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GAETANO MOSCA (1858-1941)

Gaetano Mosca (1858-1941) fue un siciliano de Palermo, licenciado en Derecho, que


durante diez años trabajó en la Cámara de los Diputados, lo que le dio un buen
conocimiento de los entresijos de la vida política italiana. Cree que la política
parlamentaria es una política de corrupción. Para poner remedio a esta situación hay que
comenzar por conocerla científicamente, hay que construir una ciencia política nueva que
sea capaz de analizar la realidad política fundamental que es la clase dirigente. Sus ideas
aparecieron expuestas en diversas obras: Las constituciones modernas (1887), En torno
al parlamentarismo (1895) y la más sistemática de todas, Elementos de ciencia política
(1896) que puede ser señalado como el momento del nacimiento de la ciencia política en
Italia. Estos libros le valieron el acceso a la cátedra de Derecho constitucional en la
Universidad de Turín (1897). El catedrático siguió escribiendo [El principio aristocrático y
el democrático en el pasado y en el futuro (1903), La sociología del partido político en la
democracia moderna (1912)], pero además entró en la política activa. Miembro del partido
liberal, fue diputado y luego senador, fue subsecretario de Colonias (1914-1916). Fue
llamado a la Universidad de Roma para abrir la cátedra de Historia de las doctrinas y de
las instituciones políticas (1923). Después de su discurso en el Senado el 19 de diciembre
de 1925 contra el proyecto fascista de los poderes del jefe de Gobierno, se retiró de la
vida pública y se dedicó solamente a la cátedra. Fruto de esta dedicación es su Historia
de las doctrinas políticas (1933).

Hay dos datos básicos con los que ha de contar todo análisis de la política. Primero, en
todas las sociedades, comenzando por las que están menos desarrolladas, hasta las más
cultas, existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La
primera, que es siempre la menos numerosa, ejecuta todas las funciones políticas,
monopoliza el poder y goza de las ventajas que a él van unidas; mientras la segunda, más
numerosa, es dirigida y regulada por la primera de modo más o menos legal, o bien, más
o menos arbitrario y violento. Segundo dato: entre los individuos y entre los diversos
núcleos sociales existe una continua competición que tiene como fin conseguir
condiciones elevadas de riqueza y posiciones importantes de mando.

Mosca estudia la clase política y llega a interesantes conclusiones. Se compone de


individuos que han de poseer determinadas cualidades que son las más apreciadas
dentro de la sociedad en cuestión. Esto último quiere decir que el elenco de cualidades
cambia según las sociedades y los tiempos. A lo largo de la historia tres cualidades
básicas han sido exigidas para formar parte de la clase dirigente: valor guerrero, riqueza,
sacerdocio. Según sea el predominio de una de ellas tenemos tres tipos de aristocracias:
militar, económica y religiosa.

Más conocidas son las ideas de Mosca sobre la renovación de la clase política. El
proceso de renovación difiere según se trate de una clase creada sobre el principio
aristocrático o el democrático. En el primer caso, el poder se trasmite a los herederos de
los gobernantes; en el segundo, la clase política se renueva por elementos que proceden
de los gobernados. Pero incluso en este último caso siempre está presente una tendencia
a la hereditabilidad y a la cooptación, y una cierta inercia de los miembros de la clase a
conservar el estado en que se encuentran. La clase política decae si, una vez llegada al
poder, ya no persigue los objetivos para los que había aparecido y pierde las cualidades
que justifican su existencia.

La forma de autoridad de la clase dirigente sobre la mayoría es diferente según las


épocas y regímenes. En cualquier caso necesita justificar su autoridad y lo hace mediante
un complejo de ideas y valores que Mosca llama la fórmula política. La fórmula política
es eficaz mientras obtiene el consenso de la población; para esto tiene que estar en
armonía con las creencias de la población. Se puede discutir sobre la validez científica de
una fórmula política vigente en una sociedad, pero no se la puede despreciar con la
denuncia que se trata de un artificio para engañar a las masas.

Un cierto pesimismo antropológico induce a Mosca a dudar de que al progreso científico


de la humanidad corresponda un progreso moral. También el sentido moral se puede
desarrollar progresivamente, pero sólo sin en la competición social se afirman ciertas
facultades superiores de la clase dirigente, y si estas clases se arriesgan, a través de un
buen orden institucional, a que una moralidad de carácter público controle y reprima las
manifestaciones de la inmoralidad individual. La moralidad pública depende de la
capacidad de la clase dirigente para garantizar lo que Mosca llama la defensa jurídica de
la sociedad y del Estado, es decir, el conjunto de actitudes que dan una cierta regularidad
a los comportamientos colectivos y que, por eso, permiten al Derecho ejercer su función
normativa. Dicha capacidad sólo puede existir si dentro de la clase política existe un
equilibrio de fuerzas sociales, es decir, si existe una pluralidad de fuerzas que se
controlen entre sí. Mosca estudia qué organización social puede ofrecer una mejor
defensa jurídica y llega a conclusiones que habían sido apuntadas por Aristóteles: una
sociedad con una clase media numerosa, independiente de la clase política; la
independencia económica de esta clase le permite tener tiempo para dedicarse a la
cultura y al bien público. Como ejemplos históricos con los que confirma estas
conclusiones, Mosca cita la gentry inglesa y los farmers americanos. Nuestro autor
postula la expansión de grupos independientes del poder, representativos de las energías
morales y materiales de la nación y provistos de competencias económicas y científicas
que puedan ejercitan sin exorbitantes vínculos burocráticos. Postula, en definitiva, un
fortalecimiento de la sociedad.

