aplicando el principio de
jerarquía normativa sino aplicando la norma más favorable para el trabajador. Y este ejemplo
nos muestra lo que venimos afirmando: que el razonamiento jurídico es un razonamiento
dogmático-institucional que se desenvuelve siempre en un marco institucional determinado
y dirigido por unos principios específicos que conducen la aplicación de las normas.
Dentro de los criterios de resolución de antinomias es preciso hacer referencia también
al principio de competencia normativa, que junto al de jerarquía constituye el otro gran
principio organizativo del sistema de fuentes del Derecho. Según el principio de compe-
tencia, el conflicto entre dos normas jurídicas supone la eliminación de aquella norma que
regule una materia respecto de la cual el Ordenamiento jurídico no le atribuye la facultad de
regularla. Dentro de estos casos, estarían los supuestos de conflictos entre la normativa de
la Unión Europea y la nacional, los conflictos entre Ley orgánica-ordinaria, o los supuestos
de conflicto competencial entre el Estado y las Comunidades Autónomas.
176 Óscar Buenaga Ceballos
el principio a aplicar y justifica que otro u otros principios ocupen su posición secundaria
como límites del primero, exceden de cualquier explicación lógica externa al Derecho (por
ejemplo, pensemos en un conflicto entre los principios de libertad e igualdad). Pero, nue-
vamente, no se trata de una elección a conveniencia o intuitiva, pues el razonamiento sigue
siendo normativo. Dado que las normas jurídicas no proporcionan criterios de elección o de
ponderación entre varios principios jurídicos aplicables, cabe preguntarse de dónde obtiene
el jurista elementos de juicio para resolver esta cuestión.
En nuestra opinión, la respuesta está en la misma estructura conformada por los princi-
pios jurídicos (la estructura principial del Ordenamiento jurídico, podríamos decir) que rodea
y estructura el Ordenamiento jurídico. Efectivamente, el Ordenamiento jurídico se sustenta
en un único principio jurídico que no admite otro contradictorio o que lo limite. Me refiero,
evidentemente, al principio de justicia que representa el valor supremo del Ordenamiento
y al que se supeditan otros principios esenciales como la libertad y la igualdad (que al ser
contradictorios entre sí, continuamente se autolimitan; muchas normas jurídicas pueden
concebirse como fórmulas de equilibrio entre estos dos valores). De este modo, progresi-
vamente, los principios jurídicos van descendiendo de nivel (lo que se expresa en su mayor
concreción en el descenso) hasta llegar al nivel representado por las normas jurídicas (de
hecho, en ocasiones es difícil distinguir cuando estamos ante una norma jurídica o ante un
principio, y el mejor ejemplo es nuestra Constitución).
En estos supuestos, el razonamiento jurídico resuelve un conflicto dado entre principios
jurídicos ascendiendo al nivel superior, y de este modo siempre existe un principio jurídico
superior que dirige la aplicación de los inferiores y sugiere fórmulas de equilibrio en su apli-
cación. Así, por citar el caso más abstracto, cualquier manifestación del conflicto universal
entre libertad e igualdad sólo se puede resolver acudiendo al principio de justicia. Otro tanto
puede decirse de la dignidad humana y la limitación normativa de la libertad humana. El
clásico principio de que todo lo que no está prohibido, está permitido no es sino manifesta-
ción del principio de libertad, que, en este caso, aparece limitado por el principio de justicia.
Con estos ejemplos, queremos poner de relieve como actúa el razonamiento jurídico
operando con principios jurídicos y evidenciar que el razonamiento jurídico es normativo
(pues actúa con principios jurídicos; aquí no se razona en conciencia, ni con sentido común,
ni con una noción intuitiva de justicia, libertad, etc.). No se trata, en consecuencia, de un
razonamiento lógico, ni un razonamiento que obtiene sus criterios del discurso de la argu-
mentación general, la retórica o la tópica.
Consecuencia del principio de coherencia del Ordenamiento jurídico no es sólo la elimi-
nación de las antinomias que se produzcan entre las normas jurídicas que lo integran, sino
que también alcanza a las decisiones jurídicas que se adoptan por los órganos públicos que
ejercitan funciones públicas. Precisamente por ser adoptadas por órganos públicos, dichas
decisiones se insertan en el Ordenamiento jurídico y en tal sentido, éste debe establecer los
mecanismos que eviten en lo posible la existencia de decisiones contradictorias que choquen
igualmente contra el principio de igualdad ante la ley, de seguridad jurídica y de certeza del
Derecho. Asimismo, se deben establecer mecanismos de coordinación entre dichas decisiones
jurídicas, a fin de acomodarlas entre sí y dotarlas del máximo de coherencia posible.
178 Óscar Buenaga Ceballos
a adoptar distintas soluciones, debiendo realizar una elección entre las mismas, lo que implica
la realización de una operación valorativa del razonamiento jurídico ante una situación dada.
La cuestión es si el jurista decisor cuando realiza esta elección valorativa se rige por
reglas normativas o no, ya que si se rige por reglas normativas extraídas del Ordenamiento
jurídico, esta posibilidad no sería nada más que la afirmación del carácter instrumental y
flexible de las normas para encontrar una solución justa. Incluso cabe afirmar que se puede
llegar a varias soluciones justas, en cuyo caso el decisor deberá elegir la que considere más
justa, pues el Ordenamiento jurídico no es un mecanismo rígido que sólo ofrezca soluciones
únicas, sino varias que respeten unos criterios mínimos de justicia.
Si la respuesta a la disyuntiva planteada es negativa, es decir, que el jurista tiene la
posibilidad de elección entre varias normas o interpretaciones sin sujeción a ninguna regla
o norma suministrada por el Ordenamiento jurídico, estaríamos admitiendo una situación
de discrecionalidad del juzgador para elegir la opción que libremente prefiera, situándose
al nivel del legislador169.
En este sentido, Alexy ha recogido (extraídas de la doctrina) varias vías o propuestas
para la objetivización de estas situaciones de valoración o elección en las que se encuentra
un jurista, esto es, cuáles sean las reglas a las que debe acudir el operador jurídico en estos
supuestos. Así, refiere cuatro posibilidades a las que debe sujetarse quien decide: 1) basarse
en convicciones y consensos fácticamente existentes, así como en normas no jurídicas fác-
ticamente vigentes o seguidas; 2) referirse a valoraciones que, de alguna manera, pueden ser
extraídas del material jurídico existente; 3) Recurrir a principios suprapositivos; y 4) apelar
a conocimientos empíricos. El autor entiende que ninguna de estas posibilidades puede
resolver el problema de la fundamentación de las decisiones jurídicas170.
En nuestra opinión, resulta claro que el órgano decisor ante situaciones valorativas, que
en materia interpretativa son frecuentes en la aplicación del Derecho, debe encontrar crite-
rios jurídicos extraídos del Ordenamiento jurídico para justificar sus elecciones valorativas,
pues no cabe elegir una opción aplicativa sin que esté justificada o amparada en una norma
jurídica. El apelar a criterios empíricos o fácticos no tiene ningún tipo de anclaje jurídico y
únicamente puede conseguir una mejor aceptación social de la decisión, pero nunca funda-
mentarla jurídicamente. En cuanto a los principios suprapositivos, la misma razón de su no
reconocimiento en normas jurídicas (ni siquiera a nivel constitucional) impide su carácter
legitimador de la elección, pues introduce criterios o motivos morales del juzgador que no
justifican la aplicación de una norma jurídica en un determinado sentido.
169
Así opina ENGISCH, K., Introducción al pensamiento jurídico, Guadarrama, Madrid, 1967, pág. 107.
170
ALEXY, R., Teoría de la argumentación jurídica, cit., pág. 33. Cfr. págs. 27-34 sobre la cuestión.
CAPÍTULO XIV.
LA INSTRUMENTALIDAD DE LAS NORMAS
JURÍDICAS
Cuando una norma jurídica nace y se incorpora al Ordenamiento jurídico lo hace siempre
con la pretensión de resolver una concreta cuestión jurídica que se ha planteado en la realidad
social. Ciertamente, existen un conjunto de normas jurídicas que podemos denominar de “or-
ganización”, pero regulan aspectos secundarios que contribuyen a la creación y aplicación de
las normas jurídicas por definición que son las que pretenden resolver una cuestión jurídica.
De este modo, las normas jurídicas pretenden resolver una cuestión planteada, pudien-
do entenderse esta resolución de dos modos distintos básicos en atención a las funciones
atribuidas a las normas jurídicas: en primer lugar, la norma cumple una función preventiva,
impidiendo que la cuestión surja, al conocer con antelación los futuros sujetos del conflicto
la decisión prevista por el Derecho (lo cual no deja de ser una forma de solución), o bien,
en segundo, una función represiva, terminando con la cuestión planteada al imponerse el
criterio establecido en la norma como solución definitiva del caso.
Díez-Picazo ha señalado que el Derecho no es otra cosa que un modo de resolución de
conflictos de intereses, y para ello, las normas no ofrecen otra cosa que criterios, que no son
nunca absolutamente rígidos, sino flexibles. Según este autor, “las normas son las pistas que
deben ser seguidas para resolver los conflictos de intereses”171, “criterios de decisión de los
conflictos de intereses”172, indicando que “se podría decir que las normas no son, como las
ideas para una expresión idealista del mundo, algo a lo que la realidad debe ajustarse, sino
simplemente instrumentos dinámicos para resolver los problemas que esa misma realidad
171
DIEZ-PICAZO, L., Experiencias jurídicas y teoría del derecho, cit., págs. 7-8.
172
Ibidem, págs. 20-21.
182 Óscar Buenaga Ceballos
plantea”173. En consecuencia, desde esta perspectiva, las normas adquieren una naturaleza
instrumental. Serían meros instrumentos para resolver los problemas jurídicos que se plan-
teen y consecuentemente estarían caracterizadas por su flexibilidad o adaptabilidad a cada
caso concreto para contribuir de un mejor modo a su resolución.
De esta manera, la concepción instrumental de las normas jurídicas introduce el que, a
nuestro juicio, sería el cuarto fundamento operativo del razonamiento jurídico-práctico y
que constituye un elemento flexibilizador que le permite una mejor adaptación de la norma
al caso concreto a resolver. Así, el razonamiento jurídico-práctico cuenta con elementos
(el lenguaje jurídico, la dogmática jurídica o la pretensión de integridad del Ordenamiento
jurídico) que tienden a dotar al razonamiento de instrumentos metodológicos que aseguran
su racionalidad y su coherencia en sus planteamientos, y por tanto, de una cierta estabilidad,
pero, al mismo tiempo, cuenta con instrumentos de flexibilización de las normas a aplicar
para garantizar su ajuste en todo momento al caso a resolver.
Las normas jurídicas entendidas como criterios de resolución de conflictos, y no como
un texto de aplicación encorsetada que debe interpretarse ante todo en su sentido literal,
conlleva una percepción de la norma como un criterio orientador o director para resolver
nuevos conflictos que tengan similitud con el supuesto de hecho contemplado en dicha
norma. De este modo, la norma se interpreta al nuevo caso buscando cómo el legislador
ha resuelto los intereses o valores en conflicto en la formulación de la norma. La norma
adquiere una flexibilidad necesaria para encontrar una solución justa al nuevo caso. Así, la
interpretación literal de la norma jurídica debe quedar siempre sometida a la interpretación
finalista de la ley, es decir, a la voluntad que movió al legislador a dictar dicha norma, pues
la consideración instrumental de dicha norma impide una interpretación literal de la misma
si tal interpretación contradice su finalidad. Tenemos así una primera consecuencia de la
concepción instrumental de las normas jurídicas, cual es la de establecer una jerarquización
de los cánones interpretativos finalísticos y el literal.
Una segunda jerarquización de los cánones interpretativos se daría respecto de la
interpretación sistemática de la norma. Efectivamente, cuando una norma se dicta, ésta
tiene una finalidad, pero al mismo tiempo se integra en el Ordenamiento jurídico y se ve
afectada por la pretensión de integridad sistemática de éste, que impide que dicha norma
entre en contradicción con otras normas del Ordenamiento, lo que supone un despliegue
variado de efectos: si tal norma contradice otras de rango superior, esa nueva norma
deberá interpretarse de la forma que impida su derogación (principio de conservación
normativa), y si no es posible, dicha norma será inválida por contradecir el principio de
jerarquía normativa. Si tal norma contradice otra anterior igual o inferior en rango, supon-
drá la derogación de la anterior (principio de derogación), a no ser que la anterior pueda
conservarse (principio de conservación normativa) en virtud del principio de competencia
o del principio de ley especial deroga (habría que decir mejor “excepciona”) ley general.
Si la nueva norma supera tales obstáculos y se integra en el Ordenamiento jurídico, se
ve afectada por la interpretación sistemática, que significa que debe ser interpretada de
conformidad con el contenido del resto de las normas que integran el régimen jurídico de
la institución jurídica a la que pertenece, e interpretada en una ascensión progresiva con
173
Ibidem, págs. 8-9.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 183
los principios jurídicos del sector del Ordenamiento jurídico en los que se inserta dicha
institución jurídica hasta llegar a los mismos principios jurídicos generales recogidos
usualmente en el texto constitucional. De esta manera, la interpretación sistemática se
erige en el canon interpretativo superior de las normas jurídicas cuando van a ser aplicadas,
pues no cabe una interpretación y aplicación asistemática de una norma. Esta cuestión de
los cánones interpretativos la veremos más detenidamente.
En relación con la instrumentalidad de las normas, el supuesto de las normas supletorias
o dispositivas es paradigmático. Las normas imperativas imponen a las partes en conflicto
una solución del mismo prevista por el legislador, pero las normas supletorias ofrecen una
solución del conflicto potestativa para las partes, que han podido acordar contractualmente
otra solución diferente para componer sus intereses. En estos casos, las normas supleto-
rias muestran claramente que en muchas ocasiones el Ordenamiento jurídico ofrece sus
soluciones al conflicto como una guía dispositiva para las partes, que suple las ausencias
contractuales que se pudieran pactar, pero que en todo caso muestran las líneas maestras
en las que se mueve el Ordenamiento para resolver los conflictos que se planteen en torno
a una institución.
El carácter instrumental de las normas jurídicas es también una concepción que se adopta
desde posiciones iusnaturalistas, dado que la norma jurídica también se concibe desde este
punto de vista como un enunciado imperfecto, incompleto, como un fragmento de lo que
se considera lo justo natural, que es inexpresable en su plenitud, y lo mismo cabe decir
del realismo jurídico americano, si bien no con el matiz iusnaturalista, sino más bien en la
consideración de la norma como criterio para la resolución del caso práctico.
Por otro lado, hay que tener cuenta que es precisamente esta finalidad de resolución de
conflictos que tienen todas las normas jurídicas, la que permite ver con claridad la natura-
leza pragmática o práctica del Derecho. A tal efecto, sin duda, el criterio práctico director
de cualquier aplicación de las normas jurídicas para resolver un caso concreto es que se
interpreten de forma que resuelvan dicho conflicto, y no de que provoquen otros conflictos
añadidos o lleven a conclusiones absurdas o carentes de sentido (y que sin duda serían
calificadas de injustas).
La concepción instrumental de las normas jurídicas conlleva unos efectos determinados
en el ámbito interpretativo. El enfoque de la resolución del conflicto como fin de la norma
supone una interpretación flexible de la misma, pero al mismo tiempo crea un problema de
discrecionalidad interpretativa del juez, en el sentido de que adoptar una posición interpre-
tativa amplia, no apegada a una interpretación literal, no puede llevarnos a sostener que el
interprete elija el significado que más le interese, sino que en caso de haber varias opciones
interpretativas ha de justificarlo con razones normativas. La instrumentalidad de las normas
jurídicas no convierte a éstas en criterios orientativos que puedan soslayarse a conveniencia
del decisor, sino que éste debe seguir dichas orientaciones a la hora de resolver el caso, y,
asimismo, el margen flexible que ofrece la norma no implica que la elección interpretativa
adoptada deba estar carente de justificación normativa, la cual se hará, usualmente, acudiendo
a principios jurídicos de la institución, sector del Ordenamiento o principios generales en
los que se encaje el caso a resolver.
184 Óscar Buenaga Ceballos
En el concreto momento histórico en que se formuló una norma, pretendió dar una
solución justa a una cuestión jurídica planteada. Igualmente, puede afirmarse que la norma
jurídica pretende, por definición, resolver una cuestión jurídica de la forma más justa, aunque
es posible pensar –y la Historia nos suministra multitud de ejemplos de ello– que la norma
jurídica es, en ocasiones, un mero trasunto de los intereses del grupo político dominante que,
sencillamente, busca la cobertura normativa para utilizar la coacción inherente a las normas
y dotar a esos intereses particulares de un falso carácter público o común.
Lo cierto es –sea cual fuere la corriente de pensamiento jurídico que se siga–, que resulta
difícil negar que el Derecho tiene como fin el logro de la justicia en un momento histórico
dado (la justicia, desde un punto de vista material, es un concepto histórico; y ello sin per-
juicio de que pudiera hablarse de algunos contenidos universales de la noción de justicia),
porque la afirmación contraria niega la esencia más íntima de la propia noción de lo jurídico,
y si bien es posible pensar que determinadas normas jurídicas han sido justas en un momento
histórico dado y lo han dejado de ser en otro, ello no empece en absoluto a que cuando dichas
normas se dictaron, lo hicieron con la pretensión de ser justas en ese periodo histórico.
Las normas jurídicas históricas formuladas que no buscaron una solución justa a una
cuestión jurídica, son mero Derecho positivo con validez formal, pero carentes de aplicación
más allá del régimen político que las sustentó y devienen con el tiempo en inaplicables o son
derogadas, tácita o expresamente. La existencia de la norma sólo se justifica por su finalidad
de aportar una solución justa a un problema y pervive en cuanto cumpla esa función.
Cada vez que es preciso realizar una nueva aplicación de una norma jurídica dada a una
cuestión jurídica concreta, debe realizarse una aplicación que busque de nuevo la solución
que se considere más justa en el momento histórico en que se produce la aplicación. De este
modo, mientras no se aplica a ninguna cuestión concreta, la norma jurídica permanece como
una mera formula abstracta de justicia que permite multitud de especulaciones interpretativas.
Pero desde el mismo momento en que debe ser aplicada a un caso concreto, debe ser siempre
y primeramente interpretada de modo que conduzca a la solución más justa del problema
planteado. Es preciso subrayar lo afirmado, porque si bien el legislador, especialmente el
democráticamente elegido, a la hora de formular las normas jurídicas plasma en las mismas
los criterios de justicia imperantes en la sociedad, es lo cierto que el tiempo de vigencia de
una norma jurídica determina que a la hora de aplicarse haya podido transcurrir tiempo sufi-
ciente para que los criterios de justicia imperantes en la sociedad hayan cambiado. En estos
supuestos, la aplicación de la norma en cuestión debe matizarse a fin de que la solución que
se adopte respecto de la cuestión jurídica concreta sea la más justa en el momento histórico
en que se tome. Junto a estos criterios de justicia materiales (temporales) que recogen las
normas jurídicas en el marco histórico de un Ordenamiento jurídico dado, existen otros cri-
terios de justicia que podemos llamar formales, que ostentan un carácter más imperecedero,
y que, en relación con el tema que es objeto de nuestro interés, son criterios directivos de la
aplicación de las normas jurídicas.
El elemento teleológico de las normas jurídicas, que convierte a éstas en un instrumento
para la consecución de un fin, está constituido por el principio de justicia, que opera no sólo
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 185
determinada situación de la realidad con arreglo a una serie de criterios, que por tal motivo
ostentan la cualidad de mínimos y previsiblemente universales (es decir, no culturales o
históricos). En consecuencia, el razonamiento jurídico-práctico, en cuanto dirigido por
el principio de justicia, utiliza siempre estos criterios o directrices en conjunción con las
normas jurídicas concretas a la hora de encontrar una solución justa. Ni que decir tiene que
estos criterios se recogen de un modo u otro en las normas jurídicas a través de principios o
reglas generales, por lo que no cabe predicar su naturaleza extrajurídica o metajurídica. Así,
cabe enunciar los siguientes:
1. Proporcionalidad: este criterio hace referencia a la comparación entre una acción
y una reacción entre dos comportamientos de dos o más sujetos. Se dice que es
proporcional una reacción ante una acción cuando las dos guardan una relación de
equilibrio o igualdad (no es excesiva la diferencia). Sin embargo, el problema es
que la medida de esta igualdad varía con las ideologías o convicciones sociales.
2. La conducta éticamente responsable del sujeto: cada persona con su comportamiento
genera unos derechos que le son inherentes por su propia existencia (que podríamos
llamar por ello, naturales), empezando por su propio derecho a la existencia y al
respeto de sus semejantes. Sin embargo, a partir de ese momento, la conducta o
comportamiento del sujeto con otros sujetos, genera reacciones de éstos. Y en estos
casos, la valoración de estos comportamientos recíprocos ya se hace en términos de
si son justos o injustos en el sentido de si es legítimo realizarlos o soportarlos. Se
llega así a la noción de si alguien tiene derecho a hacer o soportar algo, en el sentido
si es justo que lo haga o lo soporte.
Por otro lado, la conducta o comportamiento del sujeto en relación con las cosas u
objetos del mundo es también relevante. La creación, modificación o destrucción
de cosas genera automáticamente una valoración de si es justo o no que tal circuns-
tancia ocurra. Si es la propia naturaleza la que provoca dichas alteraciones de la
realidad, no se emite una valoración de justicia o injusticia (Hegel afirmó que “la
naturaleza no es libre y por lo tanto ni justa ni injusta”174). En cambio, el sujeto que
altera la realidad genera automáticamente una valoración de justicia o injusticia de
su comportamiento. Si, por ejemplo, alguien crea cualquier objeto que le sea de
utilidad (construye su propia casa, por ejemplo), decimos que tiene derecho a ello
(propiedad) y que es justo que le pertenezca, y por tanto, que es injusto que alguien
le prive de ello.
3. Tratamiento igualitario. Un criterio esencial de justicia es tratar igual a los que son
iguales y desigual a los que no lo son. Evidentemente, ello conlleva el problema
de determinar lo que es igual y lo que no, que es una valoración de cada sujeto que
analiza la cuestión; pero ello no es obstáculo para que el criterio de justicia exista.
Asimismo, debe decirse que este criterio hace referencia a la aplicación de una norma
o decisión a un colectivo con ciertas características que lo convierta en igual o lo
identifique como perteneciente a un grupo. Este criterio no aporta elementos para
valorar una conducta individualmente considerada, y por tanto, por hipótesis, cabe
afirmar que una norma o decisión (con dudas acerca de su carácter justo) que se
174
HEGEL, G. W. F., Principios de la Filosofía del Derecho, cit., pág. 115.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 187
haya aplicado a un caso, debe aplicarse también a casos iguales, en virtud del criterio
del tratamiento igualitario. Asimismo, debe indicarse que los criterios de justicia
operan todos a un tiempo. Así, por ejemplo, en este caso, el tratamiento desigual
de las situaciones desiguales debe realizarse en proporción a la desigualdad, con lo
que se está aplicando también el principio de la proporcionalidad.
El principio de igualdad ante la ley, el de recurrir a la analogía en casos iguales
sustancialmente (similares) o el del respeto al precedente judicial son expresión de
este criterio de justicia del tratamiento igualitario.
4. Caben varias opciones para que una acción u omisión del sujeto actuante sean ca-
lificadas como justas, pero hay un límite o frontera determinado a partir del cual se
consideran injustas. La definición de ese límite es precisamente el mínimo de justicia
exigible. Desde este punto de vista, cabe una gradación que va desde la formulación
de una norma o decisión que sea la más justa absoluta, pasando por situaciones
clasificadas como justas relativas (y por tanto mejorables) hasta llegar a un límite
mínimo, donde nos encontramos con decisiones justas que respetan unos mínimos
por debajo de los cuales la valoración objetiva sería la de que la norma o decisión
son injustas.
5. Como criterio mínimo de justicia hay que considerar también la dignidad humana.
La dignidad humana (según la concepción de dicha expresión en la sociedad mo-
derna como cualidad inherente a todo ser humano, y no como status social de una
determinada persona) no sólo constituye el fundamento de los derechos más impor-
tantes (derechos humanos) que pertenezcan o se otorguen a los ciudadanos, sino que
también forma parte esencial de la noción de justicia porque no admite contradicción
o limitación por ningún otro derecho o principio. Aquí no cabe la ponderación de
la dignidad humana con otro derecho fundamental, porque forma parte del ser hu-
mano y del respeto a su condición como tal por el Derecho. La dignidad humana,
como el mismo principio de justicia en el que se integra, son presupuestos previos
que legitiman la existencia de un Derecho que reúna las condiciones mínimas para
considerarse como tal, es decir, como expresión de la justicia.
De este modo, los criterios de justicia vienen a ser criterios formales de valoración de
una conducta o hecho, criterios que inspiran y se llevan a cabo con el Derecho, pero que
trascienden al mismo y son de carácter universal y permanente históricamente, formando
parte de la cultura ética de una sociedad.
De ahí que la valoración de un Ordenamiento jurídico dado (el Derecho) se haga siempre
conforme a estos criterios de justicia que, en definitiva, constituyen el denominado principio
de justicia. Por ese motivo, inspiran e impulsan la creación y formulación de normas jurídicas
en el tiempo. Al mismo tiempo, el principio de justicia dirige y conduce toda la actividad
aplicativa del Derecho, todo el transcurrir del razonamiento jurídico-práctico, y lo hace de
forma paralela a las tareas aplicativas de las normas en cuestión.
La perspectiva instrumental de las normas jurídicas es una exigencia que se deriva
precisamente de la existencia de estos criterios generales de justicia, dado que son los
que dirigen la aplicación de dichas normas para la resolución de los casos concretos, pero
también una vez adoptada la decisión del caso, nuevamente el principio de justicia lleva al
188 Óscar Buenaga Ceballos
operador jurídico y a las personas afectadas por dicha decisión a realizar una valoración
o comprobación de que la misma es adecuada a los criterios de justicia. Es aquí, donde se
manifiesta el principio de justicia a través del concepto de equidad, que no significa otra
cosa que comprobar que el acto aplicativo concreto de la norma cumple con dicho principio
de justicia, esto es, que se ha resuelto equitativamente. Asimismo, cuando falta una norma
aplicable para resolver un caso y se debe acudir al principio de justicia directamente para
resolverlo, se dice también que se resuelve en equidad o equitativamente.
