Professional Documents
Culture Documents
Hay dos datos básicos con los que ha de contar todo análisis de la política. Primero, en
todas las sociedades, comenzando por las que están menos desarrolladas, hasta las más
cultas, existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La
primera, que es siempre la menos numerosa, ejecuta todas las funciones políticas,
monopoliza el poder y goza de las ventajas que a él van unidas; mientras la segunda, más
numerosa, es dirigida y regulada por la primera de modo más o menos legal, o bien, más
o menos arbitrario y violento. Segundo dato: entre los individuos y entre los diversos
núcleos sociales existe una continua competición que tiene como fin conseguir
condiciones elevadas de riqueza y posiciones importantes de mando.
Más conocidas son las ideas de Mosca sobre la renovación de la clase política. El
proceso de renovación difiere según se trate de una clase creada sobre el principio
aristocrático o el democrático. En el primer caso, el poder se trasmite a los herederos de
los gobernantes; en el segundo, la clase política se renueva por elementos que proceden
de los gobernados. Pero incluso en este último caso siempre está presente una tendencia
a la hereditabilidad y a la cooptación, y una cierta inercia de los miembros de la clase a
conservar el estado en que se encuentran. La clase política decae si, una vez llegada al
poder, ya no persigue los objetivos para los que había aparecido y pierde las cualidades
que justifican su existencia.
En apoyo de esta tesis, Mosca se basa en última instancia, como Pareto, en la suposición
de «tendencias psicológicas constantes que determinan la conducta de las masas
humanas». Sin embargo, lo que surge de su obra total es una teoría menos dogmática y
menos rígida, en definitiva, que la de Pareto, y también más sociológica, aunque él
prefiere describir su obra como perteneciente a la ciencia política más que a la sociología.
Su punto de vista sociológico se hace evidente no solo en su rechazo de las teorías
geográficas, climáticas, social-darwinianas y raciales, sino sobre todo en su uso explícito
de conceptos, tales como «estructura social», «tipos sociales» y «fuerzas sociales». Así
escribe: de la «estructura social depende, a fin de cuentas, la decisión acerca de si un
pueblo debe gobernar o ser gobernado». Estos conceptos lo llevaron a la opinión de que
no son las categorías tales como la raza, topografía, clima, lucha por la existencia, etc.,
las que explican el relativo atraso cultural de ciertos grupos, sino relaciones sociales
definidas: «nos vemos obligados a admitir que la civilización europea no solo ha trabajo
sino realmente anulado todo esfuerzo hacia el progreso que pudieran haber hecho por sí
mismos los negros y los indios». La doctrina que ha trasladado de modo mecánico la
concepción darwiniana del ámbito natural al social también es errónea: en la sociedad no
prevalece principalmente la lucha por la existencia sino una lucha por la preeminencia;
este es «un fenómeno constante que surge en todas las sociedades humanas».
La clase dominante
Recién en la obra de Saint-Simon, creía Mosca, podía verse una definida y nítida
anticipación de su propia doctrina, según la cual, una vez que una sociedad llega a una
cierta etapa de desarrollo, «el control político, en el más amplio sentido de la expresión (la
dirección administrativa, militar, religiosa, económica y moral), es ejercido siempre por una
clase especial, o por una minoría organizada». Saint-Simon no solo había afirmado «la
necesidad intrínseca de una clase dominante, sino que también proclamó de modo
explícito que esta clase debe llenar los requisitos y poseer las aptitudes más necesarias
para el liderazgo social en una época dada y en un tipo determinado de civilización».
Mosca desarrolló la concepción de Saint-Simon y sostuvo «que aun en las democracias
subsiste la necesidad de una minoría organizada y que, a pesar de las apariencias en
sentido contrario y para todos los principios legales sobre los que se basa el gobierno,
esta minoría conserva el control real y efectivo del Estado». La clase dominante
constituye un atributo permanente de la sociedad, al igual que la lucha por la
preeminencia. En todas las sociedades ha habido y seguirá haciendo dos clases: la que
domina y la que es dominada. Pero en el esquema de Mosca los dominados tienen un
papel un poco menos pasivo que en el de Pareto.