Sobre el papel de la democracia Mosca hace algunas puntualizaciones. Está convencido


de la importancia de la democracia en la sociedad contemporánea, pero no comparte el
radicalismo democrático. En primer lugar, desmitifica la democracia: la mayoría nunca
tiene una voluntad limpia y además es una ficción creer que la mayoría manda, quienes
mandan son las minorías organizadas. Ahora bien, aunque el régimen parlamentario no
garantiza la transparencia de un gobierno de mayoría, aunque tiene los defectos del
sistema de partidos, Mosca lo defiende porque sus perjuicios son menores que los de un
régimen sin parlamento. Los remedios al mal parlamentario hay que buscarlos en una
amplia descentralización y en la formación de una nueva aristocracia social de gran base,
que sea expresión de los grupos más conscientes.

Las doctrinas socialistas le parecen una consecuencia necesaria de la democracia pura.


No resuelven los problemas, si no saben resistir a la tentación comunista. Se puede
comprobar que en el comunismo la clase política, en vez de extinguirse, se refuerza y
tiene una hegemonía superior a la que tienen en el liberalismo. Cuando el colectivismo
deviene estructura política y estructura económica, la defensa jurídica resulta perjudicada
y los ciudadanos, sin tener posibilidad de oponerse, quedan sometidos a la tiranía de los
gobernantes.

La ambición comunista de rehacer la sociedad con la acción revolucionaria no tiene base


científica, porque no hay quien, poseyendo toda la verdad, sepa regenerar con acción
taumatúrgica la coexistencia humana. El mismo proyecto de crear el hombre perfecto en
un sistema político provoca los vicios y la corrupción. Construir la sociedad según los
cánones del colectivismo significa destruir la multiplicidad de las fuerzas vitales de una
comunidad.
Mosca, al igual que Pareto, concibió la obra de su vida como una refutación efectiva de
las teorías democráticas y colectivistas prevalecientes, en particular del marxismo. Estas
teorías, cuyos elementos pueden rastrearse hasta la antigua Grecia, recibieron una
formulación más explícita de los representantes del Iluminismo en el siglo XVIII; y en el
siglo XIX, Karl Marx las extendió lógicamente y, así, les dio renovado impulso. Rousseau,
según esto, fue el verdadero padre de Marx, y este el verdadero heredero del Iluminismo.
Como Pareto, quiere destruir de una vez por todas la fantasía rousseauniana-marxista
«de que una vez establecido el colectivismo, comenzará una era de igualdad y justicia
universales, durante la cual el Estado ya no será el órgano de una clase y ya no habrá
explotadores ni explotados». Toda la producción de Mosca, y en particular La clase
dominante, pretendió ser una refutación de esta «utopía», contra la cual expone su propia
teoría, más «realista»: siempre habrá una clase gobernante.

En apoyo de esta tesis, Mosca se basa en última instancia, como Pareto, en la suposición
de «tendencias psicológicas constantes que determinan la conducta de las masas
humanas». Sin embargo, lo que surge de su obra total es una teoría menos dogmática y
menos rígida, en definitiva, que la de Pareto, y también más sociológica, aunque él
prefiere describir su obra como perteneciente a la ciencia política más que a la sociología.
Su punto de vista sociológico se hace evidente no solo en su rechazo de las teorías
geográficas, climáticas, social-darwinianas y raciales, sino sobre todo en su uso explícito
de conceptos, tales como «estructura social», «tipos sociales» y «fuerzas sociales». Así
escribe: de la «estructura social depende, a fin de cuentas, la decisión acerca de si un
pueblo debe gobernar o ser gobernado». Estos conceptos lo llevaron a la opinión de que
no son las categorías tales como la raza, topografía, clima, lucha por la existencia, etc.,
las que explican el relativo atraso cultural de ciertos grupos, sino relaciones sociales
definidas: «nos vemos obligados a admitir que la civilización europea no solo ha trabajo
sino realmente anulado todo esfuerzo hacia el progreso que pudieran haber hecho por sí
mismos los negros y los indios». La doctrina que ha trasladado de modo mecánico la
concepción darwiniana del ámbito natural al social también es errónea: en la sociedad no
prevalece principalmente la lucha por la existencia sino una lucha por la preeminencia;
este es «un fenómeno constante que surge en todas las sociedades humanas».

Lucha por la preeminencia es la expresión que utiliza Mosca para designar la


competencia social y los conflictos por la riqueza, el poder y el prestigio, y para indicar «el
control de los medios e instrumentos que permiten a una persona dirigir muchas
actividades y voluntades humanas según su criterio. Los perdedores, que son – inútil es
decirlo – la mayoría en este género de lucha, no son devorados, destruidos y ni siquiera
se les impide reproducir su especie, como es característico en la lucha por la vida.
Simplemente gozan de menores satisfacciones materiales y, en particular, tienen menos
libertad e independencia».