Se produce así una relación circular entre justicia y Derecho que tiene mucho en común
con la lógica hegeliana de comprensión de la realidad, pues la justicia sería la idea consi-
derada en sí, que se desarrolla en la realidad a través del Derecho, para volver a aparecer y
manifestarse en la decisión del caso concreto, e ir, de esta manera, perfeccionándose en los
distintos actos aplicativos del Derecho.
o cual situación es justa o injusta. Lo ideal sería que tanto un conocedor del Derecho como
una persona lega llegasen a las mismas soluciones justas, el primero aplicando las normas
vigentes y el segundo su criterio de lo justo, pero entonces las normas jurídicas deberían
ser tachadas de inútiles. En este sentido, las normas jurídicas aparecen como la expresión
objetiva del sentido de justicia que impera en la sociedad, y el legislador democrático no
es más que el canal entre el sentido social de la justicia y las normas jurídicas, que deben
plasmar éste. Cuando ello no es así, el Derecho pierde su legitimidad.
Parece, pues, que el conocimiento del Derecho es necesario para llegar a las soluciones
justas, y nos pone también sobre la pista de que, en muchas ocasiones, no hay una única
solución justa sino varias y, desde este punto de vista, el Derecho nos aporta criterios para
llegar a determinadas soluciones justas y apartarnos de otras.
De este modo, el Derecho siempre tiene que ser visto como una unidad que debe tender a
proporcionar soluciones justas a los conflictos que se planteen, lo que exige un funcionamien-
to coordinado de las normas con ese objetivo, y cualquier consideración al margen de dicha
finalidad, deslegitima la existencia de cualquier norma jurídica, y dado que este trabajo versa
sobre argumentación jurídica, este es un argumento bastante sostenible y difícil de refutar.
Como entidad unitaria que pretende suministrar soluciones justas a los casos planteados,
el Derecho se nos aparece como una estructura normativa compleja, cuya complejidad no
es sino el reflejo de la sociedad que pretende ordenar.
En primer lugar, no todas las normas jurídicas proporcionan directamente soluciones
a los problemas que se planteen, ya que existen normas con funciones diversas. Esa ma-
quinaria compleja que es el Derecho actual requiere de normas que regulen todo el aparato
organizativo o institucional, es decir, los procesos de creación y aplicación de las normas para
conseguir aportar una solución a un caso concreto. Nuevamente, estas normas organizativas,
aunque en apariencia estén lejos de los problemas concretos, encuentran su razón de ser en
la de contribuir a la resolución justa de aquéllos.
En segundo lugar, el Derecho no sólo se basa en unas normas que organizan cómo deben
crearse y aplicarse las normas que indican cuál sea la solución considerada justa en un caso
dado, sino que también entre este conjunto de normas jurídicas, llamémoslas materiales,
pueden detectarse, desde el punto de vista que ahora nos ocupa, diferentes grupos que
contemplan al caso concreto desde una posición de mayor o menor lejanía. Esta perspectiva
la he llamado teoría de la inmediatez normativa, y no deja de ser una teoría formulada para
intentar explicar cómo entiendo que los prácticos manejamos el Derecho para resolver los
casos que se nos plantean, aún con los matices que pueden existir entre los abogados y los
jueces, u otros prácticos, dado que el abogado, por definición, busca en el Derecho una
solución no estrictamente justa en el sentido de objetiva, sino una solución justa de entre las
posibles que sea además la más ajustada a los intereses de su cliente. Es el juez quien debe
buscar una solución justa sin atender a otros intereses que los que se desprendan del propio
Ordenamiento jurídico.
190 Óscar Buenaga Ceballos
norma jurídica como caso estándar o bien sea el precedente judicial) existen las suficientes
similitudes, la lógica jurídico-racional considera como justo que ambos casos tengan la
misma solución.
En este punto, la cuestión estriba en determinar cómo el razonamiento jurídico actúa
para determinar la similitud o diferencia entre dos casos. ¿Es un razonamiento normativo? es
decir, ¿son las normas o principios jurídicos los que le suministran los criterios de similitud
o diferencia? o por el contrario ¿estamos ante una actividad en la que el operador jurídico
decide libremente, valorando la situación con criterios extrajurídicos?
Desde luego, la comparación entre el caso a resolver y otro contemplado en otra reso-
lución o el caso estándar contemplado abstractamente en la norma, empuja al razonamiento
jurídico a buscar las similitudes o diferencias entre las situaciones fácticas de ambos casos,
pues es evidente que las normas jurídicas básicas que resuelven ambas cuestiones son
las mismas. La aplicación de normas distintas elimina de plano que exista la misma ratio
decidendi del caso, por lo que la cuestión es si dos situaciones fácticas merecen el mismo
tratamiento jurídico.
En estos supuestos, el razonamiento es un análisis puramente jurídico de los hechos,
y por lo tanto, procede normativamente. Los hechos dejan de formar parte de la realidad y
pasan a ser traducidos a conceptos e instituciones jurídicas, precisamente los contemplados
en el caso resuelto del precedente que se utiliza como referencia o en el caso estándar de la
norma. En ambos supuestos, hay un proceso de subsunción de un caso en otro que implica
determinar si existen las similitudes suficientes entre los mismos como para que reciban la
misma solución e implica igualmente establecer que las diferencias existentes son meramente
secundarias, sin el peso suficiente como para imposibilitar la aplicación del caso o norma
que se pretende.
De este modo, si el operador jurídico decide que ambos casos son similares o diferentes,
debe razonar normativamente en ese sentido y justificar una u otra decisión con normas o
principios jurídicos. Por ejemplo, si las conductas de los intervinientes en ambos casos son
constitutivas de los mismos actos jurídicos, si la relación jurídica o situación que unía a los
mismos es la misma, o si corresponde a la misma o distinta institución jurídica. Es decir,
razonamientos esencialmente dogmáticos con instituciones o conceptos jurídicos, que son,
precisamente, los que sirven al jurista en estos casos para discernir entre los datos que son
relevantes para la aplicación del caso anterior al nuevo caso (son los datos que definen y
caracterizan el concepto jurídico en cuestión) y los que no son relevantes o secundarios,
esto es, los que no forman parte de la definición jurídica de los conceptos jurídicos. Este
razonamiento comparativo entre casos o caso-norma es hasta tal punto normativo que
también el operador jurídico debe adoptar una perspectiva jurídica más general, pues debe
realizar no sólo una comparación horizontal entre ambos supuestos, sino también adoptar
una perspectiva vertical, valorando si esos supuestos pertenecen o no a una misma institución
jurídica y si responden a unos mismos principios generales rectores de la misma. Por ejemplo,
pensemos en una anulación de una declaración de voluntad por error en un contrato, en una
donación o en un testamento ¿los criterios jurídicos de determinación de la excusabilidad
del error deberían ser los mismos por tratarse de la misma conducta o deberían ser distintos
por ser diferentes marcos institucionales?. Las dudas sobre si estamos ante un mismo caso
192 Óscar Buenaga Ceballos
LA ESTRUCTURA DISCURSIVA
DEL RAZONAMIENTO
JURÍDICO-PRÁCTICO
CAPÍTULO XV.
CONSIDERACIONES GENERALES
de las normas jurídicas y de ahí que este trabajo constituya un intento de construcción de una
metodología del razonamiento jurídico-práctico, al menos en sus fundamentos.
El art. 218.2 LEC resulta muy ilustrativo a la hora de observar cómo desde un texto legal
se hace una somera referencia al modo en que deben efectuar los jueces el razonamiento
jurídico al dictar sentencia. Así, dice:
A la luz de este precepto puede observarse cómo el propio legislador hace referencia
distinguiendo entre un razonamiento fáctico y un razonamiento jurídico sensu stricto. Del
razonamiento fáctico formarían parte todos los razonamientos del juez dirigidos a concretar
y precisar los hechos jurídicamente relevantes del caso y la forma cómo los ha obtenido,
esto es, la valoración de las pruebas realizadas. Del razonamiento jurídico formaría parte
la labor de aplicación e interpretación del Derecho. Aparte de estos dos razonamientos,
que integran el razonamiento jurídico en sentido amplio, está la referencia a la lógica y a
la razón, que parece aludir a la posibilidad de que el juez utilice razonamientos de sentido
común. Sobre este punto, ya hemos manifestado en otra parte de este trabajo que el sentido
común debe ser utilizado por el razonamiento jurídico con relación siempre a las normas,
debiendo entenderse la referencia a la lógica y a la razón que efectúa el art. 218.2 LEC como
una referencia a la racionalidad jurídica, más que a la racionalidad general o sentido común.
La sentencia judicial constituye, pues, el paradigma más completo del razonamiento
jurídico-práctico, que adquiere así un rango institucionalizado y su expresión más acabada
y detallada por el cúmulo de intervenciones normativas que tienen lugar en el desarrollo del
razonamiento judicial.
Podemos decir que en el Derecho actual el razonamiento judicial se caracteriza fun-
damentalmente por estar sometido a una triple intervención normativa del Ordenamiento
jurídico:
1. Se encuentra sometido a las reglas procesales, que establecen un cauce formal para
el desarrollo de los distintos pasos que el juez debe dar en el enjuiciamiento del
caso hasta llegar a la resolución del mismo. En suma, el juez no puede abordar un
caso de una forma libre o espontánea, decidiendo cómo obtener el conocimiento de
los hechos y elegir los que considere oportunos, o aplicar las normas que decida,
sino que debe atenerse a unas reglas de procedimiento, que, implican, de un modo
fundamental, la garantía del derecho de defensa y de disposición del proceso (aun
limitado en algunos sectores, como en el proceso penal). La sentencia recoge, su-
cintamente, como antecedentes una relación de estos pasos procesales.
2. El juez tiene una obligación de motivación de las resoluciones que dicte, lo cual
significa que debe expresar y explicar los razonamientos que ha realizado en el caso
para llegar a una conclusión que se deduzca racionalmente de dichos razonamientos.
Aquí adquiere una dimensión fundamental el grado explicativo del razonamiento,
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 199
que debe ser pormenorizado y con respeto al principio básico de la congruencia (art.
218.1 LEC). Pormenorizado implica que debe ser estructurado y claro, distinguiendo
la exposición hecha por las partes procesales respecto de la suya, y distinguiendo
también los hechos de los fundamentos jurídicos, así como también, por último,
exponiendo que su decisión ha de deducirse racionalmente de lo anterior, llegando a
una decisión precisa que resuelva todos los puntos fundamentales de las pretensiones
de las partes (congruencia).
3. En tercer lugar, el razonamiento del juez debe ser en todo momento normativo, en
el sentido de que todo el enjuiciamiento del caso ha de realizarlo aduciendo normas
y principios jurídicos, y en definitiva, utilizando todos los materiales que le pro-
porciona el Ordenamiento jurídico, incluso en la determinación de los hechos del
proceso. Sus razonamientos no pueden ser en modo alguno extrajurídicos, lo que
incluye actuaciones tan variadas como es cualquier tipo de actuación arbitraria o
caprichosa (esto es, sin justificación normativa), actuar siguiendo sentimientos sub-
jetivos de justicia como si se tratara de un legislador, actuando de forma que quiera
aplicar o seguir los objetivos de la política social, o actuando como un instrumento
de igualdad social o de redistribución de la renta entre distintas clases económicas
que intervienen en el proceso.
La sentencia ha de motivarse no sólo para que el órgano decisor justifique por qué
llega a una decisión concreta, sino también para que las partes del proceso conozcan dichos
razonamientos y puedan recurrir la sentencia si entienden que los mismos no son correctos
jurídicamente. Así, también, los tribunales superiores pueden revisar dichos razonamientos
y su ajuste al Ordenamiento jurídico.
Es preciso tener en cuenta que aunque la sentencia judicial resuelve un caso concreto,
este caso se convierte en un modelo para otros casos similares que se puedan producir en
el futuro, y en tal sentido se convierte en precedente que se integra en el Ordenamiento
jurídico. A partir de ese momento, dicha sentencia será tenida en cuenta por otros jueces
y demás operadores jurídicos para la resolución de nuevos casos, lo que es especialmente
verdad respecto de los tribunales superiores (Audiencias Provinciales, Tribunales Superiores
de Justicia, Audiencia Nacional, Tribunal Supremo). De esta manera, la motivación no es
solamente la exteriorización del razonamiento jurídico del juez que le ha llevado a la decisión
que ha adoptado, sino que también presenta indudables efectos en el Ordenamiento jurídico,
ya que pasa a constituir un precedente tenido en cuenta por los juristas, y contribuye de este
modo a mejorar la certidumbre del Derecho en el sentido de que será más sencillo predecir
cómo resolverán en el futuro los jueces casos similares que se presenten. Además de ello,
como se acaba de apuntar, la exteriorización de la motivación hace que los juristas puedan
valorar jurídicamente la misma y, en caso de disconformidad con el fallo, puedan determinar
si este razonamiento jurídico es incorrecto y decidir recurrir la sentencia.
200 Óscar Buenaga Ceballos
Por otra parte, la motivación cumple una función social de legitimidad, dado que la
Justicia emana del pueblo y el juez explica cómo ha aplicado las leyes en un caso concreto
a la sociedad (como norma general, las sentencias judiciales son públicas, art. 266.1 LOPJ
y art. 212 LEC). La sociedad no evalúa desde un punto de vista técnico la sentencia, pero sí
realiza una evaluación respecto de si la sentencia recoge o plasma sus valores y creencias, los
cuales rigen la interpretación de las normas aplicadas que ha hecho el juez y que se contienen
en la motivación. Es decir, la motivación muestra también el grado de adaptabilidad que
muestran las normas jurídicas a la realidad social imperante. También tienen una notoria
influencia social los supuestos de sentencias que cambian su criterio respecto de otras ante-
riores que resolvieron casos similares, ya que en estas situaciones la ciudadanía percibe estos
cambios como si se tratase de auténticos cambios normativos y, además, porque suponen
una excepción al principio (de justicia) de igualdad ante la ley, lo que exige una justificación
normativa especialmente sólida y convincente.
El concepto de motivación de la sentencia judicial constituye un elemento central de
cualquier metodología del razonamiento jurídico-práctico, dado que representa la exposición
formal y solemne de dicho razonamiento en un documento (generalmente), y es la máxima
expresión de la racionalidad jurídica de las decisiones judiciales, frente a la irracionalidad
característica de las mismas en las sociedades primitivas, donde se llegaba a producir una
confusión entre creación y aplicación del Derecho175. Sobre esta cuestión, desde un punto
de vista sociológico, Carbonnier ha distinguido tres tipos de juez presentes en las distintas
sociedades que se han sucedido en el tiempo. Así, habla de la existencia en las sociedades
primitivas del denominado juez mágico, brujo o sacerdote, caracterizado por su don sobrena-
tural de entrar en contacto con los dioses; del juez carismático, caracterizado por su sabiduría,
equidad y espíritu conciliador más que por su conocimiento jurídico; y del juez lógico, que
es el actual, que conoce el Derecho y actúa racionalmente al tomar sus decisiones. El autor
apunta que, incluso, cabe que en el futuro hablemos del juez electrónico176.
En nuestro Ordenamiento jurídico, la exigencia de motivación de las sentencias judiciales
ostenta incluso rango constitucional, al establecer el art. 120.3 CE que las sentencias serán
siempre motivadas, e incluso esta exigencia se extiende a nivel legal a otras resoluciones
judiciales (cfr. 248 LOPJ; art. 208.2 LEC), y justamente ese es nuestro objetivo en esta parte
de este trabajo: cómo se motiva una sentencia o resolución judicial o, lo que es lo mismo,
cuál es la metodología del razonamiento jurídico-práctico en los procesos judiciales.
El punto de arranque es –permítasenos algún sentimentalismo en un trabajo con pre-
tensiones científicas– un hermoso precepto de nuestra vigente LEC al que ya hemos hecho
referencia, el art. 218.2 LEC y cuyo contenido se ha transcrito anteriormente. Tras una
lectura del mismo, el precepto reitera por dos veces algunos rasgos fundamentales de la
noción de motivación, pero fija las líneas básicas de las que podemos partir en el análisis
del razonamiento jurídico-práctico, junto con lo dispuesto en el art. 209 LEC, que establece
la forma y contenido de las sentencias.
Atendiendo a esta regulación, la motivación implica una actuación compleja del razo-
namiento del juez sobre tres elementos: fácticos, jurídicos y decisorios.
175
Cfr. WEBER, M., Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, 10ª reimp., 1993, México, pág. 508.
176
Cfr. CARBONNIER, J., Derecho flexible. Para una sociología no rigurosa del Derecho, cit., págs. 346-347.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 201
El elemento fáctico viene constituido por el relato del caso o supuesto concreto que
es objeto de enjuiciamiento (los antecedentes de hecho, según el art. 209.2ª LEC). En este
elemento, el juez debe recoger los hechos y pretensiones de las partes, pero la actividad
judicial fundamental es seleccionar los hechos relevantes jurídicamente y dentro de estos
los que hayan resultado probados (lo que constituye la actividad de apreciación y valoración
de las pruebas), todo ello con claridad y concisión.
El elemento jurídico lo constituyen las normas jurídicas o precedentes judiciales que
el juez entiende de aplicación al caso, razonando por qué entiende que dichas normas o
precedentes son aplicables y aplicando efectivamente las mismas al caso (subsunción), lo
que implica la consideración individual y conjunta de los elementos fácticos y jurídicos.
El elemento decisorio es el fallo o decisión judicial propiamente dicha, esto es, los
pronunciamientos del juez sobre las pretensiones de las partes y aquellos otros de obligado
cumplimiento legal (como acontece con las costas procesales).
Junto a estas actividades que hemos deducido de una consideración conjunta de los arts.
209 y 218.2 LEC, es preciso indicar que, con carácter general, el art. 218.2 LEC establece
que las sentencias se motivarán “ajustándose siempre a las reglas de la lógica y de la razón”,
lo que parece introducir un elemento añadido a los anteriores y que, pese a la confusa refe-
rencia a la lógica, no es otro que el del sentido común, según hemos dicho (y que en nuestra
opinión debe ser entendido más estrictamente, como referencia a la racionalidad jurídica).
En desarrollo del art. 120.3 CE, que establece que “las sentencias serán siempre moti-
vadas”, la LOPJ indica en su art. 248 el grado y la forma de motivación de las resoluciones
de los jueces y tribunales con carácter jurisdiccional (cfr. Art. 245.1 LOPJ). Así, respecto de
las providencias se establece que “podrán ser sucintamente motivadas sin sujeción a requi-
sito cuando se estime conveniente” (art. 248.1); de los autos que “serán siempre fundados
y contendrán en párrafos separados y numerados los hechos y los razonamientos jurídicos
y, por último, la parte dispositiva” (art. 248.2), a los que hay que equiparar los decretos,
introducidos recientemente (cfr. art. 208.2 LEC); y de las sentencias que “se formularán
expresando, tras un encabezamiento, en párrafos separados y numerados, los antecedentes
de hecho, hechos probados, en su caso, los fundamentos de derechos y, por último, el fallo”
(art. 248.3 LOPJ).
Por su parte, la LEC (norma procedimental con aspiraciones de regulación general
básica de todos los procedimientos judiciales; cfr. disp. ad. 1ª LJCA, disp. final 4ª LJS)
regula también esta cuestión en sus arts. 208.1, 208.2, 209 y 218, básicamente. También, la
LJS, en su art. 97.2. La LJCA no regula esta cuestión, por lo que se remite a la LEC. Por su
parte, la LECrim regula la cuestión en los arts. 141 y 142, en una terminología, obviamente,
más arcaica.
Por otro lado, es preciso tener en cuenta que no sólo las sentencias o resoluciones judi-
ciales deben ser motivadas. También las resoluciones administrativas deben motivarse, si
bien no en todos los casos (cfr. art. 54 LRJAP). En este sentido, las decisiones jurídicas que
adoptan los poderes públicos en aplicación del Derecho también engloban a las decisiones
adoptadas por las Administraciones Públicas resolviendo cualquier controversia jurídica
que acontezca en relación con el ejercicio de sus competencias, ejercitando potestades
administrativas y, en general, cualquier tipo de intervención que afecte a los interesados.
202 Óscar Buenaga Ceballos
La Administración también actúa sometida al principio de legalidad (art. 103.1 CE) y debe
motivar sus actos administrativos, estando limitada la discrecionalidad de las actuaciones
administrativas a situaciones muy concretas. En este sentido, el razonamiento jurídico en
el ámbito administrativo reúne plenamente las características del razonamiento judicial. Es
más, los procedimientos administrativos –aún no teniendo generalmente la cualidad esencial
de contradictorios como los judiciales– presentan una estructura semejante a los judiciales,
de ahí que la resolución administrativa sea semejante en este aspecto a la judicial. Ello sin
perjuicio de la contradicción implícita que existe en cualquier procedimiento administrativo,
en el que en el trascurso de éste, la Administración Pública actúa adoptando un papel de poder
público objetivo frente a los derechos de los administrados, mientras que posteriormente en
el eventual recurso contencioso-administrativo que ejercite el particular ante los tribunales
de justicia ostente la Administración la condición de parte contrincante.
El art. 1.7 CC establece que “los Jueces y Tribunales tienen el deber inexcusable de
resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, ateniéndose al sistema de fuentes esta-
blecido”, y tal precepto, que recoge como obligación fundamental del Juez resolver todo
asunto que se someta a su consideración (principio de la prohibición de non liquet, que en
nuestro Ordenamiento se tipifica incluso como delito en el art. 448 CP, el cual establece que
“el Juez o Magistrado que se negase a juzgar, sin alegar causa legal, o so pretexto de oscuri-
dad, insuficiencia o silencio de la Ley, será castigado con la pena de inhabilitación especial
para empleo o cargo público por tiempo de seis meses a cuatro años”), indica también su
obligación de atenerse al sistema de fuentes establecido, esto es, de justificar o motivar su
decisión con razonamientos normativos. Algo que también se desprende del propio art. 117.1
CE cuando señala el sometimiento de los jueces al “imperio de la Ley”. Esta obligación
legal establecida en el art. 1.7 CC también se refería en otros cuerpos normativos como el
art. 361 de la ya derogada LEC 1881 que señalaba que “los Jueces y Tribunales no podrán,
bajo ningún pretexto, aplazar, dilatar ni negar la resolución de las cuestiones que hayan sido
discutidas en el pleito”.
En relación con el art. 1.7 CC, es preciso hacer referencia nuevamente al art. 218.2 LEC,
relativo a la motivación de las sentencias y que establece cómo ha de efectuarse esta motiva-
ción, según ya hemos visto. Recordemos que dicho precepto establece que “las sentencias se
motivarán expresando los razonamientos fácticos y jurídicos que conducen a la apreciación
y valoración de las pruebas, así como a la aplicación e interpretación del Derecho. La moti-
vación deberá incidir en los distintos elementos fácticos y jurídicos del pleito, considerados
individualmente y en conjunto, ajustándose siempre a las reglas de la lógica y de la razón”.
El carácter supletorio y común de la LEC determina que este precepto sea de aplicación a
todas las sentencias dictadas en todos los Ordenes jurisdiccionales, y lleva a plantearnos qué
alcance puede tener esta última frase en relación con la motivación. Obviamente, como ya
hemos adelantado anteriormente, estas reglas de la lógica y de la razón hacen referencia, en
nuestra opinión, no sólo al sentido común, sino a que la motivación de la sentencia presente
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 203
una estructura racional que conecte sus premisas y conclusiones, pero también ha señalarse
que esta referencia a la lógica y a la razón se hace respecto del razonamiento jurídico, es decir,
que la sentencia se motive y se justifique de acuerdo con criterios de racionalidad jurídica
estricta, con razonamientos normativos. Este precepto no puede ser interpretado como una
puerta a que la motivación de la sentencia se base en criterios lógicos o racionales generales
o provenientes del sentido común.
En este sentido, la conexión entre el art. 1.7 CC y el art. 218.2 LEC lleva, en nuestra
opinión, a establecer que la motivación de la sentencia tiene como límite evidente el criterio
de la racionalidad jurídica estricta, es decir, utilizar tan sólo razonamientos normativos y
que respondan a la lógica jurídica en su formulación y concatenación. Nuevamente, los
razonamientos no normativos no pueden usarse como justificación de la decisión jurídica.
Racionalidad jurídica y racionalidad común (sentido común) no siempre van de la mano
cuando se trata de solucionar un caso de una forma justa.
En este apartado, y por su relación con los límites de la motivación de la sentencia, es
preciso abordar la distinción entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación,
y determinar si esta distinción es aplicable al Derecho, porque en principio parece que el
contexto de descubrimiento no es relevante para la motivación judicial.
Así, en relación con la motivación de las sentencias judiciales, y más en concreto con
el proceso de razonamiento que sigue el juez hasta tomar la decisión, se distingue entre dos
momentos que tienen lugar en ese proceso mental: un primer momento, denominado contexto
de descubrimiento o de invención, y un segundo, denominado contexto de justificación o de
motivación en sentido estricto.
En el ámbito del razonamiento jurídico, el contexto de descubrimiento hace referencia
al proceso psicológico interno del juez que tiene que adoptar la decisión, refiriendo todos
los impulsos que le conducen a tomar una decisión interna con carácter previo o paralelo
a su razonamiento jurídico sobre dicha decisión. Aquí tendrían cabida todos los impulsos
irracionales, como sus sentimientos, emociones, etc., pero también una serie de pensamientos
racionales no jurídicos como son su ideología, sus creencias, su actitud o filosofía vital, e
incluso jurídicos de carácter general (relativos a su formación jurídica general), pero no
relacionados con el razonamiento jurídico concreto del asunto. Aquí hablaríamos de “mo-
tivación” pero en un sentido amplio o no jurídico, es decir, como conjunto de motivos o
impulsos que llevan a un juez a adoptar una decisión jurídica como reflejo de su filosofía vital
o de su actitud ante el problema jurídico planteado atendiendo a circunstancias no jurídicas
concretas del caso (podrían citarse los supuestos típicos de la práctica forense como que
un litigante le caiga o no bien, que le dé pena, que sea débil económicamente, etc.). Es, en
resumen, la actitud psicológica del juez ante un determinado asunto, no en su consideración
de profesional sino como persona común que percibe y opina ante un problema jurídico.
El contexto de justificación o motivación en sentido estricto, hace referencia al concepto
jurídico de motivación, como así se usa en el ámbito del razonamiento jurídico, y es el
sentido en el que se utiliza en nuestro Ordenamiento jurídico (art. 120.3 CE, 218.2 LEC).