Las masas dominadas, reconoce Mosca, pueden ejercer presiones sobre los
dominadores. Las «presiones que surgen del descontento de las masas gobernadas y de
las pasiones que las mueven ejercen cierta influencia sobre las medidas de la clase
dominante, la clase política». El descontento popular hasta puede provocar el
derrocamiento de una clase dominante; pero otra clase parecida surgirá inevitablemente
de las «mismas masas, clase que desempeñará las funciones de una clase dominante.
De no ser así, se destruiría toda organización y toda estructura social». La clase
dominante o política asume «la preponderancia en la determinación del tipo político, y
también del nivel de civilización de los diferentes pueblos».
Y no solo difícil, sino quizás hasta imposible. Hay un ley social inexorable, arraigada en la
naturaleza del hombre, según la cual es inevitable que los representantes del pueblo –
elegidos o designados – se transformen de sirvientes en amos. Designados para
representar y defender los intereses de todo el grupo, pronto desarrollan intereses
especiales propios; y en su celosa promoción de estos intereses se convierten en una
minoría bien organizada, poderosa y dominante. La minoría dominante no solo se fortifica
por su organización, sino también por las cualidades superiores – materiales, intelectuales
y morales – que la distinguen de la masa. Los miembros «de una minoría dominante por
lo común tienen algunos atributos, reales o aparentes, que son altamente estimados e
influyen mucho sobre la sociedad en la cual viven».
La ley psicológica básica que impele a los hombres a luchar por la preeminencia siempre
desemboca en la victoria de la minoría, la cual, en virtud de su organización y de otras
cualidades superiores, obtiene un control decisivo sobre ciertas «fuerzas sociales». El
control de cualquier fuerza social – militar, económica, política, administrativa, religiosa,
moral, etc. – puede llevar al control de los otros. En las sociedades en que la tierra era la
principal fuente de riqueza: el poder militar llevaba a la riqueza, así como más tarde la
riqueza en forma de dinero condujo al poder político y militar. En todas las sociedades –
incluyendo, por supuesto, las democracias representativas – , el rico tiene más fácil
acceso a los medios de influencia social que el pobre. En algunas sociedades, durante
períodos específicos, el control de las «fuerzas religiosas», como podría suceder con los
sacerdotes, lleva a la riqueza y al poder político; en otras sociedades, el conocimiento
científico especializado se convierte en una importante fuerza política.
Las diversas ventajas de la minoría dominante – organización, cualidades superiores y
control de fuerzas sociales – conducen a una situación en la cual «todas las clases
dominantes tienden a convertirse en hereditarias, de hecho si no de derecho». No se
produce «ninguna eliminación de esa ventaja especial a favor de ciertos individuos, cosa
que los franceses llaman la ventaja de las positivos déjà prises (posiciones ya tomadas)».
Están, entre otros factores, las «conexiones y parentescos que ponen rápidamente a un
individuo en el camino correcto y le permiten evitar los tanteos y equivocaciones que son
inevitables cuando se entra en un medio poco familiar sin ninguna guía o apoyo».
Mosca insiste con firmeza en la existencia de bases sociales y culturales que explicarían
la «superioridad» de las diversas aristocracias y clases dominantes de la historia. «Deben
sus cualidades especiales no tanto a la sangre que fluye por sus venas como a su
educación particular, que ha desarrollado en ellas ciertas tendencias intelectuales y
morales con preferencia a otras». Y también: «la verdad es que la posición social, la
tradición familiar y los hábitos de la clase en la que vivimos contribuyen más de lo que
comúnmente se supone al mayor o menor desarrollo de las cualidades mencionadas».
Para Mosca, las instituciones existentes, en particular la clase dominante, aunque deben
su existencia en parte a otras condiciones socioculturales, son en última instancia el
resultado de una naturaleza psicológica básica e inmutable del hombre. Solo aferrándose
a esta suposición puede sostener su teoría: los hombres lucharán en todas las situaciones
por la preeminencia, y esto debe dar como resultado la dicotomía básica de dominadores
y dominados.