La clase dominante
Recién en la obra de Saint-Simon, creía Mosca, podía verse una definida y nítida
anticipación de su propia doctrina, según la cual, una vez que una sociedad llega a una
cierta etapa de desarrollo, «el control político, en el más amplio sentido de la expresión (la
dirección administrativa, militar, religiosa, económica y moral), es ejercido siempre por una
clase especial, o por una minoría organizada». Saint-Simon no solo había afirmado «la
necesidad intrínseca de una clase dominante, sino que también proclamó de modo
explícito que esta clase debe llenar los requisitos y poseer las aptitudes más necesarias
para el liderazgo social en una época dada y en un tipo determinado de civilización».
Mosca desarrolló la concepción de Saint-Simon y sostuvo «que aun en las democracias
subsiste la necesidad de una minoría organizada y que, a pesar de las apariencias en
sentido contrario y para todos los principios legales sobre los que se basa el gobierno,
esta minoría conserva el control real y efectivo del Estado». La clase dominante
constituye un atributo permanente de la sociedad, al igual que la lucha por la
preeminencia. En todas las sociedades ha habido y seguirá haciendo dos clases: la que
domina y la que es dominada. Pero en el esquema de Mosca los dominados tienen un
papel un poco menos pasivo que en el de Pareto.

Las masas dominadas, reconoce Mosca, pueden ejercer presiones sobre los
dominadores. Las «presiones que surgen del descontento de las masas gobernadas y de
las pasiones que las mueven ejercen cierta influencia sobre las medidas de la clase
dominante, la clase política». El descontento popular hasta puede provocar el
derrocamiento de una clase dominante; pero otra clase parecida surgirá inevitablemente
de las «mismas masas, clase que desempeñará las funciones de una clase dominante.
De no ser así, se destruiría toda organización y toda estructura social». La clase
dominante o política asume «la preponderancia en la determinación del tipo político, y
también del nivel de civilización de los diferentes pueblos».

El poder de la clase dominante y la inevitabilidad de su predominio reposan en el hecho


de que es una minoría organizada, acompañada en el sistema de Mosca por una mayoría
desorganizada. El estado de desorganización de la mayoría deja a cada uno de sus
miembros particulares impotente ante el poderío organizado de la minoría. Precisamente
porque es una minoría, un grupo más bien pequeño, puede lograr lo que la mayoría no
puede: comprensión mutual y una acción concertada. «Se sigue de esto que cuanto
mayor es la comunidad política, tanto menor será la proporción de la minoría gobernante
con respecto a la mayoría gobernada, y tanto más difícil le será a esa mayoría
organizarse para reaccionar contra la minoría».

Y no solo difícil, sino quizás hasta imposible. Hay un ley social inexorable, arraigada en la
naturaleza del hombre, según la cual es inevitable que los representantes del pueblo –
elegidos o designados – se transformen de sirvientes en amos. Designados para
representar y defender los intereses de todo el grupo, pronto desarrollan intereses
especiales propios; y en su celosa promoción de estos intereses se convierten en una
minoría bien organizada, poderosa y dominante. La minoría dominante no solo se fortifica
por su organización, sino también por las cualidades superiores – materiales, intelectuales
y morales – que la distinguen de la masa. Los miembros «de una minoría dominante por
lo común tienen algunos atributos, reales o aparentes, que son altamente estimados e
influyen mucho sobre la sociedad en la cual viven».

La ley psicológica básica que impele a los hombres a luchar por la preeminencia siempre
desemboca en la victoria de la minoría, la cual, en virtud de su organización y de otras
cualidades superiores, obtiene un control decisivo sobre ciertas «fuerzas sociales». El
control de cualquier fuerza social – militar, económica, política, administrativa, religiosa,
moral, etc. – puede llevar al control de los otros. En las sociedades en que la tierra era la
principal fuente de riqueza: el poder militar llevaba a la riqueza, así como más tarde la
riqueza en forma de dinero condujo al poder político y militar. En todas las sociedades –
incluyendo, por supuesto, las democracias representativas – , el rico tiene más fácil
acceso a los medios de influencia social que el pobre. En algunas sociedades, durante
períodos específicos, el control de las «fuerzas religiosas», como podría suceder con los
sacerdotes, lleva a la riqueza y al poder político; en otras sociedades, el conocimiento
científico especializado se convierte en una importante fuerza política.
Las diversas ventajas de la minoría dominante – organización, cualidades superiores y
control de fuerzas sociales – conducen a una situación en la cual «todas las clases
dominantes tienden a convertirse en hereditarias, de hecho si no de derecho». No se
produce «ninguna eliminación de esa ventaja especial a favor de ciertos individuos, cosa
que los franceses llaman la ventaja de las positivos déjà prises (posiciones ya tomadas)».
Están, entre otros factores, las «conexiones y parentescos que ponen rápidamente a un
individuo en el camino correcto y le permiten evitar los tanteos y equivocaciones que son
inevitables cuando se entra en un medio poco familiar sin ninguna guía o apoyo».

Mosca insiste con firmeza en la existencia de bases sociales y culturales que explicarían
la «superioridad» de las diversas aristocracias y clases dominantes de la historia. «Deben
sus cualidades especiales no tanto a la sangre que fluye por sus venas como a su
educación particular, que ha desarrollado en ellas ciertas tendencias intelectuales y
morales con preferencia a otras». Y también: «la verdad es que la posición social, la
tradición familiar y los hábitos de la clase en la que vivimos contribuyen más de lo que
comúnmente se supone al mayor o menor desarrollo de las cualidades mencionadas».