La motivación de la sentencia o contexto de justificación hace referencia al razonamiento
jurídico empleado por el juez para justificar la decisión que adopta, y que se recoge en el
texto de la sentencia. A tal efecto, se trata de un conjunto de premisas y subconclusiones
204 Óscar Buenaga Ceballos
empíricas y normativas que, enlazadas racionalmente entre sí, conduce a una decisión
concluida jurídicamente.
Sobre este punto, parece evidente que un juez ante la resolución de un problema jurídico
concreto no sólo es un funcionario autómata, “el instrumento que pronuncia las palabras de
la ley” al que se refirió Montesquieu177, sino que es también, evidentemente, un ser humano
sometido a una serie de impulsos irracionales o con una ideología, creencias y actitudes
personales y sociales (morales, éticas, políticas). En este sentido, parece claro que depende de
la personalidad de cada juez la influencia que tengan estas circunstancias extrajurídicas (que,
por otra parte, se dan en mayor o menor medida en todos los asuntos) en la resolución del
asunto, pero parece también evidente que su influencia (pese a lo que opinaban los realistas
americanos) ha de considerarse, en general, menor respecto de los razonamientos jurídicos
que justifican la decisión que se adopte en el procedimiento. Expresiones tales como la
frialdad del juez o la ceguera de la justicia hacen referencia precisamente a que el juez debe
resolver sus asuntos razonando jurídicamente, y ello sin perjuicio de que realice siempre una
aplicación de las normas flexible con una pretensión de obtener justicia en su decisión, que
es algo muy distinto a dejarse llevar por sus convicciones ideológicas. Es así que un juez
debe operar con criterios de racionalidad estricta, siendo irrelevantes jurídicamente todos
los demás motivos no jurídicos o impulsos psicológicos que puedan condicionarle, que,
evidentemente, no pueden ni deben constar en la sentencia.
Dicho lo anterior, la cuestión principal que se plantea en las relaciones entre el contexto
de descubrimiento y el de justificación es en qué modo operan, es decir, de qué forma se
influyen recíprocamente y si actúan independientemente.
El que el juez no recoja en la motivación de la sentencia sus creencias internas no
jurídicas no significa que éstas no actúen sobre su razonamiento jurídico. Se ha llegado a
defender (especialmente, desde el realismo jurídico americano) que, incluso, el juez llega,
en muchos casos, a adoptar la decisión previa (antes de cualquier razonamiento jurídico
concreto) del asunto sometido a su consideración basándose en criterios no jurídicos, sean
irracionales (sentimientos, preferencias o gustos) o racionales no jurídicos (sus convicciones
éticas, religiosas, políticas), e incluso criterios jurídicos de orden general. Posteriormente, ya
adoptada psicológicamente su decisión, es cuando el juez busca los argumentos jurídicos que
justifiquen externamente su decisión. De este modo, el proceso de aplicación del Derecho,
que se explica usualmente como un silogismo deductivo, ocurriría precisamente al revés. Es
decir, estaríamos ante un razonamiento jurídico-práctico intuitivo, en el que el juez partiendo
de un conglomerado de datos del problema jurídico concreto (datos jurídicos, empíricos,
personales de las partes, poder económico de alguno de ellos, situación de desequilibrio,
prestigio social de las partes, etc.), recibe una impresión psicológica global de dicho problema
en su mente, que, a su vez, despliega en él una serie de reacciones irracionales así como
racionales de sometimiento del problema a sus convicciones éticas, políticas, religiosas, o
jurídico-generales, y en definitiva, de ideología o filosofía vital. Estas reacciones le llevan a
una resolución intuitiva del problema, buscando después una argumentación jurídica concreta
que extrae del Ordenamiento jurídico para justificar o motivar jurídicamente su decisión.
177
MONTESQUIEU, C., Del espíritu de las leyes, trad. M. Blázquez y P. de Vega Tecnos, 1ª reimp., Madrid,
1987, pág. 112.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 205
sean formalmente válidos, pues las inferencias o pasos seguidos son formalmente válidos.
Hablamos de validez lógica en estos casos, y prescindimos de que dichos razonamientos
se realicen sobre premisas o proposiciones verdaderas o falsas. Así, una decisión está
justificada internamente si son válidos lógicamente (corrección lógica) los razonamien-
tos o inferencias realizados que conducen a la misma. Dentro de estos razonamientos
se encuentran los deductivos, los inductivos y los abductivos (también denominados
reductivos).
La justificación externa hace referencia no al aspecto formal, sino al material de los
razonamientos, al carácter verdadero o falso de las premisas o proposiciones con las que
opera el razonamiento, esto es, la concordancia o correspondencia de nuestro pensamiento
o entendimiento (y del lenguaje a través del cual actúa) con las cosas u objetos existentes o
reales. En este punto, cabe recordar, según vimos en el capítulo relativo a la lógica jurídica,
que el pensamiento (la mente) puede encontrarse en distintos estados de seguridad con
respecto a la realidad o verdad de los objetos, pudiendo estar así en situación de igno-
rancia (desconocimiento), de duda, de sospecha, creencia, o de certeza o evidencia (que
supone la seguridad del sujeto respecto a la realidad o verdad de la cosa). En el ámbito
del razonamiento jurídico las nociones de verdad y falsedad adquieren una significación
especial, pues junto a las realidades empíricas o fácticas de cada caso, que como tales
pueden ser verdaderas o falsas en cuanto hayan acontecido o no, nos encontramos con las
normas jurídicas, con enunciados normativos que pertenecen a la esfera del deber ser, del
discurso prescriptivo, y no del ser (discurso descriptivo de hechos). En este punto, eviden-
temente, el razonamiento jurídico actúa partiendo de considerar que las normas jurídicas
son enunciados verdaderos (en el sentido de existentes y pertenecientes válidamente a un
Ordenamiento jurídico dado), y por ello, las conclusiones a las que llega son verdaderas
en sentido jurídico. De ahí que a esta situación o consideración de la norma jurídica como
enunciado verdadero se la denomine proposición normativa178. De este modo, se puede
afirmar que el razonamiento jurídico actúe con lógica normativa, esto es, realizando
operaciones lógicas con normas.
En consecuencia, la justificación externa de la decisión hace referencia a si las premisas
con las que el razonamiento jurídico realiza sus operaciones inferenciales son verdaderas
bien empíricamente en relación con los hechos (premisas fácticas o empíricas) o bien jurídi-
camente en el caso de las normas jurídicas (premisas normativas). En este punto, la decisión
jurídica a la que se llegue será una conclusión verdadera en el sentido jurídico, esto es, lo que
comúnmente denominamos admisible o razonable (para evitar utilizar la noción de verdad en
el sentido científico o lógico estricto del término). Si las premisas o proposiciones empíricas
y las premisas normativas (proposiciones normativas) son verdaderas (consistencia argumen-
tal), la conclusión que se derive, siempre que se sigan las reglas formales de inferencia, será
necesariamente verdadera, y por tanto la decisión estará justificada externamente (validez
argumental de la conclusión).
178
En ese sentido, GUASTINI, R., Interpretar y argumentar, cit., págs. 235-236.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 207
Siendo nuestro objeto en esta parte del trabajo el análisis de la metodología o proceder
del razonamiento jurídico-práctico en el ámbito jurisdiccional, conviene establecer esque-
máticamente cómo vamos a desarrollar este análisis en los próximos capítulos.
La actividad de aplicación del Derecho, de aplicación de la norma jurídica dada al con-
creto conflicto o problema a resolver es una actividad que puede descomponerse en varios
pasos o fases que necesariamente se producen. Esta disección de la actividad aplicativa es
obligatoria si quieren percibirse los distintos obstáculos que se plantean y que muestran la
complejidad de esta actividad aplicativa.
La primera de las cuestiones que acontece en torno a la existencia de fases que integran
la actividad aplicativa del Derecho es la referente a si todas estas fases existen siempre en
toda actividad aplicativa o si, en ocasiones, sólo se dan parte de ellas, a lo cual debemos
responder afirmativamente a la primera alternativa, pues conforman una estructura necesaria
desde el punto de vista del discurso jurídico.
Asimismo, otra cuestión es la relativa a si estas fases llevan siempre el mismo orden
cronológico, cuestión más discutible, dado que aquí nos podemos encontrar con que cada
aplicador utiliza una técnica aplicativa diferente. En tal sentido, la estructura discursiva del
razonamiento jurídico-práctico que vamos a exponer es una estructura no estrictamente
temporal, sino lógica, dado que las fases se recorren temporalmente, pero el razonamiento
jurídico-práctico realiza un continúo viaje de ida y vuelta replanteándose las premisas y sub-
conclusiones anteriormente adoptadas (que son por ello siempre provisionales) en atención
a la obtención del carácter justo de la decisión que se adopte.
Por tanto, el razonamiento jurídico-práctico presenta una forma lógica del procedimiento
de elaboración de la motivación. Una lógica operacional o estructura discursiva. Siempre
se realiza del mismo modo, con independencia de los recursos o medios que utilice. Esta
estructura discursiva se compone de cuatro pasos:
1. El acto previo de institucionalización (momento intuitivo-jurídico).
2. La determinación de los hechos relevantes para el razonamiento (paso o momento
fáctico).
3. La determinación de las normas jurídicas aplicadas (paso o momento jurídico).
4. El establecimiento de la decisión adoptada (paso o momento decisional).
El acto previo de institucionalización constituye el primer acto de acercamiento del
jurista al caso a través de una calificación jurídica provisional del mismo. Dado que la
aplicación del Derecho se produce siempre con la finalidad de resolver un caso o problema
concreto, es preciso conocer este caso, y aquí, prima facie, estamos ante un mero relato de
una historia, la cual es contada por el afectado o afectados, los cuales no son técnicos en
Derecho y, además, realizan siempre un relato dotado de una cierta subjetividad valorativa
de los hechos narrados. Esta historia es contada a un operador jurídico, esto es, a un jurista
que va a tener que aplicar el Derecho, bien sea como asesor, abogado, funcionario o juez.
El relato va a suponer una primera reacción del jurista en el sentido de que va a encasillar o
208 Óscar Buenaga Ceballos
“encajar” el relato dentro de una institución jurídica, pues los problemas jurídicos siempre
son encasillables dentro de una institución jurídica (por ejemplo, un caso de despido, un
accidente de circulación, un caso de responsabilidad extracontractual, un incumplimiento
contractual, un caso de propiedad, de arrendamientos urbanos, etc.), aunque, en ocasiones, es
posible que ocurra que el caso se pueda encajar en varias instituciones jurídicas (por ejemplo,
si trata de un caso de responsabilidad contractual o extracontractual).
El acto previo de institucionalización reviste una gran importancia por los efectos que
despliega para el caso, pues cuando el afectado cuenta su caso al jurista, éste siempre realiza,
al conocer la historia, una selección de los hechos con relevancia jurídica en atención a la
institución jurídica previamente elegida, que no son otros que los hechos que figuran o que
son tenidos en cuenta en las normas jurídicas que tendrá que aplicar. Por ello, el abogado, al
conocer la historia, siempre realiza preguntas al cliente sobre datos que considera relevantes
y que el cliente no le ha contado en ocasiones. En este sentido, cabe indicar que el abogado
o asesor jurídico es con frecuencia el primer “traductor” y tamizador de la realidad fáctica,
antes de que ésta llegue a los tribunales.
En cuanto al segundo momento, la determinación fáctica implica una selección de los
hechos que se consideran relevantes, pero realizada por el órgano decisor del conflicto (el
juez), bien descartando los que no interesen, bien los que no hayan sido probados o acredi-
tados. El operador jurídico debe realizar aquí un primer razonamiento que es jurídico, y no
fáctico, aunque verse sobre los hechos, pues los criterios o reglas para descartar o tener por
probados los hechos (en definitiva, para seleccionar los hechos) son jurídicos, pues están
sometidos a las reglas procesales de la prueba.
En cuanto al tercer momento, el operador debe, a la vista de los hechos determinados
previamente, establecer qué normas va a aplicar, cómo va a seleccionarlas en caso de que
haya varias aplicables, y cuál es la consecuencia de su aplicación. Pero aquí hay que hacer
una serie de matizaciones.
La primera de estas matizaciones es que, realmente, el jurista no realiza propiamente
una selección de normas a aplicar, sino que una vez encajado el problema en torno a una
institución concreta, no puede luego decidir que aplica unas normas sí y otras no, sino que
debe aplicarlas en su conjunto. Si el caso es un incumplimiento de un contrato de obra, podrán
aplicarse normas generales, pero no normas que disciplinen la compraventa, por ejemplo
(salvo por vía analógica).
La segunda es que el juez puede comprobar que las normas jurídicas que integran la
institución jurídica principal que ha decidido aplicar no resuelven todas las circunstancias del
caso planteado, y entonces debe acudir como primera medida a otras normas generales que
engloban o abarcan la institución a aplicar (por ejemplo, las normas generales de obligacio-
nes y contratos, o acudiendo a normas más genéricas, incluso, si ello es posible), pudiendo
acudir también a la aplicación de principios generales del Derecho u a otros mecanismos
integradores (analogía).
En cuanto al cuarto momento, la decisión del caso concreto, supone la atribución o eli-
minación de derechos y obligaciones a las partes intervinientes en el conflicto, estableciendo
así un nuevo estatuto jurídico entre las partes.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 209
El juez extrae las consecuencias jurídicas previstas en las normas seleccionadas y así
da una solución al caso, pero es preciso matizar que en este momento el aplicador puede
elegir un nuevo conjunto de normas jurídicas que suavicen las normas jurídicas previamente
aplicadas, porque observa que la aplicación estricta de las normas de la institución jurídica
previamente elegida le han conducido a una solución injusta o no razonable (por esto el
razonamiento jurídico es tan peculiar, ya que permite volver atrás y cambiar las premisas
si no conducen a una solución justa). También, el juez puede decidir optar (jurídicamente)
por acudir a criterios jurídicos que permitan suavizar la primera conclusión (la equidad, por
ejemplo).
Asimismo, es evidente que la solución (sentencia) dada al caso debe ser, ante todo,
justa, pero también razonable y aceptable en la sociedad en la que se dicta (justificable, en
definitiva).
Por último, en esta breve introducción a los puntos que se expondrán en los siguientes
capítulos, es preciso hacer referencia a que en todas estas fases expuestas, el razonamiento
jurídico-práctico opera o trabaja con una serie de criterios o reglas que son jurídicos. Estos
criterios le permiten trabajar dentro de los pasos de la estructura discursiva que hemos refe-
rido anteriormente, y no se trata de los hechos concretos o las normas concretas del caso en
particular. Se trata de criterios genéricos que le permiten institucionalizar el caso, seleccionar
los hechos relevantes, le permiten seleccionar las normas aplicables y le permiten adoptar
una decisión. En estos supuestos entrarían, básicamente: en el acto de institucionalización,
la dogmática jurídica; en el paso fáctico, los mecanismos de establecimiento y valoración de
la prueba; en el paso jurídico, los denominados cánones de la interpretación o los derivados
de los criterios de relación entre las fuentes del Derecho; y en el paso decisional, entrarían
las reglas de determinación de contenido del fallo (sentencias constitutivas, declarativas, de
condena, ejecutivas, de pronunciamiento de costas, etc.), pero también la ratio decidendi
de la fundamentación jurídica por su carácter igualmente decisional (a pesar de utilizarse
como razonamiento jurídico).
CAPÍTULO XVI.
EL ACTO PREVIO DE INSTITUCIONALIZACIÓN
agrupa bajo la denominación jurídica que se da a la existencia de estos grupos de casos pro-
blemáticos y a las soluciones que el Ordenamiento prevé para dichos problemas, esto es, la
noción de institución jurídica. Noción que, como ya se ha dicho, no se deriva lógicamente de
ninguna norma o principio jurídico, sino que surge como reflejo del Derecho ante un sector
problemático de la realidad que obliga a la intervención de las normas jurídicas para resolver
dichos conflictos y prever otros futuros, y así lograr la pacificación social.
A este acto jurídico mental previo del razonamiento jurídico-practico que se produce
antes de la determinación fáctica del problema, lo hemos denominado acto previo de
institucionalización.
el juez podrá en la fase probatoria obtener un conocimiento directo de los hechos, pero tal
facultad se encuentra ya supeditada a los hechos no controvertidos por las partes, resultando
fuertemente condicionado por las versiones previas que le han aportado las mismas.
El acto previo de institucionalización o encaje de los hechos narrados dentro de una
institución jurídica o grupo típico problemático de casos como primera actuación del razo-
namiento jurídico-práctico comienza operando sobre las descripción de conductas (descrip-
ciones conductuales). La resolución de un problema o caso parte siempre de la comparación
entre una acción, actividad o conducta humana real y la conducta que se describe o se extrae
de la norma jurídica a aplicar, que el operador jurídico ya contempla como perteneciente al
grupo que conforma la institución jurídica en concreto. Es un fenómeno similar a lo que en
el ámbito del Derecho penal se denomina la conducta típica, pero esto también ocurre en
los demás sectores del Ordenamiento jurídico. Así en el Derecho civil se acude a términos
abstractos como acreedor, deudor o tercero; propietario, arrendador, heredero, cónyuge
separado, adoptante, responsable de un daño; en el Derecho administrativo, se habla del
administrado, concesionario, interesado, la Administración; en el Derecho laboral, del
trabajador y del empresario; en el Derecho mercantil, de socio, de consumidor, de empresa,
de entidad financiera. Piénsese también en las atribuciones de personalidad que realiza el De-
recho: persona física, persona jurídica, comunidad de bienes, entidades sin personalidad, etc.
De este modo, la resolución de un problema jurídico comienza siempre por la descrip-
ción de la conducta de una persona o entidad que realiza un acto o comportamiento con
trascendencia jurídica, esto es, regulado por el Derecho. Dentro de este comportamiento, el
Derecho establece también con frecuencia criterios para establecer la intencionalidad de la
conducta de los sujetos que intervienen en la descripción de la conducta (dolo, culpa, buena
fe, mala fe, temeridad, abuso de derecho, fraude de ley). Todos estos criterios actúan como
moduladores jurídicos en cuanto determinan una graduación en las consecuencias jurídicas,
pero su actuación es posterior en el proceso del razonamiento jurídico-práctico.
La categorización jurídica de las conductas de los intervinientes en el problema se
produce a través del establecimiento de posiciones jurídicas de los mismos. Tal extremo
conduce al jurista al establecimiento de una situación jurídica entre dichos intervinientes y
a la existencia de una relación o relaciones jurídicas entre ellos, conduciendo al acto deter-
minante de la fijación de una determinada institución jurídica, que a continuación pasará a
dirigir el devenir del razonamiento jurídico-práctico en la resolución del problema.
Estas conductas pueden ser de dos tipos: conductas típicas a las que el Ordenamiento
jurídico atribuye una institución o concepto jurídico técnico (contrato, testamento, despido,
usucapión) o bien pueden ser comportamientos de la vida ordinaria para los que el Derecho
no tiene previsto concepto específico alguno. Por ejemplo, si un empresario llama a un tra-
bajador por teléfono para preguntarle que tal está, ello no tiene trascendencia jurídica, pero
si le llama para decirle que mañana no venga a trabajar es una comunicación de un despido.
En este ejemplo, el trabajador narra dos circunstancias fácticas que para el jurista significan
en el primer caso un hecho irrelevante (sobre la relevancia fáctica tratamos más adelante) y
en el segundo un concepto jurídico básico integrante de la institución del despido (el acto de
despido verbal, que determina la calificación jurídico-técnica de improcedencia del despido).
214 Óscar Buenaga Ceballos
De este modo, el juez ya parte de una situación fáctica bastante complicada, donde su
primera labor es aclarar los hechos del asunto, despojándolos de toda subjetividad inten-
cionada. El proceso habitual suele comenzar con la fijación de un esquema fáctico inicial
que se compone de hechos no controvertidos (respecto de los cuales presume su veracidad,
con carácter general, por esta ausencia de controversia) y los hechos controvertidos, esto es,
hechos que se afirman por una parte y se niegan por la otra. Así, el juez tendrá ya una primera
aproximación a los elementos del supuesto o supuestos de hecho de las normas jurídicas
invocadas que resultan debatidos y que serán objeto de la prueba.
Todas estas actuaciones judiciales son importantes si se ponen en relación con lo dispues-
to en el art. 218.1 LEC, que exige al juez exhaustividad, claridad y precisión en la redacción
de la sentencia. Además, el art. 218.1.II LEC establece que la vinculación del juez respecto
de las pretensiones de las partes se circunscribe a la causa de pedir estrictamente, pudiendo
acudir a “fundamentos de hecho o de derecho distintos de los que las partes hayan querido
hacer valer” y resolviendo “conforme a las normas aplicables al caso, aunque no hayan sido
acertadamente citadas o alegadas por los litigantes”.
Dentro de los operadores jurídicos que intervienen en los procesos jurisdiccionales,
parece bastante evidente que quién primero reconstruye el relato del caso es el abogado. Es
cierto que en los supuestos de denuncias o, en general, en los procedimientos en los que el
particular no está obligado a iniciar un procedimiento con la asistencia de profesionales, es el
propio justiciable quién relata directamente el caso con sus palabras, pero en estos supuestos,
la reconstrucción no implica ninguna actividad selectiva desde el punto de vista del Derecho,
pues el particular sin conocimientos jurídicos no puede realizar un razonamiento jurídico
que le permita realizar una selección de hechos jurídicamente relevantes.
En todo caso, el razonamiento jurídico-práctico actúa, como hemos dicho, sobre unos
hechos pasados, los cuales son relatados por el cliente a su abogado. Este realiza una primera
reconstrucción jurídica de los hechos que implica no sólo establecer los jurídicamente rele-
vantes, sino también presentar solamente en la demanda o escrito de iniciación del proceso
aquellos que beneficien los intereses de su cliente.
Este momento es la primera actuación del razonamiento jurídico-práctico, y frente a lo
que pudiera pensarse, la actuación del jurista es, sobre todo, jurídica. La selección de los
hechos jurídicamente relevantes es una operación jurídica conceptual, pues el razonamiento
pone en funcionamiento una estructura mental conceptual construida sobre instituciones o
categorías jurídicas del sector del Ordenamiento jurídico que va a aplicar. Esto le permite no
sólo seleccionar los hechos que le resultan relevantes, sino también indagar o preguntar al
cliente otros hechos o datos que éste no le ha relatado por desconocer su relevancia jurídica.
Es decir, este momento se caracteriza por una primera interacción norma-hecho, dado que
el jurista, ante el inicio de la narración de su cliente, encasilla en una institución jurídica el
asunto y a partir de esa noción previa selecciona los hechos relevantes jurídicamente. Este
razonamiento jurídico es puramente lógico-deductivo, no tiene nada de retórico o argumen-
tativo. Es más, luego este razonamiento se plasmará en la demanda o escrito de iniciación
similar. Sin embargo, nada impide al abogado preguntar al cliente por otros aspectos que no
integran el supuesto de hecho de la norma que prevé aplicar, pero que puede utilizar desde
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 217
al hecho típico de la norma, que es el que determina los hechos relevantes o importantes.
Dentro de estos hechos del caso se encuentran evidentemente la referencia a una serie de
conductas y situaciones de varias personas, lo que lleva no solamente a tener en cuenta
una serie de sucesos objetivos reales, sino también a la consideración o valoración de las
conductas en atención a una serie de conductas típicas o jurídicas categorizadas por el
Derecho como principios, como son la buena fe, el dolo, la culpa, el fraude de ley, el abuso
de derecho, los actos propios, el enriquecimiento injusto. La apreciación de tales conductas
queda a la valoración del jurista o del juez decisor. Esta valoración se efectúa en atención a
los criterios configuradores de tales principios realizados en las correspondientes normas,
o bien a su configuración jurisprudencial o doctrinal, es decir, se atiende a su configuración
dogmático-jurídica, y por tanto esta valoración del operador jurídico implica nuevamente
un razonamiento jurídico-normativo que justifique la concurrencia o no de tales principios.
En tal sentido, es bastante frecuente que en la determinación de los hechos del caso aparezca
referencia a tales principios de valoración de la conducta de las personas relacionadas con
los hechos, y más concretamente con los sujetos principales, esto es, los que invocan o
ejercitan un derecho y los que van a resultar previsiblemente afectados u obligados por la
decisión que se adopte.
En este sentido, la consecuencia jurídica de la norma no es la parte de la norma que ge-
nera mayores operaciones interpretativas, sino que el grueso de la interpretación se produce
cuando se intentan encajar los hechos del caso en el supuesto de hecho de la norma o hecho
típico. La consecuencia jurídica no es más que un juicio de valor del legislador relacionado
con la validez formal de la norma. Si esta norma se ha adoptado válidamente, la consecuencia
jurídica es la solución que el órgano decisor debe aplicar inexcusablemente. Aunque el juez
entienda en conciencia que esa solución es injusta, lo que hará para evitar su aplicación es,
sobre todo, interpretar los hechos de la manera que mejor corresponda a su convicción, pero
si determina que los hechos del caso son los hechos tipo de la norma, deberá aplicar casi
automáticamente la consecuencia jurídica de la norma, le guste o no, dado que en este punto
sus posibilidades interpretativas son mucho menores.
Ahora bien, el supuesto de hecho de la norma o supuesto típico, aún conteniendo la des-
cripción de unos hechos y conductas abstractos y esquemáticos, no significa que el operador
jurídico deba partir en sus operaciones de determinación de los hechos del caso solamente
de dicho supuesto, sino que dicho supuesto de hecho-tipo está plagado de remisiones implí-
citas a otras normas jurídicas (con sus correspondientes supuestos de hecho) que integran o
forman parte de la institución jurídica en la que se inserta la norma a aplicar, e incluso con
otras normas jurídicas de ámbito más general o principios jurídicos generales relativos a
conductas de los sujetos afectados, como hemos visto más arriba.
De este modo, cuando el operador jurídico se dispone a la determinación fáctica de los
hechos del caso (que podemos denominar juicio de relevancia, esto es, una valoración selec-
tiva de los hechos que necesita para la aplicación de la consecuencia jurídica de la norma),
no solamente parte del supuesto tipo de la norma sino también de otra serie de nociones
jurídicas implícitas relacionadas con dicho supuesto que dirigen o guían su actuación para
determinar o seleccionar los hechos relevantes del caso.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 219
La justificación del operador jurídico de por qué elige unos u otros hechos de los acon-
tecidos en la realidad es puramente normativa, pues es la norma jurídica que tiene en mente
aplicar (la cual ha previsto aplicar en atención al acto previo de institucionalización) la que
justifica los hechos que ha elegido. Por tanto, el juicio de relevancia es jurídico, pues el jurista
no elige los hechos en atención a criterios o elementos extrajurídicos. No hay una actuación
libre en su elección. Es más, de ser así, tales hechos serán irrelevantes para la aplicación
de la consecuencia jurídica de la norma. En este sentido, cuando, por ejemplo, un abogado
aduce en su demanda o contestación tales hechos, éstos serán calificados de impertinentes o
inútiles, como así se califica cualquier intento de prueba sobre los mismos.