Aunque la minoría organizada tiene un poder superior y está en condiciones, por lo tanto,
de rechazar por la fuerza los desafíos a su dominación, solo lo hace como último recurso.
Por lo general, logra estabilizar su dominio haciéndolo aceptable para las masas. Lo
consigue por medio de una «fórmula política». Toda clase gobernante, dice Mosca, «trata
de justificar su ejercicio real del poder basándolo en algún principio moral universal». No
se inventa ni se emplea la «fórmula política» con el fin de «inducir a las masas a la
obediencia mediante engaños». Se trata de una «gran superstición» o ilusión que, al
mismo tiempo, constituye una importante fuerza social; sin ella, sostiene Mosca, es
dudoso que puedan subsistir las sociedades. «Fórmula política» incluye los valores,
creencias, sentimientos y hábitos comunes que resultan de la historia colectiva de un
pueblo y que hacen a este receptivo a las ficciones empleadas por la clase gobernante
para legitimar su poder.
Todo régimen exitoso reposa en el cuidadoso estímulo de las creencias de las clases
inferiores en la fórmula política dominante. El fracaso en el desarrollo de tales creencias
omnímodas y generales significa que los dominadores no han logrado unificar los
diferentes grupos y clases sociales de la sociedad.
Las ideas dominantes no pueden apartarse demasiado de la cultura de los gobernados
sin producir conflictos y antagonismos que amenacen la supervivencia misma de la
sociedad. Los principios subyacentes en la fórmula deben estar arraigados en la
«conciencia de los estratos más populosos y menos educados de la sociedad». Cuando
tales principios han penetrado con suficiente profundidad en la conciencia de los que
tienen escasa educación, la clase gobernante, por corrupta y opresiva que sea, obtiene
resultados notables: la firme devoción de las masas menesterosas, explotadas y
oprimidas. Las fórmulas políticas nacionalistas, adecuadamente cultivadas, pueden
contrarrestar con eficacia la doctrina internacionalista de la democracia social.
Aristóteles y Montesquieu
En 1908, Mosca fue elegido como miembro liberal-conservador de la Cámara de
Diputados italiana. Mosca, a diferencia de Pareto, estuvo empeñado de manera activa en
la política italiana. Esto contribuyó quizás, en su caso, a la formación de una teoría política
más flexible que se reflejó en su filiación partidaria oficial. Aunque en verdad era un elitista
en cierto sentido, expuso una teoría política que podría ser calificada con mayor precisión
de liberal-aristocrática. Era liberal en cuanto sentía gran respeto y admiración por los
principios, tradiciones e instituciones liberales.
El liberalismo es el término medio entre los dos principios fundamentales que siempre
operan en todos los sistemas políticos y que luchan entre sí por la hegemonía: el de la
aristocracia y el de la democracia. El liberalismo es mejor en el sentido de que permite
actuar a ambos principios uno junto al otro y sin que nunca uno de ellos supere al otro.
Los funcionarios son nombrados o elegidos desde «abajo», es decir, directa o
indirectamente por los subordinados; pero se los escoge de un conjunto limitado de
hombres sabios, experimentados, responsables y devotos, que son los más capaces para
gobernar: la minoría aristocrática. Tienen autoridad pero no poder ilimitado, pues se
impone límites definidos a sus poderes con relación a «los ciudadanos individuales y a las
asociaciones de ciudadanos». Estos límites – frenos y contrapesos – constituyen la
esencia del liberalismo; son los elementos fundamentales de lo que Mosca llama
«defensa jurídica», que a su vez es el criterio real para medir el avance de la civilización.
De acuerdo con esto, Mosca considera especial preservar y equilibrar en forma adecuada
las tendencias aristocráticas y democráticas presentes, con diversos grados de
intensidad, en todas las organizaciones políticas. «Si se la confina dentro de límites
moderados, la tendencia democrática es en cierto sentido indispensable para lo que suele
llamarse el “progreso” en las sociedades humanas». La excesiva represión de esta
tendencia da como resultado el estancamiento social.