Para Mosca, las instituciones existentes, en particular la clase dominante, aunque deben
su existencia en parte a otras condiciones socioculturales, son en última instancia el
resultado de una naturaleza psicológica básica e inmutable del hombre. Solo aferrándose
a esta suposición puede sostener su teoría: los hombres lucharán en todas las situaciones
por la preeminencia, y esto debe dar como resultado la dicotomía básica de dominadores
y dominados.

Aunque la minoría organizada tiene un poder superior y está en condiciones, por lo tanto,
de rechazar por la fuerza los desafíos a su dominación, solo lo hace como último recurso.
Por lo general, logra estabilizar su dominio haciéndolo aceptable para las masas. Lo
consigue por medio de una «fórmula política». Toda clase gobernante, dice Mosca, «trata
de justificar su ejercicio real del poder basándolo en algún principio moral universal». No
se inventa ni se emplea la «fórmula política» con el fin de «inducir a las masas a la
obediencia mediante engaños». Se trata de una «gran superstición» o ilusión que, al
mismo tiempo, constituye una importante fuerza social; sin ella, sostiene Mosca, es
dudoso que puedan subsistir las sociedades. «Fórmula política» incluye los valores,
creencias, sentimientos y hábitos comunes que resultan de la historia colectiva de un
pueblo y que hacen a este receptivo a las ficciones empleadas por la clase gobernante
para legitimar su poder.

El nacionalismo es un ejemplo obvio en la era moderna. En épocas anteriores, la fórmula


prevaleciente era el gobierno «por derecho divino». Las fórmulas cambian según las
circunstancias socio históricas, pero en todas las circunstancias el consentimiento de los
gobernados se basa en algún tipo de fórmula.

La mayoría de un pueblo da su consentimiento a un sistema de gobierno determinado


solo porque el sistema se basa en creencias religiosas o filosóficas universalmente
aceptadas por ese pueblo. El grado de consentimiento depende de la medida en la cual la
clase dominada justifica su predominio y del ardor con que aquella alimente tal creencia.

Todo régimen exitoso reposa en el cuidadoso estímulo de las creencias de las clases
inferiores en la fórmula política dominante. El fracaso en el desarrollo de tales creencias
omnímodas y generales significa que los dominadores no han logrado unificar los
diferentes grupos y clases sociales de la sociedad.
Las ideas dominantes no pueden apartarse demasiado de la cultura de los gobernados
sin producir conflictos y antagonismos que amenacen la supervivencia misma de la
sociedad. Los principios subyacentes en la fórmula deben estar arraigados en la
«conciencia de los estratos más populosos y menos educados de la sociedad». Cuando
tales principios han penetrado con suficiente profundidad en la conciencia de los que
tienen escasa educación, la clase gobernante, por corrupta y opresiva que sea, obtiene
resultados notables: la firme devoción de las masas menesterosas, explotadas y
oprimidas. Las fórmulas políticas nacionalistas, adecuadamente cultivadas, pueden
contrarrestar con eficacia la doctrina internacionalista de la democracia social.

Otro importante proceso social sobre el que Mosca llama la atención es el de la


emergencia en las clases inferiores, de una «minoría dirigente», una especie de clase
dominante plebeya, que a menudo es «contraria a la clase que posee el gobierno legal».
La minoría dirigente se convierte en un Estado dentro del Estado, y adquiere mayor
influencia sobre las masas que el gobierno legal. Cuanto mayor es el aislamiento mutuo
de las clases y el descontento de las clases inferiores, tanto mayor es la probabilidad de
que estas apoyen el derrocamiento del gobierno legal existente. Entonces, una clase
dominante reemplaza a la otra, pero esto beneficia poco o nada a las masas. El verdadero
gran peligro en las crecientes diferencias culturales entre las clases y en su mutuo
aislamiento cultural, «es la disminución de la energía de las clases superiores, que se
hacen cada vez más pobres en personajes audaces y agresivos y cada vez más ricas en
individuos remisos y “blandos”». Cuanto más cerradas se hallan estas clases a los
individuos ambiciosos de las clases inferiores, tanto mayor es su vulnerabilidad y su
degeneración. Pues solo en las clases inferiores pueden reclutarse los elementos
vigorosos y enérgicos. En ellas, «las duras necesidades de la vida, la interminable y
penosa lucha por el pan, la falta de instrucción, etc., mantienen vivos los instintos
primarios de la lucha y la indeclinable rudeza de la naturaleza humana».

Para Mosca, el destino de una clase dominante depende de su energía, su sabiduría y su


sutiliza política. Ella tiene bastante control sobre su futuro. Un clase dominante es de
alguna manera una institución permanente, y los esfuerzos por abolirla serían siempre
quijotescos. Lo importante, por lo tanto, es idear el mejor sistema político posible, a la luz
de este hecho. Es factible aprender mucho, al respecto, de los grandes pensadores
políticos del pasado.

Aristóteles y Montesquieu
En 1908, Mosca fue elegido como miembro liberal-conservador de la Cámara de
Diputados italiana. Mosca, a diferencia de Pareto, estuvo empeñado de manera activa en
la política italiana. Esto contribuyó quizás, en su caso, a la formación de una teoría política
más flexible que se reflejó en su filiación partidaria oficial. Aunque en verdad era un elitista
en cierto sentido, expuso una teoría política que podría ser calificada con mayor precisión
de liberal-aristocrática. Era liberal en cuanto sentía gran respeto y admiración por los
principios, tradiciones e instituciones liberales.