Cuando el jurista comienza su proceso de determinación o fijación de los hechos del caso,
ya tiene en mente los hechos típicos contemplados en el supuesto de hecho de la norma que
pretende aplicar (que inicialmente considera aplicable), y a partir de ese momento comienza
su juicio de relevancia para ir eligiendo los hechos y componer la realidad fáctica del caso.
Es muy difícil, si no imposible, que el jurista deje de ser lo que es cuando examina los
hechos del caso. Los conceptos y categorías jurídicas están asentados en su mente y cualquier
análisis de la realidad le lleva inmediatamente a encasillar los datos empíricos en aquéllos. De
ahí que su percepción de los hechos se encuentre distorsionada por este motivo, como hemos
señalado. Las calificaciones o adjetivaciones que realiza de los hechos o de las conductas de
los intervinientes son a menudos jurídicas, y por tanto ya dirigen o predisponen la versión
fáctica hacia la aplicación de determinadas normas jurídicas.
El juez se encuentra en la misma posición derivada, por cuanto el jurista redactor de la
demanda o contestación le dirige en una determinada dirección, que puede no ser la correcta
jurídicamente. De ahí que convenga que el juez realice una actividad depurativa y objetiva-
dora de los hechos del proceso a fin de que el supuesto de hecho aparezca determinado con
nitidez antes de la aplicación de la norma correspondiente.
Cuando el jurista se enfrenta a la resolución de un caso concreto, el razonamiento jurídico
parte siempre de un esquema mental conceptual que le lleva a contemplar un aspecto teórico
y un aspecto empírico-real del mismo. El aspecto teórico viene conformado por las posibles
normas jurídicas de aplicación, y en general, por los instrumentos jurídicos abstractos que
le suministra el Ordenamiento jurídico para la resolución del caso. El aspecto empírico-real
se refiere a los hechos del caso, a los acontecimientos ocurridos en la realidad que van a
someterse a su consideración jurídica.
Sin embargo, no hay que olvidar que los hechos con los que trabaja el jurista son hechos
ya acaecidos, y en este sentido, su primera actuación sobre los mismos es reconstruyendo
históricamente la realidad. Pero hay que decir que la reconstrucción de los hechos que realiza
el jurista y que finalmente van a ser objeto de una decisión jurídica va mucho más allá, e
incluso reviste unos tintes específicos que solamente se dan en el ámbito jurídico. Hasta el
punto de que puede hablarse de una específica reconstrucción jurídica de los hechos.
220 Óscar Buenaga Ceballos
En el ámbito jurídico, los hechos son objeto de una progresiva reconstrucción de los
mismos antes de ser sometidos a la aplicación de las normas jurídicas correspondientes y
obtenerse una resolución. Esta progresiva reconstrucción comienza por lo que denominamos
juicio de relevancia, que consiste en que el jurista reconstructor de la realidad jurídica se-
lecciona los hechos que considera que va a necesitar para la aplicación de la norma jurídica.
Luego es evidente que cuando realiza este juicio ya tiene en mente la previa norma que va a
aplicar, esto es, ha realizado lo que nosotros hemos llamado un acto previo de instituciona-
lización que le refleja mentalmente un esquema jurídico con un supuesto de hecho abstracto
en el que encaja la realidad empírica ahora considerada, seleccionando sólo la parte de la
misma que encaje en dicho esquema.
En este punto, quedan fijados o delimitados los hechos relevantes del caso. Los aboga-
dos en sus demandas y contestaciones presentarán ante el juez los hechos que consideren
relevantes y que se ajusten a sus pretensiones jurídicas, por lo que la realidad empírica se
ofrece al juez de forma sesgada e incompleta y, lógicamente, interpretada en la forma más
conveniente e interesada a sus pretensiones. El juez, por su parte, tiene la posibilidad de
realizar su propia reconstrucción jurídica en el desarrollo del proceso a través de la valoración
del material probatorio.
El segundo paso de la reconstrucción jurídica de los hechos se produce con la valoración
de las pruebas aportadas por las partes y las practicadas en el juicio celebrado. Las partes
realizan su propia valoración de dichas pruebas, pero es el juez quien realiza la valoración
determinante que dará lugar a que en la sentencia se recojan los hechos probados. Los
hechos probados suponen una nueva reconstrucción jurídica de los hechos acaecidos, esta-
bleciéndose lo que puede denominarse la verdad procesal, ya que los hechos de la realidad
no solamente quedan reducidos a los relevantes, sino que además se reducen aún más a los
que resulten probados de acuerdo con las normas jurídicas que regulan el procedimiento
probatorio, y además, quedan ampliados o completados con los hechos que se deriven de
las presunciones o ficciones y con los hechos no controvertidos (hechos que pueden no
corresponder a la realidad, pero que las partes admiten conjuntamente como acaecidos).
De este modo, la reconstrucción jurídica de los hechos pasa por tres estadios diferentes:
hechos acaecidos (verdaderos), hechos relevantes (seleccionados por el jurista, e incluso
completados con aspectos no acaecidos) y hechos probados (procesales; constitutivos de la
verdad procesal, pero con posibilidad de no haber acontecido).
En el proceso, el juez no sólo es el órgano decisor del mismo, sino que también es el
órgano soberano para determinar los hechos sometidos a su consideración. Es, en definitiva,
el órgano que delimita la que denominamos verdad procesal.
La relación de los hechos que conforman la verdad procesal se denomina “hechos
probados”, y constituye una parte esencial de la sentencia, dado que determina el enunciado
fáctico sobre el que se producirá el razonamiento jurídico de subsunción normativa.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 221
La verdad procesal no siempre es coincidente con los hechos tal y como realmente
acaecieron, sino que el Derecho establece una serie de presunciones que, en muchas ocasio-
nes, completan o alteran la realidad de los hechos. Es más, la determinación de los hechos
probados es una tarea que corresponde fundamentalmente al juez de la instancia (aunque es
susceptible de alterarse en vía de recurso por el tribunal superior).
Ante las narraciones de los hechos que le aportan las partes procesales en sus escritos
de demanda y contestación a la misma, el juez tiene una primera aproximación al litigio
que determina en él una primera reacción que es la derivada de los denominados hechos
controvertidos y no controvertidos. En tal sentido, el art. 281.3 LEC establece que “están
exentos de prueba los hechos sobre los que exista plena conformidad de las partes, salvo
en los casos en que la materia objeto del proceso esté fuera del poder de disposición de los
litigantes”. De este modo, y salvo estos supuestos especiales de materias indisponibles, el
juez construye un primer esbozo de los hechos con los no controvertidos, a los que añadirá
en caso de que concurran, “los hechos que gocen de notoriedad absoluta y general”, que no
es necesario probar (art. 281.4 LEC).
La noción de hecho controvertido es capital en materia de prueba, pues determina cuáles
sean los hechos sobre los que debe versar la prueba. En este sentido, el art. 399.3 LEC, al
aludir al contenido de la demanda, establece que “los hechos se narrarán de forma ordenada
y clara con objeto de facilitar su admisión o negación por el demandado al contestar” y por
su parte, el art. 405.2 LEC señala que “en la contestación a la demanda habrán de negarse o
admitirse los hechos aducidos por el actor”.
De esta manera, el actor desconoce qué hechos de la demanda serán o no controvertidos
hasta que no conozca el contenido de la contestación a la demanda, y el momento procesal
establecido para fijar los hechos controvertidos es el de la audiencia previa al juicio en el caso
del juicio ordinario (art. 414.1.II in fine LEC) y el acto de la vista en los juicios verbales (art.
443.4 LEC). De ello se sigue que los hechos que necesitarán o no probarse sólo se determi-
narán tras la contestación a la demanda, y así, mientras que el demandado sabe al momento
de contestar a la demanda qué hechos serán controvertidos o no –puesto que es facultad
suya negarlos o no–, el actor solamente sabrá qué hechos tiene que probar cuando conozca
la contestación a la demanda, lo cual plantea graves problemas en materia de prueba si se
trata del juicio ordinario, pero aún peores si se trata del juicio verbal. Mientras en el juicio
ordinario, el demandante tiene capacidad para preparar y desplegar su actividad probatoria en
la audiencia previa por cuanto transcurre un plazo entre el conocimiento de la contestación a
la demanda y la celebración de dicha audiencia, en el juicio verbal no existe esta capacidad
de reacción pues la contestación a la demanda y la proposición de prueba se realizan en el
acto de juicio (y esto también ocurre en los juicios celebrados en el Orden Social o en los
procedimientos abreviados del Orden Contencioso-administrativo, por ejemplo). En estos
supuestos, el demandante debe llevar sus pruebas preparadas y “predecir” qué le negará el
demandado. Un auténtico juego diabólico que estratégicamente suele ser aprovechado por
el demandado en la práctica.
Con todo, el problema se agrava aún más si tenemos en cuenta que el demandante
(y también el demandado, aunque en este caso no se plantea el problema con la misma
intensidad) debe acompañar a la demanda una serie de documentos, medios, instrumentos,
222 Óscar Buenaga Ceballos
dictámenes periciales o informes de investigación (art. 265.1 LEC). Para mitigar esta carga y
para resolver –sin duda–, la imposibilidad que tiene el actor de saber qué hechos le discutirá
el demandado, el art. 265.3 LEC permite al actor que presente en la audiencia previa los
documentos, medios, instrumentos, dictámenes e informes “cuyo interés o relevancia sólo
se ponga de manifiesto a consecuencia de alegaciones efectuadas por el demandado en la
contestación a la demanda”. Respecto de los juicios verbales, la LEC no indica nada, pero
lógicamente, el actor cuando propone prueba, ya ha oído previamente los términos en los que
el demandado ha contestado a la demanda y puede al amparo del art. 265.3 LEC –aplicado
analógicamente– aportar los documentos, medios, instrumentos, dictámenes o informes.
Ahora bien, la cuestión es que el actor no ha tenido tiempo de preparar u obtener dichos
documentos cuando la contestación a la demanda se hace en el acto de la vista.
El paso siguiente en la reconstrucción jurídica de los hechos se realiza con la actividad
probatoria que despliegan usualmente las partes, aunque el juez, de oficio, también puede
acordar la práctica de pruebas. La actividad probatoria es un derecho constitucional de
los litigantes (art. 24.2 CE) que forma parte del contenido esencial del derecho a la tutela
judicial efectiva reconocido en el art. 24.1 CE. En cuanto tal, determina inmediatamente
que cualquier limitación que se establezca o acuerde a dicha actividad probatoria debe ser
interpretada con carácter restrictivo. De ahí la doble consecuencia de, por un lado, que la
regulación normativa procesal (o de otro tipo) de la prueba deba ser interpretada de confor-
midad con este principio general de la CE, y, de otro, que cualquier decisión judicial que
limite el derecho a la prueba de las partes deba motivarse adecuadamente aduciendo razones
normativas.
La actividad probatoria está regulada por las normas procesales que corresponda aplicar
al litigio de que se trate, y que son, básicamente, la norma reguladora del proceso que se trate
en función de la materia (Civil, Penal, Contencioso-administrativa, Social, Menores). Sin
embargo, conviene tener en cuenta que la CE y la LOPJ contienen una serie de directrices
o principios generales (uno de ellos lo acabamos de enumerar) que dirigen la aplicación de
las normas procesales sectoriales. Por otro lado, es preciso tener en cuenta que el régimen
jurídico de la prueba que establece la LEC es una regulación general de aplicación supletoria
a las regulaciones de otros sectores del Ordenamiento que son incompletas y se remiten en
la mayoría de los casos a la LEC.
La actividad probatoria de las partes en el proceso está sujeta, pues, a las normas pro-
cesales correspondientes que establecen una serie de reglas estrictas para su aportación,
proposición y práctica de la prueba, de tal modo que su incumplimiento conlleva la preclusión
del trámite, existiendo algunas de ellas, como las pruebas documentales y periciales, que,
en muchos casos, deben aportarse con la demanda (lo que ocurre en los procesos civiles o
contencioso-administrativos), y que sólo se van a permitir excepcionalmente presentar en
un momento posterior (cfr. las normas del art. 265 LEC). Con todo, la norma general es que
tras los trámites de demanda y contestación se abra la fase procesal de proposición y práctica
de prueba, en la que el juez tras establecer los hechos controvertidos y no controvertidos,
recibe las proposiciones de prueba que formulan las partes.
Las proposiciones de prueba son las peticiones de prueba en las que las partes exponen
las pruebas de las que pretenden valerse para acreditar los hechos controvertidos (esto es,
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 223
no admitidos de contrario o incompatibles con la versión de los hechos realizada por el opo-
nente). Sobre estas proposiciones, el juez realizará un razonamiento jurídico de admisión o
inadmisión probatoria (art. 285.1 LEC) que consiste en determinar cuál es el fin perseguido
con la prueba (de lo que deberán informar o aclarar las partes, si el juez no puede establecerlo
por sí mismo) y en función del mismo proceder a admitir o no la prueba. Como se dijo an-
teriormente, la consideración del derecho a la prueba como un derecho constitucional de las
partes, determina que el juez si decide inadmitir una prueba debe motivarlo cumplidamente
con argumentos normativos.
En este punto, la argumentación jurídica de inadmisión de prueba puede ser de tres
clases:
1. Impertinencia probatoria (arts. 281.1 y 283.1 LEC), que significa que “no deberá
admitirse ninguna prueba que, por no guardar relación con lo que sea objeto del pro-
ceso, haya de considerarse impertinente” (art. 281.3 LEC). La pertinencia probatoria
es una regla general de la prueba a la que se refiere el art. 24.2 CE cuando habla de
“medios de prueba pertinentes”, pero respecto de la que, por su propia naturaleza y
finalidad, el texto constitucional no aporta ningún dato adicional que permita aclarar
esta noción. Es el art. 281.1 LEC el que establece que “la prueba tendrá como objeto
los hechos que guarden relación con la tutela judicial que se pretenda obtener en el
proceso”. Es decir, el juicio de impertinencia consiste en que el juez atiende a los
hechos que pretenden acreditarse con la prueba propuesta y decide inadmitir ésta
porque tales hechos no guardan relación con los debatidos. Su razonamiento consiste
en una comparación entre el hecho debatido y el hecho que se pretende probar y
establecer su inconexión. Aquí aparece una relación con el juicio de relevancia, pues
lo que suele acontecer en estos casos no es que un litigante proponga prueba sobre
hechos con una inconexión absoluta de los debatidos (lo cual es bastante extraño
que suceda), sino que aparece una relación remota, pero sobre hechos no relevantes
para la solución del caso. De este modo, la prueba sobre hechos no relevantes que no
conduzca a la acreditación de algún hecho relevante, ha de considerarse una prueba
impertinente (cfr. el art. 299.3 LEC sobre la obtención de “certeza sobre hechos
relevantes”, que es, en definitiva, la finalidad de la prueba en el proceso).
2. Inutilidad probatoria (art. 283.2 LEC) que significa que “tampoco deben admitirse,
por inútiles, aquellas pruebas que, según reglas y criterios razonables y seguros,
en ningún caso puedan contribuir a esclarecer los hechos controvertidos”. En este
supuesto, no se trata de pruebas sobre hechos que no guardan relación con los deba-
tidos, sino que, guardando relación con los debatidos, no son eficaces para conseguir
la acreditación de los mismos. El razonamiento jurídico del juez nuevamente versa
sobre una comparación de dos realidades fácticas y la inutilidad de la prueba que
se solicita para el debate. Dentro de la inutilidad probatoria, hay que considerar
también incluidas las pruebas que se soliciten sobre hechos no controvertidos (art.
281.3 LEC) o los hechos generales y notorios (art. 281.4 LEC).
3. Ilegalidad probatoria (art. 283.3 y 287 LEC). La ilegalidad probatoria supone que
“nunca se admitirá como prueba cualquier actividad prohibida por la ley”, que
recoge una norma, por otra parte evidente, cual es que no se puede infringir el Or-
224 Óscar Buenaga Ceballos
denamiento jurídico para probar un determinado hecho, como ocurre, por ejemplo,
en los supuestos de pruebas obtenidas con violación de derechos fundamentales. En
estos casos, el razonamiento jurídico del juez constata que la actividad probatoria
realizada o que se pretende realizar vulnera una norma jurídica del Ordenamiento
jurídico. En tal sentido, el art. 287.1 LEC prevé que “cuando una de las partes en-
tendiera que en la obtención u origen de alguna prueba admitida se han vulnerado
derechos fundamentales habrá de alegarlo de inmediato, con traslado, en su caso, a
las demás partes”.
La admisión de las pruebas da lugar a la práctica de las mismas, que se realiza en el acto
de juicio a presencia judicial (principio de inmediación), o en determinados supuestos, del
secretario judicial y de modo contradictorio (cfr. art. 289 LEC).
Practicadas las pruebas, corresponde al juez la fijación de los hechos probados en aten-
ción a los hechos ya fijados sin necesidad de prueba y los hechos que considere acreditados.
En esta fase crucial de la fijación judicial de los hechos probados, revisten importancia crucial
las normas jurídico-procesales generales que se establecen para ayudar al juez a determinar
aquellos hechos relevantes para la decisión que hayan resultado dudosos a pesar de la prueba
practicada. Estas normas procesales generales son las siguientes:
1ª.- Reglas de carga de la prueba (art. 217 LEC).
2ª.- La disponibilidad y facilidad probatoria (art. 217.6 LEC).
3ª.- Las presunciones (arts. 385 y 386 LEC).
En cuanto a las reglas de la carga de la prueba, estas dotan al juez de una serie de reglas
jurídicas de actuación para solventar la falta de prueba sobre unos hechos relevantes, y que
por tanto se consideran dudosos o inciertos. Estos hechos no figurarán entre los hechos
probados y tal ausencia perjudicará a la parte procesal a la cual incumbía la carga de probar
según los criterios del art. 217 LEC, dado que la no acreditación de los mismos impedirá la
aplicación de la norma jurídica invocada por no concurrir el supuesto de hecho. Por tal mo-
tivo, el juez deberá justificar razonadamente con los argumentos jurídicos que le proporciona
el art. 217 LEC por qué atribuye a una u otra parte la carga de la prueba de dicho hecho y
por qué no lo considera probado.
De una lectura conjunta de los tres primeros apartados del art. 217 LEC (con una ter-
minología algo confusa), se extrae que la regla general de la carga de la prueba consiste en
que el demandante (o demandado-reconviniente) debe probar la certeza de aquellos hechos
que integran el supuesto de hecho de la norma jurídica que alega como fundamento de sus
pretensiones, y que el demandado (o demandante-reconvenido) debe probar los hechos
integrantes del supuesto de hecho de la norma jurídica que invoque y que impida, extinga
o enerve las pretensiones del demandante o demandado-reconviniente. La excepción a esta
regla general se contiene en el art. 217.5 LEC, que establece, obviamente, que la regla general
será de aplicación “siempre que una disposición legal expresa no distribuya con criterios
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 225
especiales la carga de probar los hechos relevantes”, es decir, que no se establezca una regla
especial de inversión de la carga de la prueba.
Por otro lado, el art. 217.6 LEC se refiere a los principios de disponibilidad y facilidad
probatorias, que también constituyen reglas para solventar los supuestos en los que algún
hecho relevante no haya sido probado. En estos casos, frecuentes en la práctica forense,
se trata de una regla especial de la carga de la prueba, por cuanto en ocasiones una de las
partes del litigio tiene mucha mayor facilidad para probar un hecho determinado, a pesar
de que la carga de la prueba la tenga precisamente el otro litigante. Tales son los casos de
la documentación que obra en poder de la parte (disponibilidad) que no tiene la carga de
probar unos hechos que precisamente se acreditan con esos documentos. En estos casos, el
juez dispone de un argumento jurídico que le permite en casos concretos, alterar el régimen
normal de la carga de la prueba, por cuanto resulta evidente que sería injusto desestimar una
pretensión por falta de una prueba que no ha podido realizar un litigante y que el otro litigante
hubiera podido aportar por tener disponibilidad de la misma o más facilidad en conseguirla.
En tercer lugar, en la construcción de los hechos probados, esto es, en la determinación
de la verdad procesal, tienen singular relevancia las presunciones establecidas en los arts.
385 y 386 LEC.
En este sentido, la noción de verdad procesal tiene su máxima expresión en este espe-
cial recurso del razonamiento jurídico, que determina que los hechos del proceso y los de
la realidad son en ocasiones diferentes para asegurar que se produzca una resolución del
conflicto, cuando los hechos relevantes no han podido fijarse de un modo suficiente para la
aplicación de la norma jurídica en cuestión.
La LEC distingue entre presunciones legales (art. 385 LEC) o presunciones judiciales
(art. 386 LEC).
Las presunciones legales pueden ser, según expresiones clásicas, iuris et de iure, que
no admiten prueba en contrario, y iuris tantum, si sí la admiten. La regla general es que las
presunciones legales admiten prueba en contrario, salvo que la ley expresamente lo prohíba
(art. 385.3 LEC). Cuando se establece una presunción, la ley dispensa de tener que probar
el hecho presunto a la parte que éste favorezca. A tal efecto, la presunción constituye una
excepción a la regla general de la carga de la prueba, y sólo serán tenidas en cuenta cuando
se haya probado o admitido el hecho indicio del que parte la presunción (art. 385.1 LEC).
En los casos de presunciones iuris tantum, la prueba en contrario podrá dirigirse a probar
la inexistencia del hecho presunto como a demostrar –cuando se produzca esta situación–
que no existe el enlace que ha de haber entre el hecho que se presume y el hecho probado o
admitido que fundamenta la presunción (art. 385.2 LEC).
Consecuentemente, es evidente que las presunciones legales constituyen un instrumento
de construcción de la verdad procesal al margen de la realidad histórica de los hechos.
En estos casos, estamos ante hechos que el Derecho entiende acaecidos aunque no hayan
ocurrido, como es el caso de las presunciones iuris et de iure, o bien, que presume ocurridos
aunque igualmente no hayan ocurrido, como es el caso de las presunciones iuris tantum, si
bien en este caso dejando en manos de la parte perjudicada contrarrestar el efecto presuntivo.
En cuanto a las presunciones judiciales, también constituyen un instrumento del juez para
la construcción de la verdad procesal, pudiendo llegar a conclusiones fácticas que pueden
226 Óscar Buenaga Ceballos
no ser ciertas. Así, el art. 386.1 LEC señala que “a partir de un hecho admitido o probado,
el tribunal podrá presumir la certeza, a los efectos del proceso, de otro hecho, si entre el
admitido o demostrado y el presunto existe un enlace preciso y directo según las reglas del
criterio humano”, para a continuación indicar que “la sentencia en la que se aplique el párrafo
anterior deberá incluir el razonamiento en virtud del cual el tribunal ha establecido la presun-
ción”. De este modo, esta norma procesal permite al juez completar los hechos relevantes
del proceso mediante un razonamiento lógico-deductivo clásico (lo que la norma designa
como “reglas del criterio humano”). Este enlace preciso y directo es cumplida expresión del
silogismo clásico, y el precepto lo que sí obliga es que la sentencia recoja este razonamiento
típicamente empírico, pero que, no se olvide, se convierte en normativo porque es una norma
jurídica (el art. 386.1 LEC) la que lo permite. Por otro lado, a tenor de lo dispuesto en el art.
386.2 LEC, las presunciones judiciales siempre son iuris tantum, ya que el litigante perju-
dicado puede practicar prueba en contrario, aunque en los casos en que este razonamiento
presuntivo-judicial se contenga en la sentencia, no alcanzamos a ver el momento procesal
en el que el litigante perjudicado pueda practicar la prueba, como no sea excepcionalmente
en vía de recurso, lo que no siempre es admisible en todos los tipos de procesos.
De este modo, estas auténticas ficciones jurídicas que son las presunciones legales y
judiciales, muestran que el razonamiento fáctico es bastante más jurídico de lo que a primera
vista pudiera pensarse. La construcción de la verdad procesal no resulta coincidente con la
construcción de la realidad de los hechos en todos los casos. Los hechos de la realidad son
progresivamente filtrados jurídicamente en distintos estadios: se seleccionan los hechos
relevantes, luego éstos se seleccionan a su vez en función de que resulten o no probados,
resultando desechados los que no se prueben adecuadamente, y finalmente, por si lo anterior
no fuera bastante, el Ordenamiento jurídico acude al mecanismo de las presunciones para
añadir unos hechos considerados relevantes, pero que, quizá, no ocurrieron nunca. Todo ello
para llenar una serie de lagunas fácticas que resultan necesarias para integrar suficientemente
un supuesto de hecho que permita la aplicación razonada de la norma jurídica que conduzca
a la decisión.
Junto a las presunciones, cabe también citar el supuesto específico contemplado en
el art. 222.4 LEC, referido al efecto de cosa juzgada que tiene lo resuelto en un proceso
anterior respecto de los procesos posteriores en los que aquél aparezca como antecedente
lógico, y siempre respecto de los mismos litigantes (o que la cosa juzgada del litigio anterior
se extienda a ellos por disposición legal). En este supuesto, los hechos probados del litigio
anterior actúan a modo de presunción iuris et de iure en el litigio posterior, de tal modo que
tales hechos forman parte indiscutible de los hechos probados del litigio posterior, con lo que
nuevamente el establecimiento de la verdad procesal no tiene en cuenta la realidad fáctica.
Un ejemplo concreto de esta disposición general lo encontramos en el art. 42.5 LISOS que
establece que “la declaración de hechos probados que contenga una sentencia firme del orden
jurisdiccional contencioso-administrativo, relativa a la existencia de infracción a la normativa
de prevención de riesgos laborales, vinculará al orden social de la jurisdicción, en lo que se
refiere al recargo, en su caso, de la prestación económica del sistema de Seguridad Social”.
Norma que precisamente se dictó para evitar las frecuentes duplicidades que en esta materia
se dan al enjuiciar la misma cuestión jueces del Orden Contencioso-administrativo y del
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 227
Orden Social con motivo de pretensiones diferentes (la impugnación de la sanción adminis-
trativa y la imposición de un recargo de prestaciones de Seguridad Social, respectivamente).