Lo que en particular agradaba a Mosca del sistema de Aristóteles era que en él, «no se
admitía en los cargos públicos ni siquiera a las clases trabajadoras, y menos aún a
esclavos y metecos». Además, ya había percibido claramente en su tiempo lo que no
podía dudarse, por cierto, en el siglo XX, o sea, que es el egoísmo humano, esa
característica psicológica básica, lo que hace inevitable la propiedad privada.
Así Mosca revivió la «vieja doctrina del justo medio», que se encuentra por primera vez en
Aristóteles y fue luego desarrollada por otros, principalmente por Montesquieu. Aunque
este reemplazó la clasificación de Aristóteles por la suya propia en gobiernos despóticos,
monárquicos y republicanos, conservó la teoría del equilibrio. Montesquieu dio, pues,
menos importancia que Aristóteles al papel de los estratos y las fuerzas sociales, y más a
los resguardos políticos y constitucionales. Mosca criticó por ello a Montesquieu y sobre
todo a sus seguidores, quienes destacaban el aspecto formal o legal del problema «más
que [su] aspecto esencial o social. Han olvidado con frecuencia que una institución
política solo puede poner un freno efectivo a la actividad de otra si representa una fuerza
política, esto es, si es la expresión organizada de una influencia social y una autoridad
social que tiene cierto peso en la comunidad, contra las fuerzas que se expresan en la
institución política que debe ser controlada».
Son las «fuerzas sociales» y las relaciones entre ellas las que tienen primordial
importancia para el mantenimiento del equilibrio social; pero los mecanismos políticos
formales y legales, aunque secundarios, también son importantes. Mosca desarrolla la
concepción de que es inevitable la existencia de una clase dominante y que a lo sumo
cabe abrigar la esperanza de crear un sistema de fuerzas sociales apropiadamente
equilibradas. Los mejores sistemas políticos, caracterizados por lo que él llama
«protección jurídica» alcanzaron tales equilibrios. El significado real del progreso es la
extensión de la protección jurídica.
La protección jurídica
El nivel de la consciencia moral de un pueblo, tal como se expresa en la opinión pública,
la religión y el derecho, es un índice de la medida en que ha avanzado desde la barbarie,
por ejemplo, hasta los diversos grados de civilización. El estudio de la historia muestra
que no puede asegurarse la moralidad, la justicia, el orden social, etc., sin instruir
mecanismos definidos para disciplinar a los individuos y grupos de la sociedad, y para
regular las relaciones entre ellos. La medida en que se han desarrollado estos
mecanismos destinados a asegurar el respeto por la ley determina el nivel de protección
jurídica que ha alcanzado una sociedad.
En última instancia, tal sistema solo puede prevalecer allí donde hay una serie de
«fuerzas sociales» que se equilibran entre sí y donde ninguna de ellas es omnipotente o
casi omnipotente.
Sea cual fuera la «fórmula política», trátese del derecho divino o la soberanía popular,
«cuando no existe ninguna otra fuerza social organizada aparte de las que representan el
principio sobre el cual se basa la soberanía de la nación, no puede haber ninguna
resistencia y ningún control efectivo que restrinjan la tendencia natural, en aquellos que se
encuentran a la cabeza del orden social, a abusar de sus poderes. Y cuando tal
resistencia está ausente, la clase dominante sufre una verdadera degeneración moral,
degeneración que es común a todos los hombres cuyos actos carecen de la restricción
que impone por lo común la opinión y la conciencia de sus semejantes». La falta de
resistencia conduce al despotismo, o a lo que hoy llamaríamos totalitarismo. No hay duda,
entonces, de que la oposición de Mosca al despotismo era genuina. Pero en su escala de
valores, aunque este era «el peor de todos los sistemas políticos», era sin embargo
«preferible a la anarquía, a la ausencia absoluta de todo gobierno». La protección jurídica
depende de la capacidad de las fuerzas sociales para frenarse y equilibrarse mutuamente
y de la separación de poderes en el sistema político. Asimismo, importante es la
separación de las autoridades eclesiásticas y temporales y que la «fórmula política no
tenga nada de sagrado e inmutable». Si los gobernantes dominan en nombre de una
fórmula que pretende tener el monopolio de la verdad y la justicia, entonces, «es casi
imposible que sus actos puedan ser discutidos y moderados en la práctica».