El liberalismo es el término medio entre los dos principios fundamentales que siempre
operan en todos los sistemas políticos y que luchan entre sí por la hegemonía: el de la
aristocracia y el de la democracia. El liberalismo es mejor en el sentido de que permite
actuar a ambos principios uno junto al otro y sin que nunca uno de ellos supere al otro.
Los funcionarios son nombrados o elegidos desde «abajo», es decir, directa o
indirectamente por los subordinados; pero se los escoge de un conjunto limitado de
hombres sabios, experimentados, responsables y devotos, que son los más capaces para
gobernar: la minoría aristocrática. Tienen autoridad pero no poder ilimitado, pues se
impone límites definidos a sus poderes con relación a «los ciudadanos individuales y a las
asociaciones de ciudadanos». Estos límites – frenos y contrapesos – constituyen la
esencia del liberalismo; son los elementos fundamentales de lo que Mosca llama
«defensa jurídica», que a su vez es el criterio real para medir el avance de la civilización.

Tales límites no eran totalmente desconocidos en la Grecia clásica ni en la Roma antigua.


Y casi siempre se los reconoce en la constituciones modernas. Se relacionan con cosas
tales como la libertad de culto, de prensa, de educación, de reunión y de expresión.
Garantizan la libertad personal, la propiedad privada y la inviolabilidad del domicilio.

El principio liberal no excluye la existencia de una minoría aristocrática, ni siquiera de


camarillas cerradas dentro de esta. En realidad, cierto grado de exclusión es esencial y
conveniente. Pero demasiada exclusión desemboca en la autocracia, que debe evitarse
ya que conduce al aislamiento de los dominadores y eventualmente a su caída. Puede
encontrarse el equilibrio apropiado en los sistemas liberales que «orientan al menos las
inclinaciones de la totalidad del segundo estrato de la clase dominante, estrato que si bien
no constituye en sí mismo el electorado provee los equipos generales de líderes que
forman las opiniones y determinan la conducta del cuerpo electoral». El «segundo
estrato» al que alude Mosca aquí, aunque varía según las sociedades, corresponde a la
gran clase media de Aristóteles, base de la moderación política. También para Mosca
«constituye la espina dorsal de toda gran organización política». La existencia de un
segundo estrato amplio y estable permite a un gobierno tener éxito sin «rendir homenaje a
las creencias y sentimientos de las clases más ignorantes. Solo en tales circunstancias
puede lograrse que una de las principales suposiciones del sistema liberal se realice, no
digamos de manera completa, sino al menos de un modo no totalmente ilusorio, a saber,
la de que los representantes sean responsables ante los representados».

De acuerdo con esto, Mosca considera especial preservar y equilibrar en forma adecuada
las tendencias aristocráticas y democráticas presentes, con diversos grados de
intensidad, en todas las organizaciones políticas. «Si se la confina dentro de límites
moderados, la tendencia democrática es en cierto sentido indispensable para lo que suele
llamarse el “progreso” en las sociedades humanas». La excesiva represión de esta
tendencia da como resultado el estancamiento social.

Cuando la tendencia democrática no ejerce una influencia demasiado grande, con


exclusión de otras tendencias, representa una fuerza conservadora. Permite a las clases
dominantes surtirse continuamente de nuevos elementos que tiene un talento innato para
el liderazgo y la voluntad de dirigir, con lo cual se evita esa postración de las aristocracias
de nacimiento que por lo general prepara el camino para los grandes cataclismos
sociales.

El mejor sistema, pues, es aquel en el que la tendencia democrática se halla


apropiadamente frenada y contenida. Pero el principio del equilibrio y la moderación se ve
una y otra vez amenazado y socavado en la práctica por el dogma rousseauniano-
marxiano de la igualdad, que es una utopía fantástica, pues «siempre que el movimiento
democrático ha triunfado, total o parcialmente, hemos visto a la tendencia aristocrática
volver a la vida por los esfuerzos de los mismos que la habían combatido». Por
consiguiente, si Mosca combatía las ideas del Iluminismo, era porque se oponía a ciertos
aspectos específicos de este movimiento intelectual. Admiraba a Montesquieu, pero
rechazaba a Rousseau. El primero había afirmado la necesidad de frenos y equilibrios, en
resumen, de la moderación.
La «clasificación de los gobiernos» de Aristóteles, escribe Mosca, «en monarquías,
aristocracias y democracias (clasificación que ahora podría juzgarse superficial el
incompleta), era ciertamente la mejor que podía concebir la mente humana en su tiempo».
El genio de Aristóteles, según opinaba Mosca, consistió en anticipar lo que la erudición
moderna ha establecido de manera cada vez más firme como un hecho, a saber, «que los
principios democrático, monárquico y aristocrático funcionan lado a lado en todo
organismo político». El filósofo se había percatado de que el buen gobierno es «mixto»,
es decir, un gobierno en el cual la monarquía, la aristocracia terrateniente y las clases
adineradas se equilibraran en forma apropiada. Como lo expresa Mosca, estas «eran
otras tantas fuerzas políticas cuya interacción, en tanto una de ellas no prevaleciera con
exclusión de las restantes, debía brindar un tipo de organización política que asegurara
relativamente, en tiempos normales, el debido funcionamiento de la ley».

Aristóteles había sostenido, además, que la estabilidad y la eficacia de una organización


política dependen de la existencia de estratos intermedios lo bastante amplios, prósperos
e independientes como para mediar entre los extremos de la cúspide y la base. Para
asegurar esto, y así garantizar también el funcionamiento adecuado de la ciudad-estado
griega, era esencial mantener con moderación la propiedad privada.