Este efecto de cosa juzgada fáctica viene a sentar el principio de que sobre los mismos
hechos concretos el juez no puede o no debe indagar dos veces para la determinación de los
mismos. La verdad procesal ha quedado fijada definitivamente para litigios posteriores con
independencia de la realidad de lo acontecido. El principio de certeza jurídica se impone
sobre otras consideraciones, evitando una continua reapertura del enjuiciamiento de las
mismas cuestiones.
Todos estos sucesivos pasos de fijación de los hechos probados requieren de constantes
razonamientos jurídicos que justifiquen el proceso selectivo de aquéllos. Estos razonamientos
se efectúan con las normas jurídicas procesales expuestas, que determinan el ámbito de juego
del razonamiento jurídico-practico del juez, que no puede salirse del razonamiento norma-
tivo. Son, así, el límite que no puede franquear el juez a la hora de abordar la fijación de los
hechos en el proceso. Cualquier otra apreciación o selección judicial carece de justificación
si no se razona con las normas anteriormente expuestas (o con otras, que específicamente
vengan al caso).
De este modo, dentro del criterio del juzgador a la hora de admitir o valorar las pruebas
practicadas no se incluyen las actitudes proposicionales del juez, es decir, su particular
creencia o percepción de la verdad o falsedad de los hechos debatidos en el proceso. Ob-
viamente, el proceso intelectivo del juez a la hora de valorar las pruebas le va a generar una
imagen mental de cómo se han desarrollado los hechos, pero junto a esta imagen mental van
a aparecer otras creencias no producidas por la prueba practicada en sí, sino por otros factores
como son la capacidad de persuasión o convicción que tengan los abogados, partes, peritos o
testigos intervinientes en el proceso, respecto de los cuales el juez debe adoptar una posición
distante y siempre sometida a lo que objetiva y racionalmente se desprenda de la valoración
de las pruebas. Aquí podríamos acudir a un ejemplo de estas actitudes proposicionales del
juez, como es el caso de la parte o testigo que miente en una respuesta, lo cual no significa
que lo haga en el resto de las respuestas. Sin embargo, una actitud proposicional nos llevaría
a tender a considerar como falsas a todas las respuestas.
Finalmente, es preciso indicar que en la determinación de los hechos del proceso reviste
singular importancia la cuestión de la valoración de la prueba, que es una facultad exclusiva
del juez, sin perjuicio de que existe en el proceso el trámite de conclusiones, en el cual las
partes exponen ante el juez cuál es su valoración unilateral de la prueba practicada (así, el
art. 433.2 LEC).
La valoración judicial de la prueba constituye una operación mental compleja en la que
el juez realiza una contemplación de conjunto del caso, y por tanto, resulta difícil aportar
reglas fijas de actuación de la racionalidad jurídica, que será diferente no sólo en cada juez,
sino también en cada caso. No obstante, puede decirse que, frecuentemente, hasta en los
supuestos de casos difíciles donde aparecen múltiples cuestiones fácticas y jurídicas entrela-
zadas e interdependientes entre sí (de tal modo que el razonamiento jurídico se ve obligado
a concatenar una serie de argumentos con poca solidez para llegar a una conclusión), la
operación de valoración de la prueba suele llevar al razonamiento jurídico a condensarse
y centrarse en una única cuestión fundamental, que viene determinada por el supuesto de
228 Óscar Buenaga Ceballos
hecho de la norma jurídica esencial del proceso, que es aquella que prevé la consecuencia
jurídica impetrada en el suplico de la demanda. La valoración se concentrará usualmente
en sí esta cuestión fundamental se ha probado o no, y sin duda la decisión final de apoyará
en este punto. A partir de esta consideración, el juez convertirá el resto de las cuestiones
fácticas y jurídicas del pleito en secundarias, operando como criterios de matización de la
cuestión principal.
CAPÍTULO XVIII.
LA SUBSUNCIÓN NORMATIVA DE LOS HECHOS (1):
LA SELECCIÓN NORMATIVA
En tanto que el tratamiento teórico o científico del Derecho exige básicamente una tarea
sistematizadora de las normas jurídicas vigentes, clarificando el significado de las mismas
y eliminando posibles antinomias (tarea que puede denominarse endógena), la aplicación
del Derecho para resolver supuestos concretos (tarea exógena) implica, en muchas ocasio-
nes, una actividad mucho más compleja que pone en marcha distintos niveles normativos
del Ordenamiento jurídico para resolver la cuestión planteada y cuya selección realiza el
operador jurídico en función de su interés concreto en el asunto (que puede ser económico
o ideológico). Denomino niveles normativos a los grupos de normas existentes en un Or-
denamiento jurídico con distintos grados de proximidad al caso concreto que se pretende
resolver (que oscilan de las normas más genéricas a las más concretas). De este modo, el
operador jurídico al resolver un caso buscará la norma jurídica más próxima o inmediata al
caso para llevar a cabo su resolución (teoría de la inmediatez normativa), entendiendo por
inmediatez normativa a la norma que más exacta o que concretamente haya resuelto un caso
similar, y que, en la mayoría de los casos, será un precedente judicial (lógicamente, usamos
el término “norma jurídica” en sentido muy amplio, incluyendo a las sentencias judiciales
y los principios jurídicos).
Cuando el legislador formula una norma jurídica está pensando en conductas típicas de
las personas, pero cuando esa norma jurídica elaborada debe de aplicarse a un caso concreto,
muy raras veces la conducta del sujeto encaja exactamente en la conducta típica contemplada.
Es en ese momento cuando el juez a la hora de aplicar la norma o el abogado al estudiar la
viabilidad del caso realizan la tarea de encajar el problema concreto a resolver en la norma
que resulte aplicable. Ello supone elegir la norma o normas que resulten aplicables, y una
230 Óscar Buenaga Ceballos
vez dado este paso, se debe encajar el problema concreto en las normas elegidas. Habrá una
serie de circunstancias que rodeen a la conducta concreta y que no hayan sido contempladas
por las normas a aplicar. Estas circunstancias con relevancia jurídica pueden reafirmar la
solución que establece la norma jurídica, pero pueden también constituir excepciones que
impidan la aplicación de la norma, so pena de llegar a una solución injusta o absurda.
Por otra parte, cuando hablamos de la selección de la norma aplicable estamos partiendo
de una referencia abstracta y teórica que resulta incorrecta en la práctica, pues ya sabemos
que el razonamiento jurídico-práctico es un razonamiento institucional, en el sentido de que
cuando el jurista recibe los primeros datos fácticos del caso, atribuye mentalmente o encaja
tales datos en una institución jurídica. Y es este encaje el que proporciona un primer esquema
de la normativa aplicable para la resolución del caso. De este modo, las normas aplicables
no acuden a la mente del jurista en solitario, sino que lo hacen como un todo integrado en
una institución jurídica y dentro de un sector del Ordenamiento jurídico, lo que supone un
despliegue de los principios jurídicos generales que inspiran y caracterizan dicha institu-
ción o instituciones implicadas. De ahí que la cuestión de la subsunción normativa sea un
proceso más complejo de lo que parece cuando se dibuja una aplicación mecánico-lógica
del Derecho al hecho. En este sentido, ya hemos visto que el encaje del hecho del caso en
el hecho-tipo de la norma implica a menudo un despliegue de valoraciones por parte del
jurista que implica no sólo el tener en cuenta el hecho-tipo de la norma, sino también otras
normas o principios jurídicos relacionados o conexos con dicho hecho típico, como es el
caso de que en el hecho-tipo aparezcan referencias a los denominados conceptos jurídicos
indeterminados (moral, buenas costumbres, orden público, tráfico jurídico, plazo prudencial,
etc.), pero también en aquellos casos en que concurran criterios de conducta (dolo, buena
fe, abuso de derecho, diligencia de un buen padre de familia, venir contra los actos propios,
culpa o negligencia, etc.). Es más, estos criterios de conducta se encuentran implícitos en la
aplicación de cualquier norma aunque no estén manifestados en el hecho-tipo, por cuanto
en la resolución de cualquier caso concreto se valora siempre la conducta de los sujetos
afectados, bien sea de los principales u otros secundarios que realizan una acción u omisión
que afecta a la pretensión ejercitada.
Es precisamente esta perspectiva aplicativa la que determina que el razonamiento ju-
rídico siempre encuentre una norma aplicable, por cuanto si no encuentra inmediatamente
una norma que resuelva el caso, la institucionalización de éste le proporciona una serie de
normas generales y principios que le van a dirigir para encontrar una solución al asunto. De
este modo, el caso se va a resolver siempre con razonamientos jurídicos, llegando en caso
extremo hasta el mismo principio de justicia.
En este sentido, se ha defendido que en último término el jurista puede acudir a la equidad
para resolver un caso para el que no exista norma o principio jurídico que resulte aplicable.
Sin embargo, tal planteamiento teórico nos parece imposible en la práctica habida cuenta
del carácter pleno y sistemático del Ordenamiento jurídico, dado que la aplicación de los
principios generales del Derecho siempre supone la existencia de unas directrices jurídicas
generales que aportan al jurista elementos suficientes para resolver cualquier problema
jurídico. Ciertamente, el ámbito decisor del interprete adquiere en estos casos una amplia
capacidad valorativa del asunto que le permite formular la solución, pero dicha solución ha
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 231
Establecidos los hechos del caso, y comenzada la búsqueda de la norma jurídica aplica-
ble, la situación normal es que se encuentre una norma aplicable a la cuestión, pero pueden
acontecer dos situaciones excepcionales: una, que no se encuentre una norma aplicable al
caso y otra, en el otro extremo, que se encuentren varias normas aplicables que se contradi-
gan entre sí. El primer caso suele denominarse metafóricamente laguna, para expresar una
situación de vacío normativo, una situación de ausencia de norma jurídica aplicable para la
resolución del caso, en tanto que el segundo se denomina antinomia, y consiste en que para
la resolución de un caso concreto aparecen como aplicables dos normas jurídicas que llegan
a soluciones contradictorias. Desde un punto de vista lógico-formal o científico, el fenómeno
de las antinomias es difícilmente explicable y es una muestra más de las peculiaridades que
se presentan en el razonamiento jurídico. Tanto el fenómeno de las lagunas como de las
antinomias ya los analizamos al tratar la cuestión de la integridad del Ordenamiento jurídico,
por lo que nos remitimos a dicho capítulo.
Partiendo de la situación de existencia de normas jurídicas aplicables para la resolu-
ción del asunto (es decir, superados lógicamente los problemas de vacíos normativos y de
antinomias), toca ahora abordar tres cuestiones fundamentales que se plantean a la hora de
seleccionar la norma aplicable. Nos referimos a las denominadas “lagunas” axiológicas, los
problemas de jerarquización interna y los problemas de supletoriedad externa.
Pese a su denominación, las lagunas axiológicas no son, en sentido propio, un problema
de vacío normativo, sino consecuencia de una valoración subjetiva que realiza el operador
jurídico respecto de la norma que debe aplicar al caso. Precisamente, es esta existencia de
norma aplicable lo que impide que estemos en presencia de auténticas lagunas, a pesar de
que se utilice dicha expresión para referirnos a este fenómeno.
Existe una laguna axiológica cuando para resolver un caso sí que existe una norma
aplicable al caso, pero la solución que prevé dicha norma se considera injusta por el juez. Se
trata de una actitud normativa (ante una norma) del juez, una creencia subjetiva de considerar
injusta una norma que no puede ampararse en ninguna otra norma o principio jurídico para
afirmar tal calificación de injusta.
Las cuestiones que plantean las lagunas axiológicas son fundamentalmente dos: la
primera de ellas es el ámbito de objetividad de la misma, es decir, si se trata de que dicha
232 Óscar Buenaga Ceballos
norma es injusta solamente para el juez concreto que va a resolver el caso, o dicha norma
es injusta objetivamente, es decir, para un conjunto bastante amplio de operadores jurídicos
por tratarse de una norma que lleva a resolución que se considera injusta por referencia a un
principio fundamental recogido, por ejemplo, en la Constitución (como recientemente ha
ocurrido con la Ley de Tasas Judiciales y el art. 24 CE). En este caso diríamos que la norma
jurídica es injusta objetivamente considerada. La segunda cuestión es: si la norma jurídica a
aplicar es injusta ¿qué debe hacer el juez que tiene que aplicarla?. Si por ejemplo la norma
se considera injusta porque vulnera la Constitución, nuestro Ordenamiento jurídico prevé
el expediente de la cuestión de constitucionalidad respecto de las normas con rango de ley
(art. 163 CE; art. 5.2 LOPJ), que puede plantear el juez ante el TC. Si se trata de normas
reglamentarias contrarias a la Constitución, (o a la ley o al principio de jerarquía normativa),
el art. 6 LOPJ permite a los jueces y tribunales inaplicar dichos reglamentos. Desde este
punto de vista el elenco de principios, valores y derechos que recoge la CE es tan amplio
que el juez podría acudir prácticamente siempre a este recurso. En otro caso, es decir, si
el juez no puede plantear la cuestión de constitucionalidad, es claro que las convicciones
subjetivas (por ejemplo, religiosas, ideológicas, como la cuestión del aborto; en definitiva,
las objeciones de conciencia del juez) no podrían justificar que el juez dejase de aplicar la
norma, sea legal o reglamentaria, so pena de incurrir en el delito de no impartir justicia del
art. 448 CP o la vulneración del art. 1.7 CC. En este sentido, en el lado contrario, estaría el
delito de prevaricación (art. 446 CP), pero es evidente que el tipo de este delito hace refe-
rencia a que la injusticia a sabiendas que cometería el juez hace referencia a la ilegalidad
de su comportamiento, no a la injusticia, dado que cuando el art. 446 CP se refiere al juez
que dicta una resolución a sabiendas injusta, lo que realmente quiere indicar es que el juez
dicta una resolución que sabe que es contraria al Derecho, no a la justicia. En el caso que nos
planteamos estamos hablando de posibles injusticias que se pudieran cometer en aplicación
de una norma (legalmente aplicable) a un caso concreto. Por otro lado, también estaría el
recurso a la equidad, pero ya sabemos que la justificación de la aplicación de la equidad debe
realizarse normativamente (justificándolo con otra norma o principio jurídico).
En definitiva, la conclusión no puede ser otra que la de afirmar que el juez está obligado a
aplicar las normas integrantes del Ordenamiento jurídico, y su referente axiológico no puede
ser otro que el establecido en las normas superiores del Ordenamiento jurídico (esto es, la
Constitución, básicamente), no otros valores ideológicos o morales subjetivos no reconoci-
dos jurídicamente. Solamente con la Constitución en la mano podrá razonar jurídicamente
y decidir el planteamiento de una cuestión de inconstitucionalidad respecto de normas con
rango de ley o inaplicar normas reglamentarias (éstas además, también con razonamientos
jurídicos legales o derivados del principio de jerarquía normativa).
La segunda cuestión en relación con la selección de la normas aplicable es la que hemos
denominado jerarquización interna, que es un supuesto distinto del tradicional principio de
jerarquía que vimos a la hora de abordar la integridad del Ordenamiento jurídico, y que de-
termina la eliminación de la norma que contradiga dicho principio. La jerarquización interna
es la que existe entre normas incluidas dentro del mismo texto legal, y no determina la eli-
minación de ninguna de ellas, sino que quiere expresar la importancia de unas normas sobre
otras, en cuanto establecen las grandes directrices o rasgos de un sector del Ordenamiento
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 233
o de una institución jurídica concreta. En tal sentido, se trata de una jerarquía impropia, por
no significar ninguna eliminación normativa, sino tan sólo que las normas menos relevantes
deben seguir a las normas principales de la institución.
Díez-Picazo se ha referido a esta cuestión, señalando que aparte de la jerarquía formal
existe una jerarquía interna y sustancial entre normas, jerarquía que se puede producir dentro
de un mismo texto legal, y pone como ejemplo los arts. 348 y 349 CC, o el art. 1255 y 1258
CC, o el art. 1902 CC (yo pondría como ejemplo también el art. 1101 CC). Indica el autor
que estos artículos no tienen el mismo valor que otros más concretos del CC y señala después
que “quiere ello decir que, en la normativa de una institución, hay siempre unas normas a
las que podemos llamar “básicas”, en cuanto que encuentran su raíz y además expresan o
reflejan las líneas maestras y los criterios fundamentales de organización de tal institución,
frente a otras que resuelven conflictos particularizados con criterios que son particulares
también. Las primeras reciben su valor propio no sólo de su mayor generalidad, en orden a
las hipótesis de aplicación, sino también –sobre todo– por ser el exponente de los criterios
“básicos” respecto de la institución en juego. Algunas veces se las ha llamado “principios”.
Y quizá esta terminología no ande desencaminada, aunque nos plantea el agudo y viejo
problema de los principios generales del derecho...”179.
Por último, la tercera cuestión hace referencia a la supletoriedad. La selección de normas
aplicables para la resolución de un caso concreto parte, según nuestra teoría de la inmediatez,
de la aplicación de la norma más próxima al caso a resolver. Esta sería una solución sencilla,
pero, en ocasiones, la resolución del caso implica la búsqueda de normas más alejadas o
genéricas, como ocurre en los supuestos de supletoriedad normativa, en los que una norma
perteneciente a un sector del Ordenamiento jurídico indica que las normas de dicho sector
son aplicables a otro sector cuando éste no regule una cuestión determinada. Estas normas
que establecen el régimen de supletoriedad pueden estar establecidas en la misma norma
supletoria (como ocurre con el art. 4.3 CC), o bien en la norma que efectúa la remisión a la
norma supletoria (por ejemplo, el art. 50 CCom). Ciertamente, en estos supuestos de llamadas
expresas a normas jurídicas alejadas del caso a resolver, la frontera más importante se encuen-
tra en la institución en la que se enmarca el problema jurídico, seguida de la del sector del
Ordenamiento jurídico de que se trate, pues implican casi siempre un cambio de principios
y reglas directivas con importantes consecuencias para el razonamiento jurídico-práctico.
La institucionalización del asunto, como primer acto del razonamiento jurídico-práctico,
conlleva la determinación de la institución jurídica soporte y el despliegue inmediato de la
constelación de principios y normas que configuran dicha institución, pero nuevamente puede
ocurrir que las normas que integran dicha institución no solventen el problema, en cuyo caso
la norma a aplicar debe ser externa al círculo normativo de la institución. En estos casos,
el razonamiento jurídico-práctico se vuelve totalmente sistemático, pues debe justificar la
aplicación de esa norma (o principio foráneo) y debe encajarlo dentro del régimen jurídico de
la institución (lo que no siempre es fácil). Piénsese por ejemplo en los casos en que se procede
a aplicar una norma civil (en virtud de la supletoriedad y el carácter de normativa común
de este sector del Ordenamiento, establecida expresamente en el art. 4.3 CC) en el Orden
laboral que se rige por principios y directrices en muchos casos opuestos al Derecho civil
179
DIEZ-PICAZO, Experiencias jurídicas y teoría del derecho, cit., págs. 200-201.
234 Óscar Buenaga Ceballos
(por ejemplo, el principio de indisponibilidad del art. 3.5 ET frente al principio de autonomía
privada del art. 1255 CC). El operador jurídico debe tomar la norma civil y someterla a los
principios del Orden laboral, pues la resolución del caso no puede suponer una vulneración
de estos principios. La norma no se puede tomar prestada sin más, sino que se produce un
inevitable engarce sistemático.
En general, puede decirse que los problemas de selección de la normativa aplicable
con carácter supletorio a la hora de resolver un asunto, deben solventarse atendiendo a los
principios que rigen la institución en general o bien los principios directores del sector del
Ordenamiento jurídico al que pertenezca el problema. En muchas ocasiones, existe un con-
junto de normas-principio, que son una serie de normas que por su formulación se asemejan
bastante a auténticos principios institucionales, como es el caso del art. 1902 CC, el 1101
CC, el art. 348 CC o el art. 8 ET (es decir, el fenómeno ya visto de la jerarquización interna
impropia). Estas normas dirigen la aplicación de otras normas más concretas de la institución
y hacen que la aplicación de éstas al caso concreto sea más clara.
Una peculiaridad que tiene el razonamiento jurídico cuando actúa a través de precedentes
judiciales es que no razona sobre normas o principios, sino que razona sobre un razonamiento
jurídico previo recogido en una sentencia. De este modo, se realiza una aplicación no del
Derecho directamente, sino que se está aplicando una previa aplicación del Derecho. Esta
situación hace que el razonamiento jurídico tenga que efectuar un camino de ida y vuelta,
ya que el operador jurídico que pretende aplicar un precedente, debe realizar operaciones de
abstracción de éste y obtener la ratio decidendi del mismo, esto es, obtener la norma jurídica
abstracta que se halla implícita en el mismo y que a su vez es una norma que desarrolla una
previa norma aplicada del Ordenamiento que ha devenido así en más concreta. Realizada
esta operación inductiva, debe volver a descender a la resolución del nuevo caso con el
precedente. Junto a esta operación de ida-vuelta, previamente el razonamiento jurídico opera
buscando las semejanzas y diferencias del nuevo caso con el resuelto por el precedente, para
determinar si procede su aplicación al caso.
En virtud de la teoría de la inmediatez normativa, resulta evidente que el camino más
directo e inmediato para resolver un caso es encontrar otra sentencia o resolución que haya
resuelto un caso similar. De hecho, en la práctica es lo que hacen jueces, abogados, registra-
dores, funcionarios, etc., que, a medida que van ganando experiencia, generan una estructura
mental de grupos de casos (lo que facilita la realización cada vez más inmediata y certera
del acto previo de institucionalización). Pero no sólo hay razones de eficacia y comodidad
en esta operativa; hay razones más profundas que tocan en la propia noción de justicia.
Efectivamente, uno de los contenidos de esta noción y que se predica de cualquier
decisión jurídica si quiere ser justa es tratar igualitariamente los casos sustancialmente
parecidos. Esta es una comprensión prejurídica de la justicia y que entra dentro de lo que
elusivamente se denomina el sentido común (la razón práctica). Obviamente, el primer
problema consiste en que es el operador jurídico quien debe determinar cuando un caso a
resolver es igual sustancialmente a otro resuelto, y esto puede y debe justificarse con arreglo
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 235
medida), dado que una parte va a esgrimir en su apoyo una o varias sentencias que entiende
aplicables porque resuelven un caso –o un aspecto del caso– semejante al del presente, y la
otra va a aportar otras sentencias contradictorias o, si no existen, va a intentar argumentar
que las sentencias aportadas de contrario no resuelven un caso similar, sino que son casos
distintos que determinan, en consecuencia, la inaplicabilidad de aquéllas. De este modo, el
juez tendrá que razonar y argumentar si considera las sentencias aplicables o no al presente
caso. Aquí no estamos ante una tarea meramente valorativa o de elección, sino de compa-
ración de supuestos de hechos con arreglo a estrictas categorías jurídicas, es decir, con un
razonamiento jurídico en toda regla, donde hallar la ratio decidendi es de menor importancia
que establecer la similitud de los supuestos de hecho de ambos casos.
ALEXY R., Teoría de la argumentación jurídica. La teoría del discurso racional como teoría de la
180
181
Cfr. PERELMAN, CH., La lógica jurídica y la nueva retórica, cit., pág. 103.
182
Cfr. LARENZ, K., Derecho justo. Fundamentos de Ética jurídica, Civitas, Madrid, 1985, págs. 32-35.
Este autor se ha planteado si todos los principios de un Derecho positivo son principios de lo que él denomina
“Derecho justo”, a lo cual da una respuesta negativa, pues entiende que existen unos principios denominados
intercambiables o neutrales cuya elección es una cuestión de técnica jurídica u oportunidad, no siendo por tanto
de principios de Derecho justo, los cuales deben ser observados necesariamente en un Derecho positivo (cfr.
págs. 37-38).
183
Ibidem, pág. 37. También, y de forma extensa, por el mismo autor en su obra Metodología de la Ciencia
del Derecho, cit., págs. 194 y ss.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 239
acontece con la dignidad humana). La justicia es el principio capital o vertebrador del De-
recho; es un principio prejurídico que inspira e impulsa al Derecho a su realización y a su
perfeccionamiento continuo en la historia, y que no sólo está en la cúspide sino que vuelve
a aparecer en el último peldaño, allí donde se dicta una decisión para resolver una cuestión
jurídica, por pequeña que ésta sea. No es sólo un movimiento que pueda describirse como
circular, sino que es también un principio que atraviesa e impregna todo el Ordenamiento
jurídico.
Según hemos señalado, los principios pueden estructurarse en cuatro grandes niveles de
actuación en el Ordenamiento jurídico:
1. Nivel superior o fundamentador: el principio de justicia.
2. Nivel de todo el Ordenamiento jurídico: principios establecidos en la norma cons-
titucional o en normas con rango o importancia paraconstitucional.
3. Nivel sectorial: principios básicos de cada una de las ramas del Ordenamiento jurí-
dico.
4. Nivel institucional: principios de cada una de las instituciones que conforman cada
parcela del Ordenamiento jurídico.
Lógicamente, no podemos detenernos a un análisis exhaustivo de cada uno de estos
principios, pero sí podemos realizar un ensayo de enumeración y pequeña descripción de
los más importantes, a los fines que nos interesan, esto es, su modo de utilización por el
razonamiento jurídico-práctico.
Respecto al principio de justicia, ya abordamos su estudio en relación con el razonamien-
to jurídico-práctico cuando estudiamos el carácter instrumental de las normas jurídicas. No
cabe duda que este principio (que, recuérdese, se despliega en una serie de criterios mínimos
de justicia) ostenta la cualidad de ser fundamento y elemento metodológico primario de
cualquier razonamiento jurídico y no sólo es, por tanto, un principio jurídico más.
Bajo el principio de justicia se encuentran los principios generales o comunes a todo el
Ordenamiento jurídico. Es importante señalar que estos principios deben ser considerados
como justos en el sentido de que deben reunir los criterios mínimos de justicia exigibles,
pero no existe un número limitado de estos principios, ya que con la evolución histórica de
los Ordenamientos jurídicos pueden ir apareciendo y configurándose principios nuevos e ir
desapareciendo otros.
Con ello quiere decirse que estos principios no se deducen o desprenden necesariamente
(de un modo lógico) del principio de justicia, sino que se construyen y formulan por vía
inductiva en muchas ocasiones. En todo caso, sí puede decirse que algunos de ellos tienen una
mayor proximidad al principio de justicia y ostentan por ello una formulación más universal
(los denominados tradicionalmente principios de Derecho natural), mientras que otros están
más alejados y su formulación suele operar por vía inductiva respecto del concreto Ordena-
miento jurídico al que pertenecen (caso de los principios básicos de esa comunidad social),
que es el que los dota de un contenido material concreto. Los principios del Ordenamiento
jurídico se conforman, pues, con una mezcla de criterios formales de justicia y de grandes
directrices o valores de un Ordenamiento jurídico concreto.