Pero hay aún otras condiciones de las que depende la protección jurídica: 1) la
distribución de la riqueza en la sociedad, y 2) la organización de sus fuerzas militares.
Mosca presta una atención explícita al fenómeno de las clases, El poder político siempre
está arraigado en «fuerzas sociales» definidas, y la económica es una de las más
importantes. Aunque no las ordena en una jerarquía permanente, teniendo en cuenta su
importancia, pues esta puede variar según el tiempo y lugar, considera que la económica,
la política, la legal y la militar son fuerzas sociales principales.
El sufragio universal
La «soberanía popular», como resultado del sufragio universal es un mito; un mito muy
peligroso, además, puesto que a través de él, el pueblo llega a creer que gobierna y que
los funcionarios elegidos son meros sirvientes. En realidad, los funcionarios son tan amos
en dicho sistema como en todos los otros.
Ni siquiera los regímenes más despóticos pueden ignorar los sentimientos de las masas u
ofenderlos con impunidad. El sistema representativo, sin embargo, es más sensible al
descontento, ya que cada funcionario sabe que las quejas y la insatisfacción de todo el
pueblo puede llevar fácilmente a su desplazamiento y a la victoria de otra minoría
organizada.
Si el pueblo, por lo común, tiene poca o ninguna comprensión racional de sus condiciones
de existencia y sus intereses, ello obedece a que es «pobre e ignorante». Carece de
educación, está culturalmente empobrecido, desorganizado y sin poder. En general, no
tiene ningún medio de control sobre los poderosos. «En estas circunstancias – escribe
Mosca – , de las diversas minorías organizadas que se disputan el campo, es infalible que
gane la que gasta más dinero o miente con mayor persuasión». El disponer de fuerzas
sociales es lo que da a las diversas minorías organizadas su significación política. Una de
ellas siempre ganará, se convertirá en la clase política, llenará las funciones políticas. Lo
importante no es, pues, soñar con un tiempo en el que no haya clases ni clases
gobernantes, sino idear, en las circunstancias dadas, el mejor sistema político posible.
El parlamentarismo
Mosca considera las instituciones parlamentarias como un aspecto esencial del gobierno
liberal. Es verdad reconoce Mosca, que en particular las cámaras inferiores, electivas, de
los parlamentos se caracterizan frecuentemente por la «cháchara», los «discursos
pesados» y los «altercados fútiles». También es cierto, como alegan los socialistas y los
anarquistas, que no están representados en ellos los intereses, las opiniones y las
aspiraciones de la mayoría, «sino los intereses de las ricas clases dominantes». Por
último, no puede negarse la excesiva interferencia de los miembros individuales en las
tareas de la administración, en general, y en la distribución de la riqueza mediante los
impuestos y otros recursos. Sin embargo, esos defectos y sus malas consecuencias son
ínfimos comparados con los que resultarían de la abolición del parlamento y otras
instituciones representativas. Dicha supresión daría como resultado un sistema totalitario
en el cual todas las fuerzas y todos los valores sociales estarían subordinados al grupo
dominante y a su burocracia.
El mejor sistema para Mosca no es la sociedad sin clases, sino la propugnada por
Aristóteles, Montesquieu y él mismo, a saber: un sistema que permite a las diversas
fuerzas sociales organizadas moderarse y equilibrarse mutuamente. Es necesario afirmar
la tendencia aristocrática para un gobierno sano y sólido, Si los ministros fueran
suficientemente independientes del electorado, estarían menos sujetos a la presión de las
ambiciones personales y los intereses del partido y, por consiguiente, se preocuparían
más por sus responsabilidades profesionales. Es necesario buscar a los «gobernadores»
en ese estrato de ciudadanos que son, al mismo tiempo, bastante ricos como para
mantenerse incorruptibles y bastante cultos como para gobernar con sabiduría.