Lo que en particular agradaba a Mosca del sistema de Aristóteles era que en él, «no se
admitía en los cargos públicos ni siquiera a las clases trabajadoras, y menos aún a
esclavos y metecos». Además, ya había percibido claramente en su tiempo lo que no
podía dudarse, por cierto, en el siglo XX, o sea, que es el egoísmo humano, esa
característica psicológica básica, lo que hace inevitable la propiedad privada.

Debemos seguir a Aristóteles y adaptar sus enseñanzas a las condiciones actuales:


haced todas las concesiones económicas a las clases inferiores y más populosas que
sean absolutamente necesarias, pero sin imponer cargas insoportables sobre las fortunas
grandes y moderadas. Entre estas concesiones debemos mencionar la reducción de la
horas de trabajo, los seguros contra la vejez, las enfermedades, la desocupación y los
accidentes y las restricciones sobre el trabajo de mujeres y niños». Pueden hacerse
concesiones, pero no se las debe llevar «demasiado lejos». Han de ser suficientes para
asegurar la estabilidad política; y para lograr este fin, es evidente que «el mejoramiento de
las condiciones económicas ha logrado, en general, que las clases laboriosas se vuelvan
menos propensas a recurrir a actos desesperados y violentos».

Así Mosca revivió la «vieja doctrina del justo medio», que se encuentra por primera vez en
Aristóteles y fue luego desarrollada por otros, principalmente por Montesquieu. Aunque
este reemplazó la clasificación de Aristóteles por la suya propia en gobiernos despóticos,
monárquicos y republicanos, conservó la teoría del equilibrio. Montesquieu dio, pues,
menos importancia que Aristóteles al papel de los estratos y las fuerzas sociales, y más a
los resguardos políticos y constitucionales. Mosca criticó por ello a Montesquieu y sobre
todo a sus seguidores, quienes destacaban el aspecto formal o legal del problema «más
que [su] aspecto esencial o social. Han olvidado con frecuencia que una institución
política solo puede poner un freno efectivo a la actividad de otra si representa una fuerza
política, esto es, si es la expresión organizada de una influencia social y una autoridad
social que tiene cierto peso en la comunidad, contra las fuerzas que se expresan en la
institución política que debe ser controlada».

Son las «fuerzas sociales» y las relaciones entre ellas las que tienen primordial
importancia para el mantenimiento del equilibrio social; pero los mecanismos políticos
formales y legales, aunque secundarios, también son importantes. Mosca desarrolla la
concepción de que es inevitable la existencia de una clase dominante y que a lo sumo
cabe abrigar la esperanza de crear un sistema de fuerzas sociales apropiadamente
equilibradas. Los mejores sistemas políticos, caracterizados por lo que él llama
«protección jurídica» alcanzaron tales equilibrios. El significado real del progreso es la
extensión de la protección jurídica.

La protección jurídica
El nivel de la consciencia moral de un pueblo, tal como se expresa en la opinión pública,
la religión y el derecho, es un índice de la medida en que ha avanzado desde la barbarie,
por ejemplo, hasta los diversos grados de civilización. El estudio de la historia muestra
que no puede asegurarse la moralidad, la justicia, el orden social, etc., sin instruir
mecanismos definidos para disciplinar a los individuos y grupos de la sociedad, y para
regular las relaciones entre ellos. La medida en que se han desarrollado estos
mecanismos destinados a asegurar el respeto por la ley determina el nivel de protección
jurídica que ha alcanzado una sociedad.

La organización política apropiada, la organización que establece el carácter de las


relaciones entre la clase gobernante y la clase gobernada, y entre los diversos niveles y
medios de la clase dominante, es el factor que contribuye más que cualquier otro a
determinar el grado de perfección que la protección jurídica, o el gobierno de derecho,
puede alcanzar en un pueblo.

En última instancia, tal sistema solo puede prevalecer allí donde hay una serie de
«fuerzas sociales» que se equilibran entre sí y donde ninguna de ellas es omnipotente o
casi omnipotente.

Sea cual fuera la «fórmula política», trátese del derecho divino o la soberanía popular,
«cuando no existe ninguna otra fuerza social organizada aparte de las que representan el
principio sobre el cual se basa la soberanía de la nación, no puede haber ninguna
resistencia y ningún control efectivo que restrinjan la tendencia natural, en aquellos que se
encuentran a la cabeza del orden social, a abusar de sus poderes. Y cuando tal
resistencia está ausente, la clase dominante sufre una verdadera degeneración moral,
degeneración que es común a todos los hombres cuyos actos carecen de la restricción
que impone por lo común la opinión y la conciencia de sus semejantes». La falta de
resistencia conduce al despotismo, o a lo que hoy llamaríamos totalitarismo. No hay duda,
entonces, de que la oposición de Mosca al despotismo era genuina. Pero en su escala de
valores, aunque este era «el peor de todos los sistemas políticos», era sin embargo
«preferible a la anarquía, a la ausencia absoluta de todo gobierno». La protección jurídica
depende de la capacidad de las fuerzas sociales para frenarse y equilibrarse mutuamente
y de la separación de poderes en el sistema político. Asimismo, importante es la
separación de las autoridades eclesiásticas y temporales y que la «fórmula política no
tenga nada de sagrado e inmutable». Si los gobernantes dominan en nombre de una
fórmula que pretende tener el monopolio de la verdad y la justicia, entonces, «es casi
imposible que sus actos puedan ser discutidos y moderados en la práctica».