242 Óscar Buenaga Ceballos
Existe así una procedencia variada de estos principios, y eso conduce a su heteroge-
neidad, a distintos grados de generalidad en su formulación. Lo que sí tienen en común es
el adecuarse a los criterios mínimos que se derivan del principio de justicia y el tener una
tendencia a ser aplicados con preferencia a otros principios (fuerza expansiva o absoluta), lo
que conlleva que entre ellos exista una relación dialéctica o contradictoria. Cada principio
del Ordenamiento jurídico presenta una formulación abstracta que plasma una concreción
de uno o varios criterios de justicia o un valor material considerado esencial en una sociedad
determinada, y por tanto, es precisamente esta característica la que le dota de esa fuerza
expansiva. Esto hace que los principios generales del Ordenamiento jurídico choquen entre
sí e implique la existencia de fórmulas de consenso o coordinación entre los mismos. La
eliminación de uno de ellos por su incompatibilidad es posible, aunque difícil, dado que
al reunir estos principios directrices básicas de la sociedad, es bastante improbable que
esto ocurriese, salvo en el caso hipotético de que pudiéramos determinar que existan dos
principios en contraposición, y uno de ellos fuese justo relativamente y otro fuese justo
absolutamente, según la gradación que ya expusimos. Por ejemplo, la contradicción entre el
principio de justicia absoluto o primario y el principio de seguridad jurídica, que conlleva que
el Ordenamiento puede llegar a soluciones justas relativamente para preservar el principio
denominado de paz jurídica (caso de las instituciones de la prescripción o la cosa juzgada).
La denominada teoría o juicio de la ponderación de Alexy se ha formulado para explicar e
intentar resolver estos conflictos.
Estos principios fundamentales del Ordenamiento jurídico se recogen en los textos
constitucionales o paraconstitucionales. Así nuestra Constitución recoge como más im-
portantes: el Estado social y democrático de Derecho, los valores superiores (libertad,
igualdad, justicia y pluralismo político), la unidad indisoluble del Estado, los principios del
art. 9.3 (seguridad jurídica, interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos, etc.),
los derechos fundamentales, los derechos de los ciudadanos, los principios rectores de la
política social y económica, el principio de la separación de poderes (con los principios que
inspiran a cada poder), los principios básicos del sistema económico o los principios de la
Organización territorial del Estado.
Por su parte, el Título preliminar del CC contiene los principios básicos del sistema de
fuentes del Derecho.
Como tercer nivel, estarían los principios de los sectores fundamentales del Ordena-
miento jurídico.
Del propio texto constitucional se desprenden también una serie de principios que
corresponden a los grandes sectores o parcelas del Derecho, esto es, el Derecho penal, el
Derecho civil y mercantil, el Derecho administrativo y el Derecho laboral.
Estos principios sectoriales configuran todas las normas de estas ramas del Derecho,
determinando que todas las normas que se dicten o decisiones que adopten en aplicación de
las mismas respeten dichos principios constitucionales. Asimismo, también, estos principios
suponen que todas las normas de ese sector del Ordenamiento anteriores a la Constitución
vigente deben ser depuradas y ajustadas a aquéllos, lo que supone eliminar las incompatibles
e interpretar las restantes en el sentido que imponen los nuevos principios, lo que es muestra
evidente de la fuerza e inmediata aplicación de estos principios.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 243
Junto a las normas constitucionales, los principios básicos de los distintos sectores se
contienen en una serie de normas jurídicas básicas que regulan cada sector (Código penal,
civil, de comercio, la Ley de Régimen jurídico de las Administraciones Públicas y el Estatuto
de los Trabajadores). Lógicamente, junto a estas normas existen otras normas básicas que
completan lo que sería el estatuto jurídico básico de cada sector del Ordenamiento jurídico.
La formación de los principios de cada sector del Ordenamiento jurídico no se ha
efectuado solamente por su reconocimiento expreso, sino que en muchas ocasiones la ju-
risprudencia y la labor dogmática de la doctrina han sido determinantes en la construcción
y formulación de estos principios, extraídos mediante procesos sistemático-abstractivos de
las normas jurídicas que componen dichos sectores.
Conviene indicar también que existen principios con la misma denominación en distintos
sectores del Ordenamiento jurídico, pero que presentan una caracterización parcialmente
diferente en sus notas esenciales, y ello es debido a que entran en juego con otros principios
de ese sector del Ordenamiento que son distintos, y que determinan esas variaciones de
cada principio. Así el principio de confianza legítima (civil, mercantil, administrativo), el
de la autonomía privada (civil, mercantil, laboral), el de culpabilidad (penal, civil, laboral),
etc. Ello nos lleva a establecer la conclusión de que la relación entre los principios es la de
coordinación y complementación entre los mismos, en tanto no sean incompatibles en su
formulación con otros.
Como cuarto y último nivel están los principios de las instituciones jurídicas presentes
en nuestro Ordenamiento jurídico.
Dentro de cada sector del Ordenamiento jurídico, la categoría determinante y más im-
portante ha sido la de la institución jurídica. Esta categoría, preexistente socialmente en sus
rasgos básicos al Derecho, ha sido perfilada por la dogmática jurídica, y ha contribuido, en
mi opinión, más que ninguna otra a perfeccionar el Ordenamiento jurídico, hasta el punto
de que el funcionamiento elemental del razonamiento jurídico-práctico parte de ser un
pensamiento institucional, como ya expusimos en la parte correspondiente a los elementos
esenciales del razonamiento.
Los principios de las instituciones jurídicas, como en otros supuestos, proceden funda-
mentalmente de la abstracción de las normas que integran dicha institución, pero el carácter
sistemático que impregna la institución, determina que dichos principios deban acomodarse
a los principios de la rama del Ordenamiento jurídico a la que pertenece la institución.
Dado que ambos tipos de principios derivan normalmente de normas con idéntico rango
jerárquico, la relación entre ambos implica su mutua adecuación o coordinación (criterio de
la ley general-especial, por ejemplo), y en caso de imposibilidad, la derogación de alguno de
ellos con arreglo al principio de lex posterior derogat priori. Por otro lado, dichos principios
institucionales sí que deben acomodarse en su formulación a los principios establecidos
en normas jerárquicamente superiores, como es el caso de los principios constitucionales.
Sobre la intrínseca relación entre los principios generales del Derecho y las instituciones
jurídicas resultan clarividentes –y expuestas con una brillantez jurídica exquisita– las ideas
expresadas por García de Enterría en el prólogo a la traducción española del libro Tópica y
jurisprudencia de Viehweg. Señala el autor que en el mundo del Derecho “el plano valorativo
general al que suele llamarse Derecho Natural se hace presente sólo como ‘principios gene-
244 Óscar Buenaga Ceballos
187
GARCIA DE ENTERRIA, E., en el Prólogo a la traducción española del libro Tópica y jurisprudencia,
de VIEHWEG, ob.cit., págs. 18 y 19.
CAPÍTULO XIX.
LA SUBSUNCIÓN NORMATIVA DE LOS HECHOS (2):
LA INTERPRETACIÓN NORMATIVA
Una vez seleccionada o determinada la norma jurídica aplicable a los hechos del caso,
la siguiente tarea trascendental a la que se enfrenta el razonamiento jurídico-práctico es la
de realizar la interpretación de la norma o normas elegidas.
La interpretación de las normas jurídicas constituye siempre un punto crucial en cual-
quier investigación sobre la aplicación del Derecho, y no cabe duda que, en este sentido, es
una de las operaciones básicas del razonamiento jurídico-práctico.
Cuando en Derecho nos referimos a la tarea de interpretar, estamos hablando de inter-
pretar normas jurídicas, pudiendo ser entendida la misma en dos sentidos fundamentales.
Así, en primer lugar y como acepción más importante, interpretar una norma jurídica es
una operación consistente en que un jurista práctico toma el contenido abstracto y general de
una norma y lo utiliza para resolver el caso concreto que le ocupa. De este modo, toma los
datos concretos del caso y los datos abstractos de la norma comparándolos y estableciendo
si los datos reales tienen su encaje en los conceptos o expresiones generales que enumera
la norma.
En segundo lugar, es también una tarea interpretativa la que realiza el jurista teórico,
sólo que en este caso la interpretación no toma un componente práctico (a salvo que el jurista
teórico piense en un caso hipotético al realizar sus reflexiones, lo que en muchas ocasiones
ayuda al proceso teórico del pensamiento jurídico). La interpretación del jurista teórico
adquiere otra finalidad, que es esencialmente la de la interpretación sistemática derivada de
la pretensión de integridad del Ordenamiento jurídico, que excluye cualquier contradicción
interna, y que determina que las normas jurídicas deben interpretarse de forma que no se
produzcan contradicciones no sólo normativas sino también de sentido y definición en los
términos lingüísticos utilizados, sean del lenguaje ordinario o pertenezcan al lenguaje jurídico
246 Óscar Buenaga Ceballos
188
En este sentido, GUASTINI ha señalado que “constituye interpretación cualquier atribución de significado
a un texto normativo, independientemente de las dudas y controversias. Cualquier texto normativo, en cualquier
situación, necesita interpretación. O dicho de otra forma, cualquier atribución de significado a un texto normativo
constituye interpretación” (GUASTINI, R., Interpretar y argumentar, cit., pág. 342).
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 247
Otro punto que debe tenerse en cuenta es que nos encontramos también con aquellos
supuestos en los que el texto de la norma no está redactado con claridad por distintas razones
(sintácticas, vaguedad o ambigüedad de los términos utilizados) y que muchas veces obede-
cen no sólo a defectos de técnica legislativa, sino también a que la norma ha sido objeto de
debates en su elaboración y ha adoptado una redacción ambigua de compromiso entre las
distintas fuerzas que han intervenido en la génesis de la misma. En estos supuestos, el jurista
práctico que tiene que aplicar dicha norma al caso a resolver se encuentra con la dificultad
añadida a cualquier tarea interpretativa ante una norma que presenta un alto contenido de
imprecisión.
Ante estas situaciones, se impone una previa clarificación o interpretación de la norma
en sí, antes de ser aplicada al caso concreto. Es decir, se impone un interpretación a nivel
abstracto de lo que la norma quiere significar. En este sentido, resulta evidente que debe
acudirse a los cánones o reglas interpretativas que establece el propio Ordenamiento jurídico
para resolver esta cuestión (teleológico, sistemático, lógico, histórico, etc.) y en todo caso,
la conclusión interpretativa a la que se haya llegado deberá ser justificada (argumentada)
con criterios jurídicos. Después de que hayamos conseguido una máxima clarificación del
enunciado abstracto de la norma, es cuando, evidentemente, podremos pasar a resolver el
problema concreto.
En estos casos de textos normativos oscuros o ambiguos, una vez solucionada esta
ambigüedad y justificada normativamente la interpretación concluida, el paso de adecuar los
datos del caso concreto al texto abstracto deberá realizarse de acuerdo con los criterios que
hemos expuesto más arriba. Esta situación puede suponer que, por razones sistemáticas o
de justicia, debamos reconsiderar la interpretación abstracta elegida en un primer momento
y modificarla por otra interpretación acorde al Ordenamiento que nos conduzca a una reso-
lución más justa del problema planteado.
Para realizar la tarea interpretativa, el jurista práctico cuenta con una serie de reglas o
cánones interpretativos establecidos normalmente de manera explícita en el Ordenamiento,
pero que también pueden deducirse de manera implícita, como es el caso de los derivados
de los textos constitucionales, de los principios generales de un sector del Ordenamiento o
de una institución jurídica, que también dirigen y guían (como los cánones interpretativos)
cualquier acción interpretativa de una norma para resolver un caso concreto.
La cuestión de los cánones interpretativos (también denominados criterios hermenéuti-
cos) plantea ante todo el problema de su jerarquía, existiendo como problemas secundarios
el de si estos cánones constituyen (tienen el rango de) normas jurídicas (y consecuentemente
es obligatorio su seguimiento) y de si se trata de un numerus clausus en su enumeración.
Comenzando por la cuestión de la jerarquía, en nuestra opinión, sí existe un rango jerár-
quico implícito que determina una prelación en la utilización de los cánones interpretativos.
Decimos implícito porque el Código Civil no establece ninguna norma expresa que determine
su uso, lo que parece abogar por la tesis de que el jurista que aplique el Derecho en cada
248 Óscar Buenaga Ceballos
caso pueda elegir uno u otro según le convenga o necesite, lo cual contradice el proceder
del razonamiento jurídico que siempre debe actuar guiado y justificado por argumentos
normativos que el Ordenamiento siempre suministra (explícita o implícitamente, según
nuestra opinión). Existe también, como acabamos de referir, una cierta tendencia a pensar
que las normas jurídicas se deben interpretar en primer lugar en su sentido literal (principio
clásico in claris non fit interpretatio), atendiendo a una opinión típica de la Escuela de la
exégesis de que si la norma está clara no hay nada que interpretar.
En nuestra opinión, nada de eso es así, pues existe un rango jerárquico entre los cánones
interpretativos. No está explicitado por nuestro Ordenamiento, pero sí es implícito y se de-
riva de la propia configuración del Ordenamiento jurídico y de su pretensión de integridad
sistemática. Es así que su aspiración a la unidad, plenitud y coherencia es la que determina
un rango jerárquico existente entre los cánones interpretativos.
En primer lugar, la interpretación literal de la norma no es la primera interpretación que
ha de darse a la norma, sino la última. Si partimos de que las normas jurídicas tienen un
carácter instrumental, en el sentido de que son instrumentos flexibles para la determinación
de la solución justa en cada caso concreto, es evidente que una interpretación literal de
las mismas conlleva una rigidez interpretativa que hace difícil su acomodo a las distintas
situaciones. Puede ocurrir en ocasiones que una interpretación literal resuelva un caso de la
manera más justa, pero si el caso reviste alguna complejidad –y en mayor o menor medida
es así en muchas ocasiones de la práctica por los detalles irrepetibles que presenta cada
litigio– la interpretación literal impide la utilización de esa norma jurídica de una forma
adecuada, intentando el decisor soslayar argumentativamente la aplicación de esa norma o
acudir a la equidad con justificaciones que normativamente se hallan en el filo y que rozan
los límites de la discrecionalidad permitida. Si partimos de que no hay dos conflictos iguales
en la práctica, es evidente que las diferencias casuísticas casan inadecuadamente con la
formulación abstracta de la norma, especialmente la parte del supuesto de hecho-tipo que
contiene, con lo que partir de que la primera interpretación que deba hacerse es la literal
parece completamente desacertado. Además, la propia referencia a los términos literales de
una norma es una noción confusa porque ¿qué significa el sentido literal de una norma?.
El uso del lenguaje –jurídico y ordinario– en la norma puede ser realizado en un sentido
determinado al ser dictada la norma, pero dicho sentido (aunque la palabra siga siendo la
misma) puede variar con las modificaciones jurídicas generales que se produzcan en el
Ordenamiento jurídico (por ejemplo, la aparición de un nuevo texto constitucional) o con
la evolución de la sociedad, la ciencia o la técnica, que determinan que el significado social
de la palabra cambie.
En segundo lugar, el primer canon interpretativo que debe utilizarse, en nuestra opinión,
es el sistemático (o lógico-sistemático si se prefiere esta denominación). Este canon se halla
en la cúspide jerárquica no porque el Ordenamiento jurídico contenga una norma explícita
que así lo establezca –que, por otra parte, podría existir, aunque no es el caso de nuestro
Derecho–, sino por razones derivadas de la configuración del Ordenamiento jurídico como
sistema. Es así que una norma jurídica debe ser interpretada en primer lugar en su conside-
ración como parte de un todo, de un conjunto que es el Ordenamiento jurídico. Si una norma
no se interpreta sistemáticamente en primer lugar, se estaría realizando una interpretación
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 249
dicha norma a los valores y creencias sociales del momento en que se aplican. Acudir a una
interpretación histórica del sentido que tuvo una norma antigua al momento de su publicación
puede resultar útil en determinados casos, pero dicha interpretación queda siempre supeditada
al momento de su aplicación concreta para resolver el problema jurídico y a su acomodo al
Ordenamiento jurídico actual.
Tras la atención a la finalidad de la norma, es cuando la norma ha de ser interpretada
en su sentido literal, lo que implica que su texto haya de ser analizado en primer término
de acuerdo con el lenguaje jurídico y no en su sentido de lenguaje común o gramatical.
Esto es así, porque el Derecho se expresa en el lenguaje ordinario, pero con una pretensión
de precisión terminológica (otro elemento fundamental del razonamiento jurídico, según
vimos), lo que hace que construya conceptos jurídicos más precisos que el lenguaje común.
De este modo, cuando una norma utiliza un concepto o término que en el Derecho tenga un
significado especial, esta debe ser la interpretación literal que primeramente debemos seguir.
Es más, probablemente otras normas la utilicen en el mismo sentido, con lo que razones
nuevamente lógico-sistemáticas se imponen. De tratarse de la interpretación de términos no
jurídicos, es decir, del lenguaje ordinario, es cuando la interpretación es literal atendiendo
a la interpretación usual del lenguaje, con los consecuentes problemas de vaguedad, sintác-
ticos o gramaticales. Sin embargo, aún en este caso, debe precisarse que la interpretación
del lenguaje de una norma ha de hacerse siempre sin olvidar que la norma jurídica es un
instrumento para llegar a una solución justa de un problema, y por tanto, aún moviéndonos en
una interpretación del lenguaje corriente ésta ha de realizarse de la forma que se consiga una
resolución más justa de la cuestión jurídica. Por dicho motivo, usar el canon de la literalidad
de la ley para llegar a una interpretación de la norma que contradiga otras del sistema es
también absurdo y contrario al mismo principio de coherencia del Ordenamiento.
El uso de los cánones de interpretación plantea otra cuestión relacionada con la jerarquía
de los mismos en su utilización, que es la de la posibilidad de ser usados conjuntamente
y, más aún, si deben usarse conjuntamente. De este modo, la cuestión es si los cánones o
criterios interpretativos se presentan como alternativas argumentativas, esto es, si el jurista
puede acudir a uno u otro según le convenga a sus intereses, o, en el caso del juez, si puede
elegir una u otra interpretación de la norma con arreglo a uno de estos cánones en función
de la decisión a la que tiene previsto llegar y ha intuido ya. Por otro lado, la otra posibilidad
es considerar si cabe la utilización conjunta de varios cánones interpretativos y si esta
posibilidad refuerza aún más la interpretación elegida. En el extremo, estaría la tercera
posibilidad, que consistiría en afirmar que los cánones interpretativos no sólo pueden ser
usados conjuntamente, sino que, además, deben ser usados conjuntamente, de tal modo
que la aplicación de una norma a un caso concreto debe, por así decirlo, pasar un test de
conformidad o adecuación a todos los cánones de interpretación, o, al menos, no oponerse
a ninguno de ellos de modo manifiesto.
En nuestra opinión, tales problemas quedan resueltos con las consideraciones que hemos
analizado de la interpretación sistemática de la norma a aplicar, ya que los principios jurí-
dicos de la institución jurídica, del sector del Ordenamiento al que pertenece y los propios
principios generales del Ordenamiento jurídico aportan argumentos jurídicos que delimitan
y justifican qué cánones interpretativos deben aplicarse y con qué extensión.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 251
Bajo nuestro punto de vista, los cánones de interpretación de las normas establecen
unos auténticos lugares comunes jurídicos que están normativizados, dado que las normas
jurídicas que los regulan suministran puntos de vista al práctico del Derecho para interpretar
una norma dada en relación con la resolución de un caso.
En el apartado anterior hemos referido que, a nuestro parecer, sí existe una jerarquía
implícita entre dichos cánones, o por decirlo más exactamente: todos ellos se encuentran
vinculados al principio sistemático del Ordenamiento jurídico. Es decir, la norma jurídica
siempre debe ser interpretada como perteneciente a un sistema, por lo que esta pertenencia
eliminará en muchos casos la aplicación de algunos de los cánones de la interpretación a
favor de otros, y permitirá en muchos casos la aplicación de varios a un tiempo porque no
se contradicen. En caso contrario, estaríamos defendiendo interpretaciones que llevan a la
ruptura del principio del Ordenamiento jurídico como sistema, algo contrario a los plantea-
mientos más esenciales de un Derecho moderno, predecible y que dota de soluciones justas
a los conflictos planteados dentro de un sistema coherente.
En relación con la interpretación de las normas, debemos hacer referencia también a la
existencia en el Ordenamiento jurídico de normas o principios, explícita o implícitamente
recogidos, que indican que determinadas normas deben interpretarse a favor de determinados
colectivos. Sin duda, constituyen cánones interpretativos, por cuanto dirigen la interpretación
normativa en un sentido protector de determinados colectivos. Tal el caso de las normas
que afecten a menores, las mujeres en el ámbito profesional, la familia, los minusválidos,
los consumidores o a los trabajadores, entre otros, teniendo muchas de ellas incluso rango
constitucional (configurándose como principios rectores de la política social y económica).
El problema que se plantea en estos casos es cómo se relacionan estos principios
interpretativos llamémosles subjetivos (dado que atienden a una cualidad en los sujetos
destinatarios de las normas) con los cánones interpretativos de las normas. ¿Desplazan a
la interpretación sistemática, por ejemplo? ¿justifican apartamientos interpretativos de la
literalidad del precepto? ¿Condicionan incluso los criterios mínimos de justicia, como el
tratamiento igualitario? En este sentido, creemos conveniente situar su posición jurídico-
sistemática en el Ordenamiento jurídico para así determinar cuál es su operatividad en el
razonamiento jurídico-práctico.
En primer lugar, estos principios pueden aparecer formulados expresamente en una
norma jurídica, pero también pueden haberse elaborado doctrinal o jurisprudencialmente en
atención a la finalidad de un conjunto normativo específico en el Ordenamiento jurídico. En
este aspecto, su plasmación normativa (por ejemplo, a nivel constitucional) puede indicar
por su mismo rango jerárquico, que deban ser respetados incluso por el legislador, y no sólo
por el órgano aplicador del Derecho.
En segundo lugar, la formulación de tales principios indica que existe una norma o grupo
normativo en el Ordenamiento jurídico con una finalidad protectora o tuitiva de un colectivo
específico de sujetos con determinadas cualidades personales o profesionales (el menor, la
mujer en el ámbito profesional, el consumidor, el trabajador, etc.). Esta finalidad protectora
afecta al propio principio de justicia que rige y dirige el Derecho. Más en concreto, afecta a
252 Óscar Buenaga Ceballos
uno de los criterios de justicia que conforman dicho principio: el del tratamiento igualitario.
Así, este criterio de justicia supone que deban tratarse (pero también regularse, en este caso
que analizamos) de forma igual situaciones semejantes, por lo que las situaciones distintas
pueden (deben) tratarse de forma desigual, pero precisamente para conseguir una igualdad
real respecto de un colectivo de sujetos que se considera débil o inferior (por las antedichas
circunstancias personales, económicas o profesionales). En este sentido, el principio de
justicia actúa en busca del principio de igualdad, primando éste más que su par dialéctico
que es el principio de libertad.
El Derecho obedece a este esquema trazado, ya que usa el lenguaje ordinario junto a
una serie de términos técnicos para expresarse. Sin embargo, presenta una peculiaridad im-
portante, derivada de su consideración como ciencia práctica, y es que la formulación de las
normas jurídicas describe con un lenguaje abstracto, mezcla de términos comunes y técnicos
(propios o importados de otras disciplinas), conductas o hechos que acontecen en la realidad,
previendo para ello consecuencias jurídicas (hechos o conductas ideales que deben ocurrir
si acontece la conducta o hecho descrita como hecho real de la norma). En este sentido,
en cada acto de aplicación de la norma jurídica al caso concreto (subsunción) se produce
siempre un acto de interpretación de lo que la norma jurídica abstracta quiere decir y de si
se refiere o incluye lo sucedido en el caso real. Hay, por así decirlo, una actividad constante
de reinterpretación de la norma en cada caso, y lo que es también importante resaltar, esta
interpretación la realizan innumerables operadores jurídicos diferentes.
De ahí, que establecer como regla de interpretación la de que deba atenderse al signifi-
cado común de los términos que utiliza la norma es decir bien poco, ya que estos términos
son abstractos y están sujetos a interpretación siempre. El problema se agudiza si además
los términos son abstractos y ambiguos o vagos, lo cual no es nada infrecuente en el mundo
jurídico.
Como ya hemos dicho con anterioridad, en nuestra opinión, la cuestión de la interpre-
tación literal de las normas jurídicas que vayan a ser utilizadas o aplicadas debe ser resuelta
acudiendo a la utilización de otros criterios interpretativos y lo que es más importante, a la
consideración instrumental de las normas como reglas que persiguen la solución justa de
un conflicto. En muchas ocasiones, el empecinamiento en una interpretación literal de una
norma lo que hace es aflorar que una o varias palabras o expresiones de la misma presentan
varios significados y que hay que elegir uno de ellos, con lo que lejos de resolver el conflicto
lo que se consigue es empeorar la situación; y evidentemente el Derecho no está para eso,
sino para lo contrario.
En cambio, la consideración instrumental de las normas jurídicas dota a éstas de flexibi-
lidad en su interpretación literal, lo que no significa que se puedan manipular arbitrariamente
por el operador jurídico. En este sentido, existen una serie de directrices superiores que
dirigen la interpretación literal que se haga de cualquier norma.
La primera directriz es, evidentemente, la de realizar una interpretación que conduzca a
una solución justa del problema. Este es un enfoque demasiado general, pero es importante
tener de forma constante en mente que dentro de las interpretaciones literales posibles, deben
desecharse aquellas interpretaciones que conduzcan a soluciones absurdas (injustas per se)
o que no respeten los criterios mínimos de justicia.
La segunda directriz es que el planteamiento de una interpretación literal de una norma
jurídica tiende al aislamiento de esa norma respecto del resto del Ordenamiento jurídico,
cuando debemos advertir que cada acto aplicativo de una norma jurídica lo es de todo el
Ordenamiento jurídico en su conjunto. No se trata, evidentemente, de que se aplique todo
el Ordenamiento jurídico a un tiempo para resolver un caso, sino de que la resolución del
caso pone en marcha todo el Sistema, el cual suministra las normas o principios jurídicos
necesarios para la resolución del problema. Este planteamiento nos lleva a establecer la con-
sideración de que cualquier interpretación literal de la norma está sujeta a una interpretación
254 Óscar Buenaga Ceballos
sistemática de la misma. Esto es, que lo que la norma quiere decir adquiere sólo significado
dentro de su consideración conjunta con el resto de las normas y principios del Ordenamiento.
En este sentido, la interpretación literal de una norma es siempre una interpretación incom-
pleta, porque con independencia de los problemas que presenten los términos o expresiones
que utiliza, la norma está afirmando implícitamente muchas otras cosas, sus términos están
atrayendo y poniendo en consideración otras normas y principios del Ordenamiento. Cada
afirmación normativa lleva ínsita otra serie de normas jurídicas y principios relacionados
con la misma que no resultan visibles, pero que están ahí latentes. Este círculo normativo
se deriva de la pertenencia de la norma jurídica aplicada a un Ordenamiento jurídico sis-
temático, en el cual no es posible interpretaciones aisladas de sus normas. Toda esta serie
de normas y principios jurídicos implícitos en la norma a aplicar se manifiestan solamente
cuando procedemos a aplicar esa norma al caso concreto, y además, no se manifiestan en
su totalidad, sino solamente en la medida necesaria para resolver el problema. Es cada caso
concreto con sus irrepetibles circunstancias el que activa la presencia de esta constelación
de normas implícitas.
Este fenómeno que hemos descrito tiene relación directa con la derrotabilidad de las
normas jurídicas, que es una cualidad que se afirma de las normas que están sujetas a excep-
ciones implícitas no especificadas. Estas excepciones son precisamente un claro ejemplo
de lo que hemos expuesto anteriormente, es decir, son excepciones implícitas en esa norma
pero explícitas en otra, en el sentido de que su consideración surge de estar contempladas
explícitamente en otra norma o principio jurídico del Ordenamiento jurídico. La tesis an-
tedicha de que la aplicación de una norma jurídica pone en marcha a todo el Ordenamiento
jurídico explica perfectamente el fenómeno de la derrotabilidad normativa.
Solamente cuando tenemos en mente el carácter instrumental de las normas, su tendencia
a resolver justamente el caso y su pertenencia a un sistema jurídico, es cuando podemos
proceder a la interpretación literal de sus términos, la cual puede permitir varias elecciones
interpretativas en los casos dudosos, debiéndose en este caso acudir a otros criterios jurídicos
para elegir el significado del término, como puede ser el significado que dan a ese término
otras normas del Ordenamiento que lo utilicen, el sentido que le da el legislador y que se
desprenda de la Exposición de motivos de la norma, y finalmente, en caso de no resolverse
la duda así, es cuando deberá elegirse el significado del lenguaje ordinario que contribuya
a una resolución más justa del problema, para lo cual debe atenderse a una valoración de
conjunto del caso concreto. Evidentemente, cuando nos encontramos con términos técnicos
(sean jurídicos o de otra disciplina), la precisión que acompaña a este tipo de terminología
eliminará la mayor parte de las dudas que se planteen.
El peligro de la interpretación literal de una norma sin que se entienda que ésta ha de
ser enmarcada en un Ordenamiento jurídico, atravesado de punta a cabo por un conjunto
de valores, principios y normas generales y orientada siempre a la finalidad de obtener una
solución justa del problema, radica precisamente en una falta de dirección interpretativa.
Con esta expresión queremos indicar que la utilización de dos técnicas tan usuales en la
argumentación general y usadas en Derecho como son el argumento a simili y a contrario
pueden llevar a resultados nefastos en la interpretación literal de una norma. Piénsese por
ejemplo que cuando el art. 11.2 CE indica que “ningún español de origen podrá ser privado
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 255
pregunta es por qué el operador jurídico entiende que esa situación de vacío debe regularse
y resolverse de una forma distinta a considerar que el legislador ha decidido no regular dicha
situación. La respuesta es precisamente esa: que el legislador ha querido regular esa situación,
y a esa conclusión se llega al analizar el ámbito fáctico general de las normas en las que
se inserta la laguna, deduciéndose que esa situación entra dentro de ese ámbito fáctico. El
recurso a la analogía o la creación de una norma jurídica nueva con base en los principios
jurídicos generales de la institución jurídica en la que se inserta la laguna, evidencian la
existencia de una regulación implícita del supuesto lagunoso, una intención implícita del
legislador de regular esa situación.
El recurso a la analogía para dotar de una regulación normativa a una laguna jurídica no
solamente implica la utilización de una argumentación a simili, sino que, en algunos casos,
el tipo de argumento utilizado es el a fortiori, tanto en su versión a majori ad minus como su
reverso de a minori ad majus. Mientras que la analogía se basa normalmente en la existen-
cia de identidad de razón entre dos supuestos, se recurre también a la analogía en aquellos
supuestos que no sólo presentan una identidad de razón, sino incluso una razón reforzada,
es decir, existe una razón aún mayor para aplicar una norma analógicamente al supuesto
respecto del cual se predica la existencia de una laguna. Este es el esquema precisamente
del argumento a fortiori (con más motivo o mayor razón). Su forma a majori ad minus se
aplica a las normas que confieran derechos o situaciones ventajosas en general (si se permite
lo más, se permite lo menos). En cambio su reverso a minori ad majus se aplica a las normas
que establezcan obligaciones, prohibiciones o situaciones desventajosas (por ejemplo, si se
prohíbe lesionar, se prohíbe matar).
La denominada interpretación restrictiva de una norma jurídica es un fenómeno con-
trario a la interpretación extensiva, que lleva en su límite más lejano al recurso analógico
(sea analogía legis, aplicando otra norma, o sea analogía iuris, creando una nueva norma
mediante el recurso a los principios jurídicos). La interpretación restrictiva de una norma
conlleva su inaplicación analógica a otros supuestos carentes de regulación, porque afirma
que son sustancialmente distintos. La indeterminación del lenguaje jurídico supone que una
norma jurídica al contemplar un supuesto de hecho, éste alberga en sí una serie de supuestos
concretos claros, otros dudosos, y otros a los que claramente no se aplica. En este sentido,
la interpretación restrictiva excluiría también a los dudosos (mientras que la extensiva los
acogería).
La interpretación restrictiva adquiere su máxima expresión en la construcción de ex-
cepciones implícitas en las normas jurídicas. Cuando en una norma jurídica se construye
una excepción implícita, el resultado es la derrota de esa norma, se dice que la norma es
derrotable. Se produce en estos casos, una situación en la que la norma jurídica tal y como
aparece formulada en el texto legal es sólo una apariencia de norma, mientras que su ver-
dadero contenido se esconde dentro y es más restrictivo (por contener excepciones) que el
texto aparente. Estas excepciones implícitas implican que el legislador quiso establecer esa
excepción, pero no lo hizo por no haberla considerado en ese momento. De este modo, el
supuesto de hecho que expresa la norma, aún tomado en su literalidad, debe ser aún más
reducido o estricto al tener en consideración esas excepciones implícitas. Como hemos
dicho en otro lugar, en nuestra opinión, esas excepciones implícitas se derivan de que cada
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 257
Veamos ahora el canon interpretativo que apela a la denominada voluntad del legislador.
Obviamente, se trata de una expresión figurada, especialmente en el Derecho moderno, donde
los textos legales se elaboran por técnicos desconocidos, para luego ser perfilados por el
Gobierno o el grupo político que presenta una propuesta de norma. A nivel constitucional o a
nivel legal, las normas se aprueban previo debate parlamentario, y sólo cuando un Gobierno
tiene la mayoría política suficiente puede decirse que una ley parte de un solo grupo ideo-
lógico. En todo caso, el legislador no es sólo una ficción sino también una figura compleja.
Desde este punto de vista, la determinación de la voluntad o la intención del legislador a la
hora de aprobar una norma puede detectarse fundamentalmente en la Exposición de motivos
258 Óscar Buenaga Ceballos
de la ley, y sólo de no estar expresada en dicha Exposición habría de acudirse a los trabajos
preparatorios de la ley.
Pero al intérprete de una norma no puede exigírsele tamaño esfuerzo, porque todo lo
más que puede alegar en relación con la voluntad del legislador es lo que se señala en alguna
norma general de la propia ley o en la Exposición de motivos de la ley (si es que indica algo
respecto de la norma en cuestión que quiere ser interpretada; piénsese en las llamadas leyes
ómnibus, cuyas Exposiciones de motivos son un conglomerado de justificaciones incom-
pletas de los preceptos que incluyen, y sin referencia alguna a las disposiciones adicionales
que incorporan, que, en ocasiones, superan en número al articulado del texto principal). Si
la Exposición o la propia ley no indica nada, aquí se termina la posible utilización de este
criterio interpretativo, ya que no es posible encontrar una expresión objetiva ni de la voluntad
del legislador ni la de ley, que, por una elemental coherencia racional que preside el Dere-
cho, han de ser forzosamente las mismas. En otro caso, la posible divergencia nos lleva a
pensar que el legislador elaboró y aprobó (tras un proceso de debate que excluye todo error
espontáneo) una ley que no quería realizar, lo cual es impensable racionalmente hablando.
Por otro lado, el denominado canon interpretativo de la voluntad del legislador conlleva
otros problemas. Partiendo de que el texto normativo contiene alguna norma general o una
Exposición de motivos que establezca inequívocamente la voluntad o intención del legisla-
dor, cabe plantearse el problema de cómo el intérprete debe usar esta voluntad para interpretar
la norma en cuestión. Piénsese, por poner un ejemplo reciente, en la última reforma laboral
de calado del año 2012, o, mejor aún, en cualquier reforma laboral que se realiza y que afecta
siempre, y fundamentalmente, a la ley básica que regula las relaciones laborales en nuestro
país, el Estatuto de los Trabajadores. En este sentido, todo el mundo estará de acuerdo en que
una de las finalidades fundamentales de toda reforma laboral es la creación de empleo. Si esto
es así, ¿cómo hay que interpretar las normas que facilitan la realización de despidos? ¿acaso
no contradicen estas normas la voluntad del legislador, desde este punto de vista? En este
supuesto, parece que interpretar una norma laboral integrante de la institución del despido
debe ser siempre hecha rigurosa y restrictivamente respecto de esta potestad disciplinaria del
empleador, pues el despido de un trabajador –indiscutiblemente– no contribuye a la creación
de empleo. Y nada digamos si acudiendo al canon interpretativo sistemático aplicamos el
principio pro operario que rige el Ordenamiento laboral para interpretar la norma en cuestión.
Otro problema que plantea la voluntad del legislador es su relación con las lagunas o
vacíos normativos que presenta una ley. En este sentido, parece bastante lógico pensar que si
el legislador no regula alguna situación o aspecto, el argumento interpretativo de la voluntad
del legislador nos lleva a pensar que el legislador no quería regular esa situación, por lo que
en aplicación de este canon interpretativo debe rechazarse cualquier solución analógica o
de utilización de argumentaciones a simili, lo cual es absurdo.
Por otra parte, aún estando clara cuál sea la voluntad del legislador, cabe plantearse si
debe atenderse a esta interpretación cuando la ley ya es antigua y las circunstancias polí-
ticas, sociales o económicas, entre otras, han cambiado. En esta tesitura, es pensable que
si el legislador de entonces contemplase su ley en las circunstancias actuales seguramente
hubiera dictado otra. También, en relación con esta cuestión, está el dato de que las leyes
antiguas han sido modificadas en innumerables ocasiones (expresa y tácitamente) de forma
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 259
parcial, con lo que sería necesario realizar una especie de recomposición de la voluntad del
legislador, ya que en estos casos concurren muchos legisladores diferentes.
Por último, en relación con la voluntad del legislador, es preciso referirnos a la denomi-
nada interpretación auténtica de las normas, que es aquella que hace el propio legislador de
las normas que dicta. No es frecuente, pero existen supuestos de normas jurídicas en las que
el legislador establece una lista de definiciones de los términos que utiliza en la ley, con lo
que indudablemente está realizando ya una tarea interpretativa (La Ley de Ordenación de la
Edificación sería un caso; muchas normas europeas también).
que el legislador sólo pretende derogar las normas previas lo estrictamente necesario, a fin
de evitar la creación de las mínimas lagunas posibles.
Pero esta coherencia general debe ser correctamente entendida, pues la propia confi-
guración del Ordenamiento jurídico determina que la coherencia de una norma jurídica ha
de ser progresiva o escalonada. Dentro de la genérica abstracción de la noción de Sistema
jurídico, la configuración estructural del mismo engloba varios subsistemas jurídicos, y
fundamentalmente dos niveles de círculos concéntricos que son los conformados por los
subsistemas jurídicos de cada una de las ramas del Derecho (civil, mercantil, penal, adminis-
trativo, social) y los círculos normativos que conforman las distintas instituciones jurídicas
que integran cada una de estas ramas.
El Ordenamiento jurídico tiene un esquema axiológico general y común aplicable a todas
sus normas, pero dentro del mismo existen dos grandes niveles de círculos concéntricos.
Como primer nivel de círculos concéntricos están los subsistemas jurídicos que coinciden
con las ramas del Derecho y que deben su existencia a una serie de principios o directrices
básicas que rigen su funcionamiento, los cuales recogen un determinado esquema axiológico
especial que expresa una manifestación concreta del principio general de justicia y que es
precisamente el que justifica la existencia de cada una de esas ramas del Derecho. Por eso
es correcto hablar también de Ordenamiento penal, civil, mercantil, administrativo o laboral
para referirnos a estos subsistemas jurídicos.
Como segundo gran nivel de círculos están los conformados por las distintas institucio-
nes jurídicas que integran y vertebran cada una de las ramas del Derecho. Las instituciones
jurídicas también se rigen por una serie de principios y directrices que aglutinan las normas
jurídicas que las integran, y constituyen, como ya vimos, el gran centro neurálgico del Dere-
cho, pues su origen no es científico ni dogmático, aunque se hayan perfilado y desarrollado
por la ciencia del Derecho. Más bien, el jurista teórico ha descubierto inductivamente las
instituciones jurídicas, que ya existían en la realidad, al tratarse de grupos típicos y reiterados
de conflictos sociales y las soluciones jurídicas dadas a los mismos.
La norma jurídica debe ser coherente, pero esta coherencia, esta contextualización de
la norma para su adecuación sistemática al Ordenamiento jurídico, debe realizarse escalo-
nadamente en los tres grandes niveles estructurales del Ordenamiento, comenzando por el
más próximo a la norma jurídica a interpretar o aplicar (lo cual tiene una evidente conexión
con la teoría de la inmediatez normativa).
De ahí, que la interpretación sistemática de una norma deba comenzar por su inter-
pretación dentro de la institución jurídica en la que se integra (esta integración tiene lugar
en el ámbito aplicativo mediante el acto previo de institucionalización). En este punto, la
coherencia determina que el problema jurídico que pretende resolver esa norma (su supuesto
de hecho) pertenece al grupo de problemas que integra esa institución y por tanto debe
darse la coherencia entre todas las normas jurídicas de la institución, debiendo realizarse la
interpretación de la norma que mejor se acomode al resto.
Superado ese nivel de coherencia, el siguiente nivel lo determina la integración de la
norma en una determinada rama del Ordenamiento jurídico. En este estadio, la norma no
debe contradecir los principios y directrices que rigen este subsistema jurídico, ya que en
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 261
el cual en el mismo texto en el que figura el término puede formular una definición, o puede
realizar una remisión a la definición del término que realiza en otro texto normativo, o incluso
aprobar una ley interpretativa. En estos casos, que usualmente se denominan “interpretación
auténtica”, es evidente la obligatoriedad del aplicador del Derecho de seguir esos significados
dados por el legislador, pues una definición legal o una remisión normativa son normas jurídi-
cas que, evidentemente, es preciso acatar en cualquier razonamiento normativo que se haga.
Por otra parte, también en relación con la interpretación sistemática, es preciso hacer re-
ferencia a la incidencia del principio de jerarquía normativa. En este sentido, la interpretación
sistemática de una norma determina evidentemente atender al rango jerárquico de dicha nor-
ma en el sistema de fuentes, de tal modo que, desde este punto de vista, la interpretación que
se haga de dicha norma debe respetar lo dispuesto en normas de rango jerárquico superior.
De esta manera, la supremacía axiológica de la Constitución que hemos visto en cuanto
norma que recoge los principios generales del Ordenamiento se refuerza aún más por su
supremacía jerárquica, siendo tachadas de inconstitucionales las interpretaciones sistemáticas
que lleven a consideraciones contrarias a la Constitución. Pero, igualmente, la jerarquía
del resto de las fuentes del Derecho (incluyendo normas de la Unión Europea, Tratados
internacionales, leyes y reglamentos) determina igualmente que cualquier interpretación
sistemática de una norma dada, debe acatar y ajustarse a lo que dispongan sus normas jerár-
quicamente superiores (piénsese en el supuesto típico del reglamento que desarrolla una ley:
la interpretación de los términos que use el reglamento debe ser realizada de conformidad
con el sentido que les da la ley desarrollada).
Otro punto a tener en cuenta es que la interpretación sistemática se encuentra relacionada
con la que podemos denominar reconstrucción normativa. Frente a una visión literalista de
las normas jurídicas, que las observa como enunciados o fragmentos de texto determinados
en forma de artículo en un texto normativo dado, existe otra visión de conjunto, que es la
sistemática que proporciona el Ordenamiento jurídico. Esta perspectiva concibe la norma
jurídica como la resultante de una reconstrucción o integración de distintos enunciados
normativos o fragmentos de éstos, muchas veces dispersos en distintos lugares del Orde-
namiento y en ocasiones hasta con distintos rangos jerárquicos. Esta es una muestra de que
la concepción jurídica del Derecho como Ordenamiento jurídico hace que éste se active al
completo ante cualquier aplicación concreta de una norma.
La reconstrucción o integración de una norma jurídica es una tarea que debe realizar el
razonamiento jurídico ante la resolución de un caso concreto en todos aquellos casos en que
un enunciado normativo contenga una remisión, expresa o tácita, a otras normas jurídicas que
establezcan o regulen algún aspecto de la norma inmediata que va a ser objeto de aplicación.
Esta remisión se refiere en la mayoría de los casos a algún concepto jurídico que use la norma
a aplicar y que se concrete o defina en otra norma jurídica.
Otro importante –y más complejo– supuesto de reconstrucción o integración normativa
es la contemplación de la norma jurídica a aplicar como una norma general, que puede
estar sometida a excepciones contempladas o derivadas de la toma en consideración de
otras normas jurídicas del Ordenamiento. Esta cuestión está relacionada con la ya aludida
derrotabilidad de las normas, y constituye la culminación de la interpretación sistemática del
Ordenamiento jurídico, dado que la norma jurídica concreta que se aplica, atrae o conlleva la
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 263
189
Cfr., en este sentido, PERELMAN, CH., La lógica jurídica y la nueva retórica, cit., págs. 16-17.
266 Óscar Buenaga Ceballos
adopción de una decisión. Esta decisión no es libre o valorativamente adoptada sino que
debe estar justificada racionalmente por el previo razonamiento jurídico, y en tal sentido es
una conclusión jurídica. De este modo, la decisión jurídica es una conclusión adoptada por
un órgano jurídico racionalmente justificada con argumentos normativos.
La decisión jurídica es así una conclusión jurídica, lo que la aleja de su consideración de
un acto arbitrario de la voluntad del órgano decisor. Ciertamente, la conclusión jurídica con-
siste en que la decisión se ha adoptado siguiendo un razonamiento jurídicamente admisible,
pero una característica fundamental de la conclusión jurídica frente a la conclusión lógica
que se ha seguido en un proceso lógico-deductivo es que, en ocasiones, cabe encontrar varias
soluciones jurídicamente correctas a un problema planteado. En estos casos, debe optarse por
la solución más justa y aquí el margen de apreciación judicial alcanza al ámbito subjetivo de
la personalidad del juez. Si, por hipótesis, un juez tiene ante sí la posibilidad de decidir entre
dos soluciones justas a un caso ¿cuál es el criterio –y de qué tipo– que le hace decantarse
por una u otra? En nuestra opinión, es la personal ideología o creencias vitales del juez las
que le decantarán hacia una u otra (motivos psicológicos), pero también habrá de justificar
normativamente dicha decisión, para evitar que se califique de arbitraria su voluntad de de-
cisión en estos casos, lo que supone que la ideología personal del juez debe estar respaldada
por un criterio normativo. En caso contrario, nunca podrá justificarla normativamente. Es
más, la sentencia no debe recoger en modo alguno los procesos psicológicos del juez que le
llevan a decidirse entre dos soluciones justas, sino que el juez habrá de justificar y apoyar
jurídicamente su opción, aunque ésta se corresponda con sus convicciones internas.
Por otra parte, a diferencia de la opinión jurídica, la decisión jurídica tiene unos inequí-
vocos efectos jurídicos, dado que transforma la realidad jurídica que previamente ha sido
sometida a consideración del órgano decisor. El fallo de una sentencia, el laudo de un árbitro
o la resolución administrativa otorgan o deniegan derechos a los solicitantes, resolviendo un
conflicto planteado y estableciendo una situación jurídica nueva previamente inexistente. En
cambio, la opinión jurídica no deja de ser una propuesta de una hipotética decisión jurídica,
dado que proviene de un órgano jurídico sin competencia decisoria, como ocurre con los
informes jurídicos, pero también con cualquier otra tarea de asesoramiento o de predicción
de la solución que podría adoptar el órgano decisor jurídico.
La decisión jurídica pone fin a un conflicto concreto con trascendencia jurídica que se
pretende solventar. En este punto, la terminología es variada, pues junto al término “conflic-
to” se usan también los términos “caso”, “supuesto” o “problema”, pero la distinción carece
de relevancia, pues no parece utilizarse con un sentido preciso (ni jurídica, ni comúnmente),
y es, por tanto, intercambiable en su utilización.
El uso del término “conflicto” tiene claras reminiscencias sociológicas, pero describe a la
perfección la noción de “problema jurídico”. Así, determinados conflictos sociales devienen
en jurídicos, por cuanto el Derecho prevé algún tipo de regulación o solución para los mis-
mos. De no ser así, el conflicto no es jurídico, y ello aunque empuje –por su importancia– a
una futura regulación jurídica. Los conflictos jurídicos son, esencialmente, conflictos de
intereses, según la terminología acuñada por Ihering, para los que el Ordenamiento jurídico
ha previsto alguna solución. En este sentido, Carnelutti señala que existe un conflicto de inte-
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 267
reses cuando entre dos o más personas se produce una situación de tensión o incompatibilidad
en sus necesidades o aspiraciones respecto de los bienes vitales que pueden satisfacerlas190.
Nosotros preferimos referirnos al conflicto, problema, caso o supuesto como cuestión
jurídica, terminología más amplia y precisa que engloba a los anteriores, pues los operado-
res jurídico-prácticos no siempre aplican el Derecho para resolver un problema o conflicto
(que denota contradicción de intereses o posiciones), sino sencillamente para determinar
las consecuencias jurídicas de una determinada situación planteada. En todo caso, se trata,
como se ha dicho, de términos muy similares que se usan indistintamente, dado que los
autores que se han ocupado del tema prefieren uno u otro término y no suelen utilizarlo en
un sentido estricto.
Sobre esta cuestión terminológica, también es usual hablar de casos fáciles y difíciles en
los tratados de argumentación. En nuestra opinión, preferimos hablar de casos típicos y atípi-
cos, pero, nuevamente, el uso de una u otra terminología tampoco tiene mayor trascendencia,
y hemos usado indistintamente dichos términos. Los casos típicos o fáciles son los casos
más usuales y que se repiten más en la vida jurídica ordinaria, y por lo tanto la aplicación
de la norma o la existencia de un cuerpo jurisprudencial consolidado permiten resolverlos
sin la concurrencia de especiales dificultades aplicativas. Los casos atípicos o difíciles son,
consecuentemente, los casos que presentan dificultades especiales, que pueden presentarse
en cualquier fase del razonamiento jurídico, desde el acto previo de institucionalización, la
determinación fáctica, hasta la selección o interpretación de las normas aplicables.
Bajo nuestro punto de vista, el acto decisional o decisión jurídica debe reunir tres ca-
racterísticas esenciales: debe ser racionalmente adoptada, debe ser equitativamente justa y
debe ser aceptable socialmente.
Debe ser, en primer lugar, racionalmente adoptada en el sentido de que la misma debe
ser adoptada tras un proceso de razonamiento jurídico, que como tal debe efectuarse con
criterios normativos que justifiquen todos los pasos que preceden a la decisión. Debe existir
una razonabilidad jurídica que permita enlazar dichos pasos entre sí y que permitan llegar a
la decisión como una conclusión lógico-jurídica (que no lógico-formal). Esta razonabilidad
debe ser expresada en el texto que contenga la decisión (la sentencia, por antonomasia).
En segundo lugar, la decisión debe ser equitativamente justa, es decir, que siendo
aceptable lógico-normativamente, debe ser aceptable materialmente en el sentido de que la
solución al caso debe superar los criterios mínimos de justicia que inspiran el Ordenamiento
jurídico, para lo cual el juez cuenta con una serie de correctores jurídicos (la equidad, los
principios jurídicos que inspiran la institución o los generales del Ordenamiento jurídico)
que le permitan atemperar el rigor de las normas aplicadas para obtener la solución más justa
posible dentro del caso concreto.
En tercer lugar, la decisión debe ser aceptable socialmente, es decir, que la decisión no
sólo debe haberse elaborado y obtenido con criterios jurídicos (una especie de aceptabilidad
formal interna de conformidad con el Ordenamiento jurídico vigente) y superar los crite-
rios mínimos de justicia, sino que además debe ser aceptable socialmente, esto es, que no
190
Cfr. CARNELUTTI, F., Teoría General del Derecho. Metodología del Derecho, cit., págs. 51-54.
268 Óscar Buenaga Ceballos
debe contradecir los valores y creencias sociales de la sociedad en la que se insertará dicha
decisión.