Pero hay aún otras condiciones de las que depende la protección jurídica: 1) la
distribución de la riqueza en la sociedad, y 2) la organización de sus fuerzas militares.
Mosca presta una atención explícita al fenómeno de las clases, El poder político siempre
está arraigado en «fuerzas sociales» definidas, y la económica es una de las más
importantes. Aunque no las ordena en una jerarquía permanente, teniendo en cuenta su
importancia, pues esta puede variar según el tiempo y lugar, considera que la económica,
la política, la legal y la militar son fuerzas sociales principales.
El sufragio universal
La «soberanía popular», como resultado del sufragio universal es un mito; un mito muy
peligroso, además, puesto que a través de él, el pueblo llega a creer que gobierna y que
los funcionarios elegidos son meros sirvientes. En realidad, los funcionarios son tan amos
en dicho sistema como en todos los otros.

Para Mosca, la transformación de los sirvientes en amos es inevitable en todos los


sistemas del pasado, el presente y el futuro. Además, para empezar, los llamados
«sirvientes» del pueblo en el sistema representativo nunca fueron sirvientes.

En realidad, el «representante se ha elegido a sí mismo»; y si esto suena «demasiado


inflexible y duro para ajustarse a ciertos casos, podemos agregar la reserva de que sus
amigos lo han elegido». Las elecciones no alteran el hecho de que «quienes tienen la
voluntad y, sobre todo, los medios morales, intelectuales y materiales para imponer su
voluntad sobre otros, toman la delantera con respecto a estos y los mandan». En todas
las organizaciones sociales, es inevitable que una minoría obtenga el control de esos
medios y, de este modo, sobre las vidas y el destino de la mayoría de los hombres. Las
elecciones no dan al pueblo una verdadera libertad de elección, «y los únicos que tienen
alguna probabilidad de éxito son aquellos cuyos candidatos son promovidos por grupos,
por comités, por minorías organizadas». Sin embargo, el sistema representativo «da como
resultado la participación de cierto número de valores sociales en la conducción del
Estado, hace que muchas fuerzas políticas que en un Estado absoluto – es decir,
gobernado por una burocracia solamente – permanecerían inertes y sin influencia sobre el
gobierno, se organicen y, así, ejerzan influencia sobre este». A fin de cuentas, los
candidatos y otros representantes de las minorías que están en el poder no pueden
ignorar de manera total los diversos públicos organizados, ni siquiera a los votantes
desorganizados, y por lo tanto deben conquistar la buena voluntad de estos. Los
«sentimientos y pasiones de la grey común» llegan a tener influencia sobre las actitudes
mentales de los representantes, y es fácil que en las más altas esferas del gobierno se
oigan los ecos de una opinión vastamente difundida o de cualquier descontento serio».

Ni siquiera los regímenes más despóticos pueden ignorar los sentimientos de las masas u
ofenderlos con impunidad. El sistema representativo, sin embargo, es más sensible al
descontento, ya que cada funcionario sabe que las quejas y la insatisfacción de todo el
pueblo puede llevar fácilmente a su desplazamiento y a la victoria de otra minoría
organizada.

Si el pueblo, por lo común, tiene poca o ninguna comprensión racional de sus condiciones
de existencia y sus intereses, ello obedece a que es «pobre e ignorante». Carece de
educación, está culturalmente empobrecido, desorganizado y sin poder. En general, no
tiene ningún medio de control sobre los poderosos. «En estas circunstancias – escribe
Mosca – , de las diversas minorías organizadas que se disputan el campo, es infalible que
gane la que gasta más dinero o miente con mayor persuasión». El disponer de fuerzas
sociales es lo que da a las diversas minorías organizadas su significación política. Una de
ellas siempre ganará, se convertirá en la clase política, llenará las funciones políticas. Lo
importante no es, pues, soñar con un tiempo en el que no haya clases ni clases
gobernantes, sino idear, en las circunstancias dadas, el mejor sistema político posible.
El parlamentarismo
Mosca considera las instituciones parlamentarias como un aspecto esencial del gobierno
liberal. Es verdad reconoce Mosca, que en particular las cámaras inferiores, electivas, de
los parlamentos se caracterizan frecuentemente por la «cháchara», los «discursos
pesados» y los «altercados fútiles». También es cierto, como alegan los socialistas y los
anarquistas, que no están representados en ellos los intereses, las opiniones y las
aspiraciones de la mayoría, «sino los intereses de las ricas clases dominantes». Por
último, no puede negarse la excesiva interferencia de los miembros individuales en las
tareas de la administración, en general, y en la distribución de la riqueza mediante los
impuestos y otros recursos. Sin embargo, esos defectos y sus malas consecuencias son
ínfimos comparados con los que resultarían de la abolición del parlamento y otras
instituciones representativas. Dicha supresión daría como resultado un sistema totalitario
en el cual todas las fuerzas y todos los valores sociales estarían subordinados al grupo
dominante y a su burocracia.

Así, Mosca, se opone inequívocamente al debilitamiento del sistema representativo. El


derrumbe de estas instituciones, sostiene Mosca, conduciría a la «ruina moral», a la
violación de «la protección jurídica, de la justicia y de todo lo que por lo común llamamos
“libertad”; y esa violación sería mucho más perniciosa que cualquier mal que pueda
achacarse a los demás deshonestos gobiernos parlamentarios, para no hablar de los
gobiernos representativos».

El mejor sistema para Mosca no es la sociedad sin clases, sino la propugnada por
Aristóteles, Montesquieu y él mismo, a saber: un sistema que permite a las diversas
fuerzas sociales organizadas moderarse y equilibrarse mutuamente. Es necesario afirmar
la tendencia aristocrática para un gobierno sano y sólido, Si los ministros fueran
suficientemente independientes del electorado, estarían menos sujetos a la presión de las
ambiciones personales y los intereses del partido y, por consiguiente, se preocuparían
más por sus responsabilidades profesionales. Es necesario buscar a los «gobernadores»
en ese estrato de ciudadanos que son, al mismo tiempo, bastante ricos como para
mantenerse incorruptibles y bastante cultos como para gobernar con sabiduría.

Mosca instaba a la creación de un servicio civil no burocrático y de espíritu comunitario,


«una clase especial de funcionarios voluntarios no asalariados» como la que una vez
hubo en Inglaterra. Luego, la «corriente democrática» barrió esta institución, poniendo
agudamente de relieve una vez más los principales peligros y males de la filosofía
democrática: el hecho de que «no reconoce ningún acto político y ninguna prerrogativa
política como legítimos a menos que emanen directa o indirectamente del sufragio
popular». Desde el punto de vista histórico, fue un error conceder el sufragio universal,
pero ahora es demasiado tarde para «volver atrás sin cometer un segundo error, que
podría tener inevitables consecuencias de carácter muy serio». Por lo tanto, debemos
aprovechar de la mejor manera la situación existente reforzando el principio aristocrático.
Este, junto con una gran clase media, un sistema de fuerzas sociales equilibradas e
instituciones de protección jurídica, constituyen el mejor sistema posible. Pero el sistema
exige aún otra condición, una ejército permanente.

Los ejércitos permanentes


La historia enseña, dice Mosca, «que la clase que lleva la lanza o tiene el mosquete por lo
común impone su dominación a la clase que maneja la azada o la lanzadera». Esto
también resulta aplicable a la Europa premoderna, donde la clase que controlaba los
medios de violencia adquirió también el poder económico y político. Lo que Mosca hallaba
del todo desconcertante era, pues, la situación contemporánea, en la cual los militares
estaban subordinados a la autoridad civil. Esto fue posible «sólo por un intenso y
difundido desarrollo de los sentimientos sobre los cuales se basa la protección jurídica, y
en especial, por una sucesión excepcionalmente favorable de circunstancias históricas».
Mosca afirma que el control sobre los militares y otros grupos que tienen acceso a los
medios de violencia fue facilitado por la institución llamada el ejército permanente.

El razonamiento de Mosca se basa en la suposición de que existen en toda sociedad


quienes tienen mayor inclinación que otros por la aventura, la beligerancia, la agresión y
la violencia. Estos constituyen bandas de hombres armados que algunas sociedades – las
«débilmente organizadas» – dominan y aterrorizan a todas las aldeas y ciudades. En
otras sociedades – las «mejor organizadas» – se convierten en una clase dominante, en
los «señores y amos de toda riqueza e influencia política», como sucedió en la Europa
medieval. En los estados burocráticos, por último, el ejército permanente, sin frenos ni
controles, «no halla dificultades para imponerse al resto de la sociedad». En ninguno de
estos tipos de sociedades los militares están controlados por una autoridad civil. Por lo
tanto, esta última es hegemónica únicamente en aquellas sociedades en que 1) ele
ejército permanente se combina con 2) instituciones de equilibrio social y protección
jurídica. En forma aislada no habrían producido este resultado.

Antes que el ejército permanente fuera institucionalizado, se reclutaba a los aventureros y


criminales cuando se los necesitaba. Pero a comienzos del siglo XVIII, la «necesidad de
mantener muchos hombres en armas y la dificultad de pagar salarios bastante grandes
como para atraer voluntarios, ocasionaron el establecimiento de la conscripción en la
mayoría de los países del continente europeo. Este sistema hizo que los soldados
comunes ya no provinieran de las clases de aventureros y criminales, sino que fueran
reclutados entre los campesinos y trabajadores». También hizo que la estructura de
clases de la sociedad, como un todo, se convirtiera en la base de la estructura militar, es
decir, que la autoridad de las clases superiores y la sumisión de las inferiores fueran
transferidas a la esfera militar. Los oficiales eran reclutados en forma casi exclusiva en los
estratos superiores y los soldados comunes, en los inferiores. Los hombres situados en la
cúspide de la jerarquía militar conservaban «vínculos estrechos con la minoría que, por
nacimiento, cultura y riqueza [estaba] en la cima de la pirámide social».

Algunas observaciones críticas


Mosca no percibió la conexión entre el desarrollo económico y la formación de clases.
Marx y Engels comprendieron muy bien los fenómenos de las «revoluciones minoritarias»,
las «clases dominantes» y las «fórmulas políticas» a las que llamaban «conciencia falsa»
o «representaciones falsas». Pero según ellos, estas no era categorías eternas, resultado
de la naturaleza psicológica constante del hombre. Además, una vez que la mayoría se
levantaba, no era en absoluto inevitable que sus representantes degeneraran en élites
dominantes, oligarcas o minorías dominantes.

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