En tal sentido, en este capítulo vamos a abordar estas características de la decisión
jurídica: la adopción racional de la misma conduce al análisis de la decisión como acto
normativo; la justicia de la decisión analiza los criterios que el juez tiene en cuenta para
atemperar (o endurecer) las normas aplicables a la vista de las circunstancias concretas del
caso; la aceptabilidad social hace referencia al modo en que el decisor recoge los valores
y creencias sociales y cómo, en definitiva, presenta la decisión desde un punto de vista
cuasipolítico a la sociedad en la que se integra la resolución dictada. Finalmente, haremos
también referencia a los efectos de la decisión al integrarse en el Ordenamiento jurídico,
esto es, los efectos de cosa juzgada.
que va a resolver van a acudir de forma inmediata y como primera solución al caso, a dicho
precedente, y ello con preferencia a cualquier norma aplicable. La teoría de la inmediatez
normativa que hemos formulado para explicar esta situación evidencia que el razonamiento
jurídico-práctico acude siempre a la norma más próxima al caso a resolver, y esta norma
más inmediata es, evidentemente, un resolución judicial que ha resuelto un caso similar
(cuando se dé, evidentemente, esta circunstancia). Así, en el proceso a resolver se producirá
un debate sobre si el precedente es aplicable o no, lo que se traduce en discutir las similitu-
des y diferencias entre los dos casos. Por su parte, el juez decisor tendrá que justificar estas
similitudes y diferencias razonando normativamente, pues la comparación es, ante todo, entre
los dos supuestos de hecho contemplados, el del precedente y el del caso a resolver, y los
supuestos de hecho forman parte del contenido de una norma, lo cual altera los razonamientos
puramente empíricos. La decisión que adopte justificará la aplicación o el apartamiento del
precedente existente.
El carácter normativo de la sentencia se encuentra fundamentalmente en la ratio deci-
dendi del asunto, pero en general se encuentra en toda la aplicación de las normas jurídicas
correspondientes al supuesto concreto, por cuanto en aplicación del criterio implícito de
justicia de la universalidad, cualquier persona extrae la consecuencia de que si se produjese
un caso similar el juez dictaría una sentencia igual (los casos similares deben ser tratados de
igual modo, y ante una situación fáctica similar los pasos de subsunción normativa y decisión
jurídica deben ser idénticos).
Los actos normativos son, pues, los actos de aplicación del Derecho cuando se efectúan
por un órgano dotado de potestad para adoptar decisiones jurídicas de obligado cumpli-
miento. En estos casos, el juez actúa como colaborador del legislador, bien aplicando sin
más el Derecho en los casos fáciles, bien llegando a elaborar normas en los casos difíciles o
atípicos a base de principios y otras reglas de integración normativa. Si bien, hay que decir
que el juez no es un legislador a la altura de éste, pues no puede contradecirlo, actúa más
bien como si dictase normas de desarrollo (como los reglamentos administrativos) para
suplir las lagunas legales, completando los, por así decirlo, descuidos del legislador. El juez
elabora la norma para resolver el caso lagunoso (si no ha podido solventarlo vía analogía
legis), pero en esta elaboración el juez realiza un acto creativo del Derecho no equiparable
al legislador. El legislador actúa sometido a las normas constitucionales, pero el juez debe
elaborar una norma resolutoria que acate la totalidad del Ordenamiento jurídico aplicable,
en el sentido de que dicha norma debe encajarse, en primer lugar, con el resto de las normas
y principios que regulan la institución jurídica en la que se enmarque el caso dificultoso, y
progresivamente, en segundo término, debe encajarse con el resto de principios y normas
del sector del Ordenamiento y con los del Ordenamiento jurídico global.
De este modo, ante el caso atípico no regulado, el juez no elabora la norma siguiendo
su sentimiento jurídico de justicia del caso o sus convicciones ideológicas personales, sino
que esta elaboración debe estar plenamente justificada con argumentos jurídicos extraídos
de otras normas o principios (analogía iuris).
En este sentido es en el que denominamos actos normativos a las decisiones jurídicas que
se adoptan por organismos públicos (o privados, a los que el Ordenamiento jurídico atribuye
carácter decisorio, como los laudos arbitrales) competentes aplicando normas jurídicas para
270 Óscar Buenaga Ceballos
que el decisor decide acudir a la equidad, el uso de ésta en su decisión debe ser justificado
normativamente.
La cuestión a plantear respecto a la utilización de la equidad, es si del Ordenamiento
jurídico se extraen unos criterios de equidad derivados del propio juego de las normas, o
bien si estos criterios se conectan con los propios criterios formales de justicia. En nuestra
opinión, como decimos, la equidad debe ser empleada con justificación normativa, es decir,
que el juez debe ampararse en normas o principios extraídos del Ordenamiento para proceder
a su aplicación al caso, sin que proceda ninguna invocación a criterios de justicia que no
se encuentren amparados normativamente. En tal sentido, la disyuntiva planteada no es tal,
pues los criterios formales de justicia forman parte del contenido del principio de justicia
que se encuentra recogido en las normas jurídicas, al igual que dichos criterios mínimos
(que aparecen formulados, en ocasiones, como otros principios), por lo que la llamada a la
equidad se produce en estos supuestos con apoyo normativo. Lo que, por el contrario, no
puede realizarse es aplicar la equidad apelando a un sentimiento genérico de justicia sin
justificación normativa concreta.
Cuando el legislador formula una norma jurídica está pensando en conductas típicas
de las personas, pero cuando esa norma jurídica elaborada debe de aplicarse a un caso
concreto, muy raras veces la conducta del sujeto encaja exactamente en la conducta típica
contemplada. Es en ese momento cuando el juez a la hora de aplicar la norma o el abogado
al estudiar la viabilidad del caso realizan la tarea de encajar el problema concreto a resolver
en la norma que resulte aplicable. Ello supone determinar la norma o normas que resulten
aplicables, y una vez dado este paso, se debe encajar el problema concreto en dichas normas.
Habrá una serie de circunstancias que rodeen a la conducta concreta y que no hayan sido
contemplados por las normas a aplicar. Estas circunstancias con relevancia jurídica pueden
reafirmar la solución que establece la norma jurídica a aplicar, pero pueden también constituir
excepciones que impidan la aplicación de la norma so pena de llegar a una solución injusta
o absurda. Precisamente, estas son las circunstancias que pueden ser tenidas en cuenta por
el juez a la hora de adoptar la decisión jurídica del asunto y que constituyen el campo de
actuación de la equidad.
En este sentido, vimos en el capítulo correspondiente a la instrumentalidad de las
normas jurídicas cómo éstas han de ser tomadas en sentido flexible, acomodándose en cada
caso concreto a la solución que aparezca como más justa a tenor de todas las circunstancias
concretas del asunto en cuestión. Este ámbito de flexibilidad que permite cada norma en el
momento de su aplicación es el campo de la equidad, que no debe servir nunca para legiti-
mar actuaciones judiciales que pretendan soslayar la aplicación de una norma en atención a
convicciones o ideologías personales no amparadas por una norma o principio jurídico del
Ordenamiento (las denominadas lagunas axiológicas).
justa en el sentido de que cumplan los criterios mínimos que integran el principio de justicia,
recurriendo a la equidad si es preciso. Si es así, se puede decir que la decisión adoptada es
justa y está justificada normativamente.
Sin embargo, y dicho lo anterior, debe señalarse que afirmar que la solución a la que llega
el razonamiento jurídico debe ser justa, aún siendo verdad, requiere de algunas matizaciones,
pues es erróneo pensar –aunque, todo hay que decirlo, teóricamente resulte muy atrayente–
que exista sólo una solución justa a un problema jurídico planteado. A veces es así, pero
en ocasiones no lo es. Un problema puede tener varias soluciones que pueden considerarse
justas. Alguien probablemente objetará que habrá unas soluciones más justas que otras y
entonces la solución a aplicar será la que más justa sea, pero, más frecuentemente de lo que
parece, la complejidad de algunos casos nos enseña que no puede afirmarse que la solución
dada sea mejor que otras propuestas y desechadas. Sólo desde un conocimiento superficial
y puramente teórico del Derecho puede sostenerse que las normas jurídicas encierren una
especie de recetario en el que cada problema planteado tiene una única y clara solución. La
práctica muestra lo contrario, pues en muchas ocasiones –la mayoría– y frente a lo que se
cree visto desde fuera de los tribunales, no cabe sólo una única resolución justa del asunto,
sino varias, y en este caso es preferible hablar de resolución justificada, pues caben otras
alternativas. Por ello, me parece que es mejor precisar que las soluciones a las que debe
conducir el razonamiento jurídico deben ser razonablemente justas o aceptablemente justas,
que es lo que queremos decir con solución justificada.
Que la solución justa adoptada sea una u otra dependerá de varios factores, entre los
cuales resulta obvio que la primera solución justa que deberá adoptarse es la prevista en las
normas jurídicas más inmediatamente aplicables, y en caso de no encontrarse, es cuando
el razonamiento buscará otras en normas más alejadas del caso (según vimos, desde los
precedentes hasta llegar a los principios jurídicos del Ordenamiento jurídico).
La cuestión de la única solución o decisión justa del problema ha dado lugar a múltiples
controversias doctrinales, y cabe establecer varias posibilidades teóricas:
Una hipótesis sería pensar que cada caso tiene una única solución justa. Este es un
planteamiento teórico acorde con el principio de justicia y el principio de certeza del De-
recho. Cualquier caso que se plantee es resuelto por el aplicador del Derecho encontrando
en las normas jurídicas (incluidos los principios) una única solución a su caso. Esta es, por
ejemplo, la opinión de Dworkin, para el que el juez, incluso en los casos difíciles, daría con
esa respuesta única, que se encuentra implícitamente en el Derecho191. El juez no actúa con
valoraciones o preferencias, sino que razonando con las normas llega a esa solución, que
teóricamente está en el Derecho.
Otra hipótesis sería considerar que cada caso tiene varias posibles soluciones, pues la
aplicación de las normas permite al operador jurídico encontrar varias soluciones jurídicas
y existe un margen de elección entre las mismas para el caso. Es importante resaltar que el
juez puede elegir entre varias soluciones que son jurídicamente correctas y argumentadas,
no entre cualquier decisión.
191
DWORKIN, R., Los derechos en serio, cit., págs. 146 y ss.
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 273
La tercera hipótesis hace referencia a que el caso tiene varias soluciones, y el decisor
jurídico elige la que le parece subjetivamente más correcta. Aquí se trata de que el juez
elige para el caso una solución sin haber realizado previamente un concienzudo estudio
de las normas aplicables. Entiende de una forma intuitiva cual es la solución del caso, y
posteriormente buscará entre las normas jurídicas la que mejor le convenga para justificar
normativamente (y de una forma elemental) la decisión adoptada.
Estos tres planteamiento son teóricos, pero evidencian una cosa: son esquemas de
pensamiento que existen en la mente de cualquier juez (y no de varios, sino incluso a veces
de un único juez, en función del caso), y plantean el delicado problema de la relación del
razonamiento jurídico-práctico, de la racionalidad jurídica, con los impulsos psicológicos del
decisor. En este sentido, es claro que cualquier decisión judicial va a tener una motivación
jurídica, por cuanto va a estar justificada, en mayor o menor medida (este es el problema de
cuánta justificación de la sentencia se entiende como suficiente, lo cual afecta a los derechos
del ciudadano de obtener una sentencia con una motivación suficiente, que le permita no sólo
un adecuado conocimiento de las razones por las que se estima o desestima su pretensión,
sino también de cara al principio de congruencia y a su derecho al recurso contra dicha
sentencia). Pero otra cuestión es determinar cuándo (previo o no al razonamiento jurídico)
y de qué modo (cuál fue el motivo no jurídico que le llevó a su decisión) el juez ha tomado
su decisión en el asunto.
Pudiera pensarse que esto depende de la personalidad de cada juez, pero creo que,
además, no sólo depende de esto, sino que en un mismo juez sus decisiones resolutivas
pueden responder a distintas técnicas, derivadas del tipo de asunto que se trate (complicado
o fácil) o de las circunstancias personales de los litigantes, fundamentalmente, aunque no
cabe descartar otros motivos de tipo organizativo, como la premura por descargarse asuntos
de la mesa ante la sobrecarga de trabajo. En este sentido, la justicia cotidiana tiene a veces
imprevisibles máximas de funcionamiento en el más puro estilo sociológico, como aquella
que indica que el retraso judicial es el mejor incentivo a las conciliaciones y desistimientos,
o la influencia que tiene el transcurso del tiempo entre la celebración del juicio y la emisión
de la sentencia, cuya tardanza suele favorecer a la parte más perjudicada en la práctica de
la prueba en el juicio, etc.
En el caso que nos ocupa, el juez en el proceso no es sólo un ser que actúa con racionali-
dad jurídica. Es también un ser humano que actúa con racionalidad común (sentido común),
que a veces no es el jurídico. En cuanto ser humano, su tendencia natural es implicarse
emocional o ideológicamente en el asunto, y es su experiencia y profesionalidad la que
progresivamente le permitirán juzgar limitando tales impulsos, pero, evidentemente, están
siempre ahí. La propia personalidad de las partes o incluso de sus abogados generan en el
juez una predisposición ante el asunto que no puede evitar. La posición económica de las
partes también puede influir en el juez. Si a esto le sumamos la propia procedencia social
del juez (si proviene de una familia acomodada o humilde), tendremos una auténtica mezcla
impredecible de factores extrajurídicos que van a influir en su razonamiento normativo. De
ahí que se puedan sostener –al estilo del más disparatado realismo jurídico americano– teorías
como que la decisión judicial es un instrumento de redistribución de la renta, o que el juez
adopta dos tipos ideológicos de decisión judicial: las de ideología socialista, que pretenden
274 Óscar Buenaga Ceballos
igualar los desequilibrios sociales (del tipo: el demandante tiene razón jurídicamente, pero
como es una entidad financiera que pretende desahuciar a un desempleado, le doy la razón a
éste último), y las de ideología liberal, que pretenden incidir en la responsabilidad individual
de cada persona, con independencia de su preparación, condición social o desequilibrio de
poder respecto al otro litigante, y que por tanto llevará al juez a ignorar las posiciones de
equilibrio económico de las partes (litigios del tipo “usted sabe leer, firmó el documento y
ha de atenerse a las consecuencias”).
Con independencia de la influencia de esos factores extrajurídicos, cuya presencia es
controlable, si partimos –como hemos de partir– de la figura del juez como profesional
responsable que actúa guiado por criterios de racionalidad jurídica y que funda, conse-
cuentemente, todos los pasos de su razonamiento en normas jurídicas, resulta evidente que
el juez siempre adopta exteriormente una decisión única. Sin embargo, es obvio que en su
proceso de razonamiento jurídico se le aparecen una pluralidad de posibilidades, y no me
refiero solamente a las pretensiones de las partes. Dentro de cada pretensión hay multitud
de posibilidades a la hora de adoptar una decisión del asunto. En estos supuestos, es preciso
plantearse el establecimiento de criterios que jerarquicen las soluciones justas encontradas,
de forma que quedase una única solución justa como la más aceptable o razonable. Esta sería
la decisión ideal del asunto.
A este respecto, resulta evidente que la pretensión del juez ha de ser la de encontrar la
solución más justa de cada caso concreto que tiene que resolver. En este sentido, una de las
peculiaridades del razonamiento jurídico frente al razonamiento científico es que en aquél
no se llega a conclusiones verdaderas o necesarias, sino a conclusiones justificadas norma-
tivamente y que responden a unos criterios mínimos de justicia, requisitos éstos que pueden
cumplir varias conclusiones a un tiempo. Por ello, la cuestión que plantea el razonamiento
jurídico en estos casos es cómo determinar una jerarquía de soluciones justas, esto es, si hay
unas resoluciones más justas que otras, en cuyo caso la opción ha de ser, evidentemente, por
la resolución más justa.
En nuestra opinión, en estos casos de pluralidad de resoluciones justas, pensamos que
se darán inevitablemente situaciones en las que el juez se decantará por la solución que le
parezca más justa a él personalmente, en atención a sus convicciones ideológicas o éticas
personales, pues si dicha solución está justificada normativamente de modo suficiente y
cumple con los criterios mínimos de justicia el Ordenamiento jurídico no puede exigir
jurídicamente más a dicha decisión.
Desde luego, la decisión adoptada por el juez debe cumplir los parámetros expuestos en
los apartados anteriores con carácter mínimo, pero además de que la resolución adoptada
por el órgano decisor ha de ser justa, tal circunstancia implica que debe producirse una
aceptabilidad social de la misma, dado que dicha resolución es pública y tiene pretensión
de universalidad (carácter normativo).
La decisión adoptada se inserta en una sociedad concreta con unos valores sociales
determinados, y en tal sentido, su carácter justo se evalúa también de conformidad con esos
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 275
valores sociales. En este punto, es preciso delimitar con precisión el alcance de esta acep-
tabilidad social de la decisión, pues evidentemente no puede suponer en ningún caso que
la decisión pueda dejar de estar justificada normativamente, como tampoco puede suponer
que un eventual conflicto entre razonamiento normativo y valoración social impida que se
produzca una decisión jurídica, que debe prevalecer en estas situaciones.
Cuando el órgano decisor tiene en mente a la hora de adoptar una decisión no sólo su
propia ideología o consideración personal de lo que es justo o no, sino también la posible
aceptabilidad o crítica social de su futura resolución (algo que acontece intensamente cuando
las partes procesales son personajes con notoriedad pública), está introduciendo en el razo-
namiento jurídico una serie de factores que nada tienen que ver con la lógica, obviamente,
pero tampoco con la racionalidad jurídica. Se trata de elementos decisores que tienen más
que ver con la oportunidad o con actitudes políticas del decisor. En sentido estricto, el decisor
debería dictar su resolución sin tener en cuenta estos elementos, pero hay que decir que ellos
forman parte de las convicciones psicológicas e ideológicas que tiene cualquier persona y
también el órgano decisor.
Desde nuestro punto de vista, sean cuales sean estas convicciones del Juzgador, lo rele-
vante es que su decisión esté justificada normativamente presentando una aplicación racional
del Derecho al caso que le ocupa, pero es preciso señalar también que la aceptabilidad social
de la sentencia tiene un anclaje firme y decidido en nuestra Constitución (art. 117.1 CE), pues
no cabe olvidar que la justicia emana del pueblo, y en tal sentido, el juez al impartir justicia
debe tener presente en sus decisiones el sentir popular, esto es, las convicciones ideológicas
de la mayoría, expresadas en sus valores fundamentales en la Constitución y expresadas tam-
bién en las leyes que emanan del Parlamento democráticamente elegido. En este sentido, la
aceptabilidad social de la decisión no supone desprenderse de la racionalidad jurídica siempre
que no se pierda de vista que la argumentación de dicha decisión con vistas a su aceptación
social debe fundarse en valores sociales que tengan su anclaje en la Constitución o en otras
normas básicas del Ordenamiento (como las Declaraciones internacionales de derechos).
Es por dicho motivo que la aceptabilidad social de la decisión judicial otorga a ésta la
condición de legítima, además de la de la legalidad que le confiere el haber sido adoptada
con justificación normativa y acorde con los criterios mínimos de justicia.
Uno de los efectos típicos del acto decisional es la cosa juzgada, que supone la impo-
sibilidad de volver a someter a la consideración judicial el mismo asunto por los mismos
litigantes. El fundamento de la cosa juzgada se encuentra en el principio de seguridad jurídica
y en el de pacificación jurídica que persigue todo Derecho.
La decisión jurídica constituye un acto normativo respecto a otros posibles casos simi-
lares que se planteen, pero el efecto de cosa juzgada pretende fijar el contenido concreto de
la sentencia como una situación jurídica nueva inamovible frente al conflicto resuelto entre
los litigantes. De ahí que la cosa juzgada convierta a la decisión jurídica en una constatación
fáctica inamovible y en una situación jurídica definitiva (a salvo, claro está de los supues-
276 Óscar Buenaga Ceballos
tos excepcionales del recurso de revisión contra sentencias firmes), suponiendo un efecto
constitutivo sobre la realidad jurídica que ha de ser tenido como cierto indiscutiblemente
para otros futuros litigios donde aparezcan las cuestiones afectadas por la cosa juzgada. La
cosa juzgada es así una verdad constituida por el Derecho, con independencia de la realidad.
El Derecho cumple así una finalidad eminentemente clarificadora del litigio, otorgando
seguridad jurídica para el futuro.
La LEC en su art. 222 establece que “la cosa juzgada de las sentencias firmes, sean esti-
matorias o desestimatorias, excluirá, conforme a la ley, un ulterior proceso cuyo objeto sea
idéntico al del proceso en que aquélla se produjo”. La denominada fuerza de cosa juzgada es
así un instrumento jurídico de pacificación social, por cuanto resuelve de un modo definitivo
un conflicto existente entre las partes. Dice el art. 222.3 LEC que “la cosa juzgada afectará a
las partes del proceso en que se dicte y a sus herederos y causahabientes”, sentando la regla
general de que el efecto de cosa juzgada se extiende tan sólo a los litigantes o a determinadas
personas relacionadas hereditariamente con aquéllos. Como excepciones (es decir, que la
cosa juzgada afecte a sujetos no litigantes), el propio 222.3 LEC contempla tres: los litigios
emprendidos por asociaciones de consumidores y usuarios; las sentencias sobre estado
civil, matrimonio, filiación, paternidad, maternidad e incapacitación y reintegración de la
capacidad, que tendrán efecto de cosa juzgada frente a todos a partir de su inscripción o
anotación en el Registro Civil; y las sentencias que se dicten sobre impugnación de acuerdos
societarios, que afectarán a todos los socios, aunque no hubieren litigado.
Otro importante efecto de la cosa juzgada se establece en el art. 222.4 LEC cuando se
señala que “lo resuelto con fuerza de cosa juzgada en la sentencia firme que haya puesto fin
a un proceso vinculará al tribunal de un proceso posterior cuando en éste aparezca como
antecedente lógico de lo que sea su objeto, siempre que los litigantes de ambos procesos
sean los mismos o la cosa juzgada se extienda a ellos por disposición legal”.
De este modo, el efecto de cosa juzgada de la sentencia no sólo cumple su función de
resolución del conflicto entre las partes, logrando establecer la pacificación social (ese es
el sentido de la prohibición de la reapertura de un nuevo litigio sobre la cuestión), sino que
tiene un evidente efecto constitutivo y determinativo de las relaciones jurídicas entre las
partes (y en algún caso, frente a terceros, como se ha visto), lo que se evidencia con la vin-
culación que supone dicha sentencia para los tribunales que resuelven procesos posteriores
en los que lo resuelto en la sentencia anterior aparezca como antecedente lógico, siempre
que se trate de idénticos litigantes, o que la cosa juzgada se extienda a ellos por disposición
legal. A este respecto, conviene llamar la atención de que el art. 222.4 LEC se refiere a “lo
resuelto”, con lo que, obviamente, los efectos de la cosa juzgada se extienden a los hechos
probados. Un ejemplo concreto de ello es la vinculación de hechos probados que establece
el art. 42.5 LISOS, para evitar que la misma cuestión se enjuicie dos veces, de modo que
los hechos probados fijados por la sentencia del Orden contencioso-administrativo vincula
al juez del Orden social.
En relación con el efecto de cosa juzgada del art. 222 LEC, debe mencionarse la pre-
clusión procesal de alegación de hechos y fundamentos jurídicos establecida en el art. 400
LEC, que viene a impedir la reproducción de litigios posteriores sobre el mismo objeto, de
tal modo que cuando en la demanda se ejercite una o varias pretensiones que puedan fundarse
Metodología del razonamiento jurídico-práctico 277
en diferentes hechos o fundamentos de derecho, han de aducirse en aquélla todos los que
resulten conocidos, sin que se admita su reserva para un proceso posterior (art. 400.1 LEC).
De ahí, que a efectos de cosa juzgada (y litispendencia) los hechos y fundamentos jurídicos
aducidos en un proceso posterior se considerarán los mismos que los alegados en un juicio
anterior si hubieran podido alegarse en éste (art. 400.2 LEC). De esta manera, puede verse
la vocación expansiva que presenta el efecto de cosa juzgada y que se evidencia a través de
este mecanismo preclusivo, pues trata de reconducir a la unidad del proceso la resolución
de un conflicto, sin que quepa reabrir éste a través del subterfugio de variar los hechos o
aducir distintos fundamentos jurídicos para impetrar la misma pretensión ante los tribunales.
Otra importante distinción que debe hacerse en este punto es la que distingue entre sen-
tencias normativas, esto es, con eficacia erga omnes, es decir, frente a todos, y sentencias no
normativas, que son la inmensa mayoría, y que sólo tienen efectos para las partes del litigio.
Las sentencias normativas pueden ostentar varios grados de normatividad, pudiendo
llegar en sus efectos a derogar una norma jurídica, pero también pueden tener efectos no tan
drásticos como son los de resolver conflictos interpretativos o aplicativos de normas jurídi-
cos, o, en general, tener carácter vinculante respecto de la interpretación que establezcan de
las normas jurídicas aplicadas.
En nuestro ordenamiento existen varios casos de sentencias normativas con efectos
derogativos de normas.
El caso más importante y trascendente es el de las sentencias dictadas por el Tribunal
Constitucional (órgano no judicial, pero sí jurisdiccional) en los recursos de inconstitucio-
nalidad contra leyes y disposiciones normativas con fuerza de ley (art. 161.1.a) CE), que
suponen la derogación de la norma declarada inconstitucional (art. 164 CE). También es el
caso de las sentencias que declaren la inconstitucionalidad de las disposiciones y resoluciones
de las CC.AA. (art. 161.2 CE).
En el ámbito del Poder Judicial, los órganos judiciales en sus decisiones no pueden
derogar una ley que consideren contraria a la Constitución, sino que deben plantear una
cuestión de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional (art. 163 CE). Lo que sí
puede declarar una sentencia judicial es la nulidad de disposiciones reglamentarias, lo cual es
competencia de los tribunales del Orden contencioso-administrativo (art.1 LJCA), teniendo,
por tanto, efectos normativos. Asimismo, en general, cualquier juez o tribunal puede inaplicar
los reglamentos contrarios a la Constitución, a la ley o al principio de jerarquía normativa
(art. 6 LOPJ).
También debe mencionarse entre los supuestos de sentencias normativas, las sentencias
dictadas en el Orden Social respecto de la impugnación directa (o indirecta) de Convenios
Colectivos cuando anulen todo o parte del Convenio (art. 166.2 LJS).
Junto a estas sentencias normativas con efectos derogativos o de anulación de normas
jurídicas, están otro conjunto de sentencias que tienen efectos generales respecto de la inter-
pretación que establecen de las normas jurídicas. Podrían denominarse sentencias cuasinor-
mativas, por cuanto sientan una interpretación oficial y vinculante de las normas jurídicas.
Tal es el caso de las sentencias del Tribunal Constitucional que no derogan normas,
sino que realizan una interpretación de preceptos constitucionales (es decir, el resto de sus
resoluciones), como es el caso de las que resuelven conflictos de competencia, interpretando
278 Óscar Buenaga Ceballos
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